cuento el alambre de puas

13
EL ALAMBRE DE PUAS Durante quince días el alazán había buscado en vano la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El formidable cerco, de capuera--desmonte que ha rebrotado inextricable--no permitía paso ni aún a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por allí por donde el malacara pasaba. Ahora recorría de nuevo la chacra, trotando inquieto con la cabeza alerta. De la profundidad del monte, el malacara respondía a los relinchos vibrantes de su compañero, con los suyos cortos y rápidos, en que había sin duda una fraternal promesa de abundante comida. Lo más irritante para el alazán era que el malacara reaparecía dos o tres veces en el día para beber. Prometíase aquél entonces no abandonar un instante a su compañero, y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su soga a rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazán, al darse cuenta de su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte inextricable. Esto sí, de adentro, muy cerca aún, el maligno malacara respondía a sus desesperados relinchos, con un relinchillo a boca llena. Hasta que esa mañana el viejo alazán halló la brecha muy sencillamente: Cruzando por frente al chircal que desde el monte avanzaba cincuenta metros en el campo, vió un vago sendero que lo condujo en perfecta línea oblicua al monte. Allí estaba el malacara, deshojando árboles. La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un día el chircal, había hallado la brecha abierta en el monte por un incienso desarraigado. Repitió su avance a través del chircal, hasta llegar a conocer perfectamente la entrada del túnel. Entonces usó del viejo camino que con el alazán habían formado a lo largo de la línea del monte. Y aquí estaba la causa del trastorno del alazán: la entrada de la senda formaba una línea sumamente oblicua con el camino de los caballos, de modo que el alazán, acostumbrado a recorrer ésta de sur a norte y

Upload: romy-salcedo-ortiz

Post on 30-Sep-2015

20 views

Category:

Documents


6 download

DESCRIPTION

es uno de los cuentos mas pedidos en los colegios a la hora de las lecturas obligatorias, entregando el conocimieto necesario para su proxima evaluacion, consta de una letra adecuada para su lectura y no es de gran extencion, entregando una lectura entretenida a la hora de leerlo

TRANSCRIPT

EL ALAMBRE DE PUAS

Durante quince das el alazn haba buscado en vano la senda por dondesu compaero se escapaba del potrero. El formidable cerco, decapuera--desmonte que ha rebrotado inextricable--no permita paso nian a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por all por dondeel malacara pasaba.

Ahora recorra de nuevo la chacra, trotando inquieto con la cabezaalerta. De la profundidad del monte, el malacara responda a losrelinchos vibrantes de su compaero, con los suyos cortos y rpidos,en que haba sin duda una fraternal promesa de abundante comida. Loms irritante para el alazn era que el malacara reapareca dos o tresveces en el da para beber. Prometase aqul entonces no abandonar uninstante a su compaero, y durante algunas horas, en efecto, la parejapastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su sogaa rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazn, al darsecuenta de su soledad, se lanzaba en su persecucin, hallaba el monteinextricable. Esto s, de adentro, muy cerca an, el maligno malacararesponda a sus desesperados relinchos, con un relinchillo aboca llena.

Hasta que esa maana el viejo alazn hall la brecha muysencillamente: Cruzando por frente al chircal que desde el monteavanzaba cincuenta metros en el campo, vi un vago sendero que locondujo en perfecta lnea oblicua al monte. All estaba el malacara,deshojando rboles.

La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un da el chircal, habahallado la brecha abierta en el monte por un incienso desarraigado.Repiti su avance a travs del chircal, hasta llegar a conocerperfectamente la entrada del tnel. Entonces us del viejo camino quecon el alazn haban formado a lo largo de la lnea del monte. Y aquestaba la causa del trastorno del alazn: la entrada de la sendaformaba una lnea sumamente oblicua con el camino de los caballos, demodo que el alazn, acostumbrado a recorrer sta de sur a norte yjams de norte a sur, no hubiera hallado jams la brecha.

En un instante estuvo unido a su compaero, y juntos entonces, sin mspreocupacin que la de despuntar torpemente las palmeras jvenes, losdos caballos decidieron alejarse del malhadado potrero que saban yade memoria.

El monte, sumamente raleado, permita un fcil avance, an a caballos.Del bosque no quedaba en verdad sino una franja de doscientos metrosde ancho. Tras l, una capuera de dos aos se empenachaba de tabacosalvaje. El viejo alazn, que en su juventud haba correteado capuerashasta vivir perdido seis meses en ellas, dirigi la marcha, y en mediahora los tabacos inmediatos quedaron desnudos de hojas hasta dondealcanza un pescuezo de caballo.

Caminando, comiendo, curioseando, el alazn y el malacara cruzaron lacapuera hasta que un alambrado los detuvo.

--Un alambrado,--dijo el alazn.

--S, alambrado,--asinti el malacara. Y ambos, pesando la cabezasobre el hilo superior, contemplaron atentamente. Desde all se veaun alto pastizal de viejo rozado, blanco por la helada; un bananal yuna plantacin nueva. Todo ello poco tentador, sin duda; pero loscaballos entendan ver eso, y uno tras otro siguieron el alambrado ala derecha.

Dos minutos despus pasaban: un rbol, seco en pie por el fuego, habacado sobre los hilos. Atravesaron la blancura del pasto helado en quesus pasos no sonaban, y bordeando el rojizo bananal, quemado por laescarcha, vieron entonces de cerca qu eran aquellas plantas nuevas.

--Es yerba,--constat el malacara, haciendo temblar los labios a mediocentmetro de las hojas coriceas. La decepcin pudo haber sidogrande; mas los caballos, si bien golosos, aspiraban sobre todo apasear. De modo que cortando oblicuamente el yerbal, prosiguieron sucamino, hasta que un nuevo alambrado contuvo a la pareja. Costeronlocon tranquilidad grave y paciente, llegando as a una tranquera,abierta para su dicha, y los paseantes se vieron de repente en plenocamino real.

Ahora bien, para los caballos, aquello que acababan de hacer tenatodo el aspecto de una proeza. Del potrero aburridor a la libertadpresente, haba infinita distancia. Ms por infinita que fuera, loscaballos pretendan prolongarla an, y as, despus de observar conperezosa atencin los alrededores, quitronse mutuamente la caspa delpescuezo, y en mansa felicidad prosiguieron su aventura.

El da, en verdad, favoreca tal estado de alma. La bruma matinal deMisiones acababa de disiparse del todo, y bajo el cielo sbitamentepuro, el paisaje brillaba de esplendorosa claridad. Desde la loma,cuya cumbre ocupaban en ese momento los dos caballos, el camino detierra colorada cortaba el pasto delante de ellos con precisinadmirable, descenda al valle blanco de espartillo helado, para tornara subir hasta el monte lejano. El viento, muy fro, cristalizaba anms la claridad de la maana de oro, y los caballos, que sentan defrente el sol, casi horizontal todava, entrecerraban los ojos aldichoso deslumbramiento.

Seguan as, solos y gloriosos de libertad en el camino encendido deluz, hasta que al doblar una punta de monte, vieron a orillas delcamino cierta extensin de un verde inusitado. Pasto? Sin duda. Masen pleno invierno...

Y con las narices dilatadas de gula, los caballos se acercaron alalambrado. S, pasto fino, pasto admirable! Y entraran, ellos, loscaballos libres!

Hay que advertir que el alazn y el malacara posean desde esamadrugada, alta idea de s mismos. Ni tranquera, ni alambrado, nimonte, ni desmonte, nada era para ellos obstculo. Haban visto cosasextraordinarias, salvando dificultades no crebles, y se sentangordos, orgullosos y facultados para tomar la decisin msestrafalaria que ocurrrseles pudiera.

En este estado de nfasis, vieron a cien metros de ellos varias vacasdetenidas a orillas del camino, y encaminndose all llegaron a latranquera, cerrada con cinco robustos palos. Las vacas estabaninmviles, mirando fijamente el verde paraso inalcanzable.

--Por qu no entran?--pregunt el alazn a las vacas.

--Porque no se puede--le respondieron.

--Nosotros pasamos por todas partes,--afirm el alazn, altivo.--Desdehace un mes pasamos por todas partes.

Con el fulgor de su aventura, los caballos haban perdido sinceramenteel sentido del tiempo. Las vacas no se dignaron siquiera mirar alos intrusos.

--Los caballos no pueden,--dijo una vaquillona movediza.--Dicen eso yno pasan por ninguna parte. Nosotras s pasamos por todas partes.

--Tienen soga--aadi una vieja madre sin volver la cabeza.

--Yo no, yo no tengo soga!--respondi vivamente el alazn.--Yo vivaen las capueras y pasaba.

--S, detrs de nosotras! Nosotras pasamos y ustedes no pueden.

La vaquillona movediza intervino de nuevo:

--El patrn dijo el otro da: a los caballos con un solo hilo se loscontiene. Y entonces?... Ustedes no pasan?

--No, no pasamos,--repuso sencillamente el malacara, convencido por laevidencia.

--Nosotras s!

Al honrado malacara, sin embargo, se le ocurri de pronto que lasvacas, atrevidas y astutas, impenitentes invasoras de chacras y delCdigo Rural, tampoco pasaban la tranquera.

--Esta tranquera es mala,--objet la vieja madre.--El s! Corre lospalos con los cuernos.

--Quin?--pregunt el alazn.

Todas las vacas volvieron a l la cabeza con sorpresa.

--El toro, Barig! El puede ms que los alambrados malos.

--Alambrados?... Pasa?

--Todo! Alambre de pa tambin. Nosotras pasamos despus.

Los dos caballos, vueltos ya a su pacfica condicin de animales a queun solo hilo contiene, se sintieron ingenuamente deslumbrados poraquel hroe capaz de afrontar el alambre de pa, la cosa ms terribleque puede hallar el deseo de pasar adelante.

De pronto las vacas se removieron mansamente: a lento paso llegaba eltoro. Y ante aquella chata y obstinada frente dirigida en tranquilarecta a la tranquera, los caballos comprendieron humildemente suinferioridad.

Las vacas se apartaron, y Barig, pasando el testuz bajo una tranca,intent hacerla correr a un lado.

Los caballos levantaron las orejas, admirados, pero la tranca nocorri. Una tras otra, el toro prob sin resultado su esfuerzointeligente: el chacarero, dueo feliz de la plantacin de avena,haba asegurado la tarde anterior los palos con cuas.

El toro no intent ms. Volvindose con pereza, olfate a lo lejosentrecerrando los ojos, y coste luego el alambrado, con ahogadosmugidos sibilantes.

Desde la tranquera, los caballos y las vacas miraban. En determinadolugar el toro pas los cuernos bajo el alambre de pa, tendindoloviolentamente hacia arriba con el testuz, y la enorme bestia pasarqueando el lomo. En cuatro pasos ms estuvo entre la avena, y lasvacas se encaminaron entonces all, intentando a su vez pasar. Pero alas vacas falta evidentemente la decisin masculina de permitir en lapiel sangrientos rasguos, y apenas introducan el cuello, loretiraban presto con mareante cabeceo.

Los caballos miraban siempre.

--No pasan,--observ el malacara.

--El toro pas,--repuso el alazn.--Come mucho.

Y la pareja se diriga a su vez a costear el alambrado por la fuerzade la costumbre, cuando un mugido, claro y berreante ahora, lleghasta ellos: dentro del avenal, el toro, con cabriolas de falsoataque, bramaba ante el chacarero, que con un palo trataba dealcanzarlo.

--A!... Te voy a dar saltitos...--gritaba el hombre. Barig,siempre danzando y berreando ante el hombre, esquivaba los golpes.Maniobraron as cincuenta metros, hasta que el chacarero pudo forzar ala bestia contra el alambrado. Pero sta, con la decisin pesada ybruta de su fuerza, hundi la cabeza entre los hilos y pas, bajo unagudo violineo de alambres y de grampas lanzadas a veinte metros.

Los caballos vieron cmo el hombre volva precipitadamente a surancho, y tornaba a salir con el rostro plido. Vieron tambin quesaltaba el alambrado y se encaminaba en direccin de ellos, por locual los compaeros, ante aquel paso que avanzaba decidido,retrocedieron por el camino en direccin a su chacra.

Como los caballos marchaban dcilmente a pocos pasos delante delhombre, pudieron llegar juntos a la chacra del dueo del toro,sindoles dado oir la conversacin.

Es evidente, por lo que de ello se desprende, que el hombre habasufrido lo indecible con el toro del polaco. Plantaciones, porinaccesibles que hubieran sido dentro del monte; alambrados, porgrande que fuera su tensin e infinito el nmero de hilos, todo loarroll el toro con sus hbitos de pillaje. Se deduce tambin que losvecinos estaban hartos de la bestia y de su dueo, por los incesantesdestrozos de aquella. Pero como los pobladores de la regindifcilmente denuncian al Juzgado de Paz perjuicios de animales, porduros que les sean, el toro prosegua comiendo en todas partes menosen la chacra de su dueo, el cual, por otro lado, pareca divertirsemucho con esto.

De este modo, los caballos vieron y oyeron al irritado chacarero y alpolaco cazurro.

--Es la ltima vez, don Zaninski, que vengo a verlo por su toro!Acaba de pisotearme toda la avena. Ya no se puede ms!

El polaco, alto y de ojillos azules, hablaba con extraordinario ymeloso falsete.

--Ah, toro, malo! M no puede! M ata, escapa! Vaca tiene culpa!Toro sigue vaca!

--Yo no tengo vacas, usted bien sabe!

--No, no! Vaca Ramrez! M queda loco, toro!

--Y lo peor es que afloja todos los hilos, usted lo sabe tambin!

--S, s, alambre! Ah, m no sabe!...

--Bueno!, vea don Zaninski: yo no quiero cuestiones con vecinos, perotenga por ltima vez cuidado con su toro para que no entre por elalambrado del fondo; en el camino voy a poner alambre nuevo.

--Toro pasa por camino! No fondo!

--Es que ahora no va a pasar por el camino.

--Pasa, toro! No pa, no nada! Pasa todo!

--No va a pasar.

--Qu pone?

--Alambre de pa... pero no va a pasar.

--No hace nada pa!

--Bueno; haga lo posible porque no entre, porque si pasa se va alastimar.

El chacarero se fu. Es como lo anterior, evidente, que el malignopolaco, rindose una vez ms de las gracias del animal, compadeci, sicabe en lo posible, a su vecino que iba a construir un alambradoinfranqueable por su toro. Seguramente se frot las manos:

--M no podrn decir nada esta vez si toro come toda avena!

Los caballos reemprendieron de nuevo el camino que los alejaba de suchacra, y un rato despus llegaban al lugar en que Barig habacumplido su hazaa. La bestia estaba all siempre, inmvil en mediodel camino, mirando con solemne vaciedad de idea desde haca un cuartode hora, un punto fijo de la distancia. Detrs de l, las vacasdormitaban al sol ya caliente, rumiando.

Pero cuando los pobres caballos pasaron por el camino, ellas abrieronlos ojos despreciativas:

--Son los caballos. Queran pasar el alambrado. Y tienen soga.

--Barig s pas!

--A los caballos un solo hilo los contiene.

--Son flacos.

Esto pareci herir en lo vivo al alazn, que volvi la cabeza:

--Nosotros no estamos flacos. Ustedes, s estn. No va a pasar msaqu,--aadi sealando los alambres cados, obra de Barig.

--Barig pasa siempre! Despus pasamos nosotras. Ustedes no pasan.

--No va a pasar ms. Lo dijo el hombre.

--El comi la avena del hombre. Nosotras pasamos despus.

El caballo, por mayor intimidad de trato, es sensiblemente ms afectoal hombre que la vaca. De aqu que el malacara y el alazn tuvieran feen el alambrado que iba a construir el hombre.

La pareja prosigui su camino, y momentos despus, ante el campo libreque se abra ante ellos, los dos caballos bajaron la cabeza a comer,olvidndose de las vacas.

Tarde ya, cuando el sol acababa de entrarse, los dos caballos seacordaron del maz y emprendieron el regreso. Vieron en el camino alchacarero que cambiaba todos los postes de su alambrado, y a un hombrerubio, que detenido a su lado a caballo, lo miraba trabajar.

--Le digo que va a pasar,--deca el pasajero.

--No pasar dos veces,--replicaba el chacarero.

--Usted ver! Esto es un juego para el maldito toro del polaco! Vaa pasar!

--No pasar dos veces,--repeta obstinadamente el otro.

Los caballos siguieron, oyendo an palabras cortadas:

--... reir!

--... veremos.

Dos minutos ms tarde el hombre rubio pasaba a su lado a trote ingls.El malacara y el alazn, algo sorprendidos de aquel paso que noconocan, miraron perderse en el valle al hombre presuroso.

--Curioso!--observ el malacara despus de largo rato.--El caballo vaal trote y el hombre al galope.

Prosiguieron. Ocupaban en ese momento la cima de la loma, como esamaana. Sobre el cielo plido y fro, sus siluetas se destacaban ennegro, en mansa y cabizbaja pareja, el malacara delante, el alazndetrs. La atmsfera, ofuscada durante el da por la excesiva luz delsol, adquira a esa hora crepuscular una transparencia casi fnebre.El viento haba cesado por completo, y con la calma del atardecer, enque el termmetro comenzaba a caer velozmente, el valle heladoexpandia su penetrante humedad, que se condensaba en rastreanteneblina en el fondo sombro de las vertientes. Reviva, en la tierraya enfriada, el invernal olor de pasto quemado; y cuando el caminocosteaba el monte, el ambiente, que se senta de golpe ms fro yhmedo, se tornaba excesivamente pesado de perfume de azahar.

Los caballos entraron por el portn de su chacra, pues el muchacho,que haca sonar el cajoncito de maz, oy su ansioso trmulo. El viejoalazn obtuvo el honor de que se le atribuyera la iniciativa de laaventura, vindose gratificado con una soga, a efectos de lo quepudiera pasar.

Pero a la maana siguiente, bastante tarde ya a causa de la densaneblina, los caballos repitieron su escapatoria, atravesando otra vezel tabacal salvaje, hollando con mudos pasos el pastizal helado,salvando la tranquera abierta an.

La maana encendida de sol, muy alto ya, reverberaba de luz, y elcalor excesivo prometia para muy pronto cambio de tiempo. Despus detrasponer la loma, los caballos vieron de pronto a las vacas detenidasen el camino, y el recuerdo de la tarde anterior excit sus orejas ysu paso: queran ver cmo era el nuevo alambrado.

Pero su decepcin, al llegar, fu grande. En los postesnuevos,--obscuros y torcidos,--haba dos simples alambres de pa,gruesos, tal vez, pero nicamente dos.

No obstante su mezquina audacia, la vida constante en chacras habadado a los caballos cierta experiencia en cercados. Observaronatentamente aquello, especialmente los postes.

--Son de madera de ley--observ el malacara.

--S, cernes quemados.

Y tras otra larga mirada de examen, constat:

--El hilo pasa por el medio, no hay grampas.

--Estn muy cerca uno de otro.

Cerca, los postes, s, indudablemente: tres metros. Pero en cambio,aquellos dos modestos alambres en reemplazo de los cinco hilos delcercado anterior, desilusionaron a los caballos. Cmo era posible queel hombre creyera que aquel alambrado para terneros iba a contener alterrible toro?

--El hombre dijo que no iba a pasar--se atrevi, sin embargo, elmalacara, que en razn de ser el favorito de su amo, coma ms maz,por lo cual sentase ms creyente.

Pero las vacas lo haban odo.

--Son los caballos. Los dos tienen soga. Ellos no pasan. Barig pasya.

--Pas? Por aqu?--pregunt descorazonado el malacara.

--Por el fondo. Por aqu pasa tambin. Comi la avena.

Entretanto, la vaquilla locuaz haba pretendido pasar los cuernosentre los hilos; y una vibracin aguda, seguida de un seco golpe enlos cuernos dej en suspenso a los caballos.

--Los alambres estn muy estirados--dijo despus de largo examen elalazn.

--S. Ms estirados no se puede...

Y ambos, sin apartar los ojos de los hilos, pensaban confusamente encmo se podra pasar entre los dos hilos.

Las vacas, mientras tanto, se animaban unas a otras.

--El pas ayer. Pasa el alambre de pa. Nosotras despus.

--Ayer no pasaron. Las vacas dicen s, y no pasan,--oyeron al alazn.

--Aqu hay pa, y Barig pasa! All viene!

Costeando por adentro el monte del fondo, a doscientos metros an, eltoro avanzaba hacia el avenal. Las vacas se colocaron todas de frenteal cercado, siguiendo atentas con los ojos a la bestia invasora. Loscaballos, inmviles, alzaron las orejas.

--Come toda avena! Despus pasa!

--Los hilos estn muy estirados...--observ an el malacara, tratandosiempre de precisar lo que sucedera si...

--Comi la avena! El hombre viene! Viene el hombre!--lanz lavaquilla locuaz.

En efecto, el hombre acababa de salir del rancho y avanzaba hacia eltoro. Traa el palo en la mano, pero no pareca iracundo; estaba smuy serio y con el ceo contrado.

El animal esper a que el hombre llegara frente a l, y entonces diprincipio a los mugidos con bravatas de cornadas. El hombre avanzms, y el toro comenz a retroceder, berreando siempre y arrasando laavena con sus bestiales cabriolas. Hasta que, a diez metros ya delcamino, volvi grupas con un postrer mugido de desafo burln, y selanz sobre el alambrado.

--Viene Barig! El pasa todo! Pasa alambre de pa!--alcanzaron aclamar las vacas.

Con el impulso de su pesado trote, el enorme toro baj la cabeza yhundi los cuernos entre los dos hilos. Se oy un agudo gemido dealambre, un estridente chirrido que se propag de poste a poste hastael fondo, y el toro pas.

Pero de su lomo y de su vientre, profundamente abiertos, canalizadosdesde el pecho a la grupa, llovan ros de sangre. La bestia, presa deestupor, qued un instante atnita y temblando. Se alej luego alpaso, inundando el pasto de sangre, hasta que a los veinte metros seech, con un ronco suspiro.

A medioda el polaco fu a buscar a su toro, y llor en falsete anteel chacarero impasible. El animal se haba levantado, y poda caminar.Pero su dueo, comprendiendo que le costara mucho trabajo curarlo--siesto an era posible--lo carne esa tarde, y al da siguiente almalacara le toc en suerte llevar a su casa, en la maleta, dos kilosde carne del toro muerto.