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PASTORALIA REVISTA DE PASTORAL Nº 56 OURENSE-FEBRERO 2018 Cuaresma - 2018 Caminemos juntos hacia la Pascua “Tened un corazón compasivo” (1Pe 3,8) Una Iglesia samaritana y servidora de los pobres

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PASTORALIAREVISTA DE PASTORAL Nº 56 OURENSE-FEBRERO 2018

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018

Caminemos juntoshacia la Pascua

“Tened un corazón compasivo”(1Pe 3,8)

Una Iglesia samaritana y servidora de los pobres

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PastoraliaDiócesis de Ourense - Vicarías para la Pastoral y para la Nueva Evangelización

SUMARIO: ¡Una Iglesia samaritana y servidora de los pobres !

La Cuaresma es un camino que nos lleva a la Pascua. La Vigilia Pascual, “madre de todas las vigilias”, es la meta de este camino. Cuaresma quiere decir “cuarenta días”, expresión que indica un tiempo de preparación para algún hecho importante en la histo-ria de la salvación. Tras cuarenta días del diluvio, Dios promete la paz y el amor a toda la humanidad. Moisés está “cuarenta días” en el monte, y después viene la Alianza y la Ley. Elías camina “cuarenta días” por el desierto, cansado, desanimado. “Cuarenta días” es tentado Jesús en el desierto, y vence al tentador. La Cuaresma era un tiempo intenso de preparación para los catecúmenos que se bautizaban en la Vigilia Pascual y un período dedicado a la conversión de los pecadores pú-blicos en la Iglesia de los primeros tiem-pos. Camino de conversión a la luz de la Palabra de Dios: todo lo que sabemos de Dios, lo sabemos por su Palabra. La Palabra proclamada, escuchada, celebrada en y por la Iglesia, nos dice que hemos de pensar y actuar como Jesús. Esa es la verdadera conversión: volver al encuentro con Cristo, ha-cerse discípulos, llenarse de su Espíritu para ser misioneros de la Buena Noticia de Dios al hombre.

En este año, la Cuaresma nos invita a cambiar nuestro corazón duro por un corazón compasivo como el suyo. Pastoralia nos ofrece una serie de reflexiones para ayudarnos a profundizar en la vivencia de la Programación Pastoral durante esta etapa de nuestro camino sinodal y ayudarnos así a seguir renovando el rostro de nuestra Iglesia. Las aportaciones de este número las agrupamos en seis gran-des bloques:

Un bloque introductorio como pórtico de este camino cuaresmal.

Carta del Sr. Obispo: es como un mapa de ruta para andar las cuarenta etapas de este camino y llegar a la meta, la Pascua, con el corazón renovado. El ayuno cuaresmal nos sirve de estí-mulo para adquirir un corazón compasivo que nos hace samaritanos del hermano que carece de recursos para vivir en un hogar digno, como nos pide la Programación Pastoral.

D. Julio Grande Seara, desde su conocimiento de la Sagrada Escritura, nos invita a penetrar en los sentimientos del Buen Samaritano para aprender, a su luz, a ir dejando que nuestro corazón aprenda el arte de amar a Dios y amar al hermano, como dos caras de una misma moneda, inseparables.

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En un segundo bloque agrupamos una serie de colaboraciones referidas a la liturgia y a los sacramentos.

D. Ramiro González Cougil nos ayuda a reflexionar sobre la dimensión evangelizadora de la religiosidad popular; desde sus aportaciones podremos descubrir en ella una fuente de evan-gelización, humanización (encuentro) y solidaridad.

D. José Manuel Villar Suárez nos ayuda a utilizar la riqueza del Misal en su dimensión so-cio-caritativa.

D. Óscar Martínez Caamaño nos ofrece pistas para repensar y renovar el Sacramento de la Unción de enfermos. Su denominación de “extremaunción”, que la vinculó a la muerte, hace difícil recuperarla como un sacramento de sanación y alivio para la enfermedad.

En el tercer bloque reunimos una serie de colaboraciones referidas al laicado y a Vida Consagrada.

D. Luis Rodríguez Álvarez nos ofrece una sugerente reflexión sobre el laicado que ilumina su papel en la Iglesia. Nos alienta a caminar para pasar de la responsabilidad a la corresponsabili-dad. Es la hora de los laicos y en una Iglesia sinodal necesitamos abrir nuevos caminos a su participación.

D. Jorge Juan Pérez Gallego nos invita a repensar en la riqueza esta representa para la Igle-sia. Necesitamos aprovechar los diferentes carismas con que Dios adorna a nuestra Iglesia para el bien de la misión evangelizadora caminando juntos y colaborando corresponsablemente.

Sigue un cuarto bloque referido a la vida eclesial.

D. Carlos González Prieto y D. Gabriel Dasilva Alonso nos ayudan a reflexionar sobre cómo hacer de nuestras parroquias espacios acogedores y humanizadores, donde las personas se sientan valoradas y acogidas.

D. Francisco Pernas de Dios nos propone una reflexión sobre la normativa diocesana como fuente de comunión vivida y testimoniada, yendo a lo esencial: el amor y la conciencia de que no somos dueños sino servidores de la misión de la Iglesia y debemos servirla, tal y como ella quiere ser servida.

D. Raúl Alfonso González nos sitúa ante la dimensión pastoral de la economía. Los bienes de la Iglesia son para la misión y debemos administrarlos viviendo la comunión, respetando la legislación vigente, de un modo transparente.

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5 En el quinto bloque agrupamos una serie de colaboraciones referidas a la acción sama-ritana de nuestra Iglesia. La Cuaresma tiene que servirnos de itinerario para renovar el rostro samaritano de nuestras comunidades cristianas de modo que, todo el que se sufre al borde del camino de la historia encuentre en ellas un talante de cercanía y compromiso a favor de su salvación.

D. José Ángel Feijóo Mirón nos recuerda el compromiso expresado en la Programación Pastoral Diocesana para dar un sentido al fruto del ayuno cuaresmal destinándolo a ayudar a financiar un proyecto solidario de vivienda para personas sin recursos.

D. Manuel Pérez González nos abre una dimensión de la acción pastoral de nuestra Iglesia quizás, demasiado desconocida. Con su lectura tenemos una oportunidad de hacer justicia al trabajo callado de tantos cristianos que, en nombre de la Iglesia, hacen presente el amor de Dios entre los muros de las prisiones y allí donde este mundo (dentro y fuera) necesita del bálsamo de la esperanza.

Cierra el sexto bloque un rincón dedicado al Sínodo Diocesano y la vida sinodal de la Iglesia.

D. Francisco José Prieto sigue su recorrido por la historia sinodal de la Iglesia profundizando en el itinerario de la fe entre el latrocinio de Éfeso (449) y el concilio de Calcedonia (451). Conocer la historia es de gran ayuda para vivir y valorar la experiencia sinodal que vive nuestra Iglesia.

D. Néstor Álvarez Rodríguez nos trae la frescura de la experiencia que están viviendo los miembros de los grupos sinodales en este inicio de sus trabajos. Estas experiencias nos alien-tan a seguir caminando juntos buscando, a la luz del Espíritu, caminos de renovación pastoral. Conclu-ye con una exposición sobre las Asambleas Arciprestales del Sínodo y su organización, para vivirlas como una experiencia de sinodalidad y comunión.

A modo de conclusión ofrecemos, como signos de gratitud y reconocimiento, el elenco de po-nentes de las X Semanas de Teología celebradas en Ourense. Diez años son un tiempo suficiente para descubrir que estas jornadas son una rica realidad consolidada en nuestra Iglesia y una oportunidad para descubrir y profundizar nuevos caminos de acción pastoral.

En las páginas centrales, con el objetivo de que puedan utilizarse como recursos de apoyo en Cuaresma, se ofrece una celebración Penitencial y los guiones para la Campaña del Domingo 2018.

Agradecemos el servicio generoso de los que dedicaron una parte de su tiempo a la reflexión para ayudarnos a seguir caminando iluminando nuestra acción pastoral pues estamos convenci-dos de que detrás de toda buena acción hay siempre una buena teoría o, una buena teoría es base de una buena acción pastoral.

Buen camino cuaresmal hacia la Pascua.

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PÓRTICO

Hace unos días me encontré con uno de los mu-chos tuits del papa Francisco que me inspiró el títu-lo de esta reflexión. Decía así: La vida cristiana es un camino, pero no un camino triste, sino alegre. Este pensamiento y otros muchos como este, bre-ves, concisos, que no superan los 140 caracteres, los leen cerca de 33 millones de seguidores del Santo Padre1. La vida cristiana es un camino. No me cabe la menor duda que una de las metáforas que usamos los seres humanos para referirnos al ser y sentir de la vida cristiana es la del camino, y relacionada con ella, la del peregrino y la del caminante.

Los hijos e hijas de la Iglesia somos y nos sen-timos peregrinos, pero ese camino no lo hacemos solos, sino juntos; el auténtico ideal del cristiano es caminar juntos en la misma dirección. A lo largo de los últimos meses hemos escuchado esta misma idea de una o de otra forma; y no sólo la hemos escuchado ¡incluso cantado!, sino que también la hemos leído muchas veces: ¡Caminar juntos!¡Ca-minar unidos!¡Estamos en Sínodo! Pues bien, aho-ra que iniciamos la Cuaresma, tiempo especial que apunta a la Pascua del Señor, la Iglesia Diocesana nos invita a que caminemos juntos hacia la Pascua, pero este caminar nuestro tiene un objetivo: ser una Iglesia samaritana y servidora de los pobres. Este deseo brota del lema que nos hemos propuesto en la Programación Pastoral Diocesana para este curso y que nos invitaba: Tened un corazón compasivo (1 Pe 3,8). Solo si luchamos por tener un corazón compasivo seremos capaces, como nos recuerda el papa Francisco en el mensaje cuaresmal para este año, de que no se hagan realidad en nuestros ambientes aquellas palabras de Jesús: Al crecer la maldad se enfriará el amor en la mayoría (Mt. 24,12). Esta frase la pronuncia el Señor en el Monte de los Olivos, poco antes de comenzar su subida a Jerusalén para padecer y ser crucificado. ¡A causa de la maldad de la mayoría!

También hoy, Jesús nos puede recordar lo mismo a nosotros, que habitamos este mundo estructurado democráticamente; un mundo en donde tantas ve-ces la mayoría impone sus criterios y, en ocasiones, 1 J. VICENTE BOO, Francisco. Píldoras para el alma. Sus mejores tuits, Barcelona 2017.

esas formas de actuar no dejan entrever los senti-mientos de un auténtico comportamiento samarita-no (Lc 10, 29-37); curiosamente, no podemos olvi-dar que esta parábola nos la propone también Jesús en la subida a Jerusalén.

Desde esta perspectiva os invito a que nos haga-mos esta pregunta: ¿Cómo podemos caminar jun-tos hacia la Pascua, siendo una Iglesia samaritana y servidora de los pobres? La respuesta adecuada nos viene por medio de la Iglesia que, como Madre y Maestra, en este camino cuaresmal, nos ofrece – como nos recuerda el papa Francisco - los remedios para realizar ese proyecto cristiano: la oración, la limosna y el ayuno.

Si durante esta Cuaresma revalorizamos más la oración personal y comunitaria nos daremos cuen-ta que en nuestro corazón brotarán los sentimientos de un Buen Samaritano. En este sentido, el Papa nos dice que dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo de Dios. La ora-ción es ese dejarnos ver por Dios - descubrirnos tal como Él nos ve - y así, con un corazón lleno de sus mismos sentimientos, fascinados y transformados por la verdad del mismo Dios que nos ilumina de una forma nueva, podremos contemplar la realidad que nos rodea y, sobre todo a los demás que convi-ven con nosotros, con ojos nuevos, transfigurados: los ojos de un discípulo-misionero.

“Cuaresma: camino de la alegría”

La palabra de nuestro pastor1

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Otro de los remedios es la limosna que nos cura del egoísmo, nos libera de la avidez y de los ma-los deseos, tira por tierra los becerros de oro que tantas veces adoramos interiormente y, sobre todo, nos ayuda a descubrir que el otro es un hermano, y por eso nunca lo que tengo es solo mío. Pensemos en los rostros de los pobres que hoy nos rodean. El papa Francisco, en el mensaje para la Cuaresma de este año 2018, llega a afirmar que lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, “raíz de todos los males” (1 Tim 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar el consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. En este mismo sentido, los Obispos españoles desean que abramos nuestros ojos para contemplar tantas pobrezas como hoy nos afectan y no pueden dejar insensible un corazón samaritano: la sociedad envejecida, las familias en crisis, las mujeres y los niños maltratados, la pobre-za de los hombres y mujeres del mundo rural y del mar, la situación del paro que afecta a jóvenes y per-sonas de mediana edad, los inmigrantes, los montes y los campos arrasados por el fuego, etc. Pero tam-bién nos ayudan a descubrir otras graves necesida-des que nos aquejan, entre ellas nos señalan: el em-pobrecimiento espiritual2. Esta instrucción de nues-tros pastores: Iglesia servidora de los pobres, será el texto inspirador de las charlas de formación para todos los agentes de pastoral de nuestra Iglesia par-ticular, porque sólo a través del ejercicio solidario y caritativo mostraremos, de una forma elocuente, el auténtico rostro samaritano de la Iglesia.

Es bueno que en este tiempo cuaresmal, además de las pobrezas que sobresalen por su fuerte im-pacto social, algunas de las cuales ya las hemos mencionado, se nos recuerde que existen también

2 Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, (Ávila, 24 de abril de 2015) pp. 11-18.

aquellas, menos visibles, pero que están afectando gravemente el corazón de muchas personas y dejan su huella dolorosa en la sociedad. Pensemos en la indiferencia religiosa –a veces, incluso, el despre-cio a lo más santo-, el olvido de Dios, el rechazo de la fe y de las costumbres cristianas multiseculares de nuestros pueblos. Ante esta realidad es bueno recordar aquel pensamiento del beato Pablo VI: El hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organi-zarla contra el hombre3.

La verdadera glorificación y deificación del hom-bre sólo se realiza si éste busca la gloria de Dios, y para ello, en este tiempo se nos invita a recuperar uno de los sacramentos que surgen, precisamente, de la Pascua del Resucitado. Me refiero al Sacra-mento de la Penitencia, de la Reconciliación, de la Confesión, el Sacramento de la Misericordia, que por todos estos nombres se conoce. Debemos re-leer, con renovada fascinación, aquellas palabras pronunciadas por el Señor resucitado a sus Apósto-les, precisamente la tarde de Pascua: Recibid el Es-píritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 22-23). Prestemos aten-ción a este Sacramento porque su oscurecimiento y su devaluación en los últimos años, en la vida de un buen número de fieles cristianos han llevado a un oscurecimiento de Dios, de su relación con no-sotros y de la nuestra con él; cuando se quiebra esta relación surge el pecado.

Los últimos papas han sido claros a la hora de exponer esta doctrina; sin embargo, me atrevería a decir que el papa Francisco no sólo ha hablado con frecuencia del Sacramento de la Reconciliación, sino que él mismo nos ha dado ejemplo acercán-dose a un confesonario para vivir el misterio de la

3 PABLO VI, Carta encíclica Populorum progressio, nº 42.

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reconciliación ¡La imagen de un Papa, puesto de rodillas en un confesonario, ha sido más elocuen-te para la gente sencilla, que cualquier documento pontificio! De ahí que él mismo nos ha dicho: El Sacramento de la reconciliación necesita volver a encontrar su puesto central en la vida cristiana; por eso se requieren sacerdotes que pongan su vida al servicio del “ministerio de la reconcilia-ción” (2 Cor 5,18), para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre4.

Desde aquí os invito a que durante este camino hacia la Pascua, tanto los sacerdotes como el resto de los fieles, nos esforcemos por acercarnos a este Sacramento y podamos vivir con gozo la perenne realidad de que el amor misericordioso de Dios es más fuerte que el pecado. En este sentido, en el mensaje del Papa para esta Cuaresma, vuelve a recordarnos la iniciativa de las “24 horas para el Señor”, que este año nos invita nuevamente a ce-lebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística.

Por último, el Papa siguiendo la praxis que nos ofrece la tradición multisecular de la Iglesia, nos recomienda también el ayuno, una práctica ascética devaluada en el ámbito religioso pero que, paradó-jicamente, se vive con una amable exigencia dentro de todo ese ámbito tan complejo que se ha denomi-nado con esa palabra extranjera, que ya forma parte habitual de nuestro vocabulario: fitness. Desde la perspectiva creyente, el ayuno del que nos habla Francisco es aquel que debilita nuestra violencia, nos desarma y constituye una importante ocasión para crecer. Además, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispen-sable y conocen el aguijón del hambre y, por otra parte, el ayuno nos mantiene el espíritu despierto para estar más atentos al querer de Dios, a las ne-cesidades de los hermanos y nos ayuda a fortalecer nuestra voluntad.

Durante esta peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, contando con la ayuda de la oración, la li-mosna y el ayuno, sin olvidarnos de la lectura y contemplación de la Palabra de Dios, acudiendo con el corazón abierto al Sacramento de la Recon-ciliación y viviendo con mayor amor el encuentro eucarístico con el Señor Resucitado, realizaremos nuestro camino con un corazón compasivo y con las actitudes de un Buen Samaritano. No podemos pensar que la Cuaresma tenga sentido en sí misma 4 FRANCISCO, Carta apostólica Misericordia et misera, (Ciudad del Vaticano 2016), nº 11.

y que terminada ésta ya no hay un más allá hacia donde podamos dirigirnos. Así como el camino no es la realidad definitiva para el peregrino, sino el cauce a través del cual vamos acercándonos a una meta determinada que da sentido y tono vital al ca-mino mismo, así acontece con el tiempo cuaresmal, que encuentra su verdadero significado en cuanto que nos dirige a la Pascua.

Si así lo hacemos nos daremos cuenta que a me-dida que nos vamos acercando a la luz Pascual irá creciendo en nuestra existencia la alegría, ya que siempre, en el camino de la cruz brota y renace la verdadera alegría que hunde sus raíces en el miste-rio fecundo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, causa y fundamento de la alegría pascual y, por ende, de la auténtica alegría del cristiano.

J. Leonardo Lemos MontanetBispo de Ourense

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Los sentimientos del Buen SamaritanoJulio Grande Seara

En el relato evangélico de Lucas (10,25-37), Jesús vive un encuentro con un jurista judío, en su viaje hacia Jerusalén. Viaje en el que Jesús enseña a sus discípulos su modo de vida y misión, los elemen-tos esenciales que un discípulo está llamado a vivir. Esta enseñanza se convierte en exigencia para todo el que anhele hacerse discípulo del Señor Jesús.

Quien interroga a Jesús, bien puede ser un fari-seo, pues la mayoría de los maestros de la Ley lo eran. Conocían bien la Ley de Moisés. Para hacer gala de su saber, procede a sondear el conocimiento que Jesús tiene de la Ley. Es por eso que con hipo-cresía, simulando espiritualidad y deseos de cono-cer sobre el Reino de Dios, pregunta a Jesús sobre qué hacer para alcanzar la vida eterna. Como quien pregunta es un maestro de la Ley no es extraño que Jesús le conteste con otra pregunta: “¿Cómo está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”

En tiempos de Jesús eran habituales las disputas sobre los mandamientos. Saber cuál mandamiento era el más grande de la Ley, o cuál era el menor, era algo que ocupaba mucho tiempo. Es por eso que el relato de Lucas contiene los puntos que se podían debatir en un círculo de estudios judíos:

1. Cuál es el camino a la salvación.2. Cuál es el mandamiento más importante de la

Ley.Los rabinos habían dividido la Ley Moral, la de

los Diez Mandamientos, en dos Tablas. La prime-ra comprendía los cuatro primeros mandamientos referentes a la relación con Dios; la segunda ta-bla, comprendía los seis restantes, la relación con

el prójimo. El Amor a Dios era el centro de su re-ligión, es lógico que este fuera el primero de los mandamientos. El segundo la otra tabla: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” El amor es el funda-mento de la Ley.

Jesús le dice al doctor: Haz esto y vivirás.Pero este hombre tenía intención de tentar a Jesús,

de ponerlo en un aprieto. Como Jesús no entraba en polémica sobre la observancia de la Ley, el culto a Dios, en lo relativo al Primer Mandamiento, lo in-tenta por el Segundo. Buscando la forma de justifi-carse, le pregunta a Jesús: “¿quién es mi prójimo?”

Jesús responde con su estilo de maestro mediante una parábola... sobre un hombre que, en el camino de Jerusalén a Jericó, en el desierto de Judea, fue atacado por un grupo de bandidos.

Había dos caminos que conectaban el norte con el sur de Palestina. El camino de este lado del Jor-dán, que era el más corto, pero implicaba atravesar a Samaria; y el del otro lado del Jordán, que era más largo, y el que tomaban la mayoría de judíos, ya que evitaban cruzar por tierra de paganos. En este de-sierto el hombre fue golpeado, desnudado y aban-donado malherido por sus atacantes. Recordar que la manera de vestirse, identifica, de alguna manera, la procedencia, el origen, el grupo. Desnudar es ha-cer a nuestro hombre anónimo. No puede ser iden-tificado. Queda totalmente necesitado. Y no solo es desnudado sino dice el relato, es abandonado ‘medio muerto’. A merced de cualquier cosa que pueda pa-sar. El moribundo nada puede hacer por sí mismo. Se encuentra a merced de los que pasen por el lugar.

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Como en Jericó vivía una gran can-tidad de levitas y de sacerdotes, no pasó mucho tiempo, sin que un sacer-dote, seguramente un saduceo, pasara por el lugar. Jesús deja entrever una cierta dureza de corazón en el sacer-dote al verlo, desviarse y pasar de lar-go. Y quiere prevenir a sus discípulos de esta forma de vivir la religión. Este sacerdote, más que maldad segura-mente es víctima de sus propios con-dicionamientos religiosos. Y Jesús nos va a mostrar que no es ése el compor-tamiento de quien quiere ser llamado discípulo suyo.

Al rato pasó un levita que repite el actuar del sacerdote: se acerca, mira, se va. Pero al final, lo mismo. Pasa de largo. Ni siquiera le da compañía a este necesitado. Este diría que también oyó los quejidos, husmeó y vio lo que es-taba sucediendo. Temió por el peligro que le acechaba, y se echó a correr.

A estos dos ministros del culto, la Ley les imponía la obligación de socorrer a ese infeliz, que estaba he-rido y abandonado. No porque fueran ministros, sino porque eran israelitas. La Ley mandaba a no negar la ayuda, ya que era un acto de justicia y de humanidad lo que se hacía. Pero esos dos, sobre los que pesaba la obligación de socorrer al prójimo, no lo hicieron.

Pero pasó por ese mismo camino un samaritano, que no es del pueblo judío, que es un impuro para ellos, un odiado y maldecido samaritano, el cual, tan pronto como vio en qué peligro se encontraba este judío, no se va, no sigue de largo. Observa, escucha, se detiene y da lo que puede sin esperar nada a cambio.

Jesús rompe toda expectativa, presentando como digno de ser imitado a un samaritano.

La parábola es realmente subversiva para los oyentes judíos, cambia la manera de mirar y de ac-tuar. Por eso el texto golpea tan fuerte. Sentimien-tos de justicia, de solidaridad y de esperanza son los sentimientos del Buen Samaritano. Acercarse. No dar rodeos ni pasar de largo. Acercarse hoy, ahora: ésa es la clave; eso es lo que nos enseña Jesús.

El Buen Samaritano no quiere cargarlo a los de-más. Junto con las curaciones, las vendas, la preo-cupación por él y los cuidados, además paga al po-sadero que lo cuide cuando él no pueda. Lo robado le es, de alguna manera, devuelto por el anónimo samaritano… “Lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta”. No deja nada suelto, se encarga perso-

nalmente de la posible deuda. Le man-da ‘cuídalo’, es decir, préstale atención, ayuda, respeto y confianza. Amar no es solo experimentar un sentimiento bello o conmoverse interiormente. Amar es poner la vida al servicio de los demás.

La finalidad que tiene Jesús al contar la parábola es para indicarnos con clari-dad que todo el que está en dificultades, todo el que está caído a nuestro lado es nuestro prójimo y tenemos obligación de ayudarlo, y para eso nos ayudará el po-nernos en lugar de cada uno de los per-sonajes que intervienen en la parábola.

Puedo identificarme con el hombre que es asaltado y golpeado por los la-drones: ¿qué golpes he recibido que me han dejado malherido?, con los ladro-nes que atacan al viajero y lo dejan me-dio muerto: ¿no habrá alguna persona a la que yo he dejado en una situación

deplorable? Puedo identificarme con los que pasan de largo cuando ven al que está caído: tengo prisa y no puedo detenerme, o ya habrá alguien que le ayu-de, yo en esta situación no puedo hacer nada, mejor no me complico la vida. O con el posadero, que co-labora con la iniciativa del que de verdad ayudó a su prójimo y recibe al caído y lo cuida porque le van a pagar, por algún beneficio personal. Y finalmente debo identificarme con el samaritano que se detie-ne, ayuda y se responsabiliza del caído. Es lo que Jesús nos pide: que actuemos como el samaritano; y por eso nos dice al final de la parábola: Anda y haz tú lo mismo; no pases de largo, sino detente, y ayuda todo lo que puedas.

Él es el Buen Samaritano, y tiene autoridad para indicarnos nuestra propia conducta. Jesús, es el que se ha detenido en nuestras vidas, nos ha curado las heridas, nos ha cargado en su cabalgadura, nos ha llevado a la posada, ha pagado todo lo necesario para nuestra curación y él asume la deuda y la pagará.

Cuando el jurista buscó a Jesús para preguntarle, lo hizo expresando el deseo de saber “¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. La vida eterna no se hereda ni se conquista por méritos propios. La vida eterna no se compra, se recibe como regalo. La vida eterna no es el premio a la bondad humana. La vida eterna es la vida de Dios que él nos comunica. Es un don que nos viene del Padre misericordioso.

Ahora, al final del relato y al comienzo de la Cuaresma está la invitación concreta a preguntar-nos: qué hacer. La respuesta nos la da el texto del Evangelio: “anda y haz tú lo mismo”.

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Ramiro González Cougil

Hablar hoy de la piedad popular es tocar un tema obligado, aunque en realidad no se “crea” en mu-chas de las cosas que afirman sobre ella. Desde que los últimos Papas le han dado importancia en distintos documentos, parece que es necesario ha-blar de ella, aunque no se la tome del todo en serio. Pero la verdad es que, desde Aparecida (Brasil) y la Evangelii gaudium de Francisco, las cosas deberían cambiar. San Juan Pablo II y Benedicto XVI habían dicho cosas preciosas del tema. Ya Pablo VI en la Evangeli Nuntiandi apostó fuerte por la piedad po-pular.

La piedad popular es la religión del pueblo sen-cillo, es expresión de la fe inculturada en el pueblo, es la mística del pueblo sencillo y no muy instruido, es una forma de ser misioneros. Es un cauce pre-cioso de evangelización, porque quienes la prac-tican son bautizados-confirmados-eucaristizados que gozan de una comunión sincera y profunda con la Iglesia de Jesucristo. Además, en virtud del Bau-tismo son sacerdotes, profetas y reyes y así actúan. Por eso, celebrando y viviendo la piedad popular se evangeliza.

En la piedad popular no falta la intelección de lo esencial cristiano (Jesucristo, la Trinidad, la Iglesia, los sacramentos, el perdón de los pecados y la vida eterna) aunque falten las destrezas para expresarlo verbalmente. En la piedad popular cuenta mucho el corazón, el sentimiento (no sentimentalismo), el amor concreto, el servicio, la entrega, el heroísmo lleno de fe. Quienes viven la piedad popular visitan los santuarios (con la riqueza de fe, oración, místi-ca y encuentro con Dios y los hermanos), oran con profundidad delante de la imagen del Cristo crucifi-cado, de María y los santos. Su oración es concreta

(piden favores, encomiendan a los hijos, cuentan al Señor sus penas), llena de fe (con lágrimas, an-gustia, suspiros y alegría por la felicidad). En los santuarios muestran un amor tierno a las imágenes (iconos de los que viven junto a Dios), se reconci-lian en el sacramento de la Penitencia, ofrecen Mi-sas para unirse más al misterio pascual de Cristo y se inician en el propósito de una vida renovada en lo espiritual. Es preciso destacar que, en todas estas expresiones actúa el Espíritu Santo, la fuente del amor cristiano y quien dona a la Iglesia los caris-mas e iniciativas espirituales.

La piedad popular se convierte en un espacio precioso de evangelización. Pues ella anuncia el misterio pascual de Jesucristo en la celebración de la Eucaristía y en el envío que dimana de ella; en la celebración del Bautismo hace real la sepultura del hombre con Cristo para resucitar con él a la vida nueva; en la Confirmación ofrece el Don del Espíri-tu para profundizar en el Bautismo y madurar en la fe y misión de la Iglesia; en la Penitencia se recon-cilia con Dios, por Cristo en el Espíritu, para vivir en la novedad de vida; en la Unción de enfermos, el cristiano marcado por el sufrimiento, recibe la visita confortadora de Cristo para superar esa prue-ba, si es voluntad de Dios. En la celebración de to-dos los sacramentos, la piedad popular evangeliza y transmite las grandes verdades de fe. Lo mismo se diga, a su nivel, de los actos piadoso-devociona-les: Viacrucis, Rosario, Ángelus, novenas, visitas al Santísimo, miradas a una imagen, velas que se encienden ante el Santísimo o una imagen. Quien vive con sencillez la piedad popular se va evangeli-zando y también evangelizará.

La piedad popular lleva a las personas que la viven a un esfuerzo de humanización. Fija mucho sus ojos en las imágenes y en la figura evangéli-ca de Jesucristo (por la lectura, catequesis y pre-

VIDA LITÚRGICA Y SACRAMENTALLa piedad popular: espacio de evangelización, humanización (encuentro) y solidaridad

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dicación recibida). Siempre se ha fijado más en la imagen del crucificado que del resucitado. Pero, en todo caso, Cristo es el modelo de humanismo. En su nacimiento, en la vida pública, en la pasión, cruz y resurrección nos ha mostrado su condición de hombre perfecto, lleno de amor, preocupado por los hombres, dispuesto a morir por ellos, resucita-do para vencer definitivamente la muerte suya y nuestra. Pero además, él vino para hacer de todos un solo rebaño, a unirnos bajo su cayado, a sentir-nos todos hijos del Padre y hermanos en él. Todo encuentro con personas y muchedumbres fue para reunir, para acoger a todos, para que el amor pren-diera en todos y nos hiciera a todos ovejas de un solo redil. Lo mismo es lo que busca hoy Jesucristo resucitado y su Iglesia, conducida por el Espíritu Santo. Esto mismo es lo que brota de la vida de la Virgen María (“Haced lo que él os diga”) y de los santos: llegar un día, después de la peregrinación de este mundo viviendo como hermanos e hijos de Dios, a la Patria con múltiples moradas, preparadas para todos los hijos por el hermano, Cristo.

La piedad popular es también un espacio de so-lidaridad. Quienes la viven reciben de buen grado el ejemplo de Cristo, de la Virgen María y de los santos. Cristo y la Virgen fueron pobres no sólo materialmente, sino también sociológicamente. No pertenecían a la gente importante, no tuvieron una formación como los intelectuales de entonces, vi-vían de un trabajo humilde, en un pueblo apenas conocido. De entre los santos, muchos han vivido pobremente, vidas escondidas, sin destacar huma-namente. Muchos, incluso se desprendieron de las riquezas y se abrazaron a una pobreza extrema (S. Francisco de Asís, Santa Clara, Sta. Isabel de Hun-gría, S. Antonio Abad, etc.). Pero Jesús, María y los santos fueron solidarios con los hombres de su tiempo. Se olvidaron de sí mismos y lo daban todo

para remediar la pobreza de sus hermanos. Por eso, la verdadera piedad popular es solidaria.

Los fieles que aman a Cristo y María pobres y a los santos, viven la solidaridad. En ellos resuenan las palabras de Cristo: “Porque tuve hambre y me-diste de comer...” La experiencia de los misioneros en África y América, es que la gente pobre y humil-de a la que evangelizan, es muy solidaria, comparte con los hermanos lo poquísimo que tiene. No les importa no poder comer al día siguiente.

También, tenemos experiencias de personas que dan para la Iglesia y los problemas del mundo, si-guiendo el ejemplo de la viuda del Evangelio. Se observa también en las campañas de Iglesia que, son sobre todo los fieles pobres, los que más apor-tan para: las misiones, el hambre, Manos Unidas, Caritas y otras campañas. La verdad es que, si uno procura vivir en coherencia el mensaje de Jesucris-to, de la Virgen y de los santos, enseguida descu-bre que no se puede decir que se quiere a los her-manos, que uno es discípulo de Jesucristo, devoto de los santos y desentenderse o “descartar” a los hermanos pobres. Pero la solidaridad lleva consi-go también: acoger a todos, abrirse al desconocido y forastero, compartir la conversación, abrirse al diálogo, escuchar al hermano, preocuparse por el anciano, el parado, el que pide limosna, el que no tiene techo, el que no es creyente y vive alejado de la Iglesia.

Pero la piedad popular no es perfecta ni lo son sus gentes. Necesita en ocasiones ser evangelizada, formación en la fe, discernimiento de lo auténtica-mente cristiano y lo errado, lo rayano con la supers-tición y la magia, liberarse a veces del fatalismo y la mezcla de religiosidad auténtica con espiritismo, etc. Así será más auténtica.

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En este tiempo cuaresmal utilizar la riqueza del Misal en su dimensión socio-caritativa

José Manuel Villar Suárez

Se me ha dado este título para preparar una pe-queña colaboración para nuestra revista “Pasto-ralia”: La dimensión socio-caritativa del Misal. Una posibilidad sería rastrear sus páginas para ver si aparece esta tarea eclesial reflejada -de alguna manera- en sus textos. Otra posibilidad es ver si, llevados de esta preocupación, encontramos algún formulario de misa en la que podamos expresar de forma orante esta acción tan importante en nuestra Iglesia. Pero haciéndolo así, sin más, corremos el riesgo de estar reduciendo el misal a un libro. Y diréis, pero ¿es que no es un libro?

Por supuesto que es un libro, pero es un libro de oración y es un libro sacramental. Es un libro de muchísimas páginas, lo que da idea de la enorme riqueza de textos, pero eso sí, para rezar. La fun-ción del Misal, no lo olvidemos es la “Misa reza-da”. ¡Ojo! No lo que entendemos ordinariamente por misa rezada, una misa que no es cantada, y por ello más breve. Es tiempo de utilizar la expresión: “Misa rezada” para recuperar una obviedad: la de rezar la Misa porque la Misa es oración. Sí, sí, des-de el principio hasta el final. La misa es oración personal, sí, sí. Es oración comunitaria. ¿Cuantas veces habremos oído decir al sacerdote: oremos o demos gracias al Señor nuestro Dios?. Sí, sí, ora-ción comunitaria. Más aún, es oración del mismo Jesús. Por eso, por ser oración suya, podemos ofre-cer –lo hemos oído, también, tantas veces-, un sa-crificio sin mancha desde donde sale el sol hasta su ocaso. ¿Qué sacrificio es este? Pues no es otro cosa que la oración, la existencia, la entrega de Jesús al Padre, pasando por la muerte. Este es el sacrificio que aparece expresado en las oraciones del misal; y se expresa en la oración de todos y en la propia oración personal. Por tanto, el Misal es, sí o sí, un libro de oración, oración personal y comunitaria, que se funden en la voz de Jesús.

Dejamos ahí, “colgado”, otro calificativo del Misal, el ser un libro sacramental. Es decir un libro para celebrar un sacramento. Nada más y nada menos que el más importante, el sacramento de la Eucaristía. En el libro hay oraciones y, a la vez, también hay previstos ritos y ceremonias. Ya hemos visto lo que sucede cuando se reza con él. Pero… ¿qué sucede con sus ritos? Los ritos no son meras acciones, un ir de acá para allá, hacer esto o hacer aquello, sino que son acciones que tienen como punto de partida el encargo ritual de Jesús: Haced esto. Hacer conforme a lo que está allí indi-cado, dando forma a lo que hace Jesús. Jesús está

actuando en toda la acción litúrgica de la Misa. A los sacerdotes, alguna vez les escuchamos decir que actúan in persona Christi. Pues así es. Y po-dríamos decirlo a la inversa. Cristo, nuestro Señor actúa a través de sus sacerdotes. ¿Y para qué? Pues para hacernos partícipes de su Misterio Pascual, es decir de su destino, de su vida divina. Que su vida sea nuestra vida y nuestra vida sea para Él. Solo desde la fe y desde el amor podemos entender es-tas cosas. Jesús nos dice en el Evangelio según san Juan: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todo el que crea en él tenga la vida eterna (Jn 3, 16). Pues la vida de Jesús, su amor y el amor del Padre se hacen presentes en las palabras y en las acciones rituales en la Eucaristía. Jesús así lo determinó, y si alguien tiene alguna duda, atienda y entienda sus mismas palabras: Tomad y comed to-dos de él, por este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros.

Primera llamada de atención para esta Cuaresma: tratar el Misal como lo que es. No se entiende una celebración digna, como “Dios manda”… sin haber orado bien las oraciones que vamos a pronunciar pues es el primer sig-no de la Caridad de Aquel que se entrega por Amor. Necesitamos “ayunar” de nosotros mis-mos para celebrar bien la Eucaristía.

Por todo lo anterior, tendremos que afirmar: el Misal es cosa seria. Es un libro extraordinario, maravilloso, algo más que un tocho sobre el altar, algo más que un libro donde buscar unos textos que hablen de la actividad socio-caritativa. Veremos que también está presente, como no podía ser de otra manera; porque la Eucaristía es sacramento de Caridad. Nuestro querido Papa emérito, Bene-dicto XVI, ofreció a la Iglesia una preciosa exhor-tación postsinodal sobre la Eucaristía a la que dio el título, precisamente de Sacramentum Caritatis. En el n. 1 leemos: Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor «más grande», aquel que im-pulsa a «dar la vida por los propios amigos» (cf. Jn 15,13)... en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió em-bargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué

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admiración ha de suscitar también en nuestro co-razón el Misterio eucarístico!

Así pues, si alguien quiere saber, saborear y par-ticipar de la caridad debe creer y acercarse a este sacramento del amor de Dios hasta el extremo, que aparece testimoniado en estas palabras transforma-doras de Jesús y se vuelven palabras centrales de su amor incondicional, palabras de amor para beber: Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, Sangre de la Alianza nueva y eter-na que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. De este amor sin límites vive la Iglesia. En este amor divino, que se nos ofrece de forma ritual, sacramental, deben inte-grarse todas las actividades socio-caritativas de la Iglesia. Celebrar la Eucaristía trayendo a ellas todas las pobrezas y miserias propias, próximas y lejanas. El mismo Misal en la sección Misas por diversas necesidades nos ofrece plegarias para celebrar la Misa trayendo al Señor estas situaciones, que de antemano conoce, pero que al llevárselas, somos nosotros los que nos acercamos a él con ellas para volver a ellas con él. No olvidemos que la misión no es una misión en su ausencia, como suplentes suyos, sino que al llegar nosotros a ellas, él llega con nosotros. Así lo afirman sus mismas palabras: ...los envió, de dos en dos, allí donde pensaba ir él (Lc 10,1).

Segunda llamada de atención para esta Cuaresma: la limosna debe estar integrada como fruto del Amor caritativo de Cristo que se entrega y repercutir en el verdaderamente necesitado: “quien no ayuna para el pobre, en-gaña a Dios” (San Juan Crisóstomo).

Que hermosos los textos de las misas, por ejem-plo, para pedir la santificación del trabajo humano ante anta precariedad, explotación, y tantos parados (MR p. 1036). Por el progreso de los pueblos (MR p. 1040). Por los prófugos y exiliados, o el terrible drama de la inmigración (MR 1046). En tiempo de hambre o por los que padecen hambre, millones, sí, de niños, ancianos y adultos muriendo de inanición (MR p. 1047). Para pedir la caridad (MR 1052). Por los cautivos (MR p.1056). Por los encarcela-dos (MR p. 1055). Por los enfermos (MR 1056). Y es que toda Eucaristía es una celebración de la caridad. Recordemos aquí, sólo como ejemplo, una de las moniciones introductorias del Padrenuestro: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado, digamos con fe y esperanza.

Ahora nos toca ir al libro, dejar que hable en los labios del sacerdote y de los fieles, para que, en esas palabras, resuene la voz de Cristo.

Tercera llamada de atención para esta Cuaresma: Hagamos oración con el Misal. Busquemos los textos en los que podamos sentir como nuestras las pobrezas y miserias, los sufrimientos y calamidades de los que sufren, porque nosotros somos de la misma carne, porque podemos vernos en esa situ-ación y sobre todo porque en esa carne está Jesús. Recordemos las palabras del Papa Fran-cisco: Los pobres y los abandonados, los en-fermos, los marginados son la carne de Cris-to. ¡No tener miedo ni repugnancia a tocar la carne de Cristo! Esto conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto mal. Sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de delica-deza y de afecto sincero y de amor (Homilía, 12-3-2013).

Terminamos haciendo nuestra esta oración co-lecta, de la Misa para pedir la caridad, con el pro-pósito de vivir nuestro compromiso socio-carita-tivo desde nuestra comunión con el Amor de los amores: Te rogamos, Señor, que inflames nuestros corazones con el Espíritu de tu amor, para que bus-quemos siempre lo digno y agradable a tu majestad y podamos amarte sinceramente en los hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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Unción de enfermos, un sacramento necesitado de renovación

Óscar Martínez Caamaño

De todos los sacramentos de la Iglesia, el de la Unción de enfermos, es quizás el que goza de peor prensa. En nuestras gentes sencillas sigue reso-nando como algo triste, oscuro, con cierto sabor a muerte. En el fondo supone un reconocimiento de que esa realidad que tanto detestamos está llaman-do a la puerta. Para nuestros mayores, la Unción, trae el recuerdo de aquellas procesiones por el pue-blo acompañando al sacerdote con el Viático, que era preludio de tañido de campanas y funeral. Para la gente de mediana edad tiene sabor a despedida, a aceptar que lo trágico se aproxima. Cuántas veces en el ejercicio del ministerio los sacerdotes ofre-cen el sacramento y los hijos responden: “todavía no está para morir”; cuántas veces la llamada se recibe cuando el enfermo o anciano está en ago-nía, sin conciencia y a veces incluso ya fallecido. El sacramento de la Unción está todavía muy unido a la muerte, sigue siendo literalmente “Extremaun-ción”. Es por ello que a continuación presentamos algunas “necesidades” que apreciamos para una re-novación de este sacramento, que a veces se nos muestra tan oscurecido, para que lo vivamos como una realidad gozosa de encuentro con el Señor de la Vida que se hace presente también en el misterio del dolor.

1. Necesidad de un cambio en la nomenclaturaEl Concilio Vaticano II en la Constitución Sa-

crosantum Concilium sugería una pequeña revisión en la nomenclatura de este sacramento unido a una amplitud en su comprensión y celebración: La “Ex-tremaunción”, que puede llamarse también y más propiamente “Unción de los enfermos”, no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los úl-timos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo empieza cuando el cristia-no comienza a estar en peligro de muerte por enfer-

medad o vejez (n.73). Constatamos cómo no es un simple cambio de nombre; detrás de este deseo, se dibuja un cambio en la concepción del Sacramento: quiere ligarse más a la “vida” y quiere manifestarse en la pastoral ordinaria de la Iglesia como la cerca-nía del Señor al hombre que sufre el misterio de la enfermedad y la ancianidad, sin limitarse exclusi-vamente al momento de la muerte. La “Unción de enfermos” es la presencia de Cristo y de la Iglesia que sale al encuentro del hombre que experimenta la limitación de la ancianidad o la enfermedad para ayudarlos con la gracia sacramental e iluminarlos con la luz de la fe1, superando así esa visión tan li-gada a la muerte que constatábamos en la introduc-ción de este artículo. En este sentido cabe destacar también el cambio en la fórmula de la unción, que quiere destacar esta dimensión de vida y ayuda de la gracia ante el misterio de la enfermedad2.

2. Necesidad de una catequesis adecuada so-bre este sacramento

La celebración y recepción de los sacramentos en la pastoral ordinaria de la Iglesia va siempre acompañada de una doble preparación por parte de los candidatos. Así nos encontramos con una preparación remota que normalmente damos por hecho en la catequesis y de una preparación inme-diata de cara a la celebración. Examinando un poco nuestra realidad, fácilmente constatamos que en el caso del sacramento de la Unción la preparación re-mota queda en la catequesis de infancia, (y seamos sinceros, muy por encima) y la inmediata queda ligada a la que el ministro pueda llevar a cabo, si es posible, durante la celebración del sacramento. Constatamos que sería necesario una catequesis y una preparación mucho más amplia, quizás en las 1 Ritual de la Unción y de la Pastoral de enfermos (RU) 1.2 Papa Pablo VI, Constitución apostólica sobre el sacramento de la Unción de los enfermos (1972).

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homilías, en las jornadas de formación para los lai-cos, en el temario de los diversos grupos de forma-ción y de catequesis de adultos, etc. Sería necesario apostar por una reflexión profunda y serena sobre la riqueza de este sacramento en los diversos espacios de formación existentes en nuestras comunidades.

3. Necesidad de formar agentes de pastoral que ayuden en esta tarea.

El Ritual de la Unción y Pastoral de los Enfer-mos al señalar los múltiples responsables de la pastoral con los enfermos menciona al Obispo, los presbíteros, las comunidades religiosas y a los laicos (RU 57), destacando así como toda la co-munidad parroquial es responsable de la atención de estos hermanos. Sería muy enriquecedor para las parroquias o UaPs que algunas personas con cualidades y bien preparadas ayudasen en esta ta-rea. Hemos de reconocer que algunos pasos se han dado y se están dando, pero es una realidad que debe germinar más. Cuánto ayudaría al ejercicio del ministerio de los sacerdotes en este campo, el contar con personas que visiten a los enfermos, que les ayuden a vivir con espíritu de fe esa etapa de la vida. Muchas veces el cierto temor que existe en personas a la visita del sacerdote, pensando que viene llamando a la puerta como el sepulturero, podría verse superado con estas visitas que harían más familiar y cercana esa visita. Aunque no sea el factor principal de esta necesidad, hemos de ser conscientes que ante la crisis vocacional que está viviendo nuestra Iglesia, estos grupos de visitado-res de enfermos serían de gran ayuda ante la carga de trabajo que tienen hoy nuestros sacerdotes. La presencia de estos agentes de la pastoral de enfer-mos laicos, ayudaría también a superar una pas-toral exclusivamente “sacramentalista”, reducida al empeño de hacer aceptar y “administrar” a los enfermos los sacramentos (RU 59).

4. Necesidad de hacer más presente la pasto-ral de los enfermos en nuestras parroquias

Es cierto que se han dado muchos pasos y que a ello ha colaborado la Jornada mundial del Enfer-mo que celebra la Iglesia Universal y la Pascua del

Enfermo que celebramos en España; pero todavía queda camino. Sería enriquecedor que en nuestras comunidades hiciésemos más presentes a los en-fermos en los distintos momentos de oración, que utilizásemos una vez al mes el formulario de la Misa que pide especialmente por los enfermos..., manifestaríamos así la preocupación y el afecto de la Iglesia por ellos. La celebración comunitaria de este sacramento, preparada con esmero y anticipa-ción suficiente, incluso precedida de una catequesis de preparación, y acompañada de un ágape o fiesta posterior, al menos una vez al año en nuestras Pa-rroquias o UaPs, nos ayudaría a “normalizar” este sacramento y a superar esa visión negativa y ligada a la muerte que constatamos.

5. Necesidad de coordinación con la pastoral sanitaria en los Hospitales

Gracias a los acuerdos vigentes entre la Iglesia Católica y el Estado Español, en la mayoría de los Centros Hospitalarios, desde la atención integral que se brinda a los enfermos, se incluye el servicio religioso que tanto bien hace a los enfermos y a las familias. Es algo que debemos agradecer y cuidar con esmero. Serían muchas las facetas o dimensio-nes que implica esta pastoral, pero nos detendre-mos en una que sería de gran ayuda en la atención espiritual del enfermo: qué bueno sería que exis-tiese una relación de colaboración intensa entre los agentes de la pastoral de enfermos en las parroquias o UaPs y los que trabajan en el centro hospitalario. Orientar a las familias para que durante la estancia del enfermo en el hospital demanden la visita y la ayuda del capellán u otros agentes. Sería una gran colaboración en la atención integral del enfermo. Asimismo la comunicación entre el servicio reli-gioso y las parroquias o UaPs manifestaría esa cer-canía y acompañamiento de la Madre Iglesia a los enfermos.

Todas estas necesidades y posibles pistas de ac-ción que hemos ofrecido, juntamente con otras que pueden ocurrírsenos, nos dan luz para llevar a cabo esta renovación del sacramento de la Unción que sigue todavía pendiente en nuestras comunidades.

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El laico: desde la responsabilidad a la corresponsabilidad

Luis Rodríguez Álvarez

Aconseja el Papa Francisco: Mirar continua-mente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos no-minalismos declaracionistas (slogan) que son fra-ses bonitas, pero que no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa frase: “es la hora de los laicos”, pero parece que el reloj se haya parado. Mirar al Pueblo de Dios es recordar que todos hacemos nuestro ingreso en la Iglesia como laicos1. Precisa-mente desde esta perspectiva basilar, redescubierta y retomada por el Concilio – la del Pueblo de Dios, el Papa mira a los fieles cristianos en Evangelii Gaudium.

La condición de discípulos no es prerrogativa de unos cuantos, sino de todos los bautizados, entre los que se encuentran la inmensa mayoría, que son lai-cos; y la llamada a la misión no es sólo responsabi-lidad de la jerarquía ni de una élite de consagrados o de laicos comprometidos, sino también de todos (EG 120). Debe ser una responsabilidad compar-tida, una responsabilidad corresponsable.

Por eso, en el momento de reflexionar, pensar, valorar, discernir, impulsar y cumplir la misión, se ha de tomar profundamente en serio la unción bau-tismal que los laicos poseen en cuanto christifide-les. Este título los habilita para esa tarea. El sentido de la fe, procurado por el bautismo, los dota de un “olfato” propio para descubrir y realizar los nuevos caminos que el Señor abre a la misión de la Iglesia en el mundo. Así, sólo recuperando esta perspecti-va, el reloj que marca “la hora de los laicos” – esto es, la hora de la mayoría de los bautizados – podrá nuevamente echarse a andar.

1. Abriendo caminos

Caminar hacia una Iglesia servicial y corres-ponsable, tal como la diseña el Vaticano II en su Constitución dogmática Lumen Gentium, es haber tomado una decisión adulta, hecha por personas maduras que no esperan que se les den las cosas he-chas, sino que usan la creatividad y buscan siempre nuevas respuestas a las nuevas preguntas que se les plantean. Las claves que sitúan correctamente a los laicos, tanto en el interior de la comunidad eclesial 1 FRANCISCO, Carta al Card. M. Ouellet, Presidente de la Pontificia Comi-sión para América Latina (19-3-2016).

como en medio del mundo, son comunión y mi-sión. La comunión nos descubrirá la importancia de los laicos para la construcción y el crecimiento de la comunidad eclesial. La misión nos permitirá captar el papel insustituible de los laicos para hacer posible el Reino de Dios en el mundo.

La comunión la crea el Espíritu de Cristo y este Espíritu no es privilegio de un grupo o estamento. En un mismo Espíritu hemos sido todos bautizados, y todos hemos bebido de un solo Espíritu (1 Cor 12,13). Él da fuerza y dinamismo a la Iglesia, la unifica y la vivifica permanentemente. Él crea la comunión (koinonía). El Espíritu no deshace nun-ca la comunión, no disgrega al Pueblo de Dios. El Espíritu no separa a nadie de los demás ni lo sitúa por encima de otros. La comunión exige sentido de complementariedad, diálogo, colaboración, correc-ción mutua. Nos necesitamos todos. No puede de-cir el ojo a la mano: no te necesito; ni la cabeza a los pies: no te necesito (1 Cor 12,21).

La comunión exige una Iglesia corresponsable. En la Iglesia nadie es superfluo o inútil. Nadie ha de ser considerado como innecesario. Nadie sobra. Todos han de ser activos. Pero esto no significa que todos en la Iglesia tengamos idéntica misión o que todos podamos o debamos hacer lo mismo. Hay diversidad de carismas, diversidad de vocaciones y funciones. Pero cada uno recibe su carisma para el bien de la comunidad, cumple su misión propia dentro de la comunidad y lo hace en colaboración y complementariedad con otros miembros de la comunidad, portadores de otros carismas y funcio-nes. La corresponsabilidad es, sin duda, una de las exigencias y expresiones más significativas de la comunión2.

Por tanto, en la Iglesia todos somos correspon-sables, aunque no todos seamos responsables de la misma manera, con el mismo carisma y en los mismos campos de acción. Se trata de una corres-ponsabilidad orgánica y diferenciada, propia de un organismo vivo (1 Cor 12, 4-30).

La corresponsabilidad exige ir avanzando hacia 2 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo (1991) n. 24.

LAICADO Y VIDA CONSAGRADA 3

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una distribución adecuada de las tareas y respon-sabilidades en un clima de comunicación y comple-mentariedad; ni inhibiciones ni extralimitaciones, es decir, asumiendo cada uno su propia responsa-bilidad, sin caer en la pasividad, sin desentenderse o siendo meros espectadores. Pero, al mismo tiem-po, exige no extralimitarse, respetando el carisma y la función de los demás, confiando en los otros hermanos, colaborando, no invadiendo campos o acaparando, ejerciendo el sentido de la comple-mentariedad.

2. Aterrizando

Nuestras comunidades cristianas siguen sufrien-do el déficit de una pedagogía de participación. Es necesario desarrollar mucho más una pedago-gía de responsabilidad compartida3: confiar en las personas, promover experiencias protagonizadas por laicos, por modestas y limitadas que puedan parecer. Descubrir campos nuevos de participa-ción, desarrollar las posibilidades de las personas, acompañar su crecimiento, capacitar, formar… Para que todo esto no quede sólo en buena volun-tad es necesario asegurar cauces de participación y corresponsabilidad: asambleas, comisiones, consejos (pastorales y de economía)… De lo con-trario, la corresponsabilidad queda bloqueada. Hemos de romper el “círculo vicioso”: “nuestra Iglesia es clerical porque no hay laicos responsa-bles, y no hay laicos responsables porque nuestra Iglesia es clerical”. Dar pequeños pasos, incluso allí donde parece que es más difícil este camino de corresponsabilidad: el mundo rural, parroquias con escasos recursos materiales y humanos. Será imprescindible ir creando y diseñando proyectos humildes, pero realistas (consejos pastorales ar-ciprestales o de las unidades de atención parro-quial, consejos de asuntos económicos de zona o de arciprestazgo…). Preferir leche toda la vida 3 S. S. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles Laici (1988) n. 25.

y no alimento sólido no nos está ayudando en la edificación de comunidades cristianas adultas y misioneras. El camino sinodal que estamos transi-tando en nuestra Diócesis así lo está proponiendo y exigiendo: comunidades en comunión y corres-ponsables. Vivir de la añoranza nos paraliza, nos empobrece y nos desvirtúa.

Responsabilidad y corresponsabilidad son dos dimensiones que se incluyen y se complementan.

Ser responsable es “dar respuesta” a una deman-da, a un problema, es comprometerse e implicarse. Ser corresponsable y hablar de una Iglesia corres-ponsable es añadir algo más y algo que es esencial porque expresa no sólo una implicación personal, sino colectiva, comunitaria y forma parte de lo esencial de ser Iglesia. En este sentido todos esta-mos implicados en la respuesta.

Todo ello implica tener presente, entre otras muchas cosas, que la realidad no es uniforme en nuestra Diócesis, los documentos eclesiales sobre la vocación laical son insuficientemente conocidos y vividos, hay laicos muy comprometidos eclesial-mente, pero con una comprensión insuficiente de su responsabilidad (como si hicieran un favor al cura de turno). Conviene actualizar la naturaleza y los fines de los diferentes Consejos para que sean fruc-tíferos. Los laicos asociados se sienten más acti-vos y corresponsables de la vida de la Iglesia, pero algunas veces se centran más en su propio grupo, siendo más escasa su presencia en la parroquia y en la misma Diócesis. El papel de la mujer en la vida eclesial sigue siendo un tema a debatir en el que hay que dar pasos (así lo ha manifestado el Pueblo de Dios en Ourense en la encuesta previa al Sínodo Diocesano). Y otras muchas cuestiones que es im-posible tratar en estas breves líneas.

Es hora de la responsabilidad corresponsable.

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La vida consagrada: Abrir puertas para dinamizar la misión de nuestra Iglesia local

Sínodo es nombre de Iglesia, escribía San Juan Crisóstomo (Exp. In Psalm, 149,1) y evoca siempre la comunión. Se trata del camino común que por gracia estamos llamados a recorrer siempre juntos y que afecta a la entraña misma de la Iglesia. Vida consagrada e Iglesia diocesana no son dos realida-des que se puedan desentender recíprocamente sino que han de recorrer un camino compartido partici-pando de los mismos anhelos y buscando respues-tas a los mismos desafíos.

El Sínodo diocesano se nos presenta, más que como un reto, como una oportunidad para mostrar que la Iglesia no es solamente un sujeto creyente sino además objeto de la fe, es decir, demostrar que “creemos la Iglesia”, que creemos en el Dios Amor y Comunión que se hace visible en la Igle-sia y a través de ella, para bien de toda la huma-nidad. La fe resulta imprescindible para vivir una sana relación con Dios y con la Iglesia, nos ayuda a superar ciertas tensiones aparentemente irresolu-bles, y será solo ella la que nos permita acercar-nos a la identidad más profunda de la Iglesia como misterio, comunión y misión. Esto que nos puede parecer muy teológico, y ciertamente lo es, se hace comprensible y vital cuando somos capaces de aco-gernos recíprocamente y de salir al encuentro del hermano, aceptando en la fe que la diversidad no puede ni debe romper la unidad pero entendiendo

al mismo tiempo que la unidad no es uniformi-dad, sino diversidad en el Espíritu, don y tarea para todos.

La unidad es más fuerte que la diversidad, y en la Iglesia todos debemos sumar al servicio de su única misión. El primer fruto del Sínodo diocesano es ya su misma realización: reflexionar, compartir y proyectar juntos caminos de misión incide direc-tamente en la experiencia de lo que somos. Las di-ferencias carismáticas ya no pueden medirse por el baremo de “más o menos” sino por el criterio de la mutua relatio dentro de la única misión, pues como nos recordaba el Concilio Vaticano II, en la Iglesia hay diversidad de ministerios pero unidad de mi-sión (AA 2).

Los religiosos, y por ende todos los consagrados, han de asumir su papel de colaboradores con el obispo en las tareas pastorales de la Iglesia particu-lar, tal como lo plantea el Concilio Vaticano II en el decreto Christus Dominus, de modo que coope-ren fervorosa y diligentemente en la edificación de la Iglesia. Y en este sentido se ha de entender también que la exención propia de la mayoría de los Institutos de Vida Consagrada nunca podrá jus-tificar la falta de comunión y colaboración con el obispo y la Iglesia particular. La vocación “para la Iglesia universal” se realiza a través de la “misión en una determinada iglesia local”. La vida consa-

Jorge Juan Pérez Gallego

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grada hace referencia esencialmente a Cristo y a la Iglesia, por ello su renovación profunda e interior pasa necesariamente a través de la fidelidad a su fundamento, Jesucristo, y a su misión desde el pro-pio carisma (cf. Religiosos y Promoción Humana, n.13). A su vez, si la Iglesia, también la local, quie-re ser fiel a sí misma ha de reconocer y aceptar la diversidad de carismas presentes en ella, sin dejar que las urgentes necesidades pastorales conduzcan a los consagrados a abandonar su propio carisma, pues esto sería su peor servicio a la Iglesia (cf. La vida fraterna en comunidad 61).

La vida consagrada está llamada a ser “en la Iglesia” una vocación permanente al testimonio de Jesucristo. De ahí que la consagración a Dios, en todas sus formas, deba vivirse con la apertura propia de la caridad y de la libertad evangélica, y sólo puede entenderse a la luz de la llamada uni-versal a la santidad. La presencia de tantos consa-grados y consagradas en nuestra Iglesia local, y su participación en el Sínodo diocesano, deba ayudar-nos a recordar esta vocación e identidad común de todos los bautizados, de todos los cristianos, a la santidad. En este sentido, el testimonio y la apor-tación de los consagrados a través de los distintos grupos sinodales en los que se han integrado son una riqueza para toda la Iglesia diocesana. Su pre-sencia específica en calidad de “signo” (cf. LG 44, VC 15 y 84) debe contribuir a reconocer la pri-macía de Dios y de su Palabra en nuestra vida y en todo lo referente a la vida de la Iglesia. Su consa-gración enraizada en el bautismo ha de ser acogida al estilo de la Virgen María, como un “sí confiado y constructivo”, es decir, disponible a dejarse hacer y a cooperar con el proyecto de amor que Dios tiene para cada uno, para su Iglesia y para el mundo.

Los consagrados, en su gran mayoría, viven en el día a día una dimensión comunitaria esencial

a su vocación. Esta comunión les lleva a la aper-tura más grande todavía con los otros miembros de la Iglesia. El mandamiento de amarse los unos a los otros, ejercitado en el interior de la comu-nidad, pide ser trasladado del plano personal al de las diferentes realidades eclesiales. Solo en una eclesiología integral, donde las diversas vocacio-nes son acogidas en el interior del único Pueblo de convocados, la vocación a la vida consagrada puede encontrar su específica identidad de signo y de testimonio (CIVCSVA, Caminar desde Cristo, n.31).

La participación en los trabajos sinodales, bien sea a través de los grupos o de las diversas asam-bleas, son un servicio a la comunión. Sólo se puede ser signo en medio de un espacio de vida común y compartida, y esto es precisamente un Sínodo, ya que manifiesta elocuentemente lo que es la Iglesia peregrina y misionera. Todo ello requiere apertu-ra y docilidad al Espíritu que exige, no solo una disposición interior y espiritual, sino además una disposición material siendo capaces de compartir tiempo, espacios y recursos que hagan de la comu-nión y de la eclesialidad una realidad visible y sa-cramental.

Sin comunión, sin amor fraterno, sin respeto re-cíproco y aceptación mutua cualquier trabajo, pro-puesta o conclusión sinodal resultaría estéril, pues sin la caridad de Jesucristo no podemos hacer nada. Como recordaba Chiara Lubich, Jesús en nosotros, el Amor, es la irradiación de su amor. El amor no se cierra en sí mismo, sino que es de por sí difusivo. El amor une a las personas en asamblea. Jesús en nosotros, porque es amor, reunirá los corazones y nuestras voluntades de servirle para salir al encuen-tro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y ofrecerles la alegría de la fe en Jesucristo.

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Un rostro acolledor e fraternoAcoller unha espiritualidade e pastoral humanizadora

Carlos González Prieto, Pbro.Gabriel Dasilva Alonso

VER

Uns sinais que nos poden chamar a escoitar a voz do Pastor.

1. Vivimos mergullados e construíndo unha so-ciedade cada vez máis illada, e coa vida máis fragmentada

Se miramos ao noso redor podemos ver que as persoas vivimos cada vez máis á presa, porque vi-vimos (sobre todo nas áreas urbanas) coa vida frag-mentada. Traballamos nun lugar e vivimos a kiló-metros, os nosos fillos van ao colexio, ao mellor, lonxe de onde vivimos, e o ocio da fin de semana prodúcese na aldea ou en áreas onde compramos o lecer. Cada vez perdemos máis tempo en “non lugares”. É dicir, espazos que non son para nada significativos, cando non son agresivos. Todos es-tes fenómenos producen que sexamos como ex-tranxeiros en todos os sitios. As nosas relacións son cada vez menos ecosistémicas (palabra que quere dicir que os que nos coñecen só coñecen un ámbito da nosa existencia, uns coñécennos como profesio-nais, outros como pais á porta do cole, outros como membros extranos dunha comunidade de veciños, outros pola nosa capacidade de correr nunha cinta de ximnasio. Pero cada vez menos persoas coñéce-nnos na globalidade do que somos).

2. O producto, o cliente, o mercado, como mode-lo de relación social. A realidade virtual fronte o mundo real

Penso que cada vez máis imos cambiando as re-lacións. Que realidades provocan este cambio, se-gundo o meu parecer?

O mercado como paradigma de comprensión do outro. Observamos que antes, a xente ía facer a compra daquelo que precisaba e, agora “o com-prar” é unha actividade de ocio. “Imos de compras” para pasar o rato, non para satisfacer necesidades.

Nas relacións de veciñanza do mundo rural ou dos barrios de antes, o outro era un veciño, agora cada vez somos un vendedor (incluso de actividades, ideas e experienzas relixiosas), un comprador, ou incluso somos o producto. Pensade en Facebook, ou en tantas outras aplicacións. Ti es o traballador, ti o consumidor e ti mesmo e a túa vida, o produc-to. Contamos amigos por seguidores en Facebook, instagram, twitter, etc.

O feito de comunicarnos a través das TIC’s (tec-noloxías da información e da comunicación) non só está modelando o noso xeito de comunicarnos, senon tamén o noso xeito de ser e de vivir. Falamos máis do que nos pasa polo móbil (vídeos, frases, xo-gos...) que o que nos pasa pola cabeza e o corazón.

3. O rexeitamento do comunitario

Polo xeral vemos un rexeitamento de todo o que signifique comunitario e preferimos o masivo, onde paso máis desapercivido.

VIDA ECLESIAL 4

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Preferimos a area comercial que a tenda de ba-rrio. Porque comprométenos menos.

Temos que ver que todos estes factores xunto con outros están influíndo:

• No que é o home e a muller, polo menos desde a visión do Evanxeo.

• No modelo de sociedade que respiramos e so-mos.

• No que é necesario para entrar na dimensión íntima da persoa, e polo tanto o encontro trans-cendente.

Por último gustaríame traer aquí o que comenta James Mallon no seu libro “Una renovación divi-na”, dende a experienza de América do Sur e Norte. El afirma que ninguén deixa unha confesión cristiá por outra por motivos doctrinais ou teolóxicos, se-nón polo sentimento de acollida, pertenza e vence-llos afectivos que a comunidade xera. Sen dúbida, a nosa realidade, a nosa historia e noso xeito de sentir e vivir é distinto. Pero moitas veces pode pasar que moita xente se baixa da Igrexa, do único medio que ten a man para seguir a Xesús e dunha vida activa de transcendencia, porque non chegou a sentirse unha persoa con rostro no medio dunha comunida-de de masa.

XULGAR

“... Levantou a vista e díxolle:- Zaqueo, baixa de contado, que hoxe teño que

parar na túa casa” (Lc 19, 5)

Xesús levantou os ollos a Zaqueo, que non podía velo a El. Zaqueo simplemente quería ver a Xesús. Pero, Xesús pon os seus ollos nel e sácao do anoni-mato. Alcánzao co a súa ollada. Non o xulga, sim-

plemente entra na súa comunidade.

E volvéndose cara á muller, díxolle a Simón:- ¿Ti ves esta muller? (Lc 7,44)

Xesús está na casa de Simón, o fariseo. Despois dun tempo, nun momento dado, Xesús invita a Si-món dirixir a ollada cara á muller, que tamén leva tempo alí cando, segundo o evanxelista, xa a estaba vendo. De feito estaba xulgando a Xesús pola súa actitude coa muller. Pero Xesús pídelle outra olla-da, unha ollada contemplativa, mirar como El, pór rostro.

Penso que estes dous textos válennos para pre-guntarnos:

• A nivel persoal, como cristián sendo levedo no mundo:- Sintome parte dos grupos dos que formo

parte ou paso desapercibido?- Fago algo por integrar aos que teño ao meu

arredor, incluso aos diferentes?• A nivel comunitario, como Igrexa de Cristo,

comunidade do Reino:- Na parroquia, mostramos unha estructura

perfectamente artellada ou mostrámonos visibles e acolledores, febles, imperfectos?

- Facilitamos a integracion de quen se acer-ca á comunidade?

ACTUAR

Dende fai un ano cos membros do Consello de Pastoral estamos reflexionando, lendo e buscando que se fai noutros sitios. Non hai solucións máxi-cas, nin universais. Pensamos que ten que ser un traballo de reflexión, de ensaio e erro, de ver cómo é a nosa parroquia.

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O primeiro que temos que conseguir é que haxa unha comunidade acolledora. Non podemos caer na tentación de crer que porque temos un grupo moi bo de Cáritas na parroquia xa temos unha comu-nidade caritativa. Ou porque temos un equipo de liturxia preparadísimo, xa temos unha comunida-de que glorifica a Deus. Ou porque temos un coro excepcional temos unha comunidade cantora. Sen dúbida son pasos moi importantes que axudarán ao segundo. Xa amosa que os seus membros están pre-ocupados polo tema. Pero coidado pode pasar que os dos grupos sexamos os escollidos e os outros a masa. E, ás veces, un excesivo protagonismo pode afogar a iniciativa particular.

O que debemos promover é unha comunidade acolledora. Como?

• Sorrirnos nos bancos.• Movernos para que outro se poida sentar.• Coidar a actitude do presidente da asemblea

litúrxica.• Esmerarnos na limpeza, a decoración, os deta-

lles, o coidado dos aseos e que sexan axeitados para todos.

• A capacidade de perder tempo gratuítamente estando. Simplemente estando e, dando a im-presión de que non se ten que facer nada máis que estar esperando. Na nosa sociedade, tan agobiada pola eficacia e pola maximización dos esforzos, que alguén estea dispoñible gra-tuítamente é un milagro. Cregos e leigos dis-poñibles para abrir as nosas instalacións, onde a xente nos poida atopar e se poida atopar.

• Que as nosas igrexas e as nosas instalacións sexan accesibles dun xeito doado e non pare-zan bunkers.

• Non podemos actuar simplemente como se ti-veramos uns asistentes de congresos, ou aco-

modadores do templo. Aínda que haxa que facelo, sobre todo en certos momentos en que acuda a nosa parroquia persoas que normal-mente non veñen e non coñecen o lugar, ou onde están os servicios... (funerais, Primeiras Comuñóns, Bautismos...)

• Non confiedes nos príncipes, seres de pó que non poden salvar (Salmo 145). As TIC’s, pan-tallas, Twitter, Facebook, presentacións, lonxe de ser solución poder ser problema. Sobre todo se se convirten en montañas onde aga-char o noso vacío e a pobreza da nosa vida interior. Helene Singer Kaplan, reputadísima sexóloga dos EEUU, dixo “aínda non se in-ventou un afrodisíaco como estar enamorado”. Parafraseándoa: aínda non se inventou un ins-trumento de acollida tan válido como ver en cada persoa a Deus.

• Sobre quén acolle, a quen acoller e outros deta-lles, podedes consultar Aldazabal, José, Minis-terios de Laicos (CPL dossiers 35, Barcelona 1999, Pax, 18-26). Tamén Mallon, Jame, Una Renovación Divina (BAC Pastoral, Madrid 2015). Tolentino Mendoça, José, La Construc-ción de Jesús. La sorpresa de un relato (Sal terrae, Bilbao 2017).

Temos que sacar da nosa cabeza que o Servicio de Acollida é para conseguir máis adeptos para a nosa parroquia. Temos que pensar que a nosa tarefa é Humanizar a sociedade, e empezamos por nós e polos que se achegan a nós. Non se trata de ocultar o Kerigma, pois ten que estar sempre na nosa vida. (Cristo acolleu a humanidade facéndose home, pa-sou polo mundo acollendo a vida e a historia da xente e facendo o ben. Acolleu o noso pecado e car-gou con el, acolleu o noso sufrimento e na mañá da Pascua saíu ao encontro dos discípulos para comu-nicarlles que o Pai acolleu o noso barro e alentou sobre el).

Se seguimos coa idea de captores, seguimos con-vertindo ao outro nun cliente ao que capturar para o noso producto. Temos que mirar coa liberdade con que miraba Xesús. Sabernos depositarios de dous tesouros imprescindibles no momento presente:

• A capacidade Humanizadora do Evanxeo e do proxecto de Xesús.

• A riqueza de abrir o home e a muller de hoxe á experienza da espiritualidade.

E agardar dos seus beizos: “queda connosco que o día vai de caída”. E sentarnos todos na mesa a que El, o Señor, nos parta o Pan.

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No os contentéis con cumplir,caminad en el amor

Francisco Pernas de Dios

No legalismo, sino caminar hacia la plenitud

“No creáis que he venido a abolir la Ley y los Pro-fetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt 5,17). Estas palabras del Maestro nos sirven de mar-co para esta reflexión. También en tiempo de Jesús había opiniones diversas sobre si había que cumplir la Ley o esta había sido abolida por él. El Evangelis-ta Mateo intenta huir del rigorismo de los fariseos, que le había llevado a la casuística y a caer en la trampa de los mínimos imprescindibles e ir al centro de la cuestión. Las enseñanzas de la Ley y los Profe-tas no deben ser acotadas por una larga serie de pre-ceptos, sino asumidas desde dentro, como expresión de la voluntad de Dios. Esta es la dirección en la que quiere apuntar esta reflexión. Los criterios y normas pastorales mínimos que nos propone la Iglesia no pretenden ser un fardo pesado colocado sobre nues-tras espaldas, sino una llamada a ir al fondo: quien de verdad busque la voluntad de Dios descubrirá que esos criterios se le quedarán muy cortos y no verá en ellos obstáculos ni a su libertad y creatividad, ni a su misión. Sin embargo quien se quiera contentar con cumplir, buscará huir de la exigencia y quedarse en unos mínimos que impiden desarrollar su fe y vivirla

con gozo y acabará viéndolos como una imposición que merma la libertad.

Cuando el “cada uno a lo suyo” rompe la comunión

Vivimos en un mundo global, no solo en el ámbi-to de las tecnologías, economía y costumbres, sino también en lo religioso. Hoy es habitual encontrar en nuestros templos personas venidas de otras cul-turas. Comprobamos cada fin de semana, con mo-tivo de funerales, fiestas y romerías cómo fieles de una parroquia participan en celebraciones de otra u otras parroquias y viajan por diversos lugares del mundo. En un mundo así no podemos actuar como francotiradores. El mismo pueblo de Dios nos dice a menudo a nosotros, sus pastores: “pónganse de acuerdo”. Curiosamente son muchos los fieles que trabajando en los grupos sinodales manifiestan que la falta de unidad en los criterios pastorales es un gran “escándalo” que hace daño a la Iglesia.

Ni el afán de ser aceptados, ni el cansancio por-que otros no lo hacen debería ser pretexto para caer en el laxismo que es tan pernicioso como el rigorismo. Tener unos criterios mínimos comunes es signo de una comunión vivida y testimoniada. Por el contrario, el “cada uno a lo suyo” es síntoma de falta de comunión y testimonio de división que debilita la misión evangelizadora. No olvidemos el proverbio: “Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece”. Uno que no respeta la nor-mativa eclesial y diocesana hace más daño que una gran mayoría que la respeta.

Evangelizadores con espíritu

No voy a negar que la ley por la ley, sirve de poco. Pero ¿por qué quedarnos en eso? Leamos con atención:

Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impul-san, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y

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deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fer-vorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En de-finitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora (EG 261).

Estas palabras del papa Francisco, van a lo esen-cial y son un buen pórtico para esta reflexión que nos quiere invitar a descubrir el sentido de las nor-mas y criterios diocesanos para una pastoral orgá-nica y de conjunto. Los criterios mínimos de actua-ción pastoral quieren ser expresión de un espíritu de comunión en el seno de nuestra Iglesia. No quieren ser una pesada carga, sino un camino de liberación que nos ayude a salir de nosotros y nuestras ideas y caminar juntos en la misma dirección. Está claro que antes de hablar de los mandamientos de Dios, hemos de hablar del Dios de los mandamientos y antes de hablar de las normas de la Iglesia hemos de hablar de la Iglesia como madre que busca y quiere lo mejor para sus hijos. Por ello no deja de ser justa y de corregirnos para que podamos acoger la salvación de Dios. Quizás aplicarlas nos acarree incomprensiones, pero no podemos hacer dejación de nuestra misión de pastores y acompañar, discer-nir e integrar la fragilidad (Cfr. AL cap 8) desde la comunión con los procesos necesarios. Las normas quieren ser indicadores para recorrer el camino de la fe. Adáptense a cada situación, pero no las sal-temos fácilmente. Quizás haya algún momento de incomprensión, pero a la larga todos saldremos be-neficiados y sobre todo la Iglesia se mostrará como madre que ama a sus hijos y busca lo mejor para ellos, aunque estos a veces no lo comprendan.

Restaurar la imagen de la Iglesia

La propuesta del papa Francisco nos sitúa en la lógica de la misericordia, pero esta no se opone a la justicia. La disparidad de criterios en la acción pastoral no solo es expresión de falta de comunión sino que da una imagen de la Iglesia nada favo-rable. Aparte de ser injusto exigir a unos lo que a otros no, nos desacredita a unos ante los otros y suele dejar quedar mal, curiosamente, a quien res-peta las normas de la Iglesia. Asumir la normativa mínima es un deber de todos y, además, nos evitaría muchos problemas. El camino sinodal que estamos recorriendo es una invitación a salir de nuestra au-torreferencialidad y asumir el reto de restaurar la imagen de nuestra Iglesia, tantas veces maltrecha

por nuestros personalismos.

A modo de pinceladas ofrecemos, muy breve-mente, algunas ideas para reflexionar sobre la im-portancia de respetar todos, la normativa mínima diocesana:

• Dios no hace acepción de personas (Hch 10, 34). Que todos sean uno para que el mundo crea (Jn 17, 21). Las normas son como un “pedagogo” que nos guía y ayuda a mostrar la comunión fraterna. Conocerlas y asumirlas es un deber de todo creyente que nos ayuda a manifestar que en la Iglesia no queremos que haya acepción de personas por ningún moti-vo. Para comprender esto es necesario tener un sentido profundo de comunidad y comunión. Pero además son camino para un trato justo: lo mínimo es exigencia para todos.

• Las normas diocesanas nos invitan a coincidir en el “qué” (lo que hay que hacer) y adaptar el “cómo” (no es lo mismo una parroquia grande que una pequeña y puede haber circunstancias y situaciones existenciales que exijan adaptar la norma, no saltarla). La norma no es un corsé que se impone sin tener en cuenta a la perso-na, pero lo que no se puede es hacer favori-tismos o buscar quedar bien uno eludiendo la responsabilidad de educar en la fe y vivir la comunión fraterna y echar la responsabilidad a otros. ¡Qué bueno sería que a la hora de ha-cer las adaptaciones nos dejáramos aconsejar y buscáramos luz juntos!

• Para quien ama y tiene deseos de crecer en su fe, las normas se quedan cortas. Un cristiano y una comunidad que valora su fe no vive an-quilosado en cumplir, conformándose con lo “mínimo”; su meta es amar y crecer cada día más aprovechando al máximo los medios de que dispone y mostrando gozoso la comunión

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con el gesto de asumir la normativa mínima diocesana. En el fondo es cuestión de una fe débil y un amor pobre a la Iglesia.

• Los laicos tienen el deber de conocer las nor-mas diocesanas y de su parroquia y así mismo el derecho de que éstas sean claras y para to-dos. Los presbíteros la obligación de darlas a conocer, procurar que sean comprendidas y exigir que sean respetadas, como expresión de fraternidad con sus compañeros, fidelidad al Obispo y a la Iglesia diocesana y de celo pastoral por sus fieles. La fraternidad sacerdo-tal y la comunión tienen que ser visibles en he-chos y actuaciones concretas. Actuando cada uno a su aire no es posible mostrar que somos la Iglesia de Cristo en Ourense.

No os contentéis con normas ni os an-quiloseis en ellas

Con todo no nos paremos en estas normas. Si-gamos caminando recordando las palabras del Maestro: No he venido a abolir la ley sino a darle plenitud (Mt 5,17). Esa es la meta, no la ley, sino caminar en la santidad en el seno de la comunión eclesial y encontrando en la ley un apoyo para ca-minar juntos.

Del mismo modo que no debemos tener miedo a las normas, tampoco hemos de cerrarnos en ellas y no atrevernos a revisarlas. El papa Francisco así

nos lo recuerda “No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesia-les que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza edu-cativa como cauces de vida” (EG 94)

Urge romper el distanciamiento y la concep-ción de la parroquia como “estación de servicios” o “mesón” de paso: acudo cuando necesito algo, pago y me voy. Si el peaje son unas normas trato de cumplir lo menos posible, pero no asumo su es-píritu. La parroquia es una comunidad de fe y por ello las normas no son un peaje, sino expresión de mi pertenencia a la misma. Ellas nos deben llevar a comprender, por ejemplo, que la catequesis no se puede desligar de la Eucaristía dominical, la ora-ción y la lectura asidua de la Palabra de Dios. Y esto hoy urge recordarlo y acompañarlo. Así mismo no se trata de que “hay que ir a Misa”, sino de des-cubrir que la Eucaristía dominical es esencial para mi vida de fe, porque, como decían los mártires de Abitinia “sin el domingo no podemos vivir”. Y esto es un camino que hay que recorrer con el calzado (medios) adecuado. ¡Ojalá nunca nos contentemos con las normas, sino que busquemos lo máximo!

El camino es vivir, cada día con mayor plenitud y visibilidad, aquello que se atribuye a San Agustín: “en lo esencial unidad, en lo opinable diversidad y en todo caridad”.

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La dimensión pastoral de la economía parroquialRaúl Alfonso González

Cuando pensamos en la economía de nuestras parroquias y en la administración de sus bienes, hoy tenemos claro que no podemos más que pen-sarlo en clave pastoral. La dimensión beneficial de nuestras parroquias hace tiempo que en la doctrina de la Iglesia pasó a la historia, aunque a veces so-mos testigos de ciertos restos que parecen recor-darla entre nosotros. El dinero y todos los bienes que existen en nuestras parroquias, existen solo en orden a la acción evangelizadora de la Iglesia y, en este sentido, me gustaría hablar de la economía pa-rroquial desde una clave eclesiológica concreta: la Comunión; con una exigencia social como actitud de fondo: la Transparencia; y con dos medios que desde la doctrina del Código de Derecho Canónico se revelan profundamente eclesiológicos y pastora-les: El Consejo Parroquial de Asuntos Económicos y el Fondo Común Diocesano.

Clave eclesiológica: LA COMUNIÓN

El Concilio Vaticano II en su Constitución Dog-mática Lumen Gentium y la reflexión magisterial posterior, pasando por el magisterio del Papa Pablo VI, el Sínodo de los Obispos y los Papas posteriores han consagrado la eclesiología de co-munión como la forma de vivir la experiencia de Iglesia más acabada. Una eclesiología de comu-nión que, si bien parte de la dimensión trinitaria de la existencia eclesial, luego debe hacerse realidad o “carne” en todas las estructuras y ámbitos donde existe la Iglesia, particularmente en la diócesis y en las parroquias u otras comunidades cristianas. En lo tocante a la parroquia como porción de la diócesis que se encomienda a un párroco como pastor propio y en la administración de sus bienes, esta eclesiología nos hace tener dos miradas muy directas: la primera, a todos los bautizados que vi-ven su fe en ella, para hacerlos partícipes de toda la vida de fe que se actualiza en su realidad más cercana, haciéndolos también parte viva y respon-sable del existir parroquial; la segunda, un poco más allá de la propia parroquia, viviendo el ser eclesial en comunión y corresponsabilidad con las estructuras diocesanas y sobre todo, con el resto de parroquias o comunidades cristianas que viven su fe en la misma Iglesia particular.

La parroquia tiene todo su derecho, por tener personalidad jurídica eclesiástica y en caso de Es-

paña, también civil, de poseer bienes y recursos propios, así como de administrarlos según le indi-ca el Código de Derecho Canónico y la normativa que emana de él en distintos ámbitos diocesanos y supradiocesanos. Evidentemente, la primera clave en esta administración es que esos bienes existen en orden a la Evangelización; a la pregunta simple: ¿por qué una parroquia necesita dinero y bienes?, la respuesta simple es: porque necesita evangelizar. La actividad pastoral de la parroquia, desde el sos-tenimiento de sus locales o actividades o incluso del clero y demás personal que dedica su vida a la acción parroquial, parece una obviedad, pero no se realiza sin medios económicos o materiales. No olvidemos que el propio grupo de los Doce o de los Discípulos que acompañaban al Maestro, también tenían su bolsa común (aunque el que la portaba y administraba no tenga muy buena fama y haya acabado bastante mal), lo cual nos hace escapar de espiritualismos o ilusiones angelistas: necesita-mos recursos económicos y materiales para llevar a cabo la misma obra de Jesús. La “comunión” como clave interpretativa de estos recursos nos sitúa en el contexto adecuado para su administración en el ámbito pastoral.

Exigencia social: LA TRANSPARENCIA.

Esta palabra, “la transparencia”, se ha conver-tido en un término casi omnipresente cuando se

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habla de dinero público, de su correcta administra-ción y del modo de conseguirlo. Evidentemente, el dinero de nuestras parroquias no es “público” en el sentido más habitual del término; pero tampoco es “privado”. Como decían los Santos Padres, el dine-ro de la Iglesia es el dinero de los pobres o, como entendemos en la actualidad, es el dinero que los fieles cristianos ponen al servicio de su Iglesia para que lleve a cabo su labor pastoral: en este sentido es un dinero público; este término puede aplicarse in-cluso con mayor propiedad cuando hablamos de la financiación de la Iglesia a través de la asignación tributaria a través del IRPF en España.

“No tenemos nada que ocultar”, frase que se utiliza con frecuencia en ámbitos políticos, rela-cionada frecuentemente con casos de corrupción, debe tener todo su significado más real y a la vez humilde, pronunciada por cualquier administrador de cualquier comunidad cristiana, especialmente la parroquia. No tenemos nada que ocultar, pero tampoco queremos ocultar nada de lo que en nues-tras manos ponen nuestros fieles para que nuestras parroquias y comunidades puedan existir y llevar a cabo su labor. En este sentido el manido tema de la “rendición de cuentas”, canónicamente obliga-do ante el Obispo, no menos obligado debería ser ante nuestros fieles y ante la sociedad en general, ya que son precisamente ellos el origen de estos recursos y los primeros destinatarios de la obra para la cual existen. La experiencia pastoral repi-te una y otra vez que nuestros fieles cuando ven claridad y transparencia en la gestión del dinero, colaboran más y de mejor gana con cualquier tipo de necesidad.

Ante la posibilidad, cada vez más real, de ne-cesidad de financiación directa de la Iglesia, esta actitud rigurosa y convencida de claridad y trans-parencia, será nuestro aval más seguro para con-vencer a nuestros fieles de que deben sostener, con sus propios recursos personales, la obra evangeli-zadora de la Iglesia en nuestro país. Las aportacio-nes directas de los fieles a base de suscripciones periódicas o donativos puntuales, con las corres-pondientes deducciones fiscales, se perfilan como la fuente de financiación más segura de nuestras

parroquias y diócesis. Sin una actitud de absolu-ta y convencida transparencia nunca será posible esta financiación.

Medios para una dimensión pastoral de la eco-nomía parroquial: El Consejo Parroquial de Asuntos Económicos y el Fondo Común Dioce-sano.

Desde la clave de la Comunión y la actitud de Transparencia, conviene resituar y actualizar dos instrumentos eclesiales que el actual ordenamiento canónico ofrece para vivir la gestión de los recur-sos eclesiales en orden a la actividad pastoral:

a) El Consejo Parroquial de Asuntos Económi-cos: Fruto de la renovación eclesiológica del Concilio Vaticano II, surge una nueva revitali-zación de todos los instrumentos de comunión de la Iglesia: los consejos pastorales, de asuntos económicos, el Sínodo de los Obispos… El Có-digo de Derecho Canónico de 1983 establece que toda persona jurídica en la Iglesia, debe tener su Consejo de Asuntos Económicos o al menos dos consejeros que ayuden al adminis-trador en el cumplimiento de su función; pero, cuando habla de la parroquia en el c. 537, esta-blece de manera explícita esta obligación gene-ral diciendo que “en toda parroquia ha de haber un Consejo de Asuntos Económicos que se rige, además del derecho universal, por las normas que haya establecido el obispo diocesano, y en el cual los fieles, elegidos según esas normas, prestan su ayuda al párroco en la administra-ción de los bienes de la parroquia, sin perjuicio de lo que prescribe el c. 532 (que reserva solo al párroco la representación legal y la adminis-tración de la parroquia). Ya en la propia doc-trina canónica se ve evidente como la legisla-ción eclesiástica sitúa estos instrumentos desde la clave de la comunión. A veces decimos que la Iglesia no es democrática, lo cual es verdad, pero tenemos que añadir enseguida que la Igle-sia es Comunión, lo cual va bastante más allá de la Democracia. Estos consejos, evidentemen-te, en la medida en que son representativos y efectivos, ayudan de modo muy directo a vivir

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también la actitud de transparencia en la admi-nistración de nuestras parroquias.

Cuando miramos a la realidad más cercana de nuestra diócesis, comprobamos que no es fácil o factible en muchos casos llevar a la prácti-ca este instrumento de comunión y transparen-cia; quizás debamos pensar en la creación de estos consejos en un ámbito interparroquial o especialmente, mirando a nuestra diócesis, en el ámbito de las UAPs. La conclusión simple es que no es bueno que el administrador esté solo en esta tarea, también por la complejidad cre-ciente de todos los asuntos administrativos que requieren conocimientos que superan el ámbito formativo de los sacerdotes.

b) El Fondo Común Diocesano: Los cánones 1272-1275, cuando hablan de la administra-ción de los bienes en las diócesis, establecen la constitución de tres fondos distintos que deben organizarse diocesana o supradiocesanamente, según los casos: el primero es lo que en nuestra diócesis se denomina Instituto para la Susten-tación del Clero (c.1272 y 1274&1); el segun-do una institución para proveer suficientemen-te la Seguridad Social del Clero (c. 1274&2); y el tercero habla de una masa común con la cual los obispos puedan subvenir las distintas necesidades de la diócesis, y por la que tam-bién las diócesis más ricas puedan ayudar a las más pobres.

En la realidad de España, en la práctica, es-tos instrumentos de comunión en cuanto a los bienes, han alcanzado una solución bastante homogénea. Por lo que se refiere a la Seguri-dad Social del Clero, ese fondo tiene carácter interdiocesano y se rige por los acuerdos de la Iglesia con el Instituto Nacional de la Seguridad Social: con la aportación de los fieles a través de la asignación tributaria en todo el territorio nacional se constituye el Fondo Común Inter-diocesano, que tiene entre sus primeros fines la solución económica de la cuestión de la Se-guridad Social del clero. Este Fondo Común Interdiocesano se distribuye anualmente con aportaciones a cada diócesis según los acuerdos a los que llegan los obispos en la Conferencia Episcopal. En nuestra diócesis de la aportación de este Fondo Común Interdiocesano, el 70 % se destina al Instituto para la Sustentación del Clero, el otro 30% pasa a formar parte de esa masa común que denominamos Fondo Común Diocesano; de todos los fondos o institutos que

prevé el Código, quizás el menos conocido o favorecido en nuestra diócesis es este Fondo Común Diocesano. Cánones aparte, este fondo, debe ser un instrumento de solidaridad o comu-nión de bienes entre todas las comunidades de la diócesis, entre las que destacarían las parro-quias, seminarios, casas diocesanas, otras rea-lidades eclesiales como cofradías, grupos, cen-tros de formación, instituciones de caridad… Evidentemente, las parroquias o UAPs entran de raíz en este Fondo Común Diocesano, tanto a la hora de aportar como de recibir de él lo que necesiten para llevar a cabo su labor pastoral y sostener toda su actividad. En la práctica se concreta en la aportación del 10% de los resul-tados anuales de cada parroquia y de distintas celebraciones parroquiales, en la Colecta del Día de la Iglesia Diocesana o en la del Día del Seminario, así como en lo aportado por un 50% de las ventas o alquileres de distintos bienes rectorales que constituyen un subfondo al que llamamos Fondo de Solidaridad con sus fines propios.

En la vida pastoral de cada parroquia o UAP, deberían tenerse en cuenta las necesidades pas-torales de otras parroquias, grupos y de la pro-pia diócesis y encauzar toda esta preocupación efectiva a través de este Fondo Común Dioce-sano como instrumento de comunión de bienes; en lo que se refiere a la gestión de este fondo con la susodicha transparencia, su administra-ción se rige por el Consejo Diocesano de Asun-tos Económicos que aprueba sus presupuestos y cuentas anuales y controla periódicamente su cumplimiento; así como por la publicación de sus presupuestos y cuentas, después de aproba-dos, en el Boletín Oficial del Obispado; también entraría en este ejercicio de transparencia la pu-blicación y presentación anual de la Memoria de Actividades así como en la actualización permanente del Portal de Transparencia de la web del Obispado de Ourense.

Después de todo este recorrido, me gustaría gra-bar a fuego esas dos palabras que rigen la labor ad-ministrativa de la Iglesia en nuestro tiempo, desde la Conferencia Episcopal, a las diócesis y, por su-puesto, a las parroquias o pequeñas comunidades cristianas: COMUNIÓN Y TRANSPARENCIA. En el tema que nos ocupa, se convierten en acti-tudes pastorales que podrán dar de nuestras comu-nidades eclesiales la imagen evangélica que debe tener toda realidad en la Iglesia.

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Frutos del ayuno cuaresmal, un proyectosolidario: vivienda para personas sin hogar

José A. Feijóo Mirón

UN ROSTRO SAMARITANO

Venid, benditos de mi Padre... porque tuve ham-bre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnu-do y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo... (Mt 25, 34 ss)

La cuaresma nos invita, un año más, a la conver-sión de nuestros corazones y de nuestra vida. No basta con las buenas palabras, es necesario mostrar el amor de Dios con obras. El papa Francisco nos invitaba este año, con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres, establecida por él mismo, a no amar de palabra sino con obras tomando las palabras del apóstol San Juan Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras (1 Jn 3,18).

La Cuaresma nos propone todos los años algu-nos medios de conversión y penitencia como son la oración, el ayuno y la limosna. Secundando la programación pastoral para el presente año, cen-trada en el ejercicio de la caridad, se ha propuesto como gesto que motive nuestro ayuno cuaresmal y también, por qué no, la limosna, una acción soli-daria que haga visible nuestro amor personal y co-munitario a los demás; que muestre el amor no con palabras sino con obras.

Contemplando con los ojos misericordiosos de Dios nuestra sociedad nos encontramos situaciones de pobreza de muchas personas, una de ellas sobre la que queremos reflexionar para motivar este gesto es la falta de recursos para mantener un hogar dig-no e incluso la falta de hogar de algunos de nues-tros hermanos.

El estigma, la discriminación y exclusión que sufren las personas en situación de sin hogar los convierten frente a la sociedad en «personas in-dignas». La discriminación que sufren les limita el acceso a derechos fundamentales. Ocurre en muchas ocasiones que cuando las personas sin hogar se acercan a centros de salud, a servicios so-ciales, ayuntamientos, oficinas de consumidores, juzgados, etc para ser atendidos se les rechaza por su aspecto o forma de comportarse sin tomar en cuenta la situación social que están sufriendo o de la que son objeto.

Las situaciones y enfermedades de las personas sin hogar están tan presentes en nuestra realidad, que nos hemos habituado a verlos durmiendo en la

calle, hablando solos, enfermos, de alguna manera hemos aceptado que no tienen cura, nadie se pre-ocupa por ellos y hemos perdido la sensibilidad hacia su situación. Son invisibles.

Las personas en situación de sin hogar viven de forma extrema la pobreza y la exclusión social.

No disponer de un hogar digno, permanente y adecuado a las necesidades de cada uno hace im-posible el desarrollo personal, la vida privada, las relaciones sociales, etc. Es decir, la falta de una vi-vienda adecuada, la inseguridad de poder abonar la renta del alquiler, de poder acceder a un alquiler, atenta contra muchos de los derechos que los seres humanos tenemos reconocidos, entre ellos, la pri-vacidad, la intimidad, y la seguridad.

La mayoría de población inmigrante sin papeles quedan excluidos de alojamientos estables, a me-nos que puedan obtener la documentación, o que encuentre alguna vivienda en la que se pueda alojar de manera compartida con otros compatriotas.

El número de infraviviendas ha crecido en estos últimos años; muchas personas que poseen una vi-vienda tienen dificultades para mantenerla caliente en invierno, para hacer frente a los recibos de la luz o el agua, para poder adecuarla a las distintas nece-sidades que van surgiendo, para que sea un hogar habitable en el que puedan crecer y desarrollarse sanamente los hijos…

Podríamos seguir enumerando razones y datos para hacer visible esta realidad de sufrimiento por la que pasan tantos de nuestros convecinos. El amor de Dios nos impela a tratar de poner remedio, en la medida de nuestras posibilidades, a esta situación.

Por ello trataremos de que este año nuestro ayu-no y limosna cuaresmal se traduzcan en el intento de paliar las necesidades de aquellas personas que no tienen hogar o ayudarles a muchas a que su vi-vienda se convierta en un verdadero hogar donde el amor de Dios se haga presente. Proponemos a los cristianos de nuestra diócesis que conviertan en di-nero el fruto de su ayuno cuaresmal y con ello des-de Caritas implementaremos alguna vivienda más para poder acoger a todas aquellas personas que se encuentran en esta situación.

El amor de Dios nos apremia.

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La pastoral penitenciariaManuel Pérez González

Estuve en la cárcel y vinisteis a verme (Mt 25,36).

Esta es la gran luz y el atrayente programa de acción que brota del Evangelio de Jesús.

A la luz del Evangelio la cárcel no es solo un lu-gar de noche y de sufrimiento, el resultado de una cultura que nos degrada como personas, sino que, en Jesucristo, también las cárceles se han llenado de la luz que proviene de su Resurrección y son lugares de encuentro con Él, que ha venido a sanar los corazones afligidos.

El Papa Francisco se ha reunido el 23 de octubre de 2013 con unos 200 participantes en el Congreso Internacional de los capellanes de las cárceles, y ha querido enviar su saludo a los privados de liber-tad a través de ellos: Decidle a los detenidos que el Señor les está cerca; decídselo con los gestos, con las palabras y con el corazón, que el Señor no se queda afuera de su celda, afuera de la cárcel: está dentro, está allí. Díganle esto: el Señor está dentro con ellos; también él es un preso, aún, ¿eh?, de nuestros egoísmos, de nuestros sistemas, de tantas injusticias que son fáciles para castigar al más dé-bil, ¿no? Pero los peces gordos nadan libremente en las aguas, ¿no?.

Ninguna celda está tan aislada como para ex-cluir al Señor, ninguna: Él está allí, llora con ellos, trabaja con ellos y espera con ellos.

Cerca de la prisión y de los hombres y mujeres privados de libertad siempre encontramos a la Igle-sia y a sus instituciones; y esto es así desde los co-mienzos del cristianismo, como los Hechos de los Apóstoles nos lo muestran con la tarea de Pablo y

Silas (Hch 16, 25-40). Miembros de la Vida Con-sagrada, el servicio de los capellanes en los centros penitenciarios y tantos voluntarios cristianos que se han esforzado de manera especial por estar junto a los presos y anunciarles con palabras y obras la sal-vación de Dios, han sido durante años el signo más visible de esta preocupación eclesial.

Sin embargo, ha sido en estos últimos años cuan-do ha ido creciendo más la sensibilidad hacia el mundo de la prisión. En las Diócesis se fue desper-tando una voluntad más decidida de estructurar y desarrollar la Pastoral Penitenciaria, no sólo en el recinto de la prisión, sino en todo el ámbito dioce-sano. La Declaración de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Espa-ñola sobre Las comunidades cristianas y las prisio-nes (noviembre de 1986), el trabajo llevado a cabo desde el Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española y las iniciativas de cada diócesis han ido promoviendo durante es-tos años una acción pastoral cada vez más impor-tante en el mundo penitenciario. Una tarea que se vio confirmada y elevada por el magisterio de San Juan Pablo II, en diversas ocasiones y muy espe-cialmente en su Mensaje para el Jubileo en las cár-celes (9 de julio de 2000). La Pastoral Penitencia-ria como acción eclesial organizada va más allá de la atención pastoral en los centros penitenciarios, debe extenderse a toda la diócesis. De ahí la nece-sidad de ahondar más en su verdadera naturaleza y objetivos, así como en el lugar que ha de ocupar en el conjunto de la acción evangelizadora que vamos realizando entre todos los cristianos.

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¿De qué hablamos cuando decimos “Pastoral Penitenciaria”?

La Pastoral es la acción de la Iglesia, comunidad de fe, esperanza y caridad, según la misión recibi-da del Señor: evangelizar, catequizar, celebrar la fe y hacer efectiva la caridad.

El adjetivo penitenciaria enriquece cualitativa-mente la Pastoral, extendiendo la acción de la Igle-sia al mundo penitenciario; por eso, la Pastoral Pe-nitenciaria es la acción de la Iglesia diocesana en el mundo penitenciario a favor de las personas que viven, han vivido o se hallan en riesgo de vivir pri-vadas legalmente de libertad, y de sus víctimas. Ac-ción que la Iglesia lleva a cabo mediante las áreas: religiosa, social y jurídica en los sectores de pre-vención, prisión o privación de libertad e inserción.

Los elementos estructurales de la Pastoral Pe-nitenciaria son comunes a la pastoral general y a toda pastoral específica:

• El anuncio de la Palabra (evangelizar).• La formación en la fe (catequizar).• La celebración de la fe (eucaristía, sacramen-

tos, etc.).• La diaconía (servicio de la caridad).

La Pastoral Penitenciaria no es una innovación más o menos reciente de la Iglesia, sino una misión específica encomendada por el mismo Señor a la Iglesia.

El Dios de la Biblia es un Dios liberador que interviene en la historia del hombre para salvar, no para condenar; para liberar, no para esclavizar:

• Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos (Sal 146, 7).

• Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece (Sal 68, 7).

• El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangeli-zar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

Los miembros de Cristo en libertad deben com-prometerse en la liberación integral de los miem-bros en cautiverio:

• Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro (1Cor 12, 26-27).

• Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custo-

diado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él (Hch 12, 5).

• Acordaos de los presos como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados como si estuvierais en su carne (Hb 13, 3).

San Juan Pablo II en el Mensaje Jubilar para las cárceles (9 de julio 2000), explicó a toda la Iglesia qué es la Pastoral Penitenciaria y le dio un mar-co para un Plan de Pastoral Penitenciaria válido a todos los niveles: mundial, continental, nacional, regional, autonómico, diocesano y capellanía.

La Pastoral Penitenciaria según San Juan Pablo II

La Pastoral Penitenciaria es la acción de la Igle-sia que pretende:

• Llevar a los hombres y mujeres privados de li-bertad la paz y serenidad de Cristo resucitado.

• Ofrecer a quien delinque un camino de reha-bilitación y reinserción positiva en la sociedad.

• Hacer todo lo posible para prevenir la delin-cuencia.

Pastoral de encuentro personal:

• Cristo busca el encuentro con cada ser huma-no, en cualquier situación en que se halle.

• Jesús es un compañero de viaje paciente, que sabe respetar los tiempos y ritmos del corazón humano.

• Se trata de un camino a veces largo, pero cier-tamente estimulante, porque no se recorre en solitario, sino en compañía y con el apoyo del mismo Cristo.

Pastoral de libertad:

• El objetivo del encuentro de Jesús con el hombre es su salvación. Una salvación que, por otra parte, es propuesta, no impuesta.

Pastoral de integración:

• Los Institutos de reclusión no pueden excluir de los beneficios de este acontecimiento (Ju-bileo del Año Santo de 2000) a quienes tienen que transcurrir en ellos parte de su vida.

• En este sentido, llega un llamamiento enérgi-co desde innumerables cárceles diseminadas por todo el mundo, donde están segregados millones de hermanos y hermanas nuestros.

• La exigencia humana de alcanzar un equili-brio interior también en esta difícil situación puede encontrar una ayuda decisiva en una fuerte experiencia de fe.

Pastoral de comunión:

• A los reclusos y a las reclusas de todas las

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partes del mundo les aseguro mi cercanía es-piritual, saludando a todos con un abrazo es-piritual como hermanos y hermanas en huma-nidad.

Pastoral de esperanza:

• Cristo espera del hombre una aceptación con-fiada, que abra la mente a decisiones genero-sas, orientadas a remediar el mal causado y a promover el bien.

• Por un lado, el Jubileo quiere ayudarnos a vi-vir el recuerdo del pasado aprovechando expe-riencias vividas; por otro, nos abre al futuro en el cual el compromiso del hombre y la gracia de Dios deben construir juntos lo que queda por vivir.

Pastoral de animación y promoción:

• Jesús no se cansa de animar a cada uno en el camino hacia la meta de la salvación. Sabe es-perar y siempre sale al encuentro (Fe en Dios).

• La misericordia de Dios, siempre nueva en sus formas, abre nuevas posibilidades de cre-cimiento en el bien. Para alcanzar este objeti-vo será seguramente útil ofrecer a los reclusos la posibilidad de profundizar su relación con Dios.

• Dios quiere salvar a todos sus hijos, especial-mente a aquellos que, habiéndose alejado de Él, buscan el camino del retorno. El Buen Pas-tor sigue continuamente las huellas de las ove-jas descarriadas.

• Es necesario recurrir con más frecuencia a penas alternativas que no priven de libertad (trabajos en beneficio de la comunidad, etc.). Hace una llamada a los juristas a reflexionar sobre el sentido de la pena y abrir nuevos hori-zontes para la colectividad.

• Quien se encuentra encarcelado no debe vivir como si el tiempo de la cárcel le hubiera sido substraído de forma irremediable: incluso el tiem-po transcurrido en la cárcel es tiempo de Dios y como tal ha de ser vivido; es un tiempo que debe ser ofrecido a Dios como ocasión de verdad, de humildad, de expiación y también de fe.

Ámbitos de la Pastoral Penitenciaria:

Prevención o Pre-prisión

Estamos lejos aún del momento en que nuestra conciencia pueda permanecer tranquila de haber hecho todo lo posible para prevenir la delincuencia y reprimirla eficazmente, de modo que no siga per-judicando al ser humano y a la sociedad.

Prisión

El tema ha sido afrontado a lo largo de la histo-ria y se han hecho muchos progresos, tratando de adecuar el sistema penal a la dignidad de la persona humana como a la garantía efectiva del manteni-miento del orden público. Pero los inconvenientes y las dificultades vividas en el complejo mundo de la justicia y, más aún, el sufrimiento que hay en las cárceles, manifiestan que todavía queda mucho por hacer.

Inserción o Post-prisión

La misma experiencia jubilar está en estrecha relación con la condición humana del paso del tiempo, a la cual quiere dar un sentido: por un lado, el Jubileo quiere ayudarnos a vivir el recuerdo del pasado aprovechando las experiencias vividas; por otro nos abre al futuro en el cual el compromiso del hombre y la gracia de Dios deben construir juntos lo que queda por vivir.

El mensaje de San Juan Pablo II para el jubileo en las cárceles con motivo del Año Santo 2000 es un importante documento que se ha convertido en guía y estímulo para todos los que están compro-metidos con la Pastoral Penitenciaria. El Papa nos invita a sincronizar el tiempo del propio corazón, único e irrepetible, con el tiempo del corazón mise-ricordioso de Dios, siempre dispuesto a acompañar a cada uno, a su propio ritmo, hacia la salvación.

La misma invitación nos la hace el papa Fran-cisco en la Bula del Jubileo de la Misericordia Mi-sericordiae Vultus (El rostro de la misericordia). El texto ahonda en la necesidad de practicar esa misericordia a través del perdón y la acogida de los hijos pródigos; hasta el punto de proponer a la Iglesia que tenga los brazos abiertos a delincuen-tes, violentos y corruptos que cambien de vida: La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pe-cador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. . . Si Dios se detu-viera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experien-cia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario; quien se equivoque deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón (MV 21).

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“Sínodo es nombre de Iglesia” (IV) el camino de la fe: del latrocinio de Éfeso al concilio de Calcedonia

Francisco José Prieto Fernández

UN ROSTRO SINODAL

Los primeros concilios ecuménicos han ido pro-fundizado la doctrina cristológica: en Nicea (325) se afirma la verdadera divinidad de Jesucristo fren-te a Arrio; en Constantinopla (381), la integridad de su humanidad contra Apolinar de Laodicea; y en Éfeso (431), su perfecta unidad contra los peligros de la cristología divisiva de Nestorio. Pero seguían existiendo ambigüedades notables en los términos empleados en los debates teológicos, especialmen-te por parte de los llamados monofisitas (una sola naturaleza después de la unión). Por eso, los vein-te años que transcurren entre el concilio de Éfeso (431) y el de Calcedonia (451) fueron de una im-portancia extraordinaria, pues sirvieron para preci-sar el lenguaje doctrinal y para aclarar el contenido una afirmación cristológica fundamental: la unión de las dos naturalezas en Cristo. ¿Cómo concebir-la sin negar la distinción de ambas naturalezas y al mismo tiempo no separarlas?

Latrocinio de Éfeso (449)

Los acontecimientos más significativos, en los que se empeñaron las grandes escuelas teológicas del Oriente cristiano (alejandrina y antioquena) y la tradición occidental latina, fueron los siguientes: el Tomus ad Armenios de Proclo de Constantinopla del 435 en el que usa el término hypóstasis (susbsisten-cia concreta) para afirmar la unidad de Logos en-carnado; la obra El mendigo de Teodoreto de Ciro, el gran teólogo de la escuela antioquena, en la que afirma, frente a los monofisitas, la distinción de la naturaleza divina y humana en la única persona de Jesucristo; la condena en el 448 del monje Eutiques de Constantinopla, con su torpe expresión de “una sola naturaleza (la divina) después de la unión”. En apoyo de esta condena, el papa León Magno envía al patriarca Flaviano de Constantinopla el llamado Tomus ad Flavianum (junio del 449), el documento cristológico más importante de la Iglesia latina y el único que influyó de verdad en la teología oriental: afirma con claridad la integridad y la distinción de las dos naturalezas en la única persona de Jesucris-to, el mismo Verbo eternamente preexistente en el Padre que por obra del Espíritu y de María se hace

verdaderamente hombre. ¡Será la el texto clave en Calcedonia!

Entre tanto, el rechazo a esta censura de Eutiques desencadenará un triste episodio conocido como el latrocinio de Éfeso: el emperador Teodosio II convoca un concilio (agosto del 449) con el fin de revisar la condena del monofisita Eutiques. Los monofisitas, capitaneados por Dióscoro de Ale-jandría, habían reaccionado violentamente contra la condenación de Eutiques y lograron el favor de Teodosio, inicialmente contrario. Para presidir el concilio delegó precisamente en Dióscoro, asistido por Juvenal de Jerusalén, y prohibió la presencia de Teodoreto de Ciro, el más significado representante de la cristología antioquena.

La asamblea se abrió el 8 de agosto en la igle-sia de Santa María, con la asistencia de unos 130 obispos. La delegación romana pidió la lectura del mencionado Tomus de León Magno a Flaviano, obispo de Constantinopla, adversario de Eutiques. No se permitió. Además los legados romanos no conocían el griego para poder intervenir direc-tamente en la asamblea. Se levantaron las acusa-ciones contra Eutiques y se condenó la cristología diofisita antioquena, que predicaba dos naturale-zas en Cristo, la divina y la humana, después de la encarnación. Dióscoro pidió la condena y cese de Flaviano de Constantinopla, pues su cristología, según él, añadía algo nuevo a la de Nicea: apelaba al canon 7 de Éfeso que prohibía quitar o añadir algo al credo niceno. Se radicalizaba el principio de “ningún dogma nuevo más allá de Nicea”.

Al mismo tiempo, en el entorno de la asamblea se agitaban clérigos y monjes, soldados y marine-ros alejandrinos que intimidaban a los presentes. La tensión fue creciendo y, tras la sentencia de condena a Flaviano, entraron en la sala del concilio los soldados y el pueblo: golpearon duramente al patriarca de Constantinopla, que se había escondi-do en una dependencia de la basílica. Murió pocos días después camino del exilio. Posteriormente, to-dos los obispos exponentes de la postura antioque-na fueron condenados. La reunión se clausura con

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la lectura y aprobación de los doce anatematismos de Cirilo. Algún historiador dijo que, ante tales ex-cesos, lo raro fue que no se excomulgara también a León Magno. Informado por uno de sus legados, el diácono Hilario, el mismo León Magno exclamó que lo sucedido no había sido un iudicium sino un latrocinium.

Concilio de Calcedonia (451)

A los dos años de los penosos acontecimientos y con el fin de superar heridas y divisiones, el empe-rador Marciano (450-457) convoca el cuarto Con-cilio Ecuménico, que tuvo lugar en el 451, desde el 8 de octubre al 1 de noviembre, en Calcedonia, una localidad cercana a Constantinopla. Su princi-pal propósito fue defender la doctrina ortodoxa en contra de la herejía de Eutiques y los monofisitas, aunque la disciplina eclesiástica y la jurisdicción también ocuparon su atención. Acudieron gran nú-mero de obispos orientales, tres legados papales y unos veinte delegados imperiales, que jugaron un papel clave en la moderación de los debates y en su afortunada conclusión.

La más importante de todas las sesiones fue la quinta, ocurrida el 22 de octubre, en la que se pre-paró la importante definición dogmática. Tras dudas en el camino a seguir y la propuesta de textos ambi-guos, los legados imperiales, con hábil diplomacia, plantearon a la asamblea una decisión muy concre-ta: o aceptar la fórmula de Dióscoro, ya condenada en la tercera sesión, o la del papa León, aprobada en la segunda sesión. Merece la pena recoger la for-mulación de la pregunta, tal como se recoge en las actas conciliares: Dióscoro ha dicho: acepto que es de dos naturalezas, no acepto que sea en dos natu-ralezas. El santísimo papa León dice que en Cristo hay dos naturalezas unidas sin confusión, sin cam-bio, sin división en un solo Hijo Unigénito nuestro Salvador. ¿A quién de los dos seguís, al arzobispo León o a Dióscoro?.

Los padres conciliares asintieron que seguían a León. A continuación, los comisarios imperiales sugirieron que la doctrina del Papa fuera añadida a la definición. Una comisión elaboró el documento final de Calcedonia que, aceptado unánimemente por aclamación, contiene un preámbulo, los sím-bolos de Nicea y Constantinopla, una amplia tran-sición, la definición dogmática sobre Cristo, y una cláusula final acerca del carácter y obligatoriedad de la definición. En la sexta y última sesión, con la presencia del emperador, se aprueban oficialmen-te todas las decisiones doctrinales y canónicas que adopta el concilio de Calcedonia.

En continuidad perfecta con Nicea, Constantino-pla y Éfeso, y haciendo converger las tradiciones cristológicas de Oriente y Occidente, Calcedonia afirma: Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo per-fecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a no-sotros, menos en el pecado... se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación.

Una vez más, a pesar de los ruidos y los distur-bios, la voz de la verdad se abrió paso y la fe de la Iglesia pudo ser definida y proclamada, bajo la guía providente del Espíritu, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios (San Agustín de Hipona). Años más tarde, el emperador León I el Tracio (457-474) hará una encuesta a los obis-pos principales del Imperio de Oriente para cono-cer su opinión sobre Calcedonia. El obispo Evipo de Neocesarea del Ponto le responderá que acogió la fórmula calcedonense piscitore (como los pes-cadores) y no aristotelice (como Aristóteles). Pero ambas maneras son necesarias ayer y hoy: lo fue-ron en aquel tiempo porque el kerigma necesitó la adecuada precisión, y lo es ahora porque el anuncio de la fe requiere siempre una interpretación profun-da que lo ajuste a la infinita vitalidad de la Palabra de Dios y no quede esterilizado por una repetición rutinaria.

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Os grupos sinodais: unha experiencia de comuñón, que alenta a fe e fai propostas para vivila no mundo de hoxe

Néstor Álvarez Rodríguez

A etapa preparatoria do Sínodo Diocesano botou a andar coa posta en marcha dos traballos dos grupos sinodais, formados tanto en parroquias coma en co-munidades de Vida Consagrada, así como os forma-dos polos sacerdotes nos diferentes arciprestazgos.

Máis de 2.200 persoas están a participar nos case 200 grupos constituidos ao longo de toda a diocese. A pesares dos diferentes perfís dos membros que forman parte dos grupos sinodais, percíbese unha constante: a ilusión por sentirse partícipes dun mo-mento trascendental para a renovación persoal e pastoral da nosa Igrexa particular nos albores do terceiro milenio. Así o refire Flor Recarey da parro-quia de Santa Mariña de Xinzo de Limia para quen é “un honor que conten coa miña opinión, xa que pasado o tempo, cada un de nós pasaremos a for-mar parte do colectivo que participou no primei-ro sínodo do segundo milenio da historia da Igrexa ourensana. Supón tamén unha oportunidade para aportar e escoitar opinións e suxestións para me-llorar a nosa Igrexa”.

Certamente nos traballos dos grupos sinodais tamén van aparecendo atrancos como a dificultade para escoitarse uns aos outros, expresar as propias ideas, ou a novidade que para algúns supón a diná-mica das reunións, unida a falta de formación tanto a nivel persoal como a nivel de fe. Tal como sinala Marisa Santiago da parroquia de Santa Cruz de San Cibrao (Verín) “a maior dificultade nos traballos é a comprensión dos textos. O perfil das persoas que conforman os nosos grupos é xente do rural, a maioría, cunha nula ou escasa formación, á cal non só lles costa entender os textos, senon tamén ler os textos. Co cal, o traballo do grupo ten que adap-tarse ás circunstancias que concorren e non tanto ao guión”. Outro dos problemas máis frecuentes é “poder axustarse aos temas á hora de facer una proposta. Sempre se nos van as ideas a mellorar a nosa parroquia e non pensamos en conxunto. Eso faisenos moi difícil. Costanos ir máis alá” como ex-presa María Teresa Rivero de San Pedro de Cudeiro.

A pesares destes contratempos o traballo dos grupos sinodais é visto como enrequecedor tanto a nivel persoal como comunitario por parte dos

membros que forman parte deles. Os grupos sino-dais percíbense por unha parte como unha oportu-nidade para vivir a comuñón, así para María Teresa Suárez de San Pedro de Bande “o máis positivo é sentirme un membro vivo da comunidade eclesial onde poder expresarme e compartir vivencias e ex-periencias con outras persoas e poder aportar no-vas ideas e canles para a evanxelización deste novo milenio”. Por outra son unha ocasión para avivar a fe “profundizando nos cementos da fe cristiá me-diante o estudio e reflexión dos temas presentados” como indican dende a comunidade das Clarisas Re-paradoras de Vilar de Astrés. Finalmente os grupos son vistos como a canle apropiada para expresar as inquietudes e facer propostas para a vida da nosa Igrexa, tal como di María Isabel Sousa de Santa Lucía de Rairo “todos expresamos a nosa opinión, e sabemos que se terá en conta o que propomos, e tamén é a primeira vez que pensamos sobre os problemas da vida da nosa Igrexa”.

Os traballos dos grupos sinodais botaron a andar e, a pesares dos lóxicos problemas e dificultades que van aparecendo, están dando xa os seus primei-ros froitos como experiencia de comuñón, oportu-nidade para avivar a fe e canle para facer propostas cara á renovación persoal e pastoral na nosa Igrexa diocesana.

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Acrecentando a comuñón: as Asembleas Arciprestais porta dunha Igrexa aberta a todos

Néstor Álvarez Rodríguez

Ao longo do mes de febreiro de 2018 celébranse as Asembleas Arciprestais correspondentes ao Ins-trumento de Traballo Primeiro. Trátase, por unha parte, de vivir dun xeito práctico a comuñón, saín-do da propia parroquia para encontrarse con mem-bros dos grupos sinodais doutros lugares do mes-mo arciprestado e así enriquecer as propostas que xurdiron nos traballos dos gupos. Por outra parte, as Asembleas son unha axuda a hora de organizar e sintetizar as proposicións e establecer un primeiro filtro antes de ser presentadas á Asemblea Sinodal. Esta experiencia, como tantas outras dentro do ca-miño sinodal, é nova para os que participan nelas, por iso é normal que xurdan dúbidas sobre o seu funcionamento. Tratamos aquí de aclarar as que poden ser as máis frecuentes.

Quen están convocados a participar? Os mode-radores, secretarios e asesores dos grupos sinodais tanto parroquiais coma non parroquiais, excepto os grupos das comunidades de vida contemplativa, constituidos no territorio do arciprestado, así como todos os sacerdotes que teñan cargo pastoral no ar-ciprestado e aqueles sacerdotes sen ningún cargo pastoral que residan no mesmo. Á celebración da Eucaristía e ao momento festivo deberíase invitar a todos os fieis do arciprestado. A conclusión da Asemblea Arciprestal organizarase de tal xeito que favorezca a participación de todos os membros dos grupos do arciprestado.

Cando e onde se celebran? No mes de febreiro de 2018 celébranse as asembleas correspondentes ao Instrumento de Traballo 1º, e en xuño de 2018 as correspondentes ao Instrumento de Traballo 2º. En febreiro de 2019 as correspondentes ao Instrumen-to de Traballo 3º e en xuño de 2019 as correspon-dentes ao Instrumento de Traballo 4º. O día, hora e lugar de cada Asemblea acordarase no respecti-vo arciprestado, procurando que facilite a asisten-cia das persoas que están convocadas a participar. Unha vez concretada a data e o lugar comunicará-selle a Secretaría Xeral do Sínodo.

Quen se encarga de preparalas? Os equipos de animación sinodal constituidos en cada arcipres-tado co apoio da Secretaría Xeral do Sínodo e da Comisión Técnica correspondente ao Instrumento de Traballo a tratar.

Como se desenvole o traballo das Asembleas Arciprestais? O traballo organizase fundamental-mente partindo do seguinte esquema:

• Oración inicial tratando de propiciar un clima de encontro de fe e verdadeira comuñón e diálogo.

• Presentación das propostas aprobadas nos gru-pos sinodais agrupadas por bloques, traballo so-bre as mesmas e votación. O traballo sobre as propostas pódese realizar no plenario da asem-blea ou organizando aos participantes en círculos menores segundo sexa o número de asistentes.

• Momento para compartir as dificultades e os aspectos positivos que foron aparecendo nos traballos dos grupos sinodais. É importante que estes aspectos se fagan constar na acta como axu-da para que a Secretaría Xeral coñeza como vai a marcha dos traballos dos grupos sinodais e orga-nice as accións necesarias para axudar ao seu bo funcionamento.

• Presentación do Instrumento de Traballo que servirá de guía no cuatrimestre seguinte.

• Encontro celebrativo-festivo que se pode cele-brar xusto ao rematar as deliberacións da asem-blea ou noutro momento que favoreza a asisten-cia daqueles que están convidados a participar. Este momento contará cunha celebración litúrxi-ca, preferentemente Eucaristía, á que se invitará a todos os fieis do arciprestado; e tamén cun tempo para o encontro festivo de todos os membros par-ticipantes nos grupos sinodais. Ao principio ou ao final da celebración litúrxica, segundo deci-da o equipo de animación arciprestal, trasladara-se aos presentes unha breve reseña do tratado e acordado pola Asemblea Arciprestal.

As Asembleas Arciprestais queren ser un espa-zo de encontro para aqueles que están implicados nos traballos sinodais e tamén unha axuda á hora de organizar o traballo previo á celebración da Asemblea Sinodal. Pretenden marcar un estilo que leve ás nosas parroquias e comunidades a saír da autorreferencialidade e crear un clima de traballo baseado na comuñón entre as diferentes realidades e organismos da nosa Igrexa diocesana. E así favo-recer un estilo evanxelizador ao xeito das primeiras comunidades cristiás cun mesmo pensar e un mes-mo sentir (Feit 4,32).

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10 años de Teología en Ourense

UN ROSTRO AGRADECIDO

Si no resulta fácil promover iniciativas evangeli-zadoras en nuestra Iglesia, pues lo más fácil es per-manecer en la inercia del “siempre fue así”, mante-nerlas en el tiempo es una tarea más costosa. Este año se cumplían los 10 años de las Jornadas de Teo-logía en Ourense. Iniciativa promovida por las Vi-carías para la Pastoral y la Nueva Evangelización, el Instituto Teológico Divino Maestro y el Centro de Ciencias Religiosas San Martín. El apoyo de los diferentes Obispos que presidieron la Diócesis es y ha sido imprescindible para la organización y desa-rrollo de estas jornadas.

Al cumplirse esta efemérides queremos dejar, en este número de Pastoralia, un recuerdo agradecido a cuantos, con su generoso esfuerzo y colaboración las han puesto en marcha y sostenido a lo largo de estos diez años.

La historia comenzaba a caminar el día 20 de enero de 2009, de la mano del Ilmo. Sr. D. José Pérez Domínguez, Vicario para la Pastoral.

A lo largo de estos diez años nos ofrecieron la oportunidad de contar entre nosotros con especialis-tas en los más variados temas de la Sagrada Escritu-ra, el pensamiento teológico-pastoral y social de la Iglesia, que sirvieron de apoyo doctrinal y pastoral a la Programación Diocesana y fuente de formación de muchos agentes de pastoral y fieles que, con una gran acogida, han participado año tras año.

Inestimable sigue siendo la colaboración del Liceo de Ourense que nos han permitido situar el pensamiento teológico en diálogo con la cultura y el mundo actual en un espacio céntrico de la ciu-dad y con una disponibilidad total de su Directiva y personal. Colaboración que queremos agradecer porque podemos decir que nos hemos sentido como en la propia casa.

A continuación ofrecemos el elenco de profeso-res que, año tras año, han dado vida a esta iniciati-va que deseamos siga prestando su servicio para el bien de nuestra Iglesia en Ourense.

I Semana de Teología 2009EXPOSICIÓN DE PINTURA: San Pablo visto por los pinceles de un monje.Lugar: Liceo de Ourense.Autor: Hermano Luis Álvarez, monje de Oseira.Fecha: A partir del día 20 del mes de enero.Horario: Todo el día.

CICLO DE CONFERENCIAS:

• Día 20 de enero: D. Miguel Ángel González García, canónigo archivero de la S. I. Catedral de Ouren-se, Profesor del I. T. y archivero de la Diócesis. Título de la conferencia: San Pablo en imágenes: apun-tes de iconografía paulina. Presenta D. Francisco Pernas de Dios, Párroco de Santiago de la Caldas.

• Día 21 de enero: D. José Cervantes Gabarrón. Murcia. Profesor de Nuevo Testamento, Sacerdote Mi-sionero en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Director de Reseña Bíblica. Título de la conferencia: La palabra en el camino de la unidad. Presenta D. Julio Grande Seara, Profesor de Sagrada Escritura y Delegado diocesano de la Juventud.

• Día 22 de enero: D. José Luis Andavert Estriche. Barcelona. Director General de la Sociedad Bíblica. Madrid. Título de la Conferencia: La escucha de la Palabra de Dios en las diversas confesiones cris-tianas. Presenta D. José Pérez Domínguez, Vicario de Pastoral de la Diócesis de Ourense.

• Día 23 de enero: D. Carlos Francisco de Vega. León. Secretario de la Comisión Episcopal de Relacio-nes Interconfesionales. Título de la conferencia: San Pablo y la Unidad de los Cristianos. Presenta D. José Antonio Gil Sousa, Delegado Diocesano para la Unidad de los Cristianos.

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II Semana de Teología 2010Semana de Teología Pastoral los días 19, 20, 21 y 22 de enero, a las 20:10 horas, en el Liceo de Ourense.

• Martes 19: Exposición iconográfica sobre el camino de Santiago en Ourense. D. Miguel Ángel Gon-zález García. Presenta: D. José Pérez Domínguez.

• Miércoles 20: Año Santo Compostelano: Peregrinos de la fe y testigos de Cristo resucitado. Arzobispo de Santiago, Monseñor Julián Barrio Barrio. Presenta el Obispo de Ourense, Monseñor Luis Quinteiro Fiuza.

• Jueves 21: Sacerdotes para el siglo XXI. Obispo de Mondoñedo-Ferrol, Monseñor Manuel Sánchez Monge. Presenta D. José Antonio Gil Sousa.

• Viernes 22: Adoremos a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. Obispo de Lugo, Monseñor Al-fonso Carrasco Rouco. Presenta: D. Francisco Pernas de Dios.

• Sábado 23: Santa Misa y Vigilia de adoración en la S. I. Catedral presidida por el Obispo de Ourense, Monseñor Luis Quinteiro. Destacando la Oración por la Unidad de los Cristianos.

Ciclo de Conferencias en el Liceo de Ourense los días 19, 20, 21 y 22 de enero a las 20:00 horas.

• Miércoles 19: La Iglesia, Misterio, por el Ilmo. Sr. D. Segundo Leonardo Pérez López, Director del ITC.

• Jueves 20: La Iglesia, Comunión, con el Profesor de Teología de la UPSA, D. Fernando Rodríguez Carapucho.

• Viernes 21: La Iglesia, Misión, con el Decano y profesor de Teología en la Facultad de Teología del Norte de España, D. Eloy Bueno de la Fuente.

• Sábado 22: Marcados por la cruz, ante la JMJ, con el Obispo de Astorga, Monseñor Camilo Lorenzo Iglesias. En esta jornada la conferencia será una hora antes, a las 19:00 horas.

• Culminamos este ciclo de conferencias y la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en que está enmarcado, con Vísperas y Santa Misa en la Catedral de Ourense el mismo sábado 22, a las 20 horas.

La Palabra de Dios, luz para nuestras vidas y alma de la nueva evangelización.

• Miércoles 18 de enero: 19:30 horas Exposición Belleza y Palabra. Biblia y Arte, dirigida por el Dele-gado diocesano de Patrimonio, D. Miguel Ángel González García.

20:10 horas Historia de un aniversario: grupos bíblicos en Ourense, Monseñor Carlos Osoro, Arzobis-po de Valencia. Presenta Monseñor Luis Quinteiro, Obispo de Tui-Vigo y Administrador Apostólico de Ourense.

• Jueves 19 de enero: 20:10 horas A situación da muller no entorno de Xesús. D. José Antonio González, profesor de Sagrada Escritura en el ITC de Santiago.

• Viernes 20 de enero: 20:10 horas Los evangelios, memoria viva de Jesús. D. Santiago Guijarro, decano y profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca.

• El sábado 21 de enero: 20:00 horas, Vigilia de Oración por la Unidad de los Cristianos con Vísperas y Santa Misa en la S.I. Catedral presidida por el Administrador Apostólico de la Diócesis de Ourense, Monseñor Luis Quinteiro.

III Semana de Teología 2011

IV Semana de Teología 2012

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Ciclo de conferencias del 23 al 26 de enero en el Liceo de Ourense, donde se mostrará además la exposi-ción: Cáritas, la respuesta de la Iglesia ante un mundo necesitado.

• Miércoles 23 de enero: 20:10 h. Monseñor Jesús Sanz, Arzobispo de Oviedo: El testimonio de la fe en un mundo neopagano. Presenta: D. Francisco Pernas, Párroco de Santiago de las Caldas.

• Jueves 24 de enero: 20:10 h. Monseñor Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid. La Eucaristía hace la Iglesia. Presenta el Obispo de Ourense, Monseñor Leonardo Lemos.

• Viernes 25 de enero: 20:10 h. D. Francisco José Prieto, Vicario para la Nueva Evangelización en la Diócesis de Ourense: De la primera a la Nueva Evangelización.

• Sábado 26 de enero: 19 h. D. Ángel Cordovilla, Profesor en la Universidad Pontificia de Comillas: Crisis de fe y nueva evangelización. Presenta: D. José A. Gil Sousa, Director del ITM.

• El sábado 26 de enero: Vigilia de Oración por la Unidad de los Cristianos, después de la última confe-rencia, a las 20 h. presidida por Monseñor Lemos Montanet en la Catedral de Ourense.

Del 22 al 25 de enero se celebra, un año más, la Semana de Teología en el Liceo, con un ciclo de Confe-rencias, finalizando el 25 de enero con la Oración por la Unidad de los Cristianos en la Catedral.

• Miércoles 22 de enero: Unidades de Pastoral y nueva evangelización. Monseñor D. Juan Antonio Menéndez Fernández, Obispo Auxiliar de Oviedo.

• Jueves 23 de enero: La familia en la nueva evangelización. Monseñor D. Manuel Sánchez Monje, Obispo de Mondoñedo-Ferrol.

• Viernes 24 de enero: Los católicos en la vida pública. Excmo. Sr. D. Alfonso Coronel de Palma, miem-bro de la Asociación Católica de Propagandistas.

• Sábado 25 de enero: A (nova) evangelizaçao ao estilo do Papa Francisco. Monseñor D. Jorge Ferreira da Costa Ortiga. Arzobispo de Braga. Primado das Españas.

• Vigilia de Oración por la Unidad de los Cristianos. Presidida por Monseñor Leonardo Lemos Montanet, Obispo de Ourense.

Ourense en misión con María.Ciclo de Conferencias del 21 al 24 de enero a las 20:00 en el Liceo.

• Miércoles 21: Ilmo. Sr. D. Ángel Galindo García, Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca: La misión evangelizadora y el compromiso social de la Iglesia.

• Jueves 22: Monseñor D. Raúl Berzosa Martínez, Obispo de Ciudad Rodrigo: Conversión de las estruc-turas para una nueva evangelización en nuestra tierra.

• Viernes 23: Ilmo. Sr. D. Aurelio García Macías, Rector del Seminario y Delegado de Liturgia de Valla-dolid: La liturgia, fuente de evangelización y fuerza para evangelizar.

• Sábado 24: Monseñor D. Leonardo Lemos Montanet, Obispo de Ourense, preside la Celebración por la Unidad de los Cristianos en la Catedral a las 20:00 horas. Canta la Coral Polifónica de San Pedro de Moreiras.

V Semana de Teología 2013

VI Semana de Teología 2014

VII Semana de Teología 2015

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Ourense en misión. Testigos de misericordia.Ciclo de Conferencias el 20, 21 y 22 de enero de 2016, a las 20 h. en el Liceo de Ourense.

• Miércoles 20: Dr. Ángel Cordovilla Pérez, Profesor de Teología de la Universidad Pontificia de Comi-llas: ¿Por qué un Año Santo de la Misericordia? Presenta: Ilmo. Sr. D. Francisco José Prieto Fernández, Vicario para la Nueva Evangelización.

• Jueves 21: Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Jesús Fernández González, Obispo Auxiliar de Santiago de Com-postela: La alegría del perdón. La misericordia y el sacramento de la reconciliación. Presenta: Ilmo. Sr. D. José Pérez Domínguez, Deán de la Catedral de San Martín de Ourense.

• Viernes 22: D. Fernando Fuentes Alcántara. Director del Secretariado de Pastoral Social de la Confe-rencia Episcopal Español: Una Iglesia misericordiosa, servidora de los pobres. Presenta: Ilmo. Sr. D. José Antonio Gil Sousa, Director del I. T. Divino Maestro.

• Sábado 23: Monseñor D. Leonardo Lemos Montanet, Obispo de Ourense, preside la Celebración por la Unidad de los Cristianos en la Catedral a las 20 h. Colabora: coral y parroquia de San Pedro de Moreiras

• Miércoles 18 de enero: Vivencia y exigencias de la comunión a la luz del Evangelio y las primeras comunidades cristianas. Dr. Santiago Guijarro Oporto, profesor de la UPSA.

• Jueves 19 de enero: La sinodalidad expresión de comunión. Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo de Zaragoza.

• Viernes 20 de enero: Una Iglesia en camino sinodal. Ilmo. Sr D Juan Luis Martínez Lorenzo, Vicario General de la Diócesis de Tui-Vigo

• Sábado 21 de enero: Vigilia de oración por la Unidad de los Cristianos: “El amor de Cristo nos apre-mia” Preside Ilmo. Sr. D. José Antonio Gil Sousa, Delegado de Ecumenismo.

Una Iglesia en camino: samaritana y comprometida con el medio ambiente.Exposición: El rostro samaritano de la Iglesia en Ourense. Cáritas Diocesana.• Miércoles 17 de enero: presentación de la Semana por Monseñor Leonardo Lemos, Obispo de Ouren-

se: 10 años de Teología en Ourense.Laudato si: El compromiso de la Iglesia con la ecología integral. Claves para su comprensión. S.E.R. Mons. Rino Fisichella presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangeliza-ción. Presenta Ilmo. Sr. D. Francisco J. Prieto Fernández, Vicario para la Nueva Evangelización.

• Jueves 18 de enero: Vivir la compasión en una sociedad del descarte. D. Sebastián Mora, Secretario General de Cáritas Española. Presenta: D. José Ángel Feijóo Mirón, Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana.

• Viernes 19 de enero: La transformación misionera de la Parroquia: de la sombra de mi campanario a las UaPs. P. Tiago Freitas, Prof. de la Universidad Católica Portuguesa (Braga). Presenta: Ilmo. Sr. D. José A. Gil Sousa, Director del Instituto Teológico Divino Maestro.

• Sábado 20 de enero: Vigilia de Oración por la Unidad de los Cristianos: Reconciliación. Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder (Ex 15, 6). Prepara: Delegación Diocesana de Ecumenis-mo. Preside: Monseñor Leonardo Lemos, Obispo de Ourense.

VIII Semana de Teología 2016

IX Semana de Teología 2017

X Semana de Teología 2018

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CELEBRACIÓN PENITENCIALMonición de entrada

Monitor: Hermanos, en esta Cuaresma el Señor nos invita una vez más a volvernos a él desde la conver-sión de nuestro corazón. Esta celebración es un recordar de nuevo que Dios es un Padre misericordioso que sale siempre al encuentro del pecador, para abrazarnos y levantarnos, vistiéndonos un traje nuevo para celebrar con gozo la gran fiesta de Pascua. Con esta certeza dispongámonos a participar activamente.

Canto: Hoy vuelvo de lejos.

Ritos Iniciales

S/+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.R/ Amén

S/ La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor estén con todos vosotros.R/ Y con tu espíritu

S/ Oración.

Que Dios, que nos llama a la conversión, nos conceda la gracia de una verdadera y fructuosa conversión (pausa)

Señor, Dios nuestro, que no te dejas vencer por nuestras ofensas, sino que te aplacas con nuestro arrepen-timiento. Mira a tus siervos, que ante ti se confiesan pecadores y, al celebrar ahora el sacramento de tu misericordia, concédenos que, corregidas nuestras vidas, podamos gozar de las alegrías eternas.

R/ Amén.

Liturgia de la Palabra

• Proclamación del Evangelio según san Lucas 15, 11-32• Canto: Sí me levantaré u otro apropiado.• HOMILIA

Cada sacerdote puede tenerla según las necesidades de su comunidad, destacamos tres ideas. “Me Levantaré”: que expresa nuestra conciencia sobre la realidad del pecado que está presente en nuestra vida, y nuestro deseo de no quedarnos en él sino de acercarnos con confianza al corazón misericordioso del Padre. “Volveré”: Destacando que formamos parte de la comunidad eclesial y cómo el pecado nos aparta de ella. “Celebremos” el perdón supone siempre una alegría compartida. La participación en la Eucaristía de cada domingo es expresión de ese vivir y sentir con toda la comunidad eclesial.

Esta parábola es una llamada a la conversión. Muchas personas abandonaron la comunidad y otras están dentro de ella con un fuerte sentido individualista. La Cuaresma es llamada a cambiar y a volver experimentar el gozo de sentirse miembro de una comunidad que cree y celebra la salvación de Dios.

• EXAMEN DE CONCIEnCIA(Dejamos un tiempo de silencio, con un breve fondo musical, para que cada uno a la luz de la Palabra de Dios y de las pistas proporcionadas en la homilía haga su propio examen. Al final por si puede ser útil se presenta un breve examen de conciencia).

Rito de Reconciliación

S/ Recordando, hermanos, la bondad de Dios, nuestro Padre, confesemos nuestros pecados para alcanzar así misericordia. (Recitamos comunitariamente el Yo Confieso).

S/ Pidamos humildemente a Dios misericordioso que purifica los corazones de quienes se confiesan pe-cadores, y libre de las ataduras del mal a quienes se acusan de sus pecados, que conceda el perdón a los culpables y cure sus heridas.R/ Te rogamos, óyenos

Lector/ Que nos concedas la gracia de una verdadera penitencia.

UN ROSTRO CELEBRATIVO

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R/ Te rogamos, óyenosL/ Que nos concedas el perdón y borres las deudas de nuestros antiguos pecados. R/ Te rogamos, óyenosL/ Que quienes nos hemos apartado de la santidad de la Iglesia, consigamos el perdón de nuestras culpas y volvamos limpios a ella. R/ Te rogamos, óyenosL/ Que a quienes con el pecado hemos manchado nuestro Bautismo, nos devuelvas a su primitiva blancura. R/ Te rogamos, óyenosL/ Que al acercarnos de nuevo a tu altar santo seamos transformados por la esperanza de la vida eterna. R/ Te rogamos ,óyenosL/ Que permanezcamos, de aquí en adelante con entrega sincera, fieles a sus sacramentos. R/ Te rogamos ,óyenosL/ Que renovados en la caridad, seamos testigos de tu amor en el mundo. R/ Te rogamos, óyenosL/ Que perseveremos fieles a tus mandamientos y lleguemos a la vida eterna. R/ Te rogamos, óyenosS/ Ahora, como Cristo nos mandó, oremos todos juntos al Padre, para que perdonándonos las ofensas unos a otros, nos perdone él nuestros pecados.R/ PADRE NUESTRO…S/ Oh Dios, que has dispuesto los auxilios que necesita nuestra debilidad: concédenos recibir con alegría y mantener con una vida santa los frutos de tu perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.R/ Amén.

Confesión y absolución individualMonitor: A continuación, cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de acercarnos a recibir el abrazo de Dios Padre Misericordioso. Mientras esperamos a que todos aquellos que lo hagan terminen, haremos un rato de oración individual. Amén.

Acción de GraciasDios omnipotente y misericordiosoque admirablemente creaste al hombrey más admirablemente aún lo redimiste;que no abandonas al pecador,sino que lo acompañas con amor paternal.Tú enviaste tu Hijo al mundopara destruir con su pasión el pecado y la muertey para devolvernos, con su resurrección,la vida y la alegría.Tú has derramado el Espíritu Santo en nuestros corazonespara hacernos herederos e hijos tuyos.Tú nos renuevas constantemente con lossacramentos de salvaciónpara liberarnos de la servidumbre del pecadoy transformarnos de día en día,en una imagen más perfecta de tu Hijo amado.Te damos graciaspor las maravillas de tu misericordiay te alabamos con toda la Iglesiacantando para ti un cántico nuevocon nuestros labios, nuestro corazón y nuestras obras.A ti la gloria por Cristo en el Espíritu Santo,ahora y por siempre. Amén.

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Bendición final

S/ El Señor esté con vosotros.L/ Y con tu espíritu.S/ El Padre nos bendiga, pues nos ha abierto sus brazos.R/ Amén.S/ El Hijo nos conceda la salvación pues murió y resucitó por nosotros.R/ Amén.S/ El Espíritu Santo nos santifique y nos dé fuerzas para vivir la novedad del Evangelio.R/ Amén.S/ Y la Bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.R/ Amén.

Monición Final

Monitor: es el final, pero no salimos de la celebración de la penitencia como entramos. Algo ha pasado en lo más íntimo de nuestro corazón. Como al Hijo Pródigo, el Padre nos estaba esperando, nos ha abrazado, nos ha llamado hijos, nos ha dicho palabras de perdón.Es hora de marchar. Sí, nos vamos. Llevamos la alegría dentro junto con la confianza en que Dios nos ama a pesar de nuestras infidelidades. No se ha acabado el perdón con esta celebración, a Dios no se le han acabado las palabras de perdón… es un consuelo para nuestros miedos, para nuestra fragilidad... De todas formas nos vamos para ser mejores que antes; nos vamos para perdonar a los demás como nos han perdonado; nos vamos para ser más luz y sal en la vida.

S/ El Señor ha perdonado vuestros pecados. Id en Paz.R/ Demos gracias a Dios.

Exámen de conciencia

1. En nuestra relación para con Dios.• ¿Qué lugar ocupa Dios en mi Vida? ¿Lo amo verdaderamente?• ¿Procuro vivir en la presencia de Dios o vivo como si Él no existiera?• ¿Procuro cultivar mi fe y mi formación cristiana?• ¿Dedico todos los días un rato de oración al Señor? ¿Participo habitualmente en la Eucaristía de

los domingos y días festivos?

2. En nuestra relación para con los demás.• ¿Comparto mis bienes con los demás? ¿Soy avaricioso, egoísta y sólo busco lo mejor para mí?• ¿Soy responsable en mi profesión, honrado en mi trabajo y en los negocios?• ¿He perjudicado a otros? ¿Les he engañado?• Como hijo: ¿soy obediente y respetuoso con mis padres? ¿Me llevo bien con mis hermanos?• Como padre o madre: ¿me preocupo de la educación y formación cristiana de mis hijos?

3. Nuestra lucha por la santidad personal.• ¿Procuro vivir en la presencia de Dios o vivo como si no existiera?• ¿Acudo con frecuencia al sacramento de la Reconciliación?• ¿Comulgo frecuentemente con las debidas condiciones?• ¿Abuso de la comida o las bebidas alcohólicas?• ¿Escandalizo con mis conversaciones, actitudes, comportamientos, etc.?• ¿Pongo en peligro mi propia vida o la de los demás?• ¿Soy cuidadoso con la propia salud?• ¿Procuro vivir y decir siempre en la verdad?

CAMPAÑA DEL DOMINGO 2018El domingo, Pascua semanal de los cristianos, necesita hoy de un cuidado especial. La imposibilidad

de celebrar la Eucaristía dominical en todas las parroquias y la existencia de comunidades que carecen de los ministerios mínimos para poder celebrar con dignidad pueden llevarlo a perder su verdadero sentido y centra-lidad en la vida de la comunidad cristiana. Por ello, cada año, desde la Programación Pastoral se nos invita a dedicar dos domingos, en el inicio de la Pascua, a reavivar la importancia del Día del Señor en nuestras vidas. A ello quieren ayudar estos subsidios litúrgicos, de modo que ayudemos a nuestro pueblo a vivirlo como fiesta primordial del pueblo cristiano.

Invitamos a recuperar los cantos “É domingo o día do Señor” y “Xuntos na misa, alegres na esperanza”, junto con las pancartas de la Campaña del domingo, como medios de ambientación que ayuden a avivar aque-lla primera campaña del domingo en este camino sinodal.

Domingo 2º del Tiempo Pascual o de la Divina Misericordia (Ciclo B) 8 de abril de 2018

Monición introductoria:El domingo es el día del Señor en el que, desde el principio, la comunidad cristiana se reúne para en-contrarse con Cristo resucitado. La Palabra de Dios, que proclamamos en la celebración de la Eucaristía, nos presenta al Resucitado en medio de la comunidad, venciendo el miedo y la incredulidad de los apóstoles. El Señor nos saluda con el don de la paz.

Liturgia de la Palabra:Hch 4,32-35. Todos pensaban y sentían lo mismo.

Sal 117. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1Jn 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.

Jn 20,19-31. A los ocho días llegó Jesús.

Ideas para la homilía:El domingo es el día de Cristo resucitado. En las apa-riciones es el Señor el que toma siempre la iniciativa para hacerse presente a sus discípulos. El apóstol To-más es la imagen de las personas que solo creen, si ven. Sin embargo, el Resucitado le dice al Apóstol: Acerca tu dedo y comprueba mis manos y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás contestó:¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin ha-ber visto. Como Tomás, con la luz de la fe, hemos de ver en el Resucitado a nuestro Señor y a nuestro Dios.

El Resucitado saluda a sus discípulos deseándoles la

paz como había dicho en su despedida: Os dejo la paz, os doy la paz. Una paz que el mundo no os puede dar (Jn 14,27). Jesús quiso que el anuncio de su victo-ria infundiese paz a los suyos: Os he dicho todo esto, para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33). El Resucitado nos ofrece la paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. En una situación así de paz podemos caminar juntos en la misma dirección. Así es la senda sinodal.El domingo es el día de la Iglesia. En el relato del libro de los Hechos se nos describe a la primitiva comunidad que va creciendo en torno al Señor resu-citado. La Iglesia es un misterio de comunión y de misión; lugar del encuentro con el Resucitado. En medio de la comunidad el apóstol Tomás confiesa la verdadera identidad de Jesucristo: ¡Señor mío y Dios mío!. En el libro de los Hechos se nos dice que el grupo de los creyentes pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que po-seía, sino que tenían en común todas las cosas. El comportamiento de la primitiva comunidad nos está pidiendo un especial esfuerzo en compartir con los necesitados, inmigrantes y nuevos pobres. En este sentido afirma la segunda lectura: Si amamos a los hi-jos de Dios, es señal de que amamos a Dios y de que cumplimos sus mandamientos. La Iglesia recibe del Resucitado el encargo de continuar su misión hasta el final de los tiempos: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. El Sínodo Diocesano es una verdadera oportunidad para crecer como Iglesia. El domingo es un día especial, para celebrar con gozo nuestra fe. Que la gente nos vea xuntos na Misa, ale-gres na esperanza y descubran así razones para vivir y ser felices.

Monición introductoriaO Domingo é o día do Señor no que, dende o princi-pio, a comunidade cristiá reúnese para encontrarse con Cristo resucitado. A Palabra de Deus, que pro-clamamos na celebración da Eucaristía, preséntanos ao Resucitado no medio da comunidade, vencendo o medo e a incredulidade dos apóstolos. O Señor saú-danos co don da paz.

Liturxia da palabraFeit 4,32-35. Todos pensaban e sentían o mesmo.

Sal 117. Dade gracias ó Señor porque é bo, porque é eterna a súa misericordia.

1Xn 5,1-6. Todo o que naceu de Deus vence ao mun-do.

Xn 20,19-31. Os oito días, chegou Xesús.

Ideas para a homilíaO domingo é o día de Cristo resucitado. Nas apari-cións é o Señor o que toma sempre a iniciativa, para facerse presente os seus discípulos. O apóstol, Tomé, é a imaxe das persoas que somentes creen, si ven. Sin embargo, o Resucitado dille ó Apóstol: Trae aquí o teu dedo e mira as miñas mans; trae a túa man métea no meu costado. Non sexas incrédulo, senón home de fe. Tomé respondeulle: ¡Meu Señor e meu Deus! Xe-sús díxolle: ¿Tes fe porque me viches? ¡Benia os que creron sen veren! Coma Tomé, coa luz da fe, temos que ver no Resucitado o noso Señor e o noso Deus.

O Resucitado saúda os seus discípulos desexándolles a paz como había dito na súa despedida: Déixovo-la paz, dóuvo-la miña paz: eu non vola dou como o mundo a da (Xn 14,27). Xesús quixo que o anuncio da súa victoria infundise paz ós seus: Díxenvos estas cousas para que teñades paz gracias a min. No mun-do haberedes ter apretos; pero tede ánimo. Eu vencín ó mundo (Xn 16,33). O Resucitado ofréce-nos a paz con Deus, con nos mesmos e cos demáis. Nunha si-tuación de paz podemos camiñar xuntos na mesma dirección. Así é a senda sinodal.

O domingo é o día de Igrexa. No relato do libro dos Feitos descríbese-nos a primitiva comunidade que vai medrando a carón do Señor resucitado. A Igrexa

é un misterio de co-muñón e de misión; lugar de encontro có Resucitado. No medio da comunida-de o Apóstolo Tomé confesa a verdadeira identidade de Xesu-cristo: ¡Meu Señor e meu Deus! O li-bro dos Feitos dinos que a comunidade dos crentes tiña un só corazón e unha soa alma, e ninguen como seu o que po-suía, senon que tó-dalas cousas eran comúns. O compor-tamento de primitiva comunidade pídenos un especial esforzó en compartir con ne-cesitados, inmigran-tes e novos probes. Niste senso dinos a segunda lectura: Se amamos ós fillos de Deus, é sinal de que amamos a Deus e de que cumprimos cos seus mandamentos. A Igrexa recibe do Resucitado o encar-go de continuar a súa misión ata o final dos tempos: Como o Pai me mandou a min, tamén eu vos mando a vós. O sínodo diocesán é unha verdadeira oportu-nidade para crecer como Igrexa. O domingo é un bo día, para celebrar con gozo a nosa fe. Que a xente nos vexa xuntos na Misa, alegres na esperanza e descu-bran así razón para vivir e ser felices.

Domingo 2º do Tempo Pascoal ou da Divina Misericordia (Ciclo B)8 de abril de 2018

Monición introductoriaBienvenidos todos a la Eucaristía del domingo.Seguimos en ese ambiente de alegría que es tan pro-pio del tiempo pascual, conscientes de que Jesús Re-sucitado sigue caminando a nuestro lado y renovando nuestras fuerzas. Es Él quien, en la rutina y en los desánimos de cada día, nos propone vivir como per-sonas nuevas y resucitadas. Es Él quien, en la Euca-ristía, refuerza nuestra fe y nos impulsa a convertir nuestras vidas y transformar nuestras comunidades para que el domingo sea el corazón de la semana y de nuestra vida cristiana. Jesús resucitado nos convoca y nos reúne para enviar-nos a anunciar que vive y camina con nosotros.Iniciamos nuestra celebración, para que sea fuente que nos aliente en este camino sinodal.

Acto penitencialNos preparamos para esta Eucaristía recordando y re-novando el día en el que empezamos a formar parte de la comunidad cristiana: el día de nuestro bautismo. Recibimos la aspersión del agua bendecida. (Se hace la aspersión mientras se canta un canto bau-tismal. Al final, el sacerdote dice) Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado y, por la celebración de esta Eucaristía, nos haga dignos de participar del banquete de su Reino. Amén.

Liturgia de la PalabraHch 3,13-15.17-19. Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.Sal 4. Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.1Jn 2,1-5a. Él es víctima de propiciación por nues-tros pecados y también de los del mundo entero.Lc 24,35-48. Así está escrito, el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

Ideas para la homilíaCada domingo los cristianos somos invitados a reu-nirnos y celebrar la Resurrección del Señor. Así, uni-dos unos con otros y en torno al Maestro, alimenta-mos la fe, avivamos la esperanza y acrecentamos la comunión, como nos pide el Sínodo diocesano.Pensemos un momento, ¿qué sería de nuestra fe sin el domingo? Aquí, reunidos, la Palabra de Dios nos ca-lienta el corazón para vivir como discípulos de Jesús

y su Cuerpo entregado en alimento, nos da fuerzas para el camino, llevando con alegría las diversas cir-cunstancias de la vida.En la primera lectura seguimos escuchando los rela-tos de vida de la primera comunidad cristiana en torno al acontecimiento del Señor resucitado. El testimonio de los Apóstoles es éste: la muerte en cruz de Jesús es fruto de la ignorancia del pueblo y de las autori-dades. Nadie supo reconocer en Jesús al enviado de Dios, a su Hijo, y por eso lo condenaron y lo mataron. Pero Dios le resucitó, dando así razón y sentido a toda su vida. Este acontecimiento cambia radicalmente la historia y la vida. El apóstol Juan nos recuerda que es en Jesús donde se ofrece la VIDA NUEVA, desde el perdón de los peca-dos. Éste es el acontecimiento central. Pero esto con-lleva, necesariamente, a un nuevo estilo de ser y de vivir, acorde con la nueva condición de hijos amados de Dios, “Cumplir los mandamientos” -como él lo denomina- es precisamente vivir esta nueva realidad. En el relato del evangelio según san Lucas se nos muestra cómo el Resucitado se hace presente en me-dio de sus discípulos y a estos les cuesta reconocerle. De ahí que es el mismo Señor quien les abre la mente para que puedan comprender las Escrituras y con ello acepten el proyecto de Dios, que pasa por asumir un Mesías capaz de sufrir y de entregarse por sus her-manos. Y es entonces cuando les envía a anunciar la conversión del corazón. Hoy, también el Señor, viene a nuestro encuentro, aunque nos cueste descubrirle vivo y presente entre nosotros en las especies del pan y del vino, en su Pa-labra y en la comunidad reunida en el día del Señor. Pero si nos dejamos renovar por su Palabra, y nos dis-ponemos a seguirle cumpliendo hoy también las exi-gencias de la vida de discípulos, descubriremos que el domingo es fuente de evangelización y fuerza para evangelizar. Fuente porque nos ayuda a encontrarnos con Jesús resucitado que nos envía como envió un día a los doce. Fuerza porque en él encontramos el gozo de la vida nueva y sentimos la necesidad de comuni-carla a los demás.Dejémonos renovar por el Señor, pidamos el don de la fe ara descubrirle en nuestro encuentro y sintámo-nos enviados a seguirle juntos y anunciarle para que nuestra vida y nuestras comunidades vivan el gozo de la Pascua que avive la fe, a veces mortecina e indivi-dualista, de tantos a quienes hoy también les cuesta descubrir a Jesucristo, vivo y presente entre nosotros.

Domingo 3º del Tiempo Pascual (Ciclo B)15 de abril de 2018

Domingo 3º do Tempo Pascual (Ciclo B)15 de abril de 2018

Monición introductoriaBenvidos todos á Eucaristía do domingo.

Seguimos neste ambiente de alegría que é tan propio do tempo pascual, conscientes de que Xesús Resuci-tado segue camiñando ao noso lado e renovando as nosas forzas. É El quen, na rutina e nos desánimos de cada día, proponnos vivir como persoas novas e resucitadas. É El quen, na Eucaristía, reforza a nosa fe e impúlsanos a converter as nosas vidas e transfor-mar as nosas comunidades para que o domingo sexa o corazón da semana e da nosa vida cristiá.

Xesús resucitado convócanos e reúnenos para enviar-nos a anunciar que vive e camiña connosco. Inicia-mos a nosa celebración, para que sexa fonte que nos alente neste camiño sinodal.

Acto penitencialPreparámonos para esta Eucaristía lembrando e reno-vando o día no que empezamos a formar parte da co-munidade cristiá: o día do noso bautismo. Recibimos a aspersión da auga bendicida.

(Faise a aspersión mentres se canta un canto bautis-mal. Ao final, o sacerdote di).

Que Deus todopoderoso nos purifique do pecado e, pola celebración desta Eucaristía, fáganos dignos de participar do banquete do seu Reino. Amén.

Liturxía da PalabraHch 3,13-15.17-19. Matastes o autor da vida, pero Deus resucitouno de entre os mortos.

Sal 4: Fai brillar sobre nós, Señor, a luz do teu rostro.

1 Jn 2,1-5a: El é vítima de propiciación polos nosos pecados e tamén dos do mundo enteiro.

Lc 24,35-48: Así está escrito, o Mesías padecerá e resucitará de entre os mortos ao terceiro día.

Ideas para a homilíaCada domingo os cristiáns somos convidados a reu-nirnos e celebrar a Resurrección do Señor. Así, unidos uns con outros e en torno ao Mestre, alimentamos a fe, avivamos a esperanza e acrecentamos a comuñón, como nos pide o Sínodo diocesano.

Pensemos un momento, que sería da nosa fe sen o domingo? Aquí, reunidos, a Palabra de Deus quénta-

nos o corazón para vivir como discípulos de Xesús e o seu Corpo entregado en alimento, dános forzas para o camiño, levando con alegría as diversas circunstan-cias da vida.

Na primeira lectura seguimos escoitando os relatos de vida da primeira comunidade cristiá en torno ao acontecemento do Señor resucitado. O testemuño dos Apóstolos é este: a morte en cruz de Xesús é froito da ignorancia do pobo e das autoridades. Ninguén soubo recoñecer en Xesús ao enviado de Deus, ao seu Fillo, e por iso condenárono e matárono. Pero Deus resuci-touno, dando así razón e sentido a toda a súa vida. Este acontecemento cambia radicalmente a historia e a vida.

O apóstolo Xoan lémbranos que é en Xesús onde se ofrece a VIDA NOVA, desde o perdón dos pecados. Este é o acontecemento central. Pero isto leva, nece-sariamente, a un novo estilo de ser e de vivir, acorde coa nova condición de fillos amados de Deus, “Cum-prir os mandamentos” -como el di- é precisamente vivir esta nova realidade.

No relato do evanxeo segundo san Lucas móstrase-nos como o Resucitado faise presente no medio dos seus discípulos e a estes cústalles recoñecelo. Por iso é polo que é o mesmo Señor quen lles abre a mente para que poidan comprender as Escrituras e con iso acepten o proxecto de Deus, que pasa por asumir un Mesías capaz de sufrir e de entregarse polos seus ir-máns. E é entón cando lles envía a anunciar a conver-sión do corazón.

Hoxe, tamén o Señor, vén ao noso encontro, aínda que nos custe descubrilo vivo e presente entre nós nas especies do pan e do viño, na súa Palabra e na comu-nidade reunida no día do Señor. Pero se nos deixamos renovar pola súa Palabra, e dispoñémonos a segui-lo cumprindo hoxe tamén as esixencias da vida de discípulos, descubriremos que o domingo é fonte de evanxelización e forza para evanxelizar. Fonte por-que nos axuda a atoparnos con Xesús resucitado que nos envía como enviou un día aos doce. Forza porque nel atopamos o gozo da vida nova e sentimos a nece-sidade de comunicala aos demais.

Deixémonos renovar polo Señor, pidamos o don da fe para descubrilo no noso encontro e sintámonos en-viados a seguilo xuntos e anuncialo para que a nosa vida e as nosas comunidades vivan o gozo da Pascua que avive a fe, ás veces mortecina e individualista, de tantos a quen hoxe tamén lles custa descubrir a Xesu-cristo, vivo e presente entre nós.

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PLEGARIA PARA CAMINAR HACIA LA PASCUA

Señor, quiero ponerme en camino contigo hacia la Pascua,recorriendo cada etapa de esta cuaresma,

como una oportunidad de liberarme,de tantas ataduras que me impiden seguirte.

Ayúdame a hacer silencio para escuchar tu voz. Cógeme de tu mano y guíame al desierto.

Quiero encontrarme a solas contigo,contemplar tu rostro,

escuchar el tono cálido de tu voz,atreverme a caminar contigo y con mis hermanos,

aprender a callar, para que hables tú.

Dame valor para entrar en lo más recóndito de mi corazón,y descubrir la urgencia de renovarme, de convertirme,para que no me venza la tentación de la indiferencia,

y que Tú formes en mí, un corazón compasivo.

A la luz de tu Palabra, dame la gracia de afrontar la rutina y la desgana,

dejar a un lado las prisas y preocupaciones,los ruidos interiores que me dispersan

y dejar que Tú me transformes y así llegar a la Pascua renovado.

Quiero ir contigo al desierto, Señor,y allí, solos Tú y yo, aprender a salir de mi mismo

para acercarme al hermano herido al borde del caminoy curarle con el bálsamo de la ternura,

siendo samaritano en medio de este mundo frío y calculador.

Al iniciar la Cuaresma, me pongo en tus manos,y te pido la gracia de dejarme hacer un hombre nuevo. Amén

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Ideas del mensaje del papa Franciscopara vivir la Cuaresma 2018

Invitados a ponernos en camino hacia la Pascua

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «sig-no sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibili-dad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.

Ante la encantadora voz de los falsos profetas

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emo-ciones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un pla-cer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pen-sando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

¿Cómo se enfría la caridad en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra deso-lación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.

Los remedios que nos frece la Iglesia

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

Con la mirada en la noche Pascual

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la os-curidad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucita-do y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu».

“Al plantearnos Ourense en misión, no pode-mos pasar por alto que el servicio de la caridad

es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de

su propia esencia. No podemos olvidar que la caridad es una característica determinante de la comunidad cristiana, de la Iglesia. Por eso,

la Iglesia jamás podrá dispensarse del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes, por otra parte, no podemos olvidar

que el ser humano, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor”.

(Leonardo Lemos, Ourense en misión pag. 85)