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1 CUARESMA 2017 Vademécum para profesores

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CUARESMA 2017

Vademécum

para profesores

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INTRODUCCIÓN

Este pequeño Vademécum se ofrece como recurso práctico para los profesores para

focalizar la atención sobre las ideas fundamentales de la Cuaresma contenidas en un

pequeño “glosario cuaresmal” que lleva las definiciones y las referencias de las fuentes

eclesiásticas correspondientes.

Se propone el mensaje integral del Papa Francisco para la Cuaresma 2017 que

enfoca sobre la Palabra de Dios como referencia primaria para orientar el hombre al bien

y acompañarlo en su proceso de conversión e intensificación de la vida espiritual en el

tiempo de cuaresma. El Papa centra la atención en la Parábola del hombre rico y el pobre

Lázaro para destacar dos cosas: cómo el otro es un don y cómo la cuaresma es el tiempo

propicio para redescubrir el don de la Palabra de Dios que nos empuja al encuentro con

los demás, fomentando así la cultura del encuentro.

Se añade además la catequesis del Papa Benedicto XVI con ocasión de la audiencia

general del Miércoles de Ceniza del 22 de febrero de 2012 que ofrece un

interesante recorrido bíblico sobre la Cuaresma destacando el significado del número 40

en la Sagrada Escritura y la siguiente aplicación práctica de la liturgia de la Iglesia.

Por último se ofrecen los mapas

conceptuales de los discursos de

los Papas por si pueden ser de

alguna utilidad en el trabajo en aula

con los alumnos y se resume en un

apartado una breve historia del

miércoles de ceniza.

Feliz camino cuaresmal a todos.

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GLOSARIO CUARESMAL

Abreviaturas

CEC Catecismo Iglesia Católica CCEC Compendio del Catecismo

CIC Código Derecho Canónico DPP Directorio de Piedad Polular

AYUNO y ABSTINENCIA Forma de penitencia que consiste en privarse total o parcialmente de alimentos por motivos religiosos. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Las normas del Código de Derecho Canónico y de la Conferencia Episcopal Española obligan a guardar ayuno y abstinencia el miércoles de ceniza y el Viernes Santo y Abstinencia sólo los otros viernes de Cuaresma.

CIC 1434 La penitencia interior del cristiano puede

tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).

Sobre la abstinencia de carne cf. CIC 1251-1252-1253

CENIZA La ceniza simboliza caducidad y fragilidad, que son transformadas por la gracia de Dios y el esfuerzo del hombre en su camino cuaresmal hacia la Pascua. Los judíos acostumbraban a echarse ceniza sobre la

DPP 125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia

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cabeza para indicar que estaban en penitencia y los cristianos empezaron a tomar esa costumbre al empezar la cuaresma, el día del Miércoles de Ceniza.

de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.

CONVERSIÓN (del latín, convértere = cambiar) Es abrir el corazón y la inteligencia a Dios y con su gracia, realizar un verdadero cambio en la existencia, abandonando el pecado y siendo más fiel al Evangelio. La conversión es indispensable a la fe. Permite recibir a Cristo, fuente de vida eterna

CEC 1435 La conversión se realiza en la vida

cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

CUARESMA

Período del año litúrgico que va desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Ramos (40 días) durante el cual los cristianos se preparan para celebrar la Pascua de Resurrección. Es tiempo de penitencia, ayuno y oración.

CEC 1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

Sobre los días de penitencia cf. CIC 1249- 1250

Directorio de Piedad Popular n.124.

LIMOSNA La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la

CEC 2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.

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actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados.

ORACIÓN

(del latín “oratio”: plegaria) La oración es una plegaria dirigida a Dios. El ser humano se adhiere a él con un acto de fe profunda. Hacer oración es abrirse humildemente a la acción del Espíritu de Dios que actúa en el corazón del hombre.

CCEC 534 La oración es la elevación del alma a Dios o la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. La oración es siempre un don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones.

Sobre la tradición de la oración cf. CEC 2650 –ss

Sobre la vida de oración cf. CEC 2697-ss

PENITENCIA Uno de los siete sacramentos de la Iglesia, por el que se obtiene el perdón de los pecados. También se designa con esta palabra las oraciones o actos que el confesor impone a quien ha confesado sus pecados en el sacramento de la Reconciliación.

CEC 1430 Como ya en los profetas, la llamada de

Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).

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La Santa Sede

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PARA LA CUARESMA 2017

La Palabra es un don. El otro es un don

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino

seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en

este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano

está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con

una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo

fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera

pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de

perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a

través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la

limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se

nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera

centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-

31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave

para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera

felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

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1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el

pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación

desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del

rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y

los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre

degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama

Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda».

Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como

alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera

invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y,

como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado,

recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano

(cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas

consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del

rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de

vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta

de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro

o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta

a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno

de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es

un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir

los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para

hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela

acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se

encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no

tiene un nombre, se le califica sólo como

«rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado.

La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso

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estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La

tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi

sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la

exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente

cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado,

que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la

soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10).

Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos.

El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf.

Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro

servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero

puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no

deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su

personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él

se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está

prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la

existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se

viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es

simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas,

no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su

alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie

de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su

humillación.

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena

con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos

amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al

primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt

6,24).

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3. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la

Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una

experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El

sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras:

«Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto,

mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos

personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada

nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo

con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece

al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más

contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con

Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único

dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y

quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los

gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido

que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda

que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra

aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece

una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los

cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham

que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a

Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del

rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni

aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus

males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no

amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una

fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y

orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene

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como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para

renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y

en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto

venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el

Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para

redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos

ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los

fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las

campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven

en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la

única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la

victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres.

Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Vaticano, 18 de octubre de 2016

Fiesta de san Lucas Evangelista.

Francisco

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana

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Cuaresma 2017 – Mensaje del Papa Francisco

Cuaresma Tiempo propicio para intensificar la vida espiritual

1. El otro es un don

Oración Ayuno

Limosna

Medios que la Iglesia ofrece

EN LA BASE DE TODO ESTÁ LA PALABRA DE DIOS.

Escucharla a menudo nos lleva a entender cómo comportarnos

para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna.

Parábola del hombre rico y el pobre Lázaro Lc 16,19-31

Lázaro el rico

Tiene un nombre que significa “ Dios ayuda”. Tiene

un rostro, es alguien familiar. Ser querido y amado

por Dios.

No tiene nombre, es un personaje

anónimo. La opulencia se manifiesta

en la ropa que viste. La codicia lo

hace vanidoso. Su vida es prisionera

de la exterioridad. La soberbia lo

ciega y le impide reconocer la

necesidad del otro.

La justa relación con las personas consiste en

reconocer con gratitud su valor. La Cuaresma es

un tiempo propicio para abrir la puerta a

cualquier necesitado y reconocer en él el rostro

de Cristo.

la

Y yo, ¿veo al otro cómo un

don o como un enemigo?

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Se acompaña con las siguientes palabras:

2. La Palabra de Dios es un don

Miércoles de ceniza

La Liturgia prevé la

imposición de la ceniza*.

“Acuérdate de que eres polvo y al

polvo volverás.”

La mirada se dirige

al más allá.

El rico llama “padre” a Abraham

manifestando su pertenencia al

pueblo de Dios. Pide al pobre la

ayuda que él hubiera tenido que

darle en la vida terrena. Pide a

Abraham que se adviertan sus

hermanos. Se le contesta que si no

escuchan a Moisés y los profetas, no

harán caso ni a un muerto que

resucite. Aquí se descubre la raíz del

mal.

La raíz de todo mal está en

no prestar oído a la Palabra de Dios.

No amar a Dios es no amar al prójimo.

La PdD es una

fuerza viva

capaz de

suscitar la

conversión y

orientar a Dios.

La Cuaresma es el tiempo propicio para redescubrir el don de la

Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a

Cristo presente en los hermanos necesitados. También es el tiempo

para manifestar esta renovación espiritual participando en las campañas

de Cuaresma promovidas por muchas organizaciones de la Iglesia

fomentando la cultura del encuentro en la única familia humana.

Y yo, ¿me dejo interpelar

por la Palabra de Dios?

¿Reconozco mis pecados

y debilidades?

¿Qué actitudes y

compromisos estoy

desempeñando en

esta cuaresma?

¿Conozco a alguna organización

eclesial de la diócesis que trabajan

con los pobres? ¿me gustaría

comprometerme con ellas?

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La Santa Sede

____________________________________________________________

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI Miércoles 22 de febrero de 2012

Miércoles de Ceniza

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis quiero hablar brevemente del tiempo de Cuaresma, que

comienza hoy con la liturgia del Miércoles de Ceniza. Se trata de un itinerario

de cuarenta días que nos conducirá al Triduo pascual, memoria de la pasión,

muerte y resurrección del Señor, el corazón del misterio de nuestra salvación.

En los primeros siglos de vida de la Iglesia este era el tiempo en que los que

habían oído y acogido el anuncio de Cristo iniciaban, paso a paso, su camino

de fe y de conversión para llegar a recibir el sacramento del Bautismo. Se

trataba de un acercamiento al Dios vivo y de una iniciación en la fe que debía

realizarse gradualmente, mediante un cambio interior por parte de los

catecúmenos, es decir, de quienes deseaban hacerse cristianos,

incorporándose así a Cristo y a la Iglesia.

Sucesivamente, también a los penitentes y luego a todos los fieles se les

invitaba a vivir este itinerario de renovación espiritual, para conformar cada vez

más su existencia a la de Cristo. La participación de toda la comunidad en los

diversos pasos del itinerario cuaresmal subraya una dimensión importante de la

espiritualidad cristiana: la redención, no de algunos, sino de todos, está

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disponible gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Por tanto, sea los que

recorrían un camino de fe como catecúmenos para recibir el Bautismo, sea

quienes se habían alejado de Dios y de la comunidad de la fe y buscaban la

reconciliación, sea quienes vivían la fe en plena comunión con la Iglesia, todos

sabían que el tiempo que precede a la Pascua es un tiempo de metánoia, es

decir, de cambio interior, de arrepentimiento; el tiempo que identifica nuestra

vida humana y toda nuestra historia como un proceso de conversión que se

pone en movimiento ahora para encontrar al Señor al final de los tiempos.

Con una expresión que se ha hecho típica en la liturgia, la Iglesia denomina el

período en el que hemos entrado hoy «Quadragesima», es decir, tiempo de

cuarenta días y, con una clara referencia a la Sagrada Escritura, nos introduce

así en un contexto espiritual preciso. De hecho, cuarenta es el número

simbólico con el que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento representan

los momentos más destacados de la experiencia de la fe del pueblo de Dios. Es

una cifra que expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al

Señor, de la consciencia de que Dios es fiel a sus promesas. Este número no

constituye un tiempo cronológico exacto, resultado de la suma de los días.

Indica más bien una paciente perseverancia, una larga prueba, un período

suficiente para ver las obras de Dios, un tiempo dentro del cual es preciso

decidirse y asumir las propias responsabilidades sin más dilaciones. Es el

tiempo de las decisiones maduras.

El número cuarenta aparece ante todo en la historia de Noé. Este hombre justo,

a causa del diluvio, pasa cuarenta días y cuarenta noches en el arca, junto a su

familia y a los animales que Dios le había dicho que llevara consigo. Y espera

otros cuarenta días, después del diluvio, antes de tocar la tierra firme, salvada de

la destrucción (cf. Gn 7, 4.12; 8, 6). Luego, la próxima etapa: Moisés permanece

en el monte Sinaí, en presencia del Señor, cuarenta días y cuarenta noches,

para recibir la Ley. En todo este tiempo ayuna (cf. Ex 24, 18). Cuarenta son los

años de viaje del pueblo judío desde Egipto hasta la Tierra prometida, tiempo

apto para experimentar la fidelidad de Dios: «Recuerda todo el camino que el

Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años... Tus vestidos no se

han gastado ni se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años», dice

Moisés en el Deuteronomio al final de estos cuarenta años de emigración (Dt 8,

2.4). Los años de paz de los que goza Israel bajo los Jueces son cuarenta (cf. Jc

3, 11.30), pero, transcurrido este tiempo, comienza el olvido de los dones de

Dios y la vuelta al pecado. El profeta Elías emplea cuarenta días para llegar al

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Horeb, el monte donde se encuentra con Dios (cf. 1 R 19, 8).

Cuarenta son los días durante los cuales los ciudadanos de Nínive hacen

penitencia para obtener el perdón de Dios (cf. Gn 3, 4). Cuarenta son también

los años de los reinos de Saúl (cf. Hch 13, 21), de David (cf. 2 Sm 5, 4-5) y de

Salomón (1 R 11, 41), los tres primeros reyes de Israel.

También los Salmos reflexionan sobre el significado bíblico de los cuarenta

años, como por ejemplo el Salmo 95, del que hemos escuchado un pasaje:

«Ojalá escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a

prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino”» (vv. 7c-10).

En el Nuevo Testamento Jesús, antes de iniciar su vida pública, se retira al

desierto durante cuarenta días, sin comer ni beber (cf. Mt 4, 2): se alimenta de la

Palabra de Dios, que usa como arma para vencer al diablo. Las tentaciones de

Jesús evocan las que el pueblo judío afrontó en el desierto, pero que no supo

vencer. Cuarenta son los días durante los cuales Jesús resucitado instruye a los

suyos, antes de ascender al cielo y enviar el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 3).

Con este número recurrente —cuarenta— se describe un contexto espiritual

que sigue siendo actual y válido, y la Iglesia, precisamente mediante los días

del período cuaresmal, quiere mantener su valor perenne y hacernos presente

su eficacia. La liturgia cristiana de la Cuaresma tiene como finalidad favorecer

un camino de renovación espiritual, a la luz de esta larga experiencia bíblica y

sobre todo aprender a imitar a Jesús, que en los cuarenta días pasados en el

desierto enseñó a vencer la tentación con la Palabra de Dios. Los cuarenta

años de la peregrinación de Israel en el desierto presentan actitudes y

situaciones ambivalentes. Por una parte, son el tiempo del primer amor con

Dios y entre Dios y su pueblo, cuando él hablaba a su corazón, indicándole

continuamente el camino por recorrer. Dios, por decirlo así, había puesto su

morada en medio de Israel, lo precedía dentro de una nube o de una columna

de fuego, proveía cada día a su sustento haciendo que bajara el maná y que

brotara agua de la roca. Por tanto, los años pasados por Israel en el desierto se

pueden ver como el tiempo de la elección especial de Dios y de la adhesión a

él por parte del pueblo: tiempo del primer amor. Por otro lado, la Biblia muestra

asimismo otra imagen de la peregrinación de Israel en el desierto: también es el

tiempo de las tentaciones y de los peligros más grandes, cuando Israel

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murmura contra su Dios y quisiera volver al paganismo y se construye sus

propios ídolos, pues siente la exigencia de venerar a un Dios más cercano y

tangible. También es el tiempo de la rebelión contra el Dios grande e invisible.

Esta ambivalencia, tiempo de la cercanía especial de Dios —tiempo del primer

amor—, y tiempo de tentación —tentación de volver al paganismo—, la

volvemos a encontrar, de modo sorprendente, en el camino terreno de Jesús,

naturalmente sin ningún compromiso con el pecado. Después del bautismo de

penitencia en el Jordán, en el que asume sobre sí el destino del Siervo de Dios

que renuncia a sí mismo y vive para los demás y se mete entre los pecadores

para cargar sobre sí el pecado del mundo, Jesús se dirige al desierto para estar

cuarenta días en profunda unión con el Padre, repitiendo así la historia de Israel,

todos los períodos de cuarenta días o años a los que he aludido. Esta dinámica

es una constante en la vida terrena de Jesús, que busca siempre momentos de

soledad para orar a su Padre y permanecer en íntima comunión, en íntima

soledad con él, en exclusiva comunión con él, y luego volver en medio de la

gente. Pero en este tiempo de «desierto» y de encuentro especial con el Padre,

Jesús se encuentra expuesto al peligro y es asaltado por la tentación y la

seducción del Maligno, el cual le propone un camino mesiánico diferente,

alejado del proyecto de Dios, porque pasa por el poder, el éxito, el dominio, y no

por el don total en la cruz. Esta es la alternativa: un mesianismo de poder, de

éxito, o un mesianismo de amor, de entrega de sí mismo.

Esta situación de ambivalencia describe también la condición de la Iglesia en

camino por el «desierto» del mundo y de la historia. En este «desierto» los

creyentes, ciertamente, tenemos la oportunidad de hacer una profunda

experiencia de Dios que fortalece el espíritu, confirma la fe, alimenta la

esperanza y anima la caridad; una experiencia que nos hace partícipes de la

victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte mediante el sacrificio de

amor en la cruz. Pero el

«desierto» también es el aspecto negativo de la realidad que nos rodea: la

aridez, la pobreza de palabras de vida y de valores, el laicismo y la cultura

materialista, que encierran a la persona en el horizonte mundano de la

existencia sustrayéndolo a toda referencia a la trascendencia. Este es también

el ambiente en el que el cielo que está sobre nosotros se oscurece, porque lo

cubren las nubes del egoísmo, de la incomprensión y del engaño. A pesar de

esto, también para la Iglesia de hoy el tiempo del desierto puede transformarse

en tiempo de gracia, pues tenemos la certeza de que incluso de la roca más

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dura Dios puede hacer que brote el agua viva que quita la sed y restaura.

Queridos hermanos y hermanas, en estos cuarenta días que nos conducirán a

la Pascua de Resurrección podemos encontrar nuevo valor para aceptar con

paciencia y con fe todas las situaciones de dificultad, de aflicción y de prueba,

conscientes de que el Señor hará surgir de las tinieblas el nuevo día. Y si

permanecemos fieles a Jesús, siguiéndolo por el camino de la cruz, se nos

dará de nuevo el claro mundo de Dios, el mundo de la luz, de la verdad y de la

alegría: será el alba nueva creada por Dios mismo. ¡Feliz camino de Cuaresma

a todos vosotros!

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los

grupos provenientes de España, Argentina, México, Puerto Rico y otros países

latinoamericanos. Invito a todos a que durante la Cuaresma, a imitación del

Señor, sintamos cómo Dios fortalece nuestro espíritu y nos da la victoria, pese

a las zozobras de la vida presente. Muchas gracias.

© Copyright 2012- Libreria Editrice Vaticana

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana

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Recorrido bíblico sobre la Cuaresma Audiencia general del Papa Benedicto XVI - Miércoles de Ceniza 2012

CUARESMA Itinerario de 40 días que nos conduce al triduo pascual, corazón

y misterio de nuestra salvación.

PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA

Tiempo de preparación al Bautismo tras

haber recibido el Kerigma.

(Iniciación cristiana para los catecumenos)

Luego se invitan los penitentes y todos

los fieles a vivir este itinerario de

renovación espiritual

40

EN LA SAGRADA ESCRITURA

Espresa el tiempo de la espera, de la

purificación, de la vuelta al Señor, de la

consciencia de que Dios es fiel a sus

promesas.

Indica la perseverancia, la prueba,

reconocer las obras de Dios, el tiempo

para asumir la propias

responsabilidades. Es el tiempo de las

decisiones maduras.

ANTIGUO TESTAMENTO

Noé

Diluvio universal: 40 días en el

arca; 40 días más esperando

tocar la tierra firme.

(Gn 7,4.12;8.6)

Moisés 40 días para recibir la Ley.

En este tiempo ayuna. (Ex 24,18)

40 años en el desierto

40 años de paz

El pueblo

experimenta la

fidelidad de

Señor (primer

amor). También

murmura contra

Él (tentaciones)

(Dt 8,2.4)

Bajo los Jueces

(Jc 3,11.30)

Elías 40 días para

llegar al Horeb

(1R 19,8)

Reyes

Nínive

40 días de

penitencia

(Gn 3,4)

40 años de los reinos

de Sául (Hch 13,21),

David (2Sm,5,4.5) y

Salomón (1R 11,41).

Salmos

Reflexionan

sobre el

significado de

los 40 años.

(Salmo 95)

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NUEVO TESTAMENTO Jesús

40 días en el

desierto antes de

iniciar su vida

pública (Mt 4,2)

Se alimenta de la

Palabra de Dios,

que se convierte

en arma para

vencer al diablo.

IGLESIA

La liturgia cuaresmal tiene

como finalidad favorecer un

camino de renovación

espiritual aprendiendo a imitar

a Jesús que nos enseño a

vencer la tentación con la

Palabra de Dios.

Son 40 días de

profunda unión

con el Padre.

En la vida terrena Jesús

busca siempre momentos

de soledad para orar y vivir

en íntima unión con el

Padre y luego volver en

medio de la gente.

En el “desierto del mundo” los creyentes tenemos una

oportunidad de hacer una profunda experiencia de Dios

que fortalece el espíritu, confirma la fe, alimenta la

esperanza ya anima la caridad. O bien vivir el aspecto

negativo de la realidad que nos rodea: la aridez, la pobreza

de palabras de vida y de valores, el laicismo y la cultura

materialista que ocluye la trascendencia.

Para la Iglesia de HOY el tiempo

del desierto puede

transformarse en tiempo de

gracia.

Miércoles de ceniza: esta práctica hunde sus raíces en la Bíblia y se desarrolló en la Edad

Media. Recibe en la tradición litúrgica de la iglesia el nombre de “miércoles al inicio del ayuno” (in capite

ieiunii). Comienza con el austero rito de la imposición de la ceniza. Se halla estrechamente unido con la idea

de la penitencia, que ya se expresaba entre los hebreos cubriéndose la cabeza de ceniza y vistiéndose del

aspero paño llamado cilicio. (Cf . Judit en Jud 9,1; Jesús en Mt 11,21)

Tertuliano, San Cipriano, San Ambrosio, San Jerónimo y otros Padres aluden frecuentemente a la penitencia

in ciñere et cilicio.

La Iglesia en los siglos V y VI organiza la “penitencia pública” y escoge la ceniza y el saco para señalar el

castigo de quienes habían cometido pecados graves y notorios. La penitencia canónica comenzaba

precisamente en este día y duraba hasta el Jueves Santo. En Roma del siglo VII, los penitentes se

presentaban a los presbíteros, hacían la confesión de sus culpas y, si era del caso, recibían un vestido de

cilicio impregnado de ceniza, quedando excluidos de la iglesia, con la prescripción de retirarse a alguna

abadía para cumplir la penitencia impuesta en aquella Cuaresma. En otras partes, los penitentes públicos

cumplían su pena privadamente, es decir, en su propia casa.

El primer formulario de bendición de cenizas data del siglo XI. El rito de imponer cenizas sobre la

cabeza de los penitentes, gesto de gran carga simbólica, se extendió rápidamente por Europa. Las cenizas,

que provienen de la combustión de los ramos de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, se

depositaban sobre la cabeza de los varones. A las mujeres se les hacía una cruz sobre la frente.

Cf. http://es.aleteia.org/2015/02/17/cual-es-el-origen-del-miercoles-de-ceniza/