cuando los mongoles destruyeron bagdad en 1258 y...
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CUANDO LOS MONGOLES
DESTRUYERON BAGDAD
EN 1258
Y LOS OTROS HECHOS
QUE OCURRIERON
POR ENTONCES
FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO
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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer
la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho
valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-
formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-
vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de
algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-
juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este
libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse
ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se
reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,
etc.
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A MODO DE PRÓLOGO
CRISTINA
Sobre la piedra caliente, frente a las brumas del mar,
ella pregunta a los vientos, preguntas que no dirán.
¿Qué me depara la vida? ¿Qué desventuras traerá?
Mi corazón sin heridas, tiene miedo de marchar.
¿Qué me depara la vida? ¿Qué desventuras traerá?
Mi corazón sin heridas, tiene miedo de marchar
Desde la popa del barco, su tierra se desvanece,
no hay en el mundo consuelo, para la hija del norte.
¿Qué me depara la vida? ¿Qué desventuras traerá?
Mi corazón sin heridas, tiene miedo de marchar.
¿Qué me depara la vida? ¿Qué desventuras traerá?
Mi corazón sin heridas, tiene miedo de marchar
El pacto ya se ha cumplido, alianza de dos reyes,
y una mujer de fiordos, en su destierro se muere.
¿Qué me deparó la vida? ¿Qué desventuras me trajo?
Mi corazón malherido, tiene miedo de marchar.
Silberius de Ura1
1 Silverius de Ura es el nombre artístico de Jesús Silverio Cavia Camarero, un bilbaíno nacido en 1969,
músico y cantautor, conocido por su proyecto NEØNYMUS, entre otros. La pieza de este a modo de
prólogo (“El lamento de Kristina”), de la que Silverius es autor, está dedicada a la princesa Cristina de
Noruega, la cual contrajo matrimonio en 1258 con el infante Felipe de Castilla, hermano del rey Alfonso
X el Sabio. Cristina de Noruega está enterrada en Covarrubias (Burgos), lugar clave en el desenvolverse
de Silverius de Ura.
Silberius de Ura hace conciertos en los que evoca un viaje emocional remontándose a la prehistoria lle-
vándonos desde ella a la actualidad. También imparte conferencias y masterclass sobre la relación antro-
pológica de su música, con el cerebro humano, los recuerdos y las emociones.
La peculiar originalidad de su música reside en su voz y en cómo la usa, introduciendo un lenguaje pro-
veniente de la imaginación, donde las líneas vocales creadas en directo se entrelazan formando acordes o
pequeñas frases en contrapunto, y se fusionan con una atrevida combinación de tecnología (loops), pe-
queños instrumentos musicales y algunos útiles insólitos (huesos, tuberías, piedras, peines, campanas…).
Con todo esto el autor pretende trasladar al oyente a unos lugares imaginarios que recrean paisajes sono-
ros desde el Paleolítico a la Modernidad, algunas veces con una enorme carga emocional. Es como un
chamán portador de sonidos mágicos y verdaderos que hacen vibrar el alma.
Cuando Silverio Cabía era un niño de 5 años de edad, dejó Bilbao y con su familia se fue a Burgos, de
donde procede su familia materna, en concreto del pueblo de Ura en la comarca del Arlanza y junto al
arroyo Mataviejas. Silverio se crió a caballo entre la ciudad y una pequeña aldea a la que se accedía por
un camino, y donde no había luz eléctrica ni agua corriente en las casas, lo cual para el músico puede
explicar en gran medida su fascinación por la mezcla de lo rural y lo primitivo con lo tecnológico. Allí, en
su pueblo materno en Ura, comenzó con una de sus aficiones, el ciclismo, afición con la que llegó a estar
federado, pero que fue desplazada por no disponer de tiempo suficiente para dedicárselo a la vez que a su
juventud.
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Estudió durante tres años en el conservatorio, aprendiendo solfeo con Alejandro Yagüe como profesor;
posteriormente se formó en una academia recibiendo clases de órgano; más tarde, estudió e investigó por
su cuenta sobre diversos ámbitos de la música…
Tras presenciar un concierto en el festival “Notas de Noruega” realizado en Covarrubias, localidad en
la que reside el músico (hermanada o muy relacionada con Noruega por la princesa Cristina), Silverio
quedó fascinado con una artista Noruega que utilizaba musicalmente elementos antropológicos y que le
influyó enormemente, creando así la figura de solista musical llamado NEØNYMUS. Posteriormente edi-
tó su primer disco con la producción artística de Bernardo Faustino. La palabra elegida proviene de “neó-
nimo”, un reologismo acuñado expresamente con la intención de parecer nuevo, pero con la Ø barrada,
para remarcar que el proyecto en su fase inicial estuvo influenciado por la música noruega que llegaba a
Covarrubias, y la terminación “-us” para dotarle de un aspecto más antiguo.
Su música en directo abarca conciertos de unos 60-70 minutos de duración, para todos los públicos. Es-
pecialmente indicado para teatros, auditorios, ermitas, pequeños eventos privados, locales, cafés con tra-
dición musical, museos, anfiteatros y al aire libre. Incluye escenas que evocan la prehistoria, melodías tri-
bales, música medieval, música tradicional y música contemporánea, todo aderezado con breves presenta-
ciones en clave de humor. Su producción puede verse normalmente en YouTube. Puede verse “El la-
mento de Kristina”.
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El infante Felipe
La princesa Cristina
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AÑO 1258
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VALLADOLID (REINO DE CASTILLA)
REGULACIONES VARIAS
En enero hubo Cortes de Castilla en Valladolid, dimanando de esta convocatoria y ce-
lebración regulaciones varias, por ejemplo acerca de las prendas de lujo en el vestir,
dándose las pertinentes indicaciones normativas sobre a quién o quiénes les corresponde
usarlas, siempre en función del rango o clase social. También se tomaron medidas regu-
ladoras limitando la usura que tanto caracteriza a los judíos. Igualmente se emitieron
normas reguladoras sobre el cuidado y la explotación de los bosques, así como también
quedó regulada la actividad ferrona vasca (explotación, producción y comercio del hie-
rro).
Comentamos brevemente estas noticias a continuación, empezando por el asunto de
las prendas de vestir, teniendo en cuenta que estos tiempos2 son de grandes desigual-
dades sociales en todos los órdenes de la vida. Todo está, como bien sabemos, social-
mente estratificado, lo cual se manifiesta también en la indumentaria o vestimenta. Se-
gún al estrato social al que pertenece cada cual, así son –y han de ser por norma– sus
ropajes y manera de vestir.
2 Medievales.
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Las mujeres de más pobre condición hilan, tejen y confeccionan las vestimentas pro-
pias y de sus familias. Lino pegado al cuerpo, lana y pieles baratas para el abrigo cons-
tituyen en el mejor de los casos a lo que un siervo o un villano puede aspirar (salvo que
el lino termine en los depósitos del señor feudal). Los colores quedan reducidos a las
tinturas de mas fácil y barata elaboración, obviamente estos colores varían algo según
sea la zona a la que nos refiramos.
Entre los pobres abundan los colores naturales de las telas, sin más gama que la del
gris y el marrón.3 Los pobres visten camisolas con variados largos de manga sin que se
sobrepasen las caderas. Las túnicas se han ido adoptando según los tiempos con largos
diversos.
Según el clima, se calzan diversas piezas, que pueden ser zuecos de madera en invier-
no, pero en verano puede irse incluso descalzos.
Los niños pobres suelen llevar una túnica de saya, a media pierna, por lo general sin
llevar más prendas y andando muy habitualmente descalzaos.
Para los diversos trabajos existen variados delantales y calzones de pieles baratas, más
bien de ovejas que de conejos, cuidando el abrigarse en invierno. También se usan go-
rros o sombreros que identifican al propietario con determinado gremio o profesión.
De otra parte, las personas más afortunadas o pudientes gozan de mayores privilegios
sociales y económicos, de modo que pueden permitirse prendas de mayor colorido, ropa
generalmente más larga y lucida, con brillos y destellos.
3 Cuando vemos representaciones en las que hay vestimentas de color azulado o verde, por ejemplo, ello
se debe al carácter alegórico o simbólico, sin que se denote mucho rigor histórico al respecto.
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Es norma que el lino resulte más apropiado para los pobres y la seda para los ricos o
mejor posicionados; si se trata de muy poderosos, lo suyo es la seda engarzada y bor-
dada con oro, a menudo con forros de pieles exóticas, incluyendo las más exclusivas,
raras e importadas de diversos lugares africanos y orientales. En las zonas frías predo-
minan como populares las pieles de zorro, lobo, oso, etc.
Traje típicamente medieval de saya y sobrevesta
Para las mujeres jóvenes puede permitirse un discreto escote, usualmente tapado por
un velo de lino cerrado por una pieza de joyería. Las faldas son largas. Los brazos van
tapados por una camisola de lino o seda (ésta si son ricas).
En duelos por óbitos o defunciones las mujeres jóvenes van de color lila, negro y
blanco, combinando en las diversas ocasiones los colores escarlatas, celestes, azules,
dorados, rojos, plata, verdes puros, amarillos, rosas y púrpuras. Son los colores de la
gente más privilegiada; cabe resaltarse que los colores se usan en denotados tintes bri-
llantes, ya que esto requiere una cantidad de tintura mayor, lo que demuestra un mayor
poder adquisitivo y una mayor capacidad de deslumbrar. La gente que puede es muy lu-
josa, muy dada al lujo, destacando en ello las mujeres.
Pero los hombres pudientes no se quedan atrás, ya que en sus mejores galas visten a la
usanza bizantina, de la más clásica Constantinopla, con ricas y variadas telas, incluyen-
do el abalorio de joyas, sobre todo en ocasiones de lucimiento, pero en el día a día vis-
ten de un modo por así decir muy campesino o campechano, sin descartar que llevan
ricos y distintivos adornos.
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Puede que calcen botas (que pueden ser verdes) o zapatos que se prolongan en forma
puntiaguda y diversamente elaborados.
El manto es símbolo de status, y no sólo para protegerse del frío. Los mantos oscuros
simbolizan que la persona atraviesa un período de duelo o luto.
También hay telas de procedencia típicamente musulmana, resultando prendas como
pantalones de singular anchura (zaragüelles), faja, turbante o derivados del mismo y tú-
nica que puede ser corta, abotonada y ajustada (aljuba).
Los más propiamente españoles o de los reinos hispanos, desde que se dieron a la re-
conquista, vienen usando camisa, viniendo ésta a componer la ropa interior, añadién-
dosele una o varias túnicas superpuestas.
También hay prendas o vestimentas bordadas, sobre todo en las mujeres.
Siguen usándose, entre otras prendas, las túnicas talares, que se llaman así porque
llegaban hasta los talones, denominándose gonel la de abajo y sobregonel la de arriba.
Este sobregonel fue evolucionando, agregándosele un cuello o esclavina que recibe el
nombre de garnacha.4
4 Posteriormente fue descartándose este cuello, de modo que la prenda se acortó y se convirtió en antece-
dente de nuestro gabán.
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Miniatura medieval (El Libro de los juegos) representando al rey Alfonso X
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Se fue regulando también, en relación a los judíos, acerca de la usura. Y es que los
judíos se fueron convirtiendo cada vez más en prestamistas y comerciantes. Esto se
explica por cuanto vino propiciando el sistema feudal europeo. Este sistema social, eco-
nómico y religioso impidió que los judíos poseyeran tierras. Los gremios cristianos les
prohibieron ejercer actividades artesanas o “industriales”. Así, las comunidades judías
de cada lugar se fueron viendo obligadas a trabajar en actividades que los cristianos des-
deñan, siendo una de esas actividades la de ejercer de prestamista, cosa que la ley ca-
nónica desaconseja o prohíbe expresamente ejercer a los cristianos.5
Y se reguló también en Valladolid sobre el cuidado y la explotación de los bosques,
siendo éstos una buena fuente de recursos en cualquier período de la historia que consi-
deremos. Siempre se ha de atender a la geografía y al paisaje, a la relación de la gente
con todo ello.
En esta época se está asistiendo a un paso o transición de una geografía rural a otra
más urbana. La imagen de un bosque espeso y abundante va siendo cada vez más de si-
glos pasados, cuando la vida rural se reavivó en detrimento de las ciudades vigentes en
el mundo clásico. Ahora se reaviva otra vez, progresivamente, la vida urbana.
Podemos explicar las implicaciones del bosque en la economía de estos tiempos6
apreciando cómo se distribuye el terreno de habitabilidad y cultivo en el entorno de las
poblaciones. Es lo que considera la legislación, basada en los usos, las costumbres, los
intereses, las conveniencias… y los recursos que pueden extraerse:
- Frutos del bosque: nueces, castañas, miel, cera, setas…
- Leña y madera, siendo ésta muy valorada, distintamente de la piedra y los metales.
La madera es fundamental, pues sirve para utillaje y construcción. La leña tiene
muy hogareña utilidad, para cocinar y calentar la casa. Además, son aprovechables
también recursos como las cortezas de los árboles y los corchos, las cenizas para
hacer jabón y el carbón vegetal para usarlo en las herrerías.
- En las proximidades del bosque, como en su interior, se aprovechan los espacios
para el pastoreo. Los retoños, el follaje, los arbustos, las bellotas o los pastizales
de los claros sirven para alimentar al ganado porcino, bovino, caprino, ovino y
equino. El desbroce por parte de cerdos y cabras provoca un efecto negativo, como
la tala indiscriminada que rotura desaprovechadamente los campos.
- Tenemos también –y han de regularse– los espacios de caza y pesca. Son activi-
dades limitadas y restringidas por cuanto se trata en muchos casos de espacios
reservados a la realeza y a la nobleza. Las especies más cazadas son el jabalí, el
ciervo, etc., entre los grandes, y conejos o liebres entre los de menos tamaño.
5 Ir a epílogo I.
6 Medievales.
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- Viene también a regularse la explotación minera y metalúrgica, pues se sitúa esta
explotación por lo general cerca de corrientes de agua y entre bosques. Y el carbón
se usa como combustible para los grandes hornos.
La devastación de muchas zonas forestales comenzó a partir del siglo XII con mayor
impacto. Los procesos roturadores tenían como objetivo hacer de terrenos hostiles espa-
cios cultivables, por lo que se talaron y quemaron grandes masas boscosas y se dese-
caron zonas pantanosas, entre otras técnicas o cosas que se acometieron. Eso y la piro-
manía provocaron la creación reguladora de leyes para frenar la desaparición drástica de
buenos y provechosos espacios, pues el fuego es capaz de destruir poblaciones enteras.
Es ejemplar al respecto lo que se nos ofrece por parte del rey Alfonso X: “Manda el Rey
que non pongan fuego pora quemar los montes, e al quelo fallaren faziendo quel echen
dentro, e sinon pudieren aver quel tomen lo que ouviere”.
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CABRA (REINO DE CASTILLA)
DONACIÓN DE CABRA A CÓRDOBA
A cambio del castillo de Poley,7 el rey Alfonso X donó la villa de Cabra, en calidad de
aldea, a la ciudad de Córdoba, acogiéndola a su fuero, ocurriendo este hecho a 5 de
febrero de este año 1258.
7 Actualmente Aguilar de la Frontera (hacia el sur de la provincia de Córdoba). Las primeras referencias
que tenemos del castillo son del siglo IX, cuando pertenecía al área de influencia del rebelde Omar ibn
Hafsún teniendo en este lugar plaza de armas y una línea de defensa. Recordemos que a 16 de abril del
año 891 fue derrotado Omar ibn Hafsún en la batalla de Poley por las fuerzas del emir cordobés Abd
Allah I (888-912).
El castillo formó parte de la cora de Cabra (Qabra) hasta que fue reconquistado definitivamente por el
rey Fernando III en 1240. Del mismo quedan algunas evidencias, pero su estado actual es de ruina y de-
molición casi total.
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BAGDAD
EL IMPERIO MONGOL SE IMPONE
Y ANIQUILA AL IMPERIO ISLÁMICO ABASÍ
Se cuenta aquí que los mongoles invadieron, saquearon e incendiaron Bagdad. Ocu-
rrió el 10 de febrero. Y fue el final de la califal dinastía abasí que se mantuvo en este ya
clásico Imperio Islámico, remitido desde ahora a la historia.8 Contamos esto como no-
ticia destacada.
Bagdad, paradisíaca y regada por el río Tigris, tiene el significado persa de “regalo de
Dios” y también el árabe musulmán de “ciudad de la paz” (Madinah al-Salam). Es ciu-
dad abasí por excelencia, ahora destruida y venida a menos por mor de los mongoles.
En el año 761, Al-Mansur (el Victorioso), que fue el segundo califa abasí, fundó Bag-
dad, cerca de las ruinas de la antigua Babilonia y la convirtió en la para él capital islá-
mica por excelencia. En efecto, Al-Mansur creía que Bagdad era la ciudad perfecta para
ser capital del pretendido Imperio Islámico. Estaba tan encantado con el lugar que di-
jo: “Esta es realmente la ciudad que estoy fundando, donde estoy viviendo, y donde mis
descendientes reinarán después”. Desarrolló una política económica y de capitalidad
apropiada, sobre todo porque su situación le dio el control de estratégicas rutas comer-
ciales. También constituía una excelente ubicación debido a la abundancia de agua, que
era muy poco común durante ese tiempo y su saludable clima, aunque caluroso.
El país, centrado en la ciudad siria de Damasco como capital, hacía ya casi mil tres-
cientos años (desde el 528 a. de C.) que había sido invadido por persas, griegos, bizan-
tinos y romanos. Con su fundación por Al-Mansur, Bagdad eclipsó a Ctesifonte, la que
había sido capital del Imperio Persa, que estuvo bajo dominio musulmana desde el año
637, y que fue rápidamente abandonada después de la fundación de Bagdad,9 diseñada
de manera peculiarmente circular, situándose en el centro de la ciudad la mezquita y el
8 Ir a epílogo II.
9 De Ctesifonte, una de las mayores ciudades de la antigua Mesopotamia, sólo quedan actualmente ruinas
y restos arqueológicos, en Irak, a unos 35 kilómetros al sur de Bagdad, a orillas del Tigris. La colonia
griega de Seleucia se encontraba justo enfrente, al otro lado del Tigris, por lo que la ciudad se menciona
frecuentemente con el nombre conjunto de Seleucia-Ctesifonte. Se cree que Ctesifonte fue la ciudad más
grande del mundo entre 570 y 637 (año en que fue evacuada).
Los musulmanes conquistaron Ctesifonte en el año 637, en un asedio relativamente breve bajo el mando
militar de Sa‟ad ibn Abi Waqqas, durante el califato de Omar (Umar ibn al-Jattab, 634-644). Aunque no
se maltrató a la población en general, la ciudad sufrió un rápido declive debido a la pérdida de poder eco-
nómico y político, especialmente tras la fundación de Bagdad, la capital abasí. Ctesifonte se fue convir-
tiendo en una ciudad fantasma.
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correspondiente cuartel de la guardia abasí, todo siguiendo la tradición constructiva
persa y sasánida de la zona. Todo cuanto se pudo, se utilizó mármol en las edificacio-
nes, construyéndose muchos parques, jardines, villas y bellos paseos, proporcionando a
la ciudad un elegante acabado.
Rodearon las murallas de Bagdad cuatro puertas,10
llamadas Kufa, Basora, Jurasán (o
Jorasán) y Siria, correspondiéndose estos nombres con las salidas y entradas a los cami-
nos de los lugares indicados. Cada puerta se compuso de hojas dobles que se hicieron de
hierro, tan pesadas que hacían falta varios hombres para abrirlas y cerrarlas. Hay un
primer muro de considerable espesor y dimensiones.11
Un segundo muro, externo, tiene
torres coronadas por almenas redondeadas. Esta pared o gran pieza exterior se encuentra
protegida por un sólido terraplén hecho de ladrillos y cal, encontrándose más allá un
considerable foso lleno de agua.
En el centro de Bagdad –plaza central– se dispuso el Palacio de la puerta de oro, resi-
dencia del califa y de su familia. En la parte central del edificio había una cúpula verde
de gran altura.12
Cercanas al palacio se erigieron otras mansiones y residencias de fun-
cionarios y cortesanos. Cerca de la Puerta de Siria se dispuso un edificio sirviendo de
cuartel a los guardias. Después de la muerte del califa Al-Mansur el palacio dejó de ser
la residencia del califa y su familia, trasladándose al denominado Palacio de la Eter-
nidad, a orillas del Tigris.
Bagdad conoció su auge en el reinado del califa Harún al-Rashid (786-809), el cual,
no obstante, sentía un profundo desagrado por la ciudad, a la que llamaba “la sauna”,
deplorando su calor sofocante y las polvaredas procedentes del desierto. Debido a ello
trasladó su residencia a Raqqa, en el alto Éufrates sirio, dejando el gobierno del califato
en las hábiles manos de los barmacíes o barmáquidas, que instalaron una corte paralela
de gran esplendor cultural.13
10
A poco más de dos kilómetros entre ellas.
11
Unos 44 metros de espesor en la base y unos 12 metros en la parte superior, con una altura de unos 30
metros de altura, incluyendo las almenas. Este muro estaba rodeado por otro impresionante muro de un
espesor de 50 metros.
12
Una altura de 49 metros.
13
Los barmáquidas (mencionados en los cuentos de Las mil y una noches) –hacemos esta anotación tam-
bién en el epílogo II– fueron una familia persa de ministros, secretarios y visires al servicio de los pri-
meros califas abasíes. De origen budista, tal vez luego incluso se convirtieron al zoroastrismo y su poca
tradición musulmana fue uno de los argumentos usados en su contra cuando cayeron en desgracia, du-
rante el califato de Harún al-Rashid.
El nombre de barmáquidas proviene de Barmak, antepasado y título del gran sacerdote del templo de
Nawbahar junto a Balj (Afganistán), que ocupaba un área de 1.500 km², y cuyos terrenos quedaron en
poder de la familia. Según la leyenda, el último Barmak fue a Bagdad en 725, convirtiéndose al Islam, si
bien puede que los primeros conversos fueran sus hijos.
Su poder trajo consigo un esplendor de las artes, pues eran conocidos mecenas. Su caída se produjo
cuando el califa Harún al-Rashid, cansado de su tutela, hizo matar al visir Djafar, arrestó a los demás y
expropió sus bienes.
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La ciudad se había convertido en un centro político, económico, militar, cultural y
artístico de primer orden, de modo que en el siglo IX era una de las mayores urbes del
mundo,14
poblada por unos 700.000 habitantes o incluso más, pues era un lugar cos-
mopolita y de mucho trasiego, tanto de personas como de mercancías.15
En la zona oriental de la ciudad se fundó una comunidad cristiana, compuesta sobre
todo por la guarnición bizantina del castillo fronterizo de Samalu, trasladada a Bagdad
tras su captura en el curso de una expedición mandada por Harún al-Rashid en el verano
de año 780. Su iglesia, conocida como Dayr al-Rum o monasterio de los griegos, fue el
centro de la vida cristiana en la ciudad hasta la conquistaron los mongoles en este año
1258, como estamos relatando.
En 1255, Hulagu Kan,16
nieto de Gengis Kan, fue enviado por su hermano Möngke
(Gran Kan desde 1251) a conquistar o destruir los estados musulmanes del suroeste
asiático. La campaña de Hulagu tenía como objetivo la subyugación de los luros (un
pueblo del sur de Irán), la destrucción de la secta de los nizaríes ismailíes (la famosa
secta de los asesinos o assassins del conocido como Viejo de la Montaña, Hasan ibn
Sabbah, muerto en 1124), la sumisión o destrucción del califato abasí, la sumisión o
destrucción de los estados de la dinastía ayubí en Siria y, finalmente, la sumisión o des-
trucción de los mamelucos de Egipto. En estos hechos y relatos nos encontramos.
Las fortalezas de los assassins fueron conquistadas por Hulagu en 1256. El kan partió
con el que fue seguramente el mayor ejército mongol que se haya reunido jamás, ya
que, por orden de Möngke, uno de cada diez hombres en condiciones de pelear en todo
el Imperio Mongol pasó a formar parte del ejército de Hulagu. Así, con facilidad so-
metió a los luros. Después se dirigió contra los nizaries, la secta del Viejo de la Mon-
taña y sus famosos assassins. El imam Rukn al-Din se empeñó en una serie de nego-
ciaciones con los mongoles, pero Halagu pidió con total exigencia que fueran demolidos
sus castillos,17
derribando torres y almenas. Maymundiz era la residencia del poderoso
imán de la secta, con numerosas torres y cuevas, todo muy inexpugnable.
Hulagu, con sus ingenieros chinos y árabes, vino a establecer su posición de asedio en
Maymundiz (o Maymun Diz) en terreno bien situado y relativamente llano, donde el
14
Como Constantinopla, Chang‟an o, posteriormente, Córdoba.
15
Bagdad era la ciudad de Las mil y una noches, llena de zocos, mezquitas, palacios, bellas princesas ára-
bes, comerciantes que remontaban el Tigris transportando todo tipo de productos, de las sederías y las al-
fombras. Una parte de la población de Bagdad no era árabe, y había pobladores persas, arameos y griegos,
pero estas comunidades adoptaron progresivamente la lengua árabe.
16
Su muerte, como kan del Ilkenato de Persia, será en 1265. Haremos entonces resumen y balance de su
reinado, habiendo pasado a la historia como quien destruyó con su ejército los más destacados centros de
poder islámicos.
17
Alamut, Maymundiz y Lambsar. Destaquemos Alamut, una de las principales fortalezas históricas en
la Edad Media, en poder de los ismailíes nizaríes. Dominaba un valle en el macizo montañoso de Elburz,
en el Cáucaso, al sur del mar Caspio y en el norte de Irán, cerca de la ciudad de Qazvín. Puede que Ala-
mut, con fama de inexpugnable, signifique “Nido de águilas”. El lugar aparece en leyendas y literaturas,
también en novelas recientes a nosotros y en películas.
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castillo se mostraba al alcance de sus nuevas armas, buenos artilugios de trabuquetes y
fundíbulos. Después de cuatro días de bombardeo preliminar, con bajas significativas
para ambos lados, los mongoles reunieron sus catapultas alrededor del castillo en la pre-
paración de un asedio directo. Dentro de las cuevas, los incendios provocados por las
flechas incendiarias disparadas por las enormes ballestas de los mongoles causaban ver-
daderos estragos. Los del castillo se rindieron y recorrieron el angosto sendero de ac-
ceso y salida de la inexpugnable fortaleza.
Asedio mongol de la fortaleza de Maymundiz en 1256
Y vino luego la conquista mongola de Bagdad, dispuesta desde 1257 y lograda en
1258. En efecto, es muy probable que Hulagu tuviera siempre en mente tomar Bagdad,
al menos de diez años para acá. Así pasó que pretextó para atacar la ciudad el hecho de
que el califa hubiera rehusado enviarle tropas y auxilios contra los assassins, tal como le
había solicitado. Hulagu partió con su ejército hacia Bagdad en noviembre de 1257. El
califa de Bagdad, Al-Musta‟sim, envió a su ejército a enfrentarse con los mongoles
acercándose a Bagdad en enero de 1258.
Ya en las cercanías de la ciudad, Hulagu dividió a sus fuerzas, amenazando ambos
lados de la ciudad desde las orillas este y oeste del Tigris. El ejército del califa rechazó a
algunos de los contingentes que atacaban por el oeste, pero los mongoles destruyeron
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varios diques e inundaron el terreno ocupado por el ejército califal, atrapándolo. Gran
parte del mismo pereció ahogado o masacrado.
Hulagu rogó y exigió que la ciudad se rindiera, pero el califa, resistiéndose, se negó,
advirtiendo a los mongoles que estarían haciendo frente a la furia de Alá si atacaban.
Entonces Hulagu asedió la ciudad, los auxiliares chinos de los mongoles comenzaron el
sitio de la ciudad construyendo una empalizada y un foso y disponiendo máquinas de
sitio y catapultas. El asedio total comenzó el 29 de enero. El sitio fue breve. El 5 de fe-
brero los mongoles controlaban ya parte de la muralla. Entonces Al-Musta‟sim intentó
negociar, pero ya era tarde. La ciudad se rindió el 10 de febrero, dando lugar a una ma-
sacre que duró una semana.18
Murieron en sangrienta matanza 800.000 personas, in-
cluido el propio califa. Muchos vecinos intentaron huir, pero fueron alcanzados y asesi-
nados con fruitiva crueldad por los soldados mongoles. El califa fue capturado y obli-
gado a ver cómo eran asesinados sus súbditos y allegados, y cómo eran saqueados sus
tesoros. Al-Musta‟sim murió finalmente de manera horrenda y humillante:19
lo enro-
llaron en una alfombra y acabó pisoteado bajo los cascos de muchos caballos de los
mongoles, creyendo ellos que así no ofendían a la tierra (respetable en cuanto islámica)
ni a Alá ni a su profeta Mahoma, siendo una creencia o superstición de los mongoles
que es malo derramar sobre la tierra sangre de reyes. Sólo sobrevivieron uno de los hi-
jos de Al-Musta‟sim, que fue llevado preso a Mongolia, y una hija que fue agregada
como esclava al harén de Hulagu. Los mongoles arrasaron y destruyeron mezquitas,
palacios, bibliotecas, hospitales, casas… De la célebre, famosa y gran Biblioteca de
Bagdad se perdieron los libros, muchísimos de ellos de incalculable valor. La cultura
del lugar fue arrasada.
Comentemos que los mongoles, por regla general, no destruyen sino las ciudades que
se les resisten o no se les rinden. Las ciudades que capitulaban inmediatamente, podían
esperar clemencia. Puede decirse que la destrucción de Bagdad fue hasta cierto punto
una estrategia deliberada de los mongoles para intimidar a otras ciudades y reinos.20
18
Considerándose como uno de los sucesos o eventos de mayor devastación en toda la historia del Islam.
19
Según cuentan las mayorías de las crónicas.
20
Esto funcionó pronto con Damasco, pero no pasará así con los mamelucos egipcios, que resistirán y de-
rrotarán a los mongoles en 1260, en la batalla de Ain Jalut (o Yalut). Será la primera vez que los mongo-
les sean derrotados.
Bagdad seguiría siendo a partir de 1258 una ciudad despoblada y en ruinas durante siglos; sólo tras mu-
cho tiempo recuperaría parte de su antiguo esplendor califal.
Algunos historiadores creen que los mongoles destruyeron gran parte del sistema de irrigación que ha-
bía funcionado en Mesopotamia durante milenios. Los canales fueron cortados y jamás se repararon. Mu-
rió o huyó tanta gente que no fue posible mantener aquel renombrado sistema de canales.
Otros historiadores no opinan eso, considerando que el declive agrícola de la zona fue ocasionado por-
que los mongoles sembraron de sal los campos. A esto se aventuran en sostener.
~ 22 ~
Asedio mongol de Bagdad
Historia islámica o musulmana en lo que llevamos de la Edad Media
(Profesor Daniel Gómez)
~ 23 ~
VALLADOLID Y SEVILLA (REINO DE CASTILLA)
SE CASARON FELIPE DE CASTILLA Y CRISTINA DE NORUEGA
Las ciudades de Valladolid y Sevilla fueron respectivos escenarios de cuanto ahora
contamos como sucedido en el transcurrir del año 1258. Los relatos son los de la boda
del infante Felipe de Castilla (27 años de edad), habiendo renunciado como arzobispo
electo a la restablecida sede metropolitana hispalense tras la reconquista de Sevilla, para
casarse con la princesa Cristina de Noruega (24 años de edad), teniendo lugar la boda, el
31 de marzo, en la colegiata de Santa María la Mayor de Valladolid; y el otro relato es
el que se refiere al dominico y obispo Raimundo de Losana, conocido como Don Re-
mondo, obispo de Segovia y coadjutor episcopal de Sevilla, que se preconiza y se nom-
bra ya definitivamente como arzobispo sevillano.
Relatemos los hechos por partes, refiriéndonos en primer lugar a cuanto podemos
contar, resumidamente, acerca del infante Felipe de Castilla. Hermano del rey Alfonso
X, Felipe de Castilla, además de electo para ser arzobispo de Sevilla, vino a ostentar el
título de señor de Valdecorneja.21
Fue también, hasta este año 1258, abad de dos cole-
giatas, la de Santa María de Valladolid y la de los Santos Cosme y Damián de Cova-
rrubias.22
A Felipe, desde muy joven le orientó su padre, el rey Fernando III, hacia la vida ecle-
siástica, pasando lo mismo con su hermano Sancho (nacido en 1233), que está elegido
arzobispo de Toledo.23
Desde su crianza, muy en manos de la abuela Doña Berenguela,
ambos fueron tutelados por el que fuera arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada,
siendo enviados a París, donde se formaron.24
En 1249, no mucho después de la reconquista de Sevilla, el infante Felipe de Castilla
fue nombrado por el Papa Inocencio IV (1243-1254) procurador de la restaurada archi-
diócesis hispalense. Dos años más tarde, en 1251, el Papa le nombró arzobispo electo de
Sevilla, que desde un principio seguía eclesiásticamente gobernada por el dominico Rai-
21
Uno de los regalos de boda que le hizo en este año 1258 su hermano el rey Alfonso X. Se trata de un
amplio señorío situado en la parte más occidental de la actual provincia de Ávila.
22
En la provincia de Burgos.
23
Recibiendo su ordenación en 1259.
24
Al igual que Santo Tomás de Aquino, recibieron clases o lecciones de San Alberto Magno.
~ 24 ~
mundo de Losana, capellán del rey Fernando y obispo de Segovia. Se esperaba que ma-
durase en el tiempo la elección arzobispal de Felipe y recibiera la ordenación como tal.
En este año 1258, el rey Alfonso X, se decidió (aunque antes se había resistido) a
concederé su autorización a Felipe para que renunciara a la sede hispalense y pudiera
casarse con la princesa Cristina de Noruega, hija del rey Haakon IV.25
A su llegada a la corte castellana, que se hallaba a la sazón en la ciudad de Valladolid,
siendo el mes de enero de 1258, la princesa Cristina fue presentada a los hermanos del
rey y sobre todo a los infantes Fadrique y Felipe, entre los que debía escoger esposo. A
la princesa le agradó más26
Felipe que Fadrique, debido a una cicatriz que este último
tenía en el labio y que le desfiguraba algo el rostro. No obstante,27
acabó siendo deci-
sión del rey Alfonso X que la princesa noruega se casara con Felipe.
La boda se celebró en Valladolid entre finales de marzo y primeros de abril, conce-
diendo entonces el rey Alfonso varios señoríos y diversas posesiones a su hermano,
contándose entre sus regalos la martiniega,28
el portazgo,29
la renta de los judíos y los
restantes pechos reales, concretamente de los pecheros abulenses, así como las tercias
del arzobispado de Toledo y también las de los obispados de Ávila y Segovia, las rentas
que pagaban al rey los musulmanes del Valle de Purchena30
y la heredad de Valde-
corneja, compuesta por las villas de El Barco de Ávila, Piedrahita, La Horcajada y Al-
mirón.31
La sede arzobispal de Sevilla quedaba vacante, aunque sigue administrada por Rai-
mundo de Losana.32
Pero dejemos esto para luego y volvamos por el momento a ocu-
parnos de la boda entre Felipe y Cristina, los dos muy apuestos, rubia y de extraordi-
25
Sabemos que existe una leyenda, sólo muy medianamente fundada, de que en el pasado respecto a este
año 1258 la princesa Cristina de Noruega llegó a España después de que Alfonso X el Sabio solicitase al
rey de Noruega que le enviase a una hija suya para contraer un nuevo matrimonio con ella, basándose en
la infertilidad (o tardanza en preñarse) de su esposa, la reina Violante de Aragón, hija del rey Jaime I. No
obstante, se ha demostrado la falsedad de dicha leyenda, ya que en 1258 la reina Violante ya había dado a
luz varios hijos. La realidad es que el soberano de Noruega envió a la princesa Cristina a Castilla a fin de
que contrajese matrimonio con uno de los hermanos del rey. De camino a Castilla, la princesa pasó por
Francia y por Aragón, donde fue recibida con todos los honores por Jaime I, quien llegó incluso a propo-
nerle matrimonio.
26
Según parece.
27
Como parece estar personalmente documentado por el rey Alfonso X.
28
Impuesto así llamado porque se pagaba el día de San Martín (11 de noviembre).
29
Impuesto por transitar en propiedades, entrar en las ciudades, etc.
30
Provincia de Almería. No estuvo mucho tiempo el entorno de Purchena en poder, un tanto indirecto, de
Alfonso X.
31
Todo en la provincia de Ávila.
32
Será en mayo de 1259 cuando el Papa Alejandro IV le nombrará arzobispo de Sevilla.
~ 25 ~
naria belleza vikinga ella, europeo del sur él, con no poco de intrigante; europea del
norte ella, siendo de bellos ojos azules como nuestro cielo de aquí, de cabellos dorados
y luminosos como los rayos de nuestro sol, de tez como la nieve clara de los montes
escandinavos. Es previsible que Cristina se fatigue con estos calores nuestros. Felipe y
Cristina se casaron y fueron a establecerse en Sevilla.33
¿Y cómo explicar la presencia de una princesa escandinava, de la fría Noruega, en la
calurosa Sevilla? Pues se explica por la apañada y amañada alianza de dos coronas
ávidas de poder y posicionamiento en Europa. Tiene mucho de esto la boda de Felipe y
Cristina Håkonsdatter, hija de Haakon IV y de su reina consorte Margarita Skulesdatter.
Ciertamente buscaron y buscan conectarse entre sí los reinos o coronas de Castilla y de
Noruega.34
Ya sabemos lo convulsa que viene siendo la historia de Noruega, con sus Guerras
Civiles entre los años 1130-1240, prolongado tiempo en el que reyes rivales se fueron
sucediendo desde la muerte de Sigurd I el Cruzado en aquel año 1230, siendo los ban-
dos contendientes los bagler y los birkebeiner.
Haakon IV de Noruega, nacido en 1204,35
comenzó su reinado en 1217, siendo to-
davía período de Guerras Civiles. No faltaron rebeliones internas, hasta que fueron so-
focadas. En el año 1240 –como bien podemos recordar– se unificaba Noruega y el rei-
nado de Haakon IV de consolidaba, afianzándose la prosperidad y el progreso. A partir
de entonces, el rey noruego ya no tenía que preocuparse tanto de lo que pasaba dentro
de sus fronteras, gozando de una sustancial tranquilidad, por la cual pudo ya poner la
mirada más hacia el exterior.
Durante más de un siglo permaneció Noruega apartada o ajena al orden internacional,
pues tenía bastante con sus problemas internos y su relevancia en la cristiandad era más
bien escasa. Pero ahora Noruega es más grande, geográficamente incluso, y militar-
mente, aunque persisten los problemas, ciertamente cambiados de internos a externos.
Es por esto que Haakon IV incrementa sus relaciones y embajadas muy activas con
cuantos reinos puede, incluidos los reinos hispanos, destacadamente el de Castilla, por
su relevancia en las aspiraciones europeas, la del fecho imperial, como sabemos, res-
pecto al Sacro Imperio Romano Germánico. Puede decirse que Noruega abrió y amplió
embajadas en diversos lugares, como Túnez, Rusia, España, etc. Por eso se celebró el
matrimonio de la (cristiana) princesa Cristina con el infante Felipe de Castilla, hermano
de Alfonso X, ya casado con Violante de Aragón, hija de Jaime I, ya casado con Vio-
lante de Hungría. No olvidemos que en 1247, el Papa Inocencio IV reconocía plena-
mente a Haakon IV como rey de Noruega, de modo que esta Corona pasaba ya definiti-
vamente a formar parte del orbe católico.
Así pues, con Haakon IV, consolidado en su reinado, Noruega se abría al exterior. Por
eso estuvo muy interesado Haakon IV en casar debidamente a su hija Cristina, en un
33
Donde habrá de morir Cristina, en 1262. Ya lo podremos contar, presumiblemente.
34
La cronística o historiografía tiene en esto un buen caudal de estudio y consideraciones.
35
Su muerte será en 1263.
~ 26 ~
reino en perspectiva de aspirar al poder imperial germánico. El fecho del Imperio –como
consideramos en estos años– no se le quita de la cabeza al rey Alfonso X de Castilla.36
En el año 1255, el rey Haakon IV de Noruega enviaba una delegación o embajada a
Castilla y colmaba de regalos –halcones, pieles, cueros, etc.– a toda la Corte castellana.
Los enviados noruegos fueron muy bien recibidos en Castilla, donde permanecieron
prácticamente durante un año. Luego regresaron a Noruega, en 1256, pero no lo hicie-
ron solos; Alfonso X enviaba con ellos una embajada de Castilla, al frente de la cual,
como representante del rey, se encontraba Sira Ferrant –notario real y consejero del mo-
narca Alfonso, formado en la Universidad de París– para que utilizase sus influencias
con Pedro de Mar, consejero real del monarca noruego. Esta comitiva tenía el propósito
de proponer al rey noruego desposar a su hija Cristina con uno de los hermanos del rey
Alfonso X. Haakon lo consideró, haciendo sus correspondientes consultas, y accedió a
la petición. A los dos reinos interesó aquello. Noruega buscaba presencia y expansión y
Castilla aliados en su carrera al trono imperial.
En el verano del año 1257, un séquito que sobrepasaba el centenar de personas zar-
paba desde la aún fría Noruega hacia el reino castellano con el propósito de efectuar el
matrimonio entre Cristina y el infante Felipe. Pasaba, sin embargo, que Cristina no sólo
no conocía al novio sino que, por entonces, ni siquiera sabía con quién iba a casarse.
Cristina partió dejándose llevar por aquel numeroso séquito que hemos mencionado,
yendo a la cabeza el embajador noruego Leoinn Leppur, un importante miembro del
hird (cortesanos nobles y distinguidos) del rey de Noruega, desde Tønsberg iniciaron el
viaje por mar hasta Inglaterra, a Yarmouth, cruzando el mar del Norte y cruzando luego
el Canal de la Mancha hasta Normandía. Se escogió esta ruta debido a los rumores de
presencia de piratas en el Golfo de Vizcaya y por ello prosiguieron el viaje a caballo
atravesando Francia, entrando a la Península Ibérica por el condado de Barcelona. Aquí
la comitiva noruega fue recibida por el propio rey Jaime I acompañado por su esposa
Violante de Hungría, cuya hija, Violante de Aragón, era la esposa de Alfonso X de Cas-
tilla. O sea, que Alfonso X –no lo olvidemos– es yerno de Jaime I. El caso fue que por
donde quiera que pasaba la princesa Cristina iba prendando y enamorando a todos, hasta
despertando ganas de casarse con ella, tal era su talla y su talle, su belleza y lo luminoso
de su semblante.
En Burgos pasaron la Navidad de 1257, celebrada en el cisterciense y femenino
Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. Siguieron luego hasta Soria y Pa-
lencia, donde la comitiva fue recibida por Alfonso X, quien les acompañó hasta Va-
lladolid, lugar al que llegaron el 3 de enero de este año 1258 y donde fueron recibidos
efusivamente.
En Valladolid, como ya hemos informado, conoció Cristina a sus posibles futuros ma-
ridos, ya que debía escoger entre dos hermanos de Alfonso X, Fadrique o Felipe.
Cristina escogió al más guapo y joven. Y lo demás, la boda, establecerse luego en Se-
villa, quedó dicho y ya resaltado antes. Esperamos seguir contando esta historia.
36
Ya sabemos que la carrera por alcanzar el trono imperial no fue para nada un logro de Alfonso X el Sa-
bio, pues fracasó del todo en su empeño; pero sí fueron destacados otros logros de su reinado, logros am-
pliamente valorados y destacados, como su obra literaria, científica, histórica, jurídica y política.
~ 27 ~
Y en la metropolitana archidiócesis de Sevilla empezó o se propició ya del todo el
pontificado del arzobispo fray Raimundo de Losana, ya nombrado como Don Remon-
do y dejando la diócesis de Segovia a su sucesor Don Martín.37
El infante Don Felipe de Castilla en el episcopologio de Sevilla
37
Parece ser que Don Remondo era segoviano pero del que desconocemos su año y circunstancias de na-
cimiento, aunque se sabe que sus padres, nobles de linaje, se llamaron Hugo y Ricarda. Cuando era niño,
estando en un recreo escolar, le saltó un ojo sin querer a un hermano suyo. Lo hizo saber años más tarde
ante la Santa Sede por si aquello supusiera irregularidad a tener en cuenta al pedir las sagradas órdenes.
De paso hizo buenos estudios en Roma.
~ 28 ~
El arzobispo Don Remondo en el episcopologio de Sevilla
~ 29 ~
Principado eclesiástico De LIEJA
(SACRO IMPERIO ROMANO GERMÁNICO)
LA EUCARÍSTICA JULIANA DE CORNILLON DEJA ESTE MUNDO
Recogemos y ofrecemos aquí como destacada la noticia de haber fallecido, a 5 de
abril, la monja Juliana de Cornillon, conocida también como de Lieja, verdadera y céle-
bre promotora del culto eucarístico, de la que según ella ha de ser, entre otras cosas, me-
recida devoción popular del Corpus Christi (Corpus Domini). Tenía 65 años de edad.38
Fue enterrada en la abadía cisterciense de Villers.39
A su edad de 5 años perdió a sus padres, Henri y Frescende, ricos agricultores. Sus
familiares la confiaron entonces, junto con su hermana Agnes (Inés), a la leprosería-
convento de Mont Cornillon de Lieja,40
para que las monjas de allí las cuidaran y edu-
caran. Esta leprosería-convento es conocida por su documentación de 1176 teniendo un
reglamento y un régimen de sustentación benéfica, que fue mejorando merced a dona-
ciones de algunas personas. Comprendía ya entonces cuatro comunidades: los hombres
enfermos y los hombres sanos, las mujeres enfermas y las mujeres sanas. Las cuatro
comunidades vivían bajo la dirección de dos priores, un hombre (sacerdote) y una mu-
38
Se trata de Santa Juliana de Cornillon o de Lieja, que se celebra en el santoral el 5 de abril. Había naci-
do en Retinne (ahora provincia belga de Lieja) y murió en Fosses (ahora provincia belga de Namur). Se
dedicó mucho a promover la devoción eucarística, contribuyendo a que se instituyera la Solemnidad del
Corpus Christi en 1264, que fue decisión del Papa Urbano IV (1261-1264), cuando hacía 9 años de la
muerte de la Santa. La bula de Urbano IV estableciendo el Corpus Christi para toda la Iglesia es la co-
nocida Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264). Pero la fiesta no se generalizará con total re-
conocimiento en todas las iglesias latinas hasta el pontificado de Clemente V (1305-1314). En 1311, cele-
brándose el Concilio de Vienne (Francia), hubo renovación de lo constituido al respecto por el Papa Ur-
bano IV. Ya veremos cómo se dieron los hechos.
39
Fundación de monjes de Claraval en 1146 y actualmente lugar ruinoso y arqueológico, en la provincia
belga del Brabante Valón.
40
Aunque estudiosos de la Orden Premostratense sitúan más bien este lugar monástico en Francia, en la
comuna de Saint-Broing (departamento de Alto Saona), no lejos de la frontera con Suiza.
~ 30 ~
jer, en la observancia del celibato, con los compromisos de la oración y compartir los
bienes, sin poseer una regla religiosa fija.
Con 14 años de edad, Juliana fue admitida al convento, recibiendo el velo monástico
en 1206. Estudió latín y el francés necesario para leer a los Padres de la Iglesia, logran-
do así leer sin dificultad a San Agustín y a San Bernardo.
Fue a partir de 1209 cuando tuvo ya frecuentes visiones místicas, estando su atención
particularmente centrada en la Eucaristía. En una de sus visiones más recurrentes veía
una Luna parcialmente oscurecida, es decir, resplandeciente, pero incompleta, con una
banda negra que la dividía en dos partes iguales; esto vino a interpretarse como que al
calendario litúrgico le faltaba una fiesta, la que habría de establecerse en honor del
Santísimo Sacramento, de Jesús Sacramentado. Según Juliana, esta fiesta tendría que ser
instituida para reanimar la fe de los fieles y para expiar las faltas cometidas contra este
tan augusto Sacramento. A partir de estas revelaciones, intentó por todos los medios la
institución de la fiesta eucarística, consiguiendo algunos logros y ayudas al respecto.
En 1222, Juliana fue elegida como priora de Mont Cornillon, continuando en su cargo
con los preparativos para la instauración festiva del Corpus Christi, pidiendo consejos a
personalidades eminentes de su entorno41
y a los más insignes teólogos dominicos con
quienes trató el tema. El caso fue que se celebró la fiesta del Corpus Christi por primera
vez en Lieja, en 1246, sin que pudiera participar en ella presidencialmente el príncipe-
obispo Robert de Thourotte (1240-1246), pues murió poco antes de establecerse y efec-
tuarse por primera vez la procesión.
41
Como Jacques Pantaleón, futuro Papa Urbano IV.
~ 31 ~
Pero los burgueses de Lieja se opusieron a la festiva celebración, lamentando que la
población tuviera un día más de ocio y descanso, no faltando religiosos con quejas al
considerar que tal fiesta se excede en gastos. La oposición se hizo más fuerte y persis-
tente en 1246; Juliana tuvo que dejar su convento y pasó de monasterio en monasterio.
Encontró entonces refugio en varias abadías cistercienses, pasando por Val Benoît, Huy
y Salzinnes. Así pues, costó que se aceptara la fiesta del Corpus Christi.42
42
Puede completarse esta noticia en nuestro epílogo III, con la catequesis del Papa Benedicto XVI (2005-
2013), del 17 de noviembre de 2010, sobre Santa Juliana de Cornillon.
~ 32 ~
VALLADOLID (REINO DE CASTILLA)
LES NACIÓ OTRO NIÑO A SUS MAJESTADES LOS REYES
Los reyes Alfonso X y Violante, a 12 de mayo, tuvieron en Valladolid a su quinto
hijo, segundo varón, bautizándolo como Sancho.43
Recordemos que Alfonso X y Violante de Aragón se habían casado en Valladolid a 26
de diciembre de 1246, siendo la descendencia hasta el momento (1258) la siguiente:
Berenguela, nacida en 1253.44
Recordemos que fue proclamada presunta heredera del
reino en 1254, pero luego fue postergada por el nacimiento de su hermano Fernando.
Beatriz, nacida en 1254.45
Fernando de la Cerda, nacido en 1255, heredero del trono, desplazando a su hermana
Berenguela.46
Leonor, nacida en 1256.47
Y Sancho, el ahora nacido, en 1258, como queda dicho.
43
Será el rey Sancho IV (1284-1295).
44
Y muerta en 1300.
45
Y muerta en 1280. Se casó (año 1271, en Murcia) con el marqués Guillermo VII de Montferrato, vale-
dor de Alfonso X en sus pretensiones imperiales.
46
Muere en 1275. se casó en 1269 con Blanca de Francia, hija del rey Luis IX (San Luis), con quien tuvo
dos hijos. Pero su muerte prematura hizo que reinara en su lugar su hermano Sancho, el ahora recién na-
cido en 1258.
47
Y muerta en 1275.
~ 33 ~
CORBEIL (REINO DE FRANCIA)
IMPORTANTE TRATADO FRANCO-ARAGONÉS
En este año 1258,48
como seguidamente contamos, mediante el Tratado de Cor-
beil,49
firmado a 11 de mayo, el rey Jaime I de Aragón renunció a sus anteriores dere-
chos (mantenidos, supuestos y pretendidos) sobre territorios del llamado mediodía fran-
cés.50
En contrapartida al respecto, el rey Luis IX51
de Francia, en cuanto descendiente
de Carlomagno (muerto en 814) viene a renunciar a sus derechos sobre los condados
catalanes, herederos o surgidos de la Marca Hispánica carolingia.52
Se están remodelan-
do los territorios correspondientes al reino de Francia y al reino hispano de Aragón.53
48
Año en el que Jaime I de Aragón hubo de emplearse a fondo en sofocar una seria sublevación provo-
cada por el célebre rebelde mudéjar Al-Azraq. Volveremos más adelante, en otros momentos, sobre las
rebeliones y la figura de Al-Azraq.
49
Actual Corbeil-Essones (Francia), no lejos de París.
50
El sur de Francia, sobre todo en sus contornos más precisos de Occitania. Jaime I renuncia a sus dere-
chos sobre los condados de Toulouse, Gavaldà (Gévaudan), Millau, Cominges, Foix (rechazado en su ra-
tificación de documentos del 16 de julio en Barcelona), Ariège, Carcassona, Narbona, Béziers, Albí, Ra-
sès, Laurenguès, Termenès, Minervès, Sault (en Provenza), Quercy, Rouergue, Agde y Nîmes, así como a
los castillos de Fenollet (y su vizcondado), Querbús, Perapertusa, Puillorenç y Castellfisel (Castel-Fizel),
a favor de Luis IX de Francia, que le confirma a Jaime I el señorío de Montpellier y el vizcondado de
Carlat (trescientos kilómetros al norte de Perpinyà o Perpiñán). El conde de Foix recibe Andorra como
feudo.
51
San Luis.
52
Luis IX renunció a sus derechos por herencia sobre los condados catalanes, incluido el de Rosselló: los
condados de Ampurias, Barcelona, Besalú, Cerdaña, Conflent, Gerona, Osona y Urgel.
53
El Tratado de Corbeil echa por tierra todas las falsas pretensiones catalanistas. Éstos, siempre pasando
de puntillas sobre este hecho, huyen de este tratado como de la peste. Podríamos entrar al trapo sobre es-
to, pero aquí renunciamos a ello, al menos de momento.
En la enseñanza catalanista la historia de Aragón es amañada y tergiversada Por ejemplo, se presenta
parte la provincia de Huesca como formando parte de los territorios “históricos” de una supuesta Catalu-
ña medieval que nunca conformaron por entonces como tal los condados. La Corona de Aragón fue eso,
sin el añadido de Aragón y Cataluña o llamada Corona Catalanoaragonesa.
El término o expresión Corona Catalanoaragonesa no es sino el concepto acuñado como invento
durante años por la órbita independentista para intentar elevar a rango de Estado histórico lo que
fueron los condados catalanes, en número de ocho, cuya máxima categoría institucional fue la de
Principado integrado en la Corona de Aragón. Ésta surgió del Reino de Aragón, fruto de la estraté -
~ 34 ~
En el mismo tratado se acuerda el matrimonio de Isabel, hija de Jaime I, con Felipe,54
hijo de Luis IX.
Jaime I renunció también a sus derechos sobre Provenza (a 17 de julio) a favor de
Margarita de Provenza, la reina consorte de Francia, esposa de Luis IX.
Hasta llegar al punto del Tratado de Corbeil en 1258 fueron pasando cosas que influ-
yeron en que el cerco del reino francés sobre el reino aragonés se fue estrechando:
Recordemos la muerte de Ramón Berenguer V de Provenza en 1245 y la boda de su
hija Beatriz en 1246 con el poderoso Carlos de Anjou, hermano del rey Luis IX.
Pensemos igualmente en el hecho de haber muerto Ramón VII de Toulouse en 1249,
teniendo a una hija suya, Juana, casada con otro infante francés, Alfonso de Poitiers.
Destaquemos igualmente el matrimonio del rey Teobaldo II de Navarra con Isabel de
Francia en 1255, pasando así el rey navarro de tutelado del rey aragonés a tutelado del
rey francés.
Y recordemos también, de agosto de 1255, el compromiso matrimonial de Luis de
Francia (primogénito de Luis IX) con Berenguela de Castilla (primogénita de Alfonso
X) como presunta heredera al trono.
Por consiguiente y por cuanto respecta al Tratado de Corbeil, el efecto fundamental de
lo firmado fue el de eliminar definitivamente la monarquía francesa a los monarcas de la
Corona de Aragón como factores políticos en el llamado Mediodía francés.55
gica decisión que adoptó el rey aragonés Ramiro II (1134-1157): pactó el matrimonio de su hija
Petronila con el conde barcelonés Ramón Berenguer IV. De esa forma, el Reino de Aragón pasaba
a incorporar en sus dominios a los condados catalanes.
Que no fue una unión de igual a igual dan fe los propios términos del acuerdo matrimonial. Por
ejemplo, Ramiro II dejó claro que él seguiría ostentando el título de rey mientras viviera, que su
hija era quien en todo momento ostentaría la titularidad de la Corona y que Ramón Berenguer IV
sólo sería reconocido como Príncipe. A futuro, los sucesivos reyes, descendientes del matrimonio
entre Petronila y el conde Ramón Berenguer IV, incluían a su condición de reyes de Aragón los
títulos de condes de Barcelona y de Urgel. Así, por ejemplo, en el siglo XIII el rey Jaime I se
expresaba oficialmente como Rey de Aragón y de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y
de Urgel. En definitiva: desde el matrimonio entre la reina Petronila y el conde Ramón Berenguer
IV, Cataluña quedó como un territorio más de la Corona de Aragón.
54
Que en su momento será Felipe III de Francia, el Atrevido (1270-1285).
55
Y un efecto secundario fue la transferencia de Provenza a la Casa de Valois, rama de los Capetos, que
al extinguirse fue a incorporarse a la Corona de Francia.
~ 35 ~
BADAJOZ (REINO DE CASTILLA)
FERIA Y MERCADO
Vemos que se consolidó ya la feria de Badajoz, como privilegio que le concedió Al-
fonso X a la ciudad en 1255. Se están dando con éxito los mercados y el comercio ga-
nadero, con carácter internacional sobre todo dada la cercanía de Badajoz con el reino
de Portugal. También hay organizadas verbenas, bailes, atracciones, floridos juegos,
compartimentos de comidas, viandas y bebidas.56
56
Las ferias y fiestas de San Juan se celebran en honor al actual Santo Patrón de la capital, el Bautista,
adoptado como tal a principios del siglo XIX, al serlo ya de la histórica catedral y de su obispado desde
antiguo. Puede leerse más en epílogo IV.
~ 36 ~
ISLAS BALEARES
DECESO DEL INFANTE PEDRO DE PORTUGAL
En la ciudad balear de Mallorca,57
a poco de comenzar el mes de junio, murió el
infante Pedro de Portugal, que había sido hasta enviudar conde Pedro I de Urgel, como
bien podemos recordar.58
57
Actual Palma de Mallorca.
58
Más bien parece ser que murió a 2 de junio de 1256. Remítase allí el lector, cuando tratábamos esta no-
ticia.
~ 37 ~
MEIRA – GALICIA (REINO DE CASTILLA)
CONSAGRADA LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE MEIRA
El obispo Miguel de Lugo59
consagró, a 3 de julio, la iglesia monástica cisterciense de
Santa María de Meira.60
La fundación monástica es de los tiempos del reinado de Al-
fonso VII (1126-1157).
La Iglesia de Santa María de Meira es de muy digno y destacado estilo románico cis-
terciense, siendo su exterior muy monumental, presentando una fachada principal divi-
dida por dos contrafuertes, con tres arquivoltas y unos capiteles con forma de hojas que
aparecen como entrelazados. La puerta en la zona septentrional es muy sencilla y la de
la fachada occidental tiene arquivoltas y un gran rosetón. La fábrica del monasterio es
de sillería granítica con recubrimiento de pizarra.
Su interior, bastante austero, como corresponde a lo propiamente cisterciense, se com-
pone de tres naves, separadas por arcos formeros apuntados que se apoyan sobre unos
pilares gruesos, estando una de las naves en el crucero y cinco capillas en la cabecera
con la sacristía adosada. Destacan sobre todo sus tres ábsides de estilo románico.61
59
De pontificado entre los años 1226-1270.
60
La iglesia es actualmente lo único que se conserva completo de aquel monasterio, desamortizado en el
siglo XIX. Se halla en Meira a unos 24 kilómetros de Lugo.
61
También posee, de tiempos más recientes, un órgano que ha sido restaurado, siendo una pieza muy ori-
ginal. Hay un coro de estilo plateresco y púlpitos renacentistas en piedra.
En el claustro de la iglesia, de estilo renacentista también, es donde se conservan los únicos restos origi-
nales del monasterio. La luz de la iglesia entra del exterior a través de unos grandes ventanales situados
en la nave del centro.
~ 38 ~
~ 39 ~
EL MAGREB MERINÍ O BENIMERÍ (AL NORTE DE ÁFRICA)
NUEVO IMPERIO O SULTANATO A CONSIDERAR
Estuvo enfermo el emir Abu Yahya ibn Abd al-Haqq y murió en el mes de julio. A
pesar de haber dejado como heredero a un hijo, que es gobernador de Taza,62
un cuarto
hermano suyo, Abu Yusuf Yaqub ibn Abd al-Haqq creó entonces el reino o sultanato de
los benimerines,63
con capital en Fez, asumiendo así el cargo o rango de emir o sultán.
62
A una distancia de 120 kilómetros al este de Fez.
63
El Imperio Meriní o sultanato de los benimerines (1217-1465) tuvo su capital en Fez y lo ostentó esta
dinastía bereber. Se llamaron meriníes en África y benimerines en España. Comprendieron al actual nor-
oeste de Marruecos, el sur de Andalucía y Ceuta, también durante algo más de 40 años Gibraltar. Sus
fronteras fueron cambiantes.
La cronología benimerí vino siendo la siguiente:
En 1145 negociaron y pactaron con los almohades.
En 1217 se hicieron con el control efectivo de la región norteafricana declarándose independientes de
los almohades (que ya eran de Imperio cada vez más reducido y precario).
En 1224 fueron expulsados de sus tierras por los hilali (desplazados provenientes de Arabia).
En 1248 se apoderaron de Taza y en agosto de ese mismo año el emir Abu Yahyb (Abu Yahya ibn Abd
al-Haqq), tomó Fez, ciudad que se le había rebelado, gracias a la ayuda mercenaria de cristianos. A partir
de entonces decidió construir Fez la nueva (Fès al-Jdid) en oposición a Fez la vieja (Fez al-Bali).
En este año 1258 su hermano Abu Yusuf Yaqub (1258-1286) creó el reino de los benimerines, ocupan-
do Marrakech.
En 1269 destruirán ya del todo a los almohades.
~ 40 ~
IMPERIO (BIZANTINO) DE NICEA
MURIERON TEODORO II LÁSCARIS Y JORGE MUZALON
Murió Teodoro II Láscaris, el 18 de agosto, a sus 37 años de edad. Aunque no fue tan
capaz como su abuelo o su padre (Teodoro I Láscaris, muerto en 1222, y Juan III Ducas
Vatatzés, muerto en 1254, respectivamente), tuvo el mérito de ser hábil gobernante,
buen soldado, y un hombre de letras, que logró mantener unido el próspero estado
oriental de Nicea que le legó su padre como Imperio. Teodoro II, que ya había sido
coronado como coemperador, se convirtió en único gobernante a la muerte de su padre
en noviembre del mencionado año 1254. Al comienzo de su reinado renovó la alianza
con el conocido sultanato selyúcida de Rüm. A principios de 1255, sin embargo, el zar
búlgaro Miguel Asen II (1246-1256) invadió Tracia y Macedonia. Después de dos
campañas victoriosas contra los búlgaros, Teodoro los obligó a firmar un tratado en
mayo de 1256. El sucesor de Miguel Asen II, Constantino Tikh,64
renovó la alianza con
Nicea, por medio de su matrimonio con una hija de Teodoro.65
Teodoro II Láscaris no tuvo tanto éxito en las relaciones con el despotado de Epiro.
En octubre de 1256 Teodoro casó a su hija María con Nicéforo I Comneno Ducas, el
hijo del déspota Miguel II Comneno Ducas. Como una condición del matrimonio, sin
embargo, Teodoro exigió las ciudades de Dirraquio66
y Servia.67
Miguel se enfureció
por esta demanda y se entabló la guerra, en medio de la cual murió Teodoro. Le sucede
en el trono su hijo Juan IV Láscaris, con 8 años de edad.68
Son regentes nicenos el pa-
triarca (ecuménico de Constantinopla) Arsenio Autoriano y Miguel Paleólogo, jefe de
los ejércitos.69
Unos días después de la muerte de Teodoro murió también Jorge Muzalon, a 25 de
agosto. Fue un alto oficial del Imperio de Nicea. De origen humilde, se convirtió en
compañero de la infancia de Teodoro y fue elevado a un alto cargo cuando este último
64
Tras el breve reinado de Mitso Asen.
65
Irene Ducaina Láscarina, muerta en 1268, sin darle hijos al zar.
66
Actual Durrës (Albania).
67
En la griega Macedonia occidental.
68
Será el último de los emperadores Láscaris.
69
En 1261, Miguel VIII Paleólogo conquistará Constantinopla y se autoproclamará emperador de Cons-
tantinopla y de Nicea. Ordenará entonces cegar a Juan (así era como en el Imperio Bizantino de siempre
incapacitaban a alguien para el mando imperial) y lo encerrará en un castillo del mar de Mármara. En
1290, Juan reconocerá a Andrónico II Paleólogo, hijo de Miguel, como emperador.
~ 41 ~
asumió el poder. Esto causó un gran resentimiento entre la aristocracia, que tenía el
monopolio de los altos puestos y siempre pretendían controlar las cuestiones políticas y
todo asunto relacionado con el emperador. También formó parte de la regencia de Juan
IV junto al patriarca Arsenio. Pero fue asesinado por unos soldados, ciertamente en una
conspiración encabezada por los nobles más proclives a Miguel Paleólogo.
Teodoro II Láscaris y Juan IV Láscaris
~ 42 ~
REINO DE CASTILLA
NOTICIAS VARIAS
Destaquemos algunas noticias castellanas de este año 1258, empezando por la del
nombramiento que hizo el rey Alfonso X haciendo alférez a su hermano Manuel.
También destacamos esta otra noticia: que los merinos mayores de los reinos de León,
Castilla y Murcia son remplazados por adelantados mayores y Alfonso X nombra res-
pectivamente a Gonzalo Gil, Pedro Núñez de Guzmán y Alfonso García de Villamayor
(1258-72).
Pasó también que, tras pelearse con sus vecinos de las Órdenes de Alcántara y Ca-
latrava, los caballeros templarios abandonaron el castillo de Alconétar,70
pasando éste a
la Corona de Castilla.
70
Garrovillas de Alconétar (Cáceres). El castillo se conoce también como de Floripes. Actualmente se
encuentra en el conocido pantano de Alcántara, casi siempre sumergido bajo las aguas, salvo en tempo-
radas muy secas, siendo su única parte visible la torre del homenaje, cuando desciende el nivel del agua;
en años especialmente secos se puede observar la cerca almenada. Aquí se localizan leyendas cantadas en
romances y referidas indirectamente por Miguel de Cervantes en dos pasajes de El Quijote. Se cuenta que
a finales del siglo VIII, el emperador Carlomagno luchaba para frenar las repetidas embestidas de los mu-
sulmanes en la Península y lo hacía con un ejército entre los que se encontraban sus mejores caballeros,
los famosos Pares de Francia. Al otro lado se encontraba el poderío islámico, con el caudillo Fierabrás,
Rey de Alejandría, a la cabeza, disputándose no sólo la Península Ibérica sino todo el dominio imperial
del mundo.
Fierabrás había conquistado la impugnable fortaleza de Alconétar a través de uno de sus más valientes
capitanes, el llamado Mantible. El caudillo musulmán se encontraba siempre acompañado de su hermosa
hermana Floripes, una bella princesa y a la vez un valeroso capitán de su guardia personal. Siendo cons-
ciente Fierabrás de la belleza de Floripes la tenía retenida siempre cerca de él, y es que cuentan que
Fierabrás se encontraba locamente enamorado de su hermana, pero la gentil agarena con arrogancia des-
preciaba una otra vez las incestuosas insinuaciones de su hermano, pues ella realmente se encontraba
enamorada en secreto de Guido de Borgoña, un excelente paladín cristiano de la corte francesa, al que
había conocido en mil y una batallas. Pero quiso el destino mostrarse caprichoso y Guido fue herido y
cayó prisionero junto con otros caballeros franceses, Fierabrás los detuvo manteniéndolos junto a él, lo
que aprovechó Floripes para demostrar su amor hacia el caballero cristiano.
Llegó a oídos de su hermano Fierabrás la declaración de amor de Floripes y ciego de cólera mandó en-
cerrar a los caballeros en los oscuros calabozos del castillo de Alconétar, quedando su custodia en manos
del fiero alcaide de la fortaleza, el hercúleo Brutamonte, con órdenes de retenerlos allí hasta su muerte.
Floripes enterada del nuevo paradero de su amado, decide junto a tres de sus camaristas poner rumbo a la
fortaleza del Tajo. Estando ya allí, llama a un confiado Brutamonte que al ver que era la hermana de Fie-
rabrás abre la puerta del castillo, momento que aprovecha la princesa para lanzarse sobre él y hundirle su
daga en lo más profundo del corazón. Con premura le quitan las llaves de las mazmorras y abren las cel-
das para liberar a los caballeros cristianos, pretenden tomar los caballos y las armas y huir a Francia, pero
Fierabrás que se había percatado de la ausencia de su hermana se intuía lo que estaba ocurriendo y se pre-
senta junto a un pequeño ejército en la puerta del castillo; al ver el cadáver de Brutamonte en la puerta del
castillo con la daga personal de su hermana clavada en el corazón entiende lo ocurrido. Fierabrás sitia el
castillo ante la dificultad de asaltarlo, espera su rendición o que fallezcan por inanición, lo que antes su-
~ 43 ~
ceda. Floripes junto a los caballeros franceses van agotando poco a poco las provisiones y entienden que
necesitan avisar al emperador Carlomagno para que venga en su auxilio, ¿pero cómo? Sortean para ver
quién hace de mensajero y recae sobre Guido la difícil tarea de sortear las tropas islámicas que sitian el
castillo e ir en busca del emperador; el soldado cristiano caracterizado por su valentía y arrojo consigue
salvar el cerco y dar cuenta de la situación a Carlomagno. El emperador se presenta junto a un numeroso
ejército en el castillo del Tajo y en una cruel batalla consigue vencer a Fierabrás y a sus huestes. El al-
caide malherido es hecho prisionero y muere desesperado llorando la pérdida de su hermana y su señorío.
Guido de Borgoña toma la mano de su amada Floripes, volviendo triunfante a su imperio de la Galia.
Pero antes de retirarse, Carlomagno, quiso dejar un cruel recuerdo de su presencia por estas tierras y des-
truyó el Puente Mantible para estorbar la vuelta de los musulmanes.
Cuentan que, por los crímenes cometidos, su lascivia e incestuosos deseos, Alá condenó a Fierabrás a
vagar errante por las inmediaciones del Castillo de Alconétar y el Puente Mantible. Cuando el agua del
pantano se atreve a anegar la torre, a su alrededor se forma un misterioso remolino, por donde dicen que
respiran los espíritus condenados de Fierabrás y Brutamonte. Aún hoy hay quien cuenta que se pueden oír
sus gritos y lamentos en las cercanías de la fortaleza inundada. Cuentan que en los sótanos del castillo se
hallaban dos barriles con restos del famoso Bálsamo de Fierabrás, el ungüento con que fue embalsamado
el cuerpo de Jesucristo y al que atribuían el poder de curar las heridas a quien lo bebía. Este brebaje fue
robado por Fierabrás y su padre Balán, cuando perpetraron un saqueo de Roma. Durante la lucha sin
cuartel entre Fierabrás y Carlomagno y cuando vio el caudillo que todo estaba perdido arrojó los dos ba-
rriles con el famoso bálsamo al rio Tajo. Narra la leyenda que la mañana de San Juan junto a la Torre de
Floripes emergen por un instante los dos barriles con el anhelado ungüento. Y es que, junto a la fortaleza,
cuando descienden las aguas del pantano pueden verse los agujeros realizados por los buscadores de te-
soros.
Se relata también que aquí tuvieron los templarios el “Sagrado Mantel” de la Ultima Cena, encontrán-
dose actualmente como reliquia en la cacereña catedral de Coria.
Y otros varios relatos de legendaria literatura tienen como marco y contexto el castillo templario y ori-
ginariamente musulmán de Alconétar.
~ 44 ~
Podemos destacar también que el rey Alfonso X donó la villa de Constantina71
y su
castillo en señorío al arzobispado de Sevilla.
71
Provincia de Sevilla.
~ 45 ~
REINO DE ARAGÓN
NOTICIAS DESTACADAS
Pueden destacarse dos noticias del reino de Aragón, concerniendo una de ellas más
bien al reino de Valencia, a la localidad de Onteniente u Ontinyent.72
Un terremoto
destruye parte de la muralla de este lugar así como también muchas casas. Hay por
delante tareas de restauración y reconstrucción.
La otra noticia a destacar es la del logro por parte del rey Jaime I de que el sultán
mameluco de Egipto, Al-Mansur Nur-al-Din Alí,73
favorezca con franquicias a las naves
aragonesas que naveguen por Alejandría.
El rey Jaime I
72
Al sur de la provincia de Valencia.
73
De reinado débil (1257-1259), manejado por los mandos militares que se disputan el poder.
~ 46 ~
REINO DE SERBIA
ÓBITO DE ANA DANDOLO
Murió en este año 1258 Ana Dandolo, noble veneciana que llegó a ser reina consorte
de Serbia, habiendo sido la esposa del rey Esteban (Stefan) I Nemanjić (muerto en
1228), fundador del reino de Serbia.74
Ana Dandolo fue coronada como reina de Serbia juntamente con Esteban I en 1217,
manteniendo su rango hasta quedar viuda en 1228. Recordémosla como nieta del cé-
lebre dux veneciano Enrico Dandolo (muerto en 1205) y como madre del ahora rey de
Serbia Stefan Uroš I Nemanjić.
Fue enterrada en el monasterio serbio de Sopoćani.75
74
El reino de Serebia tuvo su importancia medieval en el contexto de los Balcanes y con los Nemanjić
como dinastía. Duró hasta la invasión de los otomanos, de los que iremos haciendo nuestras considera-
ciones.
Todo provino en principio de aquellas distintas tribus serbias que fueron poblando esos territorios desde
el siglo VII, uniéndose en el año 845 para formar Rascia, un estado medieval dentro del Imperio Bizan-
tino que incluía actuales zonas de Serbia, Kosovo y Montenegro.
El mandatario unificador fue Nemanja (Stefan I), el cual acabó siendo monje y sucedido en 1196 por su
hijo Stefan II, quien con el título de rey recibió también el patronímico de Nemanjić, siendo igualmente
conocido como el Prvovenčani (primer coronado); heredó cuanto había sido del dominio de su padre. En
1217 lo coronó rey el Papa Honorio III (1216-1227).
Los sucesores de Stefan Prvovenčani (muerto en 1228) fueron tres de sus hijos: Stefan Radoslav (1228-
1233), reino sin apenas algo destacable, siendo políticamente tutelado por el despotado de Epiro; otro fue
Stefan Vladislav (1233-1243), que derrocó a Radoslav; y finalmente Stefan Uroš I Nemanjić (1243-
1276), el cual también derrocó a su hermano, aprovechando la debilidad búlgara en la que se apoyaba.
También Epiro estuvo en ventajoso declive a favor del serbio.
75
Donde hay un famoso fresco representando la Dormición de la Virgen, así como también está repre-
sentada la muerte de Ana Dandolo, de valiosa importancia histórica y artística. El fresco ha sido descrito
primorosamente, estando fechado entre los años 1263-1268.
~ 47 ~
~ 48 ~
SULTANATO DE EGIPTO
MURIÓ EL POETA Y CALÍGRAFO ÁRABE BAHA AL-DIN ZUHAIR
Murió en Egipto, con 72 años de edad, el célebre poeta y calígrafo árabe76
Baha al-din
Zuhair, de quien aquí ofrecemos, como homenaje y reconocimiento, uno de sus poe-
mas.77
Juerga en el Nilo
El sonar de las norias ya se alzó,
y la voz de los mirlos.
Es nuestro buen momento,
puro, sin contratiempos.
Ea, pasa ya el vino
–¡mil veces dueño mío!–
sin que nadie lo ordene:
¡cógelo, más dorado
que los propios dinares!
¡hazlo pasar, brillante
como la luz del alba,
luz a luz respondiendo!
Más hermoso que un fuego
que divisara el ojo
del que tirita.
Sobre alfombras de flores,
en la orilla del Nilo
nos quedamos; las ondas
le convertían en rostro
lleno de arrugas.
Corrimos a porfía,
temprano, a divertirnos:
había gente seria
y amigos de la chanza,
señores de mezquita
76
Nacido en La Meca o en sus cercanías. Como calígrafo fue el mejor de su tiempo.
77
Sacado de Poesía árabe clásica oriental (1988): Litoral. Revista de la poesía y el pensamiento, Mála-
ga, Año XVII, nº 177, selección y traducción del arabista andaluz Pedro Martínez Montávez.
~ 49 ~
y de burdel,
respetables, bromistas,
verdaderos y falsos,
que frecuentan lo mismo
salones que tabernas.
Expertos monjes coptos,
como tú bien conoces:
quienes son respetados
por todas sus bondades,
quien recita los salmos
con una voz de flauta.
Cual lunas entre sombras,
bajo sus albornoces,
rostros como pinturas
que a otros cuadros rezaran,
y bajo el cinturón,
las cinturas de avispa.
Estuvimos con ellos:
y no dejaron nada por hacer
ni nada escatimaron.
Nos pasamos un día memorable.
Como te lo has supuesto:
sin cálculos ni citas.
Di, pues, lo que desees,
y piensa lo que quieras.
~ 50 ~
ROMA
MURIÓ FRAY JUNÍPERO DE ASÍS
De entre los fallecidos en 125878
destacamos a fray Junípero de Asís. Murió en Roma,
a 6 de enero (y como dándole gusto lo hemos dejado para el final). Sabemos de él que
fue uno de los primeros compañeros y discípulos de San Francisco, siendo célebre per-
sonaje bufo y muy original en la Orden de los Hermanos Menores. Puede decirse que
sus extravagancias no estuvieron de más ante los sabios y prudentes en exceso. Por eso
San Francisco, que respetaba y valoraba la “gracia” particular de cada hermano, y sabía
descubrir lo genuino y santo de cada cual, solía decir: “¡Quién me diera un bosque de
estos juníperos!”. Entró este hermano en la fraternidad franciscana en 1210. Clara de
Asís, que lo apodaba el “juglar de Dios”, lo quiso a su cabecera a la hora de su muerte
en 1253, como bien recordamos.79
78
Uno de ellos fue el dominico escocés Clemente de Dunblane, obispo de este lugar en Escocia, ha-
biendo sido el primero de la Orden de Predicadores en haber transitado por las Islas Británicas, recorrién-
dose asimismo Irlanda y recalando muy fecundamente, en lo pastoral, social, político, cultural… en Es-
cocia.
Otro fallecido en este año fue el poeta japonés Fujiwara no Tomoie, incluido en las mejores y más his-
tóricas antologías de Japón.
Por citar un tercero de los fallecidos a destacar en este año 1258, señalemos a un Ibelín, Juan de Arsuf y
condestable de Jerusalén. La familia Ibelín, como bien sabemos, fue de mucho protagonismo en las cru-
zadas.
79
Completamos esto en nuestro epílogo V. Sacado de Daniel Elcid, O. F. M., El hermano Junípero o la
simplicidad, en Idem (1993): Compañeros primitivos de San Francisco, Madrid, BAC Popular 102, pp.
103-124. Anotando que se recurre, según el mencionado o citado autor, a la Vida del hermano Juní-
pero; texto original latino en la Crónica de los veinticuatro Generales, en Analecta Franciscana, T. III,
pp. 54-64 (Quaracchi 1907). Se omiten en esta versión las notas o citas que lleva el texto original.
~ 51 ~
EPÍLOGO I
LOS JUDÍOS Y EL ORIGEN DEL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
(Basándonos enteramente en José Luis Fernández, Director de la Cátedra de Ética
Económica y Empresarial de la Universidad Pontificia de Comillas ICAI – ICADE)80
Resumen
Desde el punto de vista histórico, los judíos se han dedicado tradicionalmente primero
al comercio y luego a la banca y a las finanzas por una razón muy sencilla: era lo que se
les permitía hacer y lo que nadie quería hacer en una sociedad que por sus plantea-
mientos religiosos estigmatizaba el préstamo de dinero a rédito. Con este papel, no obs-
tante, los judíos se convirtieron en los financiadores de reyes y notables y llegaron a ser
protagonistas del mundo de los negocios con unos postulados que cobran vigencia en
nuestros días y que pueden ser muy útiles a la hora de salir de la actual crisis econó-
mica internacional.
1.- Introducción.
A pesar de ser profesor de Historia de la Empresa y de que el tema de esta presen-
tación me resultaba familiar, confieso tuve que documentarme a fondo y consultar va-
rias fuentes para captar las claves que nos ayuden a entender un tema históricamente tan
complejo como este (Karesh & Hurvitz, 2006; Skolnik & Berenbaum, 2007; Kindle-
berger, 1984). Comenzaré evocando dos recuerdos literarios de mi infancia: el primero
es El Cantar del Mío Cid (Anónimo, 2012) y el segundo el personaje de Shylock de El
mercader de Venecia, una de las obras más representativas de William Shakespeare
(Shakespeare, 2010).
Recuerdo que de niño, al leer El Cantar del Mío Cid, descubrí un personaje que se lla-
maba Martín Antolínez, “aquel burgalés de pro”. Martín Antolínez era muy hábil e in-
teligente y cuando el Cid iba desterrado con sus huestes, obligado a salir de Burgos ha-
cia Valencia, sin dinero, Martín Antolínez fue a hablar con las únicas personas que en
Burgos tenían dinero para poder prestárselo al Cid. Eran dos judíos, llamados Raquel y
Vidas.
80
El presente texto, convertido en formato próximo al de artículo –al que se le han añadido las refe-
rencias bibliográficas tenidas en cuenta para su elaboración inicial–, es la transcripción casi textual –lle-
vada a cabo por María de Miguel– de la conferencia impartida por el autor bajo el título de: “La banca,
las finanzas y el pueblo judío”, el día 21 de noviembre de 2013, en la Escuela Diplomática de Madrid, en
el marco de un curso organizado por el Instituto de Estudios Israelíes. De ahí el tono oral que el texto
mantiene.
[Accessed Feb 15 2018].
~ 52 ~
Martín Antolínez les dijo: “amigos míos, el Cid se marcha desterrado por orden del
Rey, pero el Cid tiene mucho oro y no va a llevárselo consigo. Lo que necesita es que os
quedéis con este arcón lleno de oro como prenda y que a cambio le deis un crédito, un
préstamo, por el hecho de poder custodiarlo durante un año”. Raquel y Vidas pidieron
a Martín Antolínez que se cerrara un trato justo y se les anunció que el Cid iba a so-
licitar 600 escudos. Aceptaron y se los dieron.
Tenemos aquí el caso de dos judíos de Burgos con suficiente dinero como para pres-
társelo al Cid y que éste pudiera así, financiar una campaña militar. Este esquema se re-
petirá muchas veces a lo largo de toda la historia de la presencia judía en Europa.
Mi segundo recuerdo literario es el de William Shakespeare en El mercader de Vene-
cia, donde aparece un personaje llamado Shylock, un judío prestamista al que le piden
3.000 ducados. Shylock reflexiona y contesta a quienes le solicitan el dinero: “Vosotros
estáis siempre criticándome, llamándome usurero y preguntándome por qué presto di-
nero a crédito. Y ¿ahora venís a mí a pedirme 3.000 ducados? ¿Qué me vais a dar a
cambio? Porque todo lo que me estáis contando son futuribles…”. Y continúa: “Está
bien. Os voy a dar esa cantidad. Pero, por si luego no me pagarais, vamos a firmar un
pacto ante notario en virtud del cual yo os pueda arrancar una libra de carne de vues-
tro cuerpo de la parte que yo elija”. Y de esta forma Shylock pasa a la historia como el
arquetipo del usurero desalmado e inmisericorde.
Ahora bien, cuando Shakespeare escribe esto, los judíos hacía ya muchos, muchos
años que habían sido expulsados de Inglaterra. Él, naturalmente, toca de oídas. Escribe
desde el estereotipo, pues nunca fue testigo de esto ni vio nada parecido. Y sin embargo,
como hemos dicho, caricaturiza a Shylock como la personificación del mal.
En todo caso, a lo largo de la historia subyace la idea de que los judíos siempre se
dedicaron al préstamo de manera muy especial y la pregunta es ¿por qué? Esta es, pre-
cisamente, la pregunta que vamos a tratar de responder en lo que sigue.
2.- La esencia de lo judío.
Como primer paso en mi investigación, recurrí a la Israel Science and Technology
home page, donde busqué cuántos premios Nobel de Economía se habían otorgado a ju-
díos.
El premio Nobel de Economía, quiero precisar, no existe como tal. Es un premio que
no financia la fundación Nobel ni está entre los cinco que dejó Alfred Nobel cuando
murió y que son Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. El llamado Premio Nobel
de Economía empezó a ser concedido en el año 1969, financiado por el Banco Central
de Suecia.
He comprobado que desde el año 1970 al año 2012 hubo exactamente 25 premios No-
bel de Economía otorgados a investigadores judíos. Cuatro de ellos, precisamente, ha-
bían recibido el premio por trabajos realizados en el mundo de la banca y las finanzas.
Y de los 25 nobeles judíos, unos son norteamericanos, otros alemanes, algunos rusos,
otros más israelíes, y también hay un húngaro y un francés. Y entonces uno se pregunta:
¿cómo puede ser esto? ¿Son judíos o son americanos, alemanes, rusos, húngaros o fran-
ceses…?
~ 53 ~
Y entonces aflora de manera natural una cuestión complementaria: ¿qué se entiende
por judío?, ¿qué es un judío?, ¿cuál es la esencia de lo judío? Creo que la respuesta ha
de ir en la línea de la asunción voluntaria de una narrativa. Los judíos –incluso los ac-
tuales judíos ateos– se han caracterizado por colocarse y colocar su vida en un contexto
narrativo a partir del cual es posible comprender el sentido de la existencia propia, en el
marco más amplio de la historia de su pueblo.
Tuve la suerte de toparme con un libro que yo creo que lo explica de modo muy claro
y concreto. El libro es de un autor americano, Avi Beker, y se titula The Chosen, los
escogidos, los elegidos (Beker, 2008). Ese libro me aportó mucha luz para entender có-
mo es posible que este pueblo, con una historia tan turbulenta y accidentada, haya per-
vivido a lo largo de los siglos y siga siendo protagonista destacado del progreso de la
humanidad. Beker, por cierto, también se refiere en su obra, entre otras cosas, al Holo-
causto y a cómo es posible entender el mito y la falacia del antisemitismo.
Es necesario, pues, entender el concepto de lo que es un judío para comprender el
alcance de la pregunta que nos hemos planteado: ¿por qué los judíos se dedicaron a la
banca y a las finanzas de manera tan recurrente y competente a lo largo de la historia?
La respuesta, a mi modo de ver, resulta entonces sencilla: se dedicaron a lo financiero
porque, en su momento fue lo único que se les permitió hacer; es decir, porque no tu-
vieron más remedio que hacerlo, si quisieron ganarse la vida. Para explicar esta conclu-
sión haré un recorrido sumario mencionando algunos nombres relevantes a lo largo de
la historia de las finanzas y de la banca. Habremos de hacer referencia, sin duda, a as-
pectos positivos y también a otros negativos, menos presentables. Como no puede ser de
otra manera. Pues, si en toda actividad humana es perceptible aquella ambivalencia en-
tre lo positivo y lo negativo, aún resulta casi más evidente en la actividad mercantil y
financiera. Pues en este caso, a las luces y sombras habituales del quehacer, les acom-
pañan con frecuencia circunstancias y tesituras en las que la mala praxis encuentra te-
rreno bien abonado en el que enraizar. De sobra lo hemos experimentado en carne
propia a lo largo de la crisis que venimos padeciendo desde hace ya varios años. En to-
do caso, una de las conclusiones a que habremos de llegar –anticipémosla– es que hay
una gran parte del know how del pueblo judío y de su conocimiento sobre cómo fun-
cionan los mercados financieros que nos puede ser de gran utilidad en el futuro, cuando
salgamos de ésta y aprendamos de los errores cometidos.
Cuando escribió The Chosen, Avi Beker planteó: ¿Cuál es el principal problema que
han tenido los judíos frente a los gentiles? El problema es que los judíos tienen con-
ciencia de ser un pueblo elegido por Dios para ser luz de las naciones. Igualmente, tie-
nen conciencia de haber firmado un pacto, un convenio con Dios –¡nada menos que con
Dios!–. No existe ningún otro pueblo que tenga conciencia de algo remotamente pa-
recido a ello. Esa es, según Beker, la razón principal por la que tienden a despertar en-
vidia. Esa es la clave que explica que a lo largo del tiempo hayan generado tanto recelo
y tanto miedo. Esa es la explicación última que aporta luz sobre el hecho de que a lo
largo de los siglos hayan sido tan temidos y, en consecuencia, atacados.
La historia del pueblo judío está repleta de exilios (Rattey, 2002). Si nos remontamos
a los tiempos bíblicos, nos encontramos con el pueblo elegido esclavizado en Egipto.
Moisés, siguiendo la consigna de Yahvé Dios, trata de liberar a sus hermanos –“¡Deja
~ 54 ~
a mi pueblo partir!”. Pero es en balde: se topa una y otra vez con la reiterada negativa
de un faraón remiso a perder mano de obra esclava y experta para la construcción de in-
fraestructuras y obras públicas. Las plagas, como sabemos, ablandan durante un sufí-
ciente tiempo, con la fuerza de los hechos, la empecinada voluntad del faraón. Llega
entonces la ocasión de la Pascua. Tiene lugar entonces el paso del Señor –el primer pa-
so, rememorado desde entonces hasta el día de hoy año tras año, de manera ininterrum-
pida– hiriendo a los primogénitos –hombres y ganados– de todas las casas cuyas jambas
no estuvieran rociadas con la sangre de un cordero que –a toda prisa, de pie, con las san-
dalias puestas y el bastón en la mano– se estaba comiendo dentro acompañado de hier-
bas amargas y de panes sin fermentar.
Logra Moisés finalmente sacar a los judíos de de Egipto y conducirlos a la Tierra
Prometida, a la tierra que mana leche y miel… Pero esto es tan sólo el comienzo de los
comienzos. Habrían de llegar después los asirios, los babilonios… Habrían de sucederse
deportaciones, exilios, esclavitudes… sólo soportables desde los ánimos que los profe-
tas consiguen infundir en el pueblo. Tendrá que tener lugar la construcción y la destruc-
ción del Templo; la nueva construcción y la nueva destrucción. Habrá de sobrevenir la
diáspora y con ella, desde entonces, la nostalgia, el recuerdo de Sión, la voluntad de
volver a Jerusalén, el deseo de retornar a la Ciudad de David.
Posteriormente, tiene lugar la irrupción de los griegos que, fiados en la supremacía de
su cultura y poder, intentan helenizar al pueblo judío empleando también la fuerza de
los sátrapas. Buscaron, sin éxito, pervertir y paganizar a un pueblo que no se lo per-
mitió. Los Macabeos, igualmente, no se dejaron paganizar ni cambiar su rumbo.
Llegaron después los romanos, los primeros cristianos, la primera época y el siglo II,
repleto de persecuciones. En el siglo IV, bajo el poder del emperador Constantino, las
persecuciones se agudizaron. Podría decirse que es en ese momento cuando empieza el
antisemitismo a presentarse en su modo más feroz.
Con todo, es en el siglo XI, ya en plena Baja Edad Media, cuando tiene lugar el cenit,
el momento álgido y cumbre, la Edad de Oro de los judíos en Sefarad, en España
(Aguilar & Robertson, 1986). Es sabido cómo entonces cristianos y musulmanes obliga-
ban a los judíos a apostatar de su fe, a convertirse. Y es también conocido cómo algunos
que formalmente decían mudar de religión, lo hacía sólo en apariencia; esto es: judai-
zaban.
Por lo demás, tanto en uno como en otro caso, tenían vedados los caminos para el as-
censo social, por motivos de impureza de sangre. En una circunstancia tan poco fa-
vorable, no tenías elección: si querían sobrevivir, tenían que dedicarse a tareas y fun-
ciones que los otros no querían. Pues, como sabemos, en la Edad Media había activi-
dades ocupacionales, había profesiones que nadie quería desempeñar. No era de buen
tono ser comerciante, al menos no lo fue durante varios siglos. Tampoco era política-
mente correcto, diríamos hoy, dedicarse a juglar, o a medico, cirujano a abogado. Mu-
cho menos, a prostituta. Por necesarias e inevitables que fueran aquellas ocupaciones,
formal y oficialmente estaban mal vistas en aquella sociedad. Los judíos –ya lo diji-
mos– en este contexto tuvieron que ganarse la vida como mejor pudieron.
Acusados injustamente de envenenar el agua de las fuentes, de ser responsables de la
peste negra, de asesinar niños para sacarles la sangre, de llevar a efecto ritos sacríle-
~ 55 ~
gos… fueron expulsados de España, de Portugal, de Francia, de Hungría, de Nápoles…
Los expulsaron también de Inglaterra, como dijimos al principio de estas páginas, mu-
cho antes de que Shakespeare naciera y escribiera sobre mercaderes y Venecia… Pero
esto no fue todo: en el siglo XIX tuvo lugar una variación sobre el mismo tema, otra
masacre: lo que los rusos denominan los pogromos. En aquel caso, sustanciado en ata-
ques salvajes contra las minorías judías, acusándolos de la muerte del Zar. Vemos, pues,
cómo la historia se repite y cómo se les vuelve a acusar injustamente, al igual que se les
había acusado en la Edad Media.
En definitiva, los judíos han sido con frecuencia presentados en Occidente como los
responsables de todos los males (Brustein, 2003; Nirenberg, 2013; Perry & Schweitzer,
2005; Levy, 2005). Sirvieron de cabeza de turco y se les utilizó de manera inmisericorde
como chivos expiatorios en pleno siglo XX… tanto por parte de los nazis de Hitler,
como por la de los comunistas de Stalin. Había un precedente de funesto pedigrí: el pro-
pio Marx, a pesar de ser judío, había arremetido con fiereza contra ellos…
A la vista de estas situaciones históricas, cabe preguntarse otra vez, a modo de ritor-
nello desasosegante: ¿Por qué la historia de los judíos ha sido tan accidentada y cómo
han conseguido perdurar hasta nuestros días? Y ello no es baladí, toda vez que algunos
llegan a sostener que incluso hoy estaríamos ante un peligroso antisemitismo de nuevo
cuño. Uno derivado de sectores con mucho poder que no dudan en tratar de intoxicar a
la opinión pública afirmando que lo que dice la Biblia está amañado; atreviéndose, en su
osadía, incluso a insinuar –cuando no, a afirmar rotundamente– que el Holocausto es un
mito; que nunca tuvo lugar cosa parecida; que se trata de una auténtica fabulación (Be-
ker, 2008)… naturalmente, propagada por los judíos para hacer daño a la humanidad (!).
3.- Los judíos, el comercio y las finanzas.
En los apartados anteriores hemos dejado dicho que los judíos habían firmando con
Yahvé un pacto mediante el cual Dios les había indicado lo que tenían que hacer.
También afirmamos que si finalmente hubieron de acabar dedicándose al mundo de la
banca y las finanzas, fue sobre todo porque de algún modo tenían que sobrevivir; de
algo tenían que comer, mientras se les cerraban puertas y se les vedaban oficios y ocu-
paciones exclusivamente reservadas para musulmanes y, sobre todo, para los cristianos.
Anteriormente, cuando el comercio no constituía una ocupación deseable y bien repu-
tada, bastantes judíos se habían dedicado al comercio ambulante y al establecido en ciu-
dades como Bolonia, Venecia y algunas otras ciudades italianas. Habían pasado, por así
decir, del ejercicio de una actividad comercial itinerante al de otra modalidad mercantil
estable. Al llevarse a efecto la revolución comercial en el siglo XI; y al expandirse el
mercantilismo por Europa, los Estados europeos de reciente creación empezaron a ver
que el comercio era un negocio próspero, una actividad buena, un motor del desarrollo
económico y del progreso social (Le Goff, 2011). Ya estorbaban los judíos; y entonces
en muchos sitios –Bolonia, Venecia, etc.– les impidieron por decreto dedicarse a lo que
se habían venido dedicando durante buena parte de la Alta Edad Media; esto es, desde el
siglo V al siglo X. ¿Qué hubieron de hacer entonces? Como ya dijimos, orientarse a
aquellas otras ocupaciones que nadie quería realizar, pero que, a la luz de las nuevas
~ 56 ~
realidades de la dinámica economía protocapitalista, resultaban imperiosamente nece-
sarias. Es decir: al mundo de las finanzas (North & Thomas, 1990; Clough & Rapp,
1990).
Si nadie –o casi nadie– quería en aquel entonces trabajar en la banca y las finanzas,
ello se debía, en esencia, a una dificultad teórica –anclada en una concepción metafísica
de la sociedad, leída en clave teleológica desde la matriz clásica del aristotelismo eudai-
monista en materia económica (Koslowski, 1997). Esta dificultad teórica, por lo demás,
se prolongaba en un auténtico problema moral: la indeseabilidad ética de prestar dinero
y cobrar por ello intereses, habiendo recibido en su momento del prestatario el principal.
La cuestión moral planteada era la legitimidad de cobrar intereses por el dinero presta-
do, es decir, en razón de qué, por el uso que se hacía del dinero, se debería pagar un
interés. La consigna era clara: numus non paret numos... A la pretensión contraria se la
denominaba usura y eso, en esencia, consistía en jugar con el tiempo. Ahora bien, el
tiempo es un bien común, un bien público, algo que nos pertenece a todos (Gómez Ca-
macho, 1998). Dios, creador del tiempo, lo habría entregado para todos los seres huma-
nos: no exclusivamente para que algunos pudieran lucrarse con él, cobrando por ello.
Ergo: los que cobran intereses por prestar dinero son unos inmorales. Así las cosas, no
es de extrañar que la reticencia encontrada entre musulmanes y cristianos del momento
a dedicarse a la usura; es decir, al préstamo con interés y al dinero a rédito.
Como es obvio, en aquellos tiempos la Iglesia tenía un gran ascendiente moral y ejer-
cía un fuerte poder sobre las conciencias. ¿Cómo podría alguien dedicarse al préstamo
con interés si tenía la condenación eterna garantizada? Una de las soluciones imagina-
tivas que se dio a este dilema ético desde el punto de vista cristiano era acordar una
fecha para la devolución del crédito y penalizar con una cantidad de dinero los días que
se sobrepasara la fecha estipulada (Le Goff, 2004). Esto constituyó una pequeña trampa
que la Iglesia tuvo que ir aceptando, porque la economía de aquellos tiempos ya no era
la economía antigua de los tiempos de Aristóteles, que escribió que desde el punto de
vista de la ética económica, no había título alguno capaz de legitimar el cobro de inte-
reses por el préstamo de dinero.
Ya no era una economía oiko-nomos, como en los tiempos clásicos, sino que se había
convertido en una economía cataláctica y crematística (Aristóteles, 1985). Era una eco-
nomía dinámica que necesitaba dinero para financiar inversiones. El escenario estaba
cambiando, el feudalismo había dado paso a una nueva manera de entender la vida
económica y las relaciones mercantiles habían entrado ya por la puerta del capitalismo.
Pues, aunque Marx entiende por capitalismo sólo el capitalismo a partir de la primera
Revolución Industrial (Marx, 1968), existe un incipiente capitalismo claramente medie-
val: el capitalismo de los mercaderes (González Enciso, 2011).
A la vista de lo hasta aquí expuesto, podemos concluir que los judíos se dedicaron a
las finanzas después de ser eliminados como competidores del mundo mercantil y del
comercio, porque era lo que nadie quería hacer. Pero, ¿es que los judíos podían prestar
dinero cobrando intereses? Aquí yace el punto crucial de la cuestión que tenemos plan-
teada (Neufeld, 2004; Schein, 2003).
La ley judía, la Halajá, tiene, por así decirlo, dos grandes partes, la ley escrita y la ley
oral. La ley escrita es todo lo revelado por Dios a Moisés en el Sinaí (la Torá). Y luego
~ 57 ~
está la ley que Dios reveló a Moisés y que no está escrita. Hay, por así decir, dos gran-
des fuentes de la Halajá. Una es lo que se llama la Biblia judía o Tanaj, que es el acró-
nimo de Torá, Neviín y Ketuvim. La Torá es el Pentateuco, formado por los libros de
Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. Neviím son los libros escritos por
los profetas y Ketuvim, el resto de los libros: Ruth, Esther, El Cantar de los Cantares,
los Salmos etcétera (Tanakh, 1985). La ley oral, basada en las interpretaciones rabínicas
de los textos sagrados, comenzó a ponerse por escrito desde el siglo I a. de C. hasta el
siglo III d.de C. Se redacta así lo que llaman la Mishná, que son comentarios breves o
afirmaciones.
Más tarde llegará la Guemará que son los comentarios que los rabinos hacen a esas
afirmaciones breves y de tamaño reducido de la Mishná. Por último, podemos mencio-
nar las Tosafot, los suplementos adiciones que se redactan hasta el siglo XI (Talmud,
1997).
Si leemos en el Éxodo 22, 24, encontramos: “Si prestas dinero a alguien de mi pue-
blo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, no le exigirás intere-
ses”. El Levítico 25, 35-37 dice: “Si un hermano tuyo se empobrece y le tiembla la
mano en sus tratos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped para que pueda
vivir junto a ti. No tomaras de él ni interés ni recargo, antes bien sé respetuoso con tu
Dios y deja vivir a tu hermano junto a ti”. Además del Levítico, del Éxodo y de Eze-
quiel, hay que mencionar también el Salmo 15: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu
tienda?”. Dios responde que, entre ellos, pueden hospedarse aquellos que no prestan
dinero a usura.
Teniendo lo anterior en cuenta, parecería que tampoco los judíos podrían prestar dine-
ro con intereses. El punto clave, no obstante, aparece en el Deuteronomio 23, 20-21, que
dice: “No prestarás a interés a tu hermano, sea rédito de dinero o de víveres o de
cualquier otra cosa que produzca interés”. Lo que hay que entender aquí es que al
extranjero se le puede prestar a interés pero a un hermano no se le prestará a interés,
“para que tu Dios te bendiga en todas tus empresas en la tierra en la que vas a entrar
para tomarla en posesión”. De modo que aquí, según se ve, reside la cuestión: A los
propios judíos, que son de mi pueblo, no les puedo pedir interés. ¿Por qué? Porque son
de mi familia y nadie pide interés a un hermano o a un padre. A los extranjeros, en
cambio, sí se les puede prestar con intereses. Esa es la condición que legitima el hecho
de que los judíos tranquilamente se orienten hacia la banca y las finanzas. Además, des-
de una consideración axiológico-cultural, para los judíos, tener riquezas y ganar dinero
no tenía ningún significado peyorativo, ni constituía desdoro alguno. Antes al contrario,
era percibido como algo deseable, bueno en principio. La riqueza material en este sen-
tido era considerada como ocasión para mejor servir a Dios y su Voluntad. Por el con-
trario, en la cultura cristiana del momento había una decidida y expresa prevención fren-
te a las riquezas, el dinero y, por extensión, ante el quehacer mercantil –el comercio
tiene cierto carácter vergonzante: quandam turpitudinem habet– y ante el mundo de los
negocios: Homo mercator nunquam aut vix potest Deo placere. Es decir: el mercader
nunca o muy rara vez puede agradar a Dios… porque se halla inmerso en negocios
ilícitos –illicita negotia– y en oficios deshonrosos –inhonesta mercimonia–, al lado de
~ 58 ~
juglares, prostitutas, carniceros, cocineros, soldados, taberneros, abogados, notarios,
jueces, médicos, cirujanos… (Le Goff, 2004: 84-89).
Como sabemos, hay una mentalidad cristiana en aquellos tiempos medievales que fa-
vorece la actitud de fuga mundi, el Lacrimarum Valle de La Salve; el “este mundo es el
camino para el otro qu‟es morada sin pesar”, de Jorge Manrique… (Manrique, 2010),
y que se posiciona contra el afán por destacar en el mundo, ya que este mundo no me-
rece la pena. El mundo verdadero, se insiste, no es éste. Por ello, si nos enfrascamos
mucho en los afanes de la vida, corremos el riesgo de cegarnos la visión y así perder el
rumbo hacia Dios, hacia el más allá, hacia el horizonte al que debiera estar orientada
nuestra vida. La pobreza es buena, querida y deseada por los cristianos medievales. Para
ellos Roma es un acrónimo que no sólo denota a la ciudad, es el trasunto de la Avaricia,
como madre de todos los males (Radix Omnium Malorum Avaritia), a la que hiciera re-
ferencia en su día San Pablo en la primera de sus epístolas a Timoteo (1 Tim, 6, 10).
Durante los primeros años del cristianismo y hasta bien entrada la Edad Media, había
habido un sutil debate sobre la pregunta ¿cuál de los pecados capitales es el peor? Al
principio, tomando causa en el libro del Eclesiástico, pensaron que el peor de los vicios
era la soberbia. Más tarde comprendieron que el pecado de los pecados no era el de la
soberbia, sino más bien el de la avaricia. Esta pasión por el tener; este deseo de acu-
mular bienes y atesorar riquezas es considerada ahora, tal como acabamos de decir, la
auténtica raíz de todos los males (Zamagni, 2009) y algo de lo que todo buen cristiano
debía alejarse so pena de perder el alma. De ahí, entre otras cosas, que la usura resultara
inaceptable.
Y sin embargo –reiterémoslo– el escenario económico precisaba del lubricante que el
mundo de las finanzas le había de suministrar. El terreno, pues, estaba abonado para que
los banqueros judíos desempeñaran el papel que las circunstancias históricas, las ma-
trices culturales y todo el universo simbólico medieval les habían de ir asignando con
mayor nitidez.
Recapitulando: El Deuteronomio (23, 20-21) es el texto que legitima la práctica del
préstamo de dinero a rédito y el que –con las matizaciones que van indicadas más arri-
ba– pone sordina al ejercicio de la usura. Como decimos, éste es el telón de fondo desde
el que podemos comprender bien la historia de la banca y las finanzas en relación con el
pueblo judío.
Hay una frase de Heinrich Graetz que me parece magistral y vale para entender lo
hasta aquí explicado. Viene a decir lo siguiente: Si la cristiandad había confiscado el
cielo para los judíos, el feudalismo hizo lo propio con las tierras. Pues como es sabido,
los judíos no podían poseer tierras. Ahora bien, si un judío no podía poseer tierras ni
podía dedicarse al comercio como se había dedicado entre los siglos V y XI, ¿a qué
podría dedicarse, entonces?
Como ya dijimos más arriba, la principal –cuando no única– ocupación que le que-
daba expedita era la de dedicarse profesionalmente a prestar dinero y a cobrar por ello
como medio de sustento y como proyecto de vida. Ello, naturalmente, implicaba una
manera especial de ubicarse en el concierto de la cultura y la sociedad del momento. El
éxito constituiría con frecuencia un arma de doble filo, capaz de atraer envidias y re-
~ 59 ~
celos frente a una interesada caricatura –no siempre justa, por lo demás– del prestamista
usurero, que se enriquece a costa de los demás…
4.- Algunas personalidades judías del mundo de las finanzas a lo largo de la
historia.
Si avanzamos cronológicamente, vemos que la banca medieval empieza con la prác-
tica del préstamo de dinero a crédito y que a ella se dedican personas de gran potencia
económica. El esquema siempre es el mismo. Son personas que, como Raquel y Vidas a
las que nos referíamos al comienzo de estas páginas, tienen dinero y están en condi-
ciones de poder prestarlo a los que, careciendo de numerario, tienen sin embargo algún
proyecto interesante que financiar. Ya se trate de una empresa mercantil; de la cons-
trucción de infraestructuras; o de una aventura bélica o política... ¿Cómo habían ate-
sorado aquellas riquezas? ¿De dónde habían sacado aquel dinero? No hay gran misterio:
de la realización de los trabajos que les estaban permitidos –durante muchos años, em-
pleándose en actividades comerciales, vendiendo mercancías–; así como de una siste-
mática frugalidad y voluntad de ahorro, como condición de supervivencia para épocas
de crisis y de vacas flacas. Pareciera como que la interpretación que José hiciera del
sueño del faraón, hubiera calado tan hondo en la mentalidad hebrea que conformara una
suerte de axioma práctico y consigna de aplicación para la vida económica.
En suma, los judíos medievales en Europa tienen dinero, prestan dinero y cobran por
ello. Los reyes cristianos, por lo demás, daban su beneplácito porque con aquellos dine-
ros financiaban las guerras, las construcciones y las obras públicas. Eran, pues, los ju-
díos quienes les proporcionaban la liquidez necesaria para acometer sus proyectos eco-
nómicos y políticos.
¿Qué recibían los judíos a cambio? La historia se repetía a menudo, en una suerte de:
“Te dejo que recaudes los impuestos en estas ciudades durante cinco años, en pago por
el préstamo que me haces hoy”… O visto desde la perspectiva del prestamista judío:
“Yo te presto esta suma de dinero a ti, a condición de que luego, por ejemplo, tú me
permitas a mí cobrar determinados impuestos con los que pueda yo recuperar el prin-
cipal prestado más una prima por el riesgo que el negocio conlleva”. De hecho, cuando
años más tarde la Iglesia empezó a abrir la mano, a ser más tolerante y a aceptar la
legitimidad de la empresa mercantil, lo hizo apelando a razones de justicia –stipendium
laboris–, de utilidad pública y de bien común: los mercaderes, se viene a decir ahora,
trabajan para beneficio de todos, contribuyen a satisfacer necesidades humanas; y ponen
en contacto a unos países con otros…
Y por lo que hacía a los negocios bancarios y financieros, tuvieron los moralistas que
ir encontrando títulos que justificaran aquella dedicación profesional y ese modo de
proceder, que tiempo atrás había sido prohibido de manera categórica. Como es sabido,
en tal contexto se apela a razones de innegable peso. Se perfilan y matizan para ello
conceptos tan potentes como, por ejemplo los de daño emergente –damnum emergens–,
lucro cesante –lucrum cessans–, riesgo –periculum sortis–, e incertidumbre –ratio in-
certitudinis.
~ 60 ~
En resumidas cuentas, el judío ofrecía el dinero al rey o a cualquier otro miembro de
la nobleza para que pudieran financiar sus empresas bajo la premisa de cobrarlo con
intereses en el futuro. Con frecuencia aquellos prestamistas judíos eran personas muy
acaudaladas –más ricas que los propios reyes–, y aun así, se mantenían en una posición
extremadamente vulnerable. A menudo los prestatarios, prevaliéndose del poder de que
estaban investidos, rehusaban pagar las deudas contraídas, cuando no, yendo más allá,
se incautaban arbitrariamente de los bienes de sus financiadores judíos.
Algunos personajes importantes de estos tiempos son por ejemplo Vidal Benveniste
da Porta (fallecido en 1268), de origen catalán, que financió distintos proyectos a Jaime
I el Conquistador. Le financió campañas militares y hasta incluso la boda de su hija. A
cambio de ello, se le confió la gestión de la recaudación de impuestos en Lérida y otras
ciudades catalanas durante mucho tiempo. Además, su hermano, que había sido acusado
de haber atentado contra la religión cristiana, fue indultado por, como decía el propio
rey, “el amor que tengo a tu hermano, Vidal Benveniste da Porta”.
Este esquema de gente adinerada y capaz de financiar a reyes, príncipes y nobles, se
repite a lo largo de la historia y en distintos puntos de la geografía europea. Así, en In-
glaterra, Aarón de Lincoln (1125-1186) y Aarón de York (1190-1253) financiaban a los
reyes e incluso contribuyen con el dinero necesario para llevar a efecto la construcción
de algunas abadías cistercienses.
En los siglos XVI y XVII, hubo una eclosión importante de banqueros y financieros
judíos. Por un lado están los llamados marranos, esto es: habitantes de la Península Ibé-
rica, españoles y portugueses, que supuestamente habían apostatado del judaísmo y que,
a veces, seguían judaizando. Fuere así siempre o no, lo cierto es que muchos de ellos
veían, no obstante, que no tenían un futuro ni social ni personal, ni profesional fácil. De
hecho estaban siendo perseguidos de forma sistemática y, con harta frecuencia, eran
segregados de toda forma de poder e influencia.
Ante esta situación, casi no les quedaba otra alternativa que abandonar la Península
Ibérica, partir de Sefarad. En consecuencia, muchos de ellos se dirigieron a los puertos
del Mediterráneo. Otros fueron a Amberes, a Ámsterdam, a Hamburgo. Hubo quienes
volvieron a Londres otra vez, tejiendo en todos estos lugares una importante red de in-
tereses. Estos que decimos eran, básicamente, los judíos de origen español, los sefar-
ditas o sefardíes. También en Alemania, los askenazíes –denominación por la que se co-
noce a los judíos alemanes y de la Europa oriental–, financiaron a los Estados alemanes
después de la Guerra de los Treinta Años.81
En este momento histórico, nos topamos
con un personaje que, por sí mismo, por su aventurada vida, merecería una buena pe-
lícula. Se trata de un hombre excepcional: Don Joseph Nassi (1510-1579).
Don Joseph Nassi, que había nacido en España, vivió en Portugal y se trasladó pos-
teriormente a Amberes con su tío Diego Nassi. Allí hubo de entrar en contacto con los
banqueros de los Mendes. Se hizo inmensamente rico y se trasladó a Venecia, donde
continuó llevando a efecto grandes negocios que lo hicieron aún más rico. De Venecia
pasó a Constantinopla. Allí se hizo amigo íntimo de los máximos mandatarios turcos del
81
La guerra europea de entre los años 1618-1648.
~ 61 ~
momento –primero de Solimán el Magnífico y después, de su hijo Selim II– que lo en-
noblecieron, nombrándolo sucesivamente conde, duque y señor de Tiberíades. Desde la
privilegiada situación que esta circunstancia le suponía, Nassi decidió construir en aque-
llos territorios asentamientos para judíos de la diáspora. Del poderío económico de Jo-
seph Nassi, por lo demás, da cuenta el hecho de que incluso llegó a financiar proyectos
y campañas al propio rey Francisco I de Francia (1515-1547).
Teniendo en cuenta la fascinante historia de Joseph Nassi, se ha afirmado que su
hermana, Gracia Nassi, fue la que en realidad originó, al casarse, la fortuna de su her-
mano. Existe una polémica sobre si es ella o Joseph Nassi quien tuvo también la idea de
financiar a los judíos que huían de las persecuciones y de la limpieza de sangre en Es-
paña y Portugal. Su labor fue financiar a los judíos para que pudieran asentarse en Pa-
lestina. Estaríamos, por tanto, hablando de la primera protosionista de la historia. Sin
embargo, tal vez debido al hecho de tratarse de una mujer, su historia habría quedado
oscurecida y encubierta.
Otra familia de insignes judíos, los Gradis, agrupaba a mercaderes procedentes de
España que hubieron de florecer en el siglo XVIII como banqueros en Francia. Dentro
de la familia Suasso, Isaac López Suasso era probablemente el hombre más adinerado
de buena parte de Holanda, y uno de los accionistas más importantes de la Compañía
Holandesa de las Indias Orientales.
Hay, sin duda, muchos más judíos que podríamos mencionar en este contexto de la
historia de la banca y las finanzas. Ahí estarían, entre otros, los Pintos, del Montes,
Bueno de Mesquita, Joseph d‟Aguilar… Pero hay una figura especialmente reseñable:
don Joseph de la Vega, nacido en 1650 ó 1651.
Fue Joseph de la Vega un judío español –algunos creen que portugués– que también
se había trasladado a Amberes –esto lleva a otros a considerarlo holandés– y que en su
día hubo de escribir –eso sí: en español– un muy interesante y avanzado libro, titulado:
Confusión de confusiones (Vega, 2000). Es un tratado sobre la bolsa, las burbujas espe-
culativas, los engaños, la manipulación de las cotizaciones y el fraude en los mercados
de capitales. El título completo es muy ilustrativo: Confusión de confusiones. Diálogos
curiosos entre un Philósopho agudo, un Mercader discreto y un Accionista erudito.
Descriviendo el negocio de las Acciones, su origen, su etimología, su realidad, su juego
y su enredo. Compuesto por Don Josseph de la Vega, que con reverente obsequio lo
dedica al Mérito y la Curiosidad del muy ilustre Señor Duarte Núñez da Costa. En
Ámsterdam, año 1688.
La obra fue publicada clandestinamente por Joseph de la Vega para evitar la censura
de los rabinos de aquel momento. En todo caso, Joseph de la Vega es un personaje
fascinante: hombre de vastos conocimientos en poesía, oratoria y filosofía, encontraba
en la escritura un desahogo que compaginaba con su oficio de bolsista y comerciante.
Su libro Confusión de Confusiones ha sido traducido a varios idiomas y hace gala de tan
buen criterio y tan finura de análisis de los intrincados procesos y mecanismos de los
mercados financieros, que a veces tiene uno la impresión de que hubiera sido escrito en
nuestros días… En todo caso, parece quedar apuntalada en el lector de hoy aquella
verdad de Qohélet: Quod fuit, ipsum est, quod futurum est. Quod factum est, ipsum est,
~ 62 ~
quod faciendum est: nihil sub sole novum.82
Lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay
nada nuevo hay bajo el sol (Eclesiatés 1, 9-10)…
El siglo XIX supone un cambio de ritmo en la dinámica de la historia. Hay que re-
construir Europa, luchar contra Napoleón y financiar la Primera Revolución Industrial,
basada en la energía proveniente del vapor. El uso del vapor, como es sabido, había co-
menzado en el siglo XVIII en el Reino Unido. Había empezado con los telares y pronto
se había comprendido que para trabajar a gran escala y construir fábricas de escala óp-
tima, se necesitaba una financiación más potente que la que hasta aquel entonces se lle-
vaba a cabo. Estamos en el momento en que el capitalismo propiamente tal entra en es-
cena con toda su arrolladora fuerza y dinamismo. Es en esos años en los que la banca,
las finanzas y la inversión saltan al primer plano de la economía mundial. Sobre todo,
había que financiar un negocio que hubo de caracterizar al siglo entero, y que logró, no
sólo integrar mercados y acortar distancias, sino también modificar la fisonomía de los
países. Nos referimos al ferrocarril, auténtico icono del siglo XIX en los países avan-
zados. Por lo demás, la Segunda Revolución Industrial, llevada a efecto en aquel en-
tonces se estaba fraguando en torno a la química, al acero, a la electricidad y a la inge-
niería. Naturalmente, cada una de aquellas actividades requería de grandes inversiones
económicas. Pues bien, en este contexto hubo judíos que hubieron de contribuir de ma-
nera muy especial a la financiación de aquellos proyectos propios de las empresas y los
negocios típicos de la Segunda Revolución Industrial. Tales fueron, entre otros, por
ejemplo, los Pereyra, los Warburg o los Rothschild. Digamos, siquiera sea, una brevísi-
ma palabra de cada uno de ellos.
La familia Pereyra procedía de España y se había afincado en Francia. En el siglo
XIX, aquí en España, financiaron entre otros proyectos la construcción de la Compañía
Hidroeléctrica Nacional de España (CHNE); así como la creación de Gas Madrid y de la
Unión y el Fénix. Algunas de estas empresas, como sabemos, todavía existen.
Por su parte, los Warburg eran judíos alemanes que en su momento –cuando gran
cantidad de judíos rusos y de los países del Este se trasladaron a América del Norte y a
Argentina– decidieron emigrar a los Estados Unidos. A título de anécdota, cabe indicar
cómo en el año 1913, un descendiente de la familia que se llamaba Paul Warburg, fue el
encargado de diseñar en sus lineamientos fundamentales la estructura del sistema de la
Reserva Federal Americana, esto es, del Banco Central de los EE.UU.
Por su parte, la familia Rothschild representa una dinastía muy emprendedora que
desde el siglo XVIII hasta nuestros días ha venido dedicándose a las finanzas de manera
prominente y de forma ininterrumpida. El fundador de la dinastía fue Amschel Moses
Bauer, quien había abierto una tienda de antigüedades en el gueto de Frankfurt; y que
luego habría de diversificar el negocio, con inversiones mineras que le hicieron inmen-
samente rico. Dado que la primera tienda, la de antigüedades, estaba ubicada debajo de
una escarapela que representaba un escudo rojo –en alemán, roth rojo; y schild, escudo–
fue éste precisamente el nombre que se acabó adoptando como marca del negocio, pri-
mero; y como apellido familiar –Rothschild–, después (Ravage, 1963; Lottman, 2003).
82
Lo que ya fue es lo mismo que será.
~ 63 ~
De hecho, Meyer Amschel Rothschild, hijo de Amschel Moses Bauer, es el primero de
la familia que conocemos con este apellido. Eran cinco hermanos y todos replicaron el
modelo de negocio bancario. Jacob se fue a París, Salomón a Viena, Carl a Nápoles,
Amschel se quedó en Frankfurt y el último de los hermanos se fue a Londres: Natán
Meyer Rothschild. Fue precisamente éste último el que hubo de captar de manera más
intuitiva y lúcida lo que habría de convertirse en el core business de la familia Roths-
child; y que en el fondo no es sino un modelo de negocio que consiste en emitir bonos a
partir de los cuales conseguir fondos con los que, en última instancia, poder financiar a
los gobiernos clientes. Emisión de bonos para conseguir fondos con los que financiar a
los gobiernos: tal fue la primera idea que todos los otros hermanos decidieron poner en
práctica. Y junto a ello, hay que hacer explícita mención del pacto y de la voluntad de-
cidida de parte de todos ellos para colaborar, ayudarse, trabajar juntos y crear una tupida
red de intereses y de apoyos. De este modo, en 1836, los Rothschild eran ya los ban-
queros más importantes de Europa. Dado que en Berlín no había ningún hermano
Rothshild establecido, lo sería allí el también concretamente el banquero judío Gerson
von Bleichröder. En Berlín no estaban los Rothschild, y él creó una especie de filial de
negocios de esta firma.
Los Rothschild pronto emprendieron otras actividades fuera del mundo de la banca y
las finanzas. Se dedicaron a diversificar sus negocios y, por supuesto, a financiar la
construcción de ferrocarriles que en aquellos tiempos estaba siendo acometida en mu-
chos lugares del mundo desarrollado. Se introdujeron en asuntos de ingeniería para fi-
nanciar la Segunda Revolución Industrial y constituyeron una compañía de exploración
y prospectiva de petróleo. El negocio minero los llevó no sólo a la explotación de minas
de diamantes y de oro, sino también a explotaciones de cinabrio y mercurio. De hecho,
estuvieron en Río Tinto (Huelva), a partir de donde se hicieron con el monopolio del
mercurio en toda España. Usaban el mercurio como mineral de auxilio para trabajar con
diamantes y otros minerales.
La historia de los cinco hermanos conoció, como ocurre siempre en el mundo de los
negocios, algún altibajo. El Banco de Nápoles fue clausurado, por ejemplo, cuando los
italianos acometieron la reunificación del país, en 1861.
Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la vida de los Rothschild, como la de
todos los judíos, fue azarosa y turbulenta: Todos hemos leído las historias sobre la con-
fiscación de los bienes y las posesiones de los judíos por parte de los nazis. Incluso en el
último tercio del siglo XX –aunque parezca mentira y haya ido en la dirección opuesta a
los aires neoliberales del momento–, cuando en el año 1981 ganaron las elecciones los
socialistas franceses, François Mitterrand llegó a nacionalizar la banca Rothschild.
Al margen de ello, la familia ha participado activamente en todos los procesos de
Oferta Pública de Venta –OPV– de empresas estatales cuando se generalizó en todo el
mundo aquella dinámica neoliberal –Reagan, Thatcher…– de vender empresas públicas
y de privatizar. Los Rothschild tenían el know how y supieron gestionar sus actividades
de modo eficiente y ganar cuota de mercado en este entorno. En la actualidad, tienen
empresas en más de 60 países, son filántropos, declarados sionistas y han contribuido a
financiar la creación del Estado de Israel. Aunque se sabe que prefieren no tener mucha
visibilidad pública, sin embargo siguen siendo objeto de crítica y de difamaciones.
~ 64 ~
5.- La crisis económica de 2008.
Ahora es obligado abordar la parte más desagradable de este trabajo y citar dos ejem-
plos concretos de praxis cuestionable. Uno es el de Goldman Sachs y otro el de Bernard
Madoff. Bernard Madoff alardeaba, y además es cierto, de ser judío. Era un hombre
muy famoso y con mucho poder económico. Tenía una fama fundamentada en el éxito
de sus negocios como inversor de dinero de clientes acaudalados de todo el mundo.
¿Cuál era la clave de su éxito? ¿Qué habilidad particular tenía para invertir en negocios
tan lucrativos, tales que ningún otro agente en el mundo era capaz de enriquecer a sus
clientes en tal grado como él lo hacía?...
La clave, al parecer, estaba en que había organizado lo que en el argot de los iniciados
se denomina un esquema piramidal Ponzi. Diseñada esa estructura, los que se encuen-
tran en la cúpula perciben grandes cantidades de dinero. Ello produce un efecto llamada
a que entren por la base otros, ilusionados con la perspectiva de ganar ellos también
tanto como los primeros. De hecho, la clave de la jugada está en que son precisamente
esos que se van incorporando al esquema, los que van financiando a los de arriba, hasta
que llega un momento en el que los que entran ven que nadie más entra por debajo y
que ya no hay quien mantenga el flujo del negocio. Entonces buscan desengancharse,
desinvertir, salir del negocio. Piden lo que se les debe; pero entonces –¡oh, sorpresa!–,
resulta que no hay dinero para ello. ¿Habrá sido ésta la explicación de una ola de sui-
cidios entre millonarios alrededor del mundo durante los años 2004 y 2005? Sea de ello
lo que sea, lo que sí es cierto es que, durante el caso Madoff quedó claro que había
habido gente muy adinerada que habría sufrido cuantiosas pérdidas económicas.
Madoff era un tramposo, al igual que los miembros de la cúpula de Goldman Sachs.
Greg Smith era el vicepresidente para Europa de Goldman Sachs y el día 14 de marzo
de 2012 escribió un artículo en The New York Times explicando “Por qué voy a aban-
donar Goldman Sachs”. Afirmaba que había entrado a trabajar en un banco que propug-
naba los valores de liderazgo y que ponía al cliente en el centro de todas las actividades.
La cultura del banco era tal que incluso si el beneficio del cliente implicaba menores
ganancias para la organización, se aceptaba porque el banco se debía al bien del cliente.
Smith se lamentaba de que con el paso del tiempo, el cliente hubiera pasado a ser con-
siderado como un objeto a costa del cual lucrarse sin escrúpulos. Smith decía que él era
quien reclutaba a los jóvenes para entrar en el banco y que, como ya no tenía valor para
decirles que se trataba de un buen sitio para poder trabajar, creía en conciencia que tenía
que irse. Y concluía: el único modo de remontar el vuelo, era volver a ser otra vez serios
y responsables.
6.- Conclusión.
Cerremos estas consideraciones diciendo como conclusión que el mundo de las fi-
nanzas y de la banca es absolutamente necesario para una economía dinámica y mo-
derna como la que tenemos en la actualidad y que ha venido desarrollándose en Occi-
dente al menos desde la Baja Edad Media, en pleno siglo X. Ahora bien, dicho lo an-
~ 65 ~
terior, habríamos de añadir a renglón seguido que ni la banca ni las finanzas debieran
ser consideradas como fines en sí mismas: tienen más bien un carácter de medio y, en
consecuencia, debieran naturalmente estar al servicio de la llamada economía real. Son
medios indispensables y absolutamente necesarios; pero medios, al fin y a la postre. Por
ello, habría que recuperar el norte y ubicar a aquellas instituciones en sus coordenadas
verdaderas, fundadas, en todo caso, sobre la base de la dimensión ética de la actividad
financiera (Boatright, 1999; Fernández Fernández, 2004; Soros, 2012).
En tal sentido, es un hecho que se puede aprender mucho de los judíos y de la menta-
lidad judía –pragmática, innovadora, acostumbrada a correr riesgos y a empezar de cero.
Encontré hace poco tiempo un artículo de una colega judía norteamericana sobre las
propuestas de hace 2.500 años para la nueva construcción del sistema económico fi-
nanciero y bancario mundial (Lippman, 2008) tras la crisis. Lo leí y efectivamente hay
muchas cosas que tienen plena vigencia y que hay que volver a recuperar hoy, porque
en su tradición hay muchas enseñanzas que podrían ser aprovechadas en la recons-
trucción de un sistema financiero más eficiente y justo, al servicio de la economía real y
del desarrollo humano.
Para concluir con optimismo, quisiera contarles un cuento, permítanme relatarles una
suerte de parábola hebrea que el otro día me contó un colega judío. Venía a decir lo
siguiente: Había una habitación con cuatro velas encendidas. Una de ellas dijo: “Yo soy
la paz pero como en el mundo hay tanta guerra, tanta destrucción y tanto odio, yo no
pinto nada aquí y me apago”. Una segunda vela dijo: “Yo soy la fe pero como hoy ya
nadie parece fiarse de nade ni de nadie; como son tantos los que no creen ni en Dios ni
en nada, yo me apago también”. La tercera dijo: “Yo soy la caridad pero aquí todo el
mundo es egoísta y va a lo suyo, nadie quiere al prójimo. Yo tampoco tengo cabida en
la historia humana. No me queda más remedio que apagarme o dejarme extinguir”. En
ese momento entró en la penumbrosa habitación un niño pequeño, llorando porque tenía
miedo a la oscuridad. Entonces la vela que estaba encendida le dijo: “No te preocupes,
pequeño, que yo no me voy a apagar. Voy a estar aquí esperando hasta que vengan tus
padres a recogerte. Te permito que, si quieres, enciendas con mi llama las otras tres
velas para que puedas tener más luz. Yo soy la esperanza”.
Este cuento me gustó mucho. El mundo de las finanzas es un mundo complicado y
turbulento. La crisis que padecemos fue una crisis especulativa originada en la actividad
financiera y en las hipotecas subprime. Ahora somos conscientes de la situación en la
que estamos y de donde no sabemos si acabaremos saliendo tan pronto como quisiera-
mos. Ahora bien, mantengo que lo último que debemos perder es la esperanza.
Remontaremos, sin duda, la situación actual de crisis económica. Pero, en paralelo,
convendría que aprendiéramos la lección ética y social que la crisis nos enseña. En tal
sentido, los tesoros de sabiduría acumulados durante siglos por parte del pueblo judío,
“cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada” (Francisco, 2013: 186) pueden muy
seguramente sernos de guía para todo ello.
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EPÍLOGO II
EL CALIFATO ABASÍ DE BAGDAD
El califato abasí o abasida de Bagdad, prolongado entre los años 750-1258, se inició o
fundó por Abu l-Abbás (descendiente de Abbás ibn Abd al-Muttálib, tío de Mahoma),
que se impuso sobre la dinastía omeya y, en 750, como bien podemos recordar, trasladó
la capital califal de Damasco (Siria) a Bagdad (Irak).
Bagdad se convirtió en uno de los más destacados centros de civilización y refina-
miento mundial durante el califato del abasí Harún al-Rashid (786-809), evocador per-
sonaje de Las mil y una noches.83
Los abasíes basaban su pretensión de superioridad al califato demostrando su descen-
dencia de Abbás ibn Abd al-Muttálib (566-652), uno de los tíos más jóvenes de Ma-
homa. Muhammad ibn Alí, bisnieto de Abbás, comenzó su campaña por el ascenso al
poder de su familia en Persia, durante el reinado del califa omeya Úmar II (717-720).
Durante el califato de Marwán II (744-750), la oposición en su contra llegó a su punto
culminante con la rebelión del imán Ibrahim, descendiente en cuarta generación de
Abbás, rebelión que tuvo lugar en la ciudad de Kufa (actual Irak) así como en la pro-
vincia persa de Jorasán (actual Irán). La revuelta alcanzó algunos éxitos considerables,
pero finalmente Ibrahim fue capturado y murió en prisión, puede que asesinado, en el
año 747. Continuó la lucha de oposición su hermano Abdalah, conocido como Abu Al-
Abbas as-Saffah, el cual, tras una victoria decisiva en el río Gran Zab (un afluente del
Tigris que discurre por Turquía e Irak), en 750, aplastó a los omeyas y fue proclamado
califa, el primero de los califas abasíes, hasta su muerte, de viruela, en 754.
Más cercano a nosotros tenemos que Al-Ándalus se independizó de los abasíes con el
omeya Abderramán I en el año 756, siendo emir de Córdoba entre los años 756-788.
Posteriormente, en 776, se independizó de los abasíes el norte de África, su núcleo de
Ifriqiya de entonces (en árabe actual Ifriqiya es todo el conteniente africano). En el siglo
X recayó el poder imperial de Bagdad en los islamizados sultanes selyúcidas.
El sucesor de Abu al-Abbas as-Saffah, Al-Mansur (754-775), fue quien fundó, en el
año 762 la ciudad o medina de Bagdad (Madínat as-Salam), trasladando a ella la capita-
lidad del califato desde Damasco.
La época de máximo esplendor del califato abasí correspondió al reinado del ya
mencionado Harún al-Rashid (786-809), pero luego se iría acentuando paulatinamente
la decadencia política y en todos los sentidos. El último califa, Al-Musta‟sim, fue ase-
sinado en 1258 por los mongoles, que habían conquistado Bagdad. Hasta ese año hubo
83
Célebre recopilación medieval de cuentos tradicionales, en lengua árabe, contextualizados en Oriente
Medio, utilizándose el denominado relato enmarcado. El compilador y traductor de estas historias folcló-
ricas al árabe es, supuestamente, el cuentista del siglo IX Abu Abd-Allah Muhammad al-Gahshigar. La
historia sobre Scheherezade, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada en el si-
glo XIV.
~ 70 ~
37 califas abasíes,84
cuando el imperio califal fue conquistado por Hulagu,85
nieto de
Gengis Kan. Sin embargo un miembro (y familia) de la dinastía ayubí pudo huir a Egip-
to,86
manteniendo allí en cierto modo su poder, ciertamente bajo el control de los mame-
lucos.87
Puede decirse que hasta mediados del siglo VIII no abundaron las noticias acerca de
los abasíes, pues realmente daban poco que hablar, salvo decir que eran descendientes
de Abbás, un tío del considerado profeta Mahoma pero que no se había distinguido es-
pecialmente en los tiempos heroicos y primeros del Islam. Sus descendientes habían
apoyado al califa Alí (Abu l-Hasan Ali ibn Abi Tálib), reinante entre los años 656-661),
y aunque no parece que mantuvieran relaciones cordiales con los omeyas, se habían
establecido en Humayma, una pequeña aldea de Palestina.
Más allá de las sutilezas genealógicas, el factor fundamental fue que supieron sacar
provecho y ventaja de los principales grupos opuestos a los omeyas, que basaban su
ideario en colocar en el califato a un miembro de la familia del profeta. A tal fin, los
abasíes empezaron a tejer una conspiración en Kufa (Irak). Para no cometer los errores
de revueltas anteriores se fueron a la región fronteriza de Jorasán, donde habían emi-
grado muchos árabes, enviando a Abu Muslim. Éste fue un personaje misterioso que
proclamó que los omeyas habían traído la opresión, por lo que se necesitaba a un miem-
bro de la familia del profeta para dirigir a la comunidad musulmana y vengar las atroci-
dades cometidas por los omeyas, sin revelar que el instigador de la revuelta era Ibrahim
ibn Muhammad ibn Alí, el cual esperaba en Humayma la evolución de los aconteci-
mientos. Abu Muslim fue quien encabezó aquel movimiento revolucionario de Jorasán
que acabó desarticulando a los omeyas. Murió ajusticiado en el año 755.
Mucha gente se había unido al ejército de Abu Muslim, pudiendo contarse así bastante
historia militar. En el año 748, aprovechando la caótica situación que se vivía en el im-
perial califato omeya de Marwán II (744-750), Abu Muslim conquistó Merv88
y al año
84
Abu al-Abbas as-Saffah (750-754), Al-Mansur (754-775), Al-Mahdi (775-785), Al-Hadi (785-786),
Harún al-Rashid (786-809), Al-Amín (809-813), Al-Mamún (813-833), Al-Mutásim (833-842), Al-Wát-
hiq (842-847), Al-Mutawákkil (847-861), Al-Muntásir (861-862), Al-Musta‟ín (862-866), Al-Mu‟tazz
(866-869), Al-Muhtadi (869-870), Al-Mu‟tamid (870-892), Al-Mu‟tadid (892-902), Al-Muktafi (902-
912), Al-Muqtádir (912-932), Al-Qáhir (932-934), Ar-Radi (934-940), Al-Muttaqui (940-943), Al-Mus-
takfi (943-946), Al-Mutí (946-974), Al Ta‟j (974-991), Al-Qádir (991-1031), Al-Qa‟im (1031-1075), Al-
Muqtadi (1075-1094), Al-Mustázhir (1094-1118), Al-Mustárshid (1118-1135), Al-Ráshid (1135-1136),
Al-Muqtafi II (1136-1160), Al-Mustányid (1160-1170), Al-Mustadí (1170-1180), Al-Nasir (1180-1225),
Az-Záhir (1225-1226), Al-Mustánsir (1226-1242) y Al-Musta‟sim (1242-1258).
85
Kan mongol del Ilkanato, centrado en los territorios persas y adyacentes en gran extensión, entre los
años 1256-1265.
86
Llegando allí en 1261.
87
Como califato abasí de El Cairo, hasta la conquista de los otomanos en 1517.
88
Una ciudad que se corresponde hoy en día con Erk Gala (o Gyaur Gala), situada en Turkmenistán. Fue
una ciudad-oasis de gran importancia, con mucha población, en Asia Central sobre la histórica y célebre
Ruta de la Seda.
~ 71 ~
siguiente la mencionada Kufa, venciendo poco después en la batalla del río Gran Zab,
que también hemos mencionado antes. Entre tanto, capturaron a Ibrahim ibn Muham-
mad ibn Alí, a quien luego mataron; y cuando los rebeldes entraron en Kufa, Al-Saffat,
su sucesor (750-754), también conocido como Abu al-„Abbás Abdul·lah ibn Muham-
mad as-Saffah o Abul „Abbás al-Saffaḥ, fue proclamado califa, el primero de los aba-
síes.
Por fin el secreto de quién era ese sucesor había sido desvelado, y hay constancia de
que a algunos les causó una gran decepción. Para contrarrestar esta pérdida de apoyos,
Al-Saffah hizo todo lo posible por atraerse a los jefes militares que habían formado la
espina dorsal del antiguo ejército omeya. Además, las circunstancias en las que se había
producido la ascensión requerían contar con más apoyo, lo que quedó muy claro cuando
a la muerte de Al-Saffah, después de sólo cuatro años de mandato, se planteó la cuestión
sucesoria, que enfrentó a un hermano del fallecido, Abu Ya„far, conocido como Al-
Mansur, con su tío Abdal·lah. La crisis se decidió por las armas y si Al-Mansur pudo
proclamarse finalmente califa (754-775) fue gracias al decidido apoyo que le otorgaron
Abu Muslim y sus jorasaníes o corasmios. Pero aun así el nuevo califa no pudo permi-
tirse el ser agradecido y ejecutó a Abu Muslim valiéndose de engaños. Luego, ante el
temor de nuevas revueltas entre sus familiares mandó encarcelar a varios de sus tíos y
matar a familiares y allegados.
Durante su reinado mejoró la economía del país, alcanzó gran prosperidad, implantó
el árabe como lengua oficial y las letras y las ciencias florecieron bajo su reinado. Fue el
fundador de Bagdad, la Madínat al-Salam. Murió cerca de La Meca durante la peregri-
nación que realizaba.
A Al-Mansur le sucedió su hijo Al-Mahdi (775-785), que supo mantener y aumentar
el rico califato que heredó de su padre. Continuó con las mejoras que inició Al-Mansur,
concretamente la industria alimentaria y textil, así como la calidad de las viviendas.
Mientras tanto, los bizantinos, aprovechando las luchas internas desde los inicios del
califato abasí, fueron apoderándose de Siria, provocando que al final el califa enviara
tropas obligando a la emperatriz Irene (797-802) que firmara la paz y pagara un tributo
anual. En Jorasán, donde no se consolidaba el Islam, el guerrero Al-Muqanna, con la
idea de revivir los ideales persas, se enfrentó a los abasíes llegando a conquistar Transo-
xania.89
Los ejércitos del califa lograron vencerle y Al-Muqanna se suicidó.
Al-Mahdi quiso que le sucediera su hijo menor, Harún, pero su primogénito no estaba
de acuerdo y se enfrentó a su padre, que murió en el camino a la batalla contra su hijo.
Le sucede entonces su primogénito, Musa al-Hadi (785-786), que tenía la intención de
nombrar heredero a su hijo excluyendo de la línea sucesoria a su hermano Harún, pero
murió antes de hacerlo. El celebérrimo Harún al-Rashid (786-809) es el califa abasí que
mejor ilustra el apogeo de la dinastía. Se cuidó mucho de llamar a la yihad para exten-
89
Transoxiana (“más allá del río Oxus”) es una región histórica del Turkestán, en Asia Central, situada
entre el mar de Aral y la meseta de Pamir, actualmente repartida entre los países de Uzbekistán, Kaza-
jistán, Turkmenistán y Tayikistán. En los siglos XIV y XV fue el centro del Imperio de Tamerlán y la
dinastía timúrida. Tenía su centro en la ciudad de Samarcanda (Uzbekistán).
~ 72 ~
der el Islam en Anatolia, aunque no avanzó demasiado. Se rodeó de gran lujo y boato,
distanciándose de sus súbditos y se hacía llamar “la sombra de Alá en la tierra”.
Tuvo que hacer frente a varias rebeliones: los jariyíes90
tomaron por dos veces Mo-
sul, pero fueron sometidos y el califa mandó derribar las murallas que la rodeaban. El
emperador bizantino Nicéforo I (802-811) rehusó pagar el tributo y tuvo que ser obli-
gado a la fuerza. Los bereberes volvieron a rebelarse en Ifriqiya, y en Fez un rebelde
llamado Idrís fundó, como Idrís I, el reino o emirato independiente de los idrísidas. Allí
se dirigió un ejército de Ibrahim al-Aglab, que se sublevó en Túnez y fundó la dinastía
de los aglabíes, con capital en Qayrawán (Kairuán). La mayoría de las revueltas se so-
focaron con gran contundencia, por lo que se siguieron luego de un tiempo en calma. Se
vivió un renacimiento cultural y se hicieron traducciones al árabe de textos griegos, per-
sas y siríacos, y basándose en esos conocimientos se realizaron grandes avances cientí-
ficos. También alcanzaron gran auge la industria y el comercio.
En este momento vino a producirse el inicio de la decadencia del califato. Provincias o
emiratos del mismo como Ifriqiya y Al-Ándalus se fueron independizando poco a poco
y en Samarcanda se sublevó Rafi ibn Layt que, en poco tiempo, independizó la Tran-
soxania, todo como lo vamos contando. En Jorasán se sublevaron los jariyíes y el propio
califa acudió para sofocar la revuelta, pero murió antes de llegar.
Con todo, el aspecto más importante que marcó el califato de Harún al-Rashid fue la
cuestión sucesoria. En el año 803, justo antes de asestar su formidable golpe contra los
barmáquidas,91
el califa hizo públicos los términos en que habría de producirse la suce-
90
El jariyismo o cariyismo es una de las tres ramas o corrientes teológicas principales del Islam, junto al
chiismo y el sunismo.
La palabra jariyí significa “el que se sale”, en referencia a la deserción que protagonizaron en el año
657 cuando abandonaron el bando de Alí al aceptar éste en el campo de batalla de Siffin un arbitraje entre
él y su adversario, el omeya Muawiya (muerto en 680).
A diferencia de los sunníes, que consideraban que el califa debía ser un árabe varón miembro de la tribu
de Quraish, y de los chiíes, que consideraban que debía ser Alí, yerno de Mahoma, o un descendiente di-
recto suyo, los jariyíes pensaban que la dignidad califal emana de la comunidad, que debe elegir libre-
mente al más digno “aunque sea un esclavo negro”.
Defienden o sostienen también que sin rectitud en el obrar no existe verdadera fe. El musulmán que se
aparta de la ley deja de ser musulmán, y si es califa debe ser destituido.
Su rigor en lo que al cumplimiento de los preceptos del islam se refiere tiene como contrapunto una
gran tolerancia hacia las otras religiones.
91
Los barmáquidas (mencionados en los cuentos de Las mil y una noches) fueron una familia persa de
ministros, secretarios y visires al servicio de los primeros califas abasíes. De origen budista, tal vez luego
incluso se convirtieron al zoroastrismo y su poca tradición musulmana fue uno de los argumentos usados
en su contra cuando cayeron en desgracia, durante el califato de Harún al-Rashid.
El nombre de barmáquidas proviene de Barmak, antepasado y título del gran sacerdote del templo de
Nawbahar junto a Balj (Afganistán), que ocupaba un área de 1.500 km², y cuyos terrenos quedaron en
poder de la familia. Según la leyenda, el último Barmak fue a Bagdad en 725, convirtiéndose al Islam, si
bien puede que los primeros conversos fueran sus hijos.
Su poder trajo consigo un esplendor de las artes, pues eran conocidos mecenas. Su caída se produjo
cuando el califa Harún al-Rashid, cansado de su tutela, hizo matar al visir Djafar, arrestó a los demás y
expropió sus bienes.
~ 73 ~
sión: uno de sus hijos, Al-Amín, habría de convertirse en califa con el apoyo del ejército
estacionado en Bagdad; su segundo hijo, Al-Mamún, habría de recibir la provincia de
Jorasán, y aunque debía de prestar fidelidad a su hermano su gobierno era independiente
en la práctica. Apenas dos años después de la muerte de su padre, sus dos hijos se en-
zarzaron en una guerra civil o fitna de catastróficos resultados, una fitna históricamente
conocida como Guerra Civil Abasida o Cuarta Fitna. El episodio culminante de esta
contienda fue el asedio a Bagdad por parte de las tropas de Al-Mamún (813-833), con
rendición en 813, rendición que no trajo el final de la guerra, pues se alargó hasta el año
819 por la decisión del califa de nombrar como heredero al imán (chií) Alí ibn Musa,
conocido como Al-Rida (el elegido) por ser un descendiente directo de Alí. Al final, y
por razones algo oscuras, el propio califa dio fin a la conflagración. Tras deshacerse de
los elementos persas que hasta entonces conformaban su círculo político, decidió regre-
sar a Bagdad. Al-Rida fue “convenientemente” envenenado (y es considerado mártir
por los chiíes duodecimanos o mayoritarios), siendo restituida la autoridad central.
Las conmociones políticas con las que se inauguró el siglo IX no fueron las únicas
que azotaron al Imperio Abasí. Detrás de ellas, y a veces claramente interrelacionadas,
existieron importantes convulsiones sociales que entonces se manifestaron con gran vi-
rulencia y extensión geográfica.
Una de las razones de estas convulsiones fue la sombría situación de los campesinos.
Sometidos a una fuerte presión tributaria, estaban obligados a pagar en dinero las cose-
chas, lo que significaba el venderlas a un precio más bajo cada vez que los agentes fis-
cales tenían la ocurrencia de aparecer por su aldea. La negativa o tardanza en el pago
eran castigadas con una dureza ejemplar y la única salida que tenían era la huida de sus
tierras, lo que provocaba que las comunidades se quedaran con menos miembros y con
la misma cantidad a pagar.
En algunos casos las revueltas sociales adquirieron tintes de movimientos religiosos.
Fue el caso de las revueltas que tuvieron como escenario Jorasán y que se basaron en el
recuerdo de la carismática figura de Abu Muslim, que inspiró una doctrina de grupos
conocidos con el nombre genérico de Jurrumiyya. Sus doctrinas le otorgaban a Abu
Muslim el rango de profeta, negaban la resurrección, creían en la transmigración de las
almas y predicaban la comunidad de mujeres, creencias directamente herederas del
mazdakismo o mazdekismo, el gran movimiento social y religioso que había conmocio-
nado a la comunidad persa en el siglo VI.
Las conmociones sociales y políticas del siglo IX trajeron también el debilitamiento
del antiguo ejército jorasaní o corasmio que había llevado al poder a la familia abasí. El
califato de Al-Mamún (813-833) presenció la subida de un miembro de la familia abasí
que fue quien mejor supo darse cuenta de estos cambios, Al-Mutásim (833-842). Este
personaje alcanzó notoriedad gracias a su habilidad para rodearse de un ejército privado
compuesto por unos pocos miles de soldados, en su mayoría turcos procedentes de terri-
torios más allá de las fronteras del Imperio.
Para sofocar las revueltas jariyíes de Jorasán, envió a un oficial de ejército, Táhir, que
sofocó la revuelta y gobernó la zona con gran acierto para independizarse posterior-
mente. A su muerte, en 822, su hijo instauró en la zona la dinastía de los tahiríes. Tam-
bién tuvo que hacer frente a los chiíes de Kufa y Basora, favoreciendo a los mutazi-
~ 74 ~
líes,92
cuyas ideas coincidían con su carácter intelectual. Esto provocó muchas tensio-
nes, así como el arresto del imán Ahmad ibn Hanbal (780-865), fundador del hanba-
lismo (una escuela de jurisprudencia), que se convirtió en un héroe para muchos. Al-
Mamún intentó poner fin a estos descontentos renovando el pacto con los chiíes y nom-
brando al imán chií Al-Rida su heredero. No gustó en Bagdad esta decisión y el pueblo
se sublevó, proponiendo como candidato a Ibrahim, hijo de Al-Mahdi.
Murió el califa cuando se dirigía a enfrentarse con los bizantinos, sucediéndole su
hermano Al-Mutásim (833-842). En este califato aumentaron las rebeliones internas y la
inseguridad. Su guardia personal de confianza estaba formada por esclavos turcos que
fueron subiendo en la escala de la administración, lo que causó la protesta de la po-
blación de Bagdad. Por ello se hizo construir una nueva capital, Samarra, a 100 km. de
Bagdad, pero al contrario que ésta, no tuvo éxito. Los oficiales turcos fueron adquirien-
do más poder, hasta el punto de que la vida del califa y el gobierno llegaron a depender
de ellos. Algunos oficiales turcos (emires) se hicieron independientes y crearon sus pro-
pios estados. Además, la vida de lujo que llevaba el califa tenía que ser pagada mediante
extorsiones a funcionarios.
Le sucedió su hijo Al-Wáthiq (842-847) y a éste su hermano Al-Mutawákkil (847-
861). Este último llevó a cabo un gobierno represivo. En el año 849 anuló los decretos
que favorecían a los muztalíes y excarceló a los presos por motivos religiosos. Persiguió
a los chiíes y buscó apoyo en la ortodoxia, a la que concedió puestos de responsabilidad
en la administración. Persiguió también a cristianos y judíos. Para huir de la presión tur-
ca mandó construir a las afueras de Samarra un grandioso palacio llamado Al-Gafa-
riyya, pero este cambio no evitó que fuera asesinado en 861, víctima de un complot de
uno de sus hijos y varios oficiales turcos.
Esta muerte señalaba un cambio en las relaciones entre los califas y sus “esclavos”
militares turcos. Durante el período anterior los califas habían sido capaces de ejercer un
control absoluto sobre esos soldados, pero a medida que pasaba el tiempo, este poder
iba disminuyendo. Durante los nueve años posteriores a este asesinato (861-870), el ca-
lifato abasí quedó sumido en el caos más absoluto. Cuatro califas se sucedieron durante
este período, todos asesinados y en un estado virtual de guerra civil.
Como consecuencia de la debilidad de poder abasí, la situación de los territorios del
Islam cambió radicalmente. Esto supuso que cuando el califato pudo superar su crisis
interna en los años posteriores a 870, ya no les fue posible mandar gobernadores a las
92
Los mutazilíes (o mu‟tazilíes) constituyeron la primera escuela importante de teología islámica, que se
formó entre los siglos IX y X bajo la protección de los califas abasíes de Bagdad. Su constitución fue po-
sible por la traducción al árabe de las obras filosóficas griegas en los siglos VIII y IX. Su punto de partida
era la afirmación tajante de la justicia de Dios como atributo fundamental, al grado que durante mucho
tiempo se les conoció como “Ashab ul „adl”, es decir “Los Partidarios de la Justicia”. De este modo, los
mutazilíes desarrollaron la tesis de la justicia divina a partir de tres argumentos elementales: 1) Dios, el
Sabio, el Justo, no hace nada sino por sabiduría y para (alcanzar) un objetivo. 2) Dios no quiere el mal y
no lo ordena y 3) Dios no crea las acciones del hombre, buenas y malas, sino que el hombre es libre y
creador de sus acciones. Por consiguiente, la forma de la justicia divina requiere del libre albedrío, puesto
que el premio y el castigo serían absurdos si el individuo no gozara de libertad para elegir entre el bien y
mal. Debido a que Dios es perfecto y justo, no puede dejar de recompensar el bien y castigar el mal.
~ 75 ~
provincias y esperar tranquilamente a que recaudaran los impuestos y mantuvieran el
orden. Ante el hecho consumado de que los poderes locales tenían una sólida implanta-
ción en sus provincias, los califas de Bagdad no tenían más remedio que hacer reco-
nocer y conseguir que estos gobernantes locales mandaran las recaudaciones de su zona.
Pero el proceso de desintegración era ya irreversible. De hecho, Áhmad ibn Tulún (go-
bernador de Egipto nombrado en el 868) desafió más al gobierno extendiendo su do-
minio también a Palestina y Siria, donde gobernó 37 años.
Pese a tener todos estos elementos en contra, durante los 30 últimos años del siglo IX,
el califato abasí experimentó una fugaz recuperación de la mano de Al-Muwaffaq, que
paradójicamente nunca ejerció como califa. Su logro fue aglutinar en torno a sí a los
principales jefes del ejército turco. Con esta visión política, Al-Muwaffaq permitió que
gobernara su hermano Al-Mutámid (870-892), aunque al final este califa fue relegado a
un mero papel de comparsa. Ambos hermanos murieron uno después del otro en 891 y
892. Un hijo de Al-Muwaffaq conocido como Al-Mutádid (892-902) fue proclamado
califa. Sus años de gobierno estuvieron marcados por luchas en todos los frentes, que en
algunos casos tuvieron éxito (Siria, norte de Mesopotamia y Egipto). No fue así al este
de Irán, que pasó a manos del emirato samaní, de no poco poder.
Los samánidas en su apogeo
Pese a todo esto, a comienzos del siglo X, el califato abasí parecía haber recuperado
sus tiempos de esplendor; incluso los samaníes o samánidas (gobernadores indepen-
dientes), tenían que reconocer la soberanía califal. Sin embargo, este momentáneo resur-
gimiento se debió al buen gobierno de unos pocos califas. En cuanto el poder pasó a
manos de califas peor dotados, todo este imponente edificio se derrumbó con pasmosa
facilidad.
~ 76 ~
Mapa del Imperio Abasí hacia el año 820
Los abasíes, aupados en el poder por un movimiento que tuvo en el componente
ideológico y el potencial militar sus principales bazas, pudieron imponer en un primer
momento un alto grado de centralización como Imperio, exceptuando Al-Ándalus y el
norte de África.
La pretensión de que los abasíes eran miembros de la familia del profeta Mahoma le-
gitimó totalmente la dinastía; así, no fueron criticados por la sucesión dinástica y sólo
tuvieron que enfrentarse a los partidarios de la rama de Alí, que se sentían decepcio-
nados con la forma de gobernar de los califas y anularon el pacto firmado con los aba-
síes. En estos enfrentamientos murió Muhammad, el biznieto del profeta, que se hizo
fuerte en Medina y su hermano Ibrahim, que se había sublevado en Basora. Aparte de la
familia, los abasíes tuvieron un sólido apoyo: los mawali adscritos al linaje abasí que
fueron empleados en la administración central y provincial. Algunos de los mawalis lle-
garon a formar familias de servidores de la administración. Los barmakíes o barmáqui-
das se hicieron legendarios en cuanto a poder e influencia dentro de la administración,
hasta que en 803 todo esto llegó a su fin. El califa Harún al-Rashid hizo que la familia
cayera en picado, encarcelando a unos y matando a otros.
También fue de gran importancia la aristocracia militar, ya que el ejército pasó a or-
ganizarse por el criterio de la procedencia geográfica de la tropa, y no en ficticias afi-
liaciones tribales como en la época omeya. Hay cambios políticos de marcada influencia
persa: los califas abasíes ostentaron la jefatura religiosa y política. Se rodearon de un
gran ceremonial jerárquico que estaba supervisado por un chambelán y dejaron las ta-
reas de gobierno en manos de un gran visir, con plenitud de poderes, que presidía un
consejo formado por los jefes de los distintos diwan o departamentos administrativos.
~ 77 ~
Diwan al-harag: tenía a su cargo el erario del Estado, administraba los ingresos re-
caudados en los impuestos y tasas a los que estaba sometido el califato. Durante este pe-
ríodo se generalizaron y gravaron los impuestos para todos los musulmanes (diezmo de
sus cosechas) y sobre el resto de la población. También se gravaron las importaciones y
exportaciones.
Diwan al-nafaqat: regulaba los gastos de palacio.
Diwan al-tawqid: se ocupaba de la correspondencia del califa.
Diwan al-barid: encargado de las comunicaciones oficiales y la información secreta.
Diwan al-shurta: tenía a su cargo el mantenimiento del orden. En las ciudades un
jefe de policía, sahib al-shurta, estaba a cargo de los policías que mantenían el orden.
Por otro lado, el muhtasib (supervisor) se encargaba de la vigilancia en los mercados.
En las provincias la autoridad la ostentaban un gobernador y un superintendente, con
cierto grado de autonomía, pero controlados por el administrador de correos.
Al conjunto de estos cambios los abasíes los llamaron dawla (revolución de la fortu-
na).
De otra parte, es muy significativo que la desintegración del Imperio Abasí se produ-
jera cuando el Islam fue asumido por la mayor parte de las poblaciones que habitaron en
aquella amplia zona. Religión minoritaria hasta entonces, el Islam fue haciéndose la re-
ligión predominante entre los pueblos indígenas conquistados por los árabes tres siglos
antes. Esta propagación de la fe trajo mayor uniformidad ideológica, pero también se
acentuaron las divisiones sectarias.
La definitiva crisis del califato abasí se desarrolló entre los años 908 y 945. Durante
este período cinco califas se sucedieron en Bagdad, de los cuales cuatro fueron depues-
tos por métodos violentos. Los sucesos y vaivenes políticos que jalonaron esta crisis
fueron complejos. De hecho, fueron las intrigas de una facción de la burocracia civil las
que permitieron que se proclamara califa a uno de los miembros más débiles y fácil-
mente manejables del linaje abasí, Al-Muqtádir (908-932), cuyo gobierno estuvo con-
trolado por los visires, de grupos rivales que luchaban por acaparar los recursos fiscales.
El asesinato de este califa fue consecuencia de la crisis de poder central y desató de for-
ma ya imparable la espiral de crisis interna.
La falta de recursos tenía unas raíces complejas. Para hacer frente a la recaudación fis-
cal, los califas echaban mano de los arrendatarios, familias que adelantaban una suma al
califa (la estimación de lo que se podía recaudar en una determinada zona) y luego eran
ellos los responsables de recaudar los impuestos a los ciudadanos. Estos arrendatarios
normalmente daban menos de lo que en realidad recaudaban, por lo que acumularon
grandes fortunas y explotaban como podían a los campesinos para reunir más ganancias.
Atrapado el gobierno central por la necesidad imperiosa de hacer pagos, sobre todo a un
ejército siempre dispuesto a rebelarse, tuvo que ceder ante las presiones y permitir a los
militares que recaudaran ellos mismos los impuestos. Eso dio lugar a la concesión de iq-
tá (igar),93
que suponía la concesión de territorios en los cuales no podían ejercer su
93
El iqtá era una institución del mundo musulmán que consistía en la concesión, a largo plazo o a per-
petuidad, de los ingresos de una determinada propiedad, a cambio de los servicios prestados. El iqtadar,
por lo general un jefe militar, era el titular de la cesión, y era el encargado de mantener los sistemas de re-
~ 78 ~
autoridad agentes del gobierno central, sino que el beneficiario recaudaba los impuestos
y le enviaba al califa una cantidad fijada de antemano que no pasaba de ser una cantidad
simbólica. Durante este período se hizo frecuente también la ilya o himaya, donde un
campesino se ponía bajo la protección de un señor cediéndole sus tierras. Con ello los
campesinos buscaban ponerse al amparo de las arbitrariedades de los agentes fiscales y
de las convulsiones causadas por las guerras. En algunas zonas contribuyó a imponer
una situación servil sobre las poblaciones rurales.
En enero del año 946, Ahmad ibn Buya hizo su entrada en Bagdad al frente de un
victorioso ejército. El califa abasí de turno no tuvo más remedio que cederle el poder
efectivo, poniendo fin a varias décadas de lucha en las cuales los jefes del ejército se
habían hecho con todo el poder. Esta familia, los buyíes, eran dailamitas o dailamíes,
oriundos de regiones montañosas, por el norte de Irán. Tres hermanos buyíes, Alí, Áh-
mad y Hasan supieron aprovechar este momento de debilidad y reclutaron un ejército
formado por dailamíes acumulando éxitos militares en todo su camino a Bagdad. Obli-
garon al califa a entregarles títulos grandilocuentes y a confiarles el gobierno de los te-
rritorios que habían conquistado. Tuvieron que establecer un sistema de iqtás y enrolar
a turcos para su ejército, sistema que sobrevivió hasta la llegada de los turcos selyú-
cidas. Uno de los rasgos que más ha llamado la atención sobre los buyíes es el hecho de
que, a pesar de ser chiíes, no manifestaron ninguna predisposición contra el califato
abasí y permitirían que sobrevivieran, aunque evidentemente reducido a un papel sim-
bólico y que, paradójicamente, en este período pasaría a ser el punto de referencia es-
piritual de todos los musulmanes suníes.
El califa abasí, que cada vez se apoyaba más en las tribus turcas, pidió ayuda a los sel-
yúcidas para expulsar a los buyíes de Bagdad. En 1055 los selyúcidas conquistaron la
ciudad y se aliaron con los abasíes. El califa, cuyo poder era nominal, nombró al jefe
turco, Tugril Beg,94
(de modo rimbombante) Rey de Oriente y Occidente, y los turcos
pasaron a ser soberanos del Imperio Abasí. Procedieron de manera represiva e intole-
rante con las diferentes ideas y religiones que gobernaban el califato, al que sumieron en
una decadencia definitiva.
Los sucesores de la hegemonía abasí tuvieron que enfrentarse a más amenazas exte-
riores, como los hamdaníes (norte de Mesopotamia o Irak y parte de Siria), cuyos oríge-
nes fueron una muy anterior tribu árabe que, coincidiendo con la crisis del califato,
afianzó su linaje y se apoderó de Mosul, entrando en conflicto directo con los buyíes. A
gadío, defender el territorio y recaudar impuestos, pero, a diferencia de lo que ocurría en los señoríos y
feudos, no tenía autoridad sobre los habitantes.
Por motivos religiosos, en el mundo musulmán o islámico apenas existía la propiedad privada de la tie-
rra, siendo sobre todo comunal, cediéndose en usufructo perpetuo (qatiá) a musulmanes dispuestos a cul-
tivarla pagando la limosna legal (zakat), el 2,5% de los ingresos anuales. En donde había anteriores pro-
pietarios no musulmanes, éstos podían mantener sus tierras tanto si habían pactado su rendición como si
no, eran los protegidos (dimmies) y podían trabajar, comprar, vender y legar sus parcelas, pagando un im-
puesto territorial (jaray) y otro personal (yizia).
También en el califato andalusí de Córdoba estuvo instituido el iqtá, iniciándolo el emir Abderramán I.
94
Muerto en 1063.
~ 79 ~
esto se unió la toma de Alepo (944) por Sayf al-Dawla. La rama que gobernaba en
Mosul sobrevivió hasta el año 979, cuando fue eliminada por los buyíes. Su frontera con
el Imperio Bizantino también fue conflictiva, aunque su final sucedió con la llegada de
los fatimíes.95
Aunque el califa Al-Mustárshid (1118-1135) fue el primero en formar un ejército ca-
paz de enfrentarse al selyúcida, fue finalmente derrotado en 1135 y asesinado. El ca-
lifa Al-Muqtafi II (1136-1160) fue el primero de los abasíes en recuperar la indepen-
dencia militar total del califato, con la ayuda de su visir Ibn Hubayra. Después de casi
doscientos cincuenta años (dos siglos y medio) de sometimiento a dinastías extranjeras,
defendió con éxito Bagdad contra los selyúcidas en el asedio de Bagdad de 1157, lo que
le otorgó el control de Irak. El reinado de Al-Násir (1180-1225) extendió el dominio del
califato a todo el país, gracias en gran parte a las organizaciones futuwa (a modo de
caballerías) de los sufíes, que encabezaba el califa. Al-Mustánsir (1226-1242) construyó
en Bagdad la Universidad al-Mustansiriya en un intento de eclipsar la de Nizamiyya,
construida por Nizam al-Mulk durante el período de señorío selyúcida.
Mapa de la desintegración del Imperio Abasí en el siglo XI
En 1206, como bien podemos recordar, Gengis Kan estableció una poderosa dinastía
suya, de los mongoles centroasiáticos. Durante el siglo XIII, este Imperio Mongol con-
quistó casi toda Eurasia, incluyendo tanto China en el este como gran parte del antiguo
95
El cuarto califato islámico, el único chií (ismailí) de toda la historia, dominando en Egipto y en la costa
mediterránea africana, como bien podemos recordar.
~ 80 ~
califato islámico bagdadí y la Rus de Kiev en el oeste. La destrucción de Bagdad en
1258 por Hulagu Kan fue el final del califato abasí.
Los mongoles temían que un castigo sobrenatural cayera sobre ellos si derramaban la
sangre del soberano Al-Mustasím, descendiente directo del tío de Mahoma y último ca-
lifa abasí de Bagdad. Los chiíes de Persia indicaron que tal calamidad no había ocu-
rrido a la muerte del imán chií Huséin (nieto de Mahoma); sin embargo, como medida
de precaución y de acuerdo con un tabú mongol que prohibía derramar sangre real, Hu-
lagu ordenó que Al-Mustasím fuese envuelto en una alfombra y pisoteado hasta la
muerte por los caballos, ocurriendo esto el 20 de febrero de 1258. La familia inmediata
del califa también fue ejecutada, con la excepción de su hijo menor (que fue enviado a
Mongolia), y una hija (convertida en esclava y añadida al harén de Hulagu).
Resumiendo, acerca del califato abasí, cabe decir que fue como imperial de expansión
y colonización. Los abasíes fueron capaces de crear una destacada y brillante civil-
zación. Incrementaron el comercio e hicieron florecer las ciudades. Fueron muy nota-
bles y extraordinarias las realizaciones de arquitectura y artes en general. Bagdad fue un
gran centro comercial, de mucha vida. Los cuentos de Las mil y una noches reflejan la
vida esplendorosa de esta ciudad.
Hubo gran actividad intelectual y cultural, destacando las aportaciones en historia y
crónicas, geografía, literatura, medicina, matemáticas (clásicas griegas y novedosas o
importadas de otros lugares), álgebra, trigonometría, etc., sin olvidar la importancia y
auge de la jurisprudencia.
~ 81 ~
EPÍLOGO III
CATEQUESIS DEL PAPA BENEDICTO XVI
SOBRE SANTA JULIANA DE CORNILLON
(Audiencia 17 de noviembre de 2010)
Queridos hermanos y hermanas:
También esta mañana quisiera presentaros a una figura femenina, poco conocida, a la
que la Iglesia sin embargo debe un gran reconocimiento, no sólo por su santidad de vi-
da, sino también porque, con su gran fervor, ha contribuido a la institución de una de las
solemnidades litúrgicas más importantes del año, la del Corpus Domini [o Corpus
Christi].
Se trata de Santa Juliana de Cornillon, conocida también como Santa Juliana de Lieja.
Poseemos algunos datos acerca de su vida, sobre todo a través de una biografía, escrita
probablemente por un eclesiástico contemporáneo suyo, en el que se recogen varios tes-
timonios de personas que conocieron directamente a la Santa.
Juliana nació entre 1191 ó 1192 en las cercanías de Lieja, en Bélgica. Es importante
subrayar este lugar, porque en aquel tiempo la diócesis de Lieja era, por así decirlo, un
verdadero “cenáculo eucarístico”. Antes de Juliana, insignes teólogos habían ilustrado
allí el valor supremo del Sacramento de la Eucaristía y, siempre en Lieja, había grupos
femeninos generosamente dedicados al culto eucarístico y a la comunión ferviente.
Guiados por sacerdotes ejemplares, éstas vivían juntas, dedicándose a la oración y a las
obras caritativas.
Huérfana a los 5 años de edad, Juliana, junto con su hermana Inés, fue confiada al
cuidado de las monjas agustinas del convento-leprosería de Mont Cornillon. Fue edu-
cada sobre todo por una monja, de nombre Sabiduría, que siguió su maduración espi-
ritual, hasta cuando la propia Juliana recibió el hábito religioso y se convirtió también
ella en monja agustina. Adquirió una notable cultura, hasta el punto de que leía las obras
de los Padres de la Iglesia en lengua latina, en particular a San Agustín y San Bernardo.
Además de una vivaz inteligencia, Juliana mostraba, desde el principio, una propensión
particular por la contemplación; tenía un sentido profundo de la presencia de Cristo, que
experimentaba viviendo de modo particularmente intenso el Sacramento de la Eucaristía
y deteniéndose a menudo a meditar sobre las palabras de Jesús: “He aquí que yo estoy
con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
A los 16 años tuvo una primera visión, que después se repitió muchas veces en sus
adoraciones eucarísticas. La visión presentaba la luna en su pleno esplendor, con una
franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el signi-
ficado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia en la
tierra, la línea opaca representaba en cambio la ausencia de una fiesta litúrgica, para
cuya institución se pedía a Juliana que trabajase de modo eficaz: es decir, una fiesta en
la que los creyentes habrían podido adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en
la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento.
~ 82 ~
Durante unos veinte años Juliana, que mientras tanto se había convertido en la priora
del convento, conservó en secreto esta revelación, que había llenado de alegría su cora-
zón. Después se confió con otras dos fervientes adoradoras de la Eucaristía, la beata
Eva, que llevaba una vida eremítica, e Isabel, que la había seguido al monasterio de
Mont Cornillon. Las tres mujeres establecieron una especie de “alianza espiritual”, con
el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento. Quisieron implicar también a un
sacerdote muy estimado, Juan de Lausana, canónigo de la iglesia de San Martín de Lie-
ja, pidiéndole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que ellas llevaban en el
corazón. Las respuestas fueron positivas y alentadoras.
Lo que le sucedió a Juliana de Cornillon se repite frecuentemente en la vida de los
Santos: para tener la confirmación de que una inspiración viene de Dios, es necesario
siempre sumirse en la oración, saber esperar con paciencia, buscar la amistad y el acer-
camiento con otras almas buenas, y someter todo al juicio de los Pastores de la Iglesia.
Fue precisamente el Obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, quien, después de las dudas
iniciales, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras, e instituyó, por primera
vez, la solemnidad del Corpus Domini en su diócesis. Más tarde, otros obispos le imi-
taron, estableciendo la misma fiesta en los territorios confiados a sus cuidados pasto-
rales.
A los Santos, con todo, el Señor les pide a menudo superar pruebas, para que su fe se
incremente. Sucedió también a Juliana, que tuvo que sufrir la dura oposición de algunos
miembros del clero y del mismo superior del que dependía su monasterio. Entonces, por
voluntad propia, Juliana dejó el convento de Mont Cornillon con algunas compañeras, y
durante diez años, entre 1248 y 1258, fue huésped de varios monasterios de monjas cis-
tercienses. Edificaba a todos con su humildad, no tenía nunca palabras de crítica o de
reproche para sus adversarios, sino que seguía difundiendo con celo el culto eucarístico.
Falleció en 1258 en Fosses-La-Ville, en Bélgica. En la celda donde yacía se expuso el
Santísimo Sacramento y, según las palabras de su biógrafo, Juliana murió contemplando
con un último arrebato de amor a Jesús Eucaristía, a quien había siempre amado, hon-
rado y adorado.
A la buena causa de la fiesta del Corpus Domini fue conquistado también Giacomo
Pantaleón de Troyes, que había conocido a la Santa durante su ministerio de archidiá-
cono en Lieja. Fue precisamente él quien, llegado a ser Papa con el nombre de Urbano
IV, en 1264, quiso instituir la solemnidad del Corpus Domini como fiesta de precepto
para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés. En la bula de institución, ti-
tulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano IV reevoca con
discreción también las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y es-
cribe: “Aunque la Eucaristía cada día sea solemnemente celebrada, consideramos justo
que, al menos una vez al año, se haga de ella más honrada y solemne memoria. Las de-
más cosas, de hecho, de las que hacemos memoria, las aferramos con el espíritu y con
la mente, pero no obtenemos por ello su presencia real. En cambio, en esta conmemo-
ración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con
nosotros en su propia sustancia. Mientras estaba de hecho a punto de ascender al cielo,
dijo: „He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo‟ (Mt 28,
20)”.
~ 83 ~
El mismo pontífice quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Domi-
ni en Orvieto, ciudad en la que entonces vivía. Precisamente por orden suya en la ca-
tedral de la ciudad se conservaba –y aún se conserva ahora– el célebre corporal con las
huellas del milagro eucarístico sucedido el año anterior, en 1263, en Bolsena. Un sa-
cerdote, mientras consagraba el pan y el vino, había sido preso de fuertes dudas sobre la
presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía.
Milagrosamente, algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada,
confirmando de esa forma lo que nuestra fe profesa. Urbano IV pidió a uno de los más
grandes teólogos de la historia, Santo Tomás de Aquino –que en aquel tiempo acom-
pañaba al Papa y se encontraba en Orvieto–, que compusiera los textos del oficio li-
túrgico de esta gran fiesta. Éstos, aún hoy en uso en la Iglesia, son obras maestras, en las
que se funden teología y poesía. Son textos que hacen vibrar las cuerdas del corazón pa-
ra expresar alabanza y gratitud al Santísimo Sacramento, mientras la inteligencia, aden-
trándose con estupor en el misterio, reconoce en la Eucaristía la presencia viva y verda-
dera de Jesús, de su Sacrificio de amor que nos reconcilia con el Padre, y nos da la
salvación.
Aunque tras la muerte de Urbano IV la celebración de la fiesta del Corpus Domini se
limitó a algunas regiones de Francia, de Alemania, de Hungría y de Italia septentrional,
fue después un pontífice, Juan XXII [1316-1334], quien en 1317 la restauró para toda la
Iglesia. Desde entonces en adelante, la fiesta conoció un desarrollo maravilloso, y aún
es muy sentida por el pueblo cristiano.
Quisiera afirmar con alegría que hoy en la Iglesia hay una “primavera eucarística”:
¡cuántas personas se detienen silenciosas ante el Tabernáculo, para entretenerse en co-
loquio de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos de jóvenes han re-
descubierto la belleza de rezar en adoración ante la Santísima Eucaristía.
Rezo para que esta “primavera” eucarística se difunda cada vez más en todas las pa-
rroquias, en particular en Bélgica, la patria de Santa Juliana. El Venerable Juan Pablo II,
en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que “En muchos lugares […] la
adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y
se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la
procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia
de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían men-
cionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico”, dice el Papa (n. 10).
Recordando a Santa Juliana de Cornillon renovemos también nosotros la fe en la pre-
sencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de
la Iglesia Católica (nº 282), “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e
incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su
Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hom-
bre”.
Queridísimos amigos, la fidelidad al encuentro con el Cristo Eucarístico en la Santa
Misa dominical es esencial para el camino de fe, pero ¡intentemos también ir frecuente-
mente a visitar al Señor presente en el Tabernáculo! Mirando en adoración la Hostia
consagrada, encontramos el don del amor de Dios, encontramos la Pasión y la Cruz de
Jesús, como también su Resurrección. Precisamente a través de nuestra mirada en ado-
~ 84 ~
ración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como
transforma el pan y el vino.96
Los Santos siempre han hallado fuerza, consuelo y ale-
gría en el encuentro eucarístico. Con las palabras del Himno eucarístico Adoro te de-
vote repitamos ante el Señor, presente en el Santísimo Sacramento: “¡Hazme crecer
cada vez más en Ti, que en Ti yo tenga esperanza, que yo Te ame!”. Gracias.
96
Cf. Benedicto XVI: Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 15 de junio de 2006.
~ 85 ~
EPÍLOGO IV
FUEROS Y PRIVILEGIOS DEL BADAJOZ MEDIEVAL
Lo que sigue, de Domingo Domené, profesor de Geografía e Historia, se obtiene de la
Revista de Estudios Extremeños, Año 2009, Tomo LXV, Número I, páginas 101-142.
La aportación se resume en esto:
Badajoz, capital de un desaparecido reino musulmán, pasó a ser parte del reino
de León en 1230 cuando la ciudad fue conquistada por Alfonso IX.
Este rey debió otorgarle, como era lo usual, un fuero breve o carta puebla (hoy
perdida) en la que se establecerían los tres aspectos esenciales de cualquier terri-
torio de nueva incorporación: su condición realenga o señorial (en el caso de Ba-
dajoz, realenga), la delimitación del término municipal y el régimen de tenencia,
reparto y explotación de la tierra.
Posteriormente, Badajoz se dotó de un fuero extenso, también perdido y del
que sólo conocemos 18 artículos.
El presente estudio intenta exponer los aspectos de la perdida carta puebla y
hablar de la familia foral del fuero extenso. Se exponen, también, otros privile-
gios que en el transcurso del tiempo se fueron añadiendo a los primitivos de la
ciudad.
Recordando algo de historia.
Batalyios (en romance Badalioz, nuestro Badajoz actual) había sido fundado en torno
al año 875 por Ibn Marwan, de familia muladí a quien como a casi todos los de este ori-
gen se le apodaba al-Yilliqi (el Gallego). Se alzó contra el emir Muhammad I y práctica-
mente se hizo independiente hacia el año 884. Y en ese estado siguió nuestra ciudad
hasta que en 929 Abderramán III acabó con cualquier veleidad independentista.
Cuando poco después del año 1000 se produjo la gran fitna (desintegración y guerras
civiles) que pusieron fin al califato de Córdoba, Sapur (o Sabur) un eslavo que había
sido libertado por Alakén II volvió a crear un reino independiente, con capital en Ba-
dajoz, que comprendía gran parte de la antigua Lusitania, Mérida y Lisboa incluídas.97
Al morir Sapur, en 1022, le sucedió „Abd Allah ibn Muhammad ibn Maslama, un an-
dalusí, esto es, descendiente de los primeros musulmanes llegados a la Península des-
pués de la batalla del Guadalete, de la tribu bereber de los Miknasa y del linaje de los
97
La tendencia a la dispersión de los territorios hispánicos al comenzar el siglo XI no era exclusiva de
los reinos musulmanes. En efecto, si en el año 1031 se produjo la fitna, la desintegración del califato en
veinticinco (o veintiséis) pequeños reinos, los famosos reinos de taifas, cuatro años después Sancho III de
Navarra dividió el territorio entre sus tres hijos. Exactamente lo mismo, y en la misma fecha, hizo el con-
de Ramón Berenguer I de Barcelona. Existían además ocho condados catalanes que se consideraban sobe-
ranos. Total: unos cuarenta reinos o territorios hispánicos independientes entre sí.
~ 86 ~
Banu Aftas, nombre este último del cual recibió el apelativo la dinastía, la de los Af-
tasíes o Aftasidas, nombre poco regio en verdad si se tiene en cuenta que Banu al-Aftas
quiere decir “hijos del mono”. El cuarto de los sucesores y nieto del fundador de la di-
nastía, esto es Abu Muhammad Omar al-Muttawakil ibn al-Mudaffar cometió un terri-
ble error de cálculo: ayudó a los almorávides, junto a quienes combatió en la batalla de
Sagrajas (Zalaca para los musulmanes) en 1086, por considerarlos menos peligrosos que
a Alfonso VI. Cuando quiso recuperar su independencia, sus presuntos aliados le arre-
bataron el reino y la vida en 1094.
Después de 1145 se produjo una nueva fitna que dio lugar a lo que conocemos como
segundas taifas. Badajoz volvió a ser independiente por un brevísimo período de tiem-
po, ya que hacia 1150 pasó al dominio de los almohades, los nuevos invasores, que se
impusieron a los almorávides.
Aprovechando que Abu Yaqub Yusuf, el califa almohade, andaba muy atareado inten-
tando someter al reino de Valencia-Murcia, Fernando II de León se dio una vuelta por
Badajoz (1166) y tomó posesión, más teórica que efectiva, de la ciudad. La fugaz toma
de Badajoz por parte del rey leonés no era fortuita, obedecía a su interés por hacer
efectivo el acuerdo de Celanova (1160) firmado por él y Alfonso I de Portugal en virtud
del cual se delimitaban las futuras áreas de expansión de ambos reinos por los territorios
que aún estaban bajo dominio musulmán.98
Al marcharse Fernando II de la ciudad ésta
fue ocupada por Gerardo Sempavor (un portugués de quien sus paisanos han querido
hacer un trasunto del Cid castellano) quien la puso en manos de su rey natural. Fer-
nando II volvió en 1169, derrotó e incluso hizo prisionero a su suegro el rey Alfonso I
de Portugal y expulsó de ella al Sempavor.
Mas todo quedó en nada, porque Abu Yaqub ocupó nuevamente Badajoz. Allí siguie-
ron tranquilamente los almohades hasta que Alfonso IX de León, convencido de que su
hijo Fernando III de Castilla, con quien no mantenía relaciones, era de fiar y que no
cabía esperar de él ningún ataque en el caso de que el leonés dejase un tanto desguar-
necida la frontera con Castilla (tal como había ocurrido, por ejemplo, en el reinado de
Alfonso VIII) decidió volver a reconquistar lo que había ganado y perdido Fernando II,
su padre. Poco a poco fueron cayendo en sus manos Cáceres (1227), Montánchez, Mé-
rida, Talavera la Real, Badajoz y Olivenza (1230). Badajoz pasó a ser definitivamente
del reino de León en fecha imprecisa, aunque hay quien afirma que fue el día de San
José del año 1230. Consta que el rey, en persona, se dedicó entre los días 10 y 28 de
abril a dirigir y ordenar la repoblación de Badajoz.
La perdida carta puebla: ¿1230?
Debió ser entonces, entre los días 10 y 28 de abril de 1230, cuando el rey otorgara a la
recién conquistada ciudad de Badajoz la casi obligada carta puebla. Una carta puebla,
que a veces se llama fuero (como el llamado fuero latino de Cáceres), solía recoger tres
98
Como no hay documentación oficial sobre dicho acuerdo, éste fue negado posteriormente por los mo-
narcas portugueses para justificar los intentos de anexión de territorios sobre los cuales el reino de León
decía tener mejor derecho basándose precisamente en ese acuerdo.
~ 87 ~
aspectos esenciales: la relación jurídica y fiscal que tendrían en el futuro los nuevos
pobladores con el rey (realengo) o señor (señorío), la delimitación del término muni-
cipal y el régimen de tenencia, reparto y explotación de las tierras.
A esa carta puebla o primer fuero de Badajoz alude Alfonso X, en un documento99
firmado el 31 de marzo de 1258, donde dice: “Vimos fuero que el rey don Alfonso,
nuestro abuelo, dio al concejo de Badajoz”.
El primero de esos tres aspectos esenciales de la desaparecida carta puebla de Bada-
joz, esto es, su condición realenga quedó confirmada por una carta que Alfonso X
dirigió al concejo y alcaldes de Badajoz ordenando que no consintiesen que obispos, ni
órdenes comprasen heredades (terrenos) sujetas al fuero eclesiástico, es decir: libres de
impuestos o pechos reales, en el término de Badajoz100
porque en caso de hacerlo “Nos,
perdemos los nuestros fueros et los nuestros derechos”.101
A pesar de esa prohibición
tan clara y tajante, y puesto que era necesario construir la catedral (era y es inconcebible
un obispo residencial sin catedral), al año siguiente el rey permitió que “Por fabor que
he de hacer bien, mercet a la iglesia catedral de Badajoz, porque es cosa nueva, que yo
fice a honra e servicio de Dios, he sabor de la aumentar, levar adelante: Otorgo, que
quien quisiere dar, o mandar heredades, o otra cosa a la sobredicha iglesia, que las dé,
o mande, la iglesia que las pueda haber para siempre jamás, ninguno non gelas con-
trarie”.102
Aunque en la intención del rey debía estar el que esas donaciones a la ca-
tedral no estuvieran sometidas al fuero eclesiástico, es decir, exentas de pechos reales,
ni el obispo ni el cabildo lo entendieron así y de inmediato surgieron las desavenencias
entre el concejo y la iglesia por los legados testamentarios a favor de la catedral. El
obispo y el cabildo reclamaron para sí la jurisdicción en estos casos, pero el rey volvió a
afirmar la condición realenga de la ciudad y el 21 de junio de 1270 prohibió a tales
eclesiásticos inmiscuirse en los junios por testamentos.103
La condición realenga de Badajoz se mantuvo durante prácticamente toda la Edad
Media; únicamente durante el reinado de Enrique IV (1454-1474) estuvo un tiempo en
manos particulares; fue cuando el rey otorgó el ducado de Badajoz a don Hernán Gómez
de Solís (hermano del maestre de Alcántara don Gómez de Cáceres y Solís), pero tras la
muerte de ese duque en 1470 revertió a la Corona; esa reversión fue refrendada por los
Reyes Católicos el 21 de julio de 1475.104
99
Documento nº 3 en apéndice documental de este trabajo.
100
Esa prohibición de que las personas e instituciones sometidas al fuero eclesiástico adquirieran propie-
dades y que por ello, por ser de la iglesia, no pagasen pechos a la Corona era algo usual en todos los fue-
ros de la Extremadura leonesa, salvo en el de Coria donde antes de la concesión del fuero ya había obispo.
101
Documento nº 1.
102
Suárez de Figueroa, D. (2006): Historia de la ciudad de Badajoz, Sevilla (reedición), p. 118.
103
Documento nº 5.
104
Documento nº 2.
~ 88 ~
El segundo de los aspectos esenciales de la carta puebla de Badajoz, esto es, la deli-
mitación del término, fue confirmada también por Alfonso X en 1255, al año siguiente
de que prohibiese la adquisición de heredades por la iglesia y cuando las posibilidades
de restaurar la antigua sede metropolitana de Mérida habían desaparecido por completo
tras la cesión de esta ciudad a la Orden de Santiago.105
Ante la imposibilidad de res-
taurar la sede emeritense y para evitar que los cristianos del amplio alfoz de nuestra
ciudad se quedasen sin pastor natural el rey creó la diócesis de Badajoz cuyo primer
obispo fue don Pedro Pérez. Como acababa de prohibir que los obispos y las órdenes
(religiosas y militares) adquiriesen heredades en el término de la ciudad y con el fin de
que el recién nombrado obispo pacense tuviese unos recursos propios con los cuales
pudiese desenvolverse con una cierta dignidad, Alfonso X le concedió el señorío terri-
torial, pero no el jurisdiccional, sobre las actuales localidades portugueses de Ouguela y
Campomaior, que entonces pertenecían al concejo de Badajoz. Para evitar confusiones
entre el territorio cedido al obispo y para reafirmar los términos de Badajoz, Alfonso X
volvió a delimitar el término de esta ciudad.106
Este documento de Alfonso X en el que se fijan los amplios límites de Badajoz, jus-
tificados diciendo que Badajoz es cabeza del Reino (expresión que no dejaba de ser más
que una figura retórica dado que el reino musulmán de Badajoz ya no era más que un
recuerdo y ni el mismo rey se titulaba como tal) es doblemente interesante; primero, por
la fijación de términos; y segundo, porque –como ya dijimos– el rey confirma la exis-
tencia del fuero otorgado por su abuelo el rey Alfonso IX.
Sin embargo, nos plantea una pregunta: ¿Por qué Alfonso X aunque afirmaba haberlo
visto no confirmó el fuero dado a Badajoz por su abuelo, como era lo usual? No lo sa-
bemos.
A pesar de esa delimitación del término de Badajoz, es decir, a pesar de que el rey es-
pecificaba claramente cuáles eran los territorios sobre los que el concejo de Badajoz –lo
que equivale a decir el mismo rey– ejercía su jurisdicción, el obispo pacense creyendo
que la cesión que el rey le había hecho de Campomaior y Ouguela comprendía el seño-
río territorial y el jurisdiccional no sólo otorgó fuero a esas localidades, sino que se opu-
so a que sobre ellas ejerciera jurisdicción el concejo de Badajoz. El rey tuvo que volver
a ratificar la jurisdicción de nuestra ciudad sobre el territorio cedido al obispo en una
carta dirigida al concejo de Badajoz en 1270.107
El amplio término de Badajoz se vio bastante mermado en varias ocasiones bien por
complacencia bien por la debilidad institucional de Alfonso X.
105
Como las órdenes militares dependían directamente del Papa, los territorios sujetos a ellas no tenían
obispo. Ese fue el motivo por el que el arzobispo compostelano, sucesor teórico del antiguo arzobispo de
Emérita Augusta, cedió la ciudad de Mérida a la Orden de Santiago; se impedía así la restauración de la
vieja diócesis lusitana, restauración que hubiera supuesto la supresión o deslegitimación de la composte-
lana.
106
Documento nº 3.
107
Documento nº 4.
~ 89 ~
En 1264, en plena sublevación de los musulmanes andaluces y murcianos, cedió a las
presiones de la Orden de Alcántara y Badajoz hubo de renunciar a los derechos que
pudiera tener sobre Mayorga y Piedrabuena (ambas en el actual término de San Vicente
de Alcántara) y aunque a nuestra villa (entonces se la calificaba así) se le reconoció la
propiedad de Azagala (hoy término de Alburquerque), con el tiempo también pasaría a
ser de la Orden de Alcántara.108
Si Badajoz había perdido sus posibles derechos sobre las localidades citadas, situadas
todas al norte de su término municipal, en 1277, en plena crisis dinástica, originada
tanto por la oposición de la nobleza a las reformas políticas y económicas que el rey
trataba de introducir como por su empeño en nombrar sucesores a sus nietos los infantes
de la Cerda (hijos del fallecido primogénito don Fernando) frente a las pretensiones de
su segundogénito el infante don Sancho (futuro Sancho IV), éste, para ganar partidarios,
comenzó a hacer grandes promesas a los asilvestrados magnates del reino; al rey no le
quedó más remedio que hacer lo mismo y Badajoz perdió derechos al este y sur de su
territorio. Al este, en torno a Tierra de Barros, en beneficio de la Orden de Santiago
(también llamada entonces Orden de Uclés): Lobón, Maimona (Los Santos), Puebla de
Sancho Pérez, Cantos (Fuente de Cantos), etc.;109
al sur en beneficio de la Orden del
Temple, la cual desde el Jerez hoy llamado de los Caballeros, logró hacerse con Burgos,
el hoy llamado Burguillos del Cerro.110
A la hora de la verdad a Alfonso X no le sir-
vieron de nada esas cesiones, puesto que tanto Santiago como el Temple se pasaron al
bando del infante rebelde.
Pero la gran pérdida para Badajoz se produciría al oeste de su territorio veinte años
después, en 1297, cuando, como consecuencia del tratado de Alcañices, Olivenza, Ou-
guela y Campomaior pasaron a ser del reino de Portugal. El término de Badajoz siguió
mermando en los tiempos posteriores cuando los reyes vendieron parte de él a señores
particulares.111
El tercer aspecto esencial de la carta puebla de Badajoz debió ser la facultad conce-
dida al concejo para hacer la partición o reparto del territorio entre sus pobladores, lo
que solía efectuarse inmediatamente después de la constitución del concejo tras la re-
conquista. El reparto que se hizo entonces fue confirmado por Alfonso X en 1265112
y
en 1277 cuando dice: ellos (los vecinos de Badajoz) han sus heredamientos en su tér-
mino de lo que los cayeron en partición cuando la villa fue parada,113
en 1279114
y por
108
Documento nº 6.
109
Documento nº 7.
110
Documento nº 8.
111
Sirva como ejemplo la venta de Zafra, Feria y la Parra, hecha en 1394 por el rey Enrique III a don Gó-
mez Suárez de Figueroa (cuyo padre, Lorenzo, fue maestre de Santiago entre los años 1387-1409).
112
Documento nº 9.
113
Carta de Alfonso X aprobando las dehesas privadas que se habían hecho pero prohibiendo adehesar
los montes públicos. 1277. González, T.: Colección de privilegios, franquezas, exenciones y fueros, con-
~ 90 ~
Sancho IV en 1288;115
este mismo rey autorizó en 1292 un nuevo reparto de bienes que
hasta entonces venían siendo comunales.116
El fuero extenso de Badajoz: hacia 1230.
Que además del fuero breve o carta puebla Badajoz tuvo un fuero extenso es co-
múnmente admitido; pero de ese fuero extenso no conocemos nada con certeza, aunque
cabe la muy fundada posibilidad que pertenezcan a él los 18 artículos que recoge fray
Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, en una de sus cartas117
[y de los que no
vamos a ocuparnos aquí para, abreviando, no extendernos demasiado en este epílogo].
[Habiendo dado un salto en el texto, proseguimos por la página 118]. El gran legis-
lador de la Castilla medieval no fue Alfonso X, sino su biznieto Alfonso XI.118
En el
Ordenamiento de Alcalá se establecía la prelación de las leyes por las que habrían de
regirse los diversos territorios del reino; dicha prelación quedaba establecida en el si-
guiente orden: en primer lugar, los ordenamientos (órdenes del rey presentadas y apro-
badas en las Cortes); en segundo lugar, los fueros locales; y, finalmente, lo que no estu-
viese regulado ni en unos ni en otros por lo que dijesen las Partidas. Como vemos, en el
Ordenamiento de Alcalá se daba tal importancia a los fueros locales que en gran parte
de los municipios, y más aún, en los de mayor relevancia cual era Badajoz, se procedió
entonces a algo así como una codificación, a una compilación de los fueros de la lo-
calidad en un solo volumen (así se hizo, por ejemplo, en Cáceres); en algunos casos esa
compilación fue sometida a la sanción del rey Alfonso XI; eso es lo que pudo suceder
con el fuero de Badajoz y de ahí la afirmación de que fue otorgado por dicho rey; o tal
vez, esa confusión entre uno y otro rey no se deba más que a un error y donde se es-
cribió Alfonso XI se quiso escribir Alfonso IX.
Como no es bueno dudar de la palabra de los obispos, creamos en la del ilustre pre-
lado de Mondoñedo fray Antonio de Guevara y en la compra de un libro viejo que decía
haber hecho a un librero de Zafra. Tengamos en cuenta que Zafra perteneció inicial-
mente al alfoz de Badajoz, por lo que es lógico pensar que los alcaldes y justicias de
cedidos a varios pueblos y corporaciones de la Corona de Castilla, copiados de orden de S. M. de los
registros del Real Archivo de Simancas. Sirve de continuación a la colección de documentos concer-
nientes a las Provincias Vascongadas. Tomo VI. Madrid, 1833, p. 118.
114
Carta de Alfonso X confirmando los bienes comunales del Concejo de Badajoz. 1279. González, T.:
Op. cit., p. 124.
115
Carta de Sancho IV confirmando los cambios y compras de tierras hechos después del primer reparto.
1286. González, T.: Op. cit., p. 127-12.
116
Privilegio de Sancho IV confirmando los bienes comunales del Concejo de Badajoz. 1292. González,
T.: Op. cit., p. 133 y ss.
117
Guevara, fray Antonio: Epístolas familiares. Madrid, 1668, p. 111.
118
Que reinó entre los años 1312-1350.
~ 91 ~
esta villa se hubiesen hecho con una copia del fuero de la capital. Tal libro contendría el
fuero extenso de Badajoz en su integridad con el refrendo o compulsa de la Chancillería
real para reconocerle la importancia que el Ordenamiento de Alcalá daba a los fueros
locales. De ahí la falsa atribución a Alfonso XI; y decimos falsa atribución porque es
harto improbable que Alfonso XI concediese ex novo un fuero extenso a Badajoz, ya
que cuando este monarca otorgó fuero a alguna localidad que no lo tenía con anterio-
ridad, y en la actual Extremadura no concedió más que el de Garrovillas, el fuero otor-
gado fue el de León cuyo contenido no tiene nada que ver con los artículos que cita fray
Antonio de Guevara. Lo más parecido que hizo Alfonso XI al otorgamiento de fueros
nuevos y particulares fue aprobar algunas ordenanzas municipales, cual es el caso de las
de Plasencia en 1346119
o refrendar los fueros ya existentes.
Una pregunta no del todo ociosa: ¿qué hacía el susodicho libro de los “fueros” de
Badajoz en manos de un librero de Zafra? Como los estudiosos de la historia de esta
villa saben muy bien, salvo entre los años 1295 a 1307 en los que Zafra fue señorío de
don Alfonso Pérez de Guzmán, más conocido como Guzmán el Bueno, siempre perte-
neció a Badajoz, esto es, a la Corona. En 1394 fue vendida por Enrique III, junto a Feria
y La Parra, a don Gómez Suárez de Figueroa (cuyo padre había sido maestre de San-
tiago). Evidentemente, a partir de esa venta y de la pérdida de su condición de villa rea-
lenga, el tal libro con la copia de los “fueros” de Badajoz dejaba de tener la importancia
que hasta entonces había tenido. En cualquier expurgo posterior del archivo municipal
pudo ser puesto en almoneda y llegar así a manos del mal librero de Zafra.
Otra cuestión no del todo intrascendente: Si el obispo de Badajoz devolvió a su dueño
el obispo de Mondoñedo el libro con las “leyes” de la ciudad pacense es de suponer que
se quedaría con una copia ¿para qué querría, si no, que el de Mondoñedo le explicase el
significado de algunas de ellas? ¿Qué pasó después con esa copia? ¿Desapareció poste-
riormente del archivo diocesano de Badajoz? ¿Está aún allí traspapelado? ¿Puede estar
el documento que fray Antonio compró al librero de Zafra en el archivo episcopal de
Mondoñedo donde murió el por tantos motivos famoso obispo el año 1545?
Exenciones y otros privilegios.
Alfonso X se preocupó bastante por las cosas de Badajoz, según vemos en los docu-
mentos que poseemos, y escuchó a sus vecinos más que su padre el Rey Santo; los
documentos referentes a la ciudad durante el reinado del Rey Sabio son relativamente
abundantes.
Así, por ejemplo, en 1253 ordenó a los judíos de la ciudad que pagasen las oncenas,120
lo que implícitamente venía a confirmar la condición realenga de la ciudad, ya que al ser
los judíos de cualquier lugar súbditos directos del rey únicamente a éste habían de pagar
119
Real Academia de la Historia (R.A.H.). Colección de fueros y cartas-pueblas de España. Catálogo.
Madrid, 1852, p. 186.
120
Carta de Alfonso X ordenando a los judíos de Badajoz que pagasen las oncenas. 1253. González, T.:
Op. cit., p. 111.
~ 92 ~
impuestos; al tener que hacerlo a la ciudad de Badajoz era tanto como decir que Badajoz
era del rey.
Al año siguiente (1254) ordenó, como ha quedado dicho, que ni obispos ni órdenes
“compren y ganen heredades foreras, ni pecheras, de que Nos perdamos nuestros dere-
chos”,121
posición mantenida por todos los reyes (e incluso por los señores, incluidas las
órdenes militares, en sus respectivos territorios) que tendía a evitar la disminución de
ingresos más que la amortización, tan gravosa en los siglos siguientes para la economía
del país.
En 1255 concedió a los pacenses “que fagan en la ciudad de Badajoz una feria en el
año que comience, dos días después de Pascua mayor, y que dure fasta quince días”.122
Esa concesión no debió tener mucho éxito dado que la población era escasa, y por ello
el tráfico mercantil tampoco debía ser demasiado; fue preciso confirmarla veintitrés
años después.123
Dada la escasez de población, reflejada en varios de los documentos, cabe suponer
que una de las principales fuentes de ingresos de los pacenses fuese el pastoreo (fun-
damental en tierras poco pobladas); por ello que fue preciso regular el montazgo.124
En aquella Badajoz poco poblada y presumiblemente con numerosas dehesas, la clase
de los caballeros villanos, esto es de quienes sin más condición que poseer armas y un
caballo debidamente guarnecido para la guerra, debía ser bastante importante e incluso
regir el concejo tal como lo da a entender el siguiente documento: “Por hacer bien y
merced al concejo de Badajoz y por mucho servicio que me hicieron, tengo por bien y
mando que los caballeros que estuvieren guisados de caballos y armas, y tuvieren lori-
gas de caballos, que sean escusados ellos y sus apaniaguados de todo pecho y de todo
pedido, salvo de moneda; y otrosí que sean escusados los amos que criaren los hijos de
los caballeros en cuanto se los criaren;...y los caballeros fagan alarde una vegada al
año, porque sepan los mis cogedores si están así guisados”;125
es curiosa la obligación
que les impone el rey de hacer alarde una vez al año, es decir, la obligación de de-
mostrar que tienen tales caballos y armas; se trataba así de evitar la picaresca y que
disfrutaran de las exenciones fiscales quienes no estaban preparados para la guerra.
121
Documento nº 1.
122
Privilegio de Alfonso X concediendo una feria anual de quince días a Badajoz. 1255. González, T.:
Op. cit., p. 112.
123
Carta de Alfonso X confirmando la feria. 1278. González, T.: Op. cit., p. 124.
124
Carta de Alfonso X, concediendo la exención del montazgo al Concejo de Badajoz. 1270. González,
T.: Op. cit., p. 117-118. Carta de Sancho IV confirmando la exención del montazgo al concejo de Ba-
dajoz. 1285. González, T.: Op. cit., p. 126.
125
Carta de Alfonso X concediendo exención de todo pecho a los caballeros de Badajoz. 1276. González,
T.: Op. cit., p. 118. y ss.
~ 93 ~
Como tales exenciones no debían ser suficientes, en el caso de que realmente hubiera
guerra, Sancho IV estableció la cantidad que debían cobrar los caballeros en ese caso.126
El reparto del término municipal (que suponemos no se hizo de forma equitativa), el
adehesamiento de terrenos particulares y las exenciones a los caballeros posiblemente
expliquen el por qué del despoblamiento de Badajoz, atribuido por la literatura oficial a
la presión tributaria (1277): “A los cogedores de los pechos que agora son y serán de
aquí adelante en Badajoz y todo su término, salud y gracia. Sabed: que García Pérez,
mío juez en Zamora, me dijo que se despoblaba la villa y el término de Badajoz, que se
iban los pobladores a Portugal y a las villas de las Órdenes y a otras partes porque vos
los cogedores no les queredes guardar las cartas nin las franquezas de los escusamien-
tos que Yo dí al concejo y a los pobladores, y que les pasades contra ellas ganando mis
cartas encubiertamente que pechen todos comunalmente en los pechos que í acae-
cen”;127
el rey les decía a los recaudadores (cogedores) que no abusasen. Al año si-
guiente (1278) Alfonso X volvía a insistir en lo del despoblamiento al confirmar la
feria: “Por facer bien y merced al Concejo de Badajoz porque la villa sea mejor po-
blada, franquéoles la su feria...”.
Los resultados debieron ser tan magros que en 1285 Sancho IV (1284-1295) tuvo que
conceder nuevos y amplios beneficios fiscales a quienes se decidieran ir a poblar Ba-
dajoz.128
Una cuestión relevante era todo lo relacionado con la martiniega, es decir, con el
impuesto que debían pagar todos los que explotasen tierras de señorío o realengo,129
que
en el caso de Badajoz eran todas menos las comunales. Alfonso X había establecido la
cantidad que debía cobrar el recaudador de la martiniega (que era un cargo importante
porque también desempeñaba las funciones de juez en los pleitos relacionados con ella),
y quien debía ser éste, que en palabras del rey, era quien tuviese la nuestra seña,130
esto
es quien fuese designado por el rey. En los años durante los cuales el rey hubo de en-
frentarse a su hijo Sancho tales recaudadores no solían ser vecinos de Badajoz. Los ve-
cinos de la ciudad entendían que eso era una vulneración de sus derechos y cuando el
infante Sancho se convirtió en rey Sancho IV se quejaron ante él diciendo que hay
126
Carta de Sancho IV ordenando el pago que han de recibir los caballeros de Badajoz que vayan a la
guerra. 1285. González, T.: Op. cit., p. 125-126.
127
Carta de Alfonso X confirmando las exenciones al Concejo y pobladores de Badajoz. 1277. González,
T.: Op. cit., p. 123.
128
Privilegio de Sancho IV concediendo exenciones a nuevos pobladores de Badajoz. 1285. González,
T.: Op. cit., pp. 126-127.
129
La martiniega, así llamada por pagarse el día de San Martín (11 de noviembre), en otros lugares cono-
cida por el nombre de fumazga o infurción, era algo más que un simple pago por arrendamiento o un
equivalente del que hoy llamamos Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI); suponía el reconocimiento
explícito del señorío del titular de la tierra sobre quienes la explotaban.
130
Carta de Alfonso X ordenando que el recaudador de la martiniega cobre treinta maravedís y juzgue lo
relacionado con ella. 1268. González, T.: Op. cit., p. 116.
~ 94 ~
homes sin vecinos que ganaron mis cartas de la mi chancillería [del rey] en que les
mando que juzguen í la martiniega y que ello iba contra los derechos del Concejo.
Sancho IV decidió que en el futuro tal cargo recayera en quien tuviera la seña, o lo que
es lo mismo el nombramiento o la conformidad, del Concejo.131
El mismo Sancho IV impuso a las autoridades de Badajoz unas curiosas normas a
seguir en el caso de pérdida de aves de caza: azores, halcones o gavilanes condenando
incluso a muerte a quienes no devolvieran tales aves y por escasez de recursos no
pudiesen pagar la multa establecida.132
Los fueros de Campo Maior y Ouguela.
Ya hemos dicho que Alfonso X creó la diócesis de Badajoz en 1256 para solucionar la
carencia de obispo en los territorios que habían sido de la antigua archidiócesis de Mé-
rida, dado que era canónicamente imposible restablecer ésta al haber pasado la vieja ca-
pital de la Lusitania al poder de la Orden de Santiago, la cual, al igual que las demás
órdenes militares no estaba sujeta a autoridad episcopal alguna.
Por otra parte, la creación de una diócesis obedecía entonces tanto o más a motivos
gubernativos que a conveniencias religiosas, porque no siempre era fácil a los monarcas,
o a los concejos, hacer presente su autoridad en todo el territorio; pero, la Iglesia, con su
estructura parroquial –que en toda Europa fue durante la Edad Media el mejor sistema
de organización del territorio– llegaba hasta los más recónditos confines. La creación,
pues, de la diócesis pacense fue, además de una necesidad religiosa una medida de buen
gobierno y de organización del territorio.
También hemos dicho cómo el rey, siguiendo una larga tradición refrendada en todos
los fueros de la Extremadura leonesa (salvo en Coria), había prohibido ceder bienes in-
muebles a los eclesiásticos; por lo tanto el nuevo obispo de Badajoz carecía de cualquier
tipo de patrimonio que le permitiera realizar su función con una cierta dignidad. Hubo,
pues, de dotársele de las tan necesarias rentas. Esa fue la causa por la cual Alfonso X le
entregó el señorío territorial de la cercana Ouguela y Badajoz.
Bien porque el documento de cesión (que no conocemos) fuese confuso, bien porque
el prelado tuviese más afán de mando del estrictamente necesario y se atribuyese el se-
ñorío territorial y el jurisdiccional o bien porque los pobladores de Campomaior se sin-
tiesen un tanto desgobernados (que es lo más probable), lo cierto es que el primer obis-
po de Badajoz y señor de Campomaior otorgó a los habitantes de esta localidad, previa
avenencia con ellos (“Fecha esta avenencia et este fuero”), un fuero en el año 1260.133
Las disposiciones de este fuero sin similares a las de los demás de la familia foral de
la Extremadura leonesa; por ejemplo, la afirmación de la sociedad estamental: Cavalei-
131
Carta de Sancho IV indicando quien ha de ser el recaudador de la martiniega. 1287. González, T.: Op.
cit., p. 132.
132
Carta de Sancho IV sobre la pérdida de aves de caza. 1290. González, T.: Op. cit., p. 133.
133
Documento nº 10.
~ 95 ~
ros de Campomayor sean en juicio por podestade de infanzones, et los clerigos hayan
costumbre de los cavaleiros, et los peones hayan en iuicio por cavaleiros, villanos de
otra tierra (art.26). Sin embargo vemos que el obispo se atribuye funciones judiciales,
el mero imperio, exclusivas del rey o del concejo en los territorios de realengo, y fun-
ciones militares exclusivas también del rey o del concejo como el fonsado o el apellido.
Con ojos de hoy puede sorprendernos (por nuestros prejuicios sobre la sociedad me-
dieval) el tratamiento que se da a los delitos contra las mujeres: por forzarlas, herirlas
ante su marido o raptar a una soltera se pagaba la máxima caloña establecida en el fue-
ro: 300 ff. ¿reales? (arts. 5, 17 y 41), bastante más que por homicidio (5 ff., art. 2); sin
embargo, por repudiarlas o romper la promesa de matrimonio se pagaba 1 ff. (art.13).
Tanto por los artículos citados como porque en general las caloñas estaban desfasadas,
el segundo obispo de Badajoz, quien creía que Campomaior “pertenece á nuestro se-
ñorio complidamente tan bien en las cosas temporales, como ennas spirituales”, hubo
de hacer una revisión del fuero a petición del concejo “Poren veno el conceio deste lu-
gar sobredicho delant nos, et pidionos por merced por muitas veces, que les otorgasse-
mos fuero, et los assosegassemos en el so qual viviesssen, et por que iulgassen”. El
obispo les concedió el libro del fuero e de los juicios. El tal Libro del Fuero e de los Jui-
cios era el también conocido como Fuero Real al que el obispo, después de llamar al rey
“glorioso e sabio é victorioso” dedicaba la más encendida alabanza que ley alguna haya
recibido jamás: “E este libro quien bien lo catar fallará en el complimiento de lo que a
mester, que es como fuente perenal en comparación de todos los otros que fueron e son
en Spana”.134
A pesar del elogio que el obispo don fray Lorenzo hacía del rey, como consideraba
que Campomaior era de su “señorio complidamente tan bien en las cosas temporales,
como en las spirituales”, se oponía a que el concejo y jueces de Badajoz impartiesen
justicia, la justicia del rey, en la localidad de señorío episcopal. Alfonso X, maravillado
según sus palabras de la pasividad de las autoridades pacenses, al año siguiente (1270)
de ese segundo fuero de Campomayor les dirigió una carta instándolos a hacer justicia
en Ouguela y Campomayor amenazándoles de ir contra ellos si no la hiciesen: “no se lo
consintades por alguna manera [el que no les dejasen actuar en las villas hoy
portuguesas], y no fagades ende al, si non a vos me tornaría por ello”.135
APÉNDICE DOCUMENTAL
DOCUMENTO Nº. 1: Carta de Alfonso X al concejo y alcaldes de Badajoz ordenán-
doles que no permitan la adquisición de heredades por la iglesia. 1254.
DOCUMENTO Nº. 2: Confirmación por los Reyes Católicos de la condición de Ba-
dajoz como ciudad realenga. 1475.
134
Documento nº 11.
135
Documento nº 4.
~ 96 ~
DOCUMENTO Nº. 3: Fijación de los términos de Badajoz por Alfonso X. 1258.
En este documento aparece Valdemedet.136
DOCUMENTO Nº. 4: Alfonso X ordena al cabildo y jueces de Badajoz ejercer justicia
en Campomaior y Ouguela (esta última es llamada Iguala en el documento). 1270.
DOCUMENTO Nº. 5: Alfonso X prohíbe al obispo y cabildo de Badajoz inmiscuirse en
los juicios por testamentos. 1270
DOCUMENTO Nº. 6: Documento de Alfonso X delimitando el término de Badajoz de
las posesiones de la Orden de Alcántara. 1264.
DOCUMENTO Nº. 7: Documento de Alfonso X delimitando el término de Badajoz de
las posesiones de la Orden de Santiago. 22 de mayo de 1276 con copia para el concejo
de Badajoz de 3 de agosto de 1277.
DOCUMENTO Nº. 8: Documento de Alfonso X delimitando el término de Badajoz de
las posesiones de la Orden del Temple. 26 de mayo de 1276 con copia para el concejo
de Badajoz de 5 de agosto de 1277.
DOCUMENTO Nº. 9: Carta de Alfonso X confirmando los repartimientos hechos en
Badajoz prohibiendo cederlos a órdenes religiosas o militares. 1265.
DOCUMENTO Nº. 10: Fuero concedido a Campomaior por el obispo de Badajoz.
1260.
DOCUMENTO Nº. 11: El obispo de Badajoz concede a Campomaior el Libro del Fuero
e de los Juicios. 27 de febrero de 1269.
136
El arroyo (nombrado desde Maimona) que pasa por Ribera del Fresno (sin nombrar) y desemboca en
el río Matachel, afluente del Guadiana.
~ 97 ~
EPÍLOGO V
FRAY JUNÍPERO DE ASÍS
Colguemos en la galería el retrato más llamativo.
Entre todos los compañeros primitivos de San Francisco, el más original –en el sen-
tido de insólito– fue sin duda el hermano Junípero. Es, también, el fraile que más ha he-
cho reír en el mundo.
Pero sucede con él como con el Quijote: hay que saber leerlo. No lo conoce, el Qui-
jote, quien lo toma sólo como un libro para la risotada, sin penetrar su entraña cálida-
mente humana ni su inspiración altamente idealista. También desconoce al hermano Ju-
nípero quien lo ve sólo como un simple bufón, jocosamente ridículo. Para entenderle,
hay que saber y apreciar la simplicidad franciscana; a la inversa, él enseña como pocos a
descubrir esa simplicidad, que es sublimación y santificación de la simple simpleza. El
Pobrecillo Francisco fue un dechado perfecto de esa simplicidad, y los suyos auténticos
–cada cual a su modo– se la copiaron, y, hasta hoy, el mundo entero goza con ella y se
la agradece.
Hay en el franciscanismo primitivo otro caso paradigmático de simplicidad extrema.
Se le llamó “el hermano Juan el Simple”. A Francisco le encantó desde que lo recibió
en la Orden, por la pronta espontaneidad con que hacía cuanto se le aconsejaba; su an-
helo fue ser en todo como Francisco. Llegó al extremo, con unas aficiones mímicas
como las de un niño: “Si San Francisco estaba meditando –donde fuera–, Juan el Sim-
ple remedaba todos sus gestos y posturas; si el Santo escupía, él escupía; si tosía, tosía
él; sincronizaba suspiros con suspiros, llanto con llanto; cuando el Santo levantaba las
manos al cielo, las levantaba igualmente él. Lo observaba en todo con atención, como a
su modelo, y reproducía cuanto él hacía. Francisco, con mucha alegría, comenzó a
reprenderle de tales simplezas. Pero el hermano Juan le respondía:
–Hermano, yo prometí hacer lo que tú haces, y he de ajustarme a ti en todo. Sería
para mí un peligro no copiarte en algo.
Francisco, aunque admirado y regocijado de tal sencillez y pureza de alma, se lo lle-
gó a prohibir. Murió al poco tiempo de esa prohibición. Y el hecho es que había ido
progresando tanto en sus virtudes y modales, que el Pobrecillo y los otros se maravi-
llaban de su gran perfección. Francisco lo citaba frecuentemente en su conversación, y,
con muchísimo regocijo, lo proponía como modelo de santa y pura simplicidad. Y no lo
llamaba “hermano Juan”, sino “San Juan”” (2 Cel 190).
Escribía Bernanos que en cada cosa hay un sacramento. Aquí también. Los gestos de
Francisco, reproducidos seriamente por este hermano Juan, eran como unos signos
sacramentales: la gracia –la santidad– estaba en el espíritu con que ambos –original uno,
copista el otro los realizaban.
~ 98 ~
El individuo que forjó su nombre.
Pero vengamos ya al prototipo, el hermano Junípero. Su primera originalidad consis-
tió en imponerse él mismo su nombre al ingresar en la Orden, como enseña de su nueva
vida. Su nombre es en italiano “Ginepro”, en castellano “Enebro”, en botánica “Juní-
perus”, una apreciada especie de pino, de madera resistente. Wadingo juega literaria-
mente con él y la patrística –y estos datos descriptivos los reitera hoy Fortini–: “San
Isidoro afirma que la ceniza del enebro mantiene mucho tiempo ardiendo los carbones
del mismo árbol; también el hermano Junípero guardaba largamente el fuego del amor
en su pecho. Y San jerónimo, refiriéndose a este árbol que se autodefiende con púas es-
pinosas, dice que da permanentemente flores y frutos, y nunca pierde su verdor; lo
mismo, el hermano Junípero fomentaba en sí la lozanía del amor a Dios y a los demás,
con la guarda vigilante de su vida penitencial”. El Anónimo de Perusa lo califica de
“uno de los más selectos discípulos primitivos de Francisco”. Tanto llegó a apreciarlo
éste, que solía repetir:
–¡Ah, quien me diera un bosque de Juníperos!
Y tanto o más le apreciaba Santa Clara, que gozaba teniéndolo junto a ella en su lecho
de enferma y moribunda, y lo apellidaba con un vocablo que Cuthbert traduce “Ju-
guetillo de Dios”, Fortini como “Juglar de Dios” (de Joculator Domini) y Omaeche-
varría como “Saetero de Dios” (de Jaculator Domini), por sus jaculatorias ardientes,
inesperadas, célebres; en realidad, nuestro héroe fue esas tres cosas. Y esa estima que le
profesaron las dos máximas figuras del franciscanismo nos está avisando de que no es-
tamos ante un payaso, sino ante una personalidad apreciable. Sus anécdotas son cierta-
mente de lo más divertido, pero también de lo más ejemplar que se puede leer. Es “el
loco del poema heroico del franciscanismo” (Fortini). El más loco y el más niño, pero
de los que dice el refrán: los locos y los niños cantan las verdades.
En el retrato “robot” del hermano menor, Francisco inserta a este hermano Junípero
por “su paciencia, que llegó al grado perfecto por el conocimiento de la propia vileza –
que tenía siempre ante sus ojos– y por el supremo deseo de imitar a Cristo en el camino
de la cruz” (EP 85). Pues Francisco lo vio así, eso es lo primero y principal que de-
bemos mirar y admirar nosotros en él: su paciencia, su humildad y su amor a la cruz. Y
lo hemos de ver en cuantas páginas siguen. Pero tenemos que poner también por delante
esto otro: que lo importante y originalísimo es la forma en que este hermano Junípero
ejercitó en su vida esas virtudes. Quede aquí expresado este rasgo con esta nota de
Wadingo: “Nadie habrá tan ávido de honores como él de vituperios. Cuando alguno se
los dirigía –y no fueron pocos–, se quitaba de un vuelo la capa, la abría ahuecada ante
él y le decía:
–Amigo, echa aquí con generosidad. Llena esta falda de piedras preciosas”.
La intimidad de un extravertido.
Para entender lo de fuera, hay que conocer bien lo de dentro. Asomémonos a su espí-
ritu, antes de que nos sorprendan sus acciones.
~ 99 ~
El espíritu del hermano Junípero era medularmente contemplativo. Fortini lo pone a la
par con el hermano Gil –y ya es afirmar–: “Gil y Junípero son, en la leyenda francis-
cana, semejantes a las águilas, que del infinito cielo bajan como un rayo a tomar parte
en la batalla terrestre. De igual modo el caballero místico y el loco de Cristo pasan rá-
pidamente de la contemplación a la acción. Por eso la alegría franciscana reverbera en
ellos con su más inflamado esplendor”.
Y, como contemplativo nato, era amantísimo del recogimiento y del silencio, que
cultivaba de modo original. Una vez se pasó medio año sin pronunciar una sola palabra:
el primer día se comprometió a no hablar con nadie en honor de Dios Padre; el segundo
día, en honor de Dios Hijo; el tercero, en honor de Dios Espíritu Santo; el cuarto, como
obsequio amoroso a la bienaventurada Virgen María; y el siguiente, y el otro, y el otro,
y el otro, en honra de uno y otro santo de su devoción. Se le acabó la letanía antes que
las ganas de no hablar. Pero no era callar por callar, sino artimaña suya para dedicarse
íntegramente a la contemplación. Yo me acordé de él cuando leí estas palabras que
Kazantzakis pone como arenga de San Francisco a los suyos: “Predicad sobre todo con
vuestra vida y vuestras obras. ¿Qué hay por encima de la palabra? La acción. ¿Y por
encima de la acción? El silencio. Subid hasta el último escalón”.
Estando en alta contemplación, y como contrapunto de la misma, un día le dio por
pensar en las buenas prendas que el Señor le había dado. Y le pareció ver en el aire una
mano misteriosa, y oír una voz que le decía:
–Sin esta mano no puedes hacer nada.
Y salió del lugar de su oración, y, con los ojos en alto, recorrió el convento clamando:
–¡Qué verdad es, Señor, qué verdad es!
Y no paró en mucho tiempo de andar y de exclamarlo.
Otro día quedó extáticamente traspuesto durante la misa conventual. Acabada ésta, los
hermanos se salieron, dejándolo en su endiosamiento. Cuando volvió en sí, fue donde
ellos y les dijo:
–¿Qué persona noble, en todo el mundo, no iría de buena gana por ahí llevando sobre
su cabeza una cesta de estiércol, si supiera que por eso le iban a dar un palacio colmado
de oro?
Y concluyó:
–¡Ay de mí! ¿Por qué nos negamos a soportar un poco de deshonor, para lucrar la vida
eterna?
Y, otro día, estaba él con los hermanos Gil, Rufino y Simón. Y se le ocurrió al herma-
no Gil preguntar:
–¿Qué hacéis vosotros cuando sentís la tentación carnal?
Se lo pensaron. Y el hermano Rufino contestó:
–Yo me encomiendo a Dios y a la bienaventurada Virgen María, y me echo a tierra
cuan largo soy.
Le dijo el hermano Gil:
–Te comprendo. Y tú, hermano Simón, ¿qué haces?
–Pienso en la torpeza del acto carnal, y huyo.
–También a ti te entiendo. Y tú, ¿hermano Junípero?
~ 100 ~
–Pues yo, en cuanto me atacan malos pensamientos o deseos, digo: “¡Lejos, lejos, que
la hospedería está ocupada!”. Y ni les abro la puerta. Y ellos no tienen más remedio
que irse, como vencidos en todo el frente de batalla.
–Contigo me quedo, hermano Junípero –remató el hermano Gil–. Con este vicio, lo
más seguro es luchar evitando el combate, pues si se cuela dentro un traidor, por los
sentidos entra todo un ejército de enemigos. Y entonces la batalla será fuerte, y difícil la
victoria.
Tanto como le gustaba a él orar, quería que también los otros orasen. Y ese empeño
suyo dio origen a una de sus más simpáticas anécdotas. Residía por entonces nuestro Ju-
nípero en un conventillo con algunos hermanos. Llegó un día en que tuvieron que salir –
del guardián para abajo– todos menos él. Y le pidieron que para la vuelta les tuviera
preparado algo que comer.
–A mi cuenta, hermanos –contestó él con alegre disponibilidad.
En cuanto se vio solo, empezó a darle vueltas a su magín sobre cómo cumplir mejor
ese oficio de cocinero. Y filosofó para sí mismo:
–Pero ¿qué es esto? ¿A qué tiene que estar todos los días ocupado un hermano en co-
cinar, en vez de dedicarse tranquilamente a la oración? Voy a preparar hoy tantos
manjares, que basten a todos para comer durante dos semanas.
Pensado y hecho. Sale del convento, se va al pueblo, consigue de prestado unas pero-
las y ollas grandes, y logra de limosna huevos, gallinas, y abundantes y variadas horta-
lizas. Y así, bien pertrechado, regresa al convento. Amontona una buena cantidad de ra-
mas y leños, y les prende fuego. Llena de agua los recipientes, mete en ellos –todo jun-
to– los huevos con su cáscara, las gallinas sin desplumar, las legumbres de diversa clase
sin seleccionar; y pone todas las cacerolas sobre el fuego.
Resultó que, a mitad de la faena, llegó al convento un compañero, que trataba y apre-
ciaba mucho a nuestro héroe, y habitualmente veía con gusto y gozo sus salidas excén-
tricas. Le chocaron todas aquellas ollas bullendo, y pensó: “Aquí tenemos otra hazaña
de nuestro Junípero”. Y se sentó a mediana distancia de la fogata, y, sin abrir la boca,
fue observando atentamente sus diligencias y sus gestos.
Iba con agilidad de olla en olla, revolviendo con un madero el contenido, metía ramas
aquí y maderos allá, soplaba el fuego a pleno pulmón... Como se abrasaba de tanto
arrimarse a las llamas, se hizo con una gran tabla para servirse de ella como de escudo;
buscó y encontró unas cuerdas, y con ellas se ciñó el vuelo del hábito, para librarlo de
las brasas, y siguió su faena cocineril hasta que le pareció que los manjares estaban ya
en su punto.
Apartó las perolas, y esperó la vuelta de los frailes. Cuando éstos regresaron, allí es-
taba Junípero, a la puerta del comedor, diciéndoles:
–Comamos bastante, hermanos, y, después, vayamos a orar. Y que nadie se preocupe
de cocinar en quince días, pues yo he preparado suficiente para todos ellos.
Se sientan los frailes. Junípero les va sirviendo las fuentes: los huevos sin descas-
carillar, las gallinas a medio pelar, y sueltas por los platos las plumas que se habían sol-
tado en la cocción. Y, para remate del espectáculo, ven que Junípero toma en sus manos
una de esas gallinas plumíferas, y, para animarles el apetito, empieza a comérsela rela-
miéndose los labios y diciendo:
~ 101 ~
–Esta parte es buena para fortalecer el cerebro. Y esta otra me mantendrá ágil el
cuerpo...
Los frailes le aprecian. Los frailes están pasmados. Los frailes, en aquel momento, no
saben si aquello es simplicidad o fatuidad. Y el hermano guardián se cree en el deber de
dirigirle una corrección, y se la da con claridad y crudeza. Y el hermano Junípero se
percata entonces de su disparate, se arrodilla ante todos y confiesa su culpa, llamándose
mal hombre y recordando públicamente con dolor los pecados que había cometido antes
de ingresar en la Orden. Y les decía:
–Conocí a uno a quien, como castigo de sus crímenes, le sacaron los ojos; con más
razón me deberían cegar a mí. Conocí a otro a quien le ahorcaron; con mayor causa me
deberían colgar a mí por mis malas obras, y porque he desbaratado tantos bienes de
Dios y de la Orden.
Y se retiró a un rincón a llorar su dolor, y en el resto del día no se atrevió a mostrarse
ante los frailes. Al cabo, el guardián dijo:
–A gusto aprobaría yo que este hermano malgastara cada día tanto como hoy, si lo
tuviéramos, por recibir también cada día el fruto de su edificación (Vida).
Los tres grados ignacianos de la humildad.
¡Quién le iba a profetizar a nuestro héroe –el inventor de las “juniperadas”– que lle-
garía un día como hoy en que podía ser presentado –y con todas las de la ley– como un
ejemplo excelente de los tres grados de humildad que propuso San Ignacio de Loyola en
un punto básico de sus Ejercicios! Sin embargo, así es, y con una originalidad única. He
aquí esos grados ignacianos, reducidos en su texto a lo que ahora nos importa: “La
primera manera de humildad es necesaria para la salud eterna; es a saber: que así me
baje y así me humille cuanto en mí sea posible... La segunda es más perfecta humildad
que la primera; es a saber: si yo me hallo en tal punto que no quiero ni afecto (me afi-
ciono) más a tener riqueza que pobreza; a querer honor, que deshonor... La tercera es
humildad perfectísima; es a saber: cuando, incluyendo la primera y segunda (...), por
imitar, y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza
con Cristo pobre, que riqueza; oprobios con Cristo lleno de ellos, que honores; y de-
sear más ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que
sabio ni prudente en este mundo”.
Si alguno quisiera, en esta “era de la imagen”, bien podría escenificar esa lección ig-
naciana en unas cuantas sesiones de “vídeo”, con nuestro Junípero como protagonista.
Serían divertidas, atractivas, sugerentes, aleccionadoras.
En la definición poliédrica que da el Pobrecillo sobre el verdadero hermano menor, ya
hemos visto que la figura de este Junípero se dibuja así: “Llegó al grado perfectísimo
de paciencia por el perfecto conocimiento de su propia vileza –que tenía siempre pre-
sente ante sus ojos– y por el supremo deseo de imitar a Cristo en el camino de la cruz”.
He subrayado esas palabras para que se pueda comprobar su correspondencia con las de
San Ignacio. Si hay alguna diferencia –que sí la hay–, se da en el segundo grado: lo que
allí es la célebre “indiferencia ignaciana”, en nuestro fraile es una balanza con el peso
vencido hacia la pobreza y el deshonor. Pero las palabras-clave son las mismas: humil-
~ 102 ~
dad, paciencia, amor a la cruz. Y todo –en uno y en otro– como respuesta al amor
extremo de Jesús. Narra la leyenda que, una vez, nuestro hermano Junípero se mortificó
tanto que llegó a echar sangre por la boca. En su simplicidad enamorada, corrió a pos-
trarse a los pies del Crucifijo, y exclamó con el acento de su dolor:
–Mira, Señor mío, lo que yo soporto por amarte.
Y –¡oh prodigio!– Jesús se desclavó una mano de la cruz, se la colocó sobre la llaga
de su costado, y le contestó:
–Y yo, ¿qué no soporté por ti?
Y, desde aquel momento, el hermano Junípero quedó cambiado en otro hombre: ya no
sufría; exultaba de gozo cuando otros lo tomaban como objeto de desprecio.
* * *
Empecemos por la primera forma de humildad: “Así me baje y así me humille cuanto
en mí sea posible”. No entenderá a este hermano Junípero quien no acierte a mirarlo
con esta óptica: “lo que otros juzgaban memez o fatuidad, él lo vivía como desprecio de
sí mismo”, apunta su biógrafo. Al entrar en el convento se decía:
–¡Oh inútil! ¿Con qué cara vuelves a tus hermanos? ¿Qué título tienes para que te
admitan? Sólo con darte cobijo, y un poco de pan y un vaso de agua, te darían mucho, y
muy por encima de tus méritos. Mereces que te echen, como indigno de su compañía.
Un día le dio por quedarse “descalzo desde los pies hasta la coronilla” –que escribi-
ría un periodista de hoy–, y así, como Dios lo puso en el mundo, se dirigió a Asís, y lo
atravesó de punta a punta, y dio la vuelta y regresó a la Porciúncula. El escándalo fue
sonado, pues era fecha con gran afluencia de gentes; y el bochorno de los frailes,
mayúsculo. El Ministro General le reprendió de lo lindo, y, como remate de su filípica,
le preguntó:
–¿Qué penitencia te pondré?
–Que me dejes volver igual por donde he venido –contestó imperturbable el amones-
tado.
Hasta muerto y después de muerto quería que le dieran gusto a su ansia de humilla-
ción. Cierta vez le preguntó él a un fraile:
–¿Cómo querrías morir tú?
Y el fraile le respondió:
–Me gustaría morir en un convento en que hubiera muchos hermanos, para que todos
rezaran al Señor por mi salvación.
Y nuestro hombre le comentó:
–Pues yo preferiría acabar con una enfermedad tan hedionda, que ningún hermano se
me pudiese acercar; y que, al fin, me sacasen del convento y me tirasen en una hoya del
campo, y morir allí solo y despreciado, y que ni siquiera me dieran sepultura, abando-
nado a que me coman los perros.
* * *
~ 103 ~
Pasemos a la segunda forma de humildad, ese fiel de la balanza sobrenatural que tiene
ya un nombre en la historia, la indiferencia ignaciana: “No querer ni buscar gustosa-
mente más riqueza que pobreza, más honor que deshonor”. Esta regla sería hasta in-
comprensible para nuestro hombre, el cual –al decir de su biógrafo– “huía de los ho-
nores como de la peste”. Pero tal exageración, vivida por él jubilosamente como un
descompás extremoso del fiel de la balanza ignaciana, está muy cerca de este encomio
del apóstol: Por eso saltarán de gozo, si hace falta ahora sufrir por algún tiempo diver-
sas pruebas; de esa manera los quilates de vuestra fe resultan más preciosos que el oro
perecedero, el cual, sin embarro, se aquilata a fuego, y alcanzará premio, gloria y ho-
nor cuando se revele Jesucristo (1 Pe 1, 6-7).
Por este camino hay que buscarle a nuestro héroe, para encontrarle y entenderlo: por
el que menosprecia el oropel mundano por el oro puro celestial, las riquezas transitorias
por las eternas.
Hemos conocido al hermano Gil, ejemplo y admiración de extáticos. Pues aquella vez
se cambiaron los papeles. Por entonces residían juntos Gil y Junípero. Y fue a éste a
quien le raptó el Señor. Y, al salir de su celeste arrebato, exclamó:
–¡Oh qué grande y hermoso es el Reino de Dios, en el que gozan los ángeles con
Cristo! ¡Y qué poco o nada hacemos por alcanzarlo! ¿Qué no darían los mayores pró-
ceres por conseguir un reino, si se lo ofrecieran? Y por este celeste, eterno, gozosísimo,
¿no queremos nosotros padecer un poco de molestia y de vergüenza?
Y el bendito Gil, al oírle ese desahogo místico, lloraba de devoción.
Tenían los frailes por amigo a un gran señor, al cual le había llegado la fama del
hermano Junípero. Y le entró el deseo de hospedarlo algunos días en su casa, para hon-
rarlo y por escucharle unas palabras santas. Le pasó su invitación, pero Junípero se negó
en redondo. El gran señor y amigo devoto de la Orden acudió al hermano guardián, y
éste le mandó por obediencia que aceptara tan cortés invitación. Y allá se fue nuestro
Junípero. El gran señor, la familia, la servidumbre, le recibieron con un aplauso general,
de contentos que estaban con su llegada, y se deshicieron en atenciones y requiebros
obsequiosos..., que a él le supieron a rejalgar; los tomó como ofensas, y respondía con
ademanes de menosprecio. Y no pudieron sacarle ni una palabra buena ni un gesto es-
pecial de devoción. Extrañado el señor de aquellas reacciones, pensó que estaría fati-
gado del camino, y que querría descansar. Y lo llevó al aposento que le había preparado,
con una hermosa cama de finas sábanas y colcha primorosa. Y allí lo dejaron, para que
reposara. En cuanto se vio solo, en lugar de acostarse para dormir ricamente, hizo des-
pectivamente de sábanas y colcha un guiñapo. Y, antes de salir el sol, se salió él furti-
vamente de aquel cuarto y de aquella casa, y regresó a su convento. No tardaron en lle-
gar a éste las quejas y el escándalo airado del señor. Y los frailes se lo recriminaron a
Junípero acerbamente, y él recibía los regaños de los suyos y el desprecio del señor con
muestras de alegría, como si fueran unas honrosas felicitaciones.
No es esa conducta juniperiana para imitar, ni siquiera para admirar, ciertamente; pe-
ro, en él, es otra irrefragable prueba del menosprecio de sí mismo, “por el conocimiento
de su propia vileza” –que ponderaba en él San Francisco– y por el “así me baje y así
me humille cuanto en mí sea posible” –que enseñó San Ignacio como primera manera
de humildad.
~ 104 ~
Tampoco lo entendieron los protagonistas de la siguiente escena deliciosa. La obe-
diencia destinó a Roma a nuestro Junípero. Fortini dice que “quizá fue el mismo Papa
Inocencio IV quien propuso a los superiores ese destino, pensando que su presencia
podría incrementar la devoción de la urbe a la Orden. El pontífice y el fraile se habían
encontrado en Asís en 1253, y ciertamente se habían comprendido, y se amaban”.
Antes que él había llegado a la Ciudad Eterna su fama de santo y la noticia de que
estaba a punto de arribar. Y espontáneamente se formó una nutrida procesión de gentes
que anhelaban darle la bienvenida y expresarle sus devotos respetos. Junípero los vio
venir, y con el primer golpe de vista adivinó sus intenciones, y, a su estilo repentino,
decidió cambiar aquella devoción popular en vilipendio suyo personal. Allí mismo,
junto a la calzada, dos chiquillos se divertían en un columpio. Voló Junípero, desbancó
del columpio a uno de ellos, y se puso a balancearse con el otro, columpio arriba, co-
lumpio abajo. Se acercó la comitiva de devotos, y, al verlo divirtiéndose así, como un
arrapiezo, y que él no dejaba el juego, sino que se absorbía en él más y más, redoblando
su regocijo –columpio arriba, columpio abajo–, algunos empezaron a cansarse y a des-
preciarlo, otros quisieron pensar bien de él, por su buena fama, y todos acabaron por dar
la vuelta y regresar a la ciudad. Junípero, en cuanto no divisó a nadie en lontananza, dio
fin a su juego y se coló de tapadillo en la gran urbe, alegre vencedor de sí mismo y de su
honra. Nunca un héroe victorioso entró más contento en una ciudad conquistada.
* * *
Con lo dicho, nos podíamos ahorrar el presentar a nuestro hombre en la tercera ma-
nera ignaciana de humildad: “Por imitar, y parecer más actualmente a Cristo nuestro
Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza; oprobios con Cristo
lleno de ellos que honores; y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo –que
primero fue tenido por tal– que por sabio ni prudente en este mundo”. Porque todo el
Junípero que ya conocemos es así: pobre de todo y de sí mismo, afanoso buscador de su
deshonra, rompiendo con sus conscientes excentricidades todos los esquemas de la sabi-
duría y la prudencia de la humana sociedad.
Mas, por que no quede este párrafo de la tercera forma de humildad sin algo bio-
gráfico y juniperescamente hilarante, voy a transcribir de su Vida una anécdota. La na-
rración del biógrafo posee el encanto de una Florecilla, con los ribetes floreados de la
leyenda. Y empieza como parodiando a San Juan en el relato de la Ultima Cena: El dia-
blo le había metido a Judas en la cabeza entregar a Jesús (Jn 13, 2).
Queriendo el diablo levantarle al hermano Junípero una tribulación como ninguna
otra, se llegó a cierto tirano, señor de horca y cuchillo, cruel entre los crueles de la épo-
ca. Se llamaba Nicolás, poseía una ciudad-castillo cerca de Viterbo, y mantenía con esta
ciudad una guerra a muerte. El diablo, pues, se acercó a este Nicolás y le dijo:
–Señor, está a punto de venir un traidor enviado por los de Viterbo, para matarte de un
golpe e incendiar tu castillo. Lo conocerás por estas señales: trae el vestido roto y po-
brísimo, y el capucho revuelto y agujereado; y lleva consigo un punzón para matarte y
un mechero para darle fuego a tu fortaleza, con la complicidad de la noche. El tirano
Nicolás se quedó estupefacto, aterrorizado. Mandó de inmediato vigilar cuidadosamente
~ 105 ~
el castillo, y que, si asomara por allí alguien con tales indicios, lo apresaran y se lo tra-
jeran.
El hermano Junípero moraba en el convento de Viterbo. Y de Viterbo salió porque así
le pareció, pues tenía permiso del Ministro General para ir donde quisiera y sin com-
pañero. Y se dirigió hacia aquella ciudadela, en la que había otro conventillo de la Or-
den. Y en el camino se cruzó con un grupo de mozalbetes irrespetuosos y atrevidos, que
se metieron con él, lo zarandearon, y se divirtieron con la mala broma de destrozarle el
hábito y acribillarle la capucha. Y el bendito fraile, en vez de defenderse, hasta les ani-
maba y ayudaba a que la gozaran con sus fechorías. Hasta que se cansaron, y lo dejaron
que parecía todo menos un fraile menor.
De esa traza se acercó al castillo. Los vigilantes, que estaban al acecho, en cuanto lo
tuvieron a su alcance, se apoderaron violentamente de él, y lo condujeron a la presencia
del tirano. Este le registró de pies a cabeza, y le encontró un punzón –que llevaba para
arreglarse las sandalias– y un mechero –del que se servía cuando se encontraba solo por
esos mundos de Dios para hacerse una fogata y calentarse–. ¡Justo los instrumentos que
le delataban! El tirano Nicolás mandó en seguida que le pusieran una soga al cuello; y
se la apretaron tanto, que por poco lo ahogan. Y le colocaron en el potro de tormentos
para obligarle a confesar, estirándolo hasta el punto de que casi lo desbaratan. Y el ti-
rano le interrogó con rabia:
–¿Quién eres tú?
–Soy el mayor de los traidores, indigno de todo bien –respondió Junípero con su hu-
milde veracidad.
– ¿Y es cierto que venías a matar con tu punzón a un tal Nicolás, y a quemar su cas-
tillo?
–Aún peores cosas haría, si Dios no me tuviera de su mano.
No necesitaba más el tirano, y lo condenó a morir en la horca. Mandó que le cubrieran
la cabeza con un lino basto, según costumbre, y que lo ataran a la cola de un caballo, y
lo arrastraran por todos los lugares de la fortaleza, hasta el patíbulo, y lo colgaran en él
sin demora. Al escuchar su condena, el hermano Junípero no se inmutó, y hasta se mos-
tró alegre. Y empezó a ejecutarse la sentencia. La noticia concentró de inmediato a todo
el pueblo. Un buen hombre corrió al convento de los frailes y le dijo al hermano guar-
dián:
–Llevan a un traidor a colgarlo de la horca, y a él parece que no le importa confesarse
ni salvar su alma. Ven corriendo para moverlo al arrepentimiento y confesarlo.
Y el hermano guardián, un buen fraile voluminoso, se apresuró cuanto pudo. Según se
acercaba, oyó que el condenado gritaba:
–¡Desgraciados! ¡No tiréis tanto, que este cordel me está rompiendo la pierna!
Al escuchar esa voz, al hermano guardián le dio al corazón si no sería el hermano Ju-
nípero, y, abriéndose paso por el muro de gente que se apretujaba junto al reo vocife-
rando injurias, le arrancó de la cabeza aquel paño infamante, y se quedó lívido de es-
panto, al comprobar que, efectivamente, era el hermano Junípero. El cual, al verle, olvi-
dado de los insultos y de su tormento, le saludó sonriente:
–¡Hermano guardián, de veras que estás un tanto gordito!
Pero el guardián, dolorido y llorando, no estaba para bromas.
~ 106 ~
Se empeñó en darle su hábito, pero el hermano Junípero lo rehusó:
–Infeliz, tú estás grueso, y no parecerías muy bien sin hábito. No lo quiero.
Y entonces el guardián suplicó a los que lo arrastraban y al pueblo que se detuvieran,
mientras él hablaba con el señor del castillo para evitar que la sentencia se llevara a
cabo. Accedieron, pensando compasivamente que el reo sería alguno de su parentela. El
guardián corrió al tirano Nicolás, y, llorando a todo llorar, suplicó y amenazó, expli-
cándole cómo aquel a quien llevaban para ajusticiar era uno de los frailes más santos
que había en la Orden, y que se llamaba Junípero.
El tirano Nicolás cambió su furia en terror. Ya había oído hablar de ese fraile y de esa
santidad. Con las alas del pavor en los pies, voló donde estaba el hermano Junípero, se
arrodilló ante él, y le pidió humildemente perdón. El reo se lo concedió de muy buena
gana. Lo soltaron. Y el tirano confesó:
–Ahora sí que se acerca el fin de todos mis males, con el término de mis días. Pues he
tratado tan cruelmente a este santo, aunque por ignorancia, Dios no me soportará más a
mí, y moriré de mala muerte.
Y el hermano Junípero se fue con el hermano guardián. Y el déspota Nicolás, al poco
tiempo, acabó atrozmente, atravesado por una espada. Nosotros, olvidémonos aquí del
infame Nicolás, y quedémonos con el hermano Junípero. Fortini presenta esta anécdota
como una ejemplificación extrema de “la perfecta alegría” de San Francisco, “al llevar
hasta el absurdo la paciencia y el gozo de ser maltratado”.
Si alguien concluyera la lectura de este apartado con un rictus de escándalo, por parear
a un fraile tan simple con el autor de los Ejercicios Espirituales, le diría, para remate,
que también lo podíamos traer a propósito del famoso agenda contra del mismo de
Loyola: vivir contrariando las instintivas inclinaciones naturales. Se lo diría, sin más
explicación –que ya está dada en las páginas precedentes–, con este refrán del hermano
Gil: “Si te vences a ti mismo, date cuenta que has vencido a todos tus enemigos”. Y en
esto el hermano Junípero fue un maestro. Yo no lo dudo. El ascético agendo contra, tan
recomendado como típico de San Ignacio, viene en el texto original expresado así:
“Haciendo contra su propia sensibilidad y contra su amor carnal y mundano”, y está
seguido de una oración a Jesucristo que recuerda la tercera manera de humildad:
“Quiero (...) imitaros en pasar todas injurias, y todo vituperio, y toda pobreza, así ac-
tual como espiritual”. Como se ve, un texto, también, bastante juniperiano.
Libertad y felicidad envidiables.
Pero si el lector, por encima de las risas o las carcajadas que provocan sus salidas
nada comunes, ha acertado a captar el espíritu que las anima, se habrá percatado de que
en este hombre original respiran una libertad y una felicidad envidiables. “Era impul-
sivo, obedecía a la idea del momento, pero jamás pensaba en sí mismo” (Cuthbert), y
este olvido de sí es el mejor trampolín psicológico y espiritual para lanzarse a los aires
de la libertad y la alegría. Gozó él con ser así, más y mejor que gozamos nosotros con
él, que es tanto.
El alma de sus actuaciones era el amor. El amor y la fidelidad al Evangelio, entendido
como quería su padre y maestro, el Pobrecillo: “sencillamente y sin glosa”. Francisco
~ 107 ~
había trasladado a su regla no bulada –que refleja más nítidamente su ideal– estas
normas evangélicas: Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el ca-
mino (cf. Lc 9, 3). No resistan al mal, sino, al que les pegue en una mejilla, vuélvanle
también la otra (Mt 5, 39). Y, a quien les quite la capa, no le impidan que se lleve tam-
bién la túnica (cf. Lc 6, 29-30). Así lo hizo el maestro Pobrecillo, y así lo hizo también
este su discípulo, cada uno de los dos a su estilo personal inconfundible.
El hermano Junípero amaba tanto a los pobres que, si alguna vez se cruzaba en el
camino con otro peor vestido que él, se arrancaba la capucha, o una manga, o lo que
podía, y se lo daba. Y, a veces, el hábito entero. En una de sus residencias, el guardián
se lo prohibió terminantemente: ¡ni todo, ni parte, ni nada! Mas al poco se topó con un
mendigo que le pedía limosna, y él, incapaz de negarse a la compasión, le dijo:
–Mira, querido: no llevo encima de mí nada más que el hábito, y ni aun esto te puedo
dar, porque me lo han prohibido con mandato de obediencia. Pero, si tú me lo quitas,
allá tú.
Y el mendigo, ni corto ni perezoso, le desvistió en un santiamén y se fue con su há-
bito. Cuando regresó al convento con sus carnes al aire, y antes de que le viniera la
reprimenda, les dijo a los frailes:
–Un hombre me lo ha arrebatado.
Esa compasión como innata creó en él una generosidad irresistible. Venían los pobres
al convento, y, si no encontraba otra cosa, les daba los libros de uso común, o las ser-
villetas, y hasta los manteles del altar. Los frailes le temían, y por eso, en cuanto veían
que alguien venía a limosnear al hermano Junípero, levantaban y escondían a toda prisa
cuanto pudiera estar al alcance de su mano.
Y no valían ocasiones excepcionales. Como aquella de una Navidad, en el convento
de Asís. El hermano sacristán había adornado el altar mayor como se merecía la fiesta,
con lo mejor que tenía; entre otros ornatos, con un precioso frontal, del que pendían
unas campanillas de plata. El hermano Junípero oraba cerca del altar. Y el hermano sa-
cristán tuvo que irse a tomar algún bocado, y le encargó al hermano Junípero que se lo
vigilara, hasta que él volviese. Pero antes que él vino una mujer pobrecilla, y, al ver al
hermano Junípero, le pidió limosna. Junípero le dijo:
–Ven, y veamos si en este altar con tanto adorno hay algo que te pueda dar.
Y miró el altar de arriba abajo, y de izquierda a derecha. Y, al ver las campanillas col-
gantes, comentó:
–¿Qué pintan aquí estas campanillas? Son un ornato superfluo.
Y con un cuchillo las cortó y se las dio a la pobre.
Aquellas campanillas iban a ser sonadas. En el ínterin, al sacristán, al poco de em-
pezar a comer, le asaltó la idea de la manía regaladora del hermano Junípero, se acordó
de su precioso altar, y con el bocado en la boca corrió a la iglesia, temeroso de que le
hubiera hecho ya alguna de las suyas. Revisó el altar con un golpe de vista rápido, y se
percató de que ya no estaban allí las campanillas de plata. Miró con susto y angustia al
hermano Junípero, y éste, sin darle tiempo de hablar, le dijo:
–No pierdas la calma, hermano, por aquellas campanillas. Se las he dado a una po-
brecilla mujer, muy necesitada. Después de todo, no eran sino una ostentación de va-
nidad.
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El hermano sacristán se enfureció, salió volando en busca de la mujer, no dio con ella,
y volvió con su ira redoblada. Quitó el frontal, y con él, como con el cuerpo del delito,
se fue a dar la queja al Ministro General, el hermano Juan Parenti, varón prudente y pia-
doso:
–Mira cómo ha destrozado ese hermano Junípero este precioso frontal, arrancándole
las campanillas de plata para darlas de limosna.
Le replicó el hermano General:
–La culpa no es de él sino de tu fatuidad, por confiarle a él la vigilancia. ¿No conoces
sus mañas y manías? Hasta me extraña que no le haya dado más. Pero descuida, que me
va a oír una buena corrección.
Y así fue. Acabado el rezo de vísperas, el Ministro General convocó a todos los frailes
a capítulo, y ante todos recriminó al hermano Junípero el estropicio del hermoso frontal
y el regalo inconsulto de aquellas campanillas de plata. Y continuó regañándolo dura-
mente, a ver si así entraba en razón. Tanto forzó la voz, que le empezó a sonar algo
ronca. Y en eso se fijó el hermano Junípero, y se compadeció de él, pues lo otro –la
fuerte diatriba– le hacía feliz, al oírse humillado ante los demás frailes. No había aca-
bado aún la reunión capitular, y ya él estaba planeando el remedio de aquella ronquera.
Salió a la vecindad, encargó a una persona conocida que le preparase una escudilla con
flor de harina y manteca. Cuando la tuvo, que era bien de noche, se fue, con su escudilla
en una mano y con una vela encendida en la otra, a la celda del Ministro General, llamó
a la puerta, y éste le abrió. Al verlo en la sombra con la escudilla y la vela, le interrogó:
–¿Qué quieres de mí a estas horas?
–Hermano –le contestó Junípero–, cuando me reprendías en el capítulo, me di cuenta
de que estabas ronco. Y he hecho preparar para ti esta harina fina de manteca. Cómetela,
que te vendrá muy bien.
El General se negó, y le mandó que se fuera y le dejara en paz. Pero Junípero le
insistía en que se lo comiera. Se airó más el General y le reprochó:
–¡Anda, necio! ¿Piensas que voy yo a comer nada a estas horas?
Entonces Junípero, persuadido de que no le iba a convencer, le dijo:
–Hermano, ya que tú no lo quieres tomar, tenme la vela y me lo comeré yo.
El General quedó desarmado. Hombre piadoso como era, se dejó ganar por aquella
simplicidad animada por el amor, y le dijo, recobrando la dulzura:
–Hermano, ya que lo quieres, comeremos los dos.
Y yantaron los dos, saboreando más el amor mutuo que aquella flor de harina con
manteca.
En otra ocasión hizo famosa una pata de cerdo. Es el primer episodio que nos cuenta
su biógrafo, y el último que voy a narrar yo.
Cae un día nuestro fraile por la Porciúncula. Y se entera de que, entre los muchos que
moraban en el convento, había uno gravemente enfermo. Va a visitarle, y le ve tan mal,
que, todo compasivo, le pregunta:
–¿Puedo hacer algo por ti? ¿Qué te gustaría comer?
El otro, sin fuerza ni en la voz, le sale con este capricho:
–Comería a gusto pata de cerdo (jamón), si la tuviera.
~ 109 ~
–Eso, a mi cuenta –replica rápido nuestro Junípero–. Te la procuraré. Y te la cocinaré
a tu placer.
Y se hace con un gran cuchillo, y sale del convento, y recorre los terrenos colindantes,
hasta que da con una numerosa piara de cerdos que pastan en el campo. Se lanza a la
piara, y se le escapa uno, y coge y se le escurre otro, pero al fin agarra a uno por la pata,
y se la corta con una buena porción de pernil, dejándolo en un chillido, y cojo. Y vuelve
al convento con alegre prisa, y cocina la pata, y se la lleva al enfermo, y el enfermo se la
come con sabrosa avidez, mientras Junípero le contempla con aire felicísimo.
Otros aires corren por el campo de la piara. El guarda había corrido a informar al amo,
el amo había volado a asegurarse del desaguisado. Y se dispara hacia el convento, en el
que entra borbotando injurias.
–¡Ladrones, hipócritas, malandrines!... Me habéis deshecho malvadamente un puerco.
En la Porciúncula está en esos momentos el hermano Francisco. Al oír tales gritos en
aquel lugar en el que se guardaba un absoluto silencio, se dirige a este hombre, acom-
pañado de otros hermanos, y le presenta mansa y humildemente sus excusas:
–Te aseguro que no sé nada de esto, y te prometo que te daré la satisfacción que de-
sees.
No está el hombre para palabras. Descontrolado por la ira, sigue profiriendo denuestos
y amenazas, mentando una y otra vez la pata de su cerdo. Y cuantas más excusas le pre-
sentan los frailes, ofensas de mayor calibre brotan de su boca. Hasta que opta por irse,
con su furia y su escándalo.
El hermano Francisco, mientras dura aquella pavorosa tormenta conventual, se está
acordando del hermano Junípero: “¿No habrá hecho alguna de las suyas?”. Y lo hace
llamar, y le pregunta:
–¿Has cortado tú por ahí la pata a un cerdo?
–Sí, hermano –responde él con la euforia de su hazaña caritativa.
Y le cuenta, con regodeo verbal en los detalles, su visita al enfermo, la súplica de éste,
y lo que le ha costado complacerle, y lo a gusto que ha comido. Al remate del cuento,
Francisco, con tono de pena y de reprensión, le dice:
–Oh hermano Junípero, ¡menudo escándalo que nos has armado! Ese hombre está
frenético, y con toda razón. Y seguramente ha de ir ahora por toda la ciudad, gritando a
todos nuestra infamia. Te mando por obediencia que corras tras él, y te pongas ante él
de rodillas, y le pidas perdón, y le prometas compensarle el perjuicio, y que procures
compensarle el daño lo mejor que puedas. A ver si así se calma, y queda sin motivo para
quejarse de nosotros.
Y Junípero se extraña de que el hermano Francisco le hable así, y de que el hombre
aquel se haya enfurecido tanto por una cosa de la que se debería alegrar, pues todos los
bienes temporales no valen nada sino en cuanto sirven para el amor. Y le asegura al her-
mano Francisco:
–No lo dudes, padre, yo calmaré en seguida a ese buen señor. ¿Por qué se ha de en-
fadar por una cosa que ha hecho tanto bien, y que, además, era de Dios más que suya?
Y sale corriendo, y alcanza al hombre, y se pone a explicarle minuciosamente el mo-
tivo y la matrera de la pata cortada, tratando de convencerle de que con ello le había
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hecho un gran servicio, por el que hasta le debería recompensar. Era como echar leña al
fuego. Cada palabra provoca más su ira, y le grita:
–¡Tonto, loco, malandrín!...
Y Junípero, ante esos apodos, se alegra en cuanto con ellos le regala Dios con su hu-
millación. Pero piensa que este hombre no le ha entendido bien, y vuelve a su expli-
cación fervorosa y pormenorizada, y le abraza, y le invita a que se goce con él del mu-
cho bien que había proporcionado aquella pata de su cerdo... Y se da lo inesperado:
como si una lluvia mansa y copiosa hubiera ido calando la tierra hirsuta de su ira, este
hombre empieza a pensar en el amor, en el amor compasivo. Y regresa con el hermano
Junípero al convento, y pide disculpas a los frailes por sus voces desorbitadas, y se
acusa de avaro, y de ingrato a tantos bienes que ha recibido del Señor. Y va, y mata a su
puerco malparado, y lo adereza lo más exquisitamente que sabe, y se lo envía a los
frailes para que se lo coman, como reparación de sus palabras injuriosas.
Y es entonces cuando el hermano Francisco, admirando la simplicidad caritativa y
apostólica del hermano Junípero, y su paciencia con las injurias, proclama ante los
frailes esta frase que ha pasado a la historia:
–Hermanos míos, hermanos míos, ¡ojalá tuviera yo un bosque de estos Juníperos!
¡Qué fácil y grata solución tendría el problema social si, en el código de la propiedad
y del trabajo, la primera cláusula fuera el amor y no el interés, y la conciencia de la
fraternidad universal, como hijos todos del mismo Padre celestial (cf. Mt 23, 8-9). Bien
sé que eso está por encima de las más puras utopías. Pero nuestro Junípero, a su estilo
concreto y radical, lo hizo realidad.
* * *
Despidámonos de él, de la simplicidad franciscana que encarnó él. Ella es superación
de los egoísmos, pervivencia del candor infantil, sublimación de la sencillez, autentici-
dad en sus quilates más puros. Es, pues, un valor que no se encuentra mucho en este
mercado de disimulos o hipocresías que es tantas veces nuestra vida social, esa selva de
intereses encontrados, en la que no nos vendría mal que hubiera algunos ejemplares de
esta especie de juníperos. Esa simplicidad es sinónimo de la paz en el corazón y de la
libertad en la conducta, y esa paz en libertad es el mejor nombre de la felicidad. Real-
mente, la suya fue una felicidad envidiable: la dicha de su paz inalterable –“nadie le vio
jamás turbado”, certifica el biógrafo– y el júbilo de su libertad libérrima, sana y santa-
mente incontrolable. Pienso que, aunque Francisco lo elogió antonomásticamente por su
paciencia, su humildad y su amor a la cruz, le amó y gozó con él especialmente por esa
simplicidad extrema, que él mismo vivió –y hasta personificó– tan encantadoramente; y
bien pudo cantar para este su discípulo la primera estrofa de su Saludo a las Virtu-
des: “¡Salve, Reina Sabiduría!, el Señor te salve con tu hermana la santa simplicidad”.
Después de todo, el poeta Pobrecillo expresaba así líricamente lo que el mismo Señor
exclamó con fervor en el Evangelio: Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, por-
que, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien (Mt 11, 25-26).
Anota Garrido: “He abierto la Sagrada Escritura para escuchar qué nos dice Dios
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acerca de su Sabiduría. Y me ha parecido comprender que su Sabiduría es Simplici-
dad”.
A este hermano Junípero se le puede aplicar muy particularmente el juicio de Gemelli
sobre aquella generación franciscana primitiva: “La gente Poverella rompe los puentes
con el mundo, no con la humanidad. No desprecia a nadie; prefiere ser despreciada. En
este querer ser despreciado entra como ingrediente una despreocupación que a cual-
quier seglar puede parecerle menosprecio o provocación; pero los franciscanos no la
perciben, porque se sienten enviados humilde y fraternalmente a una humanidad que
funciona en el pecado”.
Nuestro hermano Junípero falleció el 6 de enero de 1258; había entrado en la Orden
en 1210; fueron 48 años de puro franciscanismo primitivo.
Y falleció en Roma, y en la cúspide más alta de “la Ciudad de las siete colinas”.
Inocencio IV había construido en aquella cima, con las ofrendas de toda la urbe, lo que
hoy llamaríamos un complejo monumental: además de un convento para los frailes, una
magnífica basílica, bajo el título de “Nuestra Señora de Araceli”. Allí se reunían las
representaciones del Consejo Mayor y Menor de la Ciudad, allí se deliberaba sobre la
paz y sobre la guerra, allí tenía también su sede el Colegio de los jueces de Roma. Y allí
llegó a tener un tiempo su residencia oficial el Ministro General de los hermanos me-
nores. Inocencio IV se lo confió a los franciscanos “como castillo de la fe y umbral del
paraíso”.
Allí murió nuestro héroe, en aquel marco tan impropio para “el loco de la pobreza y
de la cruz”. Murió en paz, “como si se durmiese”, pasando de aquel “umbral del pa-
raíso” al paraíso radiante y eterno. Lo sepultaron, respetando su voluntad, en el rincón
más escondido del templo: quien había escogido para vivir el nombre de un árbol hu-
milde, escogió para su sepultura la tierra del rincón más oscuro de aquella basílica. Pe-
ro el que se humilla será exaltado (Lc 14, 11). Hoy sus restos descansan en la parte in-
ferior de una alta columna de esta Santa María de Araceli, a la izquierda de la capilla
mayor: en el cogollo de la Ciudad Eterna, cerca del Capitolio y por encima de él.
~ 112 ~
~ 113 ~
ÍNDICE
A modo de prólogo
Cristina ……………………………………………………………………. pág. 3
Valladolid (reino de Castilla)
Regulaciones varias ………………………………………………………. pág. 8
Cabra (reino de Castilla)
Donación de Cabra a Córdoba …………………………………………… .. pág. 16
Bagdad
El Imperio Mongol se impone y aniquila al Imperio Islámico Abasí ……. . pág. 17
Valladolid y Sevilla (reino de Castilla)
Se casaron Felipe de Castilla y Cristina de Noruega ……………………. . pág. 23
Principado eclesiástico de Lieja (Sacro Imperio Romano Germánico)
La eucarística Juliana de Cornillon deja este mundo ……………………. . pág. 29
Valladolid (reino de Castilla)
Les nació otro niño a sus majestades los reyes ………………………….. . pág. 32
Corbeil (reino de Francia)
Importante tratado franco-aragonés ……………………………………… . pág. 33
Badajoz (reino de Castilla)
Feria y mercado ………………………………………………………….. . pág. 35
Islas Baleares
Deceso del infante Pedro de Portugal …………………………………… . pág. 36
Meira – Galicia (reino de Castilla)
Consagrada la iglesia de Santa María de Meira …………………………. . pág. 37
El Magreb meriní o benimerí (al norte de África)
Nuevo Imperio o sultanato a considerar ………………………………… . pág. 39
Imperio (Bizantino) de Nicea
Murieron Teodoro II Láscaris y Jorge Muzalon ………………………… . pág. 40
Reino de Castilla
Noticias varias ……………………………………………………………. . pág. 42
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Reino de Aragón
Noticias destacadas ………………………………………………………. . pág. 45
Reino de Serbia
Óbito de Ana Dandolo …………………………………………………… . pág. 46
Sultanato de Egipto
Murió el poeta y calígrafo árabe Baha al-Din Zuhair …………………… . pág. 48
Roma
Murió fray Junípero de Asís ……………………………………………… pág. 50
Epílogo I
Los judíos y el origen del sistema financiero internacional …………….. . pág. 51
Epílogo II
El califato abasí de Bagdad ……………………………………………… . pág. 69
Epílogo III
Catequesis del Papa Benedicto XVI sobre Santa Juliana de Cornillon …. . pág. 81
Epílogo IV
Fueros y privilegios del Badajoz medieval ……………………………… . pág. 85
Epílogo V
Fray Junípero de Asís ……………………………………………………. . pág. 97
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