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Divertirse en tiempos de guerra. Las formas de entretenimiento durante la ocupación estadunidense de Veracruz en 1847-1848 Cristóbal Alfonso Sánchez Ulloa CUADERNOS DE POSGRADO DEL INSTITUTO MORA

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Divertirse en tiempos de guerra. Las formas de

entretenimiento durante la ocupación estadunidense de Veracruz en 1847-1848

Cristóbal Alfonso Sánchez Ulloa

CUADERNOSDE

P O S G R A D OD E L I N S T I T U T O M O R A

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CUADERNOS DE TRABAJO DE POSGRADO

Divertirse en tiempos de guerra. Las formas de entretenimiento

durante la ocupación estadunidense de Veracruz en 1847-1848

Cristóbal Alfonso Sánchez Ulloa

Resumen curricularLicenciado en Historia por la Facultad de Filosof ía y Letras de la unam, con la tesis “La vida en la ciudad de México durante la ocupación del ejército estadunidense. Septiembre de 1847-junio de 1848” (mención honorífica en el xv Premio Banamex Atanasio G. Saravia de Historia Regio-nal Mexicana 2012-2103).

Maestría en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, con la tesis “Del golfo a los médanos. Veracruz y sus ocupantes estaduni-denses en 1847-1848”. Actualmente estudia el Doctorado en Historia en el Centro de Investiga-ciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), Unidad Peninsular.

Resumen del artículoEl presente artículo aborda las diversiones organizadas en el puerto de Veracruz durante la ocupación estadunidense de 1847-1848, las formas de esparcimiento de los soldados invasores y los pobladores de la ciudad y, a través de ellas, se estudian aspectos más generales de la guerra entre México y Estados Unidos. Además, se examina el papel de los individuos que obtuvieron beneficios económicos de la situación al organizar espectáculos y diversiones.

Luego de una introducción en la que se expone la forma como la ciudad fue tomada a fines de marzo de 1847, se aborda el tema de las diversiones en tres etapas: desde la ocupación hasta la caída de la Ciudad de México, durante las negociaciones de paz, y en los meses poste-riores a la firma del tratado, en los cuales se dio la salida de los invasores.

Palabras clave: diversiones, teatro, entretenimiento, Veracruz (ciudad), ocupación estadunidense, guerra México-Estados Unidos.

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Un aspecto importante de la guerra de 1846-1848 fue la ocupación de las ciudades mexicanas por donde el ejército estadunidense pasó. Sitios como Monterrey, Saltillo y Matamoros fueron tomados desde 1846, durante la campaña del gene-

ral Zachary Taylor; y al año siguiente, cuando el centro del país se convirtió en el teatro de la guerra, Veracruz, Xalapa, Puebla y, finalmente, la capital mexicana fueron tomadas por los hombres al mando de Winfield Scott.

En todos esos sitios, y otros que fueron capturados durante el conflicto, los esta-dunidenses se encargaron del gobierno e instalaron una guarnición de cientos o miles de soldados. Este hecho trastocó la cotidianidad y generó una dinámica peculiar tanto entre invasores como entre invadidos, situación que se prolongó hasta mediados de 1848, cuando el final de la guerra se concretó y el territorio mexicano fue evacuado por los estadunidenses.

En el puerto jarocho, la bandera de las barras y las estrellas ondeó desde el 29 de marzo de 1847 hasta el 1 de agosto de 1848, es decir, durante 16 meses. En este periodo, la guerra y la presencia estadunidense modificaron o influyeron aspectos como la políti-ca, la economía, la cultura e, incluso, la manera como las personas ocupaban su tiempo de ocio.

El objetivo de este trabajo se relaciona con el último punto señalado, y es explorar la forma como los individuos que vivieron la ocupación de Veracruz se divertían. Con ello buscaré señalar otros aspectos más generales de la guerra, de la ocupación esta-dunidense y de los actores que se vieron involucrados. Cabe aclarar que la mayoría de las fuentes en las que se basa este texto1 nos brindan datos y narran los sucesos desde la perspectiva de los invasores, por lo que el estudio se inclina más hacia la experiencia estadunidense. No obstante, siempre que las fuentes lo permiten, intento incorporar a la sociedad porteña. Asimismo, es importante señalar que el trabajo se desprende de una investigación más amplia sobre la ocupación estadunidense de Veracruz en 1847-1848.2

1 Las fuentes primordiales son los cinco periódicos publicados en Veracruz entre abril de 1847 y julio de 1848. Cuatro de ellos fueron impresos por estadunidenses que llegaron al puerto durante la ocu-pación: The American Eagle, The Sun of Anahuac, The Genius of Liberty y The Free American. Por medio de estos diarios, que tuvieron sus pares en otros lugares ocupados, muchos soldados se enteraban de lo que sucedía en su país y en otros sitios, pues eran enviados a Estados Unidos, servían también para dar a conocer noticias de lo que pasaba en México. La mayoría de ellos, en este caso los tres últimos, publicaban dos páginas redactadas en inglés y dos en español, por lo que la población local, por lo menos aquellos que tuvieran acceso a ellos, podían conocer su contenido. El otro periódico, El Arco Iris, se proclamó defensor de los intereses veracruzanos, por lo menos de un sector de la población jarocha. Un estudio sobre estas publicaciones se encuentra en Sánchez, “Golfo”, 2014, pp. 47-86. 2 Me refiero a mi tesis de maestría “Del golfo a los médanos. Veracruz y sus ocupantes estaduniden-ses en 1847-1848”, realizada como estudiante del Instituto Mora. Aquí abordo casi exclusivamente lo que en la tesis comprende el quinto capítulo.

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LA TOMA DE VERACRUZ EN 1847

Antes de abordar el tema, cabe evocar a la ciudad porteña de mediados del siglo xix, para ello tomaré prestada la descripción que hizo George F. Ruxton, un viajero inglés que pasó por ahí en agosto de 1846.

Desde el mar, la costa a cada lado del pueblo presenta una lúgubre apariencia de colinas arenosas que casi parecen tragarse los muros del pueblo. Este, sin embargo, resplandece con el sol. Con sus casas blancas y numerosos campanarios de iglesia tiene más bien una apariencia pintoresca y cada objeto en el mar o la tierra brilla inusitadamente […]

La ciudad está bien planeada, rodeada por una pared de adobe, con amplias calles que se cruzan entre sí en ángulos rectos. También hay algunos grandes y hermosos edifi-cios que se deterioran rápidamente hasta quedar convertidos en ruinas […] En su interior, el pueblo ofrece el aspecto de melancolía y desolación que describo a continuación. El pasto crece en las calles y plazas, las iglesias y edificios públicos se están convirtiendo en ruinas: apenas se encuentra un ser humano y los pocos que aparecen están pálidos y delgados, y se esconden por las calles como si temieran encontrar a cada esquina la perso-nificación del vómito de la muerte, que en esta temporada […] ha diezmado a la población. Por doquier aparece el zopilote, único habitante de las calles, que se alimenta de la basura y la carroña que abundan en cada esquina.3

La descripción es similar a la que tantos otros viajeros hicieron de la ciudad a mediados de siglo y, aunque cargada de los prejuicios negativos que muchos europeos tenían sobre México, deja ver características innegables que esta tenía entonces: su ta-maño y población reducidos; las construcciones descuidadas y afectadas por el clima y las guerras, como la de independencia o el ataque francés de 1838; la presencia de en-fermedades que afectaban tanto a pobladores como a visitantes y, finalmente, la muralla que la circundaba y dividía a la parte “intramuros” de la “extramuros”.4 Esa fue la ciudad a la que llegaron los estadunidenses en marzo de 1847.

Entre el 9 y el 10 de marzo, 12 000 hombres, liderados por el general Scott, desem-barcaron en la playa de Collado, en las cercanías de la ciudad. En las jornadas siguientes, hasta el 13, avanzaron por los alrededores de la muralla para cercarla con soldados y artillería. El sitio se prolongó hasta el día 22, cuando inició un bombardeo que no cesó hasta el 26 de marzo y cobró cientos de víctimas, la mayoría civiles que murieron o fue-ron heridos por los proyectiles o por los derrumbes e incendios que estos provocaron.

Finalmente, el 27 de marzo, luego de una serie de negociaciones, se acordó la rendición de la ciudad y del fuerte de San Juan de Ulúa. Dos días después, por la ma-ñana, las banderas mexicanas fueron arriadas, los defensores, que no pasaban de 4 000

3 Cien, 1992, p. 178. 4 Rodríguez, Ciudad, 1998, pp. 182-196.

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Imagen 1. Vista de la ciudad de Veracruz

Imagen 1. Casimiro Castro, “Vista de la ciudad de Veracruz”, 1850. Fuente: Mapoteca Orozco y Berra.

hombres, salieron y dejaron sus armas y demás instrumentos de guerra a los pies de los estadunidenses y marcharon hacia el interior. Por su parte, los extranjeros izaron su bandera en los baluartes e iniciaron la ocupación de Veracruz.5

No todos los militares ingresaron a la ciudad, sólo los oficiales y algunos soldados se acuartelaron en edificios del interior. La mayoría de las tropas acampó en las afueras de la urbe y en abril, días después de la rendición, el grueso del ejército emprendió el avance hacia el interior para continuar con la guerra.

Veracruz fue ocupada por una guarnición y bajo el mando de un gobernador civil y militar, perteneciente al ejército estadunidense. El puerto se convirtió en el punto de contacto entre Estados Unidos y el interior de México. Por allí pasaron las provisiones y suministros bélicos, así como los militares enviados para reforzar al ejército en los meses siguientes. Asimismo, allí llegaron muchos civiles extranjeros que vieron en la guerra una forma de obtener ganancias.

5 Tributo, 1933; Furber, Twelve, 1850, pp. 512-560; Roa, Recuerdos, 1991, pp. 213-247; Kendall, Dis-patches, 1999, pp. 167-179; Moseley, “Vera Cruz”, 1998, pp. 457-460; Eisenhower, Tan, 2006, pp. 326-334.

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Imagen 2. “Vera Cruz During the Bombardment”

Imagen 2. George C. Furber, “Vera Cruz During the Bombardment”. Fuente: George C. Furber, The Twelve Months Volunteer, or, Journal of a Private, in the Tennessee Regiment of Cavalry, in the Campaign, in Mexico, 1846-7, Cincinnati, J. A. & U. P. James, 1850, p. 536.

Entre los que arribaron se encontraban comerciantes, periodistas, artistas, em-presarios e individuos dedicados a los espectáculos o a negocios que brindaban diver-siones o esparcimiento a militares y civiles. Estos últimos jugaron un papel importante en la ocupación y originaron una dinámica cultural peculiar.

Como en el resto de los sitios ocupados en México, los soldados estadunidenses encargados de guarecer Veracruz y de mantenerla bajo el control del ejército tenían mucho tiempo libre. Si bien tenían labores propias de la vida militar que realizar, así como jornadas de lucha o de persecución contra guerrilleros, en general tenían bastante tiempo para el ocio.

Muchos pasaban largo tiempo en los campamentos, aburridos con la rutina de la guarnición. El tedio se intentaba sortear de distintas formas: escuchaban las bandas de música de los regimientos; leían los periódicos que llegaban de Estados Unidos o de otras ciudades mexicanas ocupadas; nadaban en el mar; con las carreras de caballos o

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de barcos, que generaban gran expectativa, sobre todo por las apuestas.6 Todos esos fueron momentos en que se escapaba de la monotonía de la vida militar, así como de la violencia de la guerrilla o la enfermedad, que afectó gravemente a los militares en el puerto, y en general en todo el país.

Muchos soldados consumían alcohol en sus momentos de ocio –y a veces en los de trabajo–, lo cual se convirtió en un problema para las autoridades, que pudieron hacer poco para evitarlo. A pesar de que había restricciones para la venta de alcohol, los militares y los comerciantes encontraron la manera de sortearlas.7

Los pobladores de la ciudad también buscaron sitios y momentos para la diversión. Si bien al inicio de la ocupación permanecieron recluidos y apartados de los estaduniden-ses, como era de esperarse luego del ataque sufrido en marzo, posteriormente retomaron muchas de sus actividades, como los paseos en la Alameda o, al igual que los soldados, concurrían a sitios donde se podía disfrutar de la bebida. Pero además de estas distrac-ciones recurrentes, que fueron comunes a lo largo de los meses, los diferentes momentos de la ocupación dieron pie a la organización de ciertos espectáculos y eventos dirigidos a militares y a pobladores.

DIVERSIONES DURANTE EL AUGE DE LA GUERRA (DE ABRIL A SEPTIEMBRE DE 1847)

Si bien el periodo de un año y cuatro meses que duró la ocupación puede parecer breve, es posible distinguir algunas etapas, definidas por el curso que tomó el conflicto. Vale la pena señalarlas, pues influyeron en la dinámica de la ciudad ocupada, incluidas las oportunidades de esparcimiento.

El primer lapso abarcó de abril hasta fines de septiembre de 1847. En estos meses las batallas entre los dos ejércitos continuaban y los estadunidenses seguían –no con fir-meza– su marcha hacia la Ciudad de México. Fueron meses de incertidumbre, pues no se sabía hasta qué punto llegaría la guerra y hasta dónde avanzarían los invasores. Pero por eso mismo, los impulsos bélicos tuvieron más fuerza y mexicanos y estadunidenses apoyaban a sus ejércitos, con la esperanza de que obtuvieran la victoria para poner fin al conflicto.

En los alrededores de Veracruz, la guerrilla hizo su aparición y durante el verano tuvo ocupados a los militares que estaban allí o que llegaron como refuerzos para el ejér-cito de Scott. Fue una etapa de gran tensión e incertidumbre, que culminó con la toma de la Ciudad de México por los estadunidenses, a mediados de septiembre de 1847, de lo cual se tuvo noticia en Veracruz a fines de mes.

6 The Genius of Liberty, 23 de octubre de 1847, p. 1; The Free American, 5 de febrero de 1848, p. 2; McSherry, Puchero, 1850, p. 27; Winders, Mr., 1997, pp. 128-132. 7 Winders, Mr., 1997, p. 135.

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En abril, al inicio de esta primera etapa, la compañía teatral de los empresarios y actores W. R. Hart y W. G. Wells hizo su aparición. Arribaron desde Tampico el lunes 5 de abril, una semana después de iniciada la ocupación porteña. Para la noche del jueves 8 se encontraban presentando la obra The Soldier’s Daughter y la farsa Loan of a Lover, en el Coliseo de Nava, el teatro de la ciudad, que conservaba las marcas de los proyec-tiles disparados en los días del bombardeo.8 Los integrantes de la compañía de Hart y Wells fueron parte de los civiles que seguían al ejército en su avance por México. Antes de llegar al puerto, ya se habían presentado para las tropas en las ciudades ocupadas al norte de México y, tras su paso por Veracruz, siguieron su camino hacia la capital.9

Durante abril, Hart y Wells presentaron obras que –de acuerdo con lo registrado en el periódico The American Eagle– fueron disfrutadas por militares y civiles estadu-nidenses. Aunque los editores del impreso expresaron el deseo de que los mexicanos y, sobre todo, las “señoritas” asistieran a ellas, no sucedió así.10 Seguramente, la población local no estaba dispuesta a acudir a un sitio donde se reunía un gran número de inva-sores, por lo menos no en ese momento, cuando había pasado muy poco tiempo desde el bombardeo a la ciudad. Además, las obras en inglés no resultaban atractivas para quienes desconocían el idioma. Hart y Wells pronto partieron hacia el interior y el teatro permaneció cerrado durante los siguientes meses. Pero eso no impidió que soldados y civiles encontraran otras formas de divertirse.

Pasadas las primeras semanas de ocupación, los habitantes de Veracruz retoma-ron sus actividades. Por lo menos así se aprecia en las fuentes de la época que refieren, por ejemplo, que desde mayo algunos individuos volvieron a abrir establecimientos que tenían desde antes y les permitían obtener ingresos, al tiempo que daban oportunidades de esparcimiento, por ejemplo, los que administraban juegos de lotería.11 Asimismo, para julio los habitantes disfrutaban de los paseos en la Alameda que se extendía al salir de la ciudad por la puerta de la Merced. Aunque, por la tensión que se experimentaba en esos meses, podía acontecer que se vieran interrumpidos por los rumores de que había guerrilleros en las cercanías.12

El 16 de agosto, los estadunidenses A. N. Norton & Co., obtuvieron permiso de las autoridades para organizar bailes, con la condición de pagar cinco pesos por cada uno y conservar el orden en ellos.13 Así, el día 20 se anunciaron en el diario The Sun of Anahuac los “bailes públicos” que se llevarían a cabo en la esquina de las calles de Santo

8 The American Eagle, 6 de abril de 1847, p. 2,10 de abril de 1847, p. 3. Kendall, Dispatches, 1999, p. 200. 9 Así, para el 29 de septiembre la compañía actuaba en el Teatro Nacional, aunque ya sin Wells, quien murió tres días antes. Sánchez, “Vida”, 2012, p. 149. 10 The American Eagle, 17 de abril de 1847, p. 2. 11 AHV, Ayuntamiento, caja 197, vol. 268, fs. 805 y 895. 12 El Arco Iris, 12 de julio de 1847, p. 4. 13 Acta de la sesión del Consejo Municipal del 16 de agosto, en The Sun of Anahuac, 26 de agosto de 1847, p. 3.

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Domingo y las Damas,14 y se siguieron realizando hasta fines de septiembre. También a José María Pedrosa se le concedió establecer una “escoleta de baile hasta las 10 de la noche con permiso para bailes, pagando el valor de la licencia.”15

Un poco más lejos de la muralla, los habitantes de “extramuros” y de poblados cercanos realizaban fandangos, donde también se podía encontrar a soldados estaduni-denses que se aventuraban a concurrir a ellos. No obstante, estas diversiones no fueron bien vistas por ciertos sectores de la sociedad porteña.

El periódico El Arco Iris, que se mostraba af ín a los intereses de algunos comer-ciantes y otros sectores de la elite de la ciudad, cuando se refería a estos bailes lo hacía siempre negativamente. Por ejemplo, narró que un domingo de julio, en uno de estos eventos, un soldado estadunidense en estado de ebriedad amenazó con su espada a los asistentes e intentó disparar a un superior y a un veracruzano. Más tarde contó la historia de un bandido, apodado “Chibaba”, que llegó a Medellín, un pueblo cercano a Veracruz, con la intención de saquearlo. Después de hostilizar a los asistentes a un baile, los pobladores del lugar lo atacaron en su casa, donde lo mataron junto con dos compañeros.16

El 31 de agosto de 1847 el mismo diario denunció que los domingos, “en los bailes llamados de jarochos”, en las afueras de la ciudad, había mucho desorden y la “gente del pueblo” se reunía para apostar en los juegos de naipes. En un llamado a la “buena moral”, advertía en contra del “vicio” del juego y aprovechaba para afirmar que, en algu-nos billares donde se reunían artesanos y jornaleros, se jugaba a todas horas en días de trabajo.17 En artículos como los referidos, el periódico evidenciaba un juicio despectivo hacia muchos vecinos de Veracruz y sus alrededores, por sus diversiones.

Estas notas tenían el objetivo de llamar la atención de las autoridades de ocupa-ción sobre la inseguridad en las afueras de Veracruz, pero muestran también la visión que los editores de El Arco Iris tenían de los habitantes de esos rumbos, insertos en un ambiente violento y al margen de la ley. Señalar la presencia de guerrilleros o bandidos en los bailes, así como de soldados ebrios que protagonizaban desmanes, fue una forma de menospreciarlos.

Y es que su visión de los guerrilleros fue, por lo general, despectiva. Desde agosto de 1847 había manifestado que muchos de ellos eran bandidos y que más que perjudicar al enemigo, lo hacían a los mexicanos.18 Se aprecian así las diferencias sociales existen-tes en la sociedad veracruzana de mediados del siglo xix y que, fuera de algunos mo-

14 The Sun of Anahuac, 20 de agosto de 1847, pp. 2 y 4. 15 Acta de la sesión del Consejo Municipal del 27 de agosto, en The Sun of Anahuac, 7 de septiembre de 1847, p. 1. 16 El Arco Iris, 7 de julio de 1847, p. 4, 30 de septiembre de 1847, p. 4. 17 Ibid., 31 de agosto de 1847, p. 3. 18 Ibid., 12 de agosto de 1847, p. 4.

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Imagen 3. “Fandango”

Imagen 3. Johan Salomon Hegi, “Fandango”. Fuente: Johan Salomon Hegi, Veracruz de 1849 a 1860, (trad. Luz Estela Santos de Bruck), México, Grupo Aluminio, 1989.

mentos específicos, como los referidos, una gran parte de la sociedad y sus actividades cotidianas permanecían invisibles.

Pero los bailes organizados dentro de la ciudad tampoco estuvieron exentos de violencia. En la sesión del consejo del 28 de septiembre se resolvió que “en consecuen-cia de las repetidas quejas proferidas contra los bailes de los Sres. Norton y Ca., la licencia que les fue concedida queda anulada desde 1º de Octubre próximo.”19 Aunque en la documentación del organismo no están registradas las quejas, puede suponerse que la sanción impuesta a los organizadores respondía a que no se conservó el orden en los bailes, como se les había instruido. Los problemas no fueron exclusivos de los fan-dangos, sino que también se daban en los bailes organizados por y para estadunidenses o de las elites veracruzanas, sin embargo, esto no fue tan difundido.

Más adelante se verá que los problemas en los bailes continuaron en los meses siguientes. Por ahora, cabe concluir este apartado señalando que este primer periodo de la ocupación –como puede verse a través de las formas y espacios de entretenimiento– estuvo marcado por la tensión entre estadunidenses y mexicanos, que en su mayoría se mantuvieron apartados, y entre las élites de la ciudad y los sectores menos acomodados de la población. Aunque esta separación y desprecio existía con o sin la guerra, los pri-meros meses de la ocupación la manifestaron con mayor claridad.

19 ahv, Ayuntamiento, caja 197, vol. 268, f. 966v.

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Imagen 4. “Hombres jugando al monte”

Imagen 4. Johan Salomon Hegi, “Hombres jugando al monte”. Fuente: Cien viajeros en Veracruz. Crónicas y relatos, t. V 1836-1854, investigación y compilación Martha Poblett Miranda, prólogo José Emilio Pacheco, coordinación general Ana Laura Delgado, México, Gobierno del Estado de Veracruz, 1992, p. 210.

LAS DIVERSIONES DURANTE LAS NEGOCIACIONES DE PAZ (DE OCTUBRE DE 1847 A MARZO DE 1848)

Las noticias de la caída de la capital mexicana llegaron a Veracruz a finales de septiem-bre. Este suceso fue otro parteaguas en la ocupación, pues, si bien no implicó el final de la guerra, sí le dio a los estadunidenses una posición más ventajosa, e igualmente hizo ver más cercana la firma de un tratado, a pesar de que en ambos bandos había posturas que se pronunciaban por la conflagración.

Así, tanto en Veracruz como en otros sitios ocupados, los invasores y los civiles que los acompañaban contaron con mayor confianza para sacar provecho de la situa-ción. Por su parte, los mexicanos consideraron necesario acostumbrarse a la situación, por lo que algunos de ellos –quizás una minoría– se mezclaron más con los extranje-

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ros. Este proceso no fue inmediato, como puede verse en las diversiones y espectáculos organizados en la ciudad. Pasaron algunas semanas para que la ciudad mostrara mayor dinámica en las actividades de entretenimiento, pues en octubre todavía estaban asimi-lando la situación en que se encontraban.

Pero finalmente, el domingo 21 de noviembre el teatro de la calle de Nava fue re-abierto con la presentación de unas “vistas de panorama” de diferentes ciudades y sitios del mundo.20 Desde entonces, el espacio fue utilizado por otros artistas extranjeros que aprovecharon la estancia invasora para presentarse en el escenario hasta fines de marzo del año siguiente, a diario se colocaron nuevos carteles en las calles de Veracruz para anunciar las funciones en el teatro. La casi definitiva victoria estadunidense permitió que se hicieran más espectáculos en la ciudad y más artistas provenientes del exterior llegaran a México a probar suerte.

El primero en presentarse fue el “Signor Haskell”, cuya llegada se anunció con gran entusiasmo, según The Free American, por la fama justificada en las principales plazas de Estados Unidos y Europa. Este mago dio su primera función el 1 de diciembre, donde presentó sus “milagros hindú[e]s, demonología y ventrilocuismo”, además de unos “au-tómatas” o marionetas mecánicas, que hicieron que muchas personas, según el diario, salieran del teatro creyendo que tenía un pacto con el diablo.21 El día siguiente se unió a Haskell una compañía de teatro recién llegada de Nueva Orleans, dirigida por Mrs. Ewing, una actriz estadunidense, ambos se encargaron, hasta el 22 de diciembre, de organizar las funciones del coliseo. En ellas combinaban actos dramáticos con danza, música, comedia, magia y habilidades f ísicas.

Las obras que se presentaban fueron las mismas que las compañías ponían en escena en Estados Unidos en esa misma época, muchas provenientes del teatro inglés, como “The Lady of Lyons”, “Rob Roy” o “The Soldier’s Daughter”. Pero además, en repe-tidas ocasiones, los actores interpretaron “The Star Spangled Banner” (el actual himno estadunidense), con la bandera extranjera en el escenario. En algunas funciones se pre-sentaron también los “Ethiopian Serenaders”,22 artistas que pintaban su cara de negro para “imitar” los cantos y bailes de los esclavos del sur de Estados Unidos, en un acto que se conocía como “Minstrel Show”.

Las expresiones patrióticas nos dicen mucho sobre la actitud victoriosa de los estadunidenses durante los meses en que se llevaron a cabo las negociaciones de paz y tras la caída de la capital mexicana. Si bien la bandera extranjera ondeaba sobre los principales edificios públicos de Veracruz desde meses antes, colocarla en el escenario teatral implicaba trascender al ámbito civil, a los espacios donde parte de la población local se divertía o buscaba distraerse de situaciones menos agradables (como la guerra, por ejemplo). Fue la máxima expresión de que la guerra y la ocupación no se reducían

20 El Arco Iris, 21 de noviembre de 1847, pp. 3 y 4. 21 The Free American, 1 de diciembre de 1847, p. 1, 2 de diciembre de 1847, p. 2. 22 Ibid., del 2 al 22 de diciembre de 1847.

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Imagen 5. “Minstrel Show”

Imagen 5. “Minstrel Show”. Fuente: Illustrated News, Londres, 24 de enero de 1846, tomado de John Ashton, Gossip in the First Decade of Victoria’s Reign, 1903, p. 289.

a lo militar, sino que también tenían relación con lo económico, lo cultural y con todos los aspectos cotidianos.

Artistas como los Serenaders son muestra de las distintas expresiones culturales que existían en Estados Unidos, y en específico una que se caracterizaba por su racismo, pues aunque evidenciaba el gusto por la música de los afrodescendientes, retrataba a estos como individuos poco inteligentes, caricaturizables.

El 23 de diciembre se anunció el regreso a Veracruz de W. R. Hart.23 El artista y empresario volvió a ponerse al frente del teatro de la ciudad y se encargó de adminis-trarlo durante los meses siguientes. Sin embargo, las funciones y actores presentados, incluido Ewing, siguieron hasta el 28 de enero. Hart agregó al repertorio obras de corte político como “Richard iii”, “Brutus, or The Fall of Tarquin” y “Charles II, or the Merry Monarch”. Asimismo, contrató nuevos actos, como el de los “Bedouin Arabs”, acróbatas de origen o apariencia árabe, que realizaban exhibiciones gimnásticas y de fortaleza f ísica.24

En estas funciones, sin embargo, ya no se dieron las expresiones de patriotismo estadunidense vistas anteriormente. Tal vez Hart consideró que, para sus intereses, era

23 The Free American, 23 de diciembre de 1847, p. 2. 24 Ibid., del 24 de diciembre de 1847 al 28 de enero de 1848.

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mejor evitarlas, y así atraer la atención de la población local, lo cual permitiría tener mayo-res ingresos. Además, tras la caída de la Ciudad de México, quizá resultaban innecesarias.

En efecto, en El Arco Iris del 2 de enero de 1848 se publicó un remitido firmado por “Unos aficionados”, vecinos de la ciudad, que afirmaban haber asistido a las fun-ciones de Hart y pedían al artista y empresario que contratase a un buen director de orquesta, pues como ellos no entendían inglés, por lo menos esperaban escuchar buena música.25 Quizá fueron de los pocos asistentes mexicanos durante las primeras semanas de 1848, seguramente llevados por la curiosidad y la necesidad de divertirse en un sitio donde acostumbraban hacerlo en tiempos de paz y que el resto prefiriera no hacerlo, ajenos a esas manifestaciones culturales y opuestos a ellas por ser organizadas por y para los invasores.

De hecho, durante enero, el teatro tampoco tuvo una buena asistencia de extran-jeros. A pesar de que se anunció que el general David Twiggs, gobernador civil y militar de Veracruz en esos momentos, y el comodoro Matthew Perry, quien comandaba la marina, irían a las funciones y apoyarían económicamente al empresario para que el es-pectáculo se organizara de forma adecuada, al parecer muchos asientos permanecieron vacíos en la mayoría de las funciones. Así lo registró The Free American en un artículo del día 18, en el que resaltaba el empeño de Hart por mantener una compañía con obras en inglés en territorio mexicano e invitaba a los militares a acudir y compensar las fun-ciones en las que hubo poca gente.26

Una razón de peso de las ausencias debió ser el gasto que implicaba. La mayor parte de los integrantes del ejército invasor no recibía un sueldo tan generoso que le permitiera pagar con frecuencia el costo de las entradas; el cual fue de un peso, cuatro o dos reales, equivalentes a un dólar, 50 y 25 centavos,27respectivamente. Es probable que muchos prefirieran utilizar su dinero en alimentos, bebidas y diversiones, como bailes en el interior o fuera de la ciudad, o en juegos y apuestas.

En suma, Hart y la compañía del teatro de Veracruz enfrentaron el problema de la falta de público, motivada por el desinterés de la población local y de los militares, pero también porque durante esas semanas hubo un espectáculo que atrajo más la aten-ción: el del mago alemán Alexander Heinberger, conocido como “Herr Alexander”. Este personaje, que había adquirido gran fama en el país del norte, pasó por Veracruz en su camino hacia la Ciudad de México, donde, según The Free American, había sido invitado por un oficial estadunidense para presentar su acto.28 Pero aprovechó su estancia en el puerto para ofrecer una serie de funciones en el Palacio de Gobierno, por invitación del gobernador Twiggs.

25 El Arco Iris, 2 de enero de 1848, p. 3. 26 The Free American, 18 de enero de 1848, p. 2. 27 Ibid., 15 de diciembre de 1847, pp. 2 y 3. 28 Ibid., 10 de enero de 1848, p. 2.

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El mago dio seis funciones entre el 11 y el 20 de enero que generaron gran expec-tativa. Así lo hicieron ver los editores del Free American y de El Arco Iris, que publicaron los anuncios y breves reseñas de las funciones, compuestas “de varios experimentos químicos, neumáticos, ópticos, f ísicos y mágicos.” Finalmente partió hacia la Ciudad de México, donde también causó gran interés entre mexicanos y estadunidenses.29

Entre los actos que ejecutó en el puerto, el que más llamó la atención, según los editores de la sección en español de The Free American, fue el denominado “La cocina del gitano”, en el que “todos quedaron absortos, y casi dudando de la realidad de lo que estaban viendo. ‘La resurrección de las palomas, y la desaparición del agua, es algo más que habilidad y destreza, es un privilegio especial que la naturaleza concede a algunos hombres en determinadas ciencias o artes…’.”30 Desafortunadamente, no se describe con más detalle los trucos que realizaba el alemán, sólo se mencionaban los nombres de los mismos.

Ahora bien, más allá de los trucos y demostraciones hechas por Herr Alexan-der, llaman la atención varios aspectos que dejaron ver sus funciones. Por ejemplo, su espectáculo fue el primero al cual se refirió El Arco Iris durante la ocupación. Antes sólo había publicado un discreto anuncio de la reapertura del teatro en noviembre y el remitido al que ya se hizo alusión. En esta ocasión, los editores asistieron y reseñaron algunas de las funciones, incluso sugirieron un intérprete para que quienes no hablaran inglés pudieran entender lo que decía el mago.31 Esto evidencia que el público estaba formado no sólo de invasores, sino que el artista no fue visto por algunos veracruzanos con el mismo desdén con que veían las funciones del teatro. Lo novedoso del espec-táculo y el optimismo con el cual fue anunciado, así como el hecho de que, pese a la opinión del diario mexicano, no fue absolutamente necesario entender el inglés para disfrutar de los trucos debieron contribuir a ello.

Sin embargo, no asistieron todas las que se hubiera deseado. Los editores de The Free American, expresando el sentir de muchos invasores, se quejaron amargamente de que apenas unas pocas “dark eyed señoritas” se animaran a asistir. El editor de la sec-ción castellana, al referirse a la primera función del mago, afirmó que “las lindas vera-cruzanas, menos crueles que hasta aquí, tuvieron la bondad de asistir, aunque en corto número.” Después de la tercera recurrió a la súplica y concluyó: “Una mirada suya, y su aspecto majestuoso, produciría un efecto mil veces más eléctrico en nosotros, que toda la magia y encantamiento de Herr Alexander.” También El Arco Iris destacó la reducida asistencia de veracruzanas.32

29 Ibid., 11 de enero de 1848, p. 3. Véase Sánchez, “Vida”, 2012. 30 The Free American, 15 de enero de 1848, p. 4. 31 El Arco Iris, 12 de enero de 1848, p. 3. 32 The Free American, 13 de enero de 1848, p. 4, 15 de enero de 1848, p. 4; El Arco Iris, 15 de enero de 1848, p. 3.

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En efecto, a pesar de los esfuerzos y las súplicas, y aunque la última función fue “dedicada a las señoritas de Veracruz”, las mujeres que acudieron al Palacio de Gobierno a admirar los trucos de magia fueron pocas.33 El interés desbordado y la insistencia por ver a las mujeres en las funciones pueden encontrar su explicación en que muchos mi-litares realmente deseaban convivir con ellas y fue en estos espectáculos donde tenían alguna oportunidad para hacerlo.

Quizá la frustración, pero también la ideología de los editores del Free American les hicieron preguntarse sobre la ausencia femenina de una forma que no debió agradar a muchos. Preguntaron en tono burlón: “¿será porque las lindas veracruzanas creen que tenga parte con el diablo, el admirable prestidigitador, y como tal, lo consideran un pecado mortal asistir a sus representaciones?”34 Según el periódico, poco después de publicar esto, un vecino de la ciudad les dijo, enfáticamente, que debían respetar las costumbres de cada pueblo porque, si no lo hacían, no debieron haber ido a Veracruz.35

Tal vez el comentario del “pecado mortal” ofendió a más de un veracruzano cató-lico, como el que les reclamó. Esto puede servir para mostrar el choque cultural y reli-gioso que se dio durante la ocupación. Muchos estadunidenses, incluidos los editores de periódicos, se referían constantemente al fanatismo y a la superstición de los católicos mexicanos. El comentario de los editores, aunque escrito en la sección castellana del periódico, hacía referencia a ello y lo dicho por quien los increpó refleja la respuesta que algunos mexicanos dieron a este juicio despectivo.

Por el entusiasmo que se aprecia en las fuentes y que el mago generaba en cada sitio donde se presentaba, quizá su espectáculo fue realmente algo no visto hasta enton-ces. De ahí que para muchos fuese dif ícil explicar sus trucos de magia. Las concepciones religiosas tenían un profundo arraigo en muchos pobladores de Veracruz y permea-ban su mirada muchos aspectos de la cotidianidad, así como de los acontecimientos extraordinarios.

Así, independientemente del tono de burla de The Free American, seguramente hubo sectores de la sociedad que consideraron los actos del ilusionista como contrarios a la religión, pensaron, quizá, que sus hazañas fueron algo “sobrenatural” y optasen por no asistir. En El Arco Iris, por ejemplo, se afirmó que un anciano, al salir de una función, dijo alegrarse por el mago de que ya no existiera la Inquisición.36

Es probable también que un sector específico de la sociedad veracruzana, parte de la elite evitara asistir a las funciones no por motivos religiosos sino políticos. Se percibe en el hecho de que, de acuerdo con The Free American, el consejo municipal –cuerpo formado por comerciantes mexicanos y extranjeros en sustitución del ayuntamiento– había impedido al mago realizar una función adicional a las programadas, la del 19 de

33 The Free American, 21 de enero de 1848, p. 4. 34 Ibid., 18 de enero de 1848, p. 4. 35 Ibid., 24 de enero de 1848, p. 4. 36 El Arco Iris, 17 de enero de 1848, p. 3.

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enero, en el Palacio de Gobierno. Sin embargo, el general Twiggs intervino para que pudiera disponer de éste. Los editores recordaron que el lugar era “un edificio público, y como tal, comprendido en la ocupación militar; así que el único en esta ciudad que puede disponer de él es el comandante militar del departamento de Veracruz.”37 El con-sejo fue disuelto por el gobernador poco después, esto puede ser una muestra de las diferencias entre ambos.

Entre tanto, mientras Herr Alexander se presentaba en el Palacio de Gobierno, W. R. Hart siguió organizando espectáculos en el teatro de la ciudad y desde finales de enero, el de una compañía de danza que llegó de Nueva Orleans. En ella venía una bai-larina francesa, Aurélie Dimier, quien se presentó durante dos semanas, entre el 30 de enero y el 13 de febrero.

La bailarina consiguió algo que ni Herr Alexander pudo conseguir, que varias fa-milias veracruzanas acudieran al teatro, gracias a que lo que se admiraba en esas fun-ciones era la música y el baile y no fue necesario saber inglés para disfrutarlas. Dimier, junto con la bailarina Fanny Manten y el esposo de esta, el mago y ventrílocuo italiano Giovanni Rossi, presentaron espectáculos donde lo que más llamó la atención del públi-co y de los editores de periódicos fueron las obras de danza, en particular “La Giselle”, en las que ella ejecutó el papel principal.38

El interés de la población en estas funciones, a diferencia de lo que sucedió con las anteriores, se manifestó en las numerosas menciones de las mismas hechas en El Arco Iris, se publicaron anuncios y reseñas en las que, sobre todo, se alabó a la bailarina francesa. Asimismo, el editor afirmó que esta había logrado por fin que las familias de la ciudad, incluidas muchas de las añoradas “señoritas”, asistieran al teatro.39

Luego de la última función de Dimier, se presentaron dos bailarines, Marieta Gozze y Francisco Piattoli, integrantes de la compañía dramática española del Teatro Nacional, que habían actuado para los invasores en la Ciudad de México a fines del año anterior e iban de salida con rumbo a Nueva Orleans. Por una semana, hasta el domin-go 20 de febrero, lograron que varios mexicanos asistieran al teatro y beneficiaran a W. R. Hart, quien obtuvo mayores ganancias gracias a las danzas ibéricas presentadas por la pareja.40

The Free American y El Arco Iris dieron cuenta de ello, aunque el primero lo apro-vechó para dejar en claro, una vez más, su ideología. El 18 de febrero el editor escribió en la sección en español que había asistido al teatro un par de días antes y la función le hizo recordar las corridas de toros, “tiempos de barbaridad y de oprobio”, y que era

37 The Free American, 19 de enero de 1848, p. 4. 38 Ibid., 31 de enero de 1848, p. 2, 8 de febrero de 1848, p. 2, 12 de febrero de 1848, p. 4; El Arco Iris, 4 de febrero de 1848, p. 3. 39 El Arco Iris, 29 de enero de 1848, p. 3, 3 de febrero de 1848, p. 3, 10 de febrero de 1848, p. 3. 40 The Free American, 14 de febrero de 1848, p. 3, 17 de febrero de 1848, p. 2, 19 de febrero de 1848, p. 3; El Arco Iris, 16 de febrero de 1848, p. 3, 23 de febrero de 1848, p. 2.

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“imposible observar, y ni aun gozar en un lugar que pocos días a esta parte ha llegado a ser un punto de desorden, barullo y desmoralización; un completo caos.”41

Esto fue un nuevo ataque a las tradiciones mexicanas. La presencia de artistas españoles y el gusto que generaron entre la población fueron una oportunidad más para manifestar su desprecio hacia lo que la cultura del país había heredado de la antigua metrópoli.

Hay que señalar que, simultáneamente a las presentaciones de Dimier y de Gozze y Piattoli, los estadunidenses tuvieron un espectáculo más familiar, del estilo de los que presenciaban en su país,42 una compañía de “circo americano”, que también se había pre-sentado en el Teatro Coliseo de la capital durante los meses anteriores e iba en camino hacia América del Sur.

El que se anunciaba en The Free American como “Circo Olímpico de Kelly & Mc-Kinney” se presentó entre el 11 y el 22 de febrero. En el periódico no se especificó el sitio donde se organizaría el espectáculo, sólo que se hacía con el permiso del gobernador Twiggs y los boletos costaban 75 y 50 centavos. Había actos de acrobacia, fortaleza f ísi-ca, malabarismo, comedia, contorsión, música, baile y equitación, en los que la estrella fue “Madame Armand”. Se realizaba al estilo de los circos que en esa época estaban en auge en Estados Unidos. Por ejemplo, se presentó el acto del “guerrero indio”, en el cual E. Kelly utilizaba una vestimenta como la de los nativos de la frontera de su país, y hacía una pantomima de estos en la caza, la guerra, o montando a caballo. También se presentaba la tropa de los Bedouin Arabs y el payaso de la compañía, Mr. Jemmerson, interpretaba “canciones de negros” para complacer a los espectadores.43

El circo fue un espectáculo dirigido a los estadunidenses, no sólo por el estilo “americano” que ostentaba sino también porque, a diferencia de las funciones de Gozze y Piattoli que se realizaban al mismo tiempo, sólo fue anunciado en The Free American y, de hecho, salvo una excepción,44 únicamente en la sección en inglés. El hecho de tener la venia de Twiggs y que costara menos que otros espectáculos podría implicar que el jefe militar estaba interesado en brindar formas de entretenimiento a los soldados, de manera que estos pudieran distraerse tanto del tedio de la rutina militar, como de otras diversio-nes que resultaban más problemáticas para las autoridades, como el juego, o aquellas en las que el alcohol estaba presente.45

Por fin, a fines de febrero y principios de marzo, Hart organizó más funciones con la compañía de teatro estadunidense, a la que se sumó la pareja de Fanny Manten y Giovanni Rossi. El espectáculo tuvo características similares a las que mostró en un

41 The Free American, 18 de febrero de 1848, p. 4. 42 Thayer, American, 2005 [consultado en línea]. 43 The Free American, 12 de febrero de 1848, p. 2, 15 de febrero de 1848, p. 2, 17 de febrero de 1848, p. 2, 22 de febrero de 1848, p. 2. Thayer, American, 2005 [consultado en línea]. 44 The Free American, 17 de febrero de 1848, p. 3. 45 Winders, Mr., 1997, pp. 135-136.

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principio, con actos de diferente tipo y obras en inglés, por lo que, una vez más, los ve-cinos dejaron de asistir y muchos asientos quedaron vacíos.46

Se hicieron funciones en beneficio de los artistas pero, a pesar de los anuncios y la insistencia de The Free American, no tuvieron muy buenos resultados.47 Finalmente, los actores de la compañía ofrecieron actuar gratis la noche del 5 de marzo para favorecer a Hart, “en consideración a las pérdidas derivadas de establecer el teatro en Veracruz.” Esta función incluyó la representación de “The Fall of the Alamo, or The Death of Croc-kett”,48 una apología de los texanos que murieron a manos de Santa Anna y del ejército mexicano en 1836.

La representación de una obra así en suelo mexicano fue sumamente significativa para los invasores. Desde una década antes, la caída del Álamo y la muerte de sus defen-sores se convirtió en una gran afrenta a vengar. El recuerdo del suceso se convirtió en el grito de guerra contra los mexicanos y el resentimiento alimentaba el desprecio contra el país, no sólo entre los texanos, pues muchos de los que participaron en la defensa provenían de diferentes estados del país del norte. Enaltecer a los héroes y representar el suceso en un territorio mexicano tomado por las armas estadunidenses pudo verse como una revancha, deseada por varios de los invasores.

Al parecer la labor de Hart en el teatro de Veracruz terminó con la presentación de una tropa de circo que llegó el 8 de marzo, encabezada por Richard Risley Carlisle, conocido como el “Profesor Risley”, sus aprendices, el equilibrista Charles Winther y el mimo Charles Pasloe. El 11 de marzo The Free American anunció la primera pre-sentación del hombre “que por cinco años ha estado visitando las principales capitales de Europa”, y dio detalles de la función, en la que, entre otros actos, los “hijos” de Ris-ley bailarían la “Polka nacional”, Winther haría sus “atrevidas suertes en la cuerda” y el acróbata principal, junto con sus pupilos, ejecutaría “los más esplendidos y asombrosos actos jamás vistos”.49

De acuerdo con Stuart Thayer, la compañía de Risley había adquirido gran fama en Estados Unidos y Europa por las demostraciones de habilidad f ísica que hacía en sus funciones. Poco antes de su llegada a Veracruz, se había presentado en Nueva York y Fi-ladelfia y, en años previos en Roma, París, Moscú y Londres –donde actuó para la reina Victoria–. El acto más renombrado del artista principal fue uno en el que posado sobre la espalda y las piernas estiradas en posición vertical, hacía demostraciones de equili-brio, fuerza y malabarismo con sus “hijos” –acto que se sigue haciendo en los circos de nuestros días y se conoce como de los “icaristas” o, precisamente, como “Risley Act”–.50

46 The Free American, 22 de febrero de 1848, p. 2, 24 de febrero de 1848, p. 2, 26 de febrero de 1848, p. 4, 2 de marzo de 1848, p. 2, 3 de marzo de 1848, p. 2. 47 Idem. 48 Ibid., 4 de marzo de 1848, p. 2. 49 Ibid., 11 de marzo de 1848, p. 3. 50 Thayer, American, 2005 [consultado en línea].

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La última referencia hallada sobre la actuación de la compañía y sus presentacio-nes en Veracruz durante la ocupación es la de El Arco Iris del 27 de marzo, reimpresa por El Eco del Comercio de la capital. Ahí se informaba de la partida de Risley y Winther hacia el interior del país y advertía: “en México deben regocijarse los aficionados al tea-tro por las notabilidades que les envía Veracruz en convoy. Los espectáculos que ofrecen en combinación […] son de un mérito sobresaliente […] Aunque nada hemos dicho hasta ahora de estos señores, Veracruz les ha pagado un justo tributo.”51 Con esta última afirmación puede pensarse que, al igual que en la primera, el resto de las funciones con-taron con una buena asistencia y, probablemente, que las familias mexicanas también se vieron atraídas por lo novedoso del espectáculo.

En cuanto a los bailes, entre diciembre de 1847 y marzo de 1848 se anunciaron una gran cantidad de ellos. Los extranjeros, sintiéndose victoriosos por la toma de la capital, tuvieron más motivos y confianza para festejar. Cada semana se leían las invita-ciones a participar en el “Society Ball” del estadunidense L. C. Blake, en la calle de San Agustín; en el “American Ball Room” de la calle de la Merced, donde se contrató a la banda de música del primer regimiento de artillería; o en el “Gran baile civil y militar”, en la esquina de San Ángel y las Damas. Durante enero hubo bailes, por lo menos, cua-tro veces a la semana. A fines de febrero y en marzo se anunciaron en el Salón Nacional, en la esquina de la calle Principal y la Plaza de la Caleta.52

Algunas fechas fueron motivo para festejar. El 22 de febrero de 1848, por ejemplo, para conmemorar el nacimiento de George Washington se organizaron bailes en distin-tos sitios de la ciudad; días más tarde, antes de la llegada de la Cuaresma, se llevaron a cabo los de máscaras, incluso dentro del teatro, donde se rentaron los disfraces utiliza-dos en las obras.53

Desafortunadamente, las fuentes mencionan poco algunos aspectos de los bailes, como quiénes asistieron, el costo –que probablemente se anunciaba en carteles pegados en las calles–, o sucesos específicos. Sin embargo, ciertos datos permiten hacer algunas inferencias. Por ejemplo, las únicas ocasiones en las que en la prensa se informó del precio del boleto fueron dos bailes de máscaras. Uno en el Salón Nacional, cuya entra-da costaba tres pesos para los hombres, mientras que las mujeres serían invitadas por medio de papeletas. El otro, el del teatro ya mencionado, tuvo un costo de dos pesos, lo cual incluía el ingreso de un hombre y una acompañante, si bien la cena ofrecida costó un peso más.54

51 The Free American, 12 de marzo de 1848, p. 2; El Eco del Comercio, 1 de abril de 1848, p. 2. 52 The Free American, 15 de diciembre de 1847, p. 2, 12 de enero de 1848, p. 2, 21 de enero de 1848, p. 3, 25 de febrero de 1848, p. 2. 53 Ibid., 22 de febrero de 1848, p. 2, 24 de febrero de 1848, p. 2, 2 de marzo de 1848, p. 4, 7 de marzo de 1848, p. 2. 54 Ibid., 2 de marzo de 1848, p. 4, 7 de marzo de 1848, p. 2.

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Si se piensa en las dificultades económicas que muchos de los habitantes de la ciudad enfrentaron durante la ocupación, como el desabasto y el encarecimiento de productos, los veracruzanos que asistían a este tipo de bailes fueron aquellos con recur-sos suficientes para subsistir y, además, para pagar la asistencia a estos eventos. Pro-bablemente, muchos de ellos fueron comerciantes que supieron acomodarse mejor a la situación creada por la ocupación, por ejemplo, los que participaron en el consejo municipal que sustituyó al ayuntamiento y sus allegados, así como los que establecieron negocios frecuentados por oficiales y otros integrantes del ejército. Todos ellos bien podrían haber asistido a los bailes y a otras diversiones junto con sus familias. No es descabellado pensar en otros individuos del sector más acomodado de Veracruz que, motivados por el deseo de entretenerse, decidieron asistir a los bailes y a otras diversio-nes a pesar de ser organizados para los invasores.

Así, es posible advertir a quiénes se referían los editores de The Free American cuando afirmaban que al American Ball Room asistía “la porción más elegante de los ciudadanos de Veracruz”.55

En cuanto a los miembros del ejército, hay que considerar que la paga que recibía la mayoría (soldados, cabos, sargentos), cuando les llegaba puntualmente, iba de los siete a los trece dólares, que equivalían a la misma cantidad de pesos.56 Así, estarían limitados el resto del mes si decidían asistir a uno de estos bailes y pagar tres dólares, es decir, entre casi una mitad y una cuarta parte de su salario. Tomando en cuenta que los subordinados se quejaban constantemente de que los oficiales los veían y trataban como seres inferiores,57 es de dudarse que los superiores permitieran que sus soldados fueran a las mismas diversiones que ellos. Por tanto, quizá sólo los que contaban con un grado igual o superior al de teniente podían asistir.

En cuanto a sucesos dados dentro de los bailes, sólo pueden vislumbrarse algunos detalles con base en lo que exponen las fuentes.

El 9 de noviembre, por ejemplo, el consejo determinó que todos los bailes debían terminar a las doce de la noche en punto, a excepción de los sábados, cuando se podía extender el límite por medio de una licencia especial. Pero a inicios de febrero limitaron aún más las condiciones y establecieron “que las licencias para bailes públicos se conce-dan solamente los miércoles y sábados pagándose 5 p[esos] por cada una y especificando la hora en que debe concluir. Los empresarios de estos serán responsables por cualquie-ra infracción de reglamentos vigentes, o de los desórdenes que puedan tener lugar bajo una multa de 25 pesos.”58 Es probable que esta determinación derivara de que, durante enero, los bailes proliferasen y esto, seguramente, impidió a las autoridades mantener el

55 Ibid., 15 de diciembre de 1847, p. 2. 56 Winders, Mr., 1997, p. 122. 57 Ibid., pp. 61-64. 58 AHV, Ayuntamiento, caja 197, vol. 268, fs. 1009 y 1078.

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orden y evitar problemas en los sitios de diversión. Por ello, a partir de febrero de 1848 dejaron de hacerse tan seguido.

Los organizadores, por su parte, al anunciar los eventos aclaraban que la policía de la ciudad concurriría a ellos como medida de seguridad y no se permitiría la entrada con armas de ningún tipo.59 Y en temporada de los bailes de máscaras, las autoridades aclararon que, aunque el disfraz lo requiriera, no se podían llevar espadas, bajo pena de multa y cárcel, también consideraron necesario aclarar que la prohibición incluía a los oficiales del ejército y la marina.60 El por qué de estas disposiciones puede encontrarse en el comentario que hizo The Free American a la petición de unos estadunidenses de abrir un nuevo salón de baile: que esas diversiones eran buenas, siempre y cuando sir-viesen como entretenimiento y para distraerse de la vida militar, si bien condenaban que los lugares donde tenían lugar se convirtieran en “refugio de canallas y pendencieros”, que arruinaban la noche con sus peleas.61

La violencia no se ceñía solamente a las diversiones extramuros, como se vio en el apartado anterior. Aunque de forma velada, las fuentes dejan ver que los bailes organi-zados dentro de la ciudad, en los que participaron oficiales del ejército y los ciudadanos “más elegantes” de Veracruz, no estuvieron exentos de conflictos.

A través de los bailes se puede pensar en realidades diferentes existentes en una misma geograf ía: mientras unos se divertían en cenas “de etiqueta”, bailando valses o música importada de Europa, otros lo hacían con los sones y bailes jarochos, o tam-bién en las fiestas organizadas en sitios como Medellín, alejados de la oficialidad y las autoridades civiles. Pero también que en estos eventos, concurridos por mexicanos y estadunidenses, hubo un encuentro, no siempre armónico, de dos sociedades disímiles, con costumbres diferentes y que además se encontraban en guerra.

Finalmente, a pesar de no haber estado permitidos durante la mayor parte de la ocupación, el juego y las apuestas fueron actividades recurrentes entre los militares y vecinos en Veracruz y el resto de los sitios bajo el mando de los invasores. Tan fue así que las autoridades en la Ciudad de México optaron por legalizarlo y regularlo desde comienzos de 1848, y concedieron tres licencias para establecer casas de juego.62 Esto se hizo con el fin de reducir la violencia en los que muchas veces esta actividad derivaba, al igual que para obtener un ingreso económico con los permisos.

La medida puesta en práctica en la capital no pasó inadvertida en Veracruz. El 1 de febrero, el comerciante M. A. Muñoz dirigió una comunicación al gobernador Twiggs, solicitando una concesión de la misma naturaleza y prometiendo que, si le era otorgada, en su establecimiento no permitiría el “juego injusto, el escándalo, la inmora-

59 The Free American, 5 de enero de 1848, p. 2, 15 de enero de 1848, p. 4. 60 Ibid., 8 de marzo de 1848, p. 2. 61 Ibid., 2 de febrero de 1848, p. 2. 62 Winders, Mr., 1997, pp. 135-136; Sánchez, “Vida”, 2012, p. 71.

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lidad” ni los “abusos y desórdenes tan sufridos en los juegos de azar que tal vez existen secretamente.”63

La comunicación fue remitida al consejo y este determinó conferenciar con el ge-neral antes de tomar una decisión. Así, el 5 de febrero, el gobernador Twiggs informó que como resultaba “imposible evitar las apuestas” y “para evitar las consecuencias del juego clandestino”, se regularía, por lo cual se darían dos licencias para abrir casas de juego.64

Las autoridades estadunidenses optaron por sacar ventaja, por medio de la expe-dición de licencias, de una de las diversiones que no habían autorizado, pero cuya prác-tica clandestina se les escapaba de las manos. Probablemente las apuestas y los juegos se siguieron llevando a cabo en otros sitios, además de los permitidos, pero por lo menos las autoridades obtuvieron un ingreso de estos últimos.

En estos meses de ocupación proliferaron los espectáculos y las diversiones orga-nizadas por y para los militares. En ello influyó que la capital mexicana había sido toma-da y lo más seguro que se firmara un tratado de paz. Esto debió influir para que llegaran más civiles dedicados a estas actividades, así como para que los militares encontraran motivos para festejar.

Desafortunadamente, las fuentes nos dicen más de lo que hacían los invasores que sobre las actividades cotidianas de los veracruzanos, sin embargo, también ellos procuraron retomar algunas actividades, motivados, quizá, por la resignación y por la necesidad tanto de ganarse la vida, como de disfrutarla.

DIVERSIONES DURANTE LOS ÚLTIMOS MESES DE OCUPACIÓN (DE ABRIL A JULIO DE 1848)

El 2 de febrero de 1848 se firmó el tratado de paz entre los comisionados de ambos países; no obstante, fue necesario que el Congreso de cada uno de estos lo ratificara para hacerlo oficial, lo cual sucedió hasta fines de mayo. No obstante, el 29 de febrero se firmó un armisticio en la Ciudad de México, el cual estableció que las autoridades civiles mexicanas fueran reinstaladas. En Veracruz, el ayuntamiento que estaba en funciones antes de la ocupación volvió a su lugar el 30 de marzo.65

La etapa final de la ocupación puede ubicarse desde entonces hasta que los últi-mos soldados invasores salieron de Veracruz, el 1 de agosto de 1848. Desafortunada-mente, las fuentes para el estudio de las diversiones y los sucesos festivos, así como de otros aspectos en esta etapa no son tan abundantes. Sólo es posible conocer algunos elementos que nos dejan asomarnos parcialmente a los últimos meses de ocupación.

63 ahv, Ayuntamiento, caja 197, vol. 268, fs. 1081-1082. 64 Ibid., fs. 1078; The Free American, 5 de febrero de 1848, p. 2. 65 The Free American, 31 de marzo de 1848, citado en American Star, 7 de abril de 1848, pp. 3-4.

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Al parecer muchos veracruzanos recuperaron, además de sus autoridades civiles, el estilo de vida que llevaban antes de la ocupación. A inicios de abril de 1848, Nathan Clifford –comisionado por Polk para asegurar la ratificación del tratado por México y para reanudar las relaciones entre los países– escribió a su paso por Veracruz que los mexicanos, por ser domingo, habían paseado en las calles y, al final, realizaron una co-rrida de toros frente a la casa en la que se hospedó.66 Quizá fue hasta los últimos meses de ocupación, después de que se celebró el armisticio, cuando se organizaron estos es-pectáculos, pues hasta antes casi no hay referencia a ellos.67 En cuanto a los militares, el puerto y sus alrededores vieron transitar a todos los que estaban en el centro del país y comenzaron su regreso a casa desde junio de 1848.68

Ante la imposibilidad de embarcar a todos en el puerto en un lapso breve, muchos debieron esperar allí algunos días y, otros más lejos, en Medellín, San Juan, Santa Fe, Puente Nacional, Plan del Río o Alvarado, este último también sirvió como punto de embarque. Los soldados que dejaron testimonio de su paso por estos puntos afirmaron haber visto a los regimientos, en los cuales había muchos soldados enfermos esperan-do para avanzar hacia la costa. Asimismo, observaron el comportamiento propio de los campamentos militares durante la campaña: algunos soldados que se aventuraban a explorar los alrededores o reconocer los lugares donde estuvieron en su camino hacia el interior, o los vendedores que acompañaban a las tropas, para obtener beneficios económicos.69

Los que llegaban a Veracruz fueron instalados en la playa de Vergara, al noroeste, donde debían aguardar algunos días. Allí, los soldados mataban el tiempo, nadando en el mar o incursionando en los pueblos de los alrededores. La numerosa presencia de ex-tranjeros generó problemas para los vecinos de esos rumbos y para los de la ciudad, por los robos cometidos contra los rancheros y comerciantes y los saqueos en las villas.70

Las tropas fueron enviadas a diferentes sitios en la costa, pues resultaba dif ícil mantenerlas en orden, quizá por el tedio que sufrían los soldados, aguardando para em-barcarse y regresar a casa. A esto se sumaban la desesperación por la falta de capacidad de las embarcaciones para llevárselos a todos y verse forzados a esperar en un lugar ca-luroso, húmedo y con malas condiciones de salubridad, al punto que muchos soldados de los que iban de paso cayeron presa de enfermedades

Lo escrito por Richard McSherry sobre su partida, en mayo de 1848, ejemplifica lo que fueron estos últimos días de ocupación para invasores y pobladores de la costa. El médico, cuyo regimiento fue instalado unos días en la playa de Vergara y luego enviado

66 Suárez, Maine, 1994, p. 93. 67 Solamente a mediados de febrero se mencionó que W. R. Hart deseaba llevar a Veracruz toreros, picadores y toros de Xalapa para organizar corridas. The Free American, 18 de febrero de 1848, p. 2. 68 Blázquez, Veracruz, 1988, p. 140. 69 McSherry, Puchero, 1850, p. 194; Kenly, Memoirs, 1873, pp. 469-470. 70 El Eco del Comercio, 11 de julio de 1848, p. 4.

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a Alvarado para embarcarse, expresó: “Tuvimos la alegría de abandonar los fandangos y las fiebres de aquella región pestilente, que se esparcían entre nosotros.”71

Al parecer los últimos meses de la ocupación se caracterizaron porque los mexi-canos procuraron volver a la cotidianidad de antes, quedando los invasores apartados, en proceso de dejar el país. Aunque algunos de ellos siguieron mezclándose con las clases bajas del puerto y sus alrededores en fandangos y otros espacios y actividades de diversión.

REFLEXIONES FINALES

Además de referirse a los toros, Nathan Clifford hizo otra afirmación que resulta reve-ladora. En una carta escrita a su esposa le comentó que en Veracruz: “Los mexicanos se mantienen apartados de nosotros y no lamento que lo hagan porque no me agradan en lo más mínimo.”72 Podría pensarse que esto fue lo que sucedió en muchos aspectos de la dinámica social durante la ocupación en Veracruz. Muchos de los oficiales y extranjeros que se acuartelaron o instalaron su domicilio en las casas de la ciudad llevaron a cabo la mayoría de sus actividades separados de los mexicanos.

Sin embargo, la población veracruzana no fue homogénea, como tampoco lo fue el conjunto de los invasores. Clifford, Twiggs o los editores de periódicos estaduniden-ses fueron algunos de los que esperaban convivir con los pobladores más acomodados de Veracruz (a las hijas de estas familias eran a quienes se referían como las “señoritas” veracruzanas), pero en general, como se vio en el caso del teatro, este sector decidió mantenerse apartado.

No pasó lo mismo con otros pobladores ni con muchos soldados. En los alrede-dores de la ciudad, por ejemplo, hubo convivencia entre ambos grupos, a veces poco cordial, pero otras en ambientes festivos, como en los fandangos. Asimismo, hubo in-tercambio comercial, como cuando los vendedores mexicanos se acercaban a los cam-pamentos para ofrecer algún producto cultivado en la región o cuando los soldados visitaban el mercado de la urbe.

Lo sucedido en Veracruz se asemeja a lo que se dio en otros sitios ocupados por los estadunidenses durante la guerra. En la Ciudad de México, por ejemplo, mientras estuvo ocupada –de septiembre de 1847 a junio de 1848– la mayor convivencia de las dos sociedades se presentó entre las clases bajas. Los soldados, integrantes de la tropa regular y voluntarios, se mezclaron con habitantes de los barrios alejados del centro, organizaron bailes con prostitutas, acudieron a las pulquerías y a otros sitios donde no se veía ni a oficiales ni a familias “respetables” de la urbe. Por otro lado, sitios como el

71 McSherry, Puchero, 1850, p. 198. 72 Citado en Suárez, Maine, 1994, p. 93.

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teatro o los cafés fueron concurridos por los oficiales, pero los habitantes que acostum-braban asistir casi no lo hicieron.73

Es posible observar que la mexicana y la estadunidense eran sociedades y cultu-ras muy distintas, pero también que en el interior de ellas hubo contrastes. Comparar los fandangos y sus concurrentes –entre ellos, soldados atraídos por la curiosidad, la bebida, las mujeres, o la necesidad de distraerse– con los bailes llevados a cabo en los salones de la ciudad, y pensar en quiénes concurrían a cada tipo de espectáculo permite apreciar la heterogeneidad de las sociedades y el choque cultural que significó la guerra de 1846-1848.

Los pobladores del puerto y sus alrededores, así como los demás habitantes del país que vieron ocupadas sus localidades por los invasores, trataron de continuar con su vida después del impacto de la toma militar. Algunos se acoplaron a la presencia extran-jera e incluso buscaron un beneficio económico, otros cambiaron sus actividades para no convivir con ellos.

Finalmente, cabe remarcar que los espectáculos y las formas de diversión en Ve-racruz durante la ocupación tuvieron estilos muy diferentes. Algunos, los que fueron específicamente importados por civiles o militares del país del norte para brindar en-tretenimiento a sus compatriotas permitieron resaltar las costumbres estadunidenses y reforzar el patriotismo o, incluso, una identidad cultural que estaba en formación en Estados Unidos. Pero hubo otros que se inscribían en una cultura más global y lo que dejaban ver eran las manifestaciones artísticas que existían en otros sitios o las habilida-des f ísicas de artistas de todo tipo. Estas fueron las que más llamaron la atención de la población local, pues fueron a las que estaba más acostumbrada y no requerían hablar inglés para disfrutarlas. En el teatro, Hart lo comprendió y, aunque en algunas funciones que organizó hubo expresiones pro estadunidenses, generalmente buscó ofrecer espec-táculos atractivos para las familias veracruzanas que podían asistir al teatro, ya que estas fueron las que mayores ganancias le permitirían obtener.

Así, algo que sobresale del estudio de las diversiones en tiempos de guerra es el papel que jugaron los empresarios, artistas y civiles que obtuvieron ventajas de ella.74 Las poblaciones ocupadas, controladas por el ejército estadunidense, se convirtieron en sitios idóneos para realizar sus actividades. Los soldados invasores y los pobladores fueron un buen mercado para explorar. En el caso de los militares, por la necesidad de distraerse y, en cuanto a los pobladores, por la atracción o la curiosidad que po-drían sentir hacia las novedades traídas por los extranjeros, o bien por el afán natural de entretenerse.

Como el caso de W. R. Hart lo enseña, los intereses económicos se privilegiaron sobre las expresiones patrióticas. Esto, sin duda, estaba ligado a la naturaleza del con-

73 Sánchez, “Vida”, 2012, pp. 134-203. 74 Esta situación se repitió en aspectos como la política o la economía; no obstante, sería imposible tratarlo todo en este trabajo.

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flicto, en específico, al afán que tuvo de expandir el mercado y las vías de comunicación de Estados Unidos. La actuación de muchos individuos ligados a las diversiones son una expresión más del carácter económico de la guerra.

FUENTES CONSULTADAS

Archivos

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Hemerograf ía

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