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  • CUADERNOS DE SOCIOLOGAESCUELA DE SOCIOLOGA

    FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

    No. 10 2010

    ISSN-1659-2689

    PRESENTACIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

    SECCIN CONFERENCIAS

    JOHN SAXE-FERNNDEZGEOECONOMA Y GEOPOLTICA DEL CAPITAL: RECURSOS NATURALES Y MILITARIZACIN EN AMRICA LATINA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9-18

    SECCIN ARTCULOS

    SEBASTIN HUHNCRIMINALIDAD, MIEDO Y CONTROL EN COSTA RICA. ESTADSTICAS DE CRIMINALIDAD Y SEGURIDAD PBLICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21-43

    RODOLFO CALDERN UMAA EXCLUSIN SOCIAL Y DELITO EN COSTA RICA: UN ANLISIS DE SUS VNCULOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45-58

    MAYNOR ANTONIO MORALA CONSTRUCCIN SOCIAL DE LA SEGURIDAD: PROBLEMAS TERICOS Y PERSPECTIVA SOCIOLGICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59-70

    AGUILAR, NAVARRO, CHINCHILLA, PINEDA Y GARCAUN ACERCAMIENTO A LOS ENCUENTROS TECNOLGICOS REGIONALES: REFLEXIONES Y APORTES CONCEPTUALES-METODOLGICOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71-81

    ESPERANZA TASIES CASTROLA CUESTIN DEL MTODO EN LAS CIENCIAS SOCIALES: RELACIONANDO SUJETO-MTODO- OBJETO (APORTES HISTRICOS DE LA SOCIOLOGA) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83-96

    SECCIN ENTREVISTAS

    ENTREVISTA A SERGIO REUBEN REALIZADA POR SERGIO VILLENA: OFICIAR DE SOCILOGO EN EL SXXI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99-109

    SECCIN TRABAJOS FINALES DE GRADUACIN

    CAROLINA CASTILLO ECHEVERRABELLEZA FSICA, IDENTIDAD E INTERACCIN SOCIAL: EL CASO DE ADOLESCENTES QUE ASISTEN A TRES COLEGIOS PRIVADOS DE LA ZONA METROPOLITANA DE SAN JOS . . . . . . . . . . . . 113-115

    LOS AUTORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

    NORMAS PARA LA PRESENTACIN DE TRABAJOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119-120

  • Consejo Editorial:

    M.Sc. Mayra Acho TacsanM.Sc. Asdrbal AlvaradoM.Sc. Roberto Salom EcheverraDr. Sergio Villena FiengoDra. Nora Garita Bonilla, Editora

    Consejo Internacional:

    Fernando Corts, Colegio de MxicoLuis Monge, Universidad de El SalvadorDaniel Camacho, Profesor emrito

  • Cuadernos de Sociologa, como publicacin de la Escuela de Sociologa de la Universi-dad de Costa Rica, pretende dar cuenta de su quehacer en la docencia, la investigacin y la accin social, a la vez que abrir un espacio para textos que nutran la docencia y estimulen la reexin crtica.

    Este nmero diez recoge valiosos materiales:En la Seccin Conferencias, publicamos la conferencia impartida por John Saxe-Fer-

    nndez, en ocasin del aniversario de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica, llamada Geoeconoma y geopoltica del capital: recursos naturales y militari-zacin en Amrica latina.

    Como espacio dialgico con la sociedad costarricense, Cuadernos de Sociologa publica en la Seccin Artculos, tres trabajos referidos a un tema sensible en estos momentos en la discusin pblica, como es el tema de la seguridad. Sebastin Huhn en su artculo Criminali-dad, Miedo y Control en Costa Rica. Estadsticas de Criminalidad y Seguridad Pblica cuestiona desde la teora criminolgica los datos ociales empleados en Costa Rica, sobre los cuales se apoyan armaciones respecto de una creciente ola de criminalidad.

    Rodolfo Caldern, en su artculo, Exclusin social y delito en Costa Rica: Un anlisis de sus vnculos, atribuye la inecacia de las actuales polticas a la ausencia de ataque a las races sociales del problema. Su artculo aporta una novedosa hiptesis al estudio de las causas del delito, pues seala la tensin entre altas expectativas de consumo en el orden social vigente y la situacin de exclusin de grandes sectores de la sociedad.

    El trabajo de Mynor Antonio Mora, La construccin social de la seguridad: problemas tericos y perspectiva sociolgica, discute la disociacin que se ha hecho entre el concepto de seguridad y el de bienestar. Cuestiona el valor terico del concepto de seguridad y analiza el papel del miedo en la construccin de las relaciones sociales.

    Dos artculos ms integran esta seccin de Artculos: de Aguilar, Navarro, Chinchilla, Pi-neda y Garca, el anlisis del impacto de las polticas pblicas en el campo de la ciencia y la tecnologa sobre pequeos y medianos empresarios en el texto Un acercamiento a los encuentros tecnolgicos regionales: reexiones y aportes conceptuales-metodolgicos. Adems, el trabajo de enorme utilidad didctica, de Esperanza Tasies Castro: La cuestin del mtodo en las ciencias sociales: relacionando sujeto-mtodo- objeto (Aportes histricos de la sociologa).

    Presentamos una entrevista al ex-director de la Escuela de Sociologa y antiguo editor de Cuadernos de Sociologa, Sergio Reuben, realizada por Sergio Villena: Ociar de socilogo en el SXXI.

    Cierra este nmero de Cuadernos de Sociologa la Seccin Trabajos Finales de Gradua-cin, la resea de la tesis para optar al grado de licenciatura de Carolina Castillo Echeverra, Belleza fsica, identidad e interaccin social: El caso de adolescentes que asisten a tres colegios privados de la zona metropolitana de San Jos.

    Dra. Nora Garita BonillaEditora

    PRESENTACIN

  • SECCIN CONFERENCIAS

  • Cuadernos de Sociologa, N 10 - 2010 / 9-18ISSN: 1659-2689

    Geoeconoma y Geopolitica del Capital: Recursos Naturales y Militarizacin en Amrica Latina. 1

    John Saxe-Fernndez 2

    Es un honor celebrar en la Universidad de Cos-ta Rica y desde la Ctedra Lucem Aspicio, el 35 ani-versario de la fundacin de esta Facultad de Ciencias Sociales. Mucho agradezco la invitacin del Decano Francisco Enrquez, con cuya venia, colegas, estudian-tes, seoras y seores, procedo con esta reexin.

    1 IniciosEl resquebrajamiento de los mecanismos requeri-

    dos para captar,domar y encauzar la conictivi-dad de clase acumulada en centro y periferia capitalista, dentro de los parmetros y exigencias de la agenda del alto capital para la dominacin, la propiedad y la dis-tribucin, est presente en los primeros indicios de la crisis de acumulacin que abate al capital monopolis-ta desde mediados de la dcada de los sesenta del si-glo pasado, observando desde entonces una creciente nanciarizacin y ya en el primer decenio del Siglo XXI, lo que puede calicarse de deterioro de difcil reversin al ocurrir en medio de lo que se reconoce urbe et orbi, como el peor crack econmico desde la

    Gran Depresin3 y algunos como Paul Krugman, John Bellamy Foster, Fred Magdoff y Jorge Beinstein, ya perciben como el asomo en el horizonte de una segun-da Gran Depresin o un potencial acople depresivo global. 4

    Presenciamos algo ms que una crisis hegemni-ca, porque hay seas de que, adems de la pax ameri-cana, lo que est en cuestin es el tipo de organizacin social vinculada al periodo de la historia humana cu-bierto bajo la rbrica de civilizacin burguesa. Quiz esta sea la percepcin ms adecuada5 si se tiene pre-sente que la expansin continua est en la base del pacto social y de las reformas gestadas o impuestas por el alto capital como respuesta al mpetu de la Gran

    1. Conferencia Magistral de la Ctedra Lucem Aspicio. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica. Ciudad Universitaria, San Jos, Costa Rica 1 de Octubre, 2009.

    2. Docente en la Facultad de Ciencias Polticas y Sociales, coordina el Programa El Mundo en el Siglo XXI, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM. Entre sus libros recientes: La Compra-Venta de Mxico, Mxico, Plaza & Jans, 2002; Terror e Imperio, Mxico, Debate-Random House Mondadori, 2006; La Energa en Mxico: Situacin y Alternativas, Mxico, Ceiich-UNAM, 2009.

    3. Para una evaluacin comparativa y desmitificacin de los parmetros y procesos presentes en la etiologa y evolucin el crack de 1929 y la Gran Depresin consultar, Bairoch, Paul, Economics and World History: Myths and Paradoxes, Chicago, University of Chicago Press 1995

    4. Krugman Paul, Desperately Seeking Seriousness, New York Times, October 26, 2008; Beinstein, Jorge, Acople Depresivo Global radicalizacin de la crisis-, Observatorio Internacional de la Crisis, 14 de febrero de 2009 http://www.obsrvatoriocrisis.org/readarticle.php?article_id=127; Foster, John Bellamy and Magdoff, Fred, The Great Financial Crisis: Causes and Consequences, New York, Monthly Review Press, 2009.

    5. Consultar Herbig, Jost, DAS ENDE DER BRGERLICHEN VERNUNFT, Munich, Carl Hanser Verlag, 1974. Verlag Mt., El Final de la Civilizacin Burguesa. Esta obra elaborada al calor de los impactos de la crisis de acumulacin de la dcada de los setenta, que adems incluy una fina percepcin de las limitaciones ambientales y planetarias a la avalancha de la expansin econmica

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    Depresin de 1929 y del terremoto poltico-militar que le sigui, la Segunda Guerra Mundial (SGM): han sido respuestas aglutinadas bajo una forma de goberna-bilidad impuesta a sangre y fuego y tambin a base de consenso conocida como la hegemona estadouni-dense y su pax americana. El capitalismo pende de dos frgiles supuestos: 1) la disponibilidad ilimitada de recursos naturales (minerales, metales, en especial de combustibles fsiles baratos y de fcil acceso, estos ltimos que se posicionaron a lo largo del siglo XX como eje del cocktail energtico global) pero adems de transformaciones industrialmente inducidas del hbitat humano y 2) de la adaptabilidad social e indi-vidual a cambios y modicaciones requeridas para el desarrollo de un aparato de produccin operado bajo los imperativos de una codiciosa expansin econmica predicada sobre la tasa de ganancias en un contexto de paradigmas que asuman contra toda la evidencia cientca entonces disponible- la inexistencia de lmite alguno al despliegue perenne de las fuerzas producti-vas, como si viviramos en un planeta con atmsfera y recursos innitos.6

    2. Crisis y Entropa Estratgica En este contexto, cabe una reexin en torno a la

    intensicacin y ampliacin de la proyeccin del apa-rato militar y de seguridad de Estados Unidos (EUA) sobre las naciones que comparten el Hemisferio Oc-cidental (HO) con esa potencia, como parte de algo similar que se detecta con especial agudeza en regio-nes donde se localizan recursos naturales de alto va-lor estratgico: el Oriente Medio, el Cucaso y frica. Esto ocurre cuando se agudiza esa persistente crisis de acumulacin, que recientemente adquiri manifes-taciones slo comparables con la Gran Depresin: no es asunto cclico sino estructural, de magnitud his-trico-estratgica. A ello se agrega una fuerte militari-zacin y para-militarizacin mercenaria de la poltica exterior de EUA al Sur del Bravo, por medio de em-presas de seguridad7, sntoma de deterioro moral y de

    debilitamiento en el concierto de naciones, producto de un conjunto de lmites inevitables, y tambin de resis-tencias paradigmticas8 y fracasos histricos, tcticos y estratgicos, desde el n de la SGM.

    Cmo y en qu medida la crisis estructural que abate al capitalismo desde lo que hasta hace poco ha sido su eje articulador impactar la ecuacin global de poder afectando la proyeccin hegemnica de EUA, depende de acontecimientos y decisiones que ocurren en un mar de incertidumbre y contradicciones que van desde lo socio-econmico hasta lo estratgico-militar: como bien lo percibi Michael Howard, el sistema militar de una nacin no es una parte independiente del sistema social, sino un aspecto de l en su integridad. En este caso, lo que est en entredicho es un pilar de la Pax Americana despus de la SGM: que el capitalismo mundial se transformara en un sistema unicado bajo la hegemona de Washington y que, como sintetizan Gabriel y Joyce Kolko,9 el capitalismo dejara de estar dividido entre rivales autnomos.

    Durante la guerra fra, no deja de ser signicativo que los descalabros blicos de EUA en Eurasia no invo-lucraron la participacin directa de la URSS, sino que ocurrieron de cara a naciones y movimientos socio cul-turales y poltico-militares de la periferia (Corea, Viet-nam, Cuba, Irak, Afganistn) aunque en medio de retos de corte econmico-empresarial planteados por Europa y Asia, en reas tan signicativas como la balstica in-tercontinental, las armas biolgicas, convencionales y

    8. Siguiendo a Paul Roberts, The End of Oil, New York, Houghton Miffling, 2004) por resistencia paradigmtica me refiero a aquella que realizan los poderosos cabildos de los intereses petroleros y de las industrias del gas, carbn y automovilstica a base de la mquina de combustin interna- a iniciativas encaminadas a promover las energas alternativas renovables solar, aelica, geotrmica, biomasa etc- as como medidas para el ahorro energtico, especialmente en EUA. Consultar al respecto Saxe-Fernndez, John, Terror E Imperio, Mxico, Debate (Randmo House/Mondadori) 2006; Saxe-Fernndez, John y Delgado-Ramos, Gian Carlo, Engaos Contables de los monopolios de la Energa, en Saxe-Fernndez, John (Coordinador), La Energa en Mxico: Situacin y Alternativas, Mxico, UNAM/Ceiich 2009; Una puntual discusin la ofrece Deffeyes, Kenneth, Beyond Oil, Nueva York, Hill and Wang, 2005.

    9. Adems de Kolko Gabriel y Kolko Joyce, The Limits of Power, Nueva York, Harper & Row, 1972. Tambin consultar Kolko, Joyce, America and the Crisis of World Capitalism, Boston, Beacon Press, 1974.

    6. Herbig, J. op cit pp 163-239

    7. As lo denunci a los medios de comunicacin mexicanos el General (ret) Jos Francisco Gallardo el 29 de Septiembre de 2009.

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    termonucleares, los, submarinos, los despliegues sate-litales, las industrias aeroespacial, naval, electrnica y automovilstica,-etc- y pusieron bajo sospecha el logro de una primaca centrada en la capacidad de EUA para re-estructurar al mundo en forma tal que se eliminaran restricciones y regulaciones para que sus grandes mo-nopolios pudieran comerciar, operar, invertir y obtener ganancias en cualquier continente.10

    Por aadidura irrumpieron inquietantes vulnerabi-lidades gestadas por una progresiva dependencia es-tratgica, agravada durante los ltimos decenios por resistencias paradigmticas ante el agotamiento de los hidrocarburos convencionales11 en EUA (detectado desde principios de los aos 70) y los lmites atmosf-ricos por la quema de combustibles fsiles. Una pre-cariedad que se ampla por un notable dcit en una gama cada vez ms amplia de minerales y metales.

    Es paradjico, pero no sorpresivo, que los fraca-sos de EUA despus de la Segunda Guerra Mundial se hayan gestado a la sombra de grandes xitos geopo-lticos y geo-econmicos: despus de las dos grandes conagraciones blicas del siglo XX el Hemisferio Occidental, -que incluye a Canad-, se mantuvo sin heridas directas de esas guerras y sera para EUA un hemisferio verticalmente integrado con esa potencia, ocupando militarmente los principales polos econmi-cos de Eurasia con la excepcin de la URSS-Rusia y China- con un vasto y creciente sistema de bases y el despliegue de la mayor fuerza naval registrada en

    la historia, desde el Imperio Britnico. El HO fungi como la reserva estratgica de EUA mientras desde la OTAN, para usar terminologa de Sir Basil Liddel Hart, se articulara una estrategia global hacia delante que caera, con el tiempo, bajo el desgaste de la entropa scal y militar de la sobre extensin imperial.12

    Richard Barnet anticip de manera ntida elemen-tos bsicos del actual predicamento de la geoeconoma y geopoltica del capital. Hace treinta aos lo sintetiz as:

    La lucha global por la distribucin de los recursos naturales ya est en marchaLa guerra ha sido el medio favorito usado por las grandes potencias para satisfa-cer sus necesidades de recursos. Si se gesta otra guerra mundial el conicto ms probable que enfrentar a las potencias ser sobre los elementos de la sobrevivencia. El petrleo, desde luego, pero tambin el hierro, cobre, uranio, cobalto, trigo y agua.13 Esta na percepcin es de peso cuando crece el agotamiento del petrleo convencional (peak oil), fundamento de la economa capitalista hasta nuestros das. La meta sera transitar hacia otro orden econmico y socio-energtico, sin una Guerra General Termonuclear (GGT): las guerras por los recursos tienden ocasionar incontrolables procesos de intensicacin en nuestro tiempo, por el vasto des-pliegue armamentista,con empuje blico terminal. Ya la carnicera por el petrleo de Irak lleva ms de milln trescientas mil bajas civiles, mientras EU persiste en ampliar las guerras transfronterizas, desde Afganistn/Pakistn hasta Colombia/Ecuador (2008).

    A primera vista la desactivacin por Obama del despliegue anti-balstico en Polonia y la Repblica Checa que, Bush y Gates plantearon como defensa de Europa ante un ataque de misiles iranes, aminorara las tensiones y ofrecera ms tiempo para la toma de decisiones en el uso de armamento nuclear y balstico. La proximidad a Rusia de un despliegue antabalstico cuya funcin es neutralizar una rplica aniquilatoria ante un primer ataque de EUA, acort el tiempo dis-ponible, haciendo necesario automatizar una respues-ta contundente, como lo advirti el entonces Jefe del

    10. Consultar Rugan, A. The European Union and United Status Trade Wars en The End of Globalization, Nueva York, Amacom, 2001, pp 28-34. Todava a finales de 2009 no se podan evaluar las consecuencias del derrumbe de las campeonas nacionales en automotriz, en especial de General Motors y del aparato financiero de EUA, porque la dinmica de la crisis no cesa de impactar reas vitales en la definicin del poder nacional. Lo que es cierto es que la militarizacin del aparato industrial acarreado por el enorme gasto militar tiene impactos negativos en la competitividad internacional de EUA, como lo advirti en su oportunidad Seymour Merman (Profits without Productivity, Pennzylvania, University of Pennsylvania Press, 1987), y en referencia a industrias tan centrales como la de mquinas herramientas, acero, aeroespacial, etc.

    11. El concepto de hidrocarburos convencionales es objeto de una minuciosa discusin en Campbell C. J. The Coming Oil Crisis, Essex, Multi-Science Publishing Co. And Petroconsultants S.A., 1988, pp 69-70, 174-175.

    12. Melman, op cit; Kennedy, Paul, Rise and Fall of Great Powers, New York, Random House 1987; Klare, Michael, Blood and Oil, Nueva York, Metropolitan, 2004; Klare, Michael, Rising Powers and Shrinking Planet, New York, Metropolitan, 2008.

    13. Barnet, Richard, The Lean Years, New York, Simon & Schuster, 1980.

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    Estado Mayor de Rusia, General Baluyevky (Launch-on-Warning, LoW) ante ingresos balsticos al espacio areo de esa potencia. La fragilidad en la disuasin conlleva un grave riesgo de guerra: el objetivo real e irresponsable del esquema antibalstico fue anular la reaccin rusa ante un ataque en pos de la reserva pe-trolera iran. El acoso estratgico, se observa alrede-dor de los recursos naturales que van quedando sobre la corteza terrestre. Cuando el petrleo se agote, slo cinco naciones contarn con reservas sucientes: Irak, Irn, Arabia Saudita, Venezuela, Rusia. No sorprende a nadie que quiz con la excepcin de Arabia Saudita, el principal consumidor de petrleo del planeta, EUA, tenga algn serio problema poltico-militar con el resto. En Irak es una hecatombe humana. En relacin a Rusia e Irn es un acoso estratgico. Y en nuestra Amrica es un cerco que EUA erige (Cuarta Flota, Plan Colombia e Iniciativa Mrida, bases etc) en torno a los vastos recursos -petrleo, gas, minerales, agua, biodiversidad- de Brasil, Venezuela, Mxico, Centro-amrica, Bolivia, etc. En el caso ruso el diseo antiba-lstico Bush-Gates fue el equivalente al acto de guerra que habra signicado si Mosc colocara en Chihuahua y Alberta componentes de un sistema nacional antiba-lstico para defender a Norteamrica de un posible ataque de Corea del Norte!

    Aunque la desactivacin del despliegue antiba-lstico no es asunto menor, los vientos de GGT arre-cian: EUA y la OTAN aumentan la tensin en el Mar Negro con todo tipo de provocaciones desde Georgia, mientras Gates plantea un nuevo plan de defensa co-heteril en tres fases: en 2011 con interceptores SM-3 desde el este del Mediterrneo; en 2015 se mejorara ese sistema y operara, segn nuevos planes, desde Polonia y la Repblica Checa y en 2018 actuara otro despliegue ms poderoso, contra cohetes de alcance medio e incluso intercontinentales, parte de una nue-va arquitectura estratgica en sustitucin del desplie-gue antibalstico.14 Todo segn la Casa Blanca, contra la amenaza Iran, pero con Rusia y el petrleo en la mira. Esta reconguracin estratgica, sigue plantean-do una amenaza grave a la paz. El General Vladimir Dvorkin ya advirti que todo depende de la escala de tal sistema. Si incluye una multitud de infraestructu-

    ras de lanzamiento y dispositivos orbitales, entonces amenazara el potencial ruso de disuasin nuclear.

    El riesgo de guerra aumenta. A la presin militar de EUA sobre Oriente Medio, el Cucaso y frica, se agrega Amrica Latina. Evaluaciones recientes de la Agencia Internacional de Energa (IAE por sus siglas en Ingls) revelan que la crisis del petrleo llegar mu-cho antes de lo previsto: la primera evaluacin deta-llada de ms de 800 campos de petrleo en el mundo con tres cuartas partes de las reservas mundiales, indi-ca que ya llegaron a su punto mximo mientras que la tasa de disminucin de la produccin- es casi el doble del ritmo calculado hace apenas dos aos.15

    4. Estados Unidos-Amrica Latina: Dimensin Militar de los Recursos

    Naturales.16

    La vinculacin que histricamente ha existido en-tre los programas militares, de seguridad y las inver-siones de los grandes monopolios de EUA en Amrica Latinai adquiere mayor peso en momentos en que la potencia hegemnica enfrenta una crisis de acumu-lacin sin precedentes. De aqu que la proyeccin de poder militar de EUA hacia reas donde estn loca-lizados los recursos vitales, Oriente Medio, frica y Amrica Latina y el Caribe, se ha intensicadoii. Su inclinacin a utilizar a Amrica Latina como platafor-ma de re-lanzamiento, despus de su fracaso militar en Irak, no puede desestimarse. Si en el caso de Alema-nia la naturaleza parastica del capitalismo fue inten-sa, la inclinacin fagocitadora del actual capitalismo estadounidense en crisis quiz sea mayor. La cada vez

    14. Al respecto consultar el puntual anlisis de R. Rozoff y B. Gagnon www.globalresearch.ca.com

    15. Un fenmeno ampliamente vaticinado por gelogos de primer rango a quienes la IEA siempre trat de desautorizar. Campbell, C.P. Industry Urged to Watch for Regular Oil Production Peaks, depletion Signals Oil Geology Journal, July 14, 2003, citado en Saxe-Fernndez J. Terror e Imperio op cit, p 293; Defgeyes, K. S. Hubbert s Peak, Princeton, Princeton University Press, 2003. Sobre las evaluaciones recientes que muestran el error de clculo de la IEA, ver Klare, Michael T. Navigating the Energy Transition Current History, January 2009 p 28; Zibechi, Raul www.ircamericas.org.com

    16. Trabajo preparado a solicitud de la Revista OSAL, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

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    ms visible disolucin del orden de posguerra (Bretton Woods, OTAN, etc con Washington a la cabeza) en varias subunidades con intereses encontrados en au-mento, ocurre paralelamente a la creciente incapaci-dad de la economa estadounidense o cualquier otra, de coordinar el sistema capitalista como un todo y con un perceptible repliegue de EUA hacia el hemisferio occidental despus de la catstrofe estratgica en Irak, algo semejante a lo ocurrido en los aos setenta del siglo pasado despus del desplome militar sufrido en Vietnam. Pero en el pas sudasitico el revs, que cost millones de vidas, fue tctico. En Irak y Oriente Medio es un descalabro estratgico.

    El entusiasmo de republicanos y demcratas de establecer fortalezas regionales en Amrica Latina coincide con intentos prcticos y retricos por socavar a regmenes nacionalistas, en Cuba, Venezuela, Boli-via, Ecuador y en cierta medida en Brasil, Argentina y Paraguay, que han distanciado su diplomacia y poltica econmica de los lineamientos estadounidenses enca-minados a promover sus intereses privados nacionales y a resolver o al menos mitigar su dependencia estrat-gica. En la dcada de 1990 la postura de EUA fue sinte-tizada por Alan Stoga de la rma consultora Kissinger Associates, representante de intereses empresariales, bancarios y de seguridad nacional as:

    Por razones estratgicas y comerciales, el futuro de Amrica Latina est en EUA y viceversa...Es nece-sario empezar a explorar lo que signicara un acuerdo de libre comercio hemisfricoel eje clave es Mxico, Estados Unidos y Canad. Si este acuerdo trilateral de libre comercio se desarrollase empezara a alentar el desarrollo de relaciones comerciales que a la larga conducira a una zona comercial hemisfrica.iii

    Frente a esta versin estadounidense de una Gros-sraumwirtschaft hemisfrica la soberana territorial es un aspecto crucial para las naciones latinoameri-canas: se trata de la preservacin en manos naciona-les de los recursos naturales localizados los espacios bajo esas jurisdicciones. La codicia empresarial y la dependencia estratgica seran dos pilares centrales en el intento estadounidense por desplegar en Amri-ca Latina, sea a travs de la guerra anti-terrorista o anti-narcticos, las nociones centrales derivadas de la Doctrina Carter y de Doctrina de Seguridad presenta-da por Bush en Septiembre de 2002 bajo la rbrica de la Guerra de Auto-defensa Anticipatoria. La petro-guerra contra Irak, una mezcla palpable de codicia y

    dependencia estratgica, se realiz bajo las premisas anidadas en la Doctrina Carter cuando ste, con los vastos recursos petroleros del Golfo Prsico en la mira, proclam en enero 23 de 1980 ante el Congreso y el mundo- que,

    Todo intento de una fuerza exterior de controlar el Golfo Prsico ser percibido como un ataque a Estados Unidos. Se utilizarn los medios adecua-dos, incluyendo el uso de la fuerza, para rechazar este ataque.iv

    Adems, segn Carter, la presencia del ejrcito de la URSS en Afganistn constitua una amenaza en una regin que posee dos terceras partes de los recur-sos petroleros exportables del mundo, localizada a trescientas millas del ocano ndico y el estrecho de Ormuz, una va martima por la cual debe transitar una parte esencial de los recursos petroleros del mundo.v

    Ese mismo ao y bajo el impacto triple, de la dependencia estratgica de EUA en el petrleo del Oriente Medio, el embargo petrolero decretado contra EUA por la OPEP en 1973 con apoyo del Rey Faisal de Arabia Saudita, quien pronto sera asesinado- y el arribo de la reserva petrolera, de EUA desde los inicios de esa dcada al techo de produccin, Carter cre en 1980 el ncleo del Comando Central, cuya responsa-bilidad es proteger el ujo petrolero en esa regin.vi Para tal efecto se destinaron fondos para la creacin de un Destacamento Conjunto de Despliegue Rpido en la base area de MacDill, asignndole la responsabi-lidad de las operaciones de combate en el Golfo. Tres aos despus, Ronald Reagan transform ese Destaca-mento en el Comando Central.vii

    As, desde la doctrina y la prctica Carter enter al mundo y a sus sucesores, que su pas tena derecho al uso de toda medida, incluida la fuerza, para garantizar, sus intereses vitales. Y el acceso y proteccin del petrleo del Oriente Medio encabeza la lista de esos intereses. Como lo supo Zbigniew Brzezinski, el entonces asesor de seguridad nacional de Carter, aquello fue una rplica de los argumentos y de la prctica de las fuerzas de despliegue rpido (blitzkrieg) nazi para apoderarse de los recursos natu-rales y humanos que codiciaban los monopolios ale-manes en Europa y Rusia.

    Con Bush hijo- la receta para Latinoamrica se-ra un corolario de la Doctrina Carter conocida como

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    doctrina de las fronteras exibles, que Washington trat de aplicar en marzo de 2008 por medio de un ata-que a la soberana territorial ecuatoriana realizado des-de Colombia, pocos das antes de la sesin inaugural, en Brasilia, de la Unin de Naciones Sudamericanas (UNASUR), cuyo fundamento es, precisamente, la de-fensa comn de la soberana territorial de los pases rmantes. Sin duda, como lo percibe Carlos Gabetta, la agresin colombiana,

    es una prolongacin lgica, un paso ms de la estrategia estadounidense para la regin a travs del Plan Colombia. La pretensin de imponer la doctrina de que cualquier pas puede incursionar militarmente en otro con la excusa de perseguir insurgentes, supone arrogarse la decisin de cometer cualquier ilegalidad. Pero como aun as Estados Unidos no podra justicar su participacin en Amrica Latina, es necesario que adems los insurgentes resulten narcotracantes.viii

    La doctrina derivada de la operacin contra Ecuador es clara: en la guerra contra el terrorismo o el narcotrco la interdependencia en materia de segu-ridad estara por encima de la soberana territorial. El planteamiento de corte imperial, no es nuevo. Henry Hatch, miembro del Estado Mayor del Departamento de Defensa en declaraciones hechas durante su visita a Mxico con motivo de la lectura del Tercer Informe de Gobierno de Salinas de Gortari expres que,

    la interdependencia en la seguridad, la economa y el medio ambiente han cambiado la nocin de sobe-rana nacional, dictando una nueva era de adminis-tracin comn de los problemas comunes, tanto a Mxico como a Estados Unidos. ix

    El rechazo de las naciones sudamericanas a lo ocurrido el 1 de marzo no se hizo esperar: desde la OEA y luego el Grupo de Ro se rechaz la agresin colombiana al tiempo que se rearm, por medio de UNASUR, la intencin de presentar un frente comn ante cualquier amenaza a la integridad territorial y el manejo soberano de los recursos naturales localizados en las jurisdicciones nacionales sudamericanas. Esta postura cuestiona, en su raz, la tendencia histrica de la clase gobernante de EUA de concebir y usar a Am-rica Latina y el Caribe como su reserva estratgica. La narcotizacin de las operaciones diplomilitares de EUA por medio de la Iniciativa Mrida en Mxico y el Plan Colombia tiene como objetivo propiciar la

    ocupacin militar en la porcin norte y sur de Amrica Latina. En el sur queda claro que por medio del Plan Colombia, EUA se instala poltica y militarmente en el corazn de lo que los gelogos van detectando como la ms importante cuenca petrolera del mundo, que in-cluye la enorme reserva venezolana, con balcn sobre la Amazonia, la mayor reserva vegetal y acufera del mundo.x

    Adems de las caoneras, (Cuarta Flota, Coman-do Sur y Comando Norte, nuevas bases militares que el gobierno de Obama impulsa en Colombia y Pana-m) el recetario oligrquico-imperial incluye libre comercio y desregulacin nanciera y de la inversin extranjera.

    Con la excepcin de Cuba, desde 1982 se res-tauran en Mxico y Amrica Latina, desregulacin y librecambismo a ultranza, en medio de creciente co-rrupcin, entreguismo y ms autoritarismo policial y militar. Con el TLCAN Mxico renuncia al desarro-llo retrocedindose en los frgiles, pero signicativos, logros del llamado perodo estabilizador. La com-pra-venta de Mxico se realiz en medio de la capi-tulacin por Salinas y Zedillo de la poltica exterior y de seguridad. Con Fox y Caldern se combina lo eco-nmico-empresarial con lo policial-militar, segn dos diseos de la Casa Blanca: la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de la Amrica del Norte (ASPAN) y la mencionada Iniciativa Mrida. La ASPAN comporta una integracin profunda (saqueo) de recursos natura-les, un apartheid laboral y la tajante exclusin de po-blacin y legislaturas de la agenda trinacional.

    Existe concordancia entre la perspectiva empresa-rial y militar estadounidense en el sentido de que el acceso y control de los recursos naturales del hemis-ferio resulta asunto crucial, en particular despus del desgaste estratgico sufrido en Irak. La dependencia estratgica de EUA encabeza su agenda militar he-misfrica tanto por lo que se reere a los abastecimien-tos de petrleo y gas como de los metales y el resto de los minerales, de la A de aluminio a la Z de zinc.

    En un contexto de creciente competencia con otros polos industrializados por esos recursos naturales Washington recurre a un inusitado fortalecimiento de su marina a nivel global, dirigido a intensicar su ya de por s amplia presencia en los puntos clave de las lneas de comunicacin martimas en general, y de las que son fundamentales en relacin al hemisferio occidental como un todo, incluyendo las de Amrica Latina. Una

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    presencia naval sobre la regin como la que despleg el gobierno de Roosevelt durante la Segunda Guerra Mun-dial: despus de todo, exceptuando el arrastre terrestre y los oleoductos entre EUA y sus dos vecinos, las cre-cientes importaciones petroleras y mineralesxi, tanto de Mxico y Canad como del resto del mundo que requie-re el funcionamiento del aparato industrial estadouni-dense se realizan por la va martima. De ah el ascenso del almirantazgo en el escalafn del Pentgonoxii: un indicio del reforzamiento de su marina, que posee nueve portaaviones nucleares y tres convencionales, que trans-portan hasta ochenta aviones o helicpteros y grandes contingentes de soldados, marinos y pilotos:

    Alrededor de estos gigantescos buques gravitan cru-ceros, destructores, submarinos a menudo autodirigi-dos y equipados con misiles. La marina estadounidense vigila en bases diseminadas en la superficie del globo y patrulla las principales rutas martimas. Es la espi-na dorsal, el torrente sanguneo de una nueva clase de imperio. Los barcos transportan a los aviones, que son los principales proveedores de soldados, material y provisiones. Tanto en Washington como en el Pent-gono, la navy adquiri recientemente mayor impor-tancia que los ejrcitos de tierra y aire.xiii

    Leonard G. Gastonxiv indica que desde 1980 el General Alton D. Slay, entonces a cargo del Comando del Sistemas de la Fuerza Area, advirti al Congre-so que no slo se presentaban serios problemas con la dependencia de las importaciones petroleras por parte de EUA sino con la carencia de al menos cuaren-ta minerales, esenciales para una defensa adecuada y una economa fuerte. En ese entonces, record Alton, EUA importaba ms de la mitad de al menos veinte minerales esenciales.xv Los estudios del Naval War College apuntan desde hace tiempo que no slo en tiempos de guerra o de crisis y emergencia nacional le ser necesario a EUA minimizar su dependen-cia de suministros petroleros y minerales localiza-dos fuera del hemisferio occidental, sino tambin en tiempos de paz. Las propuestas elaboradas en in-vestigaciones sobre la dependencia y vulnerabilidad que acarrea la importacin de materia prima adquirida de fuentes fuera del continente americano y deni-da como estratgica y esencial, plantean la conve-niencia de que las vetas de estos minerales puedan ser substituidas por fuentes latinoamericanas, incluyendo

    el Caribe, Amrica Central y Sur Amricaxvi. Estudios ms recientes del Mineral Information Institute ofre-cen listados sobre la creciente falta de autosuciencia de EUA en materiales prioritarios que debe importar al 100 %, entre ellos arsnico, columbo, grato (estrat-gico), manganeso, mica, estroncio, talantium, ytrium. EUA tambin es decitario al 99% de la bauxita y almina; 98% de piedras preciosas; 95% de diamantes industriales y asbestos; 94% del tungsteno; 91% del grupo de metales del platino; 84% del estao; 79% del cobalto; 75% del cromo; 66% del nquel, etc.xvii A este predicamento de aguda dependencia estratgica mi-neral se agrega, como ya se indic, la ms crucial de todas: el dcit petrolero y de gas natural.

    De acuerdo con el Departamento de Energa, dice la versin no-clasicada del documento United States Command Strategy 2016 presentado por el Comando Sur del Pentgono,

    tres naciones, Canad, Mxico y Venezuela, for-man parte del grupo de los cuatro principales sumi-nistradores de energa a EUA, los tres localizados dentro del hemisferio occidental. De acuerdo con la Coalition for Affordable and Reliable Energy, en las prximas dos dcadas EUA requerir 31% ms pro-duccin de petrleo y 62% ms de gas natural, y Amrica Latina se est transformando en un lder mundial energtico con sus vastas reservas petroleras y de produccin de gas y petrleo,.xviii

    El nfasis del Comando Sur sobre el dominio mi-litar de minerales, metales, petrleo etc- latinoameri-canos no hace sino ilustrar la certera reexin de Samir Amn en torno a la magna crisis capitalista de nues-tros das, planteada en el Encuentro de Economistas y Cientcos Sociales que se realiz en Habana, Cuba, en marzo de 2009: la dimensin mayor de esta crisis sistmica concierne al acceso a los recursos naturales del planeta, que se han vuelto muchsimo ms escasos que hace medio siglo. El conicto Norte-Sur constitu-ye, por tanto el eje central de las luchas y conictos por venir. Despus de notar que la poblacin de los pases ricos el 15% de la poblacin mundial- acapara para su propio consumo y despilfarro el 85% de los recursos del planeta, Amn nos record que si EUA se ha jado como objetivo el control militar del planeta, es porque sabe que sin ese control no puede asegurarse el acceso exclusivo a tales recursos.

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    5. Hipertrofia energtico-militarComo consecuencia de la primera crisis energtica

    de 1973, Washington intensic el uso de instrumen-tos de inteligencia y militares tanto como por la va de la condicionalidad atada a todas las lneas de crdito por ejemplo para la modernizacin petrolera, gase-ra, ferrocarrilera, de la industria de bienes de capital, astilleros, agricultura, etc, en Amrica Latina, tanto para abrir espacios a sus empresas como para incidir de manera directa en el proceso de toma de decisiones, desestimulando la transformacin local de las materias primas por ejemplo en materia petrolera, virtualmen-te desmantelando la capacidad de produccin de pe-troqumicos en Mxico- hacia inusitados incrementos en los volmenes de exportacin de crudo a su vasta planta petroqumica. No se generaron as mayores in-centivos por inducir, dentro de Estados Unidos, trans-formaciones tecnolgicas y del aparato productivo como un todo, encaminados al ahorro y la diversica-cin energtica. El xito empresarial originado por la abrumadora hegemona econmico-militar de EUA en Amrica Latina, que se tradujo a lo largo de la gue-rra fra en manejos directos por parte de consorcios estadounidenses (casi siempre con socios locales) de vastos recursos naturales estratgicos (expresndose esa hegemona por medio de instrumentos institucio-nales, FMI-BM, militar y de inteligencia (DoD, Co-mando Sur/CIA, programa de asistencia milita etc) se gest una suerte de pereza inhibitoria de las drsticas transformaciones requeridas por el aparato productivo estadounidense, especialmente en materia de consumo de energa.

    El contraste entre EUA y Japn en esta materia es tan aleccionador como la hondura entre las medidas a favor de la industrializacin auspiciadas en Japn que ofreceran parmetros viables a otras naciones asiticas como Corea del Sur y China- y lo que el economista Fernando Fajnzylver claramente llam la industrializa-cin trunca de Amrica Latina.

    Aunque en el caso japons el dominio econmi-co-militar de EUA era tan intenso o quiz ms que en Amrica Latina, las iniciativas de la burguesa nipona contrastaban notablemente con las vigentes en EUA ante las crisis energticas de los aos 70.17 A pesar de

    que Japn consolida su participacin como importante exportador internacional en continua expansin los au-mentos en los precios del crudo movilizaron al Estado y las empresas a una reestructuracin industrial centrada en el impulso de ms eciencia en el ahorro de energa, virtualmente en todas las lneas de la produccin indus-trial. Nadie debe olvidar que el impacto del shock pe-trolero en Japn fue ms grave que en otras economas industrializadas. Su dependencia de las importaciones del 99.7% contrastaba con el dcit petrolero de EUA, estimado en 27.5%. El crecimiento econmico de Ja-pn, de un ao a otro pas de un ritmo del 9% al 0% al ao siguiente, revelando el carcter crucial del petrleo en el funcionamiento de las economas industrializa-das bajo la dependencia estratgica18. En contraste con EUA, que contaba con instrumentos para proyecciones de poder multidimensionales en Amrica Latina (FMI-BM-BID/CIA-Pentgono-AID, y un nutrido grupo de empresas), que le permitan acceder por las buenas o por las malas a los abastecimientos petroleros locali-zados en el HO (especialmente el petrleo mexicano, cuya reserva empezaba a crecer, pero tambin el vene-zolano y el gas de Canad), Japn, despus de la SGM, impedido, de utilizar sus fuerzas militares para acce-der a la materia prima colocada en su periferia asiti-ca, inici esfuerzos de largo alcance para revertir sus desventajas orientndose al desarrollo de otras fuentes alternativas orientadas al suministro de electricidad y ya durante la segunda crisis petrolera (1979) la planta industrial mostr haber alcanzado metas importantes en el ahorro de energa y, respondi de manera ms efectiva que EUA, a las tpicas uctuaciones en el pre-cio y suministro internacional del energtico. Mientras que en el momento de la primera crisis, en 1973, el petrleo representaba el 78% del suministro primario total de energa, a raz de los esfuerzos realizados para combatir los efectos de las dos crisis, Japn logr redu-cir su dependencia petrolera, entre 1971 y 1991, en un 20%. La proporcin de energa consumida por unidad de PNB tambin observ un decremento signicativo de alrededor de 39%, alcanzando uno de los niveles ms bajos del mundo19.

    17. En lo que sigue baso mis observaciones en estudios puntuales de Cervera Manuel, Globalizacin Japonesa, Mxico, Siglo XXI, 1996 y de Roberts, Paul 2004, op cit.

    18. Sobre el concepto de dependencia estratgica consultar Saxe-Fernndez John Depende ncia Estratgica disponible en www.jsaxef.blogspot.com

    19. Cervera, p 62 (ver siguiente nota)

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    Lo ms destacable de este asunto es el contras-te entre la respuesta japonesa y la estadounidense: la primera signada por la utilizacin de instrumentos estatal-administrativos y empresarial gerenciales en una periferia abastecedora de materia prima (princi-pal aunque no exclusivamente, Canad, Australia y Brasil) e impulsando intensamente la innovacin tec-nolgica (en eciencia y ahorro energtico) que sera punta de lanza en la conquista de nuevos mercados y el desarrollo de nuevos polos de acumulacin por la va de la alta tecnologa; y la segunda, la estadouni-dense, que vio sepultados los primeros pasos en la di-reccin de impulsar todo tipo de medidas, incluyendo avances tecnolgicos para el ahorro y la diversica-cin energtica auspiciada por el gobierno de Carter (1976-1980). Los avances en la eciencia energtica fueron importantes entre 1977 y 1985- y contribuye-ron a disminuir la demanda energtica. Pero entraron en operacin las maquinaciones y arreglos realizados por Kissinger (ya con Reagan en la Ocina Oval) en el reinado de Arabia Saudita, logrando que esa poten-cia petrolera abriera ms las vlvulas del petrleo con resultando en decrementos sustanciales en los precios del crudo. Esto ocurra mientras por medio del Ban-co Mundial se auspiciaban aperturas a las grandes petroleras en Venezuela, Brasil y Mxico. Cuando se desplomaron los precios de manera persistente, como se esperaba en la Ocina Oval y en Langley, Reagan (1980-1988) pudo fungir como el sepultero ocial de la innovacin y ahorro energtico, encabezando la re-sistencia paradigmtica, es decir la de los principales objetivos de lucro y lineamientos de los poderosos ca-bildos de las industrias petrolera, gasera, carbonfera y automovilstica (mquina de combustin interna) de EUA. Como smbolo de esta regresiva cruzada, rese-ada puntualmente por Roberts20 cuyos lineamientos eran puestos en operacin en la vasta burocracia ocial por medio de la presidencia de Reagan, disminuyeron los presupuestos de programas universitarios y fede-rales para la Investigacin y Desarrollo y la innova-cin tecnolgica en materia de energa. Como muestra simblica que celebraba el retroceso en materia de ahorro, medio ambiente y ms eciencia automotriz, y energtica, Reagan orden el retiro de los paneles de celdas fotovoltaicas y calentadores solares de agua que haba instalado Carter en los techos de la Casa Blanca.

    Roberts documenta que los propagandistas y librecam-bistas reaganianos consideraban que las polticas de conservacin y ahorro eran una intrusin estatal que interfera con el mercado, y adems, representaban un repliegue ante el embargo de la OPEP: para Reagan signicaba admitir la declinacin geopoltica de EUA.

    En el mismo respiro, Reagan y sus sucesores, demcratas y republicanos, impulsaron, como pocos antes, el uso de instrumentos tipo CIA/Pentgono/FMI-BM- como medios idneos para cumplir la mi-sin de proveer de energa al pas21. La estadounidense es una elite que predica el libre comercio, pero no tiene fe en la mano invisible del mercado: como se ha docu-mentado recurre de manera crnica al puo visible del Pentgono y de los monopolios y como su dependencia estratgica se agiganta cada semana y se ampla a gran cantidad de recursos, se acrecienta en igual media una peligrosa geopolitizacin de las relaciones econmi-cas internacionales.

    Porque aquello fu como una demolicin de cuan-ta regulacin ambiental y laboral, al tiempo que im-pulsaron la construccin masiva de plantas elctricas centradas en la quema de combustibles fsiles, en es-pecial las de carbn, un recurso con el que EUA cuenta en abundancia. En paralelo, recuerda Roberts, con la disminucin de los precios, aument la capacidad para eliminar la oposicin al desmantelamiento de las le-yes a favor del medio ambiente y a CAF (Corporate Average Fuel Economy), que, con cierto xito, haba logrado mejorar la eciencia automovilstica en el consumo de gasolina: en contraste con la automotriz japonesa, coreana y europea, pocos aos las carreteras de EUA abundaron en autos de gran peso y tamao, las camionetas, los camiones ligeros, y los SUVs. El gran xito de Kissinger et al, en Arabia Saudita, y del Ban-co Mundial en Mxico literalmente re-estructurando Pemex colocndola, junto al sistema de pozos de Can-tarell (el segundo ms grande del mundo slo despus de los campos de Arabia Saudita), al servicio de gran-des petroleras de EUA como Halliburton- se concret en la consolidacin de la resistencia paradigmtica impulsada por Reagan y los Bush, junto a grandes in-gresos para las rmas petroleras, gaseras, automotri-ces, del carbn y elctricas de EUA.

    20. Roberts, Paul op cit21. Roberts, Paul, ( 2004) The End of Oil New York, Houghton

    Miffling Co, p 219

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    Es claro que el entreguismo y mimos de las oli-garquas latinoamericanas a EUA, histricamente in-clinadas a despojar y abrir, a diestra y siniestra nuestras reservas estratgicas de todo, no slo gas y petrleo en el gran festn neoliberal no hicieron otra cosa que im-pulsar esa tendencia perezosa que hoy se expresa en el desplome de los campeones automovilsticos de EUA.

    Todo lo cual se realiz bajo dos lemas que tipica-ron la geoeconoma y la geopoltica que ha imperado, como apunta Roberts, bajo el lema del Pentgono de You dont need to conserve. Well go and get the oil for you.

    Bajo tan elevado principio heurstico ya para 1994, ocurri un acontecimiento de enorme trascen-dencia geoestratgica: por primera vez en la histo-ria, Estados Unidos importaba ms petrleo que el crudo domstico que poda producir.22 Ocho aos despus, la geoestrategia de EUA se endureci toda-va ms, al nivel de elevar al genocidio como instru-mento idneo para desalojar a las poblaciones dueas de los recursos naturales de la periferia capitalista. Se hizo por medio de un programa conocido como de es-tabilizacin y reconstruccin, ya bajo otro lema que empez a leerse en medio de una brutal carnicera en Irak, en los SUVs que recorran las carreteras estado-unidenses de costa a costa cuando Sadam Hussein to-dava viva: kick his ass and get the gas.23

    5. CodaComo lo indiqu en otra oportunidad24, de cara al

    Siglo XXI se requiere una combinacin de los mbi-tos de la reproduccin social para generar un tipo de progreso centrado en el bienestar humano y no en el simple crecimiento econmico. En un sentido general, se requiere no slo revertir los procesos en curso cen-trados en la automovilizacin y la carreterizacin, en la quema de combustibles fsiles, sino que, adems, en paralelo se deben impulsar esquemas de transportacin

    masiva por la va de mecanismos de socializacin de los benecios de la tecnologa, en este caso, de tec-nologas como la electricacin del transporte pblico masivo. De lo que se est hablando es pues, de satis-facer las necesidades de energa y transporte de los cerca de nueve mil millones de seres humanos que estarn viviendo sobre la corteza planetaria en el ao 2050. Se trata, como lo dice un distinguido analista,25 de dar impulso a un modelo energtico basado en la electricidad como componente fundamental. Esto no es porque la produccin de electricidad est exenta de externalidades, sino a que su uso para nes colecti-vos permite disminuir aquellas registradas por el motor de combustin interna, an en sus esquemas de trans-porte pblico.

    Entonces, para construir un futuro de corto-media-no plazo viable en Amrica Latina es indispensable no slo denir un modelo energtico que impulse la elec-tricacin masiva y total de la regin a la par, desde luego de energas alternativas socio-ambientalmente viables-, sino tambin impulsar, desde y en funcin de los intereses de las grandes mayoras latinoamericanas, su integracin por medio de,

    sistemas de transporte elctricos, tanto urbanos como inter urbanos y de lejana. En lo urbano deben ser transportes elctricos masivos y superficiales, de modo que la ciudad, redefinida en su tamao, se organice en redes constitutivas de mallas bien estruc-turadas de tal manera que podamos construir un sis-tema regional urbano policntrico que equilibre la ocupacin del territorio.26 Dicho en breve, hay que trascender la cultura del consumo individualista de energa para conformar una de planeacin y consu-mo colectivo. sa parece ser la frmula ms efectiva para socializar beneficios y responsabilidades tanto sociales como ambientales.

    Muchas Gracias

    22. Roberts, op cit p 220.

    23. Ibidem

    24. Textual en Saxe-Fernndez, John y Delgado-Ramos Gian, Engaos Contables de los Monopolios de la Energa, includo en Saxe-Fernndez J. La Energa en Mxico: Situacin y Alternativas. Mxico, Ceiich/UNAM, 2009.

    25. Pacheco, Jos Luis, El Mundo:Crisis Energtica o crisis del sistema capitalista?, Le Monde Diplomatique, Marzo 2007, Bogot, p 7-8.

    26. Ibid p 8.

  • SECCIN ARTCULOS

  • Cuadernos de Sociologa, N 10 - 2010 / 21-43ISSN: 1659-2689

    Criminalidad, Miedo y Control en Costa Rica. Estadsticas de Criminalida1d y Seguridad Pblica1

    Sebastian Huhn**

    Introduccin En el debate pblico sobre la ciminalidad y la

    violencia en la Costa Rica contempornea, las estads-ticas son la referencia ms citada explcita o implci-tamente para la habitual tesis sobre la creciente ola

    de criminalidad. En este contexto, los participantes del discurso sobre criminalidad arrojan nmeros que si bien dieren mucho entre s, muestran la misma tendencia: las cosas empeoran ms y ms. Al mismo tiempo ellos rara vez nombran sus fuentes. Otros, sim-plemente proclaman un incremento de la violencia y de la criminalidad sin apoyarse en ninguna estadsti-ca, pero en este caso el incremento delincuencial se

    Resumen

    El discurso pblico costarricense sobre la violencia y la criminalidad se basa fundamentalmente en la premisa que las tasas de criminalidad en los tlimos aos han incrementado enormemente y que han alcanzado hasta hoy un nivel alarmante. Si bien las estadsticas de criminalidad son un fundamento lgico para la hiptesis correspondiente, en este artculo discuto las estadsticas de criminalidad costarricenses, su desarrollo y su uso en el discurso sobre la violencia y la criminalidad basndome en la teora criminolgica. La hiptesis de este texto es que el valor informativo de las estadsticas sobre la realidad costarricense es mucho menor de lo que implica su uso habitual, y que stas no fundamentan la proclamada ola delincuencial a pesar de que sean usadas como argumento.

    Abstract

    The Costa Rican talk of crime is fundamentally based on the assumption that crime rates generally increased enormously in recent years and that there is today a vast and alarming amount of crime. On basis of this assumption, fear of crime, the call for the iron fist and drastic law enforcement actions are continually increasing. While crime statistics are the logical basis for the hypothesis of the far-reaching extent of delinquency, they are used in a problematic way in the talk of crime. In this paper I discuss Costa Rican crime statistics, their development, and their utilization in the talk of crime against the background of criminological theory. The theses of the paper are that a) the informative value of crime statistics is far more questionable, than the common utilization of them implies and b) when they are used as argumentation, these crime statistics do not provide evidence of the oft-proclaimed rising crime wave.

    Palabras clave: Costa Rica, violencia, criminalidad, orden social, estadsticas criminales, discurso pblico.

    ** Historiador y politlogo, investigador del GIGA German Institute of Global and Area Studies.

    Contacto: [email protected] Website: http://staff.giga-hamburg.de/huhn

    1. Deseo manifestar mi agradecimiento a Rodolfo Caldern Umaa, Anika Oettler, Peter Peetz, Martin Beck y Matthias Basedau por sus opiniones crticas sobre el manuscrito, a Rosa Wagner y Nadine Haas por su ajuda en ordenar las fuentes as como a Diego Menestrey Schwieger por su ayuda en ordenar las fuentes y la traduccin del texto del ingls.

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    basa implcitamente en nmeros. Las malversadas estadsticas son usadas de manera multidimensional-mente generalizada. Son presentadas como un espejo objetivo de la realidad social, vlido para cualquier tipo de crimen y para todo el pas. Ellos usualmente no diferencian entre los diferentes grupos de crmenes ni entre los lugares concretos en los que ocurrieron los mismos. Finalmente, las legtimas crticas con respecto a las estadsticas son raras. En este artculo voy a llenar este vaco y a argumentar que la opinin objetiva sobre las estadsticas costarricenses de criminalidad, ya est moldeando un aspecto diferente en el talk of crime.2

    Los artculos de peridico son una buena fuente para probar la mencionada generalizacin. Por con-siguiente, una cita de un artculo de la antiga Vice-Presidenta y Ministra de Justicia, Laura Chinchilla de agosto 2007 demuestra el juego con los nmeros:

    En los ltimos aos somos testigos de una preocu-pante tendencia hacia el incremento de los niveles de violencia criminal [...].Por ejemplo, durante el pero-do 1990-2006 la tasa del total de delitos por 100.000 habitantes pas de 135 a 295 y algunos de ellos cre-cieron de manera especialmente preocupante; tal es el caso del robo, cuya tasa se increment en un 700% y las infracciones a la ley de psicotrpicos, que crecie-ron en un 280%. Los delitos violentos experimentaron tambin un importante crecimiento; as ha ocurrido con las agresiones fsicas, que crecieron en ms de un 100%. La mismas tasas de homicidio doloso, indica-dor por excelencia del nivel de violencia en un pas, se incrementaron en un 50% en ese mismo perodo.

    (La Nacin, Agosto 19, 2007).

    stos nmeros ejercen una enorme fuerza sobre el talk of crime. An cuando la fuente no es revelada, las cfras parecen ser vlidas por el simple hecho de ha-ber sido nombradas por una persona importante y por el hecho de que segn la percepcin habitual los nmeros no mienten. Casi nadie prueba la validez de las citadas estadsticas o las cuestiona teorticamente. Una vez lanzadas entre el discurso (y especialmente por personas conables) se vuelven conocimiento v-lido (Jger, 2004: 149). Si bien las estadsticas son discutibles, su inmenso poder sobre el talk of crime no debera ser menospreciado.

    El objetivo principal de este artculo es la pre-sentacin y la evaluacin crtica de las estadsticas de criminalidad costarricenses. En sto no discuto las es-tadsticas como un espejo de la realidad social costa-rricense, sino como una fuerte premisa en el talk of crime. Argumento que las tasas de criminalidad son usadas como un arma poderosa por aquellos interlocu-tores en el discurso de violencia y criminalidad, para distorcionar la proporcin del problema a pesar de que son ellos quienes deberan saber cmo leerlas, y pruebo que aquel problema percibido como gigante y omnipresente (Huhn, 2008a) puede ser ms rela-tivo y manejable al menos en su medida y desarrollo. Como un factor inuyente en las estadsticas y en la visibilidad del crimen y de la violencia en la sociedad, voy primero a presentar y a discutir los esfuerzos cos-tarricenses en la lucha contra la criminalidad desde los aos setenta y relacionarlos con las estadsticas de cri-minalidad y con la percepcin de la delincuencia y de la violencia en la sociedad. Algunos hallazgos bsicos de la teora criminolgica sobre la medicin estadstica delincuencial servirn como base terica, lo cual esbo-zar en el siguiente captulo.

    Qu son las estadsticas de criminalidad?

    Las crticas acadmicas con respecto a las esta-dsticas delincuenciales son multifacticas (Muncie, 1996; Muncie, 2004; Maguire, 2002; Maguire, 2007; Schmidt, 2005; Carrin/ Espn, 2009). Ellas van desde una negacin radical de su uso para describir la rea-lidad hasta una revisin reservada de los indicadores empleados por aquellos que trabajan en el desarrollo de las estadsticas. Si bien la cantidad de estadsticas tcnicas y el general escepticismo son enormes y ricos

    2. De acuerdo con Caldeira, con talk of crime me refiero al discurso dominante sobre violencia y criminalidad como una cuestin social. Caldeira define el talk of crime como discursos cotidianos que exponen la criminalidad como una amenaza permanente de manera meditica a travs de entrevistas, comentarios, conversaciones e incluso bromas que simultneamente hacen circular y proliferar el miedo (Caldeira, 2000: 2).

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    en detalle, me concentrar slo en algunos factores centrales de ambas partes del espectro crtico para cuestionar subsecuentemente, qu crticas deben ser traducidas en una relativizacin de las estadsticas cos-tarricenses y har una reexin respecto a su sentido y a su uso.

    Una falla general en las estadsticas ociales de criminalidad es la llamada cifra oculta de la delincuen-cia (Coleman/ Moynihan, 1996). Especialmente desde una perspectiva histrica esta fuente de error es inmen-sa. La cifra oculta describe el nmero de casos no re-portados o no descubiertos respectivamente .Consiste en los crmenes que permanecen desconocidos. sto puede llegar a ocurrir por varios factores muy diferen-tes. Un ejemplo tpico son los robos que no son detec-tados por la vctima, la cual no echa de menos el objeto robado o no lo da por robado. Otro ejemplo son los ho-micidios que no son diagnosticados por el mdico que redacta el certicado de defuncin.3 Por consiguiente, en las estadsticas de homicidio, los homicidios con armas son generalmente sobrerepresentados. Una bala en la cabeza o un cuchillo en el pecho son bastante obvios y no tienen que ser supervisados a cabalidad. Un tercer ejemplo son los casos en los cuales un juez tiene que declarar a alguien como inocente por falta de evidencia. Incluso si el caso ocurri en realidad, no habr ocurrido en trminos de ley y de estadstica. Con estos ejemplos se vuelve evidente que las estadsticas delincuenciales no miden la realidad per se. El campo oculto absoluto es estimado por lo general como muy extenso y una medicin es imposible en trminos de denicin de causa.

    Las razones por las cuales las cifras ocultas existen son mltiples. Primero, muchos casos no son reporta-dos por diferentes razones. Algunas son concideradas como triviales (como robos ligeros), en algunos casos las vctimas le tienen miedo a las represalias o a la vergenza (como pasa a menudo en casos de violen-cia sexual). Mucha gente no reconoce el crimen, como por ejemplo menores de edad, quienes no conocen la ley y hay mucha gente decide tomarse la ley por su propia cuenta. Los crmenes que son reportados con

    ms frecuencia que otros, son crmenes estadstica-mente ms serios, especialmente aquellos en los que la vctima debe reportarlo para poder tener derecho al seguro (Maguire, 2007: 262; Muncie, 2004: 16). Por consiguiente muchos robos de vehculos son reporta-dos en comparacin con otros tipos de crmenes. El he-cho de que exista el seguro y la obligacin de reportar un reclamo a la polica inuye tambin las estadsticas delincuenciales.4

    En general, normas y valores cambiantes inuyen en las tasas de criminalidad y por ello la conciencia de la sociedad juega un papel importante. La cobertura meditica extensiva fomenta la sensibilidad social, por ejemplo (Ricn/ Rey, 2009: 124; Rey, 2005). La as lla-mada amplicacin de desviacin en espiral describe el proceso en el que las personas tienden a reportar con ms frecuencia actos que conocen de los medios de co-municacin y que son representados mucho peores de lo que son y como socialmente inaceptables (Cohen, 1972). A lo largo del tiempo, diferentes formas de de-lito aparecen y desaparecen en la conciencia pblica. Si bien existe hoy en da una sensibilidad general con respecto a la violencia sexual o a la violencia contra los menores de edad, estos delitos han permanecido por mucho tiempo socialmente invisibles. Otro ejemplo es la delincuencia juvenil. Esta ha dejado de ser tolerada como una actitud juvenil para ser vista como compor-tamiento criminal (Muncie, 2004: 18). Esto aplica tam-bin a la percepcin individual de una persona como vctima (Zedner, 1997). Si una persona se ve como vctima y si lo admite pblicamente o no, depende en gran parte del discurso pblico y su cambio histrico (Stanko, 1988; Morgan, 1988; Young, 1988: 174). Fi-nalmente, lo que la ley cataloge como crimen inuye lgicamente las estadsticas (Muncie, 2004: 17). Estos son solo ejemplos de varios factores que inuyen en la incomparabilidad de la realidad social con las estads-ticas delincuenciales.

    Otra fuente de error especialmente desde una perspectiva histrica se encuentra en las estadsticas en s y en la capacidad variable de recibir denuncias, trasladarlas a una unidad de estadstica y difundirlas en

    3. Los criminlogos concideran que el nmero de estos casos es bastante alto. El anlisis de los homicidios que no fueron reconocidos como crimen sino hasta una segunda autopsia, sugiere que casi la mitad de todos los homicidios en Alemania quedan sin descubrir (Brinkmann, 1997).

    4. Asimismo lo hacen los fraudes a las aseguradoras. Como muchas aseguradoras pagan por daos causados por terceros y no por el dueo, el mmero de personas que levantan cargos en contra de una persona desconocida para cubrir sus propios errores y hace el reclamo en el seguro no es bajo.

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    una estadstica a nivel nacional. Primero que todo, el contenido de las estadsticas delincuenciales cambian a travs del tiempo. Si bien muchas estadsticas han sido realizadas de manera muy simple y han sido re-sumidas con frecuencia, hoy en da son generalmente muy detalladas. De igual manera, algunos actos que eran comnmente catalogados como crmenes no lo son actualmente y viceversa.

    Segundo, cada crimen reportado necesita de un ocial de polica que reciba la denuncia. Como Cre-mer-Schfer (1998: 149) seala, las estadsticas de criminalidad son resultado de una redenicin de reportes de la actividad de la polica y justicia, que documenta el trabajo y no los crmenes cometidos. Por consiguiente, ms polica conduce a altas tasas de de-lincuencia, y menos personal policial implica una baja tasa de criminalidad. Esto se articula tambin en el hecho de presentar cargos o tambin de patrullar, por ejemplo.

    Tercero, los que desarrollan las estadsticas de cri-minalidad tienen que hacerlo realmente y deben tener la capacidad tcnica para ello. Finalmente, otro punto con respecto a las capacidades tcnicas que ya mencion: el progreso en las investigaciones criminales. Si bien la probabilidad de que muchos crmenes permanecieran sin esclarecer era muy alta en el pasado, la medicina forense, la recoleccin de datos, las investigaciones de alta tecnologa en la escena del crimen etc., hacen que actualmente crezca la cifra visible (la cual es contraria a la gura oculta).

    A pesar de que las estadsticas de criminalidad son poco ables, de que en el pasado eran an menos de-dignas y que especialmente la comparabilidad histrica es muy vaga, ellas son presentadas usualmente como si fueran una inalterable, objetiva y eterna imagen verdi-ca de la realidad.5

    El progreso en el sector de seguridad

    A pesar de la posibilidad de que las tasas de crimi-nalidad durante la segunda mitad del siglo XX hayan incrementado constantemente y de que el crimen siem-pre haya sido una espina en la sociedad costarricense, un proceso muy importante durante la segunda mitad del siglo XX, es el hecho de que la violencia y el cri-men hayan sido cada vez ms investigados y combati-dos, y que debido a eso, se hayan vuelto ms visibles en la sociedad. Como se dijo con anterioridad, ms polica conlleva inevitablemente a tasas ms altas de criminalidad y menos personal policial conduce a me-nores tasas delincuenciales. Adems, un mejor equipo tcnico para la investigacin criminal y para su regis-tro, conlleva lgicamente a tasas de criminalidad ms altas en las estadsticas. Por eso, una mirada hacia los avances en el sector de seguridad, es un prerequisito necesario para interpretar las estadsticas de criminali-dad costarricenses y especialmente para hacerlo desde una perspectiva diacrnica. Solamente voy a discutir unos de estos avances como ejemplos signicativos por el progreso en general.

    Los aos setenta marcan un cambio fundamental en la investigacin y en el combate contra el crimen en Costa Rica. En 1973 el gobierno fund el Organis-mo de Investigacin Judicial (OIJ), el departamento de investigacin, cuya tarea sera auxilar a los tribunales penales y el Ministerio Pblico en el descubrimiento y la vericacin cientca de los delitos y de sus presun-tos responsables (Asamblea Legislativa 1974, Artcu-lo 1). Este fue el acto ms adecuado hacia una forma

    5. Otro indicador estadstico de tasas delincuenciales bastante usado son las encuestas a las vctimas. Si bien la gama de temas y la complejidad de las estadsticas de las vctimas es con frecuencia bastante sofisticada hoy en da, ellas sirven en cierta manera, de indicador para el desarrollo del crimen y de suplemento para los dbiles datos de las estadsticas. Al mismo tiempo, la mayora de las crticas con respecto a las estadsticas delincuenciales presentadas aqu, tambin cuentan para las encuestas. La forma en que las personas responden no depende lgicamente de incidentes objetivos sino del talk of crime. Como se dijo, a alguien que le ocurri un incidente tiene que reconocerlo como tal primero que todo, segundo, tiene que definirlo como un crmen (y

    no como una fastidiosa bagatela, por ejemplo), y tercero, debe estar dispuesto a hablar de ello (Sobre la victimologa, las encuestas a las vctimas, y sus crticas ver Young, 1988 y 2004 al igual que Hoyle/ Zedner, 2007). En Costa Rica, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha realizado dos Encuestas Nacionales de Seguridad Ciudadana. La ltima de stas encuestas de vctimas fue llevada a cabo en el 2006. Aparte de registrar la forma de la que fueron vctimas los participantes, las encuestas cubren tambin el miedo al crimen, la percepcin pblica con respecto al cumplimiento de la ley en Costa Rica, y averigua las medidas personales de seguridad y el comportamiento social de los entrevistados (ver por ejemplo PNUD, 2006: 553-559). Ya que las estadsticas delincuenciales siguen siendo las referencias ms citadas para el crimen en el discurso pblico costarricense, me concentrar en ellas en este artculo.

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    moderna de combatir el crimen. La misin de la OIJ fue tomar cargos e investigar crmenes con base en un alto nivel tcnico. El OIJ estaba dividido en el Departa-mento de Investigacin Criminal para detectar e inves-tigar los crmenes, el Departamento de Medicina Legal para llevar a cabo las investigaciones mdicas, como autopsias u opiniones psicolgicas, para detectar, en ese entonces, los crmenes sin descubrir, y nalmente el Laboratorio de Ciencia Forense para recolectar evi-dencia con mtodos tcnicos y cientcos, y detectar as crmenes que no haban sido descubiertos y para condenar a los delincuentes (Poder Judicial: 20). Sin especular sobre el nmero actual de crmenes cometi-dos en Costa Rica y sobre la evolucin de esta tasa, es seguro decir, que a partir de este momento ms y ms crmenes se haran vuelto visibles y por consiguiente reales, y que tambin, nuevas formas de criminali-dad podran empezar a ser identicadas porque se vol-vi tcnicamente posible.

    En las dcadas posteriores a la fundacin, el OIJ se volvi cada vez ms especializado y estructurado. En 1992 aadieron una unidad canina, la cual cam-bi radicalmente el rastreo de crmenes de drogas. En 2003, la Unidad de Anlisis Criminal fue funda-da para reforzar el uso de mtodos cientcos en el combate contra el crimen. Ms adelante, se estableci el Servicio Policial de Intervencin Inmediata (SPII), una fuerza especial de intervencin de la polica, o en 2008 la Unidad de Vigilancia y Seguimiento, otra uni-dad de inteligencia cuyos miembros, entre otros, eran entrenados por el FBI y la DEA. Adems, abrieron ms ocinas regionales y divisiones especializadas.6 En los aos ochenta la Fuerza Pblica se equip cada vez ms y en 1981 el gobierno costarricense tambin le pas una cuenta a la seguridad privada (Asamblea Legislativa 1981), la cual fue modicada repetidas veces desde entonces.

    Entre 1988 y 2003, el nmero de personal dentro de la judicatura costarricense creci de 3.344 a 6.871 empleados. El OIJ tena 819 miembros en 1988. Con 1.562 empleados en 2003, el personal del departa-mento de investigacin criminal se duplic en 16 aos (ver apndice 1). Hoy en da hay 1.134 Agencias Pri-vadas de Seguridad activas registradas en Costa Rica y 18.823 agentes de seguridad privada con licencia

    estn trabajando en el pas.7 En 2001 el nmero fue de 934 (PNUD, 2006: 222). Se estima que la cantidad de agentes privados de seguridad operando sin licencia es an ms alto (Matul/ Dinare, 2005: 19).

    De igual manera me gustara mencionar el Pro-grama de Seguridad Comunitaria, el cual fue iniciado en 1998. Ciudadanos de los comits de seguridad co-munitarios, fueron entrenados e instruidos por la po-lica, para luego monitorear sus barrios. En 2003 los costarricenses haban formado 2.817 de estos comits (MIDEPLAN, 2004: 732), tres aos ms tarde haban ya 3.590 comits (MIDEPLAN, 2007: 114). Un pilar que soporta la seguridad informal y formal privada y la participacin ciudadana en el trabajo policial son las denuncias. De este modo, muchos actos delictivos que antes no haban sido registrados, ahora son reportados a la polica. Muchos de ellos son bagatelas y el Minis-terio de Planicacin de hecho plantea que una parte considerable de estas denuncias acaban siendo falsos reportes.8

    Con el paso del tiempo tambin se crearon nuevas guras penales. Mientras el descuido de animales y el bloqueo de calles eran contravenciones hasta el ao 2002, a partir de este ao son delitos, por ejemplo. La creacin de nuevos delitos automticamente se reeja en las estadsticas.

    Finalmente, la evolucin de la tecnologa de vi-gilancia hace que el crimen sea ms visible, estads-ticamente medible y por consiguiente real. Cicuitos cerrados de televisin son un ejemplo perfecto (ver por ejemplo Lfberg, 2009: 154). El monitoreo de espa-cios pblicos se est volviendo cada vez ms comn en Costa Rica y por ello los delitos dejan de permanecer cada vez menos ocultos hoy en da.

    Los mencionados avances institucionales, discur-sivos y tcnicos slo representan una pequea parte de todos los esfuerzos que Costa Rica ha hecho en la lucha contra la violencia y el crimen en las dcadas pasadas. Hoy, el pas posee una fuerza policial bastante sosticada, incluyendo subdivisiones especiales contra

    6. OIJ (http://www.poder-judicial.go.cr/oij/oijaccesibilidad.htm)

    7. Ministerio de Seguridad Pblica de Costa Rica: Seguridad Privada, http://www.msp.go.cr/seguridad_privada/estadsticas.html.

    8. Ministerio de Planificacin: http://mideplan5.mideplan.go.cr/PND_ADM_PACHECO/Html/panorama-ambiente-seguridad.htm#Seguridad

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    las drogas, una polica rural y urbana, divisiones de mi-gracin, de control fronterizo, de violencia domstica, para la seguridad turstica, para el control de trco y para la inteligencia entre otros, pero tambin distintos programas, planes e instituciones en el campo de la lu-cha contra el crimen, prevencin y educacin (Lora, 2006; Ministerio de Salud, 2004; MIDEPLAN, 2007; PNUD, 2006; Matul/ Dinarte, 2005; Rico, 2003; Mi-nisterio de Justicia, 2007).

    Con lo anterior no pretendo juzgar los diferentes esfuerzos en la lucha contra el crimen y la violencia. Quiero enfatizar que la violencia y la criminalidad han llamado cada vez ms la atencin en la poltica y por ello se ha convertido en algo mucho ms visible en la sociedad costarricense (y la potencial cifra oscura del crimen disminuy9). Como lo arma Caldeira, las esta-dsticas delincuenciales como mximo son un indicator de tendencias de la realidad social pero al mismo tiem-po muestran hechos importantes sobre la sociedad que los produce, especialmente sus capacidades y esfuer-zos de luchar contra el crimen (Caldeira, 2000: 106)

    Estoy de acuerdo con Caldeira y su interpretacin, que las estadsticas delincuenciales podran al menos indicar tendencias si se est en la capacidad de inter-pretarlas correctamente. A continuacin presentar y discutir respectivamente unos indicadores bsicos de criminalidad desde una perspectiva histrica. En cada caso cuestionar hasta qu punto la comparacin dia-crnica de las cifras justica el hecho de que se est ha-blando, como se cita comnmente, de la creciente ola de criminalidad, y cmo las cifras tienen que ser eva-luadas sobre la base de las crticas con respecto a las estadsticas de criminalidad. De esta manera, probar bsicamente si existe otro punto de vista contrario a la opinin general de la creciente ola de criminalidad, sin tener que insistir necesariamente con la perspectiva de la verdad. Sin embargo, como puedo comprobar que las estadsticas pueden ser ledas de una manera diferente al discurso dominante, voy a justicar mi re-comendacin de discutirlas de manera distinta pblica-mente en donde, segn las encuestas, la creciente ola

    de criminalidad asusta a la mayora de la gente (ver por ejemplo PNUD, 2006: 551-559 o Huhn, 2008a).

    Tendencias de la criminalidad y de la violencia

    Una de las estadsticas ociales de ciminalidad en Costa Rica es el Anuario de Estadsticas Policiales rea-lizado por la Seccin de Estadstica, una subdivisin del Departamento de Planicacin del Poder Judicial. La otra, son las Estadsticas Judiciales que incluyen datos de la OIJ y del Ministerio Pblico. Dado que el Anuario de Estadsticas Policiales existe desde 1979 mientras que las Estadsticas Judiciales existen desde 1998, voy a concentrarme en la fuente ms antigua por la perspectiva histrica del artculo. Mientras las Esta-dsticas Judiciales se aplican en ser la estadstica ms completa, las tendencias generales que son objeto de este artculo tienen que ser las mismas en ambas fuen-tes por su propia lgica.

    Debido a que prcticamente nadie nombra las fuentes a las que se reere al hablar de cifras de crimi-nalidad en el discurso pblico costarricense, como en los medios de comunicacin, en la poltica o en vida cotidiana, estas deberan ser nombradas al menos en los Anuarios de Estadsticas Policiales o en las Esta-dsticas Judiciales, ya que son la fuente ocial. Por lo tanto discutir a continuacin las tasas de diferentes crmenes segn los Anuarios. A primera vista puede ser contradictorio que haya criticado las estadsticas criminales en general para luego utilizarlas como base de argumentacin. Pero no es as. Ms abajo mostrar que las estadsticas criminales por lo general no sirven como prueba para la creciente ola de criminalidad si son tomadas como un indicador signicativo, y menos, especialmente, si son ledas ante el trasfondo de los ha-llazgos de la teora criminolgica sobre las medicin estadstica delincuencial, que present en el segundo apartado.

    Homicidio intencional

    Por lo general, las tasas de homicidio son el indi-cador ms citado para la criminalidad y la violencia, especialmente cuando la informacin es comparada de manera internacional o histrica, debido a que las deniciones y el registro de este indicador es menos

    9. Que, por supuesto, de nuevo es una suposicin sobre la criminalidad real. Encuestas indican que el nmero de crmenes denunciados podra decrecer, porque mucha gente no los denuncian. Simultneamente, cambios en las mismas estadsticas tienen que ser considerados. En el ao 1994 se aument la barrera por robos incluidos en las estadsticas, por ejemplo (Caldern/ Rodrguez 2003).

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    inconsistente que en otros casos. Ya que las denicio-nes y las clasicaciones han cambiado menos en este mbito que en otros, las cifras se pueden comparar me-jor para un largo perodo de tiempo en trminos de l-gica estadstica. Por esta razn este indicador, describe mejor que otros un perodo de tiempo ms largo.

    Segn los Anuarios de Estadsticas Policiales, el homicidio intencional en Costa Rica creci de 4,5 a 8,11 casos por 100.000 habitantes entre 1979 y 2007 (grca 1). Por eso, si se lee de manera directa, la tasa creci casi un 100% en 28 aos.

    intencional han sido altas siempre, y el porcentaje de los que fueron registrados en las estadsticas eran usualmente menores. Es seguro armar que la cifra oculta era ms alta en 1979 que en 2007. Al igual que otros factores cientcos vericables, el personal de los organismos que hacen cumplir la ley creci durante el mismo perodo de tiempo y las fuentes tcnicas de error se redujeron (al usar computadoras en vez de usar lpices y mquinas de escribir), lo que muy probable-mente resulta en un descubrimiento y registro ms alto de tasas de homicido intencional.

    Finalmente, mi crtica se limita a la tesis del ex-traordinario crecimiento de los homicidios intenciona-les. Yo no estoy en desacuerdo en que no haya habido ningn incremento del todo ni con la obsevacin de que haya una notable cantidad de homicidios en la Costa Rica contempornea segn los indicadores. Con una tasa ocial de homicidio de ocho homicidios por 100.000 habitantes, Costa Rica se encuentra en el pro-medio internacional de acuerdo con las Naciones Uni-das (UNODC, 2007).

    Otra forma de criminalidad que se discute con frecuencia y que muchas veces se confunde con los homicidios en el talk of crime, son los robos. Te matarn por un celular o nuestras vidas valen un ce-lular son frases que se escuchan con frecuencia (La Nacin, 30.11.2007).

    Segn los Anuarios de Estadsticas Policiales, los robos aumentaron de 400 a 517 casos por 100.000 ha-bitantes entre 1995 y 2007 (Grca 2).

    Grfica 1Tasa de homicidio doloso en Costa Rica

    (por 100 mil habitantes), 1978-2007

    Fuente: basando en apndice 2.

    Con base en stas cifras, parece justicable armar que ha habido un crecimiento de homicidios intencio-nales en Costa Rica. Segn ellas, el nmero absoluto de homicidios intencionales registrados nunca antes haba sido tan alto. Por consiguiente, la tasa parece crecer constantemente, cosa que vale la pena subrayar, ya que mucha gente en Costa Rica argumenta con frecuencia que el problema apareci hace poco. All no hay nin-guna cada notoria, slo una constante inclinacin. El aumento abrupto en la curva dejara pensar, de hecho, que hay un cambio en el incremento en s.

    Sin embargo, debido a que la cifra oculta con res-pecto a los homicidios es bastante alta, la evolucin de la curva debe ser cuestionada sobre la base de la criminologa moderna. Como ya lo dije, la cifra oculta de los homicidios cambia lgicamente con el progre-so de la medicina forense y legal. Como ambas cosas avanzan intensivamente, se puede asumir que la cifra oculta disminuy. En ste caso las tasas de homicidio

    Grfica 2Tasa de Robos en Costa Rica

    (por 100 mil habitantes), 1995-2007

    Fuente: basando en apndice 3, 4 y 5.

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    Dejando aparte la crtica sobre la credibilidad de las cifras, la grca 2 indica que la cantidad de robos incre-ment durante los doce aos entre 1995 y 2007, lo que signicara un aumento del 25%. La grca tambin de-muestra que la cantidad de robos empez a disminuir a nales de los aos noventa hasta mediados del 2003, fe-cha en la que las cifras empezara a aumentar de nuevo. La razn podra ser la apertura de la Unidad de Trmite Rpido del Ministerio Pblico, la ocina que absorbi denuncias que anteriormente ingresaban al OIJ. Quan-do las mismas comienzan a ser registradas nuevamente por la OIJ, la tasa aumentaba nuevamente (Caldern, 2008: 16 y 113). El decrecimiento y el aumento podra ser el resultado de estas cambios institucionales y no de cambios en la criminalidad real. De acuerdo con las grcas se podra justicar el incremento de los robos en Costa Rica. Sin embargo, dicho aumento parece ser menos extenso que lo que el talk of crime implica.

    Ante el trasfondo del pronunciado miedo hacia la criminalidad en la sociedad promovido en gran par-te por campaas ciudadanas y por la escandalizacin meditica (Fonseca/ Sandoval, 2006; Vergara, 2008; Huhn, 2008b) y del mejoramiento en los procesa-mientos penales, se puede suponer que la cifra oculta de los robos haya disminudo en los ltimos aos. Pri-mero, el trabajo intensicado por parte de la polica, de la seguridad privada o de la vigilancia comunitaria pue-de haber disipado dicha cifra. Segundo, el incremento de la sensibilizacin social puede haber intensicado la autopercepcin de mucha gente de ser vctimas de un crmen cuando este en efecto ocurre, y el cual deben denunciar a la polica. Segn la teora criminolgica es muy probable, que estos procesos hayan reducido la cifra oculta, lo que signicara que el curso de la curva podra ser en realidad menos inclinado.

    Los Anuarios de Estadsticas Policiales distinguen entre robos con fuerza sobre las cosas y violencia con-tra personas. En la primera categora se cuentan casos como hurto e irrupcin. En la segunda se cuentan asal-tos y atracos, por ejemplo. Las cifras de ambos diferen notablemente, algo que es muy importante para el an-lisis con respecto al miedo hacia la criminalidad. Entre 1995 y 2007 la cantidad de robos con fuerza sobre las cosas increment de una tasa de 313 casos registrados por 100.000 habitantes a 338 casos en 2007 (grca 2). El nmero de robos con violencia contra personas increment de una tasa de 88 casos registrados por 100.000 habitantes a 179 casos (grca 2).

    Dejando de lado la crtica terica con respecto a la validez de estos datos como indicadores para la realidad, en comparacin, las dos grcas indican, al menos, dos cosas. Ambas son similarmente imprecisas de acuerdo con la teora criminolgica, lo que limita la posibilidad de compararlas. Primero, la cifra real de los robos con fuerza sobre las cosas parece ser mu-cho ms alta que la cifra de robos con violencia contra personas. Esta observacin es importante para el talk of crime ya que se puede constatar que en la mayo-ra de los casos no hubo violencia fsica. Como se ha dicho, el robo se relaciona en el discurso dominante con un acto de violencia. Las estadsticas y las crticas criminolgicas relativizan este fragmento discursivo, pero no lo desafan completamente. Segundo, el pro-greso de la curva con respecto a los robos con violencia contra las personas, parece incrementar de manera ms empinada. Si se toma en cuenta que este tipo de crimen genera ms miedo en las personas, la preocupacin de las mismas es obvia.

    Tengo que subrayar otra vez que mis observacio-nes se limitan al progreso de la curva y no a la cantidad concreta de casos de robo. Con base en las estadsticas, existe un nmero destacable de casos de robo actual-mente en Costa Rica. No obstante, armaciones como la del artculo citado en la introduccin, resultan ser cuentos de miedo con base en estadsticas ociales. Las estadsticas no revelan que hay que tener miedo todo el tiempo, como lo implica el discurso dominante, ni conrman completamente el argumento de que antes todo fue mejor.

    Violaciones de la Ley de Estupefacientes

    Violaciones a la ley de narcticos, como el tr-co de drogas o el abuso de las mismas, son otro tema frecuente en el talk of crime. Como sucede general-mente, la opinin pblica dice que este tipo de delitos ha incrementado enormemente en los ltimos aos (La Nacin, junio 14, 2007). De acuerdo con los Anuarios de Estadsticas Policiales, los crmenes relacionados con drogas aumentaron entre 1989 y 2000 pero desmi-nuyeron poco despus.

    Adems de las crticas teorticas con respecto al valor real de estos nmeros, las tasas (ver apndi-ce 6) indican a primera vista que hubo un pico con respecto a las violaciones registradas contra la ley de narcticos en 2000 y otro en 2003. Desde entonces,

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    el nmero ha disminudo notablemente y en 2007 al-canz su menor grado desde 1992. La estadstica de criminalidad ms ocial en Costa Rica no valida si-quiera cercanamente el incremento del 700% de ste grupo de delitos a partir de 1990, tal como lo proclama Chinchilla en el artculo de peridico citado en la intro-duccin. La cifra y el argumento de Chinchilla son un ejemplo perfecto de solo una faceta del uso incorrecto de las estadsticas de criminalidad en el actual talk of crime. Aparte de la facilidad de malinterpretacin, la proclamacin pblica de nmeros bastante dudosos a sabiendas de que la gente simplemente los creer ( ya que es ampliamente aceptado que los nmeros no mienten) y no podr comprobarlos fcilmente, es algo tpico del discurso dominante.

    Con base en la teora criminolgica hay que ar-mar una vez ms, que las cifras no son un espejo de la realidad social de Costa Rica. Debido a que los es-fuerzos gubernamentales para investigar y perseguir los crmenes de drogas aumentan constantemente, como tambin la sensibilidad en la sociedad y con esto probablemente el nmero de denuncias, la tasa de violaciones a la ley de narcticos debera incremen-tar usua