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Desarrollo Rural CUADERNILLO Nº4

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Encuentro CANPO

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Desarrollo RuralCUADERNILLO Nº4

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Soja y retenciones para una Argentina “góndola del mundo”, Por • Aldo Ferrer, Economista y profesor de la UBA. Publicado en Tiempo Argentino el 22 de Agosto de 2010.

La Argentina rural: de la crisis de la modernización agraria a la cons-• trucción de un nuevo paradigma de desarrollo de los territorios ru-rales / Marcelo Sili. Buenos Aires: Ediciones, INTA, 2005.

Documentos de este cuadernillo

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La producción de soja es actualmente el componente más dinámico del sector agropecuario argentino. Contribuye al au-mento de las exportaciones y la deman-da interna, también al crecimiento de la economía nacional. En la actividad tienen lugar algunas de las principales transfor-maciones del agro como la siembra direc-ta, el empleo de agroquímicos y los llama-dos “paquetes tecnológicos”. La llamada “agricultura de precisión”, que opera en la frontera tecnológica del agro mundial, se refi ere principalmente a la soja. Su ex-pansión ha transformado el uso del suelo, las cadenas de valor y la organización de los factores de la producción. La amplia-ción de la frontera de la soja transfi gura la estratifi cación social del campo y crea nuevos grupos de gran poder económico en que convergen el liderazgo empresario, las tecnologías de punta, la reorganiza-ción de los mercados y el fi nanciamiento de todo el ciclo productivo.

Es comprensible que un proceso de se-mejante magnitud provoque confl ictos de intereses y visiones encontradas respecto de sus consecuencias sobre el desarrollo, la protección de la naturaleza y el medio ambiente, el bienestar social y la ubica-ción del país en la globalización. Sobre esto último cabe destacar el impacto de los cambios en el orden mundial sobre la realidad argentina. En efecto, la actual re-volución industrial de China e India, im-plica la incorporación de centenares de millones de personas a las cadenas de va-lor y los mercados transnacionales. Una de sus consecuencias es el aumento de la demanda de alimentos y materias primas y la elevación de sus precios. Precisamen-te, uno de los ejemplos notables es la soja y sus derivados.

No es la primera vez que se registra un he-cho semejante. A mediados del siglo XIX, la primera Revolución Industrial, bajo el li-derazgo de Gran Bretaña, también provo-có el aumento de la demanda internacional de productos primarios y la valorización de los recursos naturales. La Argentina se in-corporó al nuevo orden mundial como un proveedor de alimentos y materias primas e importador de manufacturas y capitales. Fue el estilo de desarrollo que mucho des-pués, en la década de 1940, Raúl Prebisch denominó “centro periferia”. A medida que el país fue creciendo, el modelo le fue quedando chico. Además era incompatible con el despliegue del potencial argentino y la incorporación del conocimiento que requería, simultáneamente, integrar las cadenas de valor del agro y desarrollar las ramas industriales portadoras de la cien-cia y la tecnología, incluyendo la produc-ción de maquinarias y equipos. Es decir, conformar una estructura industrial inte-grada y abierta, con una ancha base de producción primaria. La crisis mundial de 1930, puso fi n, de-fi nitivamente, al modelo agroexportador y, desde entonces hasta la actualidad, no hemos logrado generar el necesario con-senso mayoritario acerca de la estructura productiva necesaria y posible. Antes bien, los cambios actuales en el orden mundial y el dinamismo de la soja y otros produc-tos del agro, han reavivado la ilusión de un nuevo próspero futuro como “grane-ro del mundo”, que, con la agregación de valor para producir alimentos, podría ser la “góndola del mundo”. La góndola es un avance importante sobre el granero, pero tampoco alcanza. Toda la cadena agro ali-mentaria, emplea como máximo 1/3 de la fuerza de trabajo y es, por sí sola, incapaz de incorporar la ciencia y la tecnología en

Soja y retenciones para una Argentina “góndola del mundo”La crisis mundial de 1930, puso fi n, defi nitivamente, al modelo agro exportador y,desde entonces hasta la actualidad, no hemos logrado generar el consenso mayoritario acerca de la estructura productiva ne-cesaria y posible

Por Aldo FerrerEconomista y profesor de la UBA.

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pág. 4 todo el tejido productivo y social del país, que es la base fundamental del desarrollo en la Argentina y el resto del mundo. El actual debate sobre la soja, en todas sus dimensiones económicas, sociales, y ambientales, requiere ser colocado en el contexto del desarrollo del país y su inser-ción internacional. Porque el campo no es un apéndice del mercado mundial sino un sector fundamental de la economía nacio-nal. Sin embargo, algunas opiniones, sur-gidas del ruralismo, levantan su voz por la ingerencia del Estado en la transferencia de los precios internacionales a los precios internos argentinos. De allí, por ejemplo, que las retenciones se interpreten como la confi scación de un ingreso perteneciente al productor. Se escucha, a veces, la pro-testa que, de tres camiones cargados con soja, uno lo confi sca el Estado. O, desde una postura más benévola, destacar el es-fuerzo especial que está haciendo el campo para fi nanciar al Estado y sus programas sociales. Ni una cosa ni la otra son ciertas si no se las refi ere al tipo de cambio al cual se aplican las retenciones. Porque en la década de 1990 y en otros momentos, no había retenciones sobre tipos de cambio sobrevaluados que sacrifi caron, simultá-neamente, al campo y la producción de manufacturas industriales, endeudaron y empobrecieron al país hasta llevarlo a la crisis terminal del bienio 2001/2002. No hay evidencias de que las retenciones hayan frenado el crecimiento del campo en el transcurso de esta década. No es concebible ese crecimiento, entre los más altos del agro mundial, sin condiciones positivas de rentabilidad ni que la elimina-ción de las retenciones (inconcebible sin una fuerte apreciación del tipo de cam-bio), aumentaría la inversión en vez de desviar fondos excedentes a otros fi nes. En realidad, las retenciones no son un impuesto especial aplicado a la soja y a otros productos primarios. Son la diferen-cia entre los tipos de cambio necesarios para otorgarle competitividad a toda la producción de bienes sujetos a la concu-rrencia internacional. Porque en la Argen-tina, como en el resto del mundo, los pre-

cios relativos internos son distintos a los internacionales y es por eso que todos los países con políticas funcionales al interés nacional, se administra, con una multipli-cidad de instrumentos, el impacto de los precios internacionales sobre los internos. Las retenciones son apenas uno de esos instrumentos y no pueden tratarse desvin-culadas del tipo de cambio de referencia.

Las retenciones, aparte de su función esencial de expresar la brecha entre los tipos de cambio necesarios para la com-petitividad de los diversos sectores de la producción interna sujeta a la concurren-cia internacional, cumplen otras dos fun-ciones. Por un lado, sin ser estrictamente un impuesto, generan un ingreso fi scal que debe asignarse conforme a las reglas constitucionales. Segundo, atendiendo a que la producción exportable incluye bienes que forman parte de la demanda y cadenas de valor internas, desacoplan los precios internos de los internaciona-les. Son dos objetivos importantes a los cuales se reduce la justifi cación ofi cial de las retenciones y, también, la crítica ru-ralista que considera injusto poner sobre los hombros del campo semejante carga. Al no incluir la explicación de las retencio-nes como un instrumento esencial para la transformación y el desarrollo de la eco-nomía argentina, el debate sigue ence-rrado en los contenidos distributivos de la cuestión.

Sea como fuere, la soja es protagonista principal en el actual debate sobre la si-tuación del país y su futuro. Ese debate no debe perder de vista el lugar de la soja y del campo desde la perspectiva del de-sarrollo de toda la economía argentina y sus regiones. Estos temas fundamenta-les seguramente serán objeto de debate (y, esperemos, de acuerdo) en el progra-ma puesto en marcha por el ministerio del ramo para trazar un plan agroalimentario de vasto alcance, con la cooperación de universidades y los sectores sociales vin-culados al agro.

Tiempo Argentino,

Publicado el 22 de Agosto de 2010

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Introducción

A partir de la década de los 60 se em-pieza a consolidar en muchos países de América latina, y en Argentina en especial, un proceso de modernización cultural estrechamente ligado al desa-rrollo de la ciencia y la tecnología, a los transportes y las comunicaciones, y a la construcción y difusión de nue-vos valores. Este generalizado proce-so impulsó a la ciudad como meta y faro de la modernidad y el desarrollo, dejando a las áreas rurales como es-pacios marginales y de retraso, tan-to desde el punto de vista económico como social y cultural, dedicados sólo a la producción de bienes primarios.La cultura rural vinculada a la tradi-ción, las costumbres, la relaciones in-terpersonales, la proximidad, fueron sistemáticamente reemplazadas por nuevas formas de consumo, culturas y actitudes, y por nuevas relaciones humanas más anónimas y más des-localizadas. Los cambios generados quebraron el modelo de desarrollo rural familiar estructurado sobre una organización social y territorial donde predominaban las relaciones sociales locales y regionales, con una estruc-tura de asentamientos humanos (pe-queñas ciudades, pueblos y parajes) volcados a la prestación de bienes y servicios al sector agropecuario de ca-rácter campesino, familiar y empre-sarial, estructurados en la producción agropecuaria. Paulatinamente esto fue reemplazado por un nuevo modelo de organización territorial rural des-equilibrado, ligado casi exclusivamen-te a la producción de bienes primarios orientados a las exportaciones, con menor diversifi cación y mayor fragili-dad en términos ambientales, menor

capacidad de innovación y desarrollo y mayores niveles de exclusión y margi-nalidad. Siguiendo a Chonchol (1994) podemos defi nir a este proceso de cambio como un proceso de moderni-zación conservadora de las áreas rura-les de América latina, y en particular de Argentina.Este modelo de organización y desa-rrollo rural se sostuvo a partir de una visión y un enfoque del mundo rural netamente sectorial y agrario centra-do en la producción agropecuaria, las cadenas productivas sectoriales, los mercados y la tecnología, elementos que fueron dirigidos en gran parte desde los centros urbanos nacionales e internacionales.Esta falta de una concepción territo-rial e integral del mundo rural y de sus sistemas culturales y productivos ha sido entre otros, una de las grandes causas del desequilibrado desarro-llo de la Argentina y de otros países de América Latina en las últimas dé-cadas. Las causas de estos desequili-brios son complejas y multifacéticas, aunque nadie puede discutir que gran parte de la raíz del problema se en-cuentra en la preeminencia de una mi-rada muy restringida de lo rural por parte del paradigma de la moderni-zación; en el predominio y exacerba-ción de la lógica capitalista y sectorial que solo tiene como objetivo unívoco la búsqueda de la rentabilidad de las empresas, por encima de la sosteni-bilidad de los territorios, y en última instancia por el control externo de los territorios rurales por parte de grupos sociales y empresariales ligados al ca-pital internacional deslocalizado.Pasadas ya cuatro décadas de este proceso de modernización conserva-dora, los resultados no han sido muy

De la crisis de la modernización agraria a la construcción de un nuevo paradigma de desarrollo de los territorios rurales

La Argentina rural

Por Marcelo Sili.

Buenos Aires: Ediciones,

INTA, 2005.

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pág. 6 alentadores: éxodo y despoblamiento rural y su contracara, el hacinamiento urbano deterioro de suelos y aguas, pérdida de la biodiversidad, pérdida del patrimonio y de la cultura tradi-cional, olvido y marginación social y cultural de gran parte de los espacios rurales, etc. Vemos entonces que el balance global de la modernización agraria en términos económicos, de desarrollo y de calidad de vida no es muy positivo.Sin embargo, a pesar de esta crisis estructural, los espacios rurales vuel-ven a aparecer en este nuevo mile-nio como espacios estratégicos, ya no sólo como un simple espacio agrario ofertado a un grupo de actores y em-presas, sino como territorios capaces de generar procesos de innovación y desarrollo diferentes1. La emergencia de este proceso de valorización tiene que ver con tres hechos fundamenta-les que interactúan y condicionan mu-tuamente:En primer lugar la visión de que los problemas agrarios no tienen resolu-ción dentro de un territorio en crisis. Esto es, que no hay soluciones tecno-lógicas ni agropecuarias para un terri-torio en declinación. El desarrollo de los territorios rurales debe estar ba-sado en la valorización integral de los recursos rurales y no sólo la agricul-tura y la ganadería. En defi nitiva, se va tomando más conciencia sobre un fenómeno dialéctico: el crecimiento de la producción agraria y el desarrollo de las áreas rurales no son sinónimos, es más, muchas veces son contradicto-

1 Cabe aquí hacer la diferencia entre el signifi cado de espacio rural y territorio rural. El espacio rural es una extensión de la superfi cie terrestre que se organiza en parcelas de diferentes tamaños, directamente vinculadas a las actividades productivas primarias, con un hábitat disperso de baja densidad de población y un hábitat concentrado bajo forma de pueblos y pequeñas ciuda-des, dotado de infraestructuras y equipamiento ligados a las activi-dades productivas primarias y actividades de transformación y de servicios generalmente vinculadas a la valorización de los recursos locales. El espacio agrario es un componente más del espacio ru-ral, es una porción del espacio rural dedicado a la producción de bienes agrícolas, ganaderos y forestales. El territorio rural es un espacio rural apropiado por una sociedad bajo un sistema de inten-cionalidades que organizan y cualifi can ese espacio. Este sistema de intencionalidades bien puede ser múltiple y diverso lo que nos arroja una territorialidad fragmentada en donde cada actor tiene objetivos individuales y diferentes al resto de los actores, o bien puede existir una intencionalidad colectiva y consensuada que ge-nera un territorio con unidad de objetivos y proyectos

rios.En segundo lugar, se comienza a com-prender el funcionamiento del territo-rio como un sistema en donde todas las variables están articuladas y con-dicionadas mutuamente.Esto supone comprender que la com-petitividad económica, social y política no es un asunto solamente sectorial (ni agrícola), sino eminentemente te-rritorial, lo que ha generado una pau-latina revalorización de lo territorial como dimensión de la sociedad que es necesario rescatar como eje central de las políticas de desarrollo hacia el fu-turo.En tercer lugar, frente a un aumen-to considerable de la deslocalización (producto de la globalización) el te-rritorio se revaloriza como elemento esencial en la vida de los hombres, como sustento de la identidad y la cultura no uniformizada. El territorio se transforma en un refugio para los efectos destructores de una globaliza-ción que homogeiniza y construye por doquier «no lugares» (Auge, 1992) y «espacios banales». La consecuencia de esto es que los territorios se están ahora reconstruyendo y resignifi cando permanentemente a fi n de encontrar sentidos que le permita mantener el mayor grado posible de identidad.Todos estos elementos han generado en líneas generales un cambio en la cultura cotidiana de la gente; trabajar, discutir y hablar del territorio es casi un hábito, lo cual marca un interesan-te cambio cultural y una nueva pers-pectiva sobre los procesos de desarro-llo. Esto no es específi co de las áreas rurales de América latina ni de Argen-tina. Los países industrializados están viviendo y promoviendo, desde hace varias décadas, un discurso y una po-lítica global para el mundo rural, con-siderando a este último como un factor de equilibrio territorial y social para los países, como un factor de desarrollo y un espacio de innovación. Esto explica las fuertes inversiones realizadas para diversifi car la producción, sostener el estrato de productores familiares, y las políticas destinadas a conservar

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pág. 7el equilibrio ambiental y el patrimonio cultural del medio rural. En última ins-tancia estas medidas explicitan la pre-ocupación política y social por la per-manencia de las sociedades rurales y los equilibrios territoriales.También las organizaciones y gremios vinculados al sector agropecuario en Argentina y en otros países de Amé-rica latina retoman el tema del man-tenimiento de la estructura territorial, de los pueblos y de los habitantes ru-rales como elementos centrales en sus discursos.Es así como, en muchos países en de-sarrollo como desarrollados, las dis-cusiones de las políticas agropecua-rias giran en torno al mantenimiento o no de la estructura territorial y de la permanencia de la gente en el me-dio rural. Dichas discusiones y deba-tes no sólo se sustentan en cuestiones de identidad y de cultura rural, funda-mentales para la vida de los hombres: también existe una razón económica indiscutible, pues esta comprobado que generar un empleo urbano cuesta seis veces más caro que generar un empleo en zona rural y que mante-ner una familia en la ciudad cuesta 22 veces más caro que mantenerla en el campo.Paralelamente a todos estos procesos, el discurso científi co, social y político en torno al mundo rural esta cambian-do: del monopolio del discurso técnico o agrarista, centrado en las cadenas productivas, la productividad agrope-cuaria y los mercados, se esta avan-zando hacia un discurso ruralista, pre-ocupado por la valorización integral del patrimonio territorial rural, por el mantenimiento del tejido social, por el equilibrio de los territorios, por el me-dio ambiente, la vida en los pueblos, la calidad de los servicios y la diversi-fi cación productiva, etc. Este cambio en el discurso refl eja claramente la di-ferencia entre lo agrario y lo rural; el espacio agrario y su desarrollo hacen referencia al crecimiento de las activi-dades agrícolas y ganaderas. El con-cepto de territorio rural y su desarrollo, en tanto, hace referencia a la proble-

mática de los pueblos, la cultura y la identidad rural, el medio ambiente, las diferentes actividades productivas en las áreas rurales, la problemática de las infraestructuras y el equipamiento, entre otros.Este nuevo discurso ruralista reva-loriza el concepto de territorio rural. Es desde este concepto que se pre-tende generar un abordaje sistémico y global de lo rural, tratando de ob-servar nuevos fenómenos y procesos que la restricción técnica de lo agra-rio no permite visualizar, y ante todo, intentando explorar nuevos sujetos y temática que cobran cada vez mayor importancia en este escenario de glo-balización.En función de estas problemáticas, el propósito de este libro es analizar en forma general el proceso de transfor-mación rural operado en la Argentina en la década de los 90, una vez con-solidado el modelo de modernización agropecuaria que se vino gestando desde la década de los 60. Se pretende describir en líneas generales los efec-tos que este modelo de modernización tuvo sobre el mundo rural desde sus múltiples dimensiones, mostrando a su vez ciertos procesos emergentes de revalorización y renacimiento rural. En efecto, no sólo se quiere mostrar los efectos negativos del proceso de mo-dernización, sino también las nuevas experiencias y procesos que se están generando y que nos permiten pensar en la construcción de un nuevo mode-lo de desarrollo rural.La hipótesis que guía este trabajo es que mientras el proceso de moderniza-ción agropecuaria sin visión ni gestión territorial integral llega a su clímax, especialmente partir de la devaluación y el auge agrícola, están emergiendo las condiciones para construir otro pa-radigma de desarrollo rural de base territorial, más sistémico, diversifi ca-do e integrado que hemos denomina-do modelo de desarrollo territorial rural (DTR). Ambosmodelos podrían convivir durante un tiempo, de acuer-do con las iniciativas económicas y po-líticas que se pongan en marcha para

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pág. 8 consolidar un modelo u otro.Si bien numerosos países y organis-mos nacionales e internacionales han avanzado en la práctica y la sistemati-zación de este paradigma de desarrollo rural de base territorial, en Argentina esto es aún poco perceptible. En efec-to, este paradigma no está sistema-tizado ni tiene políticas públicas que lo avalen y expliciten en términos de programas sistemáticos. Sin embargo, la multiplicidad de procesos y dinámi-cas que está emergiendo en todo el territorio nacional alientan la esperan-za de construir un desarrollo rural más integrado entre campo y ciudad, más equilibrado en términos sociales y te-rritoriales, más sostenible en términos ambientales y más innovador en tér-minos culturales y económicos.

Nota: El texto anterior es un extracto del libro mencionado,

disponible en la web.