cruces inesperados

10
Cruces inesperados, por Silke Corrían los últimos meses de final de siglo. Era julio en la isla. El calor se escuchaba en el canto de las cigarras, y sin embargo nunca se hacía sofocante. Media tarde. La tienda ya debería estar abierta. Pero iba sin prisas. Saboreaba la libertad de aquel verano, el primero de una vida adulta, lejos de casa, sintiendo el placer de ser ya una mujer. Se perfumaba de aquel frasco escultural color azul metálico, uno de los primeros lujos que se había permitido con el sueldo abundante. Aquella casa en medio de la carretera. A medio camino entre Cala Salada y San Antonio. Se sentía por primera vez una princesa. Esa tarde escogió una falda larga de algodón violeta, que resaltaba más su aspecto de gitana. Se sentía hermosa viviendo allí, enredada entre la despreocupación y el asombro, en ese Mediterráneo lleno de contrastes que es la isla Pitiusa, arrullada por un sinfín 1

Upload: cinta-cano

Post on 07-Nov-2015

23 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

relato

TRANSCRIPT

Cruces inesperados, por Silke

Corran los ltimos meses de final de siglo.

Era julio en la isla. El calor se escuchaba en el canto de las cigarras, y sin

embargo nunca se haca sofocante. Media tarde. La tienda ya debera estar

abierta. Pero iba sin prisas. Saboreaba la libertad de aquel verano, el primero

de una vida adulta, lejos de casa, sintiendo el placer de ser ya una mujer. Se

perfumaba de aquel frasco escultural color azul metlico, uno de los primeros

lujos que se haba permitido con el sueldo abundante.

Aquella casa en medio de la carretera. A medio camino entre Cala Salada y San

Antonio. Se senta por primera vez una princesa. Esa tarde escogi una falda

larga de algodn violeta, que resaltaba ms su aspecto de gitana. Se senta

hermosa viviendo all, enredada entre la despreocupacin y el asombro, en

ese Mediterrneo lleno de contrastes que es la isla Pitiusa, arrullada por un sinfn

de almas que llegan sin apenas rumbo y en ocasiones encuentran su punto de

partida en esa amalgama cultural envidiable que la poca estival propicia.

Era descaradamente tarde. Los taxis no abundaban y la chica al telfono le dijo

que probase luego. Cerr y esper fuera. La luz incandescente dotaba a la curva

de la carretera de una hermosa irrealidad. Un pensamiento fugaz y, por qu no?

Era joven, abierta, estaba en uno de los lugares ms desinhibidos del planeta y

necesitaba urgentemente llegar al curro. No lo pens dos veces, levant la mano

y dobl el puo, pulgar arriba. No estaba muy segura de cmo hacerlo. La ltima

vez que haba hecho autostop no era ms que una adolescente despistada y la mejor amiga se ocupaba de los aspectos tcnicos. Sinti un rubor cuando el

primer coche pas a toda velocidad sin percibirla siquiera. Y uno ms, y un

tercero.

A punto estaba de desistir cuando asomaron el morro un par de faros. Este iba

mucho ms despacio, o as se le antoj conforme el coche se le iba acercando.

Cuando lo pudo ver con ms detalle, empez a rezar para que no parase.

Era un Renault 5 decrpito, de octava o novena mano. Estaba tan viejo, tan

destrozado, que pareca de juguete. Oh mierda, un par de rastas guiris en un

cuatro latas a punto de desintegrarse. Ella llamaba cuatro latas a cualquier coche

anticuado, sin importarle lo errneo del concepto.

Lento, muy lento, le pas por delante y ella les vio las pintas. Eran dos rubios

imponentes desnudos de cintura para arriba. En cuestin de segundos, el miedo

al estado del vehculo dio paso al terror por su integridad moral a la vista de

tamaa belleza. Se qued inmvil mientras el copiloto sala y le ofreca su

su asiento con una sonrisa. Le cost salir de aquel asombro. Tal vez hablaban,

pero ella, con los ojos muy abiertos, no acertaba a pronunciar un solo vocablo. Le

cost minutos darse cuenta de que de guiris nada, los dos hermanos argentinos

eran de lo ms castizo y dulce. Uno de ellos, pidiendo perdn por el estado del

coche, le deca que tendra que dejarla en la parada del bus porque no llegaban a

Dalt Vila. Ella asenta a todo, con un rostro idiotizado que sin duda a ellos no les

pasaba desapercibido.

La tapicera era de tela color naranja, una tela suave y mullida que no olvidara

Jams. Ola a incienso Indio, y la msica, que haban bajado por deferencia para

orle una voz que no acababa de salirle, podra haber sido cualquiera. Bob

Marley o Caf del Mar o Sheila Chandra. Qu poda importar.

Con ese acento que hasta entonces haba odiado profundamente, el mayor

le cont a qu se dedicaba. Ya conoca a miles de artesanos, a hippies multicolor

que se buscaban la vida de todas las maneras y echaban mano de la fantasa para

vender el mundo al mundo entero. Y no solan hacerlo mal. Pero aquellos anillos

en plata tosca eran algo fuera de serie. Estaban ya muy cerca de la parada, y ella

admiraba sus creaciones en una cajita de madera forrada de terciopelo negro.

Las admiraba de verdad, como en un instante haba admirado sus cabellos

descuidados, su voz engolada, aquella mezcla de timidez y curiosidad y, sobre

todo, los dedos lastimados por las quemaduras al soldar la plata. Tuvo que hacer

de tripas corazn para invitarlo a que dejase algunas joyas en la tienda,

asegurndole que estaba convencida de que tendran un xito abrumador entre

sus clientas. Y salt del Renault casi en marcha, una vez ms abochornada por

la despedida, temblorosa y consciente de que aquel encuentro no se repetira.

Y la tarde culmin, surreal y ensoada, para dar paso a noches solitarias de

fogoso hechizo. La vida tena que seguir, y de hecho segua su curso con la

normalidad de siempre, con esa efervescencia de explorador que le daba el estar

en un lugar distinto. Y ella segua mostrando su sonrisa: una mujer encantadora

y siempre disponible, no extraordinariamente bella, una chica del montn con la

frescura de sus veinte aos. Viva aparentando que segua siendo la misma, la

gitanilla apasionada que gustaba de agradar al mundo. Si acaso ensalzado su

atractivo a causa del inmenso placer del encuentro fortuito.

Y, sin embargo, ah, en sus entraas y en ese corazn que de latir se volva loco,

un cicln haba arrasado con cualquier signo de cordura, y acompaada por los

grillos, yaca a oscuras en la cama, deseando que por la mosquitera se filtrase un

susurro de aquel argentino errante que con cuatro palabras le haba despojado

de pasado y de presente.

Un amor fulminante la alimentaba , y pese a todo pronstico, la mostraba a diario

exultante.

Quin sabe cunto tiempo pas. No fue la noche la que la encontr alerta.

Algunos das libres despertaba muy tarde, ya no quedaba nadie en el chalet

compartido y ella haca uso entonces de esa inusitada libertad para, medio en

cueros, prepararse el caf, flotar unos minutos en la piscina y respirar y

respirarse onrica, aletargada. Acababa de salir del agua, envuelta en el pareo

turquesa saboreaba alguna hierba tonificante. Y a sus espaldas, la voz de l

la hizo temblar de susto y de placer. Se excus, la puerta estaba abierta y por lo

visto no lo oy desde la terraza. Fue una primera conversacin muy torpe.

Tan lejos se senta de s misma que se le escapaban unas cuantas menzoas en el

discurso. Absurdas, disparatadas mentiras protectoras.

Se miraron ms que se contaron. Siempre sera as. Se suban en el Renault

Blanco y l le iba descubriendo rincones mgicos de la isla. O pasaban las noches

dejando que el sol saliese e iluminase la extensa tierra roja que rodeaba la

pequea casita donde los dos hermanos artistas moraban.

Un amanecer, tras horas de silencio, l le pregunt entre risas: Cmo puedes

Ser tan flaca?. Y el mundo se convirti en pasin, y las estrellas propiciaron una

Intensidad que nunca les dijeron que exista, y el invierno en la isla les llev a

otra ciudad, y en diciembre cargaron en un ferry el Renault 5 blanco con tintes

amarillos y asientos agujereados, lleno a rebosar de las vidas de ellos.

Y sus anhelos sencillos cargaban con el nuevo ser que la joven llevaba en sus

entraas y al que pondran por nombre Vida, como no poda ser de otra manera.

Pero en griego, porque hay algo en los amantes de fuego que les insta a viajar

hacia Itaca, y

tambin porque para una nia que fue concebida por obra y gracia de un

inesperado flechazo de carretera, no existe otro nombre que no sea Zo.[footnoteRef:1] [1: Zo significa Vida en griego moderno.]

Con su Renault 5 hecho pedazos lograron hacer tanto camino an... mudanzas y

bsquedas. Encontraron unos cuantos lugares en el mundo y se perdieron por

otros tantos, ebrios de ilusin dieron veinte vueltas a las mismas rotondas y

el desaliado y fiel carro les llev al hospital donde Zo vio la luz, y de vuelta a

casa con la churumbela en brazos.

Parece que fue ayer, y sigue pareciendo mentira. Aquel amor eterno,

como suele ocurrir, falleci. Yo dira que fue por causas naturales: no por vejez,

no a consecuencia de la maldita larga enfermedad, ni por fallo de rganos

vitales. Yo dira que fue un infarto, un ictus fulminante. A veces pasa. Como llega

se va. Como todo lo bueno, dur poco. El Renault 5 se qued aparcado en la

calle que nos vio besarnos cada tarde, abandonado a su suerte con los recuerdos

dentro. Como desconocidos, y demasiado jvenes, los amantes desviaron sus

destinos en direcciones opuestas. Sin mirar para atrs, sin alzar el pulgar por si

las moscas.

Parece que fue ayer, y pese a todo, cuando ese hombre rubio y alto de pelo

enredado se aparece por este rincn del mundo para ver a la carne de su carne, a

m se me dibuja una sonrisa. Se me altera el pulso y el estmago se vuelve del

revs. Parece que fue ayer cuando a los veinte se obr el milagro de esta criatura

adolescente que camina con los mismos pasos que el argentino, que dibuja sus

rasgos irresistibles al hacer una mueca, y al rerse. Y aunque ya no somos nada, y

aunque a lo irreversible sea mejor no tocarlo, qu profunda emocin me recorre

la espina dorsal las pocas veces que ahora veo aparecer, con sus faros como ojos

brillantes, un R5 anciano como el de mis aos mozos.

1