cruces inesperados
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Cruces inesperados, por Silke
Corran los ltimos meses de final de siglo.
Era julio en la isla. El calor se escuchaba en el canto de las cigarras, y sin
embargo nunca se haca sofocante. Media tarde. La tienda ya debera estar
abierta. Pero iba sin prisas. Saboreaba la libertad de aquel verano, el primero
de una vida adulta, lejos de casa, sintiendo el placer de ser ya una mujer. Se
perfumaba de aquel frasco escultural color azul metlico, uno de los primeros
lujos que se haba permitido con el sueldo abundante.
Aquella casa en medio de la carretera. A medio camino entre Cala Salada y San
Antonio. Se senta por primera vez una princesa. Esa tarde escogi una falda
larga de algodn violeta, que resaltaba ms su aspecto de gitana. Se senta
hermosa viviendo all, enredada entre la despreocupacin y el asombro, en
ese Mediterrneo lleno de contrastes que es la isla Pitiusa, arrullada por un sinfn
de almas que llegan sin apenas rumbo y en ocasiones encuentran su punto de
partida en esa amalgama cultural envidiable que la poca estival propicia.
Era descaradamente tarde. Los taxis no abundaban y la chica al telfono le dijo
que probase luego. Cerr y esper fuera. La luz incandescente dotaba a la curva
de la carretera de una hermosa irrealidad. Un pensamiento fugaz y, por qu no?
Era joven, abierta, estaba en uno de los lugares ms desinhibidos del planeta y
necesitaba urgentemente llegar al curro. No lo pens dos veces, levant la mano
y dobl el puo, pulgar arriba. No estaba muy segura de cmo hacerlo. La ltima
vez que haba hecho autostop no era ms que una adolescente despistada y la mejor amiga se ocupaba de los aspectos tcnicos. Sinti un rubor cuando el
primer coche pas a toda velocidad sin percibirla siquiera. Y uno ms, y un
tercero.
A punto estaba de desistir cuando asomaron el morro un par de faros. Este iba
mucho ms despacio, o as se le antoj conforme el coche se le iba acercando.
Cuando lo pudo ver con ms detalle, empez a rezar para que no parase.
Era un Renault 5 decrpito, de octava o novena mano. Estaba tan viejo, tan
destrozado, que pareca de juguete. Oh mierda, un par de rastas guiris en un
cuatro latas a punto de desintegrarse. Ella llamaba cuatro latas a cualquier coche
anticuado, sin importarle lo errneo del concepto.
Lento, muy lento, le pas por delante y ella les vio las pintas. Eran dos rubios
imponentes desnudos de cintura para arriba. En cuestin de segundos, el miedo
al estado del vehculo dio paso al terror por su integridad moral a la vista de
tamaa belleza. Se qued inmvil mientras el copiloto sala y le ofreca su
su asiento con una sonrisa. Le cost salir de aquel asombro. Tal vez hablaban,
pero ella, con los ojos muy abiertos, no acertaba a pronunciar un solo vocablo. Le
cost minutos darse cuenta de que de guiris nada, los dos hermanos argentinos
eran de lo ms castizo y dulce. Uno de ellos, pidiendo perdn por el estado del
coche, le deca que tendra que dejarla en la parada del bus porque no llegaban a
Dalt Vila. Ella asenta a todo, con un rostro idiotizado que sin duda a ellos no les
pasaba desapercibido.
La tapicera era de tela color naranja, una tela suave y mullida que no olvidara
Jams. Ola a incienso Indio, y la msica, que haban bajado por deferencia para
orle una voz que no acababa de salirle, podra haber sido cualquiera. Bob
Marley o Caf del Mar o Sheila Chandra. Qu poda importar.
Con ese acento que hasta entonces haba odiado profundamente, el mayor
le cont a qu se dedicaba. Ya conoca a miles de artesanos, a hippies multicolor
que se buscaban la vida de todas las maneras y echaban mano de la fantasa para
vender el mundo al mundo entero. Y no solan hacerlo mal. Pero aquellos anillos
en plata tosca eran algo fuera de serie. Estaban ya muy cerca de la parada, y ella
admiraba sus creaciones en una cajita de madera forrada de terciopelo negro.
Las admiraba de verdad, como en un instante haba admirado sus cabellos
descuidados, su voz engolada, aquella mezcla de timidez y curiosidad y, sobre
todo, los dedos lastimados por las quemaduras al soldar la plata. Tuvo que hacer
de tripas corazn para invitarlo a que dejase algunas joyas en la tienda,
asegurndole que estaba convencida de que tendran un xito abrumador entre
sus clientas. Y salt del Renault casi en marcha, una vez ms abochornada por
la despedida, temblorosa y consciente de que aquel encuentro no se repetira.
Y la tarde culmin, surreal y ensoada, para dar paso a noches solitarias de
fogoso hechizo. La vida tena que seguir, y de hecho segua su curso con la
normalidad de siempre, con esa efervescencia de explorador que le daba el estar
en un lugar distinto. Y ella segua mostrando su sonrisa: una mujer encantadora
y siempre disponible, no extraordinariamente bella, una chica del montn con la
frescura de sus veinte aos. Viva aparentando que segua siendo la misma, la
gitanilla apasionada que gustaba de agradar al mundo. Si acaso ensalzado su
atractivo a causa del inmenso placer del encuentro fortuito.
Y, sin embargo, ah, en sus entraas y en ese corazn que de latir se volva loco,
un cicln haba arrasado con cualquier signo de cordura, y acompaada por los
grillos, yaca a oscuras en la cama, deseando que por la mosquitera se filtrase un
susurro de aquel argentino errante que con cuatro palabras le haba despojado
de pasado y de presente.
Un amor fulminante la alimentaba , y pese a todo pronstico, la mostraba a diario
exultante.
Quin sabe cunto tiempo pas. No fue la noche la que la encontr alerta.
Algunos das libres despertaba muy tarde, ya no quedaba nadie en el chalet
compartido y ella haca uso entonces de esa inusitada libertad para, medio en
cueros, prepararse el caf, flotar unos minutos en la piscina y respirar y
respirarse onrica, aletargada. Acababa de salir del agua, envuelta en el pareo
turquesa saboreaba alguna hierba tonificante. Y a sus espaldas, la voz de l
la hizo temblar de susto y de placer. Se excus, la puerta estaba abierta y por lo
visto no lo oy desde la terraza. Fue una primera conversacin muy torpe.
Tan lejos se senta de s misma que se le escapaban unas cuantas menzoas en el
discurso. Absurdas, disparatadas mentiras protectoras.
Se miraron ms que se contaron. Siempre sera as. Se suban en el Renault
Blanco y l le iba descubriendo rincones mgicos de la isla. O pasaban las noches
dejando que el sol saliese e iluminase la extensa tierra roja que rodeaba la
pequea casita donde los dos hermanos artistas moraban.
Un amanecer, tras horas de silencio, l le pregunt entre risas: Cmo puedes
Ser tan flaca?. Y el mundo se convirti en pasin, y las estrellas propiciaron una
Intensidad que nunca les dijeron que exista, y el invierno en la isla les llev a
otra ciudad, y en diciembre cargaron en un ferry el Renault 5 blanco con tintes
amarillos y asientos agujereados, lleno a rebosar de las vidas de ellos.
Y sus anhelos sencillos cargaban con el nuevo ser que la joven llevaba en sus
entraas y al que pondran por nombre Vida, como no poda ser de otra manera.
Pero en griego, porque hay algo en los amantes de fuego que les insta a viajar
hacia Itaca, y
tambin porque para una nia que fue concebida por obra y gracia de un
inesperado flechazo de carretera, no existe otro nombre que no sea Zo.[footnoteRef:1] [1: Zo significa Vida en griego moderno.]
Con su Renault 5 hecho pedazos lograron hacer tanto camino an... mudanzas y
bsquedas. Encontraron unos cuantos lugares en el mundo y se perdieron por
otros tantos, ebrios de ilusin dieron veinte vueltas a las mismas rotondas y
el desaliado y fiel carro les llev al hospital donde Zo vio la luz, y de vuelta a
casa con la churumbela en brazos.
Parece que fue ayer, y sigue pareciendo mentira. Aquel amor eterno,
como suele ocurrir, falleci. Yo dira que fue por causas naturales: no por vejez,
no a consecuencia de la maldita larga enfermedad, ni por fallo de rganos
vitales. Yo dira que fue un infarto, un ictus fulminante. A veces pasa. Como llega
se va. Como todo lo bueno, dur poco. El Renault 5 se qued aparcado en la
calle que nos vio besarnos cada tarde, abandonado a su suerte con los recuerdos
dentro. Como desconocidos, y demasiado jvenes, los amantes desviaron sus
destinos en direcciones opuestas. Sin mirar para atrs, sin alzar el pulgar por si
las moscas.
Parece que fue ayer, y pese a todo, cuando ese hombre rubio y alto de pelo
enredado se aparece por este rincn del mundo para ver a la carne de su carne, a
m se me dibuja una sonrisa. Se me altera el pulso y el estmago se vuelve del
revs. Parece que fue ayer cuando a los veinte se obr el milagro de esta criatura
adolescente que camina con los mismos pasos que el argentino, que dibuja sus
rasgos irresistibles al hacer una mueca, y al rerse. Y aunque ya no somos nada, y
aunque a lo irreversible sea mejor no tocarlo, qu profunda emocin me recorre
la espina dorsal las pocas veces que ahora veo aparecer, con sus faros como ojos
brillantes, un R5 anciano como el de mis aos mozos.
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