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Retiro de Adviento, 12 de diciembre de 2015. Rvdo. D. Juan Miguel Díaz Rodelas. Seminario San José - Godella
Ya les han dicho, que el tema que íbamos a desarrollar esta mañana tenía que ver con
la misericordia y yo me pregunto, qué otro tema íbamos a presentar como objeto de
nuestra reflexión cristiana en este retiro, siendo hoy día 12 de diciembre. Es decir,
habiendo pasado apenas cuatro días desde que el Papa Francisco inaugurara en Roma
el año de la Misericordia y el día antes de que en nuestra Archidiócesis de Valencia se
inaugure ese año. O bien el mismo día. Me han dicho que en Teruel se inaugurará esta
tarde, el mismo día en que la Diócesis de Teruel (a la cual pertenecen algunos de
ustedes) va a contemplar, va a comenzar la contemplación de la misericordia de dios,
por invitación de aquél que nos preside en la caridad, el Obispo de Roma.
Vamos pues a centrar nuestra atención en el tema
de la Misericordia. Pero lo vamos a hacer hoy, en la
víspera del tercer domingo de Adviento. Es decir, lo
vamos a hacer en nuestro retiro de Adviento. Lo
cual significa que lo queremos hacer como reflexión
de este tiempo en el que la Iglesia nos invita a
preparar el camino del Señor, que viene a salvarnos.
Por eso, yo quisiera que uniendo esos dos temas: Año de la Misericordia y tiempo de
Adviento, salgamos hoy de una manera particular al encuentro de la Misericordia de
dios, que se ha hecho misericordia humana en Jesucristo el hijo de María, para
contemplar esa misericordia.
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Que desde la contemplación de la misericordia de Dios, que viene a nuestro encuentro
acojamos personalmente la misericordia. Dejemos que entre en nuestro corazón, en
Cristo, rostro humano de la misericordia de dios.
Y finalmente, contemplando y acogiendo la misericordia, dejar que la misericordia de
Dios nos contagie, para ser nosotros en nuestra vida, en nuestras relaciones,
misericordia para las personas para los hombres y mujeres que encontramos en el
camino de nuestra vida.
La misericordia en el tiempo del Adviento, y de qué nos vamos a servir…
principalmente del evangelio. Lo que yo haré esta mañana en relación con estos tres
puntos: contemplar la misericordia, acoger la misericordia y contagiarse de la
misericordia; va a ser evocar textos del evangelio que todos conocemos.
Tal vez hubiera sido bueno haberlos traído fotocopiados, pero vamos un poco todos
saturados de trabajo, y la verdad es que ayer se me pasó a mi pasar esos textos a un
documento y hacer la fotocopias. Se me pasó y además, tal vez, esta mañana he visto
un signo de dios en ello porque se nos está inundando con materiales. Papeles,
papeles, papeles…
¿Por qué esta mañana? Porque nada más llegar a la sacristía de la Catedral donde he
asistido al coro con los otros Canónigos teníamos dos sobres de materiales, llenos de
papeles, llenos de folletos… y al final nuestras casas son montones de papeles. ¿Y en la
cabeza que tenemos? ¿Y en la cabeza que tenemos? Pues tal vez sea una invitación a
dejar que penetre en nuestra mente y sobretodo en nuestro corazón la palabra de la
misericordia que es la palabra del evangelio para después…, lo haremos al final, antes
de la misa, para que cada cual repasara un poquito en su mente los puntos que
vayamos desarrollando los textos del evangelio, que vuelvo a repetir son muy
conocidos, y que iré evocando en esta charla.
Mirad, hablar de la misericordia en el tiempo del Adviento, no es una especie de cortar
y pegar, eso que se estila tanto actualmente. Dos temas que no tuvieran nada que ver.
La misericordia es uno de los temas grandes del Adviento. Otra cosa es que nosotros
no le hayamos concedido todo el espacio que se merecía, como nos recuerda el Papa
Francisco en sus múltiples intervenciones.
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CONTEMPLAR LA MISERICORDIA
¿Por qué digo que la misericordia es un tema del Adviento? Porque aparece
resaltada claramente en algunos textos que se leen en el tiempo del Adviento.
Algunos de ellos, incluso los que recitamos el breviario por obligación, por
deber de ministerio y otros que lo hacen voluntariamente; lo recitamos por la
mañana y por la tarde. Prácticamente al final de nuestra oración de alabanza a
Dios.
Estoy hablando del texto que conocemos como el Magnificat,
el canto de María, que recitamos por la tarde en la hora de
vísperas y que resuena varias veces durante el tiempo del
Adviento en la liturgia de la Iglesia, en la eucaristía.
Concretamente los días inmediatamente anteriores a la
Navidad.
Lo mismo el cántico de Zacarías, hay muchas palabras, muchos temas en esos
cánticos pero en un momento determinado, María, la madre de Jesús, la
doncella de Nazareth da gracias a Dios porque ha hecho obras grandes en ella. Y
sigue diciendo María… su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación.
No contenta con eso, cuando se acerca al final de su cántico y evoca la historia
de la salvación que se ha concentrado en ella, dice que toda esa historia y el
momento central de la historia que es la encarnación del hijos de Dios, lo ha
llevado a delante el mismo Dios acordándose de la misericordia que tuvo con
nuestros padre.
Un poco después, cuando nace el Bautista, de labios
de Zacarías salen palabras también que exaltan la
misericordia de Dios, realizando la misericordia que
tuvo con nuestros padres, dice Zacarías. Y ya lo
mismo al final de su cántico, presenta la llegada del
hijo de Dios futura... “el sol que nace de lo alto”
como movida, impulsada por la entrañable
misericordia de nuestro Dios. Recuerden las palabras
“por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos
visitará el sol que nace de lo alto”.
Es decir, en esos textos tan del Adviento, en esos textos de los profetas que
anuncian la salvación que va a venir, María y Zacarías, el misterio de la
concepción del hijo de Dios en el seno de María, el misterio de su nacimiento. Y
también el misterio del nacimiento y la concepción del precursor, el hijo de
Isabel y el hijo de Zacarías son presentados como efecto, como producto de la
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misericordia de Dios, de ese Dios cuyo amor le ha llevado a cerrar los ojos ante
nuestros pecados y compadeciéndose de nuestra miseria ha venido a
salvarnos, ha venido a ofrecernos su perdón, a ofrecernos la reconciliación con
él; movido por la misericordia.
ACOGER LA MISERICORDIA
Por esta razón, Jesucristo es presentado en el evangelio como profeta de la
misericordia. Que habló al pueblo de la misericordia de Dios y lo hizo con sus
palabras, lo hizo con gestos cargados de significado y lo hizo con acciones
puntuales.
¿Quién no recuerda la parábola del hijo pródigo? que solemos llamar, y que tal
vez habría que acostumbrarse a llamar parábola del
padre de la Misericordia. Que es una metáfora, una
imagen impresionante de Dios, que contempla como sus
hijos, representados en el hijo menor, le dan la espalda,
quieren vivir su propia vida, dejan la casa paterna y se
van hundiendo en la inhumanidad más terrible, se van
deshumanizando. Hasta el día en el que, seguramente
porque esperaba esa vuelta día tras días, ve a lo lejos
como su hijo se acerca. Y conmovido en sus entrañas,
impulsado por su misericordia sale al encuentro del hijo, casi no lo deja hablar,
lo abraza y lo llena de besos. Preparando para aquel hijo que estaba perdido y
ha vuelto, que había muerto y ha vuelto a vivir un banquete de fiesta.
Es impresionante, ese es nuestro Dios, el Dios de la misericordia siempre
dispuesto al perdón, siempre dispuesto a abrazar a cualquiera que quiera
volver a Él. Esa fue la enseñanza de Jesús con sus palabras, y esa fue la
enseñanza de Jesús con sus gestos.
A Leví, un relegado de la vida social, de la vida religiosa, un despreciado por ser
el que recogía los impuestos injustos que Roma imponía al pueblo de Israel. Un
pecador, señalado como tal, Jesús lo llama a que lo siga. Lo mismo que hizo con
Simón, con Andrés, con Santiago y con Juan. Porque él había venido a enseñar
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que Dios es misericordioso, Él había venido no a llamar justos, sino a llamar
pecadores.
Como aquella mujer pecadora, que se enteró de que, el maestro de Nazareth,
estaba en casa de un fariseo porque había cogido la invitación de compartir la
mesa con aquellos que eran oficialmente justos; y ella descubriendo en Jesús la
presencia de la misericordia de Dios, le rindió su homenaje, derramando un
frasco de perfume en sus pies y enjugando los pies con sus cabellos.
Gestos de Jesús que hablan de la misericordia de Jesús. Jesús mismo, que es
presencia de la misericordia de Dios.
Por eso, lo mismo que el padre que tenía dos
hijos de la parábola, cuando entra en la ciudad
de Naín, un pueblo insignificante del norte de
Galilea, y ve que sacan a enterrar a un
muchacho hijo de una mujer que era viuda… se
conmovieron sus entrañas, nos dice el
evangelista. Se conmovió Jesús ante el
espectáculo triste, dramático, de una mujer viuda. Es decir, sin futuro, porque
su marido había muerto.
Estamos en aquellas sociedades en las que no había pensiones, ni de viudedad
ni de ningún tipo. Los profetas habían advertido, que la religión pura y
verdadera es atender a los huérfanos y a las viudas, el único horizonte de
futuro que tenía aquella mujer era su hijo único, y también su hijo había
muerto. Las entrañas de Jesús se conmueven. Lo mismo que se conmovieron
las entrañas del padre de la parábola.
Y entró en acción, resucitó a aquel difunto, devolviendo a aquella mujer la
esperanza y mostrando con esa acción extraordinaria que Dios no es impasible
ante la miseria humana, ante cualquier miseria humana. Jesús habló del Dios de
la misericordia. Mucho más… en Jesús, el hijo de la doncella de Nazareth, Dios
nos mostró su misericordia de tal modo, que se ha conmovido el mismo Dios,
con la conmoción que sentimos los seres humanos.
El Dios dela misericordia, Jesús rostro de la misericordia de Dios. Ahora bien,
esta misericordia de la que habló Jesús que se hizo presente en las palabras, las
acciones, en los gestos cargados de fuerza de Jesús de Nazareth; no actúa como
una máquina, no actúa de manera automática. Actúa de manera automática,
actúa de manera espontánea sí, en relación con la enfermedad, la muerte el
dolor… pero en relación con esa otra miseria más interior, en relación con el
pecado, que es la raíz de todos los males, no actúa como una máquina.
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Es precioso que nos abramos a la misericordia de Dios. Es preciso que acojamos
la misericordia, porque es verdad Jesús habló de la misericordia. Jesús mostró
la misericordia de Dios.
Pero hubo gente, que no se abrió a la misericordia. Con frecuencia sobretodo
en el evangelio de San Lucas se nos cuenta que los escribas y los fariseos
criticaban una y otra vez a Jesús de Nazareth, porque comía con los publicanos,
como Leví, y comía con los pecadores. El hijo mayor de la parábola, del padre
que tenía dos hijos, cuando se enteró de lo que había hecho su padre, de la
reacción de su padre ante la vuelta… de ese hijo tuyo… es impresionante
escuchar estas palabras de un hermano hablando de un hermano, ese hijo
tuyo. Cuando se enteró dice, se puso muy triste. Y ante la indagación que
realizó el padre, de porque esa tristeza, le recriminó al padre su
comportamiento: “Viene ese hijo tuyo que se ha gastado su fortuna con malas
mujeres y le organizas un banquete y a mi”... y se cerró a la misericordia de
Dios.
Porque los seres humanos somos tan duros… que incluso ante el Dios de la
misericordia, hecho uno de nosotros, hablándonos de misericordia y actuando
la misericordia nos cerramos a ese mensaje. Pero, podemos abrirnos.
Y Jesús vino para eso, para que acogiéramos la misericordia como la cogió
aquella mujer pecadora que descubrió en el nazareno el amor infinito de Dios, y
porque amó mucho dice el Señor le perdonaron sus muchos pecados. O como
Leí, el publicano, a quien el señor invitó a comer, a quien el Señor invitó a su
seguimiento y él acogió la palabra de Jesús que hubiera podido rechazar.
Porque además aparecía en la lista oficial de los que eran incapaces de
escuchar el mensaje de Dios.
Pero en el caso de aquel mensaje encarnado en el mensajero de Nazareth, Leví,
se abrió a la misericordia. Lo mismo que Zaqueo. Un publicano, otro publicano,
otro pecador público señalado como tal, muy rico dice el evangelio, jefe de
publicanos, el nova más de los pecadores que quiso ver a Jesús y cuando el
Señor le dijo hoy quiero hospedarme en tu casa, el bajó corriendo muy
contento, y le abrió las puertas, que hubiera podido cerrarle.
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También se las abrió, otro publicano, que coincidencia, todos pecadores
públicos, de quien Jesús habla en la parábola… del publicano y del fariseo. Un
fariseo y un publicano subieron al templo a orar, el fariseo decía: “Señor,
reparto lo que tengo que repartir, pago los diezmos, lo cumplo todo
perfectamente. No soy como los demás, no soy como ese”. Otra vez ese adjetivo
de desprecio hablando del otro. “No soy como ese publicano, destaco en mi
justicia. Mientras que el publicano retirado allí en un rincón del templo decía:
“Señor, ten piedad de mi que soy un pecador”.
Porque mirar, para poder acoger la misericordia de Dios en nuestra vida, es
preciso reconocerse en lo que somos, todos, todos también nosotros, gente
piadosa que a veces mostramos la peor cara dela humanidad.
Porque somos incapaces de abrirnos a la misericordia, con qué insistencia, está
recordándolo una y otra vez, el Papa Francisco a toda la Iglesia. Y con qué
resistencia, algunos corazones están cerrándose a ese mensaje que nos invita a
la misericordia para contagiarse de la misericordia es necesario convertirse.
Porque la misericordia de Dios que se hace presente en Jesús cada día,
solemnemente en este tiempo de Adviento…
A mí me impresiona siempre, esa escena de Leví de la cual hemos hablado, en
la que Leví acoge la misericordia de Dios, y en contraste con él los escribas, los
fariseos, los buenos de la sociedad israelita criticaban a Jesús porque comía con
fariseos, con pecadores, con publicanos y Jesús le responde: “No necesitan de
médicos los que están sanos, sino lo enfermos. Porque no he venido a llamar a
los justos sino a los pecadores, para que se conviertan.”
Si queremos acoger la misericordia de Dios en nuestras vidas, es preciso evitar
la tentación de querer que Dios sea como nosotros. Eso es lo que pretendió el
hermano mayor de la parábola, que Dios fuera como él quería que fuera. Y Dios
no es así, Dios es como es él, infinitamente misericordioso.
Si queremos acoger al Dios de la misericordia, tenemos que abandonar
nuestras seguridades, no podemos ser como el fariseo de la parábola. Este..
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Señor, soy lo mejorcito que hay, es que ya no puedo hacer más porque ya no
tengo tiempo, pertenezco a esta y esta otra asociación. Voy a misa todos los
días, hago oración rezo el breviario incluso. No, no soy como ese que pasa por
ahí, que ni siquiera va a misa cuando hay una boda o entierro, se queda afuera.
Ese ponerse como encima de los demás, como el fariseo de la parábola, ese
nuestro ponernos por encima de los demás… ese nuestro creernos mejores que
los demás, impide acoger el mensaje de la misericordia. No somos mejores que
nadie, en ningún caso, somos pobres criaturas necesitadas de la misericordia de
dios. Sólo así acogiendo de ese modo la misericordia, dejando que la
misericordia de Dios toque nuestro corazón dañado, miserable, podremos:
CONTAGIARNOS DE MISERICORDIA
En la bula de convocatoria del año santo de la Misericordia, el Papa Francisco,
habla no sólo de la misericordia de Dios, no sólo de que necesitamos
misericordia, sino que habla también de las que en la Iglesia se ha llamado
obras de misericordia. Eso es lo que quiero decir ahora en este punto en
concreto, evocando también para ello, textos del evangelio.
Quien ha experimentado la misericordia de Dios en su vida, se contagia de la
misericordia. Otra vez volvemos al texto de Zaqueo: “Zaqueo, baja de la higuera
porque hoy quiero hospedarme en tu casa”. Y Zaqueo, bajó muy contento y
recibió al Señor, le preparó un banquete, pero inmediatamente a Jesús desde
esa alegría de sentirse objeto de la misericordia en su miseria, Zaqueo dijo
aquello de: “Señor, la mitad de mis bienes la doy a los pobres y si en algo he
defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más”. Sólo entonces dijo el
Señor: “Hoy ha entrado a la salvación a esta casa”.
Porque el contacto con la misericordia de Dios presente en Jesús de Nazaret
que atravesaba la ciudad de Jericó transformó el corazón de Zaqueo y lo
contagió de misericordia.
Como contagió al Buen Samaritano. Es otra parábola, pero también es
impresionantemente significativa: “Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en mano de
bandidos que lo molieron a palos, a casi le
dieron muerte. Quedó herido a un lado del
camino, un sacerdote que venía del templo, del
lugar que habita la santidad, pasó junto a él, lo
vio pero pasó de largo; tenía prisa. Lo mismo
hizo un levita, pasó junto a él, lo vio y pasó de largo; tenía mucho que hacer”.
Alguien de quien no se esperaba precisamente que reaccionará de otra
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manera, un samaritano, es decir, también un oficialmente marginado de la vida
de justicia de la vida de Israel, “un samaritano pasó junto a él, lo vio y al verlo se
conmovieron sus entrañas”.
Es decir, tuvo la misma reacción inmediata, que el padre que tenía dos hijos,
cuando vio volver al hijo. La misma reacción, que tuvo Jesús cuando vio aquel
difunto hijo de una mujer viuda, que era sacado a enterrar.
Porque la misericordia de Dios que se hace presente en Jesús de Nazareth,
contagia hasta el punto de hacernos a nosotros tener los mismos sentimientos
que Dios. Tener los mismos sentimientos que Jesús, y sólo entonces, cuando
nuestro corazón palpita al ritmo del corazón de Dios, al ritmo del corazón de
Jesús, cuando nuestras entrañas se conmueven como se conmovieron las
entrañas de Jesús, como se conmueven las entrañas de Dios, sólo entonces
hemos entrado en la dinámica de la misericordia, sólo entonces mostraremos
que la misericordia de Dios ha entrado realmente en nuestra vida y mirad, en el
evangelio, en relación con este contagiarse necesariamente de la misericordia,
hay también una palabra dura para cuando eso no ocurre.
La contó también Jesús: “Había un hombre rico… no sé si se habrán dado
cuenta ustedes de que en el evangelio Jesús no le pone nombre a ese rico, lo
llamamos Epulón, que es una manera de decir que es un hombre rico, rico,
porque Epulón significa rico, no significa
otra cosa… que banqueteaba diariamente. A
su puerta, había un pobre llamado Lázaro…
sí que tiene nombre el pobre que casi no
podía saciarse de las migajas que caían de la
mesa del rico y cuando murieron los dos pasó lo que pasó. El pobre fue llevado
al seno de Abraham el rico quedó en el lugar de los muertos, donde se
desaparece hasta el punto de perder incluso el nombre”. Y la razón la explica el
Señor, poniéndola en labios de Abraham: “En tu vida recibiste bienes, Lázaro en
cambio males. Es justo que ahora él goce, mientras que tú has sido relegado a
la nada”.
Porque con claridad lo dice el Señor, nuestro destino definitivo depende de
nuestra actitud antes los hermanos. Ante los hermanos necesitados… y
entonces ya no habrá remedio, ni aunque resucite un muerto, le dice Abraham
desesperado y sin futuro. La voz de los profetas, es preciso escucharla ahora. Es
preciso escuchar ahora la voz de Jesús, que ya había sido anticipada por su
madre en el cántico que entonó cuando se encontró con su pariente Isabel en
las montañas de Judea: “derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.
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Es el mismo mensaje de la parábola de aquel rico sin nombre, y del pobre
Lázaro. Un mensaje que se orienta a que contemplando la misericordia de dios,
acogiendo la misericordia de Dios en nuestra vida, seamos misericordiosos
como el padre del cielo es misericordioso.
Que Dios, el Dios de la misericordia, nos conceda prepararnos adecuadamente
para celebrar la llegada de la misericordia en Cristo que nace una vez más.
Para ello, yo os vinito a que ahora en un ratito de silencio, hasta la hora de la
misa, sin encender los móviles, evitando ese movimiento ya automático en
nuestra vida, que es enseguida ver si tenemos algún WhatsApp, algún mensaje,
nos pongamos delante de Dios y contemplemos su misericordia infinita.
Y le pidamos que sepamos acogerla en nuestra vida, saliendo de nuestras
seguridades, reconociéndonos en los que somos, necesitados de la
misericordia, y que nos ayude también a ser misericordiosos, como el Padre del
cielo es misericordioso.
Hagámoslo, el Papa nos invita a ello con la bula de la
misericordia, con María e invocando a María. Dice el
Papa: “La dulzura de su mirada nos acompañe en este año
Santo”. Yo diría, nos acompañe esta mañana, para que
todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de
Dios. Dirijamos a María, sigue diciendo Francisco, la
antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para
que nunca se canse de volver a nosotros esos sus ojos
misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, es
decir, a su hijo Jesús.
GRACIAS.