concurso de abril en kaleidoscopio

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CONCURSO DE ABRIL Kaleidoscopio 1/05/2013

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Page 1: Concurso de Abril en Kaleidoscopio

CONCURSO DE ABRIL

Kaleidoscopio

1/05/2013

Page 2: Concurso de Abril en Kaleidoscopio

Concurso de abril

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Texto ganador

Anna

Por, Srta. While

Las balas de la metralleta despojaron de vida al hombre que Anna tenía justo a su

derecha. Esta miró al cuerpo sin vida que acababa de caer al suelo, y en vez de correr,

en vez de huir de esa masacre, sus ojos estallaron en lágrimas saladas del color de la

tristeza. Cayó de rodillas al suelo y se las llenó de polvo rojizo. Los gritos de los niños y

de las mujeres le taladraban los oídos, por lo que se tapó las orejas mientras miraba al

soldado que la apuntaba con el arma de fuego.

- No puedo con esta historia, Joel, de verdad que no puedo.

- Vamos, Mauro, intenta recordar, sólo así podrás curarte.

- ¡Que no puedo, joder! – se levantó enfurecido del diván granate que descansaba en

la habitación, con los ojos idos, perdidos en algún punto de su pasado.

- Mauro, tranquilízate – la voz grave de Joel provocó que el hombre que estaba de pie

a su lado se parara y empezara a despeinarse con fuerza – No vamos a conseguir nada

así, ¿de acuerdo?

- Sí, nada, nada conseguiremos – se sentó, todavía remoloneando su corto pelo negro -

¿Qué quieres que haga? – volviendo en sí, sus ojos grises empezaron a llorar, como el

cielo de Londres esa mañana de octubre.

- Nada, Mauro, no quiero nada – suspiró – Sólo intento sacarte todas las balas que

tienes dentro.

- Ya forman parte de mí.

- No si me cuentas lo que pasó desde el principio.

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Concurso de abril

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- No recuerdo ya ningún principio.

- El final es lo que te trajo hasta aquí, Mauro, eso lo sabemos los dos muy bien.

- Pero – la locura empezó a pintarse en sus ojos.

- Tranquilo, Mauro, comienza a hablar, yo te escucho, ya estás a salvo, todo eso ya

pasó.

- De-de-de acuerdo – tartamudeó, tumbándose de nuevo, sintiendo en sus manos el

terciopelo, y, relajándose, comenzó a contar la historia de su vida. – Recuerdo a una

chica, se llamaba Nanna, o Hanna.

- Anna – cortó el psiquiatra – Anna Oldham, era tu esposa, Mauro. Los ojos marrones,

el pelo negro y estatura normal. Era India ¿la recuerdas?

- A veces, cuando miro las noticias – hizo ademán de levantarse, pero las manos de

Joel se lo impidieron, así que, sin necesidad de que él le dijese nada más, continuó su

relato – Anna vivía conmigo, tan dulce, tan llena de vida. Recuerdo que hacíamos el

amor todos los días, de la misma forma, incluso. Ella se ponía a horcajadas sobre mí y

yo la penetraba, sin ningún miramiento, sin preliminares, no, sólo quería sentirme

dentro, y yo me moría por hacerla gemir de esa manera. Recuerdo que

desayunábamos tostadas y churros algunas veces.

- ¿Os queríais?

- Creo, creo que sí – algo en el floreció, algo en él pareció revivir entre la ceniza del

ayer olvidado – Sí – sentenció – la amé más que a nada en este mundo, la quise más

que a mi propia vida – iba a seguir hablando, pero se cortó de pronto, algo dolía, allá

tras una puerta de su mente, se escondían los recuerdos más horrorosos.

- Sigue, Mauro – empezó a emocionarse Joel, que se estaba dando cuenta de que

quedaba muy poco para saber más allá de lo que el mundo contaba de él y su esposa.

- Duele – cerró las manos, en forma de puños, tan fuerte que hasta se hacía daño –

Duele mucho, Joel, demasiado.

- Inténtelo, Mauro, sólo así podremos saber qué pasó en realidad.

El hombre de ojos claros los cerró fuerte.

- Hay sangre – empezó a decir a media voz – Hubo una guerra cuando me alisté en el

ejército. Una guerra donde nos habíamos mudado, en su país, India – pausa – Me alisté

al ejército para luchar, Anna se sintió orgullosa, recuerdo que volvimos a hacer el

amor, esta vez más salvaje – un suspiro con un toque de gemido salió de la garganta de

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Mauro – Una y otra vez, penetrándola cada vez más fuerte, cada vez gritaba más, me

pedía que parase. Recuerdo que sus pezones estaban esa noche rosas, muy rosas.

Llegó ella antes que yo, era la primera vez que lo hacía. – se tensó de repente en el

diván – Después recuerdo muertes, sangre en mis manos, pistolas, metralletas, armas

de fuego por todas partes. Gente sin cabeza, heridos, gritos – las lágrimas volvieron a

los ojos de Mauro, que miraba a algún punto perdido del cuarto – Volvimos a vernos,

un tiempo más tarde, no logro recordarlo.

- Está bien, Mauro, ¿quieres parar? – la voz de Joel disolvió los pensamientos de

Mauro, las visiones de su pasado.

- N-no, estoy bien, de verdad – apretó más sus manos – La guerra se esparció por toda

la India, habían saqueado todos nuestros pueblos – se le quebró la voz – Recuerdo que

una noche me escabullí hasta mi casa para ver si estaban todos bien, ¡recuerdo el

susto en mi garganta y el terror en mi corazón! – empezó a gritar, desolado – No

estaban, Joel, no estaban.

- ¿Dónde estaban, Mauro?

- A salvo, eso es lo único que recuerdo. En una especie de refugio. – cerró los ojos y

siguió narrando sus recuerdos nublosos sin abrirlos – Ya no recuerdo más, Joel. Sólo

veo negro, un negro espeso, profundo, que no se termina hasta hace unos meses.

- Unos meses – apuntó en su libreta, esos meses fue lo último que este vivió tras la

guerra y el incidente, como lo llamaban todos. - ¿Y si haces un esfuerzo?

- No puedo, no veo nada, sólo negro y algunos flases si logro concentrarme mucho.

- Hazlo, Mauro, lo necesitamos. Lo necesitas tú, realmente, sólo tú.

Los siguientes minutos se hicieron eternos para el paciente de Joel. Con la vista fija en

el hombre de ojos grises. No pasaron más de once minutos cuando Mauro sintió

enloquecer. Abrió los ojos de repente y giró la cabeza bruscamente hasta su psicólogo.

- ¡Fui yo! – chilló, desgarrándose la garganta en cada letra – No puede ser, fui yo, fui

yo, fui yo – se repetía cada dos por tres, aún con las manos apretadas.

- Mauro, Mauro, tranquilízate. Ante todo debes de.

- ¡Yo la maté, joder! – rugió como un lobo al que le acababa de dar la luz de la luna

llena, y Joel no tuvo más remedio que llamar a los dos grandullones que estaban tras la

puerta, porque Mauro ya estaba levantándose y yendo hacia él, con la cara

desencajada y los ojos perdidos.

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Concurso de abril

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Corrió por la habitación, huyendo de los dos grandullones que le perseguían con el

ceño fruncido. Este se empezó a tocar la cara, nervioso, cuando ambos le acorralaron

en la esquina del lugar. Notó algo líquido en su rostro, y al verse las manos llenas de

sangre entró en cólera, creía que era la sangre de Anna que aún seguía ahí, tras los

años, seguía pegada a sus manos.

- ¡No! – el grito de impotencia que salió de su garganta rompió el corazón de todos los

presentes, incluso los dos hombres forzudos lo miraron con lástima y sin esperanza.

Jamás habían visto a un hombre tan roto por el pasado, con la mirada desgarrada y

partida en dos, con la vista empapada en tristeza y lágrimas transparentes con el alma

más muerta que la propia parca.

- Dios mío, Mauro – Joel agarró más fuerte su cuaderno, lleno de tristeza – Lleváoslo

de aquí, por favor.

Cuando Mauro, que seguía gritando el nombre de Anna, desapareció por la puerta, y

esta estuvo ya cerrada, Joel se echó en el diván, completamente atormentado y

vencido por los ojos de aquel hombre que tiempo atrás había matado a su mujer el día

en el que los Indios empezaron a engañarse entre ellos, venderse por el oro y la

libertad que prometían los que usurpaban sus tierras. Los rebeldes desde ese

momento disparaban a todos los que veían, tanto si eran sus familias como si no. La

guerra que había empezado por la Independencia se encasilló en una guerra civil, en la

que los que querían el territorio sólo tenían que mirar y esperar a que se dispararan

entre ellos, firmando así su sentencia de muerte, sin saberlo si quiera.

El hombre que la apuntaba con las gafas oscuras le resultaba familiar, pero no le dio

tiempo a saber quién era aquel que había subido el arma hacia su cuerpo, porque la

metralleta volvió a disparar y esta vez, hacia ella. Se sintió caer justo encima del

muerto que había sido asesinado segundos antes, y en un momento de duda por si

sobreviviría, todo empezó a estar borroso, hasta que la negrura y sus pensamientos se

evaporaron rápido, como las lágrimas al sol.

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Segundo puesto

Esperanza

Por, The Cat

El dolor la consumía a cada momento.

Siempre sucedía lo mismo. Dijera lo que dijera, hiciese lo que hiciese. Se sentía

pequeña, rota, resquebrajada.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas junto a los restos de rímel que ensuciaban de

negro su tez de porcelana. Pasó el dorso de su mano por sus mejillas, en un intento de

secarlas y apoyada en el borde de la mesa no se atrevió a alzar los ojos azules hacia los

del individuo. Botella de Vodka en mano, el monstruo se acercó a ella, observándola

con ojos cínicos. Ella temblaba, sacaba fuerzas de donde no las había para no

tambalearse, para que no se le doblasen las rodillas por el miedo, porque no quería

volver a caer. Por mantener esa poca dignidad; si es que aún le quedaba. Giró sobre

sus talones alzando sus ojos cristalinos, vacíos de miedo, hacia los chocolate de él.

Para él nunca era suficiente.

Lanzó la botella vacía contra la pared, haciéndola trizas y sin dejar tiempo para que ella

pudiese reaccionar la empujó contra la pared desgastada, agarrándola por el cuello y

presionando su cuerpo sudoroso con el de ella. Tan… tan frágil. La morena sollozó

llevando sus manos ansiosas al agarre de su cuello, suplicándole que parase con voz

queda, y él sonrió maliciosamente, relamiéndose al sentirse tan fuerte y poderoso, y

ella tan pequeña y machacada. La agarró del cabello para golpearla contra el suelo.

Ella cayó de rodillas golpeándose la parte derecha de la cara con los cristales rotos de

la botella de alcohol. Su pecho daba sacudidas debido a los sollozos, y él, aún con

ansias de más, volvió a tirar de su cabello golpeando de nuevo el rostro de ella contra

el suelo. Los cristales no tardaron en clavarse en las manos y el rostro de la chica. No

supo que hizo él pero sintió como soltaba su cabello, y ella sin alzar el rostro de los

cristales alzó la mano de nudillos heridos hacia él, en un acto histérico en un intento de

suplicar misericordia. Él dio unos pasos hacia atrás, con el semblante tan frío que

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Concurso de abril

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incluso el Invierno podría haberle envidiado. Ella giró el rostro hacia él, tumbada en el

suelo, ignorando los cristales que punzaban su ceja, mejilla y labio. Las lágrimas

resbalaban por sus ojos y sus labios, entreabiertos, rotos por los golpes y no por los

besos, buscaban aire para llenar sus pulmones. Pero le era imposible. Respiraba

bocanadas de humo denso que perduraba en el aire de la cantidad desmesurada de

porros y cigarrillos, y el humo solo escocía en el borde de las cicatrices abiertas ahora

de par en par. Peor que el alcohol. Peor que nada. El humo era nostalgia para ella.

Rota una vez más. Herida. Pero aún más herida por dentro. Llagas ardían dentro de su

pecho, quemándola. Las heridas que no se ven a simpe vista son las que más duelen,

cuanto sentido tenía aquella frase para ella. Los ojos azules y cansados de ella

recordaban la primera vez que vieron los chocolates de él, ella por aquél entonces aún

no llevaba ojeras ni bordes enrojecidos, pero a día de hoy seguía enamorada aún de

ese monstruo que estaba acabando con ella. ¿Enamorada? ¿Realmente podía seguir

enamorada? Estaba enamorada del recuerdo de una persona que él nunca fue.

Enamorada… Enamorada de la idea del amor. Volvió a sollozar esta vez no por el dolor

ni el miedo, si no por las ansias de volver a sentirse llena, por las ansias de volver a

besarlo y aferrarse a él, ansias de sentirse querida. Ansias de quererlo a él como lo

había querido.

Amor. Tortura la suya, encadenada a su obsesión favorita, muerta en vida por ese

sentimiento, arrastrada por él, hecha por sus dos manos. Cerró los ojos y sus labios

entreabiertos buscaron a tientas los de él, el frío de su interior hacía que su mente le

jugase esa mala pasada de creer que rozaban sus labios con infinita delicadeza.

Delicadeza que si él hubiese atisbado se hubiese encargado de aplastarla, de hacerla

añicos. Él se alimentaba de eso. De sus miedos, de sus dolores. Él se alimentaba de la

sombra de lo que un día fue ella. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la muchacha

debido al dolor, a la sangre que brotaba de ella, más en su interior que por fuera. Se

retorció en si misma, gritando, pero era como gritar en plena oscuridad estando a

solas. Jadeó y profirió un gemido, un gemido producido por el dolor y a la vez el

recuerdo de unos labios en su cuello y una fusión de su cuerpo y el de él. Tiempos

atrás cuando las cosas eran diferentes. ¿Diferentes? Le costaba creer que alguna vez

hubiese sido diferente.

Abrió los ojos, y se incorporó en el suelo, sus mechones azabaches rebeldes se colaban

en su rostro, el rastro de maquillaje oscuro permanecía en sus mejillas y ojos, ahora

también heridos y sonrió, desquiciada, viendo como él golpeaba la pared, quedando

de espaldas a ella. La víctima se arrastró, obviando los cristales, y una vez estuvo de pie

caminó hasta él, envolvió con sus brazos débiles el torso desnudo lleno de tatuajes del

lobo, como si tuviese la absurda necesidad de protegerlo de cualquier mal. Cuando él

era el mal. Besó su hombro y reclinó su cabeza contra él. De un modo enfermizo, con

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dulzura. Susurró su nombre, dejó que se le fundiera en los labios. Las respiraciones

profundas de él eran música para sus oídos, pensó que estaba bien, que volvería a

envolverla y besarla pero…

No.

Él la colocó violentamente contra la pared y ella interpretó ese gesto como deseo, se

golpeó la nuca pero no se quejó por el dolor. Como si él fuese un candado la apretó

contra si, alzándola del suelo entre sus brazos, haciendo que ella se abriese de piernas,

el monstruo besó con frivolidad su cuello para después darle un mordisco fuerte, ella

soltó un grito y él le tapó la boca con las manos sacando la navaja de su bolsillo y

acariciando el cuello de ella con la hoja del arma, de la piel fina de la muñeca brotó

sangre y ella lloró, abrazándole por el cuello para que no la tirase al suelo. Una risa

desquiciada y ronca salió de la garganta de él antes de arrancarle la camiseta y lamer

con histeria sus pezones, que no tardaron en reaccionar ante el gesto de su loca

lengua. Ella gimió en medio de la sangre, el dolor, la angustia y el deseo.

-¿Es esto lo que querías? –le gritó él, reclamándole y tropezándose con los muebles la

sentó en la mesa, bajándose la bragueta del pantalón e introduciéndose violentamente

dentro de ella. La morena se agarró a él, dejándose hacer, llorando y gimiendo al

mismo tiempo por las embestidas feroces de él.- ¿Eh? –volvió a reclamarle gritando-

¡Contéstame, hija de puta! ¿Es esto lo que querías? -Agarró el cuello de ella para

acercarla a su rostro y devorarle los labios, al soltarla la escupió y de un empujón la

dejó tumbada en la mesa.

–Eres como todas… ¡Una … Zorra! –Su risa ronca le puso el vello de punta a ella, se

separó de su cuerpo con la misma ferocidad que con la que se había introducido y se

subió la bragueta, marchándose de la sala con esa risa ahogada y desquiciada que se

repetía en la mente de la chica, enloqueciéndola por segundos.

Abrazada a sí misma apenas le quedaban ya fuerzas para sollozar, dejando que el pelo

le cubriese el rostro tumbada en aquella vieja mesa. Ilusa ella por creer que todo

cambiaría, por creer que él la seguía amando. Ilusa ella por creer que la soga era para

las dos. La herida de su cuello, hacía que le costase trabajo respirar y tragar,

ahogándola, guardando ese nosequé en el pecho, esa ansia, ese anhelo… ¿Qué se

podía esperar de alguien así?

Quizás, seguía manteniendo la ESPERANZA de que ese alguien llegase y la sacase de

ese agujero en el que había caído y no sabía cómo salir, le acariciase el cabello y le

susurrase que todo iría bien. Mantenía la inocente esperanza de que el maldito karma

hiciese de una vez por todas su trabajo. Oh. Él la necesitaría algún día, estaba

convencida de ello, y ella… Ella ya no estaría allí.

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Concurso de abril

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Terceros puestos

Acto de amor

Por, Reckless

— No lo mires, sólo siéntelo. Cierra los ojos y déjate llevar.

Sus palabras fueron como un suspiro que se escapa de tus labios y se mezcla con el

viento otoñal mientras las hojas de los árboles caen, una tras otra. Un susurro que

pegó en tu oreja, que decidió quedarse allí por los restos y que luego se metería a

fondo en tu mente, en tu corazón. Y le hiciste caso. Cerraste los ojos, dejaste que él te

guiase. Dejaste que sus manos fueran recorriendo tu cuerpo de arriba a abajo, con

lentitud, con tu ropa aún puesta y con la suya también. El ambiente estaba

ligeramente caldeado y la pasión intentaba entrar por la puerta grande y con pasos

firmes.

Los labios se fusionaron de una vez por todas. Tantas tardes de incertidumbre, tantos

comederos de cabeza, tantos coqueteos y tantas discusiones por culpa de los celos,

porque ambos se declaraban libres a los ojos del contrario, pero dentro de sí mismos,

ella le pertenecía a él, y él, a ella.

Un beso suave, cálido, que daba el inicio de lo que sería una noche infinitamente corta

para los dos amantes que se querían, que se deseaban entre sí desde hacía meses

atrás. ¿Y qué importaba que no se conocieran lo suficiente? ¿Y qué importaba que

tuvieran puntos en contra, que quizá no tuvieran demasiadas cosas en común? ¿Qué

importaba todo eso cuando eran los sentimientos los que mandaban y los que estaban

en la mesa a punto de jugarse? Si ellos querían, podían.

Ella, con las manos algo temblorosas por el temor a equivocarse, a hacer algo mal e

irremediablemente también culpando a los nervios de estar con ese chico que le ha

quitado el aliento en dos días, le puso las manos alrededor del cuello, y acarició su

nuca con una extrema lentitud mientras él sólo movió un poco sus manos con la

intención de pegarla más a su pecho. Corazón con corazón. Latidos que se unificarían y

harían uno solo, grande, bello, fuerte.

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Las inexistentes velas comenzaban a caldear mucho más el ambiente, mientras que las

llamas internas que luchaban por salir del interior de la pareja aumentaban de

temperatura. Se terminaron separando para respirar un poco, coger aire y luego volver

a la carga. En ese pequeño período de tiempo, él cogió a la chica con fuerza y la llevó a

la cama. Allí, y bajo la luz de la Luna que podría entrar por la persiana que estaba

medio bajada, comenzó a depositar en la piel de su princesa besos más hambrientos

pero cariñosos de la misma manera. El deseo feroz de poseer su cuerpo cada vez se

estaba haciendo más y más grande, pero debía controlarse. Era la primera vez de

ambos, así que había que hacerlo despacio y sin prisas, porque una primera vez nunca

vuelve. Había que disfrutar del momento.

Mientras, las manos de la chica se volvían más inquietas y disfrutaban del tacto de la

piel de su pareja, toqueteando por todas partes, pensando en que la camiseta

comenzaba a molestar demasiado. No quería adelantarse, pero al ver las intenciones

de él al poner las manos en el filo de su camiseta, ella hizo lo mismo y se la quitaron

mutuamente. Volvieron a besarse de una manera feroz, con algún que otro jadeo

saliendo por sus bocas, sonrisas escondidas mientras las lenguas eran las que

trabajaban mezclando la saliva con el otro. Poco a poco se terminaron de despojar de

sus ropas, y aquello llevó a ambos a un punto álgido, pero sin llegar al cielo, ni al

clímax. Para eso había que escalar un escalón más.

— ¿Estás bien? ¿Segura que quieres hacerlo?

— Sabes que sí. Hagámoslo.

— Está bien, pero si quieres que pare... Dímelo. Y ah, no mires. Ya sabes la norma, ojos

cerrados.

Ella se limitó a sonreír mientras hablaban en susurros. Él, por su parte, cogió el

preservativo y se lo colocó para luego fusionar su cuerpo con el de la chica que estaba

entre sus sábanas. La chica que tan loco le había vuelto desde hacía poco tiempo.

Amor a primera vista habían dicho sus amigos, eso era. Amor a primera vista. Locura,

obsesión. Todo mezclado. Y los movimientos se fueron acompasando con lentitud. Las

embestidas no subían de ritmo, pero tampoco bajaban. Sin embargo la intensidad de

estas era cada vez mayor, porque lo único que él deseaba en esos momentos antes

que su propio placer, era el de ella. Ella rompió la norma, tenía que hacerlo. Se sentía

en el derecho y en el deber de hacerlo cuando, en el punto más alto, en el clímax,

abrió los ojos para fijarse en la mirada que mantenía el chico en ella, y se abrazó a él.

Le agarró con fuerza, y ambos, moviéndose en conjunto como si estuvieran bailando

un vals, llegaron a fulminar juntos. A culminar aquel acto de amor.

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Concurso de abril

10

— Has abierto los ojos. Así no vale...

— Tenía que mirarte en ese momento. Lo necesitaba. Era... era demasiado mágico.

Debía hacerlo...

— ¿Qué has sentido en todo lo que hemos hecho?

— A ti. Te he sentido a ti, enteramente. Era... como un sueño.

— ¿Sabías que te quiero?

— Pero yo mucho más, no hay discusión que valga.

Ambos sonrieron, ¿qué más podían hacer? La felicidad había llegado a sus vidas con

forma humana. Se querían. Estaban juntos. Ya era oficial. Pero aquello... Aquello

simplemente, había sido como un sueño. Un sueño del que mejor no despertar nunca.

Huida

Por, Martina H

Hacía ya cuatro largas horas que había amanecido y los jóvenes seguían tumbados en

el desastroso suelo de aquella pequeña habitación. Habían caído rendidos después de

otra noche jugando con esas pastillas de colores que siempre han llamado prohibidas.

Otra noche jugando al borde de la vida y la muerte. Toda esa mierda otra vez por sus

venas. Tirados allí, entre escombros de una noche que jamás recordarán. En una

esquina los restos de botellas hechas añicos por los golpes y al otro lado, polvo blanco,

como nieve, que hiela demasiado.

–Jodido Mark, levántate de una vez, bastardo-Se levantó Paul gritando sin más.

Dejando su cuerpo torcido y sus ojos perdidos mirando a la ventana de delante.

Cualquiera que le hubiera visto hubiera sentido hasta miedo de ver a ese joven de pelo

largo sonámbulo en pleno día. Cuando gritó, Mark abrió los ojos como platos. Pero así

se quedaron los dos suspendidos por el silencio y la soledad de una vida hecha añicos

en pedazos en el pozo más oscuro. Fue entonces, estando así, cuando escucharon esa

maldita voz gritar de nuevo fuera de las puertas de esa habitación de motel de mala

muerte.

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–Salid de aquí de una vez, hijos de puta –Era él, el hombre que había estado

buscándoles por todos los rincones prohibidos de esta ciudad, el hombre del que

huían.

Cruzaron unas miradas de pánico, rabia y ganas de salir corriendo. Miraron a su

alrededor y se acercaron a por las chaquetas con unas miradas cómplices.

–Te lo dije, tenemos que salir de aquí Mark, ya. –Dijo Paul con la voz temblorosa y los

ojos aún algo idos.

–Cállate la puta boca o te dejo aquí y te las apañas solito. –Dijo cabreadísimo viendo

como Paul revolvía la herida, y no exactamente con sal para curarla.

Mientras seguían golpeando la puerta, con muchísima fuerza y rabia acumulada en una

violenta y rasgada voz. Detrás, un hombre con barba, desaliñado y con un cabreo

impresionante. Unas botas de militar y ganas de reventarles a hostias. Y eso, una

pistola, una maldita pistola en la mano izquierda. Dos jóvenes huyendo y un hombre

aporreando la puerta con una pistola en la mano y ganas de quitar vidas. Qué injusta la

vida para las almas perdidas. Para esos jóvenes que solo buscaban escapar de la vida

asfixiante y dolorosa. Saltaron por la ventana, corrieron escaleras abajo, tropezaron y

se salvaron. Lucharon por sus vidas, por huir de nuevo, ahora más lejos y sin mirar

atrás. Pero ahí estaba el hombre, después de tirar la puerta y mirar hacia fuera. Con

esa pistola apuntándoles directamente a la cabeza. Con esas ganas de volarles los

sesos de una maldita vez. Allí estaba en pie, su padre, y allí estaban esos jóvenes

asustados, sus hijos.

Y lo cumplió, disparó, la bala flotó por los aires durante unos segundos, muy pocos.

Después dolor, vidas rotas para siempre, no más recuerdos ni memoria. Sangre. La

muerte más dura, por tu propio padre. Y más sangre, muchísima más. El final de dos

vidas atormentadas, quizás de tres.

Adiós Paul, adiós Mark.

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Cuarto puesto

Soy un grito y un cristal, justo el punto medio

Por, Asphyxia

Se empezaban a consumir maliciosamente los restos de aquel último cigarrillo, cenizas

añejas imitaban la metáfora del paso de una vida. Chasquidos y una fina mampara de

humo grisáceo nublando sus ojos cubrían aquella habitación. "Muéstrame tus ojos" le

había dicho el primer día que le conoció en aquel extraño bar. Ahora no eran más que

unos lunares enrojecidos perdidos entre un rostro desfigurado e hinchados por el

excesivo calor desprendido. 7 cigarrillos (o lo que quedaba de ellos) sobre el cenicero

de una austera mesa metálica como únicos acompañantes ante aquella noche que se

presentaba ser más larga de lo normal. Su largo cabello rizado estaba enmarañado,

como si quisiese esconderse de todo recodo de aire que permaneciese vivo por miedo

a lo que eso pudiese suponer. Pensó en abrir la ventana, pero descartó la idea casi al

momento, tendría que levantarse de la cama, tendría que obligar a su cuerpo a dar

señales de vida, y solo el hecho de pensarlo le causaba una repulsión sobrehumana.

Había perdido la noción del tiempo, no sabía si era la hora de comer o de cenar,

tampoco sabía muy bien que día era…demasiado tiempo encerrada. Presión, opresión,

oscuridad. Decidió cerrar los ojos, sus ojos y los de él, la mirada le pesaba, reclamaban

paz y descanso, sus piernas le pedían prolongar la tregua que se había impuesto. En un

ínfimo instante todo se volvió nada, y finas lágrimas, silenciosas casi desapercibidas se

acumularon en sus más profundos sueños. Las imágenes se agolpaban

incesantemente, instantes y sensaciones entrelazadas hasta que consiguió distinguir

aquellas manos, aquellos labios, esa sensualidad que solo él podía derrochar por cada

poro de su piel. Mañana sería otro día o quizá otra noche.

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Concurso de abril

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Llovía más haya del fino cristal. Los últimos pétalos de rosa caían desesperados al

mojado suelo sentenciando la llegada de aquel frío invernal. Un cielo gris imponía una

sensación de soledad infinita. Él sabía que las personas viven más de lo que creen,

hablan más de lo que callan pues no todo se basa en las palabras.

Se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo sintiendo, golpeando, sintiendo y

golpeando mientras escribían poesía juntos, entre sus párpados jurando juventud en

cada latido y deseando cada momento. Crearon su propio mundo, latente pero en

llamas. Firmaron en silencio sus besos y bebieron de aquellos instantes que nunca los

abandonaron. Sin embargo también sabía que lo suyo era semejante a un karma

incomprensivo, a un zen de la vida…

Por eso salió del apartamento lo antes que pudo, con la vista clavada en la nada, sin

apenas pensárselo, sabiendo que aquello no iba a ningún lugar. Se hacían daño, mucho

daño y eso ya había dejado de ser divertido.

“¿Sabes? Creo que eres más poeta que musa” le había dicho aquella noche en el bar,

cuando la conoció por primera vez.

Siempre dijo que Noa vivía entre versos ocultos muy adentro. Era como pintura

transparente, o como el viejo acordeón de un bohemio parisino, frágil y fuerte a la vez,

sutileza y elegancia unidas en un solo cuerpo. Era una especie de melodía que

necesitas alguna vez escuchar.

Podría decir mil cosas de ella, de mil maneras, lo extraño sería encontrar alguna que

reflejase todos tus significados.

Para ella, Ian suspiraba agua al viento, simulaba ser llama cuando la noche se hacía

parda, siendo un deseo cristalino que se desvanece y sucumbe a lo puramente

material. Estaba llena de cicatrices de seda que marcaban su piel, de esas que

emborronan tatuajes, recuerdan solsticios de verano y envenenan corazones. Su

relación había sido arena y polvo, un juego circular que nunca acababa, una especie de

espera infinita. Porque en el fondo eran dos ciclones, demasiado y poco a la vez el uno

para el otro. Ojos de alma, alma de nadie, todo acabó siendo juego hasta que

consiguieron despertar…

Ian había tardado apenas unas centésimas de segundo en salir de su apartamento.

Simplemente se limitó a mirarla de aquella forma tan suya y de la que tantas veces se

había enamorado. Ambos sabían que aquello era el final. El último desayuno y los

últimos instantes ahogados de pasión, la última discusión y el último perdón.

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Concurso de abril

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Noa se despertó al día siguiente con un dolor de cabeza que taladraba todos sus

instintos, sus manos seguían oliendo a tabaco y estaba sedienta. Salió a trompicones

de la cama, desorientada y agotada se dirigió directa a la nevera. Sus pies desnudos

acariciaban las heladas baldosas de la cocina, tenía mucho frío. Le gustaba el frío, le

ayudaba a dejar de pensar. Cogió los restos de comida que habían quedado de

aquellos días de encierro y se forzó a hincar el diente a una especie de sándwich de

crema de cacahuete. En tan solo un instante empezó a temblar, escalofríos que

recorrían todas las vértebras de su cuerpo se apoderaron de su autocontrol viéndose

sumergida en un mar de lágrimas marchitas. En la encimera, al lado del fregadero aún

conservaba la carta que Ian dejó sobre su mesilla el día después de la discusión. No se

atrevía a romperla, no se atrevía a silenciar su voz, no se atrevía a matar sus palabras,

no se atrevía a continuar sabiendo que el ya no estaría.

“Noa, sinceramente, empiezo a creer que sabes todo lo que te estás perdiendo de mi,

como que cuente los lunares de tu espalda en silencio para no despertarte, y

flotar…Creo que ya sabes todo lo que estaría dispuesto a dar y lo que estoy dando, y

muerdes mis párpados, y me ahogo en cada abrazo, muy dentro…y me pierdo de

nuevo en este océano, como si nunca existiera un nosotros, como dos almas

separadas…y duele solo de pensarlo, quizá más a mi que a ti. Y cada día aprendo un

poco más a quererte, sin esperar algún final me dejo caer, rompiéndome mil veces.

Nadie daría tanto, nadie. Nunca pudimos, nunca podremos, y es que ¿no debemos o

no queremos? Infinitas veces volvería…

Me tuviste a tu antojo, sin pensar en las consecuencias, me dañabas con fuego y me

helabas el alma, arañándome la espalda sin pensar que me matabas si no me besabas.

Y nunca te importó que llorara a la vida, me tenías cuando querías y me soltabas

cuando la noche se hacía día y no importaba lo que yo sentía, porque encerrabas mis

poesías y…y sellabas hasta las miradas más llenas de amor. No existía un límite para

todo aquello, mientras inundabas mi corazón simplemente me destrozabas. Nunca te

tuve…ni antes ni después de la caída, nunca conseguí hacerte entender lo que eras, y

me encarcelé entre el recuerdo de quien no eras pero la verdad es que nunca pude...

Aprendí a querer doliendo, a asumir la típica frase de "ni contigo ni sin ti" y lo peor de

todo es que me seguías haciendo feliz.

Y cortas como el cristal, y magnetizas cada palabra, ya lo has logrado, ya estoy

esperando a que des el siguiente paso. Pero ¿qué daría yo por estar a tu lado?

Pero es que no quiero olvidar, si solo me dieras una mínima parte de todo lo que

decías que yo te hacía sentir…Compartiendo cafés y sábanas, olores y sabores. Nos

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Concurso de abril

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apagamos con cada amanecer, el destino nos quiere separar y que más debo esperar si

no hay nada por lo que luchar, todo se ha ido…todo, ya solo quedan alientos perdidos,

lágrimas que corroen mis venas cada vez que pienso en entregar toda mi sensibilidad a

otra. Puede que no te merezcas nada de mi, si ni si quiera mantienes lo poco que

queda…Y estoy solo en mi habitación, una vela que ilumina alrededor, ojalá te des

cuenta de ya no están en ti todos esos días, todos esos instantes…Porque siempre

marcarás mis decisiones. Siempre tendré amor para ti.

Ahora es mi tiempo, y corres como pintura, te alejas con cada aleteo de esa mariposa

que tenías encerrada, y siento despacio mientras me susurras que nunca estuviste

pero que siempre te pude tener. Me recuerdas a canela, me recuerdas a quien solía

ser a nuestra manera. Jugaría mil veces más si pudieras, si quisieras darte cuenta…Y

todo esto ahora es cristal, capas y capas encerradas entre muros que creamos, no sé

que sentir ni de que modo, dime como podría empezar a besarte, y a dormir a tu lado

cada mañana para cantarte que no estás sola, que te quiero más que a cada amanecer,

más que a cada latido ,más que a cada nota musical, más que cualquier te quiero está

el mío.

Ten en cuenta que podría romperme mil veces que no me cansaría de besar tu rostro,

y podrías quemarme cada herida, helar todos mis sentidos que te seguiría viendo

clavada en mis pupilas, seguirías…y es que tu y yo ya no somos tu y yo, yo no soy tu ni

tu eres yo, mi tu quiere olvidar mi yo, mi yo muere por el tu.

Así que hagamos un trato: rompamos todos los acuerdos a los que hemos llegado, no

quiero saber la parte que me toca de ti y es que ya salí hace tiempo de esta ruleta rusa.

-Podríamos seguir siendo remolinos de agua, o dos nubes blancas, trazando carreteras

en nuestras espaldas, mientras tus pestañas me acarician cada nuevo día. Podríamos

no cambiar nunca y seguir intentando rescatar nuestras cenizas. Ya no existe nada bien

ni nada mal, podríamos sumergirnos y desaparecer, nos apagamos y no nos dimos

cuenta, perdimos y no nos importó-

Me he dado cuenta de que te echo de menos. Si soy sincero contigo, no espero que me

entiendas, ni si quiera que digas nada, pero la verdad es que me acuerdo en cada

momento de recordarte. Porque las virtudes se pueden convertir en los defectos más

dolorosos que nunca hubiésemos llegado a conocer o tal vez pueden convertirse esos

defectos en las virtudes más importantes de nuestras vidas. Es curioso como cambia

todo de un día para otro, como si te levantases siendo una persona y regresases más

perdido que nunca. Quisiera volverte a mirar de nuevo, quisiera que el pasado fuer hoy

por nosotros.

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Concurso de abril

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No pretendo que las estrellas brillen por ti, ni que las heridas se pasen solas, no

pretendo que entiendas nada de esto, ni que tengas que necesitarme. Solo quiero que

sepas que conseguiste destruirme. Conseguiste hacerme feliz solo con existir para

cambiar todo lo que yo era.

Cada día vivimos un poco más, pero solo nosotros morimos en el olvido. Y solo veo

cenizas que con sutileza y elegancia encierran cada una de nuestras palabras en un

agujero negro hasta que el silencio regresa de su escondite para cegarnos hasta que

duela respirar. Cada día nos queremos más sin buscar estos sentimientos, aunque ya

estemos lejos, como dos estrellas consumiéndose con cada aliento. Me gustaría que el

mundo fuera noche. Dicen que el fuego quiere irse con cada invierno…pero en invierno

las noches son más largas".

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