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    Ao I Diciembre de 2009 Comentarios crticos (Anual)Serie Historia de Amrica Prehispnica yArqueologaEscriben: Henry Tantalen, Andrs Troncoso, Diego Salazar, OsvaldoSilva, Pedro Brazo-Elizondo, Ernesto Contreras, Francisco Rivera,Francisco Garrido y Valeria Franco Salvi.

    www. historiamarxista.cl [email protected]

    ISSN 0718-6908

    Comentarios crticos (2009)

    U

    CUAD

    ERNOS

    DE

    HI

    STORIA

    MAR

    XISTA

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    Comentarios crticos 2009.Serie Historia de Amrica Prehispnica y Arqueologa.

    Agradecemos como Grupo de Historia Marxista a Henry Tantalen (UNMSM-Per),

    Andrs Troncoso (U de Chile), Diego Salazar (U de Chile), Pedro Bravo Elizondo

    (Wichita State University-USA), Osvaldo Silva (U de Chile), Ernesto Contreras (U de

    Chile), Francisco Rivera (U de Chile), Francisco Garrido (U de Chile) y Valeria Franco

    Salvi (CEH. Prof. Carlos Segreti. CONICET. Argentina) por los comentarios que han

    realizado a los primeros cuatro nmeros de esta serie. Igualmente, a Marcelo Soto, Alex

    San Francisco, Jairo Seplveda y Francisca Santana por sus constantes

    recomendaciones durante el ao 2009.

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    Cuaderno Nmero 4Un Acercamiento a la Arqueologa Social Latinoamericana

    -Henry Tantalen (Doctor en Arqueologa. UNMSM. Per / IFEA UMIFRE 17

    CNRS-MAEE).

    Con el alma llena de banderas: Comentarios a Un Acercamiento a la Arqueologa

    Social Latinoamericana de Miguel Fuentes y Marcelo Soto.

    Aqu hermano

    aqu sobre la tierra,

    el alma se nos llena de banderas

    que avanzan,

    contra el miedo,

    avanzan,

    venceremos.

    Vctor Jara (1970)

    En primer lugar quiero agradecer a los autores por la invitacin a comentar su artculo y,en segundo lugar, quiero felicitarlos por haber tenido la feliz idea de actualizar y

    divulgar algunas ideas que se han venido ventilando de manera autnoma desde

    diferentes partes del mundo, sobre todo a ambos lados del Atlntico con respecto a la

    arqueologa marxista o social, en estos ltimos aos. Este inters se suma a una serie de

    trabajos que desde el primigenio artculo de Patterson (1994) ha reunido a diferentes

    voces desde diferentes tradiciones, formaciones, vocaciones, intereses y pases que han

    desfilado por diferentes medios de difusin de la produccin acadmica arqueolgica,

    sobre todo desde el mbito terico (Oyuela-Caycedo et. al. 1997, Guthertz Lizrraga

    1999, McGuire y Navarrete 1999, Benavides 2001, Valdez 2004, Politis 2006, para citar

    solo algunos).

    As pues, el trabajo de Miguel Fuentes y Marcelo Soto no hace ms que reunirse con los

    autores que ellos mismos citan, tanto desde la perspectiva de la produccin terica como

    de los crticos de la corriente misma. Se pueden entrever aqu dos grandes mbitos en

    los cuales se mueven los autores dentro de la historiografa de la ASL: la produccin

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    cientfico-terica y la proyeccin social o rea valorativa. Estos, obviamente, y

    especialmente para el caso del marxismo, no son ni pueden ser diferenciados y

    desagregados ms que para efectos didcticos (nadie puede realizar dichas prcticas de

    forma separada) sino que tienen una relacin dialctica.

    Sin embargo, quiero adelantar que quiz la paradoja en la que se ven los autores y en la

    que yo tambin me encontraba en mi temprano ensayo que ellos citan (Tantalen 2004)

    es que la segunda pierna: la valorativa, es la que se ha fortalecido y la cientfico-practica

    la que ha quedado esculida, llevndonos a no avanzar como quisiramos e, incluso, a

    trastabillar en nuestro caminar. En otros lugares (Tantalen 20008a, 2008b) he hecho

    mencin que una de la causas de esa cojera en nuestro andar sera consecuencia de las

    situaciones histricas en las cuales se desarrollaban las practicas de los diferentes y

    principales representantes de la ASL en cada pas. Esto me llev a culparlos de su

    mayor o menor relacin con los gobiernos de turno. Sin embargo, creo que tambin

    debemos ser conscientes de que, como deca Aristteles, una golondrina no hace

    primavera. Por eso, debemos ser conscientes que cualquier empresa como la ASL debe

    ser una empresa colectiva porque, despus de todo, como lo es la produccin, esta es

    social y esto no es un axioma o dogma, lo descubrimos en la vida misma, pasada y

    presente.

    Por lo anteriormente expresado, resulta importante que los colegas chilenos se unan a

    este debate y nos recuerden la historia de la ASL. De hecho, los colegas chilenos, no s

    si conscientemente, han entrado a un debate importante y ms aun por su pas de

    procedencia: Chile. Este pas que sufri un grave quiebre en su devenir histrico por

    causas que ustedes conocen mejor que yo y que no es menester desarrollar aqu (para

    esos estn mis colegas los historiadores) es ahora una fuente cada vez mayor deinspiracin terica y metodolgica (no solo para la ASL)1. Fuente de inspiracin terica

    y metodolgica que he estado observando con atencin en los ltimos aos y que llam

    mi atencin desde ese simposio del 2000 del XV Congreso Nacional de Arqueologa

    Chilena2 publicado en el volumen 36 de la Revista Chungara, donde se auspiciaba la

    discusin sobre la practica de la arqueologa marxista (por ejemplo, Uribe y Adn 2004,

    1

    Por ejemplo ver el reciente volumen titulado Puentes hacia el Pasado: Reflexiones Tericas enArqueologa (Jackson et al. 2008).2 Ver presentacin y resmenes del simposio en www.uta.cl/masma/xvcongreso/pdfs/simp7.pdf.

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    Gallardo Ibez 2004). Esto recompone una tradicin que tena un desarrollo que, como

    dijimos, se vio truncado por la dictadura militar. De hecho, arquelogos tan

    renombrados e importantes para la ASL como Julio Montan o el mismo Luis Felipe

    Bate crecieron a la luz del materialismo histrico y su produccin les ha llevado a

    convertirse en autores citados y (re)conocidos a nivel internacional. El mismo

    Lumbreras forj muchas de sus ideas en ese pas, posteriormente materializadas en La

    Arqueologa como Ciencia Social, en sus conferencia impartidas en 1972 en la

    Universidad de Concepcin (Lumbreras 2005, com. pers. 2009), un lugar donde se

    podan discutir ideas marxistas hasta 1973 (Garbulsky 2000). As, constatamos que

    Chile sigue siendo un lugar importante para las ideas marxistas, a pesar de todos los

    contratiempos con los que estas ideas se han encontrado.

    Por otra parte, este movimiento marxista hace unas dcadas ya, cruz el charco y se

    encontr con fenmenos sociales que enfrentaban, provocaban y salan de alguna

    manera victoriosos de la represin franquista. Ejemplos citados por los autores como los

    de la Universidad Autnoma de Barcelona o el grupo de Andaluca nos recuerdan, una

    vez ms, que a pesar de las diferencias histricas algunas condiciones materiales

    similares fomentan semejantes respuestas. As, el fenmeno que los colegas chilenos

    denominanArqueologa Social Iberoamericana es solamente una etiqueta (entre otras)

    que, por ahora, podra englobar este movimiento todava algo desarticulado pero que

    tiene diferentes epgonos en diferentes pases de habla castellana.

    Consciente de esto, hace un tiempo atrs me dediqu a incitar e invitar, con diferente

    fortuna, al debate a mis colegas marxistas de ambas orillas del Atlntico y creo que este

    artculo es consecuencia de ello. Pero como la crtica por la crtica (como suelen hacer

    amigos y enemigos del marxismo) no ayuda a superarnos dialcticamente, tuve queprovocar a que mis colegas marxistas planteasen cuestiones para solucionar en algo el

    aparente estado de adormecimiento en que pareca estar la ASL. Por ello, en el reciente

    simposio denominado Arqueologa Social Latinoamericana: De la teora a la praxis

    realizado en Julio de este ao en Mxico D.F.3, invite a mis colegas a discutir si es que

    todava seguamos en el campo de las ideas (donde todo es posible) o nuestra prctica

    ya nos haba demostrado la realidad de las cosas prehistricas. Esta discusin iniciada

    3 Ver lista de ponentes en http://arqueologia-social.blogspot.com/2009/04/arqueologia-social-latinoamericana-de.html.

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    en Mxico hace unos meses es algo novedoso y creo que puede ser el germen de algo

    que deber continuar porque as lo queramos y sabemos que lo necesitamos.

    En un tiempo en el que la academia hegemnica positivista nos quiere hacer creer en

    comunidades paradigmticas y revoluciones kuhnianas, para no ser iguales que ellos

    nuestras reuniones deben revolucionarnos a nosotros (lo que llamo la revolucin

    cotidiana) antes que de querer revolucionar la ciencia hegemnica, esa que no es la

    nuestra. De hecho, sabemos que el conocimiento no es algo abstracto, as que nuestras

    posiciones terico-practicas diferirn. Y de eso se trata, no del consenso intersubjetivo,

    cmodo y polticamente correcto sino de la discusin dialctica que se desprenda del

    objeto de estudio (como deca Marx la materia precede a la idea) y no del objeto del

    deseo (posiciones acadmicas, individualismo, discursos polticamente correctos, etc.).

    Como nos ha demostrado la historia de la ASL, que nuestros colegas nos presentan,

    muchos de los que se iniciaron como arquelogos marxistas revolucionarios terminaron

    instalndose cmodamente en los lugares que hegemonizan los discursos arqueolgicos.

    Salvo algunos casos respetables, generaciones de arquelogos han sucumbido ante la

    tentacin de este mundo seductor donde todo se vende y todo se compra. As, ciencia y

    poltica suponen un compromiso con el objeto de estudio y el objeto de conocimiento,

    no solo como punto de llegada (como fin) sino tambin como medio para cambiar este

    mundo. De hecho, lo cambiamos pero debemos ser consientes de cmo y para quien lo

    hacemos.

    Con esto en mente debemos procurar entender tambin el contexto histrico en el cual

    actuamos y en los cuales muchas prcticas socioeconmicas y sociopolticas

    condicionan nuestra forma de relacionarnos con los objetos arqueolgicos y con otrossujetos. En ese sentido, el nacionalismo es un tema que se ha venido estudiando desde

    diferentes posturas tericas (Daz-Andreu 2001, Oyuela-Caycedo 1994, Kohl y Fawcett

    1995, Echeverri 2003, Giraldo 2003, etc.) y es importante darnos cuenta que si bien

    muchos arquelogos marxistas han discutido sobre este y lo entienden, implcita o

    explcitamente, poco se ha hecho por cambiar y trasponer dichas fronteras. Nuestros

    predecesores de la Reunin de Lima y la de Teotihuacn bien lo saban. Solamente,

    saliendo de nuestros mundos construidos por otros podremos encontrar una salida msglobal a los problemas que son los de los mismos: los desposedos.

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    Hay muchas cuestiones que hay que discutir, como por ejemplo si todava debemos

    seguir en lo que denomino la etapa de refinamiento terico (Navarrete 2007[1999]:

    99) o si debemos pasar a la prctica arqueolgica. Pero este artculo no est enfocado en

    esto as que dejaremos este tema para otra ocasin. Solo creo que, como ya dije en otros

    lugares, cuando dejemos de ver el mundo con los anteojos prestados y obligados a

    ponernos por otros, veremos que las fronteras se diluyen y solamente nos encontramos

    ante hombres y mujeres que sienten y viven como nosotros. Esto nos enfrenta a un

    compromiso ineludible y solamente haremos que la ASL o cualquier cosa funcione

    cuando nos unamos y rompamos las prisiones que nos atrapan. Para acabar, solo me

    gustara exclamar, parafraseando a Marx y a Engels, Arquelogos marxistas de todos

    los pases, unos!

    Referencias bibliogrficas.

    Benavides, Hugo 2001. Returning to the Source: Social Archaeology as Latin American

    Philosophy.Latin American Antiquity, 12(4): 355-370.

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    Colombia (1939-1948). En Gnecco, Cristbal y Emilio Piazzini: Arqueologa al Desnudo.Reflexiones sobre la Practica Disciplinaria: 133-152. Universidad del Cauca. Popayn.

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    Garbulsky Edgardo. 2000. La Antropologa en la Universidad de Concepcin (1967-1973).

    Apuntes de un Participante. EnActas del 3er. Congreso Chileno de Antropologa, tomo 1: 200 -

    210. Santiago de Chile.

    Giraldo Santiago. 2003. Contranacionalismo y Poltica en la Arqueologa de la Sierra Nevada desanta Marta. En Gnecco Cristbal y Emilio Piazzini: Arqueologa al Desnudo. Reflexiones

    sobre la Practica Disciplinaria: 171-185. Universidad del Cauca. Popayn.

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    Domination.American Antiquity, 64 (2): 363-368.

    Jackson Donald; Diego Salazar y Andrs Troncoso. 2008. Puentes Hacia el Pasado.

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    Navarrete, Rodrigo 2007[1999].La Arqueologa Social Latinoamericana: Una Meta, Mltiples

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    Oyuela-Caycedo, Augusto 1994. Nationalism and Archaeology: A Theoretical

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    Antiquity, 59(3): 531-537.

    1997 A Reply to Oyuela-Caycedo, A. Anaya, C.G. Elera, and L. M. Valdez. American

    Antiquity, 62(2): 375-376.

    Politis, Gustavo 2006. Rplica: Ms Sobre los Paisajes Tericos de Amrica Latina. Una

    Respuesta con Bastantes Acuerdos, Ciertos Desacuerdos y Algunas Reflexiones Tardas.

    Revista de Arqueologa Suramericana, 2(2): 192-204.

    Tantalen, Henry 2004. LArqueologa Social Peruana: Mite o Realitat?. Cota Zero, 19: 90-

    100.

    2008a. Las Miradas Andinas. Arqueologas y Nacionalismos en el Per del Siglo XX.Revista

    de Arqueologa Suramericana, 4(1): 34-52.

    2008b. Arqueologa de la Formacin del Estado. El Caso de la Cuenca Norte del Titicaca.

    Fondo editorial del Instituto Pedaggico San Marcos. Lima.

    Uribe Mauricio y Leonor Adn. 2004. Acerca del Dominio Inka, Sin Miedo, Sin Vergenza.

    Chungar, 36, Suplemento especial 1: 467-480.

    Valdez, Lidio 2004. La Filosofa de la Arqueologa de Amrica Latina. En Politis,

    Gustavo y Roberto Peretti (eds.): Teora Arqueolgica en Amrica del Sur: 129-140. UNICEN.

    Olavarra.

    -Andrs Troncoso (Doctor en Arqueologa. Departamento de Antropologa. Facultad

    de Ciencias Sociales. Universidad de Chile).

    En busca de un reencuentro: Comentario a Un acercamiento a la Arqueologa

    Social Latinoamericanode Miguel Fuentes y Marcelo Soto.

    No puedo abrir este texto sin comenzar por felicitar y agradecer a los autores del escrito

    a comentarlo por varias razones. Primero, por invitar a plasmar mi opinin sobre su

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    texto, y sobre la arqueologa social latinoamericana, en su serie de publicaciones.

    Segundo, por el esfuerzo que han realizado a travs de su serie de abrir espacios para el

    pensamiento marxista en la ciencia social chilena, y en particular, en la arqueologa

    nacional. Y tercero, por la apertura hacia la crtica y la discusin, actitud central para

    que las ciencias sociales puedan seguir avanzando y, en el fondo, podamos construir no

    slo un mejor conocimiento, sino tambin una mejor sociedad, tolerante, pero con ideas

    claras y debatibles.

    Entrando en materia, este texto se inserta en dos tendencias complementarias que, desde

    diferentes espacios intentan recuperar los aportes del que ha sido el nico programa de

    investigacin (sensu Lakatos) nacido al sur del ro Grande. Una lnea continental, que

    no slo valora la Arqueologa Social Latinoamericana, sino que, o bien por un lado

    intenta su rescate y actualizacin (p.e. Navarrete, Tantalean, etc), o por otro, reconoce

    su aporte, volviendo a pensar una Arqueologa desde la realidad latinoamericana, pero

    anclada en la teora social postestructuralista, postcolonialista y/o posmoderna (ver por

    ejemplo Acuto y Zarankin 2008, Haber 2009, Gnecco 2008).

    Pero por otro, y desde una lnea nacional (chilena), intenta recuperar el marxismo en

    una arqueologa que ha derivado entre los enfoques histrico-cultural y procesualista.

    Esta recuperacin desde Chile no es menor, pues es sabido el rol central que tuvo

    nuestro pas en la gnesis de este movimiento, pero que tras el golpe de estado y los

    aos de dictadura llevaron a su completo silenciamiento, implicando sino la total

    desaparicin del marxismo en la arqueologa chilena, su ausencia de visibilidad

    explcita (tema que hemos explicado como una estrategia de silenciamiento que llev a

    la no intencional desfiguracin del marxismo en la arqueologa chilena (Troncoso et. al.

    2008).

    El trabajo de Fuentes y Soto se inserta en una red de autores que en los ltimos aos han

    intentado revitalizar la Arqueologa Social Latinoamericana (en adelante ASL) en el

    pas (Uribe, Gallardo), pero la diferencia clara en la postura de los primeros, es el

    recoger los planteamientos prstinos de este programa de investigacin, en

    contraposicin a los otros trabajos que fusionan diferentes tendencias del Marxismo con

    nociones postestructuralistas (como es el caso de Gallardo) o de carcter ms eclctico

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    al articular aportes del marxismo, postestructuralismo e incluso del procesualismo

    norteamericano (como es el caso de algunos trabajos de Uribe, Adn, Gallardo).

    Este trabajo, por tanto, se inserta en esa lnea de reivindicacin y, porque no decirlo, de

    pago de una deuda histrica de la Arqueologa chilena con sus ideales del 60 y que

    repercutieron en diferentes partes del continente. En particular, el escrito recorre

    diferentes temas y posturas de la ASL, siendo destacable el intento por cruzar con las

    nociones que han nacido desde la pennsula Ibrica. En particular, la teora de las

    prcticas sociales del equipo de Barcelona, las cuales no slo han permitido revitalizar

    este marco terico a la luz de nuevas preguntas y enfoques, sino tambin otorgndole

    una heurstica mayor que el de la escuela mexicana. Por ese lado, pensamos que es una

    contribucin que rearma la discusin en Chile.

    Pero por otro, pensamos que este texto adolece de los mismos problemas que no le han

    permitido despegar de mejor manera a la ASL, problemas que los mismos autores lo

    definen en su escrito, cual es la necesidad de una mayor profundizacin metodolgica

    que posibilite articular de manera clara la ontologa y epistemologa de la ASL en un

    proyecto concreto de investigacin arqueolgica. En efecto, y como bien indica

    Navarrete, la ASL ha alcanzado una notable madurez en el tema ontolgico y

    epistemolgico, siendo las propuestas de Gndara en este ltimo punto un notable

    aporte a la construccin del conocimiento arqueolgico. Sin embargo, creo que ese

    refinamiento filosfico ha fallado a un principio bsico del marxismo, la dialctica. En

    efecto, la ASL ha sido incapaz de dialogar con el registro arqueolgico en busca de

    ajustar y contrastar sus modelos, existiendo una desconexin fatal que ha hecho que la

    heurstica de nociones altamente significativas como modo de vida, se hayan

    transformado en modelos intocables que se aplican directamente sobre los datos. Laausencia de esta dialctica entre teora y mtodo es la que en instancia final ha

    transformado tales propuestas en totalidades monolticas.

    Es por ello que ms all de lo importante del rescate terico que desarrollan Fuentes y

    Soto, es que los animo a emprender una tarea que a mi parecer es ms importante y

    central en estos momentos, la reconversin de las propuestas de la ASL en un mtodo

    que operacionalice los conceptos de este programa sobre los datos arqueolgicos, peroque a la vez sirva para salir de la tirana terica que hoy reina en tal mbito, permitiendo

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    definir expectativas, indicadores y estrategias de trabajo de campo y anlisis de

    materiales orientadas sobre tales preguntas, ms que ser exportaciones de las propuestas

    procesualistas al respecto.

    El esfuerzo y la energa que implica tal labor creemos que es necesaria. No slo para

    seguir contribuyendo a la diversidad de la arqueologa chilena, e intentado romper con

    la homogeneidad que nos caracteriza, sino tambin porque en un pas de consensos y

    que ha asumido como modelo econmico al neoliberalismo como su referente

    indiscutible, con su consiguiente asociacin a un saber posmoderno, es necesario

    promover y alentar todas las perspectivas crticas ancladas en la teora social que

    permitan no slo relativizar nuestra verdad econmico-social, sino tambin romper con

    la ideologa del todo vale y la respetabilidad de todos los discursos (o juegos de

    lenguaje como dira Lyotard).

    Pero en ese proceso, y como lo hacen otros autores, pensamos que es necesario rescatar

    esas otras vertientes del marxismo que deambulan por el mundo intelectual, y que

    entregan visiones ms contemporneas, ya sea a travs de por ejemplo los trabajos de

    Zizek, o de los pensadores postcolonialistas latinoamericanos, ms all de las crticas

    que uno pueda esbozar sobre sus propuestas ms radicales.

    En ese sentido, mientras Marx removi al mundo e inspir al programa de la ASL a

    partir de su tesis 11 sobre Feuerbach, pensamos que hoy podemos parafrasearla para con

    la Arqueologa, indicando que por dcadas, los filsofos de la ASL no han hecho ms

    que elaborar modelos sobre la realidad social, pero de lo que se trata hoy es de producir

    metodologas para rentabilizar y transformar ese conocimiento.

    Referencias Bibliogrficas.

    Acuto F. y A. Zarankin 2008. Sed non Satiata II.

    Aguilar, M. y H. Tantalen 2008. El vuelo de Hermes, una crtica a la posmodernidad en

    Arqueologa desde Los Andes.Maguar22: 397-423.

    Lander E 1993. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. CLACSO, Buenos

    Aires.

    Gallardo F. 1999. Arte, Arqueologa Social y Marxismo, comentarios y perspectivas (parte I).

    Boletn de la Sociedad Chilena de Arqueologa 26: 37-42.

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    Gallardo F. 2000. Arte, Arqueologa Social y Marxismo, comentarios y perspectivas (parte II).

    Boletn de la Sociedad Chilena de Arqueologa 27: 33-43.

    Gallardo F. 2004. El arte rupestre como ideologa, un ensayo acerca de pinturas y grabados en la

    localidad del ro Salado. Chungara, volumen especial, tomo I: 427-440.

    Gnecco C. y C. Hernndez 2008. History and its discontents: stone statues, narratives and

    archaeologists. Current Anthropology 49(3): 439-466.

    Haber A. 2009. Animism, Relatedness, Life: Post-Western perspectives. Cambridge

    Archaeological Journal 19(3): 418-430.

    Uribe M. y L. Adn 2004. Acerca del dominio Inka, sin miedo, sin vergenza. Chungara,

    volumen especial, tomo I: 467-480.

    Uribe M. y L. Adn 2008. Evolucin sociocultural a travs de la prehistoria tarda de Pica-

    Tarapac (900-1540 d.C.), norte grande de Chile. En: D. Jackson, D. Salazar y A. Troncoso

    (eds.), Puentes hacia el pasado: reflexiones tericas en Arqueologa, pp: 147-168. Monografas

    de la Sociedad Chilena de Arqueologa, 1. Santiago.

    -Valeria Franco Salvi (CEH. Prof. Carlos Segreti. CONICET. Argentina).

    De la teora a la praxis. Comentario a Un acercamiento a la Arqueologa Social

    Latinoamericana de Miguel Fuentes y Marcelo Soto.

    La reflexin historiogrfica realizada por Miguel Fuentes y Marcelo Soto constituye un

    aporte para la comprensin de la importancia que representan en la actualidad las

    premisas promulgadas por los fundadores de la Arqueologa Social Latinoamericana

    (ASL). Se trata de un balance que busca reivindicar ciertas ideas y objetivos que

    quedaron olvidados u opacados por las fuertes crticas realizadas por parte de la Nueva

    Arqueologa a ciertos problemas metodolgicos.

    Los autores a lo largo del artculo hacen explcitos los condicionamientos polticos y

    sociales que afectaron y afectan a la ASL (v.g la experiencia de un grupo de

    arquelogos peruanos seguidores de las posturas ideolgicas de Lumbreras, quienes

    durante la segunda mitad de la dcada de los `80 en un contexto de gobiernos de orden

    neoliberal tuvieron que emigrar a otras escuelas de pensamiento). Ponen en evidencia

    cmo la estructura del campo cientfico se ha ido definiendo en cada momento por el

    estado de las relaciones de fuerza entre los protagonistas de la lucha, los agentes e

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    instituciones, es decir por la estructura de la distribucin desigual del poder y el capital

    cientfico (Bourdieu 2005).

    En otra parte de su trabajo, tocan un punto de inters central cuando se reivindica el

    discurso cientfico-valorativo, esto es, el para qu? y el por qu? de la produccin

    del conocimiento. Esto significa en trminos de Chesneaux (1977) que la historia nos

    ayuda comprender mejor la sociedad en la que vivimos hoy, a saber qu defender y

    preservar, a saber tambin qu derribar y destruir como Bloch (1978:35) sostuvo a

    principios de siglo XX la ignorancia del pasado no se limita a impedir el conocimiento

    del presente, sino que compromete, en el presente, la misma accin y, continuando en

    los ltimos aos, de la mano de la nueva hermenutica de Paul Ricoeur y Michel De

    Certeau al proponer una historia en funcin de las nuevas problemticas del presente

    (Dosse 2003). Como podemos observar, son ideas que estn circulando en el campo de

    la historia (i.e. Chesneaux, Bloch), la lingstica (i.e. De Certeau), la sociologa (i.e.

    Bourdieu) y en estas reflexiones que retoman las ideas de la ASL, vuelven a transitar el

    campo de la arqueologa.

    No obstante, considero que este retorno a las premisas consagradas por la ASL debe

    hacerse partiendo de una crtica a ciertos determinismos, dicotomas y mecanicismos

    planteados anteriormente por otros autores (Tantalen 2004; Oyuela Caycedo et. al.

    1997), ya que en muchos casos se redujeron los fenmenos de la superestructura a la

    infraestructura o en otras ocasiones el materialismo histrico fue elevado a la categora

    de ciencia exacta, capaz de establecer las leyes que permitieran conocer el pasado y

    preveer el futuro. En este sentido, superar la orientacin cientificista y economicista

    otorgada al materialismo histrico principalmente por Engels y buscar, como sostiene

    Vilar (1974) en su artculo Historia Marxista, historia en construccin, confrontar losconceptos elaborados tericamente con las realidades concretas que aparecen en

    contacto con el objeto de estudio.

    En el apartado acerca de los aportes de la ASL y perspectivas crticas, Fuentes y Soto

    consideran que algunas categoras como modo de produccin, formacin

    econmico-social, sociedad concreta y totalidad social, as como otras definiciones

    del Materialismo Histrico y del Materialismo dialctico, han significado unaimportante contribucin para el desarrollo de la investigacin y reflexin arqueolgica

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    latinoamericana. Segn los autores, las categoras han servido para re-interpretar el

    registro arqueolgico. Sin embargo, en concordancia con Politis (2003), es necesario

    enriquecer la discusin con un mayor nmero de casos de estudio concretos, que

    pongan en juego la teora, donde lo pragmtico genere nuevos conceptos complejizando

    nuestras hiptesis. Pienso que este es un tema fundamental para la continuidad de la

    ASL y que no debe quedar solamente en los libros, al igual que el rol del cientfico en la

    sociedad y para esto es interesante citar unas lneas de Bourdieu que en su libro

    Pensamiento y Accin hace referencia al activismo poltico del intelectual:

    La mayora de la gente cultivada -sobre todo en ciencia social- todava carga con una

    dicotoma que me parece completamente funesta: la distincin entre scholarschip y

    commitment [] La oposicin es artificial; de hecho, hay que ser un sabio autnomo que

    trabaje segn las reglas del scholarschip para poder producir un saber comprometido, es

    decir, un scholarschip with commitment [] El cientfico debe inventar un rol nuevo que

    es muy difcil: tiene que escuchar, buscar y crear; debe tratar de ayudar a los organismos

    que se plantean como objetivo resistir a la poltica neoliberal; tiene que ayudarlos

    ofrecindoles sus herramientas [] Y cul puede ser el rol de los investigadores en todo

    esto? Trabajar en la invencin colectiva de las estructuras que den origen a un nuevo

    mundo social, es decir, a nuevos contenidos, nuevas metas y nuevos medios

    internacionales de accin (Bourdieu 2002:152).

    En coherencia con Fuentes y Soto considero que el legado ms importante de la ASL es

    el inters de darle un sentido a la arqueologa un uso social que va ms all de los

    logros acadmicos del cientfico. Parafraseando a Chesneaux, el estudio del pasado es

    algo demasiado importante para que se deje al arbitrio de los historiadores. Por esto,

    resulta fundamental el aporte e interjuego de la sociedad en general y de otros

    cientficos sociales con los arquelogos.

    En definitiva, concuerdo con los autores en que el Materialismo histrico puede

    constituir una poderosa herramienta de interpretacin del pasado y, desde ah, una gua

    para la transformacin revolucionaria del presente, aunque tambin considero que queda

    mucho por hacer y que es necesaria la generacin de ms propuestas y discusiones

    basadas en lapraxis.

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    Referencias bibliogrficas.

    Bloch M. 1978.Introduccin a la Historia.

    Fondo de Cultura Econmica. Mxico.

    Bourdieu P. 2002. Pensamiento y Accin. Ed. Libros del Zorzal. Argentina.

    2005. Los usos sociales de la ciencia. Ed. Nueva Visin, Buenos Aires. Argentina.

    Chesneaux J. 1977. Hacemos tabla rasa

    del pasado? A propsito de la historia y de

    los historiadores. Ed. Siglo XXI. Mxico.

    Dosse F. 2003. Michel De Certeau: el

    caminante herido. Universidad Iberoamericana.

    Mxico.

    Oyuela-Caycedo A.; A, Anaya; E, Carlos; L, Valdez 1997. Social Archaeology in Latin

    america? Comments to T.C.Patterson.American Antiquity, Vol.62, N.2.

    Politis G. 2003. The Theoretical Landscape and the Methodological Development of

    Archaeology in Latin America.American Antiquity, Vol. 68, No. 2, (Apr., 2003), pp. 245-272.

    Tantalen H. 2004. LArqueologa Social Peruana: Mite o Realitat?. Cota Zero (19): 90-

    100. Espaa.

    Vilar P. 1974. Historia marxista, historia en construccin. Ed. Anagrama. Barcelona.

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    Cuaderno Nmero 3.

    Flor de Chile. Vida y Salitre en el cantn de Taltal.

    -Pedro Bravo Elizondo (Doctor en Literatura. Wichita State University. USA).

    Comentario sobre Flor de Chile: Vida y Salitre en el Cantn de Taltal.

    Una aclaracin pertinente. Soy profesor de Literatura Latinoamericana. Nac y me cri

    en el Iquique de finales de 1930, y viv en la baha del Puerto por quince aos,

    presenciando cada da el embarque de salitre hasta finales de la Segunda Guerra

    Mundial, por los muelles todava existentes. Conoc la Pampa en 1950 cuando realicun viaje personal por las Oficinas que an estaban corriendo en el interior de Iquique.

    Mis lecturas e investigacin estn centrados en el aspecto social y cultural de la vida en

    la Pampa ( El enganchado en la Era del Saliltre. Madrid: Ediciones LAR, 1983;

    Cultura y Teatro Obreros en Chile: 1900-1930. Madrid: Libros del Meridin, 1986 y

    otros).

    Ahora me remitir al estudio en cuestin. En la presentacin se sostiene que En la

    dcada de los 50s todava trabajaban en la industria del salitre la cantidad de cincuenta

    mil trabajadores, dos mil de los cuales se desempeaban en la zona de Taltal. Esta

    afirmacin y me sostengo en ella, nos demuestra y justifica por una parte uno de los

    hechos ms interesantes en cuanto a la pervivencia de la memoria colectiva de esa

    entraable edad salitrera a la que los sobrevivientes vuelven en peregrinacin a la

    Pampa, a las Oficinas abandonadas, celebrando an la Semana del Salitre en las

    provincias de Tarapac y Antofagasta. En los ltimos aos para reafirmar el asunto,aparece un novelista sui generis, pampino el hombre: Hernn Rivera Letelier, a quien

    algunos crticos santiaguinos ya detestan, pues no quieren saber ms del salitre,

    industria que sostuvo el desarrollo econmico de Chile por aos. All ellos. Lo que

    quiero insistir es que la necesidad de la historia de fijar fechas (1830-1930 Era del

    Salitre) es una convencin que a veces no nos deja ver el conjunto en su totalidad.

    Como fue el caso de Oficinas como Victoria que resisti hasta 1979 y cuya iglesia fue

    emplazada en Iquique ese mismo ao. De Coya Sur queda el reloj donado por

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    SOQUIMICH al puerto de Tocopilla. Para qu mencionar en Iquique las Oficinas Santa

    Laura y Humberstone, patrimonios no slo nacionales.

    Me interesa abordar la Segunda Parte. Observo en la escritura sobre el periodo

    salitrero un hecho sobresaliente: No hay las acostumbradas acusaciones tan tpicas de

    los 60s contra el capitalismo, el imperialismo y otros ismos, sino una comprensin del

    fenmeno empresarial: Ejemplo: Los protagonistas primordiales van a ser las

    corporativas empresariales extranjeras y ya no los grandes imperios nacionales. Las

    empresas privadas se expanden a las antiguas colonias, con nuevas lgicas de

    explotacin de los recursos capitalistas, asociados a nuevas formas de control y

    disposicin de mano de obra. Hace aos el escritor Benjamn Subercaseaux al referirse

    al Norte salitrero, expres que la zona fue producto y creacin de individuos, no de

    colectividades. Guillermo Billinghusrt y luego Oscar Bermdez recogieron los nombres.

    Si no, cmo justificar Flor de Chile.

    En la Tercera Parte hay referencias explcitas en cuanto a que todo era importado

    principalmente de Europa, incluso los ladrillos, lo que se aplica a toda la zona salitrera.

    Los viajeros fueron los principales testigos de tal perogrullada. La pregunta surge por s

    sola: Dnde estaban los capitalistas o empresarios nacionales? Esta contradiccin se

    justifica en que el agro era la fuente de atencin empresarial y de all provino gran parte

    de los hombres de la Pampa, como lo recuerda muy bien uno de los entrevistados. Sobre

    el trabajo agrario hay literatura e investigaciones como las de Tancredo Pinochet Le

    Brun a comienzos del siglo pasado y de Gabriel Salazar en nuestros das. Lo que estoy

    tratando de comunicar, es lo que llamo la Ruta del Trabajo que en esos aos del

    salitre, era obligadamente el Norte, o la construccin de ferrocarriles por H. Meiggs en

    Per. O en Santiago, Valparaso y otras ciudades con las obras emprendidas porBalmaceda con EL DINERO DEL IMPUESTO DEL SALITRE. No creo que se le haya

    dado importancia al hecho de que nuestros antepasados no eran patiperros por escapar

    de un medio por la aventura, sino por la necesidad primordial de tener el sustento

    necesario para l y su familia. Que otros despilfarraran lo ganado con tanto esfuerzo, es

    asunto aparte.

    Dato que me llama la atencin, es la memoria de quien recuerda la Oficina Flor deChile, la plaza, casas y toda el rea que Gaston Bachelard cubri en su estudio sobre

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    La Potica del Espacio (Pars, 1958). En esta obra aquel examin y busc los rasgos

    ntimos del ser humano, reflejados en la dialctica del afuera y adentro, tanto en la

    imagen de la casa que se convierte en la topografa de nuestro ser ntimo, como en todo

    lo que existe en la casa y sus rincones. El espacio crea sus propias reglas de lo que

    devendr nuestro mundo. Esto lo observamos en la memoria de los habitantes de la

    Oficina Flor de Chile. De otra manera no se explica lo que mencion antes sobre los

    restos de Victoria y Coya Sur, en Iquique y Tocopilla.

    Debemos suponer que en el aspecto cultural, a diferencia del resto de las Oficinas

    salitreras, en Flor de Chile no se dio o no se encontraron rastros de poetas pampinos que

    dejaran huellas en las publicaciones peridicas de Taltal de sus quehaceres o

    preocupaciones, pues Pampa Unin como otras Oficinas cont con peridicos como el

    de Luis Rojas, El Pocas Calchas que apareca slo los sbados y domingos, y La Voz

    de la Pampa con noticias y versos de los pampinos.

    Lo aseverado en las pginas 29 y 30: La crisis mundial del ao 29 termin por llevar la

    produccin salitrera a niveles inusitadamente bajos, sealando el fracaso del

    empresariado salitrero. En el ao 31 slo sobrevivan nueve oficinas en toda la regin

    salitrera. Si toda la regin salitrera son las provincias de Tarapac y Antofagasta, y no

    se mencionan las nueve Oficinas, la informacin puede estimarse inverosmil. El lector

    debe ser convencido con datos especficos.

    En definitiva, pienso que el trabajo de investigacin de Alexander San Francisco et. al.

    tiene una constante que permea el trabajo: contar las cosas como

    fueron y no como debieran haber sido. Los pampinos no aparecen como vctimas, sino

    entes en un sitio determinado, diferente al resto del pas, pero trabajadores al fin y al

    cabo. Por ejemplo, la relacin de Guillermo San Francisco, quien recuerda su niez. Al

    referirse a la fonda rememora que All las ollas estaban siempre humeantes de ricas

    cazuelas y suculentos platos que los pensionistas coman y beban en abismantes

    cantidades. Puedo dar fe de la cazuela pues en mi viaje a la Pampa de Iquique, en los

    50s disfrut en una pensin de tal vianda. Si comparamos con la alimentacin de los

    peones en el campo en las narraciones de Pinochet Le Brun, veremos la abismante

    diferencia en cantidad y calidad. La Pampa no fue un edn, pero fue transformada por

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    los obreros en un hbitat soportable y superior a las mediaguas y rucas del campo,

    hecho que los autores manifiestan claramente al recordar que pese a la rusticidad de sus

    viviendas, no deban pagar el alquiler o los gastos secundarios. El tener un teatro, sala

    para bailes o Filarmnicas como se les llam en el Norte Grande, no fue un hecho

    fortuito, sino dependi de los obreros y los administradores.

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    Cuaderno Nmero 2.

    Espacio pampino, disciplinamiento laboral y lucha de clases. Una

    discusin en torno al patrn de asentamiento salitrero en la Regin de

    Antofagasta (1880-1930). Avance para unaArqueologa del Capitalismo en

    Chile.

    -Diego Salazar (Arquelogo y Magster en Arqueologa. Departamento de

    Antropologa, Universidad de Chile).

    El trabajo de Miguel Fuentes representa a mi juicio un muy interesante aporte tanto a la

    construccin terica en arqueologa chilena, como al desarrollo de una arqueologa del

    ciclo salitrero en el norte de Chile.

    Quizs el aporte ms destacable en este ltimo sentido sea el intento por ir ms all de

    las dimensiones tecnolgicas, funcionales y econmicas del fenmeno minero, las

    cuales han dominado los estudios sobre esta temtica tanto en arqueologa histrica

    como prehistrica. Por otro lado, me parece destacable la estrategia elegida para avanzar

    ms all de las dimensiones tecnoeconmicas y aproximarse a la esfera de lo social y locultural: el intento por ver la cultura material, y en particular la arquitectura y el

    asentamiento, como elementos activos en la configuracin de relaciones sociales y las

    experiencias de los sujetos, ms que como reflejos funcionales de los procesos

    productivos.

    Coincido con Miguel en que efectivamente esta aproximacin le permite a la

    arqueologa realizar un aporte a la comprensin del fenmeno de estudio que no selimita a contrastar la informacin historiogrfica o la memoria oral, sino que otorga una

    perspectiva distinta y complementaria para observarlo. Una arqueologa del capitalismo

    es, en este sentido, un esfuerzo por entender cmo la expansin de este sistema fue de la

    mano con la reconfiguracin de la cultura material, las prcticas y el espacio social,

    todos ellos aspectos fundamentales para la construccin de sujetos sociales funcionales

    al nuevo sistema econmico. Es posible tambin, al menos tericamente, distinguir en

    estas configuraciones y distribuciones ciertas prcticas de resistencia ante los sistemasde dominacin y explotacin establecidos.

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    Para hacer esta contribucin la arqueologa debe desarrollar una metodologa autnoma

    que le permita observar estos fenmenos con independencia de los discursos histricos

    y an de la teora social desde la cual estemos leyendo el fenmeno social en su

    globalidad. Nuevamente me parece destacable el esfuerzo de Miguel, ya que para lograr

    esto se atreve a buscar ms all de los lmites del materialismo histrico, incorporando

    conceptos y aproximaciones de autores que no comparten esta matriz terica, sin por

    ello abandonar la consistencia de su propia perspectiva marxista. Los aportes de la

    arqueologa del paisaje y la arqueologa de la identidad le permiten ver el espacio como

    un producto social activo dentro de la reconfiguracin y legitimacin de los nuevos

    sistemas sociales y econmicos que establece el ciclo salitrero. Y los ordenamientos

    espaciales no como continentes donde se desarrolla la accin social sino como una

    estructura material que modela y hasta cierto punto determina dicha accin. De este

    modo, la configuracin del espacio pampino es inseparable de la instauracin y

    reproduccin de un sistema social, econmico y poltico bien conocido desde la

    historiografa. Pues a travs de dicha configuracin se construyeron los sujetos que el

    propio sistema capitalista requiere.

    Me parece que en esta dimensin metodolgica el trabajo comentado an necesita

    avanzar un paso ms. Es cierto que nos ofrece algunos indicadores a travs de los cuales

    observar las nuevas configuraciones espaciales y prcticas generadas por el sistema

    salitrero, pero el anlisis se enriquecera con el aporte de tcnicas derivadas de otras

    disciplinas, tales como el anlisis Gamma (Hillier y Hanson 1984), el cual ha sido

    aplicado con xito en arqueologa para el anlisis social de las configuraciones de las

    estructuras arquitectnicas. Recientemente, Rivera (2008) ha adaptado algunas de estas

    estrategias para la comprensin de la espacialidad y las desigualdades sociales en la

    mina de oro de Capote durante el siglo XX. Este tipo de aportes son los que el trabajode Miguel debe recoger para poder implementar metodolgicamente su arqueologa

    histrica del salitre con xito.

    Desde una perspectiva ms terica, considero que puede an profundizarse en el

    concepto de experiencia y en su relacin con la constitucin de sujetos sociales. Este es

    quizs el aspecto menos desarrollado de la arqueologa del paisaje y de la identidad, y

    requerira por lo tanto una mayor reflexin por parte del autor. Miguel seala en ms deuna oportunidad que sera necesaria esta reflexin que de cuenta tericamente de la

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    relacin estrecha entre prcticas, experiencia y conciencia social. Pero en este trabajo no

    se asume dicha necesidad, lo cual puede ser visto como una insuficiencia en la

    argumentacin.

    Por ltimo, y ahora ms desde la perspectiva de lo que Gndara denominara la

    dimensin valrica de una posicin terica, me permito ofrecer una mirada crtica de la

    postura tomada por Miguel en las ltimas lneas de su trabajo. Me refiero a su opcin

    poltica de entender esta arqueologa del capitalismo como una instancia de denuncia y

    crtica radical del sistema social imperante. Mis dudas al respecto apuntan a dos

    aspectos fundamentales: por un lado, la posibilidad de pasar efectivamente de la

    declaracin de principios a la prctica y por lo tanto de generar un verdadero efecto

    social con la investigacin arqueolgica. Luego de ms de 30 aos de que principios

    similares fueran declarados por arquelogos marxistas latinoamericanos en la Reunin

    de Teotihuacan, creo que an son escasos los efectos sociales y polticos que dicha

    arqueologa ha tenido en nuestro medio. Esta no es una crtica al proyecto poltico

    mismo, sino a la eficacia y posibilidad de su implementacin. Me parece que sta es una

    tarea pendiente que implica reflexiones metodolgicas que escapan a la arqueologa

    tradicionalmente concebida y de las cuales Miguel debera hacerse cargo en el futuro.

    Por otro lado, me pregunto si la crtica social propuesta por Miguel contiene en s

    misma la semilla de un nuevo orden posible. Si, dicho de otra manera, es suficiente la

    crtica y las luchas sociales para ofrecer una alternativa al sistema imperante. Si el

    propsito de la arqueologa y las ciencias sociales es el de denunciar, criticar y

    derrumbar. Pero, cmo se construye el orden nuevo? Mis dudas apuntan a la capacidad

    de la filosofa materialista de ofrecer una real alternativa. De hecho, si seguimos las

    propuestas de Criado y Hernando que Miguel asume, debemos llegar a la conclusinque la ideologa marxista slo fue posible en el seno de las condiciones estructurales del

    orden burgus y el tipo de sujeto social promovido por ste. En otras palabras, que el

    materialismo histrico es tambin una filosofa tan profundamente moderna como el

    sistema capitalista, con quien comparte algunos de sus ms fundamentales pilares. No

    estar, por lo tanto, limitado en su capacidad crtica -y especialmente propositiva- por

    los horizontes que le ha definido la propia Modernidad europea? Si esto es as, quizs el

    rol de las ciencias sociales no debe limitarse a la necesaria crtica social sino tambincontribuir a la construccin de un orden nuevo: i) a partir del conocimiento acerca de

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    actividad industrial extractiva), a diferencia de otras formaciones sociales precedentes.

    Sociedades de clases han existido antes del capitalismo, y adems la expresin material

    dentro de este mismo sistema ha diferido hasta hoy. Creo que el punto central en que se

    enfoca la crtica hacia los trabajos precedentes no logra ser del todo superado en el

    sentido que los 6 tems principales propuestos metodolgicamente como dimensiones

    de anlisis, terminan siendo una lista enumerativa de elementos sin un patrn de

    organizacin explcito. Es decir, no queda en claro cual es la especificidad propia del

    capitalismo en cuanto a la configuracin espacial de sus elementos a estudiar. Un patrn

    de explotacin minero a gran escala bajo un rgimen colonial como el caso de Potos

    por ejemplo, podra ser estudiado bajo las mismas dimensiones mencionadas para un

    sistema capitalista. Sin embargo, la clave est en la huella diferencial que dejan.

    Dicha huella est dada por la proporcin, distribucin y asociacin de dichos elementos,

    los cuales se organizarn espacialmente de modo distinto segn cada formacin social.

    An entendiendo que esto es en gran medida un tema emprico cuyo resultado final se

    debe obtener gracias al trabajo de campo en terreno, creo que es necesario asumir

    algunas hiptesis orientadoras al respecto. Bajo los mismos supuestos de la arqueologa

    del paisaje, sera necesario buscar los elementos tericos que nos permitan llegar a

    interpretar las lgicas profundas de ocupacin e intervencin espacial del capitalismo,

    para as poder reconocer luego su huella a travs del trabajo de investigacin

    arqueolgico. Esto dara mayor sustento a las dimensiones mencionadas con un marco

    analtico slido que le d plausibilidad a una investigacin de este tipo.

    En definitiva, creo que como un enfoque preliminar sobre el tema este trabajo es un

    avance importante, el cual ojal pueda encontrar su aplicacin prctica de acuerdo a lo

    planteado.

    -Francisco Rivera (Arquelogo. Universidad de Chile. Becario Programa de

    Cooperacin Bilateral DAAD-CONICYT. Programa de Magster en Arqueologa.

    Suiza).

    Si hay algo que caracteriza a la Arqueologa Histrica en Chile es la escasez de

    reflexiones y propuestas tericas y metodolgicas, no slo en torno a sus definiciones,sino que tambin a sus alcances, perspectivas y aplicaciones prcticas. De ah que el

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    texto de Miguel Fuentes sea un interesante aporte en esa va, destacando el campo

    multidisciplinario por el cual debe recorrer una arqueologa histrica nacional

    interesada en discutir los problemas relativos a nuestro pasado industrial reciente.

    La idea del artculo permite formular algunas reflexiones en cuanto a los vnculos

    especficos entre las fuentes documentales y los restos materiales, y las dinmicas

    sociales y econmicas a las que hacen referencia. De esta forma creo que el trabajo de

    Miguel permite una oportunidad para discutir los contextos de estudio referidos al tema

    industrial/salitrera, y a entenderlos como un espacio multirelacional de diversa ndole

    (espacial, funcional, social, cultural, y en especial, poltico) identificadas entre los restos

    materiales analizados y la informacin documental (y, aunque el autor no lo discute

    detalladamente, tambin testimonial) sobre estas dinmicas. As entonces, el autor nos

    invita a entender la investigacin de la cuestin industrial/salitrera como un contexto,

    as como las relaciones entre los distintos datos como base para la construccin de las

    interpretaciones, por encima del valor intrnseco atribuido a los objetos, relatos y

    documentos por s solos; de ah la interesante crtica del autor a los sesgos

    documentales. En este ltimo punto cabe reflexionar y cuestionar, asimismo, el manejo

    de datos, y la relacin existente entre lo escrito y lo material (y, por cierto, tambin lo

    oral).

    Sabemos que la arqueologa permite un anlisis de las estructuras y condiciones de la

    vida material, verificando o refutando algunas afirmaciones sobre el contexto social,

    empleadas por la historia oficial. No obstante, considerar a la historia como eje de la

    investigacin, a la cual la arqueologa contribuye con antecedentes sobre aspectos no

    accesibles del registro (la arqueologa simplemente como una ciencia auxiliar del

    estudio del pasado reciente) sera un error que frenara su desarrollo en estas temticas.

    De ah la necesidad de desarrollar una investigacin a pequea escala con sus problemas

    de estudio propios, permitiendo as un conjunto sistemtico de vnculos entre el

    individuo, los fenmenos y las estructuras (materiales y mentales) a largo plazo. Las

    transformaciones generadas por un capitalismo de gran escala, pueden buscarse, por

    ejemplo, en aquellos elementos homogeneizantes del espacio social de las oficinas

    salitreras, y discutirse en funcin de su capacidad en la construccin de una identidadpropia, y probablemente tambin de un fuerte sentido de pertenencia (identidad

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    pampina). Se trata, en otras palabras, de aventurarse en el estudio de las especialidades

    (la forma en la cual el orden espacial produce y reproduce un orden social) y su

    relacin, por ejemplo, con los imaginarios colectivos, sustentando el trabajo en las

    estructuras sociales y sus condiciones econmicas particulares; escapando as de la

    perspectiva tecnoeconmica de espacio, que el autor critica, y por cierto, comparto. Lo

    anterior nos lleva a pensar entonces a las relaciones sociales no como el resultado de

    divisiones estticas y fijas (a lo que podra llegar una investigacin meramente

    descriptiva, secuencial y llena de datos inconexos), sino como el efecto de procesos

    (sociales, econmicos, polticos, simblicos) dinmicos que se expresan en lo mental

    (individual) y lo material (social).

    El autor nos permite entender, finalmente, que los restos y datos son, en definitiva,

    expresiones materiales de relaciones sociales particulares, que nacen producto de un

    naciente sistema capitalista. Es por ello que cabe destacar el rol que juega la

    materialidad (y su conjunto de datos asociados) en reproducir relaciones de clase en este

    contexto capitalista (personalmente prefiero el uso, metodolgicamente ms amplio, del

    trmino gramsciano clases subalternas). Concuerdo, en ese sentido, por su bsqueda

    de una propuesta terico/metodolgica que vaya ms all del tradicional enfoque sobre

    aspectos tecnolgicos y productivos de la minera industrial, poniendo ms bien nfasis

    en las dinmicas sociales, que las fundan y luego reproducen. Rescato, en ese sentido,

    primero, la iniciativa de Miguel de reevaluacin y crtica de los planteamientos hasta

    ahora esgrimidos entorno al problema salitrero, y su propuesta de indicadores para

    entenderlo, aunque creo deben ampliarse las variables, y sobretodo, lograr su aplicacin

    para que puedan pulirse en base a la experiencia del trabajo de campo, y segundo, el

    carcter poltico de estas propuestas, situando una arqueologa histrica nacional crtica

    y contingente.

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    Cuaderno Nmero 1.

    Estado inka, Ayllu y Paradoja estructural en la zona de San Pedro de

    Atacama. El caso de Catarpe-este.

    -Osvaldo Silva (Historiador, Universidad de Chile. Master of arts in Anthropology,

    Universidad de Temple, Estados Unidos).

    En general me pareci un trabajo que demuestra haber sido producto de una

    investigacin y reflexin sobre el tema, aunque habra sido ms valioso haber revisado

    los originales de los autores citados y haber consultado otros que estn cerca de la

    interpretacin en que se afirma el redactor de este trabajo. Me refiero especialmente aWaldemar Espinoza Soriano. Por lo dems, el trabajo descansa demasiado en las

    lecturas que hizo Uribe.

    En el resumen noto algunas afirmaciones que podran haberse precisado. La

    reciprocidad y la redistribucin fueron prcticas utilizadas en las relaciones entre las

    comunidades desde mucho antes que se estableciera el imperio o estado inka. Estos

    ampliaron dichas prestaciones mediante el incremento de las superficies cultivadas y elalmacenamiento en las colcas estatales. Por otra parte las estructuras sociales se

    modificaron ms que debilitarse.

    Las aclla y los yana representan un tipo social que solo pudo darse en el rea andina: se

    les quitaron las tierras y pasaron a tener que vivir en la de otros, las panacas reales,

    convertidos en servidores perpetuos, condicin heredada por sus hijas simplemente

    porque no tenan dnde cultivar sus alimentos. Creo que escapan a la catalogacin de

    proto esclavos pues no se les maltrataba, vendan o mataban. Algunos, incluso, eran

    recompensados por sus servicios con bienes a los que difcilmente podan acceder los

    hombres comunes. Debo destaca que John Murra desecha la adscripcin de las

    poblaciones yana a categoras sociales propias del mundo occidental.

    Catarpe efectivamente no tiene las trazas de un pukara como se demuestra en este

    artculo. Basta apreciar el lugar donde fue emplazado. Mas parece una especie de tambo

    para albergar a quienes cumplan con la mita militar, intentando conquistar por la fuerza

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    a las poblaciones de los oasis atacameos, cuyos habitantes se haban refugiado en el

    casi inexpugnable pukara de Quitor.

    Lo que se entiende como gobierno indirecto siempre se estableci en las comunidades

    locales una vez conquistadas. Su curaca pasaba a ser funcionario del estado y algunos

    incorporados a la nobleza por privilegio en retribucin al buen manejo de su

    comunidad: organizacin de las mita, informaciones demogrficas, etc. En esto Uribe

    est bien acertado.

    No estoy muy seguro que en San Pedro de Atacama se halle cermica Saxamar o inka

    pacaje. Habra que demostrarlo.

    En Caspana el sitio Cerro Verde es un pequeo centro ceremonial asociado con la

    extraccin de cobre y la confluencia de dos ros, un tinku, lo que dara, en parte, la

    razn al planteamiento de Uribe.

    -Ernesto Contreras (Antroplogo Social. Universidad de Chile. Magster en

    Antropologa Social. Universidad Catlica del Norte).

    Tal como plantea Miguel Fuentes, la presencia del Incario4 enAtacama se inserta en el

    proceso de expansin a escala continental del Tawa Inti Suyo, planificado

    detalladamente desde el ombligo del mundo. Dicha expansin ocurre en el siglo XV,

    cuando el Inca Tupac Yupanqui consolida la anexin poltica de la regin denominada

    por los quichua parlantes del Cuzco comoAtacama5.

    4El uso del concepto de Incario utilizado en el artculo de Miguel Fuentes es bastante ms acertado que elde Imperio Inca, comnmente empleado en la literatura. En Efecto tal como plantea Mara Rotworosky,en su Historia del Tawantisuyo, en la cspide de la organizacin estatal sociotcnica del Tawantisuyose encontraba el Inca, no el emperador, que es un titulo europeo el cual esta asociado al concepto deimperio.5 Que de acuerdo al cronista de los visigodos que avanzan con Pedro de Valdivia, era el nombre dado porel Inca al territorio Lican Antai. El uso de la denominacin San Pedro de Atacama, es desde este puntode vista restrictiva , puesto que la jurisdiccin espaola de estos territorios, distingui Atacama la Grandey Atacama La Baja, siendo San Pedro de Atacama una denominacin territorial utilizada originalmente

    para referirse a la jurisdiccin parroquial de la Puna de Atacama con asiento en la Localidad de san pedrode Atacama. Para mayores referencias ver:http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2005/contreras_e/html/index-frames.html.

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    El concienzudo control estatal de una red logsticamente articulada de instalaciones

    conectadas por un sistema vial panandino, una ms de 1.500 establecimientos,

    tambos, almacenes, guarniciones militares, centros religiosos, establecimientos mineros

    y fundiciones, factoras de manufacturas y capitales regionales6, entre las que se

    encuentra el sitio arqueolgico conocido como Centro Administrativo Incaico del

    Tambo de Catarpe o Catarpe Este, descrito por el autor.

    El marco de la geografa cultural y el sistema reticular de conectividad vial que utilizaba

    el Incario que, en estricto rigor, es anterior al surgimiento del Tawa Inti Suyo7, confera

    a Catarpe un rol vital en el sistema de comunicaciones entre los establecimientos de la

    Cuenca del ro Salado hacia el Norte (Turi y Caspana) y los ayllus de los oasis de

    Atacama y Peine en el Salar de Atacama y el centro minero y agrcola del incario

    establecido en Socaire.

    Este sistema logsticamente articulado de abastecimiento, tena el soporte de sistemas de

    registro computacional llamados Qipus, que organizaba el abastecimiento del cuerpo

    religioso, burocrtico, militar y del pueblo del incario. El abastecimiento, mantencin y

    sustentacin de este sistema estatal logsticamente articulado, implicaba la planificacin

    y organizacin directa de la produccin y de la mano de obra, lo que a mi modo de ver

    relativizara las tesis de la tributacin negociada con los ayllus Lican Antai.

    Otro argumento que refuerza la tesis de Miguel Fuentes, en el sentido de un control

    directo del Estado Inca es la siguiente noticia de cmo el Inca Tupac Yupanqui hizo

    entrada aAtacama.El viaje del inka habra pasado hasta el ro de la Plata, para dirigirse

    posteriormente, remontando su curso, hasta Chile, llegando hasta lo que pareciera ser el

    valle de Aconcagua. La tradicin oral cuenta que, ms adelante, y en la mismaexpedicin, los destacamentos inkaikos habran avanzado hacia Copayapu y Atacama,

    6 Rodolfo A. Raffino; El Capricornio Inka: La Unificacin Poltica Las Rutas del Capricornio Andino.Huellas Milenarias de Antofagasta, San Pedro de Atacama, Jujuy y Salta; Consejo de MonumentosNacionales.7Los contactos intertnicos y de intercambios haban comenzado a ocurrir siglos antes, pruebas de esto seencuentran desde Peine a San pedro de Atacama y desde Toconce y Caspana hasta Quillagua, en lo que sedenomina fronteras blandas. Francisco Rotthammer et. al., Poblaciones Chilenas. Cuatro dcadas deInvestigaciones Bio-antropolgicas; Editorial Universitaria, Santiago de Chile; 2004 y Muoz Ivn. El

    Inka en la Sierra de AricaRevista Tawantinsuyo. Ver estudio de Virgilio Schiappacasse: Cronologa delInca.Estudios atacameos N 18, pp. 133-140. Universidad Catlica del Norte. San Pedro de Atacama.1999.

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    desde el sur, conquistando ambos territorios. Como los de Atacama eran gente

    guerrera, el inka envi adelante a los de Chile y Copayapu, con quienes tenan contacto

    e intercambio. Una vez en Atacama, Thupak Inka Yupanqui dividi nuevamente sus

    tropas en cuatro partes. Unos salieron por el camino de los llanos y por costa a costa de

    la mar hasta que llegase a la provincia de Arequipa; otros los hicieron por los karankas y

    aullagas; los terceros recorrieron el camino de la derecha, para que desde Atacama

    fuesen a salir a Caxa Vindo y de all se viniesen a las provincias de los chichas.8

    La movilizacin de un ejercito tan formidable y que se desplazaba a velocidades

    inimaginadas por desiertos y cordilleras, con una coordinacin y eficiencia en su

    abastecimiento de pertrechos, y de los caractersticas de los pueblos que sometan slo

    pudo ser posible mediante un estudio previo que permiti el conocimiento del territorio,

    de la ecologa, del clima y de las debilidades de los pueblos subyugados.

    Los historiadores especialistas insisten en caracterizar al Estado Inca como un Estado

    militarizado. Militarizado para garantizar la obediencia de los clanes y pueblos

    sometidos. En efecto, la ocupacin inca fue militar, permitiendo la mantencin de

    acuerdos polticos y econmicos. Adems del amedrentamiento, el poder Inca se

    fundament sobre alianzas matrimoniales con las autoridades atacameas, las cuales

    adems estaban preparadas para este entendimiento, a raz del trfico multitnico

    anterior. Solo as es posible entender la eficacia de la articulacin de los

    establecimientos inca dispersos en el espacio de Atacama, tanto hacia el sur como hacia

    el norte del sitio de Catarpe Este.

    Efectivamente, las evidencias encontradas en el sitio Catarpe Este, con restos de

    fundicin y objetos metlicos, tambin se vinculara con la concentracin de mano deobra atacamea para acumular recursos agropecuarios y mineros, esta vez cerca de las

    minas cuprferas de San Bartolo, Caspana, Abra, etc., en convivencia con los

    funcionarios inkas9.

    8 Martnez, Jos Luis. Entre plumas y colores. Aproximaciones a una mirada cuzquea sobre la punasalada. Memoria Americana N 4, pp. 33-56. Cuadernos de Etnohistoria. Instituto de CienciasAntropolgicas. Facultad de Filosofa y Letras. UBA. Buenos Aires. 1995. pp. 36, 37.9

    Este ltimo dato se extrae del documento Historia del Pueblo Atacameo, incluido en el Informe de laComisin de Verdad Histrica y Nuevo Trato. En este documento (2003) la Comunidad Cientfica, elEstado de Chile y los Pueblos Indgenas, mediante sus organizaciones representativas, suscribieron el

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    Por otro lado, de acuerdo a la evidencia de recientes estudios realizados en el marco de

    la titulacin de las Tierras Indgenas de las tierras de Lican Antai, se viene a reforzar el

    dominio directo sobre las poblaciones locales del rea de estudio. En efecto, en las

    cumbres de los cerros Colorado, Licancabur, Chajnantor, Chiliques y Quimal, que

    bordean la cuenca del Salar de Atacama, adems de encontrarse entierros de momias en

    altura, se han encontrado centros ceremoniales, acopios de lea y restos de enorme

    piras, que se deduce eran encendidas en momentos en que el calendario ritual impuesto

    por los Inca en la zona lo hacan propicio. Restos de cermica Yavi, asociados a los

    centros ceremoniales, hacen suponer que las poblaciones traslocadas por el Inca desde

    el actual noroeste argentino eran quienes ascendan y coordinadamente encendan

    dichas piras ubicadas en las cumbres de los volcanes para denotar el poder del Inka. El

    avistamiento de las columnas de humo desde los poblados Lican Antai, sin duda

    producan la admiracin de los habitantes al poder religioso del Incario. Entonces,

    sumado al poder econmico y militar el Estado Inca, que tambin era un Estado

    Teocrtico, se apoyaba en ciertos trucos para permear el tiempo mtico de las

    poblaciones locales bajo su dominio.

    En conclusin, la centralidad del territorio de Atacama para el Inca no permitiran

    suponer un control indirecto, sino que un poder directo sobre los tres planos de la

    economa, de la infraestructura y de la superestructura ideolgica.

    En conclusin, y apoyando la tesis de Miguel Fuentes, podemos establecer que el nodo

    reticular de Catarpe Este, adems de estar instalado en una garganta que fcilmente

    poda estrangular la economa local, ya que all confluan las rutas que pasaron a

    conformar el Qpaq an y que all se controlaba el agua descontaminada que se

    canalizaba por acueductos que se encuentran la ladera oeste de la quebrada de Catarpe,destinadas a la agricultura y el consumo humano de los oasis de Atacama, sumado a

    eficientes estrategias militares de intimidacin-negociacin, sumado a la m'ita, el

    secuestro de huacas locales y otras instituciones de control poltico de poblaciones

    viene a confirmar el control directo de una economa planificada, inserta en una

    organizacin sociotcnica estatal, donde el control directo y eficiente de los enclaves

    constitua un factor clave para el control y eficiencia

    texto de una historia oficial consensuada, destinada a la reparacin de la deuda Histrica de la Sociedadchilena hacia los pueblos indgenas en Chile.

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    del Estado.

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