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Comentario literario de “Santo de palo” de Pedro Salinas

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Comentario literario de Santo de palo de Pedro Salinas

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Page 1: Comentario de Santo de palo de Pedro Salinas

Comentario literario de “Santo de palo” de Pedro Salinas

Page 2: Comentario de Santo de palo de Pedro Salinas

Manuel López Castilleja

Departamento de Lengua y Literatura Castellana

del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

SANTO DE PALO

¿Quién escogió aquel árbol, de entre todos?

¿Qué mirada, en silencio, dijo: Ése?

¿Qué hacha le libró de la conforme

servidumbre selvática,

de la insensible pena de ser bosque?

Ahora a sus pies

arden las llamas, llamas menudas día y noche;

por cada llama alguien quiere una cosa.

de aquellos mismos campos donde estuvo,

vienen

sus hermanos menores, exquisitas

criaturas, las flores; se le apiñan

allí junto, en los búcaros.

Un hálito que brota de sus cálices,

un frescor que traducen de los cielos,

le dicen delicada-

mente que abril ya llueve.

“Nosotros, pecadores,

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Manuel López Castilleja

Departamento de Lengua y Literatura Castellana

del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

sí, por nosotros reza, pecadores”

Trascendida madera,

si ahora le devolvieran a su suelo,

allí entre sus hermanos arraigados,

que empiezan a echar hoja,

a él, sin raíces, y su tronco,

de oro, todo y colores,

de humanidad, su tronco disfrazado,

sus familiares de antes, vegetales,

con voces de extrañeza le hablarían.

“¿Quién eres tú? ¿Dónde tus ramas, dónde

las hojas que solías?

¿No sientes ya que el viento te hace música?

¿De dónde te sacaron la mirada

y su tristeza? ¿Dónde están tus nidos?

¿Los pájaros, te quieren?

¿Vienen en ti a vivirse, todavía?”

“Nosotros, pecadores,

sí, por nosotros reza, pecadores.”

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Manuel López Castilleja

Departamento de Lengua y Literatura Castellana

del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

Soy santo. Mis raíces

son la vida y la muerte de un hombre de hace siglos.

Soy su carne, sin carne.

Ni mi cuerpo ni el suyo

de pecado supieron; así, iguales.

Mi cielo no es el vuestro, está más alto.

Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan,

hablan bajo; yo entiendo y no los oigo.

Alzan a mí miradas tan profundas

que las siento con algo que no es mío,

que no es vuestro, es de él.

Separado nos han, hermanos vegetales,

ya de tanto rezarme, ya de tanto

quererme. Vuestro hermano aún soy en las entrañas

sordas de la materia primitiva.

De vosotros me siento

cuando el calor de agosto, entre mis fibras

me chasca la pintura. Pero alguien

entre vetas y nudos,

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del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

como los vuestros, que en ceniza acaban,

me ha encendido

arder que no termina, luz de inmortalidad:

me ha puesto un alma.

Susurros suplicantes

allí a mis pies, el aire de los rezos,

ese es mi viento.

Y las almas, ahora, son mis pájaros.

PEDRO SALINAS, Todo más claro

COMENTARIO LITERARIO

El texto que nos ocupa desarrolla un tema de escasa tradición poética en

la literatura española, un tema que podríamos resumir como la transformación

de la materia, expuesto en un poema de corte dialogado, que presenta la

siguiente estructura:

1.- Introducción (1-5).- El poeta pregunta por la tala de un árbol, en

general.

2.- Del verso 6 al 17 hay un primer momento de acercamiento, con un

elemento, las “llamas menudas” que, en principio, poco nos sugieren.

3.- Segundo momento de acercamiento (20-35); aparece la segunda pista,

la “trascendida madera” que podría provocar extrañeza en sus hermanos los

vegetales. Estos versos preludian un hipotético diálogo.

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del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

4.- Diálogo que se produce en los versos 34 a 68 entre la madera, ya

convertida en la persona del santo, y las criaturas de la naturaleza que ya no lo

reconocen.

Entre la 2ª y la 3ª y la 3ª y la 4ª partes se introducen, a modo de

paréntesis, dos versos, los mismos en ambos casos, que sirven de ambientación

acústica, que sitúan al lector en ese ambiente de recogimiento de las iglesias

españolas de una época ya pasada. Son las palabras del Padrenuestro, repetidas

una y otra vez en los rezos del rosario, cita a la que diariamente acudía la

feligresía, especialmente la femenina. Estos versos se constituyen, de esta

manera, en la señal de aviso del paso de un momento a otro en la

transformación de la materia en otra cosa más trascendente.

De los dicho hasta aquí no parece haber dudas de que por el contenido el

poema se desarrolla en tres planos: el del poeta, el de los fieles y el de la madera

trasformada y trascendida.

Desde el punto de vista fonológico-métrico, y en general para todo el

poema, el autor se ha situado en una corriente de libertad y versolibrismo que

había sido retomada por el Modernismo desde el Romanticismo, y que tanto uso

tendrá a lo largo del siglo XX. Sin embargo, y si nos detenemos un poco,

notamos que hay un predominio casi absoluto de verso de once y de siete

sílabas, y unos pocos de catorce y de trece. Aunque muy de lejos podría decirse

que el poeta pretende seguir el esquema métrico de la silva.

Entrando ya en el análisis de nuestro texto, empezaremos refiriéndonos a los

cinco primeros versos que, como se ha dicho, constituyen la primera parte del

poema.

¿ Quién escogió aquel árbol, de entre todos?

¿Qué mirada, en silencio, dijo: Ése?

¿Qué hacha le libró de la conforme

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Manuel López Castilleja

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del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta

servidumbre selvática,

de la insensible pena de ser bosque?

En ellos observamos una tensión emocional que eleva el tono normal de

la elocución con tres interrogaciones retóricas introducidas por tres pronombres

y adjetivos interrogativos; tensión que se refuerza en el frecuente recurso a la

paradoja (‘en silencio dijo’ –2-, ‘¿cuál hacha le libró de la conforme /

servidumbre...” –3,4-, ‘conforme servidumbre’ e ‘insensible pena’ –5-). No

obstante, esta tensión se remansa rápidamente cuando observamos que los

sustantivos tienen un marcado carácter abstracto, que nos introduce ya de

entrada en un ambiente de reflexión, como puede verse con esas preguntas

acuciantes que el poeta se hace a sí mismo. El tiempo verbal en el que nos

situamos es el pasado más alejado.

En los versos que siguen entre el sexto y el verso diecisiete, notamos ya

un ligero cambio.

Ahora a sus pies

arden las llamas, llamas menudas día y noche;

por cada llama alguien quiere una cosa.

de aquellos mismos campos donde estuvo,

vienen

sus hermanos menores, exquisitas

criaturas, las flores; se le apiñan

allí junto, en los búcaros.

Un hálito que brota de sus cálices,

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un frescor que traducen de los cielos,

le dicen delicada-

mente que abril ya llueve.

Ese cambio viene anunciado ya desde el principio con el ‘ahora’. El poeta

deja de usar el pasado para centrarse en el presente de indicativo. Ha cambiado

el tono de la exposición, por tanto. Se empieza por dar a conocer una pequeña

pista por la que imaginarse de qué está tratando el poema. Son las ‘llamas’, cuya

repetición por tres veces sugiere un número mayor de llamas. A continuación se

dice que “por cada llama alguien quiere una cosa”. Avanzamos; ahora ya se

está aludiendo a un sentido religioso, aunque todavía no muy explícito.

Junto a estos elementos el poeta sitúa otros que, en el mismo sentido

religioso, van unidos a los anteriores, las flores: “vienen / sus hermanos

menores, exquisitas / criaturas, las flores [...]”. Están, además, colocadas en

jarrones (‘búcaros’), y su aroma y su frescor anuncian ya la primavera:

Un hálito que brota de sus cálices,

un frescor que traducen de los cielos,

le dicen delicada-

mente que abril ya llueve.

Es una poesía ésta que va entrando por los sentidos, sobre todo por el de

la vista y el olfato. Y poesía de los sentidos era la que desarrollaron los autores

de principios de siglo, especialmente los modernistas y los autores de la

Generación del 27.

Estos versos presentan un gran equilibrio en el uso de sustantivos y

verbos, con un ligero predominio de la clase nominal sobre la verbal. La

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adjetivación es escasa. Importa sobre todo lo esencial. Cuando aparecen los

adjetivos lo hacen con un claro valor especificativo, que al poeta le interesa

resaltar: “llamas menudas”, “aquellos mismos campos”, “exquisitas criaturas”.

El lenguaje se mueve en la atmósfera de lo objetivo.

Por otro lado, la sintaxis sigue una estructura perfectamente normal y

lógica. El hipérbaton está ausente, lo que nos transmite un ambiente de reposo

y relajación, que puede reforzarse con el uso de paralelismos:

Un hálito que brota de sus cálices,

un frescor que traducen de los cielos,

La exposición nos lleva ahora a los versos 20-35 que, como ya dijimos,

pueden subdividirse en dos partes claramente diferenciadas. Por un lado, los

versos 20-28; y por otro, del 29 al 35. Comencemos por los primeros:

Trascendida madera,

si ahora le devolvieran a su suelo,

allí entre sus hermanos arraigados,

que empiezan a echar hoja,

a él, sin raíces, y su tronco,

de oro, todo y colores,

de humanidad, su tronco disfrazado,

sus familiares de antes, vegetales,

con voces de extrañeza le hablarían.

El verso 20 es importante en el desarrollo del tema. La madera se ha

trascendido, es decir, el árbol del que hablaba en los primeros cinco versos, ha

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sufrido una trasformación y se lo usa para algo distinto a su propia naturaleza,

como luego va a explicar el poeta en los versos que siguen. En efecto el árbol ha

sido transformado en la figura de un hombre, cuyo cuerpo aparece pintado de

oro y colores:

[...] y su tronco,

de oro, todo y colores,

de humanidad, su tronco disfrazado,

Se presenta una trasformación que se pretende reforzar incluso con el

recurso a la sintaxis desordenada, al hipérbaton. Además, el autor juega con el

doble sentido de la palabra ‘tronco’ (tronco de árbol y tronco del cuerpo del

hombre esculpido, un juego semántico muy del gusto de la lírica de cancionero

del XV, de la que bebe la mística española y cuyas posibilidades aprovecharán

los poetas barrocos adscritos al conceptismo. Y éstos, a su vez, influyen

poderosamente en la poesía del 27, de Guillén, Aleixandre, Salinas, etc.

El poeta no expone en estos versos tan solo la transformación del árbol,

sino que además plantea la hipótesis de una imposible vuelta “a casa” de esta ya

“trascendida madera” con el uso del pretérito imperfecto de subjuntivo (“si

ahora le devolvieran a su suelo”). Pero, claro, ya no tiene raíces, frente a “sus

hermanos arraigados”. Como es natural, esto provocaría la estupefacción de

éstos y “con voces de extrañeza, le hablarían”.

Algo llama la atención en este ramillete de versos: el autor ha tomado la

tradición y la ha vuelto del revés. Sabido es que la poesía del 27, a la que ya

hemos hecho mención más arriba, vuelve sus ojos a la poesía de los Siglos de

Oro para tomar temas e inspiración; sabido es que nuestros poetas de los Siglos

de Oro tratan el tema mitológico con bastante asiduidad. En los mitos

observamos asombrosas transformaciones de hombres y de mujeres en árboles

(Dafne en laurel, por ejemplo). Pues bien, el poeta lo que transforma aquí es un

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árbol en figura humana, algo que no se habrían atrevido a hacer aquellos poetas

áureos.

Esa extrañeza, esa estupefacción de la que hablamos antes se va a

manifestar en los versos siguientes en continuas interrogaciones retóricas, ocho

en total. Se vuelve a elevar el tono normal de la elocución, como había ocurrido

al principio, en los cinco primeros versos:

“¿Quién eres tú? ¿Dónde tus ramas, dónde

las hojas que solías?

¿No sientes ya que el viento te hace música?

¿De dónde te sacaron la mirada

y su tristeza? ¿Dónde están tus nidos?

¿Los pájaros, te quieren?

¿Vienen en ti a vivirse, todavía?”

Recurriendo al tópico literario del “Ubi sunt?”, “sus familiares de antes,

vegetales” manifiestan su sobrecogimiento y estupefacción. Todas la preguntas,

excepto una, están relacionadas con su anterior estado como vegetal; le

preguntan por sus ramas, por las hojas, por el viento que al moverlas producía

un sonido especial, por los nidos y por los pájaros. Solo una de ellas habla de su

estado actual: “¿De dónde te sacaron la mirada / y su tristeza?” con una clara

hendíadis que hace resaltar aún más los dos términos en contacto. De esta

manera, sobresale la tristeza y se contrapone a la alegría que desprenden los

árboles frondosos.

Y no debemos olvidar la primera pregunta que da paso a todas las demás:

“¿quién eres tú?”. Desde un punto de vista estilístico poco tiene que comentarse

de estos versos, a no ser el hecho de que provocan un desequilibrio, un nuevo

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desajuste, un momento de emoción y de subjetividad dentro de una exposición

caracterizada por el predominio de lo objetivo, centrado en lo esencial; de ahí,

el uso predominante del sustantivo y del verbo en todos estos versos, como ya

había ocurrido en la segunda parte.

Por último, llegamos a los versos que van desde el 38 al 64, en los que ya,

por fin, encontramos la solución al enigma planteado. Es la clave interpretativa

de todo el poema:

Soy santo. Mis raíces

son la vida y la muerte de un hombre de hace siglos.

Soy su carne, sin carne.

Ni mi cuerpo ni el suyo

de pecado supieron; así, iguales.

Mi cielo no es el vuestro, está más alto.

Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan,

hablan bajo; yo entiendo y no los oigo.

Alzan a mí miradas tan profundas

que las siento con algo que no es mío,

que no es vuestro, es de él.

Separado nos han, hermanos vegetales,

ya de tanto rezarme, ya de tanto

quererme. Vuestro hermano aún soy en las entrañas

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sordas de la materia primitiva.

De vosotros me siento

cuando el calor de agosto, entre mis fibras

me chasca la pintura. Pero alguien

entre vetas y nudos,

como los vuestros, que en ceniza acaban,

me ha encendido

arder que no termina, luz de inmortalidad:

me ha puesto un alma.

Susurros suplicantes

allí a mis pies, el aire de los rezos,

ese es mi viento.

Y las almas, ahora, son mis pájaros.

Ahora sabemos que la madera está trascendida porque el árbol se ha

convertido en hombre y este hombre es un santo. Él va a responder aquí no solo

a las preguntas que le hacían los vegetales, sino también a las que le hacíamos

nosotros mismos, los lectores.

Con ese “soy santo” observamos que se ha vuelto a producir otro cambio,

se concreta y empiezan a cobrar sentido pleno todas aquellas ‘pistas’ que ha ido

difuminando el poeta a lo largo de la composición. Nuevamente se centra en lo

esencial; nada de entretenerse con adjetivaciones inútiles y que no interesan al

desarrollo del tema.

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En el verso 24 se decía que la madera trascendida no tenía raíces. Ahora,

en el 38, el propio santo de madera responde: “... Mis raíces son la vida y la

muerte de un hombre de hace siglos.” Usa aquí el poeta la perífrasis ‘de un

hombre de hace siglos’ en lugar del sentido recto, ‘Jesús’. Y, como ya ha hecho

en ocasiones anteriores, en el 40 recurre a la paradoja: “soy su carne, sin

carne”. Estos elementos, situados en un contexto de religiosidad nos lleva al

uso que de ellos hacía la mística española allá por el siglo XVI-XVII. Ya ha

quedado dicho con anterioridad. El escritor está expresando, valiéndose del

propio santo, algo que, como el lenguaje místico, tiene difícil explicación. Por

eso, nada se concreta; por eso, todo queda, como ya advertíamos, en una

atmósfera de indeterminación: “Mi cielo no es el vuestro, está más alto” (v. 43)

Del 44 al 48 notamos una acumulación de verbos y una casi absoluta

ausencia de sustantivos, lo que da a estos versos un aire de celeridad, de

dinamismo, que pretende reflejar ese movimiento de entrada y de salida de los

fieles que acuden a una capilla cualquiera a rezarle al santo.

Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan,

hablan bajo; yo entiendo y no los oigo.

Alzan a mí miradas tan profundas

que las siento con algo que no es mío,

que no es vuestro, es de él.

Nuevamente se dan en estos versos la paradoja y la perífrasis, el rodeo,

para expresar una experiencia que no es común, que solo experimentan unos

cuantos elegidos: “Yo entiendo y no los oigo” es el ejemplo de paradoja; “algo

que no es mío,/ que no es vuestro, es de él”, es un circunloquio que trata de

expresar la esencia divina. La insistencia en la repetición de estructuras

sintácticas es también propia de este tipo de lenguaje que intenta referirse a

algo que no tiene explicación lógica.

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Hay algo en estos versos que ya venía apareciendo a lo largo del poema,

pero ahora cobra especial intensidad: el uso reiterado del pronombre en casi

todas sus formas y funciones. Es el poder evocador del lenguaje lo que nos lleva

a pensar en un poeta como Pedro Salinas, una de las cumbres de la poesía del

27.

“Separado nos han” dice en el verso 49, con ese hipérbaton que reincide

aún más en la idea expuesta en esas palabras. Esta expresión nos habla de una

involuntariedad por parte del santo; parece querer decir: nos han distanciado,

porque los hombres “ya de tanto rezarme, ya de tanto / quererme” nos han

querido separar, pero yo sigo siendo uno de vosotros en el fondo: “Vuestro

hermano aún soy en las entrañas / sordas de la materia primitiva”.

Parémonos un poco en estos rezos de los fieles. Ya advertimos, cuando

hicimos la estructuración del texto en cuatro partes, que eran precisamente

estas oraciones de los fieles las que iban determinando los pasos sucesivos en la

transformación de la materia:

“Nosotros, pecadores,

sí, por nosotros reza, pecadores”

Estos versos eran como hitos o ejes que iban estructurando el desarrollo

del tema. Pues bien, esta misma idea aparece ahora: “separado nos han [...] /

ya de tanto rezarme, ya de tanto / quererme...” Notamos una vez más el

sentido de unidad con que el poeta ha construido su composición; nada queda

aislado. Todos los elementos quedan imbricados en la estructura del poema.

El propio santo, a pesar de sentirse hermano de sus congéneres los

vegetales, no puede renunciar a su nueva condición, y claro está, intenta

establecer una relación entre su mundo originario y aquello en lo que se ha

convertido. De esta manera todo queda en perfecta armonía. Así, “alguien”

(Dios) le ha dado la vida (“me ha encendido / arder que no termina, luz de

inmortalidad: / me ha puesto un alma”), con lo cual ya puede asemejarse a los

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vegetales que en primavera están floreciendo, dando vida a la naturaleza. Ahora

su viento, por el que le preguntaban en el verso 31, es “el aire de los rezos”, “los

susurros suplicantes”; y, por fin, los pájaros son las almas que vienen a pedir

ayuda y consuelo.

En resumen, en todo el poema aparecen dos fuerzas, un antes y un ahora,

un pasado y un presente, que si en algún momento aparecen separados y hasta

enfrentados (vv. 20-35), finalmente son presentados en armonía.

El poeta ha ido, como hemos venido diciendo, de lo general a lo

particular, haciéndonos pasar por los distintos momentos de la transformación,

pero sin dejar nada claro del todo hasta el final, en donde se dan las claves para

la interpretación de todo el poema, recogiendo los elementos que han ido

diseminándose por todo el texto y dándoles el sentido pleno al final. En cierto

modo, está siguiendo el autor la técnica de la “recolectio”, tan usada ya por

Góngora en el barroco y del que tanto han tomado nuestros escritores del 27: ir

desperdigando ciertos términos por la composición, para terminar

recogiéndolos y dándoles un sentido.

Concluyendo, estamos ante un tema nuevo, o mejor, ante un nuevo

tratamiento poético de un tema muy utilizado en nuestros Siglos de Oro, pues lo

que se nos presenta es una transformación del revés, no de humano en vegetal,

sino de vegetal en humano. Así tenemos la impresión de estar frente a algo

totalmente nuevo. El poema presenta un tono y un ritmo poético que nos

induce a situarlo en el siglo XX, más concretamente en la poesía anterior a la

guerra civil. La causa no hay que buscarla tanto en el uso de la libertad métrica,

ya utilizada en el Romanticismo, sino en el tono poético que se transmite, con

una serie de audacias que el Romanticismo no se habría permitido. Podríamos

hablar, como ya hemos adelantado en algún momento del desarrollo de nuestra

exposición, de una corriente neopopularista que se dio en la poesía española de

los años 30, en la que cualquier elemento, por insignificante que fuera, era

digno de ser asunto poético.