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colección enséñanos a orar Presentación La colección está pensada para ayu- dar al lector en su oración personal. Los distintos títulos abordan temas clásicos para su meditación ante el Señor tomando como base principal- mente el Evangelio, la Palabra de dios. Ficha Técnica: formato: 11 x 16 cm. Extensión: 70-100 pags. color: portada color, interior 1 tinta encuadernación: rústica, hilo acabado: plastificado tapa www. cobelediciones.com

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colección enséñanos a orar

Presentación

La colección está pensada para ayu-dar al lector en su oración personal. Los distintos títulos abordan temas clásicos para su meditación ante el Señor tomando como base principal-mente el Evangelio, la Palabra de dios.

Ficha Técnica:

formato: 11 x 16 cm.Extensión: 70-100 pags.color: portada color, interior 1 tintaencuadernación: rústica, hiloacabado: plastificado tapa

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

Señor mío y Dios mío

Antonio Iniesta

La oración en voz alta

Este libro es continuación de aquel otro titulado “Que me ves, que me oyes”.

Hablar con Dios es algo más sencillo de lo que parece. Hablar con Dios es poner el corazón y la cabeza en las cosas de Dios, abrirle el alma como se le abre a un amigo, a un padre o a una madre. Hablarle de tú a tú, de corazón a corazón, con sinceridad de vida, sin querer ocultarle nuestra pobre condición humana, nuestros pecados, nuestras miserias… y tampoco nuestras alegrías y nuestras preocupaciones.

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5 Señor mío y Dios mío

ÍNDICE

1. Introducción 7

2. El primer mandamiento 11

3. Rogad, pues, al Señor, que mande operarios a su mies 25

4. “Quiero, queda limpio” 41

5. “No tenían lugar para ellos en la posada” 55

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colección enséñanos a orar27

“Que me ves, que me oyes”. Eso es lo que he repetido en la oración introductoria de este rato de conversación contigo, Jesús. Sé que estas ahí, en el Sagrario, que me ves, que escuchas todo lo que tengo que decirte, que mis cosas te impor-tan y quieres saber cómo estoy, qué me pasa, cuáles son mis preocupaciones, y mis alegrías y mis tristezas. Por eso te pido que hagas más real esa otra frase que he repetido hace unos segun-dos: Creo firmemente que estas aquí. Y ahora, antes de empezar este rato de oración, vuelvo a decírtelo con palabras mías: Señor, a pesar de mi poca fe, creo que tú estas en el Sagrario, que eres el mismo Dios que creó el mundo y la tierra, y que dio vida a mis padres y me dio la vida a mí. Creo que en ese pequeño trozo de pan está el mismo que nació en Belén y el mismo que hizo

Rogad, pues, al Señor de la miés que mande trabajadores a su mies

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28Antonio Iniesta

cantidad de milagros. No otro, no una represen-tación, no un espíritu indefinido o un ser medio friki medio divino que me hace sentirme bien. Sé que tú eres Dios en ese pequeño trozo de pan. Y lo creo porque eres tú quien lo ha dicho y eso me basta. Mi fe es fe en ti, fe en tu palabra, confianza en que no me engañas ni me la cuelas porque sé que me quieres. Ayuda tú mi falta de fe, mis dudas que aparecen de vez en cuando, mi rebeldía interior que me lleva a no creerme del todo que esto que digo es cierto de verdad. Y ahora, antes de empezar, vuelvo a decírtelo de verdad: Creo que eres tú, creo que eres Dios en la Hostia Santa, y lo creo mas firmemente que lo que puedan ver mis ojos o sentir mis sentidos. Yo creo en ti, Dios mío y eso esa es la seguridad más grande que puedo tener.

Madre, mamá, madre mía. Ayúdame Tú, Vir-gen pura, a creer de verdad a tu hijo, fortalece mi fe, sé tú mi escudo contra las tentaciones de fe que a veces me asaltan. Haz que me fie de tu hijo al ciento por ciento. Y aprovecho ahora para hacer un acto de entrega. Aquí me tienes para lo que quieras. Quiero ser buen cristiano, quiero ser buen hijo de Dios aunque muchas veces mis actos digan lo contrario. Tú ya sabes cómo soy, ya sabes que soy un poco pufo de tío aunque me encante dar el pego ante los demás y vaya de guallón por la vida. Es pura fachada y ante ti no puedo disimular. Me siento muchas veces

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29 Señor mío y Dios mío

un tonto de capirote, un tío que sabe muy bien lo que tiene que hacer para estar cerca de Dios pero que muchas veces prefiere su egoísmo, sus placercillos, su soberbia de querer tener razón y de justificarse ante los demás. Hasta hay veces que intento engañar a mi conciencia pensando que eso que hago lo hacen casi todos y que tam-poco hay que exagerar esto de la vida cristiana. Que ni soy cura ni lo pretendo y que tampoco hago tan mal las cosas si me comparo con al-gunos de mi clase. Pero sé, Madre mía, que tú a mí me has dado mucho y por eso no puedo en-gañarme pensando que ya vale con lo que hago, que tú lo que quieres de mí es que sea santo, que quiera con locura a tu hijo, que sea buen ejemplo para mis amigos, y eso es lo que mu-chas veces yo no quiero. Por eso ayúdame, ven a apoyarme cuando aparece la tentación, ven a socorrerme cuando me meto por esos caminos que acaban en huerto total y muchas veces me hacen pecar. Sé mi amparo en las tentaciones de impureza porque hay veces que parece que son invencibles y logra que me tome en serio esto de luchar por ser santo. Que sea piadoso, que cuando me arrodille ante el Sagrario le diga una palabra de cariño a Jesús que está en el Sagrario, que asista a Misa con fe y que cuando haga la oración no esté todo el rato del pendiente del reloj para ver cuando se acaba esto. Y quítame ese afán de quedar bien que tengo cuando ha-blo con el cura, porque siempre tiendo a excu-

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30Antonio Iniesta

sarme y muchas veces no quiero hablar con él porque sé lo que me va a decir y no tengo ganas de que me lo recuerden. Y es por pura cobardía, por pura vergüenza de reconocer mis errores y mis miserias. En fin, Madre, tú ya sabes quien soy y en donde me aprieta el zapato. Así que ayúdame, por favor.

Tú, Custodio, lo tienes más fácil porque andas todo el día junto a mí. Que cuando vaya a meter la pata me des un toque y haz que tenga más presencia de Dios. Cúrrate tu sueldo y ayúdame a que cuando pase por la puerta de una iglesia le diga algún piropo a la Virgen, o que cuando vea un crucifijo sepa pedirle perdón al Señor por mis pecados o que cuando me ponga a estudiar sea recio y no me levante de la silla cada cuarto de hora. Venga hombre, que tú puedes hacer un poco más por mí. No me dejes tirado.

Y ahora, Señor, una tarde más, voy a hacer este rato de oración con una parte del Evange-lio:

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfer-medades y todas las dolencias.

Jesús, que buen tío eres (vaya, perdón por lo de tío pero ya sabes que en mi jerga eso signifi-ca buena gente, alguien cercano y en quien con-

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31 Señor mío y Dios mío

fío y eso sé que te gusta oírlo). El Evangelio pone que allá por donde ibas te dedicabas a enseñar el camino de ir al cielo y curando a todos los enfer-mos. No me extraña que tuvieras un buen club de fans porque eras un chollo increíble. ¿Quién no te iba a admirar después de que te dedicaras a ayudar a los demás y a quitarles sus enferme-dades y todo lo que les hacía sufrir? Pues Señor, tú no has cambiado, tal vez los hombres sí, tal vez seamos más egoístas que antes pero tú eres el mismo. Tú sigues diciéndonos a todos cómo ser felices, cómo ir al cielo, tú nos enseñas cómo ser buenos cristianos y buenos hijos de Dios, y sigues, hoy, curando nuestras enfermedades y nuestras dolencias. Tu poder no ha disminuido, la pócima de tu botella no está acabada. Lo que ocurre es que yo te lo pido pocas veces, soy yo el que huyo de tu ayuda, de tu palabra y sólo me acuerdo de ti cuando quiero que me arregles un problema a toda leche y sin preguntar.

Ya veo que tengo que ser más humilde. Sólo rezan los humildes, los que se fían de Dios y no de uno mismo, los que saben que tú puedes ayudarles y por eso te buscan con insistencia. Si yo me fiara más de ti, Señor… Es que a veces –tal vez muchas veces– sólo me acuerdo de ti cuando llegan los problemas de verdad, pero en el día a día funciono a mi bola, a mi interés y de ti apenas me acuerdo. Y no te cuento cuando llegan los fines de semana. Parece que enton-

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

Meditar el Evangelio

Enrique Cases

La oración como un personaje más(Vol. 1)

Meditar el Evangelio a través de los personajes que en él van apareciendo. Este es el fin de este libro. Ayudarte en tu diálogo personal con Dios, para que de verdad tu oración sea un encuentro con Cristo que nos habla y nos interpela.

Leer el Evangelio es algo muy distinto al mero dejar pasar unas páginas. Ser un personaje más, adentrase con valentía dejando que Dios vaya marcando los pasos de nuestra vida.

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5 Meditar el Evangelio

ÍNDICE

1. Introducción 7

2. El centurión de Cafarnaúm 9

3. el centurión, un verdadero hombre 15

4. Los ciegos y la luz 27

5. Cinco mil más cuatro mil 37

6. Los endemoniados 45

7. Los dos de Emaús recuperan

la esperanza 55

8. Herodes veleidoso, impuro y cruel 67

9. Nicodemo, el buscador de la verdad 77

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4Enrique Cases

Aquel centurión vivía en Cafarnaúm como Pedro, Andrés y el paralítico. Pero sus circuns-tancias eran muy diversas. Era un gentil y ade-más militar –hoy diríamos que pertenecía al ejercito ocupante–, mandaba la guarnición del lugar. Muchos pasan por la vida sin enterarse de lo que sucede a su alrededor, van a sus co-sas, buscan su interés y nada más, no sucedió así con el centurión. Lo que estaba pasando en Cafarnaún no le fue indiferente a este militar. Ve los milagros, escucha los comentarios de los habitantes del lugar, se entera de lo que suce-de, quizá pregunta. Y actúa como un hombre de bien.

El centurión, como buen militar, tiene dos ideas muy claras: jerarquía y disciplina, sin ellas

El centurión de

Cafarnaúm02

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5 Meditar el Evangelio

su mundo sería un caos; y por eso cuando abor-da a Jesús tiene muy presente ese estilo de len-guaje y de conducta: está pidiendo un milagro, lo cual probablemente es contrario a las orde-nanzas, pero lo pide sin perder el talante cas-trense.

Para empezar, en realidad no pide nada, sólo expone la enfermedad de su criado: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes, como si diera el parte esperando órde-nes, no tiene que decir más, un superior no se equivoca.

La respuesta del Señor se adapta al estilo del militar: Yo iré y le curaré. Los dos se debían mi-rar frente a frente. Sus miradas reflejan confian-za y lealtad. El centurión sabe que, si es posible y conveniente, Jesús hará el milagro. El Señor lee en el alma de un hombre bueno y se alegra.

Los que les rodean hacen una recomendación: merece que le concedas esto, porque ama a nues-tro pueblo y él nos ha edificado la sinagoga, es como decir: te puedes fiar de él. Jesús agradece estas palabras, pero mira el fondo de aquel hom-bre, y ve algo tan bueno que llega a decir de él ante todos: en verdad os digo, en ninguno he en-contrado tanta fe, o como precisa Lucas ni aún en Israel he encontrado tanta fe.

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6Enrique Cases

Y junto a la fe la delicadeza, pues dice a Je-sús: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi cria-do quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mí sier-vo: haz esto y lo hace.

El centurión pronunció estas palabras, no porque no desease ver a Jesús en su casa, sino porque no quería comprometerle haciéndole blanco de las críticas de los judíos observantes por entrar en la casa de un gentil. Es una mues-tra de delicadeza que Jesús sabe apreciar.

La hombría de bien de aquel hombre se hace patente. Su modo externo de expresarse es el de un militar. Evoca sus mandatos sobre la centu-ria e insinúa el poder de Jesús como mayor que el suyo. Sus palabras revelan un interior delica-do y atento a los detalles. Más de una vez ha-bría experimentado los desprecios de los judíos por su condición de extranjero, y vería como las relaciones con sus convecinos se limitaban a lo externo. Pero la fe en el Dios verdadero se intro-dujo en su vida como la semilla en la tierra bue-na. Es verdad que no basta esa capacidad perso-nal: nadie se salva sin la gracia de Cristo. Pero si el individuo conserva y cultiva un principio de rectitud, Dios le allanará el camino; y podrá ser

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7 Meditar el Evangelio

santo porque ha sabido vivir como hombre de bien.

Jesús advierte la calidad de este hombre y lo alaba públicamente: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan gran-de.

Luego dirigiéndose a los que le rodeaban dijo con fuerza: Y os digo que muchos en Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

La fe y la hombría de bien del centurión es ocasión para que Jesús recuerde que la salva-ción es para todos los hombres sin distinción de raza o de nación. La vida eterna dependerá de la respuesta en la conciencia, y si no se rechaza el pecado no será suficiente aducir que se perte-nece al pueblo elegido, sino que serán reos del infierno. La falta de fe de muchos de los israeli-tas de aquellos tiempos se produjo sin duda por no conservar ese principio de rectitud humana que sí poseía el militar romano.

Como refrendo de sus palabras Jesús realiza el milagro, y dirigiéndose al centurión le dijo:

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8Enrique Cases

Vete ya, que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado. Aquel hombre era el símbolo de la gran cosecha, las primicias de los gentiles, de la salvación de Dios que se dirige ante todo al judío, pero que se abre al griego, al romano y al universo.

Nosotros admiramos la fe del centurión y seguimos usando sus palabras en la comunión conscientes de que no han perdido su brillo con el paso de los siglos. San Agustín comenta que al tenerse por indigno de que Cristo entrara en su casa, fue tenido por digno de que Cristo entrara en su corazón. Son una declaración de humildad y de realismo. ¿Quién es suficien-temente digno de recibir en su casa al mismo Dios? ¿Cabe pensar que recibir a Jesús es hacer-le un favor? No somos dignos, pero Él no nos rechaza sino que nos busca. “Este centurión afortunado vería, además sus palabras, con-vertidas en diálogo eucarístico de la espera de los cristianos a lo largo de los siglos. Su casa se convertiría el el símbolo de todo corazón que espera a Jesús. Cuando llegó a ella se encontró con su fe convertida en alegría”.

Jesús se maravilló ante el centurión, el Hijo de Dios se admira y se sorprende, se conmueve, lo cual da idea de la grandeza moral de aquel hombre. Bueno es desear que también se ma-

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

El Test de la entrega

Simón Sagastibelza Lugo

Hablar con Dios sobre lo que quiere de ti

Saber lo que Dios quiere de ti es una de las cuestiones más importantes en la vida de un cristiano. Ahora bien, llegar a ese conocimiento no es tarea fácil. Descubrir la propia vocación es, muchas veces, una tarea ardua y difícil, no exenta de interrogantes y dificultades.

El autor te propone una ayuda eficaz para indagar en tus disposiciones interiores. Dejándote a solas en ese diálogo íntimo con Dios, de tú a Tú, podrás hablar con Él sobre los motivos que mueven tu vida y esos anhelos que Dios mete en el alma de todo cristiano.

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5 El Test de la entrega

ÍNDICE

1. Introducción 7

2. “Llamó a los que Él quiso

y ellos se acercaron a Él”. 13

3. “Para que estuvieran con él”. 39

4. “Para enviarlos a predicar”. 49

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42Simón Sagastibelza Lugo

¿Soy consciente de que lo mejor en la vida es la cercanía de Dios?

“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pue-blo llamado Emaús, que distaba sesenta esta-dios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mien-tras ellos conversaban y discutían, el mismo Je-sús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mien-tras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jeru-salén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros su-mos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres

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43 El Test de la entrega

habían dicho, pero a él no le vieron.» El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesa-rio que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuan-do por todos los profetas, les explicó lo que ha-bía sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de se-guir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardien-do nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Es-crituras?» Y, levantándose al momento, se vol-vieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos25”.

Otra experiencia que nos vuelve a dar la ra-zón del gozo de estar con el Señor. Estos hom-bres, después de haber visto a Jesús morir en la cruz, tienen la sensación de que todo está acabado; han perdido toda esperanza, donde habían gastado todas sus energías se ha desva-necido, ya nada tiene sentido en sus vidas. Y la consecuencia es evidente: están tristes. Cuando

25 Lc 24, 13-33.

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44Simón Sagastibelza Lugo

uno consciente o inconscientemente se aleja de Dios, pone todas sus esperanzas en cosas cadu-cas, su vida no tiene el relieve sobrenatural que da estar con Jesús, entonces se apodera de uno la tristeza.

Por el contrario, cuando Jesús sale a nuestro encuentro, le abrimos el alma de par en par, y Él se mete en el corazón y toma posesión de el, entonces la alegría es completa y podemos de-cir como Cleofás y su compañero: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explica-ba las Escrituras?” Tras el encuentro definitivo con Jesús, tras el sí eterno que le podemos dar, no hay obstáculo que nos impida dar a nuestra vida un sentido pleno.

Juan Pablo II sigue aconsejándote en este sentido, Él lo tuvo muy claro porque lo experi-mento durante su larga vida:

“Por esto os digo a cada uno de vosotros: es-cuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice “Sígueme”. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor! Te pide que optes por él. ¡La opción por Cristo y su mo-delo de vida; por su mandamiento de amor!26”

26 Juan Pablo II, palabras pronunciadas en Boston (Estados Unidos) el 1.10.1979.

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

La infancia de Jesús

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Tomás Trigo

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Orar con el Evangelio

El Evangelio es el libro más importante que existe.Es un mensaje de Dios a cada uno de nosotros.Y un mensaje de Dios no se puede leer como un mensaje cualquiera.Un mensaje en el que Dios nos revela que ama al hombre y su plan para salvarlo, convertirlo en su hijo y abrirle las puertas del Cielo. Todo esto exige leerlo con mucha atención y dar una respuesta.Y en eso consiste hacer oración: en escuchar a Dios que nos habla a través del Evangelio y responderle.

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5 La infancia de Jesús

ÍNDICE

0. Introducción 7

1. El Hijo de Dios se hace hombre 9

2. Un ángel comunica a José que María es la Madre del Salvador 17

3. María visita a su prima Isabel 25

4. El nacimiento de Jesús en Belén 33

5. Los pastores reciben la noticia del nacimiento del Salvador 41

6. La presentación de Jesús en el Templo 49

7. La adoración de los magos 57

8. La huida a Egipto 67

9. El Niño Jesús en el Templo 75

10. Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia 81

11. La vida ordinaria en Nazaret 87

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colección enséñanos a orar9

El ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María.

Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo:

-Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo.

Ella se turbó al oír estas palabras, y conside-raba qué significaría esta salutación. Y el ángel le dijo:

-No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el

El Hijo de Dios se hace hombre

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10Tomás Trigo

Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.

María dijo al ángel:

-¿De qué modo se hará esto, pues no conoz-co varón?

Respondió el ángel y le dijo:

-El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo, será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible.

Dijo entonces María:

-He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel se retiró de su presencia.

María: por medio de Gabriel, Dios te comuni-có tu misión: ser la Madre de Cristo.

Después de preguntar lo que debías pregun-tar, tu respuesta fue inmediata: hágase en mí lo que Dios quiere. Y gracias a tu sí generoso, el Hijo de Dios se hizo hombre, nuestro Salvador vino al mundo para hacernos hijos de Dios.

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11 La infancia de Jesús

Madre mía, quiero agradecerte de todo cora-zón tu entrega sin condiciones a los planes de Dios. Porque gracias a tu “hágase”, se abrieron para la humanidad las puertas de la vida eterna. Gracias a tu sí, yo soy hijo de Dios e hijo tuyo.

Quiero ser más agradecido contigo. Y quiero tratarte siempre como a una Madre, con con-fianza e intimidad de hijo.

* * *

Madre mía, desde toda la eternidad, Dios te eligió para una misión maravillosa: ser su Ma-dre. Cuando te lo hizo saber, respondiste con una entrega absoluta: Hágase en mí según tu palabra.

También a mí me ha elegido Dios, antes de venir al mundo. Me lo dice el Señor en la Sagra-da Escritura: Nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin man-cha en su presencia, por el amor; nos predes-tinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo (Ef 1, 4-5).

No he nacido por azar, no he sido arrojado a la existencia por un ser impersonal y sin corazón. No estoy en esta vida “porque sí”. Soy fruto del amor infinito de Dios, y Él tiene un plan para mí.

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12Tomás Trigo

Desde antes de la creación del mundo, Dios pensó en mí y en cada uno de los hombres y qui-so nuestra existencia. Y, al mismo tiempo, nos eligió para que fuéramos sus hijos”.

Lo que ahora quiere de mí y de todos es que vivamos como hijos, no como extraños, tratan-do de imitar y seguir a su Hijo Jesucristo.

Ayúdame tú, Madre, a responder con todas mis fuerzas a esta elección divina.

* * *

Jesús, Tú has venido al mundo para una gran misión: salvar a todos los hombres, devolvernos la amistad divina, hacernos hijos de Dios. Para eso naciste en Belén, trabajaste en Nazaret y nos enseñaste el camino de la Vida. Y después dejaste que te clavaran en la Cruz, resucitaste al tercer día, subiste a los cielos y nos enviaste al Espíritu Santo.

Pero la gran misión que has venido a realizar todavía no ha terminado, y por eso nos llamas a colaborar contigo para llevarla a término. Nos dices que somos la luz del mundo y la sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-14). Y a través de San Pablo, nos recuerdas que somos tus colaboradores (cf. 1 Co 3, 9). Quieres que te ayudemos a hacer un

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5 Rezar con Juan Pablo II

ÍNDICE

Introducción 7

1. DIOS TE AMA CON LOCURA DE PADRE 9

2. LA ORACION DE LOS HIJOS DE DIOS 15

3. DIOS Y EL SUFRIMIENTO DEL HOMBRE 23

4. RECONCILIATE CON DIOS 33

5. AMAR LA SANTA MISA 41

6. EVANGELIZAR A TODAS LAS GENTES 45

7. NO TENGAS MIEDO A LA CRUZ 55

8. LA VIRGEN MARIA ES TU MADRE 63

9. SIN CARIDAD NO LLEGARÁS A DIOS 73

10. PAZ INTERIOR Y PERDON 83

11. EL SECRETO DE LA FELICIDAD 89

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colección enséñanos a orar23

En el Evangelio es posible encontrar la res-puesta satisfactoria a todos los interrogantes que agobian al hombre.

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Una vez Jesús, hablando a una gran muche-dumbre, les dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y vuestras almas hallaran descanso.» Estas palabras iban dirigidas a todos nosotros, pero adquieren un significado parti-cular para los enfermos y ancianos, para todo el que se sienta «agobiado».

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Si os halláis solos humanamente, Cristo está con vosotros para devolveros la confianza y ali-

Dios y el sufrimiento del hombre

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24Antonio Pérez Villahoz

viar vuestro dolor, al indicaros que ese dolor es útil para la Iglesia entera, pues ésta necesita confrontarse continuamente con el padecimien-to humano para vivir su fidelidad a Cristo.

También aquí, en esta casa y en este país, ha-brá personas que se pregunten: ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora precisamente? ¿Por qué mi mujer, mi padre, mi hermano, mi amigo? To-das estas preguntas son muy comprensibles. Pero yo quisiera plantearos hoy otra pregunta que puede conducir más lejos. Es una pregun-ta que arranca la espina mortal de todo aque-llo que se puede ocultar tras el sufrimiento y la enfermedad como un elemento absurdamente destructor o contrario a la misma vida. Se trata de la pregunta no sólo sobre el «por qué», sino el «para qué». Al «por qué» no nos puede responder nadie sobre la tierra. Por el contrario, la pregunta para qué me ha sido impuesto este sufrimiento puede abrirnos nuevos horizontes.

Dios Padre escucha y atiende nuestros por-qués como escuchó el lamento de Job, como acogió el grito de dolor y el «por qué» de Jesús en la cruz con su abandono confiado. Su respuesta no es la que podríamos esperar; tampoco es la explicación que los hombres han dado frecuen-temente del sufrimiento cuando veían en él un castigo de sus faltas o, cuando de no rebelarse, sólo podían resignarse al fatalismo

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25 Rezar con Juan Pablo II

Ante este misterio del sufrimiento las pala-bras de Isaías resultan sumamente elocuentes: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos, oráculo del Señor. Como el cielo es más alto que la tierra, mis cami-nos son más altos que los vuestros; mis planes, que vuestros planes.» Ciertamente se pueden aplicar estas palabras al camino del sufrimien-to.

******

Un sufrimiento soportado con paciencia se convierte en cierto modo en oración y en fuente fecunda de gracia. Por ello quiero pediros a todos vosotros: convertid vuestras habitaciones en capi-llas, contemplad la imagen del Crucificado y pedid por nosotros, ofreced sacrificios por nosotros.

******

No habéis sufrido, o sufrís, en vano: el dolor os madura en el espíritu, os purifica en el co-razón, os da un sentido real del mundo y de la vida, os enriquece de bondad, de paciencia, y —oyendo resonar en vuestro espíritu la promesa del Señor:

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados»— os da la sensación de una paz profunda, de una alegría perfecta, de una esperanza gozosa.

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26Antonio Pérez Villahoz

Sabed dar un valor cristiano a vuestro sufri-miento, sabed santificar vuestro dolor con con-fianza constante y generosa en Él, que consuela y da fuerza. Sabed que no estáis solos, ni separa-dos, ni abandonados en vuestro vía crucis.

Aceptad vuestro sufrimiento como si fuera su abrazo, y transformadlo en bendición; acep-tadlo, junto con Él, de las manos del Padre, que precisamente de ese modo opera vuestra perfec-ción, con una sabiduría y un amor insondables pero indudables.

El sufrimiento es en cierto modo el destino del hombre, que nace sufriendo, pasa su vida en aflicciones y llega a su fin, a la eternidad, a tra-vés de la muerte, que es una gran purificación por la que todos hemos de pasar. De ahí la im-portancia de descubrir el sentido cristiano del sufrimiento humano.

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Bien sé que, bajo el peso de la enfermedad, todos sentimos la tentación del abatimiento. No es raro preguntarnos con tristeza: ¿por qué esta enfermedad?, ¿qué mal he hecho yo para recibirla? Una mirada a Jesucristo en su vida te-rrena y una mirada de fe, a la luz de Jesucristo sobre nuestra propia situación, cambia nuestra manera de pensar. Cristo, Hijo de Dios, inocen-te, conoció en la propia carne el sufrimiento. La

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

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Antonio Pérez Villahoz

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Un guión para no perderse

¿Y de qué hablo en mi dirección espiritual? Una pregunta como ésta nos surge a todos ante el hecho no tan simple de contar a otro nuestra intimidad, nuestros defectos, nuestras luchas y todo lo que engloba la vida de un cristiano.

Te proponemos aquí un modelo de los temas para tu conver-sación con el sacerdote o con ese amigo con el que compartes, para que te ayude, tu lucha diaria de cristiano.

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¿Y de que hablo enmi dirección espiritual?

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5 ¿Y de qué hablo en mi dirección espiritual?

ÍNDICE

0. Introducción 7

1. ¿Qué es la dirección espiritual? 11

2. Claves del éxito 21

3. Un guión para no perderse 35

4. Textos sobre la dirección espiritual 57

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Muchos sabemos que hablar con el sacerdote o con una persona de confianza hace mucho bien a nuestra alma, y que si somos sinceros y dóciles, y además constantes y con un buen espíritu de examen, entonces nuestra dirección espiritual va por buen camino. Ahora bien, en ocasiones no sabemos de qué hablar, no se nos ocurren los temas y acabamos contando nues-tra última preocupación de esa mañana o nos sometemos a una batería de preguntas de un tercero que ni antes hemos pensado, ni sabe-mos muy bien cómo responder.

Por eso, de lo que se trata es de saber qué temas puedo tratar en mi dirección espiritual Aquí ex-

Un guión para no perderse

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ponemos un breve guión orientativo, con el fin de que te sirva de pauta para tu charla espiri-tual. No pretende ser más que una falsilla que te ayude precisamente para eso: no perderte.

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colección ENSÉÑANOS A ORAR COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

Bajo el manto de la Virgen

Jesús Arregui Garbizu

La oración personal junto a María

La Virgen es nuestra Madre, es tu madre... Pocas veces, en tan pocas palabras, se pueden decir cosas tan grandes y tan definitivas en la vida de un cristiano.

Para amar más a la Virgen, hay que tratarla más. Y esto es lo que te proponemos en este libro. Que al amparo de la Virgen puedas repasar los hitos más importantes de tu vida personal. Y así, sentirte seguro, sentirte amado, sentirte querido y sentirte comprendido bajo el manto de la Virgen, bajo la mirada amorosa de tu Madre del Cielo. Hablando con Ella, tratándola, confiando en Ella..., tú lo podrás todo.

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5 Bajo el manto de la Virgen

ÍNDICE

0. Introducción 7

1. Vocación 9

2. Fe 17

3. Humildad 27

4. Caridad 37

5. Pobreza 49

6. Pureza 59

7. Obediencia 69

8. Trabajo 79

9. Sacrificio 87

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colección enséñanos a orar27

“María exclamó:-Proclama mi alma las grandezas del Se-ñor,y se alegra mi espíritu en Dios mi Salva-dor: porque ha puesto los ojosen la humildad de su esclava;por eso desde ahora me llamarán bien-aventuradatodas las generaciones.Porque ha hecho en mí cosas grandesel Todopoderoso,cuyo nombre es Santo;su misericordia se derramará de genera-ción en generaciónsobre los que le temen.Manifestó el poder de su brazo,

Humildad3

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28Jesús Arregui Garbizu

dispersó a los soberbios de corazón.Derribó de su trono a los poderososy ensalzó a los humildes.Colmó de bienes a los hambrientosy a los ricos los despidió vacíos.Protegió a Israel su siervo, recordando su misericordia,como había prometido a nuestros padres,Abrahán y su descendencia para siempre.” (Lucas 1, 46-55).

La Santísima Virgen en el encuentro con su prima Santa Isabel prorrumpe en alabanzas al Señor con el cántico del Magnificat. Es el reco-nocimiento y agradecimiento a un Dios cercano a los hombres que muestra sus entrañas de mi-sericordia: “Su misericordia se derrama de ge-neración en generación… Desplegó el poder de su brazo… Ensalzó a los humildes… A los ham-brientos los llenó de bienes.

Pero también este cántico expresa la docili-dad y la humildad de nuestra Madre. Dios en-salza a María porque antes había vivido en la humildad. Ella al aceptar la voluntad divina se declaró a sí misma esclava: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Como nos decía Juan Pablo II: “Es precisamente en el Magnificat donde se vislumbra la experiencia personal de María, lo que Ella verdaderamente siente y quiere.”

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29 Bajo el manto de la Virgen

Aunque Dios nos ha hecho hijos no debería-mos olvidar que por ser criaturas lo que nos co-rrespondería era ser siervos y esclavos. Nosotros no somos nada. Es más, en nuestro caso, la rea-lidad ignominiosa del pecado acrecienta esta distancia infinita que separa a Dios del hombre. El Santo cura de Ars a una de sus penitentas le decía: “Hija mía, no pida usted a Dios el conoci-miento total de su miseria. Yo lo pedí una vez, y lo alcancé. Si Dios no me hubiese sostenido hubiera caído al instante en la desesperación. Quedé tan espantado al conocer mi miseria que enseguida pedí la gracia de olvidarme de ella. Dios me escuchó, pero me dejó la suficiente luz sobre mi nada, para que entienda que no soy ca-paz de cosa alguna.”

¡Cuánto habrá que esperar para que el hom-bre se de cuenta de su inutilidad! Porque al me-nor descuido volvemos otra vez a encaramarnos al podio de los vencedores. Todos deseamos su-bir, ascender, ganar. Y si nos conceden un ga-lardón nos llenamos de orgullo. Como decía un valeroso general: “A Cristo, el mejor de los hom-bres, le bastó con una cruz. A nosotros no nos basta; necesitamos una gran cruz para creernos alguien.” La soberbia es el primer pecado capi-tal, raíz y causa de todos los demás males. Fue la causa de la perdición de nuestros primeros padres, fue el detonante que provocó la exaspe-ración de los escribas y fariseos contra el Señor,

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