chinguizja nprimero (genghis kan)

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CHINGUIZ JAN POR V. G. IAN. Novela Ediciones “Escritor Soviético” Moscú 1956 Traducción por Serguei A. Bocharov Kaliniak Santo Tomé. Corrientes Argentina 2005-2006 1

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Page 1: Chinguizja nprimero (Genghis Kan)

CHINGUIZ JANPOR

V. G. IAN.

Novela

Ediciones “Escritor Soviético”Moscú1956

Traducción por Serguei A. Bocharov KaliniakSanto Tomé. Corrientes

Argentina2005-2006

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Aclaraciones del traductor.

Al traducir este libro del ruso al español me propuse respetar la fonética de los nombres propios y otras palabras que utiliza el autor y que no son de origen ruso, si bien están escritas en ese idioma. Por eso las escribí en español tal cual suenan dejando de lado la costumbre impuesta en numerosos países de habla hispana, que escriben esas palabras en su versión inglesa.

Si bien las personas que leen, en general las pronuncian como los de habla inglesa, en realidad para un lector hispano, si se atiene al idioma, la pronunciación (fonética) de la palabra alteraría en mucho la expresión correcta.

Veamos los siguientes ejemplos:Estamos acostumbrados a escribir Genghis Khan. Si lo pronunciamos en

inglés correctamente, esto sonará como Chinguiz Jan. Lo mismo ocurre con la palabra shah, que se pronuncia shaj, con el nombre de la ciudad Bukhara, que se pronuncia Bujara y así sucesivamente.

Consideré correcto españolizar esos términos y es por eso que el lector, tal ves encuentre alguna dificultad en reconocer palabras o nombres árabes, persas o turkmenos, que conoce perfectamente, pero escritas a la inglesa.

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¡SALAAM1! LECTOR.

“El halcón en el cielo es impotente sin alas. El hombre en la tierra es vulnerable sin caballo”.

Todo lo que ocurre tiene su motivo, un extremo de una cuerda trae consigo el otro. Un camino correctamente elegido, a través de la llanura del universo conduce al errante al destino apuntado, pero un error, un descuido, lo llevarán a la desierta salina de la perdición.

Si a un hombre le es dada la ocasión de observar algo extraordinario, como ser la erupción de un volcán, que destruye una población floreciente, la insurrección de un pueblo sometido contra un gobernante omnipotente o la irrupción en las tierras nativas de un pueblo desconocido y salvaje, todo esto, el testigo debe volcarlo al papel. Pero si el no está iniciado en el arte de enhebrar con su pluma las palabras de una crónica, entonces, debe relatar sus recuerdos a un escriba competente para que éste vuelque lo dicho sobre buen papel para legado de nietos y biznietos.

El hombre que viva acontecimientos tremendos, si los calla, se asemeja a un avaro que, envolviendo en su capa un tesoro, lo entierra en un lugar desolado, cuando la fría mano de la muerte ya roza su frente.

Sin embargo, afilando la cañita de mi pluma, mojándola en la tinta, me entró la indecisión… ¿Tendré fuerza y palabras suficientes para relatar con veracidad acerca del implacable exterminador de pueblos, Chinguiz Jan y su fiera hueste?

Terrible fue la invasión de estos salvajes de los desiertos del norte, cuando a la cabeza de sus tropas cabalgaba su amo de roja barba, cuando sus iracundos guerreros, sobre sus infatigables caballos, pasaron como un relámpago sobre los pacíficos valles de Maverannagr2 y Jorezm3, dejando sobre los caminos miles de cadáveres destrozados a sablazos, cando cada instante daba origen a nuevos horrores y la gente se preguntaba espantada: “¿ Volverá a brillar nuevamente el cielo diáfano, ahora cubierto por el humo de las poblaciones incendiadas o ya llegó el fin del mundo?”.

Muchos me pedían escribir todo lo que sabía o había oído sobre el Chinguiz Jan y la irrupción de los mongoles. Durante mucho tiempo estuve indeciso… ahora he llegado a la conclusión de que mi silencio no beneficia a nadie y me decido a describir la mayor desgracia, jamás vista, que se ha descargado sobre la humanidad toda, pero especialmente sobre los pacíficos labriegos de tus campos, ¡Oh! Atormentado por las desgracias, Jorezm.

Aquí mi verbo se interrumpe, para no saltar muy lejos. Los ancianos confirmarán que todo lo que escribo ocurrió en realidad.

“El constante y paciente verá el buen fin de la obra comenzada, el que busque conocimiento lo encontrará…”.

1 Salaam, saludo de bienvenida árabe. Los antiguos escritores de esa lengua iniciaban así sus escritos.2 Maverannagr: región ubicada entre los ríos Amu Daria y Sir Daria, actual Turquestán3 Jorezm: Era el estado (persa) que existía en el bajo curso del Amu Daria. En el siglo XIII Jorezm encabezaba un enorme territorio, desde el mar de Aral, hasta el golfo pérsico.

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Libro Primero

En el gran Jorezm todo está tranquilo…

Primera parte

En la capa del derviche

Capítulo Primero

El Halcón Dorado

Nuestra tierra habitable seasemeja a una vieja capa descolorida. Es una isla rodeada por todos lados del océano infinito.(De un antiguo manual árabe)

Durante la primavera temprana, una tardía tormenta de nieve azotó los inmóviles barjanes1 de la gran llanura Kara Kum. El viento golpeaba violentamente los ralos y retorcidos arbustos que asomaban de las arenas. Los copos blancos de nieve se arremolinaban sobre la tierra. Una decena de camellos se apretujaba desordenadamente al lado de una cabaña de adobe, de techo en forma de cúpula. ¿A donde se metieron los guías de la caravana? ¿Porque los arrieros no bajaron los pesados bultos y no los colocaron alineados sobre el suelo?

Los camellos levantaron sus cabezas peludas, cubiertas de nieve, sus tristes sollozos confundiéndose con el ulular del viento. A lo lejos repiqueteó una campanilla…Los camellos voltearon en esa dirección. Apareció un burro negro. Tras el, aferrado a su cola, avanzaba penosamente un hombre barbudo, envuelto en una larga capa, tocado con el alto bonete de los derviches2, con la blanca cinta que distinguía a los peregrinos de La Meca

-¡Camina! ¡Camina! Diez pasos mas y tendrás tu ración de paja. ¡Mira mi fiel amigo Bekir, lo que hemos encontrado! Donde hay camellos están descansando sus amos y

1 Barján: duna movediza.2 Derviche: palabra persa que significa pordiosero. Los derviches eran una casta especial. Se congregaban en comunidades a la cabeza de las cuales había un jefe o sheik. Usaban capas especiales, cubiertas adrede con numerosos parches multicolores y atados a la cintura con una cuerda, en lugar de cinto, símbolo de pobreza voluntaria. Originariamente había entre ellos notables estudiosos y poetas, dedicados a la filosofía. Mas tarde, se fueron convirtiendo en zánganos sociales, explotadores de la ignorancia popular, curanderos, adivinos, charlatanes y vendedores de talismanes y demás chucherías.

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seguramente los sirvientes ya han encendido el fuego. ¿Acaso donde se reúnen junto al fuego diez hombres no habrá un puñado de arroz para uno más? ¡Ea! ¿Quien está aquí? ¡Creyentes contestad!-

Nadie contestó. El cencerro atado al cuello del camello guía, emitió un sordo tañido por estar rajado.

Apurando al burro, con la nieve pegada en todas partes, el viajero rodeó lentamente el edificio que tenía una cerca baja de adobe. La puerta, con un dibujo artísticamente tallado en la madera, estaba apuntalada con un palo. Detrás de la cabaña, en una especie de patio rodeado de dunas, se alineaban filas de tumbas silenciosas, cuidadosamente arregladas con piedritas blancas y negras.

-¡El derviche Jadzhi Rajim el Bagdadí os saluda, durmientes del sueño eterno, venerables habitantes de este silencioso valle!- Farfullaba el viajero atando al burro bajo el alero de cañas.

- ¿Donde está el custodio de esta silenciosa asamblea? ¿Estará en la cabaña?Desmenuzó un pedazo de pan y poniéndolo en un bolso multicolor, el derviche lo

ató a modo de morral a la cabeza del burro.- Te doy, mi fiel amigo, los últimos restos de comida. Tú la necesitas más. Si no

nos congelamos esta noche, mañana me seguirás arrastrando. Mientras que yo, me entibiaré con los recuerdos del calor que sentimos en la bendita Arabia.

El derviche retiró el palo y abrió la puerta. En el medio de la cabaña, donde habitualmente arde el fuego, los tizones apagados estaban cubiertos de ceniza. El techo se proyectaba en cúpula hacia lo alto, terminando en un orificio para el humo. Contra una pared, en cuclillas, estaban sentados cuatro hombres.

-¡Paz, bienestar y libertad!- Dijo el derviche, pero no obtuvo respuesta. Avanzó un paso. La inmovilidad, el mutismo y la palidez de los sentados lo obligaron a retroceder vivamente hacia la puerta y deslizarse fuera.

-Jadzhi Rajim, no debes quejarte. Cuatro muertos esperan ser envueltos en sus mortajas y tú, aunque pobre y hambriento, aún eres fuerte y puedes vagar por los interminables caminos del universo… A tu lado hay toda una caravana que perdió a su amo. Con solo quererlo podría yo convertirme en el amo de estos camellos, con su rico cargamento. Pero para un buscador de la verdad, un derviche, nada de esto es necesario. Permaneceré pobre y continuaré mi camino cantando. Sin embargo debo apiadarme de las pobres bestias.

El derviche revisó los camellos, desató las correas, los ubicó uno al lado del otro y los arrodilló. Entre los bultos encontró una bolsa de cebada y volcó unos puñados del cereal frente a cada animal.

- Si alguien alguna vez pregunta si Jadzhi Rajim hizo en su vida un acto de bondad, estos camellos contestarán a coro “En una fría tormenta, el derviche nos alimentó, salvándonos de morir congelados “.

Toda la noche pasó el derviche acostado sobre un fardo de cañas, pegado al lomo de su burro, que dormitaba tranquilamente echado sobre sus patas encogidas. Por la mañana el viento disipó las nubes y en el oriente apareció el sol.

Viendo los rosados rayos deslizarse sobre las tumbas el derviche se levanto de un salto.

-En camino, Bekir ¡Adelante!Cargando al burro con el resto de la cebada, el derviche echó una mirada dentro de

la cabaña. En lugar de cuatro hombres sentados contra la pared, quedaba solo uno. Sus ojos

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de color castaño, estaban abiertos, la mirada opaca, sin parpadear.-¿Donde se habrán metido los demás muertos? ¿Habrán vuelto a sus tumbas? No,

Jadzhi Rajim no desea permanecer aquí; seguirá su camino a las ciudades de Jorezm, allí donde hay mucha gente alegre, donde fluye la conversación de los sabios, fresca como la leche y la miel.

-¡Ayúdame, verdadero creyente!- Musitó una voz ronca. Al sentado se le movió la barba ondulada.

-¿Quién eres?- Majmud.-¿Eres de Jorezm?- Tengo un halcón de oro….-¡Oh!- se sorprendió el derviche.- El creyente, en trance de muerte, piensa en su

halcón: ¡Bebe agua!El hombre bebió con dificultad unos tragos de agua, de una botella de calabaza. Sus

ojos errantes se detuvieron sobre el derviche.- Fui malherido… Los bandoleros de Kara Konchar1…Tres de mis acompañantes

esperaban un amargo final, alguien tranco la puerta y no podíamos salir…Si tú, verdadero creyente, abandonas a otro en la desgracia, esto es peor que el asesinato…Así dice el “libro santo”2…

Sus dientes castañeteaban con un temblor febril, su mano, implorante se tendió hacia el derviche y cayó exhausta. El hombre cayó sobre un costado.

Jadzhi Rajim desabrochó la vestimenta de lana del herido. Sobre su pecho se abría una oscura herida de la que manaba sangre.

-Hay que parar la hemorragia. ¿Con que podría vendarlo? Al lado del hombre estaba caído un grueso turbante blanco, artísticamente

enrollado. El derviche comenzó a desenvolverlo. De la suave muselina cayó una lámina ovalada de oro. El derviche la levantó.

Sobre ella estaba finamente estampado un halcón con las alas extendidas y grabada una inscripción con extraños caracteres, semejando una fila de hormigas corriendo por su caminito.

El derviche meditó un poco y miró atentamente al herido.- Sobre este hombre se ve el reflejo de las llamas de futuras grandes conmociones.

He aquí el secreto de este muerto resucitado - musitaba el derviche. - Esto es una “paitzá”3

del gran kaján4 de los tártaros. Debo guardar este halcón de oro; se lo devolveré al herido, cuando recupere la razón y las fuerzas- y diciendo esto el derviche ocultó la lámina de oro entre su ancha faja.

Pasó mucho tiempo ocupándose del herido, vendando su pecho con la fina muselina del turbante. Luego salió de la cabaña, hizo levantarse a uno de los camellos y lo arrimó a la puerta. Hizo que el animal se arrodillara, trajo al herido y lo sentó entre las jorobas peludas, atándolo con cuerdas.

1 Kara Konchar: espada negra.2 Se refiere al Corán, obra religiosa escrita por el fundador de la religión musulmana, el profeta Mahoma o Mahomed (570-632 DC)3 Paitzá: lámina metálica de madera sobre la cual se gravaban los mandatos del Chinguiz Jan. Es al mismo tiempo un pase para transitar libremente en los dominios mongoles. Poseer una otorgaba grandes derechos: las autoridades del lugar debían otorgar toda clase de apoyo, caballos, guías y provisiones al que la portaba.4 Kaján: Jan de Janes (rey de reyes). El emperador de mongoles y tártaros

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Cuando el sol se elevó sobre las dunas, el derviche marchaba sobre la nieve que se estaba derritiendo, por un sendero de la estepa, apenas marcado. Tras él trotaba, sobre sus pequeños cascos, el burro y más atrás caminaba majestuosamente el alto camello de dos jorobas. Sobre él, se bamboleaba a uno y otro lado el herido, inconciente.

- ¡Adelante Bekir! Pronto llegaremos a Gurgandzh1, donde te espera un fardo de tréboles. Aquí es peligroso. De atrás de las colinas puede asaltarnos el bandido Kara Konchar y me convertirá en esclavo, mientras que a ti te arrancará tu negro cuero… ¡Más rápido, alejémonos de aquí!

1 Gurgandzh (o Urgench) era la capital de Jorezm, ubicada sobre el río Amu Daria, en su curso bajo, posteriormente destruida por los mongoles.

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Capítulo Segundo

En la yurta1 de un nómada

Dzhelal ed Din Mengburni, hijo heredero del shaj2 de Jorezm se hallaba de cacería en las arenas de los Kara Kum. Doscientos bizarros dzhiguitas3, montados sobre caballos seleccionados, escoltaban al joven príncipe. Ellos cumplían una misión secreta, encomendada por el shaj: vigilar que Dzhelal ed Din no traspusiera los límites de Jorezm. Los guerreros marchaban formando un semicírculo sobre la estepa, tratando de encerrar a los dzheiranes (una especie de antílope asiático) y a los burros salvajes contra las laderas de los cerros, donde los sirvientes habían armado, oportunamente, una tienda negra, con el techo blanco y preparaban afanosamente un banquete para todos los participantes de la cacería.

La primavera esparcía sobre las arenas las primeras flores, ralas aún, y bajo un sol enceguecedor se derretían rápidamente los montones de nieve. Al tercer día de la cacería, el cielo se oscureció súbitamente. Desde el norte, desde la estepa de los kipchaks4 comenzó a soplar un viento helado y se precipitó una nevisca.

Dzhelal ed Din, montado en un brioso argamak5, persiguiendo un dzheirán macho herido, se apartó de su comitiva. El veía como el salvaje cabrío rengueaba, volteando de vez en cuando su cabeza con las orejas paradas en señal de alerta. La presa estaba al alcance de la mano. Sin embargo, meneando sus retorcidos cuernos, el dzheirán se alejó a la carrera hacia la estepa. Enojado y empecinado, el príncipe lanzó al galope a su caballo, cubierto de sudor espumoso, sin perder de vista la levantada negra cola de su víctima que huía.

Finalmente el dzheirán fue atravesado de un certero flechazo y atado a la grupa de la montura. Mientras tanto la tormenta de nieve cobraba intensidad, borrando huellas y senderos. Dzhelal ed Din comprendió que se hallaba extraviado y que podría perecer si el mal tiempo se prolongaba unos días. Llevando su caballo por las riendas, comenzó a caminar contra el viento. Se acercaba la noche. Terriblemente cansado el príncipe desenvolvió la gualdrapa de su caballo cubriéndolo con ella y, semi tapado por la nieve, permaneció sentado toda la noche.

A la mañana salió el sol y el viento cesó. La nieve comenzó a derretirse y entre las dunas se formaron pequeños arroyitos. Dzhelal ed Din observó una atalaya de señalización que consistía en un montículo hecho de ramas y huesos. Esta atalaya señalaba el camino en la monótona, como un mar, llanura. El jan se dirigió a ella. En un vallecito arcilloso, entre las dunas arenosas, se hallaban reunidas cuatro yurtas, de aspecto pobre, ennegrecidas por el humo.

1 Yurta: tienda de campaña de los nómades del Asia Central y de Liberia.2 Shaj: Shaj, monarca (persa). El shaj de Jorezm era, a comienzos del siglo XIII el más poderoso de los gobernantes de los musulmanes.3 Dzhiguit: guerrero de las estepas de Asia central y el Cáucaso (voz turkmeno que se generalizó en la región).4 Estepa de los kipchaks: enorme territorio comprendido entre el río Dniepr, en Europa, hasta los Siete Ríos en la actual Siberia, poblado por una numerosa nación nómada, de raíz turca: los Kipchaks. Los rusos los llamaban pólovtsy. Los que pudieron huyeron de la irrupción tártara y se establecieron en Hungría, donde fueron conocidos como Kumantsy. Actualmente en Hungría hay dos regiones habitadas por los descendientes de los Kipchaks: la Gran Kumania y la Pequeña Kumania.5 Argamak: raza especial de caballos de silla en oriente medio.

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El rabioso ladrido de los perros hizo salir de su tienda a un viejo nómada turkmeno. Cerrando con la mano una zamarra o capote que tenía sobre los hombros, hecho de piel de cabra, el viejo se acercó al jinete con dignidad y de manera hospitalaria rozó las riendas.

- Si mi casa no te parece muy pobre entra a ella en paz. ¡Venerable Bek1-Dzhiguit!- dijo el viejo, impresionado por las ricas vestimentas, las bombachas moradas de gruesa seda y sobre todo por el gran garañón moro, solo digno de los sultanes.

- ¡Salaam! ¿Tienes cebada? Te pagaré el doble de lo que vale.- En el desierto el pan vale más que el dinero, pero para el raro huésped, habrá todo

lo que desee. En lugar de cebada tu caballo será alimentado con trigo seleccionado...Desde la yurta cercana llegaba el sonido de una muela manual, sobre la que las

mujeres estaban moliendo harina.- ¡Eh, ustedes ahí, tomen el caballo!Dos mozas, ataviadas con unos largos vestidos rojo oscuros, haciendo tintinear las

monedas y otros adornos que tenían sobre el pecho, salieron corriendo de la tienda, cubriéndose el rostro con un velo semi transparente con el que se tapaban la cabeza. Tomaron de ambas riendas el caballo y se lo llevaron.

El príncipe entró en la yurta. Adentro estaba caldeado. En el centro ardía un fuego de raíces resinosas. Al lado de una pared, sobre un mandil, yacía sobre su espalda un hombre. Su cara gris, tremendamente pálida, con una negra barba y las manos cruzadas sobre el pecho, mostraban elocuentemente la proximidad de su muerte. Su respiración irregular denotaba que aún la vida luchaba desesperadamente dentro de ese cuerpo ya desfalleciente.

A los pies del enfermo estaba sentado un derviche barbudo, con un alto bonete con la blanca venda, símbolo de la jadzhá2. Su cuerpo semidesnudo, estaba cubierto por una gran capa con numerosos remiendos chillones.

- ¡Salaam aleikum!- dijo Dzhelal ed Din y se sentó sobre el mandil, al lado del enfermo. Una mujer esclava, envuelta en ropas hasta los ojos, se arrastró hasta el príncipe y le sacó sus verdes botas, empapadas en agua. Dzhelal ed Din se desabrochó el cinturón de cuero del que pendía un sable curvo y lo puso a su lado.

-¿Quien eres?- le preguntó al derviche.-Juzgando por tus ropas has visto lejanos países.- Ando por el mundo y busco entre un mar de mentirosos las islas de la verdad.-¿Donde está tu patria y a dónde te diriges?- Me llaman Jadzhi Rajim, también el Bagdadí, por haber estudiado en Bagdad. Mis

maestros fueron las más excelentes, bondadosas y sabias personas. He aprendido muchas ciencias, he leído escritos árabes, turcos, persas, y viejos escritos de la antigua lengua de los pahlevi. Pero salvo mis lamentaciones y el peso de mis pecados, no veo otro rastro de mis días juveniles...

El príncipe arqueó una ceja en señal de desconfianza y preguntó:- Entonces... ¿A dónde y a qué vas?- Ando por esta chata bandeja de tierra, que yace entre los cinco mares, visito

ciudades, oasis y desiertos, buscando gente abrazada por el fuego de deseos incontenibles. Quiero ver lo extraordinario e inclinarme con respeto ante los verdaderos héroes y creyentes. Ahora me dirijo a Gurgandzh, la ciudad, según dicen, más opulenta de Jorezm y

1 Bek: título nobiliario entre los árabes.2 Jadzhá: peregrinación a la Meca que realizan los musulmanes para venerar el santuario del Islam.

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del mundo entero, donde he oído que hallaré a sabios poseedores de brillantes conocimientos y a eximios artistas y artesanos, que adornan la ciudad con ejemplar maestría.

-¿Tu buscas héroes que escriben sus hazañas con el sable en el campo de batalla?- preguntó Dzhelal ed Din, quedando pensativo.

-¿Sabrías tu con inflamadas líneas describir las hazañas de un héroe, como para que los mozos y mozas canten tus relatos, para que los repitan los bravos guerreros arrojándose al combate, o los ancianos, dando su último paso hacia la tumba?

El derviche respondió con un poema:

“Aunque rico y famoso en sus cantos es Rudegui1

Yo conozco no menos palabras hermosas.El ciego con sus versos conquistó el mundo

Y yo, canto para mis compañeros de fogón en la estepa”

El dueño de la yurta arrastró dentro al animal cazado por el príncipe. Ya estaba cuereado y eviscerado.

-Permíteme entregar a las mujeres parte de la carne para que te preparen la cena. -¡Servíos todos y todo!- respondió Dzhelal ed Din – Yo no soy el mejor del bek. Yo

soy bek e hijo de un bek, dispongo de mis presas a mi gusto- sacó de su vaina un delgado puñal, recortó del lomo del animal unas cuantas tiras de carne y, ensartándolas en un palito, se puso a asarlas sobre las brasas del fogón.

El dueño de casa entregó la res a las mujeres, sentándose el mismo al lado de su huésped. Acariciándose la barba, comenzó a hacer preguntas de cortesía:

-¿Estás bien de salud? ¿Eres fuerte? ¿Te has calentado? ¿Están sanos tus padres?El jan, respetando las costumbres también hizo algunas preguntas de rigor y luego

dijo:-Que mis palabras no te parezcan ofensivas, pero ¿De quién es esta tienda y donde

me encuentro?Mi tienda está a una jornada de la gran ruta de las caravanas que conduce a la

ciudad de Nessa2y yo, soy un simple nómada, perdido en la gran estepa, conocido por todos como Korkud Chobán.3

Un perro, que gruñía tras la pared de la tienda, comenzó a ladrar furiosamente. Se escucharon gritos, sollozos y llanto. Un ruido de cascos de caballo se acercó y cesó. Una fuerte voz llamó:

¿Quién está en la iurta? ¡Responde, Korkud Chobán!

1 Rudegui: gran poeta del siglo IX, oriundo de la ciudad de Bujara.2 Nessa: en la antigüedad una formidable fortaleza en las proximidades del actual Asjabad. Sus ruinas fueron descubiertas por científicos soviéticos en 1931.3 Korkud Chobán: el pastor Korkud.

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Capitulo Tercero

El dzhiguita de la estepa

El viejo se levantó y salió. Las palabras de la conversación afuera, eran apenas audibles.

-¿Para qué vino el aquí? En un ronco susurro preguntó el jinete. - ¿Tal vez llegó la hora de su muerte?

- Los tres, son mis huéspedes.-- Yo les mostraré que las sentencias de Ala están escritas en sus blancas frentes…- Tú no te atreverás a tocarlos. Y estos, tus cinco nuevos prisioneros, ¿De dónde

son?- Estos son maestros experimentados, médicos y armeros. Iban junto con la

caravana. Yo quería recortarle “las barbas” a esta caravana pero no se de donde, Shaitán1

trajo doscientos dzhiguitas que arreaban dzheiranes para no sé que notable bey. Tuve que abandonar los camellos, los arrieros huyeron y sólo pude capturar éstos cinco. Ahora los remitiré a Merb, donde los venderé a un buen precio.

- ¡Que Alá te asista!El dueño, junto al nuevo visitante, entró en la tienda.El desconocido era joven, alto, de hombros rectos y de cintura delgada. Al costado,

enfundado en una vaina verde de cordobán, pendía un largo sable konchar. Las botas amarillas de gamuza de camello, de tacos finos y altos, un gorro alto y redondo de piel de oveja y un negro y bien cortado chapai2 indicaban que era turkmeno. Esto era confirmado por un rostro de facciones decididas, tez oscura y pómulos salientes.

-¡Acércate al fuego y siéntate!- Invitó el dueño.Sin embargo, el huésped permaneció parado al lado de la entrada. Sus ojos se

abrieron al punto de hacerse tan redondos como los de una lechuza.-¿Quién eres?- Preguntó sin levantar la mirada Dzhelal ed Din.- Un hombre de la estepa.-¿Eres un nómada ganadero o tienes alguna otra ocupación?- Yo corto las barbas a los comerciantes de las caravanas.Semejante respuesta, de acuerdo a las costumbres de la estepa era una grosería. Al

encontrarse junto al fuego con desconocidos, inclusive pobremente vestidos, todos se convierten en iguales. Se intercambian preguntas de cortesía, acerca de la salud, del estado de los rebaños, de los avatares del camino. Era evidente que el turkmeno buscaba pleito.

Dzhelal ed Din levantó los ojos y volvió a bajarlos y sólo movió la comisura de sus labios. ¿Debe acaso un notable jan entrar en discusiones con un simple vagabundo de las arenas?

-El dueño dice que buscas el camino a Gurgandzh. Yo te puedo guiar.- dijo el turkmeno, luego de un corto silencio.

Dzhelal ed Din era valiente, pero su caballo estaba cansado. Aquí el se hallaba fuera de peligro, amparado por la ley de la hospitalidad. En cambio en el camino, este turkmeno lo iría a cazar tal cual el mismo, hace poco, cazaba al dzheirán.

1 Shaitán: Satán, el Demonio.2 Chapai: es un Caftán. Amplio ropaje usado en oriente medio y el Cáucaso por los jinetes de la estepa.

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-Ahora no iré a Gurgandzh- contestó.-¿Y quién es este que gime despidiéndose de este triste mundo?- Es un herido por los bandidos- dijo el derviche- seguramente por obra del

desesperado Kara Konchar. Dicen que esta pantera del desierto no perdona a nadie.-¿Y tu crees que otros no le robarán a Kara Konchar?El derviche respondió:-¿Qué puedo pensar yo, una nuez vacía, empujada por la

estepa por el viento errante?- Kara Konchar vive en una inaccesible y seca salina. Es escurridizo como una

lagartija que se entierra en la arena o como una serpiente que se desliza en el cañaveral. Nadie puede acercársele y el penetra en todas partes.

-El que vive del robo se prepara un gran final: su cabeza será levantada más alto que ninguna, clavada en una pica sobre los muros de Gurgandzh.- dijo Dzhelal ed Din, mientras hacía girar el asador improvisado sobre el fuego.

- Kara Konchar es la sombra de la noche que alcanza al malhechor- continuó el turkmeno,- Kara Konchar es el puñal de la venganza, es la lanza de la ira y la espada que salda las cuentas. Ahora Kara Konchar esta solo. No tiene un hijo o un hermano. Llegará el día en que caerá muerto y el lugar donde se halla su yurta, quedará vacío y solitario ¿Es esto bueno?

- No es alegre- dijo Dzhelal ed Din.- Pero antes, Kara Konchar tenía un padre de barba blanca, bravos hermanos y

tiernas hermanas. Pero cuando el Shaj Muhammed necesita un centenar de caballos, va con sus guerreros kipchaks a nuestras aldeas y toma, no cien, sino trescientos de nuestros mejores potros. A las mujeres les quita sus adornos de plata, aduciendo que en algún lugar, por ahí, alguien asaltó a algún arrogante príncipe kipchak, vasallo suyo. Y cuando, teniendo esposas en palacio, el shaj, con sus kipchaks se lleva nuestra mas hermosa doncella, Giul –Dzhamal, por la que se peleaban cien dzhiguitas, y la retiene en su palacio, convirtiéndola en su esposa trescientos primera. ¿Es esto bueno?

-Esto tampoco es alegre- dijo tranquilamente Dzhelal ed Din- pero el hecho de que cien dzhiguitas permitieron que se lleven a la mejor muchacha en sus narices y sin pelea, esto, sí que está mal…

-En aquel momento nuestros dzhiguitas no se hallaban presentes en nuestro campamento. Los kipchaks son astutos y eligen el momento para llegarnos.

-Escucha mis palabras, dzhiguit- dijo Dzhelal ed Din- tu dices que tenías un padre, hermanos, hermanas, ¿Por qué no están más?

- A mi padre lo capturaron los verdugos del shaj y en la plaza de Gurgandzh, lentamente lo cortaron en pedazos, comenzando por las plantas de los pies. Mis hermanos huyeron al este y al oeste. A mis hermanas las raptaron los jinetes kipchaks y se las llevaron. ¿Acaso esto está bien?

- Esto tampoco está bien- dijo Dzhelal ed Din.-¿Dónde deberé errar bajo el sol? ¿Qué me queda por hacer?Dzhelal ed Din comenzó a hablar acaloradamente.-Si el brillante sable en tus manos, refulge en defensa de tu tribu, si, además de

estos entretenimientos en los caminos de las caravanas, quieres acometer un acto heroico y convertirte en apoyo de nuestro verde estandarte, entonces ven a verme en Gurgandzh y yo te enseñaré a forjar un glorioso nombre.

-Escúchame, bey-dzhiguit, contestó el turkmeno, limpiándose con rabia los labios con la manga- cuando yo llegué a Gurgandzh, sobre mis pasos, como chacales, se arrojaron

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los espías del shaj, los “dzhazús”, pero yo no me entregaré y moriré luchando. ¿Es esto necesario?

- Esto no ocurrirá- dijo Dzhelal ed Din- Cuando te acerques a la puerta occidental de Gurgandzh, verás un jardín con altos álamos. Pregúntale a los porteros: “¿Es éste el nuevo palacio y jardín de Tillaly? ¡Conducidme hasta el dueño!” y les mostrarás esta hoja…

De entre los pliegues de su turbante de muselina, Dzhelal ed Din, extrajo una hoja de papel y se quitó del dedo anular un anillo de oro. Con una rama encendida ahumó el sello del anillo y, mojando con saliva un ángulo del papel, le aplicó el sello. Sobre el papel quedó impreso en hollín un nombre, primorosamente grabado. Arrollando el papel en forma de tubito, lo dobló por la mitad y luego de plancharlo con el puño sobre su rodilla, se lo entregó al turkmeno. Éste tocó con el papelito sus labios y su frente, guardándolo luego en una cajita de cobre para yesca, que pendía de su cinto.

- Yo creo en tu palabra, bey dzhiguit. Iré. ¡Salaam!- y así diciendo, el turkmeno desapareció tras las cortinas de la entrada.

Calladamente el dueño lo siguió. Delante de la yurta en la que, sobre un fuego hervía una gran olla de cobre, sobre la tierra mojada por la nieve derretida, estaban cinco esclavos exhaustos, vestidos con rotosos harapos. Sus brazos estaban torcidos tras sus espaldas, sus cuellos ajustados por cuerdas, atadas al extremo de un lazo de pelo. Al lado de los esclavos estaba parado un alto caballo alazán con un collar de plata, en torno a su arqueado cogote, con las riendas tensamente atadas al borrén de la montura. Allí también estaba arrollado el extremo del lazo que sujetaba a los prisioneros.

El turkmeno montó a caballo.- ¡Adelante, bestias infieles! Si no vais a arrastraros, os sablearé hasta haceros

pedazos y os dejaré como carroña en el camino.Los cinco esclavos se levantaron y comenzaron a caminar penosamente en fila. El

turkmeno alzó el látigo y pronto todos desaparecieron tras la colina. El dueño volvió a la tienda.

- Ilustre huésped, alrededor de cien dzhiguitas aparecieron a lo lejos y se dirigen hacia aquí…

- Lo sé. Estos son los guerreros del shaj que me buscan. ¿Y quién era el hombre con el que recién conversaba?

-Es…- y el dueño continuó en un susurro, como si temiese que el turkmeno regresara – es la pantera de los Kara Kum, la tormenta de la ruta de las caravanas, el famoso bandido Kara Konchar, ¡Que Alá lo juzgue!

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Capítulo Cuarto

Jakim, el de la sentencia justa.

Después de su parada en lo del nómada, Jadzhi Rajim viajó durante dos días por un estrecho sendero, a través del desierto, dirigiéndose al norte, hacia el oasis en el bajo Dzheijún1donde estaban las ciudades y poblaciones del populoso Jorezm. Lentamente trotaba el burrito mientras que el camello lo seguía a paso regular, llevando al mercader herido, que todavía no volvía en sí. El derviche cantaba cánticos árabes y persas y escrutaba la lejanía esperando con ansiedad que aparecieran las pintorescas cúpulas de las mezquitas de Jorezm.

Al tercer día, el angosto sendero trazado entre las dunas, se convirtió en un ancho camino que subía a una elevación rocosa del terreno. Desde allí, se abría a la vista una floreciente y magnífica llanura, cubierta de jardines, quintas, bosquecillos y verdes cuadros de tierra cultivada. Por todos lados, entre los árboles se divisaban casitas de techos planos, grupos de tiendas ennegrecidas por el hollín, y los palacios de los ricos príncipes kipchaks, semejando fortalezas por sus torretas en los ángulos. Aquí y allí, como lanzas afiladas apuntaban al cielo, agudos minaretes, entre los cuales se reflejaban, como el arco iris, los multicolores azulejos de las cúpulas de las mezquitas. Como grandes espejos brillaban los cuadros de tierra arada inundados por el agua del regadío. Sobre ellos caminaban semidesnudos y andrajosos hombres encadenados por los pies.

El derviche se detuvo sobre el cerrito.- He aquí la tierra creada pera ser un paraíso- murmuraba- pero sin embargo se

convirtió en un valle de sufrimientos y lágrimas. Hace quince años he huido de aquí, ahogándome de miedo, mirando hacia atrás como un delincuente. ¿Quién podría ahora reconocer en el derviche, ennegrecido por el sol, a aquel joven que fuera maldecido por el mismo imán2 supremo? Adelante Bekir, pronto haremos noche en la puerta de la capital de todas las capitales, la ciudad mas opulenta entre todas las ciudades del mundo, Gurgandzh, donde reina el shaj de Jorezm, Muhammed, el más poderoso y al mismo tiempo el más maligno de los soberanos musulmanes…

El derviche se puso en marcha nuevamente. En el camino se encontraban cada vez con mayor frecuencia carros de dos ruedas tirados por robustos bueyes de largos cuernos, viajeros de a pié, elegantes jinetes montando caballos soberbiamente enjaezados y campesinos bronceados por el sol, montando escuálidos burros. Por todas partes se oía el mugir de vacunos, el balido de las ovejas y los gritos de los arrieros.

En el primer poblado que cruzó, el derviche fue rodeado de hombres que empuñaban largos bastones blancos.

- ¿Qué clase de hombre eres? Si eres un derviche desinteresado ¿Por que arrastras tras de ti ese camello? Vamos a ver al jakim3, él te leerá tu sentencia de muerte.

El derviche fue conducido a un patio, rodeado de un alto muro de adobe. Sobre la

1 Dzheijún: nombre que tenía el río Amu Daria en el siglo XIII.2 Imán: es el sacerdote musulmán encargado de una mezquita.3 Jakim: gobernante de un distrito. Su significado primitivo era de erudito en leyes.

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terraza, alfombrada con un amplio tapiz, estaba sentado un anciano con las piernas cruzadas. Era muy delgado y recto y vestía un albornoz a rayas. Un enorme turbante blanco, casi níveo, una bien peinada barba cana, una penetrante y severa mirada y sus pensados movimientos, hacían temblar a todos los que comparecían ante él, arrojándose de hinojos. A su lado, encorvado, estaba sentado un escribiente, con una pluma de bambú en la mano, esperaba órdenes.

- ¿Quién eres?- Preguntó el jakim.- Soy el hijo pecador de mi venerable madre, de nombre Jadzhi Rajim el Bagdadí,

discípulo de los santos sheiks1de Bagdad. Ando por los largos caminos buscando afanosamente los rastros de los verdaderos creyentes, ocultos por la fría oscuridad de las tumbas.

El viejo enarcó una ceja, en señal de sospecha y fijó su vista sobre el derviche.- ¿Y quién es ese enfermo sobre el camello? ¿Por qué no tiene turbante? ¿Es un

verdadero musulmán o un infiel? Me dicen que lo has herido, robado y que has vendido todas sus pertenencias. ¿Es cierto esto?

El derviche levantó sus brazos al cielo.- ¡Oh tú, cielo omnipotente, eres mi única defensa! ¡Sorprendido estoy por algún

chismoso que no vive sino de la mentira y de la calumnia! ¡Que le importan de mis esfuerzos y tristezas!

El jakim levantó significativamente hacia arriba el dedo índice y susurró:- Cuéntame la verdad. ¿Qué sabes sobre este enfermo?Entonces el derviche relató su encuentro con la caravana asaltada y sus esfuerzos

para salvar la vida del herido.El viejo se acarició la plateada barba y dijo:- ¿Puede ser que este herido sea un hombre muy grande y su brazo alcance al

mismo sol? Examinaré personalmente al enfermo- y metiendo sus pies descalzos en sus zapatos, bajó de la terraza y se acercó al camello. Los habitantes del poblado lo rodearon gritando al unísono.

- Conocemos a este hombre herido. Es un rico mercader de Gurgandzh, Majmud Ialvach. El camello tiene su marca. Las caravanas de Majmud Ialvach, con doscientos o trescientos camellos, viajan a Tabriz y a Bulgar2 y hasta la santa ciudad de Bagdad.

Habiendo oído a los pobladores, el jakim meditó en silencio, moviendo los labios como si masticara y solemnemente pronunció su sentencia, mientras el escribiente tomaba nota.

“Conforme a que gente que sabe y me merece confianza, manifiesta que el enfermo es el honorabilísimo mercader Majmud Ialvach, de Gurgandzh, ordeno: bajarlo cuidadosamente del camello, acostarlo en mi casa y llamar al médico-tabib para que lo cure cuidadosamente con hierbas curativas. El derviche, que ha realizado un acto de bondad al ocuparse de un creyente herido, puede continuar su camino. Oportunamente deberá ser recompensado por el mercader. En cuanto al camello, como no puede pertenecer al derviche, quedará en mí poder hasta que cure su amo. Por el costo de dictar sentencia judicial y el correspondiente sellado se resuelve que el burro negro, perteneciente al derviche, quede en poder de mi administración.

1 Sheik: cabeza de una congregación religiosa musulmana.2 Tabriz: una gran ciudad en el norte de Irán. Bulgar: rica ciudad comercial y productiva, capital de los búlgaros del Volga. Estaba ubicada en la confluencia del río Kama y el Volga.

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- ¿Has copiado?- le preguntó el jakim al escribiente.- ¡Así es mi señor!El gobernante agregó:- Sabio derviche, toma de mis magros recursos un dijrem1.Jadzhi Rajim tomó la moneda de cobre, se la llevó a la frente y luego a los labios.

Luego, teniéndola en el puño cerrado dijo:- Tu sabiduría es grande ¡Oh! Jakim, el que sentencia justamente. Me has liberado

de mis preocupaciones por el herido, por el camello y por el burro sobre el que no podré cabalgar más, pero tampoco tendré que alimentar. Yo, soy el más miserable de los mortales, semejante a una moneda liviana que resbala de la mano generosa del donante al jarro de madera del ciego. Y si tu generosidad es tan limpia como la plata de tu barba, esta moneda de cobre se transformará en un dinar 2de oro.

Jadzhi Rajim abrió el puño. Sobre la palma de su mano brillaba un dinar de oro.. En verdad te digo, venerable jefe, que la tierra que pise tu pié, jamás verá el

fracaso de una cosecha.Jadzhi Rajim cerró su mano nuevamente en un puño y permaneció inmóvil. El

gobernante y todos los presentes miraban en silencio al apretado puño del derviche y luego entre sí, totalmente boquiabiertos.

- Yo le di un dijrem negro de cobre. Lo recuerdo perfectamente. Pero recién todos ustedes vieron en su mano un dinar de oro- dijo el jefe. Y con una velocidad que nadie esperaba del siempre parsimonioso anciano, el jakim se arrojó sobre el derviche aferrándolo de la mano.

- ¡Devuélveme el dinar de oro! ¡Con él debes pagar los gastos judiciales!Jadzhi Rajim abrió el puño y el jefe arrebató la moneda, pero ésta era otra vez el

negro dijrem de cobre. El jakim, recobrando su altivez, se sopló sobre los hombros y ceremoniosamente ascendió a la terraza.

Jadzhi Rajim se acercó al asno, le sacó sus alforjas, las cruzó sobre su hombro y sin voltearse se dirigió hacia Gurgandzh, gritando a toda voz el llamado de los derviches:

¡Ya-gu-u, Ya-iak! ¡Da ilahi Allah!3

Capítulo Quinto

1 Dijrem: moneda de plata cuyo valor, aproximadamente, hoy, sería equivalente a veinte centavos de dólar. El dijrem negro de cobre valía unos dos centavos de dólar.2 Dinar: moneda de oro que, aproximadamente, equivaldría a diez dólares en nuestros días. (1956)3 Esta es una expresión árabe, común de los derviches que significa: “Si, el es justo, no hay más Dios que Alá”.

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El querido portón

“Todo está como era hace muchos años atrás, pensaba Jadzhi Rajim, apoyándose sobre un alto muro de adobe, de una desierta callejuela de Gurgandzh. Las mismas casitas de techo chato, entre árboles de damasco y moreras, de la misma manera, en el cielo turquesa se remontan bandadas de blancas palomas y más alto aún, sobre ellas, con sus lúgubres chillidos, giran lentamente los pardos halcones… Del mismo modo, sobre el muro relucen las ramas blancas de una acacia en flor y bajo ellas, se oculta ese pequeño, querido portón. Sobre sus tablas grises y resecas todavía se notan las curvas de un arabesco artísticamente tallado. Hace tiempo, por ese portón salía una muchacha, con vestido rosado y manto anaranjado. ¿Dónde estará? ¿Qué fue de ella?”

El portón se abrió y salió una niña adolescente vistiendo un largo vestido rosado y manto color azafrán. En la mano sostenía una pala. Sus pómulos, ligeramente prominentes y sus ojos, apenas rasgados, la confección de su vestimenta y el nudo con el que estaba atado su pañuelo azafranado, denotarían al conocedor que esta niña pertenecía a la tribu turca. Entonando una canción, ella destapó la zanjita de riego que iba a su jardín y el agua corrió por ella, a través de un agujero practicado en el muro de adobe.

De pronto la niña se irguió y, haciendo de visera con su delgada y morena mano, atisbó hacia el final de la calle.

Allí alguien cantaba, con una voz alta y melodiosa:Llegará la noche, el sueño abandona los ojos,Admiro hasta el amanecer el estrellado firmamento.Y si de la joven luna veo el arcoRecuerdo la hoz de sus cejas.¿No es ésta mi suerte? ¿No es mi sino?Deseo adivinar el secreto de los días por venir.En el fondo de la callejuela apareció un joven jinete vestido con un chekmen1 verde,

fuertemente ajustado con una faja multicolor. Con el gorro de piel de cordero ladeado sobre la ceja derecha, cabalgaba lentamente sobre un bayo oscuro, que parecía avanzar al paso de una danza. El jinete azotó al caballo que de inmediato se lanzó al galope. Al llegar a la niña, de un solo tirón, sofrenó al corcel.

La niña arrojó la pala y entró corriendo al patio, cerrando de un golpe el portón. El jinete volteó su gorro hacia atrás y lentamente prosiguió su camino.

El portón se entreabrió y la niña espió por la abertura. Temerosamente, mirando hacia todos lados, levantó la pala y volvió a desaparecer.

El derviche, barbudo y renegrido por el sol, tocado con un agudo bonete ceñido con el turbante blanco de los peregrinos y envuelto en una capa multicolor, golpeaba el suelo ruidosamente con su bastón, a la manera de los ciegos. Mirando a todos lados, retiró cuidadosamente un pedazo de tela rosada, enganchada en el portón, y la guardó entre sus ropas.

- Si- murmuraba el derviche- todo aquí está como antes, el mismo árbol, sólo que más alto y frondoso, el mismo portón, pero un poco torcido y descolorido… y la niña se parece a aquella a quién amé a los dieciséis años, pero no es ella. ¡¿Dónde está aquella, que

1 Chekmen: una especie de gabán corto, usado por los habitantes de las estepas.

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permanecía parada aquí hace muchos años, con una canasta de damascos, siendo ella tan tierna y dulce, como uno de ellos?!

“Todo quedó tal cual, hasta allí, sobre la vieja torre, como antaño, planeaban en círculo los gavilanes. Sólo que Jadzhí Rajim no es el mismo…”

El derviche golpeó el portón con su cayado. Detrás de la vieja puerta de karagach1

sonó una tos de anciano. En el umbral apareció un viejo, seco y jorobado, tocado con un blanquísimo turbante.

- ¡Jagu-u ja-jak! – comenzó a cantar el derviche.El anciano, mirando con ojos llorosos y rojizos, hurgó entre los pliegues de su faja

y extrajo un viejo monedero de cuero. Revolvió en él con dedos pálidos como la cera y sacó una moneda oscura y delgada.

- ¡Allajúm celliá!- exclamó el derviche, apoyando la moneda sobre su frente y luego sobre la boca. -¿Quién mora en esta casa? ¿Por quién puedo elevar mis oraciones al Único?

- Yo vivo en esta casa, pero no me pertenece, sino que es del herrero Kara Maxum. En el bazar principal todos conocen la gran herrería y taller de armas de Kara Maxum. A los servidores de la fe el no les niega limosna.

- ¿Qué nombre te ha regalado el destino, oh, hacedor de milagros?- No me des tan alto calificativo de “hacedor de milagros”. Yo soy el viejo cronista

del shaj y sólo puedo citar los versos del poeta:Viví la vida como bestia de carga.Soy esclavo de mis hijos, prisionero de mi familia¡Mis dedos sobran para contar lo que poseo,mi humilde casa y cientos de miles de padeceres!Pero no tengo esperanzas de librarme del sufrir.2

-¡No, no! Sin embargo tu realizas milagros- dijo el derviche- me has dado un negro dijrem, pero como esta dádiva provenía de un noble impulso del corazón, el dijrem, de repente, se convirtió en un valioso dinar de oro puro.

El viejo se inclinó sobre la oscura palma de la mano del derviche, que recordaba la mano de un pájaro, sobre la que yacía el dorado dinar, con su sello en relieve.

- En mi larga vida, nunca he visto milagros, sobre los que se habla en los libros sagrados. Tú, derviche, eres capaz de hacer milagros, o, como prestidigitador de feria, quieres burlarte de un viejo casi ciego.

-Pero tú puedes verificar este dinar. Manda a tu sirviente al bazar y a cambio, el te traerá una canasta llena de kebab3 asado, tallarines, miel y dulces melones. Tal vez entonces, de toda esta abundancia, compartas algo con el pobre viajero que ha llegado directamente del lejano Bagdad.

- ¿Así que has venido de la célebre Bagdad? En tal caso, entra a mi casa y cuéntame sobre todo lo que has visto, mientras verifico el poder de tu milagroso dinar.

Capítulo Sexto

El cronista del shaj

1 Karagach: árbol de porte muy grande, muy ramificado y que da mucha sombra, muy difundido en Asia central. Con su madera se producen tablas anchas de calidad especial.2 Traducción de los versos de Kesán, autor persa del siglo IX de nuestra era.3 Kebab: carne finamente cortada, asada al espeto.

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…Él se dirigía hacia mí, a pesar de La gran distancia entre nuestras moradas,El largo viaje y los horrores del camino.

(Ibn-Jasm, siglo XI)

Arrastrando sus botas amarillas de gamuza, el viejo cruzó el patio y subió a la terraza.

- ¡Sígueme, viajero!- exclamó.El derviche entró tras el anciano a una habitación con piso de ladrillo, con

alfombritas extendidas a lo largo de las paredes. En una estantería practicada en un nicho en la pared había dos jarras de plata y una vasija iraní de vidrio. La cúpula de la estancia, artísticamente elaborada de troncos entrelazados y pintados, poseía en el centro un agujero para le salida del humo. En el medio del piso, en un hueco cuadrado, humeaba un brasero con carbones encendidos. Alo largo de la pared del fondo, se hallaban abiertos tres cofres, con herrajes de hierro y en ellos se podían ver grandes libros encuadernados en cuero amarillo.

El derviche depositó el lado de la puerta su cayado y sus otras pertenencias. Sacándose los zapatos, se acercó al viejo y se sentó en cuclillas.

-¡Bent-Zankidzhá!- gritó con voz temblorosa el anciano.Entró un niño vestido con una túnica rayada, que le llegaba a los tobillos y tocado

con un turbante celeste. Cruzando sus brazos sobre el vientre, se inclinó en espera de órdenes.

- Toma este dinar de oro. Dáselo al viejo Saklab y explícale lo siguiente: “Vete, abuelo Saklab, al bazar, a aquella fila donde están sentados los hindúes cambistas, frente a sus cajones con monedas de oro y plata. Estos mismos cambistas también venden trompos y dados para jugar. Elige al de la barba más canosa y pídele que tase esta moneda; si es o no un verdadero dinar”. Si el cambista hindú dice que la moneda es legítima, que le cambie por dijrems de plata. Con la plata, Saklab tendrá que ir a la fila donde los viajeros pueden disfrutar de las comidas y comprar lo que ahora te dirá este buscador de verdad.

-¿Qué debe comprar el sirviente?- preguntó el niño al derviche.Éste miraba al niño. Las delicadas facciones de su rostro le parecían familiares.

¿Dónde lo habría visto? El derviche dijo:- Que el sirviente lleve una cesta y compre todo lo que compraría para un hermano

al que no se ha visto en muchos años. Que el elija.El viejo hizo señas al muchacho para que se acerque y le dijo al oído:- Una vez que Saklab vuelva del mercado, que no entre directamente aquí hecho un

andrajoso, como suele andar, sino que antes se ponga un viejo albornoz. Y tú, hecho esto, Volverás aquí, y trae contigo un tintero con un kalam1 y papel. Tomarás nota de lo que éste diga.

El mozalbete desapareció, regresando pronto con papel y los elementos de escribir.-Dime, viajero, ante todo tu nombre, de donde eres y como fuiste a parar a la

famosa Bagdad._ Me llaman Jadzhi Rajim el Bagdadí. Soy nativo de un pequeño poblado cercano a

Basora. Estoy dispuesto a contestar todas tus preguntas, pero antes permíteme tocar otro tema que preocupa a mi corazón.

1 Kalam: cañita afilada que se usaba a modo de pluma para escribir.

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-Habla- dijo el viejo.- En Bagdad estudié en una gran medraza1, con famosísimos sabios. Entre los

estudiantes que, junto conmigo buscaban la luz, en estas antorchas del conocimiento, había un joven, que siempre estaba triste y callado, que se destacaba por una aplicación apasionada. Cuando le comenté que yo deseaba ceñirme el cinto del peregrino y, tomando el cayado del caminante, dirigirme a la célebre Gurgandzh, a la noble Bujara y a la hermosa Samarcanda, este joven se dirigió a mi con las siguientes palabras: “ Jadzhi Rajim el Bagdadí, si llegas a la rica ciudad de los Shajs de Jorezm, Gurgandzh, entra a la tercera calle que cruza el camino principal del bazar a las puertas occidentales, busca allí la casa del herrero y armero Kara-Maxum y averigua si viven aún allí mis verdaderos padres. Cuéntales todo lo que hago en Bagdad. Cuando vuelvas a Bagdad, me relatarás todo lo que de ellos te enteres”. Yo les prometí esto y me largué al camino. Pero el viento de lo imprevisto y la tormenta del azar, me arrojaron a distintos lugares del universo. Caminé bajo los ardientes rayos del sol de la India, crucé los lejanos desiertos de Tartaria2, llegué a la gran muralla, que defiende el reino de los chinos de las incursiones tártaras; visité la costa del rugiente océano, atravesé las abruptas y nevadas montañas del Tan-Shan y en todas partes encontré musulmanes3. Así transcurrieron muchos años, hasta que al fin llegué a Gurgandzh, a esta calle, que me indicara mi amigo de Bagdad. También encontré la casa y el portón, bajo el níveo árbol de acacia y, por fin, estoy dialogando contigo, hacedor de milagros, quien seguramente recuerda al joven que habitaba aquí, en este sitio y que partiese hace quince años de Gurgandzh.

-¿Cómo llamaban a este joven?- preguntó el anciano con severidad.-Allí, en el alto palacio de los conocimientos, se llamaba Abú Dzhafar al Jorezmi

(de Jorezm).-¿Cómo te atreves a pronunciar ese nombre, desgraciado?- Exclamó el viejo Mirzá

y sus labios se cubrieron de espuma.- ¿Sabes tú que él es un grandísimo pecador? A pesar de sus jóvenes años él se cubrió de vergüenza él mismo y cubrió de vergüenza a sus padres y por poco no lanzó al torbellino de la desgracia a toda su familia y parientes.

- ¿Pero era él muy joven? ¿Qué cosa pudo hacer? ¿Acaso mató a alguien o atentó contra algún famoso bek?

- Este terrible Abú Dzhafar, para gran pesar, desde temprana edad se destacaba por sus grandes cualidades y aplicación. Estudiaba junto a otros alumnos con nuestros mejores maestros, tratando de dominar la lectura, la belleza de una escritura elegante y el profundo sentido del gran libro, el Corán. Sobresalía en todo y comenzó con éxito a componer poemas, imitando a Firdousi, Rudegui y a Abú Said. Pero sus poemas no eran para enseñanza de los demás, eran solamente para tentar a los faltos de fe…

El viejo continuó en un susurro:- Este desgraciado joven se inició en el libre pensamiento. Se permitió discutir con

los entrados en canas ulemas4 e imanes, creando el desconcierto entre el auditorio de

1 Medraza: seminario musulmán del mas alto nivel.2 Tartaria: en la época en que se ubica el relato, así llamaban al territorio de la actual Mongolia, poblado por numerosos pueblos nómades de origen turco o turkmeno a los que se les denominaba, comúnmente, tártaros.3 Los musulmanes salidos del Asia central, los Sogdos y luego sus descendientes, los tadzhikos, eran excelentes artesanos y mercaderes emprendedores. Desde tiempos antiguos se diseminaron a lo largo de la gran ruta de las caravanas entre el Asia central y China, viviendo allí en numerosos poblados dedicados al comercio y a la pequeña industria.4 Ulem: maestro musulmán de teología, en los seminarios islámicos.

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gentes simples. Por fin, cuando el imán le advirtió: “Tú no vas por el camino al paraíso, sino a las ardientes profundidades del averno”, Abú Dzhafar, con gran atrevimiento le respondió: “¡Aléjate de mi y no me llames al paraíso! Cuando predicas sobre las cuentas del rosario, sobre los lugares de oración y abstinencia, yo pienso si no es lo mismo ir a la mezquita de Mahoma, al monasterio de Isa1, donde repican las campanas o a la sinagoga de Moisés. Por doquier busqué pero no encontré a Dios. Dios no existe, lo inventaron quienes mercan con su nombre. Mi luz, mi guía es Abú Alí Ibn-Sina2”. Entonces los santos imanes lo maldijeron y ordenaron apresar. Ellos querían cortarle su venenosa lengua y ambas manos en la plaza de la ciudad, para que no pueda componer sus versos corruptores. Pero Abú Dzhafar, con la habilidad de una víbora desapareció. Al principio se pensaba que su padre, de lástima, ocultaba en algún lugar al criminal hijo. Por ello, el propio shaj de Jorezm, Muhammed, habiéndose enterado del asunto por los imanes, ordenó apresar al padre y arrojarlo al nido de chinches que es el zindán3 y ponerle una cadena con una inscripción: “De por vida y hasta la muerte”. En caso de que el padre muera el shaj ordenó, en su lugar, encerrar al pariente más cercano y así, sucesivamente hasta que Abú Dzhafar no se entregue voluntariamente.

- Y el padre, ¿está aún en la cárcel?- preguntó en voz baja el derviche. Sus ojos dilatados brillaban y su cara estaba gris como la de un muerto.

- El padre murió. No soportó la humedad, la oscuridad y a las horribles chinches y garrapatas de la mazmorra. Cumpliendo el mandato de shaj, los verdugos apresaron a su hijo menor, Tugán, le pusieron la misma cadena y lo arrojaron al mismo sótano.

-¡Qué crimen!- murmuró el derviche.- Siento mucha pena por ese chico Tugán- continuó el viejo- me preocupé mucho

por él. No deseando que siga los pasos de su corrompido hermano mayor, procuré ilustrarlo. Tugán estudió conmigo lectura y escritura, pero era más inclinado a las manualidades y a los juegos de guerra y por ello lo ubiqué como aprendiz con el herrero Kara-Maxum, quien le enseñaba a fabricar excelentes armas. Ahora me reemplaza a Tugán la pequeña huérfana Bent Zankidzhá. Ella resultó muy hábil para la lectura, la escritura y para memorizar diversos poemas y canciones. Con los años mis ojos fueron cegándose y veo todo doble y en lugar de una medialuna veo tres. Esta niña se convirtió en mi ayudante, en escriba. Ella anota mis conversaciones y copia libros. Ahí la tienes, sentada frente a ti, con el kalam en la mano.

Entonces el derviche comprendió que el escriba del turbante celeste era la niña que, hace un rato, salió con la pala del portón.

El derviche miró fijamente a la niña y luego bajó la mirada, no atreviéndose a preguntar sobre otra muchacha, la que viera aquí mismo, cuando él tenía dieciséis años. Ahuyentando la emoción que lo embargaba, el derviche exclamó:

-¿Acaso tu no haces milagros? Has instruido a la niña en las sutilezas de la lectura y la escritura, la cual le da el derecho de armar el turbante con el nudo que sólo los mirzas (escribas) pueden lucir. Veo que en tu casa todo está lleno de preocupación por el saber.

El viejo entrelazó los finos dedos y fijó atentamente la vista sobre el derviche.- Ahora cuéntame de ti. ¿Tienes aún intenciones de errar por mucho tiempo?-El derviche sacudió su revuelta melena y casi atravesó al viejo con sus negros y

1 Isa: Cristo.2 Abú Alí Ibn-Sina: erudito sobresaliente del siglo XI, nacido en Bujara. En Europa se lo conoce como Abucena.3 Zindán: cárcel subterránea.

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ardientes ojos.- Mi padre, es el hombre que me ayudó a través del desierto. Mi madre, la

necesidad que ha agotado sus lágrimas de dolor, no teniendo leche en el pecho para el recién nacido. Mi maestro, el miedo ante la espada del verdugo. Pero oigo una voz que dice: “no te acongojes, derviche, siempre has hecho lo que te corresponde”.

El viejo escriba meneó la cabeza.- Estás adornado con conocimientos y te pueden tomar como escriba, cualquier juez

o gobernante. Yo también podría tomarte como copista de libros en la biblioteca del shaj. Allí hay libros únicos, raros, que nadie conoce ni por el nombre. Deben ser copiados para que no se pierdan para la humanidad ¿Para qué vagabundear por los caminos? ¿Acaso te atraen las andanzas, el polvo, el barro y las piedras bajo los pies?

El derviche dijo sordamente:- Me dicen ¿”Por que no adornas tu refugio con coloridos tapices”? Pero “cuando

resonó el grito de guerra de los héroes ¿Qué haremos con el canto del cantor?”. “Cuando el caballo se abalanza a la batalla ¿cómo puedo recostarme entre florecidas rosas?”1

El viejo, totalmente sorprendido, abrió los brazos.-¿De qué guerras estás hablando? ¿Quién puede amenazar al magnífico sultán, al

más poderoso de todos los monarcas musulmanes? Los fuegos arderán en los campamentos enemigos sólo cuando él quiera guerrear…

- Un fuego terrible avanza desde oriente y lo abrasará todo.El viejo meneó la cabeza.-¡Oh, no! Mientras el shaj de Jorezm tenga envainada su espada todo estará

tranquilo en los valles de Maverannagr y en todas las fronteras del reino de Jorezm. Silenciosamente entró a la habitación el viejo esclavo, con una pesada cadena sobre

sus piernas, suspendida por una tira de cuero del cinturón. Había traído la cesta con variadas viandas, compradas con el maravilloso dinar.

Cubría el demacrado cuerpo del viejo, de alta estatura, una corta túnica rayada. Sus largos y semi canosos cabellos caían sobre sus hombros. Extendiendo sobre una alfombra un pañuelo de seda, colocó sobre él, tortillas, empanadas de almendras, pistachos, almendras, pasas de uva, trozos de melón azucarado, potecillos con miel y otros manjares.

-¿Me permites hablar con este viejo esclavo?- preguntó el derviche.- Habla honorable viajero-, contestó el escriba.-¿De dónde eres oriundo, padre?- preguntó el derviche, dirigiéndose al esclavo.-De lejos, de la tierra rusa. Vivía en casa de mi padre, un pescador, sobre la ribera

de un gran río, el Volga, que aquí llaman Itil. Me capturaron aún siendo niño, los guerreros del príncipe de Súzdal. Príncipe (kniaz), en nuestro idioma, es lo mismo que jan o bek en el vuestro. Nuestros príncipes guerrean entre sí y el que resulta vencedor, toma al príncipe vencido como cautivo, así como también a todos sus vasallos, hombres mujeres, doncellas y niños. Luego los vende como a carneros, a tierras extrañas. Así es como a mí y a mi hermanita, el príncipe de Súzdal nos vendió a mercaderes de Bulgar, los que nos llevaron a esa ciudad mercantil, sobre el río Kama, de donde a todos los cautivos, incluyéndome a mí, nos arrearon a través del desierto hasta aquí, a Gurgandzh. ¿Qué fue de mi hermanita? No sé. Esto ocurrió hace mucho tiempo. Veis que mis cabellos cuelgan en blancos mechones, como los de un viejo chivo, sin embargo, me gustaría ver mi aldea natal, sobre la alta barranca del río. Aprendí a hablar en turkmeno y en persa. Si no fuese por otros cautivos

1 De los versos de Ibrahim Monteseri (Siglo X)

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nuestros, hubiese olvidado por completo nuestro idioma. Con mis paisanos, a veces nos encontramos en el bazar e intercambiamos algunas palabras. Andan muchos de ellos por aquí, haciendo sonar sus cadenas.

-¿Cómo te llaman?- preguntó el derviche.- Aquí me llaman Saklab, pero nuestros cautivos me llaman como antes, “abuelo

Slavka”. Perdóname por una pregunta atrevida – dijo el viejo, inclinándose ante el derviche hasta el suelo, - yo escuché que tú andas por lejanos países y, cual un santo, puedes convertir un dijrem de cobre en un dinar de oro. Entonces para ti será cosa de broma comprarme a mi actual amo. Cómprame y te serviré leal y fielmente. Tal vez tú irás hacia nuestro país, hacia los rusos, entonces me llevarás también contigo.

-¿Acaso tu quieres quitarme al esclavo?- dijo enarcando las cejas el amo.-¡Que voy a pensar en el esclavo!- dijo el derviche,- yo mismo vivo como un

pobrete, alimentándome con un puñado de avena, si es que me lo ofrece una mano generosa.

-¿Será que aquí, en estas lejanas tierras extrañas tendré que dejar la vida?- murmuró suspirando Saklab y en voz alta dijo:- Pedimos por favor que probéis nuestro dostarján1.Caminando cuidadosamente sobre la alfombra, trajo una palangana de cobre y una jarra decorada, llena de agua.

Mirzá Yussuf y el derviche se enjuagaron las manos sobre la palangana, las secaron con una toalla bordada y comenzaron a comer en silencio. Cuando el derviche probó de todos los platos, pronunció palabras de cortesía y pidió autorización para partir.

Sobre la calle solitaria, quedó mucho tiempo parado bajo la sombra de un árbol, mirando el viejo portón.

“No me será dado ver nuevamente esta casa, donde el buen anciano, hace mucho, me enseñaba a tener la pluma de caña y escribir las primeras letras. Yo no le mezquiné mi único dinar de oro, con tal de pasar más tiempo junto a él y escuchar su familiar y querida voz… ¡Ahora, de nuevo al camino!”

Mirzá Yussuf quedó mirando un largo tiempo la puerta, tras la cual desapareció el extraño huésped. Entró Bent Zankidzhá y dijo:

-¡Mi buen abuelito Mirzá Yussuf! En mi corazón está revolviéndose un pensamiento, de que este derviche, Jadzhí Rajim al Bagdadí se parece mucho a nuestro fugitivo librepensador Abú Dzhafar, sólo que le ha crecido la barba y ennegreció por el caluroso sol y te resulta difícil hallar en él a aquél mozo…

-¡Calla o la desgracia caerá sobre nuestra casa! ¿Acaso estaría yo platicando con un ateo, maldecido por los santos imanes? Nunca más me hables de este fugaz huésped. Vivimos en tales tiempos, cuando en cada rendija hay un oído maligno que escucha hasta los susurros de nuestros labios Día y noche debemos recordar las palabras del poeta: “Solo el silencio es poderoso, lo demás es debilidad”2

SEGUNDA PARTE

1 Dostarján: convite; también se llama así a un mantel de gala para banquetes, que se coloca sobre el suelo.2 De los poemas de Abú Said (siglo XI).

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¡Poderoso y temible es el shaj de Jorezm!

Capítulo primero

Una mañana en palacio.

El servicio a los reyes tiene dos aspectos:Uno, es la esperanza del pan, el otro, es

El temor por la propia vida.(Saadi, siglo XIII).

En las penumbras de un temprano amanecer, tres viejos imanes avanzaban por una estrecha calle de Gurgandzh. Los precedía un sirviente, portando un opaco farol de papel manteca. Los ancianos, recogiendo las largas faldas de sus amplias vestiduras, saltaban las pequeñas zanjitas con agua que atravesaban la calle.

En la oscuridad se percibía ora el aroma picante de las especias, en las cercanías de las tiendas cerradas, a pimienta, jengibre, tinturas, ora el fuerte olor a cuero, cuando pasaban frente a las talabarterías, con sus depósitos de correajes, monturas y botas. En la plaza una voz ruda los detuvo.

-¡Alto! ¿Qué necesidad os hace andar de noche?-Por la misericordia del Altísimo, nosotros, hombres de la religión, imanes de la

gran mezquita, nos apuramos hacia el palacio del padishaj para la oración matinal.-¡Pasad en paz!Los tres imanes se acercaron a los altos portones del palacio y se detuvieron.

Golpear no ayudaría, hasta parecería ofensivo, pensaron. Los portones se entreabrieron solos. Unos cuantos jinetes salieron de la oscuridad y emprendieron el galope a través de la plaza. Estos eran los mensajeros con las disposiciones del “más grande y sagaz defensor de la i.e. y de la justicia”, que se lanzaban en direcciones desconocidas para todos, salvo para quién los mandaba.

Los viejos, pisando de piedra en piedra, atravesaron un gran charco y entraron por los portones. En el amplio patio, cruzaban en todas direcciones los guerreros del shaj. Dos centinelas reconocieron a los recién llegados en su calidad de sacerdotes, franqueándoles el paso. Se cruzaron con unos cuantos sirvientes de patio. Los guardias de los portones occidentales los abrían, haciendo tintinear las llaves de hierro.

Por fin apareció una puerta persiana. A sus lados, apoyados en sus lanzas, estaban como congelados dos guerreros vestidos con cotas de malla y cascos de hierro.

Se aproximó un sirviente y levantando en alto una lámpara de barro con la mecha humeante, dijo:

-El guardián de la fe todavía no apareció.- Esperaremos- contestaron los ancianos y, sacándose el calzado, se ubicaron sobre

la alfombra, se arrodillaron y abrieron ante sí grandes libros encuadernados en cuero, con broches de cobre.

- Ayer cuatro janes rebeldes enviaron aquí, como rehenes, a sus pequeños hijos. El shaj organizó un banquete. Se asaron doce carneros.- Dijo un imán.

-¿Qué inventará hoy?- murmuró otro.

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- Lo más importante es concordar con él en todo y no discutir,- suspiró el tercero.

El shaj de Jorezm, Muhammed, estaba soñando: él está parado sobre una colina en la estepa y a su alrededor, hasta donde alcanza la vista, se habían congregado miles y miles de personas. El cielo arde iluminado por los bronceados rayos del sol poniente, que brillante aún, se sumerge en el monótono desierto de arena.

-¡Que viva y goce de salud el padishaj!- llegan hasta él los gritos de la muchedumbre. La gente, lentamente dobla sus espaldas en reverencia y sus rostros desaparecen tras sus blancos turbantes.

Toda la multitud se arrodilla ante el soberano, se ven sólo las túnicas, que semejan las olas del siempre inquieto Mar de Jorezm.1

-¡Viva el padishaj!- suenan como un eco los últimos y lejanos gritos y todo calla. El sol desaparece y la estepa se inunda de penumbra azulada y silenciosa. Con la poca luz que va quedando, el shaj ve que las encorvadas espaldas se arrastran hacia él, subiendo por la ladera de la colina.

-¡Basta, atrás!- ordena el shaj. Pero las espaldas se aproximan de todos lados, innumerables espaldas envueltas en túnicas rayadas, sujetas con cinturones anaranjados. A él le parece que todos ocultan entre sus ropas afilados cuchillos. La gente quiere acuchillar a su soberano. El shaj se arroja hacia delante y patea al más próximo. La túnica se eleva y vuela, como un pájaro. Bajo ella no hay nada. Arroja otras túnicas con su pierna y bajo ellas hay sólo vacío.

“¡Pero entre ellas hay uno! Él se oculta para acercarse y asestar una puñalada en mi corazón, este corazón que solo vive y late para la felicidad y la grandeza de la ilustre prosapia de los shajs de Jorezm.”

-¡Basta! ¡El shaj os ordena: idos!- La voz suena sorda, apenas audible y todo desaparece. La estepa se extiende en derredor, desierta, gris y muda. Los rústicos tallos de los pastos de ven como arañazos sobre un cielo mortecino. Ahora el shaj está solo, absolutamente solo en el desierto, sin caballo. Pero aquí, muy cerca, tras alguna colina gris, en algún oscuro hoyo, se agazapó aquel único, predestinado a matarlo…Todos desean su muerte, pero solo uno se atrevió a ponerle fin a su vida. ¿Quién será él?

A lo lejos, como un eco, resuena el grito de la multitud:-¡Que viva Dzhelal ed Din! ¡Gloria al valiente hijo y heredero del shaj de Jorezm,

Dzhelal ed Din!“Habiéndome olvidado ¿Ya están listos para besar la mano de mi hijo? ¡Hay que

terminar con esto, basta! ¡Aplastaré a quien se ponga en mi camino, sea el califa de Bagdad o mi indómito hijo! ¡Basta!..”

Todavía entre sueños oyó cerca de él un ruido y sintió que algo frío rozó su cara. El temor y su apasionada sed por la vida lo obligaron de una vez a juntar sus fuerzas e incorporarse de un salto. Abrió los ojos y comenzó a escrutar, alarmado, los oscuros rincones de la habitación.

Un gran hogar en la pared irradiaba un tibio calor, producido por las incandescentes brasas. A su lado había alguien sentado. Era la muchacha salvaje de la estepa que le habían traído ayer. Ella, atemorizada, se alejó, cubriéndose con las manos.

-¿Quién eres?--¡Alá es grande! Soy Giul Dzhamal, una turkmena del desierto. Anoche te trajeron

1 Mar de Jorezm; así llamaban en el siglo XIII d.C., al mar de Aral.

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dormido aquí y en cuanto te acostaste, volviste a quedar dormido. Me asusté de cómo roncabas horriblemente y gemías en sueños, como si estuvieses muriendo. Esos eran los espíritus de la noche que te estrangulaban. Ellos vuelan en la oscuridad sobre las iurtas y a través del agujero del humo, penetran en ellas para torturar a aquellos que tienen un asesinato sobre el corazón.

-¿Y qué tenías en la mano?- y el shaj apretó sus pequeñas manos.-¡Me duele! ¡Déjame!-Muéstrame lo que tenías en la mano.- No tengo ni tenía nada. ¿Quieres que te cante nuestra canción de la estepa, sobre

un ruiseñor que se enamoró de una rosa? ¿O te cuento un cuento de un príncipe persa que vio en un espejo a una princesa china?

-No quiero cuentos ni de rosas ni de príncipes…-¡Ah! Aquí encontré la vaina de un puñal. ¿Para qué viniste aquí con un cuchillo?-¡Déjame! Los viejos enseñan: “No castigues al caballo, perderás un amigo”…Giul Dzhamal zafó sus manos y se apartó._ ¡Vai ulai! ¡Me estrangularás! Te tengo miedo.Ella se arrojó hacia una persiana, topándose con dos sirvientas que escuchaban a

hurtadillas.El shaj, respirando pesadamente, se acercó al hogar. En sus ojos, sobresalientes

como los de un toro, bailaban pequeños reflejos rojos. Golpeó con una caña sobre un jarrón de cobre. En la persiana se asomó un viejo sirviente con barba de chivo y cayó postrado ante el shaj.

Esta doncella será llevada esta noche al salón de las alfombras. ¿Se encuentra el vekil y el gran visir?1

-Todos te esperan, ilustrísimo, también el “señor de las noticias”2 y tres imanes.-¿Y el jan Dzhelal ed Din, aún no llegó?- El sostén del trono aún no se encuentra._ Que esperen. Tráeme al baño al barbero para teñir mi barba y a los bañeros para

masajear mi espalda.El shaj pasó a la habitación contigua. El viejo sirviente, seco y jorobado, con ojos

lacrimosos y enrojecidos, comenzó a juntar las almohadas y las colchas de algodón, depositándolas en un nicho en la pared. Sobre la alfombra brilló algo. El viejo se agachó recogiendo un puñal muy afilado con cabo de marfil.

Este es un cuchillo turkmeno… ¡Oh! ¡Estas turkmenas! Hay que cuidarse de su ira como de la picadura venenosa de la araña kara–kurt. ¿Entregárselo ya al vekil u ocultarlo? Pero… ¿quien me apura?

El shaj ajustó más el cordón de sus amplias bombachas de seda, apretó su abultado vientre con una faja a rayas, metió en la cintura un puñal enfundado en una vaina de plata y echó sobre sus hombros una pelliza de piel de marta, forrado en brocado. De un nicho en la pared, sacó cuidadosamente un turbante blanco, exquisitamente armado y con un gesto acostumbrado se lo colocó en la cabeza, sobre sus largos rizos entrecanos.

Conteniendo el aliento, el shaj escuchó atentamente tras la puerta, oprimiendo la fría empuñadura del puñal.

“Es precavido estar siempre listo para repeler una agresión. En la oscuridad de los

1 Vekil: especie de mayordomo de palacio.Gran visir: primer ministro, jefe de gabinete y de todos los funcionarios.2 Señor de las noticias: jefe del correo real (del estado).

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tortuosos pasadizos del palacio, sorpresivamente, puede golpear un brazo ismaelita3, enviado por mi jurado enemigo, el califa de Bagdad…”

-¿Estás aquí, vekil?- preguntó a media voz.- Hace mucho que espero a mi amo.El shaj corrió el cerrojo de madera y entreabrió la puerta. Tenuemente iluminados

por dos lámparas de aceite, con las espaldas muy gachas, se veían las figuras de los más cercanos dignatarios.

Metiendo sus pies descalzos el los duros zapatos, fríos por la noche, Muhammed pasó a la siguiente habitación. Allí lo esperaban los sirvientes. Uno sostenía un candil de cerámica, otro una palangana de plata, un tercero un jarrón de cuello curvado y estrecho. Asistieron al shaj en la realización de su ablución, al lado del aljibe, donde el agua se escurría por un orificio, practicado en el piso de piedra. Un cuarto sirviente entregó, con los brazos extendidos, una toalla larga y ricamente bordada con seda, calzando luego, sobre los regordetes pies del soberano, unas medias de lana con coloridos arabescos.

Mientras el shaj de Jorezm se ocupaba en vestirse, el vekil le comunicaba las últimas novedades:

Hace mucho frío afuera. Todo está cubierto por una escarcha blanca… Tres imanes llegaron a palacio y esperan órdenes…También espera el jefe de los verdugos, Dzhiján Pehleván… Ayer el anochecer llegó de Bulgar una gran caravana, compuesta por trescientos camellos, con una partida de botas búlgaras de cordobán y un centenar de cautivos rusos. Cerca de doscientos esclavos perecieron en el camino a pesar de que los alimentaban casi todos los días con papilla de mijo con manteca de sésamo. Antes otra caravana fue saqueada por bandoleros turkmenos. Seguramente es obra de Kara Konchar.

-¡Arrasaré los campamentos turkmenos! Pero más que nada me quitan la tranquilidad los peregrinos de Bagdad. ¿No se han visto derviches árabes de Bagdad? Todos ellos son espías del califa de Bagdad y me desean el mal.

-¿Qué gente inútil puede desear el mal al gran defensor de la fe?-¡En eso se convirtieron los musulmanes!Al terminar de vestirse, el shaj se dirigió en su recorrido habitual, primero por los

corredores, luego por una escalera de piedra en caracol. El vekil y un eunuco con una antorcha avanzaban adelante, abriendo las puertas. Así ascendieron a la cima de la torre de piedra del palacio.

Capítulo Segundo

“Nuba” al gran Iskandar.

Sobre una plataforma lisa, a lo largo de la pared provista de troneras, estaban

3 Ismaelitas: secta chiíta de asesinos muy poderosa en el siglo XIII, ulteriormente aniquilada por los mongoles.

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parados en semicírculo, veintisiete jóvenes janes, hijos de los señores de Gur, Gazn, Balj, Bamian, Termez y otras regiones. Estos jóvenes niños eran mantenidos por el shaj bajo estricta vigilancia, en su corte, en calidad de rehenes, para que a sus padres, janes feudales, no se les ocurriese levantar la espada de la insurrección. Todos ellos tenían en sus manos tamboriles y panderetas con cascabeles.

Aquí también se encontraban los músicos con largas trompas, oboes y platillos de cobre. A un costado estaban parados algunos de los principales jefes militares del ejército de Jorezm.

Ante la aparición del shaj todos gritaron:-¡Que viva muchos años el invencible padishaj, defensor de la fe, tempestad de los

paganos!El shaj los contempló a todos con mirada taciturna.-¿Dónde está Timur Melik?- Aquí estoy, mi señor.Alto, siempre alegre, Timur Melik, un eterno acompañante de Muhammed en sus

incursiones, dio un paso al frente, llevando de la mano a dos niños: uno era el menor de los hijos del shaj, de su última esposa, una princesa kipchak, el otro, su nieto, fruto de la unión de su hijo Dzhelal ed Din con una turkmena. Timur Melik paró a los niños al lado del shaj. Éste se agachó sobre su hijo y lo pellizcó cariñosamente en la mejilla. En cambio al nieto le preguntó severamente:

-¿Dónde está el jan Dzhelal ed Din?- Mi padre salió de cacería con los halcones,- dijo el niño. Sus negros ojos miraban

debajo del blanco turbante con atención.-¡Timur Melik! ¡Enviar jinetes en las tres direcciones y encontrar al jan Dzhelal ed

Din! Los turkmenos siguen atacando a las caravanas. Bien pueden atacar a mi hijo.-¡Será cumplido, bendito!Desde lo alto, como si proviniese de una nube, resonó una voz aguda, parecida a la

de un niño.-¡Bienaventurado el que vela! ¡Feliz el que no duerme!El alto minarete, cuan una vela elevada al cielo, se iluminó en su cúspide con un

rosado rayo del sol, que asomaba de las lejanas montañas. Todos los edificios de la ciudad aún estaban sumidos en una penumbra neblinosa

El mayor de los jóvenes janes entregó al shaj un tambor. Muhammed exclamó:-¡Gloria al gran Iskandar!1¡Gloria al conquistador del mundo! Iskandar cruzó todas

las tierras de Irán hasta las costas del Dzheijún y Zeravshán2. ¡Iskandar es nuestro ejemplo, nuestro maestro! Rindamos homenaje a su gloria, ejecutando tres veces una sonora “nuba”3

Tronaron los bombos y tambores. Sonaron los platillos de cobre. Roncaron las trompas y resoplaron los pífanos. Tres veces se elevó el estrépito de los instrumentos, en honor del valiente macedonio. Cuando el ruido cesó y aún reverberaba un sordo eco en las altas torres del palacio, Timur Melik exclamó:

1 Iskandar: Alejandro Magno, de macedonia.2 Zeravshán: “Río de Oro”, que nace en la cadena de Guisar, al sur de Samarcanda. Con sus aguas se riegan artificialmente los cultivos de Samarcanda y Bujara.3 Nuba: honores musicales de parada, una especie de serenata militar, para Alejandro Magno, que el shaj Muhammed introdujo en el ceremonial de su corte y las de sus vasallos.

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-Hemos rendido el debido homenaje a la gloria del gran rumi4 Iskandar, ¡Que sus restos descansen en paz! Pero él, debido a su juventud, cumplió sólo la mitad de lo que debía hacer. ¡Ahora tenemos un nuevo Iskandar, el gran guerrero Muhammed, el gran conductor de ejércitos, creador del imperio de Jorezm! ¡Que Alá prolongue el reinado del poderoso soberano de los países del Islam, el shaj Muhammed Alla ed Din! ¡Ejecutemos en honor de nuestro gran shaj una triple nuba!

El apacible silencio fue roto nuevamente por el atronador ruido de los instrumentos.Muhammed estaba parado al lado de una tronera, adusto, amenazador y pensativo,

manteniendo derechos sus anchos hombros; parecía que grandiosos pensamientos vagaban debajo de su blanco turbante.

-¡La paz sea con vosotros! ¡Idos!- dijo el shaj.Todos por turno, con las manos cruzadas sobre el vientre se acercaban a él con

pequeños y rápidos pasitos y, rozando el faldón de su pelliza, retrocedían desapareciendo en el oscuro hueco de la escalera.

El último en retirarse fue Timur Melik, llevando de las manos a ambos niños.- Dadá2 prometió traerme un dzheirán vivo,-dijo el nieto del shaj.- A mí, el padishaj me va a regalar una pantera de caza… ¡Para que se coma a tu

dzheirán y a ti, pichón de víbora! Respondió el otro niño.El shaj se acodó sobre una saliente de la tronera. Abajo, en desorden, se

amontonaban techos planos. El palacio estaba conformado por muchas construcciones bajas, comunicadas por pasillos a un gran edificio, construido irregularmente. Estaba rodeado de un viejo muro con torres panzonas de vigilancia. Los centinelas, inmóviles, se destacaban nítidamente contra el cielo que clareaba.

El shaj contempló largamente, a lo lejos, la gran ciudad que despertaba envuelta en el humo, que se elevaba sobre las casas chatas. Luego sus ojos se detuvieron sobre uno de los pequeños patios del palacio, donde bajo un alto y añoso álamo, blanqueaba una tienda. Allí se refugiaba la nueva joya del harén, la morena turkmena Giul Dzhamal, que se le escapara esta madrugada. Ella rehusó las oscuras habitaciones del palacio y exigió una tienda, para vivir como estaba acostumbrada en la estepa, a la usanza de los turkmenos simples, pasados de olor a humo. Ella no desea mudarse al harén, con las otras “Rosas del Edén”. ¡Ella aún comprende como se debe comportar! No en vano la odia tanto la reina madre, Turkán Jatún.

-¡Muchacha arrogante! ¡Levantó la mano sobre su soberano! ¡Veremos como se va a retorcer y aullar cuando mi pantera preferida entre a la habitación de las alfombras!

Desde abajo, desde el pié de la torre, se escucharon gritos. En el silencio matinal las palabras se oían con claridad y precisión:

-¡Oigan, fieles creyentes! El shaj Muhammed renegó de las leyes del Islam, asumiendo la herejía de los alidos-shafiítas3. Favorece a los herejes persas y se rodeó de kipchaks paganos. Su padre, el sheik Teckesh, fue un honesto turkmeno, pero Muhammed escupe sobre ellos. ¡No le creáis!

-¿Quién aúlla allí? Vekil, ¿Por qué no cuidas el orden?En el sótano de la torre grita un derviche, el sheik Medzh ed Din. No lo atemorizan

ni las cadenas, ni la oscuridad de la prisión. Tu sabia madre, Turkán Jatún, es muy

4 Rumi: Griego.2 Dadá: papito, padrecito.3 La religión musulmana se divide en dos sectas principales: la sunnita, a la que corresponden los turcos otomanos y chiíta o shafiíta, cuyos principales adherentes son los persas o iraníes.

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benevolente con él. Pero él profiere arengas desvergonzadas contra tu persona. Ayer todos los derviches de la ciudad se reunieron en el campo y se juramentaron para venir en masa a la cárcel, para liberar del sótano a este sheik loco, a Medzh ed Din.

Muhammed sacudió al vekil por los hombros.-¡Papanatas! Lo más rápido que puedas ve y dile al jefe de los verdugos, Dzhiján

Pehleván, que confío a este revoltoso a sus fuertes brazos… y que se apure, antes de que lleguen y lo liberen estos derviches dementes.

El shaj de Jorezm descendió de la torre y se dirigió al salón de recepciones. Sus paredes estaban cubiertas por paño rojo. Aquí lo estaban aguardando los tres imanes de canosas barbas. Descalzándose en la puerta, el shaj se dirigió al centro de la estancia y se sentó sobre una alfombra. Metió sus pies bajo una frazada de algodón y seda que cubría un cálido hueco en el piso, donde se hallaba un brasero con carbones encendidos.

-¡Acercaos, sentaos, mis maestros!Los tres imanes, que estaban arrodillados sobre el borde de la alfombra, se

aproximaron, murmurando expresiones árabes de agradecimiento y se sentaron al lado, ocultando también sus piernas bajo la frazada.

-Comenzad,- dijo el shaj – explicadme si yo, el más poderoso soberano de las tierras del Islam, tengo o no razón al exigir que el califa de Bagdad se me someta. También explicadme qué debo hacer si el califa se rehúsa.

Los imanes abrieron los grandes libros antiguos que habían traído consigo y, por turno, comenzaron a entonar en alta voz textos del Corán, que demostraban que el shaj de Jorezm, Muhammed, era la mas alta autoridad sobre la tierra, después de Alá, que él siempre tiene la razón y que cada una de sus órdenes, cada palabra, es santa…

En la estancia reinaba la penumbra. Una tenue luz penetraba allí a través de una ventana redonda y enrejada, practicada en la pared, casi al borde del cielorraso. Una lámpara de aceite, sobre un pié de bronce, derramaba una luz titilante. Los imanes, cantando, leían frases en árabe, sin mirar el texto.

Detrás del shaj, estaba parado el importante “Entendedor del Mantel”, el principal encargado del alimento del monarca. Con una palabra o un movimiento de una ceja, impartía órdenes a los sirvientes que se deslizaban silenciosamente sobre la alfombra. Otro dignatario, el “Servidor”, recibía fuentes de plata del cocinero principal. Por las puertas se asomaban los rostros de los dignatarios, amontonados en espera de la benevolencia del shaj.

Un esclavo negro, con un aro de plata en la nariz, colocó sobre la frazada, una mesa ancha y bajita. El “Entendedor del Mantel” en una rápida y diestra maniobra, cubrió la mesa con un mantel ceremonial de seda, el dostarján. El “Servidor” colocó frente al shaj una bandeja de plata, con tazas conteniendo té caliente condimentado con sal y grasa de carnero. Sobre el mantel colocó una pila de tortillas delgadas y bien doradas, rellenas con pedacitos de panceta y dispuso pequeños recipientes con manteca vacuna fundida, crema y miel.

Escuchando las oraciones de los imanes, el shaj bebía una taza de té tras otra, acompañado por las tortillas. Calentado por las brasas y el té, el shaj se recostó sobre unos almohadones, colocados providencialmente a tiempo y comenzó a roncar. Esta era una señal de que el monarca estaba satisfecho con la explicación de los eruditos imanes. Todos se alejaron silenciosamente. Desaparecieron la mesa, el mantel, los dignatarios y los sirvientes. Sólo quedó el esclavo negro, sentado en cuclillas, cerca de una puerta, aguardando a que despierte el gran soberano de las tierras del Islam…

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Capítulo Tercero

El príncipe de la ira

En Gurgandzh, todos conocían la lúgubre y alta “Torre del Eterno Olvido”, al lado del palacio del shaj, sobre la plaza principal.

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Una puerta baja, con herrajes de hierro, estaba cerrada con candado. La llave colgaba del cuello del guardián, que estaba sentado ahí mismo, sobre un escalón, mientras que una corta y herrumbrada lanza estaba apoyada contra la pared de ladrillos. Sobre la tierra, frente al guardián estaba extendido un jirón de alfombra, sobre el que los transeúntes colocaban sus limosnas: alguna escudilla de madera con leche agria, tortillas, un mazo de cebollas, un puñado de monedas de cobre… A veces el guardián permitía a los más generosos acercarse más a la torre para conversar con los reclusos.

En la base de la torre negreaban unos cuantos agujeros redondos con rejas. Desde el sótano llegaban sordos gritos. Cuando se escuchaban los pasos de los transeúntes, los gritos en el sótano aumentaban de volumen y de las aberturas se asomaban brazos huesudos asiendo el aire. Un simple poblador vestido con una túnica rayada, con un trapo celeste y descolorido, arrollado sobre su cabeza y un mulá, con un enorme y níveo turbante, arrojando una moneda al guardián, sin pronunciar palabra, se acercaron a uno de los agujeros de la pared, entregando pedazos de pan a las delgadas y sucias manos que se asomaban entre las rejas. Entonces los gritos se hacían más fuertes y se oían las maldiciones de aquellos que no podían llegar a la ventana.

-¡Dadnos a los privados de la luz!-¡Donadme una camisa vieja! Me comen las chinches…-¡Oy! ¡Oh! ¡Me pisaste los ojos!De una callejuela se oyó el ruido de una muchedumbre. Salieron de ella a la plaza

los derviches, tocados con altos bonetes, llevando sus largos cayados. Gritaban a coro oraciones religiosas; los seguían numerosos curiosos. Los derviches se arrojaron sobre la puerta de la prisión y comenzaron a golpearla con piedras y palos, tratando de romper el candado. Algunos miraban a través de los respiraderos del sótano, gritando:

-¡Sheik Medzh Ed Din Bagdadí! ¿Estás vivo? ¡Hemos venido a reverenciarte, oh mártir de le fe y de la verdad! ¡Ahora mismo te liberaremos!

De las profundidades del sótano llegó un largo grito y todos callaron para escuchar.-¡Que maldiga Alá a los crueles janes que oprimen al pueblo! ¡Que lo parta el rayo

de la ira a quien levante su espada contra el califa! ¡Mueran todos los verdugos y ladrones!Apartado por los derviches de su puesto, el guardián corrió al palacio. Desde allí

llegaban a todo galope los jinetes kipchaks. A latigazos disolvieron la multitud y, los derviches, aullando, se desparramaron por la plaza.

Arriba, sobre la barbacana del portón principal, entre las troneras, asomaron algunos hombres. Uno, alto, vestido con una túnica anaranjada a rayas, estaba parado adelante. El resto permanecía callado, con los brazos cruzados sobre el vientre, respetuosamente aguardando sus órdenes. Cuando el shaj de Jorezm aparecía sobre los portones del palacio, era mala señal: alguien sería ejecutado.

Desde los portones salieron de par en par los “Dzhandares”, los verdugos del shaj, corpulentos, musculosos, vestidos con camisas azules con las mangas arremangadas hasta los hombros, con amplias bombachas amarillas, con vivos bordados en rojo. Cargando sobre sus hombros grandes espadas de Jorasán, formaron una cadena alrededor de la plaza, desplazando hacia fuera a la multitud que presionaba sobre ellos. Último marchaba el verdugo principal, el “Príncipe de la Ira”, Majmud Dzhiján Pehleván (lo que traducido significa “El forzudo del universo”), alto, encorvado, delgado, con los brazos curvados hacia fuera, famoso por su habilidad para estrangular. Su camisa estaba metida en sus amplias bombachas de gamuza, ceñidas por un ancho cinturón. De su hombro colgaba una bolsa tejida. En ella ofrendaba al shaj la cabeza del reo principal de la ejecución.

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En medio de la plaza había un foso cuadrado, donde se elevaba un cadalso, cerca del cual habían, enterrados, cuatro postes con crucetas. Dos esclavos semidesnudos, haciendo sonar sus cadenas, trajeron arrastrando una gran canasta de mimbre y la colocaron al lado del cadalso. El guardián de la prisión abrió la baja portezuela con herrajes de hierro. El verdugo principal con algunos ayudantes bajó al subterráneo. De allí se dejaron oír alaridos desaforados que fueron reemplazados por un silencio absoluto. Los verdugos sacaron del sótano a quince reclusos Todos ellos estaban encadenados por su pierna derecha a una cadena común.

Todos enlodados, apenas cubiertos con harapos, con largos cabellos revueltos, crecidos durante su prolongado encierro, los condenados se aferraron unos a otros y, entornando los ojos por el brillante sol, cruzaron lentamente la plaza. La poterna de la prisión fue cerrada. Nuevamente fue colocado el pesado candado y desde el interior comenzaron a llegar gritos ininterrumpidos

Los custodios caminaban a ambos lados de los engrillados condenados a muerte. Uno de ellos, un viejo decrépito, con un mechón de cabellos ensortijados, tropezó y cayó, arrastrando consigo a otros dos. Los levantaron a golpes y los siguieron arreando hacia el lugar de la ejecución. Sobre el cadalso los inclinaron, haciéndolos arrodillar. Un verdugo aferraba a un condenado por los cabellos y el principal dzhandar, teniendo la espada con ambas manos, de un solo golpe le cortaba la cabeza, la mostraba a la callada multitud y luego la arrojaba al cesto.

En la multitud se preguntaban: “¿Cuál de los prisioneros es el líder de los derviches, el sheik Medzh ed Din Bagdadí?” Extenuados por el hambre y las enfermedades, todos los presos se parecían entre sí. Cuando fue cortada la cabeza del decimocuarto, un grito se elevó por sobre la plaza:

-¡El padishaj dice! ¡El padishaj ordena!Todos giraron hacia el portón del palacio. El shaj de Jorezm, desde su lugar, agitaba

un pañuelo colorido. Esto significaba: “¡Parar la ejecución! ¡El shaj perdona al condenado!”

Limpiando la larga espada con un trapo rojo, el verdugo principal gritó: “¡Traed al herrero!”

El último de los condenados era Tugán, el criado de Mirzá Yussuf. Niño aún, miraba con ojos dilatados sin comprender lo que ocurría.

-¡Inclínate al padishaj, por su alta gracia!- dijo el verdugo y, girando al muchacho hacia el palacio lo dobló hacia tierra. El herrero, que estaba listo para actuar, comenzó a cortar la cadena que aprisionaba la pierna de Tugán.

-¡Espera! ¿Qué haces? ¡Yo todavía no terminé!- exclamó el herrero, pero Tugán, al verse libre de la cadena de los condenados, saltó del cadalso hacia la multitud. Desde atrás le gritaban, pero Tugán, agachándose, se escurría entre los apiñados ciudadanos, tratando cuanto antes, alejarse de allí.

La plaza quedó desierta. El guardián de la torre estaba allí, apoyado sobre la oxidada lanza.

A lo largo de la pared se deslizaba una niña, envuelta hasta los ojos en un largo pañuelo. Se acercó a uno de los agujeros en la base de la torre y cautelosamente llamó:

-¡Tugán! ¡Armero Tugán! Del agujero asomaron unas manos consumidas y una voz ronca contestó:-¡Tu Tugán ya perdió su cabeza! Danos de comer para dedicar en su memoria una

oración.

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La niña se arrojó sobre el respiradero y con desesperación gritó:-¡Tugán, contesta! ¿Estás vivo?Un nuevo lamento se oyó desde el subterráneo:-¡Danos lo que has traído! ¡Tu Tugán ya no necesita nada! Ahora debe estar

disfrutando de manjares en compañía del Profeta, en los jardines del paraíso…La niña entregó a esas manos que asomaban un pan y un melón y se acercó al

guardián:Dime Nazar bobó1: ¿Es cierto que el niño Tugán murió?-Seguramente murió. A él se lo llevaron con los otros a la ejecución…- dijo el

guardián señalando la plaza.Se acercó un derviche y metiendo en la mano del guardián unas cuantas monedas,

comenzó a susurrarla al oído:-¿Porqué entre los ajusticiados no estaba nuestro sheik Medzh ed Din Bagdadí? ¿Se

prorrogó su ejecución o el shaj lo indultó?El guardián, ocultando el dinero entre los pliegues de su faja, balbuceó:El soberano enfureció contra el sheik por sus maldiciones y ordenó ejecutarlo en

seguida, antes de que pudiera ser liberado por los derviches.-¿Pero vive aún?...- ¡No! Cuando sacaban a los condenados del sótano, bajó allí el verdugo principal,

dzhiján Pehleván y personalmente estranguló al sheik…

Capítulo Cuarto

La sombra cosida.

Apúrate a alegrar con buenas palabras

al que encuentres, puede ser que nunca lo encuentres de nuevo. (Proverbio oriental)

1 Bobó: abuelito.

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Emergiendo de la multitud, Tugán se encontró en una sórdida callejuela, a lo largo

de la cual se extendían, sin discontinuidad, paredes de barro. La calle lo condujo a orillas de un canal.

El agua, turbia y oscura, fluía lentamente entre los altos terraplenes de las orillas. Largas y torpes canoas se movían lentamente, cargadas con bultos, leña, paja y carneros, que se apiñaban, temerosos.

“Irse en uno de esos botes lejos, a otro país… Pero ¿Quién me permitiría hacerlo, tan sucio, cubierto de llagas y con esta camisa harapienta?

Cerca de la orilla, amarilleaba un bajo arenoso. Tugan se ubicó sobre él, lavó su ropa, se bañó, se calentó al sol y descansó sumido en sus pensamientos.

“¿A dónde puede ir un mortal que ha sido liberado de la prisión? ¿Quién le dará un trabajo? La ciudad es estrecha, la gente es mucha y todos desean ganarse un tazón de guiso…” Tugán observó su pierna, sobre la que aún pendía un pesado aro de hierro, con la inscripción: “Por los siglos y hasta la muerte”. – Mi viejo Yussuf Mirzá no querrá ni hablar con un galeote, salido de la prisión; sólo Bent Zankidzhá, posiblemente se apiade. Pero ¿Podré aparecer ante ella, cubierto de llagas, como un leproso…?

“Creo que deberé volver a mi amo Kara Maxum. Él permitirá sacarme este aro de hierro”

Tugán comenzó a avanzar por una larga calle; sobre ambos lados se extendían negocios. Los vendedores estaban sentados sobre bancos voladizos, cubiertos por alfombras. Las mercaderías colgaban de las hojas de las puertas abiertas de par en par y se alineaban en estanterías a lo largo de las paredes. La calle, cubierta por esteras suspendidas, estaba en semi penumbras. Los rayos de un sol enceguecedor caían en forma de franjas oblicuas, iluminando ora un par de botas amarillas, bordadas con sedas rosadas y verdes, ora un escudo con un versículo del Corán grabado en plata, ora una tela rayada, que era desenrollada frente a un nómada vestido de malaquita forrada con piel de lobo, o ante un grupo de mujeres con vestidos brillantes y multicolores.

La herrería del maestro Kara Maxum, en la fila de herrerías, estaba al final. De todos lados retumbaban los martillos y se escuchaba el chirriar de las chapas de hierro. Aquí, los herreros fabricaban armas: sables corvos, cortos cuchillos, puntas de lanza, etc.

Los esclavos persas o urusos (rusos) trabajaban con los torsos desnudos, solamente en bombachas, cubiertos por delantales de cuero, quemados por todas partes. Agachados sobre los yunques, forjaban con sus martillitos, exquisitos arabescos sobre cuentones de cobre. Otros, emitiendo roncos suspiros, golpeaban con un pesado mazo sobre una barra de hierro, recalentada al rojo vivo. Unos niños, embadurnados en hollín, se hallaban junto a los fuelles, avivando los carbones en las fraguas, mientras que otros corrían con baldes de madera acarreando agua.

El amo, Kara Maxum, gordo y de anchos hombros, de barba canosa pintada de rojo en su punta, maldiciendo a los trabajadores, se hallaba sentado sobre un banco de arcilla, cubierto por un pedazo de alfombra y devolvía los saludos a los transeúntes. A su lado, dos esclavos, uno joven, con una marca grabada a fuego sobre la frente (esto se les hacía a los que habían tratado de huir), viejo el otro, con un rostro ahumado e indiferente, golpeaban con regularidad sus martillos sobre un puñado de alambres de hierro. Ellos hacían el trabajo más valioso: sin calentar el acero sobre brasas, elaboraban en frío el famoso acero damasquino, el “dzhaujar”.

-¿A que has venido? ¡Vuélvete!- gritó el amo-¿Te crees acaso que tomaré en mi

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taller a un galeote que estuvo en prisión?- Permíteme tomar un martillo y romper yo mismo este grillete…-¡Para que ensucies con tus criminales manos mis martillos! ¡Vete antes de que te

queme con las pinzas!Tugán se alejó, lleno de ira por la injustificada ofensa. Estaba dispuesto a ir a

cualquier lado. Con la mirada perdida se fijó en el derviche que estaba sentado contra una pared. Un rayo de luz, que atravesó los toldos, iluminó claramente su capa multicolor, hecha de retazos de todos los colores.

El derviche, murmurando en voz baja máximas sagradas, cosía con una gran aguja un pedazo de tela rosado sobre unos desteñidos parches azules, rojos y verdes.

Tugán estaba parado, meneándose de bronca por la ofensa y la desesperación. Su negra sombra, por efectos del sol, saltaba cayendo sobre las rodillas del derviche.

Ves, muchacho,- dijo el derviche- he cosido un nuevo parche sobre mi capa y sobre él, estaba tu sombra. Junto con el parche, cosí tu sombra. Ahora estás fuertemente amarrado a mí, y, como una sombra me seguirás.

El muchacho se arrojó hacia el derviche, sentándose a su lado.-¿Me estás diciendo la verdad o te burlas? ¡Yo te serviré y haré todo lo que ordenes,

pero no me rechaces!El derviche meneó la cabeza.Escuché como ese amo arrogante te echaba. ¿Por qué estás triste? ¿Acaso el mundo

es estrecho? ¡Sé mi acompañante! Nos iremos juntos de aquí, hacia la noble Bujara. Nunca te quedes allí de donde te echan y marcha siempre con mirada confiada hacia aquellos que te llaman. Ahora estás cosido a la capa de un derviche y comenzó el tiempo de tus nuevas andanzas. ¡Sígueme, mi pequeño hermano!

Golpeando con el cayado el derviche comenzó a caminar y tras él, cojeando, siguió le el desfalleciente Tugan Dejando atrás unas cuantas herrerías, el derviche se detuvo en una esquina. Allí había una plazoleta, donde un ahumado herrero ambulante, se afanaba en torno a una fragua portátil. Parecía un esqueleto vivo recubierto de piel. Pero sus delgadas manos, con movimientos acostumbrados, trabajaban con pinzas y martillo sobre un pequeño yunque y uno tras otro, caían rápida y regularmente a una escudilla de madera, unos finos y negros clavos recién elaborados.

-¡Ea! Venerable ustá1! ¿Podrás remover este aro de hierro sin lastimar al muchacho?

- Si me das dos negros dijrems, lo haré,- dijo el herrero, agachándose sobre el grillete,- con muy buen hierro y muy resistente, hace las cadenas de sus prisiones el padishaj. Si me agregas un dijrem de plata, te haré de este acero, un excelente cuchillo.

El derviche sacó su talego de la cintura y le mostró al viejo una moneda de plata y dijo -Que sea como tú dices… Pero ¿Ves la inscripción sobre el aro, “Por los siglos y hasta la muerte”? Pues haz el cuchillo de tal manera que se conserve.

Tendrás ese cuchillo,- masculló el viejo, empujando a Tugan, -¡Pon tu pierna sobre el yunque!..- y agregó en un susurro: -“Por los siglos y hasta la muerte”, ¡lucha contra el shaj y sus verdugos!..

1 Ustá: maestro.

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Capítulo Quinto

Generosidad

Golpeando con su cayado, el derviche Jadzhi Rajim caminaba por las estrechas calles del enorme bazar (mercado) central de Gurgandzh.

Había aquí filas de vendedores de vajilla de cobre, jofainas, bandejas y cántaros, lustrados, brillando como fuego, decorados con exquisitos dibujos cincelados a martillo.

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Había filas de ventas de faroles, cincelados, de cobre, para velas, de fuentes platos y jarros de cerámica. Había filas de vendedores de fina porcelana china, blanca y celeste, así como también vajilla de vidrio de Irak, que emitía un limpio tañido.

Ciertas filas de tiendas exhalaban aromas de raros bálsamos, ya sean curativos o aromáticos. Allí mismo se vendían valiosos remedios, tales como ruibarbo de Tangutsk, aceites de ricino y rosados, polvo jabonoso “gasul”, hecho de hierbas de las salinas, ralladas, que cura simultáneamente la piel, las encías y el estómago. Aquí se podía encontrar la valiosa tierra, mezclada con sustancias perfumadas, que se usaba para lavarse en los baños, también la arcilla verde de efecto depilatorio inmediato, el aceite de Bujara que fortalecía el cabello al ser untada la cabeza, el almizcle del Tibet, el ámbar de la India y negras bolitas de hashísh, que aturde los sentidos.

Abriéndose paso entre una multitud pintoresca, que inundaba el mercado como un bullicioso torrente, Jadzhí Rajim se detenía junto a las tiendas, como esperando una limosna, pero mirando atentamente a cada uno de los mercaderes, buscando a alguien.

Cuando estuvo en las filas donde se exhibían montañas de lienzos y telas, los mercaderes importantes, sentados con las piernas cruzadas, le arrojaban monedas de cobre y le decían:

-¡Sigue tu camino en paz!Temían que la oscura mano del derviche rozara el tejido de seda brillante

“Simchush” o el preciado brocado dorado que se ofrendaba en señal de reverencia a los beks (príncipes) más poderosos e importantes.

En esta fila de tiendas, Jadzhí Rajim vio a un hombre parecido al que buscaba. Estaba sentado entre otros mercaderes, rodeado de almohadones de seda. Su delgadísimo rostro, pálido como el papel de Samarcanda, con sus ojos negros hundidos, hablaba a las claras de haber sufrido una enfermedad. Los mercaderes que estaban sentados a su lado, se dirigían a él con especial cortesía y ofrecían le, a cual más, masas almendradas, alfajores, pistachos y nueces hervidas en miel. El mercader vestía un rico ropaje de lana gris clara y un turbante multicolor de seda. Sostenía una taza de porcelana china celeste, conteniendo té. Sobre su dedo índice, lucía una gran turquesa, para atraer salud.

El derviche se detuvo al lado de la tienda. Los mercaderes arrojaron algunas monedas a su escudilla para limosnas, pero él continuaba parado en silencio.

-¡Vete en paz!- dijeron los mercaderes- ¡Ya te hemos dado!Por fin, el mercader enfermo detuvo su mirada en él. Sus negros ojos se abrieron

asombrados.-¿Qué quieres de mí?- dijo.- Dicen que eres un hombre poderoso y mucho has visto en tu tiempo, viajando en

caravanas por el mundo,- dijo Jadzhí Rajim,-¿Podrás contestarme una pregunta?- Si quieres que te explique las sagradas escrituras, hay gente que sabe más que yo:

los sabios ulemas y los santos imanes. Yo no soy más que un mercader. Sólo sé contar y medir telas.

-¡Basta, santo derviche! ¡Vete en paz!- gritaron los demás mercaderes,- Te hemos provisto de nuestro peculio- y, así diciendo echaron en su kashkul1 masas y nueces.

- No, yo espero tu respuesta, porque mi pregunta está relacionada contigo, venerable mercader.

-¡Habla!

1 Kashkul: escudilla para limosnas, en forma de canoa, generalmente fabricada de un coco.

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- Si tuvieses un amigo, fiel, devoto, que comparta contigo las penas, el difícil camino, el hambre, el calor y las tormentas de nieve… ¿Le apreciarías?

-¿Cómo no apreciar alguien así?- dijo el mercader.-Sigue hablando.Entonces el derviche dijo, dirigiéndose a todos:-¡Que vuestro círculo sea luminoso, la mañana alegre y la bebida dulce! Mirad al

que fue rico, alegre, pleno de satisfacciones, que tenía un hogar feliz, un jardín florido y la copa del festín permanentemente llena. Pero no logró esquivar el látigo del iracundo destino, la llegada de los padecimientos y las malvadas chispas de envidia. Así fui perseguido por el azote de negras desgracias, hasta que mi mano quedó vacía, se hizo estrecho mi patio, se secó mi jardín y se desperdigaron los amigos de los festines. Y todo cambió. Me alimentaba de la tristeza, mi vientre se hundió de hambre y no llegaba el sueño, que sonrosa el rostro. Pero me quedó un amigo. El no me abandono en mis peregrinaciones, cuando el desfiladero era mi pobre morada, la piedra mi lecho y mis descalzos pies pisaban la espinosa hierba. El amigo fue conmigo a la famosa ciudad de Bagdad y al sagrado claustro de los que oran, la Meca. Todo el tiempo aliviaba mi esfuerzo llevando mi bolso u me calentaba durante la fría noche. Pero el día del destino ominoso no se demoró en llegar. Un trueno repentino me separó de mi amigo cuando llegué a la rica llanura de Jorezm y ahora soy el eterno hermano de la miseria y no tengo cobijo para la noche…

- Pero ¿Por qué te separaron de tu amigo? Si él estuvo en la patria del Profeta, puede llevar la blanca cinta del peregrino. ¿Quién pues se atrevió a ofenderos a ti y a él?

- El motivo de nuestra separación es un mercader.- Háblame de él.- A pesar de ser el último de los desgraciados, encontré en el camino a uno más

desgraciado aún. Un mercader herido por los bandidos y abandonado a su suerte. Yo hice lo que pude: vendé sus heridas, quise traerlo hasta Gurgandzh y guardé para él su halcón de oro.

El mercader que escuchaba atentamente, tembló e interrumpió al derviche:-¡No sigas! Todos sabemos lo ocurrido con el mercader. Él está aquí, frente a ti.

Hace mucho que quería encontrarte para agradecerte. Pero ¿Quién es tu amigo? ¿Tal vez yo pueda sacarlo de atrás del muro de las calamidades?

- Solo tú puedes devolverme a mi amigo. Él no se atreve a usar la blanca cinta ni llamarse peregrino, porque él, como Shaitán (Satán) tiene colgando una cola. El es mi burro. El gobernante avaro del distrito, donde quedaste para curarte, me quitó mi burro. Si tú me ayudas a conseguir otro, se habrán cumplido mis deseos.

- Tendrás tu asno. Yo se lo compré al jakim y él esta aquí, en mi patio. ¿Oyes, no es el que rebuzna saludándote? Pero esto es poco. Ahora puedes elegir en esta tienda lo que desees: las mejores vestiduras, botas de cordobán, telas, lleva todo lo que necesites.

-¡Yo soy un derviche! Tengo una tosca capa de lana y esto me basta y sobra. Pero tomo con mi mano la falda de tu generosidad para que vistas a mi totalmente desnuda sombra. Mi sombra me sigue a todas partes y no posee nada para cubrir su magro cuerpo.

Los mercaderes se rieron.-¡Estás bromeando, derviche! ¿Cómo puedo vestir tu sombra?-¡Aquí está parada frente a ustedes!- y el derviche señaló con la mano al pobre niño

Tugán, apoyado en la pared.El mercader convaleciente batió las palmas.-Hassán- dijo al sirviente, que se le acercó- lleva a este niño a la tienda donde se

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vende ropa confeccionada y vístelo como vestirías a un viajero dispuesto a hacer un largo camino.

-¿Tengo que proveerle todo?- Lo vestirás “sor-ta-pai” (de la cabeza a los pies) y le proveerás de todo: un

chekmen, camisa, bombachas, medias, botas, un cinto y un turbante. Y tú, venerable “dzhiján-gesht” (peregrino del mundo), ven esta tarde a mi casa .Hassán te enseñará el camino a ella.

El sirviente condujo al derviche y al perplejo Tugán a la tienda, donde colgaban diversas vestimentas para hombres, mujeres y niños. Y, a pesar de que Hassán ofrecía escoger lo mejor, el derviche solo eligió lo útil y cómodo para el camino. Cuando Tugán salió del negocio, vestido como un hijo de un ciudadano de Gurgandzh, con un turbante azul sobre su cabeza, Hassán entregó al derviche un talego de cuero, diciendo:

Mi amo, el venerable Majmud Ialvach, me ordenó que te entregara estos cinco dinares de oro, para que nada te falte en el camino. Además, en el patio del amo, te espera tu asno ensillado. Puedes retirarlo cuando gustes. Seguramente le habrás hecho un gran servicio a mi amo. Rara vez suele ser generoso.

Al atardecer, Jadzhí Rajim visitó al mercader Majmud Ialvach. Éste lo esperaba en una hermosa glorieta, oculta entre un gran parque. Cuando hubieran bebido una taza de té y el sirviente se alejara, el mercader en voz baja le preguntó:

-¿De qué halcón dorado hablabas hoy?El derviche sacó de entre los pliegues de su faja la lámina de oro con el halcón

recortado en ella y se lo entregó a Majmud Ialvach. Éste tomó rápidamente el objeto y lo guardó entre sus ropas.

Recuerda mis palabras, - dijo Majmud – ocurra lo que ocurra, aunque el mundo reviente, si oyes de mí, puedes siempre llegar a mi casa. Siempre te ayudaré. ¿Qué harás en Gurgandzh ahora?

- Mañana parto para Bujara. Temo quedarme aquí, donde sobre la cabeza siempre hay levantada una espada, que no discierne si es o no culpable aquél, sobre el que se descarga. Mejor es el cayado del peregrino y un largo camino.

Capítulo sexto

La conspiración de la reina Turkán Jatún

Bajo el liderazgo de una mujer tan inteligente

como Turkán Jatún, la influencia de la aristocracia militar kipchak, pronto socavó

la autoridad del trono. Los kipchaks podían

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saquear sin oposición alguna las tierrasocupadas por ellos, a pesar de haber llegadoa ellas como libertadores, promoviendo de

esta forma, el odio de la población nativahacia el soberano. (Shaj)(Académico V. Bartold)

Los portones batientes del Ark1 se abrieron y de par en par comenzaron a salir, montados sobre bien alimentados caballos, jinetes tocados con gorros de piel de cordero blanco, vestidos con caftanes rojos a rayas y armados con sables curvos, resplandecientes en oro.

Muhammed, el shaj de Jorezm, corpulento y majestuoso, tocado con un turbante blanco de seda con hilos de brillantes diamantes, montaba taciturno un caballo bayo de ancho encuentro, enjaezado ricamente. Su túnica de brocado carmesí, su cinto y su sable, incrustados en piedras preciosas, brillaban enceguecedoramente al sol.

Detrás del soberano de Jorezm marchaban dos jóvenes jinetes. Sobre un garañón turkmeno moro, con un collar plateado, montaba diestramente un gallardo joven moreno. Era el hijo de la turkmena, el sucesor del shaj, Dzhelal ed Din. A su lado, sobre un picazo amblador, de larga crin negra, trenzada en finas trencitas, iba un niño vestido con una túnica de brocado, era el menor y el más amado hijo del shaj y la princesa kipchak.

Más allá seguíanle importantes dignatarios de Jorezm, caracoleando sobre sus caballos cubiertos con gualdrapas escarlatas.

Los mil guerreros de la custodia del shaj se separaron. Una parte avanzaba por delante de la comitiva a través de la calle principal del mercado, abriendo paso a latigazos entre los curiosos que se apiñaban a observar. La otra mitad de los dzhiguitas cerraba la procesión

Todos los ciudadanos que se cruzaban, caían de sobre sus rodillas, inclinando sus cabezas hasta tocar el suelo... No tenían derecho a mirar de cerca al soberano del más grande país del Islam. Los mercaderes, al oír los roncos toques de las trompas de cuero y el estrépito de los tambores, acudían presurosos, sacando alfombras de sus tiendas y extendiéndolas directamente sobre el barro, al paso de la comitiva del shaj.

El shaj Muhammed estaba acostumbrado a las loas y a los gritos de lealtad. Su mirada indiferente resbalaba sobre las incontables espaldas rayadas, agachadas ante las patas de su bayo. Su hinchado rostro era inescrutable. La blancura del turbante resaltaba muy nítidamente la negra barba.

Ante las puertas de entrada al palacio de la reina madre, Turkán Jatún, a ambos lados del camino, estaban apostados guerreros kipchaks escogidos, luciendo las famosas cotas de malla de Jorezm, impenetrables a las flechas, con cascos que tenían una flechilla protectora sobre la nariz y con elásticas lanzas en las manos.

-¡Que viva y reine el shaj Muhammed, el invencible!- sonaban las exclamaciones de los guerreros, coreadas por la multitud; la gente emergía de las bocacalles y se trepaba a los techos y las paredes de adobe.

Muhammed quedó sorprendido ante el hecho de que los guerreros kipchaks eran demasiados, superando en número varias veces a su escolta. ¿Para qué los habrían reunido? ¿No será esto una celada? ¿No será conveniente volverse atrás, antes de que sea demasiado tarde? ¡No! ¡Para que sospechar! ¿Puede ser posible que la propia madre prepare una

1 Ark: Un arco muy alto, acceso triunfal de entrada al palacio, decorado con arabescos multicolores.

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trampa a su hijo? ¿Acaso él, después de la muerte de su padre, el shaj Teckesh, no permitió que su madre conservara toda la fuerza del poder, equivalente a la suya? ¿Acaso los guerreros kipchaks de su clan Kanglá, no participaron en todas sus campañas, volviendo a sus campamentos con inmensos botines que ni siquiera soñaron sus padres? ¡Adelante!

Muhammed azotó con la fusta a su caballo que se había detenido frente a las puertas y con dos saltos entró al patio interior.

Los kipchaks ancianos, vestidos en festivas túnicas, tomaron el caballo de las bridas. El shaj de Jorezm desmontó de un salto sobre un camino de terciopelo extendido en el suelo. Erguido y fuerte, a pesar de sus años, subió los escalones de las terrazas, con pequeñas columnas talladas y, pasando entre espaldas agachadas, ingresó a las frescas estancias del palacio. Ante él, apareció un negro con un aro de oro en la nariz.

La reina de reinas viene a tu encuentro. ¡Salaam a tu grandeza!- el negro corrió los cortinados y gritó en voz alta: -¡Grandeza del mundo! ¡Guardián de la fe! ¡Espada del Islam!

El shaj se adelantó unos pasos. En la penumbra de la estancia, cuyas paredes de madera estaban pulidas y cuyas ventanas estaban enrejadas, lucía vestida en brocado de oro una pequeña figura. A ambos lados, formados en semicírculo, como petrificados sobre sus rodillas, se hallaban veinte de los más notables janes kipchaks. Muhammed, cruzando los brazos sobre el pecho, se inclinó y luego con pasitos cortos se acercó rápidamente a su madre susurrando:

-¡Salaam, Turkán Jatún, luz bienhechora, modelo de rectitud!Los pliegues del brocado se movieron. El redondo turbante, tocado de plumas de

avestruz, casi rozó el suelo, irguiéndose de inmediato.La pobre, desgraciada viuda, tu madre, saluda al más grande soberano del mundo.

Hazme un honor y dame una alegría, siéntate a mi lado. Muhammed se enderezó, levantó su mirada y vio frente a sí un pequeño rostro,

cargado de maquillaje blanco y rosado, con unos negros y punzantes ojillos en los que destellaban lucecitas rojas. Turkán Jatún, con las piernas recogidas, estaba sentada en un trono octogonal de oro, parecido a una bandeja. Muhammed, como gobernante del país, debía sentarse al lado de su madre, pero en el trono no había lugar. Todo estaba ocupado con su vestido de brocado y el shaj tuvo que sentarse al lado, sobre una alfombra. Solo esto esperaba Turkán Jatún, deseosa de mostrar a sus kipchaks que el shaj de Jorezm se sentaba más abajo que ella.

Muhammed, levantando las palmas de las manos, dijo una oración y pasó los extremos de sus dedos por su barba. Todos los presentes, en voz baja, repitieron la oración.

Turkán Jatún comenzó a hablar con voz insinuante y tierna, sacudiendo la cabeza, al tiempo que el montón de brocado se movía acompasadamente y las plumas del turbante temblaban.

Te he llamado, mi altísimo, mi bienamado hijo, para analizar juntos nuestros asuntos. Ellos tienen que ver con la felicidad y el bienestar de nuestra famosa familia de los shajs de Jorezm y del destino de tus leales janes kipchaks. ¡Es necesario cuidar nuestro trono, nuestro poder y a nuestros amigos!

En la habitación reinaba el silencio. Solo a través de las ventanas enrejadas se oía, desde afuera, el lejano retumbar de los gritos: “¡Viva el shaj de Jorezm!”

-Te escucho, ¡Oh, sapientísima madre!- A mi humilde cabaña llegaron rumores de que estás listo para nuevas incursiones

a lejanos países. Te lanzarás de nuevo, sobre tu magnífico caballo, a los campos de batalla.

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Pero ¿Quién puede, antes de tiempo, leer lo predestinado por el Omnipotente, escrito en su “Libro del Destino”? Si tú pereces como un mártir por la verdadera fe, en el campo de batalla y, rápidamente vas como un rayo, directamente a los jardines del Edén, aquí, sin la presencia de tu poderoso brazo, puede haber desmanes, ¡Que Alá nos libre de ellos! Y como nuestro soberbio nieto, Dzhelal ed Din, prefiere conspirar con los turkmenos, preparándose para matarnos a todos los kipchaks, hay que pensar si no corresponde, en lugar de Dzhelal ed Din, prever con tiempo el nombramiento de otro para gobernar Jorezm.

-¡Sabias palabras! ¡Valiosas como diamantes!- exclamaron los janes kipchak.- Por ello,- continuó la reina madre,- habiendo consultado con éstos, los más nobles

príncipes de nuestro amado pueblo kipchak, decidí, mi querido hijo, transmitirte el pedido unánime de todos los kipchaks para que nombres heredero del trono a tu niño menor, Kutub ed Din Ozlag Shaj, hijo de tu amadísima esposa, la princesa kipchak y a Dzhelal ed Din envíalo a gobernar tus tierras mas alejadas. ¡Él es una constante amenaza para ti y para todos nosotros!

Todos callaron, esperando lo que diría el shaj Muhammed. Él permaneció en silencio, retorciendo pensativamente, sobre un dedo tembloroso, un rulo de su sedosa barba.

Si tú te niegas, todos los kipchaks se irán de inmediato de Jorezm a sus estepas y yo, como la última de las pordioseras, me largaré a errar con ellos…

Viendo que Muhammed aún dudaba, Turkán Jatún volteó la cabeza. Tras sus espaldas estaba el joven administrador de sus feudos, Muhammed Ben Salij, ex gulam (sirviente principal), encumbrado por ella por su belleza. Él entendió el gesto de la pequeña manita, salió de la habitación, retornando de inmediato, trayendo de la mano a un niño de siete años, vestido con una túnica de brocado.

He aquí vuestro nuevo heredero del trono,- exclamó con voz aguda e imperiosa Turkán Jatún.- Proclamo a los janes kipchak, a los beks, a los guerreros y al pueblo en general, que el shaj de Jorezm está de acuerdo en ver en él al soporte del trono.

Todos los janes se incorporaron de un salto y, tomando al niño de los brazos, lo levantaron varias veces en alto.

-¡Que viva y prospere nuestro consanguíneo sultán kipchak!Muhammed se levantó, tomó en brazos a su hijo y lo sentó al lado de su abuela

Turkán Jatún.-Escuchad, beks,- dijo Muhammed,- como veis, he cumplido con vuestros deseos.

Ahora vosotros cumpliréis mi voluntad. Mi viejo enemigo Nasir, el califa de Bagdad, comenzó nuevamente a complotar contra mí e inducir a la rebelión a los pueblos bajo mi gobierno. No habrá tranquilidad en Jorezm hasta que el malhechor Nasir no sea derrocado. Entonces nombraremos un califa, un leal religioso. Por ello no me detendré hasta que arrase a las tropas del califa y clave la punta de mi lanza en la santa tierra de Bagdad.

El mayor de los kipchaks, un anciano alto y semi ciego, de estrecha barba canosa, dijo:

Todos nosotros, como uno solo, dirigiremos nuestros caballos allá, donde nos lo indique tu poderoso brazo. Pero primero debemos calmar nuestros campamentos, ayudar a nuestros parientes asustados. De la estepa de los kipchaks llegaron mensajeros. Dicen que desde el este, sobre nuestras tierras, se lanzaron gentes desconocidas, salvajes paganos, que nunca oyeron hablar de la santa religión del Islam. Llegaron con rebaños, camellos y carros. Ocuparon nuestras pasturas y nos expulsan de nuestros campos. Hay que apresurarse hacia nuestra estepa, liquidar a estos paganos, tomar sus rebaños y a las

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mujeres y niños repartirlos como esclavos a nuestros guerreros.-¡Conduce al ejército a nuestras estepas!- vociferaban los janes.El escriba (mirzá), con el kalam en la mano, se acercó al shaj de Jorezm y se

arrodilló frente a él, extendiendo una hoja de papel escrita.-¿Qué es esto?- preguntó Muhammed.- El altísimo decreto del traspaso de la sucesión al trono a tu amadísimo hijo menor,

Kutub ed Din Ozlag Shaj. Temporalmente, hasta su mayoría de edad, la rectora de Jorezm y la tutora del joven heredero, será su abuela, tu madre, la reina Turkán Jatún. Como educador del heredero y gran visir de Jorezm, se nombra al administrador de las haciendas de la reina madre, a Muhammed Ben Salij.

- Y tú, mi gran hijo, el invencible shaj de Jorezm, Muhammed, mientras nosotros gobernamos, podrás andar con tus ejércitos por todo el universo y guerrear con quien se te antoje.- dijo Turkán Jatún.

Muhammed firmó el decreto sin leerlo y pasó la pluma de caña a su madre. Ella la tomó y con grandes caracteres escribió cuidadosamente:

“Turkán Jatún, emperatriz del universo, reina de todas las mujeres del mundo”.El shaj muhammed miró a su alrededor, buscando a su hijo mayor, Dzhelal ed Din.

Temía encontrarse con su mirada. Pero él no estaba. El vekil susurró al oído del shaj:- El príncipe Dzhelal ed Din, viendo tal cantidad de guerreros kipchaks, dijo: “yo

no soy un carnero para ir al matadero kipchak” y, dando vuelta a su caballo, se alejó, rápido como el viento.

Capítulo Séptimo

La prisionera del harén.

Sobre los hombros del vekil, pesaba la difícil preocupación de “tener de buen ánimo” a las trescientas esposas del shaj. Entre sus obligaciones, cabía la de vigilar el comportamiento de éstas y, ante el caso de alarmantes señales de frivolidad, informar sobre el particular al mismísimo amo de Jorezm.

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Habiendo recibido del shaj Muhammed la orden de desentrañar los pensamientos, suspiros y lágrimas de la muchacha traída de la estepa turkmena, el vekil convocó a la adivina Ilán Torch (escama de serpiente), una experta en desenredar las intrincadas astucias femeninas. Además ella era hechicera, partera y narradora de cuentos alegres y de terror.

Habiendo escuchado la nebulosa perorata del vekil, “Escama de Víbora” comprendió que le preocupaban tres cuestiones: si había en la estepa un valiente dzhiguita por el que suspiraba la joven Giul Dzhamal, si mantenía conversaciones secretas con los turkmenos libertarios y si tenía o no, un puñal la noche que pasó en los aposentos del shaj.

Comprendo todo,- dijo “Escama de Víbora”, extendiendo las palmas de las manos.El vekil le echó unas cuantas monedas.-Pero entre las monedas no veo ninguna de oro.- Tráeme novedades importantes y obtendrás una…La vieja hechicera, flaca y morena, con grandes aros de plata en las orejas, entró

por el portón del patio de la nueva joya del harén y se detuvo. Con sus ojos negros entrecerrados recorrió el pequeño patio, rodeado de altas paredes. Como era habitual en los patios de las otras esposas del shaj, de un lado había una larga construcción de un solo piso, sin ventanas, con terraza, hacia la que daban cinco puertas persianas abiertas. En el centro del patio fluía un arroyuelo que desembocaba a una piscina redonda. A los costados florecían espléndidamente dos macizos de rosas. Al fondo, cerca del muro, bajo un frondoso álamo, se levantaba, solitaria, una coqueta iurta (tienda) turkmena, cubierta de blanco fieltro y cuerdas de colores.

Alisando su capa rayada, Ilán Torch se dirigió hacia la piscina Una muchacha menuda, muy morena, con ojos negros y rasgados, estaba sentada sobre un escalón de piedra. De una tacita azul de porcelana tomaba granitos cocidos de arroz y los arrojaba a los carracillos, pequeñísimas aves plateadas que se acercaban a ella. Ilán Torch se arrojó sobre el piso empedrado y, besando el ruedo del vestido carmesí de la turkmena, comenzó a hablar con voz baja y melodiosa.

-¡Salaam, te saludo, amada “Sonrisa de la flor”! ¡Permíteme besar tus deslumbrantes manos, rozar tu sombra!

La adivina se sentó junto a la muchacha. Palabras de cariño, de admiración y de alabanzas fluían incesante y hábilmente de su boca, mientras pensaba: “¿Por qué se enamoraría de ella el padishaj? Es menuda, morena como un damasco, no posee ni la exuberancia ni la prestancia de las otras bellezas del harén. ¡Sinceramente, los caprichos de nuestros gobernantes no tienen límites!”

-¿Qué se dice ahora en la estepa?- la interrumpió Giul Dzhamal.- Hace poco, un jan de la estepa mandó a buscarme con un camello, para que lo

cure de melancolía, por su muchacha amada. Todos allí te recuerdan, todos te llaman afortunada. “El shaj de Jorezm, dicen, ama a nuestra belleza turkmena más que a sus otras esposas. Revistió sus dedos con anillos de piedras preciosas, de las que surgen chispas azules; instaló para ella una tienda blanca con alfombras persas y cada día le manda de su cocina faisanes y patos asados, rellenos de pistacho…”

- Yo sólo figuro como esposa del shaj, ¡Pero soy la trescientos primera! Preferiría ser la esposa de un simple dzhiguita. En la estepa me envidian y yo, extraño el viento que lleva a través de los Kara Kum el olor del ajenjo y del brezo. Aquí me duele la cabeza del permanente tufo de la cocina del shaj. ¿Para qué quiero una iurta blanca, si nada veo, salvo esta pared gris, la torre de vigilancia con el centinela y el viejo álamo? Una vez quise

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trepar a lo alto del árbol para ver la lejanía celeste de la estepa, pero los eunucos me lo impidieron. Luego cortaron hasta las cuerdas de las hamacas. ¿Acaso esto es una suerte?

- Oh, si me tocase en suerte la centésima parte de lo que tienes, me sentiría feliz. ¡Pero a mí nadie me convidará con un pato con pistachos!

- Muchachas- gritó Giul Dzhamal- preparen un banquete. Y tú, mujer, adivíname el porvenir.

Dos esclavas corrieron hacia la iurta blanca. Se acercó una vieja turkmena con una vincha roja sobre la cabeza, adornada con monedas de plata y se sentó sobre el suelo. Con gran atención vigilaba con su mirada a la adivina.

“Escama de la Serpiente” extendió sobre una piedra un pañuelo color azafrán y de una bolsita roja arrojó sobre él un puñado de habas blancas y negras. Con un fino palillo de hueso trazaba círculos sobre las esparcidas habas y profería palabras incomprensibles en la lengua de la tribu nómada Lulí (Tribu afgana). Abriendo sus negros y ardientes ojos, luego poniéndolos en blanco, comenzó a explicar con un ronco susurro:

Esto es lo que dicen las habas, tal cual me lo enseñaron los ancianos. Hay en la estepa un guerrero que, aunque joven, es un gran luchador. Si encuentra un tigre, no le teme y le arroja sus flechas. Si se encuentra diez bandidos, se arroja sobre ellos, él primero y los sablea a todos. Este dzhiguit sufre por ti, no duerme de noche, todo el tiempo escucha las canciones de amor del cantor- bajshá y mira al cielo… “Sus ojos son como esas estrellas”, dice. Veo que suspiras. ¿Acaso acerté?

Giul Dzhamal suspiró. Tintinearon las monedas de oro y plata, cosidas a su vestido. Asiendo una de ellas, quiso arrancarla, pero ésta no cedió.

-¡Ené-Dzhan, trae las tijeras! Ilán Torch susurró brevemente:-¿Dónde está tu pequeño cuchillo de mango blanco? Como niña de la estepa,

siempre lo llevabas en la cintura.Una sombra de alarma resbaló por la cara de Giul Dzhamal. La vieja turkmena se

levantó pausadamente y trajo de la iurta unas grandes tijeras para cortar hilo durante el tejido de alfombras. Giul Dzhamal cortó de su vestido una fina moneda de oro y la apretó en su moreno puño.

-Has relatado el cuento de un dzhiguita triste. ¿Por qué no me dices su nombre?- Las habas no me dicen eso. Solo tu corazón me dirá el nombre del locamente

enamorado.- Los kipchaks me trajeron aquí a la fuerza, al harén del padishaj, mientras que en la

estepa muchos dzhiguitas me disputaban. Pero acaso a nosotras, las jóvenes, ¿Nos preguntan los mayores hacia quién apunta nuestro corazón?

- Esta urraca bataraza enredó todo,- interrumpió enojada la vieja turkmena.- En el corazón de una esposa del shaj sólo puede haber un nombre: el de nuestro gobernante, el shaj de Jorezm, Muhammed, hermoso como Rustom1 y valiente como Iskandar. Cada mujer en palacio vive sólo para él y sólo piensa en él. ¡No escuches a esta ladina mujer, Giul Dzhamal!

Por el portón entró un eunuco gordo con un enorme turbante blanco y con un gesto llamó a la adivina. Ella se acercó corriendo al omnipotente custodio del harén y se susurraron algo.

Al volver, se sentó sobre la piedra y tocando con los dedos el orillo de la ropa de

1 Rustom o Rustem. Héroe épico popular iraní.

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Giul Dzhamal, dijo:Perdona a esta inútil. Ahora mismo la madre del nuevo príncipe heredero Ozlag

Shaj requiere mi presencia para que le adivine la suerte. No hay tiempo para sentarme tranquila contigo…- Besando una vez más la moneda de oro obtenida, siguió al eunuco, desapareciendo tras el portón.

Capítulo Octavo

“El mensajero del dolor” puede traer alegría

El shaj de Jorezm se ocupaba de los asuntos del estado en uno de los más alejados aposentos. “Hasta las paredes oyen” pensaba siempre. Pero esto no podía ocurrir en esta habitación, sin ventanas, tapizada de alfombras, parecida a un aljibe donde solo arriba, a

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través de una abertura en el techo, alumbraba la noche una estrella solitaria. Aquí el shaj no temía dialogar de hito en hito con el verdugo principal o escuchar del vekil los relatos de nuevas travesuras de sus numerosas y aburridas esposas. Aquí el shaj susurraba órdenes: estrangular furtivamente a un jan descuidado que, en algún festín, haya pronunciado palabras atrevidas sobre su soberano o mandar jinetes con los rostros embozados a la hacienda de algún viejo y avaro bek, que no remitía hacía ya demasiado tiempo, fuentes llenas de monedas de oro, producto de la recaudación de impuestos. Mas de una vez, después de una conversación secreta en el salón de las alfombras, desde lo alto de una torre, al amanecer, se precipitaba con un grito aterrador, algún desconocido, destrozándose contra las piedras, abajo. Más de una vez, bajo la tenue luz de la medialuna, los verdugos arrojaban, desde una canoa a gente embolsada que se retorcía de desesperación., a las oscuras aguas del torrentoso Dzheijún. Tras ello, sobre el ancho río se oía la canción:

En primavera en tus jardines, cantan los ruiseñores.En los parques cuelgan las purpúreas rosasY los remeros, a coro entonaban la estrofa:

¡Oh, hermoso Jorezm!Esa noche Muhammed estaba sentado, sombrío y silencioso, mientras que el vekil

del palacio le informaba que personas habían visitado ese día a su hijo, el príncipe Dzhelal ed Din:

-Vinieron sobre hermosos potros de largas patas, tres turkmenos. Uno de ellos ocultaba la cara, tapándose con un chal. Notaron que era mongol, esbelto y sus ojos, agudos como los de un gavilán.

-¿Por qué no los detuviste?- En un bosquecillo, en las cercanías, lo esperaba un escuadrón completo, unas

cuatro decenas de bravos y desesperados turkmenos. Sin embargo, en el mercado, en la casa de té de Merdán, concurrida habitualmente por turkmenos, mi informante escuchó como se repetía más de una vez, el nombre de Kara Konchar…

-¡Kara Konchar, el azote de las caravanas!-Cierto, jazret 1. Pero podemos pensar que el heredero…-Él no es más heredero.-¡Por boca del shaj habla Alá! Pero aún así es difícil admitir que, hasta un simple

bek, se rebaja a conversar con un bandido asaltante de las rutas de las caravanas…-¡Que no oiremos en estos tiempos alarmantes!- ¿No halla mi señor, que si Dzhelal ed Din viajase lejos, por ejemplo en

peregrinación a la tumba del Profeta, a la santa Meca, terminarían sus murmuraciones con los turkmenos?

- Yo lo nombré gobernador de la lejana Gazna, en la frontera con la India. Pero allí el también reunirá a su alrededor a los janes revoltosos y los tratará de convencer para marchar sobre China, luego de lo cual, Jorezm se derrumbará, como una sandía cortada con un cuchillo. No, que Dzhelal ed Din permanezca aquí, bajo mi sombra, para que siempre pueda vigilarlo.

-¡Sabia determinación!-¡Sin embargo escúchame bien vekil, tú que meneas la cola! Si alguna otra vez me

entero de que el bandido Kara Konchar cabalga libremente por Gurgandzh, como si fuese su campamento, tu cabeza con los ojos apagados, será expuesta sobre una estaca ante el

1 Jazret: Palabra que equivale a Sire, en inglés o majestad.

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palacio de Dzhelal ed Din…-¡Que Alá nos libre de ello!- murmuraba el vekil, retrocediendo hacia la puerta.Entró un viejo eunuco.-De acuerdo a lo ordenado por el más grande, la muchacha Giul Dzhamal ha

arribado a tus habitaciones y espera tus mandatos.El shaj se levantó, como sin quererlo.-La traerás aquí, al salón de las alfombras…El shaj salió al corredor, agachándose, entró por una estrecha puerta y comenzó a

subir por una escalera de caracol. En una pequeña cámara, se arrimó a una estrecha ventana con una reja de madera decorada y comenzó a observar lo que ocurría en el salón de las alfombras.

El viejo eunuco, imberbe, de anchas caderas, cubiertas con un chal de cachemira, armado con una espada corva, abrió una puerta tallada. En la mano sostenía un candelabro de plata con cuatro velas a medio consumir.

Echando un vistazo sobre la pequeña figura, envuelta en un tejido multicolor, suspiró condolido.

-¡Vamos, sigamos adelante!- dijo con vos fina.Apartó un pesado cortinado y levantó el candelabro en alto. Giul Dzhamal entró,

doblándose, como esperando un golpe desde arriba, dejó sus zapatos junto a la puerta y dio dos pasos al frente.

La estrecha habitación, cubierta de alfombras de Bujara rojas, parecía de juguete. El cielorraso desaparecía en lo alto, en la oscuridad.

El eunuco salió. Hizo girar con un ruido metálico una llave en la puerta. Una ventana enrejada con madera tallada en la pared, se iluminó. Seguramente el eunuco había encendido una vela allí. Sobre la pared opuesta, se veía, oscura, una ventana igual. ¿No estaría alguien espiando desde allí?

Giul Dzhamal había oído chismes de palacio sobre una habitación de las alfombras. Las mujeres contaban que allí, el verdugo Dzhiján Pehleván, estrangulaba a las esposas, sorprendidas en infidelidades, mientras que el shaj observaba desde la ventana decorada, arriba, en la pared. ¿No será ésta la misma habitación?

Giul Dzhamal recorrió la estancia. Sobre el piso yacían unas cuantas alfombras pequeñas, que se desplegaban habitualmente para orar. “Seguramente en una alfombra como éstas, envuelven a la mujer condenada, cuando la sacan de noche del palacio”.

Arrojando a un rincón algunos almohadones de seda de colores, Giul Dzhamal se sentó sobre ellos, alerta y temblando ante cada ruidito.

De pronto el tapiz que colgaba en una puerta se movió y debajo de él apareció la cabeza de un animal. En la opaca media luz, los ojos redondos fulguraban con chispas verdes.

Giul Dzhamal se irguió de un salto y se pegó a la pared. Un animal amarillo con manchas negras entró silenciosamente a la habitación y se acostó, colocando su cabeza sobre sus patas delanteras. La larga cola se movía, golpeando el suelo.

“¡Una pantera!” pensó Giul Dzhamal- “¡Una pantera de caza cebada con humanos! ¡Pero las turkmenas no se rinden sin luchar!” Poniéndose de rodillas, tomo una alfombra por un extremo. La pantera, gruñendo, gateaba hacia ella.

-¡Vai-ulai! ¡Ayuda!- gritó Giul Dzhamal y levantó la alfombra. El fuerte salto del felino la derribó. Ella se encogió, ocultándose bajo la alfombra. La pantera, golpeando con sus garras trataba de rasgar el grueso tejido.

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-¡Auxilio! ¡Mi ultimo día ha llegado!- gritaba la muchacha. Oyó fuertes golpes contra la puerta y voces que discutían. Los gritos de las personas y los rugidos del animal aumentaron… Luego el ruido cesó… Alguien apartó la alfombra…

Un largo y delgado dzhiguita, con un gorro negro de piel de carnero, con la mejilla rasguñada desde la sien hasta el mentón, estaba parado al lado de la muchacha, limpiando con el borde de una alfombra la espada-konchar. El viejo eunuco, aferrado a la manga del guerrero intentaba arrastrarlo afuera.

-¿Cómo te has atrevido a entrar aquí, a las habitaciones prohibidas? ¿Qué has hecho, desgraciado? ¿Cómo osaste matar con tu espada a la pantera predilecta del padishaj? ¡El amo te empalará!

-¡Apártate, imberbe! O a ti también te cortaré la cabeza.Giul Dzhamal se irguió, pero las fuerzas le fallaron y cayó sobre los cojines. La

pantera yacía en el medio de la habitación, como sosteniendo su propia cabeza decapitada entre sus zarpas. Su cuerpo emitía aún espasmódicos temblores.

-¿Estás viva, muchacha?-Y tú ¿Estas malherido, valiente dzhiguita? La sangre corre por tu rostro. -¡Ea, son pavadas! Una cicatriz que atraviesa la cara, es un adorno para un guerrero.A la habitación entró corriendo el jefe de la guardia, Timur Melik. En la puerta se

amontonaban varios soldados.-¿Quién eres? ¿Cómo has entrado al palacio? ¿Cómo osaste golpear a los

centinelas? ¡Dame tu arma!El guerrero, sin apurarse, envainó su espada y tranquilamente respondió:-¿Y quién eres tú? ¿No eres, tal vez, el jefe de la guardia Timur Melik? Te saludo

¡Salaam! Necesito ver al shaj de Jorezm por un asunto extremadamente importante para él. Hay malas noticias de Samarcanda.

-¿Quién es este hombre atrevido?- tronó un vozarrón autoritario. Con grandes pasos entró al salón de las alfombras el shaj de Jorezm, manteniendo su mano sobre la empuñadura de su puñal.

-¡Salaam, gran shaj!- dijo el dzhiguita, cruzando los brazos sobre el pecho y haciendo una leve reverencia. Luego se irguió de golpe.- Tú estás aquí ocupándote en bromas y asustando con gatos a débiles doncellas, mientras que en el universo acontecen hechos importantes. En el camino de las caravanas me encontré con un mensajero de Samarcanda. Reventó al caballo galopando y seguía corriendo a pie hasta que cayó. Como enloquecido, él repetía: “En Samarcanda hay una rebelión. Están matando a todos los kipchaks y los cuelgan de los árboles, cual a reses de carneros en las carnicerías”. A la cabeza de los rebeldes está tu yerno, el sultán Osman, gobernador de Samarcanda. Él quiso asesinar también a tu hija, pero ella, con un centenar de resueltos dzhiguitas se encerró en la fortaleza y se defiende día y noche. He aquí una carta de tu hija…

El shaj arrebató de manos del dzhiguita un paquete rojo y lo abrió con su puñal.-¡Yo les enseñaré a rebelarse!- murmuraba, mientras trataba de leer la carta en la

tenue luz.-Samarcanda siempre fue un nido de revoltosos. ¡Oye, Timur Melik! ¡Haz llamar de inmediato a las tropas kipchaks! Salgo para Samarcanda. Allí no alcanzarán ni álamos ni cuerdas para colgar a todos los que osaron levantar su mano sobre la sombra de Alá en la tierra… Llevad a esta mujer a su tienda blanca y llamadle un médico… Dzhiguit, ¿Cómo te llamas?

- Ea ¡Que pregunta! ¡Sólo un pequeño dzhiguita en el gran desierto!- Tú me has traído una “noticia negra” y por la vieja tradición debo entregar a la

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muerte al mensajero de la desgracia. Pero además de ello has dado muerte a mi pantera predilecta. Qué clase de ejecución darte… no se…

-¡Yo lo sé, majestad!- exclamó Timur Melik- Permíteme decirlo.- Habla, valiente Timur Melik y anúnciale tu sentencia de mi parte, a este atrevido

dzhiguit.- En las cuestiones de la guerra, perder un día o hasta una hora, puede significar

perder la victoria. El dzhiguita demostró gran ahínco al traerte una importante y buena, para tu excelencia, carta... En ella dice que tu hija vive y se defiende valientemente de sus enemigos, cual si fuera un guerrero. Tú, mi gran padishaj, te apresurarás a Samarcanda y lograras salvar a tu brava hija a tiempo. Por esta clase de servicio, el shaj perdona al dzhiguita nueve veces nueve sus delitos. A cambio de la pantera muerta, el shaj de Jorezm obtendrá una más feroz aún: a este mismo bravo guerrero, nombrándolo centurión de cien jinetes turkmenos que él mismo deberá conseguir. Todos ellos entrarán a formar parte del destacamento de tu guardia personal…

El shaj de Jorezm estaba atónito y enrollaba sobre su dedo, con anillo de diamante, un rulo de su renegrida barba.

El halcón no dobla en su vuelo y el shaj de Jorezm no dicta dos sentencias contradictorias- con dignidad dijo el dzhiguita.- ¿A dónde ordenas llevar a la doncella turkmena?

El dzhiguita se agachó y, tiernamente, levantó a la caída Giul Dzhamal. Se detuvo un instante en el umbral de la puerta, alto, delgado, ceñudo y, dirigiéndose al rey, como de igual a igual, dijo:

-¡Salaam! ¡Te saluda Kara Konchar, azote de tus caravanas!- y, orgullosamente, prosiguió su camino.

El shaj miraba a Timur Melik y no sabía si enojarse con el o agradecerle. Éste reía con estruendosas carcajadas.

-Sin embargo ¡Qué bizarro y atrevido! Y tú, mi señor, todavía dices que no se podía fiar de los turkmenos. Con un ejército de estos dzhiguitas, conquistarías el mundo.

…Transcurrieron algunos días. Cuando en la oscuridad de la noche el delgado arco de la medialuna se ubicó sobre el minarete, algunas sombras silenciosas se deslizaron a lo largo del palacio, hacia a una callejuela y se detuvieron en el lugar donde caían sobre el muro las ramas del viejo álamo.

Una escalera de cuerda, hecha de cabello, con un garfio en un extremo, fue arrojada sobre el borde del muro. Una de las sombras escaló la pared. Sobre la iurta blanca se elevaba una tenue columna de humo, las rendijas estaban iluminadas. Al grito de una lechuza, salió una mujer embozada.

En la oscuridad se oyó decir:-¡Todos los turkmenos son hermanos! ¡Salaam! ¿Giul Dzhamal goza de salud?-Yo soy su criada. ¡Qué desgracia! El shaj se fue ya hace tres días con su ejército a

pacificar la rebelión en Samarcanda. Sobre el palacio vigila ahora el ojo avizor de la feroz vieja, la reina madre Turkán Jatún. Ordenó trasladar a nuestra “Sonrisa de la flor” a la torre de piedra del palacio y duplicó la custodia. Dijo que Giul Dzhamal permanecerá allí hasta la muerte.

- Llégate hasta ella. Aquí tienes un dinar de oro para sobornar al eunuco y aquí tienes dos más para la guardia. Transmítele a la dama Giul Dzhamal que le diga a la reina madre que es su deseo orar ante la tumba del santo sheik, que se halla en las afueras, sobre el camino grande. Turkán Jatún no se atreverá a negarle orar y, cuando ella salga de la

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ciudad, allí Kara Konchar hará lo que corresponda. Nuevamente la sombra se encaramó sobre el muro y desapareció en la oscuridad.-¡No hay sobre la tierra alguien mas malo y astuto que Turkán Jatún! Si ella quiere

eliminar a alguien de este mundo, ¿Quién puede contra ella?- murmuró la sirvienta.

Capítulo Noveno

En el jardín del heredero en desgracia.

¡He aquí mi caballo y mis armas! Ellos reemplazarán el banquete en el jardín.

(Ibrahim Monteseri, siglo X)

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Timur Melik era un guerrero experimentado, que vio no pocas batallas. No temía al peligro. Más de una vez, el sable del enemigo se alzó sobre él, la lanza atravesó su escudo y las flechas se clavaron en su cota de malla. Luchó con panteras, fue perseguido por tigres y la muerte planeó sobre él, cubriendo sus ojos con una negra nube. ¿Qué más podría asustarlo? Por eso, sin temor a la ira del shaj de Jorezm, Timur Melik se dirigió al jardín Tillialy, en las afueras de la ciudad, para visitar a su propietario, el hijo del shaj caído en desgracia, Dzhelal ed Din.

Encontró al joven príncipe en la profundidad del tupido jardín. Dzhelal ed Din, pensativo, estaba sólo, sentado sobre una alfombra. Se incorporó ágilmente y se dirigió al encuentro del visitante.

-¡Salaam, te saludo valiente Timur Melik! Invité a unos cuantos amigos pero la mayoría lamentó comunicarme que por razones de salud no vendrán. Solo tres nómadas de la estepa y tú no temieron visitar al desgraciado señor de la lejana Gazna, la cual, seguramente, no llegaré a ver nunca.

-La voluntad del shaj es sagrada, dijo Timur Melik, sentándose sobre la alfombra.-¿Acaso soy culpable, - continuó diciendo pensativamente Dzhelal ed Din,- que

nací de una turkmena, mientras que todos los kipchaks desean tener a un kipchak como heredero? Que sea un kipchak, pero entonces que mi padre me permita ir como un simple dzhiguita a la frontera, donde hay permanentes refriegas. Amo un caballo brioso, un sable brillante y el viento de la estepa y no quiero estar tirado sobre una alfombra, escuchando canciones y cuentos de viejos.

- Pero tenemos guerra por doquier- dijo Timur Melik,- los beks kipchaks solicitan al shaj mover sus ejércitos a sus estepas. Allí llegó desde el este, un pueblo desconocido, nos quita nuestras tierras y ahuyenta de las mejores pasturas a sus rebaños…

- Sería mejor que mi padre arroje de Jorezm a todos los kipchaks y comience a gobernar sin ellos,- observó Dzhelal ed Din,- los kipchaks se han acostumbrado a la molicie y se han pervertido. En un momento difícil, ellos traicionarán a mi padre.

-¿Por qué piensas así?- preguntó Timur Melik.- Cuando el shaj desconfía del pueblo de Jorezm y entrega la defensa del poder y el

orden en manos de los extranjeros kipchaks, se parece a ese amo que confía la esquila de sus ovejas a los lobos de la estepa. Pronto no tendrá ni lana, ni corderos y él mismo, servirá de almuerzo a los lobos.

Dzhelal ed Din miró al gulam que estaba parado a cierta distancia y le hizo un gesto con las cejas. El sirviente se acercó.

- Hemos preparado un gran dostarján (banquete) para muchos invitados y ellos no están. Pon un retén en el camino e investiga a todos los que pasen por allí. Entre ellos encuentra a aquellos que pudieran alegrar mi alma y tráelos aquí. También trae a mis caballos preferidos. Como no llegaron mis invitados, agasajaré a mis caballos y a los pordioseros del camino…

-¡Tú me has llamado y aquí estoy!- dijo una voz calma. De entre los arbustos salió un turkmeno alto y delgado, tocado con un gran gorro de piel de cordero. Hizo una reverencia, cruzando los brazos sobre el pecho

- Me alegro de verte, pantera del desierto, Kara Konchar. Pasa y siéntate con nosotros.

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Alí Dzhan, decurión de una fortaleza ubicada sobre la frontera este de Jorezm, corría al galope tendido acompañado de cinco dzhiguitas, por la gran ruta de las caravanas. Solo hacían las paradas más breves y necesarias para alimentar a las cabalgaduras. Alí Dzhan temía no llegar hasta Gurgandzh con su inusual prisionero.

Los viajeros que se cruzaban con ellos, se detenían preguntando qué clase de peligroso bandido habían capturado. Los jinetes galopaban lado con lado, observando el rostro del prisionero amarrado. Alí Dzhan repartía latigazos a los que se acercaban demasiado, desalentando a los curiosos.

Ya habían vadeado dos canales y cruzado un puente de palos y tablones, que se movía peligrosamente. Ya a lo lejos, entre los álamos, brillaban los azulejos celestes de las mezquitas y minaretes de Gurgandzh. En un cruce de caminos, seis jinetes vestidos con caftanes color frambuesa, montados en magníficos corceles de pelaje moro, con arneses y correajes blancos, les cerraron el paso.

-¡Alto, dzhiguitas!-¡Salid del camino!- gritó Alí Dzhan- En nombre del defensor de la Fe, no

detengáis a los que van al diván-arz (cancillería del estado) por un asunto importante.- Sois justo lo que necesitamos. El hijo del shaj, Dzhelal ed Din os ordena salir del

camino y presentarse ante él en sus jardines.- Debemos continuar nuestro camino sin demoras, directamente a Gurgandzh, a ver

a nuestro jefe Timur Melik…Pero los jinetes aferraban con fuerza las riendas del caballo de Alí Dzhan.-¡El mismísimo Timur Melik se encuentra aquí, ahora, sentado en el jardín con el

príncipe, escuchando canciones! ¡Sal del camino te digo! ¿Por qué te resistes? Tu prisionero no morirá y el príncipe te regalará un abrigo de piel, te convidará manjares y te dará un puñado de monedas de plata. ¡Y qué paellas sirven aquí! ¡Nunca comerás nada igual en otro lado!

Alí Dzhan percibió el rico olor a tocino de cordero y ordenó a sus guerreros:-¡Alto! Doblemos hacia esa finca. ¡Aquí experimentaremos la beatitud!Los dzhiguitas, con el prisionero amarrado, doblaron hacia la finca y, pasando ante

los taciturnos centinelas que guarecían el gran portón, entraron al primer patio. En la penumbra del atardecer, seis fogones, ubicados en fila, ardían con grandes llamaradas rojas. A su lado caminaban mujeres ataviadas de carmesí. A la roja luz de las llamas parecían de fuego.

Los jinetes desmontaron y ataron los caballos a postes, colocados a tal fin. El prisionero continuó en la montura. Su caballo movía las patas inquieto, meneaba la cabeza y se estiraba hacia los otros caballos, a los que los jinetes habíanle suministrado generosas brazadas de heno. Las mujeres se agolparon en derredor del prisionero, asombrándose de su extraordinario aspecto.

Estaba atado al caballo con cuerdas de cabello. Su largo ropaje azul con galones rojos, cosidos sobre una manga y el gorro chato de fieltro, con alas dobladas hacia arriba, indicaban su pertenencia a alguna extraña tribu. Desde las sienes, como dos cuernos de búfalo, caían sobre sus hombros, anudadas, dos trenzas negras. Salvajes parecían sus ojos rasgados, clavados inmóviles en un punto. Entre el gentío susurraban:

-¡Pero, si es un muerto!- No, aún respira. Todos los paganos son duros de morir.-¡Sígueme!- dijo un sirviente a Alí Dzhan – y trae contigo a este monstruo.Alí Dzhan desató el caballo del prisionero y cuidadosamente lo condujo por el

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sendero a través del umbrío parque, en el que los jóvenes árboles de damasco se alternaban con la fronda verde oscura e impenetrable de los altos karagachs1

Una zanjita con agua, que corría rápidamente, vivoreaba en torno a una pequeña glorieta. Ante ella, en fila, estaban parados doce potros, seis moros y seis alazanes, de pelambre brillante y sedosa, con sus crines cuidadosamente peinadas y con cintas carmesí entretejidas. Cada potro estaba atado a un poste bajo con una cadena. Dos guerreros, con fuentes de cobre en sus manos, recorrían a los garañones, alimentándolos con trozos de melón.

Ali Dzhan quedó tan impresionado por la belleza de los caballos, por sus ojos centellantes y sus cuellos de cisne, que no advirtió de inmediato al grupo de personas que estaban sentadas al pié de un enorme árbol.

Una plataforma cubierta con una alfombra persa, estaba repleta de bandejas de plata y de jarras de vidrio iraquí. Sobre las bandejas lucían multicolores masas azucaradas2, caramelos, frutas frescas y secas y otras confituras. Unas cuantas personas estaban sentadas en semicírculo. Un poco aparte, estaba sentado un joven moreno, tocado con un turbante hindú y vistiendo un chekmen negro. Todos se dirigían a él respetuosamente, como al dueño de casa. Cerca de la plataforma se esforzaban con esmero, varios músicos. Algunos tocaban unos instrumentos de arco, otros, flautas, un par de ellos ejecutaban sordos redobles con panderetas, llenando el jardín con caprichosos sones de una música embriagadora.

-¡Gelubsen! ¡Gelubsen! (acercaos)- dijo el joven moreno parándose abruptamente. Todos se levantaron tras de él. Se acercó al inmóvil prisionero. Alí Dzhan comprendió que era el hijo del shaj, Dzhelal ed Din.

-¿Tú lo has atrapado? ¿Dónde lo encontraste?- Lo encontré en la estepa, cerca de Otrar. ¡Pero qué fuerte y nervudo es, apenas lo

pude maniatar!-¿Quién es? ¿De que tribu? ¿Qué ha dicho?- No quiere contestar, calla…- Sin embargo la vida se escapa de su rostro. ¿Está muriendo?- No sé, ilustrísimo jan. Yo vine a todo galope para traerlo vivo ante los ojos del

shaj.- Lo has matado con la cabalgata. Hay que hacerlo hablar.Dzhelal ed Din batió palmas. Apareció un sirviente.-Llama al médico Zabán; que venga con todos sus frascos y remedios. Dile que un

hombre está muriendo.- ¡De inmediato, mi jan!El prisionero comenzó a revivir. Sus ojos se agrandaron, de su boca se escaparon

sordos ruidos y luego un grito. Trató de liberarse de las cuerdas.-¿Qué es lo que grita?- preguntó Dzhelal ed Din.Alí Dzhan explicó:- El ve tus caballos y se maravilla. Dice: “Buenos y hermosos caballos. Pero no

quedarán aquí. Todos engrosarán las tropillas de Chinguiz Jan, el invencible. ¿Sólo él montará tus caballos!”

-¿Por qué entiendes las palabras de este infiel?

1 Karagach: árbol de gran porte, en el oriente medio.(Ver pág. 17)2 En aquel tiempo, el azúcar se elaboraba de la caña de azúcar en la India y Egipto, por lo que era un artículo de lujo.

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- Tiempo atrás participaba de las caravanas que iban a China y visitaba los campamentos tártaros. Allí aprendí su idioma.

-¿Y quién es Chinguiz Jan, el invencible? ¿Por qué es invencible? ¿Cómo osa este pagano a hablar tan atrevidamente?- Dijo enojado Timur Melik.- Solo el shaj Muhammed es invencible, el señor de todos los pueblos. Cortaré en pedazos a este prisionero si sigue hablando así.

-Déjalo hablar lo que quiera, - interrumpió Dzhelal ed Din.-Nosotros le exprimiremos todo lo que sabe sobre este invencible jefe tártaro.

De entre los arbustos del jardín, se escuchó una voz aguda. Alguien se acercaba rápidamente, entonando a los gritos las siguientes palabras:

-¡Que adorne Alá a todos los musulmanes con la valentía que posee el hijo del soberano de los creyentes, el ilustrísimo y muy bravo Dzhelal ed Din, poseedor de una espada luminosa y de los más hermosos caballos del mundo! ¡Y que caiga su espada cual trueno punitivo sobre la cabeza de todos los enemigos del Islam!

Un pequeño hombre, de larga barba, avanzaba rápidamente por un sendero del jardín. En las manos sostenía un bolso de cuero y una gran botella de cerámica. Diversos instrumentos de cobre, cuchillos y frascos que colgaban de su cinto, tintineaban con cada movimiento. Acercándose a Dzhelal ed Din, hizo una reverencia hasta el suelo.

- Tu merced me arrancó de las fauces de la desgracia. Tu infinita generosidad me condujo a tus puertas. Me acaban de decir que debo salvar a un moribundo…

El caudal de verborrea del médico fue interrumpido por un gesto de la mano de Dzhelal ed Din.

-¡Zabán, matasanos! Que tu voz descanse, mientras tú miras este hombre enfermo y viertes sobre él toda tu sabiduría y los remedios de tus frascos. Haz lo posible para que viva.

- ¡Soy tu siervo y tu esclavo! ¡Lo que mi jan ordene, lo cumpliré!El pequeño médico comenzó a dar indicaciones. Los sirvientes desataron al cautivo

y lo bajaron del caballo. Apenas se podía mantener en pié, con las piernas separadas, quedó como congelado en la posición en la que se hallaba sobre la montura. Tocando al extraño con aversión mientras balbuceaba algunas oraciones, los sirvientes, siguiendo sus instrucciones, desvistieron al prisionero y lo acostaron sobre un mandil extendido. Él yacía sumisamente, como ausente, con los ojos entornados.

El médico, pronunciando fórmulas mágicas, comenzó a rociar el pecho del enfermo con un aceite transparente y, con una espátula de hueso, a raspar los gusanos que parecían granos de arroz, esparcidos sobre las secas heridas.

-Ya aparecieron los gusanos… Pero en el libro sagrado dice: “Cuantas enfermedades creo Alá, tantos remedios creó también, para poder curar estas enfermedades”

Cuando de las heridas comenzó a manar sangre, el médico desplegó sobre las heridas un algodón embebido con aceite y ordenó vendar todo el cuerpo con trapos.

-¡Oh, ilustrísimo jan! ¡Oh, mi amo!- dijo dirigiéndose a Dzhelal ed Din, - Soy un científico médico árabe, un “kaddaj”, especialista en enfermedades de los ojos1 y erradicación de las cataratas, que estudió los libros del rumi (romano) Hipócrates, que cura

1 La medicina entre las ciencias árabes, era, en esos tiempos, de un muy alto nivel. A lo largo de todo el medioevo, los médicos europeos no editaron ni un solo tratado sobre oftalmología equivalente al árabe. Recién a comienzos del siglo XIII notamos un progreso en occidente que comenzaba a adelantarse a los escritos árabes. (Nota del académico Krachkowski)

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torceduras y aleja la muerte. Soy tu esclavo y sirviente y dependo de tu misericordia. Ordena traer un cántaro de vino añejo para que pueda preparar un remedio. Después de mi curación, el enfermo comenzará a hablar y hablará un día o dos, después de lo cual, morirá o sanará, según sea la voluntad de Alá…

Trajeron el vino y comenzó a mezclarlo con diversos polvos. Mientras hacía esto, ora tomaba él mismo de la pócima, ora se la suministraba al enfermo, el que volvió en sí y comenzó a hablar.

Con la cara febrilmente encendida, el prisionero, al principio cantaba y gritaba palabras incomprensibles; luego comenzó a hablar fluidamente, con lenguaje pausado, cual recitando poesías. Alí Dzhan escuchaba atentamente y traducía.

-Hermosa y alegre es mi patria y no tiene rival,- decía el prisionero, clavando sus ardientes ojos en la lejanía. – Treinta y tres llanuras arenosas se extienden de lado a lado entre rosadas cordilleras. El caballo más afamado en las carreras, no podría recorrer todo su contorno. Entre los altos y ricos pastos avanzan rugiendo las fieras salvajes, cruzan cual rayos los antílopes de sesenta pelambres diferentes, beben pájaros bullangueros. En el cielo color turquesa sobrevuelan blancos cisnes y gansos… Todos tienen lugar en las estepas de mi país, solo no lo tiene mi pobre tribu. Tribus más poderosas, con sus ávidos janes a la cabeza, nos quitaron las verdes pasturas, donde ahora pastan tropillas ajenas de gordos caballos y rebaños de vacas y ovejas… Para mi pobre y débil tribu solo quedan desiertos pedregosos y rocosos desfiladeros. Allí nuestros rebaños se secaron, se diezmaron, los caballos enflaquecieron y se tambalean por la debilidad. Los culpables de todo esto son los arrogantes janes y su kaján principal, Chinguiz Jan, el de la barba roja, el invencible, que conduce al pueblo mongol a otros países para perpetrar el saqueo universal…

- ¿A qué Chinguiz Jan se refiere?- preguntó Dzhelal ed Din.Alí Dzhan tradujo la pregunta al prisionero. Éste exclamó:-¿Quién no conoce a Temuchín, el Chinguiz Jan? Yo huí de él. El no perdona a los

que osan pararse frente a él, sin doblar la cerviz, como esclavos. El toma venganza de los que no se someten, persigue a los que alguna vez lucharon contra él y los elimina, junto a toda su familia, hasta el último recién nacido.

-¿Quién eres tú? ¿Por qué hablas tan osadamente contra Chinguiz Jan?- Soy un merguen1, libre. Soy Gurkán Bagatur. Soy mi propio jan y mi propio

nuker2. Yo abandoné el ejército de Chinguiz Jan porque este viejo de cara avinagrada ordeno quebrarles el espinazo a mi padre y a mi hermano, porque el barbirrojo kaján toma a las mas bellas muchachas y las convierte en sus esclavas, porque no tolera que exista sobre toda la tierra ninguna otra voluntad, mas que la suya. Me iré hasta el fin del mundo, donde solo viven animales y otros cazadores libres como yo y viviré allí, donde no me puedan alcanzar los guerreros del maldito…

-¿Dónde se encuentra ahora Chinguiz Jan? ¿Qué dice?- preguntó Dzhelal ed Din.- Ahora el reino de Chinguiz Jan parece un lago colmado de agua, que apenas es

detenida por un dique. El está alerta, listo y todos sus guerreros afilaron sus espadas y sólo esperan la orden de abalanzarse sobre los países del oeste. Ellos llegarán aquí, a saquear vuestras tierras.

- Dejaremos a este mozo vivir aquí, con nosotros,- dijo Timur Melik.- Se casará con una turkmena y armará su tienda en el campamento del intrépido Kara Konchar y será un

1 Merguen: cazador.2 Nuker: Guerrero de la guardia personal del jan. Guardaespaldas.

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merguen-cazador libre, vagando por los Kara Kum.-¿Pero quién es este Chinguiz Jan?- preguntó Dzhelal ed Din,- me preocupan estos

relatos. Debemos averiguarlo todo sobre él.- Perdóname, ilustrísimo jan,- dijo levantándose Timur Melik. – Debo ir a la

cancillería con este prisionero. Le sacaré todo lo que sepa de este insolente Chinguiz Jan.- Excúsame a mi también, ilustre amo,- dijo Alí Dzhan.- Mis dzhiguitas han

saciado su apetito con tu dulce banquete y los caballos recibieron pienso en cantidades generosas. Ahora nuestra alma se regocija, habiendo experimentado la beatitud. Permítenos continuar adelante y conducir a este condenado prisionero a Gurgandzh, a la fortaleza.

-¡Josh! (Bueno)- contestó Dzhelal ed Din,- gulam, entrégale al guerrero un abrigo nuevo de piel de cordero.

Alí Dzhan hizo una profunda reverencia y dijo:-Al pájaro, el vuelo, a los invitados, salaam, honor al amo y al dzhiguita ¡El

camino!

TERCERA PARTE

La batalla sobre el río Irguiz

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Capítulo primero

Expedición a la estepa kipchak

Afrosiab exclamó: “¡Voy de campaña!¡Pintad con henna1la cola de mi caballo!”

(De una antigua canción persa)

El shaj de Jorezm muhammed, viajó a toda prisa a Samarcanda, lleno de ira. Había resuelto vengarse inmisericordemente de su yerno Osman y de los habitantes que habían osado levantar sus espadas contra su monarca.

Muhammed asedió la ciudad, declarando que por desobediencia masacraría a todos, hasta el último recién nacido y mataría hasta a los extranjeros. Largo tiempo combatieron los de Samarcanda, armando barricadas de troncos en las estrechas calles. Finalmente el príncipe Osman se presentó ante el shaj de Jorezm pidiendo clemencia para la ciudad. Osman se presentó ante Muhammed, teniendo en sus manos una espada y un trozo de tela blanca para una mortaja, expresando con ello una rendición incondicional y la predisposición de ser ejecutado con esa misma espada. El shaj se conmovió al ver a su yerno tendido ante él, con la cara contra el suelo y decidió perdonarlo. Cuando la ciudad se rindió, la hija del shaj, Jan Sultán, que se había defendido valientemente en la fortaleza, asediada por los rebeldes, acudió al lado de su padre. Ella no quiso perdonar al esposo y exigió su muerte. Durante la noche, Osman fue ejecutado. También fueron exterminados todos sus familiares, incluyendo a los niños, de modo que se extinguió la dinastía de los Karajánidas2, gobernantes de Samarcanda.

Los príncipes (janes) kipchaks, que llegaron con el shaj, reprimían cruelmente a la población de Samarcanda. Ellos asesinaron a más de diez mil habitantes y querían continuar con la matanza y el saqueo de la ciudad, pero entonces intervino la reina madre, Turkán Jatún, que, aunque cruel, era muy prudente y logró convencer a los janes kipchaks a terminar con las atrocidades...

Después de esto, Samarcanda se convirtió en la capital del shaj de Jorezm. Éste, comenzó la construcción de un gran palacio.

Los janes kipchaks exigieron al shaj, conducir su ejército a sus estepas para arrasar la tribu tártara de los Merquitas3, que había llegado allí desde los desiertos orientales, empujando a los kipchaks de sus dominios. El shaj, ponía como excusas, los apremiantes

1 Henna: tintura roja con la que se pintaban las palmas de las manos, las barbas canosas y, en tiempos de guerra, las colas de los caballos, en medio oriente.2 Karajánidas: dinastía turca instalada en Samarcanda en el siglo X de nuestra era, cuando las tribus turcas irrumpieron en Asia Central y se apoderaron de las tierras comprendidas entre los ríos Sir Daria y Amu Daria. La época de la dominación de ésta dinastía fue, para Maverannagr, una de regresión cultural y de opresión de la nobleza, como consecuencia de lo cual, las revueltas populares estallaban permanentemente. (Según el académico V. Bartold, de la Academia de Ciencias de la URSS)3 Merquitas: una de las tribus tártaras, denominación común que se les daba a muchas tribus nómadas de origen turco, que fueron sometidas por el Chinguiz Jan.

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problemas de estado y la construcción del palacio. Entonces, su madre, Turkán Jatún, se dirigió a él con la misma petición.

Como una vieja águila que sobre lo alto de las rocas, en un nido inaccesible, cuida a sus pichones de cuello pelado, escudriñando con penetrante mirada la lejana estepa, así, Turkán Jatún, la mas pérfida y calculadora mujer, cuidaba el trono del shaj, de las peligrosas revueltas de la eternamente descontenta población, de la traición de los ladinos príncipes y de sus secretas sediciones. En los momentos de peligro, ella dirigía desde su sombrío e inaccesible palacio en Gurgandzh, destacamentos de kipchaks que le eran adictos, para destrozar a cualquiera que se atreviese a levantar la mano sobre la grandeza de su hijo, el invencible shaj de Jorezm. Por ello, ¿Podría el shaj negarse al llamado de su cautelosa madre?

En la temprana primavera del año siguiente, Muhammed arribó a Gurgandzh y desde allí, a la cabeza de un gran ejército de caballería, salió en campaña. Diez divisiones fueron saliendo de la ciudad, durante diez días. Cada una contaba con hasta seis mil jinetes. Los caballos de reserva, cargaban con cebada, trigo, arroz, manteca, aceite y “kumys” (leche fermentada de yegua o camella).

El shaj de Jorezm amaba la pompa marcial, el retumbar de los tambores y la ronca voz de las trompas de guerra, llamando a campaña. Delante de decenas de miles de jinetes, caracoleaba el bayo de ancho encuentro, levantando su cola pintada de escarlata. Sobre el caballo lucían los arreos de oro incrustados de piedras preciosas y, atados a las patas, repicaban cascabeles de plata. ¿¡Quién en Jorezm no conocía a este caballo y a su jinete de renegrida barba, tocado de blanquísimo turbante, envuelto en hilos de diamantes!?

Este jinete, bastión del Islam, pilar de la verdadera fe, terror de los paganos, mandaba los relámpagos de su voluntad y su ira al mismísimo califa de Bagdad, Nasir, descendiente del Profeta. Este jinete, el shaj de Jorezm, Alla ed Din Muhammed, que ensanchó las fronteras de su reino hasta aquellos desiertos que ni siquiera pisó el propio Iskandar –Rumi (Alejandro Magno), el invencible conquistador del mundo.

El ejército se estiró a lo largo de diez días de marcha. Cada columna, de varios miles de caballos, en las paradas se bebía toda el agua de los pozos. Solo después de un día completo, se llegaban a recuperar.

En el cuerpo de vanguardia avanzaban los exploradores. El shaj de Jorezm cabalgaba en la segunda columna. Con él marchaban los camellos que transportaban las tiendas, ollas y las abundantes provisiones de la cocina real.

En el último, décimo cuerpo, junto con los turkmenos, siempre inquietos e indómitos, cabalgaba el hijo del shaj, caído en desgracia, Dzhelal ed Din. Los turkmenos rivalizaban con los kipchaks, no perdonándoles su arrogancia y su avaricia. Los turkmenos desplegaban sus fogones en amplios círculos y por las noches organizaban danzas guerreras a su alrededor. Viboreaban las largas rondas, entonando cánticos marciales y blandiendo sobre sus cabezas los curvos y brillantes sables.

El camino transcurría a lo largo de la costa del Mar de Jorezm. Habiendo cruzado el río Seijún1, las divisiones arribaron al golfo Sar-Chaganak. Aquí el shaj se detuvo. Esperaba noticias de los exploradores enviados hacia delante. Mientras tanto él, con sus halcones de caza, cabalgó a lo largo de las costas del mar color turquesa, regresando al campamento con atados de patos y cigüeñas abatidas.

Los exploradores informaron que las tropillas de los merquitas fueron avistadas

1 Seijún: nombre del actual río Sir Daria, en el siglo XIII.

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hacia el norte, en el bajo curso del río Irguiz, en la desembocadura del lago Chelcar. El shaj de Jorezm esperó hasta que todas las columnas se reúnan, convocó a sus jefes y, en una reunión les explicó el plan de ataque. Todo el ejército avanzaría en tres cuerpos. Él mismo comandaría el cuerpo del centro, el que sería utilizado para el último y decisivo ataque. El ala izquierda, sería comandada por el jan kipchak Turgai y la derecha sería conducida por Dzhelal ed Din, hijo del shaj. Muhammed quería verificar cómo se comportaría su indómito y presuntuoso hijo en batalla.

Al campamento llegó cabalgando un mensajero de Gurgandzh, trayendo un sobre de la madre del shaj, Turkán Jatún. El vekil y el mirzá siguieron al shaj al interior de su tienda. Muhammed abrió el sobre con su puñal. En su interior había una bolsita de seda escarlata. Llevándose la bolsita a la frente y los labios, el shaj la abrió. Había allí una carta, escrita con grandes caracteres, sobre un angosto rollo de papel1.

“Al más grande, bendito defensor de la fe y la justicia, Alla ed Din Muhammed, shaj de Jorezm, ¡Que Alá lo tenga en su gloria! ¡Salaam!

¡Todos los imanes en todas las mezquitas elevan sus oraciones al Hacedor cinco veces por día, para que el todopoderoso prolongue tu reinado y te obsequie la victoria sobre el enemigo! ¡Que así sea!

En el bazar fue apresado un derviche, enviado por el califa de Bagdad. El derviche predicaba a los simples incautos que Alá castigará a nuestro amado shaj por haber copiado de los persas su impía fe, en consecuencia de lo cual llegará a Jorezm un pueblo pagano, los Dzhuzhi y Madzhuzhi2, que destruirá nuestro reino. Al derviche charlatán lo aprehendió el jefe de los verdugos, Dzhiján Pehleván y después de torturarlo con hierros candentes, lo colgó en la plaza del mercado, cortándole, previamente, la lengua.

Viendo este castigo, miles temerán. El resto marcha bien. ¡Que duren muchos años la tranquilidad y el bienestar en tu reino!

Turkán Jatún, soberana de las mujeres del mundo.”

Temprano en la mañana, las divisiones abandonaron el campamento al sobrepaso y en dos jornadas arribaron al río Irguiz.

La estepa reverdecía con los frescos brotes primaverales. Lirios amarillos y lilas y rojos tulipanes se esparcían alegremente sobre las arenas de la llanura, habitualmente seca y yerma. El sol ora calentaba con sus enceguecedores rayos, ora se ocultaba tras nubes de lluvia.

El río Irguiz aún estaba cubierto por un hielo frágil y disperso. En partes, el agua fluía sobre el hielo. Las oscuras grietas por donde asomaba el agua, no ofrecían a las tropas un vado hacia la otra orilla.

El shaj ordenó a sus tropas esperar, ocultas en las cañadas, entre los cañaverales, para que los merquitas no pudieran avistarlas y retirarse al interior de las llanuras de la estepa.

Dos días el ejército descansó, sin encender fogatas. Durante la segunda noche, apareció sobre el cielo una luz inexplicable. El cielo, de color púrpura, como brasas encendidas, no quiso envolverse en la oscuridad de la noche y las estrellas no aparecían.

1 Por aquellos tiempos el papel se elaboraba en Samarcanda, que era famosa por esta industria, entre otras y se exportaba a numerosos países.2 Dzhuzhi y Madzhuzhi: denominación de un pueblo fabuloso que se encuentra frecuentemente en los cuentos del medio oriente.

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Parecía que el atardecer se prolongaba hasta el alba1. El sheik ul Islam2 que acompañaba al ejército, explicó el fenómeno como un anuncio de Alá, presagiando una gran gloria que esperaba al shaj Muhammed.

Cuando el río quedó libre de hielo, los exploradores hallaron vados y todas las divisiones pasaron a la otra orilla.

Una estepa desértica, salpicada de colinas, se extendía silenciosa y enigmática. Guiándose por senderos apenas perceptibles, las divisiones avanzaban hacia el oriente. Se mantenían más apretadas, estrechando filas, listos para la inminente batalla.

En un valle entre faldeos pedregosos, observaron oscuras tiendas (iurtas). Por lo visto, fueron abandonadas durante una presurosa huída. Trozos de fieltro, mandiles, ropas de mujer y viejas alfombras, yacían a lo largo del camino. Allí mismo estaba tirado un hombre, de rostro achinado y amarillo, con dos trenzas negras sobre sus orejas. Su ropa azul, descolorida y larga hasta los tobillos, estaba cortada en tajos. Mas allá se encontraba un carro de dos ruedas, volcado sobre un lado.

Los exploradores, que habían subido a las colinas, hacían gestos señalando en una dirección. El ejército giró, formándose en semicírculo.

La formación pasó al trote y, nuevamente sofrenaron los caballos. Ante ellos se extendía una llanura gris, que parecía estar cubierta de trapos oscuros esparcidos. Un caballo ensillado, pero sin jinete, deambulaba por el campo.

-¡Un campo de batalla!- Exclamaron los guerreros- Con ayuda de Alá eterno, se acabaron sus vidas.

-¿Quién ayudaría a exterminarlos? ¿Quién arrancó de nuestras manos el botín? ¿Dónde están sus rebaños, sus caballos y camellos?

Los destacamentos se dirigieron a través del campo sembrado de cadáveres. Lo que parecían trapos desde lejos eran cuerpos humanos sableados salvajemente y acribillados a flecha y lanza. Yacían solos o amontonados por docenas. Algunos habían sido despojados de sus vestimentas y calzado.

Los jinetes se desparramaron por el campo, levantando quien una espada caída, quién un escudo redondo, quien una lanza.

El shaj cabalgaba sobre el terreno, pensativo, enrollando sobre un dedo un rulo de su negra barba. Sus allegados hablaban en voz baja entre sí.

- Aquí la batalla fue encarnizada. Fueron muertos varios miles de merquitas. A ninguno se le dio cuartel y a los heridos los remataban…

Al galope se presentó un jinete gritando:-¡Encontré un merquita vivo! ¡El puede hablar!El shaj lanzó su caballo al galope. Le siguió su séquito.El merquita estaba sentado al pié de una colina. A su lado, en cuclillas, se hallaban

varios kipchaks interrogándolo. La cabeza del merquita estaba afeitada desde la frente hasta la nuca y llena de sangre.

El shaj sofrenó la cabalgadura y preguntó:-¿Qué dice? ¿De qué tribu es? ¿Quienes los aniquilaron?El merquita, entre sollozos y lágrimas comenzó a contar:-¡Nuestro pueblo fue un gran pueblo, pero ya no existe! Se llamaba el pueblo

merquita. Nuestro jan era el Tuktu Jan… Huyó junto a su hijo, el Joltu Jan, famoso

1 Sobre este fenómeno atmosférico, ocurrido en esa fecha, parecido a la aurora boreal, escribieron todos los cronistas de la época.2 Sheik ul Islam: cabeza del clero musulmán.

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cazador. Nadie disparaba una flecha más lejos y certeramente que él. Ambos janes decían a sus guerreros: “Huid con nosotros de la ira del barbirrojo Chinguiz Jan. El resolvió arrancar nuestra tribu de raíz… En occidente, más allá de los lagos salados, hasta el mismo mar, se extienden las estepas de los kipchaks; allí habrá lugar también para nosotros. Allí veremos mucho pasto apreciado por los toros, espesos cañaverales y allí nuestros rebaños comenzarán a engordar y multiplicarse. Los kipchaks no nos negarán su hospitalidad y nos permitirán comer con ellos del mismo caldero y beber del mismo odre.” Así hablaban nuestros janes. ¿Qué nos quedaba por hacer? Tras nuestro estaba la muerte, por delante la libertad y la alegría. Pero sobre nuestros pasos corrían dos feroces mastines. Los azuzaba el hijo mayor del barbirrojo, Dzhuchi Jan y los nombres de esos perros son Subodai y Tojuchar noion1. Huimos tan rápido como pudimos… Queríamos que las huellas de nuestros caballos se perdiesen en los pedregosos gobi y las arenas rojas. Pero los caballos flaquearon, sus cascos se rajaron y perdieron su agilidad… Con ira feroz cayeron los mongoles2 sobre nosotros. No teníamos salvación cuando veinte mil jinetes se nos abalanzaron. El río Irguiz salió de cauce, flotaban trozos de hielo, los caballos se atascaban en la tierra fangosa… ¡No existe más el gran pueblo merquita! Algunos cayeron sobre este campo, sableados por los mongoles, otros fueron llevados en cautiverio… ¡Se ríe el Chinguiz Jan, sentado sobre una pila de mandiles en su tienda amarilla! ¡Pereció la antigua gloria de los merquitas! ¡Sólo quedó viva una traidora de nuestra tribu, la joven y hermosa princesa Kulán! Chinguiz Jan la convirtió en su última esposa…

Los Kipchaks comenzaron a aullar:-¡Condúcenos a esos bandidos! ¡Les ajustaremos las cuentas! ¡No estarán lejos! No

pueden viajar rápido arreando las majadas y a los cautivos. Les arrebataremos el botín…-¡Pronto los alcanzaremos!- dijo el shaj y ordenó a los trompas tocar a reunión para

los jinetes que, desparramados por el campo de batalla, pillaban lo que dejaron los mongoles.

Capítulo Segundo

Batalla contra una tribu desconocida.

-¿Acaso sabes tu, padrecito, que le dijo Zal al caballero Rustom?

“Al enemigo no se le puede considerarni insignificante ni indefenso”.(De una antigua canción persa)

1 Subodai bagatur y Tojuchar noion, eran prominentes jefes militares mongoles; posteriormente participaron en la batalla del río Kalka, contra los rusos.2 Mongoles: tribu de origen turco a la que pertenecía el Chinguiz Jan (Temuchín)

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El ejército avanzó toda la noche. Se hicieron sólo dos breves paradas para alimentar a los caballos.

Hacia el amanecer la estepa fue envuelta en la niebla. Algunos destacamentos perdieron contacto entre sí. Con voces agudas y lúgubres, imitando el aullar de los lobos y chacales se intercomunicaban los exploradores.

Un viento fresco comenzó a empujar las bocanadas de neblina, que se iban despedazando. Sobre una franja dorada de cielo, pegada al horizonte, aparecieron las crestas de algunas colinas. A sus pies titilaban incontables lucecitas de fogones encendidos y cada vez, se hacían mas nítidos, grupos de jinetes, camellos y carros de enormes ruedas, pesadamente cargados.

Éste era el campamento de la tribu desconocida. Allí ya habían advertido la aproximación de la armada del shaj de Jorezm. Emergiendo de los restos de neblina, que se iba disipando, aparecieron treinta jinetes. Se mantenían separados en tres grupos de diez. Los oblicuos rayos del sol naciente alumbraron sus largos ropajes azules, sus corazas de hierro y sus cascos del mismo metal Estaban montados sobre pequeños caballos de gruesas patas y largas crines. Junto con la primer decena, cabalgaba sobre un alto caballo turkmeno, un musulmán de barba canosa, cubierto con un turbante blanco y vistiendo un abrigo color carmesí, bordado de flores amarillas. Al lado del viejo, cabalgaba un jinete, sosteniendo una lanza con una cola blanca de caballo, atada a la moharra.

-¡Salaam a ustedes!- gritó el viejo-¡Yo también soy musulmán! Permitidme hablar con vuestro principal comandante, ¡Que Alá lo tenga en su gloria!

- En nuestro ejército tenemos muchos comandantes, pero el jefe es uno solo, tempestad del universo, espada del Islam, el Jorezm-shaj Alla ed Din Muhammed.

El viejo desmontó. Cruzando los brazos sobre el pecho, inclinándose ligeramente, se acercó al lugar en el que, montado en su magnífico caballo, brillaba el shaj de Jorezm, rodeado de los ricamente ataviados y silenciosos janes de su séquito.

-El comandante del ejército mongol, el gran noion1 Dzhuchi Jan, hijo de Chinguiz Jan, amo de los países de oriente, me ordenó a mí, su intérprete, saludar al poderoso amo de los países de occidente (asiático) Alla ed Din Muhammed, ¡Que Alá prolongue tu reinado por ciento veinte años! ¡El te dice salaam!

- ¡Salaam!- dijo el shaj.- El jan Dzhuchi pregunta por qué el bravo ejército del shaj se dirige tras las huellas

de la tropa mongol, avanzando tan rápidamente durante la noche. El viejo esperaba una respuesta. Pero el shaj, acariciando su negra barba, mirando

fija y amenazadoramente al enviado mongol, callaba.-El jan Dzhuchi me ordenó también decir que su padre, el invencible soberano

Chinguiz Jan, ordenó a sus generales Subodai y Tojuchar castigar a los rebeldes merquitas, prófugos de su voluntad y dominio. Habiéndolos aniquilado, las tropas mongoles retornan a sus amadas estepas…

El viejo calló un instante, clavando su mirada en el inmutable y severo rostro del shaj, luego continuó:

- El Chinguiz Jan, soberano de todos los pueblos que habitan en las tiendas de fieltro, nos ordenó a todos comportarnos amistosamente con los ejércitos musulmanes, en

1 Noion: título nobiliario mongol, equivalente al de príncipe.

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caso de encontrarnos con ellos. En señal de amistad el jan Dzhuchi ofrece entregar a las tropas de vuestra majestad, parte del botín capturado y a los merquitas cautivos como esclavos.

Entonces el shaj golpeó con su fusta el caballo. El bayo caracoleo, sofrenado por la fuerte mano de Muhammed y pronunció las famosas palabras, que fueron inmediatamente escritas el “Cuaderno de campaña, de las hazañas, batallas y discursos del shaj”, por su escriba de palacio, Mirzá Yussuf:

- Dile a tu jefe: si Chinguiz Jan no te ordenó batirte conmigo, Alá me ordena lo contrario: ¡Atacar a tu ejército! ¡Deseo lograr la gracia del Todopoderoso, aniquilándolos a todos ustedes, asquerosos paganos!

El traductor, atónito, quedó petrificado, tratando de comprender las palabras del shaj, pero Muhammed ya se dirigía hacia sus tropas, que rápidamente, se desplazaban en orden de batalla.

El intérprete regresó hacia los jinetes mongoles, montó su caballo y todo el grupo se dirigió hacia su campo. Hicieron un par de metros al paso y luego, doblándose sobre las crines de sus caballos, se lanzaron a galope tendido hacia su campamento.

La batalla comenzó a hervir por doquier.Apenas el viejo musulmán llegó a su campamento, desde él se desprendieron

algunos destacamentos, dirigiéndose lentamente al encuentro de las tropas de Jorezm, deteniéndose sobre las pendientes de las colinas.

El shaj impartió la orden a los janes:-Dividir la tropa en tres columnas: derecha, centro e izquierda. Ambas alas deberán

envolver el campamento mongol para que de allí no escape nadie. El centro, donde me encontraré yo, será la fuerza de reserva. La moveré hacia allí, hacia donde haga falta y para el golpe definitivo. El enemigo no se arrojará directamente sobre nosotros y si lo hace, tanto mejor: se enterraran en el fangal salitroso que hay enfrente.

El shaj subió a la cima de una colina. La estepa, lugar del inminente enfrentamiento, se extendía hacia la lejanía. El shaj desmontó y se sentó sobre una alfombra. Un sirviente extendió un gran pañuelo de seda a modo de mantel y sobre él fueron colocadas bandejas con tortillas, pasa de uvas y melones secos. El shaj llenó las jarras con kumys, repartiéndolas entre los jóvenes nobles que lo acompañaban en sus incursiones y campañas militares, aprendiendo el arte de la guerra. Los camellos rápidos, portando las provisiones fueron arrodillados. Los sirvientes, comandados por el dostarjandzhí, el jefe de banquetes, se afanaban llevando y trayendo jarras de oro, ánforas y fuentes con las más variadas y rebuscadas viandas y exquisiteces, para restaurar las fuerzas del shaj, exhausto por la travesía.

El ala derecha era comandada por el hijo no amado del shaj, Dzhelal ed Din. El garañón moro lo llevó al galope hasta la cima de una duna. El joven oteaba el campo de batalla, cubriendo con su pequeña mano, a modo de visera, sus negros ojos.

-¡Llama a Kara Konchar!- gritó a un guerrero. El corpulento joven turkmeno, envuelto en un caftán rojo, se lanzó al galope cuesta abajo, volviendo en seguida, acompañado por un jinete delgado, con un gorro negro de piel de cordero y una capa, igualmente negra. Kara Konchar se acercó a Dzhelal ed Din y, acercando su cabeza, escuchó atentamente sus palabras. El jan le explicó el plan de batalla. La cara aquilina de Kara Konchar no reflejaba emoción alguna. Solamente en sus ojos, redondos y castaños, como los de una lechuza, fulguraban chispas alegres.

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-¿Ves aquella ciénaga salitrosa?- dijo dzhelal ed Din- en ella está nuestra perdición y nuestro éxito. Los tártaros no son tan numerosos. Nosotros somos tres veces más. Pero la cuestión no está en la cantidad. ¿Puedo confiarme en nuestros guerreros? Del merquita moribundo, me informé que los mongoles son unos veinte mil. Esto significa que si contra nuestra ala arremete la mitad, serían diez mil. Nosotros tenemos, sólo entre turkmenos, seis mil, además de los cuatro mil kara kitai. Pero los kara kitai se sometieron al shaj por necesidad y hambre. Ellos vinieron a esta guerra no a pelear, sino a calentar sus manos en fogones ajenos. Los mandaré por delante como batidores. Irán deseosos para llegar cuanto antes a los transportes tártaros. Pero el mismo merquita, llamó a los tártaros “tigres rabiosos”. En la batalla, claro está, los tártaros rechazarán a los kara kitai y se lanzarán sobre nosotros. Ahí es donde debemos acometerlos con todo el ímpetu posible, golpeando sobre el flanco y empujarlos a la ciénaga. Allí se atascarán y los iremos masacrando. Después de ello iremos en auxilio de mi padre. Hoy el padishaj deberá olvidarse del dulce reposo del alma y de los patos asados… ¡Eh, dzhiguitas! Galopad hacia los janes turkmenos y decidles que hoy los conducirá a la batalla Kara Konchar, la pantera de los Kara Kum.

Seis guerreros se lanzaron hacia todos los destacamentos turkmenos, diseminados por las colinas. Cuando las tropas escucharon el nombre de Kara Konchar, todos se estremecieron y emitieron gritos de aprobación. ¿Quién no había oído el nombre de Kara Konchar, tormenta de Jorasán y Astrabad? Nadie sospechaba en el silencioso jinete negro, montado en un largo alazán, al intrépido e inalcanzable dzhiguita de las llanuras del Kara Kum.

Kara Konchar galopó hacia los turkmenos. Allí llamó a algunos jinetes y les expuso sucintamente el plan de batalla. Luego llevó tres mil guerreros montados hacia atrás de de una colina, donde debían esperar agazapados a los tártaros.

Dzhelal ed Din, como una tromba sobre su moro, llegó hasta los kara kitai. Vestidos con fieltro, montados sobre pequeños caballos peludos, aguardaban en una desordenada horda, erizada de cortas lanzas.

-¡Bravos kara kitai!- les gritó Dzhelal ed Din,- ¡Sois las panteras de las montañas! ¡Sois los más valientes en combate! Ante nosotros se halla el campamento de unos cobardes vagabundos. Ellos, cuan ladrones nocturnos, pillaron nuestro legítimo botín. Éste nos pertenece solo a nosotros, los dueños de esta estepa. ¡Atacadlos y tomad allí todo lo que os plazca!

Los kara kitai se movieron y al trote, se dirigieron rumbo al campamento de los tártaros. El polvo se levantó en remolinos envolviéndolos y, a medida que avivaban el paso de sus caballos pasando al galope, comenzaron a aullar salvajemente, pasando a conformar un único y continuo rugido.

El shaj Muhammed, separando los largos faldones de su manto de piel de marta, se acomodó sobre la alfombra, mordiendo con su blanca dentadura el muslo de un pato silvestre. La otra pata era comida por el sheik ul Islam, el único de la comitiva que recibió el honor de sentarse en la pequeña alfombra frente al padishaj. Hasta el partícipe de todas sus andanzas, Timur Melik, favorito del shaj, “empuñadura de su espada y escudo de su tranquilidad”, estaba parado con los brazos cruzados sobre el vientre, mientras escuchaba la profunda conversación entre Muhammed y el blanquibarbado jefe del clero, que se había ofrecido a acompañar al shaj en su expedición, para rezar todo el tiempo, pidiendo a Alá la victoria sobre sus enemigos.

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El shaj de Jorezm bromeaba, echando de vez en cuando una mirada hacia el enemigo que se congregaba en la estepa en distintos destacamentos. En el quieto aire matinal se veía claramente como pasaban como saetas, los jinetes entre las diversas formaciones, como brillaban sus escudos redondos de metal.

Un grupo de gallardos mongoles se precipitó hacia delante chocando con los guerreros kipchaks… ¡Las relucientes espadas se agitaban subiendo y bajando! Cayó un guerrero. El caballo, con la montura dada vuelta, bajo la panza, con torpes saltos huyó por la estepa, tirando patadas al aire.

Luego comenzaron a avanzar. Unas cuantas columnas de caballería kipchak, se lanzaron sobre la llanura amarilla.

El shaj dejó la presa de pato y gritó:-¡Beks, avanzad! ¡Alá os ayude!Ante esta orden del shaj, las divisiones kipchaks comenzaron a extenderse, cual

brazos que se doblan, para abrazar a los mongoles. Pero éstos ni siquiera intentaban salir del cerco que se cerraba sobre ellos.

Del campamento se destacó la primera columna mongol. Mil jinetes alineados de a cien, en formación cerrada, arremetieron sobre sus pequeños y peludos caballos, cubiertos con defensas metálicas y de cuero. Inevitablemente romperían la irregular y vacilante línea kipchak, que estaba largamente extendida sobre la estepa.

-¡Ju, ju, ju!- se oía el feroz, casi bestial alarido mongol.Del campamento salió otra columna de mil y galopó sobre la estepa. El sol

encendía con fuertes brillos los cascos de acero, los escudos de metal y los sables corvos.El shaj, desde lo alto, veía como de la masa principal de las tropas mongoles, se

desprendían una tras otra las formaciones y se lanzaban, incontenibles, hacia delante al grito de “¡Ju!”.

Los kipchaks entraron en agitación. Una columna del flanco se dirigió hacia el campamento a saquear los transportes mongoles. Pero desde allí, surgió otro millar de jinetes y, con la misma aparente facilidad y regularidad, se lanzó hacia el flanco, cortándoles el camino a los kipchaks. Ambas formaciones chocaron.

Una nube de polvo envolvió el lugar del combate. De ella comenzaron a emerger jinetes kipchaks aislados que, pegando las caras a los cuellos de los caballos, huían hacia el campo abierto.

-¡Nunca he visto nada igual!- exclamó levantándose el shaj. Alarmado, enroscaba sobre su dedo la punta de su barba, clavando la mirada en la lejanía.

Cuatro regimientos mongoles, uno tras otro, en formación ordenada, tomaron en dirección al centro de las tropas desplegadas del shaj, hacia la misma colina donde él se encontraba rodeado de su séquito.

Cada vez más cerca se oían los alaridos mongoles “¡Ju! ¡Ju! ¡Ju!”.¿Quién podría detener esta avalancha? Muhammed miró hacia atrás. Timur Melik

ya no estaba a su lado. Montando de un salto, se había dirigido como una exhalación hacia el lugar del combate.

Las mejores unidades kipchaks, compuestas de veteranos experimentados, se lanzaron al encuentro de los mongoles. Éstos se detuvieron solo unos cuantos instantes, para abrirse camino a sablazos y siguieron al galope hacia la colina donde estaba parado Muhammed.

-¡Un caballo!- rugió el shaj- ¡Mi caballo!- y sin esperar a que lo oigan, corrió ágilmente cuesta abajo, donde dos palafreneros tenían del bocado al bayo de la cola

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pintada de rojo.El shaj lo montó y se lanzó a la estepa. Tras él siguieron sus allegados, tintineando

con los cascabeles, armas y arreos.Sobre la colina quedó la alfombra arrugada, con las fuentes de cobre, las tazas de

oro y un desparramo de manjares. El viento agitaba una punta del hermoso pañuelo que sirviera de mantel para el banquete real. Solo uno del séquito no logró ocultarse ni huir. Éste era el sheik ul Islam. Cayó del caballo cuando todos salieron galopando tras Muhammed. El imán subió a la colina, arregló la alfombra y se arrodilló. Hurgando entre los pliegues de su níveo turbante, sacó una lámina ovalada de oro.

Cuando los mongoles llegaron a la colina, tres jefes y el viejo intérprete musulmán subieron a la cima. Uno era joven, de cara taciturna, ojos negros y estrecha barba del mismo color. Su punta estaba trenzada y echada tras su oreja izquierda. El segundo, era un mongol viejo, gordo y pesado, con el brazo derecho deformado. Su cara estaba surcada en diagonal por una cicatriz morada, a causa de lo cual un ojo estaba entrecerrado, mientras que el otro, como desorbitado, miraba atentamente a su alrededor. El tercero era alto, enjuto, todo recubierto por una armadura de acero. Estos eran el hijo del Chinguiz Jan, Dzhuchi y los dos afamados y destacados en China, comandantes: el tuerto Subodai bagatur y el enjuto Tojuchar noion. El imán continuaba concentrado en oración, haciendo genuflexiones hasta el suelo. “Es un servidor de Dios”, dijo el traductor. El imán se levantó, cruzó los brazos sobre el pecho e inclinándose, con cortos pasitos se acercó a uno de los mongoles.

-Hace ya tres años que soy un fiel sirviente del emperador del universo, Chinguiz Jan.- dijo tranquilamente y extendió al mongol la laminilla de oro.- Cada mes he enviado cartas con las caravanas, dirigidas al jefe del primer retén mongol que está sobre el camino a China. Ahora solicito me tomen al servicio del ejército mongol. No deseo volver a Jorezm…

El intérprete tradujo las palabras del imán. Dzhuchi Jan tomó negligentemente la laminilla de oro…

-Una pequeña paitzá con un gerifalte…- apuntó, mientras continuaba observando la estepa, donde en todas direcciones cabalgaban jinetes. Devolviendo la lámina de oro al sheik ul Islam, dijo:

-¡No! Tú nos eres necesario mientras estás al calor del corazón de tu soberano. Vuelve con tu confiado shaj y mándanos nuevamente tus leales cartas.

Y los mongoles olvidaron de inmediato al imán. La batalla se aproximaba a la colina. Los turkmenos de Dzhelal ed Din rechazaron a los mongoles del ala izquierda, masacrando a parte de ellos, mientras que al resto lo empujaban hacia la ciénaga.

Los tres jefes mongoles bajaron la colina al galope.La batalla continuó hasta el anochecer. Los turkmenos y los kara kitai se

reagruparon sobre el ala izquierda, atacando a los mongoles. Éstos, de pronto se desparramaban y huían o volteaban sus caballos y contraatacaban arrojadamente a sus perseguidores turkmenos, para luego volver a huir. Con la llegada de las tinieblas los mongoles se retiraron a su campamento, como un solo hombre.

El shaj de Jorezm, volvió a la colina y pasó allí la noche, inquieto. En derredor se acostaron los guerreros kipchaks, cerca de sus caballos, previamente atados con lazos.

A lo lejos, el cielo resplandecía con reflejos escarlata, producidos por los fogones mongoles. Los fuegos ardieron toda la noche. “Los mongoles se preparan para darnos batalla a la mañana”, decían los kipchaks. Desde todas partes de la estepa, llegaban los

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gemidos y pedidos de auxilio de los heridos. La mitad de los kipchaks fueron abatidos, muertos o heridos en la batalla.

Dzhelal ed Din trataba de convencer al shaj de Jorezm:- Retroceder ahora, cuando los mongoles no pudieron con nuestro ejército, sería

arruinar nuestra gloria. Ellos se están fortificando en su campamento… Quiere decir que es necesario, ya, durante la noche, acercarnos sigilosamente, atacarlos por sorpresa y terminar con ellos.

- Mañana continuaré con la batalla.- dijo Muhammed, envolviéndose en el manto de marta.

Cuando los oblicuos rayos del sol recorrieron la estepa y de las colinas se extendieron largas sombras, la armada del shaj de Jorezm se formó nuevamente en tres columnas y avanzó hacia los mongoles.

Pero en su campamento, detrás de los fuegos humeantes, no había nada. No había ni un solo guerrero mongol. Solo yacían esparcidos los cadáveres ferozmente mutilados de los merquitas y deambulaban algunos camellos cojos. Fue enviado un destacamento turkmeno en persecución de los mongoles. Volvió al anochecer, informando que el enemigo se retiraba hacia el oriente tan rápidamente, que se veía en lontananza sólo una nube de polvo.

- Son buenos guerreros. ¡Nunca vi hasta ahora algo similar!- dijo el shaj, ordenando a su ejército volver.

- Éstos eran solo una avanzada de exploración- dijo Dzhelal ed Din.- Volverán con un ejército enorme. Ahora hay que seguirlos, vigilar, ver que preparan y prepararnos nosotros mismos para la guerra…

- Razonas como un adolescente inexperto,- contestó Muhammed. – ¡Los mongoles nunca más osarán atacarme!

CUARTA PARTE

Los enemigos están en la frontera.

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Capítulo Primero

El ejército mongol está listo para la invasión

Este rey se distingue por su extrema crueldad,Por su aguda inteligencia y por sus triunfos.

(De un cuento persa)

En el alto Irtysh Negro, al pié de un solitario “kurgán” (montículo), en medio de la verde estepa, estaba armada una tienda amarilla de seda. Había sido despojada por Chinguiz Jan a un emperador chino. Detrás de esta tienda había dos grandes iurtas mongoles, forradas con fieltro blanco. En una vivía la última esposa de Chinguiz Jan, la joven Kulán, hija del jan de los merquitas asesinado por los mongoles, con su pequeño hijo Kiulkán. La otra era habitada por siete sirvientas esclavas chinas.

Ante la gran tienda amarilla, en una especie de plazoleta, sobre altares formados por piedras, ardían fuegos de ofrenda. Entre estos fuegos debían pasar todos los que venían a presentar su sumisión al gran kaján. Como explicaban los chamanes, “el fuego purifica los impulsos malignos y aleja los malos hados que atraen a las desgracias y las enfermedades y que rondan, invisibles, en torno al malhechor.”

El viejo chamán principal Beki y otros cuatro chamanes jóvenes, con bonetes de fieltro y vestidos con amplios talares blancos, caminaban alrededor de los altares, golpeando las palmas sobre grandes panderetas y haciendo sonar cascabeles. Entre cánticos, proferían oraciones, mientras arrojaban a los fuegos ramas resinosas y flores secas aromáticas.

A un lado de la tienda estaba atado a un palenque de oro, un potro blanco, llamado “Seter”. Tenía ojos de fuego y un pelo blanco-plateado sobre su cuero negro. Nunca conoció una montura y nunca fue montado por hombre alguno. Durante las campañas de Chinguiz Jan, de acuerdo a lo que decían los chamanes, sobre este níveo caballo, cabalgaba el invisible dios de la guerra Sulde, protector del ejército mongol, y los conducía a grandes victorias.

Del otro lado de la tienda, estaba atado y siempre ensillado Neiman, un caballo de ancho pecho, preferido de Chinguiz Jan, lobuno de patas y cola negra y una franja negra a lo largo del espinazo, descendiente de los caballos salvajes de la estepa.

Al lado del caballo Seter, había clavada un asta larga de bambú, con el blanco estandarte, enrollado, del Chinguiz Jan.

Alrededor del túmulo estaban desplegados y vigilantes los guardias personales, los “turgaudos”, con armaduras y cascos de acero. Tenían por misión impedir que criatura viviente alguna se acercase a la tienda del gran jan. Solo aquellos que tenían unas láminas especiales de oro, las “paitzá”, con la imagen de la cabeza de un tigre, podían superar los retenes de la guardia y acercarse al túmulo y a la gran tienda amarilla.

Más allá, en la estepa, en un amplio círculo, se disponían las negras iurtas tártaras y las rojizas tiendas de los tangusos, hechas de lana. Éste era el kurién1 personal del Chinguiz

1 Kurién: término mongol que significa círculo de iurtas o sea tiendas, con la de su jefe en el centro.

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Jan, el campamento de los mil guardias personales escogidos, que montaban caballos blancos. En esta guardia, sólo ingresaban los hijos de los janes más notables; de entre ellos, el kaján escogía a los más osados y leales y los nombraba comandantes de distintos cuerpos militares.

Más allá, se diseminaban otros kurienes, extendiéndose por la llanura hasta el pié de las lejanas montañas boscosas. Entre estos campamentos, pastaban en la estepa numerosos camellos y caballos de todo tipo y pelaje. Los arrieros galopaban gritando y agitando sus lazos, cuidando que las distintas tropillas no se mezclen y que los caballos no se acerquen a las manadas de yeguas y potrillos.

Antes de avanzar sobre las tierras musulmanas, el emperador mongol mandó a Bujara, al shaj Muhammed de Jorezm, una embajada, portadora de valiosos obsequios. A la cabeza de esta embajada puso a un musulmán, fiel a su causa, Majmud Ialvach, rico mercader nativo de Gurgandzh y antiguo armador de caravanas desde Asia Central a China. Se le encomendó investigar que era lo que acontecía en las tierras occidentales, que tropas había y si el shaj Muhammed estaba preparado para la guerra. Simultáneamente Chinguiz Jan mandó allí a numerosos espías secretos.

Capítulo segundo

La embajada del emperador de oriente

Entre los pliegues de sus ropas, aún se conservaban aromas

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de flores de lejanos países.(De un cuento persa)

Samarcanda, destruida parcialmente y saqueada, se convirtió, temporalmente, en la capital del último shaj de Jorezm. En celebración por su victoria sobre los habitantes de Samarcanda, amantes de la libertad, Muhammed levantó una mezquita y comenzó la construcción de un gran palacio. Continuaba considerándose un gran conquistador, el cual, a similitud de Alejandro Magno, debería avanzar al frente de sus leales tropas kipchaks, hasta el fin del mundo, ampliando las fronteras de Jorezm hasta el mar Último1, tras el cual comenzaban las tinieblas. Tenía por su enemigo principal y peligroso al califa de Bagdad, Nasir, quien se negó a cederle el título de “Cabeza de todos los musulmanes”. Primero era necesario destruir a Nasir y clavar la lanza en la sagrada tierra de Bagdad, en el frente de su mezquita principal, para luego dar vuelta a los caballos y dirigirse al oriente, para conquistar al lejano y famoso por sus riquezas, imperio Chino.

Muhammed juntó un gran ejército. Desplegando el estandarte verde, se dirigió a través del Irán hacia Bagdad, capital de los califas árabes.

Sin embargo, a la brevedad, la vanguardia del ejército del shaj, careciendo de ropas de abrigo, pereció en las montañas del Irán., atrapada por una tormenta de nieve; así diezmada, fue masacrada por los impíos kurdos. Esta desgracia detuvo a Mahomed, que comenzó a dudar sobre la necesidad de guerrear con el califa. “¿No será la ira de Dios?”, se preguntaba y dio la vuelta, regresando a Bujara, donde, por el momento, clavó su “cayado de peregrino”.

Aquí, en el otoño del año del conejo (1219 d.C.) arribó una gran embajada de Chinguiz Jan, gran kaján de los mongoles, tártaros, chinos y otros pueblos habitantes de oriente. El shaj de Jorezm tuvo que ocuparse de los tártaros nuevamente.

Hasta los altos portones del palacio del shaj, llegaron montados en sus pequeños caballos de la estepa, los embajadores del Chinguiz Jan, tres musulmanes de la clase de los mercaderes más ricos, que anualmente mandaban caravanas con mercadería desde Jorezm a diferentes extremos del Asia. Estos tres mercaderes, nativos de tres grandes ciudades, Gurgandzh, Bujara y Otrar2, se hallaban hacía mucho tiempo al servicio de Chinguiz Jan. Grandes comerciantes como éstos, habitualmente constituían compañías comerciales, tomando dinero de inversores, deseosos de probar suerte en los negocios. Sus órdenes de pago de dinero por transacciones comerciales, por enormes sumas, se realizaban en todas partes sin demoras, tanto en el lejano oriente, como en el extremo occidente (Europa), y estos pagos fluían más rápidamente que los ingresos impositivos de los gobernantes.

Los regalos para el shaj de Jorezm, muhammed, llegaron sobre cien camellos y una gran carreta, pintada de varios colores y tirada por dos peludos yaks. El gentío se agolpaba en las calles inundando el trayecto entre el palacio asignado a los embajadores, en las afueras, hasta los portales del Ark del shaj. Los dependientes de los mercaderes, elegantemente ataviados, luciendo albornoces iguales de seda China, desataban y trasladaban extraordinarios y raros regalos a la sala de recepciones del palacio.

Entre los regalos se encontraban aleaciones de metales preciosos de inauditos colores, cuernos de hipopótamos, bolsitas de almizcle, corales rojos y rosados, tacitas talladas de jaspe y jade, pedazos del valioso género “targú”, tejido de pelo de camello

1 En esa época, la tierra era considerada una isla rodeada de un mar infinito.2 Otrar. Ver fin del siguiente capítulo.

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blanco, que se ofrecía sólo a los príncipes, telas de seda bordadas en oro, piezas de tejido finísimo y transparente como telaraña. Por fin, los dependientes trajeron un enorme trozo de oro, de las montañas de China, del tamaño del cogote de un camello. Este oro fue traído en el carro tirado por los yaks.

El shaj de Jorezm recibió a los embajadores sentado en el antiguo y alto trono que fuera del sultán Osman, su yerno y último miembro de la dinastía de los Karajánidas. Vestía con ropas de brocado, al igual que su corte; estaba sentado, pensativo e indiferente, con los párpados semi entornados. Al lado del trono se hallaba el gran visir y se apiñaban los otros altos dignatarios del reino.

Los tres embajadores, inclinándose hasta el suelo, se arrodillaron y manifestaron el motivo de su visita. El mayor, el alto y fornido Majmud Ialvach, comenzó:

-El gran Chinguiz Jan, emperador de todos los mongoles, envió nuestra embajada extraordinaria, para entablar lazos de amistad, paz y buena vecindad. El gran kaján, envía al Jorezm-Shaj regalos y sus saludos y nos encomendó manifestaros éstas, sus palabras…- Majmud Ialvach pasó a otro embajador un rollo de pergamino, atado con un cordón blanco y sellado con cera azul.

Este embajador, Alí Jadzhá al Bujarí, leyó:-“No carezco de conocimiento acerca del alto grado de tu rango y de las grandes

dimensiones de tu poderoso reino. Estoy enterado de que tu alteza real goza del respeto de la mayor parte de los reinos del mundo. Por ello considero mi deber fortalecer los lazos de amistad contigo, shaj de Jorezm, ya que para mí, tú eres tan caro como el hijo1 más amado de mis hijos…”

-¿Hijo? ¿Has dicho hijo?- exclamó el shaj, volviendo a la realidad. Poniendo la mano sobre la empuñadura de hueso de su daga en la cintura, se agachó, clavando sus ojos en el que leía.

-“… Del mismo modo, tú conoces.- continuó inmutable el embajador,- que he sometido el imperio chino, conquistando su principal capital del norte y también me he anexado aquella parte de las tierras que lindan con tus dominios…”

El shaj meneó la cabeza y comenzó a enroscar un negro rulo de su barba sobre el dedo del anillo de diamante.

-“… Tú, mejor que nadie, sabes que las tierras que me pertenecen, son campamentos de mis invencibles guerreros y están llenas de yacimientos de plata. Mis territorios producen de todo en abundancia. Por ello no tengo ninguna necesidad de salir de míos dominios en busca de riquezas o botín. Gran shaj, si reconoces como beneficioso que cada uno de nosotros abra sus fronteras al libre tránsito de nuestras mercancías, esto nos beneficiará mutuamente y ambos hallaremos en ello una gran satisfacción.”

Los tres embajadores esperaron en silencio la respuesta del señor de los países musulmanes de occidente a la carta del emperador del oriente nómada. El shaj de Jorezm continuaba sentado, inmóvil. Echando una mirada al gran visir, agitó perezosamente la mano, adornada con brazaletes de oro.

El gran visir recibió solemnemente el recado del Chinguiz Jan. Elevó sus ojos hacia Muhammed y éste movió la mano otra vez, cual espantando una mosca cargosa. Entonces el visir, inclinándose, le dijo al embajador mayor, Majmud Ialvach:

La real audiencia ha terminado. El padishaj otorgará ahora su altísima gracia a otros solicitantes, cuyo carácter es indeclinable.

1 Hijo: se consideraba una gran ofensa llamar de hijo a un par soberano.

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Los tres embajadores se levantaron y, sin darse vuelta, retrocedieron solemnemente hacia la puerta de salida y luego pasaron a la sala de espera. Aquí los alcanzó el visir y susurró a Majmud Ialvach:

-¡Espérame a medianoche!

Capítulo Tercero

El coloquio nocturno entre el shaj y el embajador.

No digas que eres fuerte. Encontrarás unomás fuerte. No digas que eres astuto.

Encontrarás uno más astuto(Un proverbio kipchak)

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En la noche, un sirviente silencioso, condujo a Majmud Ialvach fuera del palacio donde se hospedaban los embajadores mongoles. Debajo de un añoso plátano esperaban caballos ensillados. A la luz de la luna, Majmud Ialvach reconoció entre los jinetes al gran visir.

-Tú me seguirás,- dijo- monta.Cruzaron toda la silenciosa Bujara por oscuras callejuelas y se detuvieron frente a

un muro con una puerta de hierro. Ante unos golpes convenidos, la puerta se entreabrió silenciosamente. En su marco estaba parado un sombrío guerrero, en cota de malla y casco y, a la luz de la luna, parecía fundido en plata. Siguiendo al visir, Majmud Ialvach atravesó un jardín con piscinas en las que dormitaban cisnes y en las glorietas sobre el agua, se oían susurros de voces femeninas.

Subió a la terraza de una caprichosa glorieta. Tras una pesada cortina había una pequeña habitación, tapizada con tejidos con arabescos. Sobre altos candelabros de plata, ardían, crepitando, gruesas velas de cera. Sobre almohadones de seda estaba sentado el shaj Muhammed, vestido con un albornoz multicolor, de chal de cachemira.

-¡Siéntate cerca!- dijo el shaj, habiendo escuchado los saludos del visitante.- Quiero hablar contigo a solas sobre asuntos importantes para mí. Tú figuras como súbdito mío, eres nacido en Jorezm, de mi ciudad de Gurgandzh. Eres un verdadero musulmán, no un asqueroso pagano cualquiera y por ello, debes ahora mismo, demostrarme que de alma, pensamiento y obra estás del lado de los verdaderos creyentes y no te has vendido a los enemigos del Islam.

-¡Todo eso es cierto, mi padishaj! Nací en Gurgandzh,- contestó Majmud Ialvach, arrodillándose a los pies de Muhammed. – Escucho con humildad y reverencia las palabras de tu alteza real y estaría feliz de servir con toda mi vida al soberano de las tierras del Islam.

- Si respondes con verdad a todas mis preguntas, te recompensaré con largueza. He aquí una muestra de que mis promesas serán cumplidas.- El shaj arrancó de un brazalete una gran perla y se la paso al embajador.-Pero recuerda que si resultas un mentiroso y un traidor, no veras el sol de mañana.

-¿Que debo hacer? ¡Te obedezco, padishaj! -Quiero a través tuyo saber sobre el kaján tártaro. Deseo que en su corte te

conviertas en mis ojos y oídos. Deseo que me mandes, con una persona de tu confianza, cartas informando en forma urgente que hace Chinguiz Jan, que tiene pensado hacer, hacia adonde se prepara a marchar. ¡Júrame que cumplirás!

-¡Alá es testigo de que te sirvo y te seguiré sirviendo, mi padishaj!- dijo Majmud Ialvach, tocándose la barba con las manos.

-Te quedarás aquí un día mas, para relatar a mi escriba Mirza Yussuf todo lo que sabes acerca de Chinguiz Jan, de donde vino, que guerras peleó y como se consagró emperador de los tártaros.

-¡Contaré todo esto, mi rey! -Chinguiz Jan afirma que es el emperador de la poderosa China y que hasta ha capturado su ciudad capital ¿Es cierto esto o es simplemente una bravata?

-¡Juro que esto es la mismísima verdad!-Contesto Majmud.- Una cuestión de tan grande importancia no puede permanecer en secreto. Pronto, mi señor, te convencerás de que todo esto es verdad.

- Suponiendo que así sea, - dijo el shaj- ¿Pero tu conoces las enormes dimensiones de mis dominios y cuan numerosas son mis tropas? ¿Como puede este fanfarrón, un

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ganadero pagano, atreverse a llamarme a mi, poderoso soberano de todos los musulmanes, su hijo?... El shaj tomo con sus fuertes brazos al embajador por los hombros y lo atrajo hacia si, clavándole la mirada.- Dime ya: ¿Que tan fuerte es su ejército?-

Majmud percibió una oculta cólera en las palabras del shaj. Temiendo su ira y el cadalso, cruzó sus brazos sobre el pecho y contesto con reverente humildad:

- ¡En comparación con tus invencibles y gloriosas huestes, las tropas de Chinguiz Jan no son mas que una columnita de humo en las tinieblas de la noche!...

- ¡Cierto!- Exclamó el shaj, apartando al embajador.- ¡Mis huestes son incontables e invencibles! Esto lo sabe el universo entero y tu me lo has explicado muy bien...Dentro de un día recibirás mi carta de respuesta al rey tártaro. A ti y a tus compañeros mongoles de comercio, les daré todas las franquicias y ventajas, tanto para la compra y venta de mercancías como para su libre tránsito por tierras musulmanas. Ahora vete con mi vekil, el te conducirá al salón redondo, donde espera mi escriba, el viejo Mirza Yussuf.-

El shaj de Jorezm meneó graciosamente la cabeza y batió palmas un par de veces.-

Capítulo cuarto

Lo que el embajador narró del Chinguiz Jan

No hay que hablar mal de alguien Si está ausente, ya que la tierra

Puede transmitirlo todo. (Proverbio oriental)

El vekil invitó al embajador de los mongoles a seguirlo y lo condujo a través de los

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tortuosos y laberínticos pasillos del palacio, al salón redondo, coronado por una alta cúpula. A lo largo de las paredes había negros cofres con herrajes de hierro. En estrechos nichos en las paredes, yacían sobre estantes, rollos de papel.

“¡La biblioteca del shaj!” pensó Majmud Ialvach, tranquilizándose un tanto. El esperaba ser arrojado a un húmedo sótano y sometido a interrogatorios y torturas.

Sobre una alfombra estaba sentado un enjuto y encorvado anciano, de blanquísima barba y ojos enrojecidos y llorosos. A su lado, agachado sobre una resma de papel se hallaba un joven escribiente de cara agraciada y suave, parecida a la de una jovencita.

El vekil, disculpándose por tener asuntos urgentes que atender, se alejó.El embajador, alto y corpulento, vestía una túnica de seda roja y un turbante

enrollado con maestría. Dejando en el umbral sus zapatos verdes, se acercó lentamente al anciano, que se había levantado y le dirigía palabras de bienvenida. Luego de ser invitado, el embajador se arrodilló. Ambos musitaron una oración, se acariciaron las barbas con las manos e intercambiaron preguntas acerca de la salud de cada uno.

El embajador comenzó a hablar:-El gran padishaj me ordenó relatarte todo lo que sé sobre el señor de los tártaros.

Ante él me desempeño habitualmente como traductor, pero en este momento cumplo con las obligaciones de embajador…

- Te escucho con mi mayor atención, nuestro venerable y raro huésped. A mí, el gran padishaj me ordenó lo mismo: saber de ti datos útiles para nuestra patria y escribir todo ello en el libro de las crónicas reales secretas.

Majmud Ialvach bajó los ojos y quedó un tiempo en silencio. “Todo lo que diga,-pensaba-dentro de un par de días será del dominio de todos los chismosos del palacio. ¿Cómo evitar el peligro, por un lado del shaj, que se enfurecerá si no digo algo importante y por otro, del gran kaján de los tártaros, que, a no dudarlo, sabrá pronto de esta conversación nocturna? Los espías de Chinguiz Jan se han infiltrado en todas partes…”

Poniendo una cara triste y preocupada, el embajador comenzó a repasar las cuentas de nácar de un rosario que tenía enrollado en su mano izquierda.

-Yo narraré acerca de muchas cosas de las que reniega la razón, tan lejanas son de todo lo habitual. Frecuentemente ni yo mismo creo en la verdad de estos relatos… Pero si llego a afirmar que no son ciertos, aún así querrás saber que clase de mentiras son. Por ello voy a decir lo que escuché. Toda la gente comete errores. Si alguien llega a afirmar que logró la impecabilidad, ¡pues con ese no hay nada que hablar!..

Majmud Ialvach se detuvo y, levantando las cejas, observaba maravillado con que rapidez escribía sus palabras el joven escriba. La pluma, hecha de caña, corría con facilidad sobre el papel y palabra tras palabra, se acomodaba en una línea impecable, trazada con elegante escritura árabe.

-¿Por qué este joven anota todo, si yo no he hablado aún sobre los tártaros?-Este no es un jovencito,- contestó el cronista Mirzá Yussuf.- Esta es una

muchacha, Bent- Zankidzhá… Yo comencé a perder la vista y me tiembla la mano. Pero mi nieta empezó a ayudarme. Ella escribe rápido y bien, a la par del mejor calígrafo árabe. Pero no estoy seguro de que esta niña siga siendo mi ayudante por mucho tiempo. Ella ya se dedica a componer canciones acerca de “la alegría de esos ojos negros” y “el lunar sobre la mejilla”, por eso es que pienso que ella me abandonará pronto… Entonces sólo me quedará cruzar los brazos sobre el pecho y acostarme de cara a la “piedra sagrada”…1

1 Piedra Sagrada: gran meteorito negro, guardado en la Meca, centro religioso musulmán, venerada por los

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- ¡No te dejaré, abuelito!- dijo ella, sin levantar la mirada, mientras continuaba escribiendo.

El viejo se dirigió nuevamente al embajador:-El padishaj te ofrece una gran recompensa, por todo lo que digas, lo que tenga

importancia, lo que nos sería útil conocer. ¡Sería lamentable que por nuestra negligencia el país del Islam sea víctima de un ataque de enemigos poderosos! ¿Acaso tú no eres creyente, como todos nosotros? ¿Podrás resguardarnos a tiempo? Una gran recompensa te espera…

- ¡No necesito nada!- dijo el embajador, suspirando.- ¡Que mi recompensa, por mis esfuerzos y por mi errante vida por el mundo, sea la oración de los verdaderos creyentes por mi alma, y que en el día del juicio final yo despierte entre las filas de los resucitados fieles!

Una sonrisa irónica cruzó por los labios de la jovencita. Miró de reojo con una mirada desconfiada al embajador, a su bien alimentada figura, a sus manos cuidadas, adornadas con anillos de oro. El embajador callaba, analizando cada palabra que diría.

-¡Que así sea!- exclamó con emoción el viejo cronista.Un raquítico sirviente esclavo, de largos cabellos canosos, trajo una bandeja de

plata con variadas golosinas y la colocó frente al huésped. De una jarra de cerámica escanció un vino rojo oscuro en una copa de plata.

-Prueba un añejo vino de las cavas del palacio,- dijo el escriba.- Lo primero que nos importa saber es que clase de pueblo es ese, los tártaros y los mongoles. ¿Dónde viven? ¿Cuántos son? ¿Qué clase de guerreros? Aparecieron en nuestra frontera tan de repente, cual terribles Gog y Magog, arrojados del fuego de las entrañas de la tierra por el maligno Iblís1.

El embajador comenzó a explicar:-Los mongoles y los tártaros son habitantes de la estepa; viven vecinos entre sí en

los lejanos países del este y no son capaces de llevar una vida sedentaria. Sus extensas tierras están casi desiertas, son ricas en pasturas pero de pocas aguas, aptas para caballos, ovejas y camellos, ya que estos animales necesitan mucho pasto y poca agua…

El cronista interrumpió al embajador.-Necesitamos saber si como ejército, son peligrosos para nosotros.- Sería un traidor al Islam y un vil mentiroso si dijese que los mongoles y los

tártaros son menos peligrosos para sus vecinos que las terribles huestes de Gog y Magog…- ¡Que Alá nos salve!- Exclamó el viejo Mirzá Yussuf.- Son guerreros natos; hace cien años que pelean uno contra otro, tribu contra

tribu… Hoy algún jan tártaro posee mil caballos, un enorme rebaño de ovejas y un centenar de pastores semidesnudos, siempre insatisfechos, siempre hambrientos, porque cada pastor tiene una esposa hambrienta e hijos que pasan hambre. Cuando el jan ve que sus hombres no resisten más y ya rugen como fieras, les ordena: “¡vamos en guerra contra la tribu vecina! ¡Volveremos saciados y ricos!” El jan sale en campaña con su gente… A veces la carnicería que sigue, termina en que el jan es vendido como esclavo con un yugo en el cuello, junto con su ganado y sus pastores, a razón de cuatro dijrems por cabeza. Los compradores generalmente son de una tercera tribu o mercaderes de esclavos…

- ¿Para qué cuentas todo esto?- en tono de reproche le preguntó el escriba. – ¡No

peregrinos que le atribuyen poderes milagrosos.1 Iblis: espíritu del mal, de la perfidia y de las tinieblas, nombrado en el Corán.

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nos importa saber sobre esclavos u otras nimiedades, nos interesa el ejército del jan, sobre sus armamentos, sobre la cantidad y calidad de sus guerreros!

El embajador, sin apurarse, bebió un trago de vino.-Para llegar a la montaña, muchas veces es necesario sortear ríos, lagos y

desiertos…- Venerable huésped, cuéntanos en primer lugar, sobre el rey de los tártaros.- ¡Buen vino y aromático tienen las bodegas del shaj de Jorezm! Le deseo que reine

sin penas hasta el fin de sus días… Entre los janes guerreros, uno, de nombre Temuchín, se destaca por un éxito extraordinario en sus batallas, por su crueldad para con sus enemigos, generosidad para con sus seguidores y un arrojo a toda prueba en los ataques. Este jan, Temuchín, vio en su vida muchos padecimientos. Cuentan que, siendo un adolescente, fue esclavo llevando puesto el vil yugo de madera y cumpliendo los más pesados trabajos en la herrería de una tribu enemiga1 Pero el huyó de allí, matando con su cadena al guardián, pasando luego muchos años en guerras, ambicionando el poder sobre otros janes… El ya tenía cincuenta años cuando los janes lo proclamaron Gran Kaján y lo levantaron sobre el “blanco mandil del honor”, en la esperanza de que Temuchín cumpliría con las voluntades de los más ilustres… Pero él los sometió a todos a su voluntad, se eligió otro nombre, Chinguiz Jan, que significa “El mandado del cielo”, arrasó las tribus rebeldes e hizo cocinar vivos a sus jefes en grandes calderos…

- ¡Esto es terrible!- suspiró el escriba.- ¡Pero tú cuentas historias terribles, pero nada dices de los ejércitos del señor de los tártaros!

El embajador bebió otra copa de vino, mientras que el escriba ya lo miraba con temor. “El vino de palacio es fuerte… ¿Llegará a contar todo lo que necesita el shaj saber o se dormirá antes?”. Pero el famélico viejo sirviente llenó de nuevo la copa de plata.

-Justamente estoy hablando del ejército, - dijo tranquilamente el embajador.- Desde aquél día en que Chinguiz Jan fue proclamado gran kaján, todos los tártaros que antes peleaban entre sí, se convirtieron en un único y obediente ejército. Él mismo los dividió en miles, centenas y decenas y, personalmente nombró a los jefes de estas unidades, dejando de lado los títulos de nacimiento o alcurnia de los janes a los que no tenía confianza. También promulgó una nueva ley y la difundió con sus correos, que prohíbe la lucha entre nómades, el pillaje y la traición. Cada una de estas faltas tendrían un solo castigo: ¡La muerte!

- ¿Permite acaso la ley del Chinguiz Jan robar y engañar a gentes de otras tribus, no tártaras?

- ¡Por supuesto!- dijo el embajador. – Esto es considerado entre ellos una prueba de su valor: robar, pillar o matar a alguien que no sea tártaro.

-Entiendo,- musitó el escriba.- ¿Y qué dijeron los simples pastores? ¿Mermó su hambre?

- Chinguiz Jan proclamó que todas las tribus bajo su mando, constituyen un único pueblo, sobre la tierra, elegido por el cielo, que de aquí en más llevará el nombre “mongol” que significa “vencedor”…Todos los demás pueblos, deben convertirse en sus esclavos. A los que se le opongan, Chinguiz Jan prometió borrarlos de la faz de la tierra, como a los yuyos nocivos. Solo los mongoles vivirán libres.

El escriba levantó las manos en señal de asombro.

1 En su mocedad, el Chinguiz Jan vivió el la privación y la pobreza, fue llevado prisionero a una tribu vecina y pasó tres años en pesada esclavitud.

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-¿Significa esto que el kaján tártaro llegó también a nuestras fronteras con la exigencia de que los verdaderos creyentes se le sometan?.. Pero nuestro padishaj tiene un enorme ejército de valerosos guerreros que se baten como leones, bajo el verde estandarte del Islam… ¡Esto es una locura, esto es un cuento para niños, pensar que tan valeroso ejército musulmán y que tal renombrado estratega, como el shaj de Jorezm, Alla ed Din Muhammed, se someterán a un jan demente que reina sobre simples ganaderos! ¡La sagrada sombra del mismísimo profeta sobrevuela nuestras tropas y las guía a la victoria!

El embajador juntó sus regordetas manos sobre su pesado abdomen, suspiró y cerró los ojos.

-¡Te he avisado que llamarías a mi relato de fábula o cuento!- ¡No, no, honorable huésped! ¡Continúa hablando! Te escucho, aunque todo lo que

cuentas suena a inverosímil y raro.El embajador se enderezó. La muchacha advirtió que sus ojos estaban encendidos

con inteligencia y vigor, pero nuevamente el cerró los ojos aparentando fatiga y continuó cansinamente:

-El kaján tártaro vio que la codicia de los janes no disminuía, que el hambre y las necesidades de los simples pastores iban en aumento, que el pueblo tártaro acopió fuerzas que antes gastaba en acuchillarse mutuamente… Por eso, para que los ganaderos comunes no fuesen en contra de sus janes, Chinguiz Jan resolvió dirigir esa fuerza formidable hacia otro lado… Convocó al kurultai (consejo) de los janes más afamados y les dijo: “Pronto deberéis emprender una gran campaña. Volveréis de la guerra revestidos en oro, arreando incontables tropillas de caballos, tropas de ganado y una multitud de habilidosos esclavos. Saciaré hasta el hartazgo el hambre de los pastores más pobres y envolveré sus estómagos en la más cara seda, dándole a cada uno varias cautivas…Conquistaremos un riquísimo país y todos volveréis tan ricos que no habrá animales de carga capaces de traer vuestro botín a vuestras tiendas…” En primavera, cuando la estepa reverdeció con buenas pasturas, Chinguiz Jan condujo a su hambriento ejército montado, a la antigua y opulenta China… Barrió a las tropas chinas que le salían al paso y se arrojó cual una tormenta sobre el país, reduciendo a cenizas mil ciudades chinas y sólo después de tres años de guerra, habiendo conquistado media China, atiborrado de un fabuloso botín, volvió a sus estepas nativas…

-¡Que Alá nos libre de esto!- murmuró el escriba.- ¡Todo lo que te he dicho, nuevamente te parece un cuento, sin embargo todo es

verdad!- Dime, por favor, honorable Majmud Ialvach ¿Qué aspecto tiene este

extraordinario caudillo Chinguiz Jan?- Es alto y, aunque ya tiene más de sesenta años, es aún muy fuerte. Con su andar

pesado y gestos torpes se parece a un oso, por su astucia a un zorro, por su ira a una víbora, por su arrojo a una pantera, por lo infatigable a un camello y por su generosidad hacia quienes la demuestra, se parece a una sanguinaria tigresa que acaricia a sus crías. Tiene la frente alta, una barba larga y fina y ojos amarillos que no parpadean, como los de un gato. Todos los janes y los guerreros comunes le temen más que al fuego o al trueno y si él ordena a diez de sus guerreros atacar a mil enemigos, se arrojarán al combate sin pensarlo, ya que están convencidos que vencerán. Chinguiz Jan siempre sale victorioso…

- He vivido muchos años,- dijo el escriba,- y he visto a numerosos bravos y famosos guerreros, pero personas, como la que tú describes, no me ha tocado conocer… Tu relato se asemeja mucho a una fábula… Explícame, si puedes, ¿Por qué el kaján tártaro, habiendo convertido en ricos a todos sus pastores, aparece ahora en nuestras fronteras, tan

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lejos de su país?El embajador vació su copa de vino, cerró los ojos de nuevo y se tambaleó

fuertemente. El escriba miró severamente e hizo un gesto amenazador al sirviente que quería rellenar la copa. Pero el embajador volvió en sí y viendo la copa vacía hizo un gesto al sirviente para que se la llene. Éste obedeció al instante llenando la copa con el rojo vino.

-¡No te sorprendas que bebo tanto! Ni tú, venerable Mirzá Yussuf, ni tu joven ayudante, no han bebido ni una gota, quedándome a mí la obligación de tomar por los tres…

Majmud continuó, sosteniendo la copa en sus manos y tambaleándose levemente.-El gran kaján descansó en sus estepas tres años. La mitad de su ejército la dejó en

China, donde el pueblo sigue defendiendo su país hasta hoy día. A la otra mitad, la condujo hacia occidente, a través de desiertos y montañas…

El escriba se tapó los oídos con las manos y gimió.-¡Presiento algo terrible!El embajador continuó:

- La avaricia de los janes y el hambre de los nómades comunes, son desmedidos. Los guerreros se quejaban de que los janes habían tomado la mejor parte del botín, que al pobrerío le dejaron los despojos. Entonces Chinguiz Jan resolvió llevar a sus guerreros más lejos, para que no comience entre ellos y sus janes una nueva carnicería…

-¿Cuán grande es ahora el ejército tártaro?El embajador dijo con voz mustia y cansada:-Chinguiz Jan condujo hacia occidente once tumenes (cuerpos). En cada tumen hay

diez mil tártaros montados. Cada jinete lleva consigo uno o dos caballos de recambio…- ¿Quiere decir que el Kaján tártaro sólo tiene ciento diez mil jinetes?- exclamó el

escriba.- ¡Nuestro padishaj tiene cuatro veces más guerreros!.. ¡Si el convoca a una guerra santa a todas nuestras tribus, el enorme ejército del Islam resultará invencible!

- ¿Acaso no le dije lo mismo a su majestad, el shaj de Jorezm, Alla ed Din Muhammed? ¡El ejército tártaro, en comparación con el del padishaj Muhammed -que reine por ciento veinte años- es una columnita de humo en una noche oscura!.. Pero también es cierto que al ejército tártaro se le unieron todos los vagabundos de la estepa: los uigures, los altaios, los kirguizes y los karakitay, de modo que las huestes tártaras de Chinguiz Jan aumentaron rápidamente y se hincharon… ¡Y esto no es cuento!

El embajador se tambaleó, se apoyó con los brazos en la alfombra y se acostó cuan largo era. La niña acomodó bajo su cabeza una almohada verde de cordobán y le dijo susurrando al oído al viejo Mirzá Yussuf:

-¡Él es un zorro astuto! No quiere decir la verdad…-¡Así son los embajadores! ¿Dónde encontrarás un embajador franco?Entró el vekil. Todos estuvieron sentados en silencio, un largo tiempo, esperando,

sin saber que hacer con el embajador dormido.Repentinamente, Majmud Ialvach volvió en sí y se irguió de una vez, murmurando

una disculpa.-Lo que les dije achispado, no recuerdo. ¡Lo habéis anotado de balde! ¡Quemad

esas notas!..El vekil condujo al embajador de nuevo por estrechos y oscuros pasadizos del

palacio a una poterna ciega que daba al jardín, donde esperaban unos caballos ensillados.

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Los dzhiguitas colocaron al tambaleante Majmud Ialvach, no sin dificultad, en una montura. En las tinieblas del incipiente amanecer, los jinetes se dirigieron por las calles silenciosas de la dormida Bujara y llegaron al palacio suburbano del shaj.

Pasando un día, habiendo recibido una carta de contestación de manos del shaj, la embajada tártara se dirigió de vuelta hacia el este, al campamento del gran kaján de todos los tártaros.

Capítulo quinto

El gran kaján escucha el informe.

Chinguiz Jan se destacaba por su elevada estatura y fuerte

constitución física. Tenía ojosDe gato.

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(Historiador Dzhuadzhani, s.XIII)

Tres jinetes trotaban rápidamente por un sendero entre las iurtas tártaras. Sus capas de piel ondeaban como alas de águilas en lucha. Dos centinelas cruzaron sus lanzas. Los jinetes desmontaron, arrojando sobre la blanca arena, sus capas polvorientas.

Uno de los recién llegados, arreglándose una bella túnica rayada, exclamó:-¡Que sea bendito el nombre del kaján! ¡Un informe de la mayor importancia! De la iurta más cercana ya corrían dos núkeros, vestidos con gabanes azules de

piel, con galones rojos sobre las mangas. -¡Hemos arribado de un país del occidente, a donde fuimos como embajadores del

gran kaján! Avisa de nuestra llegada. Yo soy el embajador Majmud Ialvach.En la tienda amarilla se entreabrió una cortina de seda y de allí se escuchó una

orden. Los ocho centinelas sobre el sendero, uno tras otro repitieron:-El gran kaján ordenó: “que avancen”.Los tres recién llegados se inclinaron; cruzando los brazos sobre el pecho, se

dirigieron hacia la tienda. Un sirviente chino les franqueó la entrada; ingresaron al interior sin levantar las cabezas y se sentaron sobre la alfombra.

-¡Habla!- exclamó una voz baja.Majmud Ialvach levanto su mirada. Vio un rostro oscuro y adusto con una hirsuta

barba roja. Dos trenzas canosas, anudadas, caían sobre unos anchos hombros. Bajo un gorro negro charolado, adornado con una enorme esmeralda, miraban fijamente unos ojos amarillento-verdosos.

-El shaj de Jorezm, Alla ed Din Muhammed está muy satisfecho con tus regalos y tu ofrecimiento de amistad. De buena gana accedió a otorgar toda clase de privilegios a tus mercaderes. Pero se encolerizó…

-¿Por que lo llamé hijo?-Tú, el grande, como siempre, adivinaste. Del shaj se apoderó tal ira, que mi cabeza

ya pendía de un hilo.Los ojos del kaján se entrecerraron y se alargaron en dos estrechas hendiduras.-¿Tu ya pensaste que te iría así?- y el kaján, con un grueso dedo, trazó una raya en

el aire.Este gesto era temido por todos: así él condenaba a muerte.-Yo calmé la ira del shaj de Jorezm y el te manda “salaam” y una carta.-¿Tú calmaste su ira? ¿Con qué?- la voz sonó con desconfianza. Lo ojos miraban

ora agrandándose, ora estrechándose.Majmud Ialvach comenzó a narrar pormenorizadamente sobre la recepción que

tuviera lugar en lo del shaj, y de cómo de noche se le apareció el gran visir y lo llamó para una conversación secreta. Diciendo esto, puso sobre la ancha palma de la mano de Chinguiz Jan la perla que recibiera del shaj de Jorezm y relató detalladamente todo cuanto había hablado con Muhammed.

Majmud Ialvach percibía, sin levantar la mirada, que el kaján lo miraba fijamente, tratando de taladrar sus más íntimos designios.

-¿Esto es todo lo que escuchaste?-Si algo me he olvidado, ¡perdónale a este inepto!Se escucho un ronco silbido: el kaján estaba contento. Palmeó con mano pesada la

espalda de Majmud Ialvach.

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-Tú eres un musulmán astuto, Majmud. No has dicho mal que mi ejército parece una columnita de humo en la oscuridad de la negra noche. ¡Que el shaj siga pensando así! A la noche, venid los tres aquí a cenar.

Los embajadores salieron de la tienda.El kaján se levantó, alto, encorvado, vestido con ropas negras de grueso cáñamo,

ceñido con un ancho cinturón dorado. Pisando pesadamente con colosales pies calzados con botas blancas de gamuza, se paseó por la tienda, entreabrió la cortina y vigiló como los tres embajadores, tocados con blancos turbantes y vestidos con túnicas multicolores, montaban los caballos polvorientos y partían lentamente.

-El tiempo de la “gran orden” (salir en campaña) se ha acercado. Esperaré la “luna de la suerte”.

Capítulo Sexto

Una noche agitada para Chinguiz Jan.

Chinguiz Jan no gustaba dormir sobre el poyo o lecho calefaccionado por un largo conducto de humo, sobre los que dormían los chinos o sobre colchones de plumas, al estilo de los mercaderes musulmanes. El kaján gustaba sentir bajo su cuerpo la dura tierra y por ello, el viejo sirviente chino tendía sobre la alfombra un grueso mandil de buena confección, doblado en dos.

Habitualmente el kaján se dormía de inmediato. Frecuentemente soñaba y luego,

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obligaba a sus chamanes o a su sabio consejero chino, Liú Chú Tsai1, a explicar qué predecían estos sueños. Sin embargo, no siempre confiaba en estas interpretaciones y procedía según le parecía mejor. Se despertó al alba y acostado bajo un cálido abrigo de piel de marta, el kaján pensaba en las decenas de miles de sus guerreros y caballos, en el mejor camino, cuya población pudiese mantener alimentadas a sus insaciables tropas, en la manutención de sus quinientas esposas que dejara en Mongolia, con sus hijos, sirvientes y esclavas. Pensaba, además, en los informes de los numerosos espías, que acostumbraba mandar con anticipación a las tierras a las que preparaba alguna expedición. También pensaba en sus hijos, celosos y envidiosos entre sí; pensaba en los dolores que sufría en sus piernas y articulaciones, pensaba también en la muerte…

El kaján abrió sus ojos sin parpadear, desprovistos de las pestañas superiores y los fijó en un punto. Miraba a través de una rendija formada entre los paños de la tienda. Un angulito de cielo mostrábase azul. Las estrellas se habían apagado. Ocasionalmente lo oscurecía la sombra del nuker centinela, que se paseaba ida y vuelta, frente a la tienda.

Un pesado pensamiento volvía con frecuencia a la mente del kaján. En vísperas de la expedición al occidente, su vieja y gorda esposa Burte, le dijo, como siempre unas sabias palabras.

“Gran kaján,- pronunció, agachando la cabeza hasta el suelo y respirando dificultosamente,- te irás con tu ejército más allá de las montañas y desiertos, a países ignotos, a librar cruentas batallas contra otros pueblos. ¿Pensaste acaso que una flecha enemiga puede atravesar tu poderoso corazón o la espada de un enemigo extranjero puede partir tu yelmo de acero? Si aconteciera lo terrible e irreversible (ella pensaba, pero no se animaba a pronunciar la palabra “muerte”) y en tu lugar quedase sólo tu sagrado nombre, ¿A cuál de nuestros cuatro hijos ordenarás que sea tu heredero y señor de todo el mundo? Manifiesta tu voluntad de antemano, para que luego no surja una guerra entre nuestros hijos o un fratricidio”.

Hasta ese día nadie se animaba, ni remotamente, a hacerle un comentario sobre su avanzada edad o sobre la posibilidad de que sus días, tal vez, estén contados. Todos repetían que era grande, irreemplazable, inmutable y que el universo no podría ser sin él. Solo la vieja y fiel Burte se atrevió a hablar de muerte…

¿O es que realmente estaba senil? No, él ya les demostrará a todos los que le envidian en secreto que puede montar un potro indómito, matar un jabalí salvaje con una lanza al galope y desviar el brazo del asesino, estrangulándolo con sus fuertes dedos. Castigará cruelmente a cualquiera que ose hablar de su debilidad o vejez…

Pero la sabia y valiente Burte, sin embargo tenía la razón, al hablar sobre el heredero. ¿A cuál de sus cuatro hijos nombraría él como su sucesor? El que más desea la muerte de su padre es el indómito y antojadizo Dzhuchi, el mayor. Tiene cuarenta años y, seguramente, ansía arrancar las riendas del imperio de las manos de Chinguiz Jan, y encerrarlo a él en una tienda para viejos decrépitos. Por ello había mandado a Dzhuchi lo

1 En la China, durante la conquista de su capital, le presentaron a Chinguiz Jan a Liú Chú Tsai, descendiente de la otrora reinante dinastía Kidanei. Este hombre era famoso por su erudición, por su poesía, por el conocimiento de las leyes chinas y del ceremonial de palacio. Al supersticioso Chinguiz Jan, le gustó más que nada como astrólogo y adivino que predecía el futuro en base a las estrellas. Chinguiz Jan lo nombró su consejero principal en materia de administración de los territorios conquistados, convirtiéndose Liú Chú Tsai en un sobresaliente dignatario del imperio mongol. Se destacaba por la falta de ambiciones personales, por su intachable honestidad y por su capacidad de calmar la ira de Chinguiz Jan. Luego de la muerte de Liú, no le fue encontrada ninguna fortuna, salvo libros e instrumentos de astrología.

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más lejos posible, a un lejano rincón de sus dominios, rodeándolo de fieles informantes y espías para que le den parte de cada suspiro o pensamiento de Dzhuchi…

El segundo hijo, Dzhagatai, desea más la perdición de su hermano y rival Dzhuchi, que la muerte de su padre. Mientras que ambos se odien mutuamente y peleen entre sí, no son peligrosos. Por ello él decidió, por entonces, designar heredero y sucesor a su tercer hijo, Uguedei. El es de un carácter suave y despreocupado, gusta de las fiestas y banquetes, la caza con halcones, las carreras de caballos y no excavaría un pozo para después, empujar a su padre dentro. Similar es el cuarto hijo, Tuli Jan. Ambos gustan de la bebida y el fuego del poder y la ambición no los consume.

Por ello, al partir en esta expedición, Chinguiz Jan anunció que el heredero al trono era su tercer hijo, Uguedei. Pero con esto, irritó más aún a sus hijos mayores, por lo que debe ahora estar permanentemente alerta, esperando un atentado, una flecha envenenada, lanzada desde la oscuridad o un lanzazo a través del cortinado de la tienda…

Desde ese entonces, el ofendido Dzhuchi se encuentra permanentemente alejado, en la vanguardia del ejército al mando del tumen que le había sido asignado. Se esfuerza en sobresalir, en atraer hacia sí el cariño de sus soldados, busca la gloria. Es fuerte y joven… ¡Es bueno ser joven!..

Volteándose de un lado a otro, el kaján recordaba con frecuencia las palabras de la vieja y gorda Burte y pensaba sobre su muerte. Imaginaba un alto kurgán (montículo de tierra) en la estepa, donde corren los ligeros saigaks1, con sus cuernos retorcidos, donde alto en el cielo giran las águilas…En túmulos así reposan los restos de grandes bogatyris (guerreros equivalentes a caballeros andantes). Los más poderosos soberanos de los pueblos, hasta ahora, habían muerto siempre. Pero él, Chinguiz Jan, es el más poderoso de todos. ¿Acaso alguien, hasta ahora, había conquistado tan extensos territorios?.. ¿Qué es la muerte? Dicen que existen médicos sabios, magos y brujos que conocen una piedra que transforma el hierro en oro. Bien podrían preparar un brebaje que devuelva la juventud, cocerlo con noventa y nueve hierbas a este milagroso remedio que otorgue la inmortalidad…

Acaso él, un simple nuker Temuchín, ex esclavo con yugo en el cuello, ¿no había sido proclamado en el kurultai2 como el “enviado del cielo”, Chinguiz Jan? Si el cielo azul es eterno, él, que era su enviado, debería serlo también. Que el gran consejero chino Liú Chú Tsai, en forma urgente, mañana mismo, envíe a todos los rincones del reino, severas órdenes, para que al cuartel general del kaján se presenten de inmediato los sabios más estudiosos, que sepan hacer milagros, dasos chinos, magos tibetanos, shamanes de Altai y que todos ellos traigan consigo medicinas que den fuerza, juventud e inmortalidad. Por estas medicinas milagrosas, él, el gran kaján, les otorgará tal inédita recompensa, cual jamás ha otorgado un soberano en el universo entero…

Durante largo tiempo no pudo conciliar el sueño, se daba vuelta tras vuelta. Cuando comenzó a dormitar, repentinamente sintió un dolor en un dedo gordo del pié. Algo lo pellizcó fuertemente. No se asustó. El conocía esta señal convencional, difundida entre los nómadas. El kaján levantó la cabeza, pero no pudo notar nada en la oscuridad. Recordaba bien esta señal: todavía siendo adolescente él apretaba de esta manera el dedo de su querida novia Burte, por aquél entonces delgada y ágil, como un jerbo de la estepa. En aquéllos tiempos, toda la gran familia de su padre, Dai Cechén, dormía junta sobre los

1 Saigak: chivo salvaje de la estepa.2 Kurultai: consejo de los más notables feudales del clan gobernante. Asistían también los principales jefes guerreros. Los mongoles comunes no podían participar en el kurultai.

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mandiles extendidos en el suelo de su iurta. ¿Quién está a sus pies? ¿Quién lo llama?Cuidadosamente extendió su mano y percibió bajo su palma, la fina seda de un

vestido, la contraída figura femenina de estrechos hombros; sobre le cabeza un raro peinado… ¿Quién será? La atrajo hacia sí y un suave susurro en su oído, dijo en un lenguaje incorrecto y quebrado:

-Tu Kiusultiú, tu deseada, Kulán Jatún, disponer a morir, tuya venir… Tuya consolar… Tuyo sol, Kiusultiú, luna…

Era la sirvienta china de su joven esposa Kulán Jatún, a la que llamaba Kiusultiú. Ella se deslizó dentro de la tienda como una laucha, silenciosamente. Kulán lo llamaba.

El Kaján se calzó las amplias botas, forradas en su interior con fieltro, cuidadosamente se dirigió hacia la salida, tratando no tropezar con sus dos hijos, Uguedei y Tuli, que dormían a su lado, y salió de la tienda.

Capítulo séptimo

En la iurta de Kulán Jatún

¡Verás que no las hay más hermosas!Sus ojos son estrechos y parecidos

A los de un lince enfurecido.(De una canción mongol)

La noche, quieta, transmitía el frío aire de las montañas nevadas. La luna se ocultó tras cargadas nubes. Aquí y allá titilaban algunas pocas estrellas. La china avanzaba por

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delante, dejando tras sí un suave aroma de jazmines.Dos sombras se irguieron de la tierra.-¡Já!1 ¿Quién va?- “Negro Irtysh”…- murmuró la china.-“Universo sometido”,- contestó la contraseña el centinela y las sombras se

separaron. Acercándose a la blanca tienda el kaján pensaba: “¿Qué nueva ocurrencia tendrá

hoy Kiusultiú?” Cada vez que él la visitaba, robando tiempo a sus conversaciones con los jefes de guerra, ella lo recibía de distintas maneras: una vez, vestida de dama china, con ropajes de seda bordada con singulares colores, otra, acostada gimiendo, bajo un manto de piel de marta, jurando que se moría y pidiendo que él coloque su poderosa mano sobre su pequeño corazón, otra, sentada, con la cabeza tomada entre las manos, bañada en lágrimas, escuchando a la vieja mongol, la que cantaba antiguas canciones mongoles acerca de las verdes orillas del Kerulén2 y un solitario campamento nómada en medio de la estepa inconmensurable.

La china levantó la cortina de entrada de la blanca tienda y el Kaján dio un paso hacia adentro. En medio de la iurta, ardía un fuego de raíces de arbustos de la estepa y el humo aromático se elevaba girando, hacia la abertura en la redonda techumbre. Kulán Jatún estaba sentada, abrazando sus rodillas, teniendo fijos sus inmóviles y estrechos ojos, sobre las titilantes llamas del fogón. En lugar de los habituales alfombrados de seda, sobre la tierra estaban tendidos tres sencillos y coloridos mandiles. A un costado estaban las alforjas tejidas, ya atadas y juntas, listas para un viaje.

El Kaján se detuvo en la entrada. En sus ojos brillantes y refulgentes se encendieron chispitas alegres. “¡Hete aquí el nuevo capricho!”- pensó.

Kulán Jatún, volviendo a la realidad, pasó la palma de su mano por sus ojos, con las cejas dibujadas hasta las sienes. Se incorporó de un salto, echó su cabeza hacia atrás y cayó al suelo abrazando con sus manos las piernas del kaján.

-Perdóname, grande, irremplazable, único en todos los tiempos, que he molestado tu sueño o tus pensamientos o un consejo de guerra. Pero no puedo permanecer más aquí. De todas partes, de cualquier agujero, nos amenaza la muerte, a mí y a mi pequeño hijo. Deseo partir pobre, con una fiel sirvienta y vagar por la estepa, donde nadie pueda reconocerme.

-Pero espera un poco, dame una taza de té chino y yo me sentaré a tu lado y escucharé de dónde y quién te amenaza.

El kaján rodeó el fuego y se sentó sobre un mandil. ¿Adónde estarían las alfombras de seda que cubrían el suelo de la iurta? ¿Adónde las cortinas con flores y pájaros bordados, que decoraban antes las paredes? Ahora esta tienda semeja la de un simple nómada, como era él mismo hace cuarenta años.

Kulán se hizo un ovillo nuevamente y miraba al kaján con ojos furiosos de un jerbo encolerizado. A su lado, como enrollado, estaba acostado su pequeño hijo Kiulkán, moreno, desnudo y con la cabeza rapada y dos trencitas sobre las orejas. Ella comenzó a hablar bajito, con voz plañidera:

- No puedo tener esperanza alguna a que se me defienda. No tengo padre ni madre y de todos mis hermanos quedó solo uno, que sirve como un simple guerrero, siendo que

1 ¡Já!: ¡Alto!2 Kerulén y Onón: afluentes del Arguni, los principales ríos de Mongolia, sobre cuyas orillas transcurrió la adolescencia de Chinguiz Jan.

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antes el comandaría a mil. Él también perecerá pronto.-¿Por qué debe perecer?- Todos nosotros, los merquitas, toda nuestra desgraciada tribu fue exterminada por

las espadas de los guerreros de tu hijo, el de los ojos de tigre, el implacable y despiadado Dzhuchi. Pronto el vendrá aquí y yo tendré que ver al aborrecible asesino de mi padre y de todo nuestro clan. ¿Por qué debería quedarme bajo una roca, que está lista para caer sobre mí y aplastarme? ¡Déjame ir! Ya esta todo empacado para mi partida.

- El jan Dzhuchi no vendrá aquí. El está sobre las orillas del río Irguiz, preparándose para una nueva campaña. En cuanto a mí, todavía estoy vivo, conduciendo los destinos del mundo. ¿De qué otra protección me hablas, además de la mía?

Pasando sus finos dedos por los ojos, se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

- A tu hermano, Dzhemal Jadzhí, lo nombro jefe de la sexta centuria de mi regimiento de custodia. Mañana le diré a su jefe Chagán, que esta sexta será tu guardia personal y custodiará tu iurta y a tu pequeño bagatur Kiulkán. ¿Quién se atreve a tener miedo, estando bajo la protección de mi mano?

Kulán bajó la vista y, con voz baja y temblorosa, dijo:-Tú mismo estás amenazado por las flechas…-¿Qué flechas? ¿De quién? ¡Dime!- el kaján puso su mano sobre el hombro de

Kulán.Mordiéndose el labio y girando sobre si misma, se levantó, apartándose ágilmente

hacia un lado. Su larga trenza negra, se arrastró sobre el mandil, como una víbora en fuga. El kaján puso un pié sobre el extremo de la trenza y susurrando repitió la pregunta:

- Dime, ¿Quién prepara mi perdición?Kulán apretó fuertemente su espalda contra la reja de la iurta.-¡Grande e inigualable! No temes a ningún pueblo ni a ejército alguno. Tú los

arrasarás, como un golpe de viento que arrastra las hojas de otoño. ¿Pero puedes, acaso, protegerte contra enemigos encubiertos, que están sentados contigo en la misma tienda y te siguen noche y día? Solo yo te soy fiel y te amo, como a la poderosa y hermosa montaña de mi nativo Altai, cubierta de brillante nieve. Sólo tú eres mi protección, sin ti seré arrojada como una piedrita, al camino. ¿Acaso no digo la verdad? Tú todo lo ves, todo lo comprendes, el lenguaje del viento, el gemido del oriol y el silbido de la víbora. ¿Acaso no es cierto lo que digo?

- Cuéntame, cuéntame todo lo que sabes.- dijo roncamente el kaján sin soltar la trenza.

Lucecitas verdosas de malicia se encendieron en los ojos de Kulán Jatún.-Los viejos, en la estepa, pensaron sabiamente que el heredero, custodio del fuego

en la iurta debe ser siempre el menor de los hijos del jan. Los hijos mayores crecen y se apuran a tomar las riendas del caballo del padre. Por eso, el padre los aparta y levanta sus tiendas y las pone alejadas de la suya, para que se manejen solos. Mientras tanto el menor, el pequeñito, crece y el padre puede pastar con tranquilidad sus tropillas. Tú les has dado a todos, has repartido entre tus hijos los uluses1, ¿Porqué pues, olvidaste hacer de tu más pequeño hijo Kiulkán, el heredero?

El kaján soltó la trenza y resopló largamente, luego dijo:-Los protejo al niño y a ti… Por eso no lo proclamé heredero. Los mongoles jamás

1 Ulús: feudo, región.

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amarán u obedecerán al hijo de una merquita.Kulán se arrojó de rodillas.-Sin embargo yo no temo amar al único y mejor del mundo, al más extraordinario

de los hombres, al hijo de una merquita, a ti, mi soberano, mandado por el mismo cielo. Porque tu madre, la gran Oelun, no era de raza mongol, sino merquita, de mi tribu.

Chinguiz Jan, resoplando roncamente, se levantó.-¡Si, has hablado cierto! Todos se olvidaron de esto. Y ojala no lo recuerden…Tus

palabras las guardaré en mi corazón. No te atrevas a irte a ningún lado. Desempaca y extiende las alfombras. Después de los consejos de guerra con los noiones, vendré a ti, mi pequeño lince, mi deseada, ¡Mi Kiusultiú!

Y el kaján, pisando pesadamente, salió de la iurta.Kulán se levantó y, frunciendo el entrecejo, lenta y pensativamente enrollaba sobre

su brazo su larga negra trenza. Llamó a la sirvienta. La china dormía profundamente, recostada contra la pared. Kulán la despertó con un golpe de su pequeño pié y dijo:

-¡Patán! ¡Casi me quiebra un brazo!.. ¡Extiende nuevamente las alfombras! Agrega a mi trenza un poco más de crin de caballo. ¡El salvaje casi me la arrancó! Mañana hay un gran almuerzo con embajadores de otras tierras. Me prepararás el vestido chino celeste, bordado con flores plateadas…

Capítulo octavo

El kaján cuenta con los dedos

El kaján, pensando en lo que le había dicho “el lince enfurecido”, daba vueltas en torno al kurgán (túmulo) en silencio. Ante él nuevamente se irguió una sombra. Se intercambiaron contraseñas: “¡Negro Irtysh!” – “¡Mundo sometido!” – El kaján reconoció en el centinela a su viejo nuker, que lo acompañara en todas sus incursiones.

-¿Qué has oído? ¿Qué has visto?- Allá en las lejanas montañas, hay muchos fuegos. Ves, como si fuera un collar de

estrellas. Son los fogones de los habitantes de esta llanura, que huyeron con sus rebaños a

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las montañas. Temen nuestras tropas.-¿Qué hablan entre sí los guerreros?- Dicen que nos estamos comiendo todos los carneros, que los caballos se comieron

el pasto y ya mordisquean las raíces, que las espadas piden sangre. Por eso dicen: el gran kaján es más sabio que nosotros, el todo lo ve y todo lo sabe, pronto nos conducirá hacia donde abunda de todo para nuestros estómagos y para los de nuestros caballos.

-¡Cierto! El kaján todo lo ve y todo lo sabe y piensa en todo. Ve corriendo hacia donde se encuentra el jefe de este regimiento (de mil), Chagán. Dile que ordenamos montar de inmediato y llevar consigo a seis centurias.

-¡Ya corro, mi jan!-¡Espera! Dile además a Chagán, que yo voy a doblar los dedos mientras que lo

espero aquí, sobre el kurgán, frente a este campito.El mongol, saltando sobre sus piernas chuecas, se dirigió a la carrera cuesta abajo,

mientras que el kaján, sentándose sobre los talones, permanecía inmóvil, orientando una gran oreja y escuchando los ruidos que llegaban desde la oscuridad. Comenzó a contar mentalmente: uno, dos, tres, cuatro… Y cuando llegaba a cien, doblaba un dedo.

La luna avanzaba lentamente por el firmamento, ora envolviéndose en una nube, ora saliendo sobre el oscuro cielo. Entonces, las iurtas de los guerreros, formando un amplio anillo en torno a la colina, se veían nítidas y cercanas o ingresaban en las tinieblas de una nube pasajera, oscureciéndose con manchas imprecisas.

Cuando el Kaján hubo contado hasta doscientos, doblando el segundo dedo, entre las iurtas comenzaron a correr sombras, algunos núkers se dirigieron al galope hacia la brumosa estepa. Por todo el campamento resonaban gritos guturales:

-¡Alarma!El kaján continuaba sentado, inmóvil, contando la tercer centuria, luego la cuarta…

A lo lejos se escuchó un ruido sordo, que iba creciendo y el kaján comprendió que era la tropilla de mil caballos en movimiento. La tropilla se acercaba a toda carrera y se detuvo de golpe ante la colina. Hasta el kaján llegó el fuerte olor a sudor de caballo y lo envolvió una nube de polvo, ocultando por un instante, todo el campamento.

El kaján continuaba contando y doblando los dedos. Desde la tropilla se elevaban relinchos y gritos y los sordos golpes de las patadas de los caballos.

Con voz baja y ronca el kaján rugió:-¡Chagán! ¡Ea, Chagán!-¡Ohé! ¡Oigo!- llegó desde la oscuridad el prolongado grito de respuesta.- ¡Ya doblé seis dedos! ¿Por qué te demoras?- ¡Dobla dos más y todos estaremos montados!La luna volvió a salir de entre las nubes e iluminó vívidamente el círculo entre las

iurtas, hacia el cual desde todos lados, corrían los mongoles. Algunos levaban monturas y sudaderas, otros conducían a sus caballos hacia sus tiendas, unos terceros, al galope, iban en busca de su ubicación preestablecida.

El kaján continuaba contando. Dobló su séptimo dedo y miró hacia atrás, oyendo pasos tras sí. Dos guerreros conducían el caballo lobuno, ensillado, de Chinguiz Jan. Aferrándose a la crin, montó, instalándose en la silla y lentamente se dirigió a una saliente de la colina. Detrás de él se alinearon siete núkeros; uno de ellos portaba el estandarte, con sus extremos flameando.

Ante el kaján una masa de caballos y jinetes, todavía se movía en todas direcciones. Pero todos rápidamente iban ocupando los lugares habituales y, antes de que doblara el

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octavo dedo, ante él se encontraban formadas impecablemente, seis filas de jinetes, de a cien por fila. Delante de la formación se encontraba el jefe Chagán y cerca de él, unos cuantos guardaespaldas-turgaudos.

-¡Chagán, a mí!- gritó Chinguiz Jan.Chagán galopó hasta la colina y se detuvo a tres pasos del kaján.- Irás hacia esa montaña, adonde se metieron todos los jarachu (vulgo, populacho,

los nómadas pobres) y todas las liebres de largas orejas de la estepa. Arrearás hasta aquí todo su ganado y no dejarás escapar ni un solo carnero. ¡Adelante!

Dando vuelta a su caballo, Chagán se dirigió a la formación.-¡Seguidme!- ordenó.La formación se movió, fila tras fila, centuria tras centuria, tomando el camino, que

blanqueaba a la luz de la luna.El kaján permaneció inmóvil, sobre la saliente de la colina y continuaba contando y

doblando los dedos, hasta que el último jinete no se sumergió en las tinieblas. Había doblado el décimo dedo.

-¿Habrá preparado el arrogante y fanfarrón shaj de Jorezm, semejante tropa? Pronto lo veremos en batalla, ante los muros de Bujara.

Capítulo Noveno

La caravana perdida

Chinguiz Jan ordenó a sus embajadores musulmanes armar una gran caravana y dirigirse, bajo el pretexto de vender mercancías, a los dominios del shaj de Jorezm. Él les dio una significativa cantidad de sus tesoros personales, producto de sus saqueos en China. Por el importe resultante de su venta, deberían adquirir la mayor cantidad posible de telas, que servirían para recompensar a sus guerreros destacados.

Majmud Ialvach remitió con la caravana numerosas mercancías, pero se negó a ir

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personalmente a Jorezm. Él y sus dos acompañantes permanecían acostados en sus iurtas, quejándose y gimiendo, diciendo que los habían envenenado en Bujara. La caravana estaba compuesta por quinientos camellos y cuatrocientos cincuenta hombres, simulando ser mercaderes y sus dependientes. A la cabeza de la misma, Chinguiz Jan puso a su nuker mongol Usún.

Atravesando las estribaciones de las montañas Tian Shan, la caravana arribó a la ciudad musulmana fronteriza de Otrar. Allí el “caravan-bashí” (jefe de la caravana) Usún, le mostró al jefe de la ciudad el documento, firmado de puño y letra por el shaj Muhammed, con su sello de cera, en el cual se otorgaba a los mercaderes mongoles el derecho de “transitar y ejercer el comercio libremente y sin tributos de ninguna clase en todas las ciudades de Jorezm.”

La ciudad de Otrar era famosa por sus mercados. Aquí, durante la primavera y el otoño, llegaban los nómadas de lejanos territorios. Traían arreando ganado ovino y esclavos, acarreaban cueros salados, lana, diversas pieles, alfombras y cambiaban esto por telas, botas, armas, hachas, tijeras, agujas y alfileres, tazas y vajilla de cobre y cerámica. Todo esto era fabricado por hábiles maestros artesanos y sus esclavos en las ciudades de Maverannagr y Jorezm.

La caravana llegada, no era común para los mercados de Otrar. Los mercaderes desplegaron sobre alfombras tales extraordinarios, asombrosos y valiosas objetos, como los habitantes de Otrar jamás habían visto. La gente acudía en multitudes, maravillándose, observando pequeñas deidades metálicas, tan exquisitamente bañados en oro que parecían fundidas en ese metal, bastones retorcidos de jaspe, “que traen la suerte”, pequeñas vasijas, pipas de agua (pebeteros) y extrañas figuras de jaspe y jade, teteras y tazas de fina porcelana china, espadas con empuñaduras y vainas de oro y cuchillos engarzados con piedras preciosas. Aquí había pieles de castor y zorro oscuro, vestidos de hombre y mujer, confeccionados en gruesa y crujiente seda, forrados con armiño, además de un sinfín de raros y valiosos objetos. Entre la multitud se decía:

Todos estos tesoros fueron robados por los tártaros en China, en los palacios reales. Sobre estas lujosas vestimentas, seguramente se encontrará alguna mancha de sangre seca. Los guerreros le habrán vendido por monedas estos tesoros a los mercaderes y éstos, aquí, quieren revenderlos y obtener una pingüe ganancia.

-¿Por qué nuestras tropas no van a China?- opinaban otros - Nosotros también podríamos conseguir semejantes tesoros.

- Si los mercaderes tártaros llegan a vender estas mercancías a la mitad de su valor, pues ¿Qué quedará por hacer a nuestros comerciantes de Otrar? Nadie, ni siquiera, querrá mirar nuestra mercadería.

Los arrieros de ganado de la estepa meneaban las cabezas con reprobación.-¿Quién necesita semejantes cosas? Sólo los janes, los beks y para túnicas de jueces

e imanes. Para comprar estas lujosas vestimentas, nos arrancarán doble tributo.El jefe de la ciudad de Otrar era Inalchik Kairján, sobrino de la reina madre de

Jorezm, Turkán Jatún. El acudió con su escolta al bazar, se detuvo ante la mercancía expuesta de la caravana mongol y recibió regalos de los mercaderes. Luego, preocupado, volvió a la fortaleza y remitió al shaj de Jorezm un informe, en el cual escribía:

“Esta gente, que llegó a Otrar en ropajes de mercaderes, no lo son. Parecen, más bien, espías del kaján tártaro. Se comportan con soberbia. Uno de ellos, un hindú, trató atrevidamente de llamarme sólo por mi nombre, sin decirme jan, por lo que lo mandé azotar. Los demás mercaderes preguntan a la gente cosas que nada tienen que ver con el

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comercio. Cuando quedan a solas con alguien del pueblo, amenazan diciendo: “No os imagináis que pasa a vuestras espaldas. Pronto acaecerán tales acontecimientos, contra los cuales no podréis luchar…”

Alarmado por semejante misiva, el shaj Muhammed ordenó demorar en Otrar a la caravana mongol. Todos los cuatrocientos cincuenta hombres y el “caravan-bashí” Usún, desaparecieron sin dejar huellas, en las mazmorras de la fortaleza, mientras que su mercadería, el jefe de Otrar la remitió a Bujara, para su venta. El dinero así obtenido fue a engrosar las arcas del shaj Muhammed.

De toda la caravana quedó vivo un solo arriero. Logró huir y llegar al primer puesto mongol. Allí lo montaron en un caballo del correo, con cascabeles1 y se lanzó al galope a llevar a Chinguiz Jan la terrible noticia.

Capítulo Décimo

El embajador no se estrangula, el mediador no se mata.

No alcanzó la medialuna a crecer y, luego, entrar en menguante, cuando mandado por el señor de los tártaros, llegó a Bujara un nuevo embajador, Ibn Kefredzh Bogra, cuyo padre fuera emir, al servicio del padre del shaj de Jorezm, Teckesh. Con él llegaron dos notables mongoles.

Antes de recibir la embajada, el shaj de Jorezm, Muhammed, tuvo una larga sesión de consejo con sus jefes militares kipchaks. Siguiendo sus indicaciones, resolvió recibir a los embajadores mongoles de manera altiva y adusta, pero, sin embargo, escuchando sus

1 Sobre las principales rutas de sus dominios, chinguiz Jan instaló postas de correo, donde siempre estaban listos mensajeros y caballos, para llevar las órdenes del kaján. Estos caballos eran ensillados con monturas con cintas con cascabeles, para que los viajeros les abran paso de inmediato.

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ponencias, para conocer las intenciones de Chinguiz Jan.El embajador principal, entró con la cabeza erguida. Ya ni se arrodilló y habló de

pié, como si estuviese listo para un combate. Sin embargo, de acuerdo a los requerimientos del vekil, había dejado sus armas a la entrada.

-¡Soberano de los países de occidente!- dijo, - Hemos venido a recordarte que a nuestros mercaderes, venidos a Otrar, del reino de Chinguiz Jan, tú mismo les has dado un salvoconducto, firmado de tu puño y letra y sellado con tu real sello. En él, permitías a nuestros mercaderes comerciar libremente y ordenabas a todos tus súbditos a tratarlos amistosamente. Pero los has traicionado pérfidamente. Todos están muertos y sus propiedades robadas. Si la traición, por sí misma es despreciable, se convierte en aún más repugnante cuando proviene de la cabeza del Islam.

El shaj vociferó:-¡Sinvergüenza! ¿Cómo te atreves dirigirte de esta manera a mí? ¿Cómo te has

decidido a acusarme de actos cometidos por mi sirviente?-¡Gran shaj! ¿Entonces tú afirmas que el lugarteniente de Otrar actuó en contra de

tus órdenes? ¡Excelente! Entonces entréganos a ese servidor criminal, Inalchik Kairján, así nuestro gran kaján sabrá castigarlo como es debido. Pero si me dices “no”, entonces prepárate para la guerra, donde los corazones más valientes caerán en el campo de batalla y, las lanzas tártaras, certeramente dirigidas, darán en el blanco.

El shaj de Jorezm quedó pensativo, escuchando las amenazadoras palabras. Todos quedaron petrificados, comprendiendo que ya se estaba resolviendo la cuestión: guerra o no. Pero algunos arrogantes janes kipchaks vociferaron:

-¡Muerte al fanfarrón! ¿Se atreve a amenazarnos? ¡Gran padishaj, Inalchik Kairján es sobrino de tu madre! ¿Lo entregarías, acaso, para que lo despellejen los infieles? ¡Ordena matar a este descarado o lo acabaremos nosotros mismos!..

El shaj estaba sentado, lívido y gris, como un muerto. Sus labios temblaban cuando, en voz baja, dijo:

-¡No! ¡A Inalchik Kairján, mi fiel servidor, no lo entregaré!Entonces, uno de los príncipes kipchaks se acercó al embajador mongol, lo aferró

por la barba y de un solo tajo de su puñal, le cortó la barba y se la arrojó a la cara. El embajador Ibn Kefredzh Bogra era un hombre fuerte y valiente, pero no entró en lucha. Sólo gritó:

-¡En el libro sagrado está escrito: el embajador no se estrangula, el mediador no se mata!

Los janes gritaban:-¡Tú no eres embajador, sino solo polvo en las botas del kaján tártaro! ¿Por qué tú,

un musulmán, sirves a nuestros enemigos? ¡Eres un traidor, una bosta tártara! ¡Eres un traidor a la patria!

De inmediato, ahí mismo, los janes se arrojaron sobre el embajador y lo acribillaron con sus puñales, mientras que a sus dos acompañantes mongoles los apalearon.

En un estado deplorable, fueron llevados a la frontera de los dominios del shaj de Jorezm, donde les fueron quemadas las barbas y luego, quitándoles los caballos los dejaron de a pié, en el desierto.

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Capítulo Decimoprimero

Chinguiz Jan se enoja.

Durante el día, el kaján salió de su tienda un par de veces oteando la lejanía. Estaba esperando algo. Volviendo a la tienda, se sentaba sobre la alfombra de seda y escuchaba lo que le estaba explicando su consejero principal, Liú- Chú- Tsai, un chino delgado, alto, lento en sus movimientos y con ojos alertas y penetrantes.

-Se puede conquistar el mundo de a caballo, pero gobernarlo, permaneciendo en la montura, es imposible. Hay que nombrar, para cada región, en forma inmediata, un jefe. El se preocupará de las reservas de grano, establecerá “foros locales” para una moderada

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tributación de la población, con castigo de muerte para quien no cumpla. En cada foro de éstos, hay que nombrar de a dos personas de confianza, seleccionados entre gente erudita. Uno será el jefe y el otro, su ayudante. Para reforzar los ingresos, hay que establecer tributos a los mercaderes, impuestos al vino, vinagre, sal, extracción del hierro, oro, plata y al uso del agua con fines de riego…1

- Todo lo que dices es sensato,- contestó Chinguiz Jan.El guardián del sello privado uigur Ismail Jodzhá, entregó el sello del kaján. Era

una figura de tigre, realizada en jade, parado sobre un círculo de oro, untado con pintura bermeja. El kaján apretó el sello contra el decreto, preparado de antemano por Liú-Chú-Tsai.

En el ardiente mediodía, sin viento, sobre la estepa vibraban ondas de aire caliente. Todo el campamento de Chinguiz Jan dormitaba y, hasta los caballos, que vagaban por la llanura, estaban, ahora inmóviles, agolpados en tropillas y movían acompasadamente las cabezas para espantar los tábanos que rondaban a su alrededor.

A lo lejos, cual un zumbido de una mosca, llegó un sonido agudo y prolongado. Luego fue tomando forma un rápido repiqueteo de cascabeles. Chinguiz Jan levantó un dedo, corto y grueso, giró hacia la entrada su cara cuadrada y apuntó su gran oreja, de lóbulo caído, del que pendía un pesado aro de oro.

- Un mensajero y no sólo uno…- y salió de la tienda.Ya era visible la nubecilla de polvo, rodando por el camino.Tres jinetes galopaban hacia el campamento. Llegaron a las iurtas negras, donde

uno de los caballos se precipitó a tierra, volando el jinete por sobre la cabeza del equino.Los centinelas, tomando los caballos por las riendas, los llevaron hacia el retén.

Desde allí, en compañía de los centinelas, dos de los recién llegados avanzaron hacia el corral de los potrillos, donde se encontraron con el Chinguiz Jan.

Estaba sentado en cuclillas ante una yegua blanca y, entrecerrando los ojos, observaba como un potrillo gris, empujaba con su hocico la rosada ubre de la madre.

Los dos recién llegados estaban vendados con trapos. Sus caras, cubiertas de llagas, estaban hinchadas. Habían cambiado tanto que el kaján, volviéndose hacia ellos preguntó:

-¿Quién sois?-¡Gran kaján! Antes éramos jefes de tus regimientos, pero ahora estamos volviendo

de nuestras tumbas. El shaj de Jorezm quiso mofarse de nosotros y ordenó quemarnos las barbas, honor y dignidad de un guerrero.

-¿Y dónde está Ibn Kefredzh Bogra? - Por el hecho de haber manifestado al shaj con firmeza tu mandato, esos perros que

aúllan al compás del cerdo de Jorezm, lo hicieron pedazos.-¿Cómo? ¡Han asesinado a mi embajador! ¿A mi valiente y fiel Ibn Kefredzh

Bogra?Chinguiz Jan emitió un alarido. Tomó un puñado de arena y se lo echó sobre la

cabeza. Con sus manos se restregaba el rostro, sobre el que rodaron lágrimas. Se arrojó hacia delante y, corpulento y pesado, comenzó a correr por el camino. Tras de él corrieron todos los que estaban cerca y se sumaban otros guerreros, despiertos por el alarido, sin comprender que estaba aconteciendo.

El kaján, jadeando, llegó hasta el palenque, arrancó de su cabestro un caballo sin domar, lo tomó de la crin abalanzándose sobre su lomo y se lanzó por el camino

1 Escribe Raschid ed Din.

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directamente hacia la montaña celeste. Liú Chú Tsai y los hijos de Chinguiz Jan, montaron y salieron como una exhalación detrás de él.

Así arribaron a la montaña rocosa. Sobre una saliente, entre unos pinos, estaba parado el kaján. Se lo veía desde lejos. Se había sacado el gorro y colgado el cinturón del cuello1. Lágrimas grandes y brillantes corrían por la tez oscura, la que el kaján había embadurnado con barro.

-¡Cielo eterno! Tú salvas a los justos y castigas a los culpables,- gritaba el kaján – ¡Tú castigarás a los impíos musulmanes! ¿Escucháis, mis gloriosos bagaturs? Los musulmanes aplastaron a mi embajador Usún y a cuatrocientos cincuenta diligentes mercaderes que fueron a comerciar. Los musulmanes saquearon todas sus mercancías y se ríen de nosotros. Mataron a mi otro embajador, al valiente Ibn Kefredzh Bogra. Quemaron con fuego, cual a reses de cerdo, las barbas de otros dos de mis embajadores y los arrojaron como si fueran vagabundos, quitándoles sus caballos. ¿Toleraremos esto?

- ¡Guíanos contra los musulmanes!- gritaban los tártaros.- ¡Arrasaremos sus ciudades y los exterminaremos a todos, con sus mujeres e hijos! Nos apropiaremos de todos sus caballos y ganado.

- Allí no hay heladas ni frías ventiscas,- continuaba retumbando el rugido de Chinguiz Jan.- Allí siempre es verano, allí crecen dulces melones, el algodón y la vid. Allí, en las praderas el pasto crece tres veces en verano. ¿Acaso corresponde que en semejante país vivan tales criminales, como los musulmanes? Les quitaremos sus tierras y arrasaremos hasta los cimientos sus ciudades... En el lugar de sus ciudades derruidas, sembraremos cebada y allí pastarán nuestros fuertes caballos y sólo se erigirán nuestras iurtas, con nuestras fieles esposas e hijos. ¿Estáis preparados para avanzar sobre tierras musulmanas?

-¡Indícanos sólo donde están y los exterminaremos!- gritaban los tártaros.- Veo, hasta sin los chamanes, que ha llegado “la luna dichosa” y ya es hora de

conducir las huestes al occidente,- dijo fuertemente Chinguiz Jan y, volteando lentamente, comenzó a subir la ladera de la montaña. Le siguieron sus guardaespaldas y rodearon, como un anillo, el lugar donde él decidió permanecer solo con sus pensamientos.

Subiendo aún más alto, sobre la ladera del cerro, Chinguiz Jan divisó sobre una pequeña planicie, al borde de un precipicio, un fuego. Al lado estaba sentado un niño, avivando con un pequeño fuelle de mano, unas brasas, sobre las que había una lámina de hierro al rojo vivo. Ahí mismo, de hinojos, un viejo mongol la estaba dando vueltas con unas pinzas, teniendo listo, para la forja, un martillo de herrero.

-¿Quién eres?- preguntó el kaján.-Soy el herrero Jori, del tumen de Dzhebe- noion.-¿Para qué estás aquí?Estoy preparando puntas de flecha templadas, que no se doblan por los impactos

contra el hierro y atraviesan la mejor coraza. ¿Acaso, preparando estas flechas incontenibles, no te estoy ayudando?

-Hablas sensatamente,- observó Chinguiz Jan.- ¿Y por que trabajas aquí, en la montaña?

- Aquí, en la montaña, hay muchas raíces resinosas que dan una llama muy caliente. Además, debo reconocer que desde aquí veo lejos en la estepa y hacia aquél lado están nuestros lugares natales.

1 Esto significaba entre los mongoles, entregarse por completo a la voluntad del cielo.

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-¿Qué tontería estás diciendo? Desde aquí no se ven nuestras praderas natales. ¡Están muy lejos!

- ¿Acaso las distancias en la estepa no son iguales? ¡Miro en dirección de los lugares queridos y se regocija mi corazón!

- Y este niño, ¿Es tu hijo?- Era un chinito, ahora se convirtió en hijo. Contigo, gran kaján, he ido a China y

allí recogí un niño abandonado. Lo crié en la montura y se convirtió en mi ayudante en la herrería.

- ¿Dónde está tu herrería?- Está conmigo, en mi montura. Aquí están los martillos, un trozo de hierro va con

el yunque. El fuelle lo guardo en una bolsa y lo llevo sobre mi otro caballo, junto con mi hijo.

- ¿Y tus caballos, son buenos y fuertes?- Son demasiado viejos. ¡Cuántas campañas hice con ellos! Cuando lleguemos a

tierras de Bujara, allí elegiré unos caballos fuertes e inclusive algunos esclavos ayudantes…

- Si peleas bien, podrás conseguir toda una tropilla.-¡Ya no soy más un guerrero! He sido muy malherido. Para pelear sirvo muy poco

pero forjar cuchillos y puntas de flecha, es mi trabajo habitual. Dime, gran jan, ¿Estaremos aquí mucho tiempo aún? Nuestro tumen, el de Dzhebe-noion, pasa hambre y se está comiendo los caballos Ya sería la hora de marchar…

Chinguiz Jan comenzó a resoplar fuertemente. Esta era una mala señal.-No, primero dime, herrero Jori: ¿Qué tal si te digo que el tumen de Dzhebe-noion

ya se fue y que hace doce días que no se encuentra aquí? ¿Entonces irías por la estepa, tratando de alcanzarlo, preguntando a los vagabundos que encuentres, si alguno de ellos no lo vio? Si todos los núkers comenzaran a vagar en torno del campamento, ¡Todo mi ejército se desmembraría!

El herrero comenzó a temblar y se arrojó de bruces al suelo.-Ordenamos: a este herrero Jori, llevarlo a mi regimiento de escolta y en medió del

kuren pegarle veinte varazos en las plantas de los pies, para que le entre picazón. Mandar de inmediato destacamentos alrededor del campamento para detener a todos los guerreros que andan deambulando apartados de sus centurias y los nombres de los centuriones y de los jefes de regimiento comunicármelos a mí, que les impartiré el correspondiente castigo.

Chinguiz Jan empujó al herrero, que se aferraba con sus manos a su gran pierna chueca y comenzó a subir lentamente por un senderito de piedra. Luego se detuvo.

- Aquí, en este lugar, voy a conversar con el cielo acerca de la campaña venturosa que emprenderemos. ¡Colocar en torno a la montaña una guardia, para que nadie me interrumpa!- después de lo cual el kaján se dirigió más arriba, hacia la cumbre de la montaña.

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Capítulo decimosegundo

Como deben escribirse las cartas

Chinguiz Jan no conocía otro lenguajeque el mongol y no sabía escribir

(Académico V. Bartold).

Hacia el anochecer el kaján volvió a su tienda y convocó a los mayores jefes militares. Aquí estaban los cubiertos de gloria en las victorias, los camaradas de los días de la juventud de Chinguiz Jan, encorvados, canosos, enjutos, con mejillas fláccidamente

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caídas. También se hallaban los jóvenes guerreros, promovidos por el sagaz kaján, sedientos de proezas Cada uno tenía bajo su estandarte diez mil jinetes, totalmente preparados para marchar.

Todos estaban sentados en un estrecho círculo, sobre las alfombras. Solo Chinguiz Jan estaba sentado mas alto que los demás, en un trono de oro. El respaldo del trono estaba exquisitamente labrado por artesanos chinos y representaba a “felices dragones”, como trenzados, que jugaban con la “perla”, parecida a una medusa marina, con largos tentáculos. Los posabrazos del trono representaban a dos tigres enfurecidos. Este sillón, fundido en oro, fue arrebatado por el kaján en el palacio del emperador chino y lo llevaba consigo en sus campañas.

A la derecha del trono se encontraban dos hermanos de Chinguiz Jan y sus dos hijos menores, Uguedei y Tuli. A la izquierda estaba sentada la última esposa del kaján, Kulán Jatún, toda resplandeciente con collares de piedras preciosas y brazaletes de oro, que cubrían sus brazos desde las manos hasta los hombros. Los sirvientes chinos se deslizaban silenciosamente tras de los que estaban sentados y repartían fuentes de oro con comida y tazas de oro con kumys y fuerte vino tinto.

A la mano izquierda del kaján, al lado de su joven esposa, estaban sentados dos embajadores: uno, de nombre Ashaganbu, enviado del poderoso rey de Tangutsk, Burjani1, el otro, el jefe militar chino Men-Jun2, mandado por el emperador de China del sur (Sun), que odiaba al emperador de China norte (Tsin) y por ello buscaba amistad y alianza con los mongoles.

En este banquete Chinguiz Jan impresionó a sus huéspedes con la magnificencia de su vajilla de oro y la abundancia y variedad de las viandas y bebidas. En grandes bandejas de oro se servía el asado: carne de potranca tierna, ciervo y avutardas de las estepas. Esto se alternaba con raros dulces, preparados por el cocinero chino. Kumys, ayran, vino tinto de Persia y aguardiente chino de semillas de sandía, variadas frutas del sur, traídas por mensajeros, que galoparon varios días, cambiando de caballos, todo esto parecía especialmente inusual en este valle desértico, a donde llegaban a pastar las tropillas de caballos salvajes, tras cuyas huellas seguían los tigres.

Desde atrás de un cortinado de seda de la tienda, se escuchaban los estridentes cantos de las cantantes chinas, los sones de flautas y flautillas de bambú. Algunas bailarinas, vestidas extravagantemente, ejecutaban danzas representando como en la estepa pasta despreocupadamente un gamo y como se le acerca, acechando un lince y se le arroja encima, pero muere, atravesado por una flecha de un cazador agazapado.

Chinguiz Jan, contento con el exitoso festín, estaba sentado en el trono, con las piernas recogidas, masticando ruidosamente, tomando pedazos de carne asada de un plato especial; lo sostenía ante él, arrodillado, un sirviente chino. Los mejores bocados de carne el kaján los ponía en la boca de aquellos invitados a los que quería expresar su gracia.

Durante el banquete, Chinguiz Jan miraba de reojo con celos, al embajador de Tangutsk, que estaba sentado al lado de la esposa del kaján, Kulán Jatún, haciéndola reír con un relato de cómo él, que nunca se había perdido en las estepas, en su primer viaje a China se extravió entre las estrechas e intrincadas callejuelas de su ciudad capital. Kulán reía despreocupadamente. Chinguiz Jan, royendo una paleta de cordero, le dijo al embajador:

1 Reino de Tangutsk: una de las regiones de China nor-occidental.2 Las notas de Men-Jun sobre los mongoles y Chinguiz Jan perduraron hasta nuestros días.

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-Tu amo, el rey Burjani, prometió que en esta campaña venidera, sería mi mano derecha. Ahora el pueblo musulmán asesinó a mis embajadores y por eso yo marcharé sobre ellos para castigar al shaj de Jorezm. Es hora de que el rey Burjani se presente aquí con sus jinetes y ocupe el ala derecha de mi ejército.

El embajador de Tangutsk, entretenido en la conversación con la hermosa Kulán Jatún, contestó a Chinguiz Jan con negligencia:

-Si no te alcanzan tus tropas para la campaña, no seas kaján.Chinguiz Jan arrojó la paleta de cordero a un lado, se limpió los dedos grasientos en

sus botas blancas de gamuza y se pasó el ruedo de su manta de armiño por los bigotes. Todos callaron. Ahogándose dijo roncamente, dirigiéndose al embajador:

-Tú hablas en nombre de tu soberano. ¿Cómo te has atrevido a contestarme tan groseramente? ¿Acaso me resultaría difícil ahora mismo mover mis tropas sobre el reino de Tangutsk? Pero ahora tengo otras preocupaciones. No voy a destruirlos ahora a ustedes, viles y pérfidos tangutos, como tú. Sin embargo, si el cielo eterno me conserva ileso de las flechas enemigas, juro que, cuando regrese después de destruir al shaj de Jorezm, iré en guerra contra tu infiel rey. ¡Entonces recordaré tus palabras y les mostraré si puedo o no ser kaján!.. Liú Chú Tsai, ordena enseguida que traigan caballos y que este perrito tanguto se arrastre fuera de mi tienda.

El embajador, tartamudeando, atinó a decir:-¿Acaso dije algo ofensivo?Pero los sirvientes chinos lo tomaron por debajo de los brazos y lo arrastraron

fuera de la tienda.Chinguiz Jan, con el rostro serio, le indicó severamente al embajador chino, Men-

Jun que estaba bebiendo muy poco y, como castigo, lo obligó a beber seis grandes copas de vino una tras otra. El embajador bebía obedientemente mientras todos los huéspedes entonaban una canción loando al chino. Al terminar la sexta copa, el embajador cayó, quedándose dormido de inmediato.

-¡He aquí que mi huésped se emborrachó! ¡Esto significa que es mi amigo y piensa conmigo con un solo corazón! Llévenlo con cuidado a su tienda. Por la mañana puede regresar a su país. Que los jefes de las ciudades lo retengan todo el tiempo posible, le conviden vino, té y todo lo que guste. Ordenamos que en el camino, buenos músicos lo entretengan tocando flautas y cuerdas. Deseamos que nuestro amigo chino no sufra ninguna necesidad.

Cuando se llevaron al dormido embajador, Chinguiz Jan se dirigió a Liú Chú Tsai:-¿Me has escrito la carta al asesino de mi embajador, al Shaj de Jorezm

Muhammed?El gran consejero del Kaján respondió en voz baja:-Cuando dos valientes jefes se disponen a guerrear, ¿Podré yo escribir

adecuadamente? Solo sé como ordenar las tierras conquistadas y trato de velar por que tus mandatos se cumplan. Por eso la carta la escribió tu escriba más experimentado, Ismail Jodzhá Uigur.

- ¿Dónde está?El anciano secretario y custodio del sello del kaján, Ismail Jodzhá se acercó al trono

y se arrodilló, teniendo sobre su cabeza un rollo de pergamino.-¡Lee!Ismail Jodzhá comenzó a leer:

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“El cielo eterno me erigió en gran kaján de todos los pueblos. Durante los últimos siete años he realizado cosas extraordinarias. Un reino como el mío no lo hubo desde la antigüedad. Por no someterse a mí, destruyo a los reyes aterrorizándolos. Cuando llegan mis tropas, hasta los países lejanos se someten y se pacifican. ¿Pero por qué tú no te comportas con respeto? ¡Recapacita! ¿Acaso quieres comprobar el golpe de mi ira?..”

Chinguiz Jan bajó sus pies del trono y se arrojó sobre Ismail Jodzhá arrancando de sus manos la misiva inconclusa.

-¿A quién le escribes? ¿A un soberano digno de hablar conmigo o al hijo de un perro de orejas amarillas? Tu mismo eres musulmán y por eso meneas la cola frente al jan musulmán. ¿Tú quieres que el shaj Muhammed crea que le temo?

Ismail Jodzhá yacía de bruces sobre la alfombra, con su cara aplastada contra ella, temblando de pavor. El kaján lo aferró por el cinturón, lo arrastró fuera de la tienda y lo arrojó en la entrada, empujándolo con un pié. A su lado apareció el consejero Liú Chú Tsai y comenzó a recriminarle serenamente:

-Mira la canosa barba de tu escriba. Recuerda sus buenos servicios durante muchos años. El enseñó a tus hijos y a tus nietos a leer y escribir. No debes castigar de esta manera a un fiel servidor…

Chinguiz Jan se irguió:-Ismail Jodzhá escribe cartas de esclavos. No sabe hablar con orgullo. Que siga

enseñando a leer y escribir a mis nietos, pero que no hable más con el soberano de los pueblos.

El kaján volvió a la tienda y se instaló nuevamente sobre el trono con sus piernas recogidas. Tomando con sus manos la rodilla derecha, estuvo largamente sentado sobre el talón de la izquierda. Sus ojos verdoso amarillentos por momentos se dilataban y luego se achicaban. Cerca del trono apareció otro escriba con una hoja de pergamino, en blanco. Liú Chú Tsai entregó al escriba una cañita para escribir. Mientras, Chinguiz Jan, entrecerrando los maliciosos ojos, permanecía callado, mirando un punto en el vacío. Luego, volteándose hacia el escriba, que esperaba de rodillas, dijo:

-Escribe así: “Tú querías la guerra, pues la obtendrás”.Cual si volviera en sí, el kaján arrancó de las manos de Liú Chú Tsai el sello de oro,

mojado con tintura azul1 y lo oprimió contra el pergamino. Sobre el pergamino apareció impreso:

Dios en el cielo.El kaján, el poder de Dios, en la tierra.

El amo de la intersección de los planetas.El sello del soberano de toda la gente.

Y en el silencio de los huéspedes callados, de pronto resonó el grito de guerra de los mongoles, cuando se lanzan al ataque:

-¡Kjú-kjú-kjú!Reconociendo la voz de su amo, relincharon afuera los potros preferidos de

Chinguiz Jan. En pocos instantes otros los imitaron inundando el campamento de relinchos provenientes de todas direcciones, de los caballos mongoles.

Liú Chú Tsai, cuidadosamente con las dos manos, recibió el pergamino, mientras

1 En las misivas del kaján a otros monarcas, el sello era azul, en la correspondencia de otra naturaleza era rojo.

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que Chinguiz Jan con voz brusca y entrecortada dijo:- ¡Remitir la carta! ¡A la frontera musulmana! ¡De inmediato! ¡Dar escolta al

mensajero! ¡Trescientos jinetes!..Girando hacia los que estaban sentados el kaján comenzó a hablar nuevamente en

tono bonachón, cariñoso, como ronroneando: -Mientras tanto continuaremos nuestro banquete y conversaremos pacíficamente. Pronto nuestra alma se regocijará en las ciudades musulmanas. ¡Allí nos divertiremos! Ya veo como los campos arados serán cubiertos por la niebla del sudor de nuestros caballos, como huirán los hombres asustados y como aullarán con gritos animales las mujeres arrastradas por los lazos; los ríos fluirán rojos, como este vino y el cielo brumoso se recalentará con el humo de poblaciones incendiadas…

Entrecerró los ojos y levantó un dedo, corto y grueso, escuchando como en todo el campamento continuaban relinchando entre sí los caballos.

Los huéspedes comenzaron a hablar a media voz: “Parece que la invasión está próxima…”- y, como corresponde a grandes capitanes, se juntaron las grandes copas, deseándose mutuamente éxitos, charlando sobre los grandes días por venir.

QUINTA PARTE

La irrupción de un pueblo nunca visto

Capítulo Primero

El que no se defiende, perece

A posteriori de la irrupción de los mongoles

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el mundo entró en caos, como los cabellos de un etíope.Los hombres se hicieron lobos.

(Saadi, siglo XIII.)

Habiendo recibido de Chinguiz Jan la amenazadora carta de seis palabras, el shaj de Jorezm ordenó, en forma urgente, construir una fuerte muralla en torno a su nueva capital Samarcanda, a pesar de sus enormes dimensiones: el largo del muro debía ser de 12 farsajs1.

El shaj envió a los recaudadores de impuestos a todos los rincones del estado para que cobren impuestos adelantados por tres años, a pesar de que los impuestos correspondientes al año en curso habían sido recaudados con muchísimas dificultades.

También ordenó la creación de cuerpos de arqueros. Éstos, debían presentarse en los lugares de la convocatoria montados a caballo, armados y con una reserva de víveres para varios días.

Por último, el shaj ordenó quemar todos los poblados ubicados sobre la orilla derecha del río Seijún (Sir Daria), hasta la frontera occidental con los Kara Kitai, en cuyo país habían aparecido los mongoles. Se ordenó erradicar a los habitantes de las áreas desvastadas, para que los mongoles, al pasar por esos lugares, no encuentren allí cobijo ni comida. Pero la población enfurecida de la zona arrasada huyó hacia el país de los kara kitai, donde los hombres se unieron a las hordas mongoles.

Mientras llegaban las tropas convocadas de todas partes, el shaj de Jorezm se encontraba en Samarcanda. Rodeado de una corte servil, visitaba las mezquitas, donde escuchaba los encendidos sermones del sheik ul Islam. Éste rezaba aplicadamente ante los ojos de numerosos fieles creyentes, formados en ordenadas filas en la plaza, frente a la gran mezquita. Junto con ellos, el shaj se arrodillaba y en voz alta y fuerte repetía, tras el imán, las oraciones.

En el comienzo del año del Dragón (1220) Muhammed convocó a un consejo extraordinario, compuesto por los jefes militares principales, los beks más notables, los más altos dignatarios y los imanes de blanca barba.

Todos esperaban decisiones sabias y audaces, que contagien el ánimo y alienten las esperanzas, de parte de este “nuevo Iskandar”, “Muhammed-guerrero”, como comenzaron a llamarlo a partir de la toma de Samarcanda y la expedición a las estepas de los kipchaks. Sentándose en un estrecho círculo sobre las alfombras, esperando al shaj, todos hablaban de su experiencia como guerrero y de que, sin duda alguna, sacaría victoriosamente al país del peligro que lo acechaba.

Timur Melik contaba:-Hoy el padishaj recorrió las fortificaciones de Samarcanda y verificó los trabajos

realizados. Observó largamente como miles de pobladores traídos de todas partes, junto con los esclavos, excavaban fosos. La tierra estaba congelada y las palas no la penetraban fácilmente. Entonces el shaj se enojó y gritó: “Si vais a trabajar con esa lentitud, los salvajes tártaros, al llegar aquí, sólo arrojarán a esas zanjas sus látigos y con eso los rellenarán” Esto fue oído por los trabajadores y sus corazones se llenaron de terror. “¿Acaso Chinguiz Jan tiene tantos guerreros?”

Al salón del consejo entro el shaj, impenetrable y silencioso. Se sentó en el trono de oro, recogiendo bajo sí las piernas. El imán principal leyó una breve oración, terminándola

1 Medida de longitud de esa civilización equivalente, aproximadamente, a 84 kilómetros.

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con las palabras; “¡Que guarde Alá las benditas y florecientes tierras de Jorezm, para provecho y gloria del padishaj!” Todos levantaron las palmas de las manos y se pasaron las puntas de los dedos por las barbas. El shaj dijo:

-Espero la ayuda de cada uno de ustedes. Que todos, por orden, indiquen las medidas a tomar que consideren más convenientes.

Primero habló el gran imán, letrado en muchas ciencias, el avejentado Shijab ed Din, llamado el “pilar de la fe y bastión del reino”.

- Repito aquí lo que siempre dije desde las alturas del member1 en la mezquita. El fidedigno jadís2 del profeta ¡Alabado y bendito sea su nombre! Dice: “Quien sea muerto en defensa de su vida y propiedades, será un mártir, un dzhajid”. Todos debemos salir de las tinieblas de las cosas mundanas al camino de la obediencia y destruir las legiones de las preocupaciones con la espada del coraje y del esfuerzo.

-¡Estamos todos dispuestos a dar la vida en el campo de batalla!- exclamaron los presentes.

-¿Pero que es lo que propones?- preguntó el shaj.- ¡Tú eres un gran general, tú eres el nuevo Iskandar!- dijo el viejo imán. – Tú

debes mover todas tus innumerables huestes a las costas del Seijún y enfrentar allí, en una batalla decisiva a los paganos mongoles. Con fuerzas frescas debes atacar al enemigo, antes de que ellos se puedan reponer del largo camino por los desiertos de Asia.

Muhammed bajó los ojos, permaneció callado y ordenó a que continuara el siguiente.

Un jan kipchak dijo:-Es necesario dejar que los mongoles se adentren en el interior de nuestro reino.

Aquí, conociendo bien el lugar, los exterminaremos fácilmente.Otros príncipes kipchaks aconsejaban abandonar a Samarcanda y Bujara a su

suerte, confiando en la inexpugnabilidad de sus altos muros y preocuparse solamente por defender el paso del caudaloso Dzheijún, para impedir que los mongoles penetren tierra adentro en Irán.

-Conozco bien a estos toscos nómadas,- dijo uno de los janes.- Ellos merodearán por el país, lo saquearán, pero no se quedarán aquí mucho tiempo. No les gusta el calor. Ellos y sus caballos están habituados al frío invierno. Mientras los mongoles estén adueñados de nuestras tierras, trataremos de cuidar a nuestro padishaj ¡Que dure ciento veinte años su reinado! Retrocedamos hasta más allá de la cordillera del Indo-Kush e iremos hasta Gazna. Allí reuniremos un nuevo gran ejército. Si es necesario, podremos alejarnos hasta la India. Mientras tanto, los mongoles se saciarán con el botín conseguido y retornarán a sus estepas.

-¡El discurso de un mezquino!- farfulló Timur Melik.Muhammed preguntó a su hijo, Dzhelal ed Din:-¿Y tú qué propones?-¡Soy tu guerrero y espero tus órdenes!-¿Y tú, Timur Melik?- Triunfa el que ataca. El que sólo se defiende, se condena al viento de la

descomposición, - respondió Timur Melik.- Por eso, un hombre débil, atacando valientemente, vence al fuerte y feroz tigre. Se oculta tras las montañas aquél que mete la

1 Member: cátedra, ambón.2 Jadís. Leyenda sobre la vida y palabras del profeta Mahoma, que no integran el Corán.

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cola entre las patas, el que teme encontrarse con sus enemigos cara a cara. ¿Para que me preguntas? Hace tiempo que te digo: déjame ir allá donde ya merodean las avanzadas tártaras. ¡Probaré en combate con ellos, si mi flecha aún es certera, si mi luminosa espada no se hizo más pesada!

-¡Que así sea!- dijo Muhammed. Pronto los pasos se despejarán de nieve y los mongoles comenzarán a bajar a los valles del Fergan. Allí, sobre las cabezas mongoles, experimentarás el peso de tu sable. Te nombro comandante de las tropas de la ciudad de Jodzhent.

Todos bajaron los ojos y unieron los extremos de los dedos. Estaba claro que el shaj estaba enojado con el siempre franco Timur Melik, incontenible en la palabra como en el combate. El nunca vertió la miel de la adulación a la caudalosa elocuencia del shaj de Jorezm. En Jodzhent había una guarnición insignificante y para un jefe experimentado como Timur Melik, ser nombrado jefe de un castillo diminuto no era honroso. Pero en las palabras de Timur Melik se ocultaban espinas ofensivas, por lo que Muhammed agregó:

-Timur Melik afirma que sólo triunfa el atacante. Pero la guerra no necesita la valentía ciega, sino la razonabilidad. Yo no dejará a ninguna cuidad sin defensa. También pienso que los mongoles, o tártaros, envueltos en pieles de oveja, no aguantarán nuestros calores, y no permanecerán aquí por mucho tiempo. La mejor defensa para los pacíficos habitantes son las inexpugnables murallas de nuestra ciudades y…

-¡Y tu poderoso brazo! ¡Tu sabiduría!- gritaron a coro los serviles janes.- Por supuesto que el ejército, comandado por mí, será una roca inconmovible en el

camino de los tártaros,- dijo Muhammed.- ¿Acaso el valiente Inalchik Kairján no se sostiene ya cinco meses en la sitiada Otrar, deteniendo con ello en avance de los mongoles? Rechaza estoicamente todos sus ataques, por que oportunamente le he enviado de refuerzo a veinte mil guerreros, valientes kipchaks…

- ¡Muy bien por Kairján! - Exclamaron los janes.- Me dijeron personas leales y conocedoras que el ejército mongol, en comparación

a mi ejército islámico, es lo mismo que una columnita de humo en medio de la oscura noche. ¿Para qué temerle? Dejaré en Samarcanda ciento diez mil soldados, sin contar los voluntarios y veinte poderosos elefantes de combate, de aspecto intimidante. En Bujara hay cincuenta mil valientes. Asimismo, al resto de las ciudades he mandado entre treinta y veinte mil guerreros a cada una. ¿Qué quedará de los tártaros de Chinguiz Jan si todo un año se demorarán en cada fortaleza? No le llegarán nuevas tropas y sus fuerzas se derretirán, como la nieve en verano…

-¡Inshallá! ¡Inshallá! (Danos lo, Alá)- exclamaron todos.- Mientras tanto,- continuó el shaj,- reuniré en Irán nuevas huestes de fieles

creyentes. Con esas tropas frescas destruiré de tal forma a los restantes tártaros, que sus nietos y sus biznietos no osarán jamás acercarse a las tierras del Islam.

-¡Inshallá! ¡Inshallá!- gritaban los janes-¡Estas son las verdaderas y sabias palabras de un invencible jefe!

El jefe del diván arz (canciller) se acercó al shaj y le entregó una nota. Ella contenía un breve comunicado, traído por un derviche mendicante, que cruzara con dificultad a través de los puestos mongoles, que decía que los veinte mil kipchaks, mandados por el shaj en auxilio de Otrar, lo traicionaron, pasándose a las filas mongoles. Todos miraban a Muhammed con alarma, tratando de adivinar por su rostro, si las noticias eran malas o buenas. El shaj juntó las cejas y le susurró al oído:

-¡Ya es hora! ¡No debemos demorarnos!- Tras lo cual se levantó, escuchó la

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oración del imán y se alejó a los aposentos interiores del palacio.

Capítulo Segundo

Kurbán Kizik se hace dzhiguita.

-¡Eh, Kurbán Kizik1, eh, bromista! A partir de hoy ya no escarbarás más en la tierra. El shaj de Jorezm te nombra comandante en jefe de sus bravos ejércitos...- Decía un dzhiguita, sin apearse del caballo, golpeando con el mango de una fusta sobre la baja y torcida puerta de la cabaña de Kurbán.

-¿Qué nueva desgracia ha caído sobre nosotros?- gritaba una vieja flaca y jorobada, madre de Kurbán, rengueando rápidamente desde la huerta.

-¡Sal rápido, Kurbán! ¿Por qué duerme de día? Seguramente esta ebrio de buzá2.

1 Kizik: bromista, bufón.2 Buzá: licor alcohólico, elaborado de arroz o mijo.

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- ¡Qué vamos a pensar en bebida!- replicó la vieja.- Primero Kurbán vigiló toda la noche en la acequia, hasta que no llegó el agua, luego regó su terreno y después peleó él solo con cuatro vecinos, por que querían, antes de lo debido, desviar el agua hacia sus sembradíos. Ahora Kurbán está acostado, todo lleno de moretones, gimiendo de dolor.

La vieja desapareció tras la puerta de la cabaña y de allí se asomó Kurbán. Estaba parado con la ropa desordenada, restregándose los ojos y mirando con temor al elegante y gallardo jinete, montado en un caballo moro con manchas oscuras del tamaño de manzanas.

-Salaam a ti, bey dzhiguita! ¿Qué necesita el jefe del distrito?-El shaj de Jorezm en persona requiere tu presencia, montado, con espada y pica,

para guerrear contra misteriosos y nunca vistos dzhuzhi y madzhuzhi.Encorvado, con un largo cuello, Kurbán se rascaba la espalda con la mano abierta.-¡Deja de burlarte de mí, bek dzhiguit! ¿Qué clase de guerrero soy yo? Nada se

empuñar, salvo el ketmen1 y la cuchara sopera.-Discernir esto no es asunto tuyo ni mío. Me mandó el jakim a recorrer a todos los

principales de las aldeas y transmitirles su orden: que todos los hombres se reúnan de inmediato, el que tenga caballo, a caballo, el que tenga un camello, en camello. Mira, mañana deberás presentarte ante tu bek y él los conducirá a ustedes, audaces guerreros como tú, a la guerra. Al que no venga, le cortarán la cabeza y listo. ¿Entendiste?

- Espera, bek dzhiguit, explícame que pasa, ¿De qué dzhuzhi y madzhuzhi me hablas?

Pero el guerrero azotó al moro con su látigo y se alejó al galope. Solo el polvo se levantó como una nubecilla sobre el camino y, lentamente fue flotando hacia un costado, depositándose sobre el suelo arado.

-Kurbán, hijito, ¿Qué es lo que inventaron los beks? ¿Qué necesitan de ti?- insistía la vieja, sentándose sobre el suelo en el umbral.

- Enloquecieron, seguramente. ¡Porqué no se habrá acercado nuestra alazana! Entonces no me hubiesen llamado con el jakim.- Kurbán se dirigió hacia la yegua alazana, la que estaba pellizcando los pastos entre los surcos. La punta del cabestro la sostenía el pequeño hijo de Kurbán, semidesnudo, vestido sólo con unas bombachas, arremangadas hasta la rodilla.

-¡Oye, Kurbán Kizik! ¿Qué ha ocurrido?- gritaban, llegando a la carrera los campesinos que labraban las parcelas vecinas.

Kurbán no contestaba. Todavía le dolía el cuerpo por los golpes recibidos. Acarició la tegua, ordenándole la rala crin y pasó la mano por su escuálido lomo, con las costillas sobresalientes.

-¡No te enojes con nosotros, Kurbán! Ya sabes, los perros primero se pelean por un hueso y después miras y los ves todos juntos, calentándose al sol,- decían los vecinos.- Por el agua, el propio hermano se convierte en animal. Entonces dinos, Kurbán, ¿Para qué vino el dzhiguita del jefe del distrito?

- Es la guerra…- dijo sordamente Kurbán.-¡¿Guerra?!- Repitieron los cuatro quedando paralizados.-¿Qué guerra puede haber?- dijo uno, volviendo a la realidad- El shaj de Jorezm es

el soberano más poderoso del mundo, su sombra cubre el universo. ¿Quién se atrevería a

1 Ketmen: una especie de gran azadón, que se usa en oriente en lugar de la pala, para preparar la tierra para cultivo.

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guerrear con él?-¿Y qué quieren de nosotros? ¡Si no somos guerreros! Nosotros sembramos trigo,

luego los beks nos lo quitan y entonces que no nos molesten más.-¿Qué decía el dzhiguita?- Que todos irán a pelear,- dijo Kurbán,- irán a defender nuestra tierra. El que tenga

un caballo o un camello, deberá presentarse con el animal ante el bek.- Yo tomaré a mi mujer y a mis niños y huiré a las montañas o a los pantanos. ¿Qué

voy a defender? ¿Estas tierras? ¡Si ellas no son nuestras, sino del bek! ¡Que luchen ellos con sus dzhiguitas por sus tierras!

-El shaj de Jorezm tiene un ejército de mercenarios kipchaks. Es su problema ir a pelear. Hasta ahora ellos lucharon solo contra nosotros, los campesinos y no nos dejaron vivir en paz.

- Pero ahora llegó la necesidad y se acordaron de nosotros.-¡Ea! ¡Mirad! ¡Una nueva calamidad!Por el camino, levantando polvareda, rápidamente se acercaban unos jinetes. Tras

de ellos seguían cuatro carros, haciendo retumbar la tierra con sus grandes ruedas. Se detuvieron frente a la cabaña de Kurbán. De los carros saltaron unos cuantos servidores, llevando largos bastones blancos.

-¡Acercaos!- dijo un jinete. Kurbán y los otros campesinos se acercaron, inclinados, cruzando los brazos sobre el abdomen.

- Vosotros debéis conocerme. Yo soy el jasib del distrito, recaudador de impuestos. El tesorero principal Mustafi, mandó una orden a todos los jasibs. El país esta amenazado por la guerra, sobre nosotros avanzan desde la estepa los tártaros paganos. Si irrumpen en nuestras tierras nos matarán a todos, se llevarán nuestro ganado y los granos y quedaremos desnudos.

-¡Ya estamos desnudos!- Dijo la vieja madre de Kurbán.-Pero si llegan nuestros enemigos, también perderemos nuestras cabezas.- Continuó

el recaudador,- esto significa que se necesita mucho dinero y pan para armar quinientos mil guerreros y alimentarlos a todos. Para ello el shaj ordenó juntar los impuestos.

-Recientemente hemos pagado todos los impuestos.Habéis pagado los de este año, ahora pagaréis los del que viene. Hay que pagar

ahora. Comenzaremos por el primero. ¿De quién es esta casa?-¡Mi gran jefe!- dijo Kurbán Kizik.- ¡No tengo con que pagar! ¡No poseo nada!

Tengo sólo una gallina, pero ni pone huevos siquiera.-¡Conozco de antemano tus palabras! Todos hablan así. ¡A ver, muchachos!

Registren bien la casa y, especialmente el granero.Cuatro guerreros se encaminaron por el patio hacia la casa, luego al granero y a la

huerta. Volvieron con las manos vacías. Uno sostenía una gallina.-Te doy dos días de plazo. Hoy cobrarás cincuenta varazos y te castigarán todos los

días hasta que no me traigas una bolsa de trigo. Luego, tu parcela de tierra se la darán a otro, más diligente, que no se negará a ayudar al valiente ejército.

Kurbán Kizik se arrojó sobre el suelo.-¡Haré todo lo que desee el shaj!.. ¡Iré sobre mi yegua a luchar contra los dzhuzhi y

madzhuzhi! ¡Trabajaré, arreglaré puentes y caminos, pero no me pegues ante la vista de mis hijos y no me pidas pan si no lo tengo! Tengo cuatro hijos, pequeños como cucarachas y una madre anciana. Debo alimentarlos a todos y no sé con qué. ¡Ten piedad de mí, gran jasib!- y abrazaba los cascos del caballo del recaudador y se asombraba él mismo de la

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valentía de sus palabras mientras que se veía insignificante, como un bicho y su yegua alazana le parecía tan desgraciada como un perrito famélico.

- Veo que eres un bromista, Kurbán Kizik,- dijo el recaudador.- Tú sabes que el gran Alá creó, por los tiempos eternos, escalas para la gente: en la cúspide puso al shaj, luego a los beks, luego a los mercaderes y, por último, a los campesinos comunes. Cada uno debe hacer lo que le corresponde, el shaj ordena y todos los demás deben obedecer. ¿Y qué debe hacer el campesino siervo? Trabajar para el bek y para el shaj y entregarles sus granos en la cantidad que necesiten. Tú prepararás una bolsa de trigo. Bueno, hoy no te castigaré, no tengo tiempo. Pero mañana te arrancaré la piel.

El jasib castigó al caballo con su látigo y se dirigió a otro lado.Cuando la polvareda que dejó la comitiva del recaudador se disipó, y se dispersaron

los vecinos desalentados, Kurbán Kizik comenzó a prepararse para la partida.Fue a la mezquita, con el mulláh y a lo de un mercader que tenía una tiendita sobre

una curva del camino real. Escuchaba a los que se le cruzaban y se convenció de que el bek tenía razón: en todas partes hablaban de la guerra y sobre un misterioso e ignoto pueblo. Éste venía de oriente, seguramente eran los habituales nómadas kirguizes, kara kitai o uigures u otra tribu tártara, que habría aumentado su población luego de años de buenas cosechas, cuando el ganado se reproduce al no haber ventiscas ni mortandad.

Por todos lados rondaban versiones de que los guerreros de esta tribu medían como un hombre y medio, que eran inmunes a las espadas y a las flechas y que era inútil resistírseles. La única manera de salvarse de ellos era encerrarse tras los altos y fuertes muros de las ciudades o huir a los pantanos.

Kurbán volvió pensativo. Picó finamente unos tallos de pastos frescos, mezclados con paja, para darle de comer a su yegua... Sacó un pedazo oxidado de una vieja guadaña y lo amarró a un palo, resultando una lanza. Estuvo en lo del herrero y le ayudó en su trabajo, porque en la herrería se habían juntado muchos aldeanos, que acudían a la convocatoria del shaj, hacia Bujara. Ayudando al herrero, Kurbán se ganó nueve dijrems de cobre, de modo que pudo comprar en la carnicería unos pequeños recortes de carne de carnero.

Al anochecer, volvió la esposa de Kurbán, que trabajaba todo el día en los campos del bek terrateniente. Ella preparó una marmita de papilla y con ella preparó unas tortillas, con pedacitos de panceta de carnero.

Cuando toda la familia estuvo sentada en torno a la fuente de barro cocido, comenzaron a comer. Kurbán, manteniendo una pose de importancia, de jefe de familia, miraba a cada uno de los miembros a hurtadillas.

He aquí su madre, con los mechones canosos. De tanto trabajar, le salió una joroba sobre la espalda. La recordó joven, morena, bonita, con brillantes ojos negros y una risa contagiosa. El trabajo bajo un sol abrasador, sobre los campos inundados con agua, el acarreo de pesados fardos de algodón o leña, un esfuerzo ininterrumpido, doblego su espalda y hundió sus hombros.

También estaba su esposa, ya marchitándose, con profundas arrugas que surcaban su lindo y terso rostro. Se la pasaba todos los días agachada sobre la urdimbre, sentada sobre el piso, apurándose a tejer lo más posible. Sus manos se hicieron toscas y los dedos anudados, como los de una anciana.

Los cuatro hijos, sentados uno al lado del otro, apurándose a tomar y tragar la mayor cantidad posible de papilla, cuidando la madre de repartir entre ellos, equitativamente, pequeños pedacitos de carne de cordero. El mayor, Hassán, ya tenía once

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años. Había pedido ir a Bujara, con su papá, no sólo para ver una magnífica ciudad, sino ver a su padre montado sobre un brioso garañón, llevando una fina y elástica lanza y un brillante escudo.

Los otros tres. La mayor, adolescente, ya se cubre con el borde del pañuelo, avergonzada. Los dos pequeños, sentados al ladito sobre sus talones, tragando la papilla, se embadurnaron las mejillas. ¿Qué será de ellos?

Kurbán no durmió casi toda la noche, discutiendo con su esposa como, en su ausencia, se debía llevar la casa y la hacienda, cuando se debía largar el agua sobre los sembradíos, como pedir ayuda a los vecinos para segar el campo y con que agasajarlos ese día.

-¿Y si los dzhuzhi llegasen aquí?- preguntaba la esposa.- ¿A dónde tenemos que huir? ¿Y como nos reencontraremos después contigo?

Kurbán calmaba a la mujer. ¿Acaso se podía imaginar que los desconocidos enemigos lleguen a Bujara, al corazón mismo del Islam? Seguramente que el shaj de Jorezm, reunirá sus poderosas huestes y las conducirá a través de las estepas de los kipchaks, para encontrar y aniquilar a los enemigos allí, en la estepa. Entonces él, Kurbán volverá sobre un buen caballo, llevando de tiro a otro, con las alforjas llenas de diversos objetos, regalos para la familia, producto del botín de guerra.

En la mañana temprano, Kurbán fue a las barrancas cercanas y trajo sobre su yegua tanta leña que debajo de una montaña de ella, solo se veían las cuatro patas. Kurbán hachó las ramas y apiló la leña contra la pared prolijamente. Una vez más recomendó a su esposa y a su madre no decir a nadie sobre el pozo, revocado con barro y tapado con pasto, en el que se guardaba una pequeña reserva de dzhugar y semillas de trigo. Esto deberá alcanzar para largo y para entonces, Kurbán estará de vuelta.

-¿Cómo viajaras el largo camino?- preguntaban la esposa y la madre.- ¡No tienes ni pan ni dinero! Tú y tu yegua morirán de hambre en una zanja. ¡Llévate nuestro dzhugar!

-¡Nada teman!- contestó Kurbán. –El dzhiguit vive del terreno.

Capítulo Tercero

Comenzó la guerra…

Portando su improvisada lanza, Kurbán Kizik inició su viaje. Entró a la finca del bek, para averiguar donde se debería presentar. El mayordomo de la finca lo regañó, diciendo que el bek Inanch jan, con un destacamento de jinetes ya había partido. Todos los retrasados debían alcanzarlo por el camino real que conducía a Bujara.

En todos los senderos se podían ver aldeanos de a pié y montados y numerosos carros de dos ruedas, cargados de enseres y niños. Con alaridos y llantos avanzaban penosamente los viejos y las mujeres. Los convoyes se extendían en todas direcciones,

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algunos hacia la ciudad, otros, por el contrario, se dirigían a las montañas del sur.Era el comienzo de la primavera. Sobre los campos verdeaban los cultivos de

otoño. El sol ya calentaba con fuerza. Los caminos se habían secado y el polvo, se elevaba en densas nubes sobre las caravanas de la gente en movimiento. En las cercanías de las poblaciones se encontraban herrerías, donde se escuchaba un constante martilleo y gente armada gritaba y discutía, queriendo herrar un caballo, comprar una punta de lanza o una espada, habilidosamente forjada.

Para el anochecer del día siguiente, cuando a lo lejos aparecieron los vallados de barro de los suburbios de Bujara, Kurbán ya se había hecho amigo de un barbudo derviche de ojos negros, que marchaba al lado de un burro negro, cargado con alforjas. Un muchachito, como de trece años, no se separaba de él. El derviche entonaba canciones e invocaba a la suerte y al éxito para los gallardos guerreros que se movilizaban contra los infieles. Algunos de ellos, ponían en la escudilla del derviche, tortillas o simplemente puñados de avena.

Cuando llegó la noche, miles de fogones se iluminaron en torno a la ciudad. Kurbán, siguiendo al derviche, se encontró al lado de unas construcciones bajas, de las que partían gritos monótonos: “¡gú, gu-ú, gu-ú!”. Esta era la janaka, el convento de los derviches. Adentro había mucha gente, que pedía a los derviches sanaciones de enfermedades y oraciones, que los salven de la muerte en la inminente guerra. Los derviches realizaban hechicerías, leían invocaciones y daban a los visitantes tiras de papel con escrituras sagradas.

Kurbán, atando la yegua en la empalizada, recorrió los fogones, recogiendo paja desparramada para la “Pelirroja” y para el burro negro. En cambio, el derviche compartió sus tortillas y un potaje de harina, cocido en una olla de hierro.

“El dzhiguita vivirá del terreno”, se acordó Kurbán.Toda la noche, luchando contra el sueño, Kurbán la pasó en vela, sosteniendo la

punta del cabestro enrollada sobre su muñeca. En torno a los fogones se decía que ahora se compraban por buen dinero los caballos más malos y hasta los mancos, ya que todos querían alejarse de Bujara lo más lejos posible, a las montañas persas o a la India, a donde no llegarían los ignotos paganos.

Hacia la mañana Kurbán se durmió tan profundamente, que no sintió cuando alguien, habiendo cortado el cabestro, se llevó a su “Pelirroja”

-Dicen que Alá castiga al ladrón desvergonzado que roba su caballo a un guerrero, que ha emprendido la guerra santa, - dijo el derviche.- Pero por ahora, Dios también me ha castigado a mí, al pobre Jadzhí Rajim, ya que el ladrón se llevó también mi burro negro. Consolémonos con el hecho de que ahora podremos ver a la noble Bujara sin preocupación alguna.

Kurbán, cargando al hombro su larga lanza, se dirigió, junto con el derviche y su joven acompañante, a mirar y conocer la famosa ciudad, “una brillante estrella en los cielos de la iluminación”, la “noble Bujara”.

Los tres viajeros, “asiéndose mutuamente por el cinturón de la amistad”, caminaban lentamente hacia Bujara, entre una incontable multitud, que se movía en interminable caudal.

Los altos muros, construidos en tiempos antiguos, derruidos en algunas partes, estaban poblados de malezas y espinillos. Contaban con once portones, a través de los cuales las caravanas de los mercaderes unían a este bastión del Islam, con todos los rincones del mundo.

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En el primer portón se había agolpado una gran multitud. Los guardias interrogaban a todos los que entraban a la ciudad y les dirigían una petición:

-¡Haced donaciones para fortificar la ciudad, para alimentar a los guerreros y para hacer espadas! ¡Que vuestra mano no se cierre con avaricia, que la generosidad desate vuestros gordos talegos!

Los ancianos y estudiosos ulemas, con bolsos de cuero, andaban entre la multitud y exigían donaciones a todos, para la santa causa de la defensa de la patria.

Inmediatamente tras las puertas, se extendían filas de puestos comerciales. Pequeñas tienditas abarrotadas de toda clase de mercadería, estaban pegadas una a la otra. Los vendedores, sabiendo de las necesidades del momento que se vivía, ofrecían a los gritos, destacando sus cualidades, telas baratas y fuertes para viajes, mandiles bien confeccionados y rosquillas de miel, que se conservan bien en el tiempo.

Por doquier se veían grupos de azorados refugiados, llegados con sus hijos y enseres de los alrededores, en busca de cobijo y protección.

Transponiendo los gruesos portones de la segunda muralla, que separaba los suburbios de la ciudad interior, llamada Shajristán, los tres viajeros doblaron de la bulliciosa calle a una silenciosa plaza, rodeada por recovas de las mezquitas y la medraza. Aquí estudiaban unos cuantos miles de estudiantes, jóvenes y viejos consumidos, los “shaguirdos”, que aspiraban alcanzar la sabiduría de los libros religiosos árabes, para, después de muchos años de esfuerzos, convertirse en imanes de alguna olvidada mezquita.

En la plaza estaban celebrando un solemne oficio religioso: las filas de los que rezaban, derechas como renglones de un libro sagrado, estaban inmóviles, observando los movimientos de un majestuoso imán de barba blanca. Cuando el se arrodillaba, se agachaba hasta el suelo o levantaba sus manos hacia sus orejas, los miles de creyentes presentes, repetían sus movimientos. Sólo el susurro de incontables cuerpos que se arrodillaban y se paraban, se esparcía sobre las lajas de piedra de la plaza.

Cuando el servicio hubo terminado, hasta la escalinata que ascendía a la alta mezquita trajeron un caballo bayo con la cola pintada de rojo, adornado con una gualdrapa escarlata, bordada con flores de oro.

De la mezquita salió el shaj de Jorezm, alto, de barba negra, luciendo un blanquísimo turbante que relucía con hilos de diamantes.

Se dirigió a la multitud con una arenga:- Todos los pueblos del Islam son uno solo. Nuestra mejor defensa es una espada

afilada. El profeta dijo acerca de los verdaderos creyentes: “Yo los he creado, soldados del Islam, los mejores de la creación del mundo y los destiné a que seáis los amos de todo lo que hay en el cielo y en la tierra”. ¡Los verdaderos creyentes deben ser los soberanos del universo, por eso no debéis temer! Pero el libro sagrado también nos dice: “Alá concede su misericordia a sus siervos de acuerdo a sus esfuerzos”… Por ello debéis aplicar todo vuestra diligencia para derrotar al enemigo con la espada de la temeridad… ¿Acaso puede haber alguien que pueda resultar indemne ante la furia de los verdaderos creyentes musulmanes, dispuestos a dar su vida por las palabras del profeta? ¡Matad al enemigo donde lo encontréis, perseguidle! ¡Grande en tu ira, Alá, concédenos la victoria sobre los infieles!..

-¡Muerte a los infieles! ¡Persecución a los paganos!- gritaba la multitud.El shaj montó en el bayo y pronunció unas palabras más:- Nuestro propósito era daros un buen consejo y os lo hemos dado. Salimos para

Samarcanda al encuentro de los impíos, que ya están bajando por los pasos cubiertos de

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nieve del Tan-Shan… ¡Pero peor para ellos! Se encontrarán para su perdición las valientes filas de nuestros arrojados guerreros… ¡Que Alá sea con vosotros!

-¡Viva muhammed, el guerrero! ¡Salud al shaj de Jorezm, vencedor de los infieles!- gritaba la multitud, abriendo paso al shaj y a sus elegantes guardaespaldas kipchaks- ¡Tú sólo eres nuestra mejor defensa!

Capítulo Cuarto

La defensa de un guerrero es el filo de su espada

Saliendo de Bujara, repentinamente, el shaj Muhammed dirigió su caballo no por el camino que conducía a Samarcanda, sino al sur, en dirección a Kelif. Tapándose la cara con un chal de seda, iba callado, un poco al trote un poco galopando y toda su comitiva lo seguía sin rezagarse. Los viajeros que venían en dirección contraria, se veían obligados a saltar del camino hacia un costado, a la zanja. Caían de bruces y miraban estupefactos a los mil jinetes, que llevaban tal prisa que parecía que los perseguía el terrible Iblís.

El gran visir trataba de explicar inútilmente al hijo del padishaj, Dzhelal ed Din,

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que el soberano, seguramente se había equivocado de camino. Dzhelal ed Din dijo indiferente:

-¡Qué me importa! Yo sigo a mi padre aunque él quiera saltar a la ardiente boca del infierno.

-¿Qué es esta finca?- preguntó de repente el shaj y detuvo al bayo cubierto de espuma de sudor. Señaló con su látigo los muros, con torrecillas ladeadas, tras los que asomaba una fila de altos y derechos álamos.

- Es la finca de caza del jan Timur Melik. Es famosa por su viejo jardín y su raro zoológico de animales salvajes.

-¡Quiero ver todo eso!- dijo Muhammed- ¿Pero por qué no veo aquí al valiente Timur Melik?

- El mismo día que recibió la orden de hacerse cargo de la guarnición de Jodzhent, viajó hacia allí.

-¡Testarudo! Yo no le ordené apurarse. Ahora lo extraño…Una centuria de la guardia se lanzó hacia delante, para preparar la recepción.

Muhammed, conteniendo al brioso corcel, se dirigió al paso hacia la finca. Las pesadas puertas se abrieron. Los sirvientes corrían por el patio. Haciendo sonar las llaves, abrían las puertas que daban a una larga terraza. Los esclavos traían cebada y grandes fardos de paja. Unos dzhiguitas corrieron a la población cercana y volvieron trayendo, cruzados en las monturas, varios carneros. Los cocineros de campaña encendieron fogones y comenzaron a preparar el almuerzo.

El shaj trepó por una escalera a una ligera glorieta ubicada contra el cerco del jardín. Le siguieron Dzhelal ed Din y el viejo mayordomo del lugar.

Desde la glorieta se veía el jardín, todavía sin hojas. Unas cuantas cabras salvajes estaban echadas sobre el césped, calentándose al sol, mientras que a su lado estaba parado y vigilante un gran chivo montañés de largos cuernos.

- Más allá, en el interior del parque, hay dos familias de jabalí con lechoncitos,- explicó el viejo mayordomo.-Además en una jaula hay dos leopardos muy feroces, traídos recientemente de las montañas. Mi valiente amo Timur Melik gusta mirar desde esta glorieta, como los leopardos persiguen a los jabalíes y a las cabras y a veces, baja él mismo a cazar. El puede matar de un solo flechazo a un animal, diciendo de antemano dónde le acertará.

- ¡Vete!- dijo severamente el shaj.Quedando a solas con su hijo, comenzó a hablar a media voz.-Estoy alarmado. Los mensajeros llegaron de tres diferentes direcciones. . Negros

nubarrones ce ciernen de todos lados.- ¡Para eso es la guerra!- observó indiferente Dzhelal ed Din.- El primer mensajero informó que el tigre pelirrojo, Chinguiz Jan se apoderó de

Otrar, prendió a Inalchik Kairján y, para satisfacer su sed de venganza, ordenó echarle plata derretida en los ojos y oídos. Ahora se dirige hacia aquí, buscándome a mí.

-¡Que venga! Lo estamos esperando.-¡Inclusive en la tormenta de estas horribles desgracias permaneces despreocupado!- Tenemos tantas tropas que no hay por que desesperarse.- El segundo mensajero llegó desde el sur. Asegura que ha visto partidas tártaras.- Algún destacamento menor. Ahora, en la temprana primavera, una tropa numerosa

perecería en los pasos nevados.-Pero, habiendo bajado de las montañas, el destacamento tártaro nos cortará la

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retirada hacia la India.-¿Y para qué debemos retirarnos hacia allí?- Hay otro informe. Las partidas mongoles han sido avistadas en las arenas de Kzil-

Kum.- Allí se mandó un destacamento de diez mil turkmenos, para cubrir el terreno.- Estos turkmenos no detendrán a los mongoles.- Si esto es así, entonces Chinguiz Jan puede aparecer ante las puertas de Bujara en

los próximos días. Vamos a prepararnos para ello.- Puede que la fiera barbirroja ya se esté acercando furtivamente a Bujara, sus

partidas rondan por doquier, buscándonos. ¡Hay que irse de aquí cuanto antes!..- balbuceaba Muhammed, mirando hacia el jardín de reojo, como esperando un ataque desde los arbustos.

Dzhelal ed Din callaba.-¿Por qué no me contestas?- Tú me consideras un loco. ¿Qué más te puedo decir?- Te ordeno hablar.- Entonces hablaré y tú puedes perdonarme o cortarme la cabeza. Si el maldito

chinguiz Jan viene hacia aquí, nuestras tropas no se deben esconder tras los muros de las ciudades, sino buscarlo. Yo sacaría al campo a todos los janes kipchaks, valientes cuando de despellejar a pacíficos aldeanos se trata, pero tembloroso como hojas, en esta severa hora de guerra. Les prohibiría bajo pena de muerte entrar por las puertas de las ciudades. La defensa de un guerrero es el filo de su espada y un fogoso caballo. ¿El tigre pelirrojo viene hacia aquí? Tanto mejor. Quiere decir que conocemos su camino. Hay que girar los caballos y seguir tras sus pasos, morderle los talones, establecer barreras a su paso, atacarlo de todas partes, matar a sus camellos y arrancar con carne pedazos de su pelirrojo pellejo. ¿Que provecho tiene que en Samarcanda se hallan encerrados cien mil jinetes? Sólo comen cordero y sus caballos pierden sus fuerzas...

- ¿Criticas las órdenes de tu padre? Hace tiempo que lo he notado. Estas esperando mi perdición.

Dzhelal ed Din bajó la mirada y su voz sonó con tristeza:-Esto no es así. Yo no te abandono en las horas difíciles, cuando se estremece el

universo. Pero te juro por la memoria de tu amado Iskandar, que soy un demente al actuar tan obediente e indecisamente. ¡Para que sirve todo tu gran ejército, si no esta presto para el combate y no está listo para lanzarse sobre el enemigo ante un ademán de tu brazo! ¡Para que sirven los altos muros si detrás de ellos no se ocultan nuestras mujeres e hijos, sino hombres fuertes y armados, que se esconden temblorosos bajo las cobijas de sus mujeres! Puedes castigarme, pero haz lo que te digo. Padre vayamos a Samarcanda y avancemos…

- ¡Sólo a Irán o a la India!..-¡No! Nos quedan para elegir solo dos opciones: el coraje de la lucha o una muerte

vergonzosa en el exilio. Saldremos con nuestras huestes a campo abierto para batir a los tártaros… Seremos fulminantes, como un rayo e inasibles como las sombras de la noche… ¡Tú ganarás la fama de un gran jefe guerrero!.. ¡No demores, actúa!

- Tu no eres un jefe militar,- dijo majestuosamente el shaj, levantando el dedo adornado con un anillo de diamante.- tu eres un valiente dzhiguita, puedes hasta ser jefe de un par de miles de dzhiguitas, que cual dementes se arrojen sobre el enemigo… Pero yo no puedo actuar como un dzhiguita valiente pero loco. Yo debo pensar en todo, prever todo.

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Iremos contigo a Kelif, donde custodiaré el paso del río Dzheijún.- ¿Y a nuestro querido país, lo abandonarás? ¡Entonces el pueblo tendrá razón,

maldiciendo a toda la dinastía de los shajs de Jorezm, por que sólo supimos exprimirles los impuestos y en el momento de peligro lo abandonamos para que los tártaros lo destrocen!

- En Irán reclutaré un enorme ejército nuevo.-¡No, padishaj! Debemos actuar con las tropas que tienes disponibles. Ya es tarde

adiestrar un nuevo ejército, cuando el tuyo se queda sin jefe, guareciéndose tras las murallas. Las tropas se preparan veinte años para poder obtener la victoria en un día. ¡Vayamos a Samarcanda! ¡Pelearé a tu lado como un simple dzhiguita!..

-¡No, no! Te ordeno que vayas a Balj y reclutes un nuevo ejército. La suerte me ha abandonado…

-¿Suerte?- exclamó con ira Dzhelal ed Din.- ¿Qué es la suerte? ¿Acaso la suerte puede abandonar a un valiente? ¡No se puede huir de la suerte! Hay que perseguirla, alcanzarla, tomarla por los cabellos y doblarla bajo tu rodilla… ¡Así se logra la suerte!..

-¡Basta! ¡Siempre serás un dzhiguita atolondrado! No podrás salvar del cataclismo al gran Jorezm…

El shaj bajó apresuradamente de la glorieta y, sofocándose, se dirigió rápidamente a la terraza de la casa, donde se habían desplegado varias alfombras con un abundante banquete. Allí oró y luego comenzó a comer, preguntando sobre caminos, pasos y vados y, sin terminar el almuerzo, pidió los caballos.

Capítulo Quinto

El indomable Timur Melik

En Otrar Chinguiz Jan dejó a sus hijos Uguedei y Dzhagatai, con parte de su ejército y les dijo:

-Sitiaréis la ciudad de Otrar hasta que no capturéis vivo al jefe, Inalchik Kairján. Luego me lo traeréis a la rastra, encadenado. Yo mismo dispondré un ejemplar castigo para este insolente.

A su hijo mayor Dzhuchi le ordenó tomar las ciudades de Dzhend y Enguikent. Los demás cuerpos de su ejército fueron enviados en todas direcciones.

A Alak- noion, con cinco mil jinetes, chinguiz Jan lo mandó a la cuidad de Benaket,

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donde estaba de guarnición una tropa kipchak. Luego de tres días de asedio, los habitantes mandaron a los ancianos fuera y pidieron clemencia. Alak-noion ordenó que todos los hombres salgan de la ciudad y se formen en el campo, los guerreros por un lado, los artesanos por otro y la gente común en otro grupo. Cuando los guerreros depositaron sus armas en el lugar indicado y se alejaron, los mongoles los asesinaron a todos con mazas, espadas y flechas. De los demás prisioneros, los mongoles separaron a los más fuertes y jóvenes, los repartieron en miles, centurias y decurias, les asignaron jefes y los arrearon como ganado, para que sirvan en la destrucción de los muros de las ciudades asediadas y para que formen las primeras oleadas de asalto.

En el camino, se les agregaron otros destacamentos mongoles y aliados, de modo que Alak-noion reunió alrededor de ochenta mil guerreros. Así llegaron a la ciudad de Jodzhent, bañada por las torrentosas y caudalosas aguas del río Seijún. Los habitantes de la ciudad pusieron sus esperanzas en la inexpugnabilidad de sus antiguas, altas murallas y se negaron a rendirse.

Recientemente, como jefe de la guarnición de la ciudad, había sido nombrado Timur Melik, experto en el arte de la guerra y reconocido por su valor, empuje y rectitud. El alcanzó a construir una alta fortaleza en una isla que estaba en el medio del río en el lugar en que éste se bifurca y depositó allí reservas de armas y alimentos.

Cuando llegaron los mongoles, trajeron consigo, arreándolos, a los prisioneros y a latigazos y sablazos obligaron a los musulmanes a tomar la delantera en el asalto de la ciudad. Los habitantes de Jodzhent, no queriendo derramar sangre de hermanos musulmanes, resolvieron deponer la defensa.

Timur Melik con mil intrépidos dzhiguitas, cruzaron el río, tomando todas las embarcaciones y se fortificó en la isla. Mientras, los habitantes de Jodzhent mandaron a los notables a entrevistar a los mongoles para pedir clemencia y les abrieron las puertas de la ciudad. Los mongoles la saquearon de inmediato.

Luego, los mongoles comenzaron a lanzar piedras y otros proyectiles sobre la fortaleza de la isla, con sus máquinas de asedio, pero éstas no tenían el suficiente alcance. Entonces los mongoles sacaron de la cuidad a todos los jóvenes y, juntándolos con los de Benaket y de otras localidades, reunieron en ambas orillas del río unos cincuenta mil hombres. Dividiéndolos en decurias y centurias, los hicieron marchar unos tres farsajs1, hasta la montaña más próxima, y los obligaron a acarrear desde allí enormes cantidades de piedras, para cerrar el río con un dique.

Mientras tanto, Timur Melik hizo fabricar doce balsas, cubriéndolas por encima con techos de fieltro mojado, para defenderlas del fuego. A los costados se habían dejado troneras para poder disparar flechas. Todos los días el dirigía a cada lado del río hasta seis balsas, atacando ferozmente con sus guerreros a los mongoles, mientras que las flechas incendiarias de los mongoles no les producían mayores daños.

Por las noches, Timur Melik organizaba salidas, atacando sorpresivamente a los mongoles, de modo que éstos estaban en situación de alerta permanente.

Los ingenieros chinos, que acompañaban a los mongoles, construyeron máquinas de asedio nuevas, con mayor alcance. Las catapultas que arrojaban grandes piedras y flechas, comenzaron a producir grandes pérdidas en las filas de Timur Melik. Viendo que su situación se tornaba desesperada, en una oscura noche Timur mandó preparar setenta embarcaciones, avituallarlas y ordeno a los guerreros a embarcarse. De repente en todas

1 Farsaj: medida de longitud equivalente a 21 kilómetros, aproximadamente.

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las embarcaciones se encendieron fuegos y antorchas y se lanzaron, cuan un torrente ígneo, río abajo, arrastrados por la fuerte corriente.

Las huestes mongoles se lanzaron tras ellos por las dos orillas. Timur Melik dirigía las embarcaciones hacia adonde aparecían los mongoles. Con una intensa lluvia de flechas los dispersaban y continuaban río abajo. Llegando a Benaket, con un solo golpe cortaron la cadena que habían tendido los mongoles a través del río y los barcos y las balsas siguieron su carrera, dejando atrás la ciudad.

Temiendo encontrar en el río, más adelante, otros obstáculos más formidables, Timur Melik, viendo pastar en la orilla cercana a Bar Jaligkent grandes tropas de caballos, ordenó atracar allí, apoderarse de ellos y montando a toda su tropa, se dirigió a la estepa. Los mongoles los persiguieron tenazmente. Los guerreros de Timur tenían que detenerse, rechazar al enemigo y luego seguir avanzando.

Nadie quería rendirse. Sólo unos pocos se salvaron al deslizarse de noche entre los campamentos mongoles. Timur Melik quedó con unos cuantos guerreros, pero continuaba defendiéndose, adentrándose en la estepa, confiando en la resistencia de su caballo.

Cuando los últimos acompañantes de Timur fueron muertos y en su carcaj sólo quedaban tres flechas, lo perseguían ya, solamente tres mongoles. Disparó una flecha atravesando el ojo de uno de ellos y se lanzó sobre los que quedaban. Éstos dieron la vuelta y huyeron al galope.

Timur Melik, con sólo dos flechas en el carcaj, llegó hasta el pozo de agua en las arenas, donde estaban apostados los turkmenos de Kara Konchar. Le dieron un caballo fresco y en él, Timur Melik llegó hasta Jorezm, donde nuevamente comenzó a prepararse para la lucha contra el Chinguiz Jan.

Capítulo Sexto

Los mongoles avanzan por las arenas

Este pueblo maldito viaja con tantarapidez, que nadie lo cree si no lo

ve con sus propios ojos.(Claeugo, siglo XV)

Al mismo tiempo que en Otrar humeaban las ruinas de destruidos edificios y que el terco jan Inalchik, encerrándose en la ciudadela fortificada, se defendía de los mongoles que escalaban sus muros, Chinguiz Jan, desplegando su estandarte blanco de nueve colas, ordenó a sus tropas prepararse para la ofensiva.

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Convocó a sus hijos y a sus principales jefes militares a un consejo. Todos estaban sentados en círculo, sobre un gran mandil. Cada uno había recibido la orden de hacia a donde dirigirse y a que ciudad, pero nadie se atrevía a preguntar al temible soberano cual sería el objetivo de su blanco pabellón.

-En mi ausencia,- dijo Chinguiz Jan,- el comandante general de todas las fuerzas será el cauteloso Bugurdzhi-noion. Los destacamentos de vanguardia serán conducidos por el arrojado en los asaltos, Dzhebe-noion y el experto en emboscadas Subodai. No se atrevan a pisotear los granos en el campo, por que los caballos no tendrán que comer. Iremos al encuentro del shaj Muhammed en la llanura entre Bujara y Samarcanda. Lo atacaremos desde tres direcciones. Habiendo aniquilado el ejército principal del shaj de Jorezm, me convertiré en el soberano de todos los países musulmanes.

Después de brindar con kumys y habiendo hecho una libación en honor del espíritu del protector de los guerreros, dios Sulde, que habitaba en el estandarte blanco, Chinguiz Jan montó a caballo y las huestes se pusieron en camino. Algunos cuerpos siguieron a lo largo del río Seijún, corriente arriba, otros lo hicieron en sentido contrario y Chinguiz Jan avanzó por el camino de las caravanas, internándose en las arenas del desierto de Kzil- Kum.

El sol de Febrero calentaba y resplandecía enceguecedoramente de día, mientras que de noche, los charcos se congelaban y la estrecha huella que serpenteaba entre los arcillosos takyres1, se endurecía. El ejército avanzaba silenciosamente, no se escuchaba ni un relincho, ni el tintinear de armas y nadie se atrevía a cantar una canción. Las distintas columnas se mantenían cerca unas de otras. Las paradas que se hacían eran breves y los guerreros dormían sobre el suelo, frente a los cascos delanteros de sus caballos.

De noche, por delante, rondaban los exploradores con antorchas encendidas. Se subían a las colinas, haciendo señales luminosas, para que las distintas unidades no se extravíen y no se mezclen entre sí. Se decía entre la tropa que entre las filas del ejército musulmán se destacaban los jinetes turkmenos, montados en hermosos caballos de finas y largas patas. Que estos jinetes salían como panteras de atrás de las colinas y se incrustaban entre las filas mongoles, sembrando el caos y que desaparecían tan velozmente como habían aparecido, arrastrando prisioneros con sus lazos.

Al principio, los mongoles suponían que su ejército se dirigía a través del desierto, directamente hacia Gurgandzh, la principal capital de Jorezm. Pero transcurridos dos o tres días de marcha, cuando las turbias aguas del Seijún hubieron quedado atrás y el sol de la mañana se elevaba, no tras sus espaldas, sino desde su izquierda, todos comprendieron que las cabezas de sus caballos habían sido dirigidas no a occidente, sino al sur, hacia las famosas ciudades de Samarcanda y Bujara.

El Chinguiz Jan iba montado en un caballo amblador gateado, con una gruesa raya oscura sobre su lomo y fuertes patas oscuras. Todo el ejército avanzaba al sobrepaso o “aian”, como llaman los tártaros al paso habitual de los lobos. El gran kaján montaba imperturbable e inescrutable, manteniendo con su mano izquierda las riendas flojas. Sus ojos estaban entrecerrados, abriéndose de vez en cuando en estrechas ranuras y no se podía determinar si dormitaba, pensaba o, a través de esas ranuras observaba lo cercano y lo lejano, apuntándolo todo sin perder detalle ni olvidarse de nada.

En esta incursión Chinguiz Jan no permitía ninguna tardanza. No le armaban su tienda y dormía sobre un mandil doblado. Antes de dormir se sacaba el yelmo de cuero y

1 Takyr: sitios arcillosos no cubiertos por las arenas.

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cubría su cabeza con un gorro con orejeras, forrado de marta negra. Sólo dormitaba. A su lado, invariablemente se hallaban cuatro fieles guardaespaldas que lo resguardaban del viento, la lluvia o la nevada, con un paño de fieltro.

Capítulo Séptimo

En la asediada Bujara

En los tiempos en que la severidad es necesariano hay lugar para la mansedumbre.

Con ella no harás amigo a tu enemigo.Solo aumentarás sus pretensiones.

(Saadi)

Todo el día el derviche Jadzhí Rajim, el muchachito Tugán y Kurbán Kizik,

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deambularon por Bujara, buscando afanosamente un lugar para pernoctar. Hacia el anochecer las puertas de las tiendas que se cerraban, sonaban estrepitosamente, la gente se dispersaba rápidamente y desaparecía de las calles, refugiándose tras las altas e impenetrables murallas. Los tres viajeros pedían inútilmente alojamiento por una sola noche, Obtenían una sola respuesta:

- ¡Ya estamos colmados de huéspedes, busquen más adelante!También cerraron las posadas y los ashjanes1, en los que los dueños pedían un

puñado de dijrems para pasar la noche sentados, apiñados entre una multitud de refugiados. Mientras que los guardianes del orden y las buenas costumbres, los “rais”, junto con los serenos, armados de largos bastones, amenazaban con arrojar al “sótano de la venganza” a las personas sospechosas que merodeasen las calles con fines deshonestos.

Por fin, en el extremo de una angosta callejuela, en la que, contra la muralla de la ciudad, se habían levantado unas precarias chozas, Kurbán Kizik propuso subir a la chata techumbre de una de ellas y refugiarse entre las brazadas de leña y de paja que allí había amontonadas. Subió el primero, ayudando a hacer lo mismo a sus acompañantes. Allí se agazaparon, estrechándose entre sí y tapándose con la amplia capa del derviche.

De noche los traspasaba un viento helado, tapándolos con polvo de nieve. La ciudad permaneció bulliciosa un largo tiempo hasta que, poco a poco, el silencio se fue apoderando de ella, hasta hacerse total. Solamente se oían las matracas de los guardias nocturnos y el intercambio de los ladridos de los perros guardianes.

Al otro día, cuando los muezines cantaron desde lo alto de los minaretes los llamados a oración, los tres amigos subieron a la alta muralla de la ciudad, hacia adonde se apuraban los pobladores, excitados y asustados.

Sobre la llanura, frente a las puertas orientales, sobre una loma solitaria, se divisaba una extraordinaria gran tienda amarilla. A su alrededor se movían densas masas de jinetes. Diversos destacamentos cabalgaban por el campo, recorriendo el perímetro de las murallas de la ciudad. Tenían un aspecto poco común, para los pobladores de Bujara: los pequeños caballos galopaban en desenfrenada carrera, con la rapidez de jabalíes salvajes, maniobrando ágilmente con las riendas, giraban a uno u otro lado y se detenían en seco, para luego salir lanzados nuevamente a la carrera en otra dirección. Los yelmos metálicos y las láminas de las corazas refulgían al sol que atravesaba con dificultad las nubes de polvo. Nuevos contingentes de jinetes apuraban a una enorme multitud de miles de pobladores acarreando azadas y pértigas sobre sus hombros.

-¿Quiénes son esas extrañas personas, montadas sobre esos pequeños caballos?- preguntó Kurbán Kizik.

-¿Para qué preguntas?- dijo un taciturno guerrero, golpeando el suelo con su lanza. -¿Acaso no ves que no son nuestros, musulmanes? Esos son ellos, los dzhuzhi y madzhuzhi, que llegaron y que la gente llama “tártaros”. Y en esa tienda amarilla está sentado, sonriendo burlonamente al mirarnos, su principal jan, ¡Que Alá lo fulmine!

Kurbán Kizik exclamó:-¡Las puertas de la ciudad están cerradas! ¡Ahora no me dejarán salir! ¿Qué harán

mis pobres hijos? ¡Tal vez tenga que pasarme aquí un año entero!Sobre el muro venía caminando un jefe importante, un jadzhib, luciendo un yelmo

de acero y una cota de malla plateada. Kurbán, cruzando los brazos sobre el pecho se le acercó corriendo y, besando el orillo de su ropaje, dijo:

1 Sajan: bodegón, taberna.

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-Gran bek-dzhiguit Inanch jan, ¿Me reconoces? ¡Soy tu siervo, el arrendatario Kurbán Kizik! ¡Salaam a ti!

-¿Por qué estás aquí y no con tu centuria?- Por órdenes del padishaj vine a pié a Bujara para combatir contra los infieles. En

el camino me robaron mi yegua, ¡Que Alá fulmine con un rayo al ladrón! Aquí ya ando dos días buscando al centurión que sea mi jefe. Pero nadie quiere ni hablar conmigo. Si a nadie le importa un guerrero, que vino a poner su cabeza por el padishaj, entonces ¿Quién combatirá a estos paganos?

- Estoy contento de escuchar estas valientes palabras, mi Kurbán Kizik,- dijo Inanch jan. – Veo que tienes brazos fuertes y una joroba en la espalda a causa del trabajo pesado en el campo. En la guerra te puedes convertir en un gran caballero. Te tomo en mi destacamento. Sígueme.

De esta manera se separaron Kurbán y el derviche con su acompañante Tugán.

Siguiendo a Inanch jan, Kurbán llegó a una plaza donde permanecían atados unos caballos y había fogones encendidos. En las ollas se cocinaba arroz y flotaba un aroma a tocino de cordero. “Aquí no solo mandan gente al matadero, sino que también le dan de comer”- pensó, alegrándose, Kurbán.

-¡Oye! ¡Chaush1 Oraz!- gritó Inanch jan, dirigiéndose a un alto y lúgubre turkmeno de barba negra, que se inclinó ante la presencia de su jefe.- Este hombre, Kurbán Kizik, estará bajo tu mando. Trabajó muy bien en el campo y será un buen dzhiguita en la guerra.

- ¿Tengo que montarlo a caballo o peleará de a pié?- Le darás un sable, un caballo y todo lo necesario. ¡Que Alá sea vuestra ayuda!- y

diciendo esto Inanch jan se retiró.El guerrero Oraz era el jefe de diez jinetes. Todos estaban sentados en círculo, en

torno al fuego. Uno de ellos, con una gran cuchara de madera en la mano, a modo de bienvenida para Kurbán dijo:

-Es bueno que hayas traído esa gran lanza. No me alcanza la leña para la comida.- Y tomando la pesada lanza, la astilló con el hacha en pequeños pedazos, arrojándolos al fuego.

- Este será tu caballo,- dijo Oraz acercándose con Kurbán a un alto potro tordillo, atado a un costado, aparte de los demás caballos.- Es muy brioso y no te le acerques de atrás, porque te matará de una patada. Sólo debes acercarte por la cabeza y de inmediato tomarlo por las riendas o el cabestro. Pero ya se acostumbrará a ti. Lo único malo es que no permanece en la formación, sino que se lanza hacia delante, especialmente en el galope. Por eso, no le aflojes las riendas, porque en combate, te llevará directamente hacia los tártaros.

Kurbán, se acercó al caballo con cautela. El animal, ante esto, reaccionó agachando las orejas, mostrando los dientes y pateando hacia atrás. “Alá es mi sostén”,- pensó Kurbán y volvió junto al fuego. Oraz le dio un viejo y grande sable, unas botas de montar amarillas, bastante usadas y lo invitó a participar de la cena. Aquí Kurbán sintió que verdaderamente se había convertido en un guerrero, un dzhiguita, como los demás.

Hacia el anochecer todos los guerreros alimentaron a sus caballos hasta la saciedad con cebada, cargando además sus alforjas con el grano. Kurbán hizo lo mismo.

-¡Ahora comenzará el trabajo caliente!- dijo el guerrero Oraz y gritó:- ¡A caballo!

1 Chaush: guerrero.

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Todos montaron. Kurbán trepó con dificultad sobre su inquieto potro y, junto con los demás, avanzaron por las estrechas calles de Bujara.

-Habrá una salida,- dijo el dzhiguita de al lado. -¿Cuántos volveremos?El destacamento se detuvo frente a las puertas de la ciudad. Aquí había una plaza, a

la cual comenzaron a arribar otros grupos, llegando a conformar un cuerpo de unos cinco mil jinetes.

Los jefes de los distintos destacamentos se acercaron a Inanch jan, que les dio las siguientes instrucciones:

-Nos arrojaremos sobre la tienda amarilla, donde se halla el gran kaján tártaro. ¡Hay que sablear a todos los enemigos! ¡No tomar prisioneros! Crearemos el caos en el campamento enemigo para que nuestras otras tropas terminen fácilmente con los paganos. ¡Alá está con los valientes!

Los pesados portones con herrajes se abrieron y los jinetes comenzaron a salir de la ciudad. Cuando Kurbán se encontró en el campo, vio en la penumbra solo las sombras de los dzhiguitas que cabalgaban adelante y a lo lejos, incontables fuegos del campamento tártaro. Los caballos pasaron del paso al trote y, apurando la marcha, se lanzaron al galope. El caballo tordillo que Kurbán trataba de sujetar, mordiendo el freno, se lanzó a la carrera, superando con facilidad a los dzhiguitas vecinos.

Cinco mil jinetes, en una avalancha incontenible, corrían hacia el campamento tártaro y con un terrible rugido, irrumpieron entre los fuegos, derribando gente y saltando por encima de bultos y monturas esparcidas por el suelo.

Los tártaros saltaron sobre sus caballos y salieron disparados hacia todos lados. Kurbán pasó como una exhalación entre los jinetes, a los gritos, revoleando su viejo sable. Golpeó a alguien, derribó a otro y solamente quería llegar a la tienda amarilla del jan principal de los tártaros.

Pero de repente vio que todo su destacamento había girado, abandonando la persecución de los tártaros y lanzándose hacia un costado. Su tordillo se lanzó en persecución de otros jinetes, mientras que Kurbán oraba a Alá solamente para que no permita que él y su caballo caigan en alguna zanja.

Los caballos corrieron mucho tiempo, luego, refrenando la carrera, poco a poco pasaban al paso. El destacamento se movía por el camino real que conducía desde Bujara hacia el oeste.

Los jinetes cabalgaron tranquilamente toda la noche. Al amanecer, Inanch jan ordenó un descanso.

-Daremos un respiro a nuestros caballos y luego nos dirigiremos al río Dzheijún, lo cruzaremos y avanzaremos para reunirnos con las tropas del shaj de Jorezm.

En ese momento se escucho un ruido en aumento, seguido de alaridos desesperados. A lo lejos habían aparecido los tártaros. Con un aullido terrorífico se lanzaron sobre el campamento en reposo. Los jinetes de Bujara apenas alcanzaron a montar sobre sus caballos y, perdiendo el coraje, se lanzaron a la fuga, sin combatir, preparando con esto su perdición. Casi toda la columna fue aniquilada por los tártaros.

Dijo el poeta: “¡Quien vive en el temor ante la muerte, será alcanzado igualmente por ella, aunque procure subirse a los cielos, para alejarse de ella!”

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Capítulo Octavo

Bujara se rinde sin combatir

Quien no defienda con coraje su aguada, la perderá-

Quien no ataca a otros,Sufrirá la humillación

(Proverbio árabe)

Cuando los cinco mil guerreros de Inanch jan en lugar de defender la “noble Bujara”, cambiaron la valentía del guerrero por la vergüenza de la huída, en la mezquita principal de la ciudad se reunieron los habitantes más notables, entre los beks, imanes, los

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sabios ulemas y los más ricos mercaderes. Deliberaron largamente y por fin decidieron:-Una cabeza gacha conservará su vida más fácilmente que una altiva. Por ello,

vayamos al servicio de Chinguiz Jan.- ¡Gente, en todas partes hay gente! El jan de los tártaros escuchará nuestros

ruegos,- decían los notables,- prestará atención a los de barba blanca y, seguramente, será misericordioso para con los habitantes sometidos de una antiquísima ciudad, conocida como “una brillante estrella en los cielos de la ilustración”.

Vistiéndose con túnicas de seda y brocado, llevando en una bandeja de plata las llaves de oro de las doce puertas de la ciudad, los beks, los imanes, los ulemas y los mercaderes salieron en multitud de las puertas y se dirigieron hacia la tienda amarilla. Inmediatamente se les acercó a caballo, el principal traductor del kaján. Algunos de los ancianos lo reconocieron. Antes era un rico mercader de Gurgandzh, Majmud, también llamado Ialvach, que gozaba de gran fama como traductor, por que en los tiempos de sus largos viajes con las caravanas estudió y aprendió muchos idiomas extranjeros.

El más notable de los ancianos dijo:-Los antiguos muros de nuestra ciudad son tan fuertes y altos, que se los podría

tomar sólo después de un asedio de muchos años y esfuerzos extremos. Por ello, para librar a la población de un baño de sangre y no producir innecesarios padecimientos y pérdidas a las valientes tropas del gran padishaj Chinguiz Jan, ofrecemos rendir nuestra ciudad sin batalla, si el soberano de los mongoles nos da la palabra de que tendrá clemencia con los sometidos.

-¡Esperad!- dijo el traductor. Sin apuro se dirigió a la tienda amarilla y, de la misma manera, retornó hacia los ancianos, temblorosos de miedo.

- Escuchad los de barbas blancas lo que dijo el gran kaján: “La fortaleza e inexpugnabilidad de los muros equivale al coraje y la fuerza de sus defensores. Si os entregáis sin pelear, ordeno abrir las puertas y esperar”.

Los altivos y notables ancianos se tomaron de las barbas y, meneando sus cabezas, se miraron unos a otros. Con el corazón turbado, volvieron a la ciudad, no pudiendo prever a qué experiencias serían sometidos sus habitantes.

Las antiguas murallas de Bujara eran tan altas y resistentes, que podrían ser defendidas por la población civil durante muchos meses. Pero ese día se escuchaban sólo las voces de los corazones mezquinos. A aquellos que proponían la lucha, los llamaban de dementes.

El jefe de la defensa y los guerreros que quedaban maldijeron a los imanes y a los notables ancianos, que entregaron las llaves de la ciudad a los infieles y decidieron luchar hasta el último suspiro. Se encerraron en un pequeño castillo que se elevaba en el centro del Shajristán.

Todas las once puertas fueron abiertas al mismo tiempo y miles de tártaros comenzaron a ingresar rápidamente a las angostas calles. Se movían en completo orden y diferentes destacamentos ocupaban los distintos barrios.

Los habitantes, subidos a los chatos techos, miraban con temor a los imberbes guerreros, montados en pequeños caballos de largas crines. Un completo silencio se apoderó de la ciudad. Sólo los perros amarillos, de caras angostas, con el pelambre erizado y los ojos enrojecidos, saltaban furiosamente de techo en techo, ladrando rabiosamente, al oler el rancio mal olor de los desconocidos recién llegados.

Cuando los guerreros mongoles penetraron en todas las calles principales, aparecieron montando caballos blancos, los guardias personales del kaján, cubiertos de

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armaduras de acero, al igual que sus montados, hasta las rodillas.En el centro de esta élite, formada por mil guerreros seleccionados, también

apareció él, el amo de oriente, salido de las arenas de los Kzil Kum, como un torbellino de fuego. Adelante cabalgaba un mongol de aspecto hercúleo, sosteniendo el gran pabellón blanco con las nueve colas tremolando al viento. Tras él, dos jinetes conducían al potro blanco, de los fogosos ojos negros. Más atrás seguía el gran kaján. Vestido con un largo y negro ropaje, sobre su caballo lobuno de amplio pecho, enjaezado con simpleza.

Chinguiz Jan cabalgaba taciturno, grande, encorvado, con un cinto ajustado a la cintura del que pendía un sable corvo dentro de una vaina negra. El yelmo negro con protector de cuello, la flechilla de acero que protegía la nariz, el inmóvil y oscuro rostro de barba entrecana y los ojos entrecerrados, todo era inusual y en nada se parecía al anterior brillo y esplendor de los shajs de Jorezm, bañados en oro y resplandecientes de piedras preciosas

Chinguiz Jan arribó a la plaza principal, en la que, por tres de los lados se formaron los jinetes de su guardia, impidiendo el paso a la muchedumbre que empujaba. Sobre los escalones de la gran mezquita se hallaban parados las autoridades religiosas, judiciales y los más importantes personajes de la ciudad.

Cuando el señor de los mongoles se acercó a la mezquita, toda la multitud se arrojó sobre el suelo, ante los cascos de su caballo, como estaba acostumbrada a hacer ante el padishaj. Solo algunos viejos ulemas permanecieron erguidos, cruzando los brazos sobre el abdomen, dispensados de hacer genuflexiones ante los reyes, por la sabiduría que acumulaban.

-¡Que viva el padishaj Chinguiz Jan!- vociferó un viejo, con voz aguda y chillona.- ¡Que viva el sol de oriente! – y toda la multitud coreó, desafinadamente, repitiendo los vivas.

Chinguiz Jan, entrecerrando los ojos, midió con una mirada el alto arco de la mezquita y, azotando el aire con su látigo, dirigió su caballo escalones arriba.

-¿Esta casa alta es del gobernador de la ciudad?- preguntó el kaján.- No, es la casa de Dios,- contestaron los imanes.Rodeado por sus guardaespaldas, Chinguiz Jan cabalgó por el interior de la

mezquita, sobre grandes y valiosas alfombras y se apeó frente a un gigantesco libro del Corán, abierto sobre un púlpito de piedra, más alto que la estatura de un hombre. Junto con su hijo menor Tuli, el kaján subió algunos escalones del member (cátedra), desde donde los imanes habitualmente leen sus prédicas. Los ancianos con turbantes blancos y verdes, se apiñaban frente a ellos mirando con ojos dilatados el imperturbable rostro oscuro de rojiza e hirsuta barba, esperando del exterminador de naciones clemencia o una gran cólera.

Chinguiz Jan apuntó con el dedo hacia el turbante de uno de los ancianos imanes.-¿Por qué arrolla tanta tela alrededor de su cabeza?El traductor preguntó al anciano y luego tradujo al kaján:Este imán dice que peregrinó a Arabistán (Arabia) y a la Meca, a orar a Dios y

reverenciar la tumba del profeta Mahoma. Por eso usa un turbante tan grande.Para eso no hay que ir a ningún lado,- dijo Chinguiz Jan.- A Dios se le puede rezar

en cualquier parte.Los atónitos imanes, abriendo sus bocas, solo escuchaban. Chinguiz Jan continuó:-Vuestro shaj ha cometido una montaña de crímenes. Yo vine como un azote y

castigo del cielo, para someterlo. Ordenamos que desde este momento, nadie suministre al shaj ni cobijo y ni siquiera un puñado de harina.

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Chinguiz Jan subió dos escalones más y gritó a sus guerreros, que estaban amontonados en la entrada de la mezquita:

-¡Escuchad, mis invencibles guerreros! La cosecha ya ha sido levantada y nuestros caballos no tienen donde pastar. Pero los depósitos de la ciudad están abarrotados de grano y están abiertos para ustedes. ¡Llenad con grano las panzas de vuestros caballos!

Por toda la plaza resonaron los gritos de los mongoles:-¡Los graneros de Bujara están abiertos para nosotros! El gran kaján ordena

alimentar a nuestros caballos con grano.Bajando de la cátedra, Chinguiz Jan ordenó:-Que a cada uno de estos viejos le pongan un guardián bogatur (guerrero de gran

fuerza y valentía). Ellos, sin ocultar nada, deberán indicarnos todas las casas ricas, graneros con granos y las tiendas con mercaderías. Los escribas deben averiguar de estos viejos los nombres de todos los mercaderes ricos y anotarlos. Ellos deberán devolverme todas las riquezas que robaron a mis mercaderes asesinados en Otrar. Que la gente rica traiga aquí viandas y bebidas, para que mis guerreros sacien su apetito, festejen, canten y bailen. Hoy festejará la toma de Bujara en esta casa, del Dios musulmán.

Los viejos, seguidos por los guerreros mongoles se alejaron y a la brevedad comenzaron a volver con camellos cargados con ollas de cobre, bolsas de arroz, reses de carnero y tinajas llenas de miel, aceite y vino añejo.

Capítulo Noveno

“¡Que bien se está en las estepas del Kerulén!”

En la plaza, frente a la gran mezquita, se encendieron los fuegos, sobre los que comenzó a chirriar la grasa de cordero, el arroz y la carne de carnero picada.

Chinguiz Jan estaba sentado sobre almohadones de seda, frente a la entrada de la mezquita. A su alrededor se estrechaban los jefes guerreros y los guardaespaldas. A un lado, los músicos de Bujara y un coro de muchachas de diversas tribus, traídas por los ancianos de la ciudad, tocaban distintos instrumentos y golpeaban rítmicamente panderetas y tambores.

Los más ilustres imanes y ulemas cuidaban los caballos de los mongoles,

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arrojándoles, de vez en cuando, brazadas de heno. El traductor del Chinguiz Jan, Majmud Ialvach estaba sentado cerca del kaján, observando todo atentamente. Detrás de él, tres escribas, antiguos dependientes de su tienda, sentados sobre sus talones, escribían rápidamente sobre franjas de papel de color, disposiciones o salvoconductos para atravesar los puestos mongoles.

Un mongol, vestido con un tapado de piel que le llegaba hasta los tobillos, cargado de armas, se abrió paso entre las filas de los que estaban sentados y, agachándose hasta la oreja de Majmud Ialvach, le murmuró al oído:

-Mi patrulla detuvo a dos personas. Uno es algo así como un chamán, con un alto bonete y el otro es un muchacho. Cuando los queríamos liquidar, el mayor dijo en nuestro idioma: “¡No nos toques! Majmud Ialvach es nuestro padre adoptivo”… Debido a que tenemos órdenes de ser clementes con los chamanes y brujos. Siendo encima tu hijo, ordené no tocarlos, por ahora. ¿Qué ordenas hacer con ellos?

-¡Tráelos aquí!..El mongol trajo a Jadzhí Rajim y al niño Tugán. Majmud Ialvach, con un gesto les

ordenó sentarse sobre la alfombra, al lado de los escribas.Chinguiz Jan nunca, ni en las fiestas donde se bebía mucho, perdía la claridad de

pensamiento, registrando todo lo que veía. Con la mirada le hizo una señal a Majmud y éste se acercó.

-¿Qué gente es esa?- Cuando cumpliendo tu voluntad viajé a través del desierto y fui herido por los

bandidos, este hombre me devolvió la vida. ¿Acaso no debo preocuparme por él?-Te autorizo a que lo honres. Explícame ¿Por qué tiene ese bonete tan alto?- Él es un musulmán buscador de conocimientos y cantor. Sabe girar como un

trompo y decir la verdad. A esta clase de gente las personas comunes las respetan, honran y les dan limosna.

- Que gire como un trompo ante mí. Quiero ver como bailan los musulmanes.Majmud Ialvach volvió a su lugar y le dijo al derviche:-Nuestro amo ordenó que tú le muestres como danzan los derviches girando. Debes

saber que si no cumples la voluntad de Chinguiz Jan, perderás tu cabeza. Esmérate y yo te acompañaré tocando.

Jadzhí Rajim puso sobre la alfombra su bolso, la escudilla, el kashkul y el cayado. Sumisamente salió al centro del círculo, entre los llameantes fuegos. Se paró de la manera en que lo hacen los derviches en Bagdad, separando los brazos, con la palma de la mano derecha dirigida hacia abajo y la izquierda hacia arriba. Por unos instantes quedó expectante. Majmud Ialvach comenzó a tocar en una flautilla una melodía plañidera, que semejaba ora el sollozo de un niño, ora el grito alarmado de una oropéndola. Los músicos golpeaban suavemente las panderetas. El derviche se movió silenciosamente por el círculo, deslizándose por las viejas lajas de piedra, comenzando al mismo tiempo a girar, lentamente al principio luego acelerando cada vez más. Su larga vestimenta se inflaba como un globo. La flautilla iba acentuando sus tonos a cada instante, parando de repente, cuando sonaban sólo las panderetas o arrancando de golpe su melodía.

Por fin, el derviche comenzó a girar rápidamente en un solo lugar, como un trompo, cayendo de bruces al suelo.

Los núkers lo levantaron y lo depositaron cerca de los escribas. Chinguiz Jan dijo:-Le concedo al bailarín de Bujara una copa de vino, para que la razón vuelva a su

mareada cabeza. Sin embargo nuestros danzarines mongoles saltan más alto y cantan

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canciones más alegres y mas fuertemente. Ahora queremos escuchar a los cantores mongoles.

Salieron al centro de la pista, frente al kaján, dos mongoles, uno viejo y el otro joven. Cruzando las piernas, se sentaron uno frente al otro. El más joven comenzó a cantar:

Recordando las queridas tropillas,patean la tierra relinchando las jóvenes potrancas,

recordando a sus madres queridas,Lágrimas derraman con sollozos, las jóvenes mozas.

Y todos los mongoles que estaban sentados estrechamente en círculo vociferaron a coro el estribillo:

¡Oh, mis riquezas y fama!

Le tocó el turno al viejo mongol, que cantó así:

Conocerás la rapidez de los caballos de la estepa,pasarás como el viento por los viejos túmulos,

conocerás el coraje de los guerreros de la estepa,Atravesando medio mundo siguiendo al kaján.

Nuevamente el coro cantó el estribillo:

¡Oh, mis riquezas y fama!

Continuó cantando el joven:

Si montas un brioso caballo,Se volverán cercanos lejanos paisajes,

Si vences al intrépido enemigo,Se acabarán las guerras y las discordias.

Los mongoles repitieron nuevamente el estribillo y luego cantó el viejo:

Sabe todo el que vio a Chinguiz Jan,En el mundo no hay un guerrero más maravilloso,

Rindámosle entonces honor a su fama,Con nuestros regalos y canciones.

-¡Rindamos homenaje a la gloria de Chinguiz Jan!- exclamaron los mongoles.- ¡Hoy nos divertiremos! -gritó la multitud. Todos comenzaron a silbar, a aullar y a aplaudir.

Al centro del círculo se abrieron paso los bailarines, formando dos filas enfrentadas. Al son de los cantos de los mongoles y de los golpes de los tamboriles comenzaron a danzar en sus lugares, imitando los movimientos de los osos, tambaleándose, golpeando el suelo con los pies y golpeándose entre sí muy hábilmente con las suelas de sus botas. Desenvainando de un solo golpe sus espadas, comenzaron a saltar muy alto, revoleando las

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armas, haciendo brillar el acero con los rojos reflejos de los ardientes fogones.Chinguiz Jan, había tomado su roja barba con la ancha mano y estaba sentado

inmóvil y callado, con los ojos ardientes cual brasas, sin pestañar.Las danzas y los gritos cesaron… Un nuevo cantor comenzó una lúgubre y

solemne canción, la preferida de Chinguiz Jan.

Recordemos,Recordemos las estepas mongolas,

¡El azul Kerulén!¡El dorado Onón!Tres veces treintaTribus indómitas

Enterradas en el polvoPor los cascos delCaballo mongol.

Arrojaremos sobre los pueblosTormentas y fuego,

Que llevan la muerte.¡Hijos de Chinguiz Jan!

Tras vuestro quedanLas arenas de cuarenta desiertos,

De sangre teñidosDe los muertos

Que dejáis.

¡Sableen, sableen!¡A joven y viejo!Rodea al mundoEl lazo mongolAsí lo ordenó

Entre chispas de incendioEl azote del cielo

El gran Chinguiz Jan.

Les dijo: “llenaré vuestras bocas”“de azúcar”

“ Con sedas lujosas os vestir锓¡Todo es mío, mío es todo!”

“No conozco el miedo”“Y al mundo”

“a mi montura ataré”.

¡Adelante!¡Avanzad!¡Mis fuertes caballos!

Vuestra sombra alcanzaEl terror de los pueblos.

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No detendremos Esta loca carrera

Hasta lavar sus patas en En las olas del último mar. 1

Hamacándose, escuchaba Chinguiz Jan su canción predilecta, coreando alguna estrofa en voz baja y ronca. De sus ojos fluían gruesas lágrimas, rodando por su hirsuta barba roja. Se secó con la manga de su tapado de piel de marta y arrojó hacia el cantor un dinar de oro. Éste lo tomó en el aire con mucha agilidad y se arrojó sobre el suelo, besándolo. Chinguiz Jan dijo:

Luego de la canción sobre el lejano Kerulén, la tristeza me carcome el hígado… ¡Deseo alegrarme! ¡Oye, Majmud Ialvach! ¡Ordénale a estas doncellas me canten canciones agradables y me alegren!

- Yo sé, majestad, que canciones te gustan y de inmediato se lo comunicaré a las cantantes… - Majmud Ialvach se dirigió solemne y lentamente hacia la multitud que formaban las mujeres de Bujara y les susurró algunas palabras. – Y bien, - les dijo- cantad una canción aullando con todas vuestras fuerzas, cuan lobas que perdieron la cría y que los ancianos acompañen los aullidos también… Caso contrario, nuestro emperador tendrá tal acceso de ira que os privará de vuestros cabellos junto con vuestras cabezas…

Las mujeres comenzaron a sollozar, mientras que Majmud Ialvach volvía dignamente a su sitio, al lado del señor de los mongoles.

Ante el coro de doncellas se presentó un niño, vistiendo un turbante celeste y una túnica a rayas. Mirando a las mujeres dijo: “¡No temáis! ¡Yo cantaré!”. Comenzó a cantar con voz clara y tierna. Su canción era triste y se propagaba solitaria por la silenciosa plaza, solo acompañada por el crepitar de la leña de los fogones, por el bufido de algún caballo o por un sordo toque de alguna pandereta.

País de las alegrías y las canciones, hermoso Giulistán,2

¡Desolado has quedado, tus jardines en llamas!Envuelto en pieles aquí reina el mongol…

Pereces todo en sangre, herido, ¡Mi Jorezm!

El coro de las doncellas contestó plañidero: Se escucha solo el llanto de los niños y de las cautivas esposas:

¡ Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Tras las doncellas todos los ancianos de Bujara presentes en la plaza arrancaron en un desesperado aullido:

¡Oh Jorezm! ¡Oh Jorezm!

El niño continuó:

De las montañas nevadas desemboca un torrente al Zeravshán.

1 Composición de los versos de la canción es obra de A. Shapiro.2 Giulistán: país de las rosas.

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Nubes de negro humo tapan los cielos.Se escuchan solo el llanto de los niños y de las cautivas esposasMientras que los padres y hermanos ¡Todos cayeron en batalla!

Nuevamente el coro de doncellas repitió el estribillo:

Se escuchan sólo el llanto de los niños y de las cautivas esposas:¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Nuevamente los ancianos acometieron con sus alaridos:

¡Oh Jorezm! ¡Oh Jorezm!

Sólo un ciudadano de Jorezm, Majmud Ialvach, permanecía callado, mirando a los viejos de reojo, frío y alerta.

-¿Qué canta ese muchacho?- preguntó, aún sollozando, Chinguiz Jan. - ¿Y por qué aúllan de ese modo esos viejos?

- Ellos cantan como te gusta a ti,- explicó Majmud Ialvach. – En esta canción lloran por la destrucción de su patria. Y los ancianos gimen “¡Oh Jorezm!” lamentando la pérdida de sus antiguas glorias…

El oscuro rostro de Chinguiz Jan se contrajo en una red de arrugas mientras su boca se estiró en algo parecido a una sonrisa. De repente estalló en carcajadas, parecidas al ladrido de un perro viejo y grande, palmeándose con ambas manos en su pesado vientre.

-¡Esta sí que es para mí una canción alegre! ¡Gime bien el muchacho, como si estuviese llorando! ¡Que llore el mundo entero, mientras Chinguiz Jan ríe!.. Cuando doblo una cerviz rebelde bajo mi rodilla, me gusta ver como mi enemigo gime y ruega clemencia, mientras las lágrimas corren desesperadamente por sus enflaquecidas mejillas… ¡Me gusta esta canción plañidera! Deseo escucharla frecuentemente… ¿De dónde es el muchachito?

- No es un muchachito, sino una muchacha de Bujara, llamada Bent Zankidzhá. Sabe leer y escribir muy bien, por eso usa el turbante armado del modo que lo usan los escribas…Era copista de libros junto al cronista del shaj.

- ¡Esa muchacha es una rara cautiva! Deseo que siempre cante su canción en mis banquetes y que todos los musulmanes lloren durante la canción, mientras yo me alegre. Ordenamos entregar a mis guerreros a todas las doncellas apresadas en Bujara, mientras que a esta muchacha llevarla siempre con mi séquito.

- ¡Así se hará, magno señor!Chinguiz Jan se levantó. Los que estaban a su alrededor se incorporaron al unísono,

volcando las copas que aún contenían bebidas, al suelo, “en honor al dios del triunfo”.- Continuaré mi camino, - dijo Chinguiz Jan. – Traedme el caballo. Tair Jan

quedará en esta ciudad en mi representación y todos deberán obedecerle.Iluminado por el resplandor de los fogones y por la pálida luz de una medialuna,

Chinguiz Jan se encaramó a su caballo lobuno de amplios encuentros. Los guardaespaldas corrieron entre los fogones hacia sus caballos, vigilados por los ancianos de Bujara y en un momento la fila de jinetes, atronando con sus cascos sobre la calzada de piedra, se estiró sobre la plaza ingresando a una oscura calle.

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LIBRO SEGUNDO

Bajo el látigo mongol

Primera parte

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Huracán sobre Jorezm

Capítulo Primero

¡Pena para los que depusieron las armas!

O rompemos la cabeza de nuestro enemigo contra una piedra, o seremos colgados por él

sobre los muros de la ciudad.(De un antiguo poema persa)

En el ejército mongol reinaba el orden, instituido por Chinguiz Jan. Cada jinete conocía su lugar en el pelotón de diez, en la centuria y en el regimiento de mil; estos miles, se reunían en grandes unidades, bajo el mando de comandantes, que recibían órdenes especiales de los jefes de las alas derecha o izquierda del ejército y, a veces, del mismo kaján de los mongoles.

Hacia todas las calles de la populosa ciudad de Bujara, galoparon destacamentos de jinetes mongoles. Llevaban con ellos mediadores, de entre los ancianos de la ciudad y dragomanes-traductores de los mercaderes musulmanes, que se dedicaban antes al comercio en las aldeas mongolas. Estos traductores proclamaban gritando, a los pobladores, que asustados, estaban encerrados en sus casas, las órdenes de los nuevos amos de la ciudad, mientras que en todas las esquinas aparecieron vigilantes (jaraga, en mongol), que cuidaban del orden público.

El jefe mongol de la ciudad, Tair Jan, se alojó en la mezquita principal, a la cual fueron convocados los miembros del consejo de ancianos local. Éstos presentaron listas detalladas de todas las personas ricas de la ciudad, señalaron los depósitos secretos de las vituallas que fueran anteriormente preparadas para las tropas del shaj de Jorezm, así como también almacenes y comercios particulares que contenían mercaderías valiosas.

De todos los rincones de la ciudad, comenzaron a llegar a la plaza principal, camellos, caballos y carros, cargados de bultos. Los aterrorizados ciudadanos traían sacos de granos, montañas de géneros, ropas, tapices, alfombras, valiosas vasijas y otros productos y objetos. Todo era depositado en las mezquitas y de estos bienes se separaba la tercera parte, con destino al emperador mongol, Chinguiz Jan.

Los habitantes aptos para trabajar, fueron mandados a tapar el gran foso que rodeaba a la ciudadela, en la que estaba encerrado el indómito Ijtiar Kushlu. El, junto a sus guerreros, decidió no rendirse y presentar batalla hasta el último suspiro. Entre los defensores de la fortaleza, había otros janes, entre ellos un guerrero mongol, el bogatur Gurjan, que había huido de Chinguiz Jan y entrado al servicio del shaj de Jorezm.

Los mongoles observaban como trabajaban miles de ciudadanos de Bujara, jóvenes y viejos, rellenando con tierra y troncos el gran foso, apurándolos. Transcurridos dos días ya se podía acceder al pié de los altos muros de la fortaleza, sobre los cuales estaban los

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defensores armados.-Nosotros hemos hecho nuestro trabajo rápidamente,- decían los de Bujara. – Ahora

Veremos cuan rápido podrán los mongoles escalar estas altas murallas. Por orden de los mongoles, los carpinteros de Bujara Prepararon numerosas y largas escaleras de madera. Cuando estuvieron hechas los mongoles se arrojaron sobre la multitud, azotándola con sus látigos sin piedad.

-¿Qué esperáis? ¿Qué miráis?- gritaban.- ¡Poned las escaleras en posición y subid a los muros!

Ninguno de los de Bujara se animaba a acercarse a las murallas, desde las cuales llovían piedras, agua hirviendo y alquitrán.

Pero los mongoles, desenvainando sus espadas, apretaron con sus caballos a la reticente multitud y, finalmente, empezaron a golpear salvajemente sobre sus cabezas a los aterrorizados ciudadanos. Éstos arremetieron hacia delante, cubriéndose con los brazos. Los mongoles seguían sableándolos, amputando dedos e hiriendo manos y brazos.

Los traductores querían convencer a la multitud para que subiera a los muros. Algunos ciudadanos gritaban:

- ¡Escalar los muros es morir, estar parados también es morir! Subamos a la fortaleza hacia nuestros guerreros. ¡Puede ser que se apiaden de nosotros y dejen de pelear!

Los de Bujara tomaron las escaleras, las apoyaron contra los muros y comenzaron a escalarlos, gritando:

-¡Somos musulmanes como vosotros! ¡Deponed las armas y rendíos!Los guerreros que estaban arriba dejaban que los escaladores se les acerquen y

después los derribaban con piedras y troncos y volteaban las escaleras, contestándoles:-¡Vosotros sois perros cobardes! ¡Dad la vuelta y enfrenad a los mongoles! ¡Mirad

cómo morimos todos, como mártires, pero sin rendirnos!¡ No os sometáis al enemigo!Parado sobre el muro, arrojando grandes piedras, el bogatur Gurjan gritaba:-¿Por qué los mongoles se esconden tras las espaldas de esos dóciles carneros?

¡Que demuestren su valentía! ¿Y dónde se escondió el avinagrado vejete Chinguiz Jan, perro colorado, come niños?

Y siguió luchando desesperadamente con su sable y, cuando este se quebró, continuó con un hacha, arrojando al vacío a los que llegaban hasta él, hasta que los mongoles lo atravesaron a flechazos.

Mientras tanto los mongoles acercaron grandes máquinas de asedio chinas. Estas comenzaron a disparar sobre la fortaleza grandes flechas incendiarias, envueltas en estopa embreada y vasijas llenas de líquido incendiario. En el interior comenzaron los incendios.

El sitio a la ciudadela se prolongó por doce días. Por fin, habiendo aniquilado a casi todos los defensores, los mongoles irrumpieron en la fortaleza, tomando prisioneros a unos pocos que habían quedado vivos, cubiertos de heridas y quemaduras. Se sorprendieron al saber que la plaza había sido defendida ante el enorme ejército mongol, por sólo cuatrocientos guerreros. Habían muerto pero no rendido. Si todos los habitantes de la ciudad la hubiesen defendido tan estoicamente, sobre sus sólidos muros, la vieja Bujara no hubiese sido capturada por los mongoles ni en medio año ni en un año y ellos no estarían experimentando tal terrible destino, que ellos mismos se forjaron.

Cuando los ciudadanos de Bujara trajeron a los mongoles sus donativos, llenando con ellas todas las mezquitas, siguió otra orden:

“¡Todos los habitantes, con las mujeres y niños, deberán salir de la ciudad al campo, dejando en sus casas todas sus pertenencias y no llevando consigo más que lo

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puesto!”

Los traductores les explicaban:- No os preocupéis por nada, en todas partes hay centinelas. Vuestras propiedades

serán custodiadas como es debido. Esta salida al campo se realiza a los efectos de censar y registrar a todos los habitantes para imponerles correctamente los impuestos. El que no obedezca esta orden y permanezca en la ciudad, será ajusticiado en el lugar en el que se encuentre.

Desde la mañana todos los bujarianos se movilizaron en masa fuera de la ciudad. Los padres llevaban de la mano a sus hijos, las esposas cargaban a los bebés y hasta los ancianos más decrépitos, que no habían salido por años de sus rincones, caminaban penosamente, aferrándose los unos a los otros.

Destacamentos mongoles cabalgaban velozmente por todas las calles, golpeando las puertas y gritando:

- ¡Der-jal! ¡Josh-jal!1

Los habitantes salían por las once puertas y se ubicaban en el campo, formando un anillo continuo en torno a la ciudad. Los guardias no permitían que nadie regrese.

Entonces quedó claro cuánta gente habitaba la “noble Bujara”. Los bujarianos eran tres o cuatro veces más que los mongoles.

Al principio, los mongoles acompañados por los traductores, recorrían la muchedumbre preguntando quienes eran artesanos y que oficio dominaban. A los artesanos experimentados los formaron en un grupo aparte. Luego fueron seleccionados los hombres jóvenes y fuertes y rodeados por jinetes.

Finalmente los mongoles comenzaron a escoger a mujeres, jovencitas y niños de hermosa presencia y sacarlos de la multitud. Entonces todos comprendieron que se estaban despidiendo de sus seres queridos, seguramente, para siempre. Se levantaron alaridos y llantos y asomaron lágrimas de desesperación.

Como carniceros en el mercado, que, indiferentes, escogen vacas que mugen u ovejas que balan lastimeramente y las arrean a latigazos hacia el matadero, así, los nuevos amos de Bujara azotaban a los que se resistían a caminar, arrojándoles lazos sobre sus cuellos y, lanzando a sus cabalgaduras al galope, los arrancaban de entre la multitud.

El terror ante los mongoles era tan inmenso que los de Bujara ni se animaban a resistirse.

Algunos maridos y padres, viendo a su hija o esposa arrastrada entre el polvo por los mongoles, se arrojaban contra ellos, enloquecidos por la desgracia, intentando salvar a su ser amado. Pero los mongoles los pisoteaban con sus caballos o, dándoles un mazazo en la cabeza, los derribaban al suelo.

Entre la multitud de los de Bujara echados de la ciudad, también había sabios, que habían pasado largos años en la medraza, donde transmitían a sus alumnos sus vastos conocimientos. Dos de estos sabios estaban parados entre la multitud y se horrorizaban, viendo a su alrededor estos vejámenes inhumanos.

- Estos paganos roban mezquitas, los cascos de sus caballos pisotean las hojas de libros de sabiduría. Secuestran y estrangulan bebés, violan niñas en presencia de sus padres, - dijo el primero. - ¿Acaso puedo soportar esto?

El otro sabio, el más famoso de la ciudad, Rukan ed Din Imam Zada, contestó:

1 ¡Der-jal! ¡Josh-jal!: ¡De inmediato y con alegría!

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- ¡Calla! ¡Sopla el viento de la ira de Alá! ¡Las pajas desparramadas por el viento, nada tienen que decir!

Sin embargo, poco tiempo pudo soportar la calma y el acatamiento el viejo Rukan ed Din . Viendo la crueldad del trato de los mongoles hacia las mujeres, él y su hijo, salieron en su defensa, siendo asesinados de inmediato. Lo mismo sucedió con muchos otros: viendo la vergüenza y el ultraje de sus familias, se arrojaban en su defensa y caían ante los mortíferos golpes de los mongoles.

Este fue un día espantoso, cuando sólo se escuchaban sólo alaridos, los gemidos de los moribundos y el llanto de las mujeres y niños, que se separaban para siempre de sus padres, esposos y hermanos. Los hombres eran impotentes para ayudar en lo mas mínimo y recordaban las palabras del poeta: “Sobre quién no quiso empuñar firmemente la negra empuñadura de la espada, se volverá el filo de su hoja”.

Los mongoles volvieron a las abandonadas y desiertas calles. Cuando se desparramaron por las casas y cargaron sobre sus caballos y carros su botín, la ciudad comenzó a arder simultáneamente de todos sus lados. Las lenguas de fuego y el denso humo negro, se levantaron sobre la antigua Bujara, ocultando el sol. Las construcciones eran ligeras, de madera y barro, y muy pronto la ciudad se convirtió en una inmensa hoguera. Se salvaron de la destrucción, sólo la mezquita principal y las paredes de algunos palacios, hechos de ladrillos.

Los mongoles, tratando de salvarse de las rugientes llamas, se alejaron prestamente de la ciudad, abandonando el producto de su pillaje. Muchos años después, la ciudad semejaba aún un montón de escombros negros de hollín, donde se cobijaban sólo lechuzas y chacales.

No Capítulo segundo

El consejo de ancianos de Samarcanda traiciona la ciudad.

He aquí la víctima de vuestra corrupción y diversiones,Sobre vuestras manos no hay tintura de henna, sino ¡sangre!

(Riza Teofic)

En la temprana primavera del año del Dragón (1220) Chinguiz Jan se dirigió de Bujara a Samarcanda. Las tropas se desplazaban por ambas orillas del Zeravshán. No oprimiendo demasiado, por esta vez, a los que se le sometían, el kaján dejó atrás destacamentos para asediar a las ciudades de Seripul y Dabusie, las que habían cerrado sus

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puertas ante la presencia de los mongoles.Habiendo llegado a Samarcanda, Chinguiz Jan eligió como lugar de su residencia el

palacio “Verde” de extramuros del shaj de Jorezm (“Kekserai”). Aquí comenzaron a llegar tropas de sus cuatro hijos y multitudes de prisioneros, que eran arreados a latigazos por los mongoles, como ganado. Todos estos destacamentos se ubicaban alrededor de la ciudad, estableciendo un anillo ininterrumpido.

De todas las ciudades de Jorezm, Samarcanda era la mejor fortificada. Los viejos altos muros, de inexpugnable grosor, tenían puertas de hierro, con torres con troneras a sus lados. La guarnición contaba con ciento diez mil guerreros. De ellos, sesenta mil hablaban en dialectos turcos, siendo en su mayoría kipchaks. Las demás tropas estaban compuestas por tayikos, guros, kara kitai y otras tribus. También contaban con veinte elefantes de batalla, de aspecto amenazador e imponente; el shaj de Jorezm creía mucho en la ayuda que estos animales podrían prestar en combate. Además se podía reclutar todo un ejército de voluntarios de la población civil, formada en gran parte por artesanos y sus numerosos esclavos.

Si a la cabeza de los defensores de Samarcanda se hubiera puesto a un jefe militar experimentado e indómito, como Kairján o Timur Melik, la ciudad resistiría mucho tiempo, no menos de un año, mientras alcanzasen los víveres. Pero el shaj de Jorezm había designado como comandante supremo de las tropas a su tío, el arrogante Tugai Jan, que jamás fuera guerrero, hermano de la aborrecida reina madre Turkán Jatún.

Durante dos días, Chinguiz Jan recorrió los alrededores de la ciudad, observaba los muros, los profundos fosos, llenos hasta los bordes de agua, los terraplenes. Buscaba los puntos débiles de las defensas y pensaba en el plan de ataque.

Para ocultar la real magnitud de sus fuerzas y asustar a los sitiados, los mongoles formaron a los prisioneros en orden de batalla, dándole a uno de cada diez hombres un estandarte. A los defensores de Samarcanda, desde lejos, les pareció que estaban rodeados por un ejército infinito de enemigos.

Los comandantes turkmenos Alp Er Jan, Siunzh Jan y Balán Jan efectuaron una salida con sus tropas kipchaks y atacaron a los mongoles. Se produjo una batalla encarnizada. Aunque los musulmanes capturaron varios prisioneros mongoles, perdieron casi mil guerreros, volviendo al amparo de los muros de la ciudad.

Al día siguiente, los guerreros kipchaks no quisieron salir de la ciudad. Los voluntarios reunidos entre la población civil, efectuaron una salida sorpresiva. Los mongoles simularon darse a la fuga. Los de Samarcanda los persiguieron, cayendo en una emboscada. De todos lados cayeron sobre ellos los guerreros mongoles que los esperaban y, cortándoles la retirada, los masacraron casi a todos. Solo unos pocos pudieron volver a la ciudad.

A la mañana del tercer día, Chinguiz Jan montó a caballo y, personalmente dirigió el asalto a Samarcanda. Posicionó todas sus tropas alrededor de las murallas y frente a las puertas. Los mongoles atacaban a los que salían de la ciudad, haciéndolos blanco de sus flechas, que arrojaban con sus grandes y duros arcos de largo alcance. Combatieron así, contra los valentones todo el día, hasta el atardecer. Entonces, ambos bandos volvieron a sus campos.

Esa noche, las personalidades más conspicuas de Samarcanda, el juez supremo (Kadi), la cabeza eclesiástica, el sheik-ul-Islam y los ancianos guardianes de las mezquitas, los imanes, realizaron una reunión, decidiendo rendirse sumisamente. A la mañana, salieron de la ciudad y se dirigieron al campamento del gran jan. Querían pedir

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misericordia ante el amo de los mongoles para la ciudad asediada. Chinguiz Jan “les prometió seguridad de su propia ira y les permitió volver a sus casas”. La embajada volvió a la ciudad en un estado de alegría. Ante la noticia, salvo un grupo de valientes que se encerraron en la ciudadela, los janes kipchaks, con el comandante general de todas las tropas, Tugai Jan, a la cabeza, se apuraron a concurrir al campo mongol para reverenciar al kaján y pedirle que los tome a su servicio. Sonriendo graciosamente, Chinguiz Jan aceptó también esto.

A la mañana del sexto día del asedio, se abrieron las puertas de la ciudad y los mongoles irrumpieron en la capital de Jorezm. Trajeron consigo a los prisioneros y les ordenaron demoler las murallas.

Sin embargo, a pesar de las promesas de Chinguiz Jan de no hacer daño a la ciudad, todos los hombres y mujeres de Samarcanda, divididos en centenares, fueron arreados al campo donde los mongoles les robaron todo y los sometieron a vejámenes. Fueron hechas algunas excepciones, por indicación de los traidores el gran kadi y el sheik-ul-Islam, beneficiando a muy pocas personas que no fueron tocadas por los mongoles.

Se comunicó a la población que los mongoles estaban autorizados a derramar sangre impunemente a cualquiera que se le ocurra ocultarse en las casas, mientras todos los habitantes permanezcan en el campo. Haciendo uso de esta franquicia, mataron a muchos pacíficos e inocentes ciudadanos.

Un ejército kipchak, compuesto por treinta mil guerreros, junto a sus mujeres e hijos, con el tío del shaj de Jorezm, Tugai Jan a la cabeza, salió de la ciudad para ponerse al servicio del enemigo. Los mongoles les ordenaron deponer las armas para reemplazarlas por armas mongolas. También les dijeron que los kipchaks, al ingresar al servicio de Chinguiz Jan, debían también presentar un aspecto mongol, por lo que les afeitaron las cabelleras en forma de medialuna. Para armar su campamento los mongoles les asignaron un valle en las proximidades. Allí los kipchaks levantaron sus tiendas y se instalaron con sus familias. Al siguiente día los mongoles los atacaron por sorpresa, exterminándolos a todos y llevándose sus pertenencias. Los que quedaron vivos dijeron que “los kipchaks no tuvieron coraje ni para combatir ni siquiera para huir”.

Esa misma noche, de la guarnición refugiada en la ciudadela, salieron mil desesperados dzhiguitas, con Alp Er Jan a la cabeza. Con valentía cruzaron las líneas mongolas y, al amparo de la oscuridad de la noche, desaparecieron. Más adelante se unirían al ejército de Dzhelal ed Din.

Los defensores de la ciudadela remanentes, continuaban luchando. Entonces los mongoles destruyeron los diques del canal Dzhakerdiz, que tenía un lecho artísticamente construido en plomo. El agua inundó los alrededores de la ciudadela, socavando los muros. De este modo, al bajar las aguas, los mongoles pudieron penetrar en el castillo por los lugares derrumbados, matando a cuanto ser encontraron.

De la gente que fue llevada al campo, los mongoles separaron a los mejores artesanos, para mandarlos a su lejana Mongolia. Estos artesanos eran famosos por la elaboración de papel blanco de lino, de brocado, de tejidos plateados de seda, de pañuelos, cueros, talabartería,, de grandes ollas de cobre, de tijeras metálicas, de cubiertos de plata y otros metales, de agujas, armas, arcos, cotas de malla y muchísimos otros objetos de sumo valor. Los mejores maestros artesanos fueron entregados en esclavitud a los hijos y familiares de Chinguiz Jan y enviados a Mongolia, donde a la postre formaron barrios especiales de artesanos. Los mongoles, después de esto, se llevaban artesanos y trabajadores jóvenes y fuertes, más de una vez de Samarcanda. En consecuencia y por

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largo tiempo Samarcanda y su región se despoblaron.Después de la toma de la ciudadela de Samarcanda, Chinguiz Jan se paseó por la

ciudad, donde por doquier yacían amontonados cientos de cadáveres, volviendo a su palacio de las afueras. Sus umbríos jardines atenuaban el calor que ya comenzaba y que el señor de los mongoles no soportaba. Un terrible olor de los cadáveres en descomposición no permitía permanecer en la ciudad, haciendo huir a los habitantes.

Capítulo Tercero

El shaj de Jorezm no encuentra tranquilidad en ningún lado

Cuando desfallece el espíritu de un hombre,Su caballo deja de galopar.

(Proverbio oriental)

En el tiempo en que los mongoles saqueaban las tierras de Jorezm, el shaj Muhammed se encontraba lejos de ellas. Estaba esperando el devenir de los acontecimientos, ocupando con un pequeño destacamento la ciudad de Kelif, sobre el río Dzheijún.

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- Mi objetivo,- decía él, - es impedir a los mongoles cruzar el río Dzheijún. En Irán pronto juntaré un enorme ejército nuevo y luego expulsaré a esos horribles paganos.

Sobre lo alto de una roca, que sobresalía en ángulo hacia el río, se levantaba una estrecha torre. Contra ella estaban pegadas pequeñas cabañas chatas. Una antigua muralla de piedra rodeaba el conjunto formando un anillo irregular.

Aquí, triste y meditabundo, pasaba su tiempo el shaj de Jorezm. Sobre el techo de la torre había todo el tiempo un centinela que, avizor, oteaba el horizonte hacia el norte. A lo lejos, entre las colinas, de noche se encendían hogueras, mientras que de día altas columnas de humo eran señales inequívocas de la presencia de las tropas enemigas.

A veces Muhammed bajaba hasta el río, donde se apiñaba una multitud de gente torpe de nariz respingada. El shaj observaba las turbias aguas que, en rápido torrente, corrían apretadas entre las rocosas orillas. La mayor parte de sus tropas poco a poco fue cruzando el río a la otra orilla donde, sobre las colinas se veían las construcciones de la vieja ciudad de Kelif. Tiempo atrás, el invencible Iskandar (Alejandro Magno) y sus guerreros, atándose odres de cuero de cabra inflados con aire, cruzaron a nado, en este mismo lugar, el estrecho y torrentoso río.

Cuando comenzó el sitio de Samarcanda, el shaj de Jorezm envió refuerzos allí dos veces: una vez diez mil y la segunda veinte mil jinetes, pero ambos cuerpos no se animaron a llegar hasta la capital y volvieron a Kelif, declarando que era de esperarse la caída de Samarcanda cualquier día y que su ayuda no contribuiría a su defensa.

A Kelif llegó a caballo Inanch Jan, con doscientos jinetes heridos y exhaustos, del destacamento que huyera de noche de Bujara. Los tártaros los habían alcanzado sobre la orilla del Dzheijún, aniquilándolo casi por completo y solo unos pocos lograron salvarse. Entre éstos, se encontraba Kurbán Kizik.

El shaj estaba extremadamente conmovido al enterarse que una tropa tan numerosa, dejada en defensa de Bujara, se perdiera sin utilidad ni gloria. Durante un largo tiempo se sintió imposibilitado de pensar o tomar decisiones. También comenzó a notar que los príncipes de las regiones cercanas trataban de evitar cumplir con sus órdenes y no se presentaban cuando eran convocados a su presencia. De todos lados le llegaban comunicados de casos de traición y abierta deserción hacia las filas de Chinguiz Jan. El shaj de Jorezm veía que el orden establecido por él se derrumbaba , que los cimientos de su autoridad se hundían, mientras que las muestras de lealtad y obediencia se esparcían en el viento como polvo.

El shaj Mahomed abordó un gran bote. Los dzhiguitas cargaron en él los estrechos cofres de cuero que contenían su oro y otros tesoros y embarcaron al hermoso caballo bayo, su corcel preferido. El bote abandonó la costa nativa. La corriente llevó la embarcación precipitadamente aguas abajo, pero los remeros trabajaban tenazmente con los remos y las pértigas, llevándolo, poco a poco hacia la otra orilla. La pesada embarcación no podía tocar la costa iraní por las piedras que se hallaban bajo las aguas. Entonces el vekil ordenó a un alto y enjuto guerrero, que estaba haciendo de remero, Llevar en andas al shaj desde el bote hasta la costa. Emitiendo sordos quejidos, el guerrero cargó al fornido Muhammed sobre sus espaldas y, caminando en el agua, lo condujo hasta la costa.

Pisando las piedras de la orilla el shaj preguntó:- ¿Cómo te llamas y de donde eres?- Soy arador, siervo Kurbán Kizik. Dejé mi familia en un pedacito de tierra que me

arrienda Inanch Jan. Me salvé con él después de huir de Bujara. Esa noche, durante

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nuestra salida, estuve ente la tienda amarilla del jan de los tártaros y pensaba matarlo, pero nuestros dzhiguitas no se por que se acobardaron y doblaron hacia el Dzheijún. Tras ellos salió corriendo como enloquecido, mi caballo tordillo. Y luego ya apenas pudimos salvarnos.

-¿Por qué te llaman Kurbán el bromista?- preguntó el shaj. – Tu aspecto no es cómico en absoluto.

Me llaman así porque, para mi desgracia, solo digo la verdad, pero siempre inoportunamente. Nunca se que corresponde o no corresponde decir. Por esto me llamaron “bromista” y frecuentemente me golpean por decir la verdad, pero les doy su vuelto.

- Y tu, ¿Me has visto antes alguna vez?- No, verlo no lo he visto, pero lo recordaba frecuentemente, ya que cuando nos

exprimían con los impuestos, el jakim siempre decía que “esto es para el shaj”. Y entonces te recordábamos…

El shaj de Jorezm sonrió. Le pidió al vekil un dinar de oro y se lo entregó a Kurbán.- Que este guerrero Kurbán siga conmigo. Sabe transportarme sobre las zanjas y me

dirá la verdad.- Obedezco, gran padishaj,- dijo Kurbán. – Llevarte a ti no es cosa difícil. Es como

acarrear un gran saco de granos. Pero permíteme cruzar a la otra orilla para tomar mis botas.

-Te permito.El padishaj montó a caballo mientras observaba como el alto, encorvado y de flaco

y largo cuello Kurbán, con las bombachas mojadas y arremangadas por encima de las rodillas, ayudaba a bajar a la costa los valiosos cofres de cuero.

Luego el bote partió hacia la otra orilla, llevando a Kurbán.Mientras el shaj trepaba la empinada barranca montado en su caballo bayo, sobre la

ribera se levantó la alarma. Todos señalaban hacia la lejanía, al norte, donde sobre las colinas se observaban densas columnas de humo. Esto era una terrible señal: el enemigo se acercaba en gran número.

-¡Abandonad todos los botes a la corriente!- ordenó el shaj Muhammed. – ¡No podemos permitir a los tártaros cruzar a esta orilla! Y, de inmediato, lanzó su caballo a la carrera.

Siguiendo los rastros del shaj de Jorezm, veinte mil tártaros bajo el mando de Dzhebe- noion y de Subodai- bagatur, arribaron a la costa del Dzheijún.

Nadie los hostigó al cruzar el río. Las orillas estaban desiertas. Toda la población de Kelif había huido. A pesar de que no había ninguna embarcación, cumpliendo la orden de Chinguiz Jan de “correr sin detenerse”, los tártaros prepararon con troncos algo así como grandes bebederos, los forraron de cuero de buey y pusieron allí sus armas y ropa.

Bajando los caballos al río, los tártaros se aferraron con sus manos a las colas, habiendo antes asegurado con cuerdas los troncos forrados con cueros, de tal modo que el caballo arrastraba al hombre y el hombre al contenedor.

De esta manera todos los tártaros, en un solo día, cruzaron el torrentoso Dzheijún.1

Pero el shaj de Jorezm estaba lejos. Se dirigía velozmente hacia el oeste.La mayoría de las tropas que seguían a Muhammed, estaban integradas por

kipchaks. Ellos prepararon una conspiración. Sin embargo, alguien aconsejó al shaj estar

1 Según Rashid ad Din.

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alerta. Cada anochecer, Muhammed abandonaba su tienda sigilosamente. Una mañana, el paño de la misma, amaneció hecho un colador, perforado por flechas kipchaks.

Las aprensiones del shaj iban en aumento. Se apuraba, cambiando en su camino, frecuentemente de dirección, sin saber adonde podría estar a salvo. En todas partes recomendaba a los pobladores fortificar sus ciudades, confiar en sus muros y evitar el combate. Por esto el temor en la población iba en aumento y muchos huían a las montañas.

Recientemente llegado a la ciudad de Nishapur, oculta en las montañas, Muhammed, para huir de su pena, se dedicó allí a los banquetes y diversiones.

Los tártaros seguían sus huellas tenazmente e interrogaban a la población sobre su derrotero. Cuando llegó a Nishapur la noticia de que los mongoles estaban cerca, el shaj dijo que se iba de caza y, con un pequeño destacamento de escolta de jinetes, huyó, borrando tras sí los rastros.

Los tártaros irrumpieron en Nishapur, saqueando en su camino los pueblos de Tus, Zaba, Rey y algunos otros. Desde Nishapur ellos enviaron pequeños destacamentos en distintas direcciones, con el propósito de determinar hacia dónde había huido el shaj. Por el camino, saqueaban cada ciudad o aldea que encontraban, quemaban, arrasaban y no perdonaban a alma viviente alguna, ya sean mujeres, viejos o niños.

Nuevamente Muhammed reunió un ejército numeroso. En la llanura de Dauletabad, en las cercanías de Jamadán, teniendo ya veinte mil jinetes, el shaj fue sorpresivamente rodeado por los tártaros. Éstos aniquilaron a la mayor parte de sus tropas. Muhammed, vestido con ropas de paisano, participó en la batalla, montando un caballo común, pero fuerte. Este fue el último encuentro entre el shaj de Jorezm con los tártaros. A pesar de que las fuerzas de los mongoles no superaban a los musulmanes, el shaj no logró conseguir el triunfo, pensando solamente en su salvación personal.

Algunos tártaros, no habiendo reconocido al shaj, le dispararon unas flechas, hiriendo a su caballo, pero Muhammed galopó hacia las montañas, desapareciendo. Aquí los tártaros perdieron sus huellas definitivamente.

Desde aquí, los tártaros prosiguieron su camino hacia occidente, hacia Zendzhán y Kazavín, derrotando un ejército de Jorezm bajo el mando de Bek Teguin y Kiuch Buka Jan, continuando por Azerbaidzhán y la estepa de Mugán, donde tuvieron choques con los georgianos.

Al lugar al que llegaban los tártaros, no se detenían, tomaban solo lo necesario en alimentos y ropas, llevándose como botín solamente el oro y la plata y continuaban su camino. Recordando la importancia de la misión encomendada por Chinguiz Jan, viajaban noche y día, con los más breves descansos posibles, siguiendo las huellas del shaj Muhammed.

En los lugares poblados, los tártaros escogían los mejores caballos y, sobre ellos, se precipitaban más adelante. Cada jinete llevaba dos caballos y muchos tenían varios. Durante el camino, los tártaros cambiaban de monta sobre la marcha y por ello, podían, en una jornada, recorrer enormes distancias, apareciendo sorpresivamente donde nadie los esperaba.

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Capítulo Cuarto

En la isla del mar de Abeskún1

¿Quién me devolverá mis ejércitosY vengará mi derrota?

¿Quién me devolverá mis dominiosQuién se los quitará al enemigo?

(De una leyenda turca)

1 Mar de Abescún: es el mar Caspio.

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El shaj Muhammed llegó a la región Dianuy y, encubiertamente paró cerca de la cuidad de Amol. Los emires locales se le presentaron con expresiones de reverencia y le manifestaron su disposición a servirle. De su antigua y gran corte, no quedaba casi nadie. Extremadamente fatigado, totalmente enfermo, se reunió con los ancianos emires, que gozaban de su confianza y lleno de desesperación les repetía constantemente:

- ¿Se encontrará sobre la tierra un lugar tranquilo, donde yo pueda descansar de los rayos tártaros?

Entonces todos reconocieron que lo mejor sería que el shaj aborde una embarcación y busque refugio en las islas del mar de Abeskún. Siguiendo este consejo, el shaj de Jorezm navegó hasta una pequeña y solitaria isla en el mar, totalmente desierta, sin señales de vida.1

Pronto llegaron a esta isla los hijos de Muhammed: Ozlag shaj, Ak shaj y Dzhelal ed Din. Entonces el shaj de Jorezm redactó un decreto, por el cual, en lugar del infante Ozlag shaj, nombraba como sucesor del trono a Dzhelal ed Din, al que antes había perseguido y humillado.

- Ahora sólo Dzhelal ed Din es capaz de salvar el reino,- reconoció Muhammed. – No les teme a los enemigos y, por el contrario, él mismo busca la batalla contra ellos. Juro que, si después de las victorias de Dzhelal ed Din, el poder vuelve nuevamente a mí, entonces la misericordia y la verdad solamente, reinarán en mis dominios.

Seguidamente el shaj de Jorezm le colocó si cinto con su espada, de empuñadura incrustada en diamantes y le otorgó el título de “sultán”. A sus hermanos menores les ordenó jurar lealtad y obediencia al flamante sultán.

Habiendo recibido la espada del shaj de Jorezm, Dzhelal ed Din dijo:- Recibo bajo mi mando el reino de Jorezm, cuando ha sido tomado por los tártaros.

Tomo el comando de los ejércitos de los que sólo queda el nombre. Están dispersados, como hojas después de una tormenta. Pero en esta oscura noche, que se abatió sobre los países musulmanes, encenderé en las montañas las hogueras que llaman al combate y reuniré a los valientes.

Dzhelal ed Din se despidió de su padre y partió hacia nuevas batallas. También se fueron los demás, mientras que Muhammed permaneció solitario sobre la arenosa isla del mar Caspio.

Cuando la lenta, pesada y embreada barca se alejaba de la costa, el shaj de Jorezm, Muhammed, quedó parado sobre la faja de arena, mirando, meditabundo y sombrío. Los remeros turkmenos izaban una gran vela gris, mientras que los hijos del shaj y el emir de Astrabad, permanecían de pié, juntando los brazos sobre el vientre, no osando darse vuelta mientras la mirada del shaj estaba posada sobre ellos.

La vela se llenó de aire, escorando la embarcación que, cabeceando sobre las olas, comenzó a alejarse rápidamente hacia las brumosas montañas azules.

Ahora estaban rotas las últimas ligaduras del shaj con su patria y sus siempre disconformes y revoltosos súbditos. Ya no lo amenazaban ni los ataques tártaros, ni la tenebrosa sombra del pelirrojo Chinguiz Jan. Aquí no podrían llegar sus tenaces perseguidores, los infatigables Dzhebe y Subodai.

Aquí, en medio de la infinita llanura del mar, será posible pensar penosamente sobre el pasado, con calma apreciar el presente y, sin apurarse, meditar sobre el porvenir. El shaj estaba abastecido con provisiones para todo un mes. El emir de Astrabad había

1 En el siglo XIII el nivel del mar Caspio era distinto y existían islas que luego desaparecieron.

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erigido una tienda de fieltro entre dos miserables colinas arenosas, mandó una olla, una bolsa de arroz, tocino de carnero, un balde de cuero, un hacha y otras cosas necesarias. Ahora el shaj se convertirá en derviche: se preparará solo su comida diaria.

La barca estaba ya bien lejos y Muhammed permanecía aún de pié, mirándola sumido en sus pensamientos. Luego se recostó sobre la tibia arena seca y se amodorró, calentado por los rayos del sol y acariciado por una leve brisa marina.

Un leve ruido y un susurro lo volvieron en sí. Oyó las palabras: “Es grande, es fuerte…”

¿De quienes podrían ser esas voces, sobre esta isla desierta? ¿De nuevo enemigos? El shaj se despabiló completamente. Sobre un montículo, entre arbustos de hierba blancuzca, asomó, desapareciendo de inmediato, una cabeza con un gorro negro de piel de cordero. Muhammed estaba desarmado. El arco, las flechas y también el hacha estaban en la tienda. Rápidamente el shaj trepó el montículo. Unas cuantas personas, vestidas con andrajos, descalzos, corrían a través del campito arcilloso y, entre ellos, torpemente sobre cuatro muñones, parecía galopar una horrible criatura.

“¡Le ordené al gobernador de Astrabad conducirme a una isla completamente desierta! ¿De dónde salieron estas personas?” Alarmado, Muhammed se dirigió a su iurta. Sobre ella aparecía una columnita de humo. Sobre la explanada frente a la tienda, en semicírculo, se hallaban sentados alrededor de diez monstruos. ¿Qué clase de seres eran éstos, que parecían haber perdido toda traza de humanidad? Las caras hinchadas, rojas, aleonadas, tenían grandes pústulas y ulceras.

- ¿Quién eres?- gritó uno de los sentados. - ¿Para qué has venido aquí? Nos echan de todas partes, por eso hemos ocupado esta isla.

-¿Y quiénes sois vosotros?-Nosotros somos los malditos por Alá. Hoy hemos arribado a esta isla y aquí nos

dedicaremos a la pesca.- ¿Acaso no ves? Todos somos leprosos; aunque vivos, nos caemos en pedazos

como los muertos. Mira, a este se le cayeron todos los dedos. A este otro, las plantas de los pies y los brazos hasta los codos, por lo que anda en cuatro patas, como un oso. A este se le cayó un ojo, a este otro la lengua, por lo que quedó mudo…

Muhammed callaba y solo pensaba con añoranza en la barca, la que se alejaba hacia la lejana orilla cual un punto negro.

- Todos nosotros rezábamos para que Alá nos ayude. El nos tuvo lástima y te envió a ti hacia nosotros.

-¿En que puedo ayudaros?Uno de los sentados se levantó. Parecía más fuerte y alto que los demás y en la

mano blandía un hacha.- Yo soy el sheik de nuestra hermandad. Aquí, en el reino de los malditos, todos

deben obedecerme. Quién no cumpla con una orden mía será muerto. Tú eres sano y fuerte. Te vamos a aceptar en nuestra comunidad y serás el encargado de arrastrar las redes y acarrear leña y agua. No todos podemos hacer esto. En esta tienda, mandada por Alá, encontramos una olla, arroz, harina, un ánfora con aceite y tocino de carnero. Ahora vivirás con nosotros y deberás sacarte la ropa. Nosotros la usaremos por turno, tú no la necesitas.

Muhammed se dio vuelta y, ahogándose, corrió hacia la orilla. Los leprosos le siguieron y, reuniéndose sobre el túmulo, observaban. El shaj pasó a la franja arenosa, juntó allí ramas secas, arrojadas por el mar, armó una fogata y le prendió fuego. Una columna de humo denso se levantó hacia el cielo.

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“Este humo será visto desde tierra firme. Vendrá un bote y me llevará de vuelta, murmuraba Muhammed, pensando sólo en la barca que se había desvanecido en la lejanía brumosa. No importa que allí haya guerra, no importan los tártaros que andan rondando ya que allí la gente está viva y sana. La gente guerrea, sufre, llora y ríe y vivir entre ella será una alegría después de esa isla de los muertos vivos”.

Habiendo transcurrido quince días, una barca llegó a la isla, según lo convenido. En ella, acompañado de algunos dzhiguitas, llegó el general del shaj de Jorezm, Timur Melik. No fue posible encontrar al shaj enseguida. Yacía sobre la playa totalmente desnudo. Sobre su cabeza estaba parado un cuervo, picoteándole los ojos.

Timur Melik recorrió la isla y encontró a los leprosos, escondidos entre los arbustos y muy asustados. Les preguntó qué era lo que había pasado. Ellos le contaron:

- Vimos como todos los llegados en el bote con este hombre, le hacían reverencias hasta el suelo. Le llamaban padishaj. Él quedó en la isla. Nosotros sabemos bien de los ancianos que si un leproso se pone la ropa de un shaj o sultán, se curará de su enfermedad y sus heridas se cerrarán.. Solo por eso le sacamos sus ropas. Lo llamábamos a comer con nosotros, le llevábamos comida, pero él se negaba a comer. Todo el tiempo mantenía encendida una hoguera y estaba acostado, callado, como ahora. Todas sus ropas están enteras. Nos convencimos de que este hombre no era un sultán, porque ninguno de nosotros sanó.

-¡Permítenos matarlos a todos!- exclamó un dzhiguita.- Pero no con nuestras espadas, para no ensuciar sus hojas con su sangre

envenenada,- contestó otro guerrero y atravesó de un flechazo el abdomen del sheik de los leprosos. Aquél, con un grito desesperado se lanzó a la carrera para huir y, tras él, los demás leprosos.

-¡Dejadlos!- gritó Timur Melik. - Ya están castigados por Alá. ¡Yo soy bastante más desgraciado que ellos! Toda mi vida luché por la grandeza le los shajs de Jorezm. Vertí mi sangre, creyendo que el shaj de Jorezm Muhammed era un nuevo e invencible Iskandar y que en el día de las terribles pruebas a que fue sometido su pueblo, conduciría a las temerarias tropas musulmanas a gloriosas victorias. Ahora me avergüenzo de mis heridas, lamento mis años juveniles perdidos en la defensa de un falso espejismo del desierto. Ahí yace aquél que tuvo un enorme ejército, que pudo conquistar el mundo y que ahora, ni siquiera puede mover un brazo para espantar a ese cuervo. Yace olvidado por todos, sin bombachas para cubrir sus vergüenzas y sin un puñado de su tierra nativa para su tumba. ¡Basta ya para mí ser guerrero! Mis lágrimas no serán suficientes para lavar los amargos errores, que me queman por dentro…

Timur Melik desenvainó su sable corvo y, pisándolo con su pié, lo quebró. Con sus propias manos envolvió al shaj con la tela de su turbante y rezó sobre él la única y breve oración que sabía. Los dzhiguitas cavaron con sus cuchillos una fosa en la arena y sepultaron en ella el cadáver del shaj de Jorezm Muhammed, el que fuera el más poderoso de los monarcas musulmanes y que terminara su vida sin gloria, como un tembloroso cabrito bajo el cuchillo del carnicero.

Timur Melik abandonó la isla y con sus dzhiguitas, se dirigió en busca del sultán Dzhelal ed Din, para contarle la muerte de su padre. Dicen que después, por muchos años anduvo errante, como un simple derviche, vagando por Arabia, Irán y la India1.

1 Algunos historiadores cuentan que, pasando mucho tiempo, Timur Melik volvió al Asia central en ropas de

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Capítulo quinto

Kurbán Kizik vuelve a su casa

-¡Remad mas fuerte! ¡Vamos, más!La barca, puesta de proa contra la corriente, luchaba contra la impetuosa corriente

del Dzheijún y, lentamente se iba acercando a la orilla.“¡Cuidar el caballo del shaj en el extranjero, vamos! ¡Mejor es pasar hambre en

casa! – pensaba Kurbán. Es la misma felicidad que para una codorniz estar en una jaula de seda sobre la puerta del mercader. El padishaj me regaló un dinar de oro. Semejante día se

un derviche pordiosero. En Jodzhent fue reconocido por aquél mongol al que en batalla le atravesara un ojo con una flecha. El gobernador mongol de la región ordenó traerlo a su presencia y, debido a su altivez y su discurso contestatario, lo mandó ejecutar.

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da una vez en la vida. ¿Pero cómo hago para llevar este dinar hasta casa? Sólo teniéndolo en la boca, tras la mejilla. Además me ordenó llevar los botes río abajo hasta Jorezm… ¡No! No iré allí. No, Kurbán no quiere combatir más por el shaj, ni huir. De seguir así uno puede llegar hasta el mar Último y después ¿a donde? Kurbán quiere volver a su labradío y ver a sus hijos…”

Y Kurbán miraba de reojo la rocosa orilla que había abandonado, donde todavía, sobre la cima de un montículo, se podía divisar al shaj Muhammed, montado en su caballo bayo. Kurbán saltó al agua y salio a la orilla. Desde la fortaleza, colina abajo, corría gente enloquecida con bultos sobre sus hombros; empujándose unos a otros, saltaban dentro de los botes mientras repetían:

- ¡Los tártaros están cerca! ¡Sálvese quien pueda!Nadie se interesaba por Kurbán. Él corrió a lo largo de la costa, llegó a la choza

donde vivía con otros barqueros, encontró su bolso con sus botas entre la paja, miró una vez más el río y vio que todas las embarcaciones, una tras otra, zarpaban de la costa. De inmediato, sin titubear, Kurbán tomó la senda de nuevas experiencias.

Subió la colina hacia los muros de la fortaleza. Desde allí pudo observar como, por la pedregosa llanura amarilla, huían en desparramo, túnicas rojas y rayadas, tratando de salvarse y más allá se acercaba una densa nube de polvo.

“Son los tártaros”- comprendió Kurbán y se lanzó hacia adelante por la seca estepa, sin percatarse siquiera que las piedras y espinas estaban lacerando sus pies descalzos.

“Allí adelante hay una colina, tras ella debe haber algún barranco. Los tártaros se dedicarán a la fortaleza y al cruce del río. ¿Para qué querrían a Kurbán?”

Corrió hasta una tumba solitaria marcada con una larga pértiga, se ocultó tras ella y habiendo tomado resuello, comenzó a espiar.

Ya podía divisar los jinetes entre el polvo, vistiendo sacos de piel rojiza, doblados sobre los cuellos de los caballos, a todo galope. Sobre algunos brillaban petos metálicos. Ya se podía oír el alarido de los tártaros, los gritos salvajes “¡Kjú-kjú-kjú” y el atronador golpeteo de las patas de miles de pequeños caballos polvorientos.

Algunos jinetes se separaron del grueso, cabalgando directamente sobre la llanura para cortarles la retirada a los fugitivos. Se elevaban los centellantes sables, la gente caía, los tártaros formaban un círculo, se detenían y, sin apearse, se agachaban levantando los bultos abandonados y partían nuevamente al galope, reincorporándose a la tropa.

Kurbán se arrastró hasta un barranco seco, se dejó rodar hacia el fondo y recomenzó su carrera.

Durante todo el día caminó por la desierta llanura, encontrando, de vez en cuando, labradíos abandonados. En los caminos se encontraba gente deambulando sola o en grupos. Al enterarse de que Kurbán era de allí, del “valle del dolor y las lágrimas”, todos se detenían y preguntaban sobre el destino de Bujara, sobre la huida del shaj de Jorezm, lo invitaban a los fogones, compartiendo tortillas cocinadas en la ceniza y escuchaban ávidamente.

Kurbán contaba cómo él luchó solo con unos cuantos tártaros, como los mató a todos y cómo le mataron el caballo mientras lo montaba. Ahora de dirige a su casa, deseando sólo ver el viejo álamo en aquél lugar, donde la acequia dobla hacia su sembradío, tal vez nuevamente acariciar a sus hijos…

Finalmente comenzó a creer él mismo en sus cuentos, pero callaba sobre el episodio en que llevó al shaj sobre sus hombros, desde el bote hasta la orilla ya que todos maldecían a Muhammed por haber abandonado a su tierra natal en la hora de la desgracia. Habiendo

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entregado a su pueblo al poder de los mongoles y tártaros, tuvo miedo de morir como un dzjajid (mártir) en el campo de batalla.

En un lugar, Kurbán vio a mucha gente en un barranco, se les acercó y ellos se corrieron, dándole lugar junto al fuego. Todos hablaban de los tártaros y de encuentros con ellos.

- Somos todos de una aldea. Nos aconteció una cosa así. Nos reunimos unos diez de nosotros en la calle, para conversar. Entonces entró a la aldea un tártaro. Se dirigió al galope directamente hacia nosotros y comenzó a sablear a la gente, uno tras otro. Ni un solo hombre se atrevió a levantar la mano contra el solitario jinete. Se salvaron aquellos que, como nosotros, pudieron saltar los cercos.

- Y yo escuché lo siguiente. Un tártaro alcanzó a un hombre que trabajaba en el campo y no tenía ni un arma para liquidarlo. Con voz terrible el tártaro gritó: “¡Pon tu cabeza sobre el suelo y no te muevas!” ¡Y que pasó! El hombre se acostó en el suelo, el tártaro se dirigió a su caballo de remonta, cargado del botín, buscó allí una espada y, volviendo, mató al campesino.

Así permanecieron sentados junto al fuego, penando por la forma en que sufría su pueblo, convidando a Kurbán con pedacitos de tortilla y un brebaje caliente hecho con harina.

Repentinamente una voz horrible y ronca les gritó desde arriba del barranco:-¡Eh, ustedes! ¡Ataos las manos unos a otros, tras las espaldas!Arriba, sobre el borde del barranco, montado en un caballo alazán, apareció un

jinete tártaro.-¡Desgracia! ¡Llegó el día de nuestra perdición!- comenzaron a mascullar los

hombres y comenzaron a sacarse los cinturones y a atarse las manos sumisamente.-¡Esperad!- dijo Kurbán. – Si él está solo. ¿Acaso no podemos matarlo y huir?-¡Tenemos miedo!- Cuando terminemos de atarnos las manos el nos matará. ¡Mejor matémoslo a él!

Tal vez logremos salvarnos.-¡No, no! ¡Quién se atrevería hacerlo!Y todos, temblando continuaron atándose las manos.Kurbán, agachándose y llevando hacia adelante su bolso, como si quisiera ofrecerlo

en ofrenda, trepó el barranco y se acercó al tártaro.El jinete era un hombre entrado en años. Unos pelos ralos y canosos colgaban de su

barbilla. Su cara, curtida por el viento estaba surcada por las arrugas del tiempo. Sus ojos estrechos miraban cual dardos punzantes.

- ¿Qué es esto?- preguntó el jinete, inclinándose hacia el bulto ofrecido.Kurbán lo aferró de la cabeza y la mano. El caballo se asustó saltando hacia un

costado. Kurbán no soltaba al tártaro, arrastrándose por el suelo, hasta que este no se cayó. Entonces Kurbán lo mató con su cuchillo, tal como estaba acostumbrado a hacerlo con los corderos.

Kurbán se incorporó y miró a su alrededor. De los que estaban junto al fuego, uno corría a toda velocidad escapando. Los otros, acurrucados, observaban desde el barranco. Luego dos de ellos se acercaron.

- Ya no respira,- dijo uno agachándose sobre el tártaro.- Ahora tenemos que dividir honestamente todo lo que está sobre él,- dijo el otro y

comenzó a arrancarle al muerto su capote de piel de oveja, que estaba puesto sobre la oscura piel, sin camisa.

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Todos se dirigieron hacia el caballo y ayudaron a Kurbán a capturarlo. Entonces Kurbán dijo:

- Tomad lo que queráis, pero el caballo alazán será mío. Ustedes ven que el animal no es mongol, sino de los nuestros, de campesinos, seguramente robado. Con él voy a arar mi tierra.

- Mejor arrojemos suertes,- dijo uno, enrollando en su mano una rienda.-¡Mira, el tártaro está vivo, se levanta!- gritó Kurbán y el hombre, asustado, soltó la

rienda y salió corriendo.Kurbán desató todos los bolsos y bolsones que había sobre el caballo, salvo una, la

más pesada. Saltando sobre la montura gritó:- ¡Que dzhiguitas sois! ¡Sois unas cucarachas asustadas, que huyen ante un palo

levantado. Si tuvieseis un corazón de león, juntos no solo expulsaríamos a los tártaros y mongoles sino a todos los shajs de Jorezm, sultanes beks y janes que se han apoderado de nuestras tierras. ¡Pero vosotros, cucarachas, os ocultáis en cada agujero y teméis cualquier susurro! Claro que hasta el último de los tártaros os aplastaría. ¡Adiós y recordad a Kurbán Kizik, el guarrero del universo!- Haciendo un ademán con la mano, Kurbán partió al galope por la pradera.

Capítulo sexto

Kurbán busca su familia

Cuanto más se acercaba Kurbán a Bujara, tanto más se veían poblaciones destruidas y cadáveres comidos por alimañas. Los perros, gordos, con las panzas colgando, se alejaban lentamente de los cuerpos, arrastrando sus colas y se echaban sin ladrar.

En un lugar solitario, Kurbán desató la bolsa de cuero del tártaro, con la que se había quedado, con la esperanza de que en ella estaba guardado el oro robado. Allí encontró tres martillos comunes de herrero, de distintos tamaños, una lima, tenazas, un

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fardito con trigo, un pedazo de carne cocida y unas diez tortillas. ¿Dónde estaría el oro? En un trapo doblado encontró un monedero de cuero. Contenía dinero, pero no de oro, sino un puñado de monedas de plata y cobre. Aunque sean estos dijrems igualmente servirán en su propiedad y aún tenía tras el carrillo el dinar de oro del shaj de Jorezm.

En proximidades de algunas aldeas, los campesinos ya estaban trabajando en los labradíos. Se quejaban a Kurbán que ahora, el agua entraba a las acequias incorrectamente y con poca frecuencia, algunos campos se secaron, en otros el agua se derramaba, erosionando los sembradíos. Por todos lados se habían originado zanjones

Ya cerca de su casa natal, en un poblado abandonado, Kurbán se encontró con Kuvonch, un campesino conocido. Éste le indicó un montón de piedras ennegrecidas y cenizas.

- ¡He aquí todo lo que queda de mi casa!- dijo Kuvonch, asintiendo lúgubremente con su cabeza. – Ando por los alrededores llamando a mis hijos pero ellos no aparecen. El día en que llegaron los mongoles yo estaba en el campo. Vi el humo y a los vecinos enloquecidos y corrí tras ellos, pensando que mi familia había huido con otras. Cuando volví de noche, en busca de mi casa, nada había quedado, salvo estas piedras y ceniza caliente. No sé si los mongoles se los llevaron o perecieron en el incendio… ¿Pero puede ser que aún vuelvan?..

Muy alarmado, Kurbán continuó su camino y ya en la oscuridad encontró el viejo álamo, donde una zanjita de distribución llevaba agua a su chacra.

En la acequia corría agua. En la noche silenciosa, alumbrado por la pálida luz de la medialuna, se acercó a la casa. El portón del patio estaba abierto de par en par. Saltó del caballo, lo puso bajo el cobertizo y se dirigió a la puerta de la casa. Estaba clavada con una tabla atravesada. Tras la puerta no se oía el mínimo susurro o suspiro…

Ni siquiera el perro salió a recibirlo…Kurbán juntó una brazada de heno y se lo dio al caballo. Luego, usando las

salientes conocidas de la pared trepó el techo. Allí se recostó sobre los tallos de paja vieja. Mientras se dormía, recordaba las palabras de Kuvonch: “¿Pueda ser que todavía vuelvan?”

En la mañana temprano, cuando atravesado por un viento frío, Kurbán se daba vuelta sobre el techo de la cabaña, le llegó un ruido extraño, parecido a un quejido lejano. Kurbán escuchó con atención. El quejido se repitió. Llegaba desde abajo. ¿Quién se queja? ¿Un herido por los tártaros? ¿O un tártaro moribundo?

Kurbán bajó del techo y se arrojó hacia el caballo. Éste ya se había comido el heno e, impaciente, pateaba el suelo. Tomó de la bolsa de cuero un martillo. Descolgando la puerta de la cabaña penetro en ella. En el interior estaba oscuro. Palpó con sus manos sobre el lecho y se topó con un cuerpo. Tocó la cara y reconoció a su madre. Estaba acostada, como muerta; en un susurro gimió:

- Sabía, hijito, que volverías. Kurbán no nos abandonaría…-¿Adónde están los demás?- Todos huyeron hacia allá, a las montañas y yo me quedé a cuidar la casa y perdí

todas mis fuerzas. Me habrán tomado por muerta y clavaron la puerta. Así es, mi hijito, ahora que has vuelto todo se arreglará…

Kurbán buscó una vasija, trajo agua de la zanjita y recogió unos arbustos espinosos. Encendió el fuego en el hogar y puso la vasija sobre él, agregándole avena. La cabaña se iluminó y entibió. La madre yacía delgada y débil, sin fuerzas para moverse. Su nariz se había afilado y sus labios secos y estirados susurraban:

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-¡Hete aquí que has venido, hijito!Kurbán llevó al caballo al potrero, lo maneó y lo dejó pastando. Al lado estaba su

terreno de labranza, tan pequeño como la palma de una mano. ¿Cómo alimentar con él a una familia? ¡Y encima había que dar media cosecha al dueño de la tierra, el bek! El sitio ya se había cubierto de maleza. Más allá se extendían los terrenos de los vecinos. Ellos también estaban enmalezados, mientras que gente no se veía por ningún lado. A lo lejos estaba la casa y el granero del herrero, el tartamudo Sakou Kulí, medio quemada, con las paredes ennegrecidas por el humo, mientras que las plantas que rodeaban la casa, tenían las hojas marchitas y retorcidas por el fuego.

Pero un hombre solitario aparece caminando lentamente por el campo, se para y levanta la azada, seguramente abriendo la zanja de riego.

- ¡Ohé! Gritó Kurbán.El hombre se enderezó, se llevó la mano a los ojos, mirando.-¡Ohé! ¡Kurbán Kizik!- gritó y ambos se dirigieron apresuradamente el uno hacia el

otro, a lo largo de la zanja de riego. Se tomaron de las manos, apoyándose con el hombro derecho mutuamente. Este era el vecino, el viejo Sakou Kulí, que ya tenía nietos.

-¡Oh, que tiempos!- dijo el viejo, restregándose los ojos con las manos.- ¿Esta sana tu familia, vive tu vaca, trabaja tu burro, se multiplican tus ovejas?-

preguntó Kurbán.-Llegaron estos hombres envueltos en pieles, arrearon el ganado vecino, se llevaron

atravesadas en las monturas a mis cuatro ovejas y a una de mis nietas, mientras que el resto de mi familia huía a las montañas. Todo el tiempo los estoy esperando, siempre y cuando no hayan muerto de hambre. La vaca y el burro lograron salvarse.

-¿Y dónde está mi familia?- preguntó Kurbán. Su respiración se detuvo mientras esperaba la respuesta.

- Para ti hay una alegría, tu esposa volvió ayer y pernoctó en las ruinas de mi pobre casa. Ahí viene, por el campo…

Y Kurbán vio a lo lejos la familiar ropa colorada de su mujer. ¿Por qué camina tambaleándose? De repente Kurbán se puso serio e importante. Él era la cabeza de la familia, debía juntar a todos bajo su brazo y recomponer su destruida hacienda.

- Bueno, Sakou Kulí,- le dijo al viejo,- tú tienes tu vaca y tu burro y yo un caballo. Los unciremos juntos y araremos nuestros pedazos de tierra. En derredor la guerra, los asaltos; ayer eran los beks kipchaks, hoy son los janes mongoles. ¿Cuándo nos liberaremos de ellos? Pero nosotros somos agricultores, no podemos esperar. Nuestro trabajo es sembrar el pan; si no nos preocupamos por nosotros mismos, ¿Quién nos alimentará?

-¡Has dicho bien! No se puede perder tiempo: ¡La tierra exige semillas, arado y agua!

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Capítulo séptimo

La huida de la reina Turkán Jatún

En el otoño de ese terrible año del Dragón (1220) todo el Maverannagr ya se encontraba en poder de Chinguiz Jan. Como un amo diligente que recibe en patrimonio una valiosa herencia, el kaján de los mongoles comenzó a ocuparse en el establecimiento del orden y la vida pacífica. En todas las ciudades Chinguiz Jan ubicó guarniciones tártaras, nombró a jakims (gobernantes, ver Pág. 14) nativos y les adjuntó gobernantes mongoles, para que el siempre avizor ojo del gran jan, todo lo vea y todo lo sepa.

Algunos campesinos, asustados todavía y sumamente desconfiados, comenzaron

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gradualmente a volver a sus asentamientos y empezaron a trabajar los campos. Pero el orden se reconstituía lentamente: a lo largo de todo el país deambulaban bandas de de fugitivos hambrientos y sin hogar y, tras las huellas de los mongoles, en busca de comida, ellos también saqueaban las destruidas poblaciones.

Quedaban aún sin someter las tierras del bajo Dzheijún, núcleo fundacional de Jorezm, donde se encontraba la rica ciudad de Gurgandzh, capital de los shajs. Permanecía en medio de los dominios mongoles como una tienda con los vientos cortados. Chinguiz Jan resolvió poner su mano sobre estas tierras y encomendó la conquista de esta región a sus tres hijos: Dzhuchi, Dzhatagai y Uguedei y les asignó significativas unidades de su ejército. Dzhatagai y Uguedei avanzaron sobre Jorezm desde el sur, siguiendo la costa del Dzheijún, mientras que el siempre indómito Dzhuchi, comenzó a demorarse, permaneciendo con sus tropas en torno a Dzhend, donde se dedicó a la caza de burros salvajes y a quitarles los caballos a los nómadas, exigiendo sólo los blancos y los bayos, pelajes preferidos del gran jan.

Chinguiz Jan detuvo el avance del grueso de su ejército y decidió invernar en las orillas del río Dzheijún. Mandó a Gurgandzh a Danishmend – jadzhib, uno de los dignatarios del shaj, que se había pasado a su servicio. Éste fue a entrevistar a la vieja reina Turkán Jatún y le comunicó que el gran kaján no luchaba contra ella, sino que lo hacía sólo contra su hijo Muhammed, el shaj de Jorezm y que no lo hacía tanto por sus crímenes cometidos, sino más bien para castigarlo por su falta de obediencia y sus ofensas hacia ella, su madre.. Danishmend – jadzhib agregó que si ella proclamaba su obediencia, Chinguiz Jan prometía no tocar ni destruir las regiones que estaban bajo su poder. Pero la pérfida reina Turkán Jatún no podía creerle al amo de los mongoles, que era honesto sólo con ellos, mientras que al resto de la gente la miraba como un cazador, que toca la flauta atrayendo a la cabra, para agarrarla y preparar con ella un kebab.

Simultáneamente con el arribo de Danishmend – jadzhib a Gurgandzh, llegaron las barcas de Kelif. En una de ellas, disfrazado de sirvo común, llegó Inanch Jan, trayendo una carta del shaj. En ella, el padishaj informaba a su madre que abandonaba las fortificaciones sobre el río Dzheijún. Que se internaba en Jorasán para reunir allí un gran ejército y llamaba a su madre a reunírsele, llevando todo su harén y no confiando para nada en Chinguiz Jan.

Esta noticia alarmó tanto a Turkán Jatún que hasta dejó de hacerse las aplicaciones de cataplasmas sobre sus ojos, mediante las cuales, quería hacerlos aparecer más hermosos. Habiendo comprendido que quedarse en Jorezm era peligroso, ordenó armar una gran caravana, cargando los camellos con toda clase de riquezas y se dirigió hacia el sur, a Kopet-Daga, a través de las arenas del Kara Kum.

Antes de su partida, la vieja reina resolvió asegurar a sus nietos de posibles futuros competidores. Con este propósito le ordenó al verdugo principal embarcar en botes a todos los rehenes que vivían en la corte del shaj y sin considerar sus edades, llevarlos al lugar más profundo del Dzheijún y arrojarlos al agua con piedras atadas a sus pies. Todos los veintisiete niños y adolescentes, hijos de los más grandes señores feudales de Jorezm, fueron ahogados.

De todos los rehenes, Turkán Jatún sólo conservó con vida a uno, a Omar Jan, hijo del amo de Iazer1, en las tierras turkmenas. Lo hizo sólo por que ella misma se dirigía hacia allí y Omar Jan y sus sirvientes conocían el camino a través del desierto. Durante la

1 Iazer se encontraba al pié de las montañas entre Merb y el actual Asjabad, en Tayikistán.

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difícil travesía sobre las arenas de los Kara Kum, que se prolongó dieciséis días, ellos obedecieron leal y calladamente a la vieja reina.

Pero cuando la caravana se aproximaba a los límites de Iazer y, tras las dunas de arena ya se divisaban las cumbres de las rocosas montañas, eligió el momento en que Omar Jan se había dormido y lo hizo decapitar.

Ella dirigió su caravana hacia la inexpugnable fortaleza de Ilal, ubicada en la cumbre de un rocoso peñón. Aquí se quedó con toda su corte, hasta que en las cercanías fueron vistos destacamentos mongoles de exploración, que buscaban al shaj Muhammed.

Uno de los jefes de la custodia de la reina le propuso huir de allí de inmediato, dirigiéndose al amparo de su nieto Dzhelal ed Din, que estaba reclutando guerreros en el Irán, para luchar contra los mongoles. Todos hablaban solo de su coraje, de la fuerza de sus tropas y de que él lograría expulsar a los enemigos.

- ¡Nunca!- Exclamó, llena de ira, la vieja. – ¡Prefiero morir bajo un sable mongol!¿Rebajarme yo a tal punto como para recibir misericordia del hijo de la aborrecida por mi, la turkmena Ai-Dzhidzhek? ¿Qué yo viva bajo su tutela, cuando tengo nietos de mi noble sangre kipchak? Prefiero caer prisionera de Chinguiz Jan y soportar humillaciones y vergüenzas.

Pronto llegaron los mongoles y pusieron sitio a la ciudad. Construyeron en torno del peñón un cerco continuo, cortándoles a los sitiados toda posibilidad de comunicación con el mundo exterior. El sitio se prolongó por cuatro meses y, cuando en las cisternas y sótanos se acabó la última gota de agua, Turkán Jatún resolvió rendirse. Junto con la reina madre, los mongoles capturaron todo el harén y los hijos menores del shaj de Jorezm. Todos los niños varones fueron acuchillados de inmediato, mientras que las mujeres e hijas del shaj, junto con Turkán Jatún, fueron remitidas al campamento de Chinguiz Jan En cuanto al resto de la corte y la guardia de la reina, fueron ejecutados en su totalidad.

El emperador mongol entregó de inmediato a las hijas del shaj a sus hijos y allegados, mientras que a la malvada reina Turkán Jatún la reservó para exhibirla en sus banquetes. Ella debía permanecer junto a la entrada a la tienda, cantando tristes canciones. El kaján, de tanto en tanto, le arrojaba un hueso mondado.

Así se alimentaba Turkán Jatún, que había sito ama absoluta de Jorezm y que se hacía llamar “emperatriz de todas las mujeres del mundo”.

Segunda Parte

Los últimos días del gran Jorezm.

Capítulo primero

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Dzhelal ed Din desafía a combate a Chinguiz Jan

Hasta que no tires semillas, no levantarás cosechas;Hasta que no arriesgues tu vida, no vencerás a tus enemigos.

(Saadi)

Después de separarse del shaj de Jorezm, Dzhelal ed Din y sus hermanastros, Ozlag shaj y Ak shaj, acompañados por setenta jinetes lograron abrirse camino a Manguishlag. Los nómadas locales les proveyeron de cabalgaduras frescas. Montados en ellas, los jóvenes príncipes atravesaron los Kara Kum y alcanzaron Gurgandzh, la capital de Jorezm.

Allí les manifestaron a los más conspicuos beks, que el shaj de Jorezm había revocado su testamento y había nombrado sultán a Dzhelal ed Din. Aunque esto fue corroborado por el anterior heredero, Ozlag shaj, los beks kipchaks no querían aceptar como sultán a uno de otra sangre. Secretamente convinieron en asesinar A Dzhelal ed Din.

Dzhelal fue advertido de la conjura por el recientemente llegado de Kelif, Inanch Jan

-¡Que puedo hacer en esta ciudad de escorpiones y tarántulas, donde ni siquiera ante el peligro, hay unión!- dijo Dzhelal ed Din.

Por la noche, en compañía de Timur Melik y trescientos turkmenos, abandonó Gurgandzh desapercibidamente, dirigiéndose hacia el sur, a través de los Kara Kum.

En un par de días el pequeño destacamento realizó la difícil travesía, que habitualmente las caravanas hacían en dieciséis jornadas, llegando a la ciudad de Nessa. Un explorador que había sido mandado por delante, volvió informando que sobre una verde pradera, al pié de la cordillera de Kopet Daga, se veían algunas iurtas al lado de las cuales pastaban caballos maneados de una extraña raza. Por lo visto, eran mongoles y no menos de setecientos hombres.

Timur Melik dijo:- Aunque después de una larga travesía nuestros caballos están cansados, les

quedarán fuerzas suficientes para irrumpir en el campamento mongol. En cuanto a nosotros debemos saber sablearlos a todos hasta el exterminio.

- ¡El éxito acude a los valientes!- contestó Dzhelal ed Din.Emergiendo sorpresivamente desde las arenas, el destacamento turkmeno de

Dzhelal ed Din, con violencia desesperada, se arrojó sobre el campamento mongol. El choque fue brutal. Ambas partes se sableaban sin dar cuartel. Los mongoles no aguantaron y emprendieron la huída en desorden, ocultándose en acequias subterráneas de riego. Solo unos pocos lograron salvarse.

Este fue el primer encuentro donde los turkmenos obtuvieron la victoria sobre los mongoles. Hasta ese momento, los mongoles inspiraban a todos tal terror que la gente los creía invencibles.

Dzhelal ed Din dijo:- Si los mongoles, en lugar de acampar en una llanura abierta, estuviesen tras los

muros de Nessa, nosotros jamás podríamos haberla esquivado, con nuestros fatigados caballos. ¡Tomad sus caballos pronto y ensilladlos! Nuestro camino es largo aún.

Todos los jinetes montaron apresuradamente sobre los descansados caballos

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mongoles y se dirigieron por estrechos senderos montañosos al sur, a la ciudad de Nishapur.

Unos días después, temiendo la traición de los janes kipchaks, llegaron a Nessa, desde Gurgandzh, los otros hijos del shaj de Jorezm: Ozlag shaj y Ak shaj. Los acompañaba una numerosa escolta. Ellos trataron de escabullirse furtivamente a través de un puesto de vigilancia mongol, pero fueron rodeados y aniquilados por completo.

Mientras tanto, Dzhelal ed Din, sin detenerse en ningún lugar, se alejaba cada vez más, pasando Nishapur, Zuzen y la región del Herat. El jefe de una fortaleza de las montañas le ofreció quedarse allí, confiando en la inexpugnabilidad de los viejos muros, pero Dzhelal ed Din le contestó:

- Un jefe militar debe actuar en campo abierto y no encerrarse entre paredes. Sea lo fuerte que sea, los mongoles encontrarán la forma de conquistar la fortaleza.

Al llegar a Bust, Dzhelal ed Din tenía ya una tropa numerosa, formada por guerreros del dispersado ejército del shaj. Aquí se reunió con las tropas de Aminal Mulik, puso en retirada a una división mongol que asediaba la ciudad de Kandahar y llego a Gazna, principal ciudad del feudo que le fuera asignado, alguna vez, por su padre, el shaj de Jorezm. Allí tomo juramento de lealtad de todos los beks locales.

Para entonces, Dzhelal ed Din contaba con treinta mil guerreros turkmenos. Una cantidad similar de afganos, karlukos y guerreros de otras tribus se le unió también.

Con este ejército de sesenta mil hombres entre infantería y caballería, Dzhelal ed Din salió al encuentro de los mongoles, acampando en las proximidades de la ciudad de Perván, sobre las nacientes del río Lugar, afluente del Kabul.

Desde aquí efectuó una incursión sobre Tojaristán y destrozó una división mongol al mando de Mukadzhek, que sitiaba la fortaleza de Varian. Los mongoles tuvieron bajas importantes de hasta mil muertos y numerosos heridos y emprendieron la retirada, cruzando el río Piandshir, destruyendo tras sí los puentes y volvieron con Chinguiz Jan.

Dzhelal ed Din envió a Chinguiz Jan un mensajero, llevando una breve carta:“Señálame el lugar donde nos podamos encontrar en batalla. Allí te esperaré”Chinguiz Jan no contestó, pero quedó preocupado por la derrota de las tropas de

Mukadzhek y por el valor de Dzhelal ed Din. Mandó contra él cuarenta mil jinetes bajo el mando de su medio hermano Shiki Jutuju noión.

Dzhelal ed Din avanzó valientemente al encuentro de los mongoles. La batalla tuvo lugar en un valle a un farsaj (siete kilómetros) de distancia de Perván. Antes del comienzo del combate, Dzhelal ed Din impartió a sus tropas la siguiente orden:

“Guerreros, escatimad las fuerzas de vuestros caballos hasta tanto no suenen los tambores. Recién entonces deberéis montar. Hasta ese momento combatiréis a pié, atando los cabestros de vuestros caballos al cinto, tras la espalda.”

La batalla se prolongó durante dos días. Shiki Jutuju noión, viendo que sus guerreros mongoles estaban cansados, casi sin fuerzas y que no podían dominar al enemigo, al segundo día recurrió a una treta: confeccionando muñecos de fieltro, los ataron sobre caballos de reserva. Al principio el truco funcionó y los guerreros musulmanes parecieron titubear. Pero Dzhelal ed Din les dio ánimos y continuaron batallando tenazmente.

Por fin, Dzhelal ed Din ordenó redoblar los tambores. Todos comenzaron a montar. El príncipe condujo a sus jinetes al ataque arrojándose él mismo al centro del ejército mongol, partiéndolo. Entonces los mongoles se dieron a la fuga, “sacando chispas con los

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cascos de sus caballos”1. Los jinetes de Dzhelal ed Din, montados en caballos descansados, alcanzaban fácilmente a los enemigos en fuga. Sólo con restos insignificantes de su ejército destruido, volvió Shiki Jutuju noión al campamento de Chinguiz Jan.

La fama de la batalla de Perván y la derrota aplastante de los invencibles mongoles, corrió por todas las cumbres y valles de las montañas. La división mongol que asediaba la ciudad de Balj, levantó el asedio de inmediato y se retiró hacia en norte. En algunas ciudades ocupadas por los mongoles, la población se rebeló aniquilando a las guarniciones mongoles. Entonces Chinguiz Jan recurrió a la astucia: mandó espías a los janes aliados de Dzhelal ed Din y, a través de ellos les prometió camellos cargados con oro, si abandonaban al valeroso sultán.

Al poco tiempo, en el campamento de Dzhelal ed Din, durante el reparto del botín, por trivialidades, surgieron disputas. Durante una discusión por un caballo árabe, un jan kipchak golpeó con su fusta en la cabeza a Agrak, jefe de una gran división del ejército y todos los esfuerzos de Dzhelal ed Din por mediar en el pleito fueron vanos. Después de esto, Muzafar Malik, líder de los afganos, Azam Melik con los karlukos y Agrak, con los guerreros keldzhes, habiendo creído en el engaño de Chinguiz Jan, se separaron del ejército de Dzhelal ed Din, quejándose de la soberbia y grosería de los kipchaks, que se atrevían a golpear con sus látigos a guerreros de otras tribus.

. Estos mismos turcos (o sea los kipchaks) antes temían a los mongoles. Aseveraban que los mongoles no se parecían a la gente común. Que eran invencibles porque los golpes de les espadas no los podían herir. Que por eso los mongoles eran temerarios y a nadie temían en este mundo y que no había otra fuerza que pueda con ellos. Ahora, cuando los hemos destrozado y todos vieron que las tribus mongoles, al igual que toda la gente, pueden ser heridas y desangrarse con sangre, como cualquier otro, ahora, los kipchaks se llenaron de fanfarronería y comenzaron a ofendernos a los que les hemos ayudado en batalla…

Nada pudo hacer Dzhelal ed Din. El demostraba con precisión que a Chinguiz Jan le sería fácil vencer a los enemigos, atacándolos a cada uno por separado, pero todo era en vano y así se separó de él la mitad del ejército. Quedó sólo con los turkmenos de Amín al Mulka.

Cuando Shiki Jutuju noión, habiendo vuelto a Chinguiz Jan, le relató los detalles de la batalla de Perván, éste quedó, como siempre, inmutable e inescrutable. Solo dijo:

- Jutuju se acostumbró a ser siempre vencedor y dominante. Ahora, habiendo experimentado la amargura de la derrota, será más cuidadoso y experimentado en las cosas de la guerra.

Sin embargo Chinguiz Jan no se demoró. Concentró todas las fuerzas que pudo y salió con una enorme fuerza. Empujaba a los jinetes con tal prisa que era imposible cocinar durante la marcha. El kaján marchaba directamente sobre Gazna y cuando la huella de carros terminó, abandonó todo su convoy de suministros y avanzó por los senderos de las montañas.

1 Es una expresión oriental que significa “a todo lo que da”.

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Capítulo Segundo

La batalla sobre el Sind

No te llamaré más caballo.Te llamaré hermano.

Tu eres más que un hermano, para mí.(Kitabi Korjud)

Luego de la retirada de las tropas aliadas, Dzhelal ed Din ya no podía entrar en

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combate franco con los mongoles, como quería antes y se dirigió al sur. Lo detuvo el torrentoso y caudaloso río Sind1, enclavado entre montañas. El sultán buscó botes y balsas, para cruzar las tropas, pero la fuerte corriente destrozaba todas las embarcaciones contra las altas rocosas orillas. Finalmente trajeron una embarcación y Dzhelal ed Din quiso embarcar en ella a su madre Ai Dzhidzhek, a su esposa y otras acompañantes. Pero esta embarcación también se destrozó por los golpes contra las rocas, quedando las mujeres en la orilla, junto a las tropas.

De repente llegó a la carrera un mensajero, gritando: “¡Los mongoles están muy cerca!”. En ese momento caía la noche, envolviendo todo con su negro manto.

Chinguiz Jan, enterado de que el sultán estaba buscando un paso por el Sind, resolvió capturarlo. Condujo a su ejército toda la noche y al amanecer divisó al enemigo. Los mongoles comenzaron a aproximarse a las tropas del sultán desde tres lados. Formados en varios semicírculos, los mongoles se detuvieron, formando una especie de arco tensado, mientras que el río Sind hacía de cuerda imaginaria.

Chinguiz Jan mandó a Uner Gulidzh y a Gugús Gulidzh con sus divisiones a separar al sultán de la orilla del río, mientras que a las tropas les ordenó no herir al sultán con sus flechas. “Ordenamos capturarlo vivo”.

Dzhelal ed Din se hallaba en el centro del ejército musulmán, rodeado de setecientos temerarios jinetes. Viendo sobre una colina a Chinguiz Jan, que dirigía desde allí las acciones, se lanzó con sus dzhiguitas al ataque con tal violencia, que hizo huir a los mongoles y hasta el mismo amo de ellos se lanzó a la carrera escapando, azotando su caballo con el látigo.

Pero el previsor y cauteloso Chinguiz Jan, antes de la batalla, había ocultado en reserva diez mil selectos guerreros. Éstos se abalanzaron desde un flanco, atacaron a Dzhelal ed Din, lo rechazaron y se lanzaron sobre el ala derecha turkmena, que era comandada por Amin al Mulik. Los mongoles arrollaron sus filas, empujándolas hacia el centro del ejército, donde todos se entremezclaron iniciando una retirada.

De inmediato los mongoles destrozaron también el ala izquierda. Dzhelal ed Din continuó combatiendo con sus dzhiguitas hasta el mediodía y, habiendo perdido su habitual calma, se arrojaba como un tigre acorralado ora sobre el ala derecha, ora sobre la izquierda.

Los mongoles recordaban la orden del kaján: “no disparar flechas sobre el sultán” y el anillo en torno a Dzhelal ed Din se iba cerrando. Él luchaba desesperadamente, tratando de abrirse paso a sablazos entre las filas del enemigo. Comprendiendo que la situación era irremediable, el sultán cambió de caballo, montando a su garañon turkmeno favorito. Se sacó el yelmo y el resto de su armadura, quedándose sólo con la espada. Hizo girar al caballo y se arrojó junto a él desde un alto peñón a las oscuras olas del turbulento Sind. Cruzó el río y, trepándose a la abrupta barranca de la otra orilla, hizo un gesto amenazador con su espada a Chinguiz Jan, desapareciendo luego entre la vegetación.

Sorprendido en grado sumo, puso su mano sobre su boca, señaló a sus hijos a Dzhelal ed Din y dijo:

-¡He aquí el hijo que debe tener un padre!2

Los mongoles, al ver que el sultán se arrojaba al río, quisieron lanzarse en su persecución a nado, pero Chinguiz Jan se los prohibió.

El ejército de Dzhelal ed Din fue completamente aniquilado. Sus guerreros

1 Sind es el Indo, que nace en el Tibet y desemboca en el Golfo Pérsico.2 Rashid ed Din

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alcanzaron arrojar al río a su madre y a su esposa, para que no caigan en manos mongolas.Sólo quedó vivo el pequeño hijo de Dzhelal ed Din, de siete años, capturado por los

mongoles. Fue llevado a la presencia de Chinguiz Jan. El niño, poniéndose de costado al kaján, lo miraba de reojo con una mirada valiente y de odio.

- La estirpe de nuestros enemigos debe ser arrancada de raíz,- dijo Chinguiz Jan. – La descendencia de musulmanes tan valientes matará a mis nietos. Por ello, alimentaréis a mi galgo con el corazón del niño.

El verdugo mongol, sonriendo de oreja a oreja de orgullo de poderle demostrar al gran kaján su arte, se arremangó y se acercó al muchachito. Volteándolo sobre la espalda, en un instante le abrió de arriba abajo el pecho; metiendo su mano bajo las costillas, arrancó el pequeño corazón, humeante aún y se lo ofreció a Chinguiz Jan.

Éste, como un viejo jabalí, carraspeó: “¡Kjú- kjú- kjú!”, giró al caballo bayo y, encorvándose, sombrío, continuó su camino por el sendero ascendente.

Después de esta batalla sobre el Sind, Dzhelal ed Din, deambulando por diferentes países, durante muchos años combatió con éxito a los mongoles, reclutando tropas de valientes. Pero nunca pudo conseguir estar a la cabeza de un ejército tan grande, como para vencer a los mongoles en forma contundente.

Capítulo Tercero

Jadzhi Rajim se hace escriba.

Desde aquella noche, cuando en Bujara, Majmud Ialvach salvó a Jadzhí Rajim de los sables de los guardias mongoles y le permitió tenerse de la falda de su generosidad, el derviche lo seguía por doquier y, a su vez, al derviche lo seguía su hermano menor Tugán.

Majmud Ialvach se convirtió en el principal consejero del nuevo gobernante de Maverannagr, el hijo de Chinguiz, Dzhagatai Jan. El mismo Dzhatagai se dedicaba más a la caza y a los festines, mientras que Majmud Ialvach le recaudaba los tributos , contaba los tesoros capturados por los tártaros, mandaba a Mongolia caravanas de esclavos,

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inventariaba las casas y haciendas abandonadas por los beks, proclamaba nuevos impuestos y mandaba recaudadores especiales para su cobranza.

Convocaba a los pobladores a volver a sus tierras a sembrar trigo y algodón, prometiendo que los beks (terratenientes feudales) no volverían a sus antiguas posesiones y que los campesinos no deberían pagarles más tributos.

Pero todo esto lo decía para tranquilizar a la gente que se había desbandado, para que los pobladores asustados vuelvan a sus labradíos y se terminen los asaltos de bandas hambrientas a las caravanas. Después se descubrió que todas esas promesas eran sólo carnada ya que en lugar de los beks turkmenos, tadzhikos y kipchaks, poco a poco los príncipes y janes mongoles se convirtieron en terratenientes, mientras que los campesinos que habían regresado, tal como antes, comenzaron a trabajar para ellos como siervos, entregándoles casi todas sus cosechas.

Majmud Ialvach nombró a Jadzhí Rajim como escriba en su cancillería y éste, dejando por el momento de lado la composición de dulces versos “gazallei”1, comenzó a trabajar arduamente todos los días desde la mañana a la noche, sentado en una gastada gran alfombra, entre la fila de otros escribas. Sobre su rodilla, escribía cuentas, inventarios de propiedades, órdenes y muchos otros papeles importantes.

Majmud Ialvach no le pagaba al derviche sueldo alguno y cierta vez le dijo así:- ¿Para qué quieres sueldo? Al que anda cerca de la riqueza se le pegará en las

manos el polvo del oro…- Pero no en las manos de un derviche poeta,- contestó Jadzhí Rajim. – Sobre mi

vieja capa se acumuló solo el polvo del camino de muchos años de peregrinaciones.Entonces Majmud Ialvach le regaló una nueva y colorida túnica y le ordenó

presentársele los jueves por la mañana , en vísperas del sacro día viernes, en busca de tres dinares de plata, para el pan, el té y un baño, para que sobre los papeles de trabajo no caiga el polvo, juntado por el derviche en los interminables caminos del universo.

Otro en lugar de Jadzhí Rajim se sentiría muy feliz: vivía en una pequeña casa, abandonada por sus dueños y podía disponer de ella como suya. Volviendo de la cancillería, se sentaba en un peldaño del umbral, frente a una viña; sobre sus viejas y sarmentosas ramas, maduraban tantos racimos de dorada uva, que su cosecha habría abastecido a su dueño por todo el año; al lado de la casa crecía un plátano tan alto que su sombra caía hasta sobre la mezquita vecina, y resguardaba la pequeña casa del derviche del calor veraniego. Aquí mismo pasaba una pequeña acequia, que regaba la viña y en el fresco del atardecer, Jadzhí Rajim enseñaba álgebra y escritura árabe a su hermano menor Tugán.

Pero Jadzhí Rajim no era un buscador del bienestar, sino de lo extraordinario y en su corazón ardían candentes brasas de intranquilidad. Pronto ya no pudo aguantar el trabajo que hacía. Todos los días acudían a la cancillería centenares de peticionantes, habitualmente con quejas contra la opresión que los mongoles ejercían sobre los pacíficos habitantes.. Todo el país estaba en poder de los conquistadores, los que disponían del pueblo como lobos en un rodeo de ovejas.

Entonces Jadzhí Rajim se dijo: “¡Basta, derviche! Quién sirve a los enemigos de su propio pueblo, merece la maldición en lugar del halago”, y se dirigió a lo de Majmud Ialvach, resolviendo decirle sinceramente todo lo que le quemaba el corazón.

Encontró a Majmud en el gran parque del palacio, donde se estaba dedicando a

1 Gazal o Gazella: peculiar forma de poesía árabe.

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podar las ramas secas de las vides, encontrando en ello un descanso a sus preocupaciones. Majmud escuchó al derviche y dijo:

- ¿Quieres abandonar a tu querida madre, cubierta de llagas y desfalleciente pos el sufrimiento?

- Yo no quiero servir a los que esclavizan al pueblo…- ¿Seguramente también me consideras un malvado, por que sirvo a los que

esclavizan a mi pueblo? Esto te responderé. Nuestro emperador, el gran kaján, tiene un consejero principal, el chino Liú Chú Tsai. El siempre le dice, sin temor, la verdad a Chinguiz Jan. Solo él lo detiene de los innecesarios exterminios de ciudades enteras, explicándole: “si tú masacras a todos los habitantes, ¿Quiénes te pagarán los impuestos a ti y a tus nietos? Y haciendo caso a sus palabras, Chinguiz Jan otorga su misericordia a cientos de miles de prisioneros… Lo mismo quiero hacer yo, al lado del hijo del kaján, Dzhagatai, para salvar nuestro pueblo musulmán de un exterminio absoluto. ¿ Acaso no ves la cara de Dzhagatai?¡Cuanta ira demencial hay en sus ojos! Cada día en las audiencias, indica a alguno con las terribles palabras “¡Alyb-baryn!”1 y el infeliz es llevado al cadalso. Y yo, cada día, trato de arrancarle misericordia y clemencia.

- Me quedo en mi patria,- contestó Jadzhí Rajim. – Pero dame otro trabajo, no tengo más fuerzas para escribir largas listas de ropas, cubiertas de manchas de sangre y ver lágrimas humanas.

- Bien, te daré una misión importante.- Te escucho, mi señor.- Me dijeron que el señor de los países del norte y del este, Dzhuchi jan, el hijo

mayor de Chinguiz, habiendo recibido como feudo las tierras del norte de Jorezm, se dirige a someterlas.

- Yo solo puedo decir que los herreros y caldereros de Jorezm, no entregarás su ciudad sin combate, como lo hicieron los habitantes de Bujara y Samarcanda.

- Me es necesario remitirle una carta a Dzhuchi jan, pero en el camino, en las arenas del Kzil Kum, aparecieron destacamentos que atacan y matan a los mongoles. Dicen que a la cabeza se encuentra el “jinete negro”, un tal Kara Burgut , sobre un hermoso caballo azabache. Él es inasible. Aparece inesperadamente en distintos extremos del desierto del Kzil Kum, haciendo enormes travesías, desapareciendo luego repentinamente. Entre la población se corren rumores de que el mismísimo shaitán le ayuda.

- Este “jinete negro” demuestra , - dijo Jadzhí Rajim, - que entre los musulmanes todavía existen valientes dzhiguitas.

. Te daré una carta para el mismo Dzhuchi jan. Esconderás esa carta de tal manera que ni los guardias mongoles ni el “jinete negro” no la puedan interceptar. Caso contrario, nos perderás a mí y a ti.

Jadzhí Rajim bajó la mirada. “¿Qué clase de carta será ésa, que pueda ser la perdición del remitente?” Levantó la mirada. Sobre el cielo dorado del ocaso, se entrelazaban hojas de parra. Majmud Ialvach estaba parado, inmóvil y su mirada parecía penetrar los pensamientos del derviche. Puso una mano sobre su barba, tocada por la plata de los años y una ligera sonrisa se deslizó por su boca.

- Llevaré la carta a Dzhuchi jan. – dijo Jadzhí Rajim, - y nadie la leerá. Taladraré un hueco en mi cayado, la pondré allí y la sellaré con cera. Pero, ¿Lograré llegar hasta el jan? El está guerreando ahora en la Estepa de los Kipchaks, donde merodean bandas, matando

1 ¡Alyb baryn!: prendedle.

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al que encuentran. Yo soy como ese insecto, que se arrastra aquí, a tus pies, por el caminito del parque. ¿Qué será de mí cuando salga de debajo de tu brazo protector? No le temo al “dzhiguita negro”, pero en el primer retén mongol me capturarán y me sablearán en pedazos.

Majmud Ialvach se agachó, levantó del caminito el bichito rojo y lo depositó sobre su estrecha y blanca palma de la mano. El insecto corrió apresuradamente hasta el extremo de un dedo y, abriendo sus alitas, echó a volar.

- Tal como este bichito, tú pasarás por allí, por donde no pasarían miles de guerreros. Tú, como un santo derviche, te pondrás nuevamente tu vieja capa, tomarás a tu dócil burro y lo cargarás con libros. Para que no te detengan los retenes mongoles, te daré una paitzá de oro con un halcón estampado.

- ¿Y qué debo hacer con mi hermano menor Tugán?- Lo llevarás contigo como discípulo. Allá, en el campamento de Dzhuchi jan el

aprenderá el arte de la guerra. Se convertirá en un experimentado dzhiguita. Así que, ¡te deseo un camino fácil!

- Quédate tranquilo, haré todo lo que me dices.Cuando termines tu camino, reza por mí, soy un hombre viejo y te deseo buena

suerte.

Capítulo Cuarto

“El jinete negro”

Jadzhí Rajim y Tugan partieron a la tardecita y se acoplaron a una fila de pobladores que volvían del mercado con las cestas vacías. Poco a poco todos los acompañantes, uno tras otro torcieron hacia los costados, hacia sus poblados semi quemados.

Jadzhí Rajim marchaba con un paso regular y medido, cantando, como era su costumbre, canciones árabes. Tugán había crecido mucho. Por debajo del turbante celeste, como correspondía a los adolescentes, salía un largo y negro rulo de cabellos que caía

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sobre su hombro. Con el bolso de viaje sobre la espalda, apoyándose en un largo palo, subía ágilmente las colinas que encontraban a su paso y oteaba la lejanía, hacia las montañas que parecían retirarse entre una bruma azulada, miraba los alrededores, tratando de advertir todo y comprender todo. Vivía ahora una vida plena y feliz, que parecía demasiado alegre en comparación con los pesados meses que le tocaran vivir en las tenebrosas y húmedas mazmorras de la prisión de Gurgandzh.

El burro negro, moviendo las largas orejas, avanzaba con rápidos pasitos de sus pequeños cascos. En las bolsas que cargaba, había libros y rollos de poesías árabes y persas y una reserva de comida para algunos días.

A veces, a lo lejos se divisaba una nubecilla de polvo, luego, desde atrás de los árboles aparecían algunos jinetes mongoles, rodeando a algún jefe importante, un “daruga”, o custodiando una lenta caravana de camellos cargados de bolsas de grano. Uno de los mongoles se aproximaba al galope y gritaba a Jadzhí Rajim:

-¿Quién eres? ¿A dónde vas?Jadzhí Rajim removía su gorro lentamente hacia la nuca y, en su frente, pegada con

un fino aro, aparecía la laminilla con la imagen de un halcón volando. Entonces la mano levantada con el látigo, bajaba lentamente y el mongol, exclamando: “¡Baiartai! ¡Huragsh!”1 , giraba abruptamente a su cabalgadura y galopaba velozmente para alcanzar su destacamento.

Mientras tanto, el derviche, corriendo sobre su frente su gorro puntiagudo, retomaba su camino y entonaba una nueva canción:

Marcha hacia adelante, mi negro Bekir, al son del cantoHacia allí donde es peligroso deambular para el alma viva.

Bastante gente murió en sus camas,Solo los cobardes temen caer sobre las rojas arenas…

En un lugar solitario, desde atrás de una colina, inesperadamente surgieron a la carrera cuatro jinetes y se detuvieron atravesando la huella.

- ¡Deteneos!- gritó uno de ellos, un viejo con profundas arrugas sobre su cara, tostada hasta la negrura. -¿Cuál es tu nombre?

- ¡Que tengas alegría, libertad y bienestar!- contestó el derviche. -¿Por qué quieres saber mi nombre?

-¡Te he reconocido! ¡De mí no te escaparás! Tu eras escriba en lo del musulmán Majmud Ialvach, vergonzantemente vendido a los mongoles. Le ayudabas a saquear al pueblo y por ello, ahora probarás el filo de mi espada.

- En tus palabras hay dos gotas de pura verdad y todo lo demás es un turbio torrente de negra mentira.

-¿Cómo mentira?- exclamó con ira el viejo, desenvainando un sable curvo.- Es cierto que he sido escriba en lo del honorable musulmán Majmud Ialvach, es

cierto que merezco la muerte y la veré ¿Quién le podrá escapar? Pero yo nunca robé a nadie y sólo escribía en grandes listados lo que robaban los mongoles y también escribía solicitudes a todos los ofendidos que llegaban a lo de Majmud Ialvach con quejas y peticiones de interceder en su favor.

- Si tú, derviche, no quieres perder aquí mismo tu bonete junto con tu cabeza, -

1 Quiere decir ¡Hasta luego! ¡Adelante!

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continuaba gritando el viejo, - inmediatamente nos acompañarás y no intentes escapar.- Siempre acudo a los que me llaman, - dijo, inmutable, el derviche. – Pero aún no

me dijiste tu nombre. ¿De quién puedo quejarme a Alá, si tu nos atraes hacia el torbellino de la perdición?

- Antes de que te juzgue Alá, te juzgará la espada del “Dzhiguita negro”, - contestó uno de los jinetes. – Con nuestro jefe no estarás para bromas.

Los jinetes, saliendo de la huella, se dirigieron directamente hacia el norte, internándose en las ardientes arenas amarillas. Pastos ralos y duros, algunos arbustos de tamarisco transparente, huidizas lagartijas que corrían al paso de los viajeros, hacían el lugar tenebroso y triste. Tugán murmuraba a Jadzhí Rajim:

- ¿Acaso llegó nuestro final? ¡Para que aceptaste este viaje inútil! ¡Qué tranquilos y felices vivíamos en Samarcanda!

- No hay que quejarse antes de tiempo,- contestó el derviche. – El día de hoy aún no terminó y el futuro está lleno de imprevistos.

Largo tiempo caminaron los viajeros, siempre dirigiéndose hacia el norte. Finalmente, en el cruce de dos, apenas perceptibles senderos, los jinetes se detuvieron. Uno de ellos cabalgó hasta la cima de una colina, mirando largamente en todas las direcciones. Luego señaló con la mano hacia el occidente y gritó:

- ¡Rápido, rápido hacia allá! El sol se pone.Ya en completa oscuridad, Jadzhí Rajim, junto con los demás se acercaron a un

fuego que ardía resplandeciente. Se encontraban en el fondo de un barranco seco. Tanto el derviche como Tugán tenían los brazos atados tras las espaldas y los lazos apresaban sus cuellos, para que a los prisioneros no se les ocurra desaparecer en las tinieblas. El viejo que los detuviera, condujo a ambos hasta la misma fogata y les ordenó arrodillarse. Junto a ellos pusieron al burro.

Junto al fuego, sobre una pequeña alfombra estaba sentado sobre sus piernas recogidas, un enjuto y sombrío turkmeno. Sobre su rostro tostado broncíneo se destacaban unos fulgurantes ojos redondos. A su lado, sobre la alfombra había una espada recta konchar.

“¿Dónde he visto a este orgulloso dzhiguita? – pensaba Jadzhí Rajim, observando al turkmeno. – Sin duda, debe ser el “jinete negro”…

Sobré él había un chekmen negro, un gorro negro, volteada hacia la nuca y cerca, atado, se encontraba un alto caballo azabache. Alrededor del fuego estaban sentadas unas dos decenas de dzhiguitas, vestidos con ropas harapientas, pero con excelentes armas adornadas con plata. Miraban a los recién llegados prisioneros, algunos burlonamente y otros con malicia.

Uno de los guerreros quitó al burro negro una alforja de tela de alfombra y sacudió de ella un paquete de tortillas, una bolsita de pasas de uva, un melón y un pedazo de queso ácido. Luego bajó cuidadosamente una bolsa de harina, poniéndola en el suelo. Sacudió otra alforja de tela de alfombra. De ella cayó una caja conteniendo un tintero, algunos libros, rollos escritos y herramientas de armero.

El dzhiguita de los ojos redondos tomó un libro, lo dio vueltas en las manos, hojeó un par de hojas y dijo:

- Seguramente aquí están escritas las máximas y los mandamientos con los que los gordos y barbados imanes llenan las cabezas a sus flacos y hambrientos discípulos.

- No, glorioso guerrero, - contestó Jadzhí Rajim. – Este libro trata sobre el gran Iskandar, conquistador del mundo.

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- ¡Me gustaría oír acerca de este bravo guerrero! Pero a ti no te queda tiempo. Ahora mismo Asrael se llevará tu cabeza.

El viejo que trajo a Jadzhí Rajim, condujo hacia un lado al burro, sin apurarse, sacó de su cintura un fino y largo cuchillo como los que usan los carniceros para matar a los carneros y asió con mano áspera la barbilla del derviche.

- ¡Eh, abuelo, espera!- gritó alguien. – Nuestro jefe quiere saber que hay escrito en los otros libros.

El derviche, semi ahogado dijo roncamente:- En uno de los libros están escritas las proezas de la famosa pantera del desierto,

Kara Burgut, tormenta de las caravanas…- ¡Espera! ¡Déjalo, viejo!.. – dijo el jefe de la banda y comenzó a hojear

atentamente el libro, observando los dibujos que representaban enfrentamientos guerreros.El viejo apartó de sí de un empujón a Jadzhí Rajim y, maldiciendo se alejó.El derviche miraba hacia el oscuro cielo tachonado de estrellas que brillaban

intensamente, a las crepitantes rojas llamas del fuego, a los adustos rostros de los que estaban sentados, a las desiertas arenas de los alrededores y pensaba: “¿De dónde vendrá la salvación? Si nadie se apiada de mí, un vagabundo, estos guerreros deberían apiadarse al niño armero, salvado de las tinieblas de las mazmorras del shaj. Pero hasta cayendo a un precipicio el derviche no se debe abatir: su capa puede engancharse de una saliente rocosa o lo sostendrá el ala de un águila que pase…” Mientras que Tugán susurraba a su lado:

- ¿Acaso no ves que llegó nuestra última hora?- El día aún no terminó, - contestaba el derviche.- Tenemos una larga noche por

delante. ¿Quién puede predecir qué nos traerá?El “jinete negro” colocó frente a sí, sobre la alfombra, el libro, encuadernado en

cuero amarillo, diciendo:- Hasta la estrella matinal resta esperar poco tiempo. Podemos no apurarnos con la

ejecución de este sirviente de los infieles. ¿Acaso no podemos escuchar a este caminante? Que nos cuente acerca de las hazañas de algún valiente bogatur (Guerrero, similar al caballero andante cristiano)

Tugán susurró:- ¿Acaso eres capaz de hacer relatos así, de rodillas y humillado? No digas ni una

palabra. ¡Es mejor que nos maten de inmediato!- Ten paciencia,- contestó Jadzhí Rajim . – La noche es larga y el futuro puede ser

extraordinario…-¡Que hable!- se escucharon algunas voces. – A veces un ruiseñor canta mejor en la

jaula que en libertad.- Entonces escuchad, - comenzó Jadzhí Rajim. – Ahora yo les contaré no sobre

Iskandar el grande, tampoco de Rustom y Zorab sino sobre un famoso bandido del desierto, Kara Burgut y una joven turkmena Giul Dzhamal…

Ante la palabra “Giul Dzhamal” el jefe de la banda miró rápidamente al derviche y sus cejas se levantaron en señal de asombro. Se acostó sobre el lado derecho, se acodó, apoyando su mejilla sobre su mano, y con ojos negros y ardientes comenzó a fijarse atentamente en el relator atado.

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Capítulo Quinto

El cuento de Jadzhí Rajim

Cuando ella pasaba cerca de mí con rápidos pasos,Con encostado de su falda me rozó.

(De un cuento oriental)

- “Giul Dzhamal era una pobre pastorcilla en un pobre aúl (aldea o campamento nómada), en el gran desierto turkmeno, comenzó a relatar cantando Jadzhí Rajim. - Giul Dzhamal conocía muchas canciones.

Ella tenía una canción particular para conducir a los corderitos al bebedero. Tenía otra, tranquila y alegre, con la que instaba a los corderos a pastar tranquilamente sin

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alejarse mucho.Pero una canción de sones sombríos y entrecortados, alertaba a los corderos

extraviados de la cercanía de un feroz lobo y ellos, que dormitaban perezosamente bajo algún mustio arbusto, se incorporaban de un salto e iban corriendo hacia la cima de una colina, donde se encontraba Giul Dzhamal con un largo palo, mientras que tres grandes perros peludos, corrían ladrando en derredor de los rezagados, juntando a todo el rebaño en un solo y compacto montón.

Todas estas canciones Giul Dzhamal las había aprendido de su abuelo Korkud Chobán, el que durante muchos años había sido pastor y tocaba las melodías de las canciones en una larga flauta. Toda su larga vida fue pobre, se empleaba como pastor vecinal y se alimentaba yendo de tienda en tienda, aunque tenía también una propia, muy vieja y torcida, como él mismo, sobre el límite del villorrio.

El era solo, desde que murieron primero su esposa y luego dos hijos, caídos en la guerra que emprendió el shaj de Jorezm contra los montañeses afganos libres.

La hija del pastor, que había sido entregada en matrimonio a una lejana tribu nómada, un día volvió, llevando en brazos a una pequeñísima niña y, después de yacer enferma varios días, falleció. Su cara estaba cubierta de moretones y hematomas. Qué le había ocurrido, nadie lo sabía y el viejo Korkud, a las preguntas que le hacían, contestaba:

- ¡Seguramente así lo quiso Alá! No a todas las muchachas les toca un buen marido.- y se tapaba el oscuro y arrugado rostro con su amplia manga.

Desde el principio Korkud Chobán cuidó y mimó a su nietita, como hubiera cuidado a un cordero cojo y, mientras deambulaba con la majada por la estepa, acarreaba a la niña tras la espalda en una bolsa de cuero, a veces junto a algún corderito enfermo

Poco a poco Giul Dzhamal iba creciendo, luego ya correteaba a su lado; le cantaba con su voz finita al abuelo, mientras él tocaba su flauta y miraba junto con los perros a los corderos retrasados. Cuando Giul Dzhamal creció más aún, repentinamente Korkud manifestó que no sería más pastor, que en adelante iba a estar recostado sobre un mandil, cerca de su vieja iurta y en su lugar, su nieta iría a pastorear a los jóvenes corderos. Para ese entonces llegó, sobre un burro pelado su vieja hermana y se instaló a vivir en la tienda con el. Todos en la aldea murmuraban que el viejo Korkud encontró al diablo en la estepa y le vendió a su nieta para esposa. Otros decían que el abuelo había encontrado un tesoro en un antiguo túmulo y muchos otros rumores andaban circulando. Pero lo cierto es que de un día para otro, Korkud tuvo un extraño caldero de cobre, sobre la iurta siempre aparecía un humito y el pobre pastor convidaba con té a los que lo visitaban.

Por fin llegó un tiempo de suma importancia para el viejo: era necesario dar en casamiento a la nieta, que ya estaba en edad. Y el kalym1, por una muchacha así podría representar un camello, un caballo, una vaca y ovejas, todo junto. Entonces el abuelo se despreocupará totalmente; sólo la pasará recostado sobre un mandil, tomar cuanto kumys quiera, de día mirar las nubes y de noche las estrellas, mientras que el ganado sería cuidado por la hermana, la nieta y el “yerno”.

Korkud no se apuraba en casar a la nieta y a todo el que venía a pedirla, el viejo iba aumentando el valor del kalym, de modo que todos los casamenteros se volvían sin éxito, sorprendidos por la avaricia del antiguo pastor. Pero había uno que volvía y pedía de nuevo la mano de la muchacha. Este era la famosa pantera de los caminos reales, tempestad de las

1 En los viejos tiempos, cuando se entregaba a una hija en casamiento, el padre recibía un “kalym”, una especie de pago en animales, ropa y otros objetos de diverso valor, de acuerdo al patrimonio del novio.

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caravanas, el bandido Kara Burgut2.- Si se ama a una muchacha,- decía Kara Burgut, - no se regatea el kalym.- Y el

prometía dar tanto, cuanto pidiere el viejo Korkud. Pero éste, cada noche que llegaba el pretendiente, no le daba una respuesta definitiva, diciéndole que lo pensaría.

Sin embargo, parece que shaitán (el diablo) le hizo una jugarreta al viejo, dejándolo de golpe sin camellos, ni caballos ni ovejas, que contaba de antemano, mirando las estrellas. Llegaron al aúl (aldea) los dzhiguitas del mismo shaj, a recolectar los impuestos correspondientes al año anterior, al presente y al siguiente. Se alzaron con muchos caballos, ganado y se llevaron a Giul Dzhamal, diciendo que al todopoderoso shaj, los súbditos, debían entregarle las mas hermosas muchachas.

En medio de la noche llegó ala tienda de Korkud, a todo galope, Kara Burgut. Se pasó toda la noche sentado en el borde del mandil preguntando detalladamente sobre los dzhiguitas que habían estado allí: quien era su jefe, que caballos tenían y que monturas y arreos. Con insistencia sacó al viejo lo que pudo y dijo:

- Ahora los conoceré a todos, hasta de noche y arreglaré las cuentas con todos, uno por uno, aunque se oculten en el fondo del Mar de Jorezm. A giul Dzhamal la encontraré y te la devolveré, abuelo Korkud y luego haremos una gran fiesta de la cual me la llevaré a mi iurta, convertida ya en mi esposa. Te prometí un camello, una yegua con cría y nueve ovejas, pero ahora te ofrezco nueve veces más de todo, pero tú no te atrevas a prometer a tu nieta a cualquier otro.

Arrojando sobre las rodillas del viejo, como un anticipo, una bolsa de monedas de plata, Kara Burgut, se levantó y desapareció en la oscuridad de la noche…”

Después de estas palabras, el relator del cuento, Jadzhí Rajim, hizo silencio, quejándose se agachó y cayó sobre un costado.

- ¿Qué ocurrió después? ¿Encontró el bandido a la muchacha? – comenzaron a preguntar los dzhiguitas sentados junto a la hoguera

- ¡Vai ulai! ¡Que no les pasó al valiente bandido y la hermosa doncella! – contestaba con un quejido Jadzhí Rajim. – Pero no puedo continuar el relato: las cuerdas penetraron en mi cuerpo y estoy fatigado.

- ¡Desatadlo!- ordenó el “jinete negro”.- ¡Desatadle las manos lastimadas también a mi hermano menor!- dijo Jadzhi Rajim

y, volteando sobre su espalda, cerró sus ojos.El viejo turkmeno, murmurando con disconformidad, desató las manos a ambos

prisioneros. Se sentaron más cómodamente sobre la arena y el derviche continuó:- “Cuando al amanecer Kara Burgut cabalgaba por la estepa, encontró a Dzhelal ed

Din, hijo del mismísimo padishaj. El joven se extravió, persiguiendo un dzheirán (chivo salvaje), sus acompañantes se habían rezagado. Ya estaba desfalleciendo de hambre y de sed, llevando de las riendas a su caballo, cuando divisó la iurta de Korkud Chobán. Éste lo recibió con gran hospitalidad, lo dejó descansar y lo alimentó al príncipe y a su caballo. En ese momento, de casualidad, llegó Kara Burgut y entró a la tienda y largo rato estuvo conversando con el hijo de su enemigo, sin sospechar quién era. Al despedirse, el joven sucesor del shaj lo invitó a visitarlo en su palacio Tillaly de las afueras de la ciudad. Aquí el bandido se dio cuenta que ante él se encontraba el hijo del odiado shaj. Pero la ley de la hospitalidad requiere un respeto total por el huésped, de modo que Kara Burgut, sin ofender al príncipe, prometió visitarlo sin falta en su palacio.

2 Kara Burgut: águila negra.

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Pronto Kara Burgut se dirigió a la capital, para visitar al hijo del shaj. Pero el joven jan había caído en desgracia, el shaj lo había relegado por el hecho de ser amigo de gente común, por recibir en su palacio a los nómadas del desierto, a derviches vagabundos y a viajeros de lejanos países. El shaj temía que su hijo le preparase un complot en su contra y vigilaba cada uno de sus pasos. Por ello, en los alrededores de los jardines del palacio se apostaban espías ocultos, observando a todos los que entraban o salían de el.

Cuando Kara Burgut llegó al palacio Tillialy, el hijo del shaj lo recibió cálidamente, convidándolo con un fastuoso almuerzo, mientras que los músicos tocaban y cantaban antiguas canciones guerreras. Cuando a la noche, Kara Burgut quiso retornar, el jan lo invitó a quedarse hasta la mañana, para entonces, suministrarle una guardia para que pueda llegar a los límites de la ciudad a salvo.

-¿Quién se atreverá a tocar a Kara Burgut?- dijo el bandido. – Mi espada no teme ni a veinte dzhiguitas, por si se les ocurre atacarme… - y salió por el portal del jardín. Pero ahí mismo, de inmediato le fue arrojada una fuerte red de pesca, enredándole las manos, de modo que ni siquiera pudo atinar a desenvainar su espada. Los dzhiguitas espías del shaj lo arrastraron y lo condujeron atado a la casa del tribunal y de las torturas.

Por la noche, el verdugo principal, el “príncipe de la ira”, Dzhiján Pehleván, comenzó a interrogarlo, apoyando sobre su cuerpo brasas encendidas, tratando de averiguar para que estuvo en el parque del joven jan.

- Yo le prometí al bek robar para él al mejor de los caballos de las tropillas del jan de los tártaros, – repetía Kara Burgut.

Por fin, Dzhiján Pehleván se cansó de interrogar y torturar al tozudo dzhiguita y ordenó conducirlo a la “torre del castigo”.

Condujeron a Kara Burgut, en la oscuridad, hacia una alta torre. Los verdugos lo rodeaban en un apretado anillo. De repente alguien le susurró muy despacio al oído: “Extiende tu brazo hacia la derecha y aférrate de un gancho de hierro”. En seguida percibió que las cuerdas que ligaban sus manos, se aflojaron, cortadas por el amigo desconocido. No dando señales de que estaba listo para la defensa, Kara Burgut entró sumisamente a la torre y ascendió por la alta escalera de caracol. Arriba, a la tenue luz de una antorcha, se abrió una pequeña puerta. El bandido se resistía con todas sus fuerzas cuando era empujado a través de esa puerta. Repentinamente la antorcha se apagó, el bandido liberó su mano rápidamente y palpó de inmediato un gran gancho de hierro a su derecha. Alguien gritó: “¡Un perro menos!” La puerta se cerró con estrépito y Kara Burgut quedó colgando en la mayor oscuridad, sin sentir apoyo bajo sus pies…

Mientras pendía del gancho, Kara Burgut trató de liberar de las cuerdas su mano izquierda, lo que logró con gran esfuerzo. Entonces resultó más fácil colgar, aferrado con ambas manos. Cuando llegó la mañana y los primeros rayos penetraron por las rendijas de la vieja torre, el dzhiguita se convenció de hallarse cerca del techo: debajo se veía un profundo abismo, desde donde se escuchaban sordos rugidos, se movían sombras y se divisaban pilas de huesos. “Si no llega ayuda de los amigos secretos, mis fuerzas no durarán mucho para permanecer así colgado, aferrado al gancho.”

- ¿Qué pasó luego? – preguntaron las voces, cuando Jadzhí Rajim calló y comenzó a mirar, indiferente, el fuego. -¿Qué pasó con Kara Burgut y con Giul Dzhamal? ¡Dinos, rápido!

- ¿Puede ser que le den un poco de agua y pan a mi muchacho? Y también yo necesito mojar mi garganta. Desde la mañana que no he bebido ni un trago…

- Dadle tortillas, pasas de uva y de todo lo que tengo, - ordenó el “jinete negro”.

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- Continúa, derviche, el alba está próxima…Jadzhí Rajim, luego de beber lentamente una taza de leche agria, continuó:- “Mientras tanto el hijo del shaj se divertía despreocupadamente en su parque, bajo

el frondoso árbol karagach, alimentando a sus potros preferidos con trozos de melón. De repente se le acercó, envuelto hasta los mismos ojos uno de sus leales amigos, los que tenía por doquier y despacio le fue contando que el visitante del desierto había sido capturado al lado de la pared de su parque, llevado a la presencia del jefe de la guardia del shaj y de allí, arrastrado a la “torre del castigo”.

El joven jan hirvió de ira. Les ordenó a todos sus dzhiguitas montar a caballo y estar listos para la batalla. Con un centenar de jinetes armados Dzhelal ed Din se dirigió al galope hacia la ciudad., dispersando a los vigilantes de las calles que le salían al paso y se dirigió directamente hacia la vieja y alta torre, en cercanías de la cual se realizaban las ejecuciones. El sombrío guardián huyó de miedo y los dzhiguitas rompieron la puerta de entrada a hachazos. Dzhelal ed Din subió por la escalera hasta lo más alto de la torre y allí hubo que romper otra puerta.

Cuando la abrieron, retrocedieron vivamente: inmediatamente después del umbral, comenzaba un negro vacío. A la derecha, contra la pared, aferrado a un gancho de hierro, pendía un hombre. Los dzhiguitas lo bajaron cuidadosamente y lo bajaron en la escalera. Dzhelal ed Din, tomando una tea encendida, trató de mirar hacia abajo. Desde las profundidades miraban unos ojos brillantes y se oía un malicioso rugido. El jan arrojó la antorcha encendida al abismo. Dando volteretas, cayó hacia el fondo donde unos enormes perros peludos, devoradores de hombres, aullando, saltaron a los costados, tratando de esquivarla.

- Juro,- dijo el jan, - que si llegara a ser shaj, guardaría estos horrendos perros para que devoren a aquellos que crearon esta torre.

El joven jan bajó de la torre y montó a caballo. Otro caballo ensillado esperaba por Kara Burgut. En formación cerrada los dzhiguitas cruzaron la ciudad y, solo cuando hubieron pasado las puertas de las murallas, cuando adelante se abría la inmensa llanura de la estepa infinita, Dzhelal ed Din le dijo al rescatado Kara Burgut:

- ¿Acaso habrás pensado que te invité a mi palacio a propósito, para que caigas en manos de los verdugos del shaj? Me gustaría invitarte de nuevo a mi palacio Tillaly, pero temo que caigas otra vez en las garras de los sirvientes perrunos del verdugo Dzhiján Pehleván…

- No tuve esos pensamientos negros. Permíteme volver a mi querido desierto Aunque allí sólo hay arenas desnudas, magros pastos y agua salobre, hay más libertad y felicidad que aquí, entre hermosos palacios, altas torres y fuertes murallas.

- No te detendré. Desearía cumplir algún otro deseo tuyo ya que has sufrido por mi culpa.

- Tengo un solo pedido. Mis torturadores, al arrojarme la red, me quitaron mi gloriosa espada konchar. Hasta que no se la quite a aquel fanfarrón que se atrevió a portarla, ¿no me permitirías, por un tiempo, llevarme un sable luminoso de uno de tus dzhiguitas?

El joven jan descolgó de su cinturón su sable, adornado con turquesas, cornalina y rubíes y se lo entregó a Kara Burgut.

- Llévala con gloria y desenváinala sólo contra los enemigos de nuestra tribu y no contra pacíficos viajeros de caravanas. Este noble caballo azabache que estás montando, desde ahora también te pertenece. Sobre él emprenderás la marcha contra los enemigos de

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nuestra patria.- Aun tengo un pedido mas que hacerte, - dijo Kara Burgut.- ¡Habla!- ¿Podrías tú, que sabes todo lo que ocurre en el palacio del shaj, decirme qué

ocurrió con la muchacha de nuestra tribu turkmena, llamada Giul Dzhamal? Ella fue llevada por la fuerza por los ladrones del shaj, que dijeron que ella ingresaría a palacio para diversión del viejo.

- Sé. Para esta muchacha el shaj ordenó instalar una iurta especial en uno de los jardines del palacio. Pero la muchacha resultó orgullosa e indomable. Temo que la alcance la suerte de todas las prisioneras indómitas de nuestro shaj.

- ¡Gracias, mi generoso salvador! – dijo Kara Burgut. – Si necesitaras mi vida, llámame y vendré de inmediato, aunque tenga que atravesar montañas y precipicios.

Kara Burgut giró a su caballo azabache y galopó hacia su desierto. Pronto cambió de dirección, saliendo al camino que conduce hacia la más hermosa de las ciudades, la sumergida entre jardines, Samarcanda.

El caballo avanzaba al paso lento y el dzhiguita cantaba:

El viento me canta, cual lejano saludo de mi amada…¿Es posible permanecer ante esto indiferente?

No importa que aceche tras cada roca la muerte,En cada camino vigile en silencio…1

Kara Burgut quedó tan pensativo, que casi fue arrollado por unos cuantos dzhiguitas que corrían a todo galope, gritando:

-¡Paso! ¡Abrid paso! ¡Correo para el padishaj! ¡Llevamos carta para entregar en manos del padishaj!

Estos jinetes galopaban en una nube de polvo y llevaban casi a la rastra a otro, tirándolo con un lazo atado al borrén de la montura. El mensajero, que estaba atado a su caballo, dormía profundamente mientras galopaba, balanceándose y revoleando su cabeza.

Era evidente que el caballo del mensajero estaba haciendo su último esfuerzo para llegar a las puertas de la ciudad; jadeaba roncamente, golpeaba con su cola y corría solo porque era arrastrado por el lazo de los dzhiguitas que corrían delante de él y que, habitualmente, acompañaban al correo del shaj de una población a otra.

De pronto, en plena carrera el caballo se desmoronó sobre el suelo. Los jinetes se detuvieron, saltaron de sus sillas e intentaron reincorporar al extenuado equino, pero en vano: de sus fosas nasales comenzó a manar sangre, enrojeciendo el polvo del camino.

El mensajero, así como cayó, quedo tendido. Solo dijo: “Llevo una carta de suma importancia para el shaj de su hija, asediada por rebeldes en la ciudadela de Samarcanda. En Samarcanda hay una rebelión de todos los habitantes contra los verdugos del shaj y los recaudadores de impuestos. Los pobladores los asesinan, los descuartizan y cuelgan los pedazos de los álamos. Yo moriré, de todos modos…”

Habiendo pronunciado estas palabras, el mensajero puso su cabeza sobre un puño y cerró los ojos. Kara Burgut se acercó al mensajero y le dijo:

- Dame tu saco de cuero Yo mismo llevaré la carta al padishaj. Y tú, no te quedes

1 De una antigua canción árabe. (Traducida al ruso por M. Nechaiev)

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ahí tirado al lado del caballo muerto, acuéstate allí, a la sombra de de aquel árbol y duerme un buen sueño. Yo sé que no estás muy apurado para entregar esta carta, y te deben arrastrar por la fuerza, ya que una noticia mala o “negra” para el shaj se paga con la cabeza del mensajero.

- Yo también pienso que me convendrá descansar aquí, - dijo el polvoriento mensajero, entregándole su bolso a Kara Burgut. Saliendo hacia un costado del camino, se tumbó sobre el pasto, bajo un árbol y comenzó a roncar.

Kara Burgut, enganchando el lazo del pomo de la montura gritó: “¡Adelante!” Y todos los jinetes reiniciaron su alocada carrera hacia la capital del shaj.

Junto con los jinetes que lo acompañaban, Kara Burgut llegó hasta las altas puertas del palacio. Ante el mensajero, portador de importantes noticias de la hija del shaj, se abrieron todas las puertas. Un viejo eunuco, haciendo ruido con un manojo de llaves, lo condujo por tortuosos pasadizos. Cuando Kara Burgut ya casi llegaba a presencia del severo gobernante del país, repentinamente escuchó tras la pared, con toda claridad, una voz femenina que gritó: “¡Auxilio! ¡Llegó mi último día!”

¿Podía acaso Kara Burgut no reconocer esa tierna voz, ahora llena de espanto y que pedía socorro? Desenvainó el sable que le había regalado Dzhelal ed Din y lo alzó sobre el viejo eunuco, ordenándole abrir la puerta. Con un salto de tigre irrumpió en la estancia, toda tapizada de alfombras. Buscaba al shaj para matarlo a sablazos, convencido de que era él el que se permitía ultrajar a la muchacha turkmena. Sin embargo, en la habitación no había ninguna persona, mientras que en una esquina, sobre una pila de chales de Persia, estaba acostado un gran leopardo amarillo con pintas negras, tratando de desgarrar una alfombra, de bajo de la cual llegaban gritos ahogados.

Con dos golpes de sable el dzhiguita mató al animal y levantó la alfombra. Ante él yacía casi sin respiración, terriblemente pálida, Giul Dzhamal.

- ¡Qué clase de desalmado pudo soltar a una fiera salvaje contra una indefensa doncella!- gritó Kara Burgut agachándose sobre aquella que durante tanto tiempo atrajera sus pensamientos.

Con grandes pasos entró el shaj a la habitación. En un rapto de ira, quería ajusticiar ahí mismo al dzhiguita que había matado a su pantera preferida. Pero Kara Burgut le entregó la carta con un gesto de importancia. El shaj, anonadado por la noticia de la insurrección en Samarcanda y del asedio de los rebeldes a su hija, ordenó al jefe del ejército a preparar de inmediato la campaña para la pacificación y castigo de los revoltosos. Ya no hacía caso del dzhiguita. Éste, levantó en brazos a Giul Dzhamal y la llevó a la iurta blanca, ubicada entre un jardín de damascos, diciéndole a las sirvientas que al siguiente día llegarían unos ancianos del desierto, con una caravana de honor, que se llevará a Giul Dzhamal a sus estepas nativas.

Pero al día siguiente a los ancianos no se les permitió ver a Giul Dzhamal y los echaron a empellones del palacio. Les dijeron que la muchacha, por haber atentado contra la vida del gran padishaj, fue confinada en la “Torre del eterno olvido”, en la que permanecerá “por los siglos y hasta la muerte”…

- ¿Y ella, murió allí?- preguntó alguien.Jadzhi Rajim, haciendo una pausa, dijo:- No, Giul Dzhamal vive hasta ahora, encerrada en la torre de piedra de Gurgandzh.

La maligna madre del shaj, Turkán Jatún, ordenó tenerla allí y, aunque la misma vieja

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huyó, como una hiena cobarde, de la capital de Jorezm, los jueces obsecuentes, los rais1y los guardianes no se animan a cambiar la orden de la odiada reina madre y siguen teniendo a Giul Dzhamal en prisión como a muchos otros inocentes.

- Derviche, explícame, ¿De dónde sabes todo esto?- preguntó parándose el “jinete negro”. – Todo lo que has dicho no es un cuento, sino que ocurrió en realidad…

- Nosotros los errantes por las llanuras del universo, deambulamos entre la gente y oímos diversas conversaciones. Además, el viento del desierto me cantó esta historia más de una vez.

- ¡Beks dzhiguitas!- se dirigió a los sentados el “jinete negro”. - ¡Preparaos! Por la mañana partiremos para Gurgandzh.

- Si quieres entrar a Gurgandzh, apúrate, - dijo Jadzhí Rajim – Sobre la ciudad, desde tres frentes, marchan los hijos del jan de los tártaros, con un enorme ejército. Rodearán la ciudad con un anillo continuo y entonces ya no podrás entrar.

- Y tú, derviche, vendrás conmigo, - dijo el “jinete negro”. – Te daré a ti y a tu acompañante un par de caballos y en tres días estaremos a las puertas de Gurgandzh. Ustedes, mis amigos, id a vuestras aldeas y esperad mi llamado. Pero si volveré a ustedes o Asrael me arrastrará a un valle de fuego, ¿quién, salvo Alá lo sabe?

Capítulo sexto

Tres hijos de Chinguiz Jan se disputaban Gurgandzh

Chinguiz Jan le ordenó a su hijo menor, Tuli Jan tomar y someter a saqueo a la antigua ciudad de Merv, mientras que a los tres hijos mayores, Dzhuchi, Dzhagatai y Uguedei les permitió dirigirse con sus tropas a la conquista de la capital de Jorezm, Gurgandzh.

1 Rais. Los guardianes de la moralidad.

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Todos los mongoles querían participar de esta campaña contra esta riquísima ciudad de las tierras musulmanas, que enviaba a todos los confines del mundo, caravanas con finos tejidos, afamadas cotas de malla y otras valiosas mercancías. Cada participante del asalto, traerá de allí, por lo menos, un par de caballos o camellos, cargados de vestimentas de seda, collares de rubíes y esmeraldas, copas y otros objetos raros, además de lo cual , cada uno arreará consigo a su pueblo natal algunos esclavos artesanos, que tejerán telas, confeccionarán botas o tapados de piel, al tiempo en que su amo estará tranquilamente recostado sobre una hermosa alfombra, traída de la guerra, escuchando a un trovador, también capturado en Gurgandzh.

Así soñaban los guerreros mongoles, mientras se dirigían al norte, hacia las orillas del río Dzheijún, a las ricas llanuras de Jorezm.

Los hijos de Chinguiz Jan, Dzhagatai y Uguedei, se apuraban por llegar primero, para capturar esta ciudad antes de que aparezca su hermano mayor Dzhuchi. A él, según el testamento del gran kaján, junto con la estepa Kipchak le pertenecería todo Jorezm.

Dzhuchi jan, enojado porque en la futura capital de su feudo le estaba permitido a sus hermanos participar del reparto de las riquezas, decidió no apurarse; se dedicaba a su pasatiempo preferido: la captura de caballos salvajes, mientras decía indiferente:

- De todos modos, sin mí, Gurgandzh no puede ser tomada. Dejemos que se golpeen las frentes.

Mientras que Dzhatagai, envidioso y avaro, durante sus borracheras juraba:- Dzhuchi recibió un feudo muy grande y quiere él solo apropiarse de lo mejor. No

le daré Gurgandzh. Antes la convertiré en ruinas.

Gurgandzh, la capital de la dinastía de los shajs de Jorezm, de los sofisticados janes kipchaks, de los ricos mercaderes, de refinados artesanos y esclavos de numerosas procedencias y tribus, luego de la irrupción de los mongoles a Maverannagr, vivía tiempos de alarma.

Después de la huída de la reina Turkán Jatún, que tenía firmemente las riendas de la ciudad en sus crueles manos y la partida de todos los descendientes del shaj, la populosa capital quedó en manos de los jefes kipchaks. Cada uno de ellos soñaba, aunque sea por un mes o por tan solo un día, ser el máximo gobernante de las tierras musulmanas. Sin embargo, mientras los janes y los beks se peleaban, un bek kipchak, Jumar Teguín, sin esperar ser levantado en el “blanco mandil del honor”, se autoproclamó sultán de Jorezm. Todos, sin objeción alguna, se sometieron a su autoridad y los imanes de blancas barbas comenzaron fervorosamente a orar por él.

El nuevo monarca de Jorezm, Jumar Teguín, como primera medida demostró su autoridad con celo por la religión del Islam: ordenó que sean encontrados y llevados a la torre, todos aquellos que no concurrían diariamente a orar a las mezquitas. Por toda la ciudad, junto con los guardias armados, patrullaban los rais. Imponían el orden a garrotazos y castigaban a los poco piadosos. El nuevo sultán nombró como comandante en jefe de la guardia de la ciudad a su pariente, Alla ed Din El Jaiati y aumentó los efectivos de esta fuerza a cuenta de nuevos impuestos. Sin embargo el crimen en la ciudad no disminuyó en absoluto; se robaban muy especialmente en los depósitos de harina y arroz. La alarma crecía, todos temían por lo que podría ocurrirles a los habitantes de la ciudad cuando llegasen los terribles jinetes mongoles.

A través de heraldos e imanes, el sultán Jumar Teguín calmaba a la población, afirmando que los mongoles ni siquiera llegarían a Gurgandzh, que ya estaban satisfechos

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con los saqueos a Bujara, Samarcanda y Merv y que se estaban preparando para volver a sus estepas.

Parecía que Gurgandzh vivía como de costumbre: todas las mañanas, desde las alturas de los minaretes, los clérigos llamaban a los fieles a la oración, también en los mercados, los mercaderes se sentaban ante sus mercaderías expuestas, llamando a los posibles compradores; como siempre, multitudes sin fin caminaban por las estrechas calles. Sin embargo la vida comercial y artesanal disminuía día a día.

Los mercaderes se quejaban de que el comercio iba en caída y algunos habían cerrado del todo. Los compradores paraban solo a averiguar los precios, haciendo ruidos con la boca, meneando las cabezas, pero sin comprar casi nada, a pesar de la notable baja de los precios que se estaba produciendo.

Solo los alimentos aumentaban de valor día a día y los habitantes de la cuidad compraban apresuradamente de todo, harina, avena, pasas de uva, previendo que el ingreso de los alimentos se interrumpiría.

Los corrillos que se juntaban en las esquinas susurraban:- Los tártaros están cerca. Ellos vienen con grandes fuerzas. Van a poner sitio a

nuestra ciudad. Los muros son altos y fuertes, el sitió será muy prolongado. Nos comeremos todos los carneros y los caballos, ¿Y luego qué? ¿Dónde ocultarse, hacia donde huir?

Diversos rumores inverosímiles alegraban o preocupaban a la población:- Dzhelal ed Din formó un ejército de quinientos mil hombres. Ya se dirige a

Gurgandzh. Derrotó un gran ejército tártaro y estos huyeron hacia el este…Otros decían:- Los tártaros rondarán las murallas y no podrán tomarlas. ¿Acaso es posible tomar

Gurgandzh? Ellos se irán al norte. Los ancianos saben esto…De la ciudad comenzaron a salir caravanas de camellos. En lugar de bultos y

alforjas, a ambos lados colgaban canastos y de ellos se asomaban mujeres y nuños, que se iban hacia los turkmenos, a Manguishlak. Al mismo tiempo, otras caravanas arribaban a la ciudad. A caballo, en carro, sobre burros, las familias de los notables beks, huyendo de sus haciendas, trataban de refugiarse tras los centenarios y poderosos muros de Gurgandzh.

En los bazares comenzaron a desaparecer los vendedores de tortillas. Comenzaron a cerrarse las panaderías. Los precios de los carneros y caballos crecían, hasta un burro común se cotizaba tanto como, hasta hace poco, valía un buen caballo.

Los mongoles aparecieron frente a la ciudad repentinamente, en pleno día. Nadie se dio cuenta de inmediato de los que pasaba. Ante las puertas del sur, los nómadas habían traído de arreo un rebaño de ganado. Los animales, vacas y ovejas, estaban detenidos frente al puente que cruzaba el foso, mientras los guardias recibían de los pastores el pago por el ingreso a la ciudad.

De repente, cerca de doscientos jinetes, ataviados extrañamente, que no se parecían ni a los turkmenos, ni a los kipchaks, emergieron de entre nubes de polvo blanco, levantadas por el paso del ganado. Estos jinetes, montados en pequeños pero veloces caballos, comenzaron a cargar consigo en sus monturas, a las ovejas, apartando el restante ganado para arrearlo y entrando en discusión y pelea con los indignados pastores, que los insultaban.

Luego, los jinetes mataron a algunos de los pastores que discutían con ellos a

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sablazos y, sin apurarse, silbando y haciendo restallar sus látigos, comenzaron a arrear a los animales de vuelta, en sentido opuesto a la ciudad. Cruzaron el puente sobre un gran canal y, lentamente, se dirigieron mas adelante.

En la ciudad se levantó la alarma. El sultán Jumar Teguín mandó a mil kipchaks para alcanzar a los atrevidos asaltantes, capturarlos y traerlos vivos a su presencia para su ejecución.

Capítulo Séptimo

Kara Konchar busca el final del cuento

Deseo ver ese maravilloso caminar,Y ofrendar mi corazón por un temblor de tus labios.

(De un canto persa)

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Evitando a los mongoles, Kara Konchar atravesaba las arenas hacia el río Dzheijún. A lo lejos, desplegados como en cadena, a veces se divisaban destacamentos mongoles. Todos ellos se dirigían hacia el norte, rumbo a Gurgandzh. Era necesario doblar nuevamente hacia las arenas, hacer largos rodeos, interrogar a los nómadas que se cruzaban, deambulando temerosos por los Kzil Kum, ya que de todas partes avanzaban los mongoles.

Junto a Kara Konchar viajaban dos turkmenos, renegridos por el sol, con grandes gorros de piel de cordero. Uno, el siempre taciturno muchacho y el otro, el barbudo derviche.

Una noche, alumbrados por la tenue luz de la medialuna, los viajeros pudieron llegar sin ser vistos, al ancho cauce del crecido río. Siguiendo un sendero de jabalíes, entre altos cañaverales, se encontraron cerca del agua. Unos cuantos botes, pesados y torpes, con las proas y popas muy levantadas, navegaban por la corriente. En ellos se divisaban personas, caballos y ovejas. A los gritos que proferían desde la costa para que paren y los embarquen, desde los botes contestaban: “Que Alá les ayude, no tenemos mas lugar”.

De otro bote contestaron:- ¡Un verdadero creyente no abandona a otro en la desgracia!Y el timonel dirigió la embarcación hacia la costa. Acordó llevar a todos hasta el

mismo Gurgandzh.- ¿Cuánto quieres por el pasaje?- preguntó Kara Konchar. ¡Que va! Hoy ni el dinero ni las cosas ni el ganado tiene más valor. Todo está

patas para arriba. Ahora tu estás en desgracia y yo también. Mi casa fue destruida, mataron a mi familia. ¿Para qué y para quién necesitaría yo el dinero? ¡Continuad bogando!

La grande y fuerte embarcación embarcó a los viajeros y a sus caballos y navegó velozmente, rolando, sobre las turbias olas del ancho Dzheijún. A veces, sobre la orilla derecha del río, aparecían exploradores mongoles. Entonces el bote se mantenía recostado sobre la orilla izquierda. Pasando cuatro días, la embarcación ingresaba al ancho canal que cortaba a Gurgandzh en dos partes: la ciudad vieja, rodeado de una alta muralla y los suburbios, donde las casas estaban escondidas entre hermosos jardines.

Kara Konchar extrajo de su cinturón un bolsito de cuero, atado con un cordel, contó diez dinares de oro y los colocó sobre la ancha palma de la mano del propietario del bote.

- No se si nos encontraremos nuevamente. Dime, por lo menos, tu nombre.El timonel sonrió y volteó sobre la nuca el turbante rojo.- Me llaman Kerim Gulem, herrero. A ti te conozco, aunque no me hayas dicho tu

nombre. Tu caballo azabache, de ligeras y finas patas, con su cuello de cisne, sólo puede pertenecer a aquél sobre el que ya se cuentan leyendas y se cantan canciones. Si aquí tú combatirás a los paganos, me uniré a tu tropa.

Kara Konchar ya no lo escuchaba. Oteaba atentamente la lejanía, de donde, por el otro ledo del canal, se aproximaba una nube de polvo.

Se iban dibujando las caras de los caballos e, inclinados sobre sus crines, los jinetes kipchaks. Gritaban y castigaban a sus cabalgaduras con látigos. Desde lejos se podían oír los sordos ruidos y el rugir de sus roncas voces.

Encabezaba la cabalgata un hombre montado en un caballo blanco. Se hamacaba en la montura, como si fuese a caer. Su turbante blanco y su túnica amarilla estaban manchados de sangre; el caballo estaba cubierto de chorrillos rojos y, clavada en su cogote se veía una larga flecha.

Los kipchaks atravesaron el puente como un torbellino.

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- ¡Están cerca! ¡Están tras nuestro! ¡Sálvese quien pueda!- llegaron sus gritos desesperados.

Cerca de las puertas de la ciudad, Kara Konchar sofrenó a su potro azabache, el que caracoleaba nervioso, viendo la alocada cabalgata.

Los kipchaks ingresaron por el portal y, tras ellos entró Kara Konchar, junto a sus acompañantes. Las puertas se cerraron con un chirrido prolongado y los guardianes las aseguraron con grandes troncos.

Uno de los jinetes se detuvo junto a los guardias y contó:- El nuevo sultán Jumar Teguín nos mandó a atrapar a doscientos mongoles. Habían

robado nuestro ganado. Viéndonos, huyeron como ratas despavoridas, abandonando el rebaño. ¡Nadie podía imaginar que nos estaban preparando una trampa y nuestra perdición! En cercanías del parque Tillaly se nos abalanzaron desde sus escondites unos dos mil de estos rabiosos paganos. Nos rodearon por todos lados acribillándonos desde lejos con sus largas flechas, desmontando a los jinetes y capturando a sus caballos. ¡Todos nuestros valientes perecieron allí! Esto es todo lo que queda de nuestra tropa. ¿Para que nos habrá mandado el sultán a este matadero?

- ¿Y para qué eligieron a este sultán porcino? – exclamó Kara Konchar.Todos se dieron vuelta: ¿Quién osó llamar así al sultán?Pero Kara Konchar continuaba gritando:- Alá y la cobardía echaron de Jorezm a la feroz perra, la reina Turkán Jatún, y toda

su cáfila de paniaguados. Huyó también el shaj Muhammed, con su gordo trasero: ¡ahora los perros desgarran su carroña! Cuando la manada de chacales ha sido barrida por los vientos de la tempestad, ustedes decidieron elegirse un nuevo espantapájaros de huerta, ¡A Jumar Teguín! ¡Un buen amo no le confiaría ni un hato de cabras sarnosas, mientras que vosotros lo habéis hecho comandante en jefe del ejército y le habéis confiado la defensa de la ciudad!.. ¡Tribu de esclavos! No podéis vivir sin garrotes…

Dos dzhiguitas, acompañantes de Kara Konchar lo rodearon.- ¡Calla, Kara Konchar! ¡Aquí todos son kipchaks! Son de la misma estirpe que el

shaj. ¡Vayámonos de aquí!Los guerreros y los guardianes que estaban junto a las puertas, enmudecieron ante

las palabras del “jinete negro”.- ¡Qué dzhiguita valiente! Sin embargo dijo la verdad. ¿Acaso Jumar Teguín se

distinguió alguna vez en combate? ¿Acaso sobresalió por su desinterés o inteligencia? Toda su fuerza radica en haber seguido la cola de la reina Turkán Jatún. Con este sultán estamos perdidos.

Kara Konchar cabalgaba lentamente por la calle principal de Gurgandzh, mirando severamente con sus ojos negros a la multitud que se cruzaba. Les dijo a sus acompañantes:

- Id al bazar, busquen allí la casa de té de Merdán. Todos lo conocen. Aguardadme allí. Ahora continuaré solo.

La mitad de las tiendas del bazar estaban cerradas. En aquellas donde todavía había montañas de seda y de finos tejidos de lana, los mercaderes ya no llamaban a los transeúntes ofreciendo su mercadería. Estaban tristes, sentados en círculos y hablaban sobre lo que sobrevendría.

- Si los enemigos ponen sitio a la ciudad, no venderemos ni un codo. ¿Quién querría comprar, si los paganos, como bestias, irrumpen en la ciudad tomando todo gratis? ¿Se salvarán, aunque no mas sea, nuestras cabezas?

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La “torre del eterno olvido” se encontraba en las proximidades del palacio de los shajs de Jorezm. Uno de sus lados daba a la plaza. Llegando a ella, Kara Konchar miraba atentamente los pequeños respiraderos redondos, que reemplazaban las ventanas y pensaba: “¿Dónde, tras cual ventanilla estará oculta ella, la flor del desierto? ¿Estará viva? Y si lo está ¿Habrá conservado los dulces rasgos de su cara inocente, sus ojos brillantes y sus tiernas manos de doncella? En esta horrible torre la gente se vuelve loca, las mujeres se transforman en viejas decrépitas… Puede ser que Giul Dzhamal, encadenada a una pared, ahora también…” – y se horrorizó, pensando a quién verá. Mejor la muerte, la muerte instantánea en batalla, que verla a ella, la luz de su vida, diferente, deformada, loca…

Al pié de la torre, cerca de una baja poterna de hierro, sobre los escalones, dormitaba el barbudo guardián, con su sable curvo sobre las rodillas. A su lado, sobre una alfombrita, había un par de tortillas secas y en una taza de madera se podían ver un par de negras monedas de cobre. ¡Que poco se preocupan los parientes, en este tiempo, de los prisioneros! ¡Sólo piensan en su propia salvación! De los respiraderos asomaban brazos huesudos y secos y se escuchaban gritos:

- ¡Recordad a los que sufren! ¡Arrojad un pedazo de pan a los privados de la luz!- ¡Oye, viejo, ven acá! – le dijo Kara Konchar al guardián.El viejo despertó, meneó la barba canosa y fijó sus ojos en el dzhiguita, sin pensar

en levantarse.-¿Qué necesitas?Kara Konchar se aproximó más al viejo y este se incorporó a medias.- Toma esta moneda y cuéntame si llegaron a la prisión muchos convictos nuevos.- Aunque sean muchos, a ti eso no te concierne.- Pero tampoco habrán quedado pocos convictos de los de antes.- El que no murió de la mugre, las chinches y el hambre, cuelga aún del gancho de

la esperanza.- Aquí tienes otro dinar. Dime, entre los reclusos ¿Hay mujeres?- Hay dos viejas; las encerró el nuevo sultán por brujería y por que querían hacerle

contraer una enfermedad.- ¿No hay mujeres jóvenes?- ¿Por qué te metes conmigo? ¿Acaso eres juez, jefe de verdugos o el supremo imán

de la mezquita? No debo osar hablar contigo. Tal vez eres un bandido y quieres liberar a otros asesinos. Toma tu dinero y vete de aquí.

Kara Konchar levantó su látigo queriendo golpear al carcelero, pero una mano lo detuvo suavemente. Se dio vuelta. Un alto anciano con cabellos largos hasta los hombros, vestido de harapos, con ojos ardientes enfrentó la iracunda mirada de Kara Konchar.

- Se ve que no conoces las costumbres de aquí y por ello hablas con este viejo de esa manera. Apartémonos un poco de aquí y te lo explicaré todo. Mira, mientras tú hablabas, de las puertas salieron unos diez verdugos, los dzhandares del sultán: están mirando hacia acá permanentemente y listos para arrojarse sobre ti… Vayámonos pronto de aquí, escucha mi consejo y sígueme.

Kara conchar espoleó a su caballo y cabalgó al paso tras el extraño anciano. En la calle transversal el viejo apuró el paso más aún y pronto dobló a una sórdida callejuela. Aquí se detuvo.

- No te sorprendas que te haya hablado. Ya hace todo un año que voy a la prisión para darle pan a mi amo, que fuera arrojado a las mazmorras. Se llamaba Mirzá Yussuf; era escriba del shaj de Jorezm Muhammed. El shaj le mostraba gracia y cariño. Pero

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cuando la vieja hiena Turkán Jatún se convirtió en Jorezm, en “la gran espada de la ira y la lanza del poderío”, no tuvo compasión ni de las canas ni de la debilidad de Mirzá Yussuf y lo arrojó a los sótanos de la prisión…

- Pero ¿Por qué?- Por que él, en su libro, la llamó de “mancha negra en la capa del poderoso

Jorezm” y describió todas sus vilezas. Esto le fue denunciado a la reina por los santos imanes y ahora, ando por la ciudad mendigando y lo que recibo lo llevo a la cárcel, para alimentar al pobre viejo. Espero que irrumpan en esta ciudad los nómadas desconocidos. Cuando comiencen a masacrar a la población y los dzhandares huyan como lauchas, yo correré a la prisión, estrangularé con mis propias manos a este miserable carcelero y liberaré a todos los reclusos y con ellos, al viejo Mirzá Yussuf. Entonces, me dirigiré a mi país.

- ¿Queda lejos tu país?- ¡Lejos! Soy de las tierras rusas y me llaman Saklab, que en nuestro idioma es

Slavka.Kara Konchar quedó pensativo.- Dime bek dzhiguit, ¿A quién buscas? – continuó el anciano. – ¿Tal vez pueda

ayudarte?- ¿Hay muchas mujeres en la prisión? El carcelero dijo que hay solo dos viejas.- ¡Mintió! ¿Has notado en la torre, cerca del techo, pequeños tragaluces? Hay allí

pequeñas celdas. En ellas están ocultas varias mujeres del harén del shaj, por no ser sumisas con él.

- ¿Hay entre ellas una turkmena?El viejo pensó.- Yo lo averiguaré todo. Este carcelero ama el dinero. Aunque viste harapos, es

muy rico. De todas las contribuciones que les traen a los presos, el sólo les entrega apenas la mitad, el resto se lo guarda. Tiene una casa con jardín y un harén con ocho mujeres… Trataré de ayudarte. ¿Ves este viejo portón, bajo el árbol? Aquí vivía hace tiempo mi amo, el escriba Mirzá Yussuf. Yo cuido de su casa y sus libros… El tenía una pupila, Bent Zankidzhá; ella le ayudaba a transcribir los libros. Pero ella se fue a Bujara y luego desapareció. Así es que me quedé solo…

- Te creo, viejo Saklab y no creo que me desees mi perdición. Mañana por la mañana estaré aquí…

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Pág 255CONTINUARA…

Ian IanchevetskiVasili GrigorievichCHINGUIZ JAN

Redactora: B. P. SolitsevaRedactor artístico: I. V. TsarevichRedactor técnico: S. G. Krasniuk

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Corrector: E. I. KrasniukIlustraciones (del original): I. M. Kazmichev.

Entregado a imprenta el 22/12/1955.Firmado en imprenta el 21/3/ 1956.

Tiraje: 150.000 ejemplares. Ley Nº 641Precio 7 rublos

Edición“Escritor Soviético”

MOSCÚ

Compuesto en la tipografía 1º, “S. K. Timoshenko”Administración de ediciones militares del

Ministerio de Defensa de la URSS e impreso en la tipografía“Noticias de los Consejeros diputados de los trabajadores de la URSS”

I. I. Skvortsov- Stepanov.Moscú, plaza Pushkin

Ley 871.

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Señores de Casa de Rusia:

Tengo el agrado de dirigirme a ustedes con el propósito de solicitarles me manden una breve biografía del autor del libro que estoy traduciendo. Les mando una parte del mismo para que puedan evaluar mi trabajo y hacer las correspondientes críticas. Hace 55 años que vivo en la Argentina y hace mucho que leí esta trilogía. Siempre quise traducirla porque en Argentina no se conoce mucho sobre el tema.

Hace 30 años que vivo en Gobernador Virasoro, provincia de Corrientes y no tengo, casi, oportunidades de hablar en ruso, pero sigo leyendo para no olvidar nuestro idioma, que con mucho sacrificio me enseñaron mis padres. Trabajo en Santo Tomé, una ciudad distante 70 km. de Virasoro y esta dirección corresponde a mi trabajo. La dirección postal es: Brasil 503- CP3340- Santo Tomé- Corrientes.

La de mi casa es: Alberdi y Ñaembé,- CP3342- Gobernador Virasoro- Corrientes.Si alguna vez vienen por aquí, sería un placer recibirlos. Mis teléfonos son: en S.

Tomé 03756-42-1996 y en Virasoro 03756-48-2386. Celular particular: 03756-15614244.Me despido de ustedes con un fuerte apretón de manos.

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Serguei Alexeievich Bocharov- Kaliniak.

P.D. Todos por aquí me conocen por Don Sergio Kaliniak.