chamorro-encuentro del psicoanalista con el psicotico
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El encuentro del psicoanalista con el psicótico
Jorge Chamorro
La práctica de la presentación de enfermos se caracteriza por constituirse en un solo encuentro, lo que le otorga una peculiaridad temporal que hace a la inmediatez del presente. No hay pasado, no habrá futuro. En esa única oportunidad se deberá producir algo que tiene poco que ver con alojar al psicótico en una clasificación.
No se trata de hacerlo hablar para que describa sus alucinaciones o delirios, sino de una dialéctica entre el psicoanalista y un sujeto que tiene una forma especial de tratar lo real.
Un sujeto no se identifica con la persona, a veces hay que detener el discurso de la persona para que el sujeto sea escuchado.
La tyché es el encuentro que se produce a veces en esta oportunidad única, y no cuando escuchamos a una persona hablar de cosas extrañas a nuestro reconocimiento.
La entrevista en la presentación de enfermos debe ser conducida. Preguntas precisas sobre un elemento del discurso, obstáculos puestos a la voluntad de decir del entrevistado, sostenerlo en el discurso cuando no se sostiene solo, afirmaciones puntuales, hacen al quehacer del psicoanalista, quien tiene vedado comprender, esto es, dar por supuesto el sentido de lo que se dice. Tampoco debe dar sentido a los dichos, ni realizar preguntas sugestivas, al estilo: Usted no quiere talcosa, ¿no es cierto?
Se presenta un enfermo, decimos, pero en verdad presentamos un decir que llamamos psicócico. Este tiene una estructura propia, y nuestro desafío es precisar al sujeto que este decir define. La estructura del decir psicótico es una alternativa a la presencia de la realidad en el campo de las psicosis.
La llamada «ruptura con la realidad» no define el campo de las psicosis. Cuando la relación con la realidad es lo que divide las aguas,
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la carta forzada es que la medida de dicha realidad la da el psiquiatra, ~~ el médico. Si algo define al psicoanalista, es no identificarse con la .. ·~. medida de la realidad. Si Lacan reformula la categoría freudiana de ¡ «abstinencia» en términos de deseo del psicoanalista, es justamente ·Ii para separarlo de ella y anclado en la castración. 1
La función deseo del analista es abstención de la relación con la ,t; realidad, abstención de la demanda y, fundamentalmente, abstención ~
'"' del fantasma. ; Entonces, cuando la persona no obstaculiza, habla un sujeto. .·~ La presentación de enfermos nos enseña también que es posible :~
un trabajo analítico sin comprender, sin sostenerse en la identifica- _;) ción. La experiencia subjetiva de un psicótico es incompartible, no :~;i podemos ponemos en su lugar. No podemos identificarnos con él. En verdad, la antipsiquiatría lo ha intentado a condición de deshumanizado, esto es, desconocerlo en su particularidad. El amor y el afecto son los instrumentos de dicha deshumanización. En alguna época no del todo lejana se llamaba a los pacientes internados en el hospital psiquiátrico «los compañeros de adentro». Es la aplastante generosidad del amo-r. Todos somos iguales, a lo sumo está la diferencia reconocida como geográfica: unos adentro y otros afuera. Es la misma generosidad del rmisex, cambiamos la alternativa débil-fuerte por el todos somos iguales, con lo cual, de paso, se desconocen las diferencias. Allí, en las diferencias, es donde el psicoanálisis reconoce la verdadera humanidad.
Durante los últimos años, la presentación de enfermos nos ha propuesto distintos interrogantes:
1) Hay sujetos que han tenido un desencadenamiento claro, y no existen dudas sobre su diagnóstico. Sin embargo, debe distinguirse entre el sujeto que relata el desencadenamiento que tuvo alguna vez, y la manifestación de delirio actual, por ejemplo, de redención y salvación de los presentes.
En el primer caso ~1 del delirio o las alucinaciones que tuvo- se plantean las siguientes preguntas: ¿cuáles son en su discurso actual los rasgos de la psicosis? ¿En qué se diferencia ese discurso de uno neurótico? ¿A qué distancia se encuentra de nuevos desencadenamientos? ¿Cómo se justifica su internación e incluso su tratamiento? La respuesta habitual de quienes lo tienen a su cargo es que se trata de
El ENCUENTRO DEL PSICOANAUSTA CON El PSICÓTICO
problemas sociales. Pero también es cierto que es necesario preguntarse qué lugar ocupa en su equilibrio el hospital mismo.
En algunas oportUnidades escuchamos a psicóticos que hoy desmienten las alucinaciones que ruvieron; afirman haber visto cosas que hoy saben que no eran ciertas. Fue un periodo de enfermedad. Sin embargo, sabemos que la esn-ucrura psicótica no es reversible. Los conceptos de retroacción, resignificación e implicación subjetiva nos han servido para distinguir lo que es una memoria de los hechos, aun una memoria crítica, de una verdadera reinterpretación de la historia. Los psicóticos tienen memoria -a veces una memoria ordenada-, pero no pueden constrUirse una historia.
En cambio, cuando el delirio es acrual-lo hemos escuchado en los parafrénicos-, la cuestión es cómo no quedar envueltos por la persona que ejerce su delirio, y dar lugar al sujeto. Debimos negociar, interrumpir su relato o su lecrura de la Biblia para dar lugar al sujeto que trabaja con su goce y cuya manifestación lo confunde con cualquier redentor.
Cuando nuestras creencias ocupan el centro de la escena, todo esoterismo se conviene automáticamente en delirante. Sabemos que no es así. Para nosotros no se trata de un problema social sino de estructura, que se le lee en el decir y no en las creencias que no compartimos.
2) Sujetos que no han tenido un desencadenamienro o no ha sido posible detectarlo en la entrevista. Son los casos de diagnóstico diferencial. En algunas oportunidades no fueron obvias las diferencias entre un discurso neurótico y el llamado discurso real en la esquizofrenia.
Cuando un esquiwfrénico tiene un discurso mantenido, articulado, el instrumento para el diagnóstico ha sido el punto de basta, íntimamente ligado a los ya dichos de retroacción e implicación subjetiva.
Los sujetos paranoicos nos han enseñado sobre la «iniciativa del Otro», pero también nos han planteado interrogantes cuando esta iniciativa no es tajante, cuando no se transforma claramente en alucinación verbal. La exterioridad de la palabra que hace a la forclusión y a su efecto el fenómeno elemental plantea fenómenos de borde donde no siempre es evidente la diferencia entre la iniciativa del Otro y la orden superyoica de realizar tal o cual cosa.
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En estos casos nos hemos ayudado con otros instrumentos como la atribución subjetiva. Nunca es suficiente un solo elemento para definir cuando la frontera es imprecisa. No en vano en este punto creció la categoría de borderline, que es el nombre de la impotencia diagnóstica.
3) Palpamos la responsabilidad del entrevistador. Si la pregunta precisa no aparece, tampoco se manifiesta la estructura. El fenómeno elemental no siempre está a cielo abierto, hay que palpar hasta encontrarlo. Aunque no siempre es posible, ya sea por déficit de la pregunta o porque podemos palpar hasta cierto punto -el contexto nos limita. Calibramos también este límite, no buscamos la descompensación.
4) ¿Cuál es el aporte que esperamos para el sujeto en el hecho de que aparezca la estructura? Para nosotros es obvio: lo esencial es invisible a los ojos; este es el medio para no quedar atrapados en el amor, en el afecto por la persona. Al psicótico no le ha faltado afecto -no es esa la causa-, a veces ha tenido demasiado. La causa de la psicosis no es traumática. No es un trauma en todo caso en el nivel del afecto, sino del deseo y el goce.
Para el psicótico la percepción de su estructura es fundamental. No hay otro camino. El fundamento de la construcción le permitirá regular, localizar, ordenar su goce, puesto que el goce no regulado es lo que lo descompensa y lo deja perplejo. O lo invade en su cuerpo o en su pensamiento. Todo dato que aporte a la articulación se coloca en el camino de la estabilización, aunque no la asegure.
Lo hemos notado en muchas oportunidades: en la entrevista aparecen elementos que no eran explícitos en años de tratamiento. Es más, alguna vez apareció en la entrevista una cara paranoide no detectada hasta entonces.
5) Hemos aprendido también evoluciones posibles para un psicótico tomado por pasajes al acto constantes, que una construcción simbólica le permitió regular.
6) Ocurre a veces que la entrevista no fue conducida en un punto esencial, el de limitarla a un encuentro de dos, en presencia de otros.
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Preguntar no siempre es suficiente para la concentración necesaria. Cuando esto no ocurre, el entrevistador paga el precio: queda fuera y el sujeto se dirige al público. Entonces hablará la persona, incluso pasó que el sujeto se pusiera a enseñar psicoanálisis, haciendo precisiones diagnósticas sobre su caso, distinguiendo entre represión y forclusión. Aquí el psicótico enseña, pero no lo esencial.
CONCLUSIÓN
La presentación de enfermos es el marco posible para que se produzca un encuentro que depende, salvo excepciones extrenu1s, del psicoanalista. Si se produce, este encuentro enseña y transmite, pero también aporta al tratamiento posible.
Dado que la clínica diferencial está siempre en el horizonte, nos hemos preguntado por qué la cuestión del desencadenamiento h:.t si do tan esencial en el campo de las psicosis y no en el de la neurosis.
Es el efecto de una práctica del psicoanálisis que en el campo de la neurosis no consideró el síntoma como necesario. Y es que para nosotros hoy no hay análisis sin un síntoma formalizado y reconocido como tal por el sujeto. Esto es lo mismo que afirmar que no hay entrada en análisis de un neurótico sin que su neurosis esté desencadenada. Hacemos entonces una equivalencia entre síntoma y desencadenamiento.
La importancia de esta categoría en el campo de las psicosis está implicada en el cuesrionarniento a la continuidad de estructuras, que Lacan realiza en un momento de su enseñanza.
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la experiencia enigmática de la psicosis en las presentaciones clínicas
Fran~ois Leguil
¿Con qué argumentos justificamos las presentaciones de enfermos que hacemos en el hospital? Responder que se trata de Wla práctica del encuentro no es aceptable si se pretende con ello que quien la sustenta tiene del encuentro una práctica, que sabe cómo desenvolverse en esta situación y lo sabe mostrar, que es un especialista en esos contactos difíciles, que lo demuestra ante el público para que el mayor número posible de gente tenga acceso al dominio de un arte delicado y controvertido como este.
UNA PRÁCTICA ORIGINAL PARA EL PSICOANÁLISIS
La presentación de enfermos no es una práctica que se tiene del encuentro sino Wla práctica sometida al encuentro. Manifiesta que lo que queremos enseñar es válido solamente porque nos acostumbramos a la idea de que, cuando se trata de decir lo que está en juego con lo real, las cosas solo merecen ser puestas en forma si la dimensión de la sorpresa prima sobre las otras.
Si hablamos con propiedad, la experiencia de una presentación no es la experiencia de un caso. Cuando prorrogamos este ejercicio, luego que Lacan lo promoviera en el preciso momento en que el descrédito que aquejaba al saber psiquiátrico lo amenazaba con su desaparición, revelamos necesariamente que la experiencia en curso es en primer lugar la de un sujeto que interroga a otro sobre ella. El asWlto solo tiene valor si se sabe testimoniar que el «procedimiento» de
• Texro extraído de La C=frnulimne N" 23, París, Navarin Seuil, 1993, pp. 36-42.
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entrevistas aplicado no es más que la demostración en acto de una aptitud para dejarse conducir, para dejarse devenir uno mismo un efecto de la sorpresa, no para que la inocencia sea encumbrada, sino para que se comprenda, en un tiempo conciso y finalmente muy corto, que por medio de lo que un paciente hace de nosotros se puede obrar e intentar dar vuelta una situación.
La enseñanza de la presentación reposa en la ejemplaridad de una experiencia y no, en realidad, en la construcción razonada de un caso. Esta construcción de un caso es una condición previa al ejercicio mismo, es el fruto del trabajo de aquellos y aquellas que, en el servicio hospitalario, tienen a su cargo al paciente. Del mismo modo que en una cura anaütica la construcción del fantasma por el analizante exige tiempo y escansiones, la construcción de un caso por parte de los médicos, los psicólogos y los enfermeros que tienen a su cargo al paciente no se concibe sin la duración -la de la permanencia en la hospitalización y la de las entrevistas repetidas, la de los relatos sucesivos que se transmiten los miembros de un equipo, la de los encuentros con los allegados del medio que esta permanencia ocasiona.
La presentación ofrece antes de la construcción de un caso el azar de una experiencia que tiene para nosotros un valor ejemplar en nuestra concepción de la enseñanza clínica. La presentación concierne a sujetos hospitalizados -confrontados en todos los casos con la psiquiatría- que, como tales, en un primer momento, no se supone que atraviesen algo que pueda justificarse con las categorías surgidas de la clínica freudiana. La clínica analítica es una clínica de la transferencia, una clínica bajo transferencia, como pudo decirse: de ninguna manera estamos en el hospital, a no ser que tengamos de la transferencia analítica una impresión tan general que nos privemos del mínimo de rigor necesario para la transmisión de un saber específico.
Por consiguiente, estamos en el límite donde no puede funcionar lo que podemos formular gracias a la teoría. Este límite (que confronta con lo imposible de hacer soportar por la clínica analítica, por sus articulaciones teóricas, el peso, la carga y la capacidad de mostrar lo que está en juego en un hospital o en una institución) indica al analista su punto de partida en el ejercicio. El paciente también está parado en un límite, aquel donde lo imposible de soportar solo pudo propagarse o resolverse en la dimensión de una clínica cuyos puntos de perspectiva son, primeramente, los del pasaje al acto o del desmo-
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ronamiento subjetivo, acompañados simultáneamente del recurso a la autoridad erudita. En esa intersección inesperada, la presentación ofrece una salida entre una ambición universitaria y las justas creencias que impulsan la práctica psicoanalítica.
Estas creencias permiten basarse en las únicas <<Virtudes~ de la palabra para cambiar la clínica de un caso, incluso el destino de una persona, revelándole hasta qué punto es efecto del lenguaje, enseñándole que es tomando cierta distancia de lo que se hace real en él, como puede cernir la causa de lo que lo atormenta, para ver allí, no tanto lo que debe saber (en el hospital no estamos en la perspectiva de un levantamiento de la represión, impensable por otra parte en las psicosis), sino lo que debe evitar, lo que debe contornear para no ser nuevamente confrontado con otra derrota. Frecuentemente la presentación enseña que circunscribir los fenómenos, es decir, aproximarse a la causa, es permitir a un sujeto alejarse de lo imposible de soportar para poder comenzar a hablar. En ese sentido, la presentación de enfermos es antinómica del acto analítico, es en todos sus puntos su contrario y esto le otorga su valor y explica que podemos rompemos ahí, que podemos sometemos a la exigencia de una demostración pública de nuestra capacidad de permitir a alguien, en quien una causa se ha reducido al silencio catastrófico de las patologías irremontables, comenzar a circunscribir lo que le sucede para alejarse un poco y así encontrar en el alejamiento del horror la posibilidad de dejar una pequeña oportunidad a la palabra.
A una persona que se situaba en las consecuencias de un momento de concluir la presentación le sugiere volver al tiempo para comprender. La presentación nos interroga ahí donde no podemos hacer semblante. ¿Por qué tiene ese valor? ¿Es contingente? ¿Debemos su continuación a nuestra preocupación de «hacer como Lacan» y Lacan se la debía a los hábitos tomados de sus maestros?
No. Puede decirse simplemente que subsiste entre nosotros por razones de fondo. El ejercicio vale porque, frente a una patología que se dio a conocer en el estallido dramático de las significaciones interrumpidas y reemplazadas por otras, incompatibles con los hábitos y con el común acuerdo, se esfuerza en poner él mismo en suspenso las significaciones que proceden de un saber convencional. Así como para todo encuentro, la presentación es por un lado el tener en cuenta lo que sucedió hasta ahí y, por otro lado, es tabula rasa.
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El PSICOANALISTA PUESTO A PRUEBA
El que «presenta» no conoce al paciente y no puede saber en realidad cómo va a «portarse» ni, a fortiori, lo que podrá hacerle decir. No hay presentación que valga si no está precedida de este pequeño punto de aprehensión, del que Jacques-Alain Miller habló mucho en un aróculo de Ornicar? de 1978. Sin embargo, el «presentador>> es advertido. Precisamente, es advertido de la construcción del caso, de lo que los médicos y los psicólogos construyeron «para» él, sacando provecho del autómaton que les ofrece lo sucedido durante la estadía hospitalaria. Ubicamos ahí el punto que nos separa de la concepción de la presentación clínica tal como nos la mostraron los psiquiatras. En efecto, ¿por qué el equipo del servicio ha construido el caso? Cómo responder de otra manera al ver que el equipo en cuestión es tomado, por el hecho mismo de la existencia de este ejercicio, en una transferencia con la teoría analítica (¡por otra parte no hay razones para suponer que esa transferencia sea solo necesariamente positiva!).
Esta sola situación de transferencia permitió -o no- construir el caso, es decir, sacarlo del marasmo inaugural, arrojar luz en lo que era oscuro y, por esa misma vía, sumergir en la oscuridad lo que es- l ta iluminación provoca y que concierne frecuentemente a la reaü- . ~~ dad cotidiana. . ~
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A propósito de este punto de la construcción del caso, previo a la J~ presentación, me gustaría que se me permita evocar un recuerdo de ,., una sala de guardias, la del hospital Sainte-Anne, en 1977: alguien ~ que asistía regularmente a las presentaciones del doctor Lacan se mo- -faba de nosotros propagando que los jóvenes médicos que le «prepa- ~ raban» a los enfermos ¡le eran a tal punto acólitos que procuraban -~ que no hubiera nada más para descubrir cuando Lacan llegara! Ese ] reproche era sorprendente porque, aunque antes de la presentación ·~ propiamente dicha habláramos del caso con Lacan, constatábamos J
·l que cuanto más cuidadosamente habíamos preparado lo que le ade- ·~
lantábamos, más satisfecho se mostraba; su descontento, en cambio, -~ . .-~
si no habíamos trabajado lo suficiente, o si no mostrábamos un míni- ~ mo de convicción, nos hacía saber que tanto las alabanzas como las ~-~ críticas no eran pronunciadas ni para complacernos ni para alelarnos ~
sino para que un deseo clínico pase. ·~ A pesar de esta construcción del caso, el equipo del servicio, que J
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sabe mucho sobre el paciente, no sabe sin embargo de qué manera se va a desarrollar la presentación, porque el paciente encontrará a una persona que irrumpirá inevitablemente entre ellos y él, y amenazará el equilibrio frágil que el hospital tiene la misión de instalar. La irrupción no sobreviene en cualquier momento, sino solo después que los médicos y los psicólogos hayan confesado al enfermo una orientación transferencia! por el pedido explicito de ir a esta presentación y de prestarse a ella. Sienten que por la situación misma de la confrontación su orientación será juzgada, sopesada según la eficacia que ella ha demostrado o no. La aprehensión está también de su lado, acrecentada por el hecho de que no es nunca a un «compañero», a un semejante a quien ellos envían a su enfermo, sino a alguien que va a obrar en público.
Precisamente, el público no forma parte del juego hasta ahí. No sabe nada del paciente. El presentador sabe lo que se le dijo, el equipo del servicio sabe lo que el paciente es como persona, lo conoce. Como el público no sabe ni conoce, es el testigo privilegiado del encuentro y, a decir verdad, el que instalará las condiciones de posibilidad de la sorpresa: al no saber, al no conocer, quiere saber, y saber lo más posible. Esto sumerge la situación de conjunto en un campo verdaderamente magnético comparable al del deseo del Otro. Para poder lograrlo, el público hace silencio y escenifica esta discusión del deseo del Otro, de una manera frecuentemente pesada. (También frecuentemente el presentador debe tenerlo en cuenta para desactivar los efectos demasiado inhibitorios, incluso de enloquecimiento, de esta confrontación.) Cuarto elemento, en su doble vertiente de obscenidad y de solemnidad, el público encarna la pregunta de un deseo Otro, correlativa con el saber. Puesto que el presentador se empeña en no decepcionar al público y al paciente (digámoslo categóricamente: no decepcionarlos es lo contrario de cuidarlos o de seducirlos), consagrará cuerpo y bienes, pagará consigo mismo, se pondrá enteramente al servicio de la verdad que puede brotar de lo que él sabrá hacer decir a aquel a quien se dirige.
Sin duda, nunca hay que reírse, sino más bien ser reconfortado por esta pregunta excelente que hacen numerosos enfermos a los enfermeros que los acompañan después del ejercicio: «¿Hablé bien?». Lejos de los acentos pintorescos de un «¿lo hice caer?», teniendo más en cuenta el bien decir, ellos testimonian su necesidad de seriedad y
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que han adivinado que el dispositivo que acaban de soportar se asemeja a la estructura de lo que les sucede.
La estructura de lo que les sucede está en el punto en el que Lacan cruzó el apres-coup freudiano, el famoso nachtriiglich, con la retroacción saussuriana de la que hiw el principio mismo de su lógica del significante.1
Una presentación dispone una nueva prueba en el lugar del Otro, seguramente por motivos de transmisión, pero no sin ética, para que a partir de una sorpresa, de un surgimiento, de un «eso no estaba previsto», se intente reordenar una clínica. Las presentaciones solo merecen continuar si se muestran capaces de reinstalar la sorpresa en un lugar que tiene por misión proteger de ella al enfermo, si hacen de un instrumento de enseñanza -por consiguiente de verificación de hipótesis- la oportunidad que fabrica algo nuevo, que reordena las secuencias a partir de una preocupación marcada por la búsqueda de la obtención de efectos de verdad. Así se explica lo que sucede de igual manera con los cuatro protagonistas (paciente, equipo del servicio, presentador, público), ese pico de ansiedad relativa en los minutos previos y la intensidad del ejercicio mismo que permite equilibrar los inconvenientes inevitables de todas las instituciones.
DE LA PERPLEJIDAD A LA CONSTRUCCIÓN
Intentemos ilustrar esto con un caso, a propósito de un tema tratado recientemente en el marco de la Sección Clínica. Se trataba de una joven mujer y no es en vano precisar que poseía un buen porte, ya que la belleza tenía su peso en los abominables tormentos que había soportado. Su experiencia enigmática de la psicosis, y esta experiencia que es para nosotros un enigma, está a mitad de camino entre un momento de perplejidad -entre los doce y trece años, que corresponde al comienw de su pubertad- y las consecuencias de una sorpresa que asume la forma de una revelación a partir de la cual ella intenta mantenerse, incluso avanzar.
En oportunidad de su segundo comentario de la paciente alucina-
l. J. Lacan, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente &eu: diano», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, pp. 784 y 795.
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da por la palabra «Marrana»/ Lacan observa que la aparición de la perplejidad manifiesta que la frase pronunciada a media voz -«Vengo del fiambrero»- es alusiva y representa la incapacidad de la joven enferma de saber a qué remite la alusión al fiambrero (¿a ella, a la vecina o al amante que se le cruzó en el corredor?). La perplejidad manifiesta la imposibilidad de decidir. Lacan prosigue y muestra de qué manera la alusión misma se rompe por la aparición brusca del fenómeno alucinatorio <<Marrana». La alusión es el procedimiento que intenta situar lo que devino el sujeto por un llamado al Otro. El procedimiento alusivo de una convocación clandestina del Otro fracasa y la perplejidad es el momento de incertidumbre, seguido inmediatamente por la alucinación, que testimonia el rechazo del sujeto a la cadena significante y que le significa además la imposibilidad de hacerse representar en el Otro.
En cuanto a nuestra paciente, ella relata que después de la aparición de sus primeras reglas se sorprende cuando, en medio del recreo de su escuela, se escucha en su fuero íntimo pronunciando palabras groseras, mientras ella creía haber usado siempre un vocabulario pulcro. Un fenómeno meteorológico banal acompaña este recuerdo: tiene entonces la sensación, la impresión a lo sumo, de que justo antes que llueva a cántaros (sic), el cielo se entreabre, un gruñido tempestuoso se percibe fugitivamente; solo recuerda con precisión algo que le dice una compañera y que puede referirse así: «Hasta ahora creíamos en tu buena estrella y ahora arruinaste todo».
En la entrevista, confiesa estar segura solamente de ese último rasgo, que asocia prudentemente con la frase de su abuelo paterno (emigrado del sur de Europa que había logrado establecerse en Francia obteniendo un éxito económico) que sancionaba con un reproche excesivo la gula, aunque bastante anodina, de la niña: «Eres la quiebra de la familia».
La prueba del carácter psicótico de este fenómeno meteorológico, ¿no está justamente en ese halo de embarazo e indeterminación que rodea su relato y su inscripción en la memoria del sujeto? Según Lacan y su tercer seminario, la alusión es uno de los modos del llamado
2. Íd., «De una cuestión preliminar a todo trat2miento posible de la psicosis», en oh. cit., p. 517.
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al Otro: conviene no omitir la dimensión crucial de este modo de llamado y para ello debemos rehusar comprender. Con la comprensión estamos fallando en eso que el paciente quería que comprendiéramos y nos impedimos analizar correctamente, en esta demanda de ser comprendido, el refugio ofrecido a la estructura alusiva del llamado al gran Otro, cuya carencia es en sí misma la causa de la aparición del fenómeno alucinatorio.
He aquí lo que está en juego en la presentación: o la comprensión, o la exigencia de decir algo más que informe un poco mejor sobre la causa. El imperativo de precisión, que combate la alusión por el rechazo a la comprensión, se ubica en el corazón de la experiencia misteriosa que hay que reconstituir entre el fenómeno elemental y el desencadenamiento del delirio. Lo importante de recordar es que no se trattba de ratificar el acontecimiento del fenómeno elemental por intermedio del recuerdo del bufido de su abuelo.
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l La perplejidad es la famosa Ratlosigkeit de los psiquiatras alema- ·tl
nes, sinónimo algunas veces, para ellos, de la Hilflcsigkeit, más cono- -i cicla por los que frecuentan la clínica freudiana y no demasiado aleja- i~
da de la Bestützung, que deriva del verbo stützen que significa «apo- ~ )"
yar>>, «Sostener», «probar>>. De la Ratlosigkeit, literalmente casi del -<-~
estado de ser privado del consejo del Otro, a su sinónimo Bestützung, 1 los significantes de la clínica nos hacen pasar de la perplejidad que · ,.
marca el instante de ver, a la confusión, el estupor, el desconcierto, la ·_1.~~·~.:,.' consternación, reduciendo y aniquilando el tiempo de comprender. -,,:;;
Esta presentación que tiene lugar cuando ella cumple sus veinti- :.;ij¡
siete años le permite confirmar la puesta en orden del increíble caos -~1 que fueron su adolescencia y su juventud, que se hizo en el servicio ::;¡
·"ll hospitalario. Después de una ruptura precoz con su madre, a quien . 'ª
. -~~ ella aborrece por su actitud degradante frente a un padre prostema- -~ do ante ella, con la esperanza de obtener una cuota mínima de signos v' de ternura; después de la confesión que, en sus decires, hace suma- 'l.~_!_i,:.• dre sobre las veces que le puso los cuernos a su hombre; luego, en to- :~ do caso, de la separación de sus padres, ella tira estrepitosamente la ~
chancleta: se casa apenas la ley se lo permite con un individuo al que ~ considera <<Una porquería», «Se embaraza», aborta, se divorcia, huye, -.~ va de un lado a otro; se pone de novia, se junta, se pelea, siempre con :.~
bribones que ella juzga de baja condición; se embaraza de nuevo, Y lg sufre una segunda interrupción del embar.>zo; después se dedica a la' :-
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prostitución en condiciones bastante infectas; siempre esforzándose por magnificar ante nosotros las cosas, tratando su andar a la deriva como distintaS maneras de alcanzar la figura ancestral y sagrada de la puta.
Las numerosas y variadas hospitalizaciones psiquiátricas comenzaron tempranamente, todas ocupadas, sin embargo, por la observación de un estupor, de un repliegue catatónico o de una hebefrenia probada, alternando con un desenfreno extremo del comportamiento. Cuando tiene alrededor de veinte años, una noche, es violada por una decena de vagabundos; la forma en que nos cuenta este odioso episodio, confesando que ella solo pudo soportar la experiencia despegándose de su cuerpo, declarándose in petto extraña a un ser de sí misma devenida pura abertura, nos asegura que la agresión no forma parte de sus confabulaciones presentes, que la agresión existió, porque ella habla de la misma como Jo haceJoyce cuando habla de su cuerpo durante el episodio conocido de su persona acechada por vagabundos, según la observación de Lacan. Los diagnósticos psiquiátricos son reiterativos, semejantes y legítimamente oscuros, y dado que la energía de la joven es recuperada entre esas fases de disolución postrada, logran que esa severidad nosográfica no sea demasiado invalidante, «asilizante». Acusar a los psiquiatras ~e haberse equivocado constituiría probablemente un error perfecto. Una primera hospitalización en el servicio, un año antes de la presentación, recuerda el cuadro importante de agitación esquiwfrénica. Una segunda estadía, algunos meses más tarde, sorprende al equipo que nos presenta el caso. ¿Qué pasó, y seguramente está relacionado con el tipo de contacto propuesto por nuestros amigos durante su primera estadía? Al parecer, no sucedió nada importante: parece que en la persona de un nuevo joven ella habría encontrado, ya no los estragos del «Ínter-sexo», sino la perspectiva de un amor tierno. De hecho, el elegido parece ser solo un tonto más. Sin embargo, lo rudimentario de la clínica se tranSformó: una vez terminado el espectáculo de las soledades ofrecido por la demencia precoz, se asiste ahora a una elaboración francamente abierta a la «Comunicación», que hace pensar en la paranoia.
Lo que pasó tal vez está en lo que confirmará la presentación después que los que se ocupen de ahora en más de ella lo hayan relevado y memorizado. Parece que una reorganización delirante aguanta mejor. Se muestra simplemente «dispuesta a todo» (un grave inten-
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