cavalo morto

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a, nuevo libro de Juan Carlos Mestre , inaugura una zona alucinada de apariciones y tensiones que simulan un resumidero formidable. La poesía, «caída ya en desgracia», abre sus puertas para que fantasmas y voces regresen vivos desde la catástrofe civil al lugar del que habían sido expulsados y comparezcan ante el asedio devastador de la ironía de una conciencia radicalmente despersonalizada. La Casa Roja hospeda los múltiples y mutables sujetos de la poesía contemporánea, sus discursos y hablantes que se enuncian, contradicen y superponen por medio de sucesivas máscaras productoras de la otredad. En estos poemas, la percepción funámbula y su representación delirante oscilan entre las más desgarradas encarnaciones de lo profético y la discontinuidad de la prosa del mundo; entre el resplandor del mito y la narrativa errática de los sucesos imaginarios tras el cruel asombro de la experiencia. Figura y fondo, imagen y contorno, movimiento y fijeza, origen y destino, fragmentan y desterritorializan la imagen del poeta, al que otorgan existencia por medio de reflejos, negaciones y ausencias. La escritura actualiza aquí los intentos de desmitificación de la vanguardia, poniendo en jaque la nomenclatura de las formas poéticas al uso y haciendo estallar las imágenes prototípicas establecidas por la tradición de lo lírico y el espejismo de la autoría, pedestal de toda autoridad estética. La Casa Roja , sin abandonar la raíz permanente de la mitología personal de Mestre , interroga a los más reveladores derroteros del pensamiento poético contemporáneo, en un diálogo crítico y ético apasionante.

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a, nuevo libro de Juan Carlos Mestre, inaugura una zona alucinada de apariciones y tensiones que simulan un resumidero formidable. La poesía, «caída

ya en desgracia», abre sus puertas para que fantasmas y voces regresen vivos desde la catástrofe civil al lugar del que habían sido expulsados y

comparezcan ante el asedio devastador de la ironía de una conciencia radicalmente despersonalizada. La Casa Roja hospeda los múltiples y mutables

sujetos de la poesía contemporánea, sus discursos y hablantes que se enuncian, contradicen y superponen por medio de sucesivas máscaras

productoras de la otredad. En estos poemas, la percepción funámbula y su representación delirante oscilan entre las más desgarradas encarnaciones de

lo profético y la discontinuidad de la prosa del mundo; entre el resplandor del mito y la narrativa errática de los sucesos imaginarios tras el cruel

asombro de la experiencia. Figura y fondo, imagen y contorno, movimiento y fijeza, origen y destino, fragmentan y desterritorializan la imagen del poeta,

al que otorgan existencia por medio de reflejos, negaciones y ausencias. La escritura actualiza aquí los intentos de desmitificación de la vanguardia,

poniendo en jaque la nomenclatura de las formas poéticas al uso y haciendo estallar las imágenes prototípicas establecidas por la tradición de lo lírico y

el espejismo de la autoría, pedestal de toda autoridad estética. La Casa Roja, sin abandonar la raíz permanente de la mitología personal de Mestre,

interroga a los más reveladores derroteros del pensamiento poético contemporáneo, en un diálogo crítico y ético apasionante.

Juan Carlos Mestre-Poesia espanhola contemporâneaSalmo dos Bem-aventurados

Tradução: Ronaldo Costa Fernandes

                                                           Ávida vena, dame tu cordel.

                                                           Antonio Gamoneda

Bem-aventurado o que aos quarenta anos ainda não conheceu a recompensa e chama virtude o cordão de um sapato,

o homem sem convicção que deitado na relva passa o dia dormindo e discute sobre o esforço com os gafanhotos.

Bem-aventurado o que suporta o empréstimo da verdade, o escavado em pedra e o que construído de palha é alternadamente senhor do nada e rei de um só vassalo.

Bem-aventurado tu que sem te chamares Juan não és outro que Juan o explícito, o pai do ar cujos filhos herdarão as máquinas de moer vento.

Bem-aventurado o que passou a noite com a insignificância, porque embelezado pela privação será dele alguma vez a ausência,

o que é vizinho de dois bocas, o da voz miúda a que lhe falta um dente, o homem sem pretexto que teve um asno, uma boina, um bode.

Bem-aventurado o que ante o argumento da pólvora torce o focinho de lanterna e fala alto, o que paga seu uivo com a vida, o que num instante é articulação de lobo e árvore ajoelhada.

Bem-aventurado o pássaro cujo canto desperta o coração de uma mãe nos galhos da tristeza.

Bem-aventurado o manco e seu violino de oxigênio, a abelha de açúcar que suga a superfície dos licores brancos.

Litografia de J.Carlos Mestre

Bem-aventurado o viajante que vaga no concêntrico e traduz o limite, a fertilidade do sacrifício, a teologia das medalhas da lua.

Bem-aventurado o que emigra à margem de seu amor, porque dele será a estranha fruta do animal de sábado.

Bem-aventurado o esqueleto de Rimbaud e seu pássaro influente, único herói no festim do crânio.

Bem-aventurado o que diante da alusão aos espelhos se volta pensativo e ignora azul e amavelmente suas lágrimas.

Bem-aventurado o imortal do morto, a desculpa do chapéu e seu balido, o repentinamente desenganado no paladar das tábuas da morte.

Bem-aventurado a andorinha de madeira que faz o menino pulsar antes de conhecer o sexo.

Juan Carlos Mestre, poeta e artista visual nascido em Villafranca del Bierzo, em 1957, é autor de Siete poemas escritos junto a la lluvia (1982), La visita de Safo (1983), Antífona del otoño en el Valle del Bierzo(Premio Adonáis, 1985; 2003),  Las páginas del fuego (1987), La poesia ha caído em desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, 1992), La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesia, 1999, escrito durante sua estada em Roma) e, por último, El universo está en la noche (2006), obra singular em que recria mitos e lendas mesoamericanas.  Entre os numerosos livros de artista gráfico de que Juan Carlos Mestre participou está oCuaderno de Roma (criado em 1997-98 e editado em 2005). Uma seleção de suas poesias foi publicada emLas estrellas para quien las trabaja (2007). Como artista visual expôs sua obra gráfica e pictórica na Europa, nos Estados Unidos e na América Latina. Obteve Menção Honrosa do Premio de Grabado de la Calcografía Nacional em 1999. La casa roja é seu mais recente trabalho poético.

EL COMPROMISO DE JUAN CARLOS MESTRE

JUAN MANUEL MOLINA DAMIANI

«A los derrotados la historiapuede decirles ‘lo siento’, pero no ofrecerles ayuda ni perdón».

W. H. Auden: Spain

Hace unas semanas, en el preámbulo de su lectura de poemas dentro de este ciclo de «Poetas por el Casco Antiguo», precisaba Antonio Gamoneda que «la poesía no tiene que hablar de la realidad porque ella misma es una realidad». Juan Carlos Mestre, viejo amigo cuya obra es una realidad que nombra lo real, que lo presenta, que lo crea incluso, es un poeta que habla de lo incomunicado, de lo incomunicable, de la incomunicación a que la realidad de este tiempo, un espacio real sin apenas contornos, nos tiene tristemente condenados.  Defensor de que la poesía es «la conciencia de algo de lo que no se puede tener conciencia de ninguna otra manera», la de Juan Carlos Mestre, lejos de representarnos realidad alguna, no hace otra cosa que mostrarnos lo real desde la realidad que su obra, ella misma, ella sola, conforma. Así, presentando el mundo, no representándolo, y mostrando la vida, no literaturizándola, logra Mestre huir de poetizar lo real: su empresa, vitalísima, encinta, nos entrega la poesía de lo real, su belleza verdadera y cruel.

No es extraño, por lo dicho, que cuando Juan Carlos Mestre empezara a publicar, allá por los primeros ochenta, el imaginario de su obra no sintonizase con los postulados del tardorrealismo emergente y fuera leído como una coda singular de la estética culturalista novísima. Aun así —a día de hoy toda aquella ceremonia de la confusión ya es posible evaluarla en su justa medida—, téngase claro que el individualismo de aquel Juan Carlos Mestre ningún parecido guardaba con el encarnado por los poetas novísimos, dado que el de nuestro poeta ya ponía en juego vectores radicalmente comprometidos, estatuto que el culturalismo de sus mayores, neoliberal y escapista, nunca pudo alcanzar de modo sobrado. Es curiosa la paradoja: en la encrucijada de la poesía española de hace veinticinco años, el imaginario estético de que partía Juan Carlos Mestre lo presentaba no sólo como un poeta menos vanguardista que sus coetáneos, casi todos partidarios de las maneras naturalistas propias de la poesía social de los años cincuenta, sino a la vez como un autor apegado a la tradición que habían demarcado sus mayores, como un poeta más bien continuista de los planteamientos de vanguardia.

Ante esta trama, es lógico que el estatuto historiográfico de Juan Carlos Mestre se haya venido perfilando desde los inicios de su producción como el de un poeta al margen, como el de otro raro que

no halla más sitio en el canon que el que le asigna su marginalidad, la que lo mantiene ausente de todas las antologías pese a los premios de que se ha hecho merecedor. Con todo, sin adaptarse a la inadaptación, huyendo del vacío de los solitarios, excluido por sistema de lo hegemónico por transitar por caminos singulares, no se pase por alto que la marginalidad de Juan Carlos Mestre deriva de su individualismo comprometido, de su espiritualidad materialista, ajena a los dos constructos estéticos que han estandarizado la estética de nuestros días, a saber: el naturalismo burocrático que consumen las clases medias ilustradas de nuestra sociedad tardocapitalista, una dicción cuya manera de representar es implícitamente cuestionada por la presentación estética en que Mestre se abisma, y el neosimbolismo vanguardista de los poetas novísimos, unas maneras que Mestre aparentemente pudo cultivar pero que nunca acabarían integrándolo dentro de los convencionalismos vanguardistas de la maquinaria industrial de nuestra cultura.

Al margen, así pues, tanto de los hábitos tradicionalistas propios del idealismo comprometido, a cuyas constantes temáticas nunca se ha plegado nuestro poeta, cuanto de los productos fraudulentos de la ideología vanguardista tan cara al industrialismo, con cuyos acabados estéticos ningún parecido guardan los de nuestro autor, la marginalidad de Mestre a lo largo de toda su trayectoria hasta hoy convendría írsela explicando a partir de que sus postulados estéticos parten de una iconoclasia radical, a saber: la de que su obra impugna la finalidad del arte del momento, esto es: la que lo reconoce como exclusivo motor mercantilista e ideológico de distracción, un constructo donde el arte no es alumbramiento final de la conciencia creativa, sino mero narcótico para adormecerla y desactivarla. No, no nos equivoquemos: Juan Carlos Mestre no es ni un animador sociocultural del presente ni un aristócrata selecto de la artisticidad: el paraíso de su poesía no es nada divertido: está habitado por seres infernales cuyas almas son las que esconden nuestros cuerpos.

En efecto, a lo largo de toda la obra de Mestre nunca ha habido una fuga, una evasión de lo real: lejos de favorecer la diversión que hace olvidar el sufrimiento, convencido de que quien procura diversión no es, a la larga, sino alguien que anda de acuerdo con todo, alienado en el autismo colectivo a día de hoy hegemónico, Juan Carlos Mestre se ha impuesto no acallar su insubordinación: denuncia implícitamente, sí, que el modelo populista del progreso ilustrado de la inteligencia acaba más tarde o más temprano dando como fruto el progreso romántico de la estupidez. No: nunca se ha mostrado Mestre de acuerdo con los protocolos neoliberales de los aparatos de poder de la cultura fascista tan propia de este tiempo, un sistema que engulle a

todo aquel que se trague su insubordinación asignándole, quiera o no quiera, cuando menos se lo piense, el papel de payaso más gracioso de la fiesta de cumpleaños que las instituciones financian para que la cosa siga marchando y la fiesta no pare.

Siempre ha perseguido Mestre con su obra recobrar lo primigenio, lo ancestral, testimoniando lo permanente del tiempo y cribando las contingencias del espacio, el rostro misterioso de lo desconocido, nuestro conflicto, concretando así, a mi ver, eso que no se ve pero se siente, eso que tantas otras veces está a la vista de todos pero nadie se atreve a mirar cara a cara. Generando credibilidad desde su testimonio estético, un testimonio moral que no persigue, quede claro desde ahora, son palabras suyas, «llevar la imaginación al poder, sino [de] utilizar su imaginación contra el poder», ha logrado Juan Carlos Mestre poner un poco de orden en nuestro caos denunciando que este tiempo está falto de dignidad, que a día de hoy no somos capaces de compaginar humanamente verdad, vida y belleza. Va a ser desde la memoria que no se deja atrapar ni por la nostalgia que duele ni por la melancolía que cura, sino desde una memoria donde nostalgia y melancolía entren en serena dialéctica, en temblorosa y transparente conjunción, desde donde Mestre alce su poesía, memoria personal que ensancha la colectiva hasta hacerse naturaleza de la historia, al tanto nuestro autor que nuestros herederos, cuando ya hayamos desaparecido, sólo tendrán como testamento de nuestro tiempo nuestras ruinas artísticas, entonces ya, sin duda, infalible documento con el que se pueda volver a vivir lo que fuimos, tiempo recobrado donde volver a pensar lo que ahora pueda ser este espacio sobrado de olvido.

La credibilidad y el testimonio de Mestre obedecen a su vitalismo, un vitalismo escriturario, poético, que hace de su obra un lugar sagrado, equiparable a la vida, mas sólo, cuidado, cuando sirve para reactivarla y revivirla, cuando intenta conducirla por itinerarios distintos a los establecidos por la inmoralidad hegemónica. Consciente, es Mestre quien lo ha señalado, de que lo «difícil tal vez resida en poder vivir hasta sus últimas consecuencias la vida del poema», es de destacar que su poesía acaso no sea sino el acta de otro forense, siempre atenta a lo perdurable esencial que no ha podido borrar la contingencia de lo efímero, a todo aquello que nos dé noticia de la destrucción histórica de nuestra naturaleza, que deje nombrada la consternación de quien intenta cambiar la vida y transformar el mundo. Un entramado político —sí: no se me asusten: político— que Juan Carlos Mestre ha ido construyendo a lo largo de los tres momentos en que a mi juicio cabe secuenciar su producción hasta la fecha.

Su primera etapa, la que delimitan sus tres primeros libros, Siete poemas escritos junto a la lluvia [1982], La visita de Safo [1983] y Antífona del otoño en el Valle del Bierzo [1986], nos sitúa ante el entorno inmediato de nuestro autor, quien se reconoce nostálgico de su ayer pero sin adoptar posiciones extremadamente dolidas, si bien el tercero de estos títulos, el que obtuviera el Adonáis de 1985, un libro de libros, nos participe una visión del paisaje memorial, inserta en el conflicto cultural del hombre que lo habita. Confesión o respuesta de estirpe simbolista y acaso neorromántica, reténgase que los poemas de laAntífona los genera la fantasía, desde los inicios de la trayectoria de Mestre verdadero motor de su producción, tal y como documenta, a modo de resumen, «Villafranca», el poema que cierra este volumen, canto elegíaco por el tiempo y el espacio perdidos donde la enumeración caótica juega un papel decisivo, lo que nos habla de que acaso sea la memoria proustiana el plasma de buena parte de este poemario, paradigma, por más señas, de un neoinformalismo de estirpe figurativa que no sólo se opone al mimetismo retiniano de los tardorrealistas sino también a los automatismos a posta de quienes por a mediados de los ochenta intentaban reabrir la dicción del surrealismo a partir de patrones neoclásicos.

Así lo certifica La poesía ha caído en desgracia, un libro menos elegíaco, territorio que se reconoce como el segundo momento de su obra, donde ya se hace manifiesto que la poesía de Mestre la gobierna la música cualitativa de la dicción de la frase antes que el metro cuantitativo de la duración del verso, en Mestre, a partir de este libro, con el alcance del versículo, vinculado con el de la tradición inaugurada en nuestra lengua por Juan Ramón, Aleixandre, Dámaso Alonso, Rosales, Hierro, Gamoneda, Diego Jesús Jiménez y José Viñals. Libro ahora de poemas, un nivel de abstracción infinitamente mayor al de los títulos anteriores informa La poesía ha caído en desgracia, de universo mucho más comprometido, nada veneciano: está sostenido por la fantasía, el sueño y la visión, reactivos que disparan la escritura automática de que este libro es producto. Fruto, ahora bien, de un yo que no quiere serle infiel ni a su corazón ni a su cabeza, un acabado racional redondea sus poemas, resultados de una escritura matérica, informal y visionaria pero siempre acogida a un proceso de imaginación formal cuya razón constructiva la dicta un radar cuya vocación no es otra que comunicar con el destinatario del texto. Que este tiempo de exceso de razones tecnocráticas tenga arruinada a la razón no impide que el logos de Mestre controle todo el proceso escriturario de su obra sirviéndose de otra razón, la poética, una gramática poética superrealista, realista en grado superlativo, que la sintoniza, ahora bien, con los maestros que conciben la poesía como acto de obediencia a lo irracional esencial antes que como

consecuencia de una voluntad de poder consciente: ya lo dejó dicho nuestro poeta: «Yo no escribo lo que quiero, sino lo que puedo, aquello que a pesar de lo previsto me conduce a lo irremediable».

El último libro hasta la fecha de Mestre, La tumba de Keats, un libro que ya no es ni un libro de libros ni un libro de poemas, sino, sin más, un poemario, no se alza, a diferencia de lo que ocurría en la Antífona del otoño en el Valle del Bierzo, presidido por la nostalgia, y deLa poesía ha caído en desgracia, ocupado por la melancolía, sino como un territorio asentado en la memoria. Sí: visitando la tumba de Keats, en el cementerio protestante de Roma, es asaltado Juan Carlos Mestre por una visión onírica y fantástica que le procura una imagen real del sufrimiento de los perdedores de la historia, de la impotencia de una sociedad atrapada por las falacias de la ciencia al servicio del horror, la injusticia y sus crímenes. Mausoleo de la verdad, es la tumba de Keats, matriz de la conciencia de un yo desolado, revelación de una ciudad minada por los vicios, lugar de la muerte: Roma está llamada a ser la ciudad del Apocalipsis. Desde la tumba del romántico por antonomasia, lleva a cabo Mestre la autopsia de Roma, emblema escatológico de la podredumbre de la Iglesia católica, del estado capitalista, de la banca, del ejército y de las burocracias que operan para explotar a los desposeídos de todos los mundos. La tumba de Keats es un nuevo vaticano desde el que Mestre, armado de piedad, rencor o memoria, vaticina la desvaticanización del capitalismo que perpetúa los principios feudales que rigen hoy la felicidad del mundo occidental.

Si Lorca fue el poeta de Nueva York, allí donde el capitalismo empezó a cobrar su cara más cruenta, Mestre lo será de una Roma, la ciudad cuyo cementerio protestante guarda las cenizas que habrá de soplar quien quiera reavivar el fuego de un nuevo humanismo. Así, fundando la tradición de una Roma desde la que nos sea posible resistir, sabiéndose que acaso sea el antepasado vidente de una cultura futura que pudiera no llegar a ser jamás, Mestre se abraza a la tumba de Keats, lugar de una conciencia superromántica, para defender un vitalismo materialista fundado en el hombre concreto que habita el infierno del mundo de hoy, un infierno mortal que es preciso destruir desde el paraíso aún inconcretado de un nuevo modelo de ciudadanía. Alegato social, si bien acordado a patrones muy distintos a los acostumbrados por los convencionalismos del naturalismo burocrático, la dicción oscura de Mestre —oscura porque nombra tramas oscuras—se concreta mediante una voz profética, mediante una deíxis preferentemente vocativa, donde la moral no sólo es participada por el tejido de los significados, sino antes bien por el sentido que los teje, un telar político que cobra su resolución estética

irracional, expresionista, para mostrar las tensiones de este tiempo sin memoria, inconsciente incluso de que anda aniquilándose a sí mismo.

Sin adocenarse en la individuación, el irracionalismo alucinado de Mestre adquiere, así pues, una dimensión política indiscutible, resistente y rebelde, un hallazgo que impugna las tesis de quienes piensan que las propuestas de vanguardia están deshumanizadas, tal y como vienen defendiendo desde hace casi un siglo el Ortega más reaccionario y sus acólitos más trasnochados, no pocos  de los cuales forman parte a día de hoy de la burocracia tardorrealista asalariada por los neoliberales de nuestra cultura. No: el irracionalismo de Mestre tampoco está deshumanizado: Mestre es un poeta moderno: desde su estética acomete una reflexión existencial, poética e histórica, de alto octanaje civil. No le basta, no, ser un artista de vanguardia, no quiere ser otro producto industrial de la ficción de este tiempo: su propuesta se enraíza en el epicentro de la modernidad: su conciencia se opone al racionalismo que todo lo convierte en mercancia: su irracionalismo es expresivo medio de rehumanización civil. Les dejo con Juan Carlos Mestre: la belleza de su poesía es cruel: los poetas de verdad nunca mintieron.

JUAN MANUEL MOLINA DAMIANI

 

LA RESPONSABILIDAD DE LA IMAGINACIÓN

TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

            Tal vez las palabras de los poemas, de todos los poemas existentes, entran a ocupar el aire con más imprevisión que las otras: las de las proclamaciones y los negocios; las de los ceremoniales, las del descrédito. El principio de gula que atraviesa a todas estas no es el latido oscuro que el poeta oye dentro de su boca, un latido sin dirección ni certidumbre, algo como el idioma húmedo de los animales. Las palabras entonces se deshielan hasta el ruido, y los conceptos y los significados entran en una incertidumbre semántica que aturde a los nombres. Expulsión de la lógica, anulación del tiempo, abolición de las contradicciones…, de eso está hecha también la lengua de los poemas.

Juan Carlos Mestre conoce la pasta irrebatible de ese idioma. Mestre nace en Villafranca del Bierzo en 1957. Años arriba o abajo, su edad es la de otros poetas leoneses de su misma talla como Ildefonso Rodríguez, Aldo Z. Sanz, Eloísa Otero o Miguel Suárez, que sin duda

también habrían de formar parte natural de un repaso de alcance de la poesía del siglo XX en lengua española. ¿Aceptaría el lector de Mestre  –el visitante de su poesía, de sus figuraciones plásticas o su obra gráfica- primeras pistas que aquí empezaremos a entrecruzar para entrar en su mundo y en su ideología poéticos? Hablamos de romanticismo visionario, negación de un discurso pacífico, intromisión de las palabras en el pensamiento –y no al revés-, descomposición de la estructura prevista para el poema –en su caso por un hipertrofismo creciente, al menos hasta su libro más reciente La tumba de Keats-, ebria constelación de imágenes…, renuncia, en fin, a una visión lineal de la temporalidad y la espacialidad.

Por eso mismo, intentar hacer un estricto repaso cronológico a sus entregas poéticas desde aquel lejano Siete poemas escritos junto a la lluvia de 1981 sería traicionar una escritura de carácter mural, sería organizar de manera secante –sólo esperada en los tristes bastidores de la literatura- un discurso flotante y suspendido, como un firmamento que arde de continuo, en la única ilimitación posible para el poeta: la del lenguaje derramado más allá de sí mismo. Mis planteamientos, pues, serán los del lector manchado irremediablemente del oficio; mis fundamentos –íntimas convicciones que llevo conmigo desde que me acerqué a la poesía y al autor, hace ya un puñado de años- tal vez sepan acercar a una lectura con conciencia la antología que sigue a estas palabras; una antología que mantiene sin fisuras lo que en su día el escritor expuso en un orden de tormenta y fricciones. Todo ello para hablar de esa “responsabilidad de la imaginación”, a la que se alude en el título de esta introducción, y que creo que es el más fuerte anclaje de la expresión de Juan Carlos Mestre.

La sustancia de la imaginación es la irresponsabilidad. La misma que hay en los sueños y en las criaturas que llamamos simples. De su alcance y proporción, pues, nadie tiene por qué responder. Su territorio es el de la libertad infinita. Su grandeza es la de la indiscriminación. Y, sin embargo, en ese concepto de “responsabilidad poética” bulle la necesidad de una excitación nominal capaz de provocar energía expresiva suficiente para hacer estallar en la cara las verdades poéticas, que es como decir las verdades radicales a las que no se llega con un comercio verbal secuestrado por la inteligibilidad.

Creo que Juan Carlos Mestre habita, lo sepa o no, en ese país aturdido por la incertidumbre nominal. Su escritura poética se funda a la vez en la cantidad y en el desconcierto. O, dicho de otro modo, en lo expansivo y en lo turbado, que se superponen como signos constantes de toda su escritura hasta dar en aquella respiración turbulenta, arrebatada.

Desde su inicial escritura poética –La visita de Safo, 1983; Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo, 1986-, la principal manifestación de lo expansivo en su poesía es la secuencia elástica de enumeraciones que vertebran el cuerpo del poema, lo que impone en éste una dimensión horizontal. Fue Walt Withman quien dominó este canon enumerativo al erigirse en cantor de un nuevo mundo material que era preciso nombrar golosamente a fin de mostrar la ingente pluralidad de las realidades americanas; ello le convierte en el apóstol democrático de aquella sociedad naciente. Se trataba de conseguir una poesía de cota única donde lo intercambiable fuese el valor primordial.

Materialismo e igualitarismo serán también los fundamentos parejos de Mestre en el armadijo eficaz de su poesía, sólo que ahora el poeta no pretende exaltar en sus versos, a menudo torrenciales, una cremosa civilización reciente sino exponer el relato continuo de una crisis, sea ésta la crisis de un modo de decir (como ocurre, ya desde el título, en el libroLa poesía ha caído en desgracia, 1992) o la de una civilización simbolizada en Roma, de fondo putrefacto y con la luz ambigua de los fuegos fatuos. Si en Hojas de hierba Whitman cantaba así: “¡Acepto la Realidad y no me atrevo a ponerla en duda, / Lo material la penetra del principio al fin. / ¡Viva la ciencia positiva! ¡Vivan las demostraciones precisas! / Traed uvas y cedro y ramas de lilas, / Éste es el lexicógrafo, éste el químico, éste es el que compuso / una gramática de los antiguos jeroglíficos (…)”, Mestre alzará su furiosa denuncia en La tumba de Keats (1999), una denuncia que pondrá en evidencia: “las letrinas donde acuña su esfinge un imperio erigido sobre la violencia, / la posesión de los excrementos que rentabiliza la usura, / el ácaro de la mafia sobre las alfombras de la judicatura / y el gobierno de los mercaderes sobre los restos de la democracia”.

En relación con todo esto, tanto los románticos como los grandes simbolistas intuyeron sobradamente que la imaginación poética era una facultad que sustituía con ventaja a la razón a la hora de nombrar con conciencia de necesidad y de imposibilidad fatídica. Lo necesario y lo fatídico se aliaban en una mutualidad que sólo podía resolverse en las afueras de los lenguajes de la contabilidad, fuese esta contabilidad de cualquier orden.“¡Qué entender de mi palabra! ¡Que huya, que vuele!”, decía Rimbaud. Así pues, a la definición la sustituyó el correlato; a la univocidad, la analogía. Se había abierto la crisis entre los significados y la expresión. Einstein y Heisenberg entrarán no mucho después en esa misma órbita de la abolición de lo absoluto, de la negación de lo previsto. Esa crisis, que afecta al coro de las categorías inmutables de lo racional (al concepto del tiempo, al de espacio, a los del orden o el caos), llega a su máxima presión, como sabemos, con el Surrealismo, la gran aventura radical, moral y

expresiva del siglo XX en la que ciencia e inocencia, ignorancia y conocimiento se neutralizan.

El relato inicial de esta crisis que agita el fondo de los poemas de Juan Carlos Mestre tiene iniciales exponentes incuestionables en la poesía del siglo XX. Citaremos dos que nos parecen muy vinculados al escritor leonés.

Eliot en La tierra baldía ensayó con increíble precisión expresiva el texto poético que revelará la indefensión del hombre y la mujer del siglo XX ante la aridez del respaldo de la Historia, hecha jirones en una escritura desfallecida, en un lenguaje zozobrante y exhausto tomado sin embargo de mitos y símbolos de esa misma civilización en vías de desintegración. Por lo que toca a la poesía en nuestra lengua, será Lorca en Poeta en Nueva York quien eleve a denuncia lo que en Eliot era desmoralización. Este libro es una de las referencias cuyo aliento se percibe con más violencia en la escritura de Juan Carlos Mestre. La Nueva York de Lorca (“Nueva York de alambres y de muerte: ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla”) es el símbolo de un angustioso enclaustramiento, de un desarraigo definitivo del hombre para con sus vínculos ancestrales. Desde una imprecación sin concesiones, Lorca acusa en “Grito hacia Roma” al Pontífice romano: “Pero el hombre vestido de blanco / ignora el misterio de la espiga, / ignora el gemido de la parturienta, ignora que Cristo puede dar agua todavía, / ignora que la moneda quema el beso del prodigio / y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán”.

Por su parte, en La tumba de Keats Juan Carlos Mestre tendrá también como un leit motivlas alusiones a la Iglesia, simbolizada, como en Lorca, en Roma. Se referirá a ese“realquilado en la conciencia moral de la casa de Pedro” y, más adelante, a  “los que iluminados por la desesperación aguardan tras un muro / al monarca blanco / y ésa es entonces su abundancia de bien y ése es el / arroz que reparten los dominicos la tarde del sábado, / la tarde reservada a la compasión por los emigrantes del / Este”.

Más allá de esto, la génesis que provoca en Mestre un discurso perturbado, oscurecido y que no se compadece con una recepción racional, es aceptada por el propio escritor como de naturaleza chamánica, de un pensamiento enloquecido al modo de los vates antiguos. Ya en un poema de su libro de 1986 Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo, se presenta como “aquel que acude a su videncia”. Y en La tumba de Keats -libro que cito con abundancia por parecerme que se ha llegado en él a una cota extrema en que ideología y expresión, responsabilidad y libertad, se amasan con lucidez y furia-

habrá de nuevo enunciaciones explícitas, en una suerte de segunda voz, de segundo grado de escritura, que advierten de un origen oscuro y magmático para el poema, fuera de la previsión expresiva:“No han sido escritas estas palabras –dice el poeta- para el conocimiento de la razón”. Y luego: “Hablas el dialecto de quien ha padecido un sueño”.

Este reconocimiento de una voz heterodoxa y sin dominación como lenguaje natural del poema vuelve a situar al escritor en la estela de quienes no pactaron con el ruido de tratantes que dejan en la boca las palabras empleadas con usura significativa, ese núcleo irreductible de poetas del “Non serviam”, como Huidobro, sí, aquel ángel salvaje que cayó una mañana sobre las plantaciones de preceptos y terminó deshuesando el lenguaje para“liquidarlo”; y, junto a él, la gran renovación de la poesía española, que nunca vino de la sumisión mimética a la tradición metropolitana sino del oxígeno rebelde de Hispanoamérica (Darío, Vallejo, Neruda, los surrealistas peruanos, Gelman, Rojas), o sea, de la capacidad de hallar el oro de la poesía bajo los lenguajes bárbaros. De esa estela ardiente y llena de fosforescencia expresiva ingobernable viene serpeando el canto y el recado de Juan Carlos Mestre.

Pero aún más atrás el propio poeta en La visita de Safo dice: “No soy yo quien gobierna el texto, sino el texto quien me gobierna a mí. Soy un médium en el proceso de la escritura. Recojo una tradición cultural. Soy una simple excusa que reescribe la tradición”. Incluso en un momento dado, el poeta parece desentenderse aún más de la voluntad de decir, que un exterior le impone: “Yo era –llega a escribir- el encomendado a la mudez”.

Esa conciencia de ser quien recoge el ímpetu de las palabras, como dijera Dylan Thomas hablando de esto mismo, puede recordar al lector de Juan Carlos Mestre el origen oracular y mistérico de la poesía en las sociedades arcaicas, cuando movimiento, gesto y palabra constituían un todo que iba destinado a producir “un encantamiento”. La palabra entraba junto a la danza y a la música en lo colectivo, en lo ritual, en el mito. Entonces, la identidad del poeta estaba ofuscada como la del mago. La del poema, también. Es preciso recordar que en el poeta berciano la salida del poema como tal de su yacimiento natural –el libro- se viene produciendo desde hace tiempo en gestos expresivos que parecen expulsar al poema lejos de la escritura, del orden verbal. La poesía visual, el lenguaje como actividad plástica, los objetos poéticos realizados a partir de desechos son prolongaciones de una concepción elástica de lo poético que de nuevo lo vincula a aquel primer sentido sacralizado y ágrafo que tuvo la poesía.

No nos parece exagerado captar ecos de todo ello en la propia personalidad de Mestre. A esa confesión de no gobernar la dirección de un discurso oscuramente emanado habría que añadir la disgregación de su misma identidad individual. “LLUEVE, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle”, se lee ya en Antífona del otoño… Y todo un primer movimiento en La tumba de Keats es el esfuerzo por delimitar una mismidad que, sin embargo, se revela movediza. El poeta se pone en el lugar de cualquiera, es cualquiera –y ahora hay que volver a recordar a Whitman-, respondiendo de pronto a aquella pregunta inicial que abría la Nadja, de André Breton: “¿Quién soy yo?”. O, en palabras de Gerard M. Hopkins, “¿Qué será ser otro?”.

No hay, pues, en la poesía de Mestre una personalidad configurada. El insistente “yo” que abre La tumba de Keats no se refiere a una identidad exaltada y segura. Así lo prueban estos pasajes iniciales: “Vivo separado del rumbo de las cosas, hablo del miedo / de un heredero alzado contra el funesto monarca de las ciénagas. / No espero nada de los dioses, nada de la memorable epidemia de sus jueces. / Soy distinto ante el esclavo y el enano, soy el mismo suplicante y el eunuco. / Soy el transeúnte de la atmósfera, el anhelante oscuro del relámpago”. Y todo se resuelve en esta confesión definitiva: “He vagado por ahí, irrevocable, alegre, desmedido”.

Y poco más. Hemos insistido en que la poesía de Mestre parece delimitar el discurso de una crisis. Crisis de un arraigo en lo ancestral, que le lleva a escribir sus primeros libros, crisis de una civilización traicionada por sus propios edecanes, crisis de las significaciones (“Nada se llama del mismo modo dos veces”), crisis, por fin, del lenguaje, concebido como actividad en las afueras de los idiomas utilitarios ( La poesía ha caído en desgracia) y que permite comprender mejor el título de su último libro: La tumba de Keats. El epitafio del poeta inglés enterrado en un cementerio romano –“Aquí yace alguien cuyo nombre está escrito en el agua”- bien podría atribuirse a esta misma conciencia de fragilidad y de inadvertencia para el lenguaje poético y para la propia identidad de la persona. De ambas cuestiones hemos querido tratar en estas palabras que preceden a los versos del escritor berciano.

Pero, atención, escribir nombres en el agua es también no ceder a ponerlos en una apestada circulación mercantil. Las imprecaciones y la energía admonitoria que atraviesan la escritura poética de Juan Carlos Mestre se encargan muy bien de desmentir que la belleza y la injuria deben ocupar compartimentos estancos.O para decirlo con él, “en lo aullado da su inicio la fragancia”..

Y ahora, lectores y lectores, pasen y vean, vean.

TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

 

 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS 

SIETE POEMAS ESCRITOS JUNTO A LA LLUVIA. Barcelona, Col. Amarilis, 1982. 

LA VISITA DE SAFO, León, Fundación Bernardino de Sahagún, Colección Provincia, 1983. 

ANTÍFONA DEL OTOÑO EN EL VALLE DEL BIERZO, Madrid, RIALP, Col. Adonais, 1986.Premio ADONAIS 1985. 2ª ed.: Madrid, Calambur, 2003.

LAS PÁGINAS DEL FUEGO, Concepción (Chile), Letra Nueva, Colección Cuadernos de Movilización Literaria, 1987. 

EL ARCA DE LOS DONES, Málaga, Edición de Rafael Pérez Estrada, 1992. 

LOS CUADERNOS DEL PARAÍSO, Barcelona, Llibres de Pharlarthao, 1992. Edición de Alain Moreau con grabados de Víctor Ramírez.

LA POESÍA HA CAÍDO EN DESGRACIA, Madrid, Visor, 1992. Premio Jaime Gil de Biedma, 1992.

LA MUJER ABSTRACTA,  Valladolid: Ediciones de Poesía "El Gato Gris",1996. 

LA TUMBA DE KEATS,  Madrid: Hiperión, 1999. (Premio Jaén de Poesía 1999). 

EL ADEPTO, Luis Burgos, Arte del siglo XX, Madrid, 2005. Poemas de Mestre y obra gráfica de Bruno Ceccobelli. 

EL UNIVERSO ESTA EN LA NOCHE, Madrid, Editorial Casariego, 2006. Edición literaria de Miguel Ángel Múñoz Sanjuán y gráfica de Isabel Rodríguez Cachera.

CONTRA TODA LEYENDA, Escuela de Arte de Mérida, 2007. Con dibujos de Rafael Pérez Estrada.

LAS ESTRELLAS PARA QUIEN LAS TRABAJA (Antología),  León: Biblioteca de Autores Leoneses. EDILESA – Diario de León, 2007. Edición de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. Introducción de Tomás Sánchez Santiago

LAS PLUMAS DEL COLIBRÍ, Estudio y Antología (N. Alonso, J. C. Mestre, G. Triviños y M. Rodríguez (1973-1988), Santiago de Chile, CESOC, 1989.

EMBOSCADOS. Amancio Prada. Glosario e ilustraciones de Juan Carlos Mestre. Colección "Lejana y Rosa", Ediciones de la Fundación Juan Ramón Jiménez, Huelva 1995.

BESTIARIO APÓCRIFO DE ALVARO DELGADO SEGÚN JUAN CARLOS MESTRE. En Álvaro Delgado, Ayuntamiento de León, 1998.

LA PALABRA DESTINO, Rafael Pérez Estrada. (Antología, prólogo y edición de Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán), Hiperión, Madrid 2000.

INFORME PARA EXTRANJEROS. Antología de poesía chilena Contemporánea. Dos volúmenes. (Selección de María Nieves Alonso, Juan Carlos Mestre, Gilberto Triviños y Mario Rodríguez). Colección Juan Ramón Jiménez, Huelva, 2001.

LA VISIÓN COMUNICABLE, Rosamel del Valle. (Antología, prologo y edición de Juan Carlos Mestre) Colección SIGNOS, Huerga y Fierro Editores, Madrid 2001.

VISIÓN MAGNÉTICA DE JAVIER FERNÁNDEZ DE MOLINA. En ENEA Y LOS GATOS, Colegio Oficial de Arquitectos de Extremadura, Badajoz, 2002.

LA TUMBA DE KEATS, Barcelona, Lunwerg Editores, 2004. Con fotografías de Robés. 

ENRIQUE GIL Y CARRASCO, EL SEÑOR DE BEMBIBRE, Espasa, Colección Austral, Madrid, 2004. Edición de Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. 

TARJETA DE VISITA, IES “Universidad Laboral”, Cáceres, 2007. Liminar de Javier Pérez Walias.CAVALO MORTO, Poemas y aguafuertes de Juan Carlos Mestre, Galería Fontanar, Ediciones de obra gráfica y fotografía, Riaza, Segovia, 2007.

Cavalo Morto - Tengo Algo de Árbol

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la

luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son

mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y

vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de

un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas

por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y

los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo

que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el

cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende

con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas

marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo

resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces

como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

 

 

 

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Cavalo Morto

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

Um poema de Lêdo Ivo é um pirilampo que procura uma moeda perdida. Cada moeda perdida é uma andorinha de costas pousada sobre a luz de

um pára-raios. Dentro de um pára-raios há um bulício de abelhas pré-históricas em redor de uma melancia. Em Cavalo Morto as melancias são

mulheres semi-adormecidas que têm no meio do coração o barulho de um molho de chaves.

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

O Lêdo Ivo é um homem velho que mora no Brasil e sai nas antologias com cara de louco. Em Cavalo Morto os loucos têm asas de mosca e

voltam a guardar na sua caixa os fósforos queimados como se fossem palavras roçadas pelo esplendor doutro mundo. Outro mundo é o fundo

dum copo, um lugar onde o recto tem forma de ferradura e há uma só tarde forrada com tecido de gabardina.

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

Um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo é um rio que madruga para ir fabricar a água das lágrimas, pequenas mentiras de chuva feridas por

uma pua de acácia. Em Cavalo Morto os aviões atam com fitas de vapor o céu como se as nuvens fossem uma prenda de Natal e os felizes e os

infelizes sobem directamente aos hipódromos eternos pela escadinha do anilhador de gaivotas.

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

Um poema de Lêdo Ivo é o amante de um relógio de sol que abandona em pontas de pés as hospedarias da manhã seguinte. A manhã seguinte é

o que iam dizer-se aqueles que nunca chegaram a encontrar-se, os que mesmo assim se amaram e saem de braço dado com a brisa do anoitecer

a festejar o aniversário das árvores e escrevem partituras com a campainha das bicicletas.

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

Lêdo Ivo é uma escola cheia de tentilhões e um timoneiro que canta no pratinho de leite. Lêdo Ivo é um enfermeiro que liga as ondas e acende

com o seu beijo as lâmpadas dos barcos. Em Cavalo Morto todas as coisas perfeitas pertencem a outro, como pertence a porca das estrelas de

mar ao saqueador das cabeças sonâmbulas e o carteiro das rosas do domingo à coroazinha de luz das empregadas domésticas.

 

Cavalo Morto é um lugar que existe num poema de Lêdo Ivo.

Em Cavalo Morto quando morre um cavalo chama-se Lêdo Ivo para que o ressuscite, quando morre um evangelista chama-se Lêdo Ivo para que o

ressuscite, quando morre o Lêdo Ivo chamam o alfaiate das borboletas para que o ressuscite. Acreditem-me, as recordações formosas são

fugazes como os esquilos, cada amor que acaba é um cemitério de abraços e Cavalo Morto é um lugar que não existe.

 

 

El gran poeta (y periodista) brasileño Lêdo Ivo (Maceió, 1924) falleció en Sevilla este domingo, 23 de diciembre, a los 88

años, tras sufrir un infarto. Según publica G1 – O Portal de Notícias da Globo, el poeta empezó a sentirse mal cuando comía en un

restaurante y decidió regresar a su hotel, donde recibió atención médica. Pero falleció antes de poder ser trasladado a un hospital.

Lêdo Ivo se encontraba en la capital andaluza de vacaciones, acompañado por su hijo, el artista plásticoGonzçalo Ivo. Pensaba

pasar la Navidad con algunos familiares en Madrid y tenía previsto regresar la próxima semana a Maceió (Brasil).Curiosamente, Lêdo Ivo mantuvo estrechos lazos con algunos poetas leoneses, como Antonio Pereira, Juan Carlos Mestre y Antonio Gamoneda. Y en 2011 visitó León para recibir el Premio Leteoque concede un grupo de poetas

leoneses encabezados por Rafael Saravia, como reconocimiento a su trabajo “coherente”, “comprometido” y en el que “trasforma su

realidad en realidad poética”.Así recordaba el fallecido Antonio Pereira cómo lo conoció, durante uno de sus viajes por el mundo: “En Brasil conocí a un poeta extraordinario, Lêdo Ivo, alguien me había dado su dirección en Río de Janeiro, me recibió muy bien, aunque un poco

cauteloso. Pero nos vimos, hablamos, hicimos amistad y al final nos invitó a su hacienda en el Mato, a Úrsula y a mí, a una finca

impresionante. Allí todo es inmenso, los árboles son altísimos, las hormigas tienen un dedo de largo… y me fastidió un poco, porque estuvimos de paseo,charlamos mucho, mucho, y al llevarnos a la habitación, nos dijo: bueno, ahí está el cuarto de baño, aquí tienen de todo, y en este armarito está el antídoto contra el veneno de las serpientes , que hay

que dárselo rápido y avisar que venga un helicóptero…”.Antonio y Úrsula se quedaron varios días con Lêdo Ivo, no vieron ninguna serpiente, pero de ahí salió un cuento,  Los ojos luminosos,

que se publicó en El País, al verano siguiente. “Hicimos una amistad grande. Y a quien le produce auténtico entusiasmo Lédo Ivo es a Juan Carlos Mestre. Cuando le enseñé sus versos se quedó absolutamente fascinado, y escribió ese poema titulado Cavalo Morto…”.“Yo soy una invención de Juan Carlos Mestre”

“Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo. Un poema de Lêdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida”. Así comienza el poema perteneciente al libro ‘La casa roja’(Calambur) con el que Juan Carlos Mestre obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Literatura. El poema continúa, un poco más adelante: “Cavalo Morto es un

lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo. Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y que sale en las antologías con cara de loco…”Mestre fue el gran descubridor del poeta brasileño para el público español y junto a Guadalupe Grande es autor de la traducción de

sus versos en una fantástica antología: ‘La aldea de sal’ (Calambur). “Yo soy una invención de Juan Carlos Mestre. Y es maravilloso, porque los poetas necesitan que alguien los invente para ser ellos mismos”, señaló Ido, en 2011, en una entrevista realizada en compañía del poeta de Villafranca del Bierzo.

Y así contaba Mestre, en esa misma entrevista, cómo descubrió al gran autor brasileño: “Un día le escuché aAntonio Pereira hablar

de Lêdo Ivo y lo que leí me recordó que Gamoneda, otro maestro, dice que la belleza no es un lugar al que van a parar los cobardes. Ahí nació en mí la idea de la belleza vinculada a la justicia. La poesía es el lenguaje de la delicadeza humana. Propone una delicada pero pertinaz resistencia al discurso único”.El “poeta municipal” descendiente de una tribu antropófaga

Ivo defendió siempre un modelo de poesía comprometido con el individuo y la sociedad. Y, aunque algún crítico se refirió a él como “el

poeta indignado”, él prefería calificarse como “poeta municipal”.

Dotado de un gran sentido del humor, cuando un periodista le preguntó por su parte de indígena, respondió así: “Los Ivo llegaron a Brasil en el siglo XVII, pero otros de mis antepasados vienen de la tribu caeté: indios antropófagos que se comieron al primer obispo de Brasil, Fernandez Sardinha. Algún bromista dijo que su destino iba en el apellido”.

Hace un año, durante su visita a León para recoger el Premio Leteo, insistió en el hecho de que  “la poesía es un arte, una expresión y afirmación de la capacidad artística del hombre”, y, desde su punto de vista, “una experiencia personal”

que busca transmitir “por medio del lenguaje”. Así, subrayó que tanto la poesía como la literatura no son sólo “una creación, sino una

especie de memoria del mundo” y que, “si no existiese”, “el hombre no sabría nada de sí mismo”.Como escritor comprometido, en León habló también sobre el movimiento de los indignados, al que calificó de “muy importante”

por reflejar “la inconformidad de los jóvenes ante un escenario económico inquietante” . En este sentido, señaló

que cuando él era joven sentía que tenía frente a él “un futuro” y que su generación “esperaba realizarse y conquistar su lugar en el

mundo”, mientras que ahora “los jóvenes salen de la universidad sin empleo y sin futuro”. “El mundo ha cambiado y de ahí su

indignación, el reclamo de un lugar en la vida y de su derecho de vivir”, concluyó.

lauraceae

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PROYECTO DE POESÍA: Cavalo Morto II, poema de Juan Carlos Mestre

CAVALO MORTO

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto

las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves. 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina. 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo

de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa

del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas. 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la

tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas. 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos

hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

Juan Carlos Mestre en La casa roja  (Calambur Editorial, Madrid, 2008)Queridas y queridos alumnos, no se me ocurre nada mejor que ofreceros que mis noches de lectura e insomnio... por eso Lêdo Ivo, Rafael Pérez Estrada, Juan Carlos Mestre...

Tras el trabajo realizado con los alumnos con el poema "Cavalo Morto" de Lêdo Ivo bajé un poquito las persianas y avisé a los chicos y chicas:       -Cerrad los ojos... En ese momento comenzaron a escuchar la voz de Juan Carlos Mestre recitando su poema Cavalo Morto. En una entrevista que se hizo a Lêdo Ivo, este afirmó que el poema de Juan Carlos Mestre fue el encargado de inventarlo a él como poeta. Esto lo decía el brasileño a sus 90 años... ¡Cuánta humildad!

 

La primera sensación que tuvieron mis alumnas y alumnos fue de sorpresa. Les sonaba el lugar: Cavalo Morto y conocían al poeta del que se hablaba en el recitado: Lêdo Ivo.Creo que después se dejaron llevar por el sonsonete, el trino, el ulular del poeta del Bierzo. Con los ojos cerrados  se limitaron a disfrutar. Despertaron de una especie de letargo diciendo: -¡Qué raro! pero... ¡Qué bonito!- Yo pensaba: ¡Si yo fuera poeta la reacción que estos chicos han tenido sería para mí el regalo más hermoso del mundo! Es tan difícil, hoy en día, despertar al adolescente de la retahíla del cansancio, la televisión, la rutina...Tras los versos recitados por el propio autor, volvimos a la lectura del poema con una misión: localizar una imagen del texto, la que más les gustara, la que más cercana sintieran. Íbamos a pintarla.

Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de los poemarios Siete poemas escritos junto a la lluvia(1982), La visita de Safo (1983), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo(Premio Adonais, 1985), Las páginas del fuego (1987), La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, 1992) y La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, 1999), libro este último escrito durante su estancia como becario de la Academia de España en Roma. Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007).Ha realizado las antologías sobre la obra poética de Rafael Pérez Estrada, La palabra destino (2001), y La visión comunicable (2001) de Rosamel del Valle, además de la edición comentada de la novela de Enrique Gil y Carrasco, El señor de Bembibre (2004); asimismo, es autor de El universo está en la noche (2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas.En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, EE.UU., Europa y Latinoamérica.

De su diálogo con la obra de otros artistas y poetas han surgido, entre otros, los libros Piedra de Alma, con José María Parreño, Crónica de amor de una muchacha albina, con Rafael Pérez Estrada, Emboscados, con Amancio Prada,Bestiario apócrifo, con Álvaro Delgado (2000), Enea y los gatos, con Javier Fernández de Molina (2002), El Adepto, con Bruno Ceccobelli (2005), Arde la oscuridad, con Alfredo Erias (2007) y Los sepulcros de Cronos, con el escultor Evaristo Bellotti (2007). 

También ha editado numerosos libros de artista, como el Cuaderno de Roma (2005), versión gráfica de La tumba de Keats, y acompañado con sus grabados  poemas de Antonio Gamoneda, Diego Valverde, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Gonzalo Rojas, Jorge Riechmann... Su colaboración con otros creadores y músicos como Amancio Prada, Luis Delgado o José Zárate, ha sido recogida en varias grabaciones discográficas.

 

Estos son los datos que sobre la vida de Juan Carlos Mestre aparecen en su página web. Además podemos añadir que fue Premio Nacional de Poesía 2009 con su obra La casa roja editado por Calambur y que en 2012 publicó también en Calambur La bicicleta del panadero.

Los muchachos han seleccionado una imagen, la imagen que los hacía sentir algo diferente, quizá inexplicable y pintan sobre ella. Os ofrezco una muestra:

...el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas...

 En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves...

Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía...

Un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia...

  Nuestro paseo por el poema "Cavalo Morto" de Juan Carlos Mestre nos ha conducido a una reflexión sobre el mundo de los sueños, lo posible, lo imposible. Nos ha llevado también al deseo de recrear los nuestros. Por ello hemos transformado su poema nombrando los seres, animales, personas, cosas y hasta el mundo de las ideas que el poeta elucubra, por aquellos y aquellas que a nosotros nos sugería la estructura de su texto, recalculando los escasos adornos, jugando con las palabras.De este modo hemos conseguido elaborar un nuevo texto que os regalamos...

CAVALO MORTO  de 1º Compensatoria (A/B) del IES Nicolás Copérnico

Cavalo Morto es un país que existe en un poema de Lêdo Ivo. Un  poema de Lêdo Ivo es un escarabajo que busca un billete extraviado. Cada billete extraviado es el pájaro de enfrente posado sobre el brillo de un camión. Dentro de un camión hay un motor de cebras originarias alrededor de un melocotón. En Cavalo Morto los melocotones son leñadoras embobadas que tienen en la mitad del pulmón el motor de un puñado de cascabeles.

Cavalo Morto es un sitio que existe en un poema de Lêdo Ivo. Lêdo Ivo es un burro antiguo que vive en España y sale en los libros de matemáticas con cabeza de loco. En Cavalo Morto los tontos tienen brazos de león y vuelven a guardar en su armario las llamas carbonizadas como si fuesen letras rozadas por el brillo de otro país. Otro país es el culo de un jarrón donde lo recto tiene apariencia de puerta y hay una sola casa forrada con lana de un jersey.

Cavalo Morto es un territorio que existe en un poema de Lêdo Ivo. Un territorio que existe en un poema de Lêdo Ivo es un lago que madruga para ir a fabricar el refresco de las gotas, enanos pensamientos de corrientes de agua lesionadas por una aguja de pino. En Cavalo Morto los helicópteros atan con hilos de humo la Tierra como si el algodón fuese una sorpresa de Carnaval y los contentos y los tristes suben directamente a los canódromos eternos por el ascensor del cerrajero de águilas.

Cavalo Morto es un espacio que existe en un poema de Lêdo IVo. Un poema de Lêdo es el esposo de una moneda de luna que abandona de pie los árboles de la tarde próxima. La tarde próxima es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del pantalón con la arena de la Tierra a celebrar la boda de los hostales y escriben cuartetas para la campana de las limusinas.

Cavalo Morto es un estado que existe en un poema de Lêdo Ivo. Lêdo Ivo es un hospital lleno de pinzas y una capital que canta en el vaso de agua. Lêdo Ivo es un jardinero que venda los ríos y enciende con su mano las luces de los coches. En Cavalo Morto todos los objetos perfectos pertenecen a otro, como pertenece el ojal de los planetas marinos al marinero de las peonzas sonámbulas y el albañil de las margaritas del sábado al florero de luz de las pasteleras.

Cavalo Morto es una parcela que existe en un poema de Lêdo Ivo. En Cavalo Morto cuando muere un perro se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite. Cuando muere un poeta se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite. Cuando muere Lêdo Ivo se llama a una patrulla de aves para que lo resucite. Háganme caso, las historias relucientes son rápidas como las ratas. Cada ilusión que termina es un parque de caricias sin pila y Cavalo Morto es una parcela que no existe.Con el único deseo de hacer a mis alumnas y alumnos disfrutar de la literatura, de la poesía. Con el único deseo de ofrecer nuevas perspectivas a los docentes que incansablemente buscan otra manera de enseñar, otra manera de aprender, porque enseñar es eso: aprender... Hemos concluido este hermoso trabajo en torno a la poesía y al mundo de los sueños.