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Capítulo 6 LA INVASIÓN EUROPEA DEL ESPACIO CARIBE: LAS ANTILLAS Y LA TIERRA FIRME 6.1. DEL PUERTO DE LISBOA A LOS VIAJES DE RESCATE Con los inicios del proceso de expansión atlántica europea, característico de los siglos XV y XVI, culmina el ciclo de la economía mediterránea, produciéndose un cada vez más acentuado movimiento de traslación de los ejes del comercio y de los inter- cambios hacia el Atlántico y al oeste de Europa. Un proceso que Fernand Braudel ha considerado la génesis de la «economía-mundo». Entonces se originó la extensión del universo occidental hasta tierras desconocidas; una expansión en la que las monar- quías ibéricas primero y los demás reinos atlánticos después (Inglaterra, Holanda, Francia, especialmente) desempeñaron un papel trascendental. Portugal se había volcado sobre las aguas oceánicas desde fechas tempranas. Su experiencia y continuidad en estas singladuras, primero pesqueras y luego mercan- tiles, habían llevado a los marineros lusitanos hasta aguas bien adentro. Las islas Azores (1.800 km al oeste de Lisboa), eran avistadas en el siglo XIV, al igual que Madeira, lo que da una idea del trajín oceánico portugués desde antiguo y explica por qué el mar conocido como «dos Sargaços» aparecía ya en muchas cartas náuticas con- feccionadas en Lisboa. Posteriormente, y en busca de oro y esclavos, llegaron a cono- cer muy bien el litoral africano, bajando la costa desde Ceuta, a la que conquistaron en 1415, hasta el río Senegal (1444) y el Cabo de Buena Esperanza, el extremo sur de África (1487); incluso lograron llegar a regiones tan alejadas como Madagascar, Mozambique y aun a la misma India, el reino de Calicut. Azores y Madeira no tenían población nativa cuando los portugueses comenzaron a instalarse en ellas. Utilizaron la fórmula que luego usarían en la costa africana: con- sideraban estas tierras de além-mar (allende el mar) a manera de territorios autóno- mos que se entregaban como «capitanías» o «donatarias» a personas de confianza, normalmente de la nobleza, para que se encargasen de su explotación y gobierno en nombre del rey de Portugal. Comerciantes florentinos y genoveses instalados en Lis- boa aportaron los capitales necesarios. La isla de Madeira fue así colonizada a partir de 1420, trasladando caña de azúcar desde la península (donde se cultivaba con mu- chas dificultades) y esclavos negros africanos, y desbrozando sus tupidos bosques (de américa.1.06 11/5/05 12:06 Página 111

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Capítulo 6

LA INVASIÓN EUROPEADEL ESPACIO CARIBE: LAS ANTILLASY LA TIERRA FIRME

6.1. DEL PUERTO DE LISBOA A LOS VIAJES DE RESCATE

Con los inicios del proceso de expansión atlántica europea, característico de lossiglos XV y XVI, culmina el ciclo de la economía mediterránea, produciéndose un cadavez más acentuado movimiento de traslación de los ejes del comercio y de los inter-cambios hacia el Atlántico y al oeste de Europa. Un proceso que Fernand Braudel haconsiderado la génesis de la «economía-mundo». Entonces se originó la extensión deluniverso occidental hasta tierras desconocidas; una expansión en la que las monar-quías ibéricas primero y los demás reinos atlánticos después (Inglaterra, Holanda,Francia, especialmente) desempeñaron un papel trascendental.

Portugal se había volcado sobre las aguas oceánicas desde fechas tempranas. Suexperiencia y continuidad en estas singladuras, primero pesqueras y luego mercan-tiles, habían llevado a los marineros lusitanos hasta aguas bien adentro. Las islasAzores (1.800 km al oeste de Lisboa), eran avistadas en el siglo XIV, al igual queMadeira, lo que da una idea del trajín oceánico portugués desde antiguo y explica porqué el mar conocido como «dos Sargaços» aparecía ya en muchas cartas náuticas con-feccionadas en Lisboa. Posteriormente, y en busca de oro y esclavos, llegaron a cono-cer muy bien el litoral africano, bajando la costa desde Ceuta, a la que conquistaronen 1415, hasta el río Senegal (1444) y el Cabo de Buena Esperanza, el extremo sur deÁfrica (1487); incluso lograron llegar a regiones tan alejadas como Madagascar,Mozambique y aun a la misma India, el reino de Calicut.

Azores y Madeira no tenían población nativa cuando los portugueses comenzarona instalarse en ellas. Utilizaron la fórmula que luego usarían en la costa africana: con-sideraban estas tierras de além-mar (allende el mar) a manera de territorios autóno-mos que se entregaban como «capitanías» o «donatarias» a personas de confianza,normalmente de la nobleza, para que se encargasen de su explotación y gobierno ennombre del rey de Portugal. Comerciantes florentinos y genoveses instalados en Lis-boa aportaron los capitales necesarios. La isla de Madeira fue así colonizada a partirde 1420, trasladando caña de azúcar desde la península (donde se cultivaba con mu-chas dificultades) y esclavos negros africanos, y desbrozando sus tupidos bosques (de

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ahí el nombre de la isla). Se plantaron viñedos y se sembró cereal, se llevaron cabezasde ganado y, sobre todo, se practicó una explotación intensiva de la caña de azúcar demanera que, en pocas décadas, Madeira fue la principal suministradora de este pro-ducto a toda Europa, produciendo a principios del siglo XVI más de 200.000 arrobasanuales (casi 2.500 toneladas). Los mercaderes genoveses asentados en Lisboa des-empeñaron en este negocio un papel muy importante.

Más al sur, los marinos y comerciantes de Portugal alcanzaron las islas de CaboVerde en 1456-1462, estableciendo la primera colonia europea estable en las regionestropicales. En 1472, siguiendo el mismo modelo de «capitanías», llegaron a las islasdel golfo de Guinea (entre ellas Sâo Tomé, una «feitoria» —factoría, oficina en por-tugués— de azúcar y esclavos), desde las que controlaron toda la Guinea a partir de1475. Productos de gran demanda europea comenzaron a ser exportados hacia Lisboa,de tal manera que la zona del golfo — la «Costa da Guiné»— fue conocida genérica-mente como «a Mina», de tan intensas como fueron las actividades de intercambio ydepredación que tuvieron lugar en la región.

No conocemos con detalle el volumen de los esclavos capturados ni el impactoecológico y social de esta presencia europea sobre los grupos y las tierras del litoralafricano, ni el alcance que estas acciones tuvieron hacia el interior del continente,pero fue en estos años cuando se sentaron las bases desde las que se desarrollaría enel futuro una de las prácticas más atroces de la historia de la humanidad: la trata escla-vista de los siglos XV al XIX.

Esta Costa da Guiné se subdividía a su vez en una serie de «costas»: Costa deMelegheten (de malagueta, una especia aromática), Costa do Marfim, Costa d’Ouro,Costa dos Escravos; y sus accidentes geográficos quedaron registrados en las prime-ras cartas de navegación: Cabo Bojador, al sur de las Canarias (de boia, lo que debeser rodeado), Cabo dos Baixos, Cabo da Tres Puntes, Rio dos Forcados, Rio dosCamarôes, Rio da Volta, Isla de Ano Bom, Angra das Palmas, hasta el reino de Ango-la, mucho más al sur cruzando el ecuador, con lugares míticos como Luanda o Zaire.En estas costas se instalaron numerosas feitorías cuya importancia económica —«otrato da Guiné»— creció tanto que en Lisboa fue creada una institución para regulartodo este tráfico: la Casa da Mina, a partir de 1480. Así pues, durante el siglo XV yprincipios del XVI, los portugueses habían creado un imperio marítimo casi sin territo-rialidad, basado en el dominio de las rutas marítimas, apoyadas en islas y en puertossituados en las costas de África, que luego proseguirían por Asia y por América.

El incremento de estas navegaciones de particulares en las costas africanas llevóal rey Dom João II a ordenar explorar a conciencia las costas del sur de este continentepara conocer con certeza donde terminaba África. Bartolomé Díaz consiguió doblarel cabo de las Tormentas en 1488, a partir de entonces llamado de Boa Esperança; unnombre bien significativo por lo que significaba de buenos augurios para poder pro-seguir la navegación por el océano Índico (Mar do India). La expedición hacia la Indiala emprendió por orden real Vasco da Gama en 1497: ésta fue la primera navegacióndirecta Lisboa-India, que abrió a Portugal las puertas de Oriente.

El problema de la navegación de África y Guinea, y ahora de Oriente, lo repre-sentaba el retorno a Portugal, la llamada «volta da Mina» (de ahí el nombre del río,Volta, donde se iniciaba el regreso). Era fácil bajar, pero muy difícil volver a Lisboa.En pocos años fue descubierta la solución: era necesario separarse de la costa africa-na hasta encontrar los alisios y la corriente ecuatorial que les conducía hacia el oeste,

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subir hacia el norte hasta alcanzar la latitud (los portugueses la llamaban «ladeza») delas Azores y desde allí aprovechar los contraalisios y regresar a Portugal. En otraspalabras, había que internarse en el Atlántico. Fue una navegación que se tornó habi-tual para los navegantes y mercaderes portugueses desde los años setenta del siglo XV.

Por tanto, el Atlántico, tanto central como meridional, fue un océano portuguésa lo largo del siglo XV, y Lisboa la capital de ese imperio marítimo, conocida como«A Senhora dos Mares», en cuyo Terreiro do Paço, la explanada de arena junto al ríoTajo, o en el Cais do Restelo, ancoraban embarcaciones a finales del siglo XV y prin-cipios del XVI procedentes de Génova, Venecia, Dunkerque, Bristol o Flandes, encon-trándose allí con las que llegaban del país de Safim, la Mina de Guinea, Cabo Verde,o desde puertos tan legendarios y lejanos como Sofala o Zanzíbar, ya en los maresíndicos, que conformaban la llamada «Carrera da India».

Esta intensa actividad comercial fue posible gracias a una antigua red de merca-deres, tejida ya desde antiguo y compuesta en su mayor parte por judíos, que comu-nicaba intensamente a Lisboa con Italia y los Países Bajos. Para los florentinos, Por-tugal constituía no solamente una puerta de acceso al Atlántico y a África, sinotambién al norte de Europa por los estrechos contactos que en Lisboa se manteníantradicionalmente con Holanda, Flandes e Inglaterra. Desde Amsterdam y Amberesllegaban cereales y maderas procedentes de Centroeuropa y del Báltico, y a la vez des-de estos puertos se redistribuían productos portugueses: primero la sal marina (desdeSetúbal), de la que existía una gran demanda para la salazón de los pescados y la car-ne, y para mezclar con el alimento del ganado; y luego otros muchos que se fueronincorporando a los circuitos europeos (que por el Rin penetraban hasta el interior dela Europa Central). Los vinos portugueses eran de consumo común en los puertosingleses. La malagueta africana, las especias, el oro, el azúcar, los esclavos y luego lostintes, procedentes de la Mina, alcanzaron precios muy altos en estos mercados delnorte y Centroeuropa. Los florentinos, y también los genoveses, actuaban en estasoperaciones añadiendo productos mediterráneos, por lo que su número en el puertolisboeta fue muy crecido a finales del siglo XV y principios del XVI.

El monarca portugués Enrique El Navegante, y otros que le siguieron, Dom João IIo Dom Manuel I el Afortunado, conscientes de la importancia de este comercio conel Atlántico africano, habían conseguido desarrollar una excelente escuela de navega-ción y cartografía en Sagres y Lisboa. Desde 1420 funcionaba la famosa Escuela deSagres, para formar marinos y cartógrafos. A la vez, en los astilleros lusitanos delAlgarve, Porto y Lisboa diseñaron un navío capaz de navegar en alta mar incluso fren-te a vientos contrarios, o adentrarse en las desembocaduras de los ríos africanos: erala carabela, con toda seguridad el mejor buque de la época, idóneo para «descobrir eresgatar» como se decía entonces.

Pero también los marineros y patrones de navíos del suroeste andaluz, poseedoresde una amplia experiencia en este tipo de tráfico marítimo y costero, habían conse-guido acercarse tradicionalmente a las playas africanas, más al norte que los portu-gueses aunque, desde mediados del siglo XV, también incursionaban hacia el sur.

No cabe duda de que la región de Europa mejor ubicada para realizar la travesíaatlántica hacia África (luego hacia América) son las costas del sur de Portugal y deloccidente andaluz. Desde allí, los alisios empujan con facilidad hacia Canarias, y desdeéstas hacia el oeste. Por esta razón, las Islas Canarias eran conocidas desde antiguo.Noticias de su existencia nos llegan desde la época romana, designadas míticamente

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como «Islas Afortunadas». En fechas tan tempranas como 1312, un genovés llamadoLancelot había intentado su conquista; luego, los normandos volvieron a intentarlo aprincipios del siglo XV. Pero su anexión definitiva a la corona de Castilla no se pro-duciría hasta 1479 (en un largo proceso que duró hasta 1497), cuando, tras el éxito delas empresas azucareras en Madeira, los comerciantes genoveses de Sevilla y Lisboase animaron a aportar capitales para tal empresa castellana; una empresa en la que, encasi todo, se siguió el modelo portugués. Pero, a diferencia con las otras islas atlán-ticas, las Canarias sí estaban pobladas, lo que no representó un grave problema: susnativos, los guanches, fueron rápidamente exterminados en las guerras de invasión ylos supervivientes vendidos como esclavos en Sevilla. En las islas se implantó elmodelo madeirense (tala de bosques y plantación de azúcar), aunque su producciónfue siempre inferior a la de las islas portuguesas.

La guerra luso-castellana de 1475-1479 por la sucesión al trono de Castilla, llevóa una de las pretendientes, Isabel, llamada luego la «Reina Católica», a concederpatentes de corso mediante la fórmula de la «capitulación» a aquellos particulares quequisieran emprender acciones contra los portugueses, con el fin de estorbarles el trá-fico de Guinea o para hacer rescates en las costas de control lusitano, entregando unaparte de los beneficios a la Corona. Se crearon así las llamadas «sociedades de arma-da» (el modelo seguido durante décadas para la conquista del Caribe) en las que capi-tanes, patrones de embarcaciones y marineros hacían compañía (companhia, en por-tugués «sociedad») con ciertos mercaderes (socios fiadores) que aportaban a créditolo necesario, fijando el porcentaje que recibirían (muy alto) sobre los beneficios de la«empresa». De éstos, una quinta parte (el quinto) se entregaría a la Hacienda Real.

Con guerra o sin guerra, la rivalidad entre las embarcaciones de una y otra coro-nas había ya motivado una verdadera carrera comercial —no exenta de violencias—por los productos africanos, fundamentalmente metales, «piezas de esclavos», marfi-les y maderas. A finales del siglo XV, la mar océana había dejado de ser un misterioinsondable y los navíos portugueses y castellanos pugnaban por llegar antes y máslejos. La búsqueda de nuevas y ricas reservas de metales y riquezas había disparadola imaginación acerca de su ubicación, siempre mar adentro. Por eso aparecen en losportulanos y mapas de la época nombres míticos de tierras teóricamente situadas másal oeste, como el país del Preste Juan, las legendarias Islas de San Borondón, Antilia,Satanases, Saya, Imana o el promisorio Brazil, donde se hallarían bosques intermina-bles del palo de tinte de su nombre. Lamentablemente, para llegar a ellas —decían losmarinos— había que adentrarse muchas leguas en la mar hacia el oeste. Una ruta quetodavía no estaba en las «carreras» (rutas de navegación) conocidas y manejadas. Elcamino aún pasaba por África.

La rivalidad entre castellanos y portugueses por el tráfico oceánico, tan antiguacomo vemos, había ido resolviéndose en varios tratados firmados entre las dos coro-nas. Uno de los más importantes fue el de Alcáçovas, de 1479, resultado de la guerrapeninsular, por el que se prohibía a los castellanos navegar al sur de las Canarias: éstasquedaban para Castilla, mientras Madeira, Azores, Cabo Verde y la Mina de Guineaserían exclusivamente para Portugal. La línea existió, pero obviamente siguieron losroces y las disputas, solucionadas muchas veces con abordajes en plena mar o a ca-ñonazo limpio, dado que muchos navegantes andaluces no aceptaron la prohibiciónde navegar hacia el sur. Las denuncias portuguesas por las violaciones de la línea deAlcáçovas fueron corrientes.

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De ahí que la propuesta realizada por un comerciante genovés de nombre Cristó-bal Colón a los reyes de Castilla y Aragón para navegar hacia el oeste desde las Cana-rias buscando la India, sin vulnerar la línea de Alcáçovas, pareciera sugerente. No sig-nificaba en sí misma una gran novedad porque, como hemos visto, las navegacionesatlánticas eran frecuentes, pero tenía el interés de que si eran ciertos los cálculos delgenovés, Castilla podía adelantarse a los portugueses en la Carrera da India, llegandoa Calicut y a las islas de las especias de Molucas o Ceilán en menos tiempo, sin tenerque realizar el largo camino africano ni sobrepasar la línea del tratado.

En la propuesta de Colón, además, no se hallaron grandes imposibilidades geo-gráficas, en cuanto que la mayor parte de los cosmógrafos de la época ya aceptabanla esfericidad de la Tierra. Pero algunos de los expertos consultados opinaban que ladistancia hasta las Molucas era demasiada como para poder recorrerla en una trave-sía, sin posibilidad de avituallarse de agua y alimentos frescos en alguna isla. Tampo-co era una absoluta novedad: parece que Toscanelli, casi veinte años antes, había plan-teado en Lisboa al rey Dom João II tal posibilidad. Y era también cierto que elmonarca portugués había rechazado con anterioridad al propio Colón un proyectoidéntico al ahora presentado a la reina de Castilla.

Pero las cosas habían cambiado en muy pocos años. Buena Esperanza había sidodoblado por los portugueses y el océano Índico se les abría promisoriamente; por tan-to, Castilla quedaba fuera del camino de la India. Además, se sabía sobradamente quelos alisios a la altura de las Canarias soplan firmemente hacia el oeste, por lo que elcamino de ida que ofrecía Colón parecía realizable; el problema era el regreso. Sinembargo, ya se conocían varios archipiélagos en el Atlántico; podrían aparecer otros,con lo que las ansiadas islas para el avituallamiento, si existían, permitirían el regre-so buscando la latitud de las Azores, donde los vientos procedentes del oeste empu-jan hacia la península Ibérica.

La experiencia acumulada durante todo el siglo XV en cuanto a navegacionesatlánticas era mucha y permitía plantear un viaje como el propuesto por Colón conciertas posibilidades de éxito. El interior del Atlántico se había navegado profusa-mente desde 1450, sobre todo la Volta da Mina, utilizada desde 1475, y dada la fuer-te deriva que empuja hacia el oeste en el regreso hacia Portugal, no era improbableque algún marino desconocido hubiera llegado hasta Brasil o a las primeras islas anti-llanas. Sus contemporáneos decían que Colón tenía un secreto y una habilidad. Quizáel secreto de Colón fue haber conocido, durante los tiempos en que vivió en Madeirao en Lisboa dedicado al comercio, a alguno de estos marineros anónimos portugue-ses; y su habilidad fue saber combinar con acierto los conocimientos y la experien-cia que ya se tenían para realizar un viaje de ida (desde Canarias con los alisios),con los que también se poseían para hacer el de vuelta, subiendo hasta la latitud de lasAzores (que en el Caribe está a la altura de Cuba), buscando los contraalisios. Porqueesto fue exactamente lo que hizo. Consiguió regresar al primer intento y, aunque mu-chas veces se olvida, el primer punto que tocó Colón volviendo del Caribe fue exac-tamente el Puerto de Santa María en las Islas Azores.

La propuesta de Cristóbal Colón a los reyes de Castilla y Aragón era una empresacon pocos riesgos para la Corona castellana, y en cambio podía aportar notables bene-ficios. Cuando aceptaron autorizar el viaje aplicaron la misma fórmula de la «capitu-lación» ya utilizada anteriormente, y encargaron la realización de la travesía a losmarineros y navegantes del suroeste andaluz, concretamente a la gente de los puertos

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de Palos y Moguer, los que más experiencia tenían en aquellas aguas y que estabanen deuda con la Corona, precisamente por los conflictos que habían tenido con losportugueses cruzando indebidamente la línea de Alcáçovas. La familia Pinzón, exce-lentes conocedores de la navegación hacia Canarias y el norte de África, fueron suma-dos a la empresa y aportaron sus embarcaciones, técnicamente las mejores que habíaen el sur de España para ese tipo de navegación. La propuesta del almirante, aparteel deseo de demostrar sus teorías, tenía obviamente un claro propósito comercial. Porlos datos aportados por el propio Colón sabemos que había desarrollado una intensarelación en Andalucía con uno de los más poderosos hombres de negocios del sur, elduque de Medinaceli; y con Jacobo Berardi, un rico mercader florentino afincado enSevilla. Es muy probable que a éstos también les hubiera ofrecido la empresa, peroestaba claro que, siguiendo la costumbre, debía capitularse directamente con la Coro-na. Y eso fue lo que hizo el genovés.

El itinerario seguido por Colón en este primer viaje es exactamente el que hemoscomentado, demostrando que sabía por donde había de navegar. Sólo parece habersepuesto un tanto nervioso a la ida: después de más veinte días de navegación siguiendolos alisios tras abandonar las Canarias aún no había hallado tierra; entonces decidiódesviarse al noroeste. Si hubiera continuado su derrota original, hubiera llegado muchoantes a las Antillas Menores. Por eso la corrección del rumbo le llevó a las Bahamas,al norte de Cuba. En cambio, el regreso fue perfecto: resulta difícil imaginar un derro-tero más acertado para volver que el que tomó Colón. De aquí que deduzcamos queconocía a la perfección la navegación, los vientos y las corrientes atlánticas: Cuba, unpoco al norte, enseguida rumbo oeste, las Azores, de nuevo rumbo oeste, Lisboa.

Al cambiar el rumbo hacia el noroeste fue con las Lucayas o Bahamas con la pri-mera tierra que se encontró, y Guanahaní (luego San Salvador) la primera isla quehalló. Luego descendió hacia el sur (como corrigiendo el error) y halló otras islas alas que fue bautizando Santa María de la Concepción, Fernandina, Isabela, Juana(Cuba, aunque no fue consciente de su tamaño) y por fin La Española, la que consi-deró más grande y poblada y donde permaneció más tiempo en este primer viaje.

A su regreso, Colón desembarcó, como hemos indicado, en las Azores. Allí fuedetenido y su tripulación puesta presa por tratarse de castellanos en aguas portugue-sas según el tratado de Alcáçovas. Prometiendo ir a Lisboa continuó rumbo oeste, yllegó a la capital portuguesa el 4 de marzo. Decía haber tardado 30 días en llegar y 28en regresar. En Lisboa se entrevistó con el rey Dom João II, como con un cierto airede revancha, y éste le observó de inmediato que esas nuevas tierras debían ser islasportuguesas. Nada más marchar Colón, el monarca portugués ordenó enviar una flo-ta al mando de Francisco de Almeida.

En 1493, tras haberse encontrado las famosas islas en mitad del océano, parecía que-dar demostraba la teoría de Toscanelli: la Carrera da India hasta la especiería y Calicutpodía realizarse por el oeste en menos tiempo que costeando África. La brújula, el astro-labio y las tablas de declinación (llamadas «Tablas da India») permitían una navegaciónde altura abandonando las costas, puesto que podía conocerse «el punto» en el mar (lalocalización del navío) y hacían que el mundo fuera circunnavegable; aunque, evi-dentemente, se concedía a la esfera terrestre un diámetro mucho menor que el real.Este viaje simboliza el inicio del florecimiento de la Europa atlántica.

Tras un recibimiento triunfal en Andalucía, Murcia y Levante, Cristóbal Colón lle-gó a Barcelona donde le esperaban los reyes Isabel y Fernando. Los convenció de que

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debía regresar inmediatamente con una gran expedición de colonos, que allí cargaríatodo «lo que sus Altezas mandaran cargar» con gran «refrigerio y ganancia», y quesería obra de la Santísima Trinidad por la conversión de tantos infieles como se pro-duciría «en tornándose tantos pueblos a nuestra Santa Fe», estando las islas muypobladas. Pero, como un presagio de lo que iba a suceder, porque él lo iba a provocar,Colón ya había dejado escrito en su diario: estos indios «son buenos para les mandary hacer trabajar».

En Barcelona, efectivamente, obtuvo autorización para repetir el derrotero, y en vir-tud de las capitulaciones y contratos firmados con los reyes se dispuso a enseñorearsede las nuevas islas como virrey y almirante de la Mar Océana. A la vez, la corte caste-llana conseguía del papa Alejandro VI la donación de todas aquellas islas del ponientepor derecho de descubrimiento con la obligación de evangelizar a sus naturales.

La segunda expedición colombina repitió la ruta de las Canarias y siguió de nue-vo los alisios. Esta vez no se desvió tanto hacia el norte, corrigiendo su error anterior,y llegó efectivamente en muy poco tiempo a las Antillas Menores, con lo que la nu-merosa flota de navíos halló La Española sin dificultad. Según lo planeado, esta vezllevaba a las nuevas tierras un buen número de colonos, animales y herramientas enel afán de establecer en La Española un emplazamiento perdurable: una especie defactoría según el modelo que el mismo almirante había conocido en sus viajes con losportugueses; una factoría cuyos socios principales serían la Corona de Castilla y lafamilia Colón; y dedicada al rescate y acopio de productos para remitirlos a Europa.

Sin embargo, el carácter de estos primeros colonos andaluces y castellanos noparecía encajar en el proyecto colombino de factoría comercial; deseaban seguir el es-quema tradicional conformado a lo largo de ocho siglos de «reconquista», según elcual cada poblador se transformaría con rapidez en señor de tierras y siervos paravivir holgadamente de las rentas que éstos produjeran. El mercantilismo colombinotuvo que ceder su lugar a una especie de ahidalgamiento y enseñoramiento, en aque-llas tierras y con aquellos indios, de los hasta ayer rústicos campesinos y marineros,alegando que no habían cruzado el mar y abandonado los campos para continuar trasel arado o junto al azadón. Para eso estaban los nativos.

Colón, mejor nauta que político, mientras ordenaba capturar esclavos indios yremitirlos a España para pagar las deudas contraídas con los comerciantes en Sevilla,porque no halló oro ni las tan predicadas riquezas, continuó con sus exploraciones,«descobriendo» nuevas islas (Jamaica) y deteniéndose en las costas de Cuba. En1498, en un tercer viaje desde Andalucía, reconoció la desembocadura del Orinoco,la isla de Trinidad y las costas de la futura Venezuela, regresando a La Española don-de le esperaba una sublevación general de colonos, la ruina del proyecto de factoría yun administrador real, Francisco de Bobadilla, que lo envió preso a España por malagestión general y descontento de todos los vecinos. Este Bobadilla, que sí conocía laidiosincrasia castellana, «repartió» tierras e indios utilizando la vieja fórmula medie-val de la encomienda, desarrollada en Castilla durante ocho siglos de frontera con losmusulmanes, y si no alcanzó a lograr la paz sí comenzó con él el régimen de explota-ción integral de los recursos humanos y naturales del mundo americano.

Ante la apertura de la nueva ruta de Occidente y el hallazgo de las islas al otro ladodel océano, las monarquías europeas no permanecieron inertes. Inglaterra y Franciaorganizaron expediciones hacia el oeste, con magros resultados, pero fue el rey dePortugal el que más alarmado se mostró. Tras el regreso a Lisboa de la gran armada

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de Vasco da Gama procedente de Calicut, el año 1499, bordeando África y cargada demercancías y especias desde las tierras de la India, aprestó en pocos meses una nuevaexpedición al mando de Pedro Alvares Cabral para que navegara otra vez la misma rutaafricana; pero encargándole que, a la altura de cabo Verde, cambiara el rumbo y mar-chara hacia el oeste para ver qué hallaba. Efectivamente, uno de los navíos, el que ibaa cargo de Pero Vaz da Caminha, se encontró el año 1500 con las tierras verdes de la mí-tica Brasil: fue la que llamaron Terra de Santa Cruz. Cabral siguió luego su navegaciónhacia la India por Buena Esperanza, pero envió a Lisboa un navío anunciando la «gran-de descoberta», precisamente el único buque de la expedición armado por los comer-ciantes italianos de Lisboa, el Annunziata. Así la «India» se hizo plural: Indias orienta-les e Indias Occidentales. La ruta del oeste comenzó a llamarse la «Carrera de Indias».

El éxito de las primeras singladuras colombinas originó entre los marinos andalucesuna gran avidez por repetirlas, esta vez por cuenta propia, lo que obligó a la corte cas-tellana a reglamentarlas. Siguiendo el modelo de Colón, los reyes concedieron licen-cias para navegar hacia Occidente mediante contratos o capitulaciones a determina-dos maestres de naos del suroeste español a cambio de demarcar tierras, tomarlas ennombre de Castilla (para evitar la penetración portuguesa o que cayeran bajo el feudocolombino) y repartir beneficios. Así, Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa navegaronentre 1499 y 1500 desde las bocas del Orinoco hasta el lago de Maracaibo buscandooro y riquezas acompañados de un cartógrafo de Florencia, Américo Vespucio, quien,a su regreso, hizo tanta propaganda en Alemania de sus mapas que a las nuevas tierrascomenzaron a denominarlas América en vez de Colombia, como en teoría debíanhaberse llamado en Europa.

Cristóbal Guerra y Pero Alonso Niño, que habían navegado con Colón, repitieronla ruta de los anteriores, pero al llegar a la Isla Margarita se quedaron rescatando per-las e indios, haciendo tan buen negocio que animaron a otros a seguirlos. Su llegadaa las costas andaluzas cargados de riquezas fue el mejor reclamo para que las Indiaspasasen del universo de lo fantástico al mundo de lo real y lo posible.

Vicente Yáñez Pinzón, otro baquiano de aquellas aguas transatlánticas, recorrió elaño 1500 la boca del Amazonas y las costas de las Guayanas y, poco después, Die-go de Lepe llegó todavía más al sur. Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa navega-ron desde las costas de Venezuela hasta el Darién, por la Guajira y Cartagena en 1502.

Colón realizó su cuarto y último viaje ese mismo año: recorrió Martinica, PuertoRico, Jamaica, Cuba y las costas de Centroamérica, desde Honduras, Nicaragua yCosta Rica hasta Panamá. Parece que ya buscaba un camino, un hueco, en aquel déda-lo de islas y costas: pero formaban una barrera infranqueable que le impedía seguirmás allá, más al oeste. Quizás era consciente de que la verdadera India de Calicut que-daba muy lejos; quizás no; murió en Valladolid en 1506 seguramente sin saberlo.

Para entonces, la eterna rivalidad entre Castilla y Portugal por el control oceánicohabía derivado en un nuevo y más grave problema: la ruta portuguesa por África que-daba obsoleta si era cierto que a la India se llegaba antes por Occidente, de ahí que co-menzaran las presiones lusitanas sobre Castilla y sobre el papado para lograr una líneade exclusividad para Portugal, similar a la que obtuvieron en Alcáçovas. Por su parte,Castilla no dejó de presionar a su vez sobre Portugal para que se alejara de las nuevasislas y continuara desarrollando su ruta de África. La solución a estas disputas fue elacuerdo de trazar una nueva línea de exclusión recíproca, esta vez norte-sur, a partirde las posesiones portuguesas más occidentales: Cabo Verde. Primero se estableció

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esa línea a 100 leguas al oeste de estas islas, pero los portugueses no hallaron tierraalguna a esa distancia. En un nuevo tratado, el de Tordesillas, el año 1494, la exten-dieron hasta 370 leguas más allá de Cabo Verde. Así se entiende el interés del rey dePortugal por organizar la expedición de Cabral que ya hemos comentado. El monar-ca portugués quedó satisfecho porque al este de la línea de Tordesillas aparecieron lasmíticas tierras de Brasil y, sobre todo, porque eso le permitía navegar también haciaOccidente con libertad.

Si el tratado resultó un éxito para Portugal, porque les abría la ruta hacia las IndiasOccidentales, no lo fue menos para Castilla, que obtenía la exclusividad y la donaciónpontificia del resto de las tierras, desde luego muchos más extensas que las portugue-sas. Y ahí entró el Caribe, al oeste de la línea de Tordesillas. El Caribe, ya desde enton-ces un Mediterráneo para los navegantes, comerciantes y colonos españoles.

6.2. EL CARIBE: EL MEDITERRÁNEO AMERICANO

En las primeras décadas, tras la llegada e instalación de los colonos castellanos,fueron surgiendo en las Antillas y en las costas de Centroamérica, Tierra Firme —lasactuales tierras del Istmo de Panamá y la actual costa atlántica colombiana— y Vene-zuela, localidades aisladas que funcionaron como centros de acopio de productos paraser remitidos a Europa. Con el tiempo, estos mismos puntos se transformaron ennódulos de intercambio de productos americanos por mercancías europeas.

Estos centros, durante años poco más que miserables puebluchos de palma y baha-raque a la orilla del mar o de los ríos, funcionaron estacionalmente como «factorías»donde se concentraban los productos que iban «rescatando», a los que había que su-mar los indios esclavizados, transformados también en mercancías, ya que con ellosse obtenían suculentos beneficios vendiéndolos en Europa, en las islas africanas o enlas Antillas Mayores, una vez que sus nativos fueron prácticamente exterminados.

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CaboGracias a Dios

Jamaica La Española

Juana

San Salvador (Guanahani)

IsabelaFuerte de Navidad Puerto de

las flechas

San Cristobal

Santa Mª de la Antigua

Margarita

Boca de la Sierpe

Trinidad

M a r C a r i b e

Oc é a n o

P a c í f i c o

MAPA 6.1. COSTAS NAVEGADAS POR COLÓN EN SUS CUATRO VIAJES

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En estos puntos de las costas se realizaban los negocios del «rescate» (resgate enportugués, del latín recaptare, «recoger»: cambiar o trocar oro u otros objetos precio-sos por mercancías ordinarias). Los productos del rescate, es decir, rescatados de losindios, como perlas, oro aluvial, esclavos indígenas —más que «rescatados» cautiva-dos—, o el más que abundante metal dorado obtenido al desenterrar santuarios indí-genas, y algunos productos locales como cueros, carne salada, maderas o sustanciastintóreas, fueron intercambiados por un tropel de mercancías europeas de escaso valor.

Era el modelo que, de alguna manera, los hermanos e hijos de Colón y sus aseso-res y socios en España, con una gran tradición de comercio mediterráneo y africanoa sus espaldas, quisieron desarrollar desde el principio. La Corona de Castilla, celosade sus derechos y observadora pasiva —inicialmente— de lo que al otro lado del marse estaba forjando, decidió pasar a la acción cuando el volumen de lo rescatado co-menzó a alcanzar cotas elevadas y, sobre todo, cuando su autoridad quedó en entredi-cho por la actuación descontrolada de los colonos y de los comerciantes que estabandetrás de todas estas operaciones. Demasiado diferente a la regulación que la Coronaestaba intentado imponer en la península.

Cristóbal Colón había establecido la villa de La Isabela en 1494, la primera ciu-dad colonial americana, aunque pronto fuera abandonada y trasladada a Santo Domin-go, en las orillas del río Ozama, dos años después, respondiendo al modelo de facto-ría antes descrito. Las modificaciones en el sistema no se hicieron esperar, debido alos conflictos colombinos con la Corona, al descontento de los colonos y a la activi-dad de los numerosos aventureros del rescate, asentados tanto en La Española comoen los puertos andaluces, quienes comenzaron a incursionar por las islas y costas con-tinentales, todavía y en teoría sujetas al rígido control de la familia Colón. Un controlque estos rescatistas por cuenta propia no estaban dispuestos a respetar ni a tolerar.

Si el envío de fray Nicolás de Ovando al feudo colombino significó la primera pre-sencia de relieve de la Administración Real en las Antillas, muy pronto este delegadose convenció de la imposibilidad de controlar una expansión planificada como desea-ba la Corona.

Como ya hemos indicado, la mayor parte de los primeros colonos llevados por elalmirante en sus viajes no entendieron ni aceptaron el modelo agrario de explotaciónde los recursos insulares. Las quejas fueron muy abundantes, alegando que talesriquezas prometidas no existían, que los productos europeos de subsistencia (trigo,aceite, vid) no se daban en las islas, y que las enfermedades (sobre todo la disentería,una extraña gripe llamada «influença», y la sífilis, endémica en los indios pero muygrave cuando la contraían los europeos) los iba matando poco a poco. En definitiva:así como estaba, aquél no era ningún paraíso. No fueron pocos los que regresaron aEspaña, pero los que quedaron adujeron que la única solución era vender los indioscomo esclavos, o repartírselos, para que les trabajaran la tierra y pudieran emplearlosen la búsqueda del oro de los ríos.

Los primeros años fueron de feroz captura de esclavos, actividad depredadora a laque se dedicó don Cristóbal, su familia y el resto de los colonos. Colón, que ya teníaexperiencia en estos negocios, envió más de 4.000 esclavos indígenas a diversosempresarios europeos, quienes los vendieron en España, Portugal, Italia, Madeira,Cabo Verde o Canarias. La búsqueda de indios, produciendo una sangría espantosa,había hecho saltar a estos esclavistas de isla en isla devastando todo a su paso. No sólocaribes acusados de antropofagia, que pudieron ser esclavizados legalmente al decla-

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rar la Corona española «guerra justa» contra ellos, sino cualquier nativo que no estu-viera de alguna manera adscrito a un español, podía ser capturado, y bien embarcadopara Europa o bien destinado al trabajo forzoso en las grandes Antillas.

Justificando que así se terminaría con el espectáculo de miles de indios esclavi-zados ilegalmente, pero aduciendo que no podían hacer nada por evitarlo, los reyesautorizaron legalmente los repartimientos de tierras e indios, dándolos a los colonosdurante cuatro años con la condición de que pusieran la tierra a producir. PrimeroBobadilla y luego Ovando, los enviados reales, comenzaron esta política de repartos.La tierra no interesaba a los colonos: sólo los indios. Y por más repartimientos quecontinuamente se hicieron nunca fueron suficientes: «Sin indios no hay Indias», se oíadecir entonces. En muy poco tiempo, las entregas de tierras fueron abandonadas ysólo quedaron los repartos de indígenas. Fueron el origen de la «encomienda», la ins-titución mediante la cual los naturales eran entregados («encomendados») a los colo-nos blancos para que les trabajasen, a cambio de «cuidarlos» y evangelizarlos. Era elinicio de la larga servidumbre a que fueron sometidos los pueblos nativos americanos.

Al principio ciertos colonos , bien por méritos alegados o por influencias ante lasautoridades, y finalmente todos los vecinos españoles, recibieron indios de reparto. Seles entregaban cacicazgos completos: los indios de tal cacique, sin especificaciones olimitaciones territoriales. Debían plantar conucos y ofrecerle sus servicios personalespara lo que el español dispusiese, que normalmente era enviarlos a las zonas auríferas.

Para conseguir mayor número de indios a repartir era necesario acabar con elpoder de los caciques. Tal fue el motivo del exterminio de autoridades indígenas queen La Española realizaron primero Colón, luego Ovando y Velázquez en Xaraguá, yPonce de León en la sangrienta campaña de Higüey. Miles de indios fueron repartidoscomo «naborías», es decir, como siervos del señor español, por un número concretode años que sólo finalizaron cuando los indios definitivamente se extinguieron. Nor-malmente debían quedar en sus poblados, trabajando los conucos, haciendo casabe ytejiendo, pero también debían marchar a buscar oro donde les indicasen. Como la

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Guahaba

HatielGuanabo

Habacoa

GUACAYARINA

Jacmel

YaguanaXaragua

Yaquimo

BAINOA

HUHABO

Azúa

Cotury

CibaoHaitises

Higuey

CAIZCIMU

CAYABO

isla LA ESPAÑOLA

MAPA 6.2. PRINCIPALES CACICAZGOS EN LA ESPAÑOLA EN 1492

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mayor población se situaba en el sur y los mayores placeres auríferos se hallaban enel norte, se autorizó a que los indios pudieran ser desplazados, lo que llevó a que losindígenas permanecieran de seis a ocho meses al año trabajando en los ríos (lo que sellamaba la «demora») y muy poco tiempo en sus conucos. Esto alteró por completo elrégimen de vida indígena, disminuyendo drásticamente la producción de alimentospara su subsistencia, a lo que se unió que una parte de esta producción agrícola de losconucos era tomada por los españoles para ser vendida en los mercados isleños e inte-rinsulares. Del mismo modo, otra parte de la población fue puesta a elaborar intensi-vamente tejidos de algodón que también se vendían o se usaban en los rescates.

Para el año 1500, el número de españoles en las Antillas era muy escaso. Pero lue-go, cuando comenzaron a repartirse los indios, llegaron más colonos. Pero más colo-nos necesitaban más indios, y éstos estaban siendo aniquilados por el terrible régimende vida que llevaban (se calcula que a los quince años de la llegada de Colón ya habíamuerto más de un tercio del total de la población aborigen de La Española). Ovandosolicitó entonces invadir las islas «inútiles» (llamadas así porque no tenían oro) pararescatar más indios. Fernando de Aragón (Isabel ya había muerto) lo autorizó, aunqueindicando que debían recibir un salario «al igual que los de La Española» (lo que dauna idea del nivel de información que poseía el monarca sobre lo que sucedía en lasAntillas).

A partir de 1509 fueron trasladados forzosamente decenas de miles de arahuacosen régimen de «naborías perpetuas» desde las Lucayas (Bahamas) a La Española,quedando estas islas despobladas en 1515. Los profesionales del rescate continuaronsacando indígenas por el litoral continental (desde Centroamérica hasta Venezuela, delas que luego hablaremos) y por las demás islas, devastando las tierras y los pobladoscosteros en razias llamadas guasábaras (una palabra caribe que significa «lucha»,«pelea», puesto que los españoles acabaron haciendo lo mismo que antes los caribes)y en las que los caballos y, sobre todo, los perros que llevaban los españoles, causa-ron verdaderos estragos. Los especialistas calculan que más de cien mil indígenasdebieron ser arrastrados hasta Santo Domingo en estas condiciones.

Entre 1508 y 1511 se organizaron expediciones de cierta envergadura hacia lasislas más grandes, ahora que la zona quedó de nuevo al mando de otro Colón, su hijoDiego: Ponce de León fue enviado a Puerto Rico, Esquivel a Jamaica y Diego Veláz-quez a Cuba.

En Puerto Rico, la explotación siguió el mismo modelo que en La Española, esdecir, buscando los placeres auríferos. Juan Ponce de León, que había dado sobradasmuestras de saber cómo se capturaban indios en la expedición de Higüey, repartió alos arahuacos locales y los llevó cerca de los placeres auríferos, al otro lado de la isla,obligándoles a abandonar sus conucos. Esto motivó una sublevación general de indí-genas que acabó en una sangrienta represión. Antes de 1520, en Puerto Rico se habíanacabado tanto el oro como los indios, y la isla, antes muy poblada, quedó práctica-mente deshabitada. Se transformó en otra isla «inútil».

En Cuba sucedió algo similar. Diego Velázquez, por una punta de la isla, y Pánfi-lo de Narváez, por la otra, fueron arrasando a la población en un camino sembrado decadáveres, como describió Bartolomé de las Casas, buscando oro (que finalmenteencontraron) y repartiendo indios. Cuando éstos se acabaron, tuvieron que ir a pormás nativos a las costas cercanas: llegaron a Yucatán y allí conocieron de la existen-cia de un gran reino en las tierras situadas en el interior de lo que ya suponían era un

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continente. No tardaron mucho en organizar una gran expedición, capitaneada por elyerno de Velázquez, un encomendero llamado Hernán Cortés. La isla de Cuba quedómuy despoblada, tanto que Velázquez tuvo que instalar su capital en el oriente (San-tiago) porque el resto de la isla había quedado vacía; por lo menos desde aquí estabamás cerca de La Española y allí pudo concentrar la escasa población.

Jamaica, ocupada por Juan Esquivel, también muy poblada inicialmente de ara-huacos, siguió el mismo camino. Los indígenas fueron repartidos y obligados a tra-bajar los conucos y los placeres auríferos mediante el sistema de «demora». Para 1520ya estaba despoblada incluso de españoles, que se fueron a Cuba.

Los indios cautivados para remediar la despoblación de naturales que el régimende explotación había provocado en las Antillas Mayores, procedieron en su mayorparte de las Antillas Menores: todo el arco fue arrasado, desde las Islas Vírgenes (lla-madas así posteriormente porque no había quedado ni un solo indígena) hasta las deBarlovento a partir de 1512. A sus nativos los repartieron como «naborías» (o sim-plemente como esclavos porque estos indígenas eran caribes). Lo mismo hicieron conla isla grande de Trinidad. Quedaron también por este motivo despobladas Aruba,Bonaire y Curaçao, de donde salieron cerca de 20.000 indígenas, muchos de ellos lle-vados a Cubagua, para bucear en busca de perlas.

La resistencia que los caribes ofrecieron a estas entradas fue mayor que en otraszonas, pero los «baquianos» españoles (de «baquía», otra palabra arahuaca, conoce-dores de los caminos de la selva y de los arrecifes, expertos en capturar indios, conperros, lazos y trampas para cazar animales) fueron sacándolos isla por isla. Los queresistieron en el interior de los bosques, a pesar de la heroica defensa que hicieron desu tierra, reconocida incluso por algunos españoles como Juan de Castellanos, no tar-daron en ser exterminados.

Todavía en 1514 se realizó un nuevo repartimiento en La Española de casi 30.000indios procedentes de 400 comunidades (lo que da una idea de a lo que habían que-dado reducidas) entre 700 españoles. En Cuba, Velázquez repartió en 1522 los últi-mos 3.000 indios entre 19 encomenderos; procedían de 40 comunidades. En el restode las islas en esas fechas no había indios que repartir. Todos estaban muertos.

Cuando fueron conscientes en la corte de que continuar con la sangría demográfi-ca equivalía a perder las islas para cualquier actividad económica rentable, se envia-ron visitadores y autoridades a fin de establecer resguardos para los naturales: ahoradebían ser respetados y no esclavizados, convirtiéndolos en trabajadores asalariados.Fue el fin del primer gobierno de los Colón, y Diego fue obligado a volverse a Espa-ña por su pésimo gobierno y desastroso trato a los indígenas. La administración de lasislas fue entregada en 1518 a los padres Jerónimos. Se suponía que las condiciones delos pocos naturales supervivientes debían mejorar, puesto que se radicarían en pue-blos y conucos protegidos por el rey, y a tal fin se crearon 30 asentamientos. Pero nosirvió de nada: las protestas de los colonos españoles continuaron porque no se lesentregaban los últimos nativos, lo que llevó a un visitador real, Rodrigo de Figueroa,a escribir a Carlos I: «No crea Su Majestad si algunos se quejan, que casi todos sonmuy crueles con los indios». Prueba del desinterés que hacia este tema mostraban enla corte fue que el monarca Carlos, apurado por faltas de dineros para su campañapolítica en Alemania, no dudó en volver a nombrar a Diego Colón gobernador de LaEspañola a cambio de un préstamo por parte de éste de 10.000 ducados a sabiendasde las consecuencias que tal hecho tendría. De todas formas daba lo mismo: las

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enfermedades dieron cuenta de los pocos indígenas que sobrevivieron al mal trato delos primeros españoles.

En el segundo viaje de Colón, buena parte de los expedicionarios cayeron enfer-mos (entre ellos el propio almirante) y otros muchos murieron, víctimas de un ex-traño mal que denominaron con un término portugués, porque era muy conocido entrelos marinos lusitanos: la «influença». En realidad se trataba de la gripe, seguramentela porcina. Pero a quien atacó seriamente fue a los indígenas, que entre 1493 y 1500murieron a millares. Y desde La Española se propagó por las Antillas y las costas con-tinentales sembrando una gran mortalidad, como en Panamá, por ejemplo. La otragran epidemia que asoló el Caribe fue la viruela, desatada a partir de 1518, y luegolas de sarampión, malaria y fiebre amarilla, traída por los esclavos africanos en 1521,que acabaron, entre 1530 y 1540, con los últimos arahuacos y con buena parte de losindígenas de las costas y aun del interior. Según Noble David Cook, la gripe mató al20 por 100 de los indígenas, la viruela al 35 por 100 y el sarampión otro 25 por 100.Todo ello antes de 1540.

Por tanto, aunque los especialistas difieren mucho en las cifras que aportan, no esexagerado señalar que entre 1492 y 1540, es decir, en menos de cincuenta años, casidos millones de indígenas, tanto antillanos como del litoral continental, habían sidoexterminados directa o indirectamente por el proceso de «colonización».

¿Y qué obtuvieron a cambio los colonizadores y civilizadores de la destrucción deaquel paraíso? Ciertamente una cantidad nada despreciable de metal, mucho azúcar enlos molinos que instalaron, palos de Brasil para teñir los aburridos tejidos europeos,y cantidades muy considerables de cueros, como resultado de la introducción de losvacunos europeos. Pero, en cambio, causaron una de las catástrofes demográficasmás importantes de la historia (probablemente la más grande en menos tiempo jamásocurrida), que obligó a repoblar toda la región con esclavos africanos, cambiando porcompleto su fisonomía étnica y cultural, y dejándola en una situación periférica conrespecto a los grandes espacios continentales. Por último, desde el punto de vista eco-lógico, los cuidados campos de cultivo arahuacos quedaron abandonados y las islas setransformaron en inmensos eriales montaraces donde el ganado pastaba libremente.En todos los sentidos, a partir de 1550, el Caribe fue una región muy diferente a loque había sido antes de 1492.

Veamos algunos detalles de todo esto. Respecto del oro, los mayores envíos de estemetal se realizaron en los primeros años del siglo XVI: en 1501 se remitieron a Españadesde La Española 276 kilógramos de oro (siempre según cifras oficiales; las canti-dades reales debieron ser mucho mayores). Pero después de 1515, sin indios que tra-bajaran y con los placeres agotados, las remisiones disminuyeron hasta casi desapa-recer. En Cuba, alrededor de 1511, se hallaron importantes reservas de metal en SierraMaestra y en Trinidad que se extinguieron después de 1520. Igual sucedió en PuertoRico y Jamaica. Según Guillermo Céspedes, entre 1492 y 1520 se remitieron casi30.000 kilógramos de oro, el 80 por 100 procedente de La Española y el resto de lasotras Antillas y de las costas continentales. Una producción nada despreciable, porquedebió ser superior a la del África portuguesa en esos mismos años. Pero después de1530 todo eso desapareció.

En cuanto al azúcar, siguiendo el modelo portugués de Madeira, Cabo Verde y delprimer Brasil, la demanda europea hizo atractiva su producción, especialmente des-pués de 1510, cuando subieron sus precios. Las primeras cañas plantadas en las Anti-

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llas llegaron de Canarias y, al parecer, el primer molino funcionó en Concepción de laVega en 1503. Un problema para la producción azucarera fue la mano de obra: todoslos indios estaban aplicados en los lavaderos de oro, de manera que tuvo que recurrir-se a esclavos africanos. Así, azúcar y esclavitud estuvieron vinculados en el Caribedesde que comenzó a moler el primer trapiche de caña. Otro problema fue el de la tec-nología: la capacidad de molienda de los primeros complejos azucareros era muybaja. Pronto se cambió la técnica con la incorporación de maestros azucareros portu-gueses y canarios, y se instalaron nuevos molinos de rodillos verticales que sustitu-yeron a los horizontales. Fueron fundamentalmente de dos tipos: el movido por unamáquina de agua, que hacía girar los rodillos y recibía el nombre de «ingenio»; y el«trapiche», a tracción animal, muy inferior en rendimiento.

El molino (comúnmente llamado trapiche) lo constituían tres cilindros de maderamaciza (de los cuales el central actuaba como rotor sobre los otros dos) que exprimíanla caña. El jugo obtenido se trasvasaba a una contigua sala de calderas («casa das for-nalhas», según el modelo de Madeira), formada por cinco o seis pailas de cobre dondeel líquido se ponía a hervir, pasando de una a otra hasta que quedaban eliminadas todaslas impurezas. En cada hervor, la melaza iba aumentando en densidad, hasta que se ladepositaba en unos moldes de arcilla de forma cónica donde quedaba enfriándose. Re-sultaba así un «pan de azúcar» (de ahí el nombre de muchos cerros de figura cónica enla geografía americana) que se denominaba «mascabado» (untuoso, de color moreno).

Los ingenios azucareros necesitaban mucha mano de obra para el corte de la cañay el transporte hasta el trapiche (éste debía situarse muy próximo al cañaveral, paraevitar que el jugo perdiera azúcar entre el corte y la molienda). Se necesitaba tambiénagua abundante y continua para mover la máquina, y mucha leña para las calderas, demanera que no eran pocos los requerimientos para echar a andar un ingenio. Por esose situaron en las orillas de los ríos y en zonas con denso arbolado. Estos primerosingenios constituían ya un conjunto productivo que se amplió con el tiempo, peromantuvieron su estructura básica y la mayor parte de la nomenclatura, casi toda ellade origen arahuaco: aparte del molino, estaban las viviendas de los esclavos o «batey»,y la sala de calderas situada bajo un «caney». La tierra se sembraba mitad por mitadde caña y de otros cultivos para la alimentación de la mano de obra. La caña se sem-braba sobre montones, como en los conucos, y como conuco se cultivaba también laparte dedicada a la obtención de alimentos para los esclavos: yuca y batata, comple-mentada con carne de puerco o de vaca saladas. El resto de la propiedad (una exten-sión grande) era monte, donde se tenía el ganado suelto y de donde se obtenía la leñanecesaria para alimentar el fuego de las calderas.

Esta complejidad de los ingenios azucareros fue creciendo conforme pasó el tiem-po. En La Española estaban situados en la costa sur, entre Santo Domingo y Azúa.Hacia 1520 había seis, pero en 1530 eran ya casi cuarenta, y algunos hubo también enPuerto Rico. La competencia del azúcar de São Tomé y de Brasil (que junto conMadeira producían ya más de medio millón de arrobas, casi 6.000 toneladas), y laconsecuente caída de los precios por la saturación de los mercados europeos, más losaltos costes de transporte, hicieron disminuir su número hacia mediados de siglo. Perofueron durante los siglos XVI y XVII, junto con la ganadería a la que a veces estabanmuy vinculados, la principal actividad económica de las Antillas. Luego, durante elsiglo XVIII, su importancia volvería a crecer. De cualquier modo, los cañeros fuerondesde entonces el principal grupo de poder y de presión en las islas.

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Otro producto que se exportó desde las primeras fechas fue el palo de tinte o delBrasil. Hallado en grandes cantidades en la zona de Jacmel (suroeste de La Españo-la), la Corona quiso reservarse los derechos de explotación, arrendándolos a diversosparticulares. Su producción era sencilla: bastaba con talar, desenramar y cargar lostroncos en los barcos. Fue una actividad lucrativa hasta que se acabó extinguiendo.

Como hemos indicado, la ganadería fue junto al azúcar el rubro más importanteen la economía antillana tras la invasión europea, y la exportación de cueros un ne-gocio que dio grandes beneficios. Colón llevó en el segundo viaje caballos, vacas,puercos, ovejas y cabras que se multiplicaron a gran velocidad. Muchos de ellos que-daron en libertad para su engorde por los montes y sabanas, de donde se sacaban pararealizar matanzas estacionales. Los puercos, por ejemplo, constituyeron incluso unagudo problema porque nutridas piaras de cerdos semisalvajes invadían y destrozabanlos conucos. Esta ganadería extensiva se aplicó en las Antillas Mayores e incluso enlas islas de la costa venezolana; no necesitaba mucha mano de obra y los cueros delganado vacuno adquirieron un buen precio en Europa. Especialmente a partir de 1540,la exportación de cueros produjo incluso más beneficios que el azúcar.

El crecimiento de las ciudades corrió paralelo al abandono de la mayor parte delas prácticas agrícolas, y la población se concentró en torno a ellas. Algunas de las pri-meras ciudades fundadas en los años iniciales no se mantuvieron, o se trasladaron;pero, posteriormente, la institucionalización de la presencia real en las colonias, conel envío de autoridades de ámbito regional, ayudó a la centralización del poder en lasciudades. Del mismo modo, el establecimiento de los primeros cabildos, constituidospor los principales vecinos (en cuanto a estatus económico y social) y que conforma-ron la primera élite local en la América colonial, también ayudó a su consolidación.Muchas de estas ciudades fueron además puertos estables donde se producía el inter-cambio de productos entre las islas, el continente y los puertos europeos, instalándoseen ellas grupos de comerciantes que funcionaban a corta, mediana y larga distancia;y también importantes mercados adonde acudía a abastecerlos la producción agrariade la zona. La aparición, en décadas inmediatas, del peligro de asaltos de piratas, cor-sarios, filibusteros y bucaneros en las costas antillanas, fue otro motivo para que lapoblación se concentrase y se construyeran las primeras defensas,que hicieron de lasciudades del Caribe puntos fuertemente fortificados.

Puede afirmarse que hacia 1520-1540 las ciudades antillanas se habían estabiliza-do y consolidado. En La Española, la capital estaba establecida en Santo Domingo, aorillas del Ozama. Verapaz (la antigua Xaraguá) al oeste, y Azúa al sur, con produc-ción azucarera, fueron también ciudades importantes. Otros asentamientos eran Villa-nueva de Yaquimo (Jacmel), dedicada al corte de palos de tinte; Puerto Plata, al nor-te, la ciudad que se transformó en el puerto de entrada de los miles de lucayos quetrajeron forzados; y Concepción de la Vega, Santiago y Bonao, en el centro de la isla,ciudades fundamentalmente agrícolas. Los europeos residentes en ellas crecieron: los300 españoles que quedaron en la isla hacia el año 1500, pasaron a ser 8.000 en 1510.Luego, la desaparición de la población indígena y el atractivo que ofrecieron otrasempresas en el continente después de 1515, hizo disminuir de nuevo la poblaciónespañola a unos 700 vecinos. Pero el desarrollo azucarero y comercial hizo crecer denuevo las ciudades hacia mediados del siglo XVI.

En Cuba, las primeras villas como Baracoa, Trinidad y Santi Espíritus bajaronmucho en población tras la catástrofe demográfica y el abandono de la producción

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minera. Puerto Príncipe permaneció en auge porque el número de indígenas en esazona era mayor. En Puerto Rico, la primitiva San Juan quedó prácticamente abando-nada y San Germán siguió sus pasos. En Jamaica, Sevilla la Nueva también estabacasi completamente despoblada hacia 1520-1530. En las Antillas Menores no se fun-daron ciudades. Las Antillas, en general, constituyeron durante décadas una gran zonavacía de población.

Es necesario indicar que este fracaso absoluto de la colonización española durantelos primeros años, y la devastación integral de la población indígena que acarreó, fueel resultado de un proceso que no quisieron evitar ni los colonos ni las autoridades.Fue la consecuencia de una muerte anunciada que no dejó impávidos a algunos con-temporáneos. Famoso fue el sermón (real o no) del cura Antonio de Montesinos cuan-do recordó en su homilía a los creyentes encomenderos cuánta sangre tenían a susespaldas: «¿Acaso éstos no son hombres?», les dijo al parecer. Algunos vecinos másconscientes escribieron a la corte dando detalles escalofriantes de lo que allí estabasucediendo. El dominico Miguel de Salamanca afirmó que los repartimientos erancontrarios a la voluntad de Dios y un mal absoluto que amenazaba con la destruccióntotal de la tierra. Pero aunque todos lo sabían, nadie hizo nada por evitarlo. Ni siquierala de Montesinos o Salamanca fue una postura unánime en la primera Iglesia ame-ricana. Nicolás de Ovando era un fraile a quien no le tembló la mano a la hora deesclavizar y repartir a los indios; el franciscano Alonso del Espinal se erigió en defen-sor de los encomenderos; muchos curas recibieron «naborías» para cultivar sus conu-cos, y algunos de ellos fueron sumamente ambiciosos procurando favorecer con másindios a la numerosa parentela que llevaron a las Indias. Durante varios años, el arzo-bispo de Sevilla fue el perceptor de los diezmos que producían los tres primeros obis-pados antillanos: Bainúa, Maguá y Xahuata, pero no se le conocen activos emprendi-mientos para evitar lo que a todas luces acontecía con sus nativas feligresías; porquelos indios eran ya cristianos dado que la mayor parte de los arahuacos habían sidorápidamente evangelizados y bautizados.

Incluso en España, el dominico Matías de Paz, teólogo en Salamanca, brincó sobreel problema moral de la esclavitud de los indios afirmando que la conversión de losnativos justificaba la invasión española y que, aunque la esclavitud no podía justifi-carse, sí cabía obligarlos a trabajar para financiar el esfuerzo de su evangelización.

El más encendido crítico de lo sucedido en las Antillas fue sin duda un dominicosevillano, fray Bartolomé de las Casas. Hijo de un encomendero en La Española, reci-bió de niño como regalo paterno uno de los primeros indios arahuacos esclavizados.Luego fue él mismo encomendero en Cuba, y después de haber visto de primera manoel carnaval de horrores en que se transformó la conquista de aquel paraíso, tomó loshábitos y comenzó su campaña de denuncias contra las «carnicerías» ejecutadas conlos indios y el execrable régimen de «tiranía» a que estaban sometidos incluso duran-te los años en que intentó un modelo de colonización de carácter utópico en las costasde Venezuela. Denuncias que fueron negadas por buena parte de sus contemporáneos,calificadas como exageraciones, y su persona rechazada, ridiculizada, vilipendiada ymaldecida, como si la destrucción de las Indias, como el llamó con toda exactitud alproceso de conquista, fuera producto de su imaginación y no la completa expresiónde la realidad. Durante años fue responsabilizado por la creación de una «leyendanegra» sobre la actuación de los españoles: parecía que lo acontecido en las Antillas,la desaparición en tan corto tiempo de cientos de miles de antillanos, sólo pudiese per-

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tenecer al territorio de las leyendas. En las autoridades coloniales y metropolitanas, yen la intelectualidad oficial, la justificación y la negación de los hechos constituyeronuna constante desde entonces.

Pero otros cronistas narraron también la catástrofe. Gonzalo Fernández de Ovie-do, que conocía bien esta realidad, escribió en su Historia general y natural de lasIndias que la esclavización de los indígenas fue el negocio más importante de losespañoles en el Caribe: «Esta mala costumbre estaba muy usada y todos la sabían acoro». Incluso Juan de Castellanos, otro de los testigos de lo que sucedió en La Espa-ñola y luego en las costas continentales, describió en su Elegía de varones ilustres deIndias este mundo sangriento y cruel: «Lamentan los más duros corazones / en islastan ad plenum abastadas / de ver que de millones de millones / ya no se hallan rastrosni pisadas / y que tan conocidas poblaciones / estén todas barridas y asoladas… / yrecordándonos de lo que vimos / y como nada queda que veamos / con gran dolorlloramos y gemimos / con gran dolor gemimos y lloramos».

También reflejó el orgullo y la valentía con que resistieron algunos de los caciquesarahuacos, como Anacaona, en La Española, que arengaba a los suyos:

Volved, volved las armas a las manosy cóbrese la libertad perdida;acaben crudelísimos tiranoscausadores de nuestra mala vida… ¿No veis cómo nos vamos consumiendo?¿No veis desiertas nuestras poblaciones?¿No veis todas las sierras y los llanosllenas de calaveras y de huesos,de hijos, y de padres, y de hermanos,muertos en tan tiránicos excesos?¿Qué diré de los vivos y los sanoscuyos agravios vemos más expresos,pues de muerte son sus esperanzassirviéndoles en minas y labranzas?

O el cacique Baucunar, de Trinidad, que reclama a los españoles:

Decidnos, ¿qué son vuestros pareceres?¿Con qué furia venís o con qué viento, pues tan menoscabados de poderesos arrojáis a tanto detrimento?No tenéis hijos, no traéis mujeres,no tenéis pueblo, no hacéis asiento,no conocéis labranza ni hacienda,sino muy mala suerte de vivienda.

…Mas a nosotros por echallos dellaconviene sin temor perder la vida,que una vez morir mejor seríaque morir cien mil veces cada día.

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Más eco tuvieron estas denuncias en Roma, donde el papa Paulo III expidió en losaños treinta las bulas Veritas ipsa, condenando la esclavitud de los indios, la SublimisDeus, declarando como herejía defender la irracionalidad de los naturales, y la Pas-torale officium, que además excomulgaba a los que apoyaran tal idea. Las Leyes Nue-vas, de 1542, fueron otro resultado de esta polémica, y en ellas se fijaban las condi-ciones del trabajo de los indios, pero motivaron tales alzamientos y sublevaciones delos colonos y encomenderos en toda América que sus artículos más conflictivos fue-ron anulados tres años después. Los encomenderos ofrecieron al emperador Carlos Vcientos de miles de pesos de oro y plata si las derogaba.

Aunque luego lo comentaremos con detalle, la desaparición de la mano de obraindígena obligó a la importación de esclavos africanos. De esta manera, la infame tra-ta negrera llegó al paraíso en fechas muy tempranas. Hasta 1518, las remisiones deesclavos desde África se hicieron bajo licencias de la Casa de Contratación, estable-cida en Sevilla para tratar de controlar todos los negocios con América, siguiendo elmodelo portugués de la Casa da Mina. Esclavistas portugueses de Guinea y Cabo Ver-de comenzaron a vender negros en las Antillas Mayores, requeridos por los producto-res de azúcar. Su número inicial no fue muy elevado porque el modelo agrario tardómucho en asentarse y desarrollarse a gran escala, pero conforme creció la producciónde azúcar, animada por la demanda europea, la cantidad de esclavos comprados porlos hacendados antillanos aumentó considerablemente.

La despoblación de las Antillas no sólo fue producto de la extinción de los indíge-nas. La deserción de colonos europeos fue también muy grande. Bien regresaban aEspaña o se dedicaban a incursionar por el Caribe asentándose en las costas continen-tales; o incluso se anotaron en nuevas empresas, nuevas «entradas» como las denomi-naban: las de Hernán Cortés a México, la de Pedro de Heredia a Cartagena de Indias,o las muchas que se realizaron hacia Centroamérica y Panamá. Los nuevos imperiosindígenas que se iban descubriendo en el continente actuaron como un imán poderosopara los fracasados colonos antillanos. Las islas del Caribe fueron así una especie deescuela de los horrores para muchos balboas, ojedas, bastidas, que se desparramaronpor las costas del continente practicando lo que allí habían aprendido. Por otra parte,resultaba difícil hallar gente en Castilla o Andalucía que pudiera marchar: unos porqueno querían ir a aquel paraíso ahora vuelto infierno; otros porque, como escribe Barto-lomé de las Casas, que estuvo intentando llevar campesinos a las Antillas, la noblezaterrateniente española les impedía marchar para no quedarse sin mano de obra.

Así, despoblación, falta de incentivos económicos, agotamiento minero y cultivosabandonados, constituyeron el panorama que ofrecieron las Antillas en estos años:una región periférica. Los principales accionistas de los que debieron ser emprendi-mientos agrícolas se transformaron, casi todos, en mercaderes o en mercenarios,actuando en los interiores americanos.

6.3. LAS COSTAS DEL CARIBE CONTINENTAL

Mientras tanto, en el continente, más allá de las islas, entre 1500 y 1515 se fueronconociendo cada uno de los accidentes de sus costas hasta tomar conciencia de la exis-tencia de una gran barrera de tierra firme (de ahí el nombre de la región, Tierra Fir-me) al norte, oeste y sur del arco antillano. Las expediciones de decenas de navegan-

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tes aventureros, rescatando, capturando esclavos, asolando poblados en busca demetal y perlas, les llevaron en pocos años a recorrer las costas desde Florida a lasbocas del Orinoco. Miles de leguas navegadas hasta completar un rompecabezas degolfos, cabos, ensenadas y lagunas costeras que se fue armando casi día a día.

Las incursiones que ya se han comentado de Ojeda, Yáñez Pinzón y Lepe, par-tiendo de Andalucía con licencias reales y capitulaciones otorgadas y concedidas almargen de los privilegios colombinos, habían permitido reconocer buena parte de lascostas del Caribe continental ejerciendo actividades de rescate que hicieron más querentables estos viajes, gracias a los cuales, la Corona se hizo con una información bas-tante fidedigna del alcance de los tratados con Portugal y de cómo las nuevas licen-cias debían irse concediendo hacia el oeste de La Española, es decir, Caribe adentro;o por el sur, como demostraría Juan Díaz de Solís en 1516, llegando al Río de La Pla-ta, situado por debajo y al oeste de la línea de Tordesillas.

El año 1500, y en otro de estos viajes de rescate, Cristóbal Guerra y Andrés Niñocontinuaron «reconociendo» la costa de las actuales Venezuela y Colombia, consoli-dando enclaves en la Bahía de las Perlas, Margarita, Paria y Araya. Un año después,Rodrigo de Bastidas y Américo Vespucio llegaron hasta las costas de la actual Colom-bia, por Santa Marta, la desembocadura del Río Grande de la Magdalena, la bahía deCartagena y el golfo de Morrosquillo, prosiguiendo la devastación de los pueblos cos-teros y la extracción de esclavos para las actividades agrarias en Santo Domingo.

En las costas venezolanas, en la zona de la Guajira y en el Istmo, consiguieron per-las mediante rescates, pero su explotación intensiva comenzó cuando otros aventure-ros encontraron los grandes depósitos de Cubagua, una pequeña isla cerca de Cuma-ná, en la costa de Venezuela. Primero aplicaron a su recolección —a veces a grandesprofundidades— a los indios de la región; luego trajeron nativos forzados de otraszonas (incluso de las Lucayas); y finalmente, cuando no quedaron indios a quienescapturar en las islas, compraron negros esclavos. Fundaron una ciudad, Nueva Cádizde Cubagua, que existió entre 1519 y 1541. En los cinco primeros años, según Gui-llermo Céspedes, obtuvieron 10.000 marcos (230 g cada marco), es decir, más de2.300 kilógramos de perlas. Cubagua representó durante dos décadas el sueño de losconquistadores: un lugar donde la riqueza manaba de las aguas (y de los pulmonesencharcados de los indios) y un paraíso (éste sí) para los juegos de azar, las prostitu-tas (casi todas indígenas y negras minas «puestas a ganar»), el alcohol (vinos y aguar-dientes peninsulares vendidos a precios de locura) y las grandes comilonas. Toda estariqueza en perlas que en Europa originó toda una conmoción, en el Caribe se la llevóel viento: no realizaron el menor esfuerzo de inversión, y los rescatistas, una vez ago-tadas las perlas, levantaron sus carpas y se dirigieron a otro punto de la costa, el Ríodel Hacha, donde pretendieron repetir sin éxito el milagro de Cubagua. Al final, cuan-do Nicolás de Federman fundó allí una ciudad, terminaron por dedicarse al contra-bando que era, igualmente, negocio fácil y lucrativo.

Más al norte y durante los primeros años del siglo XVI, Rodrigo de Bastidas y otrosde estos impacientes y decididos aventureros habían alcanzado el golfo de Urabá,internándose en el infierno verde de su culata, ascendiendo hacia el noroeste por lascostas del Darién, hasta el que con el tiempo sería famoso puerto de Nombre de Dios.Juan de la Cosa continuó las exploraciones en 1504 y 1505, y fue en la bahía de Car-tagena, en un encuentro con los turbacos, donde estos avezados flecheros indígenaspusieron fin a sus días como cartógrafo y esclavista de indios. Pero otros continuaron

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las bordadas por el Caribe, hasta hacer de este mar un auténtico mare nostrum denavieros, capitanes de empresa, rescatadores y traficantes de indios esclavos.

Los incansables Pinzón y Solís siguieron navegando las costas de Honduras yYucatán desde 1508, y ese mismo año se firmaron en la corte las primeras capitula-ciones que establecerían oficialmente dos gobernaciones en las costas continentales:el rey Fernando concedió la Nueva Andalucía (la actual costa Caribe colombiana) aAlonso de Ojeda, y el Darién (ya en Panamá) a Diego de Nicuesa, separadas por elgolfo de Urabá. Este último fundó Nombre de Dios, en el Istmo. Así, Tierra Firme fueoficialmente el primer núcleo colonizador en el continente.

En realidad, el modelo de fundación en el Caribe centroamericano, especialmenteen Panamá, resultó mucho más parecido al antillano que las primeras factorías de res-cate en las costas colombo-venezolanas. Existía originalmente en estos aventureroscontinentales, desde Honduras al Istmo, un claro deseo de consolidar el espacio, fun-dando ciudades para ejercer desde ellas la actividad agrícola usando la abundantemano de obra indígena local, o la que iban acumulando en sus múltiples razzias cos-teras; a su vez ofrecían sus puertos como puntos para el intercambio de metal y per-las por productos europeos (tejidos, vinos, hierro, ganado..) Además, estos primeroseuropeos en el continente trataron de hacerse, como vecinos de las nuevas ciudadespor ellos fundadas, de encomiendas de indios o de empleos públicos, fuesen cargoscapitulares, nombramientos de adelantados o tenientías de gobernación. Tras un pe-ríodo de enfrentamientos entre los diversos clanes de conquistadores, y de éstos a suvez con las autoridades metropolitanas enviadas para exigirles la tributación real,decidieron aplicarse a la tarea de consolidarse sobre el territorio, una vez que com-probaron los pésimos resultados de la dispersión de esfuerzos. Continuaron las fun-daciones continentales, asegurándose tierras, indios, propiedades y títulos de domi-nio. Además, gentes procedentes de las Antillas, saturadas de aventureros y yadespobladas de indígenas, o directamente desde España, fueron llegando a estos asen-tamientos centroamericanos. Balboa fundó en 1510 Santa María de la Antigua delDarién, en la llamada «Castilla del Oro», y desde allí se internó en el territorio bus-cando el origen de ese preciado metal que los indígenas decían venir del reino delZenú; no lo halló, pero en cambio se encontró con el Pacífico en 1513. Lo llamaron«la Mar del Sur», en contraposición a la «Mar del Norte» (el Atlántico), y fue una nue-va vía para otros aventureros que navegarían enseguida por sus aguas. El Istmo seríasu punto de partida, el gozne entre el Caribe y el Pacífico.

Nuevos capitulantes, como Pedrarias Dávila, salieron de España con destino aestas costas del Istmo en 1513. Pedrarias fundó Panamá sobre el nuevo océano en1519. Hernán Ponce y Bartolomé Hurtado, capitanes de la hueste de un encomendero-comerciante panameño, Gaspar de Espinosa, llegaron hasta Nicoya, en Costa Rica yregresaron a Panamá con gran cantidad de indios. Dos años después marcharon otravez hacia el norte en compañía de un tal Francisco Pizarro —personaje de notableexperiencia en el rescate de indios en el Istmo—, llegando hasta los confines de losdominios del cacique Buricá, de donde sacaron numerosos esclavos y oros. Otro talDiego de Almagro también estaba entre ellos. Se armaron muchas expediciones más,con idénticos objetivos, saqueo, rescate y toma de esclavos… El rescate y el pillajefueron acelerándose en toda Centroamérica, sabedores estos capitanes que una vezque estos indios y sus pueblos fueran repartidos en encomiendas, las entradas paraesclavizarlos serían más difíciles de ejecutar.

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Gil González Dávila, Andrés Niño y otros, ya en la década de 1520, continuaronascendiendo por la Tierra Firme hacia el norte, por Chiriquí y Costa Rica hasta Hon-duras, donde Francisco Hernández de Córdoba y Hernando de Soto se dieron de bru-ces con las gentes de Cristóbal de Olid, que bajaban hacia el sur desde el recién con-quistado México, enviados por Hernán Cortés. No podían seguir subiendo, ni los otrosbajando. El fondo del Caribe se cerraba por el continente.

Por el norte, Florida fue descubierta por Ponce de León en 1513 cuando recorría lasBahamas buscando indios; y otros navegantes como Antón de Alaminos en 1517, Álva-rez de Pineda en 1519 (que descubrió las bocas del Mississippi), Vázquez de Aillón oPánfilo de Narváez en la década de 1520, navegaron y reconocieron sus costas. Inclu-so un conquistador metido a forzoso peregrino, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, super-viviente de la expedición de Narváez, recorrió a pie las tierras costeras del golfo deMéxico desde la Florida hasta la capital mexicana. Hernando de Soto, tras su aventuraperuana, se lanzaría posteriormente desde Cuba a la conquista del territorio en 1539.

En el sur del Caribe, Gonzalo de Ocampo fundó Cumaná (Santa Inés de Cumaná)en 1520 y 1523 y, Rodrigo de Bastidas Santa Marta en 1525, dos factorías costerasque cobrarían relativa importancia, especialmente la segunda, desde la que se organi-zaron importantes expediciones por las sierras contra los indígenas en Gaira y Bondacuyos caciques organizaron una fuerte resistencia; también avanzaron hacia el interiordel continente en busca del oro del río César.

A finales de la década de 1520, la antigua Costa de las Perlas y «Venezuela» fue-ron concedidas en explotación —previo pago de suculentos dividendos— por elemperador Carlos V a unos banqueros alemanes, los Welser, ensayando una nuevafórmula para rentabilizar aquellos lejanos dominios. Coro fue fundada en 1531, peroen vista de la falta de metales en la región, los alemanes enviaron a uno de sus capi-tanes, Nicolás de Federman, a buscarlos tierra adentro. Pasando por la Guajira seadentró en los llanos, y a fuerza de andar llegó hasta Bogotá, encontrándose allí conotras dos expediciones, la de Jiménez de Quesada y la de Sebastián de Belalcázar, quehabían llegado por rutas distintas al mismo lugar y en los mismos días de 1539.

Y quedaba también la tierra de los zenúes, entre Urabá y el río Magdalena, dondesegún las leyendas había tanto oro que su cacique se bañaba en él cada día: debía serEl Dorado, comentaban en Las Antillas; pero feroces indios flecheros llamados tur-bacos, en los alrededores de la ya conocida bahía de Cartagena de Indias, cerraban elpaso a quien quisiera llegar hasta él. Un encomendero, dueño de varios ingenios deazúcar en Santo Domingo y con experiencia en Santa Marta llamado Pedro de Here-dia, desembarcó en la bahía y fundó allí la ciudad de Cartagena en 1533. Halló lastierras del Zenú y saqueó las tumbas de los viejos caciques, hallando, efectivamente,tal cantidad de metal que, según las cifras oficiales, su reparto fue superior al efec-tuado por Pizarro tras el rescate del inca Atahualpa en Cajamarca. Pero después de esono hubo mucho más, salvo una guerra a sangre y fuego desatada en la costa que extin-guió también a la mayor parte de los indígenas de la región. De nuevo Juan de Caste-llanos, participante en estos cruentos combates, dejó testimonio de los mismos:

Brama la tierra con mortal gemidoy auméntase la grita y alarido…Verás incendios grandes de ciudadesen las partes que menos convenía.

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Verás abuso grande de crueldadesen el que mal ninguno merecía.Verás talar labranzas y heredadesque el bárbaro sincero poseía,y en su reinado y propio señoríoguardarse de decir es esto mío…No penséis acertar estas jornadaspor vía de halagos ni de mimos,sino con muy gentiles cuchilladas,pues en la tierra donde residimosla buena paz negocian las espadas.No veréis amistad en esta tierrasi no se gana con sangrienta guerra.

Saqueada la costa y los viejos señoríos zenúes y de Dabeiba, los expedicionarioscosteños se lanzaron a la conquista del interior.

El descubrimiento y conquista de los grandes imperios en México (1521) y el Perú(1532), y del oro chibcha y muisca en el interior de la actual Colombia, cambió porcompleto el escenario. Nada fue igual en el Caribe continental después de 1540. Elantiguo régimen de factorías quedó obsoleto. Perdido el interés por los esclavos indí-genas, dado su cada vez menor número y el incremento de la trata negrera, agotadaslas perlas y el rescate de los viejos cementerios nativos, ahora la costa comenzaba acobrar otro sentido: en ella debían situarse los puertos que permitieran la salida de tanimpresionantes cantidades de oro y plata como estaban ofreciendo los núcleos conti-nentales, constituyéndose a la vez en suministradores de productos europeos que elcomercio transatlántico llevaba hasta ellos a fin de intercambiarlos por el ansiadometal. La función que adelante desempeñaría esta región costera continental sería lade intermediación entre las economías mineras andinas y mexicanas y las economíasatlánticas europeas.

En la década de 1530, la Tierra Firme había ya casi suplantado a La Española comobase de operaciones de diversos grupos de particulares, avezados en estas operacionesde rescate y saqueo a la par que «socios» de diversas «compañías» establecidas entreconquistadores; compañías que servían para explotar minas, adquirir barcos para latrata de esclavos, abastecer los nuevos puertos desde las Antillas o la misma Sevilla,vendiendo alimentos, ropa o herramientas europeas, explotar haciendas de ganado,cañaverales e ingenios de azúcar, o financiar expediciones como, por ejemplo, las «en-tradas» al Perú. A veces, estas compañías se entrelazaban entre sí mediando variossocios que aportaban capital y realizaban inversiones de importancia en todas estasactividades cada vez más diversificadas. También, en ocasiones, llegaron a participaren estos negocios testaferros de banqueros y hombres de empresa afincados en Sevillay en los puertos andaluces y portugueses, añadiendo las receptidurías de mercancías yel depósito y el envío comisionado de metales desde América hasta Europa a sus com-plejas operaciones trasatlánticas. Ante el éxito de algunos en estos emprendimientos,muchos de los que habían intentado el asentamiento agrario en las tierras del Istmo yaún de Nicaragua, algunos incluso con encomiendas de indios y tierras fértiles, aban-donaron esta actividad para volcarse en las empresas comerciales, o intentar una vezmás el asalto a las grandes reservas de metal, especialmente tras las noticias llegadasa Panamá de la existencia del fabuloso reino del Virú, bajando la Mar del Sur.

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A los puertos del Caribe continental, atraídos por la enorme cantidad de metal yriquezas que llegaban del interior, concurrieron en estos primeros años todo tipo demercancías traídas desde España: telas (finas o bastas), herramientas, ganados, vinos,aguardientes, hasta papel, trigo o pólvora. Los precios que alcanzaban estos produc-tos en las operaciones de compraventa dependían de la cantidad y calidad de los meta-les a intercambiar, así como de la cantidad y calidad de las mercancías llegadas desdeEuropa. Todo ello en un trueque ocasional que fijaba los precios mutuos en funciónde la «oportunidad»: es decir, de cuánto y qué se hallara en los rescates y de qué pro-ductos llevara tal o cual navío que decidía recalar en aquel punto para vender su ma-reada mercancía. Por su parte, en el Caribe centroamericano, el proyecto inicial deasentamientos agrarios continentales fue devorado por el ansia de guerra, oro y rique-zas rápidas; la tierra seguiría esperando.

Los puertos del Caribe se transformaron muy pronto en colectores del tráficocomercial. No sólo de productos, sino también de personas. Desde la península, cono sin licencia, llegaron otros aventureros y comerciantes, en especial portugueses, quecontrolaron buena parte de la actividad comercial y, sobre todo, la trata esclavistaafricana. Camino obligado hacia Perú o Nueva Granada, un vendaval de gentes, mer-cancías, metales y navíos conformaron la base de la vida económica en las ciudadesdel litoral panameño, colombiano y venezolano. Las actividades productivas estabancasi limitadas a su abasto y —hecho que suele ser olvidado— a aprovisionar las tri-pulaciones y navíos que recalaban en ellas. La especulación financiera y metalíferafue desde el principio el motor de estos enclaves, fundamentalmente a partir de larotunda penetración de los productos europeos vía contrabando; primero de la manode los comerciantes españoles y portugueses y luego directamente de navíos despa-chados desde los puertos de Francia, Inglaterra u Holanda.

Así, el modelo panameño y cartagenero de pequeñas y puntuales «compañías»particulares con conexiones en los puertos andaluces para recepción y envío de mer-cancías, esclavos y metales, fue consolidándose y extendiéndose como forma princi-pal del intercambio y del juego económico en todo el espacio del Caribe al que seunieron, cada vez con mayor presencia, los grandes hombres de negocios del sur deEuropa. El saqueo intensivo de las reservas de metal en los pueblos y cementeriosindígenas fue dejando paso a la tarea de intermediación que realizaron los vecinos deestas ciudades, ahora convertidos en comerciantes, sobre la riada de riquezas proce-dentes de los interiores de México y Perú que comenzó a llegarles y que incrementóextraordinariamente la circulación y el intercambio. Al metal se le unían otros pro-ductos americanos, como perlas, ámbar, esmeraldas, carey, cueros, azúcar, maderastintóreas, que fueron exportados en grandes cantidades. Cartagena, Santa Marta,Coro, Cumaná, Nombre de Dios, y las ciudades antillanas que habían sobrevivido a lahecatombe, alcanzaron poco a poco un gran desarrollo con este tipo de actividades,creando un cordón de enclaves costeros íntimamente conectados mediante cientos depequeñas embarcaciones que cruzaban el Caribe en todos los sentidos y en todasdirecciones.

Surgieron así sólidos mecanismos y tupidas redes mercantiles a partir de las cua-les se construyeron las relaciones comerciales. Y estos mecanismos y estas redes mar-caron una tradición que luego sería desarrollada en las «ferias» de puertos y ciudades,momento y lugar del juego de los intercambios, verdaderos motores de la economíacaribeña, antes y después del establecimiento del régimen de flotas. El impresionante

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circuito comercial —la esfera del intercambio— generado por la Carrera de Indias,creciendo sin parar a partir de los años cuarenta del siglo XVI, tenía ya más que asen-tadas las bases desde las que comenzar su trasiego de mercancías, metales y personasa gran escala, como veremos más adelante.

En este sentido, el Caribe, durante siglos un auténtico Mediterráneo americano,fue el núcleo de esta gran esfera de la circulación, operando tanto como espacio delintercambio —una especie de concentrador de colectores del tráfico— en el comercioa larga distancia, fundamentalmente con Europa, también con África, como al nivel delmercado regional. En este Mediterráneo, la mercancía internacional (ciertos produc-tos muy concretos, como esclavos africanos y tejidos europeos, que constituyerondesde el principio los dos principales bienes de intercambio en la zona) se disemina-ba por los puertos y se enviaba a los mercados del interior; en éstos, las mercaderíasabsorbían la mayor parte posible del metal disponible, que se remitía de nuevo a lospuertos para reiniciar el ciclo. La mercancía dinero, el metal, fue, por tanto, el motorde este espacio económico.

Ello originó en el Caribe, y en muy breve plazo, un proceso de integración regio-nal que no se basó en la producción sino en la circulación. La mayor parte de lasveces, este intercambio se llevó a cabo en operaciones que los intermediarios comer-ciales intentaron liberar de tasas y tributos oficiales, mediante mil mecanismos, enla medida en que tanto en las salidas de metal como en las entradas de mercancías laexención de gravámenes repercutía rotundamente sobre los márgenes de beneficios; y,tratándose de un comercio realizado cada vez a mayor escala, estas exenciones —alograr legal e ilegalmente, según la permisividad mutante del régimen de monopoliocomercial— constituyeron el nervio fundamental de la naturaleza de los intercambiosy la base de la ruptura de la competencia. De ahí que en el espacio del Caribe, el con-trabando o, mejor dicho, el comercio realizado al margen del monopolio mercantilimpuesto por la Corona española con sus tributos, constituyera desde el principio unaparte fundamental del volumen de los negocios.

El mundo del Caribe, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se mostró extraor-dinariamente dinámico: un Mediterráneo en ebullición.

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