cap. 13 - mas que nunca
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Entre Dos Fuegos. Vida y Asesinato del Padre Mugica. Capítulo 13.TRANSCRIPT
13- “MÁS QUE NUNCA JUNTO AL PUEBLO”
Los últimos meses de la vida de Carlos Mugica resultaron tensos y agitados,
plagados de malos augurios por las polémicas sin fin con quienes se consideraban, desde
distintos bandos, los únicos portadores de la verdad. Pero no fueron solamente los
adherentes a posturas extremas quienes se alejaron de él sino también, aunque por otros
motivos, muchos de aquellos que habían permanecido a su lado. Sólo el último encuentro
en vida con Dios, y el llamado definitivo del Creador luego de su asesinato nunca
esclarecido, trajeron paz a este hombre que simbolizó como nadie una de las etapas más
conflictivas de la historia argentina.
Amenazas escritas de la Triple A, amenazas verbales de los Montoneros, amenazas
episcopales. Para cualquier mortal, recibir alguna de las dos primeras hubiera significado el
inicio de una rápida huida sin siquiera mirar hacia atrás. Mugica, en cambio, recibió todas
ellas, pero sólo temió a las terceras. "No tengo miedo de morir. De lo único que tengo
miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia", fue una de sus últimas confesiones.
Ante el absoluto desprecio por la vida humana que reinaba entonces, el sacerdote
comprendió que la única solución posible consistía en "aquietar las aguas" e intentar
moderar la locura. Con todo, aunque se empeñó en este propósito, el intento resultó vano:
quienes coincidían con algunas de sus ideas no lo entendieron, y quienes se oponían por
principio no querían comprenderlo.
Su final reflejó la imposibilidad de actuar siempre de frente, sin esconder nada, en
aquellos años tan difíciles. Sabía que corría riesgos, quizás tenía la certeza de que moriría,
pero sus convicciones eran más firmes que cualquier sugerencia de una "toma de distancia".
Esa muerte, a la que consideraba un “privilegio”, le llegó luego de celebrar una misa y
coronó su vida. Su martirio demostró que su decisión de estar siempre "junto al pueblo" era
real y concreta, y no un mero ejercicio retórico.
Por todo ello, recordar los momentos postreros de su vida es encontrar al mejor
Mugica, a aquel a quien todos recuerdan y a quien muchos querrían parecerse.
* * *
Los problemas entre Carlos Mugica y distintos sectores ideológicos, surgidos en los
últimos meses del año anterior, se acentuaron notablemente durante 1974 hasta degenerar
en una situación insostenible que no podía desembocar, dada la situación particular que
vivía el país, en otro final que no fuera la muerte del sacerdote.
En primer lugar, la desgastada relación entre el Padre Carlos y los militantes de la
Tendencia Revolucionaria se descompuso totalmente como consecuencia de los
encontronazos constantes que se generaron luego de la división del Movimiento Villero
Peronista (MVP). Esta situación hizo tomar conciencia al sacerdote sobre la falta de
contacto con la realidad en la que vivían muchos de sus conocidos, y lo movió a redactar un
artículo periodístico en el que hacía públicas sus diferencias:1
- "Es importante advertir que el marxismo es una típica expresión del pensamiento
racionalista europeo. Pensamiento castrador de la realidad, pues elimina de ella los
valores instintivos, irracionales, que son sin embargo los más hondos del ser humano".
1 Diario "Mayoría", 19/03/1974, pág. 13.
- El marxismo es la expresión última del liberalismo.... De ahí que tiende a
privilegiar el factor económico de la sociedad en detrimento del político, que es el
específicamente humano. Por eso, más que una concepción emanada de los pueblos, ha
sido una concepción introducida en los pueblos. Y eso es particularmente perceptible en la
Unión Soviética..."
- "Los hombres más afectados por la vida son los trabajadores, los pobres, que se
manejan siempre con la realidad dura, áspera, ineludible que los envuelve todo el tiempo.
Y ellos, en nuestra patria, son justicialistas.
- Los que forman lo que hoy llamamos la juventud, pertenecen en general a la clase
media y están más distanciados de las reales aperturas. Y pueden entonces más fácilmente
ideologizar, especular, soñar. En estos días hubo dos manifestaciones públicas. Una en el
estadio de Atlanta. Muchos jóvenes, pocos obreros. Allí prevaleció la ideología sobre la
realidad".
- "...Busquemos adentro de nosotros a ese Dios nuestro, Jesucristo, que... nos incita
a... mirar la realidad desde los pobres, los humildes, desde aquellos que pelean por la vida
diariamente y no tienen espacio para teorías.
Si la juventud renuncia a buscar la revolución en los libros (con el peligro de
morirse de un error de imprenta) y asciende al pueblo asumiendo sus problemas reales y
su lucha por acabar con el gran pecado de nuestro tiempo, la explotación del hombre por
el hombre, el destino de la revolución justicialista quedará asegurado".
Tras las reacciones esperables que trajeron estas declaraciones entre algunos de
quienes se habían considerado "compañeros de camino" de Mugica, la decisión
gubernamental de trasladar a los habitantes de la villa de Retiro trajo aparejado un nuevo
choque.
Desde la misma constitución de las organizaciones barriales en Retiro, el objetivo
principal de los dirigentes había sido la transformación de los asentamientos en barrios
obreros. Esta finalidad se había constituido también en una de las banderas de lucha del
MVP.
El “Padre Carlos” siempre había compartido ese mismo anhelo de sus fieles y, por
lo tanto, se había opuesto a los programas de traslado dispuestos hasta entonces. Además,
con el retorno de Perón al poder, se tenía por seguro que los terrenos serían cedidos a sus
ocupantes en forma definitiva.
Sin embargo, la realidad se encargó una vez más de desmentir a los supuestos.
Perón, asesorado por López Rega, tenía otras ideas. En una audiencia privada con
representantes de los seis sectores de Retiro, el presidente les expresó la imposibilidad de
concretar su viejo anhelo, y justificó su postura señalando que las tierras en las que se
enclavaba el asentamiento eran de propiedad nacional y situadas en zona portuaria, por lo
que resultaba imposible su cesión a particulares.
La solución consistía, entonces, en la construcción de viviendas en otros sitios. El
plan, denominado "Alborada", contemplaba el traslado de todas las villas, comenzando por
las céntricas (Retiro, Bajo Belgrano y Dorrego). En el caso particular de Retiro, la mayoría
de las familias serían trasladadas a complejos habitacionales (monoblocks) en Ciudadela y
otras a Villa Lugano, frente al autódromo porteño.
Luego de visitar las viviendas destinadas a los villeros, Mugica y los “leales a
Perón” decidieron apoyar el proyecto y convencieron a la mayoría de los vecinos de que
hicieran lo mismo. Los militantes de la MVP ligada a la Tendencia, en cambio, se
opusieron terminantemente al plan y se sintieron “traicionados” por el sacerdote, quien
según ellos había abandonado viejas “banderas de lucha”.
En los días siguientes, los militantes de la tendencia revolucionaria comenzaron a
recorrer los distintos barrios, criticando a Mugica y argumentando que dividir a la zona
significaba destruir su organización y separar a vecinos de toda la vida. También instaron a
las comisiones vecinales para que se movilizaran activamente en contra de la decisión
gubernamental y, luego de presionar insistentemente, lograron que unos 250 villeros se
dirigieran hacia la Plaza de Mayo para protestar contra los traslados. Una vez reunidos allí,
la marcha debía continuar hasta la sede del Ministerio de Bienestar Social, donde se
intentaría forzar a López Rega para recibiera en su despacho a algunos de los
manifestantes.
El acto, sumamente improvisado2, terminó en una tragedia. Aquella noche del 25 de
marzo, mientras un grupo de manifestantes arribaba a la Plaza, otra columna, compuesta
por aproximadamente 200 personas, avanzó por la avenida Leandro N. Alem con la
intención de unirse a sus compañeros. Al llegar a la intersección con la calle Reconquista
fueron interceptados por varios policías, quienes, aduciendo que la concentración no había
sido autorizada, les ordenaron dispersarse.
Los villeros, sin embargo, decidieron proseguir la marcha. Ante esta actitud, agentes
de la Guardia de Infantería volvieron a interceptar a la columna y lanzaron granadas de
gases lacrimógenos. Simultáneamente, se escucharon disparos de armas de fuego.
El pánico se apoderó de todos los villeros, quienes comenzaron a correr en distintas
direcciones. En esos momentos, una bala disparada por los agentes alcanzó a Alberto
Chejolán, dirigente de segunda línea del sector “Martín Güemes”, quien cayó muerto en el
acto.
El crimen generó un gran revuelo en Retiro. Al día siguiente se declaró un paro
general, y ninguno de los habitantes de la villa concurrió a su trabajo. En declaraciones a la
prensa, vecinos ligados al MVP aprovecharon para protestar contra el plan de erradicación
en vigencia. “Las viviendas adjudicadas no están terminadas, tienen menos comodidades
que las nuestras actuales y no poseen precio fijo”, afirmaban.3
Durante el sepelio se vivieron momentos sumamente contradictorios. Mugica,
convencido de la culpabilidad de la policía en el homicidio de Chejolán, convocó al diario
“Noticias”, órgano de los Montoneros. El sacerdote, acompañado por los padres José
María "Pichi" Meisegeier y Luis Sánchez, rezó un responso en la casilla en la que vivía el
villero asesinado y afirmó que “mientras el jefe de Estado anunciaba mejoras para los
trabajadores, se velaba a un obrero que había muerto, impulsado por su creencia en la
justicia social”.4
Estas palabras de elogio al presidente volvieron a suscitar el rechazo de algunos
jóvenes radicalizados, quienes reaccionaron minutos después insultando al clérigo y
conminándolo a retirarse del lugar. A partir de ese momento, Mugica comenzó a recibir
2 Un claro ejemplo de esta improvisación era que los manifestantes no habían tomado el recaudo elemental de
asegurarse que el ministro se encontrara en su despacho: aquella noche, López Rega había asistido al
casamiento de la hija del ministro del Interior, Benito Llambí. 3 Diario "La Opinión", 27/03/1974, pág. 12.
4 Revista "Así", 29/03/1974.
numerosas amenazas de muerte.
Pese a esta situación, atemorizante para cualquiera, el sacerdote decidió responder a
sus agresores. Días después, el diario “Mayoría” publicó declaraciones suyas en las que
atribuía a sus ahora adversarios la intención de generar "una agitación prefabricada en
torno a los traslados".5 El sacerdote formulaba también otras declaraciones terminantes:
- "Hablando con la gente, nos damos cuenta de que está contenta, porque se le
brindan cosas dignas, hermosas. Este plan del gobierno popular no se parece en nada a los
que surgieron durante la dictadura. Al respecto, yo pienso que... puede tolerar
correcciones, puede ser mejorado, lo cual no significa... ignorar sus muchos méritos. No es
ideal. Es bueno, simplemente, lo que no es poco decir. Por lo tanto, nosotros estamos a
favor..., porque queremos erradicar las villas y no eternizarlas".
- "Quien comprenda realmente al villero, tiene que comprender sus legítimas ansias
de liberarse de una situación que lo transforma en paria. Es, precisamente, lo que no
comprende el socialismo dogmático, con su empeño ciego de impedir que el mundo agrio,
duro, del villero se transforme realmente.
Esta incomprensión del socialismo dogmático no es casual. Demuestra su
irrealismo. Aunque invoque al villero, en realidad no se ha asomado a sus problemas...
Nuestro pueblo es cristiano, es justicialista, no acepta las formulaciones falsamente
revolucionarias... Los que claman por la revolución son casi siempre gente de afuera,
activistas que no han vivido ni viven en el lugar. Desde luego, hay villeros con ellos, pero
éstos responden a una política que les dictan desde afuera.
Hay una muestra típica de este irrealismo político, de este prejuicio de superioridad
presuntamente revolucionaria, que se comprueba en las reuniones o asambleas
promovidas por la ultraizquierda. Apenas un compañero de la villa cuestiona un
argumento, discrepa con una iniciativa, manifiesta sus diferencias con algún dirigente,
enseguida se le imputa que carece de conciencia política y se lo excluye. De este modo,
algunas organizaciones o grupos han perdido representatividad, la gente los abandona,
abandona a quienes no entienden sus reales necesidades y la subestiman políticamente".
- “...El socialismo dogmático peca de cientificismo. Es aristocratizante, desconfía
del pueblo, de la capacidad popular, lo menosprecia. Para nosotros, la única metodología
válida, en cambio, es cuando el pueblo participa, cuando crea y es protagonista de una
alternativa liberadora. Por eso, no es cierto que los curas del Tercer Mundo se alejen de
la Tendencia. La fórmula correcta sería que la Tendencia se aleja de los curas del Tercer
Mundo, como se ha alejado del pueblo y del general Perón”.
Ante estas palabras, sus adversarios no permanecieron callados. Además de las
amenazas privadas, en los medios de comunicación cercanos a la Tendencia comenzó a
criticarse con dureza a Mugica.
Un ejemplo de ello lo brindaron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde6 en
5 Carlos Mugica, “La encrucijada de la juventud: de la alienación ideologista al realismo cristiano”. En:
"Mayoría", 19/03/1974, pág 13. 6 Los dos abogados, defensores de presos políticos, eran también historiadores y profesores universitarios.
Incluso, Ortega Peña ocupaba en ese momento una banca de diputado nacional, conformando su propio
bloque por haberse separado de la bancada del FREJULI (frente por el que había ingresado al Congreso) en
desacuerdo con la postura verticalista asumida por sus legisladores. Sería asesinado poco después, el 6 de
“Militancia”, la revista que editaban y que luego sería clausurada por el gobierno de Isabel
Perón. Los dos abogados, quienes en 1971 habían patrocinado al presbítero en su denuncia
del atentado explosivo del que fue objeto, y que habían coincidido con él en diversas
manifestaciones políticas, se sentían ahora traicionados por el supuesto viraje ideológico
del Padre Carlos. Por ello, lo incluían ahora en un espacio editorial denominado la “Cárcel
del pueblo”, término utilizado por las organizaciones armadas de izquierda para referirse a
los refugios donde mantenían cautivos a sus prisioneros. Allí expresaban que Mugica “trata
de ser al mismo tiempo un conservador progresista, un oligarca popular, un cura humilde
y bien publicitado, un revolucionario y defensor del sistema. Y así le va con el resultado".
También aseguraban que el clérigo actuaba "como si fuera un corcho, siempre
flotando aunque cambie la corriente. Montonereando en el pasado reciente,
lopezrregueando sin empacho después del 20 de junio, Carlitos Mugica, cruzado del
oportunismo, ha devenido en depurador ideológico".7
* * *
A pesar de su enfrentamiento declarado con la Tendencia Revolucionaria y a su
apoyo al “Plan Alborada”, Mugica no recompuso sus relaciones con López Rega. Para el
fundador de la "Triple A", el sacerdote continuaba siendo "zurdo y peligroso", y debía ser
combatido.
El conflicto se había acentuado en diciembre del año anterior, cuando la revista "El
Caudillo", dirigida por el ultraderechista Felipe Romeo y financiada por el ministro de
Bienestar Social8, había dedicado un editorial-amenaza al padre Carlos. No fueron pocos
quienes luego verían en este artículo un nexo directo con su futuro asesinato.
En tono condenatorio y descalificador, la publicación se dirigía directamente a
Mugica afirmando que "no anda por la vereda buena, sino por la de enfrente", y que "hace
tanto escombro en las villas que uno llega a preguntarse si usted, como dice, está al
servicio de los pobres o tiene a los pobres a su servicio".
El editorial destacaba también que el miembro del disuelto MSTM "parece no
respetar mucho su condición de ministro de Dios". A continuación, recordaba la frase "por
sus frutos los conoceréis", pronunciada por Jesucristo, para enrostrar al sacerdote que “los
suyos no huelen bien, aunque uno tenga... las narices curadas de espanto".
En otro párrafo, se preguntaba a Carlos Mugica: “desde que usted salió, se supone,
a enseñarle el cristianismo a los bolches, ¿los bolches se han hecho más cristianos o usted
se ha hecho más bolche?...” Y agregaba que “no puedo acordarme de ningún bolche que
se haya convertido gracias a usted, pero tengo una lista más larga que reclamaciones de
jubilado de otros curas como usted que... han agarrado para el lado de los tomates, porque
agosto de 1974, crimen que se autoadjudicó públicamente la "Triple A".
Duhalde, por su parte, debió exiliarse durante el "Proceso de Reorganización Nacional" y, al retornar
al país, dirigió el desaparecido diario "Sur" para luego ser designado juez en un tribunal oral en lo criminal de
la Capital Federal. En el año 2003, durante la presidencia de Néstor Kirchner, asumió como Secretario de
Derechos Humanos de la Nación. 7 Revista "Militancia", Nº 38, abril de 1974, pág. 48.
8 Según una denuncia realizada en mayo de 1975 por el teniente del Ejército Juan Segura, las oficinas en las
que funcionaba la redacción de "El Caudillo" (en la Avenida Figueroa Alcorta 3297) fueron utilizadas durante
varios meses como "cuartel general" del subcomisario Juan Ramón Morales y del comisario Rodolfo Eduardo
Almirón Sena, jefes operativos de la "Triple A".
hasta el color coincide...".
Estas expresiones calumniosas se complementaron posteriormente con otros
agravios. Durante el mes de abril, en distintos puntos de Buenos Aires se repartió un
volante, impreso por la "Triple A", en el cual se acusaba a los sacerdotes tercermundistas
de estar "con el ERP, la violencia y la ametralladora" y "contra el pueblo, Perón y la
Patria". Además, refiriéndose directamente a Mugica, lo acusaba de hacerse "pasar como
convertido y arrepentido" para engañar a "los incautos e idiotas útiles".9
El círculo se cerraba inexorablemente y, como si esto fuera poco, las críticas y el
alejamiento de algunos de sus fieles villeros terminaron de sumirlo en una soledad radical.
Su colaboradora Ema Almirón rememora que, debido a la presencia constante de artistas y
periodistas en la villa, "el Padre Carlos perdió un poco el carisma que tenía para los
pobres y empezó a hacer un discurso más para afuera que para adentro. Por eso, creo que
Dios fue muy bueno con él. Porque si en lugar de morir seguía un poco más, su imagen se
iba a deteriorar”.
Aislado de sus afectos, amenazado y enfrentado con enemigos más que peligrosos,
Mugica se sentía a punto de estallar. Sólo Dios podía concederle la paz que tanto deseaba
encontrar.
* * *
Monje benedictino, autor de decenas de libros religiosos -principalmente de
cuentos-, y abad del monasterio benedictino “Santa María”, en la localidad bonaerense de
Los Toldos, entre 1980 y 1992, el Padre Mamerto Menapace es una figura ampliamente
conocida dentro del universo eclesial. Su fama, sin embargo, no se basa solamente en la
calidad de sus escritos. Cada vez que se decide a abandonar su ambiente de meditación para
brindar charlas en cualquier rincón del país, una gran cantidad de público de todas las
edades se congrega a su alrededor.
Con un estilo llano, ameno y eminentemente popular, aunque no por eso exento de
una gran lucidez, sus palabras cautivan a su audiencia y brindan elementos útiles para la
reflexión. Amigo de Carlos Mugica desde 1969, en numerosas oportunidades ha debido
actuar como su confidente, sobre todo durante los retiros realizados por los curas villeros de
la Capital Federal en el monasterio que ahora dirige. Esa amistad lo llevó también a
arriesgar su propia seguridad personal en la noche del 11 de marzo de 1973, jornada en que
Héctor Cámpora fue electo presidente.
Un testigo de aquellas horas cuenta que, poco después de votar, Mugica y sus
compañeros salieron hacia el monasterio. A mitad de camino se percataron de que la
Policía los venía siguiendo a prudente distancia, por lo cual, poco antes de llegar aceleraron
e ingresaron al predio. Los uniformados los perdieron de vista pero, sabiendo que el
monasterio era uno de los lugares a los que solían concurrir, una hora después se
presentaron allí. El mismo Menapace los atendió en la puerta y, cuando le preguntaron si
"Mugica, Vernazza y Botán" estaban allí, Menapace, mirando a su alrededor, les respondió
con ensayada cara de desconcierto: "No, acá no están". En el fondo no mentía: con el
término "acá" se refería al espacio que abarcaba su mirada, no al cuarto donde se alojaba
el grupo de presbíteros.
Pero además de esta muestra de valentía, hubo otros hechos que unieron aún más a
9 Volante distribuido en la esquina de Avenida de Mayo y Piedras (Buenos Aires), a fines de abril de 1974.
los dos sacerdotes. El testimonio del abad benedictino sobre el “Padre Carlos” ha quedado
registrado en un casette10
, que circula entre los jóvenes sacerdotes deseosos de emular a
Mugica.11
Allí realiza un análisis sobre la vida y la muerte de su amigo.
En un tramo de la grabación, Menapace, al referirse a la última vez que vio con vida
a Mugica, nos ayuda a reconstruir la postrera etapa de su existencia. Aislado de su entorno
como consecuencia de sus últimas actitudes públicas, el protagonista de esta historia,
apesadumbrado pero ansioso de encontrar en Dios las respuestas que estaba buscando,
volvió a llegarse hasta Los Toldos para realizar un retiro espiritual. Lo hizo a mediados de
abril de 1974, y nuevamente junto al resto de los integrantes del “Equipo sacerdotal y
obrero para las villas de emergencia”.
El retiro comenzó con una charla de Menapace titulada "La violencia de la luz y la
violencia de las sombras". Durante su desarrollo, el abad explicó que "toda verdad, por el
solo hecho de manifestarse, ejerce una presión sobre aquel que no la acepta. Esa es la
violencia de la luz, la cual, en el caso concreto de los sacerdotes para el Tercer Mundo,
implica comprometerse con el Evangelio y con el pueblo".
“Esta actitud de compromiso -explicaba- conmueve siempre al opresor y puede
despertar en él una de estas dos reacciones opuestas: que acepte esa verdad y se convierta
o, por el contrario, que agreda a quien predica la verdad. En este último caso, estaríamos
ante la violencia de las sombras".
"En consecuencia, -concluía- ponerse a la luz cuando las sombras andan sueltas es
un peligro y, si alguien opta por esa ‘violencia’, lo más probable es que lo maten".
Mugica, sintiendo que estas palabras se aplicaban especialmente a él, se conmovió y
pidió a Menapace continuar dialogando en privado. Según el monje-escritor, el Padre
Carlos, pese a las presiones que venía soportando últimamente, estaba "más reflexivo y
maduro que nunca". Por ello, en un determinado momento, “me atreví a hacerle la
pregunta que en otras oportunidades no me había animado a formular":
- ¿Carlos, no tenés miedo de que te maten?
- No, -respondió Mugica-, no tengo miedo de morir. De lo único que tengo miedo es
de que Aramburu me eche de la Iglesia.
Esta respuesta demostraba, una vez más, el modo en que Mugica vivía su vocación.
"Para él -señala el abad- tener que abandonar su sacerdocio hubiera significado una
muerte más difícil de aceptar que la otra, que ya preveía".
Los dos amigos continuaron conversando sobre la fidelidad de Dios en los
momentos difíciles, un tema que preocupaba al presbítero tercermundista. En esas
circunstancias, Menapace dijo al "cura del pueblo":
- Yo no sé si Aramburu puede ponerte frente a la situación de irte de la Iglesia, pero
de lo único que podés estar seguro es de que, pase lo que pase, Dios te va a ser fiel.
Según Menapace, “Carlos se emocionó mucho ante estas palabras y se convenció
de que se cumplirían. Más adelante, esto se confirmaría totalmente”.
Durante el resto del retiro, esa actitud más serena y de mayor disponibilidad para la
reflexión y la oración permitió a Mugica un encuentro más profundo con Dios. Una de sus
conductas que asombró al superior de la abadía fue que "en estos cuatro días, Carlos
10
A este respecto, puede consultarse el capítulo “La violencia de las sombras”, del libro La sal de la tierra, de
Mamerto Menapace, Editora Patria Grande, Bs. As., 1977 y 2005, p. 127, y el idem “El cura”, del libro En la
luz de mi tierra, de Mamerto Menapace, Editora Patria Grande, Bs. As., 2006, p. 79. 11
R.P. Mamerto Menapace, "Recordando a Carlos Mugica". Charla y grabación realizadas a pedido del P.
Roberto Quiroga, párroco de la capilla "Cristo Salvador", de Monte Chingolo (Lanús, pcia. de Buenos Aires).
siempre fue el primero en ingresar a la capilla, a las cuatro y media o cinco de la mañana,
y el último en retirarse por la noche. Lo he visto rezar muchísimo, y eso nos dice mucho
sobre la profunda religiosidad que tenía. Otras personas que lo conocieron en situaciones
diferentes no pueden creer que esto fuera así".
Al terminar las jornadas de meditación, el último gesto de Mugica dejó entrever que
ya preveía lo que iba a sucederle poco después. "Cuando Carlitos se despidió de mí para
regresar a Buenos Aires, -recuerda Menapace- me abrazó y me dijo: ‘Hermano, este año
muchos nos vamos a encontrar con Dios’. Yo interpreté que lo que quería decirme era que
muchos se iban a convertir, ya que faltaba poco para el ‘Año Santo’ de 1975. No obstante,
luego comprendí. Fue la última frase que escuché de boca de Carlos y, al enterarme de que
lo habían matado, la recordé como una profecía y pensé: ‘Este hombre realmente se
encuentra junto a Dios’".
* * *
De regreso en Buenos Aires, Mugica recibió los ruegos de muchos familiares,
amigos y colaboradores, quienes eran conscientes del riesgo que corría, para que se alejara
temporariamente del país. Su respuesta, no obstante, era siempre la misma: “en un
momento tan complicado, en el que mucha gente está jugándose y perdiendo la vida, yo no
puedo escaparme. El pastor no puede abandonar a su suerte a sus ovejas”.
Valentía, inconsciencia, resignación, heroísmo. Todos estos calificativos se
utilizaron para juzgar esta actitud del sacerdote, quien reconocía que “si en este momento
recibo una bala, no sé si viene de algún grupo de derecha o de izquierda”. Las palabras de
Mugica definían a aquella época violenta, caracterizada por la imposibilidad de desafiar a
los extremismos.
En los días siguientes, el círculo terminó de cerrarse. Su opción por la verticalidad
terminó de enfrentarlo directamente con los Montoneros, sobre todo a partir de la masiva
concentración realizada el 1º de mayo. Aquella tarde, Perón pronunció un encendido
discurso en el que se refirió a los integrantes de la organización guerrillera con calificativos
como “estúpidos” e “imberbes”, lo que provocó la decisión de los jóvenes de retirarse de
la Plaza de Mayo.12
Mugica concurrió a esa concentración junto con el sacristán de la
capilla “Cristo Obrero”, Oscar Martínez, y no se retiró del acto.
Pese al nerviosismo de los más cercanos, el padre Carlos no sólo continuó
realizando las mismas actividades que de costumbre sino que, incluso, intentó retomar otras
que se había visto obligado a abandonar con anterioridad. Así, el 7 de mayo concurrió a las
oficinas de “La Opinión”, diario para el cual había colaborado esporádicamente durante
1971 y 1972, y solicitó al director, Jacobo Timerman, que le permitiera publicar una serie
de artículos.
El sacerdote y el periodista se pusieron de acuerdo y pactaron la presentación de una
nota para el domingo 12 de mayo. Según Timerman, conversaron también sobre diversas
cuestiones políticas, y Mugica le habría confesado el dolor que le producía su
enfrentamiento con Mario Firmenich. Estas divergencias personales eran más fuertes que lo
que el líder guerrillero admitiría posteriormente. En una conversación mantenida tiempo
atrás con un grupo de jóvenes, el sacerdote había manifestado que "el otro día, en un
discurso que pronunció en Córdoba, Firmenich no mencionó ni una sola vez a Perón. ¡Ni
12
Diario "La Opinión", 02/05/1974, pág. 1
una sola! Así que, si quieren formar el Partido Montonero, fenómeno. Que se presenten en
las elecciones a ver si sacan más votos que el peronismo".13
Antes de retirarse de las oficinas del diario, el sacerdote habría revelado al
periodista que recibía amenazas de muerte de parte de Montoneros, y que éstas no eran
desconocidas para el líder de la organización armada.14
Dos días después, el clérigo regresó
a la redacción del matutino y entregó el artículo prometido15
, en el cual volvía a condenar la
actitud asumida por los grupos armados luego de la restauración democrática. El texto
reproducía diversas citas contenidas en un documento del MSTM porteño, elaborado en
vísperas del 1º de mayo y presentado durante una conferencia de prensa en la villa Saldías,
en Retiro.16
Mugica señalaba en la nota que "hay quienes juzgan la presente coyuntura a partir
de modelos ideológicos dependientes de una ‘cultura ilustrada’, que nos viene desde
afuera, elitista y afín a nuestras clases medias intelectualizadas. Muchos otros, en cambio,
atentos a la realidad histórica y global de nuestro pueblo, comprobamos la existencia de
un largo y creciente proceso popular que, desde hace ya más de treinta años... mantiene su
consistencia cada vez más masiva y su adhesión a un jefe en quien deposita su
inquebrantable confianza”.
A continuación, el sacerdote reiteraba su rechazo a la violencia revolucionaria, ya
que “el pueblo se ha podido expresar libremente, se ha dado sus legítimas autoridades”.
La elección de aquella vía, entonces, “procede de grupos ultraminoritarios, políticamente
desesperados y en abierta contradicción con el actual sentir y la expresa voluntad del
pueblo”.
En consecuencia, concluía que la juventud se encontraba en “una encrucijada”,
consistente en “optar por la revolución nacional que se nutre de nuestra esencia cristiana
y popular,... o hacerlo por el socialismo dogmático, que niega la posesión de la verdad
revolucionaria al pueblo para reservarla a una élite ‘científica’ o al partido”.
* * *
Pocas horas antes de que este artículo viera la luz en las páginas de "La Opinión",
lamentablemente sucedió lo que todos preveían: las balas asesinas segaron la vida de quien
se había comprometido por entero con su Iglesia y con su pueblo.
En aquella jornada del 11 de mayo de 1974, Mugica permaneció en su domicilio de
la calle Gelly y Obes hasta después del almuerzo. Era sábado, día de la semana durante el
cual compartía mayor cantidad de tiempo con su familia. Alrededor de las 14.30, se
despidió de los suyos para dirigirse a la villa de Retiro, donde debía integrar el equipo de
"La Bomba" en el campeonato interno de fútbol.
Luego del partido, en el cual demostró como de costumbre su habilidad deportiva y
sus ansias de triunfar a toda costa, se dirigió raudamente en su Renault 4 L azul, patente C
542119, a la parroquia San Francisco Solano. Allí debía coordinar una reunión de parejas
que se preparaban para el matrimonio pero, también como de costumbre, llegó tarde. Al
13
Conversación grabada entre Carlos Mugica y militantes de la JP de Chivilcoy (pcia. de Buenos Aires) el
11/10/1973. 14
Testimonio de Jacobo Timerman en el diario "La Opinión", 14/05/1974, pág. 24. 15
Carlos Mugica, “El Tercer Mundo pide a la juventud que no deserte del actual proceso”. En: “La
Opinión”, 12/05/1974, pág. 9. 16
MSTM de la Capital Federal, “Sacerdotes para el Tercer Mundo, hoy, 1974”. Buenos Aires, 29/04/1974.
escuchar que algunos de los novios ya se encontraban conversando, se atrevió a preguntar:
- ¿De qué hablaban?
- De la muerte, respondió uno de ellos.
- ¿De la muerte? -preguntó Mugica sorprendido-. La muerte no existe; sólo existe la
vida. Ahora estamos viviendo la vida intrauterina, luego viene el parto, que es a lo que
usualmente llamamos muerte natural, y finalmente pasamos a la plenitud de la vida, que es
algo tan magnífico que resulta imposible de imaginar para nosotros.
Al finalizar la charla, el sacerdote caminó los pocos pasos que lo separaban del
templo para presidir la misa de las 19. Durante la celebración, una feligresa llamada María
Ester Tubio de Tozzi, divisó una presencia extraña: en el último banco se encontraba
sentado un hombre robusto, de bigotes "achinados" y cabello negro, vestido con campera y
pantalón oscuros, que permanecía ajeno a las alternativas de la ceremonia. En su testimonio
ante la Justicia, la señora de Tozzi declaró que, debido al aspecto y a la actitud del hombre,
supuso que no se trataba de alguien que concurriera habitualmente a la Iglesia sino que se
hallaba allí con otro propósito.17
Apenas concluido el culto, Mugica se encontró con Carmen Artero de Jurkiewicz y
Ricardo Capelli, dos de sus colaboradores en la villa de Retiro. Ambos deseaban interceder
en favor de Nicolás Margoumet, un desocupado que pernoctaba en la capilla "Cristo
Obrero" pero que, luego de una discusión mantenida con el sacerdote dos días atrás, se
había retirado del barrio sin previo aviso. Margoumet, ahora arrepentido de su actitud,
deseaba reconciliarse con el sacerdote y había solicitado ayuda a sus amigos.
Artero, Capelli y Mugica conversaron por alrededor de 25 minutos y, concluido el
diálogo, salieron del despacho para buscar al desocupado, quien permanecía dentro del
automóvil que lo había trasladado hasta el templo junto con sus intercesores. Al pasar por
la sacristía observaron allí al Padre Jorge Vernazza, párroco de San Francisco Solano, y a
un joven ecuatoriano llamado Alfonso Dávila, también colaborador en el barrio
"Comunicaciones". Luego de saludarlos, continuaron caminando unos pasos en dirección a
la calle.
Segundos después, sonó el teléfono de la parroquia. Al atender Dávila, un hombre le
gritó, desesperado: "¡Que no salga Carlos! ¡Por favor, que no salga!".
Pero Carlos ya había salido. Cuando se aprestaba a ir al encuentro de Margoumet, el
hombre de bigotes “achinados” que había sido visto dentro de la Iglesia, quien sería el
subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón Sena, uno de los jefes operativos de la "Triple A",
lo llamó:
- ¡Padre Carlos!
- Sí -respondió él girando hacia su derecha-, y enseguida el hombre le disparó de
frente, con una ametralladora 9 mm., una ráfaga de proyectiles de los cuales cuatro de ellos
(según la autopsia judicial, aunque otras pericias difieren) impactaron en su cuerpo. Luego,
el asesino caminó a paso rápido hasta un Chevrolet Rally Sport, de color verde claro, que
había sido robado días atrás. Subió en el asiento del acompañante y partió velozmente junto
a sus cómplices por la calle Zelada, hacia el oeste.
Aún perforado a balazos, Mugica cayó tendido en el piso vivo y consciente. Cerca
suyo también yacía Capelli, alcanzado en el hombro izquierdo por un proyectil. Eran las
ocho y cuarto de la noche, y el "parto" se acercaba.
17
Testimonio de María Ester Tubio de Tozzi ante la Policía, luego ratificado ante el juez Julio Humberto
Lucini.
Al ver a su compañero tendido, Vernazza entró rápidamente al templo, tomó los
santos óleos y le administró la unción de los enfermos. Sin perder tiempo, los presentes
cargaron a los dos heridos en un automóvil Citroën y los trasladaron al hospital Salaberry.
Mientras se dirigían hacia allí, Mugica, pese a sus fuertes dolores, sonrió a Vernazza y le
guiñó el ojo. Esto hizo renacer en el grupo vanas esperanzas.
Apenas arribado al hospital, todo comenzó a prepararse para operar a Mugica de
urgencia. En ese interín, con voz apenas audible, el sacerdote alcanzó a murmurar a una
enfermera: ¡Ahora más que nunca debemos estar junto al pueblo!18
La intervención quirúrgica duró poco más de una hora pero, cuando los relojes
marcaban exactamente las diez de la noche, el corazón del Padre Carlos se detuvo para
siempre. Había pasado a la “plenitud de la vida”.
* * *
Mientras los médicos realizaban los últimos esfuerzos para tratar de evitar lo
inevitable, fuera del hospital se agolpaban cientos de personas, entre quienes se
encontraban familiares, un contingente de villeros, amigos artistas de Mugica e, incluso,
monseñor Aramburu. Lágrimas incontenibles estallaron al conocerse la noticia de la
muerte.
La multitud continuó acrecentándose horas después al realizarse una misa de cuerpo
presente en San Francisco Solano. El oficio fue concelebrado por varios sacerdotes
miembros del MSTM y, acto seguido, se instaló una capilla ardiente.
En aquel momento, debido a los conflictos ocurridos en los últimos días de la vida
de Mugica y a las amenazas que había recibido, la mayoría de los asistentes no dudaba en
adjudicar a Montoneros la autoría del crimen. En consecuencia, el clima de paz y honda
religiosidad se quebró abruptamente cuando, a las 16.30, arribaron el diputado Leonardo
Bettanín19
y el titular de la Regional 1 de la JP Juan Carlos Añón, ambos ligados a la
organización armada.
La multitud recibió a Bettanín y Añón gritándoles ¡Traidores! y ¡Asesinos!,
mientras una andanada de golpes y puntapiés se descargaba sobre ellos. Añón logró zafar a
duras penas de la multitud, pero Bettanín tuvo menos suerte: un grupo lo tomó de la solapa,
lo levantó y empezó a llevarlo en dirección al templo. Sólo la intervención de varios
compañeros de militancia del diputado, quienes lograron rescatarlo de entre la multitud e
introducirlo en la casa parroquial, evitó el "linchamiento".
Horas después, el cadáver de Mugica fue llevado hasta la capilla Cristo Obrero,
donde doblaron las campanas en señal de duelo durante toda la noche. El templo quedó
totalmente colmado, y quienes se acercaban a brindar su último adiós al Padre Carlos
debían realizar una cola de más de cien metros en las calles embarradas. Para contemplar
18
En la versión más difundida, aunque errónea, se señalaba que Mugica había pronunciado esas palabras a
Vernazza mientras viajaba en automóvil hacia el hospital. 19
Enrolado en la Tendencia Revolucionaria, a Bettanín le habían faltado pocos votos para ser electo diputado
en las elecciones de 1973. Sin embargo, luego de la renuncia de ocho legisladores de la JP que se negaron a
aprobar las reformas al Código Penal propuestas por el partido gobernante, accedió a la Cámara Baja en
marzo de 1974 por ser el primer suplente en la lista. Su postura radicalizada provocó que la bancada del
FREJULI -dominada por el ala derecha del PJ- no lo admitiera en su seno, debiendo formar un bloque aparte
junto con el bonaerense Zavala Rodriguez, quien se encontraba en su misma situación. Meses después, ambos
renunciarían a poco de conocerse el anuncio de Montoneros de pasar a la clandestinidad.
mejor el panorama, muchos vecinos permanecían subidos a los techos de algunas viviendas.
Poco después de las 10 de la mañana del lunes, tras una última misa concelebrada
por cincuenta sacerdotes, una caravana compuesta por más de cinco mil personas llevó el
féretro a pulso desde Retiro hasta el cementerio de la Recoleta. En el cortejo se mezclaban
dos mundos: el de la clase acomodada, al que Mugica pertenecía por origen, y sus fieles
villeros. Esta imagen era, en definitiva, un fiel reflejo de su capacidad de darse a todos por
igual y la tardía concreción de su profundo anhelo de unir a ricos y pobres en una misma
causa.
Mientras la marcha avanzaba por la Avenida del Libertador, un nuevo incidente
involucró a los Montoneros. Algunos deudos intentaron retirar una corona de flores enviada
por la organización armada, pero luego de varios forcejeos, y a pedido de los
organizadores, la ofrenda permaneció en su lugar.
Al llegar al cementerio, dos mil personas más se unieron a la columna y, pese a las
recomendaciones en contrario, todos ingresaron hasta el panteón del clero. Un grupo de
jóvenes pertenecientes a la derecha peronista intentó desvirtuar el rumbo de la ceremonia
clamando venganza mediante cánticos, pero por los altavoces se los invitó a retirarse.
Los siete mil presentes permanecieron en el lugar durante varios minutos,
cabizbajos y silenciosos, como buscando alguna explicación a lo sucedido. También se
extrañaban de que el General Perón, por quien el sacerdote tantas veces se había arriesgado,
no hubiera concurrido al entierro ni pronunciado una sola palabra de condolencia. Luego,
de a poco, se fueron desconcentrando.
* * *
En los días siguientes al asesinato, casi todas las voces se alzaron para destacar la
vida y la obra de Mugica. Algunos elogios fueron sinceros y otros no tanto, pero entre todas
las reflexiones vertidas merecen rescatarse algunas que, por su justeza o por la entidad de
quienes provenían, hacían justicia a aquel que había llevado a cabo la sentencia evangélica:
“No hay mayor amor que dar la vida por los amigos”.20
El periodista Mariano Grondona, quien a pesar de su buena relación había diferido
con las ideas políticas del presbítero, expresó en un artículo publicado en “La Opinión”21
que “Carlos Mugica marcó con su acción el límite máximo hasta donde se puede llegar en
el compromiso con el mundo sin dejar de ser, pese a eso, y plenamente, un sacerdote. No
fue su paso por el ‘tercermundismo’, como en otros casos, el prólogo de una crisis
vocacional y personal. Fue, por el contrario, el enérgico ejercicio de una vocación que,
porque era fiel a sí misma, se detenía justo allí donde la obediencia a la jerarquía
eclesiástica y la adhesión intelectual al dogma lo exigían”.
El periodista agregaba que “su sentido de rebeldía ante la injusticia no provenía del
resentimiento sino del amor... El impulso cristiano no va de abajo hacia arriba, como una
ambición o como una aspiración a subir, a desplazar, a competir. Corre de arriba hacia
abajo, como la misericordia de Dios hacia el hombre, como la solicitud del fuerte por el
débil. Mugica practicó este ‘descenso’. La tumba... donde él reposa está en la Recoleta.
Pero su velatorio fue en la villa. Para él, aliarse al pobre no era una forma de escapar sino
de renunciar, de entregarse, de dar”.
20
Evangelio según San Juan 15,13. 21
Diario "La Opinión", 14/05/1974, pág. 24.
También, y sorpresivamente para muchos, el mismo Vaticano reconoció el
testimonio de Mugica. Su órgano oficial, el periódico “L´Osservatore Romano”, lo definió
como una “víctima del amor”, y añadió que “lo asesinaron a traición, con determinación,
agregando a la lista de las víctimas del odio una vida pura... Es justo recordarlo..., y
auspiciar que su sangre inocente fecunde los esfuerzos en acto para la pacificación de los
hermanos en Argentina... Nos inclinamos en el dolor, con reverencia y admiración”.22
De todos modos, fue el Padre Mamerto Menapace quien brindó la reflexión más
aguda y conmovedora.23
El abad había dicho al Padre Carlos, un mes antes de su asesinato,
que podía estar “absolutamente seguro” de que "Dios le iba a ser fiel" (pág. ----). Por ese
motivo, al conocer las circunstancias en las cuales había muerto su amigo, Menapace
señaló sentirse “tranquilo” porque su predicción se había “cumplido totalmente”.
“Carlos, que era un hombre muy libre y no ‘huía del mundo’ -explica el monje
benedictino-, pudo haber sido asesinado en un mitín político, en un bar mientras
conversaba con una chica o a la salida de un cine, luego de ver una película escabrosa. En
cualquiera de estas circunstancias, su imagen hubiera adquirido para la mayoría una
connotación completamente diferente a la que luego permaneció”.
“Sin embargo -agrega-, Mugica era y se sentía sobre todo un sacerdote, y la
fidelidad de Dios quedó en evidencia en el hecho de que haya caído como cura, en la
puerta de la parroquia y pocos minutos después de haber celebrado misa. Esa
circunstancia produjo que, hoy en día, todos sus fieles lo recuerden como un verdadero
hombre de Iglesia que se jugó por su pueblo".
Menapace asegura también que si Mugica, en algún momento, pudo haber tenido
una postura “un poco ambigua” con respecto a la violencia revolucionaria, "en los últimos
meses de su vida su actitud había quedado bien clara, y con su asesinato pagó largamente
todos los errores que pudo haber cometido en el pasado. Su final vino a confirmar el
compromiso que verdaderamente había asumido: estaba dispuesto a morir, pero no a
matar".
De cualquier modo, aun frente a su asesinato, no todos se unían a la opinión
favorable sobre el sacerdote. La revista “Cabildo”, reconocida por su tendencia
ultraderechista, señaló que “el Padre Mugica murió en su ley, víctima del engranaje que él,
en alguna medida, había contribuido a levantar; un engranaje de violencia, de mitos, de
odios y resentimientos... Murió víctima de su orgullo, de su ingenuidad y de sus errores.
Olvidó que el marxismo es también una religión total, fuerte y en crecimiento, inexorable e
inmisericorde, que no perdona a sus enemigos, ni menos aún a sus adeptos...”.24
Pero, entre los juicios de condena a la víctima, quizás el más incomprensible fue el
de su propio superior, el arzobispo coadjutor Juan Carlos Aramburu. Testigos de aquellos
días cuentan que, en la primera reunión mantenida con Héctor Botán luego del homicidio,
el encargado de los "curas villeros" expresó:
- Bueno, supongo que aquí acaban todas nuestras discusiones sobre Mugica.
El prelado, impertérrito, abrió uno de los cajones de su escritorio y extrajo de allí los
artículos que Firmenich había escrito para el diario "Noticias". Tras ello, mostró al
sacerdote los párrafos (que se había encargado de subrayar) en los cuales el jefe montonero
22
Reproducido por la agencia noticiosa ANSA el 13/05/1974 y publicado al día siguiente en los principales
diarios del país (ver p. ej. "Crónica", 14/05/1974, pág. 4). 23
R. P. Mamerto Menapace, grabación cit. 24
Revista “Cabildo”, nº 14, junio de 1974, pág. 24.
expresaba su pasada amistad con el Padre Carlos, y vociferó: "Ahora me va a decir que
Mugica no era montonero". Botán, de inmediato, se retiró y dio por concluida la reunión.
* * *
En medio del clima de sorpresa, indignación y congoja, dos preguntas en relación al
crimen sobrevolaban el ambiente. El primero de estos interrogantes -quiénes fueron sus
autores- permaneció durante mucho tiempo sin respuesta, aunque dos versiones
contrapuestas circulaban con insistencia. El segundo -por qué lo hicieron-, resultaba más
fácil de contestar .
Evidentemente, los dos grupos sospechados de haber cometido el asesinato eran la
organización armada Montoneros, con la cual Mugica se había distanciado y enfrentado
durante los últimos meses, y las bandas de la derecha peronista ligadas a López Rega,
cuyos conflictos con el sacerdote eran más profundos y se remontaban más atrás en el
tiempo.
Apenas consumado el crimen, los acusados iniciaron campañas destinadas a
deslindar su propia responsabilidad y a inculpar a sus adversarios. Como en toda guerra, las
declaraciones públicas fueron una prolongación de la batalla armada, y la verdad una de sus
víctimas.
Quienes primero salieron a desmentir su participación en el atentado fueron los
Montoneros. Los episodios ocurridos durante el velatorio y el entierro del "cura del pueblo"
evidenciaban una tendencia mayoritaria a sindicarlos como culpables, y así lo hicieron
diversas agrupaciones como el MVP “Leales a Perón” en una conferencia de prensa.
Como una respuesta a estas acusaciones, los dirigentes de la organización armada
difundieron un comunicado en el que afirmaban que "a pesar de las diferencias que
mantenía nuestra organización con algunas de las últimas posiciones públicas de Mugica,
reivindicamos su acción como parte del campo popular". "El objetivo de este asesinato -
agregaban- es ahondar y hacer insuperables esas diferencias", por lo que acusaban del
crimen a “las bandas armadas de la derecha".25
Este era sólo el inicio de las desmentidas. Pocos días después, Mario Firmenich
escribió durante cuatro días seguidos en el diario "Noticias". Los dos primeros artículos, en
los cuales recordaba su relación estrecha con Mugica y su posterior “distanciamiento”, ya
han sido comentados (págs. -- y ---). Sin embargo, estos dos textos parecían ser un prólogo
para llegar al tercero, en el cual realizaba su descargo ante las acusaciones.
En esa nota26
, Firmenich, refiriéndose a las informaciones que destacaban que el
sacerdote había recibido amenazas por parte de Montoneros, se quejaba de que los medios
de comunicación "nos quieren adjudicar el crimen". El líder guerrillero reconocía que los
llamados telefónicos habían existido, pero aseguraba que no habían sido realizados por su
agrupación sino por "sectas ultraizquierdistas" conformadas por "caraduras y oportunistas
que... usan nuestro nombre, pretendiendo fortalecer sus propias posiciones políticas a
costillas de nuestra fuerza y nuestra representatividad".
Firmenich añadía que, en un contexto semejante, "estaba creada la situación para
que el verdadero enemigo diera un golpe audaz, destinado a que las fuerzas del pueblo que
no coinciden en cómo destruirlos a ellos se dediquen a destruirse entre sí. De este modo,
25
Comunicado de "Montoneros" aparecido en todos los diarios de Capital Federal el 13/05/1974. 26
Diario "Noticias", 16/05/1974, pág. 12.
las diferencias nunca podrían ser superadas, porque se oscurecen con los odios personales
y con el erróneo deseo de la venganza".
Por esa razón, concluía que "sólo los enemigos que Carlos tuvo siempre podían
tener interés en matarlo. Aquellos para los que él era el ‘cura comunista’, el cura que,
‘queriendo cristianizar a los bolches, se hizo bolche’, parafraseando a El Caudillo".
Para Firmenich no resultó suficiente intentar convencer a la opinión pública, sino
que también consideró necesario brindar explicaciones personales a algún representante del
MSTM. El sacerdote elegido para aclarar los tantos no podía ser otro que Alberto Carbone,
ex amigo en común con Mugica y a quien había involucrado en la causa por el asesinato de
Aramburu (págs. --/--).
En consecuencia, un emisario enviado por el líder montonero visitó tiempo después
a Carbone en su residencia y le dijo: "Alberto, Mario quiere verte para explicarte que
nosotros no matamos a Mugica".
La cita se pactó para la noche siguiente. Varios integrantes de la organización
armada se encontraron con el presbítero en una esquina poco transitada, y lo hicieron subir
a un automóvil. Después de recorrer distintos barrios porteños durante una hora, se
dirigieron a una vivienda situada en el sur del Gran Buenos Aires, donde esperaba
Firmenich.
Al ingresar a la finca, Carbone volvió a encontrarse cara a cara con el ex miembro
de la JEC tras casi cuatro años, el tiempo transcurrido desde aquel día en que el joven se
había hecho presente, apurado y nervioso, en la Casa del Clero.
- "Hola Alberto, tanto tiempo que no nos vemos", saludó el guerrillero con una
sonrisa. "En todos estos años, ni siquiera te pude avisar que me casé. Yo hubiera querido
que me casaras vos pero, vistas las circunstancias, tuve que hacerlo por intermedio de uno
de nuestros capellanes".
A continuación, Firmenich emprendió un largo monólogo. Explicó que el afecto que
sentía por Mugica era tan grande que, a pesar de sus diferencias actuales, jamás podría
haber pensado en matarlo. También reiteró los conceptos que había vertido en "Noticias" e
instó al cura a "estar más unidos que nunca en la lucha contra la oligarquía y el
imperialismo". Tras la "conversación", durante la cual Carbone prácticamente no abrió la
boca, los acólitos del jefe extremista trasladaron al sacerdote hasta el lugar del encuentro
inicial.
Entretanto, López Rega y los suyos también habían procurado desmentir su
participación en el crimen de Mugica. Sin embargo, la actitud hipócrita que asumieron para
lograr ese objetivo provocó, por el contrario, que las sospechas hacia ellos aumentaran
considerablemente.
En efecto, seis días después del atentado, la revista "El Caudillo", la misma que
había dedicado al sacerdote una serie de improperios descalificadores, publicó otra nota
editorial en un tono absolutamente contrapuesto a la anterior.27
Si en diciembre el clérigo
asesinado “no andaba por la vereda buena y sus frutos no olían bien”, ahora era un "mártir
del peronismo" que había sabido cambiar a tiempo.
El editorial resultaba francamente cómico y, si no, vale la pena repasar algunos de
sus párrafos:
- "...Usted, Padre Carlos, significaba mucho para nosotros. Usted, con su muerte,
redimió la imagen de nuestra Iglesia, empañada por años de indecisiones y silencios
27
Revista "El Caudillo", 17/05/1974, pág. 10.
cómplices..."
- "...Usted ha vuelto a bautizar, con bautismo de sangre, a este peronismo que
vuelve a ser ‘profundamente humanista y profundamente cristiano’, como lo hicieron
Perón y Evita; porque usted ha hecho que algunos monseñores tuvieran que ir a la villa
siquiera para concurrir a su velatorio..."
- "Sus hermanos cristianos, sus compañeros peronistas, sus hijos argentinos, sus
villeros queridos vamos a levantar una valla inexpugnable para defenderlo como no
supimos hacerlo cuando vivía".
Los editores de la revista no se conformaron con publicar estas palabras tan poco
creíbles sino que además, en otras páginas del mismo número, aseguraban haber realizado
una entrevista a Mugica pocos días antes de su muerte. Supuestamente, el sacerdote habría
afirmado en esa ocasión que los Montoneros lo habían condenado a muerte, pero el texto
del reportaje no aparecía.
La farsa continuó a las pocas horas, cuando López Rega bautizó con el nombre de
"Presbítero Carlos Mugica" al barrio recién construido en la localidad de Ciudadela28
, uno
de los complejos residenciales al cual estaban siendo trasladados los villeros erradicados de
Retiro. En los considerandos de la resolución, el titular del autodenominado "ministerio del
pueblo" señalaba que la medida se debía a "la labor realizada por el mencionado sacerdote
en bien de la clase humilde, consustanciado con su apostolado cristiano". Además,
contradiciendo sus dichos del año anterior, mencionaba que "en mérito a dicho antecedente
integró el gabinete de asesores del Ministerio, función en la cual destacó una vez más su
dedicación y espíritu humanitario que es acorde a la doctrina nacional justicialista".29
* * *
Hoy, las dudas en relación a la autoría del crimen parecen haberse disipado. Y, en
este sentido, es necesario señalar que todos los caminos conducen al subcomisario Rodolfo
Almirón Sena, jefe operativo de la “Triple A”.
Los testimonios reunidos en la causa judicial permiten delinear algunos de los
rasgos del asesino.30
Como ya se señalara, la señora María Ester Tubio de Tozzi vio dentro
de la iglesia a un hombre robusto, de bigotes “achinados” abundantes y cabello negro,
vestido con campera y pantalón oscuros (ver pág. ---). La descripción coincide totalmente
con la aportada por Carmen Artero de Jurkiewicz y Nicolás Margoumet, quienes vieron a
ese mismo individuo disparar a Mugica en la calle desde una distancia de 1,20 metros.
Almirón, justamente, posee todas las características físicas mencionadas, con la única
salvedad de que el ex policía, además del bigote, solía lucir barba. Esta es la única
diferencia clara que surge al comparar imágenes del miembro de la “Triple A” con el
identikit del agresor realizado a instancias de los declarantes. En los demás detalles los
rostros presentan un cierto parecido, más aún teniendo en cuenta las imperfecciones lógicas
de todo identikit, debidas a la fugacidad de la visión que suelen tener los testigos y a la
distancia que normalmente los separa de los hechos, como en este caso.
28
Situado en las proximidades del barrio llamado oficialmente “Ejército de los Andes” y denominado en
forma despectiva como “Fuerte Apache”. 29
Diario "Noticias", 18/05/1974, pág. 12. 30
Causa nº 20.180, radicada en el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción Nº 7,
secretaría nº 124. Caratulada como "Mugica, Carlos Francisco Sergio, víctima de homicidio, y Capelli,
Ricardo Rubens, víctima de lesiones".
Pero no fueron estos los únicos datos incriminatorios. Los testigos estimaban que la
edad del agresor era de entre 35 y 40 años, rango en el cual estaba comprendido Almirón,
que en ese momento tenía 38.
Como una triste confirmación de lo expresado por los testigos, resulta necesario
destacar que, poco después de sus declaraciones, tanto Margoumet como Artero de
Jurkiewicz fueron asesinados.
En el caso de Margoumet, fue detenido por la Policía Federal inmediatamente
después del asesinato de Carlos Mugica. Liberado a los cuatro días, anunció a su hermana
“estoy condenado; no sé en que momento me van a matar porque sé demasiado respecto de
la causa”. Intentó renovar su pasaporte para abandonar el país, pero le fue negado; por esa
razón huyó a Bariloche, pero meses después murió en circunstancias poco claras, según
relató su hermana Rosa Marmouget en el trámite que iniciaron sus familiares en la
Secretaría de Derechos Humanos, con el objeto de percibir una reparación económica
(expediente Nº 402310/99).
En tanto, Carmen Artero fue secuestrada por miembros de las Fuerzas Armadas en
1976, apenas iniciada la dictadura militar. Poco después fue asesinada, según consta en el
legajo Nº 8153 de la Conadep y en el expediente que también inició su familia en la
Secretaría de Derechos Humanos (Nº 390877/95).
Por otra parte, la pericia balística realizada en el marco de la investigación por el
asesinato del “cura rubio” demostró que la ametralladora con la que se le disparó podía ser
una Ingram M-10 (de procedencia norteamericana) o una Franchi modelo 57 (italiana),
descartándose otras posibilidades. Luego se sabría que las Ingram eran comúnmente
portadas por los miembros de la "Triple A" (Almirón incluido) y empleadas para consumar
una buena parte de los aproximadamente dos mil atentados que se atribuyen a la
organización.
Existen también otras declaraciones que comprometen al ex policía. El periodista
Miguel Bonasso, en su libro "El presidente que no fue", asegura que el Padre Hernán
Benítez le dijo, años después del crimen, que "la Iglesia sabe que al padre Mugica lo mató
el comisario (sic) Rodolfo Almirón, que era el jefe de la custodia de López Rega".31
También Santo Biasatti recibió información de interés para el esclarecimiento del
hecho. Pocos meses después del homicidio, un hombre de aproximadamente 30 años,
delgado, de estatura mediana y pelo enrulado, se presentó en los estudios de Canal 11,
donde trabajaba entonces el periodista. El hombre aseguró haber estado en la escena del
crimen y haber sido también herido de bala por el agresor, de quien dijo "no tener dudas"
de que era el subcomisario Almirón. El desconocido contó su versión en un largo relato que
duró aproximadamente una hora, para luego desaparecer sin dejar rastros y sin revelar su
identidad.
Los detalles relatados por el supuesto testigo acerca de la forma en que se desarrolló
el crimen son similares a los que constan en la causa. Sin embargo, se planteaban dudas
acerca de la veracidad de estos dichos porque, según las declaraciones que aparecen en el
expediente, la única persona herida esa noche, además del sacerdote, había sido su amigo
Ricardo Capelli.
De todos modos, el periodista relativiza esa circunstancia y brinda credibilidad al
testimonio del desconocido. Aunque es común que en el camino de todo comunicador se
crucen algunos fabuladores, quienes buscan un momento de atención relatando las historias
31
Miguel Bonasso, op. cit., pág. 603-604.
más extraordinarias, Biasatti asegura que el joven, por el contrario parecía "perfectamente
normal y hablaba emocionado, como reviviendo el hecho". Agrega que el hombre le
mostró marcas de heridas de bala en uno de sus brazos y concluye que "alguien que en ese
momento, de pleno accionar de la Triple A, se animaba a decir lo que dijo este muchacho,
es porque algo conocía. Yo le creo toda su versión pero, aunque no hubiera sido
exactamente así y no hubiera estado presente él mismo en el lugar del hecho, podría haber
ocurrido que alguien vinculado al asesinato se lo haya contado y él me lo haya repetido".
El “curriculum” de Almirón Sena -difundido por la revista española “Cambio 16”-
es escalofriante y revelador de la trágica historia argentina.32
Nacido el 17 de febrero de
1936 en Puerto Bermejo (Chaco), ingresó a la Policía Federal a los 18 años. En 1960 pasó a
trabajar en la división Robos y Hurtos, donde conoció a su jefe y futuro suegro, el
subcomisario Juan Ramón Morales. A partir de ese momento, ambos policías, junto al
oficial escribiente Edwin Duncan Farquarsohn, formaron una organización delictiva que se
relacionó con la banda de Miguel Prieto, alias “El loco Prieto”, que se especializaba en
asaltos a mano armada, contrabando, secuestros y extorsiones.
Luego de cuatro años de trabajo conjunto, en 1964 las autoridades descubrieron a
Farquarsohn extorsionando a un comerciante (le exigía $150.000 por unos documentos que
él mismo le había robado) y se percataron del nexo entre delincuentes y policías. Las
investigaciones, sin embargo, no pudieron avanzar porque entre julio y agosto de ese año
fueron asesinados seis de los principales miembros de la banda de Prieto.33
Como sucedería
luego con la mayoría de los crímenes de la “Triple A”, los cadáveres de los integrantes del
grupo delictivo aparecieron acribillados a balazos en descampados, con las manos atadas a
la espalda y la boca amordazada.
Poco antes de iniciarse esta serie de homicidios, Almirón ya se había visto
involucrado en otro episodio sangriento. El 7 de junio, como consecuencia de una discusión
ocurrida en la boite "Reviens", en Olivos, el policía sacó su pistola y disparó contra el
oficial de la marina norteamericana Earl Thomas Davis, quien murió como consecuencia de
las heridas recibidas. El juez, sin embargo, lo absolvió por considerar que había ejercido el
derecho de legítima defensa.
La carrera de Almirón pareció interrumpirse definitivamente el 5 de junio de 1970,
cuando la Junta Calificadora de la Policía Federal, en vista de todos los antecedentes
acumulados durante su carrera, dispuso su "retiro obligatorio" por considerarlo “inepto para
el servicio”. Su suegro Morales, en tanto, optó por el retiro voluntario, mientras que
Farquarsohn fue directamente expulsado de la fuerza.
Pese a estos antecedentes, o gracias a ellos, los tres ex socios fueron reincorporados
a la institución tres años más tarde mediante un decreto del presidente provisional Héctor
Lastiri, yerno de López Rega. Tras ello vino el ascenso meteórico: Almirón pasó a
desempeñarse como jefe de seguridad de “el Brujo” entonces Ministro de Bienestar Social
y, mediante un simple acto administrativo, pasó de subinspector a subcomisario. Su suegro
Morales, en tanto, alcanzó el grado de comisario principal, mientras que López Rega batió
un récord mundial al pasar de cabo raso a comisario general.
A partir de entonces, la formación y actuación de la “Triple A” se desarrolló sin
inconveniente alguno. Hasta el 19 de julio de 1975, día en que López Rega abandonó el
32
Revista “Cambio 16” (España), nº 593 (11/04/1983). 33
El jefe de la banda también apareció muerto, el 24 de enero de 1965, en su celda de la cárcel de Villa
Devoto. Había sido quemado vivo.
país jaqueado por los sindicatos y por el grupo de militares que ocho meses más tarde se
alzaría con el poder, la organización ilegal realizó decenas de secuestros y acribilló a
balazos a aproximadamente dos mil adversarios ideológicos y políticos. Seis de esos
homicidios fueron reconocidos públicamente mediante comunicados de prensa: el de los
abogados defensores de presos políticos Rodolfo Ortega Peña y Alfredo Curutchet, el del
ex subjefe de la Policía bonaerense Julio Troxler, el del también abogado Silvio Frondizi
(hermano del ex presidente Arturo Frondizi) y el de los periodistas Carlos Laham y Pedro
Barraza.
Después de huir del país con el salvoconducto brindado por la presidenta María
Estela Martínez de Perón, quien lo envió en misión oficial “ante los estados de Europa”
como embajador plenipotenciario, López Rega descendió en el aeropuerto de Barajas
acompañado por Almirón y Morales. Meses después los caminos de los “socios” se
bifurcaron: mientras el ex ministro de Bienestar Social viviría en distintos países hasta
radicarse en los Estados Unidos, donde sería detenido y luego extraditado a la Argentina en
1986, el presunto asesino de Mugica permanecería en España.
A su llegada a la “madre Patria”, Almirón se relacionó con miembros de la extrema
derecha española, trabajando para organizaciones fascistas y organismos de inteligencia y
seguridad. En 1977, acudió a la embajada argentina para renovar su pasaporte, pero la
legación diplomática le negó el trámite. De acuerdo a la información publicada por
“Cambio 16", la Junta Militar que gobernaba el país le ofreció “regresar a la Argentina y
dar cuenta de algunas de sus actividades durante el período en que perteneció a la escolta
del ministro de Bienestar Social, José López Rega”. 34
Sin embargo, “ante el temor de verse sometido a un proceso judicial en la
Argentina, renuncia al pasaporte. Y desde entonces vive en España como un apátrida,
hasta que en 1979, uno de los Gobiernos de la UCD (Unión Cristiana Democrática) le
concede la nacionalidad española, a pesar de que en su expediente de la Brigada de
Extranjeros consta que ‘Rodolfo Eduardo Almirón Sena, alias El Pibe, está considerado
como un hombre vinculado a la Triple A’”.
La historia transcurrida en la Argentina volvió a repetirse en la península ibérica.
Tras su “reivindicación”, desde diciembre de 1980 Almirón se desempeñó nuevamente
como jefe de seguridad de un importante político, en este caso de Manuel Fraga Iribarne,
quien era entonces el principal candidato opositor por la Alianza Popular y luego se
desempeñó como presidente del gobierno autónomo de Galicia entre 1990 y 2005. Sin
embargo, Fraga se vio obligado a despedirlo en abril de 1983 cuando el gobierno español le
suspendió la licencia para portar armas. “La Policía española -señaló el entonces ministro
del Interior de ese país, José Barrionuevo- tiene informaciones relativas a la actuación de
Almirón en la Argentina que coinciden en muchos puntos con lo publicado por algunos
medios de comunicación...” (en obvia referencia a “Cambio 16”).35
Almirón negó todas las
imputaciones pero debió resignarse a su cesantía.36
34
Revista "Cambio 16" (España), art. cit., pág. 31. 35
Diario “La Nación”, 18/04/1983, pág. 4 36
En su momento, Almirón negó rotundamente las acusaciones de "Cambio 16" señalando: "Mi labor en la
Policía Federal Argentina se limitó a prestar los servicios de escolta de personalidades del Gobierno, y no
hay ninguna orden de busca y captura contra mi persona por parte de las autoridades argentinas" (Publicado
en diario "La Nación", 31/08/1983). La última afirmación es fácilmente comprobable como falsa, ya que,
según lo informado por el juez Fernando Archimbal (a cargo de la causa iniciada por Radrizzani Goñi en
relación a la "Triple A") a su colega Jaime Far Suau (fojas 276 de la causa Nº 20.180), el ex policía se
Desde aquel momento su paradero volvió a ser desconocido durante más de dos
décadas, hasta que periodistas del diario español El Mundo lo reconocieron, en diciembre
de 2006, viviendo en la localidad de Torrent, a diez kilómetros de Valencia. La segunda
esposa de Almirón, Ana María Gil, declaró a los periodistas españoles que la Alianza
Popular, cuyo máximo dirigente era Manuel Fraga Iribarne, le había pedido a través de
Alberto Ruiz Gallardón (actual alcalde de Madrid), que se mantuviera en un discreto
segundo plano, y que ellos velarían por su futuro y su economía.
Almirón cumplió, pero no así sus supuestos “protectores”. El ex organizador de la
Triple A debió vivir primero del sueldo de azafata de su esposa, luego como mozo en
Cuenca y, finalmente, como cajero en un bar de la Plaza Mayor de Madrid, hasta su
jubilación.
Pocos días antes de que lo descubrieran en Torrent, el juez federal argentino
Norberto Oyarbide había dictado una resolución por la cual declaró como de lesa
humanidad, y por lo tanto imprescriptibles, los crímenes cometidos por miembros de la
“Triple A”. Esa decisión, confirmada más adelante por la Cámara Federal, permitió la
reapertura de la causa, archivada en 1989 luego del fallecimiento de José López Rega.
Por eso, el 28 de diciembre de 2006, Almirón fue detenido y, luego de un largo
trámite procesal, en febrero de 2008 el gobierno español concedió su extradición por varios
de los crímenes por los cuales se encontraba acusado, aunque no se incluyó entre ellos el
asesinato de Carlos Mugica. El 19 de marzo de 2008 Almirón fue traído a la Argentina y
quedó alojado en el penal de Marcos Paz. Un mes y medio después le fue concedido el
beneficio de la prisión domiciliaria, debido a su edad (72 años) y a supuestos trastornos
neurológicos y cardiológicos, pero a fines del mes de julio la Cámara Federal le revocó el
beneficio y debió volver a la cárcel común.
A mediados de 2008, familiares de Carlos Mugica solicitaron ante la Justicia que se
ampliara la extradición de Almirón, a fin de que fuera también investigado en relación al
homicidio del sacerdote. Sin embargo, con la muerte del jefe operativo de la “Triple A”,
ocurrida el 5 de junio de 2009, se extinguió la acción penal a su respecto. De todas
maneras, ya unos días antes, una pericia médica lo había declarado inimputable debido a su
deteriorado estado de salud.
* * *
La actuación de la Justicia en relación a los crímenes cometidos por la “Triple A”
merece serios cuestionamientos pues, pese a que diversas presentaciones e investigaciones
judiciales aportaron numerosas pruebas, hasta la fecha no llegó a castigarse a uno solo de
los responsables de esos delitos.
La primera de ellas fue el 10 de agosto de 1975, poco después de la huida del país
de López Rega y compañía. El abogado Miguel Radrizzani Goñi se presentó en el juzgado
en lo criminal y correccional Federal nº 5, a cargo del juez Fernando Archimbal, y entregó
una gruesa carpeta con testimonios y datos reveladores sobre el accionar de la “Triple A”.
Además de acusar a sus cabecillas, la causa también alude a la tendencia ideológica
de la organización. El expediente recuerda los comunicados que el grupo delictivo entregó
a la prensa luego de los asesinatos reconocidos como propios.37
Entre ellos, el distribuido
encontraba con orden de captura. 37
Diario “Página/12”, 10/06/1989, pág. 3.
luego de la ejecución de los periodistas Laham y Barraza señalaba: “La Triple A tiene una
trayectoria de Patria y Hogar, todo ello iluminado por nuestro Señor Jesucristo...
Siguiendo con nuestras premisas, queden los amenazados en paz y tranquilidad que (sic)
un grupo de argentinos los protege de los bolches asesinos”. En tanto, el escrito difundido
luego del crimen de Silvio Frondizi expresaba que el abogado “murió como mueren los
traidores, por la espalda. Como nuestro querido pueblo argentino y patriota observa,
cumplimos lentamente y sin pausa nuestra palabra y no nos identificamos con los
mercenarios zurdos de la muerte sino con patriotas peronistas y argentinos”.
La presentación de Radrizzani Goñi contiene también otros testimonios, como el de
Tomás Medina, edecán aeronáutico de la Presidencia durante los años ‘73 y ‘74. El militar
mencionaba que, en una oportunidad, López Rega le había dicho que “él y su grupo
policial eran la única solución para combatir el terrorismo”.
Posteriormente, el ser convocado a declarar en el proceso, Medina manifestó que, en
el desarrollo de sus tareas, debía tener una relación directa con la custodia del presidente y
los miembros de su gabinete. Por ese motivo, conocía que Almirón y el oficial de la Policía
Federal Miguel Ángel Rovira eran quienes secundaban directamente a López Rega, y que
ocasionalmente lo hacía Morales. Es por eso que habitualmente escuchaba los diálogos
entre ellos, lo que lo llevó a concluir que “...por más que intentaran disimularlo, ...ese
grupo era el que integraba la Triple A”.
En lo que se refiere específicamente al homicidio de Carlos Mugica, Medina
también declaró en la causa que Rovira y Almirón dijeron, apenas dos días antes del
asesinato del sacerdote, que “a éste le vamos a hacer la boleta” .
Por otra parte, en la denuncia de Radrizzani Goñi se consignaba también que el
policía José Lagos, quien conocía al "Brujo" desde 1948, denunciaba que éste lo había
llamado en una oportunidad para explicarle que, aunque lo apreciaba mucho, no iba a
utilizar sus servicios porque necesitaba “otro tipo de gente, menos limpia, para hacer los
trabajos que yo quiero hacer".
Otra de las presentaciones fue la que efectuó el supuesto “arrepentido” Salvador
Paino, ex teniente primero del Ejército, quien se había desempeñado como jefe de
Organización y Administración de Prensa, Difusión y Relaciones Públicas del Ministerio
de Bienestar Social. El 12 de febrero de 1976, un mes antes del golpe militar, Paino expuso,
ante una comisión investigadora de la Cámara de Diputados, algunos pormenores de la
organización terrorista, de la que se autoproclamaba como uno de sus co-creadores. Señaló
que los jefes de los grupos operativos eran, entre otros, Almirón y Rovira. En tanto,
siempre según sus palabras, Morales era el encargado de neutralizar la acción policial en
los lugares donde se realizarían operativos.
El ex militar detalló que las armas que se utilizaban para consumar los atentados
eran compradas en la ciudad paraguaya de Pedro J. Caballero y guardadas en el tercer
subsuelo del ministerio, donde algunas de ellas fueron encontradas por las nuevas
autoridades apenas efectuado el golpe de Estado de 1976. También denunció, entre otras
cosas, irregularidades en la forma en que el MBS pactaba la publicidad con los medios, y lo
que ya todos sabían: que la revista “El Caudillo” había sido financiada por la cartera social.
Paino declaró también que el periodista Jorge Conti, asesor de prensa del Ministerio
de Bienestar Social, le encomendó la organización de un grupo armado que debía asesinar
al abogado y diputado en ejercicio Rodolfo Ortega Peña, pero que él se había negado. Y,
por último, realizó una afirmación significativa: que Carlos Villone, subsecretario del
Ministerio, le había mostrado una lista confeccionada por López Rega que contenía la
nómina de personas a ser ejecutadas. Esa lista se encontraba encabezada por Carlos
Mugica.
La causa judicial por los crímenes de la organización parapolicial sólo se activó
luego de la reapertura democrática de 1983. En ese contexto, López Rega fue detenido y
extraditado en 1986, y murió el 9 de junio de 1989 en Buenos Aires, sin que se hubiera
llegado a dictar una condena contra él. Almirón, por su parte, permaneció prófugo de la
Justicia, a pesar de que era público que durante tres años había estado empleado como jefe
de custodia de Fraga Iribarne. El pedido de captura librado por la Justicia argentina, en
enero de 1984, estaba redactado incorrectamente, ya que contenía un error en su nombre de
pila (figuraba como Luis, en lugar de Rodolfo Eduardo).
La causa volvió a paralizarse y recién en 2006 se produjo su reapertura, por pedido
del fiscal Eduardo Taiano, al declararse que los crímenes de la Triple A eran
imprescriptibles (ver pág. ---). El juez Norberto Oyarbide pidió la detención de la ex
presidenta María Estela Martínez de Perón (más conocida como Isabel Perón) debido a que
la organización había actuado impunemente durante su mandato. También solicitó el
arresto de varios ex jefes e integrantes de la banda.
Eso permitió la detención de Almirón, el 28 de diciembre de 2006, y días después la
de su suegro Juan Ramón Morales, quien se encontraba viviendo tranquilamente en un
departamento del barrio de Palermo, en pleno Buenos Aires. Sin embargo, Morales falleció
meses después, en agosto de 2007, a los 89 años, mientras se encontraba en situación de
arresto domiciliario.
En ambos casos, paradójicamente, no fue la Justicia la que halló a los prófugos sino
que fueron periodistas: en el caso de Almirón, del diario español “El Mundo”, y en el de
Morales del periódico nacional “Perfil”.
Simultáneamente al arresto de sus “colegas” se entregó a la Justicia Miguel Ángel
Rovira, otro de los principales cabecillas de la organización. También vivía en Buenos
Aires sin ser molestado, y se desempeñaba como empleado de seguridad de la empresa
“Metrovías”, concesionaria del servicio de subterráneos y de una línea de ferrocarriles. Por
superar los 70 años de edad, también quedó detenido con prisión domiciliaria.
Tras el fallecimiento de Almirón, Rovira es actualmente el único imputado en la
voluminosa causa en la que se investigan los crímenes de la organización. Ello porque
también murió, en abril de 2009, Felipe Romeo, el ex director de “El Caudillo”, órgano
oficioso de la “Triple A”. Romeo había sido detenido por medio de Interpol, tres meses
antes de su deceso, mientras se encontraba internado en el Hospital Fernández, en Buenos
Aires, en grave estado de salud. Sus amigos lo habían traído desde Brasil, adonde se había
fugado en enero de 2007, poco después de que se ordenara su captura. Antes de ello había
estado trabajando como restaurador de edificios, con oficinas en Rivadavia y Ayacucho, en
el barrio de Congreso, según reveló el diario “Página 12”.
Quien quedó libre de todas las imputaciones derivadas del accionar de la “Triple A”
fue la ex presidenta Isabel Perón, ya que la Justicia española rechazó su extradición a la
Argentina.
* * *
Por otra parte, la tramitación de la causa destinada específicamente a dilucidar el
asesinato de Mugica adolece también de varias imperfecciones.
El sumario se había cerrado por primera vez apenas dos meses después del
homicidio sin que el magistrado Julio Lucini, entonces a cargo de la causa, hubiera
avanzado absolutamente nada en el esclarecimiento del hecho. Hasta ese momento, sólo se
habían acumulado 162 fojas (la mayoría de contenido netamente formal), una nimiedad si
se la compara con otros casos similares de tamaña importancia.
El expediente fue reabierto recién diez años después, con el retorno de la
democracia. La medida se debió a la declaración de un convicto delirante llamado Juan
Carlos Juncos, preso en la cárcel de Neuquén, quien confesó ser el asesino de Mugica y de
los sindicalistas Rogelio Coria y José Ignacio Rucci. Pese a que desde un comienzo
resultaba muy claro que ninguno de los datos aportados coincidía con las declaraciones de
los otros testigos, el juez a cargo de la instrucción, que ahora era Eduardo Hernández
Agramonte, se empeñó en creerle.
Así, “con bombos y platillos”, la prensa anunció la resolución del caso. En ese
verano de 1984, muchos se alegraron por el aparente giro de los acontecimientos. No
obstante, la verdad se supo meses después, cuando el Servicio Penitenciario Federal reveló
que dos de las personas que Juncos había mencionado como sus acompañantes en el
atentado se encontraban en prisión en el momento de cometerse el crimen. Ante la
evidencia, el propio convicto debió reconocer que había “inventado” toda su declaración
para ser trasladado desde Neuquén a Buenos Aires y así poder ser visitado por su madre,
quien se encontraba muy enferma.
Más adelante, en septiembre de 1986, Santo Biasatti se presentó ante el juez Far
Suau, para informar sobre el relato del hombre que se encontró con él en la puerta de Canal
11; sin embargo, su testimonio fue descartado sin más trámite poco después. El argumento
esgrimido fue que, de acuerdo a las evidencias recogidas en la causa, el único herido en el
atentado, aparte de Mugica, había sido Capelli. En la declaración tomada a Biasatti no
consta siquiera la fecha en que el supuesto testigo le había relatado cómo había ocurrido el
crimen (fines de 1974) dato que de ninguna manera resultaba anecdótico si se tiene en
cuenta que el periodista estaba testimoniando ante el juzgado más de doce años después de
consumado el homicidio.
El proceso recién volvió a ser activado en julio de 2008, cuando el abogado Tomás
Farini Duggan, en representación de dos de los hermanos de Carlos Mugica, pidió la
incorporación del expediente a la causa en la que se investigan los hechos delictivos
perpetrados por la “Triple A”. Además, solicitó que se ampliara la extradición de Almirón
por el asesinato del sacerdote, en base a todas las pruebas que se detallan párrafos atrás.
En la presentación se solicitaba, además, la realización de dos medidas de prueba
que, a pesar del tiempo transcurrido desde la muerte de Mugica, jamás se habían realizado.
La primera era una pericia balística, a fin de comparar los proyectiles que se extrajeron del
cuerpo de Mugica con algunas de las armas utilizadas por la Triple A, las cuales fueran
secuestradas en el subsuelo del Ministerio de Bienestar Social en el año 1976.
La otra era una pericia relativa a las huellas dactilares fotografiadas en el automóvil
que utilizaron los asesinos del sacerdote para trasladarse hasta el lugar del crimen. En la
causa consta que esas impresiones digitales no correspondían al dueño del vehículo, que
había sido robado por los homicidas, ni tampoco al policía que lo encontró en la vía pública
poco después de consumado el hecho. Por eso, se solicitaba que las huellas fueran
comparadas con las correspondientes a miembros de la “Triple A”.
De todas maneras, como ya fuera dicho, con la muerte de Almirón, ocurrida el 5 de
junio de 2009, se extinguió la acción penal a su respecto, por lo que la presentación de
Farini Duggan jamás llegará a ser analizada por la Justicia española.
* * *
A pesar de que la investigación judicial no logró esclarecer el crimen, los familiares,
amigos y conocidos del “cura del pueblo” no se desesperaron sino que interpretaron el
acontecimiento a partir de su profunda fe religiosa. Ya pocos días después del homicidio,
los sacerdotes pertenecientes al MSTM porteño habían redactado un comunicado en el que
expresaban:
“...A nosotros, sus amigos y hermanos en una misma causa, no nos interesa
descubrir y señalar a los inmediatos ejecutores de ese horrendo asesinato. Más allá de los
alcances de una investigación y una justicia humana -siempre pasible de obstáculos y
deficiencias- los culpables tendrán que sobrellevar en sí mismos el terrible peso de se su
acción ante la penetrante y eterna mirada de Dios. De nuestra parte, sólo deseamos y
pedimos que salgan del enceguecimiento o locura que los aprisiona y se arrepientan para
alcanzar la misericordia del Señor”.
También señalaban: “... Este tremendo hecho..., que ante una primera reacción
natural aparece totalmente absurdo, a la luz de nuestra fe cristiana cobra su sentido
profundo. Jesucristo, el hombre por excelencia, padeció una muerte violenta e injusta a
causa de su proclamación de los derechos de Dios y la dignidad de los hombres. Los que a
través de los tiempos, unidos a Él por la fe y el amor, son apóstoles y difusores de sus
enseñanzas, reciben también la gracia de participar en alguna medida de su muerte
redentora...”.
Más conmovedora aún es la reflexión del sacerdote jesuita Ignacio Pérez del Viso:
“Cuando nos encontramos con víctimas de la violencia, el sentimiento de justicia
nos lleva a no descansar hasta dar con los culpables, para que reciban su merecido
castigo. No deseamos venganza por mano propia sino justicia en el marco del derecho.
Pero cuando nos encontramos con mártires, es decir con testigos de los valores
trascendentales, como la Verdad y el Bien, no nos afligimos tanto por encontrar a los
verdugos, a causa de la emoción que nos produce el encuentro con los mártires. Es
interesante saber quiénes mataron al Padre Mugica, en 1974, a los palotinos, en 1976, o al
obispo Angelelli. Pero si no logramos averiguarlo, no nos queda una sensación de
impunidad y vaciamiento sino un sentimiento de bondad y plenitud”.
“Las víctimas -continúa Pérez del Viso- mueren odiando a sus verdugos, odio
justificado por las circunstancias, que Dios no les tendrá en cuenta ya que el pecado no
consiste en ‘sentir’ sino en ‘consentir’. Los mártires, en cambio, que también son víctimas
de injusticias, no mueren odiando a sus verdugos sino compadeciéndose de ellos, como
Jesús en la cruz. Y creo que Carlos Mugica no era capaz de odiar. Saber quiénes lo
mataron no importa tanto como saber que murió mirando al Dios que lo aguardaba”.
* * *
Queda aún por responder la otra pregunta planteada: la del porqué del asesinato. Al
respecto, allegados a Mugica señalan, pese a su rechazo por la figura de Mario Firmenich,
que el líder montonero había planteado correctamente la cuestión en la tercera de las notas
que publicó en el diario "Noticias" con motivo de la muerte del sacerdote. El guerrillero
había asegurado que “estaba creada la situación para que el verdadero enemigo diera un
golpe audaz”. Ello significaba, ni más ni menos, que López Rega y los suyos habrían
aprovechado el postrer enfrentamiento entre Mugica y la Tendencia para accionar y, de
paso, “tirar el muerto” a sus adversarios.
Un artículo publicado en el diario “El Cronista Comercial” también describía
acertadamente algunas de las motivaciones poderosas que existieron para eliminar al
sacerdote. La nota señalaba que los ideólogos y ejecutores pretendían “crear una situación
de inseguridad generalizada (porque cualquiera puede ser muerto en cualquier momento,
no importa cuan popular sea... y justa su prédica y acción)..., de exasperación (porque
agudiza los enfrentamientos, sean centrales o secundarios, hasta el punto de comprometer
en ellos la vida humana) y de represalia (porque existe la tendencia de responder con
violencia ciega o indiscriminada a las agresiones en principio inexplicables)”.38
De todos modos, más allá de estas hipótesis, la realidad es que a Mugica, como bien
lo describe Rolando Concatti, “lo mató la ‘barbarie’”. El intelectual mendocino compara
los últimos momentos de la vida del clérigo con la de "un soldado que, en plena batalla, ha
dejado sus trincheras, ha saltado las propias alambradas y queda entre dos fuegos: el del
enemigo y el de sus propios compañeros". En esa situación "avanzar es suicida, y volver
también. Por eso murió Carlos. Y murió porque no se sustrajo, porque no se escapó,
porque puso el cuerpo siempre y hasta el final. Porque el compromiso no lo vivió como una
peripecia transitoria sino como una vocación definitiva".
Mariano Grondona realiza un análisis parecido, aunque utilizando otra imagen
comparativa. "El martirio de Mugica -subraya el periodista- marca la imposibilidad de
vivir esa época de cara a los extremismos. Porque, luego de un arranque muy fuerte, había
querido ‘frenar el caballo’, y eso, en aquellos años tan terribles de la Argentina, no se
podía. A pesar de las amenazas, siguió hacia adelante, no se fue ni abandonó su lucha. Por
eso, más allá de que la gente pueda coincidir o no con él, lo que vale es su entrega y la
donación de su propia vida en pos de un ideal".
38
Diario "El Cronista Comercial", 13/05/1974, pág. 12.