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LA CAJA EQUIVOCADARobert Louis Stevenson(1888) 1. LA FAMILIA FINSBURYMientras el lector, cmodamente sentado junto al agradable fuego de su chimenea, se entretiene hojeando las pginas de una novela, cun lejos est de hacerse cargo de los sudores y angustias que ha pasado el autor para componerla! Ni siquiera llega a imaginar las largas horas de lucha para triunfar de las frases difciles, las pacientes pesquisas en las bibliotecas, su correspondencia con eruditos y oscuros profesores alemanes, en una palabra, todo el inmenso andamiaje que el autor ha levantado y deshecho luego, nicamente para procurarle a l algunos momentos de solaz junto al fuego de la chimenea o para hacerle menos fastidiosas las horas pasadas en el ferrocarril. Podra yo, pues, comenzar este relato trazando una biografa completa del italiano Tonti, con indicacin del lugar de su nacimiento, origen y carcter de sus padres, ndole probablemente heredada de la madre, y aduciendo adems en comprobacin notables ejemplos de precocidad. A esto podra aadir para mayor suplicio del lector, un tratado en regla acerca del sistema econmico a que dio nombre el citado italiano. Precisamente tengo dos cajones de mi papelera atestados de materiales indispensables para semejante trabajo, pero no quiero hacer gala de erudicin barata. Tonti muri hace ya bastante tiempo, y hasta debo aclarar en conciencia que jams he logrado encontrar a nadie que llore su muerte. En cuanto al sistema de las tontinas, he aqu en breves palabras lo que considero indispensable para la inteligencia del sencillo y verdico relato que vendr despus. Cierto nmero de alegres jovenzuelos renen en comn determinada cantidad, que depositan inmediatamente en un banco a inters compuesto. Los depositarios viven cada uno como puede, y como es natural, andando el tiempo, van muriendo unos detrs de otros. Cuando han muerto todos menos uno, este feliz mortal cobra la suma depositada, juntamente con los intereses compuestos. Lo ms corriente es, segn toda verosimilitud, que el afortunado superviviente en cuestin se halle tan sordo que no pueda ya or el ruido que produce el feliz suceso, y hasta es casi seguro que apenas le quedar tiempo para gozar en parte de su fortuna. Ahora comprender el lector lo que este sistema tiene de potico, por no decir de cmico; pero al mismo tiempo hay en l algo de azaroso que le da cierta apariencia de deporte y que en otro tiempo le dio mucha boga. En la poca en que Joseph Finsbury y su hermano Mastermann iban an con pantaln corto, su padre, acomodado comerciante de Cheapside, los inscribi en una tontina de treinta y siete participantes. Cada parte representaba mil libras esterlinas. Joseph Finsbury recuerda todava la visita que hicieron al notario todos los minsculos miembros de la tontina, todos aproximadamente de la misma edad que l, reunidos en el despacho del representante de la fe pblica y que iban sentndose por turno en un amplio silln para poner su firma, auxiliados por un venerable anciano con anteojos y con botas a lo Wellington. Recuerda tambin que despus de la sesin estuvo jugando con los dems muchachos en un pradecillo que haba a espaldas de la casa del notario, donde, por ms seas, ri descomunal batalla con uno de sus compaeros de tontina, que se haba permitido tirarle de la nariz. El rumor de la batalla interrumpi al notario, que estaba obsequiando a los padres con pasteles y vino. Gracias a esto fueron separados inmediatamente los combatientes, y Joseph (que era el ms pequeo de los adversarios), tuvo la satisfaccin de or al anciano de las botas a lo Wellington alabar su bravura y de saber al mismo tiempo de labios del mismo que se haba conducido, a su edad, de un modo anlogo. Esto hizo pensar a Joseph si dicho seor tendra ya en aquella poca la cabeza calva, los anteojos y las botas a lo Wellington. En 1840 hallbanse an en vida todos los treinta y siete suscriptores; en 1850 faltaban ya seis; en 1856 y 1857 la corriente natural de la vida auxiliada por la guerra de Crimea y la gran rebelin de las Indias, se llev a la tumba nada menos que nueve tontineros. En 1870 slo quedaban cinco con vida, y, en la poca a que se refiere mi relato, quedaban nicamente tres, entre los cuales se contaban Joseph Finsbury y su hermano mayor. Por esta poca, Mastermann Finsbury se dispona a cumplir setenta y tres aos. Habiendo experimentado desde haca largo tiempo las molestas consecuencias de la edad, tuvo que abandonar los negocios y viva en el ms completo retiro, en el domicilio de su hijo Michael, que era ya abogado de gran fama. Por su parte, Joseph se mantena bastante bien y gustaba de pasear por las calles su casi venerable fisonoma. Debo agregar que esto pareca tanto ms escandaloso cuanto que Mastermann haba llevado, hasta en los menores detalles, una vida verdaderamente inglesa. La actividad, la regularidad, la decencia y una decidida aficin al cuatro por ciento, virtudes nacionales que todos estn de acuerdo en considerar como base indispensable de una robusta vejez, habalas practicado Mastermann Finsbury en el ms alto grado, y he aqu a qu situacin le haban reducido a los setenta y tres aos! En cambio Joseph, a quien slo llevaba dos aos, y que se mantena en el ms envidiable estado de conservacin, se haba distinguido toda su vida por la pereza y la excentricidad. Dedicado en un principio al comercio de cueros, no tard en cansarse de los negocios. Una pasin desdichada por los conocimientos generales, que no haba sido reprimida a su debido tiempo, haba empezado a minar desde entonces los cimientos de su edad madura. No hay pasin que ms debilite el espritu, a no ser tal vez ese prurito de hablar en pblico, que suele ser, por otra parte, su compaero o sucedneo. Por de pronto, en el caso de Joseph, se hallaban reunidas ambas enfermedades; poco a poco se fue declarando el perodo agudo, en que el paciente da conferencias gratuitas y, al cabo de pocos aos, el desdichado haba llegado a tal punto que no tena inconveniente en hacer un viaje de cinco horas, para ir a dar una conferencia ante los chicos de una escuela primaria. No quiere decir esto, ni mucho menos, que Joseph Finsbury fuese un sabio. Toda su erudicin se limitaba a lo que aprenda en los manuales elementales y en los peridicos cotidianos. Ni siquiera llegaba su ambicin hasta las enciclopedias; su libro, segn l deca, era la vida. No tena inconveniente en reconocer que sus conferencias no se dirigan a los profesores de las universidades, sino al gran corazn del pueblo, segn frase suya. Su ejemplo podra inducir a creer que el corazn del pueblo es independiente de su cabeza, porque es lo cierto que, a pesar de su tontera y su carcter rampln, las lucubraciones de Joseph Finsbury solan ser favorablemente acogidas. Citaba entre otras, con gran satisfaccin, el xito de la conferencia que haba dado a los obreros sin trabajo, sobre el tema siguiente: Cmo se puede vivir desahogadamente con ochenta libras anuales. La educacin, su fin, su objeto, le haba valido a Joseph, en varios sitios, la consideracin respetuosa de una multitud de imbciles. En cuanto a su clebre discurso acerca de El seguro de vida en sus relaciones con las masas, dirigido a la Sociedad para la Mejora Mutua de los trabajadores de la Isla de los Perros, produjo tal entusiasmo a dicha sociedad (lo cual hace formar muy triste idea de la inteligencia colectiva de la misma) que al ao siguiente eligieron a Finsbury como presidente honorario. Este ttulo no tena en verdad nada de gratuito, puesto que su poseedor deba hacer un donativo anual a la caja de la sociedad; pero no por eso se sinti menos halagado y satisfecho el amor propio del nuevo presidente. Ahora bien, mientras Joseph iba labrando su reputacin entre los ignorantes de la especie cultivada, su vida domstica se vio de pronto turbada por la presencia de dos hurfanos. La muerte de su hermano menor James le convirti en tutor de dos muchachos y en el curso de aquel mismo ao se aument su familia con el aditamento de una seorita de poca edad, hija de John Henry Hazeltine, hombre de escasa fortuna y que al parecer no tena muchos amigos. El tal Hazeltine no haba visto a Joseph Finsbury ms que una vez, en una sala de conferencias de Holloway; pero al salir de all, se fue en derechura a casa de su notario, y redact un nuevo testamento, legando al conferenciante el cuidado de su hija as como del pequeo patrimonio de sta. Joseph era en toda la extensin de la palabra, hombre de buena pasta; y sin embargo acept muy de mala gana esta nueva responsabilidad; puso un anuncio solicitando un aya y compr de lance, un cochecito de nio. Con mayor gasto haba acogido algunos meses antes a sus dos sobrinos, Maurice y John, y esto no tanto a causa de los lazos del parentesco, sino porque el comercio de cueros, en que naturalmente se haba apresurado a comprometer las treinta mil libras de la fortuna de sus sobrinos, haba empezado a mostrar inexplicables sntomas de decadencia. Inmediatamente escogi como gerente de la empresa a un joven escocs bastante listo y a partir de aquel momento, Joseph Finsbury no volvi a dejarse atormentar por la fastidiosa preocupacin de los negocios. Dejando su comercio y su hogar al cuidado del inteligente escocs, emprendi un largo viaje por el continente, y extendi sus correras hasta el Asia Menor. Con una Biblia polglota en una mano y un manual de conversacin en la otra recorri sucesivamente comarcas de doce idiomas distintos. Abus de la paciencia de los intrpretes, a reserva de pagarles una justa remuneracin, cuando no poda obtener que le sirviesen gratuitamente; y creo intil aadir que llen con sus observaciones numerosos cuadernos. En estas fructuosas consultas del gran libro de la vida humana emple varios aos y no volvi a Inglaterra hasta que la edad de sus pupilos exigi de su parte nuevos cuidados. Los dos muchachos haban sido colocados en un colegio barato, se entiende, pero bastante bueno, donde haban recibido una sana educacin comercial: demasiado sana tal vez, puesto que, dada la situacin en que se hallaba el comercio de los cueros, sta hubier ganado mucho con no ser objeto de muy profundo examen. Lo cierto es que, cuando Joseph se dispuso a presentar a sus sobrinos sus cuentas de tutela, descubri con gran pesar que la herencia de su hermano no haba crecido bajo su protectorado. Aun suponiendo que dejase a sus dos sobrinos hasta el ltimo centavo de su fortuna personal, haba visto con terror que tendra que declarar un dficit de siete mil ochocientas libras. Cuando tuvo que comunicar estos hechos a ambos hermanos, en presencia de un procurador, Maurice Finsbury amenaz a su to con todos los rigores de la ley; hasta creo que no hubiera vacilado (a pesar de los lazos de la sangre) en recurrir a las medidas ms excesivas, si no lo hubiese contenido el procurador: Jams lograr usted sacar agua de una piedra!, le dijo juiciosamente. Maurice comprendi la exactitud de esta frase proverbial y se resign a celebrar un arreglo con su to. Por una parte, renunciaba Joseph a cuanto posea y reconoca a su sobrino una participacin importante en la tontina que empezaba a ser una especulacin de las ms serias. Por otra, comprometase Maurice a mantener a su costa a su to lo mismo que a miss Hazeltine (cuyo modesto patrimonio haba desaparecido igualmente) y a suministrar a cada uno de ellos una libra esterlina por mes para sus gastos menudos. Esta subvencin era ms que suficiente para las necesidades del anciano, pero cuesta trabajo creer que la pobre joven tuviese bastante con tan modesta suma para vestirse decentemente; sin embargo, lo consegua sabe Dios cmo, y lo que es ms extrao an, nunca se quejaba. Por otra parte, tena sincero cario a su tutor, a pesar de lo intil que era ste para velar por ella. Al menos nunca se haba mostrado duro ni malo con su pupila y, despus de todo, tenan algo de enternecedor la curiosidad infantil que le inspiraban todos los conocimientos intiles y los goces inocentes que le procuraba el ms insignificante testimonio de admiracin que se le dispensase. Sea como quiera, lo cierto es que, aunque el procurador declar lealmente a Julia Hazeltine que el arreglo con Maurice constitua para ella un verdadero despojo, la excetente joven se neg a agravar las dificultades del bueno de Joseph. A consecuencia de esto entr el arreglo en vigor. Moraban juntas estas cuatro personas en un casern sombro y lgubre de John Street, en Bloomsbury, constituyendo al parecer una familia, aunque en realidad fuesen una asociacin fnanciera. Naturalmente, Julia y el to Joseph eran dos esclavos. John, absorbido completamente por su pasin por el banjo, el caf-concert, el trato con artistas y los peridicos deportivos, era un personaje condenado desde la cuna a no representar ms que un papel secundario. De este modo todas las penas y todas las alegras del poder se encontraban en manos de Maurice. Sabida es la costumbre que han tomado los moralistas de consolar a los dbiles de espritu asegurndoles que en toda la vida estn compensadas las penas y las alegras, o con muy escasa diferencia; pero, aun sin querer insistir sobre el error terico de esta piadosa mixtificacin, puedo afirmar que en el caso de Maurice la suma de amarguras exceda en mucho a la de dulzuras. El joven no se evitaba ninguna clase de fatiga y tampoco se las evitaba a los dems; l era el que despertaba a los criados, el que encerraba bajo llave las sobras de las comidas, el que probaba los vinos, el que contaba los bizcochos. Todos los sbados, con ocasin de la revisin de facturas, tenan lugar escenas penosas; cambibase con frecuencia la cocinera y a menudo los proveedores; sobre la escalera de servicio, y a propsito de una diferencia de cuatro perras, verta todo su repertorio de injurias. A los ojos de un observador superficial, Maurice Finsbury hubirase expuesto a pasar por un avaro; a sus propios ojos era simplemente un hombre a quien haban robado. La Sociedad le deba 7.800 libras esterlinas, y estaba resuelto a cobrrselas. Pero en lo que ms claramente se manifestaba el carcter de Maurice era en su conducta con el to Joseph, el cual era una inversin sobre la que el joven tena fundadas grandes esperanzas; as es que para conservarlo no retroceda ante nada. Todos los meses, estuviese o no enfermo, el viejo tena que sufrir el examen minucioso de un mdico. Su rgimen, sus vestidos, sus excursiones, todo eso se lo administraba como la papilla a los nios. A poco que el tiempo fuese malo, prohibicin de salir. Cuando haca buen tiempo, el to Joseph tena que encontrarse en el vestbulo a las nueve en punto de la maana. Maurice vea si llevaba guantes y si sus zapatos no estaban agujereados; despus de lo cual los dos hombres se iban al despacho, del brazo. Paseo que, indudablemente, nada tena de alegre, pues los dos compaeros no se tomaban la menor molestia en mostrarse mutuos sentimientos amistosos. Maurice no haba dejado nunca de reprochar a su tutor el dfict de las 7:800 libras, ni de lamentarse de la carga suplementaria constituida por miss Hazeltine, y Joseph, por buen hombre que fuese, experimentaba hacia su sobrino algo muy semejante al odio. Y aun as, la ida no era nada en comparacin a la vuelta, pues la simple vista del despacho, sin contar todos los detalles de lo que all ocurra, hubiese bastado para envenenar la vida de los dos Finsbury. El nombre de Joseph continuaba inscrito sobre la puerta, y era l quien conservaba an la firma de los cheques; pero todo aquello no era ms que pura maniobra poltica por parte de Maurice, destinada a desanimar a los otros miembros de la tontina. En realidad, Maurice era el que se ocupaba del negocio de los cueros; y he de agregar que este negocio era para l una inagotable fuente de disgustos. Haba tratado de cederlo, pero slo le hicieron proposiciones inaceptables. Intent luego darle mayor extensin, y slo logr aumentar los gastos; por ltimo, se decidi a restringirlo y nicamente redujo las ganancias. Nadie haba sabido jams sacar un cuarto del negocio de los cueros, a no ser el inteligente escocs, que al despedirle Maurice, se haba instalado en las cercanas de Banff y se haba hecho construir una hermosa casa de campo con los beneficios. Maurice no dejaba de maldecir ni un solo da la memoria de aquel escocs fullero, mientras sentado en su despacho, abra la correspondencia, teniendo al anciano Joseph sentado en una mesa al lado aguardando rdenes con ademn hurao. La ira de Maurice subi de punto cuando el escocs llev su cinismo hasta enviarle su esquela de matrimonio con Davida, la hija mayor del reverendo Baruch Mac Craw. Las horas de oficina haban quedado reducidas a la menor cantidad posible. Por muy profundo que fuese en Maurice el sentimiento de su deberes (para consigo mismo), este sentimiento no llegaba hasta inspirarle el valor suficiente para permanecer mayor nmero de horas entre los cuatro muros de su despacho, donde la sombra de la bancarrota iba adquiriendo cada da mayores proporciones. Tras algunas horas de espera, patrn y empleados lanzaban un suspiro, se desperezaban, so pretexto de cobrar fuerzas para el fastidio del da siguiente. Entonces el comerciante en cueros volva a conducir a John Street su capital viviente, cual si se tratase de un perro de saln. Hecho esto, y despus de dejar a su to encerrado en casa, se iba a explorar las tiendas de los chamarilleros, en busca de sortijas con sello, que constituan la nica pasin de su vida. En cuanto a Joseph, tena ms que la vanidad de un hombre, pues tena la de un conferenciante. Confesaba que se haba conducido mal, por ms que otros se haban conducido peor con l, especialmente el listo escocs. Pero declaraba que, aun en el caso de haber mojado sus manos en sangre, no hubiera merecido seguramente ser llevado de la mano como un mocosuelo, ni permanecer como preso en el despacho de su propia casa de comercio, ni or sin cesar los comentarios ms mortificantes acerca de su vida pasada, ni sufrir todas las maanas una revista de su traje, el cuello y los guantes, ni por ltimo, ser paseado por la calle ni conducido a su casa como un nio pequeo por la mano de su nodriza. Al pensar en todo esto, henchase su alma de veneno. Apresurbase a colgar en una percha en el vestbulo su sombrero, su abrigo y sus odiosos guantes, e inmediatamente suba a unirse a Julia y se pona a manejar sus famosos cuadernos. Por lo menos, el saln de la casa se hallaba al abrigo de Maurice; perteneca al anciano y a la joven. All cosa sta sus vestidos; all llenaba de tinta sus anteojos al to Joseph, entregado por completo a la dicha de anotar hechos sin consecuencia o de consignar las cifras de estadsticas imbciles. Con frecuencia, mientras estaba en el saln con Julia, deploraba la fatalidad que haba hecho de l miembro de una tontina. -A no ser por esa maldita tontina -deca lamentndose cierta noche-, Maurice no se cuidara de guardarme. Entonces, Julia, podra yo ser un hombre libre y podra ganarme fcilmente la vida dando conferencias. -Seguramente que le sera a usted muy fcil! -responda Julia, que tena un corazn de oro-. Es una cobarda y una accin muy fea de parte de Maurice, privarle a usted de una cosa que le divierte tanto. -S, hija ma, es un ser desprovisto de inteligencia -exclamaba Joseph-. Figrate la magnfica ocasin de instruirse que tiene aqu tan a mano, y, sin embargo, la desprecia. La suma de conocimientos diversos que yo podra comunicarle, querida Julia, si consintiese en escucharme, es tan grande, que no hay palabras para hacrtela comprender. -En todo caso, querido to, procure usted no agitarse demasiado -le deca consuavidad Julia-. Porque ya sabe usted que al menor sntoma de malestar, enviarn a buscar al mdico. -Es cierto, hija ma; tienes mucha razn -responda el anciano-. Voy a tratar de dominarme. El estudio me devolver la calma. Dicho esto, iba a buscar su coleccin de cuadernos. -Yo me pregunto -se arriesgaba a decir-, yo me pregunto si mientras trabajas con las manos, no te interesara tal vez or... -Ya lo creo! Me interesara mucho -exclamaba Julia-. Vamos, lame usted alguna de sus observaciones. Inmediatamente abra el cuaderno y, asegurndose los anteojos en la nariz, cual si el anciano quisiese impedir toda retractacin posible por parte de su auditora, empez del modo siguiente, cierta noche: -Lo que me propongo leerte hoy -diciendo esto tosi, para aclarar la voz -ser, si me lo permites, las notas recogidas por m despus de una muy importante conversacin con un empleado de correos asirio llamado David Abbas. Abbas, significa en latn lo mismo que cura, cosa que tal vez ignores. Los resultados de esta conversacin, compensan con exceso lo que me cost, porque como Abbas pareca impacientarse algo por las preguntas que le diriga acerca de diversos puntos de estadstica regional, me vi obligado a convidarle a beber. Pero en el momento en que, despus de toser nuevamente, se dispona a continuar su lectura, entr Maurice violentamente en la casa, llam con vivacidad a su to, y un momento despus penetr en el saln blandiendo un peridico de la noche. Y en verdad, traa una gran noticia. El peridico anunciaba la muerte del teniente general sir Glasgow Beggar, caballero comendador de la orden india de la Estrella y de la orden de San Michael y San George. Esto significaba pura y sencillamente que la tontina no contaba ya sino dos miembros: los dos hermanos Finsbury. Al fin pareca sonrer la suerte a Maurice. No quiere decir esto que los dos hermanos fuesen ni hubiesen sido jams grandes amigos. Cuando circul la noticia del viaje de Joseph al Asia Menor. Mastermann, que era hombre aficionado a la caza y amante de las tradiciones, se expres con cierta irritacin. La conducta de mi hermano es simplemente poco decorosa! Acurdense ustedes de lo que digo: Acabar por ir al Polo Norte! Es un verdadero escndalo para un Finsbury!. Estas amargas palabras haban sido repetidas ms tarde al viajero. Pero todava recibi ste otra afrenta mayor, pues Mastermann se haba negado a asistir a la conferencia La educacin, su fin, su objeto, su utilidad y su alcance, aunque le haban reservado un sitio de honor. Desde entonces no se haban vuelto a ver los dos hermanos. Pero por otra parte, jams haban reido abiertamente, de modo que todo induca a creer que no sera difcil llegar a un acuerdo entre ambos. Joseph (por orden de Maurice) tena que prevalerse de su situacin de hermano menor, y Mastermann no haba pasado nunca por avaro ni por hombre de mal carcter. Se haban, pues, reunido todos los elementos para un compromiso entre los dos hermanos! As pues, al da siguiente, animado por la perspectiva de poder cobrar, al fin sus siete mil ochocientas libras, se present como una tromba en el despacho de su primo Michael. Michael Finsbury tena ya cierta celebridad. Lanzado desde muy temprano en la jurisprudencia y sin direccin, haba llegado a ser especialista en asuntos difciles. Se le conoca como abogado de las causas perdidas; se saba que era capaz de obtener un testimonio de un leo, o de hacer producir intereses a una mina de oro. Por lo tanto, su bufete se vea constantemente sitiado por la innumerable casta de los que tienen an un tomo de reputacin que perder, y se hallan a punto de perderla; de los que han contrado amistades peligrosas; de los que han dejado extraviarse papeles que los comprometen, o de aquellos a quienes pretenden extorsionar sus antiguos criados. En la vida privada, Michael era un hombre aficionado a divertirse, pero su experiencia profesional, le haba inspirado por contraste, gran aficin a los negocios productivos y de escaso riesgo. Por ltimo, y ste es un detalle no despreciable, Maurice saba que su primo haba siempre echado pestes contra la historia de la tontina. Presentse, pues, aquella maana a su primo, casi con la seguridad de triunfar, y empez a exponerle febrilmente su plan. Dejle el abogado, sin interrumpirle, insistir durante un cuarto de hora largo, acerca de las ventajas evidentes de un compromiso que haba de permitir a ambos hermanos repartirse el total de la tontina. Por ltimo, Maurice vio a su primo levantarse de su silln y llamar a un empleado. -Pues bien, Maurice! -dijo Michael-, el asunto no me conviene! En vano insisti y habl el negociante en cueros, y volvi todos los das siguientes para tratar de convencer a su primo. En vano le ofreei una bonificacin de mil, dos mil, tres mil libras. En vano ofreci, en nombre de su to Joseph, contentarse con la tercera parte de la tontina, dejando a Michael y a su padre las otras dos terceras partes. El abogado le responda siempre: -No me conviene! -Michael! -exclam al fin Maurice-, no s qu es lo que pretende usted, pues no responde ni una sola palabra en contra de mis argumentos. Por mi parte creo que no tiene ms objeto que contrariarme. El abogado sonri con benevolencia. -En todo caso -dijo- hay una cosa que puede usted creer, y es que estoy resuelto a no aceptar su proposicin. Ya ve usted que hoy soy un poco ms expansivo, porque es la ltima vez que hemos de hablar de este asunto. -La ltima vez! -exclam Maurice. -S, amigo mo! -respondi Michael-. No me es posible dedicarle ms tiempo. Y a propsito, no tiene usted nada que hacer? Marcha por s solo el comercio de cueros, sin necesidad de que usted se ocupe de l? -Veo que slo se propone usted contrariarme! -gru Maurice furioso-. Desde la infancia me ha tenido usted siempre mala voluntad y me ha despreciado. -Qu disparate! De ninguna manera! Jams he pensado en odiarle! -replic Michael en el tono ms conciliador-. Al contrario, siempre le he profesado amistad. Es usted un individuo tan extraordinario, tan imprevisto, tan romntico, por lo menos en apariencia! -Tiene usted razn! -dijo Maurice, sin escucharle-, es intil que vuelva por aqu, y me propongo ver a su padre en persona. -Oh, no le ver usted! -dijo Michael-. No est visible para nadie. -Quisiera yo saber por qu -exclam su primo. -Por qu? Nunca he ocultado el motivo: porque est demasiado enfermo. -Si est tan enfermo como usted afirma -grit Maurice-, razn de ms para que usted acepte mi proposicin. Quiero ver a su padre! -De veras? -pregunt Michael. Dicho esto, se levant y llam a su empleado. Entretanto lleg el momento en que, segn la opinin de sir Faraday Bond, el ilustre mdico cuyo nombre conocen seguramente nuestros lectores, por haberlo visto en los peridicos, el infortunado Joseph Finsbury, punto de mira de los afanes de Maurice, deba trasladarse a Bournemouth, para respirar aire ms puro. En su compaa se instal toda la familia en aquel elegante desierto poblado de villas. Julia estaba encantada, porque, en Bournemouth sola hacer nuevas relaciones; John, por el contrario, estaba desolado, porque todos sus goces los tena en la ciudad; a Joseph le era completamente indiferente estar all o en otro sitio con tal de tener a mano una pluma, tinta o algunos peridicos; en fin, Maurice estaba, en suma, bastante satisfecho, porque su estancia en el campo le permita hacer menos visitas a su oficina y le dejaba tiempo para reflexionar en su situacin. El pobre mozo estaba dispuesto a todos los sacrificios; lo nico que deseaba era recobrar su dinero y poder enviar a paseo el comercio de cueros. En tal situacin de nimo, y dada la moderacin de sus exigencias, parecale muy extrao no poder convencer a su primo Michael. Si por lo menos pudiera adivinar los motivos que le impulsan a rechazar mi oferta!, se repeta a s mismo, sin cesar. En efecto, de da, pasendose por los bosques de Branksome, de noche, revolvindose en la cama; en la mesa, olvidndose de comer, y en el bao no pensando en vestirse, siempre senta su espritu asediado por el mismo problema: Por qu no acepta Michael?. Al fin, se lanz una noche a la habitacin de su hermano, a quien despert dndole fuertes sacudidas. -Qu hay? Qu sucede? -pregunt John. -Maana se marcha Julia -respondi Maurice-. Vuelve a Londres a poner la casa en orden y buscar una cocinera. Nosotros nos marcharemos pasado maana! -Bravo! -exclam John-. Y por qu? -John, he resuelto el problema! -replic gravemente su hermano. -Qu problema? -pregunt John. -He descubierto por qu no acepta Michael mi compromiso! -dijo Maurice-. No lo acepta porque no puede aceptarlo, porque nuestro to Mastermann ha muerto, y l quiere ocultar su muerte! -Dios omnipotente! -exclam el impresionable John-. Pero con qu motivo? Qu inters puede tener en ello? -Impedirnos cobrar los beneficios de la tontina! -Pero si no puede! -replic John-. T puedes exigirle un certificado del mdico. -Y no has odo hablar nunca de mdicos que se dejan sobornar? Abundan tanto como las fresas en los bosques; hallars cuantos quieras a tres libras y media por cabeza. -Lo que es yo, si fuera mdico, no lo hara por menos de cuarenta libras! -no pudo menos de decir John. -As pues, Michael se propone explotarnos a nosotros -prosigui Maurice-. Su clientela va disminuyendo y su reputacin declina; evidentemente tiene alguna intriga entre ceja y ceja, porque el tunante es ms listo que Cardona. Pero yo nu me mamo el dedo, y adems tengo de mi parte la ventaja de la desesperacin. Siendo nio y hurfano, me han hecho perder siete mil ochocientas libras. -Vaya, no me vengas con tu monserga de siempre! -le interrumpi John-. Ya sabes que has perdido mucho ms por quererte desquitar de esa prdida! 2. EN EL QUE MAURICE SE DISPONE A OBRAR Algunos das despus, el curioso lector (de F. de Boisgobey) hubiera podido observar a los tres miembros masculinos de esta triste familia, que se dispona a tomar el tren de Londres en la estacin de Bournemouth. Conforme a lo que rezaba el barmetro, el tiempo deba ser variable, y Joseph Finsbury llevaba el traje propio de dicha temperatura, conforme a las prescripciones de sir Faraday Bond, porque no hay que olvidar que este ilustre gaIeno no es menos rgido en lo relativo al vestido, que en lo referente al rgimen alimenticio. Aun me atrevo a decir que hay pocas personas de salud delicada que, por lo menos, no hayan probado a conformarse con las prescripciones de sir Faraday Bond. Evtense los vinos tintos, la carne de cordero, la mermelada de naranja y el pan no tostado. Adems, dice a sus enfermos: Acustese usted todas las noches a las once menos cuarto, y vstase de franela higinica de pies a cabeza. Para la calle, no hay nada tan indicado como las pieles de marta. Tampoco debe usted dejarse decalzar en casa de los seores Dall y Crumbie. Por ltimo, despus de cobrar la visita, sir Faraday no deja de llamar al cliente para recomendarle de modo categrico, en la puerta de su gabinete, que si quiere preservar su vida, se abstenga de comer esturin cocido. El desdichado Joseph estaba sometido con espantoso rigor al rgimen de sir Farady Bond. Aprisionaban sus pies las consabidas botas suizas; su pantaln y chaqueta eran de verdadero pao higinico; su camisa era de franela, no menos higinica (aunque a decir verdad, no de la ms cara), y se hallaba envuelto en la inevitable pelliza de piel de marta. Los mismos empleados de la estacin de Bournemouth podan reconocer en aquel anciano a una vctima de sir Faraday, que, dicho sea de paso, enviaba a todos sus pacientes a veranear en el mismo punto. En la persona del to Joseph no haba, a decir verdad, ms que un solo indicio de sus aficiones individuales, a saber: una gorra de turista de visera puntiaguda. Toda la elocuencia de Maurice haba sido intil ante la obstinacin del anciano en conservar aquel tocado que le recordaba la terrible emocin que experiment en otro tiempo, al encontrarse con un chacal medio muerto en las llanuras de Efeso. Subieron los tres Finsbury en su vagn e inmediatamente empezaron a disputar, circunstancia insignificante al parecer, pero que result ser, a un tiempo, muy desdichada para Maurice, y (me lisonjeo en creerlo as), muy feliz para los lectores. Porque si en vez de enredarse en la disputa, Maurice hubiera tenido la ocurrencia de asomarse a la ventanilla, hubiera sido imposible escribir la presente novela. En efecto, Maurice no hubiera podido menos de observar la entrada en el andn de un segundo viajero, vestido con el uniforme de sir Faraday Bond, y que se instal en el vagn inmediato. Pero el pobre mozo tena, a su parecer, algo ms grave que pensar (y bien sabe Dios cunto se engaaba!) y mucho ms importante que pasearse por el andn antes de ponerse el tren en marcha. -Habrse visto cosa igual! -exclam apenas tom asiento, reanudando una discusin que, por decirlo as, no haba cesado desde por la maana-. Ese cheque no es de usted, es mo! -Lleva mi firma! -replic el anciano, con obstinacin llena de amargura-. Tengo derecho para hacer con mi dinero lo que me da la gana! El cheque en cuestin era de ochocientas libras que Maurice haba entregado a su to durante el almuerzo, para que lo firmase, y que el anciano se haba guardado bonitamente. -Oyes, John! -dijo Maurice-. Habla de su dinero! Cuando hasta la ropa que lleva puesta me pertenece! -Djale tranquilo! -gru John-. Ya me estn aburriendo los dos! -Caballerito! -grit Joseph-. Ese no es modo digno de tratar a su to. Estoy resuelto a no permitir que se me falte ms al respeto! Son ustedes un par de tunantes, groseros en demasa, desvergonzados e ignorantes; y he decidido poner trmino a semejante estado de cosas! -Carambita! -dijo el amable John. Pero Maurice no tom el asunto con tanta calma. El acto imprevisto de insubordinacin de su to le haba llenado de estupefaccin. Las ltimas palabras del anciano no auguraban nada bueno. Contentse con lanzar al to Joseph miradas inquietas, y acab por decir: -Est bien! Ya arreglaremos eso en Londres. Con mano temblorosa abri un nmero de El mecnico ingls e hizo alarde de sumergirse en el estudio de este peridico. -Qu mosca le habr picado? -ensaba su sobrino-. Este incidente no me huele bien! Diciendo esto se rascaba la nariz, indicio habitual en l de una lucha interior. Entretanto, corra el tren por aquellos campos, arrastrando su ordinaria carga de seres humanos entre los que figuraba el anciano Joseph, absorto, al parecer, en la lectura de su peridico; a John, que medio dormitaba leyendo las ancdotas de un peridico cmico, y a Maurice, en cuyo cerebro se agitaba un mundo de resentimientos, sospechas y alarmas. De esta suerte, fue el tren dejando atrs la playa de Christ-Church, Herne, con sus bosques de abetos, Ringswood y otras estaciones ms. Con ligero retraso, que nada tena de anormal, lleg a una estacin en medio del Bosque Nuevo, estacin que disfrazar con el pseudnimo de Browndean, para el caso de que la Compaa del Suroeste se sintiese molestada por mis revelaciones. Asomronse a las ventanillas numerosos viajeros, y precisamente entre ellos, el anciano antes citado, y cuya subida al tren no haba podido observar Maurice. Permtaseme aprovechar la ocasin para dar aqu algunas breves indicaciones acerca de este personaje, porque, en primer trmino, esto me dispensar de volver a hablar de l y, adems, porque creo que, durante el curso de mi historia, no me ser dado encontrar otro personaje tan respetable. Su nombre no hace al caso, pero s su modo de vivir. Este anciano caballero se haba pasado la vida viajando por Europa y, al fin y al cabo, como treinta aos de lectura del Calignahi's Messenger le haban cansado la vista, haba vuelto a Inglaterra repentinamente, para consultar a un oculista. Del oculista pas al dentista, y de ste al mdico, segn la inevitable gradacin. Por el momento, nuestro anciano viajero se hallaba en manos de sir Faraday Bond; vesta con arreglo al modelo higinico ya citado, y, despus del obligado veraneo en Bournemouth, volva a Londres para dar cuenta de su conducta al eminente galeno. Era uno de esos viejos ingleses ramplones y montonos, con quien nos hemos codeado cien veces en las mesas de Colonia, de Salzburgo y de Venecia. Todos los hoteleros de Europa conocen de memoria la serie completa de semejantes viajeros, y, sin embargo, si maana desapareciese de pronto la serie entera, nadie notara su falta. El viajero que nos ocupa, en particular, se distingua por su desconsoladora inutilidad. Antes de partir, haba pagado su cuenta en Bournemouth. Todos sus bienes muebles, constituidos por dos bales, se hallaban depositados en el furgn de equipajes. En el caso de que llegase a desaparecer bruscamente, los bales, pasado el plazo reglamentario, seran adjudicados a un judo como equipajes no reclamados; el ayuda de cmara de sir Faraday Bond se vera privado a fin de ao de algunos chelines de propina; todos los hoteleros de Europa echaran de ver, por la misma fecha, una ligera disminucin en sus beneficios; y a esto se reducira todo. Tal vez el viejo caballero andara rumiando para s mismo algo parecido a lo que acabo de decir, porque tena un semblante bastante melanclico cuando apart su crneo calvo de la ventanilla, mientras que el tren penetraba bajo el puente, con su penacho de humo, e iba luego dejando atrs, con acelerada velocidad, las espesuras y los claros del Bosque Nuevo, mas de pronto, a algunos centenares de metros de Browndean, se par el tren bruscamente. Maurie Finsbury oy repetido rumor de voces y se precipit a la ventanilla. Oanse aullidos de mujeres y veanse viajeros que saltaban a la va, mientras que los empleados del tren les gritaban que no se levantasen de sus asientos. Despus empez el tren a retroceder lentamente hacia Browndean; y un minuto ms tarde, todos aquellos diversos ruidos se confundieron con el silbido apocalptico y el choque terrible del expreso, que vena en sentido opuesto. Maurice no oy el ruido final de la colisin. Haba, tal vez, perdido el conocimiento? Slo conservaba un vago recuerdo de haber visto, como en sueos, caer y volcarse su vagn, hecho pedazos, como un castillo de naipes. Y la verdad es que, cuando volvi en s, yaca en tierra y tena encima de la cabcza un cielo plomizo y feo, cuya vista le haca mucho dao. Llevse la mano a la frente, y no fue poca su sorpresa al verla teida de sangre. En el aire vibraba un zumbido intolerable que Maurice supuso que dejara de or cuando hubiese vuelto en s por completo. Era como el ruido de una fragua en accin. Movido por el aguijn instintivo de la curiosidad, se incorpor en seguida, se sent, y mir en torno suyo. En aquel sitio formaba la va un brusco recodo, y Maurice divis en torno suyo los restos del tren de Bournemouth. Los del expreso descendente estaban, en su mayor parte, ocultos tras los rboles; sin embargo, entre las nubes de negro vapor, pudo ver Maurice lo que quedaba de las dos mquinas, una encima de otra. A lo largo de la va, veanse individuos que corran ac y all gritando y gesticulando; otros yacan inmviles como vagabundos dormidos. De pronto, tuvo Maurice una idea: Ha habido un accidente!, pens, y la conciencia de su perspicacia lo reanim en parte. Casi en el mismo instante, fijronse sus ojos en John, tendido a su lado y horriblemente plido. -Pobre chico! Pobre camarada! -exclam volviendo a encontrarse aquella vieja palabra escolar. Inmediatamente, con infantil cario, cogi entre las suyas la mano de su hermano. Gracias a este contacto no tard John en abrir los ojos, sentse sobresaltado y movi los labios sin poder articular palabra. -Al fin -exclam con voz de fantasma-. Otra! Otra! Persistan de un modo intolerable el ruido de fragua y humo. -Huyamos de este infierno! -exclam Maurice. Y ayudndose mutuamente, ambos jvenes se pusieron de pie, estiraron sus miembros y contemplaron la escena fnebre que les rodeaba. En el mismo instante se acerc a ellos un grupo de personas. -Estn ustedes heridos? -les grit un hombrecillo de rostro plido, baado en sudor, y que, a juzgar por la manera como diriga el grupo, deba ser evidentemente un mdico. Maurice le ense su frente, y el hombrecillo, despus de encogerse de hombros, le alarg un frasco de aguardiente. -Tome usted, beba usted un trago y pase en seguida el frasco a su amigo, que parece tener ms necesidad que usted! Despus, sgannos ustedes, pues hay mucho que hacer, y hace falta que todo el que pueda nos ayude! Al menos podrn ustedes servir para ir a buscar camillas! Apenas se alejaron el mdico y su squito, Maurice, bajo la vivificante influencia del aguardiente, acab de volver completamente en s. -Dios mo! -exclam-. Y el to Joseph? -Es verdad! -dijo John-. Dnde demonio se habr metido? No debe estar muy lejos, y espero que el pobre viejo no haya salido muy descalabrado. -Aydame a buscarlo! -dijo Maurice con acento de feroz resolucin. Despus exclam vivamente, con tono gemebundo y amenazando al Cielo: -Y si hubiera muerto? Ambos hermanos corran ac y acull, examinando los rostros de los heridos y revolviendo los muertos: de esta suerte haban ido pasando revista a unas veinte personas, sin hallar trazas del to Joseph. No tardaron en llegar al centro del choque, donde continuaban las dos msquinas vomitando humo con ensordecedor estruendo. Era aqul un punto de la va adonde el mdico y su cortejo no haban llegado an. El suelo, sobre todo en el lindero del bosque, estaba lleno de asperezas: aqu se vea un foso, all un montculo coronado por unas matas. En aquel sitio poda haber varios cuerpos ocultos; los dos jvenes sobrinos lo exploraron como hbiles sabuesos. Maurice, que iba delante, se detuvo y extendi el ndice con trgico ademn. John sigui la direccin del dedo de su hermano. En el fondo de un hoyo de arena yaca algo que haba debido ser en otro tiempo un ser humano. El rostro estaba horriblemente mutilado, siendo absolutamente imposible identificar el cadver; pero los dos jvenes no tenan necesidad de reconocer el rostro. El crneo calvo, sembrado de escasos cabellos blancos, la pelliza de marta, el pao y la franela higinicos -por ltimo, hasta las botas suizas de los seores Dall y Crumbie-, todo atestiguaba que aquel cuerpo era el de su to Joseph. Slo faltaba la gorra de visera puntiaguda, que debi haberse extraviado en el cataclismo. -Pobre viejo! -dijo John, con cierta verdadera emocin-. Dara de buena gana cincuenta libras porque no lo hubiramos embarcado en este tren. De muy distinto gnero era la emocin que se lea en el rostro de Maurice, mientras examinaba el cadver. Pensaba en aquella nueva y suprema injusticia del destino. Siendo nio y hurfano le haban robado siete mil ochocientas libras; se haba metido a la fuerza en un negocio de cueros que no marchaba muy bien; le haban echado encima la carga de miss Julia, y su primo haba proyectado despojarle del beneficio de la tontina. Todo lo haba soportado, casi poda decir con dignidad, y ahora le mataban a su to! -Pronto! -dijo a su hermano, con voz anhelante-; cgele de los pies; es preciso que le ocultemos en el bosque, pues no quiero que lo encuentren otros. -Vaya una broma! -exclam John- y para qu? -Haz lo que te digo! -replic Maurice, cogiendo el cadver por los hombros-. Quieres que me lo lleve yo solo? Hallbanse en el lindero del bosque; con slo dar diez o doce pasos, se hallaron a cubierto; y, un poco ms lejos, depositaron su carga en un claro arenoso; despus de esto se incorporaron y contemplaron melanclicamente el cadver. -Qu piensas hacer con l? -murmur John. -Naturalmente, enterrarlo! -respondi Maurice. Dicho esto, abri su navaja y empez a hacer un agujero en la arena. -Jams logrars nada con tu navaja! -le dijo su hermano. -Si no quieres ayudarme, miserable cobarde -aull Maurice-, vete al demonio! -Es una locura ridcula -dijo John-, pero no quiero que me puedas acusar de cobarde! Diciendo esto, empez a ayudar a su hermano. El suelo era arenoso y ligero, pero estaba cruzado en todas direcciones por races de abeto. Los dos jvenes se ensangrentaron cruelmente las manos. Tras una hora de trabajo heroico, sobre todo por parte de Maurice, apenas haban ahondado unas nueve pulgadas. Mal o bien, all metieron el cuerpo, echndole encima arena y ms arena, que tuvieron que traer de otros sitios con gran trabajo. Desgraciadamente, por uno de los extremos del lgubre tmulo continuaban saliendo dos pies calzados con las brillantes botas suizas. Pero tanto peor. Los nervios de los dos enterradores no podan resistir ms. Maurice mismo no tena ya fuerzas. Como dos lobos, ambos hermanos se refugiaron en una espesura vecina. -Hemos hecho lo mejor que podamos! -dijo Maurice. -Y ahora -respondi John-, me hars el favor de decirme qu significa esto? -A fe ma -exclam Maurice-, si no lo comprendes por ti mismo, me ser difcil hacrtelo comprender! -Oh! Supongo que ser algo referente a la tontina! -replic John-. Pero te aseguro que es pura locura! La tontina est perdida, y se acab! -Te repito que el to Mastermann ha muerto! Lo s! Oigo una voz interior que me lo dice! -S, y el to Joseph ha muerto tambin! -dijo John. -Si yo no quiero no ha muerto! -Pues bien -dijo John-; admitamos que el to Mastermann haya muerto! En este caso, no tenemos ms que decir la verdad y obligar a Michael a que haga otro tanto. -Te figuras que Michael es un imbcil? -dijo irnicamente Maurice-. No puedes comprender que hace ya aos que est preparando el golpe. Todo lo tiene dispuesto: la enfermera, el mdico y el certificado de defuncin con la fecha en blanco. Apuesto a que si revelamos lo que acaba de suceder, dentro de dos das sabemos la muerte de nuestro to Mastermann. Pero oye bien lo que te digo, John. Lo que Michael puede hacer, puedo yo hacerlo tambin. Si l puede armar un infundio, yo puedo armar otro. Si su padre ha de vivir eternamente, te juro por Dios vivo, que mi to vivir del mismo modo. -Y en todo esto qu papel desempea la ley? -pregunt John. -Un hombre debe tener a veces el valor de obedecer a su conciencia! -respondi Maurice con dignidad. -Pero supongamos que te equivocas! Supongamos que el to Mastermann est en vida y se halla sano como una manzana! -En este caso -respondi Maurice-, nuestra situacin no sera peor que antes. En realidad es mejor! El to Mastermann tiene que morir un da u otro necesariamente. Mientras el ti Joseph estaba en vida, tena que morir a su vez un da u otro, al paso que ahora no tenemos que temer semejante alternativa. La combinacin que propongo no tiene lmites. Puede durar hasta el juicio final! -Si por lo menos supiera en qu consiste tu combinacin! -suspir John-; pero; ya sabes que has sido siempre un terrible soador! -Quisiera saber cundo he sido yo soador! -exclam Maurice-. Poseo la ms hermosa coleccin de sortijas con sello que existe en Londres! -S, pero olvidas el negocio de los cueros! -aadi el otro-. No me podrs negar que es un verdadero buuelo! Maurice dio en aquellas circunstancias una prueba muy notable del dominio de s mismo; no se ofendi por la alusin de su hermano. Ni siquiera respondi a ella. -Por lo que hace al asunto que ahora nos ocupa -repuso-, una vez que tengamos a nuestro to en nuestra casa de Bloomsbury, estaremos libres de cuidados. Lo enterraremos en la bodega, que parece hecha a propsito para ello; entonces no tendr ms que hacer sino echarme a buscar un mdico fcil de sobornar. -Y por qu no le dejamos aqu? -pregunt John. -Porque necesitamos tenerle a mano cuando llegue su hora -replic Maurice-. Y adems, porque no conocemos este pas! Este bosque puede muy bien ser un paseo favorito para los enamorados. No suees a tu vez y piensa, conmigo, en resolver la nica y verdadera dificultad con que ahora luchamos. Cmo podremos transportar el cuerpo de nuestro to a Bloomsbury? Propusieron ambos hermanos varios planes, que fueron discutidos y rechazados. No haba que pensar, naturalmente, en la estacin de Browndean, que en aquel momento deba ser un centro de curiosidad y chismorreo siendo as que lo esencial era enviar el cuerpo a Londres sin que nadie sospechase una palabra. John propuso tmidamente un tonel de cerveza. Pero las objeciones eran tan patentes, que Maurice ni siquiera tuvo que expresarlas. No menos impracticable resultaba la compra de un cajn de embalar. Para qu podan necesitar semejante caja dos caballeros que no tenan equipaje? -No, no! Estamos tocando el violn! -dijo Maurice-. Hay que estudiar la cosa con ms cuidado. Figrate -repuso tras un momento de silencio, y hablando con frases entrecortadas, como si pensase en voz alta-, figrate que alquilamos una casa de campo por un mes. El que alquila una casa semejante, puede comprar una caja de embalar sin que llame la atencin. Figrate, adems, que alquilamos la casa hoy mismo, que esta tarde compro la caja y que, maana por la maana, la llevo en una carretilla de mano, yo mismo en persona, a Ringwood, a Lyndhurst o a cualquiera otra estacin. Nada nos impide poner encima la siguiente inscripcin:Muestras. Qu te parece, Johnny? Creo que esta vez he puesto el dedo en la llaga! -En verdad me parece realizable -contest John. -Excusado es decir que tomaremos seudnimos. Sera una locura conservar nuestros verdaderos nombres! Qu te parece, por ejemplo, Mastermann? Tiene cierto carcter majestuoso! -Bah! No quiero llamarme Mastermann! Puedes guardarlo para ti si te agrada. Por lo que a m hace, me llamar Vance, el gran Vance; Sin falta, seis ltimas noches!. Esto sue es un seudnimo! -Vance! -exclam Maurice-; un nombre de payaso. Te figuras que estamos representando una pantomima para distraernos? Nadie puede llamarse Vance, como no sea en un caf cantante! -Precisamente por eso me agrada este nombre! -respondi John-. Le da a uno cierto carcter de artista. Por tu parte, puedes llamarte como quieras. Yo me atengo a Vance, y de ah nadie me saca! -Pero hay otra porcin de nombres de teatro! -dijo Maurice, con tono suplicante-. Leybourne, Irving, Brough, Toole... -El nico que me agrada es Vance! Canastos! -respondi John-. Se me ha metido en la mollera tomar este nombre, y no hay ms que hablar! -Est bien! -dijo Maurice, que comprenda que todos sus esfuerzos se habran de estrellar contra la obstinacin de su hermano-. Me resign, pues, a llamarme Robert Vance! -Y yo ser George Vance! -exclam John-. El nico, el verdadero Vance! Msica, maestro! Despus de arreglar como mejor pudieron el desorden de su traje, los dos hermanos volvieron dando un rodeo a Browndean, a fin de comer y de poder alquilar una villa. No siempre es cosa fcil el descubrir inmediatamente una casa amueblada en un sitio que no suelen frecuentar los forasteros. Pero la buena suerte de nuestros hroes les depar a un carpintero viejo y ms sordo que una tapia, que poda alquilarles una casa. Esta ltima, situada a kilmetro y medio de toda vecindad, les pareci tan apropiada para lo que deseaban, que al divisarla no pudieron menos de cambiar una mirada de inteligencia. Sin embargo, vista de cerca, no dejaba de presentar inconvenientes. En primer trmino, por su posicin, porque estaba situada en una hondonada, que haba sido antes, seguramente, un pantano, y como estaba rodeada de rboles por todos lados no deba ser muy clara aun en pleno da. Cubran las paredes placas verdosas, cuyo slo aspecto era una amenaza de enfermedad. Las habitaciones eran pequeas, los techos bajos y el mueblaje de lo ms primitivo; reinaba en la cocina cierto perfume de humedad, y el nico dormitorio que haba no posea ms que una cama. Maurice, a fin de obtener alguna rebaja, hizo notar al carpintero este ltimo inconveniente. -Caramba! -replic el buen hombre, cuando lleg al fin a enterarse-, si no son ustedes capaces de dormir los dos en la misma cama, haran bien en alquilar un castillo! -Adems -continu Maurice-, no hay agua! Cmo haremos para tenerla? -No hay ms que llenar esto en la fuente que est ah a dos pasos! -respondi el carpintero posando su manaza sucia y negra en un tonel vaco colocado en la puerta-. Mire usted, aqu hay un cubo para ir a la fuente! En verdad esto constituye una distraccin! Maurice gui a su hermano y y procedi al examen del barril. Estaba casi nuevo y pareca slidamente construido. Si no hubieran estado resueltos de antemano a alquilar la casa, el tonel hubiera bastado para decidirles. Qued inmediatamente cerrado el trato y pagado el primer mes de alquiler. Una hora despus hubiera el lector podido ver a los hermanos Finsbury que penetraban en su amable cottage con una lmpara de alcohol, que deba servirles de cocina; una enorme llave, smbolo de su dominio, un respetable pedazo de lomo de cerdo y un litro del whisky ms malo de todo Hampshire. So pretexto de que eran pintores paisajistas haban alquilado para el da siguiente una ligera pero slida carretilla de mano, de modo que cuando tomaron posesin de su nueva morada, pudieron decir con justicia que haban vencido lo ms grave de la dificultad. John se dedic a preparar el t, mientras que Maurice, a fuerza de explorar la casa, haba tenido la suerte de encontrar la tapadera del tonel en uno de los anaqueles de la cocina. El material de embalaje estaba, pues, completo! A falta de paja, las mantas de la cama podan desempear anlogo papel en el tonel; despus de todo, dichas mantas estaban tan sucias que los dos hermanos no podan pensar en emplearlas en cosa mejor. Maurice, al ver allanarse los obstculos, se sinti penetrado de un sentimiento muy parecido a la exaltacin. Sin embargo, haba an una dificultad no pequea que vencer: consentira John en quedarse solo en la casa? Maurice vacil largo tiempo antes de atreverse a proponrselo. Sea como quiera, ambos hermanos se sentaron con verdadero buen humor a la mesilla de madera blanca y atacaron vigorosamente el lomo de cerdo. Maurice estaba satisfecho con el triunfo que haba conseguido descubriendo la tapadera; y el gran Vance se complaca en aprobar las palabras de su hermano, pegando acompasadamente con el vaso en la mesa, como suele hacerse en los cafs cantantes. -El negocio est arreglado! -exclam al fin-. Ya te haba yo dicho que lo que convena para enviar el bulto era un tonel! -S; es verdad, tenas razn! -repuso Maurice, creyendo que la ocasin se prestaba a preparar a su hermano-. Pero es el caso que ser preciso que permanezcas aqu hasta que yo te avise. Yo dir que el to Joseph se ha quedado en el Bosque Nuevo para descansar un poco y respirar aire saludable. No es posible que volvamos juntos a Londres; jams podramos explicar la ausencia de nuestro to. John cambi inmediatamente de tono. -Eh, nio, no me vengas con eso! -declar-. Si quieres te puedes quedar t en este agujero. Lo que es yo, ni pensarlo! Maurice sinti subrsele los colores a la cara. A todo trance era preciso que John aceptase el quedarse. -Te ruego, Johnny -dijo-, que recuerdes el importe de la tontina! Si triunfo tendremos cada uno veinte mil libras y hasta muy cerca de treinta mil con los intereses. -S, pero y si fracasas? Qu suceder en ese caso? -Yo me encargar de todos los gastos -declar Maurice tras una larga pausa-. No perders ni un centavo! -Vamos! -dijo John riendo estrepitosamente-, si t cargas con todos los gastos y me das la mitad de las ganancias, consiento en quedarme aqu un da o dos. Un da o dos! -exclam Maurice, que empezaba a impacientarse y le costaba trabajo contenerse-. Vamos, creo que haras algo ms por ganar cinco libras en las carreras! -S, tal vez! -respondi el gran Vance-, pero eso depende de mi temperamento de artista. -Eso significa simplemente que tu conducta es monstruosa! -repuso Maurice-. Tomo a mi cargo todos los riesgos, paga todos los gastos, te doy la mitad de los beneficios y te niegas a imponerte la menor privacin para ayudarme! Eso no est bien ni mucho menos! La violencia de Maurice no dej de hacer alguna impresin en el excelente Vance. -Pero supongamos -dijo ste al fin- que vive nuestro to Mastermann y que vivir an diez aos. Habr yo de estar aqu pudrindome todo ese tiempo? -Hombre, no, claro que no! -repuso Maurice con tono ms conciliador-. Te pido nicamente un mes como mximo. Si al cabo de un mes no ha muerto nuestro to Mastermann, podrs largarte al extranjero! -Al extranjero! -repiti vivamente John-. Hombre, y por qu no largarme ahora en seguida! Quin te impedira decir que to Joseph y yo hemos ido a reponernos en Pars? -Vamos, no digas locuras! -respondi Maurice. -Hombre, despus de todo, reflexiona un poco y echa una mirada en torno tuyo -dijo John-. Esta casa es una verdadera pocilga, lgubre y hmeda! T mismo declarabas haee poco que era hmeda! -S, pero se lo deca al carpintero -observ Maurice- para obtener alguna rebaja! A decir verdad, ahora que estamos dentro, debo confesar que las hay peores. -Y qu ser de m? -gimi la vctima-. Podr a lo menos invitar a algn camarada? -Querido John, si no crees que la tontina merece un ligero sacrificio, dilo de una vez y lo mando todo a paseo. -Por lo menos ests seguro de las cifras que me has dicho? -pregunt John-. Ea! -prosigui, lanzando un profundo suspiro-, cuida de enviarme regularmente el Lame usted y todos los peridicos satricos. A fe ma, adelante con los faroles! A medida que avanzaba la tarde, la dichosa casita recordaba ms ntimamente su pantano natal; iba sintindose en todas las habitaciones un fro espeluznante; la chimenea echaba humo, y pronto una rfaga de aire hizo entrar en la habitacin, por entre las hendiduras de la ventana, un verdadero chubasco. Por momentos, cuando la melancola de los dos inquilinos amenazaba trocarse en desesperacin, Maurice destapaba la botella de whisky. John acogi al principio con jbilo esta distraccin pero el placer no dur largo tiempo. He dicho antes que el tal whisky era el ms malo de todo Hampshire; slo los que conocen esta comarca pueden apreciar el valor exacto de este superlativo. Al fin, el mismo gran Vance, que no era sin embargo muy experto en la materia, no tuvo valor para acercar a sus labios la nauseabunda bebida. Imagnese, por aadidura, la invasin de las tinieblas, dbilmente combatidas por una candela que se empeaba en arder slo en parte, y se comprender que, repentinamente, dejase John de silbar, metindose los dedos en la boca, ejercicio a que se entregaba haca una hora para tratar de olvidar los goces del arte. -Jams podr estar aqu un mes! -declar-. Nadie sera capaz de ello! Tu combinacin es uncura, Maurice! Vmonos de aqu en seguida! Fingiendo admirabIe indiferencia, Maurice propuso a su hermano una partida de tejo. A qu concesiones tiene a veces que descender un diplomtico! Era ste por otra parte el juego favorito de John (los dems le parecan demasiado intelectuales) y jugaba con tanta suerte como destreza. El pobre Maurice, por el contrario, echaba mal las monedas, tena una mala suerte congnita y adems perteneca a esa especie de jugadores que se irritan cuando pierden. Pero aquella noche estaba dispuesto de antemano a toda clase de sacrificios. A eso de las siete, Maurice, despus de atroces torturas, haba perdido de cinco a seis chelines. Aun teniendo a la vista la perspectiva de la tontina, era aquello el lmite de lo que poda soportar. Prometi desquitarse otra vez y entretanto propuso una ligera colacin acompaada de un grog. Y cuando ambos hermanos hubieron terminado este ltimo entretenimiento, lleg la hora de poner manos a la obra. Haban vaciado el tonel; lo llevaron rodando hasta el hogar, lo secaron con esmero y, hecho esto, ambos hermanos salieron en medio de la ms densa oscuridad, para ir a desenterrar a su to Joseph. 3. EL CONFERENCIANTE EN LIBERTAD Los filsofos deberan, ciertamente, tomarse el trabajo de investigar con seriedad si los hombres son o no capaces de acostumbrarse a la dicha. Lo cierto es que no pasa un mes sin que algn hijo de buena familia huya de su casa para alistarse en un barco mercante, o un marido mimado tome las de Villadiego para irse a Texas con su cocinera. Se ven a veces pastores que huyen de sus feligreses y hasta se suele hallar algn juez que abandone voluntariamente la magistratura. En todo caso no se extraar el lector si le digo que Joseph Finsbury haba meditado varios proyectos de evasin. El destino de aquel excelente anciano -no vacilo en declararlo- no realizaba el ideal de la felicidad. Seguramente Maurice, a quien con frecuencia he tenido ocasin de encontrar en el Metropolitano, es un caballero muy estimable; pero no me atrevera a proponerlo como modelo de sobrinos. Por lo que hace a su hermano John, era naturalmente un buen muchacho; pero si cualquiera de ustedes no hubiera tenido otra cosa que le retuviera en su hogar ms que su persona, me figuro que no hubieran ustedes tardado en acariciar el proyecto de emprender un viaje al extranjero. Es verdad que el anciano Joseph tena un lazo ms slido que la presencia de sus dos sobrinos para retenerle en Bloomsbury; y este lazo no era ciertamente, como pudiera suponerse, la compaa de Julia (aunque el anciano quera bastante a su pupila), sino la enorme coleccin de cuadernos de notas en que haba concentrado su vida entera. El que el anciano Joseph se hubiese resignado a separarse de aquella coleccin es una circunstancia que habla muy poco en favor de las virtudes familiares de sus dos sobrinos. S, la tentacin de la fuga databa ya de varios meses en el alma del to, y cuando ste se hall de pronto en posesin de un cheque de ochocientas libras pagadero a su nombre, la tentacin se convirti inmediatamente en resolucin formal. Se guard el cheque que, para un hombre tan frugal como l, representaba la riqueza y se propuso desaparecer entre la multitud a la llegada del tren a Londres, o bien, si no lo consegua, escaparse de la casa durante la noche y disiparse como un sueo entre los millones de habitantes de la capital, tal era su proyecto; pero la coincidencia particular de la voluntad de Dios y de un error del guardagujas hizo que no tuviese que esperar tanto tiempo para realizarlo. Despus de la catstrofe ferroviaria, fue uno de los primeros en volver en s y ponerse en pie, y no bien hubo descubierto el estado de postracin de sus dos sobrinos, cuando aprovechando su buena suerte, puso pies en polvorosa. Un hombre de setenta aos cumplidos, que acababa de ser vctima de un accidente de ferrocarril y que adems tiene la desgracia de verse abrumado con el uniforme completo de los clientes de sir Faraday Bond, no es posible que corra como una liebre, pero como el bosque estaba a dos pasos y ofreca al fugitivo un asilo siquiera temporal, se meti en l con celeridad pasmosa. Como el buen viejo se senta algo molido despus de la sacudida, se tendi en tierra en medio de la espesura, y no tard en quedarse profundamente dormido. Los caminos de la Providencia ofrecen con frecuencia al observador desinteresado un espectcuto de los ms divertidos. Confieso que no puedo menos de sonrer al pensar que, mientras Maurice y John se ensangrentaban las manos para enterrar en la arena el cuerpo de un hombre que nada les tocaba, su buen to dorma a pierna suelta a unos cien pasos de ellos. Despertle el agradable sonido de una trompa que sonaba en la carretera inmediata, por donde pasaba un mail-coach que conduca a un grupo de turistas. El sonido regocij el viejo corazn de Joseph, y gui adems sus pasos, de suerte que no tard en hallarse a su vez en la carretera, mirando a derecha e izquierda bajo la visera de su gorra y preguntndose qu hara de su persona. No tard en orse a lo lejos ruido de ruedas, y Joseph vio acercarse un carromato cargado de bultos, guiado por un cochero de aspecto benvolo y que llevaba pintado en ambos lados el siguiente letrero: J. Chandler; carretero. Obedeci Joseph a un vago e imprevisto instinto potico al concebir la idea de continuar su evasin en el carromato del seor Chandler? Ms bien me inclino a creer que obedeci a consideraciones de carcter ms esencialmente prctico. El viaje le saldra barato y, hasta tal vez, con un poco de astucia, lograra hacerlo de balde. Haba, sin embargo, la perspectiva de coger fro en el pescante, pero, despus de varios aos de guantes y de franela higinica, el corazn de Joseph senta vivas ansias de exponerse a coger un catarro. El carretero debi quedar tal vez algo sorprendido al hallar en un sitio tan solitario de la carretera un caballero tan viejo, tan extraamente vestido y que le suplicaba con tanta amabilidad que se dignase darle acogida en el pescante de su carruaje. Pero el carretero era, en efecto, un buen hombre que se alegraba siempre de poder hacer un favor; as pues, acogi con mucho gusto al to Joseph. Adems, como consideraba la discrecin regla esencial de la cortesa, se abstuvo de hacerle la menor pregunta. Por otra parte, el seor Chandler no era muy hablador; pero apenas se puso de nuevo en marcha el carromato, cuando el digno carretero tuvo que sufrir el inesperado choque de una conferencia. -La mezcla de cajas y paquetes que contiene su carro -dijo inmediatamente el forastero-, as como la excelente yegua flamenca que nos conduce me hacen conjeturar que ejerce usted el empleo de carretero, en ese gran sistema de transportes pblicos que a pesar de todas sus deficiencias, son la honra de nuestro pas. -S, seor -respondi vagamente el seor Chandler, que no saba en realidad lo que deba responder-. Pero el establecimiento de los paquetes postales ha hecho mucho dao a los de nuestro oficio. -Soy un hombre libre de preocupaciones -continu Joseph Finsbury-. En mi juventud he hecho numerosos viajes, y jams hallaba nada demasiado pequeo para mi curiosidad. En mis viajes por mar he estudiado los diferentes nudos marinos y he aprendido todos los trminos tcnicos. En Npoles aprend a guisar los macarrones; en Cannes me puse al corriente de la fabricacin de frutas confitadas. Jams he ido a or una pera sin haber comprado antes el libreto y hasta sin haberme familiarizado un poco con los principales pasajes, tocndolos con un solo dedo en el piano. -Debe usted haber visto muchas cosas, caballero! -dijo el carretero arriando su bestia. -Sabe usted cuntas veces se halla citada la palabra ltigo en el Antiguo Testamento? -repuso el conferenciante-. Si mi memoria no me es infiel, est citada 147 veces. -De veras, caballero? -dijo el seor Chandler-. He ah una cosa que jams hubiera credo! -La Biblia contiene tres millones quinientas una mil doscientas cuarenta y nueve letras. En cuanto a los versculos, tiene ms de dieciocho mil. La Biblia ha tenido numerossimas ediciones y el primero que la introdujo en lnglaterra fue Wicliff, hacia el ao 1300. La llamada Paragraph bible es una de las ediciones ms conocidas y debe su nombre a hallarse dividida en prrafos. El carretero se limit a responder secamente que era muy posible y consagr su atencin a la empresa ms familiar de evitar el choque con una carreta de heno que caminaba en sentido contrario, tarea bastante difcil, por otra parte, porque la carretera ere estrecha y tena una cuneta a cada lado. Una vez evitado felizmente el encuentro con la carreta, exclam el seor Finsbury: -Veo que lleva usted las riendas con una sola mano: Debera usted llevarlas con las dos. -Hombre, sa s que es buena! -exclam desdeosamente el carretero. -Lo que le digo a usted es un hecho cientfico -repuso el seor Finsbury- y se funda en la teora de la palanca, que es una de las ramas de la mecnica. En esta parte de la ciencia existen hoy unos muy interesantes y baratos libritos que un hombre de clase debera leer con gran provecho. Temo que no haya usted practicado mucho el gran arte de la observacin! Hace cerca de media hora que estamos juntos y no le he odo a usted emitir un solo hecho! Es, en verdad, un grave defecto, amigo mo! As, por ejemplo, no s si al pasar cerca de la carreta de heno observ usted hace un momento que haba echado hacia la izquierda. -Pues ya lo creo que lo he observado! -exclam el seor Chandler, que empezaba a amoscarse-. El carretero me hubiera hecho multar si no hubiera tomado la izquierda! -Pues bien, en Francia -continu el anciano-, y aun creo que en los Estados Unidos, hubiera usted tenido que tomar hacia la derecha. -Eso s que no! -declar indignado el seor Chandler-. Le juro a usted que hubiera tomado a la izquierda! -Observo -continu el seor Finsbury, no dignndose responder a esto-, que remienda usted los arreos con hilo grueso. Siempre he protestado contra la negligencia y la rutina de las clases pobres en Inglaterra. En una alocucin que pronunci cierto da ante un pblico ilustrado... -No los remiendo con hilo grueso -interrumpi frescamente el carretero-, sino con bramante. -He sostenido siempre -repuso el anciano- que en su vida privada y domstica las clases inferiores de este pas son imprevisoras, rutinarias y nada inteligentes. As, para no citar ms que un ejemplo... -Qu diablos entiende usted por clases inferiores? -grit el seor Chandler-. Usted s ques una clase inferior! Si hubiera sabido que era usted un aristcrata de tal calibre, no le hubiera dejado montar en mi carro! Estas palabras las pronunci con una entonacin lo ms desagradable del mundo: evidentemente aquellos dos hombres no haban nacido para entenderse. Aun tratndose de un hombre tan locuaz como el seor Finsbury, no haba que pensar en prolongar la conversacin. El anciano se limit a calarse ms la visera de la gorra con ademn resignado; despus de lo cual, sacando del bolsillo un cuadernito y un lpiz azul, no tard en entregarse a las delicias de la estadstica. El carretero, por su parte, se puso a silbar con energa. Si de vez en cuando echaba una hojeada a su compaero, era con una mezcla de triunfo y de temor: de triunfo, porque haba logrado poner un dique a su flujo de palabras; de temor, porque tema que de un momento a otro se reanudase dicho flujo. Hasta un verdadero aguacero, un chubasco que cay bruscamente sobre ellos y ces tambin de repente, lo pasaron sin chistar y de este modo entraron en silencio en la ciudad de Southampton. Haba llegado la noche y brillaban los escaparates de las tiendas en las calles de la vieja ciudad: en las casas particulares alumbraban los quinqus la comida nocturna. El seor Finsbury empez a pensar con complacencia en que iba a poder instalarse en una habitacin donde no pudiese turbar su tranquilidad la vecindad de sus sobrinos. Orden cuidadosamente sus papeles, se los meti en el bolsillo, tosi para aclararse la voz y lanz al seor Chandler una mirada vacilante. -Tendra usted la amabilidad -se atrevi a decir- de indicarme una posada? El seor Chandler reflexion un momento. -Convendra la Posada de las Armas de Tregonwell? -dijo. -Me conviene perfectamente -dijo el anciano-, si la casa es limpia y poco costosa y si est habitada por gente corts. -Oh, no pensaba en usted! -repuso ingenuamente el seor Chandler-, sino en mi amigo Watts, el posadero. Es un antiguo amigo que me ha prestado muy buenos servicios y me pregunto ahora si debo, en conciencia, enviar a un hombre tan bueno un cliente como usted, que es capaz de matarle con sus explicaciones. S, me pregunto si obro bien -aadi el seor Chadler, con el acento de un hombre a quien atormentan graves escrpulos de conciencia. -Oiga usted lo que le digo -dijo el anciano-. Ha tenido usted la amabilidad de conducirme gratis en su carro, pero eso no le autoriza a hablarme de esa manera. Tome usted un cheln por su trabajo. Adems, si no quiere usted conducirme a las Armas de Tregonwell, ir a pie y santas Pascuas! El vigor de este apstrofe intimid al seor Chandler. Murmur algo parecido a una excusa, dio vueltas al cheln entre sus dedos, ech su carruaje en silencio por una callejuela, luego por otras, y se detuvo al fin ante las ventanas vivamente iluminadas de una posada. Sin dejar su asiento, grit: -Watts! -Es usted, Jem? -grit una voz amistosa desde el fondo de la cuadra-. Entre usted a calentarse, amigo mo! -Oh, gracias! Me detengo slo un minuto, al paso para dejar aqu a un Seor anciano que busca posada. Pero le advierto que tenga cuidado con l! Es peor que un miembro de la Liga antialcohlica. Trabajo le cost bajarse al seor Finsbury, porque la larga inmovilidad en el pescante le haba entumecido y adems se resenta an de la sacudida de la catstrofe. El excelente seor Watts, a pesar de la advertencia del carretero, le recibi con perfecta cortesa y le hizo entrar en la salita del fondo, donde haba excelente fuego en la chimenea. No tard en ser servida la mesa en aquella misma salita, y el anciano se vio invitado a sentarse ante un ave estofada, que pareca estarle aguardando desde haca varios das, y ante un jarro de cerveza recin sacada del tonel. Aquella cena le devolvi todo su vigor, de suerte que, cuando acab de comer fue a instalarse ms cerca del fuego, y empez a examinar a las personas sentadas en las mesas inmediatas. Haba all una docena de bebedores de edad madura en su mayor parte y pertenecientes todos ellos a la clase obrera, segn pudo observar con satisfaccin Joseph Finsbury. El viejo conferenciante haba ya tenido ocasin de notar dos de los rasgos ms caractersticos y constantes de los hombres de dicha clase, a saber: su afn por saber hechos menudos, inconexos, y su aficin a las disensiones absurdas. As fue que nuestro amigo resolvi inmediatamente pagarse, antes de que terminase aquel memorable da, el saludable goce de una alocucin. Sac los anteojos de su funda, se los asegur en la nariz y, tomando un lo de papeles que llevaba en el bolsillo, los extendi ante s sobre la mesa. Desdobllos y los aplast con ademn complaciente. Ya los levantaba hasta la altura de su nariz, evidentemente satisfecho de su contenido; ya, frunciendo las cejas, pareca absorto en el estudio de algn detalle importante. Una ojeada furtiva en torno suyo le bast para asegurarle el xito de su maniobra; todos los ojos se haban vuelto hacia l, las bocas estaban abiertas y las pipas descansaban sobre las mesas; los pjaros haban cado en el garlito. La entrada del seor Watts en aquel mismo instante suministr al orador materia para su exordio. -Observo, seor mo -dijo dirigindose al posadero, pero con una mirada alentadora para el resto del auditorio, como si hubiera querido darles a entender que su confidencia se diriga a cada uno de ellos-, observo que algunos de estos seores me consideran con curiosidad y, en efecto, es poco comn ver a un hombre ocupado en investigaciones intelectuales en la sala pblica de una taberna. Pero no he podido prescindir de releer ciertos clculos que hice esta maana mismo, acerca del coste medio de la vida en este pas y en otros muchos. Intil creo decir que es ste un punto por dems interesante para los representantes de las clases laboriosas. He hecho este clculo conforme a una escala de rentas que va desde ochenta a doscientas libras por ao. La renta de ochenta libras no ha dejado de causarme bastante embarazo, por eso las cifras que a la misma conciernen no son enteramente rigurosas, porque por ejemplo, los diferentes modos que hay de lavar la ropa, bastan para producir serias diferencias en los gastos generales. Por lo dems, voy a pedir a ustedes que me permitan leerles el resultado de mis observaciones, y confo en que no tendrn ustedes inconveniente en indicarme los ligersimos errores que haya podido cometer, ya por negligencia, ya por insuficiencia de datos. Empezar, seores por la renta de ochenta libras. Dicho esto el anciano, tan despiadado para con aquellos pobres diablos como si hubieran sido animales, solt el flujo de sus fastidiosas e ineptas estadsticas. Para cada renta daba nueve versiones sucesivas y transportaba sucesivamente a su imaginario personaje a Londres, a Pars, a Bagdad, a Spitzbergen, a Basorah, a Cork, a Cincinnati, a Tokio y a Nijni Novgorod. No se asombrar nadie si digo que sus oyentes de Southampton se acuerdan an de aquella velada como de la ms mortalmente fastidiosa de su vida. Mucho antes de que el seor Finsbury llegase a Nijni Novgorod, en compaa de un hombre absolutamente ficticio, poseedor de una renta de cien libras, todo su auditorio se haba ido eclipsando discretamente, a excepcin de dos viejos borrachos y del seor Watts, que soportaba estoicamente su fastidio, con admirable valor. A cada momento entraban nuevos clientes, pero apenas servidos, se apresuraban a tragar su cerveza y a marcharse a otra taberna. Slo el seor Watts lleg a saber lo que poda costar en Bagdad la vida de un hombre poseedor de una renta de doscientas cuarenta libras. Y apenas esta entidad imaginaria acababa de trasladarse a Basorah, cuando el mismo posadero, no obstante su valor, tuvo que abandonar la sala. Despus de las mltiples fatigas del da, el seor Finsbury durmi profundamente. Levantse al da siguiente a eso de las diez, y tras un excelente desayuno, pidi al criado la cuenta. Entonces ech de ver una verdad que muchos otros han comprobado: descubri que pedir la cuenta y pagarla eran dos cosas muy distintas. Los detalles de dicha cuenta eran por lo dems, en extremo moderados, y el conjunto no exceda de cinco o seis chelines. Pero por mucho que el anciano registr sus bolsillos con el mayor cuidado, el total de su fortuna, por lo menos en metlico, no pasaba de un cheln y nueve peniques. Hizo, pues, llamar al seor Watts. -He aqu -dijo al posadero- un cheque de ochocientas libras pagadero en Londres. Temo no cobrar su importe antes de un da o dos, a no ser que usted mismo pueda descontrmelo. El seor Watts tom el cheque y lo examin y palp repetidas veces. -Dice usted que tendr que esperar un da o dos? -exclam al fin-. No tiene usted otro dinero? -Tengo un poco suelto -respondi Joseph-, apenas algunos chelines. -En ese caso puede usted enviarme el importe de mi cuenta. Me fo de usted! -Para hablarle con franqueza -continu el anciano-, siento tentaciones de prolongar mi estancia aqu. Necesito dinero para continuar mi viaje. Si necesita usted diez chelines los tengo a su disposicin -repuso obsequiosamente el seor Watts. -No, gracias -dijo Joseph-. Me parece que voy a decidirme a quedarme algunos das en su casa y hacer que me descuenten el cheque antes de partir. -Lo que es en mi casa no se quedar usted ni un da ms! -exclam el seor Watts-. No pasarusted otra noche en las Armas de Tregonwell! -Pues yo me propongo permanecer en su casa! -repiti el seor Finsbury-. Las leyes de mi pas me dan derecho a permanecer aqu. Hgame usted salir a la fuerza, si se atreve! -En ese caso pague usted su cuenta! -dijo el seor Watts. -Tome usted esto! -grit el anciano, ponindole en la mano el cheque negociable. -Este no es dinero legal! -respondi el seor Watts-. Va usted a salir de mi casa y ms que de prisa! -No me sera posible expresar a usted el desprecio que me inspira, seor Watts! -replic el anciano, comprendiendo que tena que someterse a las circunstancias-, pero en tales condiciones advierto a usted que me niego a pagar su cuenta! -Poco me importa la cuenta! -respondi el seor Watts-. Lo que necesito es que se marche usted de aqu. -Pues bien, seor mo, quedar usted satisfecho! -dijo enfticamente el seor Finsbury-. Despus, cogiendo su gorra de visera puntiaguda, se la encasquet en la cabeza-. Siendo usted tan insolente como es -aadi-, no tendr usted tal vez a bien indicarme la hora del primer tren que sale para Londres. -Oh, caballero, hay un excelente tren dentro de tres cuartos de hora! -replic el posadero, recobrando su amabilidad y con mayor obsequiosidad que la que emple antes al ofrecerle los diez chelines-. Puede usted tomarlo tranquilamente! La situacin de Joseph era harto embarazosa. Por una parte hubiera preferido evitar la lnea principal de Londres, porque tema seriamente que sus sobrinos se hallasen emboscados en la estacin, acechando su llegada, para apoderarse de l; pero por otra parte deseaba tomarla y hasta le era absolutamente indispensable, a fin de cobrar el cheque antes de que sus sobrinos pudiesen oponerse a ello. Resolvi, pues, tomar el primer tren. Slo quedaba una dificultad: el ver cmo se arreglara para pagar el billete. Joseph Finsbury tena casi siempre las manos sucias, y dudo mucho que al verle, por ejemplo comer, le hubiese nadie tomado por un caballero. Pero tena algo ms que la apariencia de un caballero; haba en su persona cierto no s qu de digno y seductor a la vez, que, por poco que l pusiese de su parte, no dejaban nunca de causar efecto. Cuando, aquel da, se dirigi al jefe de estacin de Southampton, su reverencia fue verdaderamente oriental; el pequeo despacho del jefe de estacin pareci de repente trocado en un bosque de palmeras en que el simn y el ruiseor persa... Pero dejo a aquellos de mis lectores que conozcan el Oriente mejor que yo, el cuidado de proseguir y completar esta metfora. El traje del anciano predispona adems en su favor; el uniforme de sir Faraday Bond, por muy incmodo y vistoso que fuese, no poda seguramente pasar por traje propio de caballeros de industria. Y la exhibicin de un reloj y sobre todo de un cheque de ochocientas libras, consumaron la obra iniciada por los excelente modales de nuestro hroe; de suerte que, un cuarto de hora ms tarde, cuando lleg el tren de Londres, el seor Finsbury fue recomendado al conductor de tren por el jefe de estacin y respetuosamente instalado en un coche de primera. Mientras que el anciano caballero esperaba la salida del tren, fue testigo de un incidente, de poca importancia al parecer, pero que deba ejercer una influencia decisiva sobre los destinos ulteriores de la familia Finsbury. Arrastraron por el andn una docena de mozos un gigantesco bulto, y con gran trabajo lo colocaron en el furgn de los equipajes. Con frecuencia el historiador tiene la consoladora misin de llamar la atencin de sus lectores acerca de los designios o (con perdn sea dicho) de los artificios de la Providencia. En aquel furgn de equipajes que conduca a Joseph Finsbury desde Southampton a Londres, se hallaba, por decirlo as, el huevo de esta novela en estado de incubacin. La enorme caja iba dirigida a cierto William Den Pitman en la estacin de Waterloo y el bulto que a su lado se hallaba en el furgn era un slido tonel, de regulares dimensiones, muy cuidadosamente cerrado, y que llevaba el siguiente letrero: Seor Finsbury, 16 John Street, Bloomsbury, porte pagado. La yuxtaposicin de estos dos bultos era un reguero de plvora ingeniosamente preparado por la Providencia; slo faltaba una mano infantil que le prendiese fuego. 4. UN MAGISTRADO EN UN FURGON DE EQUIPAJES La ciudad de Winchester es conocida por su catedral, su obispo (que desgraciadamente muri hace lgunos aos a consecuencia de una cada de caballo, aunque todo induce a creer que debe haber sido reemplazado hace ya tiempo), su colegio, su variado surtido de militares y su estacin, por donde pasan infatigablemente los trenes ascendentes y descendentes de la lnea London and South Western. Estas diversas circunstancias no hubieran dejado ciertamente de influir sobre el nimo de Joseph Finsbury, cuando el tren que le conduca a Londres se detuvo algunos instantes en la estacin susodicha; pero el buen viejo se haba quedado dormido apenas sali de Southampton. Su alma, abandonando momentneamente el vagn, se haba visto transportada a un cielo lleno de espaciosas y pobladas salas de conferencias, donde se sucedan los discursos hasta lo infinito. Entretanto, su cuerpo descansaba sobre los almohadones del vagn, con las piernas encogidas y con la gorra echada hacia atrs, mientras que su mano estrujaba contra el pecho un nmero del Lloyd's Weekly Newspaper. Abrise la portezuela y entraron dos viajeros que se apresuraron a salir inmediatamente. Sin embargo, bien sabe Dios que no les haba sobrado el tiempo para tomar el tren! Haban llegado en un tndem a toda velocidad, se haban precipitado con furia al despacho de billetes y, continuando su desordenada carrera, haban llegado al andn en el momento en que la mquina lanzaba los primeros ronquidos precursores de la marcha. Hallaron a su alcance un solo departamento y a l subieron precipitadamente; el de ms edad se haba ya instalado en uno de los asientos cuando not la presencia del anciano Finsbury. -Dios mo! -exclam-, mi to Joseph! No hay medio de quedarse aqu! Baj precipitadamente, atropellando casi a su compaero y se apresur a cerrar la portezuela. Momentos despus se hallaban ambos individuos instalados en el furgn de los equipajes. -Por qu diablos no ha querido usted permanecer en el vagn de su to? -pregunt el ms joven de los viajeros, mientras se limpiaba el sudor con el pauelo-: cree usted que no le habra permitido fumar? -oh, no! No creo que le moleste el humo! -respondi el otro-. Por otra parte aseguro a usted que mi to Joseph no es un cualquiera! Es un caballero muy respetable, ha estado interesado en el comercio de cueros, ha hecho un viaje al Asia Menor, es un soltern y hombre de bien, pero tiene una lengua, querido Wickham, que se le puede regalar a cualquiera. -Vamos, es un murmurador maldiciente! -indic Wickham. -De ninguna manera! -respondi el otro-. Es sencillamente un hombre dotado de un extraordinario talento para fastidiar a cuantos le rodean. En fin, es un hombre espantosamente latoso. Puede que en una isla desierta acabase uno por acostumbrarse a su trato. Pero lo que es en ferrocarril, ni por pienso; quisiera que lo oyera usted discurrir acerca de Tonti, ese siniestro idiota que invent las tontinas! Una vez que se le da cuerda no acaba! -Pero, en realidad -dijo Wickman-, usted se halla tambin interesado en esa historia de la tontina Finsbury, de que han hablado los peridicos. -No haba pensado en ello! -Pues bien -repuso el otro-, sepa usted que ese animal que duerme ah junto a nosotros, representa para m cincuenta mil libras. Por lo menos, su muerte representara para m esa cantidad. Y estaba ah dormido sin que nadie ms que usted pudiera vernos! Pero lo he respetado, porque empiezo decididamente a ser un verdadero conservador. Entretanto, el seor Wickham, contentsimo con hallarse en un furgn de equipajes, iba de ac para all, como una mariposa aristocrtica. -Hombre! -exclam-; aqu hay algo para usted! Seor M. Finsbury. 16, John Street, Bloomsbury, Londres. Aqu no hay duda posible, M., o sea Michael, es un tunante, que tiene dos domicilios en Londres. -Oh, ese bulto debe ser, sin duda, para Maurice! -respondi Michael desde el otro extremo del furgn, donde se haba tendido cmodamente sobre unos fardos-. Es un primo mo, a quien no detesto, seguramente, aunque me tiene un miedo horrible. Vive en Bloomsbury, y tengo entendido que est formando una coleccin muy particular de huevos de pjaro, de botones de polainas o, en fin, de otra cosa enteramente idiota, que he olvidado. Pero Wickham no le oa ya. Habasele ocurrido una idea magnfica. -Por San George! -deca para s-; sta es una broma de primer orden! Si con el auxilio de mi navaja y de las tenazas que veo ah cerca pudiera cambiar los letreros, enviara un bulto en lugar de otro. En aquel momento, el guardin del furgn, que haba odo la voz de Michael Finsbury, abri la nuerta de su garita, y les dijo: -Mejor estaran ustedes aqu! Los dos viajeros le haban explicado el motivo de su intrusin. -Viene usted, Wickham? -pregunt Michael. -No, gracias! Me divierto brbaramente en el furgn! -respondi el joven. De esta suerte, habiendo entrado Michael en la garita con el guardin y cerrada la puerta de comunicacin, qued solo el seor Wickham entre los equipajes, con amplia libertad para divertirse a su antojo. -Hemos llegado a Bishopstoke, caballero! -dijo el guardin a Michael, un cuarto de hora ms tarde, al llegar el tren a la prxima estacin-. Aqu para el tren tres minutos, y podrn ustedes fcilmente hallar asiento en un vagn. El seor Wickham, a quien hemos dejado hace poco disponindose a jugar una mala partida cambiando los letreros de algunos bultos, era un caballero joven, muy rico, de aspecto agradable, y cuyo inquieto espritu andaba siempre buscando ocupacin. Pocos meses antes, hallndose en Pars, se haba visto expuesto a una serie de estafas por parte del sobrino de un hospodar de Valaquia, el cual resida (naturalmente por causas polticas) en la alegre capital francesa. Un amigo comn, a quien confi su apuro, le recomend que se dirigiese a Michael Finsbury y, en efecto, apenas se puso ste al corriente de los sucesos, tom inmediatamente la ofensiva, cay sobre el flanco de las fuerzas de Valaquia, y en el espacio de tres das tuvo la satisfaccin de obligar a stas a retirarse allende el Danubio. No nos proponemos seguirlas en su retirada, que se verific bajo la paternal vigilancia de la polica. Nos limitaremos a aadir que libre, de esta suerte, de lo que l se complaca en llamar la atrocidad blgara, el seor Wickham, vulvi a Londres, animado de los ms vivos y entusiastas sentimientos de gratitud y admiracin hacia su abogado. Este no corresponda ciertamente a ellos, y hasta experimentaba cierta vergenza con la amistad de su nuevo cliente, y slo despus de numerosas negativas se haba resignado, al fin, a ir a pasar un da en Wickhammanor, la casa solariega de su joven cliente. Consumado este sacrificio, su husped volva con l para acompaarle hasta Londres. Un pensador juicioso (probablemente Aristteles) ha hecho notar que la Providencia no desdea emplear para sus fines hasta los instrumentos ms humildes; lo cierto es que el escptico ms empedernido, no pudra menos de reconocer que Wickham y el hospodar vlaco eran instrumentos preparados y elegidos desde la eternidad, por la Providencia. Deseoso de aparecer a sus propios ojos como una persona llena de inteligencia y de recursos el joven caballero (que ejerca en su condado natal las funciones de magistrado) apenas qued solo en el furgn, cay sobre los letreros de los bultos con todo el celo de un reformador. Y cuando en la estacin de Bishopstoke, sali del furgn de los equipajes para instalarse con Michael Finsbury en un vagn de primera clase, su rostro resplandeca a la vez de satisfaccin y de cansancio. -Acabo de dar una broma soberbia! -no pudo menos de decir a su abogado. Despus, sintiendo de pronto algn escrpulo, aadi: -Dgame usted, corro peligro de perder mi puesto de magistrado por una broma insignificante e inofensiva? -Amigo mo -respondi distradamente Michael-, ms de una vez le he predicho a usted que acabara en la horca! 5. GIDEON FORSYTH Y LA CAJA MONUMENTAL He dicho ya que, en Bournemouth, Julia Hazeltine tena a veces ocasin de hacer nuevas amistades. Verdad es que apenas si haba tenido tiempo de tratar un poco a sus nuevos conocidos, cuando volvan a cerrarse tras ella las puertas de la casa de Bloomsbury hasta el verano siguiente. Sin embargo, estas relaciones efmeras no dejaban de ser una distraccin para la pobre muchacha, prescindiendo adems de la provisin de recuerdos y esperanzas que le suministraban. Ahora bien, entre los personajes que de esta suerte haba enoontrado en Bournemouth el verano anterior, hallbase un abogado joven, llamado Gideon Forsyth. La tarde misma del da memorable en que el magistrado Wickham se haba divertido en cambiar los letreros de los bultos, un soador y aun melanclico paseo haba llevado, como por casualidad, al seor Forsyth a la acera misma de John Street, en Bloomsbury, y precisamente a la misma hora, esto