cadol eduardo - la se§orita raimunda

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Cadol Edward, nacido11 de febrero de 1831en París y murió1 st 06 1898en Asnières 1, es un dramaturgo y novelista francés.

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  • L A S E O R I T AR A I M U N D A

    E D U A R D O C A D O L

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    Traduccin de Luis Almerich

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    LA SEORITA RAIMUNDA

    I

    "Seor don..."A causa de un luto de familia, el seor y la se-

    ora de Tilloy tienen el honor de comunicarle elaplazamiento de la boda de su hija Alina con el jo-ven Rogerio Prvallon, que deba verificarse elmartes, 28 de abril de 18... en la iglesia de NuestraSeora de los Campos."

    Los peridicos parisienses, por otra parte, entresus correspondencias regionales, publicaban la si-guiente:

    "INDRE Y CHER. -Nos escriben de Ferguson:

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    "El seor de P, notario de Prefectura, tenientede alcalde, presidente del Consejo del distrito, dele-gado cantonal, Caballero de la Legin de Honor, hadesaparecido de esta poblacin, dejando un dficitconsiderable. El suceso ha producido gran conster-nacin en todas las clases de la sociedad fergusona,entre la cual el seor de P gozaba de ilimitadaconfianza."

    Cuando se hizo saber a la novia que en realidadno exista tal aplazamiento, sino que se trataba deuna ruptura definitiva, Alina se ech a llorar.

    El seor de Tilloy reprendila severamente.-Pero, pap -objeto la joven; -si el to de Rogerio

    ha procedido incorrectamente, qu culpa tendr enello mi futuro esposo?

    La seora de Tilloy declar que la objecin erainconveniente en grado sumo; y, para ofrecer la me-dida exacta de su indignacin, levant los brazos enalto y elev sus ojos, grandes y animados, al cielo.El seor de Tilloy, que hablaba al mismo tiempoque su esposa, insisti en sus sermones, tratando asu hija de desvergonzada y prometiendo infligirle elms contundente castigo si segua lloriqueando. Pe-ro la amenaza no surti el efecto apetecido, antes al

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    contrario, Alina mostrse ms inconsolable, msllorosa an, tanto; que su madre, encolerizada, y supadre, indignado, le ordenaron que se encerrara ensus habitaciones, prohibindole terminantementeque volviera a pensar en el seor de Prvallon, y,sobre todo, que pronunciara jams el nombre deRogerio.

    Pero... que demonio! No haban procedido conjusticia.

    Al fin y al cabo, no haba partido de Alina la ini-ciativa del proyectado matrimonio. Si haba soadoen l, si lo haba deseado, debase a sus parientes,que pusieron empeo en conseguirlo.

    Ellos fueron los que hablaron a los esposos Ti-lloy de un joven que conocan y que, a juicio suyo,habra de convenir a la seorita de Tilloy. Y los pa-dres de Alina, ni cortos ni perezosos, buscaron, in-quirieron, preguntaron... No haba duda: Rogerioperteneca a una excelente familia; su padre, coronelretirado y, por mritos de guerra, condecorado so-bre el mismo campo de batalla, era hombre meticu-loso y severo de por s, que saba poner por encimade todas las virtudes el sentimiento del honor.

    Esto ya era mucho en el catlogo de las in-vestigaciones, pero existan an ms y mejor: el jo-

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    ven Rogerio, que posea una cuantiosa fortuna, he-redada de su madre, tena amor al trabajo; estimabaque haba venido al mundo para algo ms que paravagar sin fruto, y se dedicaba, con no escaso acierto,a trabajos literarios sobre economa poltica e in-dustrial, que merecan elogios cumplidsimos y jus-tos.

    Y como si esto fuera poco, averiguaron que Ro-gerio de Prvallon era mozo de todas prendas, co-mo corresponde a joven de esmerada educacin, yque una a tan altos mritos un buen humor envi-diable. Remate de tan soberbias dotes fue su foto-grafa que, con retoques o no -avergelo Vargas-puso de manifiesto una figura gallarda, esbelta, ele-gante, con cierto desaire de buen tono, que vena aavalorar un rostro bien parecido.

    -Y la salud?-Un roble!A qu pedir ms?Por esta vez, los esposos Tilloy; que andaban

    siempre a la grea, enfrascados en ftiles querellas,gracias a haber encarnado el espritu de la contra-diccin en la seora de Tilloy, de suyo dispuesta entoda ocasin a contrariar a su marido, estuvieron deacuerdo. La seora de Tilloy, que gustaba de ir

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    siempre contra la corriente, aun a trueque de des-mentir lo que antes hubiese sostenido, reconocicon su esposo -oh, milagro de adaptacin conyu-gal!- que Rogerio era el yerno deseado, esto sin con-tar con que los Prvallon, sin que su abolengo seremontara a los tiempos de Carlomagno, eran dems esclarecida estirpe que los Tilloy, de cuyos as-cendientes recordbase slo al bisabuelo, mesoneroen Chauny (Aisne), que as alojaba amablemente y aprecio mdico peatones como caballeros.

    Apenas los Tilloy dieron cuenta de su impresina los entrometidos que metieron baza en el asunto, attulo de curiosos, stos prepararon una entrevistade los jvenes, por medio de una comida que a suscostas dieron a las dos familias interesadas en el ca-sorio.

    Como es natural, Alina y Rogerio, si nada sabande cierto, algo debande sospechar de todo lo que setramaba a su alrededor y que no habra llegado acristalizar a no haberse informado previamente a losdos jvenes. Sin embargo, al saberlo, lo lamentaron.Eso s, dulcemente... Lo lamentaron en principio.Pero ni una ni otro pusieron reparos. Faltaba sloque se conocieran... Y, claro, nada ms legtimo.

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    Y es por ello que se les ofrecan ocasionesoportunas, mediante encuentros que se decan for-tuitos, o comidas campestres, o veladas familiares,fiestas deliciosas, donde les es permitido a los jve-nes hablar de amores y amoros, aprovechando eltorbellino de un vals o de una polca, cuyo ritmo sa-be a besos que quedaron en flor.

    Fue en una de estas ocasiones, sabiamente ama-adas, que Rogerio solicit cortsmente de Alinaque le permitiera pedir su mano en forma oficial, yaun agreg, en trminos de amorosa discrecin, queesperaba con ello darle una alegra, ya que su cora-zn enamorado crea poseer el cario de la joven.

    Alina enrojeci, cosa puesta en razn, y se turbtanto, que acert apenas a murmurar un "s", queRogerio entendi admirablemente -paradojas delamor- porque fue dicho en voz baja. Y a su vez to-cle el turno de la emocin, quedndose sin saberqu replicar. Afortunadamente, tena a Alina de lamano y se la estrech dulcemente; no era menesterms. Aquel apretn de manos equivala a miles ymiles de "gracias".

    As lo comprendi, como muchacha inteligente,la seorita de Tilloy y no cuid de disimular que erasensible a aquella muestra de cario, mucho ms

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    cuando era la primera vez que le estrechaban la ma-no de aquel modo. Y cuando, terminado el vals -demasiado pronto, a juicio de ellos,- Rogerio acom-pa a Alina al lado de su madre, saludndola conun significativo: "gracias, seorita", la joven sintique este "gracias" lo deca el mozo ms expresiva-mente que de costumbre y, levantando hasta l susojos, pagle con una sonrisa, que penetr en su al-ma como lluvia de sol.

    Oh, adorables comienzos, castos y encan-tadores! Cmo no han de recordarse luego, mstarde, al rodar de los aos?...

    Al da siguiente, sin perder tiempo, el padre deljoven, correctamente vestido, enguantado y con labarba recortada con exquisita pulcritud, presentseen casa de los seores de Tilloy, que le dispensaroncariosa acogida.

    -?-El honor es nuestro, coronel, el honor es

    nuestro!-En cuanto a la dote de mi querido hijo...-Nos es conocida, coronel; nos es conocida! Y

    de igual suma que la de Rogerio ser la dote, denuestra hija...

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    -Muy bien, muy bien! He aqu un nuevo hogar,donde nada va a echarse de menos!

    En tales condiciones -no hubo otras,- slo que-daba un requisito que cumplir: ver al alcalde y llamaral cura para proceder a las amonestaciones... Gra-cias a Dios! Pero...

    Todo en el mundo tiene su pero, y el pero de lasuspirada boda fue la ta de la seora de Tilloy, quecristiano a Alina y que no saba pasar sin ella, por lapotsima razn de que era una madrina acaudalada,que en un instante de despecho o de malhumor po-da hacer de su capa un sayo, o, lo que es lo mismo,legar sus bienes al primero que le viniese en ganas.

    As lo deca la seora de Tilloy, pero pnganloen duda. Maldito lo que le importaba a la buena se-ora que su sobrinilla anduviera o no con ganas dematrimoniar, y a buen seguro que habra mandadoal diablo a quien le hubiese propuesto frustrar talesintentos. Sin embargo, no siempre las cosas soncomo son, sino como se quiere que sean, y la seorade Tilloy juzg conveniente aguardar a que su tahubiese terminado una cura que la retena en Bour-bonneles-Bains, despus de la cual, a invitacin dela enferma, las dos familias pasaran seis u ocho se-

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    manas cerca de ella, en sus propiedades de Nor-manda.

    Y as se hizo. De esta manera, los novios, vi-viendo un mismo ambiente, bajo un mismo techo,pudieron establecer ataduras ms francas, ms lealesde lo que pudieran serlo las que crearan amigos yparientes. Inconvenientes que ofrece la intimidadentre gentes delicadas. De ah vino que cuando sehizo inevitable la separacin, para regresar a Pars,Alina observara en el rostro de Rogerio seales detristeza, que quiso borrar a fuerza de pasin y de ca-rio.

    Por qu entristecerse, a fin de cuentas, si iban averificarse los esponsales? El nombre de los dos j-venes lease en letras grandes, en un cuadro alam-brado, que colgaba de la puerta de las alcaldasrespectivas, en tanto que el domingo, desde el pl-pito, un vicario proclamara la buena nueva, pre-guntando si, por acaso, haba alguien que alegaraimpedimento para la unin de los dos enamorados...Y quin haba de alegarlo?

    Los dems no se daban tampoco punto de re-poso. Iban de un lado para otro, hacan consultas,interrogaban, y en casa de la ta la animacin crecapor momentos. Que era necesario elegir habita-

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    cin, comprar muebles, combinar los colores de ladecoracin de los salones? Vengan conferencias,cabildeos, discusiones, como si estuviera sobre eltapete un problema trascendentalsimo! Y todavano se atinaba en todo.

    -A propsito, Alina, ha elegido la estatulla debronce que ha de colocarse sobre la chimenea delsaln?

    -Viene a cuento... Ir usted, Rogerio, con ma-m, a probar el piano, en casa del fabricante? Esta-r usted all?

    -Cmo no?Por ltimo, a Dios gracias, la fecha del ma-

    trimonio qued determinada, las esquelas de parti-cipacin de enlace fueron cursadas... Ya era hora!

    Una maana, el coronel Prvallon presentse,insistiendo, a pesar de la hora, en la necesidad deconferenciar con el seor de Tilloy. El pundonoro-so militar estaba plido; tena el rostro contrado yen su guerrera no apareca la condecoracin.

    -Qu ocurre, mi querido coronel?El oficial se lo dijo sencillamente y sin rodeos:

    su hermano acababa de cometer un acto reprobable,deshonroso.

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    -Es por esto, seor -concluy, sofocando unsollozo que le ahogaba, -que le devuelvo a usted supalabra.

    El padre de Alina, cortado, aturdido, balbucialgunas vulgaridades, dejando, contra su deseo, en-trever un asomo de esperanza, aunque por cortesanicamente.

    -Hum! No, seor -replic el viejo militar, enju-gando con el revs de su mano una lgrima rebeldeque escap de sus prpados enrojecidos. -Este ca-samiento es imposible; mi hijo y yo haremos entregade todo cuanto poseemos a los acreedores de mihermano.

    Los parientes de la novia encontraron este rasgoadmirable, casi sublime, especialmente en estostiempos; pero la seora de Tilloy!

    Dos das despus, sus amigos reciban la esquelaaplazando la ceremonia.

    Ahora bien: caba censurar a Alina por sus l-grimas? No era una injusticia acusarla de in-conveniente y de desvergonzada?

    As, por lo menos, opinaba ella. Y cuando, acausa de otros sermoneos de sus padres, Alina supoque el coronel y su hijo haban quedado reducidos ala miseria para atenuar en lo posible el desastre

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    causado por su indigno pariente, sintise fieramenteorgullosa de haber inspirado una pasin sincera atan noble joven. Oh, si ella fuera mayor de edad,reclamara el derecho de participar en la bella accinque llevaban a cabo Rogerio y su padre! Y l no du-dara, ella lo esperaba. Virgen Santa! si l llegase adudar; si, desconociendo sus buenas disposiciones,fuera a suponerla con el alma seca, el espritu estre-cho...; si la imaginara insensible al dolor que lesatormentaba...

    Este pensamiento fue para la joven una torturainsufrible que la indujo, con la ms pura intencin, asalirse de las reservas que las buenas costumbresimponen a las jovencitas francesas de su edad ycondicin: a escribir a Rogerio.

    Puede suponerse fcilmente lo que ella es-cribira. Qu haba de ser sino que le amaba, infi-nitamente ms, mucho mas todava que en aquellostiempos en que su familia, consenta en sus amores,y que no haba de amar jams a otro? Esto era, porlo menos, lo que pareca desprenderse de la carta, yaque sin recurrir a frases ni galanuras literarias, pocohabran perdido su educacin ni su timidez natural,de haber dicho las cosas con precisin y claridad. Y

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    menos mal que no se olvid de firmar con todas susletras.

    No todos fueron tan severos como el seor y laseora de Tilloy. Alina tena amigas de su mismaedad, que la compadecan; y la mayor parte, since-ramente. Por el hermano de una de ellas, gran amigode Rogerio, supo que su ex novio, no contento conarruinarse, se haba comprometido a liquidar lasdeudas de su to, en un plazo determinado, a fin deque no continuase la accin judicial.

    En una palabra: haba sacrificado su vocacion,su porvenir, su dicha, la paz del hogar, pero aun hi-zo ms: acept voluntariamente el destierro a tierrasingratas, cuyo clima era poco favorable a los euro-peos.

    Qu se iba a hacer? La seorita de Tilloy sintinacer en su alma una veneracin melanclica y se-rena por su novio, veneracin que no supo contenery expres en nuevas cartas apasionadas...

    Dios mo! Recuerdo ahora que dentro del esta-do actual de nuestras costumbres, estas ma-nifestaciones son quizs algo inconvenientes...

    En todo caso, no olvidemos que existan cir-cunstancias atenuantes: Rogerio haba sido probadoy no mereca tan ruda prueba. Recordemos asimis-

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    mo que, cediendo a un arranque de sensibilidad,Alina haba resuelto continuar soltera, estimndolocomo una muestra de fidelidad hacia Rogerio o ha-cia su recuerdo, si llegaba a perecer alejado de supatria. Jams, jams se casara! Tenase por viuda, ysi el clima y las fatigas la separaban de aquel a quienella estaba segura de amar siempre, pronunciaravotos eternos, se hara hermana de la caridad, deja-ra cortar sus hermosos cabellos... sentrale bien ono la blanca toca. Dominada, por esta idea fija, nadale pareca ms fcil: esto no haba de ofrecerle difi-cultad alguna.

    Inocente! Saba, acaso, ella nada de la vida?Cmo poda prever que nuevas acometidas pater-nales la atormentaran hasta el punto de que un da,loca, cansada de luchar y de sufrir, se casara, a ojoscerrados, en un instante de desesperacin, con un"hombre cualquiera", para substraerse al martirioque le infligan sus padres, cada vez ms tiranos, ca-da vez ms crueles?

    Y ese momento lleg. Era preciso ceder oafrontar las consecuencias de un escndalo ruidoso,u otra cosa peor an: el suicidio. No haba otra so-lucin, porque el seor y la seora de Tilloy hacansu vida intolerable.

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    Aquel "cualquiera" llambase Oliverio de Bar-bazn. No era antiptico y aun si se quiere las lneasde su rostro eran correctas y agradables; tena, ade-ms, una buena cualidad: era rico; la suprema raznpara los padres de Alina. Por desgracia, Oliverio re-sultaba quizs el nico marido incapaz de consolar ala enamorada joven, de llevarla a olvidar las dulceshoras del amor perdido; el nico que, por la compa-racin -aunque sta fuese involuntaria- haca msalto, ms grande el pedestal de recuerdos sobre elcual se ergua la imagen de Rogerio.

    Era uno de esos espiritus tardos que, en unapoca de aristocracias improvisadas, se empean encreer que el ser de "sangre azul" basta para todo. Yl lo era, qu duda cabe! Los Barbazn, en muchasocasiones aliados a los Comminges, descendan porlnea femenina, de los condes de Tolosa. Su padreno haba tenido jams otro ttulo que el de archi-pmpano de Sevilla; por qu diablos Oliverio ha-ba de buscar otro ms largo? Era hombre de"calidad" y eso bastaba.

    Por lo dems, mientras no se le tratara conmezquindad, con tacaera, no haba que temer in-solencias. Al contrario, era un mozo alegre ese lti-mo retoo de los Barbazn. Quiz demasiado.

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    Ignorante como una carpa, y por contera, de unainconsciencia, de una irresponsabilidad que le pro-curaban el sueo del justo y un apetito heliogabales-co, no sabiendo qu hacer, se cas.

    Y estaba corts con su esposa, pero esto era to-do. Afeccin, cario... Ta, ta, ta! Cierto que no po-da reprochrsele su indiferencia; pero l no sabaqu eran aquellas cosas, porque, aparte de su perso-na, no sinti jams afectos por nadie. Fuera de smismo, nada poda serle interesante.

    A cambio de estos defectos, era un gentlemanacabado. En achaques deportivos, en la caza, en eltiro, no tema competencias.

    Ningn cochero habra podido envanecersecomo l de saber conducir un tronco por las callesde Pars. Sabase de memoria la geneologa de todocaballo de carreras, su peso, sus xitos, y jockeys yadiestradores tenan para l toda suerte de conside-raciones. Doctor en juegos de azar, en el Casino sele consultaba, en las jugadas dudosas, y en el bacca-rat, saba explicar maravillosamente por qu era me-nester siempre "tirar a cinco". Por aadidura, habatenido tres duelos, de los que escap enteramenteileso. Para decirlo todo de una vez: Oliverio se des-viva por continuar la historia de su casa, convertido

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    en "seor Payaso" en los circos que gustaban de lahigh-life.

    Se comprende que todo esto le ocupara muchotiempo; y as, abandonaba a su mujer, durante mesesenteros; apenas se anunciaban carreras o regatas,tanto en Inglaterra, como en Niza, como en cual-quiera de las restantes poblaciones francesas. Y trasde tales ausencias:

    -Buenos das, querida. Te distraes mucho? Esmenester que te diviertas... Quin te lo impide?

    Se hablaba de ello, indudablemente. Pero losamigos que actuaban de abogados de oficio pensa-ban engaarla repitiendo: -Posicin obliga! Es unhombre tan solicitado!

    -Adems, a buen seguro que l es el primerperjudicado al abandonar a una mujer tan linda...

    -Ah, seora!... Qu puede hacerse? El es as...No, no haba peligro, ni siquiera la sombra de

    un riesgo. Aquel cerncalo era hombre de suerte.Alina amaba a Rogerio de Prvallon y esto mismopreservaba a Oliverio de toda liviandad. Cierto queesto no haba de tranquilizar al marido, si por ca-sualidad ste tuviera noticia de las causas de su se-guridad; pero l no dudaba y estaba satisfecho,

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    bebiendo fuerte y burlando a su mujer cuanto poday en todas las clases de la sociedad.

    Lo saba ella? Vaya! Todas sus amigas, y aunmuchos de los amigos de Oliverio, se lo haban di-cho, como era de suponer: ellas, para mortificarla;ellos, con la vaga esperanza de incitar en la jovenesposa deseos de represalias... en provecho propio.

    Perdan el tiempo ambas partes; destruanse to-dos sus clculos. Conocedora de lo que ocurra,Alina pagaba todas estas confidencias con un "Uf"desdeoso, que la aliviaba. Y cuando despus de sa-berlo, vi a Oliverio, limitse a decirle:

    -Amigo mo, colocas mal, muy mal, tu con-fianza. Prueba de ello es que me han puesto al co-rriente de todas tus picardas. Si no estuviera prxi-ma a ser madre, yo te librara de m sinrecriminaciones; pero el hijo que va, a nacer me loprohibe. Y t, t te prestars a estas relacionesamistosas que me alejarn de toda suposicin de ri-validad con tus... amigas, verdad? Quiero decir quete dejo en completa libertad y que en lugar de tumujer, hallars en m una amiga, si te place, o sim-plemente la madre de tu hijo.

    Esta manera de romper el sagrado lazo, sin re-proches, sin lgrimas, sin frases violentas, sorpren-

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    di a Barbazn. Otro, habra comprendido que elnudo conyugal acababa de desatarse en el coraznde su mujer; l no vi en ello ms que una pequeatortura... quizs algo parecido al enojo que causauna caricia inoportuna. Pero si no acert a adivinartoda la serena grandeza que encerraban las palabrasde la "seora de Barbazn", se atribuy el mrito dehaberlas provocado. Crea que se deban a su in-fluencia.

    -"Quien con lobos anda, a aullar aprende"-Pens l, pavonandose.

    Su padre se mostr algo ms justo.-Vamos! -dijo. - Es una mujer valiente!Y no hubo otras lamentaciones en casa de l ni

    en casa de ella. Siguieron ambos en paz, hasta que elanuncio de un recin nacido suaviz las asperezasde ambos cnyuges y llen de alegra al padre deOliverio, que soaba constantemente con un chi-quillo, un futuro marqus de Barbazn.

    Oh, qu delicioso personaje era este viejo gen-tilhombre, poniendo todos sus pensamientos en elheredero de Barbazn y de todo cuanto a Barbaznoliera.

    Tena, sin embargo, en muchos extremos, inne-gable superioridad sobre aquel mastuerzo que Dios

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    le haba dado por hijo. Gran lector, filsofo escpti-co -aunque cumpliendo sus deberes religiosos conostentacin, para distinguirse de los "burgueses";-buen msico, inteligente en cosas de arte; sabiendoviajar y retener en la memoria lo que vea, habaconseguido escribir con facilidad de cosas vistas,con estilo un poco anticuado, pero castizo y elegan-te; burln e irnico a ratos, nadie como l haba sa-bido poner entre lneas una gentil donosura, sabro-silla y picaresca.

    Hombre de mundo adems, y siempre hombrede mundo, porque esto era innato en l, sacrific asu esposa cuanto le fue posible, y de tal modo cule-bre en malandanzas mujeriegas, que la buena seo-ra estim mejor refugiarse en el Paraso, cuyaspuertas le fueron abiertas sin reparo: su marido se lohaba hecho ganar por partida doble.

    Una sola debilidad le dominaba, una sola, peroirresistible: el fetichismo de su nombre Esto lesacaba de quicio, casi tanto como a Oliverio. Y por-que ste era su hijo, porque continuaba el nombrede los Barbazn, le admiraba; ni ms, ni menos.Cuanto ste haca, le pareca perfecto.

    Y aun cuando el joven contestara con bostezosformidables que amenazaban desencajarle las man-

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    dbulas, a los consejos del padre, el viejo marqus seenorgulleca de ello: -Es la raza el pasado que reapa-rece -pensaba. -No, no era a fe, un hombre moder-no su hijo; sus actos, sus movimientos, denunciabanen l un Barbazn de la Edad Media, perdido entrelas mezquindades de la vida actual. No haba otrocomo l para disparar un fusil, escalar una montaa,cazar un oso, cuando tena ocasin de escapar y darun paseo por los Pirineos. Y nunca fatigado, nuncaenfermo, aquel loco!... Su padre crea estar en la glo-ria.

    En casa de Alina, el seor de Tilloy estaba in-dignado, y la seora de Tilloy comparta la indigna-cin con su marido. -Ser todo lo Barbazn que sequiera, pero en realidad este hombre no es ms queun palafrenero, cuyas aficiones estaran ms en ca-rcter en la pista de un circo que en el interior de unhogar tranquilo... Villano!... Y sus costumbres? Cmo se portaba con aquella nia! Un horror, unverdadero horror!

    "Nuestra pobre Alina!..." Oliverio, sin querer,vengaba a aquella, "pobre Alina" que sus padres ha-ban tiranizado hasta que, desesperada, se cas noimporta cmo, con no importa quin.

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    -No se lamenten ustedes -responda ella;-ustedes le haban elegido, ustedes lo quisieron.

    Y a pesar de esto, Alina no les guardaba rencoralguno. Su situacin la haba hecho clarividente ycomprenda que, bien considerado, la humanidadtiene ms de estpida que de mala. Esto la aliviabaun poco; adems, saba que no haba nacido afortu-nada. Por inconscientes que fuesen, parientes y ma-rido habanla aleccionado.

    La criaturita que Alina, puso en el mundo fueuna nia. Una decepcin para Oliverio y una decep-cin irremediable, porque l mismo haba converti-do a Alina de esposa en amiga inabordable alamor...

    -Bah! Quin sabe? -dijo el viejo marqus. -Quiz esta muequita, andando el tiempo, ser msrazonable.

    Y evit discretamente ahondar ms en el asunto.Por desgracia, tuvieron mal principio los bellospropsitos del marqus, ya que comenz contra-riando a la madre, exigiendo que la nia se llamaraRaimunda. Alina encontr este nombre feo, vulgar,brbaro, inadmisible.

    La seorita Tilloy habra de ceder. Era menesterque la pequea se llamara Raimunda, por la razn

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    "perentoria" -dijo, -de que los Barbazn descendan,por lnea femenina, de Raimundo IV, conde de To-losa, que fue, como todos saben, uno de los jefesdela primera cruzada, a quien recompens el Papa en-cargando a Simn de Montfort que organizara otrapara despojar ms tarde a Raimundo VI, no menosconde de los mismos Estados de Tolosa y otros lu-gares circunvecinos.

    Y era as que, aun en las cosas ms nimias, Alinase encontraba fuera de su centro entre los Barbazn,mientras el recuerdo de Rogerio de Prvallon man-tenase intacto en su pensamiento, se embelleca, sepoetizaba a medida que el tiempo pona aos pordelante.

    Un da, Alina regresaba del bosque en su de-mi-fortune, un calesn conducido por un solo caba-llo, que era preciso contener. Pero aquel da nohaca falta este cuidado. Alina estaba sentada en elfondo, teniendo a su lado una nodriza robusta ybuena moza sobre cuyas rodillas dorma Raimunda,con su vestido cubierto de cintas.

    Magnficos trajes, tren esplndido, caballo ve-loz, cochero correctamente galoneado; nada de esto,sin embargo, haca que la seora de Barbazn sesintiese tan ntimamente orgullosa como de los son-

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    rosados mofletes de su hijita. La existencia de estania consolbala de muchas de sus aflicciones,mientras su alma apareca inundada de una beatitudindefinible, de esa placidez de espritu que sucede alas crisis que han puesto en tensin todo el sistemanervioso. Las peripecias de la lucha se olvidan, setornan vagas, se difuman y las substituye el senti-miento de un reposo, de una paz moral que parecebienhechora. Y Alina, en este estado, paseaba su mi-rada indiferente por la masa de los transeuntes quese cruzaban con ella o ante los cuales paraba rpi-damente su demi-fortune.

    Hacia el segundo tercio de los Campos Elseos,un obstculo hizo disminuir el trote del caballo, yluego parar el coche. De pronto, Alina sinti latircon fuerza su corazn al advertir un joven sentadoen una de las sillas que bordean la calzada. Este jo-ven era su novio de otros tiempos, Rogerio de Pr-vallon.

    La seora de Barbazn tuvo un instante de du-da. Rogerio estaba desconocido, avejentado, comosi sobre su cuerpo de antes pesara una carga dequince aos. Plido, encanijado, los cabellos tirandoa gris, pareca la sombra de s mismo. La enferme-

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    dad, la fiebre le haba reducido a aquel estado. Y ensu sombrero, un ancho crespn sealaba un dolor.

    Una angustia inexplicable apoderse de la jo-ven. Sin grandes esfuerzos de deduccin, Alina adi-vin las causas de la postracin del infortunadomozo. El clima de regiones lejanas, donde haba te-nido que ganar lo que reclamaban las vctimas de suto, no respet su juventud, su vigor, su robustez. Laconsuncin, la tisis quiz, le minaba. No haba espe-ranza.

    Alina no se engaaba. A estas causas unase eldolor de haberla perdido, y l no tena ya fuerzaspara resistir al mal. A qu seguir lejos de la patria?Su to nada deba ya. Por esto volvi a Francia; poresto y porque su padre deseaba morir en sus brazos.No hay que decir que el coronel le aguardaba. Llega Pars una maana y Rogerio apenas si tuvo tiempopara abrazarle, recibir su ltimo suspiro y cerrarlepiadosamente los ojos. Ni una sola frase... el ancia-no coronel no hablara ms. Con los ojos solamen-te, con una dulce y tierna mirada, el bravo militar,sonriente, le di su bendicin. Y estrechndole susmanos, abandon este mundo. Nada leg a Roge-rio... Decimos mal, s: su cruz.

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    Esto es lo que el malparado joven cont sen-cillamente a Alina, cuando se hablaron. Y no huboen ello nada de novelero, de dramtico. Ni misterio,ni intriga. Todo fue hecho a pleno da, a rostro des-cubierto.

    Si desde su coche la joven haba visto y re-conocido a Rogerio, ste la haba visto y reconocidodesde su silla. A pesar de su emocin, la salud, yAlina, tocando con su sombrilla la espalda del co-chero, indicle que se detuviese al borde de la acera.

    Rogerio se levant y se acerc a ella. En presen-cia de la nodriza, slo se atrevieron a pronunciarunas cuantas generalidades.

    -Puesto que se dispone usted a partir -dijo la se-ora de Barbazn al terminar -puedo pedirle quevenga a despedirse?

    Rogerio ofreci hacerlo.-Maana, quiera usted, seor de Prvallon?-Maana, seora.-Le esperar a usted a partir de las diez. El se

    inclin; ella le tendi la mano, y en la forma cmoestrech la suya, pudo Rogerio convencerse de queel cario exprespdo en las cartas de Alina no habasufrido alteracin alguna.

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    Sus cartas! Era para restituirlas a su duea, quel haba accedido a ir a su casa, puesto que no secrea con derecho a guardarlas ni a destruirlas. Sa-biendo que no se encontraba lejana su ltima hora,quera que Alina estuviese tranquila respecto a sucorrespondencia. Pudo llegarse a esto fcilmente,por fortuna; de no ser as, l se habra ingeniado pa-ra conseguirlo.

    Presentse Rogerio a la hora convenida y en-treg su tarjeta a un sirviente. Alina le recibi sinprecaucin de ningn gnero, y en la entrevista, quedur largo rato, no hubo nada que diera pie a des-pertar la curiosidad de los criados ni a provocarsuspicacias peligrosas.

    Oliverio veraneaba entonces en casa de uncierto barn de Fontne, cuya mujer lindsima tena"un chic" extraordinario. De este modo pudo Roge-rio visitar varias veces a Alina, y siempre con elmismo comedimiento, antes de emprender su viaje.

    Seguramente, si se les hubiera escuchado tras deuna puerta, habran sorprendido sus conver-saciones, pero ninguno de los criados pens si-quiera en ello. "Este seor" iba all, como todo elmundo; su vestido, sus maneras, eran las de todapersona en visita. Se saba que vena de lejos y que

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    se dispona a marchar otra vez, despus de haberarreglado no se sabe qu, de la herencia de su padre.Adems, estaba tan enfermo! Subir las escalerasrale un tormento, y cuando empezaba a toser dabalstima. Una vez vieron que llevaba el pauelo a suslabios y que lo apartaba manchado de sangre. "Po-bre seor! Est dando las boqueadas!"

    La ltima vez que fue a casa de Alina le anuncique dejara Pars aquella misma tarde, tomando untren que sala para San Nazario. Largo tiempo estu-vieron aparentemente serenos, uno frente del otro.Aquellas dos existencias malogradas, perdidas, lle-nas de hiel, procuraban dominar su infortunio, ven-cerlo, ser ms fuertes; se lo haban dicho ya todo;conocan hora por hora las fases de su vida, despusde su separacin, y ambos tenan conciencia exactade su situacin. Se sentan seguros de s mismos,sobrado poderosos para ver un nudo ms en la in-justicia que los haba separado. Pero cuando Roge-rio se levant para despedirse y cuando pronuncila terrible palabra: "Adis!", Ana cedi impotente,al dolor que la ahogaba y derramando ardientes l-grimas, se arroj en brazos del joven.

    Va usted a morir... Ah! Cmo le envidio a us-ted, Rogerio! Esto ser para usted una liberacin,

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    mientras que para m ser una esclavitud eterna, unahumillacin, una sujecin a unos deberes repug-nantes, detestados... Al menos, spalo usted, amigomo: Yo no puedo amar a otro! Quiero convencerlede la fidelidad de mi amor, fidelidad que es mi glo-ria, mi alegra y que va a ser el consuelo de no ha-berle pertenecido.

    Estrechle luego contra su corazn, y, como lavspera de su desastre, besle en la frente.

    -Te amo! -murmur.

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    II

    Hemos dicho en el captulo precedente, que elseor barn de Fontne posea una esposa dotadade un "chic extraordinario". Esta era, por lo menos,la agradable reputacin de que ella gozaba en el"boulevard"; o, lo que es lo mismo, entre la munda-na plyade que se engalana con el ttulo de "alta so-ciedad", en aras de su capricho.

    Antes, la cualidad de "parisiense" bastaba a le-gitimar la ltima opinin de su propia superioridadsobre todos los provincianos y, aun sobre los ex-tranjeros; pero cuando Pars ha perdido su carcterlocalista y ha pasado a ser la patria mundial, la cua-lidad excelsa es la de "boulevadier". Este es el findel fin de todas las cosas; suprema distincin que

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    arranca desde la suela de los zapatos y llega hasta lacoronilla,... En una palabra: la nata y flor.

    El bulevar no tiene punto fijo, depende de latemporada, y unas veces lo vemos en las playasnormandas, otras en Niza, Luchn, en el Interlaken,en todos aquellos sitios que frecuenta la llamada"alta sociedad". Y de ah que el "chic extraordina-rio" de la seora de Fontene estuviera reconocido,proclamado casi universalmente.

    En cuanto al barn, algo haba de halagarlo ensu vanidad tal reconocimiento, pero en su fuero in-terno, a buen seguro que hubiera preferido menosnotoriedad para la baronesa, en el bulevar. Y es queesta notoriedad vala necesariamente a la dama talcantidad de homenajes, que el barn se crea obli-gado a dormir con un solo ojo. No quiere esto decirque se mostrara celoso, no; era demasiado buen"boulevadier" para caer en el ridculo. Hay nadams risible pregunto yo?

    Claro est que el hombre no olvidaba los so-lemnes juramentos que en la alcalda y en la iglesia laseora de Fontene haba pronuncia -do, con nomenos modestia que libre albedro. Pero sabe al-guien hasta dnde puede llegarse? No estaba in-

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    quieto, si se quiere; no senta desconfianza alguna;limitbase a estar ojo avizor. He aqu todo.

    Sospechar de Oliverio de Barbazn? Vamos!Slo habra faltado eso! Un amigo, Oliverio, suhermano del alma; ms que un amigo, un ntimo, aquien hablaba a corazn abierto, lo mismo de la se-ora Fontene que del pequeo disgusto que le cau-saba que ella tuviese un "chic" as, tan "enorme". YOliverio le compadeca. Que no eran verdaderosamigos? Cmo dudarlo! Si esto todos lo recono-can!

    Otra prueba, no menos convincente, sta enque, alguna vez, Oliverio arrojaba una piedra dentrodel jardn de la baronesa, o le deca algn chiste, o legastaba una burla. Bien, Oliverio! Este es un buenamigo! Adems, qu temer de Oliverio, si tambinest casado? Es por lo que, si el barn, retenido aquo all, no poda acompaar a su mujer a alguna re-unin, rogaba a Barbazn que fuese su caballero...No, nada, un servicio de amigo... Entre amigos, nofaltaba ms! Con la condicin de que haya desquite,eh?

    Y si Oliverio consenta, no pueden ustedes ima-ginarse cun tranquilo se quedaba el barn. De otraparte, no es de creer que la confianza del barn en

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    su amigo fuera la resultante de una simpata irrefle-xiva. Haca ya mucho tiempo que se conocan. Ha-ban corrido sus primeras calaveradas juntos, a losdiez y nueve aos.

    Respetuoso con el decoro, Oliverio se haba re-servado, como en su juventud, el derecho de anclara picos pardos, pero procurando siempre cubrir lasapariencias, ocultar sus picardas. Correcto en gradosuperlativo, habase hecho preparar, fuera de la casapaterna, un cuartito de soltero, lindo y perfumado,apartado y discreto, en un rincn de Pars. Un en-tresuelo, tres habitaciones, un mobiliario sencillo yde buen gusto. Chiquitn, chiquitn, tanto, que habaque andar en l a codazos, pero a cambio de esto, acubierto de toda fisgonera. Sean ustedes correctos,hijos mos!

    Pas este tiempo. Lstima! Hoy todos estn ca-sados y yo mismo no s si se divertiran an conaquello que tanto les diverta entonces.

    -Ser menester que me desprenda de aquel buenretiro -observ un da Oliverio.

    -Cmo! Lo tienes todava?-Seis meses antes de mi matrimonio, renov el

    contrato de alquiler. Y quin me va a comprar aho-ra los muebles?

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    -Aguarda, Oliverio. Yo encontrar uno que telos comprar, junto con el arriendo. Cunto tiem-po ha de durar el contrato?

    -Seis aos.-Pues, cosa hecha repiti el barn. -Uno de

    mis primos, Francisco Del Toque; t lo conocesbien...

    -S. Pero si est casado!-Precisamente!-Y engaa a su mujer?-De continuo!-Tiene gracia!-Est tan delicada la pobre!-Por virtud, entonces? Oh, la abnegacin!

    -dijo Oliverio, riendo. -Bueno, en realidad, esto yano me incumbe. Si puedo, gracias a ti, colocar enmano ajena el contenido y el continente, me darpor satisfecho.

    -Es muy posible -concluy el barn.Al cabo de unas semanas de esta escena, el se-

    or barn de Fontene, pasando, por casualidad,bajo las ventanas del cuartito de soltero de su exce-lente amigo, admirse de que las ventanas estuvie-sen abiertas. Corra el mes de noviembre. El da, portanto, declinaba ms rpidamente, y el cielo desapa-

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    reca ensombrecido por una mar de vapores grises.Detvose y observ la claridad de una luz.

    Sin idea determinada, atraves la calle y pre-gunt al portero:

    -Est en casa el seor de Barbazn?El portero conoca al barn. En cierta ocasin

    haba recibido cien francos, para acompaar al ba-rn -no todo lo seguro sobre sus piernas que con-vena al prestigio de su nombre- a su domicilio.

    -Caramba, -dijo, -llega usted a tiempo! Acabade pedir un coche que mi chico ha ido a buscar. Esraro encontrarlos en este barrio.

    -Est solo? -repuso Fontene.-Mi mujer no me ha dicho que el seor hubiese

    venido acompaado.El barn subi las escaleras y llam. Un mo-

    mento despus, el propio Oliverio abra, diciendo:-El coche aguarda? Muy bien...Pero reconociendo a su amigo, cuando crea

    abrir al chico de la portera, quedse parado, sin sa-ber qu decir, con una luz en la mano y abriendodesmesuradamente los ojos, embarazado, descon-certado, aturdido. Luego, elevando la voz, pero sinabandonar la puerta :

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    Cmo! Eres t, Fontne, eres t, barn? -dijo.-Me alegro mucho... S yo hubiese sabido que erast... Caramba! Habra salido inmediatamente... Ha-bra... Espera... Voy a tomar el abrigo... Me permi-tes?... Yo...

    -Pero, hombre de Dios -dijo el barn, admirado,-qu te ocurre? Si tienes tiempo de sobra. El cocheno ha llegado an, y puesto que veo el hogar encen-dido en tu saln, deja que vaya a templar un poco elcuerpo: tengo los pies helados.

    Oliverio haba perdido la cabeza. No se atrevia rechazar a su amigo y fue retrocediendo y, com-probando de una ojeada que el saln estaba vaco,puso sobre la mesa la luz, una pequea lmpara quepareca pesarle un mundo al sostenerla con su brazotembloroso.

    "El corazn le haba dado un vuelco", segnuna grfica expresin popular; todo su ser se habacrispado, bajo la accin de un terror pnico. Ycuando crey que el peligro estaba conjurado, losnervios se distendieron, dejndole inerte, aplanado,atnito.

    Y es que su situacin era realmente espinosa.No hace falta, gran penetracin para adivinar que eldescendiente de los condes de Tolosa no estaba

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    solo en su cuartito. Una dama le haca compaa, ysi el barn de Fontene la hubiese visto, el resultadohabra sido bastante dramtico, porque aquella mu-jer... era la suya.

    El barn examin curiosamente la estancia ydescubri tambin la joya de la casa: la luz, bajo lapantalla, alumbr el borde de las cortinillas de unaventana, por debajo de cuyo fleco asomaban doslindos pies admirablemente calzados, unas mediascaladas de seda, dentro de finsimos zapatos, de unapequeez admirable, que parecan surgir de una fal-da primorosamente bordada. El barn no fue insen-sible a tan delicadas elegancias, al contrario, leenardecieron; afortunadamente, su caridad le hizopensar en los peligros que corra su amigo en nego-cio de tal jaez. Y lo reprendi, sin preocuparse por-que la desconocida le oyese. La reprensin tena dosfines.

    Como Oliverio crea firmemente que la dama,advertida por sus exclamaciones, se haba puesto enlugar seguro; atravesando las habitaciones vecinas-retirada que ella no pudo efectuar, puesto que paraganar la puerta de comunicacin, tena que atravesarel espacio que los ojos de su marido abarcaban,desde la antecmara, -Oliverio, decimos, estaba po-

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    co dispuesto a oir sermones. De buena gana habramandado a frer esprragos a su amigo, cuando, porun movimiento de las cortinillas, se hizo cargo de lasituacin. Sin acordarse para nada de su valerosoantecesor el conde de Tolosa, el ltimo vstago delos muy altos y esforzados seores de Barbazn seencontraba posedo de un miedo cerval, en un esta-do lastimoso, ms que lastimoso. De tal suerte, queslo se le ocurri una cosa: dar tiempo al tiempo,dejar hablar al barn, que terminara su arenga, espe-rando que las circunstancias solucionaran el con-flicto.

    Y el seor de Fontene prosigui:-Te quiero demasiado, Oliverio, para no acon-

    sejarte. Sera una traicin! He de serte fiel como unperro de Terranova; debo advertirte del peligro; esun caso de conciencia. Ah tienes; supongamos...eso, s; supongamos que yo los tengo aqu, que ella yt estn oyendo las palabras que me sugiere mi cari-o. Pues bien, yo les digo: Qu salida encuentranustedes a este atolladero? Y qu existencia la deustedes! Son stas unas relaciones inciertas, peligro-sas... entienden? Se meten ustedes en un coche, y elcochero, cansado de rodar y rodar a la ventura, sindetenerse, les dirige frases molestas que han de so-

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    portar ustedes resignadamente, porque al menor re-proche, se creer autorizado para dar sus nombres yseas personales... Y luego, los obstculos impre-vistos...

    Un caballo que resbala, un atropello que originaun proceso verbal, una informacin, testigos, la in-tervencin de la justicia... En cuanto a ella, deslizar-se veladamente en un restaurant la aterroriza; sialguna de sus amistades se cruzara con ella en la es-calera, por la que sube, anhelante y temerosa bajo sutriple velo... Y en cuanto a ti: un guante, un paraguasolvidados. Son otras tantas amenazas terribles, puesel deber ms imperioso que la honradez impone enestos casos es la reserva, que se ha de mantener,cueste lo que cueste... Se dirn ustedes -"Yo teamo!" en aquel cuarto reservado donde los espejosestn cubiertos de inscripciones licenciosas, en esashabitaciones de fonda, donde el cigarro del ltimoocupante ha dejado la neblina del humo... Es quepuede el amor descender a tales lugares? Ah! T locomprendes y lo lamentas! Pero ests seguro. Lamujer... esa s que est en situacin peligrossima!Oh, si no se lo impidiera el sonrojo de ser la pri-mera en romper el silencio, ya hara rato que estarahablando! Anda, contesta... Qu me dices?

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    -Yo? Nada! -dijo Oliverio con alguna se-quedad. Te lo dices t todo!

    -Bah! No quieras mostrarte indiferente. Turostro desencajado te traiciona... Ests tascando elfreno; te encuentras en el potro.

    -Bueno, s, es verdad, lo confieso -contest elmarido de Alina.

    -Es que mis frases te llegan al alma. Vaya, Olive-rio, es menester que reflexiones, qu diablo! Tengolstima de tu desgracia... Si t eres hombre de ho-nor, debes pensar en las consecuencias de una sor-presa... Ah! -prosigui el barn, con la mayorbuena fe del mundo, -por ti mismo, pardiez !, noseas tonto. Al fin, un hombre valiente termina colo-cndose frente a una espada, pero... una mujer!: unproceso escandaloso, la venganza de su marido, untrgico fin quiz...

    -Calla, te lo ruego! -interrumpi Barbazn, muyconmovido.

    -Por qu no? -continu Fontene, admirado desu propia elocuencia. -Y cmo podrs evitarlo? Pe-ro -agreg como si se objetara a s mismo -yo pre-siento ya tu respuesta: "Yo la amo!..." En efecto,sta es la palabra mgica, que lo excusa y lo enno-blece todo. T la amas y no tienes otro recurso que

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    burlar al amigo a quien estrechas la mano. T laamas... pues bien, hazte su comensal, su confidente,procrate el acceso en la casa que deshonras!

    -Barn! -exclam Oliverio, que estaba sobreascuas, como suele decirse.

    -por qu te has de indignar? -continu el mo-ralista, con cierto inters implacable. -Si es ella laque te condena a este papel repugnante! Y yo mepregunto: qu prestigio vas a guardar ante susojos? Crees que pones en ridculo al marido? Alcontrario, es a ti a quien convierte ella en risible ymiserable; Werther, complaciente, apocado y teme-roso, al que todo inquieta, cuida de estar impasibleante aquel marido, tan pronto familiar, tan prontobrutal, que acaricia o maltrata a su adorada...

    He aqu el resumen de los amores de ustedes-termin el barn: -un poema repugnante, lleno defarsas, de complicidades rastreras, de escenas vulga-res, que les obligan a enrojecer cuando estn ustedesfrente a frente y que habr de conducirles a com-promisos deshonrosos.

    Por fin! El barn haba terminado. Estabacontento. Y porque lo estaba, se levant Ea! -dijocon tono indulgente, -yo me voy y te abandono a tusmeditaciones.

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    Y tendi la mano a Oliverio, el cual estaba tantrastornado, que vacil un momento en aceptarla.

    -No la quieres? -dijo el seor de Fontene, son-riendo desde lo alto de su triunfo.

    Y luego, a flor de odo y estrechndole la manocon fuerza., agreg, lanzando una mirada a los bajosde las cortinillas:

    -Bobo! -murmur, -mira!Oliverio advirti los piececillos de su cmplice,

    y un estremecimiento de terror corri por todo sucuerpo.

    -Te enteras, eh? -prosigui el barn con aire dechanza. -Te felicito; calza admirablemente; se cono-ce que su marido la trata bien. Ah, pcaro! Buenpilln ests t! Voy a contrselo a mi mujer... Y dime,dime; es, quiz, alguna de nuestras amigas? Con-famelo: es visita de casa?

    Mientras hablaba, fue encaminndose hacia lapuerta, y ya en el umbral, riendo francamente, aa-di-

    -Te he fastidiado, no es eso? Yo hubiese queri-do verle el rostro... Ah! Entonces, yo te lo aseguro,habra vencido...

    No haban transcurrido an quince das, cuandoel entresuelo haba cambiado de inquilino. El primo

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    del barn, seor Del Toque, lo haba adquirido delseor de Barbazn.

    -En buena hora -dijo Fontene a ste. -Veo quemi sermn no ha cado en saco roto. Han reidoustedes?

    -S, s!-Bravo!Algunos das despus, el barn y la baronesa

    daban una comida. Quince o veinte invitados a losumo. Por la tarde, reciban y se danzara un poco,al piano nicamente.

    El seor y la seora de Barbazn asistiran, aun-que Alina haba opuesto algunas dificultades antesde aceptar la invitacin. Su marido tuvo que insistir.No le era muy agradable sentarse a la mesa de estebarn a quien Oliverio burlaba. Adems, la obliga-cin de sufrir el contacto de la duea de la casa leera penosa y repugnante. No haban faltado almascaritativas que pusieran al corriente a Alina de la in-triga, que slo ignoraba, como sucede de ordinario,el propio interesado: el barn. Entretanto, Alina tu-vo que vencer sus repugnancias, ya que no tenavalor para declarar a Oliverio que "lo saba todo".

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    En ciertas esferas de la sociedad, estos casosson muy frecuentes, y es de buena educacin aco-modarse a ellos.

    Un poco antes de la velada, el primo del barnllam aparte al seor de Fontne.

    -Vamos a ver... Te unen lazos muy estrechoscon el seor de Barbazn? -preguntle.

    -Mucho, mucho! Nos hemos sentado juntos enlos bancos de la misma escuela... Calcula, pues!...Por qu me lo preguntas?

    -Ya vers: imagina que he hallado una pequeajoya en el entresuelito que me cedi el seor deBarbazn. Indudablemente, es de escaso valor, perolo bastante para que yo no me desprenda de ella.Por otra parte, es muy probable que alguien estsumamente afligido por la prdida de la alhaja; ycomo yo no tengo apenas amistad con el seor deBarbazn, debes comprender cun molesto ha deser para l y para m la devolucin de esta chuchera.

    -Lo comprendo -dijo el barn. -Y qu es esajoya?

    -Una arracada.-La llevas contigo?-S, porque saba que haba de comer a su lado.-Veamos.

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    Y el seor Del Toque, sacando la joya del bolsi-llo del chaleco, la entreg a su primo Fontene, quela examin.

    -Querido, tus escrpulos son excesivos agregal cabo de un instante. -Esto no vale ms all de tresluises; modelo vulgar al alcance de todas las fortu-nas.

    -Bueno, en ese caso -repuso el primo, mejor se-r no decirle nada a tu amigo.

    -Quiz tengas razn -respondi Fontene, ha-ciendo ademn de devolver el objeto.

    Pero, cambiando de opinin, a causa de unatentacin maliciosa:

    -Espera, no -dijo riendo por adelantado, -djame hacer! Voy a darle un disgustillo a ese Te-norio. Se la har restituir por mi mujer.

    -Perfectamente, pero conste que yo no tengovela en este entierro! -dijo Del Toque.

    -No tengas cuidado. Asumo toda la respon-sabilidad.

    Al barn no le guiaba otro propsito que el degastarle una inocente broma a su amigo. Prometaseobservar un rato a su camarada y rer a su costa. Estan corrido este diablo de Oliverio! Y su buen ami-

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    go Fontene solazbase de antemano, imaginando lacara que aqul pondra.

    As que, apenas vio venir a su esposa, la llam,con el deseo de ponerla al corriente del complot.

    -Qu me quieres? -pregunt ella acercndose.-Psit! -hizo el barn, con tono misterioso y pi-

    caresco.Luego le present la alhaja:-Toma, -djole; -ah tienes una arracada que...La joven la tom con la mayor sencillez del

    mundo, y con la mayor sencillez del mundo in-terrumpi tambin a su marido, dicindole -As,pues, t la has encontrado?...

    Fontene estuvo a punto de desvanecerse. Pa-recile que la casa se le vena encima y busc unasilla donde dejarse caer.

    -Pero, es tuya? -pregunt.-S -repuso la baronesa con su acostumbrada

    tranquilidad. -Hace cinco o seis semanas que la per-d. Si me la hubieras entregado antes, me habrasahorrado buscarla tanto tiempo.

    Y, cuidadosa de sus deberes de duea de casa,gir sobre sus talones para regresar al lado de losinvitados.

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    Si Fontene no hubiese sido un "hombre demundo", habra cedido al furioso deseo de es-trangularla all mismo. Pero el "qu dirn", el escn-dalo, le di miedo.

    Sin embargo, el infeliz sufra horriblemente. Nocaba ni la ms ligera sombra de duda en su espritu:aquel par de piececillos que advirti bajo las cortini-llas del cuarto de su amigo Oliverio de Barbaznpertenecan a la baronesa de Fontene, su legtimaesposa; persona de la ms alta sociedad, de la cual,Europa, por sus cuatro costados, proclamaba el"chic" enorme.

    Su mujer! Su amigo! Le engaaban, se mofa-ban de l! Era esto posible, era cierto? La amistadescarnecida; el amor propio gravemente herido, pe-saban sobre su corazn; y el desdichado, perdida lanocin de s mismo, se senta atontado, embruteci-do, loco.

    Qu haba hecho para merecer semejanteafrenta? Otros le habran aclarado este punto. El noacertaba a explicrselo. No comprenda ms que unasola cosa: su mujer y su amigo haban estado abu-sando de su confianza. Esto le pareca de una cruel-dad inaudita. El, slo l, naturalmente, haba deponer los medios para escapar a esta vergenza. Y

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    pensar que haba tenido a la baronesa a dos pasos,cuando l daba lecciones de moral a Oliverio; que alsalir le haba felicitado por la elegancia de su cm-plice; que se haban redo de l, de l, tan cmico,tan ridculo, marchndose confiadamente despusde haberles regalado los odos con un discursoconmovedor! El barn se los imaginaba ya, riendo...crea or sus carcajadas...

    Rer! Esta idea fue la ms dolorosa de todas.Rer, y de qu? De l, del seor de Fontene? R-an ahora, si quieren, que pronto cesar su risa.

    Desde aquel instante, la clera domin sus pen-samientos, una clera fra, reconcentrada, que ledotaba, de golpe, de una firmeza inquebrantable.Estaba firmemente decidido.

    Hacia media noche, la seora de Barbazn le-vantse para salir y el barn sigui a Oliverio hastala antecmara. Una vez all, a media voz, mientrasOliverio se colocaba el abrigo, le dijo:

    -Te aguardo en el crculo. Ya s quin estuvocontigo en el entresuelo, cuando fui la ltima vez.Hace falta... ya puedes comprenderme! Quieroarreglar este asunto inmediatamente.

    Una hora, despus, encontrbase el barn con elmarido de Alina en la puerta del crculo.

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    -Ven -le dijo el barn, llevndole hacia un ca-llejn cercano.

    Y cuando se hubieron alejado algunos pasos:-Vamos a entrar en el crculo, dentro de unos

    momentos -djole. -Yo dirigir la conversacin haciala poltica. T me replicars con violencia y hars demanera que podamos batirnos a espada maana porla maana. Entendidos, eh? Si no lo haces as,cuando regrese a mi casa estrangulo a la baronesa.

    Al da siguiente, en efecto, en el bosque deMeudon, hacia las diez, los dos amigos, asistidos dedos padrinos y su mdico, cruzaban sus aceros.

    Oliverio mostraba una calma perfecta. El pre-texto aducido ante la galera, le satisfaca, le envane-ca completamente. En cuanto a las consecuenciasdel combate, no le preocupaban, porque saba lamanera de llevar las cosas a un extremo que se habafijado despus de madura reflexin. Reflexin y lu-cha interior entre la generosidad y la sana razn. Lagenerosidad le llevaba a dejarse herir. Oliverio re-conoca deber esta satisfaccin a su amigo. Pero lasana razn le objetaba juiciosamente que Fonteneno se dara por satisfecho, y que querra, probable-mente, un suplemento. Pero cul? Volver a batirsecuando su adversario estuviese curado? Sea, aunque

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    dejarse herir de nuevo exiga mucha abnegacin.Mas quedara as zanjado para siempre el asunto?No reclamara, entonces, un nuevo encuentro? No,causara extraeza. Pero, qu se propondra el ba-rn? Y adems, quin sabe si el rencor del barnalcanzara a su esposa?

    Vaya por Dios! No sera ms razonable vio-lentar la generosidad, procurando un cambio de pa-peles? El barn -muerto, no; Oliverio no pensabaen ello- herido solamente, durmiendo de lado, du-rante tres semanas largas, es decir, imposibilitado deobrar, de atentar contra la baronesa... Y luego, entres semanas de cama, ha de reflexionarse forzosa-mente. Es menester calmarse, para poder curarse.La venganza pierde energa, se atena. Se ven conmayor parsimonia, con ms serenidad, las con-secuencias de una nueva violencia... Bah! Todoquedar apaciguado al fin. Es preciso herir al barn,en inters de todos; en su propio inters, en primerlugar. Se le prestar un excelente servicio.

    Esta fue, cuando menos, la conclusin a que lle-vaba su "sano juicio" al seor de Barbazn. Y al fin,qu? Herir al barn no era ms que un juego paral, que era ducho en el arte de la esgrima. Por otraparte, a menudo haban probado sus armas ambos

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    amigos. El marido de Alina conoca a fondo el jue-go del barn. Era un rocn... No tena ms que buenpuo.

    Empez el lance. El barn, desdeando la en-seanza adquirida en las salas de armas, apenas sedio la seal, rojo de ira, hizo un salto de tigre haciaadelante, e inutilizando la parada de Oliverio, clavel acero en su pecho con tal furor, que le atraves departe a parte, quebrndose la hoja en la herida.

    -He obrado con lealtad? -pregunt framente elbarn a los testigos.

    Estos contestaron con un signo afirmativo, almismo tiempo que ponan cara de perro, ima-ginando las molestias que habra de ocasionarles laJusticia.

    En cuanto a Oliverio, que no haba llegado ahacerse cargo de la acometida del barn, quedseun instante tan alelado como sus padrinos, estupe-facto, incrdulo.

    Pero este momento dur poco. Una bocanadade sangre subi hasta sus labios; los ojos se le abrie-ron desmesuradamente; sus brazos se agitaron en elvaco, y cay.

    Alina haba quedado viuda.

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    De todos aquellos a quienes este suceso inte-resaba, el ms lastimado fue el padre de Oliverio, elviejo marqus de Barbazn. En el curso de su vida,ya larga, haban desaparecido varios de sus seresqueridos: su padre y su madre; un hermano menor,hombre inteligente, abierto a las ideas modernas,que se haba arruinado en empresas industriales.Haba perdido, por ltimo, a su esposa, sin contardiversos parientes ms o menos cercanos. Todosestos duelos haban pasado cerca de l, sin rozarleapenas. Se habra dicho que los tena, previstos. Pe-ro la muerte de su hijo le caus una sorpresa, unaamargura, que le puso taciturno. Jams haba imagi-nado que pudiese ocurrir tamao accidente. Luego,el sentimiento de no poseer ya aquel hijo que l ado-raba de una manera especial, ciega, con una especiede admiracin ilgica, arbitraria, le caus un dolorprofundo, porque vio desmoronarse todas sus am-biciones, todas sus esperanzas, que se fundabannicamente sobre Oliverio.

    Desde el primer momento, la noticia trastornlas facultades del viejo hidalgo. Qued anonadado,sin comprender, llorando, lamentndose, acusandoal Cielo... Pero es que hay Cielo? Hay algo, sea loque fuere? El no lo saba. Su hijo haba sido para l

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    la luz que alumbrara el mundo exterior. Esa luz sehaba apagado, era una sombra, el vaco, la nada.Por qu y por quin interesarse ahora? Por s mis-mo. S, bien, pero a qu? Con qu objeto, con qufines?

    Ah, s! Todo apareca ensombrecido. Todo...hasta el nombre: Oliverio dejaba una hija. Acaba-ban los Barbazn! No vala la pena de descender,por lnea de mujer, de los condes de Tolosa!

    Afortunadamente, lleg la hora que amengu supesimismo. Reaccion la naturaleza, reanimse suespritu, dejndole entrever el consuelo del "mspudo ser". Plida esperanza, menguada compensa-cin, pero que le devolva su perdida tranquilidad.

    Su hermano, ms afortunado que l, haba teni-do un hijo. Un Barbazn, dos veces hurfano, y,como Oliverio, tambin descendiente de los condesde Tolosa, siempre por lnea femenina. El marqusera su tutor. El nio, ya mayorcito, segua sus estu-dios en el colegio de San Gaudencio; tena sus gas-tos pagados, y adems, liquidadas sus cuentas,quedbanle alrededor de tres mil francos de renta y,del dominio paternal, una quinta, rodeada de un pe-queo bosque, enclavada en las tierras del marqus.

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    Llambase Roberto. Unas azotainas aplicadascon oportunidad habanle enseado a desprendersede su corteza salvaje y a convertirse en un espriturectilneo. Para l, no haba ms que el "dos y tresson cinco". Este era su fuerte. Le dominaba la lnearecta. No es que fuera montaraz; antes al contrario,su rostro, sonriente y agradable, denotaba un hom-bre de temple, pero sin ambicin alguna. No le pre-ocupaba el porvenir; no se ocupaba de l; le bastabaocuparse de s mismo. Y de nio, muy nio, cuandole faltaban juguetes, se los fabricaba; algunas veces,bastante complicados. Gran lector, como su to, ycon disposiciones naturales sobresalientes para eldibujo y la pintura. Una de las cosas que ms le di-verta a los doce aos, era retratar a las criadas... y afe que muy parecidas! El paisaje tambin le atraa. Y,miel sobre hojuelas, tena eso que los artistas llaman"pasta", un estilo personal, inconfundible.

    Durante largo tiempo, el marqus estuvo ve-lando cuidadosamente por su sobrino. Le guiaba elegosmo. Por qu Roberto no haba de casarse conRaimunda?

    Poco a poco; el padre de Oliverio fue ali-mentando esta ilusin, que se le haba metido entreceja y ceja; y as se lo hizo saber a la viuda de su hi-

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    jo. Alina reflexion. -Por qu no? Y aun cuandoandaba tan desconcertada como su suegro, acept ircon l a vivir a su castillo de Barbazn, donde espe-raba encontrar un retiro tranquilo y apacible.

    Los seores de Tilloy pusieron el grito en elcielo. Le tena sin cuidado! As como as, haca yatanto tiempo que estaban acostumbrados a su aciagasuerte Lo cual no fue obstculo para que le insinua-ran que una mujer de su edad no poda prolongar suviudez, sin que su honor padeciera. Mil gracias!Volver a casarla? Pase que hubiesen querido ca-sarla con Rogerio de Prvallon, sin perjuicio de queluego se opusieran. Acab aquello. El noble jovenhaba sucumbido. Y si Alina vesta luto riguroso,guardaba un segundo luto en su corazn, ms sen-tido y ms sincero. Con Oliverio haba tenido bas-tante para pensar en casarse con otro individuo. Alcontrario.

    -"Adis, pap; adis mam. Queden con Dios."Y con El quedaron. Pero sintiendo que el adis

    de su hija era ms verdadero de lo que lo pareca,que se apartaba Alina de ellos; sobrepusironse a supasin reconociendo a su pesar, y bien a su pesar,que todo ello no era ms que una cosecha merecida

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    de lo que haban sembrado. Ambos esposos dispu-taron una vez ms. Esto fue todo.

    Poco tiempo despus, la seora de Tilloy pillun enfriamiento, quiso curarse por s misma y... eldesenlace fue fatal. Tal vez hubiera logrado vencerla enfermedad de haber cedido a los consejos de sumarido, que estaba empeado en hacerla visitar porun mdico.

    Vindose solo y no teniendo con quien regaar,el seor de Tilloy encontrse fuera de su rbita.Este hombre que, desde haca treinta aos, no habapasado una comida, una velada tranquila, disputan-do sobre cualquier cosa, por la sola mana de de-mostrar que tena razn, cuando la tuvo de la nochea la maana, de la maana a la noche, en toda oca-sin, sintise posedo del tedio... Algo as como elnufrago que advierte la orilla lejana, y duda de al-canzarla y se deja hundir, por la laxitud de un estadode embotamiento y falta de volun- tad.

    Los aos se sucedieron. Alina viva en casa desu suegro y en comunidad de ideas de intenciones;Raimunda fue creciendo. Su primo Roberto, hechoun hombrecillo, tratbala como novia, e ingenua-mente ella le amaba, como una joven de diez y seisaos bien educada puede amar.

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    Esto maravillaba a todo el mundo. Paciencia!Dejen que pasen todava dos o tres aos, y vernustedes qu nueva familia va a formarse.

    Sobrevino una inquietud. Alina, aunque fuerte,no poda ya andar de prisa. Su pecho se oprima: elcorazn le lata con violencia.

    -Son palpitaciones -dijo el doctor. -Esto no tie-ne importancia. Bastar con evitar los largos paseos,las ascensiones fatigosas y, especialmente, las emo-ciones bruscas.

    Alina procur ceirse a este rgimen.Un da, mientras enseaba un plato a la co-

    cinera, recin entrada en la casa, una gordinflonaque deseaba adelgazar, sta hizo un movimientodesgraciado y verti el aceite de la sartn sobre elfogn. El efecto fue inmediato. Llamas de dos me-tros de altura, lamiendo los muros, empezaron a ro-zar el techo. Era un incendio que se iniciaba.Cmo acabara? Gritos, voces de auxilio... Quinms, quin menos, todos hablan perdido la cabeza:Alina, ms que ninguno, a causa de que Raimundatena su habitacin, precisamente, encima de la co-cina. La joven madre vea, en su imaginacin, elcastillo convertido en pavesas y a su pequea car-bonizada... Horror!

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    Por esto, echndolo todo a rodar, loca de terror,lanzse hacia la escalera, cuyos peldaos subi decuatro en cuatro y corri hacia la habitacin de lania.

    Ah, qu alegra! Raimunda no estaba all... S,justo... vanla, en el fondo, a lo lejos, al final delparque, con su abuelo... Qu peso se le quit de en-cima!

    Pero los nervios haban estado demasiado entensin, y mientras descenda por las escaleras,acometironla unas ansias locas de rer. Su manotemblaba sobre la barandilla, las piernas se le do-blaban, y para ganar el vestbulo tuvo que apoyarse,en los muebles, en los muros, y all, en el umbral deuna puerta, a los ojos de su hija y del marqus, lanzun grito, llevse las manos al corazn, dej escaparuna bocanada de sangre y se cay desplomada. Larotura de un aneurisma la mat.

    -Una muerte dulce! -dijeron en San Gaudencio.Y todo San Gaudencio asisti al entierro. Y no

    slo San Gaudencio: de las villas de los alrededores,de Montrjean, de Muret, de Luchn, de Is-le-en-Dodon, de San Bertrn de Comminges, deValentine, de Girac, y aun del mismo Tolosa, es de-cir, de Bazus, llegaron carruajes a Barbazn, condu-

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    ciendo buen nmero de personas, toas de la "altasociedad", a las que fue necesario dar de comer, si-guiendo una antigua costumbre. Por algo dicen quelos duelos con pan son menos. Afortunadamente, eltiempo era magnfico y pudieron colocarse mesas alaire libre.

    Terminada la ceremonia, el castillo qued solita-rio y triste, y durante ms de un mes, abuelo y nietano pudieron verse sin llorar y abrazarse, dandorienda suelta a sus congojas.

    Una tarde, el marqus, haciendo un supremo es-fuerzo, penetr en la estancia de Alina. Quera po-ner en orden cuanto ella haba dejado; guardar susjoyas, guardar, como reliquias, sus pequeos objetosfamiliares, que su hija ms tarde habra de recobrar.

    Entro aquellas chucheras, haba papeles cartasde los esposos Tilloy, cartas de Oliverio, y otrasfirmadas por Alina. Cmo haban vuelto a poderde sta? Estaban todas dirigidas a Rogerio de Pr-vallon, un nombre absolutamente desconocido parael marqus, quien se puso a leerlas.

    A las tres de la madrugada lea an. El nombrede Prvallon se repeta en las cartas de la madre deAlina. Las amigas de colegio tambin lo estaban pormedio de iniciales: "Seor don R. de P..."

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    Cuando, al da siguiente, Raimunda baj al co-medor para desayunarse, parecile notar cierta fatigaen su abuelo. Tena los ojos enrojecidos, el rostroplido y rehuy el abrazo de su nieta.

    -Raim unda -le dijo, -un asunto urgente reclamami atencin en Pars. T no puedes quedarte solaaqu, durante mi ausencia, que no s si ser corta olarga. Para esperar mi regreso, vas a entrar en unconvento.

    -Me llevars t abuelito?-Imposible! Necesito preparar papeles, arreglar

    documentos...-Y cundo partir?-Cuando termines el desayuno.-Quin me acompaar?-Tu nodriza; la vieja Ceferina. Come de prisa,

    que te aguarda.-Pero t, abuelito, no vas a desayunarte?-Ya lo he hecho, Raimunda. El tiempo me

    apremia.Y la dej. Raimunda quedse afligida, y de

    aquella afliccin resintise su apetito.Cuando estuvo lista, quiso despedirse de su

    abuelo, abrazarle. Parti. El notario de San Gauden-cio la aguardaba.

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    Y Roberto? Antes de amanecer, su to le habaescrito encargndole una comisin urgente y citn-dole luego en San Gaudencio.

    De modo que no volvera a abrazar a Roberto?La chiquilla imagin que le amenazaba una gran

    desdicha.Y por la noche, dormase, despus de haber

    azotado sus lgrimas, en un cuartito del convento deMadres Benedictinas de Tolosa.

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    III

    El castillo de Barbazn no es otra cosa que unedificio endeble y ruinoso que se mantiene en piepor un prodigio de equilibrio, realmente inveros-mil. En la vecindad, hombre alguno recuerda habervisto que en l se practicaran reparaciones.

    Un martillazo dado violentamente contra susmuros, bastara para que la construccin entera seviniera abajo. Adems, se encuentra tan apartado detodo centro productor, all, en lo ms alto de unode los estribos de la cadena pirenaica, que es unproblema difcil, insoluble casi, el de procurarseobreros para reparar la finca.

    Pero si sta no vale un centavo, los bienes quede ella dependen representan una gran fortuna. Es,asimismo, refugio pintoresco y agradable, los dos

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    tercios del ao. De un lado, el valle del Garona,bordeado en la margen opuesta, por los ribazos so-bre los cuales se levanta San Gaudencio, con Valen-tine a sus pies, y a lo lejos Montrjean. Del otro, elamplio crculo verdegueante, en el centro del cual seeleva majestuosamente San Bertrn de Comminges,como un gigantesco piln de azcar, coronado poruna catedral, que ha sido testigo de multitud deacontecimientos desde la cruzada de los Albigenses.

    Y era en aquel castillo donde, de vez en cuando,se encerraba el padre de Oliverio. Haba envejecidomucho; avisado y prudente, conservaba, empero, suaire jovial y desenfadado. Por su traje, se le habrapodido tomar por un vendedor de cerdos, ttulo queagregaba a su cualidad de marqus.

    A pesar de sus riquezas, no era desconfiado Laspuertas carcomidas que mal cerraban aquella especiede parque que rodeaba la casa, encontrbanseabiertas noche y da para quien quera pasarlas. Bes-tias y personas penetraban en la finca, como en lacasa propia, y aun, si en alguna ocasin, les cazado-res furtivos hacan de las suyas, procurndose la ce-na, sin permiso, el castellano desentendasecaritativamente.

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    -Ha odo usted esta noche, seor marqus, dis-paros de fusil?

    -No, hija ma. La noche se ha hecho para dor-mir, y cuando yo me meto en la cama es para cum-plir debidamente con ella, a Dios gracias.

    Filsofo en estas y otras andanzas, el seor dBarbazn, no se crea en el caso de molestarse porliebre de ms o conejo de menos. Por otra parte, lacaza no le era manjar favorito. Haba pasado ya paral la edad en que el cazar place y divierte.

    No, l no se pone de mal humor recordandootros tiempos; no siente la aoranza de la caza ni delos dems placeres del gran mundo, en el campo oen la ciudad. Palabra que no!... En los aristocrticossalones de Tolosa, en los de Luchn, durante el ve-rano, en el barrio de San Germn, de Pars, encon-trara an venerables mams que guardan recuerdode cmo valsaba "a la alsaciana", en cuyo gnero dedanza haba causado furor...

    Pero si ahora no valsa, posee la gota, que no esprecisamente una compensacin, aun cuando nofalte quien asegure que da patente de longevidad.Sin embargo, el seor de Barbazn no se queja, an-tes al contrario, se burla de s mismo, de sus acha-

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    ques, y charla con su habitual gracejo con la primerapersona que se le pone delante.

    Solo, en aquel vasto edificio, donde l mismo seha preparado un rinconcito confortador, emplea lamayor parte de su tiempo releyendo sus libracos, encuyas pginas dej manchones amarillentos la hu-medad.

    En cuanto le es posible, se abstrae, se olvida des mismo, por ver si consigue olvidar a su vez ae-jos dolores. En su alma, en su conciencia, siente elconvencimiento de que el Cielo ha sido ingrato conl y le pone mal ceo. La soledad no ha sabidocomprenderle, y menosprecia una sociedad com-puesta de advenedizos de la peor condicin, paralos cuales un hombre como l no es ms que unhombre como todos. Su desprecio hacia el resto, esinofensivo. Le tiene por "acabado" y si su escpticaacritud tiende al cinismo, sus chanzas parecen reve-lar escasos sufrimientos.

    Srvenle mujeres; viejas y jvenes, nacidas enBarbazn en su mayora. Todas forman parte de lacasa, ms como muebles que como criadas, y menosafectas al dueo que a los sillares del edificio; pa-rcense a esos gatos que se dejan morir de hambre

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    en plena calle, antes que seguir a su amo a un nuevodomicilio.

    Entre las jvenes, haba una, Luca, algo msafecta al castillo. Su madre, la vieja Ceferina, habacriado a la nieta del marqus. Por esto Luca, a pesarde su juventud, gozaba de cierta supremaca que na-die pensaba en discutir.

    Una maana de noviembre, Luca advirti porel amplio ventanal del piso bajo un forastero insta-lado en una silla de tijera y con un lbum sobre susrodillas, tomando unos apuntes.

    -Vamos -pens Luca, -todava queda quien di-buje el castillo del seor marqus.

    -Y a fe que slo el exterior ofreca un aspectointeresante. La hiedra haba invadido los muros, co-ronando el marco de las ventanas y formando lo-sanges de variados tonos, dentro la gama de unverde botella. Esto era alegre, no cabe duda, pero elartista deba de ser insensible, porque corra un aire-cillo que engarabitaba los dedos y los rboles vean-se cubiertos de escarcha.

    Con una bondad ligeramente maliciosa, Lucareaviv las cenizas de la inmensa chimenea, dondedos troncos, ardiendo de cabo a cabo, calcinbansey crujan, y puso entre la ceniza una vasija de barro.

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    -Supongo que no le sentar mal un vaso de le-che -se dijo la joven sirvienta.

    Y no es que ella tuviera motivo alguno que justi-ficara sus cuidados; ni aun le haba visto de cerca.Pero no era el primero que andaba, lpiz en ristre,por el interior de la casa. Pocos eran los pintoresque, pasadas las vacaciones, desdearan dibujar laslneas principales del castillo, en ligeros trazos. Ycada vez que esto ocurra, entraban en la planta bajapara pedir un vaso de agua fresca en verano o paradesentumecerse al amor de la lumbre, en el invierno.Pero este pintor no hizo como los dems, con gransorpresa por parte de Luca. Cerrado el lbum, re-cogidos los dems tiles de su "oficio" dispsose asalir. La joven le tuvo lstima.

    -Caballero! caballero! -dijo, entreabriendo laventana; -hay aqu un hermoso fuego donde puedeusted calentarse, si lo desea.

    El dibujante no se hizo de rogar.-De mil amores, bella nia -dijo con gracejo el

    artista. -Es usted amabilsima, y no es cosa de re-chazar su invitacin, mucho ms cuando tengo losdedos convertidos en carmbanos.

    Acercse a la casa, y cuando penetr en la salachisporrote en el hogar un haz de ramas, cuyas

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    llamas laman la pared, serpenteando a la altura, deun hombre. Oh, qu hoguera tan confortadora paraun aterido!

    Pero... lo que es la aficin: el mozo -un jovennada vulgar, con sus ojazos asiticos, separados poruna nariz aguilea -olvid el aguijoneo de sus dedosarrecidos, para echar una ojeada curiosa a aquellaestancia.

    Otros no habran sabido ver en ella, segura-mente, ms que una habitacin espaciosa, de te-chumbre artesonada, con muebles proporcionadosa las dimensiones generales, y una soberbia chime-nea donde habran podido asarse dos bueyes a lavez.

    El artista vio todo esto, pero acert a descubriren ello algo ms: "el carcter!"

    Con decir "el carcter" est dicho todo, a lo queparece. Entre pintores, es de fcil comprensin. Yaun se dira que lo que posee "carcter" los enamoray los complace.

    El examen, o mejor, la contemplacin que lleva-ba a cabo el joven, no extra a Luca. Lo mismo,lo mismito haban hecho los pintores que le habanprecedido! Y se dispuso a trasladar la leche calientea una taza, pronta a responder a las preguntas que se

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    le hicieran, porque tena descontado que se las ha-ran.

    Pero se equivoc por completo. El joven bebicon placer la leche, paladendola; sentse ante elfuego, sobre un alto silln de enea; agradeci a larapaza sus atenciones y empez a hablar de... unascosas y de otras; pero del castillo y de sus morado-res, ni una palabra. Era un tipo bien original! Ycuando hubo entrado en reaccin, psose en pie.

    -No quiere usted beber otra taza de leche, ca-ballero? -insinu Luca.

    -Gracias, nia.Y metiendo mano en su bolsillo, sac una mo-

    neda de plata, que ofreci a la sirvienta.Esta le mir con extraeza, rechaz la oferta

    con un gesto y agreg, sonriente:-Para m? No puedo aceptarlo, seor; me rei-

    ran. Adems, no soy yo quien le ha ofrecido a ustedeste ligero obsequio, sino el seor marqus de Bar-bazn.

    -Ah! Entonces, me encuentro en casa del...-...del marqus de Barbazn, s, seor.-Muy bien -repuso el joven. -Psele usted mi

    tarjeta y dgale que agradezco infinito su amabilidad.La joven baj los ojos y ley:

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    -"Lvy Rodrigo" -y al leer, enarc las cejas, conaire de asombro. Usted es...

    -Judo? Dio usted en el clavo! -contest ale-gremente el joven. -Pero, por Dios, no vaya usted aimaginarse ahora que ando vendiendo lentes por elmundo... Puede responder por m, en esta mismacomarca, el propio sobrino del marqus.

    -El seorito Roberto?-En cuya, casa estoy de veraneo, desde hace tres

    das, y de la cual, palabra de honor, no ha desapare-cido todava joya alguna.

    Luca se ech a reir.-Pobre seorito Roberto! -agreg, -tiempo ha

    que le faltan algunas... Pero le ruego a usted que meperdone...

    -De qu? De haberme tomado por un vende-dor de gafas? Bah! No sienta usted escrpulos porello, pues ya estoy acostumbrado.

    -Cuando vuelva usted a casa del seorito Ro-berto, querr darle una gran noticia?...

    -No ser necesario, puesto que podr usted de-crsela, a l mismo -replic Rodrigo; -por all viene.

    -S, s! Es l! -exclam con alegra la joven sir-vienta.

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    Vease, en efecto, llegar apresuradamente a unjoven de buena estatura y porte distinguido, a pesarde su traje de campesino.

    -T aqu? -dijo con sorpresa a Rodrigo.Pero otro era el objeto de su visita, porque anti-

    cipndose a la contestacin de su amigo:-Luca -aadi, -esta maana me han asegurado

    que haban visto pasar el falucho de mi to, conrumbo hacia aqu.

    -Y han visto bien, seorito Roberto.-Quin vino en l?-Adivnelo usted.-Ha vuelto Raimunda del convento?-Escuche usted -dijo Luca, poniendo el odo

    atento.En efecto: alguien descenda brincando por la

    escalera, bajando los peldaos de cuatro en cuatro.-Raimunda! -murmur Roberto, llevndose la

    mano a su corazn, para dominar sus latidos.-Qu te pasa? -pregunt Rodrigo.-Ms tarde lo sabrs. Vete; en casa encontrars

    buen fuego y el desayuno preparado... anda, ve deprisa!

    -Me echas?

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    -Vete, con mil demonios! Ya te dir luego porqu... Anda, anda,...

    Rodrigo, intrigado, recoga por segunda vez susbrtulos, cuando se abri bruscamente una puertainterior, franqueando el paso a una joven -mejoruna nia- rubia, rosada, encantadora, bajo el severotraje de novicia.

    Sin mirar a su alrededor, brillantes los ojos,respirando toda ella dicha y alborozo, corri haciaRoberto y se arroj en sus brazos, estrechndolacontra su corazn y ofrecindole ambas mejillas queel joven bes repetidas veces.

    Volviendo a cada instante la cabeza hacia lapuerta, Rodrigo pona una cara tan extravagante,que el sobrino del marqus no pudo contener la ri-sa.

    -Nada... hemos hecho tarde -le dijo alegremente.-Ahora no tengo ms remedio que presentarte a miprima.

    Y agreg, dirigindose a sta:-Adorada Raimunda; te ruego que acojas ama-

    blemente a mi mejor amigo: Lvy Rodrigo, premiode Roma en la Escuela de Bellas Artes, y que en estemomento se despide de nosotros.

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    Raimunda salud cariosamente, y el artistacompletaba la presentacin, cuando Roberto le inte-rrumpi:

    -Continuar en la prxima sesin; hola, hola!vete de una vez! -Voy, hombre, voy! -exclamel pintor disponindose a salir.Raimunda tendile la mano, riendo.-Que usted siga bien, caballero.-Al fin solos! Gracias a Dios!... -exclam Ro-

    berto, viendo que Luca se retiraba discretamente.-Ven, ven a sentarte cerca de la ventana, que yo tevea, que yo te admire. Cmo has crecido! Y quhermosa te ha puesto!

    -Y me sigues queriendo, primito? -pregunt lajoven, como mujer que, sabe de sobra lo que inte-rroga.

    -Y t, primita? -replic el joven, con mismotono.

    -Amndote acato la voluntad de mi pobre ma-dre -respondi Raimunda.- Inculcronme de chi-quilla la idea de que haba de ser tu esposa, y no eraen el convento, donde mi abuelo me ha tenido du-rante dos aos, que haban de variar mis intencio-nes, te lo juro.

    -Dos aos! -replic Roberto suspirando.

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    -S, dos aos interminables, amigo mo. Jamspude adivinar por qu me tuvo alejada de su ladodurante tanto tiempo. Haba sido el abuelito tanbueno, tan carioso conmigo! T recordars conqu calor, casi con impaciencia, aprob el proyectode casarnos. Y luego, de golpe y porrazo, al da si-guiente de la muerte de mam, me apart de s, ne-gndome el consuelo de un abrazo. A mis cartas,jams ha contestado directamente. Por qu? Se lohas preguntado alguna vez?

    -S, pero siempre...-Ha eludido?...-Completamente. Con la mayor tranquilidad del

    mundo, me ha mandado a paseo. Oh, Raimunda! Cuntas amarguras nos aguardan! He agotado yatoda suerte de splicas, de ruegos... todo ha sidointil. He llegado a temer que, por ambicin senil,mi to no me encuentra bastante rico para unirme ati.

    -Qu idea, Roberto!...-Qu quieres! -continu el joven. -Quizs pien-

    sa en entregar tu mano a otro que te iguale en rique-zas y en posicin, por el seuelo de la gloria y de lavanidad, que ya sabes son su mana.

    -Raimunda, tom la mano de su primo.

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    -Bah! Mira, primo -aadi la joven con unafirmeza impropia de su edad; -ves t cun respe-tuosa soy con la autoridad del abuelito? Pues, notemas; soy tambin de las que no ceden por miedo.Sacrificar mis ilusiones, pase; pero hacer lo que noquiero, Roberto, eso... no lo esperen de m. T losabes, y t no dudas de m, verdad?

    -Mira si dudo, que he estudiado ya los mediospara robarte.

    La joven mirle con sus ojazos desmesurada-mente abiertos.

    -Ah, pilln! -djole, con acento carioso.-Qu no querras seguirme?-Vamos, tontn, quieres que te regalen los odos

    -repuso ella en tono jocoso. -Pero ya ves que estosera intil, puesto que vuelves a tenerme en esta ca-sa.

    -Por cunto tiempo?-Definitivamente, segn creo.-Mi to te lo ha dicho?-No lo he visto an. Pero lo que me da esta se-

    guridad de que renuncia a enviarme de nuevo alconvento es el hecho de que al entrar en mi cuartoesta maana he encontrado en l ropas, cintas, ade-

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    rezos... que me qued maravillada. De ah que sos-peche que prepara mi entrada en sociedad.

    -Quin te acompaar? -pregunt Roberto, convaga inquietud.

    -El mismo... quin iba a ser? A pesar de suedad, goza de buena salud, y, adems, en Pars po-see muchas relaciones.

    Roberto hizo un movimiento negativo con lacabeza.

    -No fes mucho en tus esperanzas, Raimunda-dijo. -Mi to slo tiene un deseo; un deseo que ledomina por encima de todo: el orgullo de su raza, laperpetuidad de su nombre. Desde el da en que per-di a su hijo, rompi con el mundo, y, enfermo yachacoso, ha hecho voto de no salir vivo de aqu.

    La joven, que haba escuchado atentamente,qued silenciosa un momento, y luego, como ha-blando consigo misma:

    -En este caso -dijo lentamente, -qu se propo-ne hacer conmigo? Estos adornos casan bastantemal con la vida campestre.

    Roberto guard silencio a su vez.La joven aadi en tono grave:-Si me conoces bien, no se te ocultar que tengo

    derecho a saberlo todo de ti.

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    -Quiz sea mejor! Oye, pues: Desde la humildecasita que me queda de los bienes de mi padre, veo,sin necesidad de moverme, cuanto ocurre aqu. Mito, desde hace algn tiempo, recibe personas extra-as...

    Interrumpise, y tomando de la mano a Rai-munda acompala hasta la ventana:

    -Convncete por tus propios ojos -le dijo.-Mira!

    Un instante despus, apareca a su vista unhombre vestido con una especie de uniforme deguarda-bosque, que se acercaba con paso lento y re-gular.

    Probablemente Luca estaba prevenida, puestoque los jvenes vironla pasar por delante de ellos,cambiar con el recin llegado algunas palabras comoindicndole que aguardara y volver al interior de lacasa por otra puerta, mientras el forastero se pasea-ba con indiferencia.

    -Quin es ese hombre? -pregunt Raimunda.-Matas.Este nombre no satisfizo la curiosidad de la jo-

    ven, y Roberto prosigui:

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    -T no sabes nada de una dramtica historiaocurrida el ao pasado y de la cual Matas fue el h-roe judicial?

    -En el convento, cmo quieres t?...-Tienes razn. Pues bien, este Matas fue acusa-

    do de haber dado muerte a un carabinero en lafrontera espaola, por motivos de contrabando.Despus de algunos meses de prisin preventiva,fue puesto en libertad por falta de pruebas.

    -Pero qu relaciones puede tener mi abuelocon semejante individuo?

    -Con l, nada. Pero con su amo, ya es cosa dis-tinta. Se trata de un cierto seor de Larima, que apa-reci por vez primera en el pas algn tiempodespus de tu salida. El compr... a crdito, el pabe-lln de caza que en otros tiempos, formaba parte delos dominios de mi padre. Yo dudo de que llegue apagar su importe ntegramente, y se ha dicho en di-versas ocasiones que sera preciso desahuciarle.

    En lo exterior, es un excelente sujeto, de rasgosfisonmicos regulares, correctamente vestido; perodando pruebas de una suspicacia ligeramente agre-siva.

    Procede de Espaa, de Italia, de las colonias,como este nombre de Larima hace suponer? No se

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    sabe. Cules son sus recursos? Se ignora. Hay en l,en su manera de ser y de vivir, algo misterioso quepredispone en contra suya, a despecho de su corte-sa y de su caballerosidad.

    Por mi parte, creera que se trata de un aventure-ro, para no aplicarle una palabra ms fea. Supongoque ha sido arrojado de diversos centros aristocrti-cos y deja que pase la tormenta en este retiro, en es-pera de que le olviden aquellos que le conocierondemasiado. Ha de haber en su pasado algunospuntos obscuros, algo poco honroso.

    -Aunque sea as -contest ingenuamente Rai-munda, -qu nos importa a nosotros?

    -Aguarda! -continu Roberto. -Hace unos ochodas, este personaje presentse aqu. Lo he sabidopor Luca. Tu abuelo, que guardaba cama a conse-cuencia de un ataque de gota, no pudo recibirle y sehizo excusar. Ahora, jurara que Matas viene a reci-bir rdenes del marqus con vistas a una prximaconferencia.

    El gracioso rostro de Raimunda animse un po-co.

    -T no supondrs -dijo con cierto tonillo pla-centero -que el abuelo tenga intencin de propo-nrmelo como marido?

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    -Quin sabe!...-Ests loco, primo! -exclam alegremente la

    educanda. -El abuelito sabe de sobras que slo pue-do quererte a ti.

    Continuaban charlando, sin cuidarse del tiempoque iba transcurriendo, cuando Luca, descendiendodel piso superior, les anunci la presencia del mar-qus.

    -Cmo anda hoy de humor? -pregunt su so-brino.

    -Jocoso, como de costumbre -respondi la her-mana de leche de Raimunda.

    Oyronse pasos en la escalera. El maderamende los peldaos carcomidos cruja, y los jvenes,silenciosos, no acertaban a librarse de la ansiedadque oprima sus corazones.

    Abrise la puerta y apareci el marqus. No ha-ba mentido Luca. El viejo mostraba su rostro ani-mado por una sonrisa indefinible que parecadisimularse entre el espesor de unas cejas espesas yrebeldes.

    Yo no s qu habran pensado los condes deTolosa, si en aquella ocasin hubiesen visto al lti-mo descendiente de uno de sus ms preclarosmiembros, vestido con una modestia y una parque-

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    dad reidas con la elegancia. De encontrarlo, sinconocerle, le habran tomado por un colono astutoy redomado.

    Las viudas, aquellas viudas que haba hecho val-sar en sus mocedades, difcilmente habran recono-cido en l a aquel brillante caballero, apuesto yrozagante, de los salones de Luis XVIII y de CarlosX. Arrastrando la pierna hinchada por un resto degota, algo encorvado, desaliados sus cabellos blan-cos, que caan descuidadamente sobre sus espaldas,tena el aire de un hombre acabado, a quien poco lequeda que hacer en este mundo.

    -Ah, viejo zorro! -decan sus criadas. He aquuno que sabe lo que se hace!

    De una, ojeada, algo. ms picaresca que de ordi-nario,