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BUENOS AIRES. LOS PARQUES.
Pablo Pschepiurca
Este es un trabajo inédito que ha sido consultado y citado a veces por amigos y colegas. Aunque no ha sido actualizado recientemente me pareció pertinente que estuviera al alcance de todos. Parte del mismo lo he utilizado en el artículo “Palermo, la Construcción del Parque” publicado en SUMMA Temática N* 3/83.
La historia de los Paseos Públicos en la Ciudad de Buenos Aires se remonta a un momento
previo a su fundación: las indicaciones para la ejecución de la Plaza Mayor incluidas en las
Leyes de Indias. La Plaza de Armas y de Justicia, a la vez escenario y palco, mercado, circo y
patíbulo, tiene su origen en el acto fundacional. Posteriormente en tierras bajas no edificadas y
en ex mercados fueron quedando una serie de “huecos” que, bajo los imperativos genéricos
del “ornato” y la “salud pública”, se transformaron en las primeras plazas - manzanas vacías.
Sin embargo, como señala Wilde (Buenos Aires desde 70 años atrás. Cap. 1 Par. I) “… Plazas.
Propiamente dichas no las teníamos, por lo menos de recreo”. En efecto a principios del siglo
XIX existían, además de la Plaza Mayor, el hueco de Lorea sobre la estación de carretas del sur,
el hueco de Cabecitas, futura Plaza Libertad, el de los Sauces, luego Plaza 24 de Noviembre, el
de Zamudio, hoy Plaza Lavalle, el de Laguna, el de Botella, de la Basura, de los Olivos, del
Retiro, y poco más.
Alrededor de 1860 la situación comienza a cambiar con las Plazas del Parque, de la Victoria, del
Comercio, Independencia, Belgrano, Lorea, y del Paseo de Marte en Retiro al cual se
proyectaba unir con el Paseo de Julio. Este, proyectado sobre la antigua Alameda, en realidad
“una fila de ombúes que jamás prosperaron”, comienza por entonces a ser desarrollado según
un proyecto de Prilidiano Pueyrredón, quien sostiene: “este paseo no existe todavía pero,
ninguna otra localidad ofrece la ciudad que reúna las condiciones de éste para formar en ella
un hermoso sitio de recreo que vendrá a ser positivamente el Paseo del pueblo”.
Años antes (1827) se había abierto, por obra de Santiago Wilde, en la manzana formada por
Viamonte, Uruguay, Córdoba y Paraná, el Vauxhall o Parque Argentino, “primer parque público
al estilo europeo”, que según Sarmiento “era hasta entonces el mejor contraste que la cultura
europea podía hacer con la desierta pampa; era un fragmento de la Europa transportado a la
América”.
En este comentario, cargado de nuevos valores y resonancias, debemos detenernos. Y es que,
precisamente alrededor de 1870 y en torno a la figura de Sarmiento y la construcción del
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Parque Tres de Febrero, comienzan a enhebrase sobre la problemática de los Parques y las
Plazas en Buenos Aires las diversas estrategias de la construcción del ambiente planificado y
proyectado como servicio. La construcción de los Parques será, en este sentido, un campo de
disputa sobre el cual se cruzarán planes generales e intervenciones puntuales y sobre el cual,
como fruto del debate entre diversas concepciones estéticas, urbanas, sociales y políticas, se
irá cristalizando formalmente (y superponiendo aún sobre los mismos terrenos) el conjunto de
objetos urbanos que desde los 60, en una nueva operación de sustitución de contenidos, se
denomina genéricamente “espacios verdes para el tiempo libre”.
Consideraciones previas
1. La tradición del Parque Metropolitano.
Su carácter institucional y urbano constituye el rasgo fundamental del Parque Metropolitano
que se separa así, programáticamente, del parque paisajístico anterior. El consumo del tiempo
libre no laboral y de un espacio no directamente productivo entra en la composición de la
ciudad industrial como invención y apropiación de los grupos sociales. Los primeros
movimientos por la formación de paseos públicos en las ciudades europeas surgen con los
cambios producidos en el ambiente físico y social a principios de 1800 y están vinculados a las
cualidades de Institución igualadora y estimulante de la producción que se atribuía a los
Parques.
El Parque en el siglo XIX es la naturaleza vuelta a proponer, esta vez dentro de la ciudad. En el
Parque urbano se produce la identificación de las actividades antitéticas al momento
productivo, y él mismo se convertirá en el templo de la meditación en la metrópoli: el lugar de
la contemplación y del movimiento en libertad.
Por otra parte, en el proceso de organización de las relaciones entre espacios urbanos y nuevas
necesidades sociales, los cuerpos técnicos van fijando las reglas de composición formal y
distribución espacial de los servicios y será alrededor de 1850, con la obra de Alphand en París
y la de Olmsted en nueva York, que se trata por primera vez de hacer funcionar a los Parques
como un sistema en la estructura del espacio metropolitano.
Gran parte de esta tradición entrará en relación en sus más diversas formas ideológicas,
formales y constructivas con los problemas concretos que se planteen en Buenos Aires.
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2. El higienismo y la arquitectura
El carácter igualitario que propone el Parque a través de su uso predominante, el paseo, es
destacado por Martínez Estrada: “El lujo y la pobreza acuden juntos, miembros de una
numerosa familia sin enfrentarse ni contraponerse…La marcha peripatética nos avisa que
estamos en una zona neutral de Buenos Aires”.
El paseo, donde en medio de una multitud desconocida parecen desaparecer las diferencia
entre las clases y los ambientes sociales, donde ilusoriamente la gente es protagonista,
espectadora y espectáculo simultáneamente, no debe ocultarnos el carácter instrumental que
tienen los “espacios de naturaleza” dentro de la ciudad.
Los Parques, las Plazas, la Naturaleza (y su carga de intemporalidad) convertidos en símbolos
para una vida armoniosa y justa, emblemas de una Arcadia depositaria de la felicidad natural,
tienen un objetivo inicial de carácter moral e higiénico.
El higienismo construye, también en nuestro país, los soportes funcionales de parques y plazas
y es la Institución que validará científicamente una serie de propuestas e intervenciones sobre
la distribución, el uso y la forma del espacio y el equipamiento urbano que resultarán
determinantes en la conformación física de las ciudades. Lo central del debate acerca de los
Parques, su ubicación, formas y usos, se inscribe en el marco de las disciplinas que actúan
alrededor de los problemas de la higiene, la medicina, la salud pública, y está estrechamente
vinculado a sus objetivos mas generales de control de las condiciones de reproducción de las
fuerzas sociales y a los problemas de propiedad y especulación sobre el suelo urbano así como
de transformación del suelo agrario en urbano.
Los arquitectos, como tales, propondrán modelos de formalización y agregarán, cuando las
políticas generales así lo requieran, un cierto valor estético y de representación. La
Arquitectura solo rozará, por medio de figuras como Thays, los bordes de la producción de los
Parques de Buenos Aires: el silencio con que las revistas especializadas consideran el tema,
desde principios de siglo, es un indicador de que nos enfrentamos a un problema considerado
periférico respecto del núcleo central de la disciplina arquitectónica.
Alrededor de 1870, y como consecuencia de la construcción del Parque Tres de Febrero, se
desarrolla un debate entre diversas expresiones del positivismo que se reflejará en una
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prolongada disputa entre técnicos de diversas disciplinas (ingenieros militares, médicos,
jardineros, botánicos) e Ingenieros Paisajistas provenientes de Francia y Alemania. El mismo
Sarmiento, que fomentó la acción de los primeros, producirá sin embargo, para obtener una
posición fuerte frente a las discusiones parlamentarias, un posterior desplazamiento de los
constructores del parque y requerirá los servicios de un Ingeniero prestigioso como Julio
Dormal. Con la elección de Thays como Director de Paseos a través de un Concurso Público se
produce el reconocimiento de la especificidad del campo. El Intendente Bunge dirá en
1895:”amontonar árboles unos al lado de los otros es una tarea que puede realizarla
cualquiera; la Plaza R. Peña sólo puede formarla de un golpe un maestro como Thays”. Más
aún: su obra será considerada digna de formar parte del libro Les Promenades de París.
En 1918, el Ing. Agrónomo Benito Carrasco funda, en la Facultad de Agronomía y sobre la obra
de Le Notre, Kent, André y otros, la cátedra de Parques y Jardines cuyo objetivo será formar en
el terreno “una composición estética siguiendo al efecto los mismo principios que observa el
artista al pintar un cuadro”.
El estudio del landscape y del planeamiento regional vinculará al paisajismo a la tradición de
los “cinturones verdes” y de la ciudad Jardín, y a partir de 1925 el estudio de sistemas de
Parques y aún sus diseños particularizados formarán parte de las propuestas generales de re-
ordenamiento urbano hechas por arquitectos, planificadores y políticos.
3. Sobre las plazas
Las plazas de Buenos Aires se extienden, en general, sobre una manzana no construida de la
trama, excepto las plazas institucionales (del Congreso, Lavalle, San Martín, de Mayo,
Constitución), algunas plazas-parques (como plaza España o Plaza Irlanda) y aquellas que
generan trazados particulares como Plaza Arenales o acompañan particularidades del trazado
urbano (Plazas Sarmiento, Delon, Krause, M. de Unamuno, Arata y otras). Es que la Plaza es en
Buenos Aires parte de la tradición de la cuadrícula como trazado urbano tanto como lo son las
manzanas, el ideal de ortogonalidad y la estructura vial de densidad homogénea. Y es, por lo
tanto, parte de los sistemas formales de fundación y de crecimiento.
Es esta Plaza - recinto vacío la que al cruzarse con el higienismo y con ideologías románticas y
estéticas pintoresquistas es ocupada por un simulacro de naturaleza, que ocupa el centro del
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terreno acabando con la idea de foro y consolida el modelo que combina la matriz geométrica
con la ilusión de “paisaje” a finales del siglo XIX.
El parque como laboratorio técnico
1. Los comienzos del parque Metropolitano. Palermo.
La experiencia de Sarmiento en sus visitas a los Rural Cemeteries (Greenwood en N. york y
Mont Auburn en Cambridge), sus observaciones acerca del paisaje norteamericano, sus
contactos con R.W. Emerson y el trascendentalismo - vinculado directamente al desarrollo del
Park Movement - en Boston (1865) y el conocimiento directo del Central Park así como de su
proceso de gestión y gobierno son acontecimientos que resultarán determinantes en la
construcción del Parque 3 de Febrero en Palermo.
En efecto, el hecho de haber acompañado el proceso que va desde el Rural Cemetery
concebido como modelo alternativo “programáticamente colocado fuera de la ciudad para
realizar una utópica Arcadia” al Parque como “piedra angular del planning americano” en la
lectura de Dal Co, permiten pensar el proyecto para un Parque Metropolitano en Buenos Aires
en relación a su capacidad técnica de control del territorio.
Sí, como dice Dal Co, “Greenwood es la realización de un sueño romántico comparado con las
realidades de la naciente sociedad industrial”, resulta destacable la descripción de Sarmiento
en “Viajes” en 1847 en su visita al sitio: “Abraza el cementerio un espacio inmenso de terreno
en el estado de naturaleza…, ofrece una variedad de aspecto que cambia a medida que se
penetra en su solitario recinto ¿No es cierto que este sistema de cementerios a la rústica
infunde sentimientos de plácida melancolía? Al menos este impresión me causaba la vista,
desde alguna parte elevada, apoyado en un sepulcro de Nueva York coronada de humo”.
En 1868, la publicación Ambas Américas dirigida por Sarmiento reproduce un informe del
Departamento de Agricultura de los EE.UU. en el que se vincula el desarrollo de la agricultura
con la necesidad de jardines de propagación y de parques públicos. En los “Apuntes para
establecer las condiciones para el Concurso” del Parque 3 de Febrero, en 1874 el programa
comprende básicamente establos, criaderos de árboles, invernáculos, espacio para
exposiciones agrícolas, conservatorio, jardín zoológico, así como riego artificial con posibilidad
de estudiar nuevas técnicas de aplicación de establecimientos rurales, prados artificiales para
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pastoreo, tambos. Por otra parte, el hecho de realizar el relevamiento y trazado del Parque
como un estudio practico de los cursos militares de topografía, puentes y calzadas, resulta
revelador del papel preponderante que debían asumir en el Proyecto la cartografía, la
hidráulica, así como los cuerpos técnicos encargados de llevar adelante estas disciplinas.
El Parque tiene pues durante el período de Sarmiento un acento marcado sobre la posibilidad
de constituir un laboratorio técnico formando parte de un modelo a escala nacional que
incluye la creación de la Dirección Nacional de Agricultura, sus proyectos para Chivilcoy, las
colonias agrícolas, la educación agraria, la Escuela de Botánica, los Jardines de Aclimatación. En
su discurso de inauguración de la 1a Sección, Sarmiento da la clave de su programa territorial:
“La sección terminada es ya la miniatura de un parque. Cuando las otras hayan sido sometidas
a la cultura, el parque será un modelo presentado al público de lo que el país entero puede ser
con los progresos del gusto decorativo. Merry England es un vasto parque y, en la pampa y a
las márgenes de nuestros ríos tenemos donde trazar, en cuando a bellezas rurales, muchas
“Inglaterras” en una república embellecida”. Pero éste, como veremos, es sólo uno de los
rostros del proyecto.
2. El nivelador social
“Palermo es un intervalo en la semana… que reconstruye en pocas horas los tejidos destrozados
por el trajín de la urbe” escribió E. J. Estrada, mientras que quien define los rasgos más crudos
del mismo es a Nicolás Avellaneda en la Cámara de Senadores cuando el mismo higienismo
impulsor (por boca de G. Rawson) hace peligrar la concreción del Parque: los contenidos que
en el debate se harán explícitos son los del Parque como antídoto natural frente a las
condiciones de habitación y vida en la fábrica, medio de educación moral, cohesión familiar,
ahorro, beneficios para la sociedad y la producción pasados por el tamiz de los principios
democráticos norteamericanos. Sostiene Avellaneda: “… no hay espectáculo público que nivele
tanto las condiciones sociales como un paseo público. En él todas las condiciones desaparecen.
Es el mismo para el pobre y para el rico …, sirven para mejorar, suavizar, purificar, ennoblecer
los sentimientos de las multitudes dando formas más suaves a esta duras y rudas luchas que
engendra la democracia, de tal modo que el Presidente del Central Park ha dicho: “Cuando
nuestros paseos públicos sean mas concurridos, nuestras elecciones serán menos agitadas …”
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Pero la operación se presenta así incompleta: debe agregarse a esto el efecto exorcizante que
se le atribuirá al parque, factor que dará la clave de la elección del sitio.
Se confía a las instituciones civilizadoras y a la llegada de los inmigrantes el fin de las plagas y
las pestes. Pero para que esto suceda hay que “santificar el espacio de la tiranía…,como el
cristianismo con los templos paganos”. Y el exorcismo llegará de Europa “por todos los
encantamiento de las artes, de las ciencias, de la elegancia y del buen gusto que Rosas no pudo
aprender en la Pampa del Sur”, dice haciendo propio el parque ya existente en Buenos Aires
por treinta años, necesidad ésta que había sido señalada repetidamente por Wilde a
Sarmiento.
“Un paseo público para un pueblo culto” y “Palermo, a la usanza de Rosas, elevarlo a Parque
Central como corresponde a un pueblo culto”. Estos son los dos títulos del borrador para la
inauguración del Parque. Es Sarmiento en ese discurso quien deja claro este doble papel del
Proyecto: iniciar a los argentinos en la civilización y simultáneamente “des-barbarizar” el
terreno para recibir a los inmigrantes ya civilizados. Con una voz dice Sarmiento: “El Parque 3
de Febrero será de hoy en adelante el patrimonio del pueblo, verdadero tratamiento higiénico
que robustecerá sus miembros por el saludable ejercicio, dilatará su ánimo por el espectáculo
en las perspectivas grandiosas… y cultivará el buen gusto… Si Nerón al estrenar la Domus Aures
pudo exclamar. “Al fin estoy alojados como un hombre”, el pueblo argentino puede desde hoy
considerarse iniciado en todos los esplendores de la civilización más antigua de sus padres y, sin
abandonar el país, pasearse complacido por su Bois de Boulogne, su Hyde Park o su Central
Park”. Para agregar con otra voz: “El que visita esta afortunadas comarcas, o el que viene a
engrosar la falange de los pioneros que atacan el desierto…, no llorará a al sombre del Éufrates
la antigua patria ausente, sino que, recorriendo estos mullidos caminos, vagando a la sombra
de las plantas de todas las flores del mundo, se sentirá por asociación de ideas y plácidas
reminiscencias, en su propia patria”. Como señalara Martínez Estrada: “Pellegrini fundó el
Hipódromo y Sarmiento el Jardín Zoológico y el Parque Botánico. Nada de esto es casual ni
carece de providencial significado. Infinidad de especies se exhiben aclimatadas o sometidas.
Plantas y fieras traídas desde sus patrias originarias sobrellevan el cautiverio del invernáculo y
de la jaula. Conviven su inmigración forzosa”.
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3. La construcción
El Parque que se inaugura en noviembre de 1875 es solo la 1ra. Sección (hoy Avda. del
Libertador, Avda. Sarmiento, Avda. Casares y la antigua línea del Río poco más allá de Avda. F.
Alcorta) y era parte de un vasto proyecto que luego de innumerables modificaciones, se
presenta prácticamente acabado recién en 1933.
Hasta 1864 la cartografía incluye aún el Parque de Rosas reproduciendo en líneas generales las
plantaciones sobre el arroyo Maldonado que figuran en el plano topográfico de A. Sourdeaux
de 1850 (del Parque de Rosas se incorporan no solo los bosques naturales sino la totalidad del
sistema hidráulico de tomas de agua, canales de riego, exclusas y estanques compensadores
que figura tanto en el plano de 1850 como en el relevamiento de 1874).
En 1867 se publica el plano de Malaver en el que se incluye junto a la casa de Rosas un
proyecto de Champs Elysées, atribuido al arquitecto Benoit. Entre el momento en que surge
esta imagen emblemática y la publicación del plano de Saint-Yves (1887), primera
representación fiel del parque efectivamente construido, se despliega la escena en la que se
moverán técnicos, políticos y proyectos sobre un fondo de crecimiento urbano, de desarrollo
del ferrocarril, de la federalización de Buenos Aires, del debate sobre el Puerto, del comienzo
del proceso inmigratorio, en la década que marca el comienzo del fin de la Gran Aldea.
Los personajes fundamentales de la construcción de la primera etapa del Parque, responsables
del trazado y su ejecución entre 1874 y 1876 son: Ernesto Oldendorff, prusiano, Director de la
Dirección nacional de Agricultura desde su fundación en 1871, director de “Anales de
Agricultura” entre 1873 y 1876, “primer alemán del Río de La Plata” como lo llamaba
Sarmiento; Fernando Mauduit, botánico francés, jardinero del Parque, autor del “Tratado
elemental del agricultura práctica” y “El jardinero Ilustrado”, secretario de la Sociedad
Argentina de Horticultura; y Jordan Czelaw Wysocki, ingeniero polaco, nacido en 1839 y
graduado en la Escuela Superior Técnica de Varsovia, uno de los constructores de las líneas
férreas San Petersburgo - Varsovia y París - Bordeaux. Ya en Argentina trabaja, en 1867, en los
ferrocarriles de Santa Fe, en 1872 en el proyecto Córdoba – Tucumán y en la Exploración al
Monte Impenetrable y es autor de planos de delineación, relevamientos y trazado del Parque a
pedido de Sarmiento.
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Durante julio de 1874 las obras se desarrollan a un ritmo acelerado. Al margen del personal
calificado, hay 374 jornaleros trabajando en el Parque. Se mantiene correspondencia con
Europa para la compra de invernáculos, puentes, estanques, etc., la Sociedad Rural remite a
Carlos Pellegrini varios libros especializados para su consulta y, sin embargo, en septiembre del
mismo año, se convoca a un Concurso de Proyectos realizados sobre un plano y un programa
elaborado por la Comisión Auxiliar.
En el concurso participaron, entre otros, F. Forchel (jefe del jardín de aclimatación), Julio
Dormal, Henry Chamagne, Próspero Lebeau. El 23 de noviembre se adjudica el primero premio
al proyecto presentado por Adolfo Methfessel y Carlos Böermel, ambos vinculados
directamente al grupo de técnicos y científicos alemanes que trabajaba con Sarmiento. Tanto
el proyecto como sus autores son dejados rápidamente de lado y se contrata a Julio Dormal
como ingeniero jefe de las obras a las que se da un fuerte impulso durante 1875 (al mismo
tiempo se contrata la construcción del hipódromo se autorizan las líneas de tranvías y se
concede a la Sociedad Rural el predio de exposiciones) inaugurándose la 1ª sección en
noviembre del mismo año. Fiesta prolongada a la que asiste el 15% de la población de Buenos
Aires.
En tanto, entre 1874 y 1876 F. Forckel desarrolla el jardín de aclimatación en la quinta de
Pinedo, claramente escindido en un parque de paseo y un área de cultivo. En 1888 Carlos
Kühne desarrolla el plano del nuevo jardín (parte importante del cual existe bajo el actual
Botánico) combinando formas sinuosas y plantaciones regulares tal como sugerían los tratados
franceses para adaptar los viveros a la nueva paisajística. Mientras tanto, se desarrollaba el
antiguo zoológico que dirigiría E. L. Holmberg a partir del 88. En el mismo año 1888 se
federaliza Buenos Aires y el Parque pasa a depender de la Municipalidad. Muere Sarmiento.
Un parque urbano construido en Buenos Aires en 1874 y vinculado a un Programa Civilizador
debía entrar necesariamente en relación con los tratados franceses. La obra de André era
conocida y Sarmiento mantenía con él correspondencia ya en 1868. El “Traité Practique et
didactique de l´art des jardins” de Le Baron Ernouf y J.C. Alphand y “Les promenades de París”
se encontraban en 1874 en la Biblioteca de la Sociedad Rural.
La presentación de proyectos de parques “irregulares” formando parte de una nueva
genealogía del sentimiento, en general viene acompañada, en estos libros, por una serie de
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técnicas de trazado, representación y construcción que constituyen un catálogo en el que se
encuentran los elementos con que se compone el proyecto superpuesto al parque de Rosas.
Sin embargo, la experimentación estética en la 1º sección, está estrechamente vinculada a las
contribuciones tecnológicas y al espectáculo en su forma de Efecto; es decir a formas del
aprendizaje metropolitano, mientras que, en las obras que se construyen de 1890 en adelante,
la estética dependerá de la representación y estará ligada directamente al Estilo.
La 1º Sección de construye sobre la base del mantenimiento de los árboles existente, el paseo
de circunvalación, el sistema hidráulico, alguna referencia a lo pintoresco y la fascinación de la
técnica y la velocidad: “Un chorro de luz eléctrica pasaba por sobre la cabeza del espectador a
iluminar la avenida dejándolo a él en la completa oscuridad que esta luz sin reflexión deja a sus
flancos”, dirá Sarmiento en 1875 entusiasmado por “el resplandor del espectáculo” dice un
comentarista de la época. El ensanche sería en cambio una estructura consciente de
representación.
El parque como espacio de representación
Lugones define, para 1874, la relación entre parque y desarrollo urbano: ”Buenos Aires carecía
de paseos relacionados con su extensión y su importancia futura”.
La necesidad institucional del Parque resulta extremadamente endeble. El proyecto de 1874
acompaña los comienzos de un proceso de desarrollo nacional deformado que comienza a
consolidarse en esa década. El cuestionamiento de esa necesidad se hace dramático a la luz de
la crisis de 1873 – 1876 que deja al descubierto la fragilidad del sistema económico basado en
la exportación de carnes.
A partir de 1876 Palermo queda aislado y su construcción demorada. No era concurrido; sus
accesos eran intransitables. Como se lamenta Sarmiento: ”el Parque no forma parte de la vida
de Buenos Aires”. Aún en 1895 la Memoria Municipal admite: ”los jardines de la Recoleta y
Palermo, por ser de ubicación suburbana, no llenan el objeto de los parques situados en el
centro de las ciudades de Europa y los Estados Unidos”.
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Es que el primer Palermo, si bien se vincula con un interés por la reforma ambiental e higiénica
y es modelo de intervención estatal en la ciudad, está a caballo entre un sentimiento positivo
de la realidad urbana y una nostalgia regresiva. No forma parte de un sistema de parques
públicos, como había sido sugerido por André, ni integra, a la manera de los parques ingleses,
áreas de residencia o de explotación inmobiliarias. El modelo es el Central Park pero las
alusiones al proyecto de Olmsted no ocultan las particularidades.
El Palermo de 1875 está fuera de la ciudad, se plantea en realidad como una alternativa a ésta.
Como señala Paolo Sica “el parque (para el Park Movement) entra en la ciudad como elemento
orgánico y de organización que debe preceder a orientar las iniciativas especulativas de los
particulares”. Pero el parque, que en Nueva York resulta ser el dispositivo técnico mas que el
motor ideológico de una obra de reforma y de planificación en la ciudad es en Palermo una
imagen, un puente sobre la realidad. Lo que en Central Park es una compleja separación de
tráficos que provoca una nueva relación con la trama urbana y cuya definición de bordes y
contacto con lo construido esta en estrecha relación con la incidencia sobre los valores de la
tierra, en Palermo es una lineal toma de distancia, una afirmación de otra realidad a la que la
ciudad se acercará lentamente sin reconocerse. Los Portones separaban a Palermo de la ciudad
y lo integraban a la pampa, de la cual nunca logró desprenderse totalmente.
El Buenos Aires en que se termina la construcción del parque es muy diferente. La expansión es
en 1892 evidente: el mismo año comienza a actuar Carlos Thays, personaje principal de este
segundo período.
Pero la distancia que hay entre 1870 y 1890 es –como lo señalara David Viñas es la que separa
al viaje balzaciano de Sarmiento del viaje utilitario de Mansilla: de la preocupación utilitaria a la
contemplación estética y el puro consumo. El nuevo impulso a la construcción de Palermo,
que se inicia en 1891 supone el abandono del parque como aparato de conocimiento práctico,
de experimentación técnica, construyendo sobre él un espacio en el que el acento estará dado
en la representación social.
De esta manera, al sobreponerse un sistema de representaciones a lo que ya era una imagen
simbólica, se perdió aquel contacto programático con la realidad que caracterizaba a los
primeros promotores de la civilización. Martínez Estrada lo dice en Radiografía de la Pampa:
“la civilización era la historia, el futuro, la ciudad, la industria, la tabla fundamental del valor de
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las cosas. De la civilización se hizo una programa y de la barbarie un tabú. En torno de éste
(Sarmiento) como de otros grandes hombres argentinos se fue coagulando el silencio sobre lo
que tenía estigmas de civilización se hacía más clara y neta. Ellos poseyeron empero, hasta
Pellegrini, la idoneidad y la buena fe indispensables para nombrar las cosas por su nombre de
pila; luego lo que era tabú no se aludió siquiera dándosele multitud de sinónimos a lo que era
noa. Se comenzó a manipular ideas, valores, temas y cosas reales, con arreglo a esa tabla de
raciocinio; fragmentos considerables de realidad cayeron en la subconsciencia con palabras
proscritas; y palabras proscritas arrastraron consigo a la subconsciencia fragmento de realidad.
Al fin se perdió la sutura de ese mundo que se aspiraba y de ese otro que se tenía adelante sin
poder modificarlo. Los fantasmas desalojaron a los hombres y la utopía devoró a la realidad”.
La idea de progreso domina la década del 80. Por primera vez se plantea la necesidad, en
sentido positivista de referir el parque a un sistema. Así, “Buenos Aires poseerá –como París,
un Parque en cada uno de sus puntos cardinales; al norte el parque Tres de Febrero, al sur los
Parques Convalecencia y Rivadavia y al oeste el Parque de la Chacarita”. Sin embargo el siglo
termina sin los tantas veces proyectados parques Central y Sur.
La obra de Torcuato de Alvear que celebra el triunfo de la élite porteña y produce una puesta
al día de los monumentos preexistentes consiste básicamente en una disposición
representativa destinada al “embellecimiento urbano” a través de la incorporación de
escenografía de orígenes exóticos y artificiales como grutas y cascadas que comienzan a ser
desmontadas casi de inmediato, a partir de 1889 y bajo la intendencia de Seeber.
En 1892, Carlos Thays, discípulo de André y compañero de Alphand, por consejo del cual viaja
en 1889 a la Argentina, accede por concurso al cargo de Director de Paseos desde el cual
desarrolla el Jardín Municipal del Norte, concluye las obras del Parque Tres de Febrero y
remodela y crea Plazas y Parques a lo largo de veinte años de permanencia en la función
municipal. En 1893 se adquieren nuevos terrenos para el Parque Tres de Febrero y se propone
unirlo con la Recoleta, proyecto que se concretará parcialmente a partir de 1912. En 1896 se
termina la IIº Sección, el Tiro Federal y la Sección Lagos. Comienzan las concesiones que
totalizarán el 12% de la superficie del Pabellón en 1913 y un 54% en 1939. En 1908 se excava el
Lago de Regatas. En 1917 se inaugura El Rosedal.
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De las 230 hectáreas de parques y plazas con que contaba Buenos Aires en 1876 se pasa en
1895 a 590 hectáreas y a 997 en 1915 con la construcción de los Parques de los Patricios,
Colón, Rancagua, Chacabuco, Del Centenario. Mientras tanto y con el surgimiento de nuevos
barrios se crean plazas fuera de la acción directa del Municipio.
El parque como servicio o la “Estrategia de la Felicidad”
El crecimiento de la ciudad se acelera a partir de 1900. La población en la mitad oeste de la
Capital se cuadruplicó entre 1904 y 1914. Los agrimensores, rematadores municipales y
especuladores privados, agentes del proceso de expansión, trasladarán a los terrenos
periféricos el loteo, la manzana, la cuadra y con ellos la plaza. La plaza barrial se constituye así
en un plus de valor que el loteo ofrece, formando parte del agregado que, junto con el sistema
de transporte y las redes de infraestructura (muchas veces solo promesas) transforma la tierra
agrícola en tierra urbana.
Durante ese período, que coincide con la obra de Thays y el comienzo de Benito Carrasco al
frente de la Dirección de Paseos se produce un fuerte incremento en las superficies destinadas
a parques: en 1905 unas 192 has. de tierra urbana se encontraban afectadas a la formación de
nuevos parques. Pero aquello que caracteriza la primera década del siglo será el vínculo que se
establece entre barrios populares y nuevos parques que se relacionan con las zonas sur y oeste
de la ciudad y en algunos casos, como en Parque Chacabuco, incorporan aún con pautas de
diseño trasladadas de la idea del parque - fin de siglo, la actividad deportiva como función
dominante. Las obras de este período son el desarrollo de Agronomía (1898 -1904), el Parque
del Centenario (1900 – 1908), el parque Rancagua (1901), el Parque de los Patricios (1902 –
1903) primer parque al sur de la ciudad, el Parque Chacabuco (1903 – 1908), el Parque Nicolás
Avellaneda (1914).
En cuanto a Palermo, a partir de 1908 se continúa desarrollando con la adquisición de nuevas
tierras en 1905 para la futura sección Medrano, trabajos sobre la ex quinta de Hale y de
Mezquita, Plaza Francia, Paseo Intendente Alvear, Jardín Japonés, y la adquisición de cuatro
hectáreas en 1912 que marcará el comienzo de la urbanización de Palermo Chico, concretando
la idea de una operación inmobiliaria a gran escala al norte del puerto que reconoce varios
antecedentes desde 1890. En 1910, con la apertura de la Avenida Figueroa Alcorta que recorre
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el Parque a su largo puede hablarse de un parque metropolitano paralelo al río y extendido
desde Plaza San Martín hasta el entonces Boulevard de Circunvalación.
Alrededor de 1925 se produce en nuestro país un cambio en la concepción de los espacios de
uso público que afectará toda la producción posterior, cambio vinculado a movimientos
similares que se producen en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania en las dos primeras
décadas del siglo: se plantea la exigencia de superar el parque urbano del siglo XIX dedicado a
la representación de la burguesía metropolitana, pensado “para aquellos que pasean y como
un lugar en el que la gente debía encontrase, verse, caminar junto y divertirse”.
En los barrios populares, al comienzo del desarrollo metropolitanos, los problemas de salud
pública, alojamiento y educación derivan en una intervención de las organizaciones
filantrópicas y luego de los gobiernos en una acción que corresponde al período higienista que
comienza alrededor de 1870. Pero, mientras comienza a generarse la edificación de
habitaciones para los trabajadores, aún no se desarrollan las tipologías de recreación de masas
en tanto que el higienismo concedía parques como pulmones urbanos y no como servicios de
uso. Recién con la disminución efectiva de las horas de trabajo, proceso que se extiende en
nuestro país hasta alrededor de 1920, con el cumplimiento del descanso dominical, con el
desarrollo de las organizaciones de los trabajadores y con las leyes de mejoras sociales que se
introducen a partir de 1918, se crea la necesidad del servicio del Parque Público.
La “naturaleza” incorporada a la ciudad debía pues perder parte de su valor decorativo y
adquirir valor funcional retomando la distinción de Camilo Sitte entre verde sanitario y verde
decorativo. El resultado será la transformación del terreno en espacios para el juego y el
deporte, el desarrollo de una estrategia de la felicidad.
Los estándares de verde mínimo necesario por habitante, que habían surgido en Alemania
entre 1910 y 1915 y que implicaban la puesta en valor de uso del espacio verde urbano ya no
desde el punto de vista higienista exclusivamente, comienzan a formar parte de las memorias
y estadísticas de los organismos especializados. Ocho horas de trabajo más tiempo para viaje
más ejercicios físicos en una cantidad de metros cuadrados por habitante será la fórmula ideal
de vida del usuario del nuevo parque: el trabajador. La clave de esta fórmula para el “corpore
sano” será adaptada a las nuevas circunstancias, la misma que fundamentaba los primeros
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Public Walks en Inglaterra casi dos siglos atrás: “El ejercicio físico se paga solo. Eleva la
capacidad laborable y baja los costos de la asistencia social”.
La identificación de la actividad física y deportiva con el estado espiritual conduce a una
exaltación de la función del equipamiento específico. Así la naturaleza, sobre todo como
“bosque”, será en la década del 40 el material utilizado para moldear el espacio a ocupar por el
equipamiento deportivo y gimnástico.
La necesidad de construir ciudad con el “verde necesario” sólo es posible con una fuerte acción
del estado lo cual lleva, por un lado, a una intervención sobre la propiedad privada y la puesta
en valor de terrenos fiscales pero, por el otro, el movimiento contrario: el aumento de
concesiones a las nuevas instituciones deportivas, los clubs.
La superficie destinada a parques y plazas pasa del 3% al 4% del suelo urbano entre 1913 y
1933, pero en el mismo periodo se aceleran las concesiones del espacio libre público limitando
la libre accesibilidad y canalizando la actividad recreativa a través de instituciones específicas.
Así, el terreno ocupado por concesiones en el Parque Tres de Febrero pasa del 12% en 1913 al
54% en 1939; entre los concesionarios se encuentran el Ateneo de la Juventud (KDT), Buenos
Aires Cricket Club, Tennis Club Argentino, Asociación Deportiva del Comercio, Gimnasia y
Esgrima, Congreso Nacional, Hipódromo Argentino, Atlético Porteño, Buenos Aires Lawn
Tennis, Golf Club, Asociación de Deportes Racionales, Gath & Chaves, Excursionistas, Tiro
Federal, de Natación, La Nación, Japonés de Tennis, OSN, Defensores de Belgrano, Náutico
Buchardo, Pescadores El Dorado, Asociación de Tiro y Gimnasia, Empleados del Congreso
Deliberante, Asociación Trabajadores de la Comuna, River Plate.
El parque deportivo no es un parque neutral con espacios a llenar libremente sino que es, con
sus funciones reglamentadas, parte de los dispositivos generales de disciplinamiento social. El
correlato institucional será la creación de la Dirección de Plazas y Ejercicios Físicos en 1925 y de
la Dirección de Educación Física que en 1933 controlaría la concurrencia a Plazas, Patios,
Colonias, Clubes y Balnearios. Solo las colonias infantiles de los Parque Avellaneda, de los
Patricios, Tres de Febrero, Saavedra y Chacabuco, recibirán en 1934 a 600.000 niños.
El Plan de 1925
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La pérdida de unidad que se produce en Buenos Aires a causa del crecimiento y desarrollo de
los diversos centros y barrios residenciales induce, en 1925, a un intento de recomposición
formal de la ciudad planteado a gran escala. En este proyecto jugará un papel destacado como
instrumento corrector el sistema de parques, plazas y paseos y su red vial de enlace.
Durante la presidencia de Alvear y la intendencia de Noel, la Comisión de Estética Edilicia
publica, bajo la dirección de Carlos Noel y René Karman, su programa edilicio en el que se
incluye el primer plan general de parques y plazas para Buenos Aires realizado en parís en 1924
por J.C.N. Forrestier. En él se plantea, por primera vez de manera sistemática, el propósito de
reparar la situación de escasez de espacios verdes en los barrios populares, en especial los
ubicados al sur de la Avenida Rivadavia. En el período se concretan algunas realizaciones
ubicadas sobre la faja central de la ciudad, sin embargo sus mayores esfuerzos están
concentrados en recuperar para la ciudad “su verdaderas fisonomía” en relación con el río y la
tradición y en reforzar áreas céntricas monumentales por lo cual el resultado real será un
nuevo impulso al desequilibrio estructural de la distribución y el uso del equipamiento social.
La Comisión proyectaba realizar en los bañados de Flores, por entonces un conjunto de tierras
bajas improductivas formado por lagunas, arroyos, pajonales y ciénagas un “Parque Paisaje”
que cumpliría, para el área sur los mismo objetivos que Palermo para el norte. En realidad, este
proyecto compensador o “Gran Parque del Sur”, que, con contenidos muy distintos, tomaría
impulso años después con el terraplenamiento de la Av. Roca, la rectificación delse rectificara
el Riachuelo y la canalización del arroyo Cildañez, se basaba en el incipiente Bosque de la
Tablada entre las Avenidas Roca, Escalada, Ameghino y el Riachuelo. En 1935, diez años
después de la publicación del Plan, el área no era más que un alfalfar y criadero de plantas.
El verdadero interés del plan radica en la superposición del Sistema de Parques y su red vial
sobre la trama urbana con el objetivo de recrear una ciudad, esta vez “verdadera” dentro de la
ciudad existente. Para lograrlo las herramientas utilizadas son múltiples:
1. Transformación de la Plaza de Mayo, hasta entonces “pampa encerrada”, en un área
institucional monumental. Dar la cara al Río será el principio rector de todos los proyectos
de remodelación para la plaza y en todos ellos se encuentra una invariante: las nuevas
torres ministeriales, los rascacielos, fijan la nueva imagen - puerta de la ciudad.
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2. Creación de un centro monumental en la zona de Retiro y Puerto Nuevo, sobre la base de
un programa complejo, “representativo” de los valores de la sociedad argentina.
3. Intervenciones puntuales en nudos urbanos. Plaza Italia sobre la base de Place des Etoiles
(París) y Place Caroline (Munich), Plaza Once y Plaza de los dos Congresos sobre el modelo
de la plaza cerrada europea.
4. Barrios Parques para obreros, el más importante de los cuales es el Parque del Centenario y
remodelaciones en barrios populares como Parque Saavedra, Plaza Irlanda, Parque
Avellaneda.
5. Desarrollo de las plazas y los parques tradicionales como Santo Domingo, San Francisco y
Lezama.
6. Un sistema de avenidas-paseos de gran dimensión, sobre la experiencia de Parkways,
Boulevares y Rings, que constituye en realidad un muy extenso parque cinta.
7. La Avenida Costanera, a nuestro criterio el verdadero núcleo del proyecto.
El parque continuo que se proyecta desde Puerto Nuevo hasta la Avenida General Paz, paralelo
al existente, y que a primera vista parece ser solo un nuevo fortalecimiento del área Norte de
la ciudad, resulta en realidad un enorme proyecto de especulación sobre tierras públicas y
ganadas al río.
La idea de una operación inmobiliaria a gran escala al norte del puerto no era nueva. Ya en
1890 la Sociedad Malecón y Puerto Nuevo proyectaba un amanzanamiento de alrededor de
200 has. como extensión de la ciudad, aunque esta vez suspendida entre el parque y el Río y
sólo vinculada a Buenos Aires por unas pocas avenidas. En 1895 Carlos Morales, sobre la idea
de Buschiazzo de unir la Recoleta con Palermo por medio de un paseo costero, proyecta entre
Dársena Norte y la Av. Sarmiento el “Malecón sobre la Ribera Norte” en terrenos ganados al río
delimitados por una Avenida Costanera que actuaría luego como base de trazado para
numerosos proyectos.
El proyecto consistía en el amanzanamiento de 70 hectáreas “con cuyo producido se podrá
costear las obras” y una avenida de 4,5 km. de desarrollo cuya sección transversal, de 100
metros, estaba concebida según duversas propuestas europeas en materia de vías de
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circulación. El mismo Morales lo presentaba así al Intendente: “de un lado el río cuyo
espectáculo siempre nuevo será su principal atractivo; del otro hermosas quintas,
construcciones modernas, sitios preferido por la gente de buen gusto y fortuna, grandes
hoteles, casas de baños, y en el paseo con su hermosa perspectiva, la gran concurrencia”.
En el Plan de la CEE, tras un proyecto paisajista, volvemos a encontrar, en la propuesta del
parque costero la esencia del proyecto Morales. Los parques, a los que se accedería por
Canning, Sarmiento, Dorrego, Sucre y Republiquetas, resultan sólo el fondo sobre el cual se
apoya el equipamiento de Rond Points, Aquarium, Museo Naval, Casino Municipal, Hoteles, y
la infaltable Torre Meteorológica y, sobre el Río, dos grandes Barrios Parque: la “Ribera de
Palermo” y “Belgrano Beau Rivage”, una trama reglada por las pautas de lo pintoresco, entre
grandes “tapices verdes”, sobre la cual se disponen lotes individuales para la construcción de
“cottages, chalets, residencia, comercios, hoteles, iglesias”. Sólo la producción estará ausente.
En realidad este proyecto de ciudad alternativa y separada de Buenos Aires por el Ferrocarril y
por el Parque existente constituye una fuga de la ciudad. No es que “la ciudad recupere al río”:
el Río devora a la ciudad y la re-naturaliza. Como se sabe a partir de 1990 Buenos Aires recibió
una propuesta similar, esta vez realizada.
La ciudad, especialmente aquella invocada, “al sur de la Avenida Rivadavia”, no existe en estos
proyectos, en el marco de los que se comprende la concreción en 1926 de la venta de los
primeros lotes que formarían el Barrio Parque de Palermo Chico en terrenos adquiridos a la
Compañía de Seguros la Mundial. En efecto, cuando la Dirección de Paseos realiza su reseña
estadística en 1933 incluye en ella una relevamiento de los parques y plazas y sus áreas de
influencia. La conclusión es clara: la situación no ha cambiado.
Le Corbusier y el parque
En 1940, Vicente Rotta, de larga actuación en el Concejo Deliberante, describe ciertos
“fenómenos regresivos del urbanismo porteño”. El aumento de espacios abiertos sobre el río
entre Recoleta y General Paz y la concentración de recursos comunales destinadas a
incrementar el equipamiento de uso de la élite porteña son atribuidos a la ausencia de
directivas generales pero, sobre todo, a políticas desacertadas como el permiso de loteo de
latifundios urbanos que debían preservarse o concesiones para edificar sobre terrenos públicos
parquizados.
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En 1940 el barrio San Cristóbal Norte contaba con una densidad de 298 habitantes por
hectárea y con una superficie de 0,01 m² de espacios verdes por habitante o sea que sólo una
hectárea por cada 1.000.000 de teóricos habitantes estaba destinada al uso de parque o plaza.
Mientras tanto, Palermo, con 106 habitantes por hectárea y 22,88 m² verdes por habitante
contaba con una hectárea de paseo público por cada 437 habitantes. (Los valores promedio
para toda la ciudad eran 126 hab./ha., 3,09 m²/hab. Y 1ha. Verde/3.236 hab.).
Rotta elabora una interesante propuesta sobre radios de influencia igualitarios que surge de la
aplicación de índices de salubridad por habitante pero también de la concepción del derecho
gratuito y universal al uso del espacio público dentro del recinto urbano.
El plan contempla la distribución racional de terrenos municipales (Penitenciaría, Cuarteles,
Agronomía, Bañados de Flores) en función de una relocalización de los servicios; el desarrollo
de los barrios parque; la inclusión de patios infantiles en la manzana según la idea de
Beretervide y Vautier; la transformación en parques públicos de la Estación Sola, hospicios, la
estación de FFCC en Plaza Once, playas ferroviarias en Colegiales, tierras fiscales y de escaso
valor introduciendo restricciones al dominio y transferencia de capital a través de impuestos.
Su propuesta de resolver problemas concretos a través de la creación de nuevas plazas, sobre
la base de una reinterpretación de la trama, se conecta con la tradición de las acciones
puntuales de origen municipal pero, al mismo tiempo, con la idea de plaza que propondrían Le
Corbusier, Hardoy y Kurchan en el Plan Director de 1938, publicado en 1947.
Estas propuestas, vinculadas a la aspiración del 25% del suelo urbano destinado a “áreas
verdes” y la necesidad de la construcción masiva de viviendas y por lo tanto de un uso
intensivo del suelo, hacen confluir las miradas a finales de la década del 40 en las propuestas
de City Blocks de W. Acosta, “en las arquitecturas de Kalnay, Dourge y otros”, según señala el
mismo Rotta, pero, sobre todo en el plan de Le Corbusier para Buenos Aires y en la Carta de
Atenas en su conjunto publicada tardíamente en 1954 por la MCBA.
En este sentido y vinculado a la producción de los Parques de la Raza, Brasil, General paz,
Almirante Brown y otros debemos destacar dos aspectos del Plan Director:
1. El rescate de la tradición
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El espacio verde como déficit permanente surge en las primeras denuncias higienistas y
permanece luego, aún bajo la aparición del Movimiento Moderno, como un elemento
patológico respecto de una cierta normalidad primitiva.
Así, en el Plan Director se dirá “En los comienzos de la civilización las cosas estaban en orden,
cada función ocupaba un lugar normal del territorio urbano. Pero la batahola de los
inmigrantes se precipita súbitamente –después de 1900-. Es en realidad la era de la civilización
maquinista que surge, se despliega, devora, inunda todo, sumerge todo en el desorden; las
relaciones no se respetan más”. En realidad esta es la voz de las vanguardias vinculadas a la
elite argentina que enarbolan la simplicidad y la esencialidad como banderas de lo moderno.
En la misma dirección Prebisch, que en los años 60 impulsaría las obras del Parque Almirante
Brown, escribirá en “Una ciudad de América”: “Hubo un momento en que Buenos Aires tenía
un carácter definido, es decir una apariencia física perfectamente acordada con su realidad
espiritual, sus características no eran como hoy negativas, correspondían admirablemente a su
destino; era una ciudad con la belleza de las cosas que son exactamente lo que parecen”.
Ese momento de unidad frente a la diversidad posterior era obviamente el del 80, previo a la
inmigración, y los diversos momentos “construidos” o no que intentaron luego recuperar las
verdades iniciales. Así cuando en su Plan Director Le Corbusier sostiene “ha sonado la hora de
romper el caos, de ordenar, de disponer, de distribuir, de establecer en el orden natural la
biología de la ciudad”, rescata la tradición y retorna a la idea de recuperar del río, al plan
costero de Forrestier en forma literal, a la concentración de las funciones urbanas en el casco
céntrico, a los núcleos satélites como Flores y Belgrano y propone re-ruralizar los barrios bajo
la presencia equilibrante de los dos grandes Parques Históricos: el existente, en Palermo y el
inexistente, en los Bañados de Flores.
2. La ciudad verde
El parque y la plaza solo son parte del concepto de “espacio verde” tal como viene entendido a
partir de Le Corbusier. El Parque puede ser inglés en París o francés en Buenos Aires pero el
Espacio Verde (el que rodea a la vivienda, el jardín, el lugar de juego, el campo de deportes)
que constituirán el 90% de la superficie son el fundamento de la ciudad.
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El Verde es ahora un argumento de Orden: “las áreas verdes imponen un principio de
ordenamiento que alivia la congestión”. El Espacio Verde es la herramienta para lograr la
unidad en la ciudad, es el fondo sobre el cual es posible construir.
Nuevamente se ha recurrido al efecto igualador que produce el parque: sólo sobre el verde
recobrado será posible realizar el ideal de la estandarización. “Sol, espacio, zonas verdes. Los
inmuebles surgen en la ciudad detrás del encaje de los árboles. Se ha firmado un pacto con la
naturaleza”, enfatiza Le Corbusier.
En la década del 60 finalmente, sobre los postergados terrenos del Bañado de Flores, ocupados
en parte por Villas Miseria y ya desarrollados en sus alrededores los barrios de Villa Lugano y
Villa Soldati, se intenta llevar a cabo parte del programa de la Ciudad Verde: la “superación”
del trazado de calles en cuadrícula, la distribución de viviendas entre amplios “espacios
verdes”, la concentración del equipamiento recreativo de la ciudad, la segregación de
circulaciones, ponen lentamente en movimiento al Parque Almirante Brown 50 años después
de haber sido pensado por primera vez. Los resultados son conocidos.
Pablo Pschepiurca