breve historia de la provincia claretiana de san jose de chile

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BREVE HISTORIA DE LA PROVINCIA CLARETIANA DE SAN JOSE DE CHILE En 1992 fuimos convocados a Santafé de Bogotá algunos claretianos interesados en salvaguardar la memoria histórica de la presencia claretiana en el continente americano. En esa oportunidad tuve la responsabilidad de presentar a CICLA (Conferencia Interprovincial Claretiana de América Latina) un aporte a nombre de los claretianos de Chile. Con el paso del tiempo, y como homenaje al centenario de la Pascua de nuestro mayor misionero, el Venerable P. Mariano Avellana, he creído oportuno poner en común las notas reunidas acerca de nuestra historia familiar en Chile. He actualizado la redacción y he añadido algunos puntos que creo de interés. Conversado el tema con el equipo de ECCLA, lo ofrecemos como equipo de las Ediciones y Comunicaciones Claretianas (ECCLA) a toda la familia claretiana de Chile y del mundo, en homenaje a este aniversario. Con cariño fraterno. Agustín Cabré Rufatt, cmf., y ECCLA. I. PERIODO 1870-1899 0.- INTRODUCCION Este trabajo histórico es una síntesis muy apretada de los acontecimientos y

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BREVE HISTORIA DE LA PROVINCIA CLARETIANA DE SAN JOSE DE CHILE

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BREVE HISTORIA DE LA PROVINCIA CLARETIANA DE SAN JOSE DE CHILE

En 1992 fuimos convocados a Santafé de Bogotá algunos claretianos interesados en salvaguardar la memoria histórica de la presencia claretiana en el continente americano. En esa oportunidad tuve la responsabilidad de presentar a CICLA (Conferencia Interprovincial Claretiana de América Latina) un aporte a nombre de los claretianos de Chile. Con el paso del tiempo, y como homenaje al centenario de la Pascua de nuestro mayor misionero, el Venerable P. Mariano Avellana, he creído oportuno poner en común las notas reunidas acerca de nuestra historia familiar en Chile. He actualizado la redacción y he añadido algunos puntos que creo de interés. Conversado el tema con el equipo de ECCLA, lo ofrecemos como equipo de las Ediciones y Comunicaciones Claretianas (ECCLA) a toda la familia claretiana de Chile y del mundo, en homenaje a este aniversario.

Con cariño fraterno.Agustín Cabré Rufatt, cmf., y ECCLA.

 I. PERIODO 1870-1899

0.- INTRODUCCION 

Este   trabajo   histórico   es   una   síntesis   muy   apretada   de   los acontecimientos   y   situaciones,   como   también   de     presentación  de personas, que enmarcan el servicio evangelizador claretiano en Chile. 

No se trata de una “historia”. Es, simplemente, una ayuda a la recuperación de la memoria histórica social, eclesial, congregacional y comunitaria de los claretianos en este rincón americano. Aquí pueden tener   los   historiadores   un   material   interesante   para   futuras investigaciones.     Quien   presenta   estos   apuntes   es   solamente   un periodista que le gusta bucear en las fuentes. 

Todo   el   trabajo   está   estructurado   según   un   esquema   que presenta períodos históricos por grandes etapas de  tiempo y   para cuatro apartados independientes pero relacionados: 

 

1.-  La vida social    y  política del  país   porque es un referente obligado   para   conocer   a   la   sociedad   a   la   que   se   sirve: CONTEXTO HISTORICO- POLITICO-SOCIAL2.-  La   vida   eclesial   en   el   país   :   porque   mide   el   grado   de respuesta   claretiana   en   su   fidelidad   eclesial:  CONTEXTO ECLESIAL3.-  El  momento   congregacional:   para   comprobar   la   nutriente carismática que debía animar la obra evangelizadora claretiana: CONTEXTO CONGREGACIONAL4.-  Y el desarrollo claretiano en Chile o “vida provincial”:   para visualizar, en el terreno, las luces, sombras, procesos, desafíos, inquietudes, respuestas, fracasos y éxitos, que hacen la historia: LA VIDA CLARETIANA EN CHILE.

Hemos   preferido   armar   un   cronograma   de   grandes   períodos   de tiempo,   separados   por   cambios   o   situaciones   que   han   sido significativos  tanto para el país como para la congregación y para la Iglesia y vida claretiana chilenas: 

   ·         1870-1899. Desde   la fundación en América hasta la muerte del P. Xifré.

·         1900-1963. Desde las fundaciónes “pioneras” hasta el comienzo del II Concilio Vaticano.

·        1964-2003. Desde el Post-concilio hasta hoy. Una observación que nunca está de más es señalar que las 

apreciaciones,   juicios   y   criterios   que   aquí   aparecen, comprometen  solamente al autor.

  1.- CONTEXTO HISTORICO-POLITICO-SOCIAL DE CHILE 1870

Las   naciones   iberoamericanas   surgidas   a   la   vida   independiente,   entre 1810 y 1830,   se debatieron en las décadas siguientes en luchas intestinas desintegradoras: el caudillismo militar, una aristocracia criolla ambiciosa, la ignorancia generalizada de los pueblos, todo se confabuló para impedir un desarrollo estable.

Chile pagó también el precio, pero logró salir del estancamiento antes que sus hermanas del continente. Desde 1830 en adelante se establecieron   gobiernos   seguros   dentro   de   una   democracia 

“formal”. La dirigencia de la oligarquía trabajó por la unidad interna y la organización del Estado según su conveniencia.

Esa clase, que al decir del sabio Ignacio Domeyco,  “no usaba poncho”, tuvo las riendas en su mano mientras la clase popular –en su mayoría rural- se quedaba en un letargo obsecuente; el país era de hacendados (patrones) e inquilinos (peones). La Constitución de la República  de 1833 (que permaneció casi cien años, hasta 1924) consagró los elementos básicos del poder de la oligarquía nacional: el   control   de   la   tierra,   el   sistema   electoral   censitario   y   el “matrimonio” con la Iglesia católica, con exclusión de toda otra fe religiosa.

Con   el   paso   del   tiempo,   el   poder   siguió   en  manos   de   dos grandes   conglomerados   políticos:   el   Partido   Conservador   (o Pelucón)   y   el   Partido   Liberal   (o   Pipiolo),   mediante   elecciones periódicas constitucionales.

  Ambas   entidades   no   tenían   grandes   diferencias   en   criterios económicos,   en   relaciones   internacionales   o   en   la   organización interna  del  Estado.  Solamente   la   ideología   enfrentaba   a   ambas corrientes de opinión, en asuntos relacionados con  la  libertad de conciencia, la libertad de educación y las relaciones entre Estado e Iglesia, dentro del esquema patronatista.

 El Partido Conservador era un fuerte aliado de los intereses de la 

Curia  santiaguina y   los obispados,  actuando como su verdadero brazo   político   mientras   usufructuaba   de   esa   adhesión   a   los principios   católicos,   apostólicos   y   romanos,   en   propio   beneficio electoral   especialmente   en   el   mundo   campesino   y   tradicional. Siendo  el  Partido  Conservador  un  Partido   “de  orden”,   la   Iglesia oficial   lo   admitió   en   su   lecho   sin   el   menor   remordimiento   de conciencia. 

 En   cambio,  el  Partido  Liberal   defendía   ideas   librepensadoras, 

agrupaba a gente más contestataria  (hasta donde puede serlo  una oligarquía   obesa   y   espiritualmente   reumática),   bebía   del enciclopedismo y era anticlerical, aunque no atea, en su generalidad.

 

Desde  mediados   del   siglo   XIX   la   nación   empezó   a   vivir   un período afiebrado con el descubrimiento de fabulosos minerales en plata, salitre   y carbón. Entonces, una generación de aventureros, algunos   de   ellos   con   suerte,   entró   a   sentarse   junto   a   la   clase dominante, ganando honorabilidad en base a la riqueza fácil.

Así el país fue entrando en períodos cada vez más alucinantes y agresivos   que   fueron   lesionando   su   vieja   estructura   feudal. Empezaron   a   llegar   a   las   ciudades,   lentamente,   masas   de campesinos   ilusionados por  entrar   también  en  la   fiesta  y  con el cambio de medio ambiente y de actividad se fue creando un nuevo tipo de ciudadano que se convirtió  en un proletariado  incipiente. Santiago, la capital, creció en cien mil habitantes entre 1860 y 1890.

 A este país y a esta situación en proceso de crecimiento llegaron 

los   Misioneros   Hijos   del   Inmaculado   Corazón   de   María   un amanecer  del  21 de enero de 1870.  Desde  fuera,  Chile  se veía como una nación con garantías de madurez y estabilidad. Así  lo escribió el propio P. Fundador, manifestando su impresión favorable (1) . Pero por dentro, en la década de 1870, Chile ya experimentaba que   el   dibujo   clásico   de   país   rural   y   casi   bucólico,   se   estaba quebrando   rápidamente:   dos   clases   sociales   opuestas,   pero   sin conflicto   aparente   hasta   entonces,   y   manteniendo   una   mutua dependencia (una arañaba la tierra para sacarle riquezas y la otra le daba uso, y muchas veces lo malgastaba, en propio beneficio), estaban definiendo posiciones.

  

1.1.              Políticamente:  en 1870 se podía afirmar que el país ya no era el mismo que el de los padres y los abuelos. Pero el paso   a   períodos   históricos   más   dinámicos   traía   también nuevos problemas. El Historiador Gonzalo Vial habla de  los “locos  años  70”  que  emborracharon  al   país  con  ganancias fáciles pero lo dejaron en un “tedium vitae” desintegrador.

El   país   era   considerado   como   la   “primera   de   las   naciones hispanoamericanas” y sin embargo comprobaba que no podía alzar el vuelo. No acertaba a responder a preguntas vitales: ¿la causa de 

no ser felices, la tenían los chilenos en la riqueza fácil pero efímera de los minerales? ¿En los errores de la política educacional? ¿En el acatamiento   servil     de   las   modas   extranjeras?   ¿En   una   clase dirigente   en   decadencia?   ¿En   el   imperialismo   industrial   y   su contubernio con la oligarquía nativa? (2)

Lo cierto es que asomaban nubarrones en lontananza y se acumulaban sobre el cielo de Chile. Tardarían aún en desatar tormenta porque cedieron primacía a problemas de urgencia: en los últimos 30 años del siglo XIX el país vivió tres guerras:

  ·         una   de   signo   económico   militar:   el   enfrentamiento 

armado con la alianza Peruboliviana: estaba azuzado por el interés de las compañías inglesas interesadas en la minería de la región en disputa, y la codicia de los empresarios locales disfrazada de sentimiento  nacional.

·         Otra, de tipo religioso,  que no empleó balas de cañón pero sí excomuniones y legislaciones que se manejaban como catapultas,   enfrentando   a   los   gobiernos   del   Estado   con   la jerarquía  de   la   Iglesia.  Se   inspiraba  en   las   ideologías    del Patronato , por un lado, y en la defensa de la libertad de la Iglesia,   por   otro.   Ambas   estaban   disfrazadas   de     lucha doctrinal.

·         Y finalmente, un tercer conflicto  ideológico-político  que se desencadenó violentamente en 1891 y cobró diez mil vidas en los nueve meses que duró la guerra civil entre los poderes ejecutivo y parlamentario. Usó el disfraz de   causa libertaria para disimular  la ambición por el control del Estado.

 1.2.  Culturalmente: a comienzos de la década de 1870 se notaban esfuerzos serios aunque reducidos respecto a la instrucción pública. Un analista deja constancia que en el país había en esa época dos millones  de habitantes y  solamente 74.000 alumnos cursaban  la escuela en sus diversas secciones (69.000 en la primaria, 3.700 en la secundaria, 420 en la universitaria y 480 en instrucción especial). El único centro de educación superior era la Universidad de Chile. Los centros de “educación especial”  eran  la  Academia militar,   la 

Academia naval, el Conservatorio de Música, la Escuela Normal de Agricultura y la Escuela de Artes y Oficios.

La Iglesia aportaba a la cultura del país sus seis seminarios para la formación presbiteral (Serena, Valparaíso, Santiago, Talca, Concepción  y San Carlos de Ancud) con 520 alumnos en total.

Otra manifestación cultural  ha sido siempre  la prensa.  El  país contaba con una gran variedad de periódicos estables, aparte de una prensa   de   trinchera   que   nacía   y   moría   al   ardor   de   situaciones conflictivas. Un recuento de periódicos en 1870 da una aproximación a 60 publicaciones en todo el territorio. Solamente la  ciudad de Copiapó contaba con tres diarios, y pueblos menores como Melipilla, Rengo o Parral tenían también su prensa propia.

Y ya que nos referimos a la cultura, tomando el término como los modos de ver, experimentar y vivir del pueblo como entidad nacional, no podemos olvidar que la misma identidad chilena creaba mitos de autoafirmación   que hay que tener en cuenta al hacer historia social: por ejemplo, los mitos del clima paradisíaco, el mito de la raza fuerte, el culto a los apellidos “sonoros” y el mito de una sociedad católica.   2.- CONTEXTO ECLESIAL DE CHILE EN 1870 

Las guerras de  la  independencia en América  latina, agrietaron profundamente la estructura eclesial, pero no afectaron en un primer período la adhesión y la pertenencia a la fe católica. Donde la grieta se manifestó   colosal   fue   en   el   aspecto   organizativo:   curatos abandonados, obispados acéfalos,  dignidades usurpadas, numerosa frailería en vagancia por el quiebre de la vida conventual, poderes en disputa, todo ayudó a formar un descomunal enredo sin que Roma –presionada por la corona española- pudiera ver dónde estaba la punta de la madeja para intentar un ordenamiento. No se pueden olvidar las extemporáneas Cartas papales en contra de la nueva situación de las repúblicas,   ni   el   hecho   que   recién   en   1840   Roma   reconociera oficialmente a las nuevas naciones americanas. 

También en Chile el desorden causó estragos.

El   país   contaba   con   dos   sedes   episcopales:   Santiago   y Concepción.   Pero   declarada   la   independencia   respecto   a  España, Santiago  quedó  sin  báculo  por   veinte  años  por  el   destierro  de   su Obispo acusado de ser  partidario  del   rey.  Por  el  mismo motivo,  el obispado de Concepción estuvo acéfalo por veintidós años . 

Recién en 1840, al reordenarse la estantería, se elevó Santiago a sede metropolitana y se crearon dos nuevos obispados: La Serena, en el norte,  y San Carlos de Ancud., en el sur. 

El gobierno del Estado, fuerte defensor del Patronato que creía heredar   del   antiguo   régimen   español,   tendría   que   chocar necesariamente   con  Roma que   luchaba  por   liberar   a   la   Iglesia  de ciertos   yugos   que   le   acarreaba   la   situación,   especialmente   en   el nombramiento de obispos y dignidades, como también en la sujeción a la   justicia  ordinaria.  La postura del  Estado se vio   favorecida en un primer  momento   cuando  Roma   solicitó   al   gobierno   chileno   que   le presentara candidatos para la mitra de Santiago en 1840.

Así,   a   regañadientes,   el   Papa   fue   proveyendo   las   sedes episcopales de Chile, según la presentación que le hacía el gobierno de   turno.     Sin   embargo,   cada   obispo   que   era   presentado   por   el gobierno y que incluso iniciaba su pastoreo solamente con la “Carta de ruego y encargo” que éste  le daba, antes de  la provisión canónica hecha por el Papa, se convertía indefectiblemente en un enemigo del sistema y se alistaba bajo las banderas de la libertad de la Iglesia para los futuros nombramientos.  

La   presencia   de   congregaciones   religiosas   masculinas   era escasa a comienzos de 1870. Solamente estaban establecidas en el país   las   cuatro   antiguas   y   venerables   Ordenes   monásticas   más populares,  desde  los   tiempos de  la   invasión europea:  mercedarios, dominicos, franciscanos y agustinos. 

En   1834   habían   llegado   a   Chile   los   sacerdotes   de   Picpus, Sagrados   Corazones,   provenientes   de   Francia   y   de   paso   a   la Polinesia.   Por   problemas   de   embarcaciones   y   asuntos   legales   se quedaron en Valparaíso y  fundaron colegio en esa ciudad y  después en Santiago. 

También tenían una pequeña presencia los de la Congregación de la Misión (lazaristas), pero se dedicaban a atender religiosamente como capellanes a las Monjas de la Caridad de San Vicente de Paul y servir un templo llamado de San Francisco de Borja, en la Alameda de Santiago.

Por otra parte, en la zona de la frontera con las comunidades mapuche estaban los Capuchinos italianos. 

Los   jesuitas   habían   iniciado   lentamente   su   reorganización después de  la expulsión sufrida en tiempos del  rey Carlos  III,  y  su presencia no era significativa aunque ciertamente se manifestaba en algunos puntos importantes de culto y dirección espiritual.

Por   todo   esto,   la   llegada   de   una   congregación   netamente misionera y con el encargo carismático de ser “fuertes auxiliares de los obispos”   en   la   evangelización   popular   mediante   el   anuncio   de   la Palabra, fue recibida como un regalo del cielo.

Respecto   a   las   comunidades   femeninas   (monasterios   y conventos) eran numerosos (3). A comienzos de 1870 se podía contar hasta  quince entidades diversas entre   las  que solamente  dos eran originarias del país. 

Pero lo que más proliferaba eran las Hermandades, Cofradías y Beaterios, que en base a devociones particulares y al pago de cuotas, obtenían “carta de rescate” que les daba derecho a sepultura, misa de funeral y nutridas indulgencias. Varios de los beaterios se convirtieron después en verdaderas comunidades religiosas, al comunicarles sus fundadores o fundadoras un carisma eclesial más universal que ayudó a  transformar sus estructuras.  

A   inicios   de   la   década   de   1870,   fecha   de   la   llegada   de   los claretianos al país, se vivía una situación religiosamente serena. La preocupación principal  de  los pastores era  la  preservación de  la  fe católica mediante una labor de mantención. Y para ello contaba con dos medios poderosos: 

·         las misiones populares, aunque en   pequeña escala y servidas por presbíteros seculares con espíritu evangelizador (4)

   ·         y  las  llamadas Casas de Ejercicios espirituales para toda clase de personas.  

 En ambas instancias, los  claretianos iban a entregar lo mejor de 

sí en  las primeras generaciones misioneras y hasta bien entrado el siglo XX. . 

  

3. CONTEXTO CONGREGACIONAL EN 1870La fundación chilena, la primera en tierra americana, conoció un 

contexto congregacional preocupante. La revolución septembrista de 1868 en España había aventado tanto a la corona real como al propio fundador,   Padre Claret, quien era figura combatida por su condición de confesor de Isabel II. El Padre Pablo Vallier dejó reflejada en una larga relación  fechada el 3 de marzo de 1890 y publicada en Annales, la situación en toda su desnudez:

"Dispersos por la violencia, los misioneros de esta, entonces, pequeña Congregación, desterrado en Francia su venerado Fundador, oculto el superior general padre Xifré, en pocas horas no quedó otra comunidad que la pequeña residencia de Huesca, la que por causas extrañas a la revolución hubo de desaparecer algunos años después. El desaliento era común. Escribiendo el secretario de la Congregación padre (Bernardo) Sala al padre Marcos Domínguez, que como otros de la congregación se encontraba ayudando en una parroquia de la diócesis de Calahorra, le decía: el golpe y herida que ha recibido la Congregación, es de muerte.

No lo creyó así el padre general. Con un ánimo y fe más que comunes, iba a decir más que humanas, esperó contra toda esperanza. Resuelve pasar a Francia con no pequeño peligro y apenas instalado en su pequeño albergue (Hospice Saint Jean, Perpignan) arrienda el piso alto de la casa número 11 de la Grand Rue Saint Martin, en donde puede reunir algunos individuos del instituto y tener lugar determinado desde donde poder comunicarse con todos los miembros de la Congregación. Los primeros que allí llegaron fueron los padres Diego Gavín y Pablo Vallier, a los que siguieron luego los padres Clotet, Serrat y Quintana..."

La casa pronto quedó estrecha. Entonces el padre Xifré tomó en arriendo una más espaciosa en la villa de Prades, en las faldas del Canigó y de ahí, al poco tiempo, otra más en Thuir, aunque el superior general penaba por establecerse en el antiquísimo monasterio de san Miguel de Cuxá, cercano a Prades. 

En realidad, nada más acorde con el estilo y hasta la figura del padre  Xifré  que  ese  antiguo  monasterio  benedictino   (del   año  751) situado en un lugar áspero y solitario, con su torre del románico más severo y  la guarda de las reliquias de san Pedro Urséolo. El padre Vallier, en la relación antes citada, afirma que el monasterio estaba casi   todo   en   ruinas,   sus   columnas   de   mármol   habían   pasado   a adornar   los   jardines  de  un  establecimiento  de  baños,   la   capilla  de Santísimo y el presbiterio del templo servían de pajonal y solamente conservaba su imponente mole  de su torre.

Y añade el padre Vallier: "no había pasado un año de tan dura prueba (la revolución de 1868) cuando se fundó la misión de Argel (Africa) y poco después tuvo lugar la de Santiago de Chile".

Lo relativo a ambas fundaciones lo trataremos en el capítulo siguiente. SINTESIS

A la llegada de los Misioneros Hijos del Ido. Corazón de María al país, el contexto histórico que hemos dibujado globalmente, mantenía los procesos sociales,  lentos pero en desarrollo. Los determinismos históricos empujaban a un enfrentamiento  ideológico que tendría su apogeo –en lo relativo al mundo religioso- en las “batallas teológicas” de 1883-1887:  y    en   lo   relativo  al    Gobierno  liberal,  al   cambio  de sistema con la revolución de 1891.

El país,  todavía rural,  caminaba con un desarrollo  lerdo. La riqueza   minera,   sorpresiva   y     deslumbrante,   iba   a   acelerar   los procesos.

La Iglesia, en un clima relativamente tranquilo de mantención de la fe heredada,, empezaba a vivir una problemática que se puede sintetizar en tres planos:

* su conflicto con el regalismo del Estado

*  La secularización  incipiente pero   progresiva manifestada en tendencias laicistas

*    Su  postura  acerca  del   tema de   la   libertad  de   cultos   y  de enseñanza. En los períodos siguientes se  verá cómo estos temas iban a herir fuertemente la unidad nacional.  

(1)      Claret, Antonio M.:  Epistolario(2)      Vial, Gonzalo: “Historia de Chile”(3)     En “Chile Ilustrado” de Recaredo Tornero, se puede apreciar que  las Monjas Clarisas   tenían 

“29 monjas de coro, 19 de velo blanco y 48 sirvientes”; atendían asilo para pensionistas y para niñas desvalidas   Las Agustinas: “28 monjas de coro, 21 de velo blanco y 46 sirvientes”. Las Clarisas de la Victoria: “30 monjas de coro y 11 de velo blanco”. Las Carmelitas de San José o Carmen Alto:   “25  monjas  y  12 sirvientas”.  Las Capuchinas:   “30 monjas  de coro y  8  de velo blanco”;   tenían un feísimo templo   en la calle Rosas. Las Carmelitas de San Rafael o Carmen Bajo:  “21 monjas y 11 sirvientes”.  Las Monjas Rosas:  “25 monjas de velo negro y 4 de velo blanco”. Las Monjas de los Sagrados Corazones: “25 monjas de coro, 21 conversas y 4 novicias; tenían escuela para pobres con 300 niñas y colegio con 126 niñas. Las Monjas de la Providencia: “ 31 monjas, 6 novicias y 6 postulantes.”. Las Monjas del Corazón de Jesús: “ 24 monjas de coro, 17 coadjutoras y º12 novicias”. Tenían a su cargo la Escuela Normal de Preceptoras, además de mantener una escuela gratuita. Las Monjas de la Caridad: “80 monjas que atendían 9 hospitales y 1 escuela”. Las Monjas del Buen Pastor: “17 monjas de coro, 7 conversas y 26 novicias”. Las Monjas de la Buena Enseñanza (Compañía de María): “4 monjas de coro y 18 novicias”.  Las Monjas de la Casa de María (la primera congregación chilena de nuevo estilo): “18 monjas y un beaterio de mercenarias para niñas huérfanas de la clase decente”. Las Monjas de la Purísima (también congregación chilena): “6 monjas y escuela gratuita para niñas pobres”.

(4)     Como prueba de lo dicho están las misiones en el sur organizadas por don Rafael Valentín Valdivieso antes de ser nombrado arzobispo de Santiago, como también la fama de predicador en misiones difíciles por los pueblos del desierto lograda por el Canónigo don Francisco de Paula Taforó, etc. En cambio, las congregaciones religiosas ya establecidas en el país no tenían, por carisma,   ese   servicio.   En   el   Catálogo   del   Clero   de   1871   aparecen   solamente   unos   pocos franciscanos con el título de “predicadores”. 

 BREVE HISTORIA DE LA PROVINCIA CLARETIANA DE SAN JOSE DE CHILE

I. PERIODO 1870-1899

4.- HISTORIA CLARETIANA EN CHILEEn un breve escrito del P. José Xifré entrega una relación casi 

telegráfica de los llegada de los misioneros a tierras americanas:“Establecidos ya en Africa nuestros misioneros, pronto se abrió

paso para la América. Nuestra Congregación conocía al Sr. Arzobispo de Santiago de Chile, de quien había sido visitada en la casa-misión

de Gracia antes de la revolución  (Nota del autor: revolución de 1868 en España) (44). 

Este eminente prelado había manifestado deseos de que nuestros misioneros pasaran también a su país, dando a conocer el copioso fruto que ahí podría reportar la Congregación con sus misiones y ejercicios espirituales. Después de algún tiempo, compareció en Prades un sacerdote de Chile, llamado Peña  (45), pidiendo misioneros para la ciudad y diócesis de Santiago, ofreciéndome pagar el viaje y entregarles una casa y capilla de su propiedad en aquella capital. Accedióse a la petición y a los pocos días una comunidad de ocho o nueve individuos (46) se embarcaba en Bordeaux para aquel apartado país...Establecida nuestra Congregación con buena casa, iglesia y huerta en Santiago (15) se ramificaron dentro de poco en la diócesis de La Serena, luego Curicó y poco más tarde Valparaíso (47).

En   realidad,   el   cura   Don   Santiago   de   la   Peña,   un   tanto avejentado aunque  tenía solamente 60 años,  y  algo  “chochoso”, al decir   del   P.   Claret  (48),   había   llegado   a   Roma   buscando   una congregación religiosa que asegurara la permanencia del un beaterio de Canto y Oficio que él  mismo había  fundado en un momento de inspiración divina, según su creencia, o de cambio de luna, según el parecer  de varios.  El  grupo se dedicaba a propagar  la  devoción al Sagrado  Corazón  de   Jesús  en   la   casa   y   capilla   adjunta   que  Don Santiago tenía en la calle del Dieciocho en la capital de Chile.

En  Roma se  entrevistó  con  el  arzobispo  Claret,  quien  asistía entonces  a   las  sesiones  del  Concilio;   el   padre   fundador   lo  orientó hacia el Padre Xifré, superior general.

Ambos personajes se encontraron en Prades y discutieron  las bases de un contrato en el que el P. Xifré amplió el radio de acción de sus misioneros a los que no veía solamente como capellanes de un beaterio de mujeres  (49).  A eso de “mantener y aumentar el culto al Sagrado Corazón de Jesús” que proponía Don Santiago, Xifré añadió: “Y del Inmaculado Corazón de María y de San José, y para llevar a aquella ciudad y país el objeto de la Congregación que consiste en procurar la gloria de Dios, el bien de las almas de todo el mundo y la

santificación de sí mismos, por medio del catecismo, misiones, ejercicios espirituales...”

Una primera expedición de siete misioneros se embarcó en el vapor “Magallanes” apenas un mes y medio después de  la primera entrevista entre el  P.  Xifré  y el  presbítero de  la Peña  (50).  Partían rumbo al fin del mundo. La despedida en Prades fue emocionante. Así lo recuerda el Padre Pablo Vallier, nombrado superior de esa primera expedición misionera, en un escrito de 1873:

“¡Qué espectáculo conmovedor presentaba la casa-misión y noviciado de Prades, a las seis de la mañana de aquel día! ¡Qué devoción en las preces del itinerario y los cantos a María que se siguieron! ¡Qué despedida tan tierna! ¡Qué promesas tan repetidas por una y otra parte de tenernos presentes en nuestras oraciones! Sentimientos opuestos de alegría y de tristeza en todos los semblantes; la Congregación extendía ya su acción hasta la América, pero exigía el sacrificio de una separación que se suponía en algunos había de ser para siempre en este mundo”

Tras una navegación sin muchos contratiempos, los misioneros desembarcaron en Valparaíso y recibieron alojamiento en la c asa de los jesuitas, y al día siguiente, 22 de enero de 1870, llegaban en tren a Santiago.

El   Padre   Vallier,   superior   del   grupo,   investido   con   un nombramiento original (“provincial de América”) escribió poco después un texto que ha pasado a ser clásico:

“El 22 de enero de 1870, a las seis de la mañana, con un cielo sereno y hermoso, con una temperatura agradable aunque era el rigor del verano y contemplando por primera vez cómo el sol aparecía por entre   las   perpetuas   nieves   y   se   elevaba   majestuoso   sobre   la encumbrada cordillera de Los Andes...”

Así   arribaron   a   la   capital   de  Chile   los   siete  misioneros   y   se dirigieron a la casa de Don Santiago de la Peña. Allío,en la capilla, el Padre Heras celebró la Misa, se cantó el Te Deum laudamus y por la tarde el Padre Vallier se presentó a la autoridad eclesiástica. 

El   arzobispo   Valdivieso   estaba   en   Roma   en   las   tareas   del Concilio. El Vicario general, obispo Don José Miguel Arístegui andaba de vacaciones y a esa hora de la tarde seguramente estaría jugando a 

las cartas porque era un  “temible jugador de malilla” (51).  El Padre Vallier se entrevistó con el Pro-Vicario y canónigo de la catedral Don Manuel Parreño quien resultó un amable amigo y además propagador de la devoción popular al Corazón de María. El mismo había fundado la   Archicofradía   del  Corazón   de  María   en  Santiago,   catorce   años atrás.De   inmediato   firmó  el   reconocimiento  del  Padre  Pablo  Vallier Escartín como superior de la nueva comunidad de religiosos.

Pero las dificultades comenzaron al día siguiente de la llegada. Las beatas de Don Santiago, armaban y desarmaban a su antojo en la casa. Se metían en todo y hacían imposible una vida comunitaria con cierta intimidad.

Uno de los misioneros, el Padre Marcos Domínguez, tomó al fin el toro por los cuernos o a las beatas por el moño, que era lo mismo. Dispuso   que   desde   ese  momento   no   entraba   en   la   casa   de   los misioneros beata alguna ni por equivocación.

La reacción de las damas fue visceral y la vida de los misioneros se hizo sumamente áspera.

Conocida   la   situación   por   el   Canónigo   Parreño,   hizo   las diligencias  para  ofrecer  al  Padre  Vallier  una humilde capilla  y  más humilde   casa   en   el   tenebroso   barrio   de   Belén.   De   hecho   los misioneros ya estaban atendiendo, desde comienzos de abril de 1870, el   culto   de   esa   capilla   cuyo   cura   propietario   era  Don   José  Víctor Ignacio Eyzaguirre, quien ejercía el patronazgo de esa capilla y que la cedió gustoso a la comunidad. Vuelto al país el arzobispo, discutió la cesión de la propiedad pues era un bien de la curia de Santiago. Por su parte,el P. Xifré, como superior general, exigía la cesión completa y absoluta para la congregación. 

Por fin se logró llegar a un acuerdo entre las tres partes, y tanto el arzobispado   como   don   José   Ignacio   cedieron   cuanto   aseguraban pertenecerles y así adquirió la Congregación el derecho de propiedad.

Así, a los tres meses de su llegada,  los misioneros daban por nulo el contrato firmado en Prades entre el Padre Xifré y Don Santiago de la Peña, le prometieron devolverle el valor de los pasajes de barco y se trasladaron al barrio de Belén. Desde ese momento empezaron a tener vida propia y personalidad definida, pues hasta ese momento no se sabía ni siquiera cómo llamarlos (52).

4.1. El barrio de BelénEs  importante  resaltar  que  la  primera  fundación americana se 

hizo en el barrio de Belén. Cuando en los tiempos postconciliares la Congregación   entera   a   hablar   de   “refundación”,   estableciendo comunidades   entre   los   pobres,   solamente   estaba   volviendo   a   sus raíces. 

Hoy día la casa central de Santiago permanece en un barrio que tiene dos realidades sociales: una de nivel medio, desde la calle Diez de Julio hacia el norte, y otra de barrios bastante deprimidos, desde esa   calle   al   sur.   Pero   aún   así   no   es   posible   hoy   día   ni   siquiera imaginar la opción que realizaron los primeros misioneros a su llegada al país.

Varias son las descripciones de la época que señalan al barrio de Belén con tintas muy malas.

El obispo de La Serena, Don José Manuel Orrego, que había sido  párroco de  San Lázaro,  curato  al  que pertenecía  el  barrio,   lo describía como “un inmenso lupanar” (53).

René León Echániz, en su Historia de Santiago, escribe:“Existía un sector popular entre el canal San Miguel, el Zanjón de

la Aguada, la calle de San Francisco y la calle de Castro, perteneciente a particulares que arrendaban allí conventillos en donde se hacinaban familias menesterosas. También había lotes donde se levantaban ranchos, sin orden alguno, húmedos, sin agua corriente, un sector misérrimo”.

Por su parte el   intendente de  la ciudad Don Benjamín Vicuña Mackenna, afirmaba en 1872 respecto a esta zona: 

“Es ciudad completamente bárbara, levantada sobre un terreno eriazo desde que el canal San Miguel comenzó a fecundar la llanura. No tiene plan ni orden, ni menos higiene. Es un inmenso aduar africano en que el rancho inmundo ha reemplazado a la ventilada tienda de los bárbaros. Es una inmensa cloaca de infección y vivio, de crimen y de peste; un verdadero potrero de la muerte, como se le ha llamado en propiedad” (54).

Los misioneros, con más caridad, hablaban del barrio como de “un inmenso arrabal”.

A mediados  de  mayo  de  1870  el   grupo  se   instalaba  en  una pequeña casa  (“ocho habitaciones húmedas, un pequeño corredor, una salita que hacía de comedor, tan estrecha, que cuando uno debía salir, todos debían hacerlo”),  y   asumían   los   servicios  en   la   capilla “donde se rendía culto a una imagen de la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén” .

Dice el Padre Vallier en su escrito de 1873:“Era Belén una capilla de adobes algo pobre, si bien dotada con

los más precisos ornamentos. Su extensión era de 49 varas de largo por 10 y medio de ancho, y su elevación conveniente, con coro alto y campanario de madera. Tenía al frente una chica e irregular plazuela, y al lado sur una pequeña arboleda y una muy reducida y pobre casa, sin ningún piso alto, y en la que hubo de gastarse como setecientos pesos para que al menos se pudiese habitar. Su posición con respecto a la ciudad era la más ventajosa. No hay lugar que se preste más a los trabajos del ministerio: en medio de un barrio como de quince mil habitantes pobres, sin templo ni clero, sumidos en la ignorancia y muchos en los más repugnantes vicios”.

El  barrio  notó  muy  pronto   la  presencia  de   los  claretianos.  La atención a los pobres, el consuelo a los enfermos, la cercanía con la vida del pueblo, fueron elementos primordiales para ganar el corazón de la gente. De hecho, el barrio no veía curas sino el domingo cuando aparecía un capellán para la celebración de la misa: la sede parroquial distaba unas quince cuadras; era la parroquia de San Lázaro, la más poblada de Santiago, ubicada en la acera norte de la Alameda: una construcción de adobe, de una sola nave y  tres altares,  y con una fachada horrible que tenía un simulacro de  torre que estaba medio desplomada. 

El barrio de Belén entró muy pronto también en el corazón de los misioneros.

Por   eso,   cuando   dos   años   después,   el   arzobispo   Valdivieso llamó al Padre Vallier   para ofrecer un barrio mejor (existían ciertos problemas de escrituras acerca de la propiedad de la capilla y casa de Belén), el Padre Vallier se negó. El nuevo ofrecimiento era tentador porque estaba junto a la estación de trenes, lugar preferido para las fundaciones misioneras que así creían tener más movilidad y agilidad 

para   salir   a   campañas  evangelizadoras:   era   la   llamada  Capilla   de Matucana, hoy día templo parroquial del Sagrado Corazón de Jesús, en la Alameda. Para convencer a Vallier el arzobispo argumentó que el barrio de Belén “es muy pobre, la casa incómoda y la capilla poco proporcionada a las energías que ustedes desarrollan”. Vano intento. Los misioneros y su barrio misérrimo ya eran una sola cosa.

Con la visita sorpresiva del superior general Padre José Xifré, en 1871, se comenzaron los trabajos para levantar una casa-misión más amplia.  Los  trabajos se  iniciaron en el   lugar donde antes estaba  la arboleda,  al   lado sur  de  la  capilla,  y  que  los hermanos misioneros habían convertido en una huerta feraz: el 21 de noviembre se abrieron los surcos para los cimientos.

El P.Lorenzo Cristóbal, en su bien documentado escrito en Crónica y Archivo de 1970, señala: 

“Se planteó de momento la construcción de siete habitaciones adosadas al costado sur de la capilla, en el extremo este, con otras tantas en un segundo piso. Frente a ellas, separadas por un pequeño patio para flores o frutales, el mismo número de habitaciones sin altos, unidas ambas series al poniente por un cañón de cuartos. Entre la calle Gálvez y este cañón quedaban las antiguas habitaciones para los menesteres de oficinas y portería. Esta fue la primera fase de la construcción comenzada el 21 de noviembre de 1871 y terminada medio año más tarde.

Adquiridos nuevos terrenos para la construcción del templo y edificado éste, ocho días después de su consagración el 7 de diciembre de 1879, se comenzaron nuevas obras para dar unidad a las propiedades adquiridas en la calle Gálvez. Finalmente, en 1899 y al costado norte del templo nuevo, a una distancia de ocho metros, se levantó el ala sur del gran patio de 49 metros de largo  por 21 de ancho, rodeado de amplios claustros”.

La casa resultó amplia y confortable para las necesidades de la comunidad   que   en   1872   empezó   a   crecer   con   la   llegada   de   una segunda expedición de misioneros. Tenía tres patios y un buen huerto. El   Padre   Vallier   en   su   escrito   de   1890   y   publicado   en   Annales, señalaba: 

“El claustro es regular, no falta en casa oficina alguna; la enfermería consta de un espacioso salón, cocina y habitación para el enfermo; se ha colocado en ella un bonito altar para consuelo del enfermo. Hay dos salas de recibo que son espaciosas: una en la portería para toda clase de personas, otra dentro del claustro para recibir a los eclesiásticos y otras personas (solamente hombres) con quienes se cree conviene alguna deferencia...Los Hermanos igualmente tienen su sala de conferencias y sus talleres cerca de la cocina, del refectorio, ropería y del dormitorio que ellos ocupan”.

Para esa fecha de 1890, las dimensiones totales de la propiedad eran:  125  mt  de   largo  por   la  parte  poniente  que  da  a   la   calle  de Gálvez; el costado norte es de 60 mt y da al canal San Miguel; y el costado sur es de 74 mts. Y da a  la calle de Copiapó; en  la parte oriente, la casa tiene la misma extensión que en su frente y colinda con varias  casas  “de las está separada la nuestra por un angosto pasadizo sin cubrir”.

Por la calle Copiapó se empezó a construir en 1876 el enorme templo dedicado al Inmaculado Corazón de María, el primero que la Congregación levantaba a su patrona. Fue inaugurado en 1879.

La obra se llevó a cabo en tiempo record, como afirma el Padre Vallier: “sin otro socorro que las limosnas de los fieles y en tiempos de verdadera crisis comercial. Fue el arzobispo Valdivieso quien estimuló a los misioneros a emprender la obra...La mayor dificultad se presentó cuando se trataba de adquirir el terreno en el había que edificar; aquí el infierno hizo esfuerzos por impedir la obra. Mas, puso Dios en el corazón de Don Benjamín Ortúzar, grande fortaleza y compró el terreno ayudado de otros amigos suyos para regalarlo a la Congregación. Confiamos que Dios, en recompensa, le habrá otorgado a su alma piadosa un eterno descanso en le cielo. Su cuerpo yace en nuestro templo”.

El 7 de diciembre de 1879,el Vicario capitular de Santiago, Don Joaquín Larraín Gandarillas, obispo titular de Martirópolis,consagraba el templo en una ceremonia grandiosa, llena de fe, participada por miles de personas y con la conducción del superior de la comunidad, Padre Donato Berenguer, quien no dio inicio a la liturgia hasta tener 

junto al presbiterio a los pobres del barrio, a los obreros de la construcción, a quienes proclamó verdaderos padrinos del templo, según la costumbre en estos casos.

Lenta   pero   paulatinamente,   el   barrio   de   Belén   se   iba regenerando   de   su   vida   airosa.   Unos   quince   años   después,   los misioneros ya podían afirmar que existía “una transformación moral y material”:

-“¿Qué eran estos arrabales con su inmensa población? Un sinnúmero de casuchas pobladas por un verdadero hormiguero de habitantes, calles inmundas, mucha gente entregada a la embriaguez y al robo, pues se asegura que no se podía andar de noche por estas calles. Los amancebamientos, a centenares. Todo esto es de dominio público, todo esto era verdad cuando los misioneros se hicieron cargo de esta porción de la viña del Señor. Hoy tenemos convento espacioso y bueno, las calles están empedradas, las casuchas se van transformando en casas decentes y estamos en medio de una red de tranvías... Hemos dado este último año 31 misiones, 21 tandas de ejercicios, se calcula en 12 a 14.000 las personas que oyen misa en nuestro templo en los días festivos, y como 2.000 en los días de trabajo; es decir, tenemos en nuestra iglesia una misión constante; además asistimos a 8 o 10 colegios que catequizamos y confesamos. A esto se añade las visitas a los hospitales, conventos, cárceles y muchos enfermos durante el día y la noche”

Esto decía el boletín interno congregacional, Annales, en 1886. Y añadía:  

-“El mes de nuestra querida madre en nuestra infrabasílica, fue como una continuada misión de desagravio por los atropellos e iras masónicas de que fueron objeto predilecto nuestra iglesia y comunidad. La Virgen se interpuso en los cinco infernales asaltos que se sucedieron...”

La crónica se refería a conatos revolucionarios con motivo de las elecciones presidenciales de 1886 cuando grupos exaltados tomaron tintes   anarquistas   y   pretendieron   asaltar   la   casa   y   el   templo 

cordimariano   de  Santiago.  Para   precaverse   de   futuros   intentos   se colocó frente al templo “una robusta verja de hierro”

Otro   de   los   problemas   sociales   que   demandó   una   respuesta heroica de los misioneros fue la peste del cólera morbo que se desató en la zona central del país poco después de la elección presidencial de don José Manuel Balmaceda.   En Annales aparecía  la  información  : “el cólera está haciendo centenares de víctimas en ese infortunado país”.

Acudiendo   a   un   llamado   de   la   Curia   arzobispal   para   enviar misioneros a  la ciudad de Quillota  “por estar el cura enfermo y ser muchos los apestados”,  el padre Molinero, Visitador  interino en ese momento, , comunicó a la comunidad  de Santiago que no se atrevía a imponer un trabajo en el que se iban a jugar la vida. Dijo solamente que iría él y que invitaba libremente a quien quisiera acompañarlo. 

-“Todos contestaron a una voz: ¡yo me ofrezco, usted es el Visitador y no debe ir”, según anota el P. Nicolás Alduán en su Historia de la Provincia. 

En Quillota estuvieron dos misioneros por el espacio de un mes “hasta que bajó la epidemia” y terminaron allí  su actividad con una misión en la cárcel local, en la que comulgaron 45 presos después de haber   conseguido  que  se   les  quitaran   los  grillos.  Una   relación  del hechoaparecida   en   Annales   (1886)   terminaba   con   esta   frase contundente:

“Porque Jesús vino a romper las cadenas, no solamente de los pecados, sino las cadenas materiales...”

4.2. Los primeros misioneros.

Los misioneros llegados al barrio de Belén en mayo de 1870 formaban un verdadero equipo de vida y trabajo. El Padre Xifré había elegido bien al grupo que debía ir al otro lado del mundo, ya que no se trataba de una fundación cualquiera; se tenía que trasplantar el  árbol congregacional y para ello se necesitaba personal de espíritu recio, una lealtad a toda prueba, de ánimo emprendedor y mucha visión de Iglesia.

El equipo lo dirigía el Padre Pablo Vallier “alma gemela del fundador en la vitalidad interna. Hombre aventajado en ciencias, espiritual y con dotes de gobierno, aunque su carácter adolecía de cierta timidez natural” (55). Tenía 37 años de edad.

Por eso, el Padre Marcos Domínguez era el elemento compensador; hombre sin miedo, batallador, buen orador, religioso de piedad seria. Dentro del grupo se encargaba de la administración del dinero.

El Padre José Coma tenía solamente 28 años; era hombre sencillo, humilde, ingenuo como un niño y gran catequista.

El Padre Jaime Heras ha sido recordado en la historia congregacional como la imagen de Jesús reconciliando pecadores; hombre piadoso y apostólico.

El Padre Santiago Sánchez era un predicador fogoso, de genio vivo, muy trabajador y algo imprudente en su oratoria (56).

En cuanto a los religiosos Hermanos, Miguel Baró era un tanto apocado, prolijo en sus cosas y perfeccionista, mientras que Joaquín Escriú, de 23 años, era un joven apto para cualquier oficio que se le encomendara, ordenado y de buen trato social.

En realidad, como anota el Padre Nicolás Alduán en su Historia de la Provincia, no venía en el equipo ningún misionero con amplia experiencia. Todos eran primerizos y empezaron a predicar misiones en Chile. Pero era un equipo completo: contaba con un eximio director de ejercicios espirituales (Vallier), un orador de alto vuelo (Domínguez), un gran catequista y organizador de sociedades (Coma), un confesor infatigable (Heras) y un predicador popular (Sánchez). 

Una segunda expedición de diez misioneros llegaba a Chile el 22 de mayo de 1872, y al año siguiente lo hacía una tercera expedición y se añadía una cuarta   en   1874.   Al   finalizar   el   siglo,   ya   eran   75   los   claretianos   que evangelizaban en el país.

Es un deber el destacar a algunos de ellos por su espíritu misionero, vida religiosa   y   servicio   comunitario.   Para   ello  me   remito   a   la   pequeña   pero 

destacada obra escrita por el Padre Mario Calvo y que recuerda, según el día del calendario, a los misioneros fallecidos (57).

4.3. El objetivo misioneroLa presentación que realizó el arzobispo de Santiago en 1871 para que el gobierno chileno reconociera oficialmente a la congregación en el país, señaló muy acertadamente los motivos de la misión claretiana:

“Atendido el crecido número de fieles, la dilatada extensión de los curatos de campo y la dificultad que tienen los párrocos de proporcionarse auxiliares, es imposible satisfacer las necesidades espirituales de las personas que por su fe, sus deseos y hasta por las penalidades de la vida laboriosa que llevan, son los más acreedores a los auxilios de nuestra santa religión. Con el fin de atenuar en lo posible el mal, se han establecido en el campo las misiones rurales anualmente.... pero no se multiplican por falta de operarios... Ahora se presenta una ocasión favorable de introducir en el arzobispado una congregación exclusiva para dar misiones y adaptada a las necesidades de nuestros tiempos... Ya hace dos años algunos miembros de dicha congregación han trabajado a satisfacción de mis Vicarios y con notable fruto, tanto en misiones como en los demás ministerios..."

Resulta   interesante   esta   presentación  que  hace  al   arzobispo. Encuadra muy bien la figura de lo que se pedía a los misioneros: 

*ser eficientes auxiliares de los párrocos (de la Iglesia local, por lo tanto), *en   las   situaciones  más   difíciles,   los   lugares   alejados   y desatendidos, *para parte de la sociedad más empobrecida (campesinado,   mundo   del   trabajo,   “los   que   llevan   las penalidades de la vida laboriosa” dice el documento), *con un sistema misionero “adaptado a nuestros tiempos”. *Además, con el título de exclusiva para dar misiones, pero a la que se le reconoce también competencia en los “demás ministerios”. 

Algo  de  aquello   “urgente,  oportuno y  eficaz”  que ha  quedado como   marca   histórica   de   la   congregación,   refleja   el   escrito   del arzobispo de Santiago.

4.3.1. El desafío de las fronteras nuevas Una de las notas más distintivas que acompañó el crecimiento 

congregacional fue la respuesta dada por los misioneros enfrentando circunstancias   adversas,   ásperas,   desafiantes   y   urgidas   de evangelización integral.

La   misma   fundación   en   1849   del   "Instituto   de   presbíteros seculares de las misiones con el título del Inmaculado Corazón de la B.V.   María"  (58)  fue   una   respuesta   audaz   y   profética   ante   una sociedad que vivía "tiempos calamitosos"  (59) y una iglesia que veía destruidas   "sus   estructuras   de   evangelización"  (60)  debido   a contiendas políticas.

Cuando a partir de la década de 1860, la congregación sale de las fronteras catalanas para entrar en España (Segovia, Huesca, Jaca, Barbastro...) va ampliando su radio de acción en el servicio de la palabra mediante las misiones populares y los ejercicios espirituales a toda clase de personas, acudiendo al llamado de los obispos y los párrocos: con ese tipo de predicación se va apoyando la pastoral ordinaria de las iglesias locales mediante momentos fuertes de experiencia religiosa que sacan a las feligresías de la rutina y del mero cumplimiento formal en el culto.

Lo   de   Argel   y   Chile   ya   tiene   otra   fisonomía.   En   Africa   los misioneros   entran   con   una   audacia   casi   temeraria   a   vivir   entre musulmanes,   bajo   dominadores   franceses,   atendiendo   a   colonos españoles empobrecidos o manipuladores de comercio menor, que al dejar su  tierra habían dejado, en muchísimos casos,   la pertenencia religiosa que les estorbaba. Tierra tremendamente misionera. 

El cardenal Lavigerie  arzobispo de Argel, era un celoso defensor de   la   tesis   de   convivencia   pacífica   con   los  musulmanes,   y   de   la penetración  amable  de   la   fe   católica  no  en  base  a   la  predicación clamorosa sino en base al testimonio. Eso requería todo un cambio de mentalidad, de estructuras, de métodos y de vida. Y los misioneros estuvieron dispuestos a enfrentar ese camino áspero.  Solamente  la 

caída de Napoleón III (y de Eugenia de Montijo, la   favorecedora de los colonos españoles en Argel), y el genio fuerte y arisco del cardenal Lavigerie, impidieron que la experiencia continuara. 

Otro punto en el que se manifiesta la nota de audacia apostólica para   enfrentar   situaciones   adversas,   desafiantes   y   urgidas   de evangelio, fue la fundación en Chile. 

Solamente imaginar la distancia de alguna comunidad americana (y en un país sin costa al Atlántico, además) con su centro en el sur de Francia, debió ser objeto de meditación y análisis muy serios. Por eso causa asombro comprobar que en la primera quincena de noviembre de 1869 el P. Xifré aceptaba la fundación y el 13 de diciembre ya se embarcaban   los   siete   primeros  misioneros   rumbo   al   otro   lado   del mundo.

Y además de la lejanía, se trataba de territorio, iglesia y gentes totalmente desconocidas.  

4.3.2. El carisma en todo su esplendor

La   vivencia   carismática   se   dio   en   todo   su   esplendor   en   las fundaciones de la llamada primera gran expansión (1869-1899).

La presentación del arzobispo de Santiago de Chile al supremo gobierno, que señalamos al comienzo de este capítulo, nos ayudará en un ligero análisis.

Los misioneros debían ser *ser eficientes auxiliares de los párrocos (de la Iglesia local, por 

lo   tanto).   Las   diócesis   americanas   eran   dilatadas,   en   continuo crecimiento vegetativo, con fuerte población rural, sin grandes medios ni económicos ni de estructura ni de servicios. Los claretianos llegaron a   Chile   siendo   la   primera   congregación   propiamente   de   misión popular. 

Asumir la tarea de las misiones y los ejercicios espirituales, no eligiendo lugares sino poniéndose a disposición de los pastores para ser   enviados   (según   el   ejemplo   elocuente   dado   por   Claret   como 

misionero apostólico), fue realmente una respuesta eficaz. El Centro de misiones del arzobispado de Santiago detectaba los lugares más urgidos   de   evangelización,   generalmente   las   poblaciones   más aisladas,   pobres   y   distantes,   hacía   el   calendario   de   misiones   y financiaba los viajes de los misioneros, que, por otra parte, no podían recibir   según   norma   congragacional,   estipendio   alguno   por   sus trabajos  (recién en 1876 el  Capítulo  general  mitigaba este  punto y autoriza a "recibir lo que ofrezcan"). Acompañar a los obispos en sus visitas  pastorales  por   los  vastísimos   territorios,   se  hizo  un  servicio normal: cada visita del pastor era precedida de la misión respectiva. (El   compromiso   "cordial   y   mental"   con   los   terratenientes   y   el consecuente cambio de óptica en el servicio misionero con evidente deterioro del primer espíritu congregacional fue bastante posterior).

* "Atendido el crecido número de fieles, la dilatada extensión de los curatos de campo..." En   realidad las zonas rurales eran las mas necesitadas de  la atención de  los pastores por  tratarse de un país campesino. Por 1870 no se había desatado aún la estampida hacia los centros urbanos incipientes. Santiago contaba en esos años  con unos 120.000 habitantes, en un   universo de poco más de 2 millones de cuidadanos en  todo el  país.    Misionar  era,  entonces,  acudir  con el evangelio allí donde estaban las mayorías en situación de abandono religioso y social.  

*Hacia la parte más empobrecida de la sociedad (campesinado, mundo   del   trabajo);     “los   que   llevan   las   penalidades   de   la   vida laboriosa”, deecía el documento del arzobispo.   Esta fue otra de las notas características:  las comunidades se  insertaban en  los medios empobrecidos,   allí   donde   había   que   anunciar   y   trabajar   por   la liberación de las miserias de todo tipo. En este punto resulta elocuente que  la primera comunidad en América haya sido en un barrio muy marginado, como ya hemos señalado. 

Y allí, desde esas enormes barriadas, el Padre Vallier, afirmaba sin   tapujos:  "No hay lugar que más se preste a los trabajos del ministerio: en medio de un barrio como de 15.000 habitantes pobres,

sin templo ni clero, sumidos en la ignorancia y muchos en los más repugnantes vicios....”

Tres años después, al  fundar en la diócesis de La Serena, se repite el modelo: se llega a la humilde capilla de Santa Inés, en un barrio   empobrecido,   en   la   periferia   urbana.   Y   la   fundación   en Valparaíso,   en   una   primera   experiencia,   se   hace   en   el   centro asistencial al que llegaban los marineros de todo el   mundo trayendo las pestes de  los siete mares,  junto con el  pobrerío del puerto,  los campesinos aledaños y las innumerables prostitutas. 

Treinta años después, las fundaciones en Andacollo, Temuco y Antofagasta se  realizan en sitios expresamente de "frontera"  (en el exacto significado del término), en posiciones arriesgadas, en medios suburbanos y periféricos, siendo los primeros en fundar casa-misión en  territorios donde no existía ninguna otra comunidad religiosa de varones. 

Lo   que   la   congregación   revive   en   el   último   tercio   del   XX, ubicando  comunidades  en   zonas  empobrecidas,  no  hace  más que retomar   la   línea   de   la   primera   hora   cuando   el   espíritu   de   los fundadores aleteaba fuerte impidiendo  modorras y rutinas. 

 *Con   un   sistema   misionero   “adaptado   a   nuestros   tiempos”: 

interesante   acotación   que   reflejaba   una   animacion   pastoral verdaderamente creativa. La catequesis callejera  llevando estandarte y   al   toque   de   campanillas,   con   predicación   en   las   esquinas,   fue empleada   por   los   misioneros   mucho   antes   que   Canut   de   Bon popularizara el metodismo pentecostal de base popular en Chile. La formación de seglares (y particularmente mujeres) como auxiliares del catecismo en zonas rurales y la atención de su formación mediante correspondencia   fluida,   la   necesaria   creación   de   imprentas   y editoriales para alimentar con literatura cristiana   y devocional   a los pueblos misionados,   la  apertura de varias escuelas  nocturnas para obreros, que dieron origen a escuelas diurnas de niños, la formación de "vanguardias" de  jóvenes como  la creada en Santiago por el  P. Marcos Domínguez para defensa y testimonio de fe y pertenencia (y que por ser mayoritariamente femenina el P. Xifré tuvo a bien terminar "porque diez varones valen más que cien mujeres"), etc. hablan muy 

en alto de  la creatividad pastoral misionera que aportó a las iglesias locales de América una savia joven y vitalizadora.

*Además, con el título de exclusiva para dar misiones, pero a la que se le reconoce también competencia en los “demás ministerios”.. Una congregación dedicada exclusivamente a las misiones populares, era   la   respuesta   exacta   a   una   necesidad   apremiante.   Y   como, además,   era   una   congregación   que   tenía  "competencia en otros ministerios", los  misioneros   no   dudaron   en   ser   capellanes   en   los hospitales   en   tiempos   de   guerra   y   de   paz,   en   asumir   servicios parroquiales (en una primera época exigiendo no tener la titularidad de párrocos), en dirigir prensa cristiana, levantar escuelas, ser directores espirituales de seminarios diocesanos, etc. Toda estructura capacitada para multiplicar la Palabra fue aceptada, creada o asumida con fuerte criterio evangelizador. 

En síntesis: los motivos de las fundaciones en América obedecieron a un gran sentido carismático de ser portadores de la Palabra que libera y que va haciendo brotar el Reino de Dios en tierras y gentes muy concretas; particularmente entre los empobrecidos; con fuerte compromiso con las iglesias locales y sus pastores, valiéndose de todos los medios posibles con tal que fueran estructuras aptas para la difusión de la Palabra, con un criterio universal abierto al mundo entero y con un amoroso compromiso de difusión del carisma cordimariano como elemento de primer orden para conocer a Jesús y vivir los valores del Reino: el Corazón de María entregó a Jesús al mundo y señaló con toda verdad: "hagan lo que él les diga". Siguiendo ese consejo, los misioneros cumplieron su vocación.

5. Las primeras actividades

Apenas instalados en la capital de Chile, todavía en la casa de Don Santiago de  la  Peña en  la  calle  del  Dieciocho,   los  misioneros iniciaron   sus   trabajos   apostólicos.   Empezaron   con   el   catecismo 

dominical para los niños y dos meses después de su llegada ya salían a las primeras misiones por la zona rural-sur del arzobispado.

Los jesuitas del colegio de Santiago, entre los que los misioneros contaron siempre con buenos amigos, pidieron que un claretiano les ayudara en las misiones que ellos daban en la parroquia de El Olivar y la   vice-parroquia   de   Coinco,   en   la   zona   campesina   cercana   a Rancagua, unos cien kilómetros al sur de Santiago.

Era un modo práctico de poner a la nueva comunidad misionera en contacto con las gentes, los métodos y las experiencias. El Padre Marcos   Domínguez   fue   el   señalado   para   esa   primera   salida   de aprendizaje y  regresó con apropiadas observaciones que compartió con sus hermanos.

Muy poco tiempo después, a comienzos de marzo de 1870, la Curia arzobispal de Santiago encargó a la comunidad un recorrido de doce  misiones   que   deberían   predicar   ya   sin   acompañamiento   de nadie.

El primer lugar fue Talpén, en cuya parroquia estaba el cura Don Fernando   Rojas.   El   poblado   apenas   figuraba   en   los   mapas. Actualmente,  el   recorrido en bus desde Santiago a Talpén demora cuatro horas. En aquellos tiempos demoraba algo más:

“El 16 de marzo salimos desde Santiago en tren hasta Curicó y después, en coche, hasta Talca. Al otro día, un segundo coche nos llevó de Talca a Perales, a orillas del río Maule, y seguimos todo lo demás en lancha hasta Quivolgo, donde llegamos al anochecer. Al otro día seguimos a caballo hasta Talpén” (61). Total: casi tres días de recorrido.   De   Talpén   los   misioneros   pasaron   a   la   parroquia   de Huenchullami que no tenía cura estable, y después a Curepto, pueblo más   grande,   de   unos   1.300   habitantes.   Allí   la   parroquia   estaba atendida   por   el   cura   Don   Ricardo   Aránguiz   y   fue   misión   muy concurrida. De allí siguieron a Gualleco, lugar que tampoco tenía cura párroco.

Ya estaban lanzados los misioneros al campo donde en realidad la mies era mucha y los obreros escasos.

Entre marzo de 1870 y junio de 1872,antes de la llegada de la segunda expedición, los claretianos ya habían predicado 42 misiones, 

35  tandas de ejercicios espirituales,  predicado 25 novenarios. Todo ello, además de los trabajos que suponía el oír confesiones, atender a los  enfermos,  dar  el   catecismo a   los  niños,  oficiar  el   culto  y  otros servicios menores en su barrio de Belén.

El   catecismo,   por   ejemplo,   no   era   un   esperar   que   los   niños vinieran, sino que el Padre José Coma había inventado un sistema de catecismo callejero que recorría  todo el   inmenso barrio,al   toque de campanillas, con cruz alzada y predicación en cada esquina.

Por algo, en 1872, un jefe de policía pasaba el siguiente Oficio a sus subalternos:

“La policía no pondrá inconveniente a los Padres de Belén para que en los días festivos salgan con cruz o estandarte por las calles, con el objeto de reunir al pueblo y hacerle explicación del catecismo” (62).

Siempre  las misiones eran dadas en equipo. Nunca señalaron los claretianos con el nombre de “misión” a las actividades realizadas por un solo misionero. Además, deberían ser de 10 a 15 días y tenía que   llegarse   a   todos   los   estamentos   sociales,   organizaciones asistenciales   o   de   justicia:   cárcel,   hospital,   cofradías,   capillas, escuelas.  La atención a     los  niños era  primordial:  ellos   recibían   la doctrina y eran los más eficaces propagandistas de la misión en sus casas, calles y escuelas. 

Los actos principales de toda misión eran la celebración de la Misa en las mañanas, con explicación litúrgica y catequesis apropiada (no se puede olvidar que se trataba de misas en latín que el común de la gente seguía rezando el rosario o leyendo devociones), y la reunión al   anochecer   para   la   predicación   de   los   sermones “morales” y “doctrinales”,  además   de   las   oraciones   clásicas   como   el   rezo   del Rosario.

La predicación “doctrinal” buscaba ilustrar las mentes con las verdades   del   Evangelio.   En   cambio,   el   sermón “moral” pretendía remecer las conciencias llamando a la conversión.

Las  verdades  eternas,   la  apologética,   la  explicación  de   las parábolas, la devoción a la Virgen María en la figura de su Corazón Inmaculado,   los deberes morales,  el   llamado a  la  perseverancia,   la 

crítica desnuda a los vicios locales... todo iba pasando en los días de la misión.

Ya en 1872, recién llegado al país, el padre Vallier escribía un reglamento   para   tiempos   de   misión,   siguiendo   el   modelo   de   las misiones en España: levantarse a las cuatro de la madrugada, oración en común, celebración de las misas... Por la noche se autorizaba a confesar   hombres   “hasta   las   nueve,   no   más”,   para   retirarse   a descansar a las diez. Cada tres misiones, el equipo debería tener un día de retiro espiritual.

Con el tiempo, este Reglamento fue reformado, ateniéndose más a la realidad chilena.

De todos modos, el tipo de misión se podía dividir en cuatro niveles:

las de la ciudad de Santiago “que corren a cuenta de los curas de las respectivas parroquias”;

las de la Curia, que lleva misiones a curatos fuera de la capital;

las del centro Apostólico de misiones, organización que  ponía   fondos  para   llevar  misiones  a   lugares pobres, apartados y marginados, cuyos párrocos no podían   financiar   los   costos   de   viajes   de   los misioneros, su estadía y los materiales propios de la misión;

finalmente   las   misiones   de  “las haciendas particulares, que piden y recompensan generosamente sus dueños a favor de sus inquilinos”.

En   los   primeros   veinte   años,   los  misioneros   se dedicaron   casi   exclusivamente   a   las  misiones   organizadas   por   el Centro Apostólico y también a aquéllas pedidas directamente por  la Curia arzobispal; eran las más sacrificadas y difíciles y en la revista Annales Congregationis hay numerosos y elocuentes testimonios.

En la última década del siglo XIX ya se empezaron a aceptar las “misiones de haciendas” o de “fundos”, asunto resistido por el visionario padre Ramón Genover, según se dijo anteriormente.

Otra característica de las salidas misioneras fue el acudir   constantemente   al   llamado   que   hacían   los   obispos   para convertir   las   visitas   pastorales   que  ellos   realizaban  en   verdaderos tiempos   de   misión.   Así   los   claretianos   y   los   redentoristas, principalmente, colaboraron por mucho tiempo con la Iglesia chilena. 

Por   otra   parte,   los   ejercicios   espirituales   a   toda clase de personas fue también característica del servicio claretiano. El método ya estaba establecido en el país a la llegada de los misioneros y  ellos  se  sintieron  muy  en   familia  con  un  servicio  eminentemente evangelizador. No solamente las llamadas “casas de ejercicios” eran lugares apropiados; también se dieron en las cárceles, hospitales, los seminarios diocesanos y los conventos religiosos.

Asombra   conocer   la   cantidad   de   personas   que acudían cada vez a las denominadas “tandas de ejercicios”: ¡300, 600 y hasta 1.300 ejercitantes de una sola vez!

El   ingreso   a   los   ejercicios   tenía   todo   un   rito, especialmente   en   el   mundo   campesino:   pañuelo   blanco   sobre   la cabeza y el libro del catecismo en las manos. El tipo de predicación era tremendamente impactante. El ejercicio de "la disciplina", en que cada participante castigaba su cuerpo con latigazos, en la penumbra del templo mientras se cantaban "saetas" y el predicador recordaba "las verdades eternas",  era   un   elemento   principal,   como  afirma   el padre Mariano Cidad en carta publicada en Annales y fechada el 10 de junio de 1895:

" El efecto es impactante. Las mujeres salen de la iglesia, quienes se quedan de rodillas en la plaza del frente, unas con los brazos en cruz, y todas haciendo penitencias para que el Señor las reciba en satisfacción de sus culpas y de los pecados de sus maridos e hijos que se quedan en el templo para la disciplina. Se empieza con una entusiasta exhortación en la que se les alienta a castigar nuestros cuerpos por lo mucho que lo hemos regalado en ofensas contra Dios y se advierte que nadie empiece la disciplina hasta hacer la señal. A las pocas palabras del Director, copiosas lágrimas corren por las mejillas de aquellos penitentes; todos levantan su brazo y enarbolan el azote, y tan movidos se hallan ya a los primeros instantes, que duramente empiezan a descargar los azotes sobre sus carnes antes de hacer la

señal de la campanilla. Pero al dejarse ésta oir, es un furor por azotarse; el canto triste del Miserere apenas se percibe por los golpes que se dan y por los quejidos de dolor corporal y de contrición espiritual..."

Era toda una liturgia especialmente preparada para doblegar al más reacio.   "Misión sin disciplina, es media misión, no más",  era una máxima sin discusión ni crítica. El ejercitante salía de esa experiencia, purificado. 

Ciertamente,   como   acota   el   historiador   Gonzalo Vial,   imparcial  en este  tipo de asuntos,   los ejercicios y  también  las misiones fueron el gran medio para mantener en el país una fe básica en medio de una tremolina de situaciones que iban llevando la historia por  derroteros  cada vez  más  independientes de  la   influencia  de  la Iglesia.

En algún otro punto habrá que tratar  no solamente de su aporte al mantenimiento de la fe religiosa sino también  de su eficacia global, asunto por lo menos discutible. 

Otra   modalidad   innovadora   usaron   los   misioneros   en   la catequesis   de   misiones   rurales:   consistió   en   la   preparación   más detenida de señoras y señoritas de más conocimientos y más vivencia cristiana, a las que nombraban ayudantes o auxiliares de catecismo de niños.   Así   ellos   se   dedicaban  más   libremente   a   la   predicación   y sacramentación de adultos.

Santa Teresa de Los Andes recuerda, en alguno de sus cartas, estas vivencias como “ayudante” en las catequesis de las misiones.

El éxito del método fue necesitando cada vez mayor organización y así el establecer en los lugares rurales misionados esos auxiliares catequistas permanentes que continuaban su labor durante el año, requirió poco después el envío  de material de apoyo (estampas, oraciones, material escrito, medallas) en remesas constantes. Seguramente esta preocupación fue estímulo para la compra de la imprenta Lourdes que los misioneros transformarían, años después, en los Talleres poligráficos Claret.

6. Las fundaciones 

En   1872   el   arzobispo   Valdivieso   pidió   a   los   misioneros   que establecieran comunidad en Apalta, por las cercanías de Rancagua, una localidad absolutamente rural que quedaba aislada en los meses de invierno. Seguramente ese aislamiento hizo fracasar esa fundación. 

Sin embargo, por ese mismo tiempo, al ser nombrado Don Mariano Casanova como Gobernador eclesiástico de Valparaíso, llamó a los misioneros al primer puerto de la república ofreciéndoles la capellanía del hospital de la Caridad. Era ciertamente un importante centro asistencial popular.

El Padre Nicolás Alduán señala, en su Historia tantas veces citada, que seguramente se debió a los ejemplos de abnegación, valor y caridad que los claretianos habían demostrado en el lazareto Yungay, de Santiago, con ocasión de una de las pestes que con frecuencia diezmaban a los pobres, lo que inclinó a Casanova a solicitar la atención del hospital del puerto.

Pero ser capellanes de hospital no estaba, precisamente, entre las prioridades de los misioneros. De todos modos, el Padre Vallier vio en el ofrecimiento una oportunidad de establecer en el futuro inmediato una comunidad en Valparaíso, asunto interesante y necesario por ser esa ciudad la puerta natural de ingreso al país. Las expediciones misioneras deberían anclar en Valparaíso.

Se aceptó el ofrecimiento del Gobernador eclesiástico, pero solamente como servicio interino, para ir conociendo el terreno de una nueva fundación. El 1 de enero de 1873 se instalaba una pequeña comunidad dentro del recinto mismo del hospital. La experiencia duró apenas cinco meses. El Padre Xifré no podía permitir que las misiones sufrieran detrimento por un trabajo que, además, impedía, la vida normal de una comunidad religiosa.

Fundación en La Serena (1873)

Fracasada la fundación en Valparaíso, el Padre Vallier propuso a Xifré la aceptación de otra invitación que estaba haciendo el obispo de La Serena Don Manuel Orrego para una fundación en su diócesis: un obispado extenso, con poco clero y aún éste con algunas dificultades de ejemplaridad (63); una zona campesina, minera y al mismo tiempo reducto de ideologías anticlericales.

El Padre Vallier fue a La Serena, predicó ejercicios espirituales al seminario, al clero y a la ciudad y se despertó el entusiasmo. Aprobada la segunda fundación chilena por el gobierno general, el obispo Orrego entregó casa y templo para una comunidad. Se trataba, como en los inicios en el barrio santiaguino de Belén, de una zona empobrecida, con un templo de adobes construido en 1819 y una casita con una pequeña huerta. La cocina y un corredor, no tenían techo de madera sino de género (64). Era la capilla de Santa Inés (65) . Para adecentar el lugar, el mismo Padre Vallier, pala en mano, se dedicó largo tiempo a quitar escombros y hacer espacio.

La diócesis de La Serena tenía unos 260.000 habitantes, 18 parroquias y 9 vice-parroquias. El clero secular contaba con 82 presbíteros, muchos de ellos ya ancianos e imposibilitados para atender extensos curatos. Un clero en el que se contaban por lo menos 40 antiguos religiosos exclaustrados e, incluso, varios, que el arzobispo de Santiago no había querido admitir. 

Pero a las dificultades evidentes de una diócesis con un clero tan dispar, se sumaban los ataques de los círculos laicistas, liberales, radicales, masónicos y librepensadores.  Muchos años después, con motivo de otra fundación de comunidad claretiana en esa diócesis (en Coquimbo), todavía la prensa anticlerical tronaba haciendo llamados a incendiar la casa de los misioneros (66). 

En los comienzos había igual o peor. Uno de los misioneros, el apologista Padre Marcos Domínguez  había sido invitado a dar unas conferencias en el liceo local y allí dijo unas cuantas cosas batalladoras en contra de la masonería. Algunas autoridades se sintieron ofendidas y despidieron al misionero de mala manera y esa 

actitud el obispo Orrego, la tomó como una bofetada. Y como el obispo no era hombre de encogimientos, decretó de inmediato que mientras no se dieran satisfacciones al padre Domínguez, ningún presbítero de su diócesis haría las clases  en el liceo, prohibiendo al que daba las clases de religión, de asistir a su cátedra. Las autoridades locales tentaron a varios curas con un suculento contrato por dar esas clases, pero el clero cerró filas junto a su pastor. Todos, menos uno: el prior del convento dominico de La Serena, aceptó  dar las clases, por lo que el obispo obligó al superior provincial de Santo Domingo a sacar al desobediente de la diócesis. El asunto se ponía cada día más tenso. Desde Santiago, el Padre Vallier, pesaroso de que un misionero hubiera causado tantos líos a un obispo amigo, escribió a Orrego pidiendo disculpas. Pero el obispo, luchando contra radicales y masones, estaba en su elemento natural. Por lo que respondió al Padre Vallier:

-“Le doy las gracias por los sentimientos que me expresa. La lucha ha sido terrible pero, gracias a Dios, no hemos sido confundidos. Es verdad que los golpes más recios se han dirigido contra la cabeza, como es natural; pero también los misioneros han tenido buena parte en la cosecha de insultos. Los padres todos de la casa-misión son mis mejores auxiliares y nada tengo que decir sino que cumplen con su santo ministerio” (67). El padre Mariano Avellana deja expresa constancia, en sus escritos, de la tenaz resistencia as la presencia de los misioneros en La Serena: 

“Esta segunda fundación se pudo realizar por el empeño del obispo Orrego y a pesar de la guerra que la falange de liberales y fracmasones levantó contra los Hijos del Corazón de María” (68).

Eran los días en que la prensa y los volantes callejeros acusaban al padre Vallier de ser nada menos que el famoso cura Santa Cruz, guerrillero carlista, en España, que andaba huido y disfrazado por Chile (69).

A poco tiempo de su llegada a Santa Inés, empezaron a misionar por toda la región. La prensa anticlerical les iba siguiendo los pasos:

-“Los malaventurados padrecitos españoles de Santa Inés han ido a dar misiones a Coquimbo y se explican como energúmenos en contra los diarios de La Serena.Lo más suave que dicen es que los

periodistas son unos ladrones, asesinos, infames; y en su furia hiperbólica bufan y escarban y gritan las mayores pestes contra los liberales, los impíos, los descreídos y los herejes partidarios de los gobiernos perseguidores de la Iglesia. Estos desgraciados sacerdotes, por lo visto, han convertido la cátedra del espíritu Santo en teatro de espíritu malo. Que Dios perdone a estos infelices que así van a profanar su santa casa con palabras de odio y maldiciones” (70).

Una semana más tarde, el tema volvía a aparecer en la prensa:-“A tanto ha llegado la furiosa indignación de los padrecitos

españoles que están predicando en el templo de Coquimbo que han dicho que están condenadas a las penas eternas de los profundos infiernos todas las mujeres que no les rompen a sus maridos... los libros y periódicos que tienen. Pero esto no es tan extraño (los pobres padrecitos llenan su tarea como su infeliz cabeza les ayuda); lo que extraña es que haya señoras que así lo han hecho, arrojando al fuego números de La Reforma y El Progreso, para no condenarse. Así continúa el tono frenético de los frailecitos carlistas echando sapos y culebras contra la sociedad corrompida. Hoy se nos comunica desde ese puerto que anoche estuvieron como nunca de hirientes y agresivos contra los liberales del país.¡Santa Demencia, no es tu templo casa de oración sino casa de orates! (71).

A comienzos de marzo, los círculos anticlericales de La Serena se alborotaron con la noticia, que después resultó falsa, de la llegada de lo que calificó como “una nueva remesa de jesuitas para aumentar el número de los que han tomado posesión del templo y edificio contiguo de Santa Inés”. En un artículo titulado “Huéspedes peligrosos”, presentaba a los misioneros como unos españoles pertenecientes al partido “inquisitorial carlista y cuentan con la decidida protección del obispo Orrego; a él se le debe este fatídico obsequio”. Se preguntaba el articulista qué podría salir de esas “temible aglomeración de loyolinos en La Serena, y se respondía que solamente la obstinación del obispo era la causa de “seguir importando estos elementos fatales de discordia y oscurantismo, que otra cosa no son estos padres carlistas. Se titulan del Corazón de María, pero son tan jesuitas como los otros” (72).

En marzo de 1876 el obispado cedía a los misioneros el templo de la Hermandad del sagrado Corazón de Jesús. El presidente de esa Cofradía, Presbítero Juan Ramón Ramírez y el Padre Antonio Molinero firmaron los documentos y el 11 de mayo de 1877 los misioneros dejaron Santa Inés y se establecieron en el Sagrado Corazón, un lugar mucho más céntrico, con un templo más espacioso, aún en construcción,  y una casa en mejores condiciones.

Para poder terminar el templo, se recurrió al sistema de donaciones, que quedaron anotadas y recibidas por un comité especial de personalidades y gente amiga. Un listado sugestivo de donaciones:

“-una vaca y un caballo, donados por don Manuel Marín. Un par de paños de hilo. Una flor. Una ternera de dos años. Cuatro cajoncitos de pasas. Un anillo de oro. Una docena de cucharitas. Una papelera. Cinco barriles de cerveza. Dos burros regalados por el señor Quintana Soler...”(73)

Las actividades misioneras se acrecentaron. El Pbro. Ramón Ramírez, anota en su libro de la biografía del obispo Orrego:

“- Por decreto de 28 de octubre de 1873,los Misioneros Hijos del Ido. Corazón de María se instalaban en La Serena. Así pagaba con usura el obispo Orrego la promesa que al pueblo católico le había hecho cuando le pidieron sacerdotes santos, ilustrados, apostólicos e infatigables. Todo esto eran a la vez los cuatro religiosos que llegaban como ángeles salvadores de la sociedad entera....El celo infatigable de estos religiosos, sus métodos de instrucciones morales y catequísticas, iniciaron en la ciudad y diócesis una nueva era. Desde luego procuraron que las predicaciones se adaptasen a toda clase de personas: pobres y ricos, ilustrados e ignorantes. El catecismo dominical fue una saludable y grata novedad...Muchas páginas podríamos escribir para indicar siquiera someramente los beneficios que estos religiosos han derramado y siguen derramando en el obispado de La Serena. Pero siempre será superior a todos nuestros elogios el que le tributa el obispo Orrego en documento al Papa: ‘Sin el auxilio de tales cooperadores, ciertamente no podríamos llevar la carga pastoral. La pequeña comunidad de La Serena viene a ser para

mis diocesanos una verdadera antorcha, el modelo de las demás comunidades religiosas, la edificación de todos los fieles, mi brazo derecho y el más poderoso alivio y consuelo en mi tribulación” (74).

Y ciertamente el obispo tenía tribulaciones. Entre otras, la de haber visto, atónito, cómo el canónigo de su catedral Don Felipe Callejas, antiguo rector del seminario, primero lo amenazaba con una pistola y después se suicidaba en su presencia. Hacía tiempo que Don Felipe andaba con la cabeza perdida y se creía perseguido por el obispo. 

Otra de las tribulaciones era su enfermedad de sordera que le impedía comunicarse fácilmente y que era objeto de burla de los anticlericales (75).

Y una tribulación no menor era su constante enfrentamiento con las autoridades con motivo de “las guerras teológicas” del gobierno del presidente Santa María.

De   las   relaciones   misioneras   aparecidas   en   la   revista congregacional, entresacamos tres citas: 

-“Los PP. Avellana y Olivet llevan ya tres meses de misiones y aún no regresan. Créese que están recorriendo otros lugares de paso que de no prestarse ellos a confesar habrían de quedarse acaso cuatro años más sin confesión, por carencia de sacerdotes” (76)

-“Los misioneros andan en campaña comiendo el pan del minero, durmiendo en pobrísimas chozas, ranchos o ramadas, sin abrigo, y estas mismas ramadas son, no pocas veces, las basílicas donde se celebran los divinos misterios. Viven con todas las privaciones y sacrificios anejos a la vida apostólica en estos países, como el andar muchas leguas a caballo entre riscos y peñascos, el tratar con gente ignorante que apenas sabe la doctrina... Pero a decir verdad, jamás de goza tanto (77)

-“Dimos misión en Illapel que está plagado de libros impíos y periódicos inmorales contra los que hablamos fuerte los misioneros inculcando a los penitentes la obligación de dejar la suscripción al

periódico El Norte, al que le vino un ataque bilioso y perdió la sindéresis y se deshizo en insultos contra nosotros” (78)

En   una   carta   publicada   en   Annales     el   padre   Visitador   Antonio Dalmau, quien permaneció tres meses en la comunidad de La Serena, a mediados de 1893, escribía:"Visité al sr. Obispo que estaba contristado por la indiferencia religiosa. Tanto que no se encontraron siquiera 10 caballeros para unos santos ejercicios. Ofrecíle mi concurso y el de los padres de esta casa y se ideó un plan de predicaciones. Predicóse un octavario en la catedral y se ofreció a los caballeros un día de retiro y ya la divina gracia obró maravillas, como lo prueba el reunirse 84 caballeros de lo más selecto de la ciudad...También se ofreció un retiro a las señoras y este acto superó cuanto se había hecho puesto que asistieron 120, de la clase más elevada, comprometiéndose todas a propagar la idea de asistir a una misión extraordinaria...Después hubo anuncios en los periódicos y carteles pegados en las puertas de las iglesias y se dio principio a la grandiosa obra. Nuestras esperanzas no salieron fallidas, puesto que desde el primer día se vio que no era capaz la grandiosa iglesia de san Francisco para tanta multitud, siendo preciso poner policías que impidiesen la entrada de niños y cuidasen el orden...Los caballeros en número de más de 700 ocupaban el espacioso presbiterio, parte de la nave central y lateral, elevándose al número de 4.000 los oyentes que escuchaban en profundo silencio, contándose entre ellos muchos protestantes y masones con sus jefes.

Por la mañana, durante la misa, enseñábamos prácticamente el modo de hacer oración a un auditorio compuesto de unas 800 señoras y se vendieron todos los ejemplares del "Arca de salvación" y hubo que pedir más a Santiago. Un día hablamos de las buenas lecturas y el fruto fue recoger 214 libros malos, entre los que estaba el Corán, magia blanca y negra, novelas impías e inmorales y un tomo muy voluminoso cuyo título era "El Espíritu" por Helvecio, obra que pertenecería a alguna biblioteca de casa religiosa, pues tiene  la condenación por el Papa Clemente, según la cual incurren en excomunión mayor los seglares y en suspensión los clérigos y

religiosos, ipso facto, sin ninguna excepción, si no lo queman al momento...

...Nunca se había presenciado tal movimiento religioso en La Serena ni jamás se había visto dar la comunión por espacio de hora y media... Es muy natural que después de tanto entusiasmo religioso, la novena del Corazón de María fuera sorprendente y tuvimos que añadir bancas en la capilla de hombres, utilizar el coro y llenarse toda nuestra iglesia hasta la plazuela y centro de la calle. Aquellos días fueron de obsequios: flores, cajones de velas, cajas de azúcar, café, chocolate... hasta se nos obsequió con la comida para toda la comunidad, compareciendo una persona bienhechora con un coche lleno de rica vianda..."

No queda constancia de la cara del padre Visitador Antonio  Dalmau   al   leer   el   número   de  Annales   en   la   edición inmediatamente posterior al de la publicación de su carta, en la que   ingenuamente   había   confesado   aquello   de   las   “ricas viandas”   para   la   comunidad.  El   padre  Xifré   salía   al   paso   de posibles corruptelas en los festejos. En carta circular, afirmaba: "la comunidad será obsequiada únicamente en la fiesta de la titular, en las dos pascuas y en el santo del superior local, con un plato más y postre, con una copita de vino, si hay proporción para ello. No tengan por rigorismo lo que acabamos de consignar. Nuestro amado fundador no estableció otro (día) extraordinario que el de la fiesta de la fundación; su sucesor, padre Esteban Sala, verdadero imitador del espíritu de nuestro fundador, no permitió que se celebrara ni aún el día de su santo; y si nosotros hemos permitido la extensión a tantos otros días, fue en virtud de la presión que nos hicieron los padres consultores generales"...

Más claridad, imposible. 

6..2. Fundación en Valparaíso (1880)

Tras   el   intento   fallido   en   1873   se   establecerse   en   Valparaíso,   los misioneros siguieron acariciando la idea de tener residencia fija en el primer puerto de la república: por las necesidades pastorales detectadas y por el servicio de acogida a las nuevas expediciones que deberían entrar por ese puerto.

Precisamente al pie del cerro La Cruz, doña Antonia Ramírez de Rabusson   había   levantado   a   su   costa   una   capilla   llamada   de Lourdes y una pequeña casa para un posible capellán.

A indicación del Gobernador eclesiástico del puerto, don Mariano Casanova,   la   capellanía   fue   ofrecida   a   los   claretianos,   quienes aceptaron,  porque se  trataba del  soñado Valparaíso.  Doña Antonia hizo  donación a   la  Curia  de  la  capilla  y  sus  paramentos  litúrgicos, expresando su deseo que la Curia la cediese a la congregación, como se hizo efectivamente. 

Según carta del padre José Bayona, publicada en Annales, se destaca que fue nuevamente don Benjamín Ortúzar, aquel generoso caballero que había ya adquirido y donado el terreno para la construcción del templo al Corazón de María en Santiago, quien salió en ayuda de los misioneros. Entregó 2.000 pesos para ayudar a financiar el pasaje de una nueva expedición desde Europa, la que llegó al país el 1 de junio de 1880. El 25 de julio del mismo año doña Antonia Rabusson entregó a la nueva comunidad una casa amoblada convenientemente, y la Curia cedió la capilla de Lourdes. Según el padre Bayona, la capilla era "un hermoso santuario de forma gótica. Mide 36 mts. de largo por 20,50 de ancho y tiene una torrecita con dos campanas y un buen reloj para servicio del público. Tiene dos altares: el del Calvario, que consiste en un cuadro al óleo de Cristo en su agonía, con la Sma. Virgen, san Juan y la Magdalena abrazada a la cruz. El altar principal es de N. Sra. de Lourdes, imagen bastante devota, teniendo a su derecha a san josé y al otro lado a san Joaquín. Tiene tres estatuas gigantes: san Vicente de Paul, el Angel de la guarda y san Antonio de Padua. El cielo es azul, sembrado de estrellas, de suerte que cuando se prenden las tres grandes lámparas (dos de aceite con velas y la del medio de gas) parece un pequeño cielo".

Pero al igual que la vez anterior, cuando se había desempeñado la capellanía   del   hospital,   la   posición   no   era   estratégica:   se   asumía nuevamente   la   capellanía   del   hospital,   por   lo   que  “más que misioneros, los de la comunidad ejercían labores de Hermanos de San Juan de Dios”,  al   decir   del   historiador   padre  Nicolás  Alduán. Asumían además  la capellanía de  las monjas del Buen Pastor y  la cárcel  de mujeres que ellas atendían. Archivado quedó un acuerdo con don Mariano Casanova en que la Curia ofrecería más tarde un lugar adecuado para los trabajos apostólicos  típicamente misioneros. 

Mientras tanto, se puede decir que la población del cerro La Cruz se cristianizó y la labor en el hospital fue una continua misión. En las vidas   escritas   acerca   del   padre  Mariano   Avellana   se   encontrarán testimonios elocuentes de caridad y apostolado.

Sin embargo, se necesitaban operarios para los frentes misioneros tradicionales y en 1887 se daba la orden de dejar  la capellanía del hospital y se barajaba, por segunda vez, la posibilidad de dejar esa fundación.  El  padre Bayona en el  escrito  ya  citado,  señala:  "Llegó 1887, siendo superior el padre Avellana, cuando ya por los grandes trabajos continuos de las misiones y ejercicios, ya por haber salido cuatro padres para Europa, ya, en fin, por diversos achaques y enfermedades de otros, haciéndose difícil el servicio simultáneo de las dos casas, se resolvió dejar el hospital y sostener esta capilla con poco personal, haciendo entretanto el bien en este cerro y hospedara los padres en las excursiones indispensables que de vez en cuando se ofrecen".

Entonces, don Salvador Donoso, nuevo Gobernador eclesiástico de Valparaíso,  ofreció  la dirección de  la casa de ejercicios que estaba apenas en los comienzos de su construcción.

Al  inicio de 1890, la reducida comunidad claretiana del puerto se trasladaría a su nueva ubicación: una casa levantada junto a la casa de ejercicios, cerca, de todos modos, del cerro La Cruz y del hospital porteño. 

6.3. Fundación en Curicó (1880)

La otra fundación casi a la par con la de Valparaíso fue la de San José de Buenavista de Curicó. 

En su tercera visita a Chile, el padre Xifré había estado en  la ciudad   campesina   de   Curicó,   preparando   una   fundación.   Los claretianos   ya   eran   conocidos   en   la   zona:   en   1874   había   sido célebre una misión predicada por  los padres Santiago Sánchez , Jaime Las Heras y Mariano Avellana, en la que llegaron a confesar a 3.000 personas.

Curicó era un gran poblado de características rurales (las que no ha perdido hasta el día de hoy) que a fines del siglo XIX podría tener   unos   10.000   habitantes.   Una   ciudad   tranquila   y  modesta levantada a  los pies de un cerro mediano que al   fin  se conoció como Cerro Condell. En algún momento se quiso llamarlo cerro San José, pero el diario local "La Prensa" ganó la batalla del nombre con un argumento muy simple: a Carlos Condell, héroe de la guerra de 1879, muchos lo habían conocido. En cambio, a San José, nadie lo había visto por esos lados desde que se tenía memoria. 

La ciudad,   fundada por  Antonio Manso de Velasco,  conde de Poblaciones, había tenido un crecimiento lento pero sostenido.   El antiguo   templo   parroquial   fue   reconstruido   en   1846,   estaba terminado en 1854, pero en 1872 estaba de nuevo en ruinas. La siguiente reconstrucción terminó en 1881. 

Pero la ciudad seguía creciendo. En 1865, las calles del centro tenían luz de lámparas de aceite, que poco después pasaron a ser faroles  alimentados de  parafina.  En  1874 el  agua  potable  de   la ciudad se sacaba del estero Guaiquillo o se alimentaba de norias. A partir de 1890 se sacaría del río Teno.  Cerca de la plaza principal, un concesionario estaba obligado a vender nieve durante el verano y debía pagar un peso de multa por cada hora que no tuviera nieve a disposición de la clientela, según cuenta René León Echániz en su   libro   acerca  de   la   historia   de  esa   ciudad.     La   alameda  que ciertamente había sido de álamos, a fines del siglo XIX ya era de gigantescos olmos.

Residía en la ciudad el presbítero don Antonio Poblete, ex franciscano, gran devoto de la Virgen del Carmen a la que había levantado un templo mediano (en 1858), con casa para futuros capellanes, un huerto y una cofradía piadosa que él mismo había organizado. De ese templo, algunos dijeron que era un bodegón sin mucho estilo, y otros, como el historiador René León Echániz, , aseguró en su libro  Historia de Curicó, que era "una hermosa y artística contextura construida por don Daniel Barros Grez".

El cura Poblete, dejó cláusula testamentaria cediendo la capilla y el local (dos casitas edificadas a los costados del templo, la plazuela de su frontis, una pequeña viña y otra casa en calle san Francisco) a los misioneros del Corazón de María, cláusula que debería cumplirse a su fallecimiento. La condición era que se diera perpetuamente culto a la Virgen del Carmen en dicho templo. 

En   julio  de  1879 moría  el   cura  Poblete.  Según  relato  del  padre Gumersindo Vilahur en Annales, el superior general se opuso en un comienzo a la nueva fundación  "por carecer de personal". Pero ese mismo año  llegaba el  padre Xifré a Chile y acompañado del padre José   Coma   viajó   a   Curicó   quedando   bien   impresionado   de   la amabilidad del cura don Joaquín Díaz y de las posibilidades pastorales de  la  zona.  Al  año siguiente,  1880,  se establecía  la  comunidad de misioneros en Curicó: un punto  interesante estratégicamente, a 200 km. Al sur de Santiago.

Las primeras  impresiones delos misioneros en  relación con  la nueva posición evangelizadora quedó anotada en Annales de la Congregación, por carta del P. Jaime Pros el 1 de septiembre de 1893 y publicada después en Annales:

"Queridos hermanos: el nombre de Curicó parece no tener aquella resonancia que tienen otros nombres y que por sí mismos vienen a dar prestigio y fama a las cosas. Curicó es nombre oscuro, humilde, tal vez desagradable a los oídos finos de los filólogos y hablistas; remeda algo el sonido agreste de los indios. Sin embargo, puede asegurarse que es una de las

poblaciones que figuran como importantes en Chile; es ciudad y cabeza de toda una provincia, con Intendencia y Gobernación; sus calles, anchas y espaciosas, simétricas y muy alineadas; la plaza, adornada de gigantescos árboles con su pequeño parque en el centro...con artística fuente. Tiene seis iglesias, cuatro conventos y grandioso hospital... Como si fuera una necesidad para la vida social de estos tiempos, una línea férrea, tenemos este medio de traslación con notable ventaja puesto que recorre de norte a sur lo más céntrico e importante de Chile.

Pero ¿qué hago? ¿En qué me ocupo? Curicó es grande porque posee un tesoro no de la tierra sino del cielo: es la Virgen santísima...

...Nos ha visitado nuestro amado padre general, en el pasado febrero. Fue el padre superior a recibirlo en la estación. Yo, entre tanto, me subí a la torre para ver si llegaba el tren. En efecto, al cabo de poco se oía el rumor y vi allá lejos como un bólido resplandeciente arrojado con gran fuerza por los campos y praderas en dirección a nuestra ciudad. ¿Qué era? Era el tren".

Ciertamente   que   el   padre   Jaime   Pros   podría   ser   un   excelente centinela , pero como literato no iba a llegar muy lejos. Continúa su relato, lleno de arabescos, contando cómo se recibió al padre Xifré en el templo con el canto de "Salve, padre querido", tres avemarías y el Tedeum,   cómo   lo   tuvieron   tres   días   en   esa   comunidad   y   cómo "mientras se iba, parecía que nuestros corazones se arrancaban tras él".

Pronto comenzó el recorrido misionero como también las obras de transformación  del   templo  que  se  había   recibido  como  un  enorme galpón cubierto de teja vana y pavimento de tierra, y que tenía 42 mts. de largo por 17.20 de ancho. En su interior tenía un magnífico altar a la patrona de Chile- según la carta del padre Vilahur, y dos altares colaterales: a la derecha un Calvario con tres veneradas imágenes, y a la izquierda el Tránsito de Nuestra Señora. Se trajeron adoquines de 

ciprés   desde   la   zona   de   Temuco,   se   recubrieron  las   columnas centrales, se hizo coro y se puso decorado. 

En los años inmediatamente siguientes a la instalación de la comunidad, se hicieron   trabajos   de   transformación   en   el   templo   (adornos   y   molduras realizadas por los Hermanos Miguel Xancó y José Mas, dos nuevos altares dedicados al  Corazón de Jesús y al  Corazón de María que ocuparon  los espacios que antes tenían el Calvario y el Tránsito de María. En 1886 se construyó la capilla de hombres. En fin, hubo arreglos también en la plazoleta del frontis, un espacio de 34 metros por 17 que según el escrito del padre Vilahur tenía "cuatro bonitas palmeras y dieciocho olivos tiernos".

En cuanto a terrenos, el mismo padre anota las dimensiones de  "la espaciosa huerta con viñedo, por el lado sur: 74 metros por 64".

En relación aparecida en Annales, los misioneros inciaron desde el comienzo   una   verdadera   competencia   apostólica   con   los   de   la comunidad de Santiago: la de Curicó se esforzaba una y otra vez en probar   que   llevaba   más   campañas   misionales,   más   ejercicios espirituales,   más   confesiones   y   comuniones,   según   los   criterios absolutamente sacramentalistas de la época.

-“Confesamos a más no poder, como se dice, a troche y moche, y siempre parece haber la misma gente" (79)

Ciertamente la necesidad de evangelizadores era inmensa:“Curicó tiene un solo cura para 20.000 habitantes en todo el

curato. De ellos, 5.000 viven en la ciudad. Hay también un capellán para el hospital, otro para el Buen Pastor; la comunidad mercedaria consiste en un padre de 71 años que es sordo. Nosotros apenas somos cuatro” (80)

En   la  obra  pastoral,   la   comunidad  ayudó  a  crecer    a   la cofradía  carmelitana y  se   fundó  la  archicofradía  del  Corazón  de María,   la   visita   circulante,   la   sociedad   infantil   “Hermanitos   del Corazón de María” con los niños del catecismo y  se logró  que la Sociedad Católica de Obreros (con estatutos escritos por el Pbro. Ramón Angel  Jara  y  el  presidente  del  Partido  Conservador  don Abdón Cifuentes)  se unificara con la Sociedad de Obreros de San José.

También entre 1881 y 1886 se atendió la capellanía del hospital local, lo que era una buena responsabilidad. Ese centro asistencial construido   en   1863   en   el   sitio   que   actualmente   ocupa,   quedó cercano a la casa claretiana que se ubicada en la calle San Martín esquina Maipú (desde 1900 llamada calle Carmen). En el libro de René León Echániz, anteriormente citado, queda constancia que en 1882   se   atendieron   1.200  enfermos   (promedio   de   100   diarios) generalmente   afectados  de   tifus,   viruela   y   cólera  morbo.  Desde 1882, las monjas de la Caridad sirvieron ese hospital con su espíritu característico. 

Para   no   alargarnos   en   la   historia   claretiana   de Curicó,   solamente   ejaremos   constancia   de   párrafos   de   una   carta escrita   por   el   padre   Jaime   Pros   el   1   de   septiembre   de   1893   y publicada después en Annales:

"Queridos hermanos: el nombre de Curicó parece no tener aquella resonancia que tienen otros nombres y que por sí mismos vienen a dar prestigio y fama a las cosas. Curicó es nombre oscuro, humilde, tal vez desagradable a loos oidos finos de los filólogos y hablistas; remeda algo el sonido agreste de los indios.   Sin   embargo,   puede   asegurarse   que   es   una   de   las poblaciones que figuran como importantess en Chile; es ciudad y cabeza de toda una provincia, con Intendencia y Gobernación; sus calles, anchas y espaciosas, simétricas y muy alineadas; la plaza, adornada de gigantescos árboles con su pequeño parque en   el   centro...con   artística   fuente.   Tiene   seis   iglesias,   cuatro conventos y grandioso hospital... Como si fuera una necesidad para la vida social de estos tiempos, una línea férrea, tenemos este medio de traslación con notable ventaja puesto que recorre de norte a sur lo más céntrico e importante de Chile. 

Pero ¿qué hago? ¿En qué me ocupo? Curicó es grande porque posee un tesoro no de la tierra sino del cielo: es la Virgen santísima... 

...Nos ha visitado nuestro amado padre general, en el pasado febrero. Fue el padre superior a recibirlo en la estación. Yo, entre tanto, me subí a la torre para ver si llegaba el tren. En efecto, al cabo de poco 

se oía el rumor y vi allá lejos como un bólido resplandeciente arrojado con gran fuerza por los campos y praderas en dirección a nuestra ciudad. ¿Qué era? Era el tren".

Ciertamente que el  padre Jaime Pros podría ser un excelente centinela , pero como literato no iba a llegar muy lejos. Continía su relato, lleno de arabescos, contando cómo se recibió al padre Xifré en el templo con el canto de "Salve, padre querido", tres avemarías y el tedeum, cómo lo tuvieron tres días en esa comunidad y cómo "mientras se iba, parecía que nuestsros corazones se arrancaban tras él".

6.4. Fundación en Linares (1895)El año   1895, la congregación llegaba también al inmenso y 

hermoso Brasil. Y en Chile las comunidades claretianas aumentaban a cinco con la instalación en la Villa de San Ambrosio de Linares. 

Las tareas misionales había llevado a los claretianos cada vez más al sur, a la diócesis de Concepción, y ya habían recorrido la vieja zona   de   Arauco,   predicando   en   Lebu,   Cañete   de   la   Frontera, Curanilahue,  Cayucupil  (“donde los indios mapuches nos contaban muy por menudo la historia de la desgraciada suerte de Pedro de Valdivia”),  Purén...   es   decir,   a   ambos   lados   de   la   cordillera   de Nahuelbuta.

También ampliaron su servicio hasta la diócesis de san Carlos de Ancud, misionando desde Valdivia hasta la ciudad de Castro. 

Pero a la hora de firmar cointrato para una nueva fundación, se prefirió a Linares. 

La ciudad tenía unos 9.000 habitantes y unos 120.000 en toda la provincia: zona rural, cruzada ya por el ferrocarril de Santiago al sur. Allí, el alma buena de doña Dolores Ferrada había levantado hospital, casa de ejercicios con capilla y casa para capellanes, y todo lo cedió a la parroquia de la ciudad con la petición a la curia de Concepción de instalar allí una congregación religiosa.

En 1887 los claretianos habían predicado misión en la única parroquia,   despertando   tal   entusiasmo  que   el   Vicario  Capitular   de Concepción don Domingo Benigno Cruz escribió al  padre Xifré y al 

padre Dalmau pidiendo fundación en  la ciudad de Linares, como el año anterior había pedido fundación para la ciudad de Los Angeles. 

Solucionados algunos asuntos legales y sin admitir la dirección de la casa de ejercicios, por fin el 14 de enero de 1895, una reducida comunidad ocupaba el terreno y la casa ubicada junto a la de doña Dolores     Ferrada.   Pronto   los   misioneros   se   pusieron   a   “derribar murallas, traladar escombros, pintar y empapelar la capilla”.

De   inmediato   también   comenzaron   las   salidas   apostólicas desde   Talca   a   las   islas   chilotas   en   el   remoto   sur;   en   la   ciudad establecieron   la  Archicofradía  del  Corazón  de  María,  el   catecismo, sirvieron de hecho las capellanías de la cárcel, del hospital y del asilo que tenían las monjas de la Providencia como también la cárcel de mujeres que era dirigida por las monjas del Buen Pastor. Desde luego enfrentaron la tarea descomunal de la edificación de un templo que resultó colosal.

La primera piedra la bendijo el Delegado Papal en Chile arzobispo Pedro Monti y con esa ocasión confirmó a 2.300 personas. Pero eso pertenece al siguiente período. 

6.5. Fundaciones no aceptadas

Aparte de Valparaíso, Curicó y Linares, también hubo  posibilidades de fundar en otras comarcas de durante este período. El aprecio de los obispos por los misioneros se manifestaba en ofrecimientos para fundaciones. Los criterios de la época exigían cláusulas no siempre fáciles de cumplir en lo tocante al dominio de propiedades, fuentes de sustentación, libertad para el trabajo típicamente misionero, pago de expediciones desde Europa, etc. El padre Xifré exigía cosas claras, además de oponerse sistemáticamente a toda nueva posición que no se considerara estratégica.

En 1886, el Vicario Capitular de Concepción don Domingo Benigno Cruz escribía al padre Xifré solicitando una comunidad para la ciudad de Los Angeles:

-“Desde hace muchos años se desea en esta diócesis poseer alguna fundación de la muy ilustre Congregación del Ido. Corazón de María. Todos acá conocemos las obras llenas de celestial doctrina del Ilmo. Y venerable Sr. Claret, padre de esa santa Congregación, y apreciamos dignamente los trabajos de sus hijos... Hoy nos encontramos en circunstancias verdaderamente providenciales, muy favorables a la fundación en la ciudad de Los Angeles. La ciudad tiene como 6.000 almas de población, con solamente dos sacerdotes , y en toda esa provincia que contiene más de 50.000 almas hay solamente cuatro o cinco sacerdotes incluidos los de la ciudad.... Ruego a V.R., por el divino Corazón de Jesús, por el Inmaculado Corazón de María y por la santa memoria del Ilmo. Sr. Claret, que se digne aceptar la fundación... Ayudarían a los párrocos, al monasterio del Buen Pastor y sus 50 asiladas, les encargaríamos misiones rurales; la ciudad tiene vía férrea y en doce horas llegarían los misioneros desde Santiago; es campo vocacional para su digna congregación” (81)

Pero el Vicario Capitular, junto con pedir la fundación al Padre Xifré, también se cuidaba las espaldas ante una posible negativa. En carta a un amigo, escribía poco después:

“He escrito una extensa carta al padre Xifré, superior general de los Padres del Corazón de María...Si se diera una negativa, he pedido a mi representante vaya a verse con Don Bosco a quien también he escrito sobre la fundación en esta diócesis, para pedirle que aceptara la de Los Angeles” (82)

La fundación no fue aceptada por el padre Xifré, como tampoco la que ofrecía en Copiapó la autoridad eclesiástica, fundación en la que estaba tan empeñado tanto el Padre Molinero como el padre Mariano Avellana. 

A   fines   de   la   década   de   1890   también   fueron   descartadas   las fundaciones en Lebu, que ya estaba aceptada en principios y que la muerte repentina del donante  impidió concretarse,   y  la de Iquique, también aceptada y para la que ya se había designado comunidad; sin embargo,   la   difícil   situación   limítrofe   tras   la   guerra   con   Perú, manifestada   hasta   en   la   jurisdicción   eclesiástica   que   Roma   no acertaba a resolver para dejar contentos a peruanos y chilenos, hizo 

que la prudencia del Padre Vallier convenciera al Vicario de Tarapacá para anular lo conversado.

Por diversas circunstancias no se realizaron las fundaciones solicitadas para Tal-tal, San Fernando de Colchagua y Quinhue (entre San Carlos y Chillán). Tampoco se aceptó la que ofrecía el arzobispo Casanova   en   el   barrio   de   la   Cañadilla   ,   en   Santiago,   (la   casa monasterio de las monjas Verónicas). 

 

7.  Actuación en  la guerra del norteLa guerra de Chile con Perú y Bolivia, iniciada en 1879 terminaba por fin 

hacia 1884, con los hospitales llenos de heridos y muchísimas viudas y niños huérfanos, fruto de la violencia fratricida. 

La Iglesia acudió en consuelo de todos ellos como también en apoyo moral para los soldados en el frente. Por lo menos 44 presbíteros tuvieron el título de  Capellanes; al parecer todos ellos eran chilenos, menos tres: los misioneros   claretianos   Padres   Pablo   Vallier,   Bernardo   Bech   y   Mariano Avellana,los  que siendo españoles  de  nacimiento   fueron de   todos  modos incorporados   y   prestaron   un   servicio   a   la   altura   de   las   circunstancias atendiendo los dos primeros, los hospitales de campaña. El padre Avellana si bien   tuvo   nombramiento   de   capellán   de   la   Armada   y   del   Ejército   de   la república,   llegando   a     embarcarse   en   Valparaíso   rumbo   al   norte,   no desempeñó las funciones de Capellán por cambio de actitud a última hora del Capellán mayor don Florencio Fontecilla.Los claretianos,  además de  los servicios  propios atendiendo enfermos y 

consolando   heridos,   tuvieron   un   importante   papel   pastoral   por   ser, precisamente, españoles, ya que se había suscitado una fuerte pugna por la jurisdicción   eclesiásticas   de   esos   territorios:   Antofagasta   pertenecía   al arzobispado   de   Sucre   (Bolivia)   y   los   capellanes   chilenos   debieron   pedir permiso al Arzobispo de Sucre  para ejercer su ministerio entre la población civil, ya que como capellanes de ejército y de la armada solamente podían ejercerlo  para el  personal  militar.  Esto,  sin  entrar  en  la  polémica entre el obispo de La Serena y  el arzobispo de Sucre, ya que la Bula de creación del obispado serenense, del 1 de julio de 1840, le daba por límite norte el grado 

22, es decir, hasta Cobija, Tocopilla y Chiu Chiu, mientras el arzobispado de Sucre afirmaba que su jurisdicción abarcaba hasta el grado 24 por el sur. En las discusiones, los obispos peruanos y bolivianos iban a dar con mayor 

gusto y presteza la autorización correspondiente para ejercer como párrocos a los capellanes que no fueran chilenos. Así sucedió: el Vicario Capitular de Arequipa   (Perú)   dio   licencias   para   ejercer   el  ministerio   en   zonas   de   su diócesis   solamente   a   los   claretianos  “autorizando al padre Vallier para habilitar a los sacerdotes de su congregación en todos los puntos de esa diócesis que careciesen de párrocos, con facultades de tales, a fin de atender las necesidades religiosas de los habitantes de esas comarcas; Y era una autorización restringida a esos misioneros” (83)De   todos  modos,   la  principal   actividad  de   los  capellanes  claretianos   se 

centró en el hospital de Iquique. Respecto a su labor y los contratiempos y persecuciones   sufridas,   dejamos   la   palabra   al   Obispo   Joaquín   Larraín Gandarillas en su   Relación al Ministro de Guerra don Manuel García de la Huerta, del 12 de julio de 1880:

-“ ...A fin de asistir mejor a numerosos enfermos del hospital de Iquique, tuvieron que instalarse en su recinto el P. Vallier, superior de los Misioneros del Corazón de María, y su compañero Padre Bech. Allí tuvieron que soportar muchas privaciones, que unidas al excesivo trabajo que demandaba la asistencia a los pobres enfermos que había aglomerados en los hospitales y en el lazareto de apestados, rindieron sus fuerzas y comprometieron la salud de estos celosos capellanes. Pero lo que hizo su posición más penosa y al fin la tornó insoportable, fue una hostilidad solapada pero constante, odiosa y vejatoria de parte de muchos empleados del hospital, en la que se descubría no solo el odio a la religión y desprecio por sus ministros, sino también un cínico olvido de la decencia y el desconocimiento de las leyes más elementales de la urbanidad y buena crianza. Los buenos padres soportaron ese incalificable tratamiento con invicta paciencia. Por amor a la paz, no desplegaron sus labios ni aún para descubrir su profunda pena al Sr. Gobernador de Iquique que los había recibido con toda consideración y no habría, seguramente, mirado con indiferencia las vejaciones de que eran víctimas. Cuando ya no pudieron soportar más aquel sufrimiento moral, las fatigas que les imponía el servicio de los enfermos y de la parroquia de Iquique, resolvieron venirse para pedir consejo y recobrar con un breve descanso sus fuerzas agotadas. Atento a lo sucedido, no pareció razonable

pedir a los religiosos del Corazón de María, que volvieran al hospital de Iquique....Pero ha craeñido el superior (Padre Vallier) que pesaría sobre ellos alguna responsabilidad moral si no volvían a Iquique. Van, pues, a partir para ese punto, el Padre Bech y el Padre Mariano Avellana y se establecerán en la casa parroquial, desde la cual procurarán asistir a los enfermos en cuanto las circunstancias lo permitan” (84) Página heroica, sin duda  la de estos claretianos que no trepidaron en servir 

a  Chile.  Los padres Bech y  Vallier  sufrieron  toda su  vida   los  efectos  del envenenamiento   con   que   los   directivos   del   hospital   de   Iquique   quisieron eliminarlos.   El   padre   Vallier,   especialmente,   padeció   las   consecuencias manifestadas   en   un   agudo   y   casi   permanente   dolor   de   cabeza   que   lo acompañó como una corona hasta su muerte, quince años más tarde.

8.  Actuación en la revolución de 1891

Si  los misioneros habían logrado mantenerse alejados respecto a los  bandos  que  pugnaban por   la  mitra  de  Santiago,   aduciendo  su calidad de extranjeros, con mayor razón no intervinieron en la guerra civil   que   terminó   con   la   vida   del   presidente   Balmaceda   y   con   el régimen   presidencialista.   Pero   la   no   intervención   no   significó   que desatendieran la defensa de la vida. Siendo   Balmaceda   un   liberal   y   estando   marcado   por   los conservadores como el diablo más colorado, los misioneros pudieron temer   en   un   comienzo   que   el   enfrentamiento   Iglesia-Gobierno   se agudizara. Ya en 1886 Annales informaba a la congregación, sin duda desde fuentes de la comunidad chilena:

-“Esa infortunada república (Chile) sobre cuyo gobierno está pesando como una losa de plomo el criminal atentado contra la Santa Sede por la expulsión del delegado Papal, parece que va entrando en vías de una favorable reacción religiosa. El nuevo presidente, Balmaceda, antes tan temido por los buenos, va desengañándose y viendo que es muy detestable y odiosa la maquiavélica política de su antecesor, que él había adoptado en un principio” (85). 

Todavía más: a comienzos de 1890, una crónica enviada por  los misioneros   de   Chile   y   publicada   en   Annales,   se   desarmaba   en 

aplausos,  cosa  inaudita  y  quizá  testimonio único,  para un gobierno liberal :

“He aquí una nueva era, por todos los aspectos venturosa. El Gobierno del Estado se encuentra firme y tranquilo. La política ha entrado en una senda de legalidad y honradez que permite consagrarse con decisión a los grandes intereses públicos. Nuevas leyes han venido a sancionar halagüeñas promesas del presente y a establecer sólidas bases para el edificio augusto de la libertad. Las prosperidades materiales encuentran horizonte... Las conciencias (se sienten) tranquilizadas por la nueva composición del gobierno. ¡Qué tristes y menguados parecen los agoreros y provocadores de disturbios! Se necesita tener atrofiadas hasta las últimas fibras del patriotismo para querer perturbar de nuevo esta situación en que todo nos sonríe en el cielo y en la tierra. Damos gracias a Dios y bendigamos esta patria amada, cuyo sol inmortal de septiembre alumbra hoy una época venturosa y tranquila. La mano criminal que pretenda arrojar el primer elemento de discordia en este campo de paz, no será tenida por chilena” (86)

La  increíble y entusiasta perorata,  sin embargo,  no  tenía base   real.  En  esos  mismos  días  de  1890,  manos   inglesas   y chilenas estaban armando la trampa para derrocar al presidente, tal   como   quedó   anotado   en   una   de   los   apartados correspondiente al contexto social.

En enero de 1891  la   revista  congregacional  estampaba su  “viva inquietud que nos causan las alarmantes noticias sobre Chile... Parece que se hallan bloqueados por la escuadra insurrecta los puertos de Valparaíso e Iquique”.

Al mes siguiente, Annales anotaba que “al parecer la insurrección va perdiendo fuerza pero no está   dominada por completo. Algunos vapores  insurrectos se han puesto a  las órdenes de Balmaceda,  lo cual es indicio que ha entrado el desaliento en los rebeldes...”

En   marzo   de   1891,   la   revista   reconocía   que   “la   insurrección adquiere   cada  día  mayores   proporciones.  En  Pozo  Almonte,   a   25 

leguas de Iquique, los rebeldes derrotaron a las tropas del gobierno, haciéndose dueñas de toda la provincia de Tarapacá. Y a todo esto, Balmaceda, terne que terne en no renunciar”.

En abril  ampliaba la información del combate de Pozo Almonte y daba   a   conocer   que   los   rebeldes   habían   triunfado   gracias   a   una traición:

-“Los insurrectos desplegaron bandera blanca fingiendo deseos de parlamento y durante las negociaciones rompieron bruscamente el fuego sobre las tropas del gobierno que fueron completamente derrotadas, pereciendo sus dos terceras partes... Dícese que en Valparaíso, el gobierno ha tomado en prisión a 50 sacerdotes...”

En realidad las situaciones vividas por el país en los ocho meses que  duró la guerra civil fueron angustiantes. Por lo que tocaba a los misioneros,   tanto   en   La   Serena   como   en   Santiago,   Curicó   y Valparaíso, debieron disminuir un tanto las actividades de predicación y misiones, y las que dieron, no pudieron contar con asistencia masiva de varones: o estaban en la guerra o estaban escondidos para que los reclutaran para la guerra. 

En el norte, el padre Mariano Avellana logró dar retiro y predicó a las tropas balmacedistas y más tarde la comunidad de La Serena tuvo buena parte  en  los   insultos  que  los  triunfadores  lanzaron contra  el obispo don Florencio Fontecilla. Los misioneros lo acompañaban en las   visitas   pastorales   y   debían   recibir   también   los   escarnios.   Por ejemplo,   La   prensa   revolucionaria   informaba  así   de   la   llegada   del obispo y los misioneros a los pueblos:

-“De un momento a otro, debemos tener en Freirina al dócil carnero del ganado de Balmaceda, el obispo Fontecilla”

-“Ya llega el manso ministro del altar que se constituyó en servil instrumento de Balmaceda, a cuyos pies puso toda su grey...”

-“Viene el cínico adulador, cómplice en la obra negra de esclavizar a su patria; sus manos están manchadas de sangre y el corazón le destila veneno...” (87) .

El  padre  Mariano Avellana,  acompañante del  obispo en  muchas ocasiones, dejó anotado con toda simpleza:

“Como el diablo veía el copioso fruto (de la visita pastoral y de la misión), procuraba estorbarlo, ya sea propagando hojas impresas calumniando al obispo, ya diciendo que nos metíamos en política...”

Quizá las situaciones más delicadas se vivieron en la comunidad de Santiago: policías allanaban casi diariamente la casa y el templo. El santo hermano Marcer recordaría   después  las zozobras vividas: él era el portero de la comunidad:

“Por los golpes en la puerta yo conocía a los huéspedes... -¿Qué desean? Les preguntaba. - ¿Y a vos, qué te importa?, decían y me echaban a un lado y

comenzaban el registro minucioso del templo, las torres, las celdas, la cocina, la huerta. ¡Cuántas veces sorprendieron a la comunidad rezando en el oratorio o sentada a la mesa. Había que dejarles obrar para que se convencieran de nuestra inocencia” (88)Sin   embargo,   a   pesar   de   los   controles   y   los   soplones   de 

siempre, los misioneros lograron esconder gente perseguida y salvar sus   vidas.   Ellos,   como   religiosos,   no   eran   balmacedistas   ni constitucionalistas, aunque “las simpatías circulaban por los aposentos interiores”, según afirmaba el hermano Marcer. 

En   la   comunidad   se   vivió,   por   ejemplo,   el   caso   de   un personaje   connotado  de   la   revolución  que   vivió   varios  días  en  un pequeño   sótano   bajo   la   despensa,   una   verdadera   ratonera   donde apenas cabía un hombre sentado. A fines de agosto, tras la derrota de Balmaceda, puso salir en libertad a gritar por su causa triunfante.

-“Pero no había pasado ni media hora, cuando un hombre entró como una exhalación; después otro, que dio un empujón al hermano portero, desencuadernó puertas y enfiló por los corredores gritando al padre superior que le salió al encuentro:

-¡Refugio, refugio! ¡Soy .......! y pronunció un nombre: era un personaje de los más influyentes del gobierno de Balmaceda.

-¡Hombre!- dijo el superior-. Escóndase ahí- y le señaló el cuchitril todavía caliente por la presencia del anterior que era constitucional (revolucionario)” (89)

Así,   el  mismo   escondite   salvó   la   vida   a   dos   hombres   de   diversa ideología.   Añade   el   historiador   padre   Alduán,   que   “en   los   años sucesivos, el día del Corazón de María, un empleado de la firma Casa Grande, llevaba un buen regalo de fiesta. Era el tributo de gratitud del personaje balmacedista”.

Las visitas del P. Xifré.El 14 de julio de 1871 llegaba casi de sorpresa el Padre General 

José Xifré hasta la casa de Santiago. Cuatro días antes, el Gobierno de   Chile   había   reconocido   y   autorizado   el   establecimiento   de   la Congrtegación en el país. 

El P. Xifré vio en terreno a sus hijos, aseguró el traspaso definitivo de la capilla y los terrenos como propiedad de la Congregación, animó a todos a la observancia y se volvió a Europa llevándose el dinero recogido por la comunidad, a la que dejó solamente lo necesario para la manutención promedio de un mes. Según el Libro primero de Administración de la casa de Santiago, el dinero en caja era a mitad de 1871, la cantidad $ 2.152, de los que el P. General retiró $ 1.780, dejando los restantes  $ 372 a la comunidad.

En 1874, el P. Xifré volvió a pisar tierra chilena.  Nuevamente en 1880 arribó a Valparaíso después de dejar establecida una comunidad en Cuba y fue en Chile donde recibió las infortunadas noticias acerca de esa fundación que en pocos días se transformó en un cementerio: las enfermedades tropicales llevaron al sepulcro, en el lapso de un par de meses, prácticamente a todos los misioneros. De los 12 iniciales, solamente dos pudieron cumplir la orden de regresar inmediatamente a España.

A comienzos de enero de 1893, el superior general emprendía un nuevo recorrido por tierras americanas, a sus 76 trabajados años. Era un periplo extenso que lo llevó de España a las Antillas, a bordo del vapor Costa Rica en el que llegó a Panamá, y desde allí siguió al 

sur,   no   pudiendo   hacer   otras   visitas   en  América   central   por  mala combinación en los recorridos de vapores. El 6 de febrero llegaba a tierra   chilena   y   en  19   días   visitó   las   comunidades  de   La  Serena, Valparaíso, Santiago y Curicó; estableció contactos, animó a todos, se entrevistó especialmente con el padre Vallier para limar asperezas y desconfianzas mutuas, dejó disposiciones y viajando en carruaje, en ferrocarril y a lomo de mula, cruzó la cordillera de Los Andes rumbo a la Argentina. El cruce de la cordillera le demandó cuatro días (tres en tren y uno a caballo). Por fin llegó a Buenos Aires y se embarcó de regreso hacia  España en un viaje  de mar  que duró otros 20 días. Apenas llegado a la península, tuvo que partir rumbo a Guinea para enfrentar   en   el   terreno   las   dificultades   allí   surgidas   y,   según   sus propias palabras anotadas en una circular del 27 de marzo de 1893, "producidas, sin duda, por los enemigos de nuestra salvación".

Esta fue la última visita a Chile de aquel hombre grande, austero, generoso, de una sola pieza, incansable y  santo y que también batalló por santificar a los demás. 

10. Personajes.

10.1.  El Padre Pablo Vallier

La figura cumbre de la fundación claretiana en América y el más notable de los misioneros, aparte del padre Mariano Avellana, ha sido el padre Pablo Vallier Escartin.

10.1.1.  Vallier en EspañaNacido en Huesca, España, en 1833, siendo ya presbítero de  la 

diócesis   de   Huesca,   ingresó   como   novicio   a   la   orden   de   los Dominicos, en 1860. A los seis meses se retiraba de allí para asumir de nuevo sus clases en el seminario diocesano. 

Sin   embargo,   hombre   en   búsqueda,   continuó   discerniendo   los caminos de Dios en su vida y así llegó un día a entrevistarse con el padre José Xifré, superior general de los Misioneros Hijos del Corazón 

de María. El 6 de diciembre de 1864 ingresaba al año de noviciado en Vich, Cataluña. Allí conoció al arzobispo Claret, quien estuvo en Vich unos tres meses en 1865, e incluso colaboró con él como ayudante en los  Ejercicios  espirituales   que  el   santo   fundador  dio  al   clero   de  a ciudad.

Tras la revolución de septiembre de 1868, fue uno de los primeros en  llegar    hasta  Prades,  al  sur  de Francia,  donde  la  congregación buscó refugio y logró sobrevivir en el destierro.

Allí   estaba   cuando   el   Padre  Xifré     lo   llamó   para   encargarle   la responsabilidad del grupo de siete misioneros que partiría para Chile a fundar la congregación en América. Así zarpó un día, con la confianza puesta en el  poder de Dios y con el   título de superior  del  grupo y “provincial” de América. Tenía 36 años.

10.1.2. Vallier como superior en ChileEl   padre   Vallier   era   hombre   de   consejo,  místico,   orientador   de 

espíritus,   formador   de   nuevas   generaciones,   un   organizador   nato, dotado de ese  sexto sentido que adorna a los verdaderos jefes.

Pero,  sobre  todo,   fue un misionero.  Buscador  de  la  voluntad de Dios   para   su   vida,   no   descansó   hasta   encontrar   su   centro,   hasta realizarse como hombre de Iglesia. Dispuesto a colaborar en la obra de la evangelización, se olvidó de sí mismo y puso todas sus fuerzas al servicio de la Congregación, allí donde ella lo necesitaba. Puesto al trabajo, no descansó en las labores de otros, sino que mostró con el ejemplo que el superior debe estar como el capitán al frente de sus batallones y no en la retaguardia.

Estuvo a cargo de la Provincia de San José de Chile (título original no contemplado en la legislación oficial de la Iglesia para un caso de fundación) entre 1870 y 1876.

En 1876 fue llamado a España para asistir en calidad de superior provincial al Capítulo general que se realizaba en la casa de Gracia, en   Barcelona.   Ese   mismo   Capítulo   legisló   suspendiendo   la demarcación   de   provincias   religiosas,   por   lo   que   el   Padre   Vallier regresó   a   Chile   con   el   título   de   Visitador   delegado   del   superior general. 

En 1882 fue llamado nuevamente a España y lo mismo sucedió en 1885,   esta   vez   para   colocarlo   al   frente   del   teologado   en   Santo Domingo de la Calzada. Al volver a Chile, en 1888, reasumió su cargo hasta mediados de 1889 en que asume como Visitador delegado el padre Antonio Molinero. Pero al fallecer éste dos años después (tras invitar al superior de Valparaíso a su propio funeral) (90), nuevamente el  padre Xifré nombró a Vallier,  quien ejerció solamente por quince días,   ya  que  casi   de   inmediato  el   padre  Xifré  designaba  al   padre Antonio Dalmau como nuevo Visitador delegado. Corría 1892. 

Ese mismo año cambiaba la figura jurídica de las casas de Chile al pasar   de   Visitaduría   dependiente   del   gobierno   general   a   Visitaduría independiente, hasta el Capítulo general de 1895 que pensaba reorganizar el sistema  mediante   la     creación   de   provincias.   Ese   Capítulo   creó   las   de Cataluña   y   Castilla   y   las   casas   de   Chile   pasaron   a   ser     Visitaduría dependiente esta vez de Castilla. 

10.1. 3. La noche oscura del P.VallierEn 1895 y en Valparaíso, fallecía  el fundador de la Provincia, 

padre Pablo Vallier Escartín, muy gastado por los trabajos y los sinsabores, a la edad de 62 años.

Su figura gigante es bien conocida por la congregación. Uno de los vicarios generales del arzobispado de Santiago, el obispo don Ramón Astorga, aseguraba que  “uno de los beneficios más grandes que la Iglesia chilena debe a la Divina Providencia es el habernos enviado a tan preclaro e iluminado varón” (91). 

Por su parte,  el  obispo don Ramón Angel  Jara,  expresaba: “con su doctrina ha influido como pocos en la formación del clero de Santiago”.

Y el obispo don José Manuel Orrego, recordamos, ya había dicho en una ocasión:  “al padre Vallier y a los misioneros les debo, después de Dios, la obra más grande que podía realizarse en La Serena”.

Sin embargo, debemos dejar constancia de algunos hechos no tan conocidos, que fueron purificando su vida en el crisol del dolor; no   solamente   por   las   enfermedades   o   la   debilidad   de   cabeza 

producida por el envenenamiento en Iquique y que al final de sus días se  manifestó   abiertamente;   hablamos   aquí   de   cierta   amargura   de espíritu.

Me ciño en lo fundamental a lo que ha dejado escrito el padre Nicolás Alduán en la Historia de la Provincia y que señala como “la cuestión Xifré-Vallier”.

El padre Vallier había salido de España y de Francia todavía joven   (36   años)   y   se   dedicó   a   la   obra   fundacional   en   América, conservando   la   veneración   nostálgica   de   la   primera   generación claretiana.  Pero   su   permanencia   de   tres   años   en  España   cuando asumió   la   orientación   del   estudiantado   de   santo   Domingo   de   La Calzada   (1885-1888),   le   hizo   abrir   los   ojos   a   una   realidad   que desconocía. Allí   debió hacerse cargo de situaciones ingratas, tras el traslado de  los últimos cursos de  los estudiantes mayores a Santo Domingo de La Calzada; eso   había traído ciertas dificultades que el padre  Xifré   juzgó  como  relajamiento  de   la   vida  espiritual.  Era  una comunidad   de   36   Hermanos   coadjutores,   129   estudiantes   y   15 presbíteros   y   entre   ellos   había   un   cabecilla   de   tipo   rebelde   y magnético que generó problemas.  Fue, desde luego, expulsado de la Congregación y años después se supo que militando   en el partido anarquista  fue encarcelado en Barcelona y enviado al destierro.

Un orientador seguro, un hombre espiritual y además con la aureola de misionero,  era ciertamente el  padre Vallier,  quien  fue nombrado como encargado de los estudiantes cumpliendo una tarea formativa que hizo época en la congregación. 

Sin embargo, su salud ya no lo acompañaba y la noche espesa se le iba entrando hasta el corazón; en 1887 le fue aceptada la renuncia al cargo y era designado superior de la comunidad de Calahorra. AL año   siguiente,   Vallier   asistía   al   Capítulo   general   de   1888   y   se embarcaba de nuevo para Chile para retomar el  cargo de Visitador hasta mediados de 1889.  En esa  fecha el  padre Xifré   le  aceptaba finalmente la renuncia presentada innumerables veces.

Su participación en los Capítulos generales y el moverse en las esferas más altas del instituto, le dio a conocer un panorama más amplio y menos poético, según deja constancia el P. Nicolás Alduán: 

-“Oyó quejas, supo de abusos reales o imaginarios, sintió descontentos y comprobó pareceres y opiniones desfavorables a la dirección que se imprimía a la congregación... Entonces consideró que era culpable ante Dios si callaba”.

Vuelto  a  Chile  en  1888,  al  año  siguiente  escribía  al  padre Xifré.  Poco después escribía   también al  sub-director  general  padre Clemente Serrat:

“No sé qué efecto habrá hecho la lectura de mi carta, pero no habrá dejado de llamar la atención por lo extraordinario de la claridad. Me he determinado a hablar porque temo dar cuenta a Dios de cierta prudencia que quizá nos ha dañado”.

En realidad, en esa carta a Xifré, señalaba:“Lo mucho que se murmura del gobierno son contrapeso del

padre general, que impone respeto y temor a varios... No es bastante multiplicar las circulares; suplico no envíe a Chile ciertas circulares que hacen daño... Pido me exonere del cargo de Visitador...”

La  renuncia,  desde  luego,   fue aceptada de  inmediato.  Y  la carta al padre Xifré “produjo en éste una reacción violenta. Declaró que el padre Vallier estaba en el error y en la perdición”.

Vallier,   entonces,   entró   en   una   noche   oscura.   El   nuevo Visitador nombrado tras su renuncia, padre Antonio Dalmau , tuvo que salir al atajo de una orden perentoria: que Vallier regresara a España, lo que en esas circunstancias parecía como un castigo. 

Por su parte, el padre Plácido Abella, aquel joven conquistado para la congregación por la bravura del padre Diego Gavín en los años de  la clandestinidad en España, que era el  consultor  primero de  la Visiutaduría chilena, recomendaba al padre Xifré que le escribiera al padre Vallier “como el mejor de los padres al mejor de sus hijos”.

No lo entendió así el padre general; y “temeroso siempre de alguna rebeldía latente o de algún error en las ideas, exigió al padre Vallier una cuenta exacta de su conciencia... Vallier se la dio clara,

precisa, sin tapujos, y el padre Xifré le respondió con una carta como de truenos y relámpagos que casi lo volvió loco”.

Poco después, el padre Dalmau escribía al superior general:“El padre Vallier, delicado, tanto que no puede coordinar

materia para una plática, deseando vivamente la paz con los superiores...”

En 1893, el   intrépido Xifré  viajaba   nuevamente a Chile  en visita generalicia. Se entrevistó con Vallier “y las aguas volvieron a su cauce primitivo terminando aquel enojoso asunto. Pero la salud del padre Vallier estaba irremisiblemente quebrantada”. Su   claridad mental quedó en parte oscurecida, ciertos fantasmas se acrecentaron, la   proverbial   prudencia   cedió   en   parte   a   una   locuacidad   poco conveniente   aún   con   personas   extrañas   a   la   comunidad  a   la   que manifestaba  sus  estados  de  ánimo  y  sus  críticas  a   los  problemas internos. Por carta del padre Santiago Constans al superior general, ya   muy   cercana   la   fecha   del   fallecimiento   del   padre   Vallier,   se comprueba que la enfermedad le había afectado  el cuerpo, nublado la mente y hasta desasogado el espíritu, probando la peciencia de sus enfermeros.  Sin  embargo,   en   los  últimos  días   logró   la  paz,   según afirma el padre Medardo Alduán en su biografía del  fundador de  la congregación en América.  

El 26 de  julio de 1895 fallecía santamente en Valparaíso el fundador de los claretianos en América. Pocos años más tarde, siendo el  padre  Mariano  Avellana  Visitador   interino  de  Chile,   trasladó  sus restos venerados hasta el templo cordimariano de Santiago para que descansaran   en   el   centro  mismo,   bajo   el   presbiterio,   como   en   el corazón   simbólico   de   la   obra   de   la   que   había   sido   padre.  

11. Los primeros claretianos chilenosDiez años después de  la   llegada de  los misioneros al  país,  ya podía   contarse   con   un   primer   misionero   chileno:   en   1880 ingresaba el Hermano Secundido Saso Neira, nacido en Pelarco (Talca) en 1857. Según anota el P. Mario Calvo en su “Memoria 

de los claretianos fallecidos”, el Hno. Saso fue hombre humilde y de gran amor a la Congregación, afecto demostrado en su interés por las vocaciones nativas”.

Entre   los   presbíteros   seculares,   hubo   quienes   se   sintieron impresionados   por   el   trabajo   misionero   de   los   claretianos,   y pidieron ingresar a la Congregación.

El P. Félix Alejandro Cepeda Alvarez, de profesión abogado, era párroco de Carén, en  la diócesis de La Serena, cuando pidió ser admitido entre los Hijos del Corazón de María. Fue admitido en enero   de   1881   y   al  mes   siguiente   se   retiró   de   la   experiencia “porque “causole cierto espanto el cambio de vida”, como se lee en  el   Libro  del  Personal   de   la  Provincia.  Más   tarde   solicitó  el reingreso y fue admitido nuevamente. Hizo el noviciado en la casa de Santiago y emitió  la profesión religiosa en 1888. Ese mismo año viajaba a España y dos años más  tarde ya era nombrado superior en la comunidad de Alagón.Fecundo escritor, hombre de carácter agradable, muy devoto de 

la Virgen María y de una fidelidad a toda prueba en su amor a la Congregación.Fue  el  más  ardoroso  partidario   de   la   creación  de   seminarios 

claretianos en Chile y en América. Llegó a ser superior provincial de Cataluña y posteriormente fue el primer provincial de México. Al parecer, en 1910, su nombre se barajó para el obispado de San Carlos de Ancud. Durante 24 años participó en el gobierno general de la Congregación siendo consultor y secretario general.El P. Cepeda ha sido hasta ahora el mejor aporte que Chile ha 

hecho a la Congregación en su servicio universal.También un benemérito presbítero del arzobispado de Santiago, don  Miguel   Salcedo   Valdivieso,   nacido   en   1845,   ingresó   a   la Congregación estando de viaje por Europa y como promesa tras haber  salvado  de  una  grave  enfermedad.  Profesó  en  Thuir   en 1875 y 22 años después se retiró de la Congregación. Vuelto a Chile,  en 1911 pidió el  reingreso y fue aceptado, aunque debió vivir   fuera  de   la   comunidad,   por   razones  que   la  Curia   romana 

estimó   atendibles.   Era   sobrino   del   arzobispo   Rafael   Valentín Valdivieso y entre sus desvelos pastorales estuvo el ser misionero y  así  ejerció  durante  sus  años  en  España,  obteniendo el   título especial   de   “misionero   apostólico”   .   Falleció   en   Chile, perteneciendo a la comunidad de la casa central, en 1920.

Un tercer presbítero chileno, que en los comienzos ingresó a la congregación fue el P. Alfredo Bolados Cárter, sobrino del Vicario Apostólico de Tarapacá, obispo Juan Guillermo Cárter.Fue destinado a las misiones de Fernando Poo y allí fue superior de algunas comunidades y llegó a escribir catecismos y gramática en lengua pamue. Al parecer era hombre de buenas cualidades pero inconstante, ya que   se  retiró de la Congregación y en Brasil ingresó a la Orden Dominica.   Fue   el   fundador   del   primer   noviciado   dominico   en Estados Unidos. Se retiró posteriormente de la Orden y empezó a solicitar   reiteradamente  el   reingreso  a   los  Misioneros  Hijos  del Corazón   de  María.   Se   sabe   que   por   1930   estaba   de   vicario parroquial   en  Mar   del  Plata,   y   con  planes  de  establecerse  en México   ya   que   no   consiguió   ingresar   a   la   Congregación   de sacerdotes de la Divina Providencia, en Argentina.Volvió   a  Chile,   ya   veterano   y   siempre   peregrino;   la  muerte   lo sorprendió   cuando   intentaba   ser   admitido   en   la   Orden Franciscana, según anota Raimundo Arancibia en su “Diccionario biográfico del clero”.En   el   período,   varios   postularon   al   ingreso   como   Hermanos coadjutores, pero casi ninguno permaneció por mucho tiempo.

12.  Las sombrasEl   acontecer  histórico   necesariamente   tiene   luces   y   sombras. 

Acontecimientos positivos y otros negativos. También en la historia de las   personas   y   de   las   comunidades   religiosas.   Señalar   algunas sombras que oscurecieron el panorama en los primeros 30 años de 

presencia claretiana en Chile  y  América,  no es nublar  el  magnífico panorama de servicio apostólico, fidelidad eclesial y congregacional, vivencias de fe, esperanza y caridad que experimentaron personas y comunidades.   Simplemente   es   tener   presente   la   realidad:   quienes eran misioneros esforzados y consecuentes, también eran hombres. La  fundación  de   la  Congregación  en América  no   fue  realizada por ángeles  y  sí  por  santos,  quienes,  para  serlo  de  verdad,    debieron contar con el reconocimiento de sus propias limitaciones y debilidades. 

12.1. La intolerancia a la crítica 

Aparte de lo que ya hemos anotado respecto al P. Vallier,  dos historiadores (los PP. Mariano Aguilar y Nicolás Alduán) hablan de dos situaciones incómodas: una se refería a España y la otra se daba en Chile.

La de España ya quedó anotada al  hablar  del  P.  Vallier  y su desconcierto inicial que se transformó después en lo que el P. Xifré creyó   desacato   a   su   autoridad   y   poca   fidelidad   a   la   raiz congregacional.

La referente a Chile cuenta de cierta disconformidad, minoritaria pero decidida, con los moldes tradicionales. Las misiones populares y   los  ejercicios  espirituales  que  copaban  el  mayor   tiempo  y   las mejores energías de los misioneros, prestaban ciertamente un real servicio a la Iglesia chilena; pero algunos querían más, pero no más de lo mismo: abrirse al apostolado de ciertas elites, a cátedras de enseñanza, a movimientos apostólicos de más renombre.

Los padres Marcos Domínguez, Santiago Sánchez (ambos con el prestigio de ser de la primera expedición) y el padre Bernardo Bech,   eran   las   cabezas   visibles   de  un  movimiento   subterráneo, débil pero preocupante para las autoridades congregacionales que detectaron el problema.

El   padre   Bech   tenía   prácticamente   un   archivo   propio   en   la Secretaría   general,   por   sus   cartas,   planes,   propuestas,   sobre fundaciones   de   colegios,   casas   de   estudio,   círculos   para juventudes, etc. propuestas que siempre eran rechazadas.  

El padre Domínguez, por su parte, había creado una Sociedad que   llamó   “La   Vanguardia   del   Corazón   de   María”,   en   la   que militaban  jovencitas de la alta sociedad   y que comulgaban cada domingo masivamente en un templo diferente para dar testimonio electrizante de su fe. Sin embargo el padre Xifré había cortado la experiencia   que   se   salía   de   los  moldes   tradicionales   con   unas palabras duras.

En cuanto al padre Santiago Sánchez, el también participaba en las novedades pastorales y como además era predicador popular, un dueño de taberna del barrio de Belén había puesto a precio su cabeza,   como   única   y   feroz   respuesta   a   las   denuncias   del misionero.

Llamado el Padre Vallier  a España,  como hemos señalado, en 1885,   se   llevó   consigo  al   padre  Domínguez  y   al   año  siguiente, 1886, siguieron el mismo rumbo los padres Bech y Sánchez. Ambos volverían a América   años después. El P. Bech a México y el P. Sánchez   nuevamente   a   Chile,   catorce   años   después   de   haber salido.

Otro misionero que debió volver a España en forma perentoria fue el propio Visitador P. Dalmau, sucesor del P. Vallier.En 1899 el  padre Xifré   lo   llamaba urgentemente a  la  península. 

Decía en su comunicación:-“Circunstancias especiales nos obligan a disponer lo más pronto

posible pase ud. a España, quedando interinamente encargado de esas misiones en clase de Visitador el padre Claparols, invistiéndole de las facultades concedidas a usted mismo.”.

Refleja   bien   el   sentido   de   obediencia   de   las   primeras generaciones  de  misioneros  el  dato  que  anota  el  padre  Nicolás Alduán en  su  Historia  de   la  Provincia.  Afirma que al   recibir  esa comunicación   estaba   el   padre   Dalmau   predicando   misión   en Peñalolén: “dejó la misión en manos de un suplente y se embarcó de inmediato para Europa”.

Algo   había   detrás   de   un   llamado   tan   intempestivo.   El   padre Alduán   señala   que   el   método   de   gobierno   de   Dalmau  “halló bastante resistencia en el sector más numeroso y antiguo de la

Provincia... Su prestigio en el exterior acrecía enormemente pero al interior, disminuía, por el temor de que al hacer correr actividades por otros cauces al margen de la tradición, se torciera el espíritu misionero”.   Seguramente   Dalmau   pagó   el   costo   de   haber   sido investido como superior de las comunidades de Chile apenas salido del noviciado, sin conocer las nuevas tierras ni las personas con las que debería  trabajar  por  el  evangelio,  y  por  el  hecho de ser  un hombre de visión amplia, de una cultura mayor que el promedio y adornado con dotes artísticas ya que era notable músico (92) 

De hecho, para su reemplazo en el cargo, se designó al padre Francisco Claparols,   religioso de gran santidad personal  pero de pocas luces, gran padre para los misioneros pero de ningún trato social con el exterior, adornado de dotes para el gobierno familiar pero sin dominar ni el idioma castellano y absolutamente nulo como predicador  (“no predicó ni una plática en su vida”)  y que siempre defendió  “como idea incrustada en el cerebro que nuestra misión era exclusivamente para los pobres, los ignorantes, los campesinos... Nada de panegíricos, ni novenas de lujo, ni conferencias...¡Extraña idea en un hombre que había conocido al padre Claret y era contemporáneo de un padre Gavín, un padre Heredero, un padre Foncillas y tantos misioneros, lujo de catedrales españolas” (93).

Por lo demás, durante la década se multiplicaron las circulares del  superior  general,  ordenanzas que no  tenían apelación y  que abarcaban desde profundas reflexiones que fundamentaban la vida religiosa hasta bajar a detalles insignificantes. Eso ayudaba también al   gobierno   de   todas   las   comunidades   del  mundo     y   el   padre Claparols, como cualquier otro Visitador, no tenía más que abrir la correspondencia y aplicar la norma.

Por   ejemplo,   a   su   plan  de   temas  predicables   y   sus   sesudas cartas   doctrinales,   de   pronto   el   padre   Xifré   añadía   ordenanzas minuciosas: que en el rezo del Credo no se dijera “creo en la vida perdurable”  sino “creo en la vida eterna” y que en la Salve no se dijera “ A ti llamamos” sino  “ a ti clamamos”.

12.2. Algunos casos personalesCuando   en   1885   el   P.   Vallier   fue   llamado   a   España.   viajó acompañado del padre Marcos Domínguez, excelente misionero de la   primera   expedición,   hombre   de   genio   firme   y   palabra encandilante  que,  al   parecer,   fue  el  primero  en   sufrir   una  crisis sicológica   y   anímica   causada   por   el  modo   de   ser   americano   y chileno.   Las   actitudes   melosas,   el   hablar   en   diminutivo,   los compromisos fácilmente olvidados, la apatía generalizada, todo ello unido   a   la   oposición   anticlerical   creciente   del   liberalismo   y radicalismo y la nostalgia  explicable del terruño, hizo que el padre Domínguez cayera en una profunda depresión. 

Ya hemos dejado anotadas al hablar de la fundación claretiana en La Serena, la guerra abierta que debió enfrentar con los líderes de opinión y periódicos anticlericales. Las burlas padecidas en esa ciudad por  su predicación moralista contra  la  borrachera quedan reflejadas   en   la   prensa   de   la   época:   el   comercio   ofrecía   unos botellones de chicha marca “Padre Domínguez” y  los ebrios eran catalogados popularmente con la frase: “estar con la Domínguez”, “padecer la Domínguez”, etc.  Todo eso se sumó a lo que al comienzo fueros molestias por el modo   de   ser   del   chileno   y     después   se   le   convirtió   en distanciamiento, y al final se le volvió aversión incontrolable. 

En una medida extraordinaria el padre Xifré decretó su vuelta a España.   Sin   embargo,   poco   tiempo   después,   el   padre  Marcos Domínguez empezaba a padecer el síndrome americano:  toda  la repugnancia se le volvió recuerdo y los recuerdos le endulzaron el alma porque, de todos modos, habían sido los años más misioneros de su vida. Empezó a recordar a Chile, a hablar de Chile, a querer a Chile y su vida ya no fue serena hasta cumplir el deseo de volver a Chile.   No   lo   logró.   Su   testimonio   entre   nosotros   no   ha   sido suficientemente valorado. Fue el hombre de carácter de la primera expedición   y   sin   él   sosteniendo   el   brazo   del   P.   Vallier,   en   los momentos de crisis de los primeros meses, la fundación americana habría fracasado por entonces.

Otro caso, aunque absolutamente distinto, fue el del P. Miguel Longás, quien llegó a Chile en la cuarta expedición misionera y al 

que el Venerable P. Mariano Avellana, en correspondencia privada, encontraba “un  tanto vanidoso”.  El  P.  Xifré decretó más  tarde  la expulsión  de   la  congregación.  Se  sabe que Longás  terminó sus días como pastor evangélico.

Otra   situación   áspera   referida   a   personas   en  Chile   tuvo   por protagonista al  P. Ramón Ortega, quien dejó  la congregación en España, se trasladó a Buenos Aires y tiempo después, desde allí, solicitaba con lágrimas volver al Instituto, porque todo en la vida se le   había   dado   al   revés   delo   que   había   pensado.   En   un   gesto especial,el P. Xifré lo readmitió en la familia claretiana, hizo publicar su caso en Annales, para que sirviera de escarmiento, y lo destinó a Chile, en donde estuvo como misionero por varios años. En 1898 fue ya despedido definitivamente por decreto del superior general. 

En fin, en este período de 1870 a 1900, contando solamente los religiosos  presbíteros, por lo menos 9 misioneros pidieron salir del Instituto o fueron separados de él por decreto del superior general: en promedio, uno cada tres años y medio (94). 

(44) Esta es la única referencia que he encontrado acerca de algún contacto entre el arzobispo Valdivieso y la Congregación de Misioneros antes de su establecimiento en Chile. En efecto, el arzobispo viajó a Europa, comunicando su viaje al gobierno en mayo de 1860. La fundación de la comunidad en el barrio barcelonés de Gracia data de 1859.(45) Se refiere al Pbro. Don José Santiago de la Peña(46) Fueron en realidad siete: cinco presbíteros y dos Hermanos(47)   En   realidad   las   condiciones   de   la   primera   casa   propia   en Santiago, en  la calle de Gálvez,    fueron deplorables. El P. Xifré se refiere, sin duda, a la nueva casa y templo construido a mitad de la década de 1870.(48) EpistolarioClaretiano, (49)   Ya   se   sabe     la   opinión   de   Xifré   respecto   a   las   devociones femeninas:  “más valen 10 hombres que cien mujeres”.(50) Es de notar la increíble rapidez con que discutieron y firmaron los acuerdos.

 (51) ERRAZURIZ, Crescente: “Algo de lo que he visto”. (52)  Un  dato   curioso  es  el   relacionado  con   los  nombres  que   iban recibiendo los misioneros a medida que se fueron haciendo conocidos. Ya en  los comienzos,  en Santiago,   fueron  llamados “los padres de Belén”.  Por  su  parte   la  gente   ilustrada  se   refería  a   los  misioneros como   “los   reverendos   padres   claretes”,   seguramente   la   primera referencia   dada   en   Chile   que   los   relacionaba   con   el   apellido   del fundador. Al establecerse en Linares, en 1895, el mismo obispo de Concepción don Plácido Labarca se felicitaba por tener en su diócesis a   los   “padres  maristas”.  Decía:   -“Los  padres  maristas  son  muy de nuestro   agrado   y   contribuirán   poderosamente   con   su   celo   y   su ardiente   caridad   a   la   salvación   de   las   almas   de   la   parroquia   de Linares. Dios sea bendito y permita esta fundación”. Con el tiempo se popularizó   el   de   “cordimarianos”,   sintetizando   el   de   “Hijos   del Inmaculado   Corazón   de   la   Bienaventurada   Virgen   María” especialmente en las esferas clericales y religiosas, aunque en 1919 la Revista Católica hablaba de los “padres claretistas”; y a partir de la canonización del fundador, empezó a ganar terreno el de “claretianos” que es el que hoy día es más común.(53)    ALDUAN,  Nicolás:  Historia  de   la  Provincia  de  Chile.   Inédito. Archivo provincial de  Chile.(54) VICUÑA MACKENNA, Benjamín: “Trasformación de Santiago”, El Mercurio, 1872, Santiago.(55) ALDUAN, Nicolás, Op. cit.(56) Id.(57) CALVO, Mario: “Misioneros claretianos fallecidos, 1870-2000”, ed. mimeografiada, Santiago.(58) Decretum laudis de 1860.(59) CLARET, Antonio M.:  Autobiografía, 292.(60) ALVAREZ GOMEZ, Jesús. (61) ALDUAN, Nicolás: op.cit.(62) ALDUAN, Nicolás: op.cit.(63) Relación del obispo Orrego para  la Visita ad  limina, en  la que afirma que en su clero “hay toda clase de peces”. Citado por Federico Gutiérrez en su libro para la Causa de canonización del P. Mariano Avellana.

(64) ALDUAN, Nicolás: op. Cit.(65) En 1997 el  templo de santa Inés, abandonado y semi-derruido aún estaba en pie.  Conservaba  las campanas en su  torre y en su frontis la inscripción en piedra del año de su construcción: 1819.(66)   EL   CONDOR,   de   Coquimbo,   1903:   “Están   llegando   a   Chile doscientos frailes expulsados de Francia. Hay que colocar un cordón sanitario   en   los   boquetes   de   la   cordillera   y   en   el   Estrecho   de Magallanes, para evitar la pasada de esta mortífera plaga. ¡Guerra con ellos! ¡Sulfato de cobre, alquitrán y otras materias! ¡He ahí el remedio desinfectante!(67) ALDUAN, Nicolás: op. cit.(68) GUTIERREZ, Federico: op. cit(69) . ALDUAN, Nicolás: op. cit.(70) EL PROGRESO (La Serena), 19 de febrero de 1875.(71) EL PROGRESO (La Serena), 24 de febrero de 1875.(72) EL PROGRESO (La Serena), 6 y 10 de marzo de 1875.(73) ALDUAN, Nicolás, Op. cit.(74) CRISTOBAL, Lorenzo:  Crónica y Archivo, número único 1970.(75) En EL ATACAMEÑO, de Copiapó, se lee el 26 de mayo de 1884: “A propósito de la sordera del obispo de La Serena, se cuenta que hace unos días llamó a su secretario que estaba en la oficina junto a su despacho. Veo que está muy constipado, le dijo con preocupación. ¿Por  qué  lo  dice? Porque  le  oigo estornudar   repetidas veces...  En realidad eran los buques de la escuadra chilena que estaba haciendo ejercicios de tiro frente a Coquimbo”.(76) ANNALES, 1889(77) Id.(78) ANNALES 1886(79) Id.(80) Id.(81) Archivo del arzobispado de Concepción. Sección correspondencia. (82) Id.

(83) MATTE VARAS, Joaquín: “Presencia de los capellanes castrenses en la guerra del Pacífico”, Estudios Históricos nº 1, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago 1981. 

(84) Id.(85) ANNALES, 1886(86) ANNALES, 1890(87) EL DERECHO; de Freirína, 1892.(88) ALDUAN Nicolás, Op. cit.(89) Id.(90) ANNALES(91) ALDUAN, Nicolás: Op. cit.(92) En el Archivo general, documentos 1.6, 1-23, se encuentra una larga y casi apasionada carta del P.Pedro Constansó defendiendo ante el Gobierno general la actuación y el prestigio del P. Dalmau.(93) ALDUAN, Nicolás:op. cit.(94) Libro del personal de la Provincia, en Archivo provincial, caja 219.