bosquejos de la vida misionera en españa

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Las vivencias de un misionero protestante inglés en la España de 1927-1930

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    Bosquejos de la vida misionera en Espaa

    La vida de un misionero evanglico Ingls en la Espaa de 1927-1930

    Ernest H. Trenchard

  • 2

    Prefacio

    Estos bosquejos, como su mismo nombre indica, no tienen un propsito histrico o biogrfico

    definido, sino que han sido seleccionados ms bien con la intencin de dar una idea de la

    atmsfera en la que un misionero vive y trabaja en la Espaa central. Los incidentes narrados

    se extraen de la propia experiencia del autor, y las descripciones, que son fruto de la

    observacin personal, se han cuidado para evitar ser coloreadas o mezcladas con la ficcin.

    Se debe recordar sin embargo, que las condiciones varan mucho incluso de una provincia a

    otra, por lo que las descripciones de costumbres, escenarios, etc. deben tomarse como

    solamente aplicables a los distritos mencionados, a pesar de que haya cierta similitud general

    en todo el pas.

    No es necesario recordar al lector creyente que estas pginas fallarn en su propsito si no

    despiertan una mayor oracin por esta gran tierra, la cual yace en sombra de muerte tanto

    como el corazn de los continentes paganos.

    En Arenas de San Pedro, Provincia de vila, Espaa.

  • 3

    Captulo 1: Reuniones en Piedralaves

    Las reuniones en Piedralaves tuvieron sus altibajos. Hubo momentos en los que la villa

    presuma de su Capilla Evanglica, pero como estaba en un edificio alquilado, al final se

    perdi, y para cuando fui a hacerles la primera visita, las reuniones se hacan en las casas de

    los hermanos.

    Una de las casas que se utilizaban para este fin era la de nuestro estimado hermano Baltasar;

    en el invierno tenamos que hilar nuestro camino a travs del lodo de las calles, a la luz trmula

    de diez lmparas con potencia de vela colocadas a extraos intervalos (es decir, la luz nos

    ayudaba cuando no estaba apagada porque haca viento o porque haba demasiada o

    demasiada poca agua en el ro, o porque el electricista estaba borracho o cansado). Luego

    llegbamos a una serie de escalones toscos que llevaban a lo que en Inglaterra se pensara

    que era la puerta de un granero.

    Mientras se abra la puerta, uno gritaba el tradicional Se puede? y avanzaba con precaucin,

    ya que dos pies ms all haba un escaln astutamente dispuesto para hacer tropezar a los

    incautos. Luego, a la izquierda, (como se podra ver a la luz del da) estaban las pocilgas para

    los cerdos, los establos para los burros, y al frente la bodega.

    Entonces esperbamos por nuestros hospitalarios huspedes, que bajaban con una primitiva

    lmpara de aceite que an se usaba en esos pueblos (parece una lmpara antigua Romana,

    copiada en hojalata y hecha en fbrica). Sin la ayuda de la lmpara era difcil sortear las

    escaleras que llevaban a la cocina de arriba. Algunos de los escalones son simplemente trozos

    de madera tumbados y comidos con el tiempo por la polilla.

    La cocina era espaciosa, pero con un techo muy bajo, y las vigas, negras por la antigedad,

    estaban llenas de los varios chorizos y morcillas colgantes de la ltima matanza, que tanto

    significan para el campesino Espaol. Para un ojo poco acostumbrado, todo se vea tosco y

    primitivo. La ruda puerta que llevaba al desvencijado balcn estaba mal colgada, la pequea

    ventana estaba llena en parte con cristales agrietados (esto era un gran lujo), la diminuta mesa,

    hecha a mano en casa, y las pocas sillas, eran de lo ms barato. Si aadimos a esto un banco,

    el arca (un enorme cofre de construccin fuerte para guardar las posesiones de la familia) y

    unas cuantas estanteras en las que estaba dispuesta una vajilla barata, el inventario del

    mobiliario ya estaba completo.

    Pero el fuego compensaba todo: el buen hombre haba trado l mismo madera desde las

    montaas, y no era tardo en utilizarla, as que en el corazn cansado arda un fuego que era

    capaz de tostar a un buey.

    En las noches de reunin, los hermanos y amigos que se haban reunido, tenan grandes

    deseos de hacer un crculo alrededor del fuego. Pero cuando supe ms de las costumbres del

    pueblo, fui lo suficientemente cruel como para truncar sus deseos e insistir en que los asientos

  • 4

    deban disponerse en filas, y que la congregacin debera estar de cara al orador, ya que el

    efecto adormecedor del fuego brillante sobre una congregacin que se acababa de zampar su

    segunda comida del da era muy agradable para ella, pero desde el punto de visto del

    predicador, no era algo de desear. Todos ellos eran gente poco acostumbrada a la

    concentracin mental, y uno tras otro, todos los pares de ojos se iban cerrando y una tras otra,

    todas las cabezas se hundan en un cmodo reposo.

    Era bastante desalentador que, los mejores prrafos que uno deca, declamados con poder y

    apuntillados con golpes en la pequea mesa, solo pudiesen hacer que las cabezas

    adormecidas cambiasen de posicin, del hombro derecho al izquierdo, en cierta parte de la

    congregacin. Pero extraamente, cuando la predicacin terminaba y comenzaba la charla

    general, todo sntoma de sueo desapareca como por arte de magia, y muchos comenzaban a

    hablar acerca de los asuntos de sus vecinos con un celo digno de una causa ms elevada.

    Tales reuniones eran eminentemente pintorescas. En el cuadro descrito tambin estaban las

    mujeres de la villa, arrugadas prematuramente por una vida de trabajo y privaciones, vestidas

    con faldas largas que casi barran el suelo, con un pauelo negro que cubra su pelo oscuro,

    ajustado a la cabeza. Los hombres vestan una blusa azul, que todava se utiliza por la gente

    ms anticuada, pantalones de pana, y la inevitable faja, un pedazo muy largo de tela

    generalmente negra, al que se le daba muchas vueltas alrededor de la cintura. Los pliegues de

    la faja servan como bolsillos para llevar cuchillos, herramientas, comida, etc. Sus caras

    bronceadas estaban coronadas hasta el ltimo momento, incluso en los sitios cerrados, por

    algn tipo de atuendo en la cabeza, siendo el ms comn la boina, con la parte larga inclinada

    sobre la frente, como si se tratase de un pico.

    La llama chisporroteante del fuego que daban los leos y las resinosas astillas de pino, que

    ardan en un pequeo reborde de la chimenea especialmente hecho para ese propsito,

    arrojaban una luz incierta sobre la compaa de creyentes, iluminando los rostros endurecidos

    por el penoso trabajo, la ignorancia, el pecado, y, excepto en algunos pocos casos, difciles de

    de mover y suavizar ni siquiera con la historia del Amor Redentor. Hubiese sido fcil obtener

    una respuesta a las diatribas contra la iglesia de Roma y los sacerdotes, pero los corazones

    solo se abran, si acaso lentamente, al mensaje espiritual.

    Estas reuniones finalmente tuvieron su centro en nuestra propia casa, pero an con el carcter

    de reuniones acotadas, ya que las reuniones pblicas eran imposibles al no tener licencia de

    las autoridades. El nmero de personas aument hasta tal punto que la enemistad (que

    siempre estaba presente, aunque a veces dormida) de los sacerdotes y las personas cercanas

    a ellos, se vio avivada.

    El hecho de que dos jvenes fuesen vistos escuchando en una ventana cerrada durante una

    reunin ordinaria en nuestra casa, fue una excusa para denunciarnos; ramos promotores del

    desorden pblico, y el sonido de los cantos tena toda la probabilidad de herir las

    susceptibilidades religiosas del pueblo, que era eminentemente catlico. Por esta ofensa se

    impuso una pequea multa en la corte local, y se me hizo entender que la intencin de la

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    autoridad era detener completamente las reuniones. Al confirmarse esto y aumentarse en gran

    manera la multa por una corte superior, tristemente tuvimos que desanimar a que viniesen

    grandes nmeros a las reuniones y clases, para que la obra no se detuviese por completo. Los

    cnticos fueron suprimidos en las reuniones para compartir el evangelio, que eran a la hora en

    la que el enemigo estaba ms vigilante, y el lugar de reunin fue trasladado a nuestra cocina,

    un cuarto muy retirado, donde nos disponamos en forma de crculo para preservar tanto como

    fuese posible la apariencia de una reunin familiar.

    Todava nos aventurbamos (y nos aventuramos) a cantar en la cena del Seor. Ah somos

    pocos, y al reunirnos, cerramos la puerta con cuidado, as como las ventanas, excepto una que

    est a lo alto de la pared y que nos da la suficiente luz como para leer. Nos recuerda

    poderosamente a los discpulos temblorosos, reunindose tras la puerta firmemente cerrada

    por temor a los judos, pero, como en su caso, la puerta cerrada no tiene poder para

    obstaculizar la manifestacin de la presencia del Seor crucificado y resucitado.

    Con voz suave, y no perfectamente entonadas quizs, cantamos nuestro himno favorito, una

    hermosa versin Espaola del

    Aqu, oh mi Seor, puedo verte cara a cara.

    Aqu la fe puede tocar y manejar las cosas sagradas

    Y la pobreza, debilidad, dificultades y la persecucin no pueden impedir que l nos sea

    conocido en el partimiento del pan.

  • 6

    Captulo 2: Mariano

    En Espaa, casi envidiamos los casos de conversin que tienen otros misioneros. Parecen

    tener muchos conversos en los que un cambio repentino y absoluto es claramente visible,

    seguido de una vida consistente. Tenemos algunos de esos en Espaa, gracias a Dios, pero

    son pocos, y para la mayora la luz parece llegar gradualmente, como en el amanecer lento de

    un da de invierno. En otros casos, siempre tenemos dudas de si tenemos frente a nosotros

    una persona que ha sido iluminada pero sigue sin ser salva, o si hay vida eterna dentro de ella

    y al mismo tiempo una gran debilidad espiritual.

    Este es el caso de Mariano. Nunca fue amigo de los curas, y desde los primeros das del

    Evangelio en Piedralaves, ha sido un protestante incondicional, un amigo estable de todos los

    obreros que han pasado por ah, y un asistente frecuente a las reuniones. Conoce el camino de

    salvacin, y declarara que Cristo es el nico Salvador sin dudar lo ms mnimo. Podramos

    decir muchas cosas de l, pero (el triste pero) tenemos que aadir que, en su vida, no se ha

    manifestado el poder del Espritu para vencer el pecado. Este hombre, que morira antes que

    ceder a toda la fuerza de Roma junta, todava no puede mantenerse firme ante su gran

    enemigo: el pecado del abuso de la bebida.

    Tales casos no forman las historias de esfuerzo misionero ms brillantes, conmovedoras, y

    triunfantes, pero son casos reales, y forman una mayor parte de la vida y experiencia misionera

    que las historias de plataforma. Qu tristes son los podra haber sido de estos pueblos!

    Muchos hijos de creyentes, que deberan crecer para convertirse en la fuerza de las iglesias, se

    encuentran en situaciones que son peores que la mundanalidad: hombres y mujeres

    convertidos hace aos, que deberan ser ancianos y ministros, permanecen en un estado de

    subdesarrollo espiritual crnico. Y luego estn los Marianos: hombres que deberan ser los

    valientes de la verdad dentro de la Iglesia, pero que siguen an sin calificacin a causa del

    pecado no derrotado.

    Mariano (o Marianote, segn el irrespetuoso aumentativo que usan para referirse a l en el

    pueblo, y que podra traducirse como el gran y viejo mariano) sera una extraa figura en

    cualquier reunin Inglesa respetable. La coronilla de su cabeza calva est ennegrecida por la

    constante exposicin al fuerte sol de Espaa, porque trabaja en el campo sin ponerse nada en

    la cabeza, incluso en el calor del verano. Su pelo, que est ausente en la parte de arriba, se

    apila alrededor de sus orejas y cuello como un matorral gris. Las visitas al barbero son un lujo

    extrao, as que generalmente tambin hay un buen crecimiento de cerdas de cabello en la

    barbilla. Su faja negra es inusualmente voluminosa y mal atada, y en sus misteriosos pliegues

    siempre tiene alguna reserva de higos secos para dar a los nios (un regalo que demuestra un

    corazn tierno, aunque venga de un bolsillo tan dudoso). Los pantalones de pana desgastados

    y remendados, estn en un perenne estado de flojura, y su calzado consiste en las muy

    comunes abarcas, trozos de cuero o goma de neumticos cortados en un rectngulo de ms

    o menos el tamao del pie, con las esquinas dobladas y atadas al pie por correas de cuero.

  • 7

    Sus andares son algo as como los de un marinero en tierra firme, aun cuando estn bastante

    influenciados por el pecado dominante antes mencionado.

    Sin embargo, esta ruda apariencia externa, encierra un corazn amable y un ingenio agudo.

    Una historia sobre l, que se remonta a los primeros das, se ha convertido en proverbial en el

    pueblo. En cierta ocasin, cuando la persecucin se haba avivado hasta su punto ms alto

    debido a la visita de unos frailes predicadores, un antiguo clamor se levant en la plaza

    abarrotada del lugar: Muerte a los protestantes!. El espritu bravo y no iluminado de Mariano

    se encendi dentro de l, y con su voz de len rugi: Muerte a los ladrones!. Nadie tena

    dudas de quines eran los ladrones segn su estimacin, y se le orden informar a las

    autoridades para dar cuenta de s mismo. Cuando le preguntaron, confes con agrado que era

    l quien haba gritado. Por qu hiciste tal cosa? preguntaron. Bueno, los ladrones son gente

    mala no? Qu mal hay en desear que sean quitados de en medio?. -Pero quines son los

    ladrones?. -Aquellos que roban, naturalmente (contest Mariano). -Y quines son aquellos

    que roban?. -Quienes van a ser, Los ladrones, por supuesto!, replic Mariano, con su

    inevitable giro de cabeza y encogimiento de hombros. Las fanticas autoridades tuvieron que

    abandonar, y la carcajada del da fue para los protestantes.

    As que el pobre Mariano se desliza hacia una vejez triste. Lo que podra haber sido un

    testimonio maravilloso, se ha tornado en una piedra de tropiezo, y lo que podra haber sido un

    creyente poderoso, lleno del espritu, no es ms, al menos externamente, que un protestante

    alcoholizado.

  • 8

    Captulo 3: Baltasar

    Si el hermano Baltasar fuese un miembro tan til de la iglesia, como su personalidad es

    encantadora, sera una columna muy slida. Pero, como pasa tan a menudo en Espaa, la

    mezcla de carcter es esencialmente individualista, y se adapta muy lenta y extraamente al

    trabajo en equipo.

    Conocer a Baltasar, o a Balta como se le llama de vez en cuando, es una de las mayores

    alegras que tenemos en este valle (las cuales generalmente no son muy inspiradoras en lo que

    respecta a la labor y el compaerismo cristianos). Tiene un largo y firme apretn de manos, a

    menudo da un abrazo espaol y un clido saludo, que hablan del amor real que viene de un

    corazn fiel y afectuoso. Cuando alguien le visita, es dirigido hacia la cocina que ya hemos

    mencionado, lo sienta alrededor del fuego en las mejores sillas con asiento de caa, y, de

    acuerdo a la tradicin de la hospitalidad Castellana, se le presenta algo al visitante sobre la

    pequea mesa. Ese algo es cubierto para la ocasin por un pao, sobre el cual las muchas

    comidas sucesivas han dejado un diseo similar al de una pintura futurista. El algo puede ser

    un chorizo, morcilla, o bacon grueso si es temporada de matanza del cerdo, castaas en otoo,

    uvas, higos, u otras frutas en verano. Siempre acompaado por un pan casero de color negro,

    horneado normalmente una semana antes, y tan duro como una racin de hierro.

    Despus el vino aejo es pasado de mano en mano. La preferencia especial de Balta es

    tomarlo de una jarra de esmalte, que sirve para todos los que puedan estar presentes. Al

    principio me costaba un gran esfuerzo tragarme el pan duro con el bacon grasoso crudo,

    enjugado por un vino amargo de una maltratada jarra de esmalte. Pero me di cuenta de que

    estaban ofreciendo lo mejor que tenan, y que despreciar lo mejor de ellos no estara de

    acuerdo con el espritu del Maestro, ni con el ejemplo apostlico de hacerse todas las cosas

    para todos los hombres. Y me asombr que pronto, el deseo real por estar con nuestros

    amigos hizo que el duro deber se convirtiese en un feliz privilegio.

    Balta es un hombre de constitucin pequea, pero fibroso y activo. An es relativamente joven,

    pero est bronceado y arrugado por la labor en los campos. Aborrece la ropa moderna, y es

    leal al tradicional vestido de blusa y faja del pueblo, y tiene un aspecto realmente bueno cuando

    aparece el domingo despus de haber hecho su visita semanal al barbero. La blusa azul est

    resplandecientemente limpia, y la zona de la faja cuidadosamente ajustada.

    Pero si alguien se merece el ttulo de hermano tardo ese es Baltasar. Parece tener un cario

    especial por las bendiciones y los himnos finales, y hace un esfuerzo por llegar a tiempo para

    ellos. Quizs con la idea de que la lectura y las palabras dadas podran distraerle de

    apreciarlos adecuadamente. Como resultado de muchsimas exhortaciones, que l ha recibido

    con mucha gracia, hemos visto algo de mejora, pero en realidad nunca le ha amanecido que,

    como parte del deber de ser un hermano mayor en una reunin pequea, debe estar en su

    lugar en cada una de las reuniones al menos lo suficientemente temprano como para obtener el

    beneficio de las palabras de otro o para dar l alguna.

  • 9

    A menudo ha sucedido que l ha sido el nico hermano del pueblo, pero las hermanas que se

    han reunido para el partimiento del pan han esperado por l en vano, y, tristemente, han tenido

    que irse a casa de nuevo. Probablemente tena intencin de ir a la reunin, pero alguna otra

    circunstancia lo distrajo, y la hora de la reunin pas sin que l se diese cuenta.

    Lo mismo sucede con sus asuntos personales. Adems de otras varias parcelas de tierra, tiene

    una a la cual solamente se puede llegar por un escarpado camino de montaa. Con frecuencia,

    su falta de puntualidad lo ha retrasado de llegar al trabajo a buena hora en la maana, y,

    queriendo aprovechar el da lo mejor posible, se queda en el trabajo tanto como dura la luz del

    sol. Esto hace que tenga que bajar por el camino estando oscuro, generalmente con burros

    muy cargados con madera. ltimamente se ha comprado una lmpara elctrica para ayudarse

    en esas peligrosas excursiones nocturnas. El peligro se incrementa por una costumbre

    arraigada profundamente en l: la de intercambiar burros con los gitanos. En estos negocios

    acaba invariablemente consiguiendo la peor parte del trato. Tras cada cambio, el burro parece

    tener un cuello ms largo, unos ojos ms vidriosos, y unas rodillas ms dbiles que las de su

    predecesor, hasta que uno se pregunta cmo estas pobres criaturas pueden levantarse a la

    maana siguiente para hacer la labor del da, despus de haberse tumbado para obtener su

    bien ganado sueo.

    Tal es Baltasar, un producto tpico espaol: bravo como un len en testimonio personal, incluso

    hasta el punto de buscar conflictos innecesarios, hospitalario y generoso, pero crnicamente

    impuntual y casual, con una fe personal real en el Crucificado, y que habla con frecuencia de la

    fe a otros, pero con su valor como anciano en la vida de la iglesia organizada seriamente

    estropeado por su incapacidad para entender la responsabilidad colectiva.

  • 10

    Captulo 4: Felisa

    Los bosquejos del trabajo en estos lugares no estaran completos sin dedicar uno a la hermana

    Felisa de Piedralaves, ya que ella es una de los creyentes con mentalidad ms spiritual. Quizs

    no se conforme al ideal Ingls de hermana con mentalidad espiritual, pero en gran medida la

    gente inglesa tiene que aprender que los estndares ingleses no son lo mismo que los

    estndares de Dios.

    Su casa no est siempre particularmente limpia, los cuartos de abajo no invitan mucho a estar

    en ellos, con sus suelos sucios y alcobas oscuras, que a menudo son la residencia de cerdos y

    aves. La cocina de arriba est congelada en invierno y parece ser el lugar de retiro de

    vacaciones para las moscas en verano; adems uno tiene que tener cuidado donde pone la

    silla, o una de sus patas puede atravesar el suelo por uno de los muchos agujeros que tiene.

    La misma Felisa no tiene la apariencia de ser buena ama de casa. Su rancio vestido y blusa

    negros no se ven siempre muy limpios y arreglados, y el color de sus pies, que lleva descalzos

    en verano, no es en su totalidad debido al sol. Tambin es bastante intil pedirle que haga algo

    a una hora determinada y de una manera determinada, porque probablemente, humildemente y

    con la mejor intencin del mundo, har otra cosa diferente, de forma diferente y uno o dos das

    despus.

    Pero estoy seguro de que el Seor se est deleitando especialmente al preparar el lugar

    asignado para Felisa en las muchas moradas de su padre, para que su hermoso espritu

    pueda al fin brillar en un lugar adecuado, y para que ella tenga plenitud de gozo en lugar de

    tristezas, angustias y el quebrantamiento de corazn que ha tenido tanto aqu abajo.

    A travs de su esposo, el evangelio lleg a Piedralaves, y ella, que antes era una catlica

    devota, abri su corazn para recibir la Palabra. El Sr. y la Sra. Rhodes los visitaron viniendo

    de Madrid, y, a pesar de los sufrimientos fsicos, encontraron un terreno preparado en el cual

    sembrar la buena semilla; esposo y esposa pasaron largas tardes leyendo las Escrituras, y ms

    tarde se les uni Baltasar, que fue llevado a una luz ms completa.

    Pero Julin, su esposo, aunque es un creyente muy fiel, es un hombre de extrao

    temperamento, y que, tristemente, se queda corto en la capacidad para los negocios. Su

    pequea propiedad fue desapareciendo mientras la administraba l, y durante muchos aos

    Felisa tuvo que luchar arrastrando su pobreza para poder sacar adelante a su gran familia. La

    enseanza piadosa de los nios es algo que se entiende poco en estos pueblos, incluso entre

    los creyentes, y los hijos mayores tienen creencias protestantes, pero corazones mundanos

    que han sido causa de abundantes tristezas. Creemos que los nios ms jvenes estn

    convertidos, lo que para ella es quitar con el recio viento en el da del aire solano (Isaas

    27:8).

  • 11

    Cuando llega a nosotros la noticia de una nueva prueba para ella, muchas veces decimos

    pobre Felisa! pero quizs hay muchos creyentes que, estando en circunstancias ms

    alegres, son dignos de ms pena que ella, porque el gozo del Seor de Felisa es su fortaleza, y

    en medio de todo su corazn se regocija en la obra, Palabra, y persona de su Salvador. Es muy

    bueno verla en las reuniones mientras la Palabra se expone y se predica el evangelio. Sus ojos

    brillan mientras escucha, sus gafas se deslizan cada vez ms y ms abajo de su nariz, la cual

    se eleva cada vez ms conforme avanza el servicio, y de vez en cuando hace una pequea

    inspiracin, no con mala educacin, sino una marcada inspiracin de aire, como si estuviese

    respirando brisas celestiales que le llegan desde otra tierra.

    As pues, flores de dulzura, gracia, amor y paciencia florecen en un terreno extrao y seco, y,

    aunque privadas del cuidado terrenal, se mantienen frescas y brillantes con el roco del cielo.

  • 12

    Captulo 5: Una visita a Juan Blasquez

    Muchos de los campesinos de estas villas y pueblos tienen la inteligencia embotada y su

    perspicacia atrofiada por la falta de la instruccin ms elemental. Como resultado de esto, su

    esfera de pensamiento y experiencia se circunscribe a los pequeos sucesos de su propio

    distrito.

    Pero la inteligencia y astucia espaola a veces encuentra una salida a pesar de todo obstculo,

    y tiene monumentos duraderos en el gran nmero de proverbios que contienen una gran

    riqueza de sabidura castica, pero prctica, y una filosofa que ha salido de la misma gente.

    Tambin hay muchos cuentos, historias breves, todas con ingenio, muchas crueles, y unas

    pocas instructivas. Mucha gente sin educacin tiene una forma de construir sus frases que se

    compara favorablemente con la embotada y poco imaginativa expresin del campesino Ingls

    medio.

    Juan Blasquez no tuvo ventajas de educacin, aunque en cierto tiempo en su vida haba

    aprendido a leer; pero sus memoria retentiva, su expresin rstica siempre preparada, y su

    fuerza de carcter, siempre reuna a un grupo de oyentes que apreciasen y admirasen las

    cualidades de las que ellos mismos carecan.

    Durante las visitas que el Sr. Rhodes y otros obreros realizaron a Sotillo, Juan haba recibido el

    Evangelio y haba ledo el Nuevo testamento. Juan era, a su manera pintoresca, un firme

    defensor de la Fe. Cuando realic mi primera visita a Sotillo, ya estaba bastante mayor y

    enfermo, impedido por el reumatismo y parcialmente ciego debido a una catarata. Tena

    dificultades para ir a las reuniones. Mientras estuvimos utilizando Piedralaves como centro y

    visitando Sotillo desde all, Juan estaba confiando en su casa, y es all donde solamos visitarle.

    Es difcil describir su casa. Quizs cuchitril sera un trmino ms acertado para que un lector

    ingls pudiese hacerse a la idea, aunque hay muchas ms como su casa en los pueblos de

    aqu. Las paredes estaban hechas de piedra tosca sin cortar, elevndose a una altura de unos

    dos metros. Una ruda puerta, dividida en dos mitades como si se tratase de la puerta de un

    granero dentro de casa, daba entrada a un pasaje con el suelo sucio, teniendo la puerta (sin

    puerta) de la cocina a la izquierda, que llevaba a la nica alcoba o dormitorio de la casa. Una

    primitiva escalera medio bloqueaba el pasaje, utilizando esta escalera, se poda subir a un

    oscuro y diminuto tico. Tras la escalera, normalmente haba un cubo para recoger las sobras

    para los cerdos, y su olor, no muy agradable, inundaba toda la casa.

    Al entrar en la oscura cocina, normalmente uno no poda distinguir donde estaba el anciano,

    excepto por su voz, ya que el agujero en la pared que haca las veces de ventana se mantena

    cerrado para evitar que entrara el cortante viento, y la nica luz tena que encontrar su camino

    bajando chimenea abajo, o a travs de la puerta y el pasillo.

  • 13

    El mobiliario era muy simple: un largo banco bajo la ventana que serva como silln para Juan

    durante el da, y tres o cuatro sillas desvencijadas y taburetes dispuestos alrededor de un

    pequeo brasero en el cual arda un fuego pobre.

    Juan reconoca nuestras voces en la puerta, e insista en levantarse dolorosamente de su

    asiento para saludarnos, dndonos la misma clida despedida al final. Cuando nuestros ojos se

    acostumbraban a la penumbra, podamos distinguir la forma del anciano, corpulento y torcido

    por el reumatismo, envuelto en una sbana, y coronado por su grasienta gorra redonda, que

    solamente se quitaba de la cabeza en los momentos ms solemnes. Tombamos asiento con

    cuidado en las sillas cojas, y entonces, con el aire de un monarca que mostraba hospitalidad a

    sus invitados, Juan ordenaba a su esposa (un alma anciana demacrada y gris) que nos trajese

    higos secos y vino. Mientras comamos los higos hablbamos de los sucesos de la obra en los

    das antiguos, en los que un misionero haba sido llevado esposado por las calles por orden de

    las fanticas autoridades, o nos contbamos una versin de alguna historia del evangelio que

    recordbamos, presentndola con colores poco habituales, pintorescos y locales. En otras

    ocasiones era un cuento del pueblo lo que compartamos. Uno de ellos me ha servido muchas

    veces como ilustracin del evangelio. Pero la conversacin siempre era fresca, original y

    entretenida.

    Luego llegaba la hora de cantar un himno y leer la Palabra, y con el mismo aire seorial,

    ordenaba a su esposa que trajese sus libros, que la anciana le presentaba como su atesorada

    biblioteca. La componan un Nuevo Testamento de la Bible House de Los ngeles, una copia

    de una de las ediciones ms tempranas del libro de himnos del Sr. Turrall, y otros varios libros

    y tratados. Sus ojos ya no podan descifrar las letras, pero la presencia de sus libros era

    considerada esencial antes de que se pudiese comenzar con la pequea reunin.

    Sus odos an estaban lo suficientemente vivos para captar las palabras y la meloda del himno

    que cantbamos, y nos acompaaba en las canciones con gran gozo para l, como un dulce

    alivio despus de tantas horas de monotona sin compaa. Entonces yo me acercaba tanto

    como era posible al fuego, para que el cuadrado de luz que bajaba por la chimenea cayese

    sobre la pgina del libro, para leerle, permitindole escuchar en su ceguera la voz del Seor a

    travs de la Palabra.

    Recuerdo una vez, cerca del final, cuando le lea el captulo 14 de Juan, y los labios del

    anciano formaban las palabras tras de m: No se turbe vuestro corazn; creis en Dios, creed

    tambin en m. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si as no fuera, yo os lo hubiera

    dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. El Seor estaba dando los toques finales a la

    morada de Juan, incluso mientras leamos, porque pronto la penumbra del cuchitril sin alegra

    en el que nos sentbamos en perpetuo crepsculo, iba a ser cambiado por la luz perfecta de la

    presencia del Padre en las muchas moradas. Con la grasienta boina en la mano, Juan

    inclinaba reverentemente su cabeza en oracin junto con nosotros, y despus partamos de su

    incmodo hogar, entristecidos por la miseria material, pero regocijndonos de que, al menos en

    un caso, la plaga de la pobreza y la tristeza de la enfermedad y la edad reciban el brillo que

    entraba por una puerta de esperanza que estaba abierta de par en par.

  • 14

  • 15

    Captulo 6: La muerte de Juan Blasquez

    Los hermosos das del verano tardo fueron seguidos por los salvajes vendavales del otoo.

    Una noche de ventisca y lluvia, estbamos teniendo una pequea reunin improvisada en

    nuestra casa de Piedralaves cuando entr un hermano de Sotillo con la ropa empapada. Qu

    poda haberle trado de Sotillo en una noche como esa?

    Juan Blasquez est muerto, anunci brevemente. Una ola de tristeza nos barri, porque la

    muerte del anciano santo significaba la prdida de algo hermoso en nuestras vidas. Pero no

    haba tiempo para regodearse en la pena, porque haba una pregunta que arda en la mente de

    todos: Sera el testimonio de su muerte digno de lo que fue el de su vida? Era posible que

    ms gente escuchase las palabras de vida a travs de su muerte, de lo que las haban odo de

    sus labios en vida?

    Todos sabamos que nuestros poderosos enemigos no dejaran piedra sin remover para

    robarnos el privilegio de testificar al pie de la sepultura, y aunque los indiferentes parientes

    cediesen, sera de veras difcil cumplir los deseos de nuestro hermano fallecido, que eran bien

    conocidos por todos.

    Nos enteramos con gozo que los hijos, aunque no eran convertidos, estaban determinados a

    respetar los deseos de su padre. Pero el alcalde, incitado por el cura, ya haba anunciado que

    no permitira manifestacin alguna en el cementerio.

    El da del funeral amaneci con una lluvia constante; pareciera que hasta los elementos se

    hubiesen aliado con los hombres para evitar el testimonio en la muerte de Juan Blasquez. Pero

    aquel que reprendi al viento y a las olas en Galilea, reprendi a los elementos aquel da. La

    lluvia ces del todo mientras los amigos viajaban de Piedralaves a Sotillo, y comenz de nuevo

    tan pronto como estuvimos seguros all. Unos pocos de nosotros fuimos a la alcalda para

    luchar por nuestro privilegio de enterrar a nuestros muertos de acuerdo a nuestra conciencia, y,

    fue tal la buena mano de Dios sobre nosotros, que, a pesar de la presencia de los sacerdotes

    con mala cara tras la silla del alcalde, se nos permiti proceder bajo nuestra responsabilidad.

    Solamente con una condicin: que el funeral fuese a las tres en punto en lugar de a las dos.

    De la alcalda fuimos al velatorio. La pequea cocina en la que tantas veces nos habamos

    sentado con l estaba llena de amigos y simpatizantes (extraos para nosotros en su mayora)

    as como el estrecho pasaje que llevaba a la alcoba. Se nos abri el paso, y all, sobre la gran

    cama, que era casi el nico mobiliario en ese cuarto oscuro, estaba estirado el cuerpo rgido de

    nuestro viejo amigo, que se perfilaba extraamente a la luz de las temblorosas velas.

    Acompaando a la viuda, las mujeres vestidas de negro se sentaban alrededor sin moverse;

    haban estado all toda la noche, de acuerdo a la costumbre espaola. A las dos en punto, que

    era la hora originalmente fijada para el funeral, la lluvia an caa implacablemente, tal y como lo

    haca durante el pequeo servicio en la casa. Pero a las tres en punto, la hora que haban

  • 16

    fijado los enemigos, no solo ces la lluvia, sino que el sol hizo un esfuerzo para romper las

    nubes. Para el momento en que el atad era llevado a travs de la puerta, la calle estaba llena

    con una gran multitud, que nos sigui mientras dirigamos el camino a travs de la calle, luego

    por el enlodado, y hasta el pequeo cementerio civil.

    Tomamos nuestro lugar en el montculo de tierra fresca, y encaramos a los cientos que

    llenaban el cementerio, inundando las paredes, e incluso los olivos vecinos. Cantamos nuestros

    himnos, y hablamos de la esperanza gloriosa. Y mientras leamos la escena de gloria del

    captulo cinco de Apocalipsis, nos pareci ver, en lugar de al viejo Juan agarrando su boina

    grasienta para orar, a un ser glorioso que echaba su corona a los pies del Salvador, y que

    cantaba junto con toda la multitud redimida:

    Digno eres ... porque t fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo

    linaje y lengua y pueblo y nacin

    Los ltimos rayos del sol iluminaron la escena con gloria mientras el cuerpo de Juan era bajado

    a la tumba, y nuestros corazones se llenaron de un gozo solemne mientras abandonbamos el

    lugar, porque Juan estaba con el Seor a quien amaba, y el testimonio de su muerte haba sido

    digno del testimonio de su vida.

  • 17

    Captulo 7: Secuela a la muerte de Juan Blasquez

    Pasaron semanas despus del entierro de Juan Blasquez, y aunque hubo algunos rumores de

    una multa por habernos atrevido a enterrar al pobre viejo hermano de acuerdo a sus deseos

    legalmente expresados, y de acuerdo a lo que creamos nuestros derechos, solamente nos

    lleg un pequeo aviso, as que cremos que el asunto se estaba olvidando. Sin embargo, en

    ese mismo tiempo, el cura y el alcalde de Sotillo estaban trabajando, intentando encender la

    malicia que el benevolente trabajo haba hecho ms fcil para ellos a travs de las especiales

    condiciones polticas de aquellos das, en los que la nica ley final en el pas era el deseo del

    dictador, y el nico verdadero gobierno en las provincias era el capricho del gobernador

    provincial, que era otro dictador a pequea escala.

    El alcalde, sin duda instigado a ello por el cura, inform al antes mencionado gobernador, y

    como resultado de esto recib una comunicacin de l en la que breve y claramente, en virtud

    de los poderes conferidos a l, me ordenaba pagar una multa de veinticinco pesetas en el

    plazo de diez das. Con temor a perder algn apreciado derecho si me someta a esta demanda

    arbitraria, fui a Madrid a consultar con los hermanos de all, y se me aconsej escribir al

    gobernador explicando el caso, y pidiendo la cancelacin de la multa.

    Eso hice, pero no recib ninguna respuesta o descripcin, hasta que una bastante desagradable

    lleg a travs de las autoridades del pueblo, que haban ordenado detenerme en la prisin del

    pueblo durante cinco das debido a la multa sin pagar. El momento era muy desafortunado,

    porque la beb Felisa haba llegado unos cuantos das antes, y en ese pueblo apartado no

    tenamos ayuda profesional que no fuera la del doctor del pueblo (que afortunadamente era un

    hombre capacitado) y no tenamos tampoco ayuda en la casa.

    Cuando el doctor vino esa noche, le cont lo que estaba sucediendo, y el Seor utiliz al

    grande, gordo, amable y semi ateo Don Mariano para ayudarnos a salir del atolladero.

    - Va a usted a perder su enfermero, doctor, le dije

    - Y por qu?, me pregunt sorprendido

    - Han ordenado meterme en prisin por haber enterrado a un correligionario en Sotillo

    Hablamos del asunto durante un rato y luego dijo:

    -No vas a dejar la casa para ir a la crcel o a ningn otro sitio hasta que te de permiso. Eres mi

    paciente tambin (l me haba prescrito algunos aceites para un dolor ligero en el rin), y

    como tu consejero mdico, te prohbo que vayas hasta que te d el alta.

    Con la fuerza de este amable exceso de cuidado profesional, pude escribir a las autoridades y

    excusar mi incapacidad para ir a prisin, ya que mi doctor, que tambin era el oficial mdico a

    cargo del pueblo, me haba prohibido salir. De esta forma pude cuidar de mi esposa y mi bebita

  • 18

    hasta que esta ltima estuvo ms fortalecida, y hasta que lleg una ayuda eficiente en la forma

    de un joven creyente muy capaz, que vena de Arenas de San Pedro.

    Luego, por peticin propia (ya que el doctor no tena prisa en absoluto) me declar estar en

    condiciones de poder dar un corto paseo de nuevo, sin daar a los sufridos riones que haban

    hecho tan buen servicio. Me present en la alcalda, armado con mi maleta de libros y material

    de escritura, y fui recibido cortsmente por los secretarios, quienes a pesar de ser enemigos

    solapados siempre eran exteriormente educados, y me sent a esperar al alcalde.

    La primera autoridad del pueblo era un hombre demacrado de aspecto triste, que una en su

    persona de aspecto poco importante la doble dignidad de ser el alcalde y el capillero, lo que

    haca que fuese una regla para l obedecer al cura tanto en la alcalda como en la iglesia. Al

    entrar en aquella maana, apenas se dign a devolverme el saludo, y enseguida redact un

    documento que entregaba mi devoto cuerpo al cuidado del carcelero. Este fue ledo

    rpidamente a las sordas orejas del todero del pueblo, que era al mismo tiempo el carcelero,

    polica, cuidador de la alcalda, ayudante del veterinario, etc. etc. l me llev a un cuarto en el

    piso bajo que se utilizaba generalmente como aseo, y me encerr all.

    El Seor en su gracia me evit pasar cinco das en una de las celdas ordinarias, que eran

    agujeros estrechos, hmedos y sin aire, solamente iluminados y ventilados por una rejilla en la

    puerta que daba a un corredor. Tres jvenes estaban confinados en uno de esos mientras

    estuve all, y despus de disponer unas tablas como si fueran camas, solamente tenan dos o

    tres yardas cuadradas para estar de pie de la maana a la noche.

    Mi primer asunto fue hacerme amigo de mi carcelero, lo cual se logr por un tiempo limitado al

    gastar un poco de plata, luego pude dedicarme en silencio al estudio y la lectura.

    Estaba estudiando los salmos en aquel tiempo, y esa misma maana en la que llegu al Salmo

    142. No pude evitar reconocer la voz del Seor adaptada a mis circunstancias mientras lea:

    Clam a ti, oh Yahweh; Dije: T eres mi esperanza, Y mi porcin en la tierra de los vivientes.

    Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Lbrame de los que me persiguen, porque son

    ms fuertes que yo. Saca mi alma de la crcel, para que alabe tu nombre; Me rodearn los

    justos, Porque t me sers propicio

    Durante el da se me permita recibir a algunos pocos visitantes, y todos los hermanos y amigos

    venan en turnos a visitar al menor de Sus hermanos en prisin, y al tercer da, estando ya

    mejor y menos fra, mi esposa pudo salir afuera por primera vez y caminar para verme.

    El tiempo ms extrao era la noche, ya que a las siete en punto, nuestro carcelero, despus de

    cerrar todo lo que tena encargado, se iba a casa, y nadie ms apareca hasta las ocho en

    punto de la maana siguiente. Segua estudiando a la luz de una vela, calentando mis pies en

    una sartn de cenizas de lea que me haban trado de casa, disfrutando de la tranquilidad

    ininterrumpida.

  • 19

    Al menos haba tranquilidad ininterrumpida en lo que respecta a mi celda, pero mis compaeros

    de prisiones encontraban que las noches se les hacan muy largas, y su nica forma de pasar

    estas cansadas horas era cantando flamenco, un estilo de canto que es muy difcil de describir,

    y mucho ms difcil de imaginar por aquellos que nunca lo han odo, teniendo la peculiaridad de

    unas notas que se alargan mucho, y van arriba y abajo en la escala en una serie de rpidos

    movimientos. Las voces de los prisioneros eran roncas y sin tono, su repertorio limitado, y l

    con el poco espacio de las celdas y el eco de los corredores, el efecto era tremendo y

    desastroso.

    La primera noche escuch un golpeo en la ventana y una voz baja que llamaba: Don Ernesto,

    Don Ernesto!. Reconoc la voz, y saba que mi visitante nocturno era el hermano Baltasar, que,

    dadas sus especiales caractersticas antes descritas, no haba podido venir a verme durante el

    da y se haba encontrado el lugar cerrado. Estaba muy angustiado, y, a pesar de mi

    recomendacin de dejar las cosas como estaban, insisti en visitar al alcalde y a otros oficiales,

    para ofrecerse a dormir en prisin en mi lugar. Por supuesto, sus esfuerzos fueron intiles, pero

    eran prueba de su amor desinteresado.

    En las prisiones municipales de Espaa los prisioneros no son provistos con comida o cama: se

    les entregan tres peniques y medio centavo al da, y se les deja que hagan sus propios

    arreglos. Esto significa que los familiares o amigos tienen que venir tres veces al da para traer

    comida. Si el pobre prisionero no tiene amigos o familiares en el pueblo, probablemente se

    muera de hambre. En mi caso, mi casa solamente estaba a unos cinco minutos caminando, as

    que la chica para todo tena que hacer el viaje varias veces al da con comida, bebidas

    calientes, y cenizas para calentar, ya que el tiempo era muy fro. Mi esposa tambin enviaba

    sbanas y almohadas, con las que me pude hacer una cama bastante respetable sobre mis

    dos bancos.

    Los nios se agolpaban alrededor de la ventana para ver al protestante en prisin, pero eso

    estaba bastante en armona con la historia del testimonio del evangelio, de llegar a ser

    espectculo al mundo, a los ngeles y a los hombres (1 Corintios 4:9). Adems los hermanos

    se deleitaban en proclamar que mi crimen no era otro que una de las Siete obras de caridad

    nombradas en el catecismo catlico, es decir, enterrar a los muertos.

    Como resultado de esta experiencia, fui alabado despus por un peridico evanglico bastante

    presuntuoso como el mrtir espaol moderno. Pero, sin importar cunto me hubiese gustado

    pertenecer a esa augusta compaa, me temo que mi ttulo a la corona de mrtir es tan frgil, y

    que ese atuendo para la cabeza iba a asentar tan malamente en m, que preferira abdicar de

    ello directamente. La pequea cantidad de sufrimiento moral y de incomodidad fsica estaba

    lejos de constituir martirio, aunque es verdad que el tiempo pareca mucho ms largo que cinco

    das, y que todo el incidente es una prueba renovada del odio amargo de Roma hacia el

    evangelio.

    Se me perdon una noche, porque debera haber sido liberado en la maana del domingo, pero

    despus de oscurecer en la noche del sbado, mi carcelero, quizs recordando mis pequeas

  • 20

    atenciones, me dijo que poda recoger mis cosas e irme a casa, lo cual, como se puede

    imaginar, no perd tiempo en hacer.

  • 21

    Captulo 8: En caminos muchas veces

    Viajar en Espaa! Qu gran variedad de recuerdos me trae esa frase! Me llevara ms all de

    los lmites de un captulo escribir acerca de viajar en el pas al completo, y, por el momento,

    debo limitarme a los medios de locomocin que utilizamos en diferentes momentos en este

    valle.

    Debe entenderse que existe una carretera principal desde Madrid a Arenas, que, en algunos

    lugares, y en ciertas temporadas, es bastante buena. Desde esta hay otra que se bifurca en

    Sotillo, llevando a Almorox, que es el terminal de una poco dispuesta va frrea que llega desde

    Madrid. Hay otras pocas carreteras de importancia menor que se ramifican en varios lugares y,

    adems de estas, existen caminos, carriles no preparados, que se utilizan por vehculos sin

    ruedas excepto por el indestructible carro de bueyes. Todos nuestros centros de trabajo

    normales estn fcilmente accesibles, y a otros lugares se puede llegar en burro.

    Hay un autobs diario que corre en combinacin con el tren de Almorox, comenzando del

    terminal y llegando a Arenas y viceversa. Este autobs se convertido en toda una institucin, y

    nuestros hijos juegan en el autobs de Almorox, tal y como en casa juegan en los trenes, y,

    cuando ca seriamente enfermo en Inglaterra en 1927, uno de mis sueos delirantes era el de

    bajar a toda velocidad la cuesta inclinada que hay cerca de Almorox, mientras mi imaginacin

    febril pintaba al mismsimo archienemigo en el asiento del conductor. No es a causa de nada

    que se ha convertido en un proverbio y una pesadilla, porque un viaje largo en el autobs de

    Almorox en medio del calor del verano es una experiencia que uno probablemente no olvida.

    Los mismos autobuses son uno de los primeros productos de las obras hispano-suizas, y

    constituyen un testimonio destacable de la solidez de la construccin de los motores en las

    ltimas dcadas, porque se dice que estas curiosidades se compraron de segunda mano, y han

    estado funcionando fielmente durante muchos aos. Hasta hace poco las ruedas eran slidas,

    pero ahora, nuestros prehistricas amigas han sido rejuvenecidas por neumticos de viento, y

    parecen dispuestos a dar otros diez aos de servicio.

    Al llegar a Almorox desde Madrid, los pasajeros que quieren continuar hasta Arenas se

    encuentran al antiguo vehculo metido en un cobertizo en la misma estacin. Entonces el

    equipaje se dispone en el imperial, de acuerdo al destino de los pasajeros, y los billetes son

    examinados por algunos de los ms desagradables empleados que me he encontrado en

    Espaa, quienes inmediatamente, con muchos gritos y el mnimo de educacin, empujan a la

    abigarrada multitud de pasajeros hacia el autobs. Estos son en su mayora pueblerinos que

    regresan de Madrid, cargados con sacos, alforjas (que son un trozo de pao fuerte con un

    bolsillo en cada extremo, que se colocan sobre los hombros o sobre sus monturas), y cestas,

    vestidos como describ en otro lugar, aunque hay una proporcin creciente que viste con feas

    adaptaciones de la moda de la ciudad.

  • 22

    Imagnense al misionero encajado entre una mujer de pueblo con el inevitable nio a un lado, y

    un corpulento hombre de campo al otro lado, cada uno de ellos cargado con cierta cantidad de

    equipaje de mano que asustara a un porteador britnico. Recordemos al mismo tiempo, que al

    pueblerino espaol le produce horror lavar su cuerpo con agua, y que le agradan mucho las

    comidas olorosas como las cebollas y el ajo. El tiempo es muy caliente, y no hay bebidas. El

    proceso de recogida contina, con todos los pasajeros hablando al mismo tiempo,

    convirtindose a menudo en gritos la charla de los hombres, y en chillidos estridentes la de las

    mujeres.

    Finalmente el conductor de aspecto desagradable, lucha tenazmente con el arrancador manual,

    y, despus de unos cuantos intentos infructuosos, uno se ve sorprendido por la serie de

    explosiones rpidas y secas que originan una tremenda trepidacin en todo el vehculo, que

    comienza a llenarse al mismo tiempo con humos del petrleo. Los hombres intentan ayudar en

    el buen trabajo de hacer la atmsfera ms cargada encendiendo sus toscos cigarrillos caseros

    tan pronto como uno est medio ahogado por la mezcla de humos. Se escucha un gran chirriar

    de marchas y el monstruo da tirones hacia delante, comenzando a rodar y a subir lentamente

    (muy lentamente) la colina que lleva a la salida de la ciudad.

    Entonces, a todo este placer se unen los saltos de innumerables baches, el influjo de las

    nubes de polvo que entran por las ventanas, un polvo que hace que uno dude del color de su

    propio traje, y que se deposita literalmente en la nariz, boca y garganta.

    Ya he dicho que el progreso en la subida de la colina es dolorosamente lento, pero, una vez

    all arriba, nuestro amigo antediluviano piensa que es el momento de sustentar su reputacin

    de velocidad, y, puesto en punto muerto, traquetea bajando la cuesta a una tremenda

    velocidad, con tal estrpito de cristales y crujir de tablones que uno llega a preguntarse como el

    vehculo se sostiene unido. Este es el viaje que se reproduce con terrores aadidos en mis

    sueos febriles.

    Sin embargo, debe hacerse justicia al conductor, porque si no fuese un asombroso experto,

    jams podra negociar las curvas, y cruzar el estrecho puente en la parte de abajo sin chocar.

    Creo que la lnea de Almorox tiene un buen registro en lo que respecta a accidentes serios.

    Estos viajes cobran vida a menudo por las violentas discusiones entre pasajeros, pero uno

    aprende pronto que estas no son tan serias como la cantidad de gritos parece indicar. En otras

    ocasiones, las jvenes sirvientas que vuelven a sus casas desde Madrid, nos invitan a un

    concierto gratis en el que chillan, en el tono femenino ms agudo, las canciones de las calles

    que aprenden en la capital. Esto es en parte debido a la incontrolable emocin de que se estn

    acercando a su pueblo, y en parte para paliar el mareo del autobs que a menudo ataca a la

    porcin femenina de los pasajeros en estos viajes pero esta parte es ms fcil imaginarla que

    describirla, o, mejor an, no imaginarla ni tan siquiera.

    Existen servicios de autobs esplndidos que van directamente de Madrid a Arenas, pero los

    viajes son generalmente demasiado normales para ser interesantes, aunque, en lo que

  • 23

    respecta a los pasajeros, algunas de las caractersticas del autobs de Almorox se ven

    reproducidas.

    Durante nuestro primer ao en Piedralaves, los fondos eran pocos, y los autobuses resultaban

    caros e inconvenientes, as que a menudo caminbamos desde Piedralaves a Sotillo y

    viceversa, una distancia de unos once kilmetros. Solamos disfrutar de la primera parte del

    viaje, pero los ltimos kilmetros se hacan largos y, adems de eso, uno tena que hacer una

    ronda de visitas, preparar comidas, y dirigir reuniones, lo cual era bastante cansado.

    A veces pedamos prestado el burro de la Sra. Felisa, y, un da, cuando iban a venderlo, nos

    aventuramos a comprarlo por una suma de unas dos libras. Lo llamamos el Evanglico por

    sus servicios al Evangelio, y aunque era pequeo, era duro y fuerte. Ciertamente nos hizo un

    buen servicio, porque se ganaba su propio sustento trayendo madera, as como llevndonos a

    Sotillo y Casavieja cuando era necesario.

    Pero no imaginemos que una cabalgata en burro de once kilmetros. es un puro deleite y un

    placer no diluido, ya que, como Stevenson pudo comprobar con su Modestine, si estos

    animales tan inteligentes no son llevados de la mano por una persona experimentada armada

    con un palo, ante el cual se desmayara cualquier dama perteneciente a la sociedad preventora

    de la crueldad contra los animales, simplemente juguetean hasta donde les lleve su inclinacin.

    Asumen un aire flojo y cansado, y su paso se ralentiza ms y ms hasta que llegan a

    detenerse, como si estuviesen demasiado cansados para seguir un paso ms. Sin embargo,

    que ninguna persona caritativa suponga que debera llevar al animal con cuidado al establo y

    darle un puado de avena, sino que un conductor de burros experimentado se acerque y le d

    un agudo silbido, con una amistosa palmada en las ancas, y ese mismo pobre burro

    desfallecido levantar sus orejas y trotar alegremente sin el menor signo de fatiga.

    Para el poco iniciado todo el viaje est construido alrededor de gritos desesperados de Arre!

    y golpes con el palo en los aparentemente insensibles cuartos traseros del animal, que son

    seguidos por unos cuantos acelerones lnguidos por parte del Evanglico y luego un rpido

    declinar hacia al anterior ritmo lento. Al mismo tiempo, el movimiento del trote parece metrsete

    en los huesos, y, hablando en lo personal, la postura antinatural produce dolores agudos en la

    regin de los riones y un adormecimiento de las piernas, hasta que al final uno decide que es

    preferible el dolor de pies, y detiene al galante corcel para desmontar. Pero honramos la

    memoria del Evanglico, porque nos ayud mucho hasta los das de la motocicleta.

    Los viajes en motocicleta entre pueblos de montaa son experiencias emocionantes cuando

    todo sale bien, y tales medios de locomocin son una necesidad en una parroquia regular de

    ms de cincuenta kilmetros. Sin entrar en detalles, dejo a los entusiastas del motor la tarea de

    imaginar visiones de pinchazos, roturas y arreglos, carros de bueyes y de mulas que siempre

    estaban en el lado equivocado de la carretera, y todo ello con un fondo de baches y giros

    pronunciados.

  • 24

    Pero que la tienda y el altar sea nuestro smbolo, y que los viajes continen hasta que l nos

    lleve a sus tabernculos eternos!

    Nota obituaria: Desde que escrib esto, los autobuses de Almorox han sido retirados del

    servicio activo. Descansen en paz.

  • 25

    Captulo 9: Una visita a Casavieja

    A unos ocho kilmetros hacia el oeste de Piedralaves existe un pueblo grande, o ms bien una

    ciudad, llamada Casavieja, que an permanece rstica hasta el mayor grado. En las primeras

    visitas del Sr. Rhodes nos encontramos all con una oposicin considerable, y recuerdo que

    cuando me present el lugar por primera vez, estuvimos contentos de tener una reunin

    improvisada en una casa, de distribuir tratados, y salir de nuevo rpidamente antes de que los

    problemas comenzaran. Pero ese da pareci marcar un cambio de sentir en Casavieja, y en

    las siguientes visitas el temperamento de toda la gente era ms amigable.

    Desde Piedralaves hacamos visitas frecuentes, dispuestas generalmente de esta manera: En

    primer lugar, avisbamos a la Sra. Felisa de que tenamos la intencin de viajar, pidiendo su

    compaa y la de su marido, el Sr. Julin, si este estaba en el pueblo. Ella reciba esta

    invitacin con un suspiro de gozo. La hora de comienzo variaba segn la poca del ao, siendo

    en invierno tan pronto como fuese posible despus del almuerzo, pero ms tarde en verano,

    para evitar lo peor del calor del da. Era necesario pedir a Felisa que estuviese en nuestra casa

    una hora antes de la hora de salir, ya que para ella una hora ms o menos no supona

    diferencia, pero as y todo, generalmente ella llegaba corriendo detrs de nosotros, sin aliento,

    por la prisa del ltimo momento.

    Las alforjas se colgaban en el burro, con tratados y libros en un lado y la comida en el otro, y,

    como soldados preparados para la campaa, emprendamos nuestro camino a travs de las

    calles sucias de Piedralaves, cruzando los dos arroyos cuya funcin era llevarse los

    desperdicios del lugar, y de camino a la carretera.

    Esta carretera iba hacia el oeste siguiendo las faldas de las montaas de Gredos, que se

    elevaban majestuosamente a nuestra derecha, cubiertas de nieve en invierno, pero siempre

    hermosas. Las faldas ms bajas estaban ocupadas por vias, campos de olivos, y otros

    cultivos. Pero ms alto haba una vasta extensin de bosques de pinos, como un manto verde

    oscuro envuelto estrechamente alrededor de las escarpadas inclinaciones, con la profundidad

    del color variando de acuerdo a las sombras que verta el sol al declinar. Ms arriba estaban los

    picos desnudos de granito gris, a menudo medio cubiertos y medio revelados por jirones de

    ligeras nubes que se juntaban alrededor de sus cimas, que eran doblemente hermosas cuando

    una cubierta de nieve de virginal pureza les daba una apariencia inefable de distanciamiento.

    A nuestra izquierda quedaba el valle de Titar, agradablemente poblado de encinas, robles y

    olivos, que variaban con tierra arada y algunos pastos. Ms all del ro el suelo volva a

    elevarse rpidamente en la pequea cordillera, que formaba parte de las montaas de Toledo.

    A lo largo de la carretera nos encontrbamos con campesinos que iban de un pueblo a otro, o

    de un campo a otro, montados normalmente en burros, o llevando sus lentos carros de bueyes.

    Estos ltimos iban guiados por un hombre que caminaba lentamente al frente de los bueyes,

  • 26

    con su largo atizador de punta aguda sobre sus hombros, dndose la vuelta ocasionalmente

    para pinchar a uno u otro de sus fuertes, pero lentas, bestias de carga.

    Nos turnbamos para sentarnos sobre el Evanglico, que caminaba sin seguridad, con

    cuidado de no hacerse dao, y solamente enmendaba su ritmo si otro burro lo acompaaba. En

    esos momentos iba a su mejor ritmo para vencer a su rival.

    El canto de coros e himnos nos ayudaba a acortar el viaje, y en menos de unas dos horas

    veamos la torre de la iglesia y las casas de Casavieja, que se apretaban unas contra otras.

    Nuestra primera preocupacin era encontrar una casa adecuada para la reunin de la noche, lo

    cual era algo difcil, no por la falta de gente amigable que nos prestara este servicio, sino

    porque los hombres estaban trabajando en los campos hasta tarde, dejando el pueblo medio

    desierto. Siempre podamos contar con la casa de una pareja de creyentes casados, Saturnino

    y Valentina, pero no era conveniente para todas las reuniones porque estaba bastante alejada.

    Una vez que decidamos cual era la casa, llevbamos nuestros tratados y hacamos la ronda

    por las calles, entregando literatura e invitando a la reunin.

    Nuestros compaeros de Piedralaves hacan un servicio excelente en esto, y en el curso de las

    rondas de conversaciones en las casas y en las calles a veces desarrollaban reuniones

    improvisadas, en las que nuestro mensaje era escuchado con disposicin, aunque quizs ms

    por el odio a los clrigos que por un sentimiento de necesidad en el alma.

    Esta amistad universal ha cambiado ltimamente como resultado de la amarga propaganda de

    los curas contra nosotros, los cuales dicen a la gente que se quedarn sin bautizar, sin casar o

    sin enterrar si hablan con los protestantes, as como que sufrirn la perdicin eterna. Estas

    amenazas no significan nada para nosotros, pero son terribles para la gente ignorante que

    nunca ha conocido nada fuera de la iglesia de Roma.

    Las casas de Casavieja son de construccin tosca, pero muchas veces tienen una cocina y un

    balcn espaciosos. Despus de la cena bamos a la casa acordada, y en ese tipo de cocina

    (probablemente con el suelo sucio y sin mobiliario excepto unas pocas sillas, taburetes y

    estanteras) encontrbamos a un grupo de personas que ya nos esperaban, con las mujeres

    sentadas en las sillas y taburetes, los nios dispuestos en el suelo, y los jvenes y hombres de

    pie alrededor junto a las paredes.

    El predicador se pona tan cerca como le fuese posible de una lmpara de aceite de oliva que

    colgaba de la repisa de la chimenea, para poder ver y leer la Palabra, y delante de l, bajo una

    canopia de chorizos, tena a la compaa pobre y pintorescamente vestida de campesinos, que

    ligeramente se vean en la tnue luz. Los himnos se cantaban y se proclamaba la Palabra,

    haciendo un esfuerzo por encontrar algn acorde en sus vidas sin alegra que pudiese

    responder a la historia del Amor Redentor. El terreno espiritual, pisoteado durante siglos por los

    pies de los secuaces del diablo, era tan duro y poco prometedor como el sucio suelo de aquel

  • 27

    cuarto, pero el mandamiento era sembrar junto a todas las aguas (Isaas 32:20), y en algunas

    esquinas escondidas la semilla caera para producir al treinta, al sesenta y al ciento por uno.

    Durante muchos meses hasta que alquilamos una casa en Casavieja, tuvimos como norma

    volver a nuestra casa en Piedralaves en la misma noche. En verano esas caminatas de

    medianoche eran maravillosas, aunque el puro cansancio a veces evitaba el completo disfrute.

    La luna se elevaba y derramaba su luz encantada sobre toda aquella escena, el aire estaba

    lleno del aroma de mil plantas y hierbas aromticas, los pjaros nocturnos cantaban en el valle

    y en los campos de abajo, y una cancin de alabanza se elevaba en nuestros corazones

    porque, por la gracia del Seor, la semilla estaba siendo sembrada en el corazn de la oscura y

    fantica Espaa.

  • 28

    Captulo 10: Un concierto a la luz de la luna

    El presente bosquejo no debe considerarse un incidente normal, sino ms bien se incluye para

    mostrar los espectculos colaterales que a veces dan vida a la vida misionera en Espaa.

    En el verano de 1927, un viejo amigo, el Dr. Beinhauer, nos honr quedndose con nosotros en

    nuestra chabola en Piedralaves. l ensea espaol en la Universidad de Colonia, pero, adems

    de su especial don lingstico, es un msico competente, y su amado violn es un compaero

    inseparable.

    Interesado en todo lo pintoresco y tpico de los pueblos espaoles, se vio impactado

    particularmente por los msicos del pueblo, que formaban una pequea banda que tocaba

    guitarras, unos instrumentos similares llamados bandurrias, un violn, y el instrumento ms

    extrao de todo, una tetera que al soplarla produce una nota suave y resonante y acompaa

    bastante bien a los instrumentos de cuerda.

    Estos msicos no son capaces de leer ni una nota musical, pero tienen un odo musical tan

    desarrollado que sus conciertos, al dar serenatas a las novias o patrullar el pueblo en los das

    de fiesta, producen un efecto encantadoramente romntico. El miembro ms original de la

    banda es el violinista, quien, sentndose, sostiene el pie de su anticuado instrumento

    firmemente sobre su rodilla y asierra con una severa determinacin que recuerda ms a un

    leador que a un violinista.

    Sucedi que el Dr. Beinhauer estaba sentado con nosotros en las vsperas de uno de los

    grandes festivales a la virgen cuando la banda patrullaba el pueblo toda la noche. Se haba

    retirado un tiempo a descansar cuando la banda se detuvo determinadamente fuera de nuestra

    casa, agotando todo su limitado repertorio. Nosotros nos contentbamos con escuchar a travs

    de las ventanas cerradas, pero los nervios musicales de nuestro amigo acabaron tintineando a

    tal extremo que tuvo que salir al balcn para apreciar mejor el efecto. Al escuchar esto,

    subimos a unirnos a l, todos envueltos en nuestras batas y abrigos.

    l ya haba sacado su violn y desde el balcn aadi un acompaamiento improvisado a la

    msica de la rstica orquesta de abajo. Los msicos quedaron tan encantados que, tan pronto

    como terminaron su pieza le gritaron: Toque una pieza para nosotros seor! Tquenos una

    pieza!. Era una escena extraordinaria: la brillante luz de la luna de Agosto iluminaba las toscas

    casas y las caras animadas y expectantes de la pequea multitud de abajo, mientras

    Beinhauer, envuelto en una voluminosa bata ma, dispuso su instrumento, y, inspirado por las

    inusuales y poticas circunstancias, lo hizo hablar, cantar, llorar y rer en medio de una de una

    improvisacin magistral. Cuando ces, la pequea audiencia nocturna estall en un aplauso

    clido, respondiendo su naturaleza artstica surea al estmulo musical, Del concierto a la luz

    de la luna en la casa del protestante, se habla hasta da de hoy.

  • 29

  • 30

    Captulo 11: Una matanza en el pueblo

    Una de las cosas que ms impacta al visitante de los pueblos espaoles es la pobreza que est

    por todos lados. Hay tan poco dinero dispuesto que es un problema tremendo para los

    pueblerinos ms pobres el vestir a sus familias decentemente. La ropa de lana es desconocida,

    y las mismas ropas de algodn fino han de servir para el crudo invierno Castellano y el

    abrasador verano, y han de ser remendadas y vueltas a remendar hasta que a menudo es un

    enigma saber cmo era la prenda original. En lo que respecta a la comida, sin embargo,

    aunque la escasez y el hambre ms absoluta son frecuentes, la situacin se alivia algo por los

    siguientes hechos.

    La mayora de la gente del pueblo, aunque pobre, tiene algunos terrenos propios, y en ellos

    pueden cultivar patatas, alubias (su plato ms utilizado y econmico) y otros cultivos, lo que les

    permite comer por lo menos durante parte del ao. Aquellos que no tienen tierras a menudo

    pueden sembrar en la tierra de otra persona, a condicin de que la cosecha se comparta entre

    el sembrador y el propietario de la tierra.

    En lo que respecta a la carne, la gran solucin para el problema es la Matanza del cerdo. Es

    difcil para alguien que ignore el pas o su condicin el entender la gran importancia que tiene

    esta funcin para el pueblerino, y la tristeza de aquellos que no pueden matar. Generalmente

    compran un pequeo cerdo, y lo cran ellos mismos hasta diciembre o ms tarde, que es la

    gran temporada de matanza, aunque tambin encuentran que merece la pena incluso si tienen

    que comprar un cerdo ya crecido para la ocasin, porque, preservndola de distintas formas,

    pueden tener el importante complemento de carne para su de otra manera pobre dieta durante

    gran parte del ao. Adems as siempre hay un bocado o algo para que los hombres se lleven

    a su trabajo en los campos. La carne de carnicero es escasa, y muy cara para ellos, as que, si

    faltasen los productos de estos tiles aunque despreciados animales, muchas familias tendran

    una dieta sin carne.

    El cerdo se mata fuera de la casa, en la calle pblica, se abrasa con un fuego de matorrales

    que se hace en el mismo y conveniente lugar, se raspa, y se cuelga ya puertas adentro hasta

    que llega el tiempo despus de cortarlo. Mientras, se envan invitaciones a los amigos y

    familiares para venir a comer las comidas de medioda y de la noche con la familia, porque en

    estos pueblos medio muertos de hambre, tal y como suceda con nuestros salvajes

    antepasados, un tiempo de comida es un tiempo de regocijo y fiesta. Incluso antes de la

    comida de medioda es normal comer un tentempi, consistente en el hgado del cerdo frito

    con cebolla, un plato sabroso. Las mujeres y sus ayudantes estn muy ocupadas, porque

    adems de preparar grandes comidas para el gento, tienen que hacer las morcillas (hechas

    con carne triturada, arroz, y a veces con trozos de pan) y luego los chorizos, una salchicha dura

    a la que se le da sabor con pimienta roja, y que es muy apreciada por los espaoles. Tambin

    tienen que salar los jamones y conservar otras partes del cerdo en pimienta roja.

  • 31

    En Piedralaves siempre ramos invitados a las matanzas de Baltasar, Felisa y Mariano. Al

    llegar la hora de la cena, se encontraban grandes ollas de barro al fuego, algunas a un pie y

    medio de altura, conteniendo el cocido principal, ya fuese alubias o patatas sazonadas con ajo,

    cebollas y pimiento rojo, con algo de aceite o grasa para dar sustancia. La carne era luego

    servida sola. Nos sentbamos alrededor de pequeas mesas, cada uno armado con una

    cuchara y un trozo de pan, metiendo la cuchara en el plato comn, y acompandola con el

    pedazo de pan para evitar las salpicaduras.

    La carne, grasa, y el chorizo se colocaban en la mesa, se cortaban en trozos ms o menos

    pequeos, cambibamos la cuchara por un tenedor, y se repeta el proceso de comer en el

    mismo plato. El vino se pasaba alrededor de vez en cuando, en una jarra o un vaso. Despus

    normalmente llegaba el gran lujo: el pudding de arroz, o como ellos lo llaman arroz con leche

    sazonado con canela y servido fro.

    Con cada plato el anfitrin consideraba su obligacin el instarle a uno a comer hasta el lmite

    supremo de la capacidad humana. Si alguien protestaba, utilizaba su ltimo y terrible

    argumento ests despreciando mi comida, y en tal caso, para evitar la ofensa, uno tena que

    ponerse de nuevo manos a la obra. No suena muy ortodoxo hablar de comer en exceso por el

    bien del Evangelio, pero eso es precisamente a lo que fuimos llamados en ms de una de esas

    ocasiones. Recuerdo una tarde horrible de matanza en la que no poda hacer otra cosa que

    beber tazas de t e intentar organizar mi mente para la obligacin de la noche.

    Tales tiempos eran, sin embargo, muy tiles para hacer contactos. Adems en las casas de los

    creyentes siempre era posible terminar el da cantando himnos y dedicando unas palabras a los

    invitados, muchos de los cuales probablemente nunca vendran a una reunin evangelstica.

    Baltasar se creca especialmente en estos tiempos, dando su habitual sermn sobre la oracin,

    al que un discurso sobre Juan 3 se aada en las ocasiones especiales.

  • 32

    Captulo 12: Guisando

    A unos cinco o seis kilmetros por encima de Arenas, al mismsimo pie de la cordillera

    montaosa principal, se encuentra el pueblo de Guisando. Hay una as llamada carretera

    principal que lleva a l desde Arenas, pero el desvo es tan grande, y la superficie de la misma

    tan atrozmente proclive al continuo paso de carros de mulas cargados con madera, que

    siempre subimos por el antiguo camino de montaa, que es considerablemente ms agradable

    y corto.

    Al dejar la carretera principal, el camino tosco y desigual lleva siempre hacia arriba, pasando

    alrededor de peascos enormes y a travs de apretados bosques de pinos, y es dolorosamente

    escarpado en algunas partes, pero tiene algunos tramos pequeos donde es ms llevadero, ya

    que va por el borde de alguna montaa. Un panorama magnfico se abre ante nosotros

    mientras hacemos una pausa para tomar aliento en esos tramos. Lejos hacia nuestra derecha

    podemos distinguir las casas y torres de la pintoresca Arenas, a nuestros pies queda un

    escarpado y estrecho valle, cuyas laderas estn vestidas de pinos, y en el lado ms lejano se

    elevan ms alturas, que finalmente se unen en la majestuosa cordillera que hay ms all.

    Al final nos volvemos a unir a la carretera principal, y los olivos que cubren las faldas nos

    avisan de que nos acercamos al pueblo. Se comienza entonces a abrir un valle a la izquierda, y

    desde abajo podemos escuchar el sonido de un arroyo de montaa que se apresura a lo largo

    de su rocosa cuenca. Entonces, en una vuelta repentina del camino, podemos ver Guisando, y

    nos vemos forzados a pararnos y exclamar con admiracin mientras vemos esa original

    agrupacin de casas blancas acurrucadas juntas en un hoyo bajo la sombra de las agresivas

    montaas.

    Este hermoso y pintoresco pueblo est escondido al final de un callejn sin salida natural,

    porque, aunque hay otra carretera que deja el pueblo al otro lado del arroyo, es, en principio,

    casi paralela a aquella por la que entramos, y est cortada a lo largo de la montaa formando el

    otro lado del valle. Mientras, al norte, hacia la sierra, no hay carreteras, ni caminos, a menos

    que sean aquellos que solamente conocen los lobos o las cabras salvajes.

    El pueblo en s mismo es un laberinto de escarpadas calles adoquinadas, tan estrechas que los

    asombrosos aleros y fachadas casi se tocan. La pequea plaza es tan pequea que al principio

    uno cree que no es ms que un ensanchamiento de la calle. La mayora de los hombres an

    utilizan el vestido regional, mientras que las mujeres, adems del tpico vestido lleno de

    muchas faldas y blusas coloreadas, llevado con largos collares y pendientes, tienen la extraa

    idea de utilizar los viejos sombreros de fieltro de sus hombres. Esa corona, a veces agujereada,

    se empuja hacia fuera, el borde se estira hacia abajo, y listo! ya tienen un sombrero que no

    cambiaran ni por el ltimo modelo parisino. Para el extrao, el efecto es muy curioso, y no

    conozco ms que otro pueblo de montaa donde se haga tal cosa.

  • 33

    En cuanto a la Obra, la figura principal de Guisando es Pedro. Tiene una personalidad curiosa,

    piel oscura, es feo, con una boca tan ancha que cuando se ra parece un bal de viaje abierto.

    Le tiene mucho cario a una boina negra a prueba de agua, tanto, que a veces nos

    preguntamos si se la quita para ir a la cama; y para los domingos prefiere usar un traje de

    pana negro con el que parece un vendedor extranjero que ha perdido sus artculos. Su madre

    hubiese querido que fuese un cura, y haba comenzado algunos estudios con este fin en

    mente, pero al final desisti, aunque sigui siendo un catlico devoto. Aos despus, cuando

    trabajaba con el Sr. Julin de Arenas, se puso en la labor de convencerle de los errores del

    protestantismo, pero qued tan impactado de lo que escuch del Evangelio durante las

    discusiones, que olvid sus propios argumentos y se puso a trabajar para conocer la verdad.

    Estudi las Escrituras con gran solicitud, y a pesar de su rusticidad, de algunas ideas extraas,

    y de una buena cantidad de obstinacin, se ha convertido en el hermano de mentalidad ms

    espiritual y el ms til en esta parte del campo misionero.

    Los otros del pueblo han venido a la luz en gran parte debido a su influencia. La ms iluminada

    de estos, la Sra. Mara, fue bautizada en Sotillo en Abril de 1929. Otra, la Sra. Filomena, lo fue

    en el ro que est por encima de Arenas en el verano del mismo ao; y ahora el hijo de esta

    ltima da evidencias de haber nacido de nuevo.

    Mara es del tipo bueno de mujeres de pueblo. Da un testimonio excelente, incluso frente a su

    impo marido, el cual, aunque en lo personal es amigable con nosotros, no acepta el Evangelio.

    Despus del bautismo, un joven de pocas luces intent incitar al marido acerca de este asunto,

    y le pregunt cul sera el nuevo nombre de Mara ahora que un protestante la haba bautizado.

    Sucede que su apellido de soltera, que las mujeres en Espaa siempre mantienen, es Bueno,

    as que el hombre respondi de inmediato: Antes se llamaba Mara Bueno, ahora se llama

    Mara Mejor.

    La primera reunin la hicimos en el cuarto de atrs de Mara, reuniendo a los grupos de Arenas

    y Guisando, despus del bautismo de la mayora de ellos en Sotillo. Fue un tiempo muy

    prometedor y de gran gozo. Todas las promesas quizs no se han visto realizadas, pero se ha

    puesto un fundamento en el que confiamos que podremos sobreedificar.

    Pedro trabaja ahora a unas tres leguas de Guisando, pero an vuelve fielmente a su puebla a

    pie cada domingo, para partir el pan con el pequeo rebao de all, y predicar el Evangelio por

    la noche. La hora a la que se celebra la cena del Seor es muy elstica, y la predicacin de

    Pedro es ms hogarea y forzada que aprendida y elocuente, pero es una gran alegra ver al

    menos a un anciano y ministro real elevarse por encima del pueblo, y ver que bajo su cuidado

    unas pocas ovejas son alimentadas y que el evangelio es predicado a otros.

  • 34

    Captulo 13: El bautismo de Filomena

    En Julio-Agosto de 1929 ya habamos decidido convertir a Arenas de San Pedro en nuestro

    futuro centro, pero no nos habamos mudado an, y en el transcurso de ese tiempo estuvimos

    pasando un mes en Casavieja mientras nuestros amigos, el Sr. y la Sra. Buffard de la misin

    espaola para el Evangelio, estaban honrndonos al ocupar nuestra chabola en Piedralaves

    durante una temporada. Su tiempo all estaba prximo a terminar, y habamos decidido

    organizar un picnic en Arenas como acto de despedida. Nuestra compaa hizo el viaje hasta

    Arenas el da anterior, donde nos quedamos con nuestros hermanos de all. Pero Mir. Buffard y

    su grupo tenan que llegar en coche esa misma maana.

    Pasamos largas horas esperndoles, lamentando que se hubiesen retrasado, pero despus

    vimos que era algo del Seor. En ese intervalo, sin saber nada de nuestros planes, Pedro y

    Filomena haban tenido tiempo de bajar desde Guisando para hacer algn asunto, as que

    cuando por fin nuestros visitantes pudieron superar sus dificultades y llegar, pudimos invitar a

    nuestros amigos de Guisando a formar parte de nuestra excursin

    En varios viajes del esforzado Morris de Mr. Buffard, fuimos transportados hacia el lugar para el

    picnic. Imagina un lugar donde un pequeo ro fuerce su camino alternativamente entre rocas y

    sobre piedras, o se asiente en tranquilas charcas y remansos, sombreado por seculares

    rboles de castaa, cuyas grandes y colgantes hojas, muy cercanas entre s, den una profunda

    y refrescante sombra. Bajo esos rboles, en los que un tramo de corta hierba estaba cercado

    por las rocas, formamos nuestro campamento, y los pequeos estaban pronto disfrutando de

    un chapuzn en el agua limpia del arroyo. Los mayores pronto siguieron su ejemplo, buscando

    las charcas ms altas del ro. Mientras tanto, la Sra. Andrea, nuestra madre en Israel, y sus

    ayudantes, trabajaban alrededor del fuego del campamento preparando la comida del

    medioda.

    Nos habamos propuesto tener una reunin al aire libre para el refresco espiritual de los

    creyentes por la tarde, pero la presencia de nuestra hermana ms mayor, Filomena de

    Guisando, cambi nuestros pensamientos. Ella haba deseado bautizarse, as que surgi la

    pregunta: Aqu hay agua qu impide que ella sea bautizada?.

    Es difcil, incluso para una mujer de pueblo inglesa, imaginar los sentimientos de Filomena

    aquel da. Era la primera vez en un tiempo relativamente largo que ella haba viajado en un

    vehculo a motor, y la primera vez que haba estado en compaa de tantos extraos, algunos

    de los cuales eran extranjeros. Debe haberse sentido como si fuese un pjaro salvaje de la

    montaa al que de repente dejan libre en un saln lleno de gente. Encima, se le dijo que si lo

    deseaba, poda aprovechar la oportunidad de seguir a su Seor en el bautismo.

    A pesar de su perturbacin, y a pesar del hecho de que nunca haba sumergido su cuerpo en

    agua antes (lo cual es una experiencia terrible para la mayora de los pueblerinos) su respuesta

    fue un s en voz baja, pero firme.

  • 35

    Se hizo un viaje a Arenas para traer la necesaria muda de ropa, tanto para la candidata como

    para el Sr. Buffard, que consinti amablemente en realizar el bautizo. En ese intervalo, busqu

    un lugar adecuado para la ceremonia. A unos 180 metros sobre nuestra base para el picnic,

    haba una tranquila charca sombreada por rboles en la parte ms alejada. Estaba delimitada

    con rocas, pero en la orilla ms cercana haba una pequea playa de fina arena, y desde ah el

    agua aumentaba gradualmente en profundidad hasta que alcanzaba la altura de la cintura.

    Alrededor de la playa y subiendo por la escarpada ladera del arroyo haba un anfiteatro natural,

    en el que las rocas hacan las veces de asientos, convirtindolo en un hermoso auditorio para

    una pequea congregacin.

    Finalmente, el Sr. Buffard apareci desde detrs de una roca, vestido en un traje de mecnico

    que le haba prestado para la ocasin Santiago (un joven hermano de Arenas), y Filomena

    tambin sali, envuelta en las ropas de la Sra. Andrea.

    Pero estbamos demasiado centrados en la presencia del Seor como para pensar en la

    extraa vestimenta, y aquel buen lugar se convirti en otro Betel para nosotros mientras el

    sonido de nuestros mensajes e himnos de alabanza se mezclaban con la voz de las aguas, y la

    profunda belleza y significado de aquel acto quedaron doblemente claros en tales alrededores

    tan naturales y apostlicos, mientras nuestra hermana se sumerga en las aguas que

    simbolizaban la muerte y enterramiento con Cristo hacia el mundo y el pecado, y la

    resurreccin a la nueva vida en unin con el Salvador glorificado.

    Actos como este no pueden celebrarse en Espaa de forma pblica, excepto en salones

    autorizados, pero la soledad del lugar que habamos elegido nos daba una libertad que no nos

    daban las leyes humanas, a la vez que ningn templo gtico poda compararse con la belleza

    de la azulada cpula del cielo. Tampoco ningn rgano poda compararse con la orquesta de la

    naturaleza.

  • 36

    Captulo 14: Una primera visita a Soto Serrano

    Era el verano de 1925 cuando escuch por primera vez el nombre de Soto Serrano. Un joven

    de la oficina de Cook se present una maana fuera del saln, en la Calle Trafalgar de Madrid,

    contndome que un to suyo, de nombre Juan Antonio, que haba escuchado el Evangelio

    mientras estuvo en New York y se haba convertido, y que, de vuelta a su pueblo, haba

    comenzado a predicar, haba visto como se levantaba una considerable persecucin contra l

    como resultado de dicha predicacin.

    Este buen hermano, en su celo, haba obviamente sobrepasado los lmites prescritos por la ley,

    y tambin haba cometido el error de mezclar la poltica con el Evangelio. Finalmente fue

    salvado del encarcelamiento bajo una fuerte multa solo por la lealtad de sus vecinos, que no

    quisieron testificar contra l.

    Su sobrino saba algo de ingls. Atenda a unas clases de ingls que estbamos realizando en

    Madrid en vistas de atraer a gente ms inteligente hacia el Evangelio. Estuvimos en Madrid el

    siguiente otoo e invierno, y, cuando lleg la navidad, me invit a acompaarlo a hacer una

    visita A Soto Serrano, donde l a su vez haba sido invitado por Juan Antonio. Era una

    oportunidad que no poda despreciar, as que decid aceptar la invitacin.

    El tren parti de la Estacin del norte en Madrid, a las diez y media de la noche, y le daba a uno

    el extrao sentimiento el hecho de estar saliendo a esa hora en una noche tormentosa de

    diciembre. Me encontr con mi compaero en la estacin, y aseguramos nuestros billetes

    circulares, lo cual nos daba derecho a partir de Madrid por la lnea norte, en la cual bamos a

    viajar hasta Medina del Campo, de all a Salamanca, luego al sur hasta Plasencia, y finalmente

    al oeste hacia Madrid, llegando all a una estacin diferente en el sur de la ciudad. Este

    tremendo circuito de muchos cientos de kilmetros poda hacerse a un coste de alrededor de

    una libra.

    Los vagones enormes de tercera clase con asientos de tabla de la lnea norte estaban ya

    bastante llenos al montarnos, y la atmsfera estaba cargada de humo de tabaco, ya que era

    poca de vacaciones y mucha gente estaba viajando. El ruido, como es normal en estas

    ocasiones, era muy considerable, y se vea aumentado por las canciones poco musicales de

    algunos soldados que partan. Pero ya haba comenzado a ver que el temperamento de la

    gente era inusualmente amable, a pesar de que vociferaran en voz alta.

    El tren estaba clasificado como expreso, pero aun as nos llev cuatro horas el llegar a Medina,

    teniendo que trepar la gran cadena montaosa de Guadarrama, y parndose en un sin nmero

    de estaciones. Si hubiese sido un tren de correo, nos habra llevado seis horas hacer el mismo

    trayecto, y si hubiese sido un mixto (que es un tren que mezcla pasajeros y mercancas),

    probablemente hubisemos envejecido antes de llegar.

  • 37

    Medina es un enlace importante, pero la estacin estaba a la intemperie y expuesta, por lo que

    nuestra espera por el tren de Salamanca, en nuestro estado de sueo y fro, no fue para nada

    agradable. Pero por fin nos vimos instalados en lo que seguramente era uno de los trenes

    internacionales ms primitivos en existencia, ya que la lnea en la que bamos a viajar una

    Espaa con el reino hermano de Portugal. Los diferentes compartimentos estaban abiertos

    conectando de un extremo al otro del vagn, como normalmente sucede en los vagones de

    tercera clase en Espaa. El espacio entre los asientos era muy limitado, siendo estos mismos

    absurdamente estrechos, y las tablas en la espalda formaban un rgido ngulo recto con las del

    asiento, cuya dureza ya de por s grande se vea acentuada por el tremendo traqueteo del tren.

    El sistema de calefaccin consista en una pequea estufa de hierro al final del vagn, que

    escupa el humo fuera a travs de una chimenea en el techo, de manera parecida a como lo

    hacen los aparatos de calefaccin en los carros de los gitanos.

    En este lujoso vagn, fuimos dando saltos a travs de las cortas horas de una maana de

    invierno, llegando a Salamanca alrededor de las cinco en punto. All era necesario que nos

    marcaran los billetes, y cambiarnos a otro tren que haba bajado de Astorga y proceda hacia el

    sur, hacia Bjar (que es donde pararamos) y Plasencia. Este estaba lleno de pasajeros que

    haban viajado toda la noche, muchos de los cuales estaban estirados en los asientos

    durmiendo, envueltos en las sbanas de multitud de colores que son tan tpicas de los

    campesinos. El aire estaba espeso debido en gran medida a la acumulacin de seres humanos

    durante toda la noche en un espacio poco ventilado.

    Yo estaba tan vencido por el sueo en esos momentos que solamente era necesario sentarme

    para caer enseguida en un sopor intranquilo, durante el cual solo fui ligeramente consciente de

    que haba llegado el amanecer, el amanecer fro y desolador de un da nublado de diciembre.

    Al fin, fue necesario despertarme, porque mi compaero anunci que estbamos acercndonos

    a Bjar, as que, esforzndome por mantener mis ojos abiertos y por vencer el sentimiento de

    apat