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EMOCIONES Y SENTIMIENTOS EN LA TERAPIA CON PAREJAS. Dr. Omar Biscotti 1 Co-Director de ISDEBA Las personas entramos en crisis en diferentes momentos y circunstancias de la vida. Las parejas, organizaciones formadas por personas, también lo hacen, y es allí cuando vienen a la consulta. Sus integrantes están confundidos, con muchos sentimientos contrapuestos, que les hacen pensar en llevar adelante acciones que, en muchas ocasiones, también les aparecen como contradictorias o ambivalentes. En otras circunstancias, los miembros de la pareja se adjudican mutuamente definiciones muy rígidas, cimentadas en una historia de intercambios que suelen reforzarse, no sólo entre ellos sino también con otras figuras de sus contextos más cercanos (familiares, amigos, terceros en cuestión). Tanto las ideas, como las acciones que promueven, generan y retroalimentan sentimientos y emociones que forman un sustrato afectivo tan básico en la relación como lo supo ser el amor en sus comienzos. El sentimiento es definido por el Diccionario de la Real Academia Española como “un estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente”, mientras que la emoción es definida por la misma fuente como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, con frecuente conmoción somática”. La palabra común a ambas definiciones es “ánimo”, que aparece identificada como alma, espíritu, principio de la actividad humana, valor, energía y voluntad. La emoción es una alteración fuerte y momentánea de dicho principio, mientras que el sentimiento se entiende como un estado, o sea, algo más permanente, quizás más estable en el tiempo, pero producido por impresiones, que podemos relacionar con las emociones. Después de estas aclaraciones necesarias para acordar desde lo semántico, volvemos a la clínica. Suelen llegar entonces las parejas a la consulta con una importante carga emocional. Los sentimientos y las emociones que vemos desplegarse más frecuentemente son: bronca (y su grado superlativo, el odio, que implica un deseo de daño hacia el otro, transformándose en un sentimiento), rencor, angustia, tristeza, desdén, ira, desconfianza, miedo, desilusión. Ante esta carga emocional, desde nuestra posición de terapeutas, nos podemos hacer las siguientes preguntas. : a)¿Cómo está presente esa carga emotiva en la entrevista?, b)¿Qué nos muestra la pareja que nosotros percibimos y decodificamos como emociones o sentimientos puestos en juego? Lo que encontramos, es que dicha carga se presenta de diversas formas: Verbalizada espontáneamente. Analógicamente (gestos, posturas y movimientos) Implícita o explícita en el diálogo con el terapeuta. Veremos una breve secuencia de la primera entrevista de una pareja que consulta por episodios de violencia: “Carlos: Por la mañana del día de la fiesta, yo pensé en llevarles los nenes a mis padres; bajar y estar un rato con ellos, una media hora, y después irnos. Ella se molestó porque no quería que bajáramos del auto. A ella siempre le molesta ir a la casa de mis padres, no saber el tiempo exacto que vamos a estar. A raíz de que quedó esa situación de tensión, en el almuerzo vino esa pregunta sobre la fiesta.” 1 1 Yo, Omar Biscotti, autorizo la publicación del artículo en la página web de la Red Latinoamericana de Terapeutas Familiares y Prácticas Sistémicas

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EMOCIONES Y SENTIMIENTOS EN LA TERAPIA CON PAREJAS.

Dr. Omar Biscotti1 Co-Director de ISDEBA

Las personas entramos en crisis en diferentes momentos y circunstancias de la vida. Las parejas, organizaciones formadas por personas, también lo hacen, y es allí cuando vienen a la consulta. Sus integrantes están confundidos, con muchos sentimientos contrapuestos, que les hacen pensar en llevar adelante acciones que, en muchas ocasiones, también les aparecen como contradictorias o ambivalentes. En otras circunstancias, los miembros de la pareja se adjudican mutuamente definiciones muy rígidas, cimentadas en una historia de intercambios que suelen reforzarse, no sólo entre ellos sino también con otras figuras de sus contextos más cercanos (familiares, amigos, terceros en cuestión). Tanto las ideas, como las acciones que promueven, generan y retroalimentan sentimientos y emociones que forman un sustrato afectivo tan básico en la relación como lo supo ser el amor en sus comienzos. El sentimiento es definido por el Diccionario de la Real Academia Española como “un estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente”, mientras que la emoción es definida por la misma fuente como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, con frecuente conmoción somática”. La palabra común a ambas definiciones es “ánimo”, que aparece identificada como alma, espíritu, principio de la actividad humana, valor, energía y voluntad. La emoción es una alteración fuerte y momentánea de dicho principio, mientras que el sentimiento se entiende como un estado, o sea, algo más permanente, quizás más estable en el tiempo, pero producido por impresiones, que podemos relacionar con las emociones. Después de estas aclaraciones necesarias para acordar desde lo semántico, volvemos a la clínica. Suelen llegar entonces las parejas a la consulta con una importante carga emocional. Los sentimientos y las emociones que vemos desplegarse más frecuentemente son: bronca (y su grado superlativo, el odio, que implica un deseo de daño hacia el otro, transformándose en un sentimiento), rencor, angustia, tristeza, desdén, ira, desconfianza, miedo, desilusión. Ante esta carga emocional, desde nuestra posición de terapeutas, nos podemos hacer las siguientes preguntas. : a)¿Cómo está presente esa carga emotiva en la entrevista?, b)¿Qué nos muestra la pareja que nosotros percibimos y decodificamos como emociones o sentimientos puestos en juego?

Lo que encontramos, es que dicha carga se presenta de diversas formas:

� Verbalizada espontáneamente. � Analógicamente (gestos, posturas y movimientos) � Implícita o explícita en el diálogo con el terapeuta.

Veremos una breve secuencia de la primera entrevista de una pareja que consulta por episodios de violencia: “Carlos: Por la mañana del día de la fiesta, yo pensé en llevarles los nenes a mis padres; bajar y estar un rato con ellos, una media hora, y después irnos. Ella se molestó porque no quería que bajáramos del auto. A ella siempre le molesta ir a la casa de mis padres, no saber el tiempo exacto que vamos a estar. A raíz de que quedó esa situación de tensión, en el almuerzo vino esa pregunta sobre la fiesta.” 1 1 Yo, Omar Biscotti, autorizo la publicación del artículo en la página web de la Red Latinoamericana de Terapeutas Familiares y Prácticas Sistémicas

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Carlos habla de las acciones que denotan emociones en ella, no así en él, que se muestra pensante. lo dice –analógicamente- de manera que podríamos calificar como: neutra o descriptiva. “Marta: Te recuerdo que no fue así. Yo te dije: “yo te llevo y me voy a un locutorio y después te paso a buscar”. Cuando insististe en que baje, te dije: “No. En todo caso me dejás a mí en un locutorio y después me pasás a buscar”. Marta habla controlando la rabia, lo cual se nota por el tono de su voz, la rigidez de las mandíbulas y la mirada. “C: Perdoname, pero no habíamos quedado si íbamos a pasar un segundo o si nos íbamos a quedar media hora”. Carlos empieza a mostrarse enojado: cambió el tono de voz, la entonación (más cortante) y la postura corporal: su discurso se emocionó. “T: Carlos ¿te puedo hacer una pregunta?” El terapeuta registra incomodidad en él –tensión corporal- y decide investigar en los sentimientos circulantes y subyacentes entre ambos, inferidos a través de sus diferentes discursos. “C: Sí”. “T: ¿Cómo la sentís en este momento a Marta?” “La sentís” implica: “cómo sentís vos que ella se siente” o “cual es tu percepción de marta en este momento”. el terapeuta se interna –y lo propone a la pareja- en el terreno de lo emocional y el sentir. “C: Furiosa. Resentida. Ya desde hace 10 días.” El terapeuta prosigue ya más aliviado de su incomodidad. “T: ¿Cómo te sentís vos cuando la percibís a ella furiosa?” Ahora exploró reflexiva y recursivamente siempre en el terreno del sentir: “cómo tu percepción de ella te hace sentir a vos”. No es “ella” sino la percepción que de ella tiene él. “C: ¿Yo? La verdad, me siento perdido”. Perdido alude a una circunstancia, a un estado, más a un sentimiento que a una emoción. “T: Perdido...” El terapeuta repite el participio, invitando a proseguir. “C: Sí”. “T: ¿Y qué hacés cuando te sentís perdido?” El terapeuta explora los sentimientos de Carlos y el movimiento que generan: del sentir a la acción concomitante. “C: Trato de darle el ámbito que ella necesita. En estos días ella está casi intratable, no hay posibilidad de dialogar, no estamos compartiendo el dormitorio. Yo trato de darle el tiempo y el espacio que ella necesita”. “T: (A Marta) ¿Vos te reconocés así como te percibe Carlos: furiosa?” El terapeuta explora a través del reconocimiento de Marta, la calidad de la percepción que Carlos tiene del sentir de ella. “M: Sí. No es sólo furia, es un montón de cosas”. Carlos percibe lo mismo que Marta siente y lo verbaliza de tal forma. “T: ¿Qué es lo de Carlos que a vos te pone furiosa?” El terapeuta vuelve a la exploración relacional de la emoción –furia- una vez que halló consenso entre la percepción de uno sobre la sensación del otro: qué de él genera furia en ella. “M: Quizás es mucho para contestar en este momento”.

Emociones, percepción y género: En el ejemplo anterior, como en muchos otros casos, encuentramos algunas diferencias en el terreno de las emociones y los sentimientos, vinculadas a diferencias que las pautas culturales establecen sobre los géneros masculino y femenino. Dichas diferencias son:

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� Las mujeres se conectan más fácilmente que los hombres con el universo emocional. � Las mujeres pueden expresarlo más fácilmente . � Los hombres expresan más fácilmente los sentimientos de ira que los de tristeza o ternura, asociados

más con lo femenino. La discusión, en sus diferentes matices, es la más común expresión de la disfuncionalidad de la pareja, seguida por su opuesto: la indiferencia o el alejamiento. Tanto una como la otra plantean u organizan interacciones con sus concomitantes emociones puestas en juego. Esta carga emocional dificulta muchas veces el diálogo en la pareja, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro y entender tanto su punto de vista como las propias acciones que contribuyen, y muchas veces refuerzan, las creencias y las emociones que la otra parte presenta. A partir de aquí planteamos la siguiente hipótesis: “La emoción define la percepción”, entendiendo la percepción como la creencia que nos determina el acto sensitivo de captar al otro: “Así como te creo –te pienso- , te veo –te percibo- ”. En una visión polarizada de las percepciones posibles en una relación, encontramos en un extremo la siguiente creencia: “Te amo y me amas, somos maravillosos y todo lo que nos hacemos y decimos es así también”; mientras que en el otro polo, podría estar: “Te odio y me odias, no puedo salir de este infierno y todo lo que me decís y hacés y te digo y te hago hace que nos odiemos cada vez más”. Entre ambos puede haber diferentes combinatorias, como “Te amo y me odias” o “Te odio y me amas”, que podrían generar a su vez creencias y acciones diversas, que invitamos a los lectores a pensar. Como indefectiblemente, los seres humanos: pensamos, sentimos y actuamos, estas tres dimensiones están estrechamente ligadas, son inseparables y se retroalimentan constantemente, en un orden múltiple: cada una influye en las otras y al mismo tiempo es influida por ellas. Si lo que pensamos, sentimos y hacemos en la relación con ese otro ser denominado “mi pareja” satisface las expectativas mutuas de ese acto múltiple, la relación fluye y crece, se mantiene el vínculo y se disfruta de los intercambios. Pero si no se satisfacen esas expectativas, los sentimientos, los pensamientos y las acciones generan fuerte displacer. En estas circunstancias, los terapeutas recibimos las consultas, y, al trabajar con el decir, es en ese “decir de las historias” donde está presente la emoción, porque: siempre contamos historias emocionadas. Y sabemos que esas historias tienen el valor de la verdad, pero una verdad subjetiva, y como tal, cargada de sentimiento. Para Emmanuel Kant (3) “El sentimiento es una impresión subjetiva que manifiesta un estado subjetivo”. Entendemos que lo de “impresión” alude a la presencia de un otro relacionado con ese sentimiento –otro que impresiona, genera una huella- que al instalarse en el sujeto, deviene en un “estado” que no puede dejar de ser subjetivo.

Dominios del sentir: Para Humberto Maturana (6,7) , el “sentir” es una función de dos dominios distinguibles de la experiencia humana: el dominio de la observación y el dominio de la participación a los que describe de la siguiente forma: “En el dominio de la observación, la percepción es guiada por la forma emocionada de contar historias, mientras que en el de la participación lo importante es el conjunto de interacciones en las que estamos involucrados”. cita En el quehacer clínico, el terapeuta está involucrado, inevitablemente, en la interacción de la pareja y en su forma emocionada de contar historias. Cada miembro de aquella, establece una relación con el terapeuta, en la que despliega su narrativa, acompañada de los sentimientos y emociones presentes surgidas en el acto mismo del contar sus historias. En el intercambio de la pareja en la entrevista con el terapeuta, queda demarcado un escenario que organiza los afectos propios de ese contexto. De ese terreno forma parte el terapeuta que, a su vez, va teniendo diversas emociones y sentimientos que se van poniendo en juego a partir del relato de la pareja, de su intercambio entre sí y con aquél, a través de las temáticas que surjan y su impronta en cada uno de los actores allí participantes. La adecuación en ambos dominios, plantea Marcelo Pakman (8), es siempre incompleta y es esta incompletud la que lleva hacia la búsqueda de otras observaciones. Pero, la adecuación entre ambos

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dominios, en el caso de una pareja, está vinculada con lo que planteábamos antes respecto de las expectativas, en los siguientes niveles:

� Expectativas no cumplidas en la pareja, con las que llegan a la consulta. � Expectativas de la pareja en su conjunto y de cada integrante en particular, hacia el terapeuta. � Expectativas no cumplidas en relaciones terapéuticas previas, si las hubo. � Expectativas del terapeuta sobre su desempeño. � Expectativas del terapeuta sobre la pareja.

Nuestro objetivo como terapeuta de una pareja, es que ésta pueda construir una realidad diferente de la que perciben sus partícipes, a través de modificaciones en:

� La definición que cada uno se da a sí mismo en la relación. � La definición que cada uno recibe del otro y no concuerda con la esperada. � La definición de la relación. � Los sentimientos y las consecuentes emociones que este interjuego genera.

Siempre parece más fácil de modificar el mundo de las ideas o de las cogniciones que el de las emociones. Éstas parecen ser incontrolables, surgidas de profundidades inaccesibles; mientras que las ideas aparecen como más dóciles, más razonables. Sin embargo, cuando el sufrimiento es intenso en una relación, esos afectos dificultan el cambio en los pensamientos. Ambos mundos están ligados, superpuestos. Es una falacia pensarlos en forma independiente, ni en los consultantes, ni en nosotros mismos. Es entonces cuando interviene el nivel de las acciones: éstas tienen un poder más grande sobre la esfera emocional que las palabras como representantes ideativos. La pregunta que refleja eso en el ámbito de la terapia y que nosotros utilizamos es: ¿Qué vas a hacer para que pueda volver a quererte? Esta pregunta conecta el mundo de lo fáctico con el de los sentimientos: el hacer promueve, genera sentimientos y está, a su vez, generado por otros sentimientos en una espiral compleja de entrecruzamientos entre ambas dimensiones. Viñeta clínica: Vamos a ver ahora otro tramo de una entrevista con una pareja en la que el terapeuta explora el intenso universo emocional en una recreación relacional y conjunta: “Él – Ella siempre habla de que los esposos de sus amigas son mejores que yo; de la suerte que ellas tienen con sus maridos. Y yo le digo: planteate vos cómo sos…” El hombre habla del mundo de las acciones “T – Cuando ella te dice esas cosas…¿Cómo te sentís?” El terapeuta –hombre también- habla del mundo de los sentires e introduce la dimensión de intercambio y mutua influencia: “no es posible no sentir “, como un 1er. axioma paralelo. “Él: Ya estoy acostumbrado a escucharlas. No me siento mal”. El hombre habla de lo que no siente “T - ¿No? ¿Ya te acostumbraste tanto? ¿Y cómo la sentís a ella?” El terapeuta acepta la autodefinición – muy ligada al género- y explora el “sentir al otro” “Él – Siento que no me quiere”. El hombre habla de lo que siente la mujer hacia él –que no lo quiere- y se introduce en el universo del sentir: “siento…” “T - ¿Y cómo te sentís al darte cuenta de que no te quiere?” El terapeuta vuelve sobre la percepción del hombre sobre sus propios sentimientos, una vez que éste comenzó a hablar de lo que siente “Él – No lo vivo como un trauma, pero siento soledad”.

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El hombre siente un sustantivo –soledad- , no se siente: “me siento solo”. “soledad” es una parte de él, mientras que “solo”, sería todo él. “T – Te sentís solo… ¿y cómo lo expresás? ¿Cómo sabe ella eso?” El terapeuta lo subjetiviza – de sustantivar a adjetivar- y pregunta sobre su expresividad, que introduce la dimensión de la otredad. “Él – No… yo ni trato de comunicárselo”. Pensamientos y acciones pueblan el universo masculino, no así los sentimientos. los sentimientos tristes no se deben transmitir. “T – Claro, decís un montón de cosas anestesiando tus sentimientos. ¿Cómo se los vas a poder decir si no confias en ella? (A ella): ¿Vos sabías que él siente esto?” El terapeuta explora ahora en lo femenino: qué conoce ella sobre el universo de los sentimientos de él “Ella – No… para nada. Yo también siempre me siento sola y tampoco puedo hablar de eso; siento que él no quiere. Pienso que estoy casada con un témpano, con una pared. Preferiría que me dijera: “Me siento solo” o “No me entendés” o “Me duele tal cosa”, en vez de usar siempre la ironía”. Lo femenino aparece como “me someto a lo que él quiere que haga”: no se habla de eso porque él no quiere hacerlo, aunque ella lo desee. “T – Y si te lo dijera… ¿Cómo reaccionarías?” El terapeuta explora la impronta que produjo el sentimiento de él –en su discurso- en ella, promoviendo así el universo de lo nuevo en una situación hipotétca. “Ella: No se… es la primera vez que lo escucho. Creo que le diría que por fin es un ser humano, que tiene sentimientos. Le respondería de otra manera. Le diría: “Sí, tenés razón, no es eso lo que quise decir”. Pero me cuesta mucho imaginarlo”. Corolario paradójico: él encuentra la razón por el camino de los sentimientos.

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DIRECCIONALIDADES EN LA EXPLORACIÓN DEL SENTIR En los ejemplos precedentes vimos la aproximación al mundo emotivo de la pareja a través de preguntas que exploraron:

a) Cómo un integrante de la pareja siente al otro en el momento de la entrevista: “¿Cómo lo/la sentís a él/ella es este momento?”. La pregunta implica una respuesta que pasa a ser escuchada por el otro miembro de la pareja y muchas veces establece un juego relacional diferente al habitual: comunicarse desde la manera en que uno siente al otro en esa circunstancia, ya que este sentir está definiendo buena parte de la respuesta que se está dando, en base a la percepción, que a su vez define un sentir en el otro. Nuestra pregunta obraría entonces como una metacomunicación. La presencia del terapeuta y el hecho de que la pregunta esté formulada por este tercero y en el contexto dialogal de la entrevista, marca un campo muy diferente del que aparece si esa comunicación –“Te siento de esta forma”- está hecha dentro de un intercambio conflictivo de la pareja a solas. En este caso la comunicación del sentir al otro caerá dentro de la contienda –“Me decís eso para…”-, se le adjudicará una intención negativa y reciclará una respuesta agresiva del otro lado, más la convicción de que no se puede expresar cómo se lo está sintiendo al otro, por lo menos en esa relación. Cuando la pregunta se realiza en la entrevista, abre un espacio de reflexión para ambos integrantes de la pareja, para uno/a “Cómo lo/la siento” y para otro/a “Cómo me siente”. La respuesta implica una definición del otro, que a su vez lo incluirá a éste en una vuelta reflexiva: “¿Me siento yo así como él/ella me está percibiendo?”,que organizaría la siguiente pregunta: “¿Te reconocés en la percepción –o en la definición de la percepción-que él/ella tiene de vos?.

b) Cómo influye esa percepción en el que la percibe: “¿Cómo te sentís al percibirlo/a a él/ella de esa forma?. Esta pregunta incluye otra vuelta reflexiva hacia el que siente, a través de la indagación

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de “cómo se siente cuando lo/la siente así al /a la otro/a”. A su vez, la definición del sí mismo que hace el que percibe/siente y le transmite al otro, también puede constituirse en una nueva información circulante en la pareja: “El que te sienta de esta forma, me hace sentir de esta otra”. Ambos quedan implicados en lo que mutuamente se hacen sentir.

c) En qué se basa tal percepción: “¿Qué es lo de él/ella que a vos te hace sentir así?”. Esta pregunta evidencia los elementos, las señales que un integrante le ofrece al otro, para que éste tenga ese sentir: Al expresarlo de esta forma: “Qué es lo de él/ella…”, queda abierto un campo mucho más amplio que si se preguntara “Qué hace él/ella que a vos….” o “Cómo hace él/ella para que vos te sientas así”, ya que el hacer organiza la exploración del pensamiento hacia alguna conducta visible del otro y el “cómo hace” le está adjudicando al otro cierta intencionalidad desde el planteo del terapeuta preguntando. Quien escucha esto puede tener un registro hasta entonces desconocido de qué lee el otro que lo hace sentir de esa manera y cómo lo lee; es muy probable que no sea consciente de ese mensaje o, al menos, de la lectura que se está haciendo del mismo.

d) El reconocimiento de las propias formas de expresión: ¿”Cómo expresás eso que sentís?”. Esta

pregunta está directamente ligada con el punto anterior, a través de una posición reflexiva en la pregunta del terapeuta, que hace que el/la integrante de la pareja piense en su propia forma de expresión de los sentimientos. En muchas ocasiones, esa manifestación está ausente: no hay o hay muy pocas señales que puedan indicar ese sentir para el otro integrante. La expresión de un sentimiento está muchas veces ligada a la vergüenza o el temor al ridículo o la burla por parte del otro, y a fuertes determinantes de género. En esto, los varones, solemos ser expertos.

e) El nivel cognitivo de los sentimientos del otro integrante de la pareja: “¿Vos sabías que él/ella

siente eso?”. El saber en este caso tiene el sentido del conocimiento: cómo y cuánto conocen sus universos emocionales; cuánto y cómo identifican los sentimientos y las emociones del otro; cuáles son las vías de transmisión y recepción de ese conocimiento.

f) El nivel de la acción: ¿“Qué hacés vos al sentir eso?”. Al quedar capturado en el campo

comunicacional y perceptivo del otro miembro de la pareja, no es posible por no comunicar al respecto. La pregunta sobre la acción propone un salto de nivel: desde los sentimientos a las acciones que, a su vez, remiten a dichos sentimientos que muchas veces no quedan expresados y por lo tanto aparecen como acciones vacías de sentido. Dicha vacuidad es llenada por el otro con un significado, probablemente, muy diferente al que tendría de conocer el sentir del que realizó la acción. Permítanme aquí un breve ejemplo que ilustra estas cuestiones:

Tony vive en Rio de Janeiro y Eli en Buenos Aires. Ella es separada y él está casado con dos hijos adolescentes. Ambos tienen 50 años. Se conocen desde la adolescencia en que compartieron un viaje por Europa y después no se volvieron a ver, aunque los 2 guardaban un grato recuerdo del otro. Cuando Eli se divorcia, Tony –casualmente- se vuelve a conectar con ella ya que empieza a venir a Bs. As. por temas de su trabajo. Comienzan así a tener una relación de 3 o 4 encuentros anuales muy románticos y apasionados durante casi 3 años, más algunos mensajes por e-mails. Al cabo de este tiempo, Tony comienza a evitar el contacto con Eli, no respondiéndole sus mensajes o no llamándola en alguno de sus viajes a Bs. As.. Eli entiende que él está en una situación difícil, que no se separaría ni se vendría a vivir a Bs. As, pero a pesar de eso no puede dejar de sentir que no la quiere, sobre todo frente a sus silencios o sus desplantes. Finalmente, en un viaje de Tony a la Argentina, Eli le pide hablar con él y al encontrarse, éste le dice que la ama pero que no puede desarmar su vida y que, muchas veces la maltrata para que ella se aleje de él, porque le duele mucho decirle lo que siente y teme la reacción de ella y también su dolor. Eli, al escuchar esto, confirmando sus percepciones, se siente revalorizada y acepta el final de la relación, guardando un grato recuerdo de Tony, como había

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tenido siempre, y quedándose con una positiva imagen de sí misma, muy diferente a la que construía frente al silencio y la huida de él. La exploración de los sentimientos y la variable tiempo Otra direccionalidad que puede surgir en este interrogar sobre el universo de los sentimientos en una pareja, incluye la exploración de las historias contadas por sus integrantes y las proyecciones que pueden hacer desde el presente. Para desplegar la historicidad de los sentimientos de los miembros de la pareja, considerando la idea de aprendizajes relacionales o experiencias del pasado que han dejado su huella y resignifican el presente, podemos preguntar sobre: ¿Con qué otra persona en tu vida has sentido lo mismo? ¿Cuándo y con quién has logrado sentir algo diferente? ¿Alguien más te ha hecho sentir eso en tu vida? ¿Hay alguna persona en tu vida a la que le hayas hecho sentir lo mismo que ahora siente ella/él? ¿Cuándo sentiste algo diferente en tu pareja? ¿Cómo creen que lograron sentirse tan diferentes en otra época de la relación? ¿Cómo crees que te sentirás en un futuro con él/ella? Para que la pareja pueda construir una idea diferente de sí misma, uniendo los sentimientos y sus concomitantes inter-acciones, podemos preguntar: ¿Qué no les gustaría sentir en esta pareja en un futuro? ¿Qué pensás que debería cambiar para que él/ella no sintiera esto? ¿Qué pensás que tendrías que hacer para que cambiaran esos sentimientos sobre tu pareja? ¿Qué crees que tendría que hacer tu pareja también para eso? ¿Si cambiaran esos sentimientos hacia tu pareja, que acciones crees que serían diferente entre Uds.?

El terapeuta y sus sentimientos Todo terapeuta está implicado en el drama de la pareja que trata, y convocado a presenciarlo y formar parte de él, como un espectador cómplice en un teatro, que sabe que la historia es nada más ni nada menos que eso –una historia, un cuento, un relato, una ficción-, pero sin embargo se emociona en la realidad de esa historia. Esos sentimientos son tan reales como las ficticias historias que se cuentan. La realidad es una historia y como tal nos emociona, nos conmueve. Por eso hablamos de “ficticias historias”, pero reales, en tanto que es así como se siente, como se percibe al otro, a la “realidad” de y con ese otro. En esa relacionalidad se construye esa realidad: lo que ese otro hace o dice, define la percepción de la otra parte, con su concomitante carga emocional que otorga una definición tanto al partenaire como a la pareja en sí, a la totalidad y a la relación. Esa creencia sobre quién es cada uno, cómo es y cómo es la pareja, promueve determinadas emociones y/o sentimientos. El terapeuta también tiene sus propias historias, y muchas de ellas alrededor de la pareja: la que tiene, la que no tiene, la que tuvo, la que tendrá, la que vio, la que le dijeron que debería tener, la que desobedeció, la que pudo, la que quiso, etc., etc., etc. Y tiene su propia historia sobre la pareja, sobre su pareja y sobre esa pareja que tiene allí delante de él, así como su historia como terapeuta de parejas: qué siente sobre sí mismo en ese rol. Está con su bagaje teórico, sus temores, sus simpatías, sus temas favoritos, sus maestros, sus certezas, sus interrogantes, sus experiencias, sus escotomas...Y a través de todo esto, también está con sus emociones, con sus sentimientos, debiendo circularizar en varias direcciones:

a) Hacia él: ¿Qué estoy haciendo para sentir esto?

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b) Hacia los miembros de la pareja: ¿Cómo hacen para que yo sienta esto? c) Hacia su influencia: ¿Qué estoy haciendo para que él/ella se sienta sí? d) Hacia su entendimiento: ¿Por qué estoy sintiendo esto? e) Hacia sus ideales: ¿Qué me gustaría sentir? f) Hacia sus mandatos: ¿Qué debería sentir? g) Hacia sus acciones: ¿Qué hago con esto que siento?

Los sentimientos en el terapeuta sirven de guía, reunidos con sus ideas, para su curiosidad, para explorar nuevos campos de la relación o viejos y conocidos terrenos, desde algún ángulo diferente. Proponemos dos recursos que nos resultan muy útiles en el trabajo con las parejas, desde el sentir del terapeuta:

1) Comunicar a la pareja algún sentimiento o emoción que estamos sintiendo, sobre todo si ese sentimiento cobra intensidad y no es expresado por la pareja, preguntándoles si alguno de ellos también lo siente o qué piensan que ese sentimiento mío puede tener que ver con ellos. Si ese sentimiento o emoción son ajenos al universo de la pareja, es probable que esté entonces más ligado al del terapeuta: su presente, o su historia a través de algo que la temática de la pareja y/o el afecto de su relato ha movido en el terreno emocional del terapeuta. Aquí es importante conocerse en el trabajo con las parejas, saber cuáles son los puntos más difíciles que podemos tener como terapeutas, aquellas interacciones que nos pueden angustiar o asustar o mover cualquier emoción que pueda hacernos perder la metaperspectiva que precisa nuestro rol. En ese caso, deberemos trabajar con nosotros mismos para redefinir alguna situación histórica o actual y/o solicitar apoyo de colegas para compartir la situación y hasta el trabajo con esa pareja en ese punto en particular.

2) Preguntarles al final de un primer encuentro cómo se han sentido entre ellos y con nosotros en esa entrevista y expresarles cómo nos sentimos con ellos. Esta actitud va marcando una regla en el setting terapéutico: hablamos de nosotros mismos, el terapeuta se involucra formando parte y el mundo del sentir está incluido en el intercambio verbal.

Propuesta final: Nuestra intención como terapeutas, y a tal fin estamos convocados en una feliz coincidencia, es poder ayudar a que la pareja logre intercambios más provechosos entre ellos, menos dramáticos o sufrientes que posibiliten un avance en su ciclo vital. El no poder hacerlo, genera sentimientos y emociones (de su diferencia ya hablamos) que reciclan la disfuncionalidad, el estancamiento. Muchas veces ese nivel no está verbalizado en la relación, aunque no deja de estar presente en todos los momentos de la pareja, generando así espirales que pueden desatar tormentas con afectos irreversibles, creencias rigidificadas e interacciones sumamente deteriorantes. Y puede ser muy difícil salir de allí. La explicitación del mundo emocional, su exploración y su comprensión relacional como una construcción compartida en la pareja, entendemos que resulta un terreno de desafío para la intervención sistémica, incluyendo en dicho desafío al terapeuta que también piensa, siente y actúa en ese contexto. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Biscotti, O. (2006): Terapia de Pareja, una mirada sistémica, Buenos Aires, Lumen. Elkaïm, M. (1990): Si me amas, no me ames, Buenos Aires, Gedisa. Kant. E. (1978). Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara. Laing, R., Phillipson, H. y Lee, A. R. (1978): Percepción interpersonal, Buenos Aires, Amorrortu. Lederer, W. y Jackson, D.D. (1990): The mirages of marriage, Nueva York, W.W. Norton and

Company. Maturana, H. y Varela F.(1986): El árbol del conocimiento, Santiago de Chile, Editorial Universitaria. Maturana, H. (1996): Biología del Emocionar y Alba Emoting, Madrid, Ediciones Dolmen

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8. Pakman, M., “Ética y estética del sentir: un estudio epistemológico”, Sistemas Familiares, Nº 2, Año 7, 1991, págs. 31 a 38.

Simon, F. B., Stierlin, H. y Wynne, L. C. (1997): Vocabulario de terapia familiar, Barcelona, Gedisa.