bioy casares adolfo - clave para un amor.1

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Clave para un amor Adolfo Bioy Casares I Era serio, apasionado, sin duda un artista, muy joven y transparente. Quiero decir que si uno lo miraba con alguna atencin descubra su alma. Esta palmaria simplicidad o pureza no creo que cubriera a una ntima penuria espiritual, sino a su juventud. Johnson pasaba por ese momento en que la confusa, ilimitada, la proteiforme adolescencia ha terminado y el ser, ya definido, muy poco sabe del ajetreo de la vida, que desgasta y empareja. S, tena parte en ello ese momento de la juventud, pero ms an la extrema dedicacin con que l atenda la disciplina de su arte. No es el subrepticio eco del ttulo de un cuento d Kafka lo que me induce a calificar as el trabajo de Johnson. En todas las actividades cabe el arte; se revela en el estado de nimo con que las cumplimos y resplandece en la excelencia de la ejecucin; que la actividad corresponda o no a cierta preestablecida jerarqua, tiene poca importancia. Y aqu me siento inclinado a deplorar que los argentinos, a diferencia de Johnson, trabajemos como amateurs, como caballeros, pero no como artistas; como quien se reserva para un puesto mejor y, provisoriamente, cumple una tarea ms o menos desagradable. Pero quin se atreve a condenar? Acaso tal actitud suponga mucha lucidez, algn desdn por el afn y un orgullo ingnito y nada vil. Por lo dems el muchacho era extranjero y el ao que llevaba en Buenos Aires de ningn modo atemper su consagracin al trabajo. Griffin Johnson haba nacido en la ciudad de Chester, en el lmite de Inglaterra con Gales. Perteneca a una familia de trapecistas, que provena de una interminable lnea de acrbatas, que reconoca como primer antepasado a un seor que hacia 1760 maravill a Londres cabalgando en tres caballos a un tiempo. Por la naturaleza misma de su profesin, los trapecistas trabajan en familia. Ante todo, se nace en el trapecio. Un hombre no resuelve, de un da para otro, dedicarse al trapecio, como quien elige una carrera, las armas, los hbitos o las leyes. De nio hay que aprender el arte. Como no hay profesores, hay que aprenderlo de los padres y de los hermanos. Conviene, por ltimo, practicarlo con personas a quien uno conoce como a s mismo; cualquier movimiento mal acordado trae la cada y la desgracia. Por cierto que, tarde o temprano, la desgracia llega. Los trapecios, que mantuvieron agrupada la familia, infatigablemente la destruyen. De la familia de Griffin Johnson l, los padres, los hermanos s menos de lo que sospecho, y lo que sospecho se reduce a esto: que nunca pudo formar el grupo de cinco acrbatas, necesario para el gran espectculo y que fue diezmada por la mala suerte. En verdad, la mente de todo trapecista es, o llega a ser, un memorial de cadas y desgracias; mejor dicho, una especie de palimpsesto, en que los hechos registrados estn deliberadamente oscurecidos por sucesos ulteriores. Como todos los que toman por oficio el peligro, los trapecistas son supersticiosos. No quieren hablar de los accidentes, ni recordarlos. Cuando alguien les interroga sobre el punto, unos niegan que haya verdadero peligro all arriba est el hombre tan seguro como en el ancho suelo y afirman que slo por sugestin ven peligro los espectadores; otros, los vanidosos y los soberbios (que, por cierto, no faltan) admiten el prestigioso peligro; pero insisten sobre la destreza, que

vuelve improbable la cada; todos convienen que hubo pocos accidentes en la historia del trapecio. Sin duda por considerarlos de pblica notoriedad, en cierta conversacin a la que luego aludir, Claudia Valserra refiri dos accidentes del ao pasado; su interlocutor, que los ignoraba, pudo inferir que fueron prcticamente simultneos, que uno ocurri en el circo Medrano, de Pars, y otro en Edimburgo, y que por este ltimo, Johnson qued solo y hurfano. He aqu los hechos: en el circo Medrano, haba cado, en un triple salto ejecutado sin red, Jim Valserra. A los cuatro o cinco das ocurri el accidente de Edimburgo. Johnson recibi poco despus una carta de condolencia, con una generosa proposicin de unirse a ellos, del famoso Gabriel, padre de Jim y jefe del conjunto de los Valserra. El padre que haba perdido a su hijo, evidentemente senta la necesidad de acercarse, de consolar y de proteger, a ese otro hijo que haba quedado solo en el mundo. Como Johnson no conceba la vida fuera de los trapecios, acept la oferta, arregl sus documentos, parti a Pars. Con los Valserra trabaj en Roma, en Npoles, en Ginebra, en Aix-en-Provence, en Pau, en Londres, en Bath, en Madrid, en Lisboa. Ocup el lugar de Jim, inmediatamente en el espectculo, poco a poco en el corazn de Gabriel. Hacia 1951, con la troupe, vino a Buenos Aires. Originalmente componan la troupe, Gabriel y sus hijos. Muerto Jim, de los hijos quedaban tres: Claudia, una mujer de poco menos de treinta aos, de talle recto y flexible, con una cabellera que en los mejores das pareca rojiza, en los peores, arratonada, en los indiferentes, castaa; con ojos redondos, muy serios, con nariz breve, con manos blancas, suaves, expresivas; muy loca, muy dulce y (un secreto que adivino) con debilidad por los hombres; Beto el culto, el corts, el bien parecido, el ceceoso, el tacao Beto, tesorero del conjunto hasta que Gabriel y Claudia descubrieron sin enojo, con esa diversin que nos procuran a veces las peculiaridades de las personas queridas que depositaba en cuentas y en acciones a su nombre el dinero de todos; y, por ltimo, Horacio; hijo de otra madre; de pequeo formato, de cabello oscuro, de tez blanca y rosada, con algo de petimetre, de envidioso, aun de malito. Los Valserra acogieron a Johnson con afecto. Debe uno reconocer que si el corazn de Claudia trasluca un particular matiz de admiracin y de ternura y el de Horacio, de envidia, Johnson, a pesar de su honesta afabilidad, pareca entre todos ellos distante y solo. Dirase que para l las relaciones humanas eran secundarias; que viva, como los santos y como los artistas, para su vocacin. No quiero dejar este punto sin advertir que la avergonzada envidia de Horacio era (segn quienes podan juzgar) la misma con que antes haba mirado a Jim; de modo que se trataba de un sentimiento fraternal. En Buenos Aires, Johnson trabaj afanosamente. En las horas libres de maana, entre las funciones, muy tarde en la noche, cuando el pblico se haba retirado y el circo entero

dorma se dedic a perfeccionar esa infrecuente, letal y ltima flor de la acrobacia; el triple salto. La armoniosa facilidad del artista fue celebrada por el casi famoso Clemente Marcn, si no en verso, por lo menos en la prosa del cuarto de pgina que el poeta retiene en un diario de la tarde y que, sordo a las rimas interiores, titula Balcn ciudadano. Con una frmula expresiva, pero involuntariamente ambigua, Marcn observa que el muchacho vuela y evoluciona por los trapecios como pez en el aire. Dominado el triple salto mortal, Johnson emprendi el estudio del cudruple salto, acrobacia prcticamente imposible, lograda tan slo por saltimbanquis orientales y, acaso, quimricos. Entonces empezaron a ocurrir accidentes anmalos. En pruebas menores la vista o las manos o el sentido del ritmo fallaron; varias veces Johnson estuvo a punto de caer. Gabriel Valserra dijo: Ests cansado. Por un tiempo debes dejar el trabajo. Johnson no lo escuch. Una noche, poco despus, aconteci la cada. El pblico se mantuvo en silencio; ignoraba si haba presenciado un accidente o una acrobacia. Cuando vio que Johnson, incorporndose en la red por fortuna, para ese espectculo haban extendido la red cuando vio que Johnson, digo, saludaba, frenticamente aplaudi. Al otro da Gabriel Valserra apareci con un mdico. Este se interes en el relato de los accidentes que culminaron en la cada; examin a Johnson, diagnostic surmenage y prescribi reposo, por veinte das, en la montaa. A principios de septiembre, Johnson parti hacia un lugar de los Andes del lado chileno, no lejos de Puente del Inca. Lo buscaran all sus compaeros, en viaje a Santiago, donde la troupe completa debera presentarse el 23. II No me dijo cmo fue su llegada, pero imagino que no habr diferido mucho de la ma. Deja uno el tren; de la estacin cruza, por un tnel, al subsuelo del hotel y un ascensor lo lleva hasta el mostrador titulado recepcin; mientras presenta documentos y satisface formularios, percibe, por los salones adyacentes, a huspedes que rondan con familiaridad y con tricotas. Una instantnea desazn lo invade. Pensar reflexiona que muy pronto distinguir a unos de otros, que opinar sobre ellos, que de algn modo entrar en sus vidas. Qu increble, qu deprimente. Se libra de estas consideraciones para seguir a un seor con una llave, primero, hasta el ascensor, despus, por los corredores del segundo piso. Ya est en su cuarto. Le abren la ventana, le preguntan si quiere algo, lo dejan. Se

asoma. Alrededor, hasta el cielo, hay montaas (muy pronto le informaran que el sol sale a las diez y que se pone a las cuatro). Con mano trmula se desabrocha el cuello. Murmura: He cado en un pozo. He de estar loco: Hay que estar loco para alejarse de Buenos Aires. Mira hacia el telfono; si no le faltara valor preguntara en el acto cundo pasa el primer tren de vuelta. En ese momento llega un hombre con el equipaje y desprende las correas de las valijas. Como a Johnson, un mdico me diagnostic surmenage y me remiti all para una cura. Yo no crea en mi enfermedad; soy bastante fuerte y, francamente, nunca trabaj demasiado. Algo tena sin embargo. De pronto me sobrevena un temblor en las manos, una moderada alternacin de calor y de fro, un levsimo sudor. Debo reconocer que estos fenmenos por primera vez fueron acompaados por una vaga, pero genuina y honda, sensacin de beatitud, en aquel mismo da de la llegada, mientras alineaba los libros sobre la cmoda. Procur entender esa beatitud. Me dije que hay un particular encanto, no exento de un matiz de tedio agradable, en los lugares de cura. Normalmente en los seres luchan dos tendencias, una, espontnea, que los induce a no hacer nada y otra, inculcada en los primeros aos, que los lleva a encontrar culpa en el ocio. Cuando parten del lugar de cura, la paz en el alma se ha restablecido; el ocio est sancionado por la autoridad indiscutible del mdico; el sentido de la responsabilidad, por lo menos en su triple y desabrido carcter de afn por estar en el yugo, cumplir con el deber, dejar obra, queda en suspenso; el hombre se encuentra en uno de esos raros momentos de la vida, como altos en el viaje, en que la obligatoria ocupacin es alimentarse, olvidar las preocupaciones, reposar, tomar sol. Que el mundo juzga esto necesario lo proclama el hotel del lugar, con su costosa, compleja, considerable realidad. De cada uno se desprende all un poco de calma y de aburrimiento y todo est envuelto en un halo de indolencia, como una casita en una bola de cristal. Una brisa entr por la ventana y estremeci las cortinas de cretona. Algo en m tambin se estremeci. Para sacar fuerzas de la debilidad murmur le vent se leve, il faut tenter de vivre. Por de pronto cerr la peligrosa ventana. Despus dej mi cuarto y part a reconocer el hotel, que era muy grande, una suerte de monstruosa cabaa de piedra y de madera barnizada. Y cmo pude olvidarlo? de cuero dentro, totalmente de cuero. An hoy yo no veo sobre una mesa una de esas perfumadas cajas de cuero sin una contraccin de espanto. Qu profusin, qu lujo. En todo lujo palpita un ntimo soplo de vulgaridad; ocasionalmente, por mimetismo o armona con algunos estilos el Luis XV, el Luis XVI no desentona; pero con qu mpetu desborda la vulgaridad en el estilo rstico de los millonarios y de los hoteleros. Como la temporada haba acabado, el hotel estaba casi vaco. Por todas partes yo intua,

sin embargo, una presencia indeterminada; al penetrar en cada una de las vastas y desoladas cmaras me crea a punto de sorprenderla; pareca que hubiera quedado un fantasma de la vida que poco antes hubo all; pareca que, aplicando con atencin el odo, an pudiera recogerse el eco de ese tropel de gente. Entonces me revel el lugar un nuevo encanto: el de los das que siguen al fin de la temporada. Lo sentimos ansiosamente, porque est mezclado con la nostalgia por las cosas que pasan, con la angustia por querer retener lo que ya se ha ido. En el subsuelo hay una librera y cigarrera, una bote, unos casilleros y un taller de esques, una enfermera, una peluquera, una sala de juego, donde los aduaneros disputan perpetuos partidos de ping-pong; en el primer piso estn los salones, el comedor, la tienda principal, el templete, el cinematgrafo; en los pisos de arriba, las habitaciones y la terraza del solarium. Lo que me asombr fue el templete. Por lo pronto, con su elegancia y con su inmaculada blancura, resultaba una agradable anomala en medio de esa inundacin de rusticidad y de cueros. Era grecorromano, pagano, tan pagano que, segn me enter despus, el sacerdote que vena de Ro Blanco lo desdeaba y oficiaba la misa en el cinematgrafo. Con alguna dificultad para orientarme, llegu a la recepcin. Apoyndome en el mostrador y con aire confidencial, me dirig a uno de los estilizados seores que ah atienden (con sus impecables, negros jaquets, en medio de turistas arropados de manera de eludir todo convencional estiramiento y de exaltar la variada fealdad humana, parecen los ltimos vestigios de la moribunda raza de los seores). Pregunt: Qu explicacin tiene ese templete pagano, tan distinto del resto del hotel? El seor me mir con una alarma y con un disgusto que su inveterada cortesa procuraba disimular. Sospechaba, sin duda, que yo le llevaba alguna queja; pareca convencido de que en mis palabras iba a descubrir, de pronto, alguna enojosa referencia al mal funcionamiento de los telfonos o de las caeras de un bao. Por fortuna otro seor, de espritu ms gil, intervino; opin que el portero, a quien llam concierge,

podra informarme. Este hombre ancho, sanguneo y, acaso por contraste con los seores de la recepcin, notablemente despierto me dijo que el templo era todo lo que subsista de un hotel anterior, construido por un tal Martn Bellocchio Campos. Prosegu con mis averiguaciones: Por qu dije el seor Bellocchio habr construido un templo grecorromano? No tengo idea contest el portero. Tambin levant un teatro abierto, a la antigua, en Valparaso, donde bailan peras, al aire libre, en noches de verano, y otro en Punta Arenas, que no se termin y todava hoy es una ruina. Me dijeron que por un tiempo andaba envuelto en una vulgar toga, de esas que llaman sbanas, y que si usted lo vea lo tomaba por un fantasma. Era un hombre de lo ms religioso, medio carnicero, que llevaba corderitos a ese altar tan blanco y viera cmo lo pona. No es milagro que el turista protestara y acabara por irse para no volver, con ese olor a sangre, que pica en las fosas nasales, y con el templo y buena parte del establecimiento a la miseria con la sangre de los lanares degollados. Me confirmaron esto los aduaneros que jugaban al ping-pong. Algunos haban alcanzado a tratar el seor Bellocchio, hombre notable, al parecer, por sus hermosos ojos celestes, su mirada despierta y sus modales tranquilos; me aseguraron que en la juventud haba viajado por Grecia y por Roma, o que haba ledo el libro de Vctor Duruy sobre los griegos, y que desde entonces qued hechizado por el mundo antiguo, hasta el punto de perder su fortuna en anfiteatros y de creer en la mitologa pagana. De Baco era particularmente devoto; el templete del hotel estaba consagrado a ese dios. Todo esto y mucho ms, arteramente sonsaqu de un aduanero zurdo. Despus de cada partido, el pobre zurdo hablaba un poco del seor Bellocchio, de Baco y de las supersticiones lugareas; sinceramente, hablaba con cuentagotas; me propona otro partido y yo no poda negarme. Qu saque tena el brbaro! Daba gusto verlo jugar. Me gan as como mil quinientos pesos chilenos, pero yo, en materia de informacin, le chup la sangre, como se dice. Averig, en un ratito, que Bellocchio conmemoraba todos los aos la fiesta del dios, llamada liberalia; que en esa oportunidad, Baco infaliblemente apareca (en otras tambin, por supuesto); que abundaban los duendes; que en la cordillera haba sombras extraas y, como a esa altura la mente funcionaba de modo anormal, poda cada uno interpretarlas de acuerdo a su fantasa; que todos los pobladores eran supersticiosos (aun las sociedades annimas: la del nuevo hotel no se atrevi a derribar el templo de Baco); que en Puente del Inca haba un fantasma ingls, conocido por el Futre; que en ocasiones propicias, de la profundidad de la laguna de enfrente emergan, con las negras y lacias cabelleras impecablemente peinadas, con el ropaje seco, cuatro princesas indias; etctera. En la biblioteca insignificante, reunida con un criterio casual encontr la Enciclopedia Hispanoamericana. Recorr dos o tres volmenes, en busca de referencias a Baco y a las liberalia. Sobre estas festividades le:

Era aqul un da de liberacin. Nada estaba vedado y se toleraba que los esclavos hablaran libremente. Por cierto le mucho ms, pero todo, por conocido o previsible, resbal de mi memoria. En aquel da de la llegada, cuando sal del hotel y baj a la laguna, algo me sobrecogi. No advert en el acto la causa. Luego el ingeniero Amaga me seal la ausencia de pjaros. Lo que me haba sobrecogido era el silencio. Tampoco haba otros animales, con excepcin de los perros que tenan para sus trineos los carabineros. Estos vivan en un refugio, que serva de aduana, situado a tres kilmetros de distancia. No haba ms poblacin que el hotel, la estacin ferroviaria y el refugio. Las altas y abruptas montaas que de muy cerca rodeaban el lugar, aunque parcialmente cubiertas de nieve, aquella tarde me parecieron sombras. Ansioso de huir de ese encierro, entr en el hotel. Sent algn alivio. A mi regreso haba en los salones ms gente que a la maana. Despus descubr que nadie, o casi nadie, se levantaba antes de la una y que muchos lo hacan a las tres. Aquella vida recordaba un viaje a bordo. Como al comienzo del viaje, mirando a los dems uno pensaba con descreimiento y con pereza: vamos a conocernos. Y, como en un viaje, la prevista fatalidad oper: despus de tres o cuatro das en que anduve solo y, por cierto, no muy cmodo conmigo, ni muy feliz, conoc a todo el mundo. La sociedad de esa gente no era estimulante, pero en ningn momento deplor no haber seguido el consejo del general Orellana, de la seora Gonzlez Salomn y de tantos otros, que me repetan: Aprenda a jugar a la canasta y al bridge. Sin esos recursos las tardes se hacen muy largas. Hay que matar el tiempo. El viejo general Benito Orellana era uno de los pilares del aburrimiento de la temporada; calvo, con la frente fugitiva, con los ojos pequeos, con las orejas enormes, con el rostro rasurado, tena la expresin de un conejo. Yo me le acerqu, pensando: Es un tcnico. Tiene conocimientos concretos. Con l aprender algo. Para la conversacin debo preferirlo a las seoras, que al fin y al cabo son meros filsofos que especulan sobre los temas eternos de la vida y del alma. Voy a preguntarle cmo se dirige una gran batalla. Le ped su opinin sobre el Alamein. Voy a disertarle sobre mi especialidad declar. Con rpidas afirmaciones ponder la preeminencia de la estrategia alemana, de los jefes alemanes; los nombres que citaba, repar despus de un rato, eran de generales de la guerra del 14. Bruscamente anunci: He cumplido ochenta y dos aos. Nunca estuve enfermo. La salud y la longevidad es una herencia de mis mayores, que trato de administrar prudentemente. El primer da de fro doy la espalda a Buenos Aires y huyo a La Falda. El primer da de calor me corro hacia aqu. Mantengo esa disciplina desde hace treinta aos. Treinta aos! Una vida! Ahora ando preocupado, porque esta vez vine antes de tiempo. Cuando el general anunci Voy a disertarle sobre los deberes del escritor nacional, deberes de patriotismo, me pas al obeso, lampio, sin mentn y con tres papadas, ingeniero Amaga (quien, segn el mismo general haba sido, all en su lejana juventud, un hombre interesante, un rey sin corona del Buenos Aires noctmbulo, un fiestero, que se embarcaba en su

yacht Bagatelle, con una troupe de bailarinas desnudas). El ingeniero me explic: No sabe lo que me gustara caminar por las afueras hay otro aire, como deca un doctor amigo pero me limito estrictamente a los corredores del hotel. No traje bastn. El bastn deforma, no permite caminar con la flexin correcta. Pero vaya usted a caminar por las afueras sin bastn. Dnde se mete si lo ataca un perro? No toda la gente exigua para la inmensidad del hotel, pero bastante numerosa era como el viejo general y como el ingeniero obeso. Haba un grupo de muchachas muy jvenes, vestidas con tricotas esculturales y con ajustados pantalones de esquiar, a quienes me propuse redimir de unos mozalbetes cargosos, cuya tcnica del galanteo, que practicaban continuamente, consista en hacer ruido y en correr por los cuartos. Aunque no eran lindas, las juzgu refrescantes como un vaso de agua de Apolinaris bebido en ayunas. Por cierto, a las muchachas les sobraba la beaut du diable. Tambin haba una seora chilena, del buen lado de los cuarenta aos, rubia, hermosa de piel, que graciosamente empez a hablarme frente a uno de los ventanales que daban a la laguna. Nieva dijo. Es verdad contest. Es raro en esta poca afirm. Casi estamos en primavera. Me pareca la persona ms agradable de las que entonces vivan en el hotel; hubiera querido conocerla, pero, inexplicablemente, una gran pereza me invadi, con denuedo no logr pasar de tres preguntas esparcidas con un largo silencio: Es used chilena? Va a quedarse algunos das? Estuvo en Buenos Aires? Desde el bar en que beba un perpetuo vaso de gin, el viejo Sanders, con su cara roja, me miraba burlonamente. Me irrit que se permitiera mofarse de m ese caballero, que haba pasado una vida de lujo ocioso, pagado por el trabajo de sus antepasados. De buena gana le hubiera dicho, como al perrito caniche de una amiga, hijo de perros de circo, que para hacerlo bailar en las patas traseras haba que ordenarle: Acurdese de sus antepasados. Pero Sanders no hubiera obedecido. Era un don Juan en receso; estaba siempre junto al mar o en la montaa; vesta con colores violentos;

tena algo de fantoche y de marino. Tom t con la seora Gonzlez Salomn (a quien procur comprar con la pregunta: Me permite llamarle Irene?), con Arriaga y con Griffin Johnson. La seora, agitando su redonda cabecita de ttere, en el extremo de un pescuezo de dromedario, al que las arrugas volvan humano, nos confi: Cuando yo era joven, en estos lugares, no haba ms que gente conocida. Baj la voz y mir alrededor. En cambio ahora se pregunta una: De dnde salen estos mamarrachos? Qu origen tienen? Ped al cielo que la seora no descubriera, por lo menos hasta que yo me levantara de la mesa, que Johnson era un acrbata. Con Johnson llegamos a ser bastante amigos. Aquella tarde, cuando parti la seora, le habl de su profesin. Aunque poco locuaz, era inteligente, conoca y quera su trabajo, de modo que nuestras conversaciones resultaban siempre instructivas. Todo lo que s de circos lo debo a l. No comprendo por qu se le ocurri aprender a esquiar. Arriaga o algn otro imbcil haba dicho que las pistas, con la persistente nevada, estaban de nuevo en condiciones. Procur disuadirlo. Para qu interrumpir esta rutina, aburrida tal vez, pero tan reparadora? Despus de la infancia no se aprende nada. Abrumados con palos y esques, a golpes aprenderemos solamente que no tenemos equilibrio, que no sabemos caminar. Johnson desoy estas justas reflexiones; y, como parece vituperable rebatir cualquier iniciativa, por tonta que sea, y abogar por la inactividad, baj con l hasta el stano y lo acompa hasta el mnino reducto del profesor de esqu. Era este un hroe de la guerra, llamado Hinterhffer, un hombre colrico y orgulloso, al que la gente perdonaba todo por respeto a sus hazaas y a lo mucho que haba padecido. Hay que ver cmo nos trat. Cuando Johnson le dijo que queramos aprender a esquiar, nos ech en cara que la estacin haba terminado das Ende, fins, balte l! , que todos los dems profesores, un manojo de ineptos, haban partido para sus casitas, que estaba solo, que tena mucho trabajo: Mude, krank, verrickt. Con algn enojo contest: En esas condiciones, no tengo ningn inters en aprender. Ningn inters. Hinterhffer no me oy. Convino con Johnson, que no perda la calma, alguna hora de un da de la semana siguiente, para la primera leccin. Una noche vimos en el cinematgrafo una pelcula titulada

El cartero llama dos veces, otra, El baile de mscaras. Esta ltima trataba un tema conocido. En una ciudad italiana, all por el siglo XV, irrumpe la peste. La corte se encierra en el castillo, en lo alto del monte, y se entrega a la frivolidad y al desenfreno, mientras abajo la plebe muere. En un baile de fantasa en el castillo, por supuesto aparece una mscara maravillosa. Quin es? Quin es? preguntan las damas. Pronto lo saben. Es la peste. Yo sospecho que la llegada de los Valserra sublev la sensibilidad de Irene Gonzlez Salomn. Sin duda estim que ese avance era intolerable, pero deba de estar secreta y maternalmente enamorada de Johnson, porque no protest. Qu digo? En ms de una ocasi n la sorprend atendiendo con moneras a Beto y a Horacio y platicando, sobre interminables ts, con Gabriel. En verdad, Gabrieltan delgado, tan silencioso, con el breve bigote gris y con ese fondo de sabidura y de dulzura en la mirada era mucho ms distinguido que el resto de los que estbamos all; si esto fuera poco agregara que en una comedia inglesa a Gabriel le tocara el papel de coronel o de juez. Con Claudia Valserra, la seora nunca se avino a pactar. Capricho imperial, como sorpresivamente observ el viejo Sanders. Por lo menos en cuanto a Claudia estbamos de acuerdo con Sanders: era la mujer ms delicada, ms graciosa, ms encantadora que habamos conocido. En cambio, Irene por qu entorpezco el relato con este esperpento, cuando en la realidad procuraba no mirarla? desairaba a Claudia y congeniaba con las chiquilinas de las tricotas y con sus molestos muchachitos. Una maana, aprovechando una ausencia (momentnea, sin duda) de los muchachitos, me acerqu a esas adolescentes y les refer la entrevista con el profesor de esqu. Debo reconocer que estuve gracioso. No consegu que se rieran. Queran mucho a Hinterhffer, haba sido un hroe, un miles gloriosus, etctera. En un esfuerzo de galantera les propuse que ellas me ensearan a esquiar. Se excusaron; adujeron que partan, con sus amiguitos, cundo no, al da siguiente, a una excursin por la montaa. Esto result cierto, pero no lo es menos que esas chiquilinas inexpertas me trataron como si las apartara de m no s qu intransitable distancia de generaciones; peor an: me llamaron seor. Filosficamente me dije: Es un error de informacin. No saben que soy joven. Hay que perdonarlas. Pero, intil negarlo, despus de la conversacin me sent muy viejo. Esto me pasa, pens, por alejarme de Buenos Aires. All lo conocen a uno, la gente est prevenida, no ocurren estas cosas. Al otro da, 13 de septiembre, aunque nev copiosamente, la ruidosa juventud parti temprano, a su excursin. Yo cre que por unas horas benficas podra olvidar a estas

muchachitas desagradables y a sus chevaliers servants. Por unas horas las olvid. Luego, cmo fastidiaron... As haban planeado las cosas: para el 13, el viaje de ida; el 14 lo pasaban en un refugio en la cordillera, no s dnde; el 15 regresaban. Antes de que fuera noche deban estar en el hotel, pero no les import mucho, por lo visto, tenernos con cuidado, como dijo atinadamente Irene Gonzlez Salomn. Tambin estuvo acertado el general, cuando observ : La gente de hoy, con especialidad los jvenes, echan a la broma la palabra empeada. El mal que aqueja a la Repblica, iganme bien, es una insensibilidad al compromiso. Muy justo convino Arriaga. Llevo el coche al taller, me lo prometen para una fecha, voy a buscarlo de lo ms campante, los seores no lo han tocado. Por suerte que no tengo bastn, porque si no les rompo la crisma. Y nosotros pregunt Irene Salomn, con un hilo de voz desde cundo estamos esperando a los pintores? Ya no me acuerdo. Tenemos la casa que da miedo. Pero estoy con cuidado con estos chicos que no vuelven. Por los chiquilines pasamos una noche de sobresalto (salvo yo, que despus de presenciar por segunda vez en cuatro das El baile de mscaras, me retir a la cama), la mayor parte despiertos y no pocos intentando, sin ningn xito, expediciones de rescate. A escasos metros, esos voluntarios deban regresar precipitadamente, para no perderse en el viento blanco. El 16 an caa nieve, pero con menor intensidad, de un modo casi tenue. Algunos buscaron a Hinterhffer, para organizar debidamente un grupo de esquiadores que saliera en demanda de los muchachos. No lo encontraron. Sanders y Johnson partieron hacia el refugio de los carabineros. Al cabo de dos horas regresaron con noticias alarmantes. De ese lado no podamos esperar auxilio. En el refugio quedaba un solo guardia; los carabineros y aun los aduaneros haban partido a socorrer un tren detenido por la nieve en plena cordillera. Nuestros amigos traan cuentos de aludes y de soldados que se haban extraviado a pocos pasos de su cuartel y que haban muerto petrificados, desnudos, porque en el viento blanco uno siente un gran calor y despavorido se quita la ropa; la muerte los fulmin de pie y quedaron como un grupo de estatuas de piedra blanca. El hecho no haba pasado en aquellos das, sino aos antes, en algn otro temporal, pero el relato nos lleg con las noticias de lo que estaba ocurriendo y aument nuestra desazn. Estas noticias, menos pintorescas y trgicas, tenan un rasgo comn: todas eran malas. Las vas del ferrocarril, que haban saltado ayer, hoy estaban cubiertas por varios metros de nieve; los palos del telgrafo y del telfono tambin haban desaparecido de la vista. En resumen, estbamos completamente aislados. Tal vez para distraernos el crculo de oyentes lo miramos con una inconfundible expresin de abatimiento Sanders refiri que durante la primera mitad del trayecto hacia

el refugio tuvo que dar a Johnson indicaciones referentes a cmo llevar los palos, pero que muy pronto Johnson esqui mejor que l. Probablemente en estas palabras haba alguna verdad y mucha exageracin. Encontrarnos tan bloqueados no era agradable. Por una grotesca desviacin del juicio ca en la mana de recordar con remordimiento los das anteriores al temporal, cuando pude salir y no lo haca. Encerrado en el hotel, cre que iba a asfixiarme. Continuamente me acercaba a las ventanas, en la esperanza de que hubiera ocurrido un milagro que nos permitiese huir. Arbitramos juegos de sociedad. Se daba a cada uno un papel y un lpiz. Uno escriba, sin que nadie las viera, tres preguntas. Los dems, en sus papeles, ponan las respuestas. Despus leamos en voz alta las preguntas y las respuestas. Las encontrbamos cmicas. En las mas, not cierta propensin pornogrfica y mucha idiotez. Las ms poticas eran las de Claudia. Jugamos tambin a la busca del tesoro. A las cuatro de la tarde, la nieve llegaba al segundo piso. A la noche escatimaron la luz, con el pretexto de que las reservas de combustible eran insuficientes. Hubo algn caso de coramina, desmayos ms o menos autnticos, pero yo asist, como si no pasara nada, con un breve puado de fieles, a la segunda representacin de El cartero llama dos veces. Con tal que no sean ms que tres o cuatro, exclam alguien. Las bromas que hicimos aquellos das! En ocasiones nos recuerdo, a todos nosotros, con lstima. Sanders coment: El baile de mscaras tiene la culpa de lo que est ocurriendo. En seguida comprend que esa pelcula era de mal augurio. Entre nosotros aparecer tambin una presencia misteriosa. Al final sabremos quin es y moriremos. Es el Espritu de la Nieve. S, nuestras bromas eran psimas. Con todo, cuando quise excusar la ltima de Sanders y empec a decir Este marino, o don Juan, en desuso... Claudia me interrumpi. Es verdad. Como los marinos tienen la tristeza del mar, l tiene en los ojos la tristeza y el amor de todas las mujeres que lo han querido. Y el pobrecito, vestido como un arlequn, lucha para no dejarse vencer por los aos. Pero no le tenga lstima: lucha valientemente y a todas nos trae locas. No creo que a ella le trajera loca. A la chilena s. Claudia estaba enamorada, pero no de Sanders. Cmo expresar el cambio que se produjo a medianoche? Yo dira, tal vez, que fue una transfiguracin espiritual; como si para enfrentar la terrible situacin, cada uno se hubiera despojado de lo secundario y de lo contingente. Pareca tambin que algo de la

sutil frialdad de la nieve que arreciaba afuera, se hubiera comunicado al aire en que nos movamos; pero no era esa una frialdad que paralizaba, sino al contrario: nos encontrbamos ms livianos, ms despiertos. En efecto, aquella fue una noche de actividad y muy pocos nos retiramos a la cama. Al otro da Claudia me refiri las cosas. Yo la escuchaba embelesado, con tal desprendimiento de toda pasin personal, que entend de una vez por todas que mi papel en la vida es acaso el de un cronista, sin duda el de un espectador, nunca el de un actor. Claudia, la encantadora Claudia, me hablaba de alegras y de temores que senta por causa de otro y yo no sufra! Cuando el reloj luminoso de la recepcin dio las campanadas de la medianoche, Sanders conmovi a los presentes con el anuncio de que a la maana partira en busca de los muchachitos. Johnson dijo que l ira tambin. Gabriel quiso acompaarlos, pero Sanders le pregunt: Cundo esqui por ltima vez? En Interlaken, en 1927. Va a darnos ms trabajo que ayuda dijo Sanders y no lo acept. El general declar con sequedad y firmeza: Voy a disertarles sobre la proyectada expedicin de rescate. Ya que el profesor sali a buscar a esos muchachitos del diablo, me parece intil que ustedes arriesguen el pellejo. Ni Sanders ni Johnson lo escucharon. El general continu: Hay que ser lgico. Nosotros estamos bloqueados en un lugar determinado. Ellos estn perdidos en un lugar indeterminado. Salir, para nosotros, es difcil; encontrarlos, improbable. Dejen que los nios vengan al hotel. La prudencia aconseja que nos quedemos, como sin duda manda la sabia naturaleza que nos bloquea, quietitos, quietitos. Dios proveer. Para la tranquilidad de todos los involucrados en este asunto puedo comunicarles que disponemos segn me he informado de una reserva de provisiones satisfactorias. Con esto, buenas noches. Con eso el general Orellana se levant de la silla, inclin la cabeza y parti a su dormitorio, tan seguro de su derecho al reposo como lo estaba aquel glorioso colega suyo, que en medio de los fulminantes avances de los alemanes, al comienzo de la guerra del 14, no perdi una hora de sueo. Casi al mismo tiempo la chilena y un seor de la recepcin hablaron. Dudo de que el profesor de esqu haya ido a buscar a los muchachos dijo la primera. No estoy autorizado para referirlo dijo el segundo pero en estos instantes me llega la noticia de que algn ladrn misterioso acaba de dar un golpe a la despensa. Nuestras reservas no son ahora tan satisfactorias. Sanders, que era bastante conocedor de aquel sector de la cordillera, se dedic a estudiar los mapas, Claudia propuso: Vamos a organizar la busca del ladrn. Tomados de la mano, corriendo, partieron a registrar el hotel, la chilena con Horacio, Claudia con Johnson. Beto fue solo. Dijo Claudia que al salir de la biblioteca, donde estuvieron todos reunidos, descubri en Irene Gonzlez Salomn una mirada de odio. Aquella busca les depar sorpresas. Horacio y la chilena se toparon con Beto, plantado en la puerta de una de las habitaciones del sexto piso (que estaba, prcticamente, clausurado). Beto procur que no entraran en la habitacin, pero cuando los otros lo echaron a un lado y se encontraron con media despensa amontonada en la cama, en las sillas y en la cmoda, sostuvo que l haba encontrado ah las provisiones robadas y, para evitar el escndalo, les aconsej no hablar. Comprendieron que Beto era el increble ladrn. Horacio le confi

despus a Claudia que debi contenerse para no llamar a la gente, pero que de pronto qued aterrado, como si hubiera descubierto que su hermano estaba loco. De algn modo saba que no era as; pero aquella ridcula, miserable y desmesurada expresin de la rapacidad de Beto era demasiado atroz para tomarla en serio. Haba que olvidarla, como si hubiera ocurrido en un sueo. Toda aquella noche pareca un sueo. Tal vez para disimularse mutuamente que el episodio haba sido penoso, continuaron la expedicin por los altillos del hotel; en un ltimo desvn encontraron a ese falso hroe de la guerra, a Hinterhffer. Se haba ocultado ah para que no lo obligaran a partir en busca de los muchachos. Cuando oy los pasos de Horacio y de la chilena se arrincon tanto, se contrajo tanto, que al salir no pudo incorporarse y por un tiempo considerable anduvo en cuclillas, como un enano colrico. Fue el primero en hablar de la musiquita... Dijo, con el orgullo herido, que diez Horacios y diez chilenas no bastaban para cazarlo, que a l no lo atrapan si esa musiquita no lo hubiera aterrado. Yo coment, con ocurrencias que para m al menos conservan intacta la virtud de provocar la risa, la musiquita que Hinterhffer oy o invent. Me miraron con una expresin extraa, como abstrados en reflexiones y, sin esmerarse mucho, sonrieron. El humorismo de buena ley estaba perdido con aquella gente. En cuanto a Claudia y a Johnson, esa noche descubrieron su amor. Se miraron e, instantneamente, lo supieron. Despus, a la manera de todos los amantes, buscaron el destino, es decir, encontraron en algo que pas desapercibido el da que se conocieron, o en lo que se dijeron una vez, o en lo que sintieron otra, signos premonitorios, pruebas de que, si no conscientemente, de un modo ms hondo, siempre lo saban y claros testimonios de que sus vidas de lejos venan encaminadas... Pobre muchacha, no quera engaarse. En su conversacin conmigo reconoci que en otras ocasiones crey estar enamorada, que no haba sido fiel a nadie, que siempre se dej llevar por la esperanza de encontrar algo maravilloso o por la curiosidad. O por una generosa modestia agregu yo, procurando interpretarla. Por el escrpulo de no darse importancia. No dijo que s ni que no, y habl de cansancio, de futilidad, de amargura. Pero ahora asegur ahora estoy enamorada. Ahora s... Ahora sabe que no ser infiel conclu impacientemente y, acaso con mal gusto, me inclin en una reverencia, intent una broma: Y yo elijo este momento para conocerla! Tuvo la bondad de sonrer. Sigui hablando de la noche. Johnson y ella no queran acordarse de la futura maana, que traera la separacin, quiz definitiva, porque la expedicin de rescate era una temeridad. Es justo reconocer que en ningn momento Claudia le pidi que renunciara a la expedicin, ni que l pens en renunciar. Esa noche fue para ellos generosamente larga, misteriosamente larga. Cuando lleg, por fin, el otro da, el viento amain; a las diez haba cesado de nevar; Sanders apareci; Johnson bes una mano de Claudia y los dos hroes partieron, ntidos y diminutos, en la blancura de la cordillera. Silenciosamente los mirbamos, cuando Irene Gonzlez Salomn ech a llorar y con la cara entre las manos corri a su cuarto. Or el llanto de una vieja trae mala suerte. Aunque no faltaron incidentes, el da transcurri con lentitud. Gabriel Valserra practicaba esqu por los alrededores. Los dems leamos o conversbamos, pero alguna parte de nuestra atencin esperaba a los expedicionarios. Claudia me refiri su vida, la de Johnson, el accidente de Edimburgo, el del circo Medrano y los episodios de la noche; procurando que las ocasiones en que lo nombraba parecieran justificadas, naturales o fortuitas, irresistiblemente habl de Johnson.

La gente se reuni a la tarde en el bar. De vez en cuando alguien se levantaba y se acercaba a las ventanas. Claudia iba a decirme algo de una procesin de msicos y de bailarines, cuando la vieja Irene, solt el llanto. Cmo anhel que nadie lo advirtiera! Cmo anhel que ese llanto asqueroso no tomara cuerpo! Secretamente me enoj con la pobre Claudia, al verla inclinada sobre la vieja, consolndola. La vieja no contestaba, pero, como si las palabras de Claudia la conmovieran, llor con ms mpetu. Todos mirbamos. De pronto el cuadro se anim infernalmente y relumbr un metal. Yo no comprend en seguida lo que haba visto. La vieja sollozaba en brazos de la chilena; un segundo antes, como una gata rabiosa, haba embestido. Si la chilena no se interpone y con mano segura no desva el golpe, la vieja hubiera clavado en el pecho de Claudia esa tijera abierta. Despus nos quedamos a oscuras. Trajeron velas. Explicaron que se haba acabado el combustible. Gabriel observ: Si no hay alguien que desde lo alto haga seales con una luz, no van a encontrar el hotel. Beto parti al solario con un farol de kerosene. Al rato sub yo. Hay que ver el vientito que soplaba. Por ms que agit el farol, no consegu vencer el fro. En cuanto lleg Horacio a reemplazarme, baj y me beb una taza de t bien caliente. Vamos a la terraza dijo Claudia. Quiero ver qu est haciendo Horacio. Volvieron muy pronto. Lo que haban visto era increble: la oscuridad completa. Beto corri escaleras arriba, para averiguar por qu su hermano haba apagado el farol. Alguien dijo despus que se tomaron a golpes. Lo cierto es que Beto qued all, haciendo seales, y que Horacio, en el bar, nos habl de la musiquita. Dijo que al orla sinti que deba apagar el farol. Apagarlo? repet como un eco. Para qu? Para que se perdieran todos, Johnson y los otros. Para que murieran de fro. Les tuve odio. Es atroz. El aspecto melodramtico de las declaraciones de Horacio me dej sin cuidado; no as el aspecto que podramos llamar tcnico. Oda nicamente por Hinterhffer, la musiquita era sin duda un embuste; confirmada por Horacio, era por lo menos un problema. Sin embargo, el hecho, en las circunstancias de Horacio, resultaba ms incomprensible an que en las de Hinterhffer. En muchos dormitorios hay receptores de radiotelefona; bien pudieron Horacio y la chilena o Johnson y Claudia o cualquier otra persona abrir el contacto de uno de esos aparatos; he aqu, ms o menos explicada, la musiquita oda por Hinterhffer (digo ms o menos, porque desde el da anterior no funcionaba la radiotelefona en el hotel; pero qu s yo de estas cosas? Las condiciones que interrumpieron la audicin haban, tal vez, cambiado). Mas cmo explicar la msica oda por Horacio en la solitaria elevacin del solario? O al hablar de confirmacin me equivoqu? Se trataba, simplemente, de un caso de sugestin? La chilena pregunt dnde estaba Gabriel. Contra mis formales protestas anunci el general calz el esqu, dijo que los expedicionarios estaran llegando, que se iba al encuentro y se fue! Persona respetable, pero un tanto impulsiva para mi gusto. En medio de su temeridad, Gabriel no haba perdido la lucidez; yo dira que adquiri una virtud adivinatoria; en efecto, muy pronto encontr al grupo que penosamente regresaba de la montaa. Con termos de caf caliente los reanim y, en ese ltimo kilmetro de mortal fatiga, los ayud a alcanzar el hotel. Como un perrito enfermo, una de las muchachas gema

suavemente, otra rea y otra se revolcaba por el suelo. Sus amiguitos no parecan mejor; olvidmoslos con indulgencia. Todo el mundo abrazaba a Sanders y a Johnson. Esa noche, ms temprano que de costumbre, llamaron a comer. Magnnimos vinos regaron la comilona, y el tono, en aquel saln que en das anteriores pareci lgubre, era de fiesta. La alegra nada pudo, sin embargo, contra el cansancio; antes de las diez nos retiramos todos a los dormitorios. Yo me dorm sin dificultad y, previsiblemente, so con la musiquita. Como suele ocurrir en los sueos, la ilusin fue persuasiva: cre que la musiquita, o su causa, estaba en el cuarto, junto a mi cama. Despert sobresaltado. Despus de un rato comprend que no volvera a conciliar el sueo. En mi vida haba estado tan despierto: como si un misterioso poder me habitara, analic la fantstica realidad de aquellos das. Record lo que me haba dicho el aduanero y lo que yo haba ledo en la Enciclopedia Hispanoamericana. El motivo de la conducta de cada uno resplandeci extraamente: el despecho de Horacio, el miedo de Hinterhffer, la codicia de Beto, el coraje de Sanders... En cuanto a m? La pregunta me dej sobrecogido, con una mezcla de aprensin y de esperanza. En qu da celebraban las liberalia los romanos? Estaba seguro de haber visto un 17, saba el lugar de la pgina en que se hallaba el nmero, pero en cambio no recordaba, el mes. Averiguar esa fecha era perentorio. Saqu de las cobijas un brazo, que instantneamente se enfri, en vano oprim an no haba corriente- el botn de la lmpara, saqu el otro brazo, encend un fsforo, encend la vela. Dirase que esa pobre y claudicante lucecita revel la vasta oscuridad en que me encontraba. Me estremec. Francamente, sin calefaccin, en aquel hotel haca fro. Salt de la cama, me envolv en ponchos, empu el velador y, frente al espejo, murmur: Con tal que las muchachitas que me dicen seor no me vean con esta facha. Sal del cuarto, me intern por el interminable pasillo, alcanc la escalera, empec a bajar. Por momentos pareca que una brisa imperceptible fuera a apagar la llama; yo me detena; la miraba afianzarse; encandilado, prosegua mi camino en direccin a la biblioteca. Entrev hacia la derecha, a lo lejos, un movimiento claro, como de un efmero rayo de luz. O pasos. Quin anda? pregunt. Una voz anmala me contest: El sereno. Apareci el hombre, enfocando con su linterna (en los libros que yo lea cuando era chico esas linternas, terriblemente, se llamaban sordas). No puedo dormir expliqu. Me ha entrado una duda sobre algo que lea a la tarde en un libro de la biblioteca. Hasta que no vea ese libro no tendr paz. Cosas del insomnio! El sereno me mir con atencin. Despus de unos instantes observ: Est temblando. Repliqu: Hace fro. Voy a prepararle un tecito caliente propuso el hombre. Hablaba como si estuviera mimando a un nio. Por la manera de pronunciar prepararle y tecito descubr que era alemn.

Bueno dije pero primero acompeme hasta la biblioteca. Si se apaga la vela, me desoriento y me pierdo para siempre. Llegamos, puse la vela sobre la mesa y saqu de los estantes dos o tres tomos. El sereno parti a prepararme el t; en verdad yo hubiera preferido que se quedara con su linterna. Cuando hojeaba los volmenes, la llama se estremeca y poco faltaba para que se apagara del todo. Yo estaba ofuscado. Primero no di con el artculo; despus, con el prrafo. Finalmente le: Roma celebraba estas festividades el 17 de marzo. Ms me hubiera valido no abrir de nuevo esos malditos libros. Donde esperaba hallar una confirmacin para mi hiptesis, encontr la primera discrepancia. Las fechas no coincidan. No dir que todo se derrumbaba; pero, por qu negarlo, aquello era una grieta. Me consol pensando en la innata sabidura de la memoria y del olvido; de la memoria, que retuvo el 17, til para la hiptesis; del olvido, que absorbi el marzo perjudicial... Estas insulseces muy pronto fueron barridas de mi consideracin. Lo primero que advert slo pas en mi alma. Cmo lo expresar? Fue mi respuesta a lo que an no haba odo? Tenuemente, agradablemente, me sofoc una suerte de jbilo intelectual, como si estimulada por algn excitante, la facultad de interpretar y de entender se hubiera desarrollado de manera prodigiosa. Yo me estaba solazando no sin pudor escribo el verbo con la renovada energa de mi inteligencia, cuando ocurri algo extraordinario. Desde ese instante olvid todo lo personal, las vanidades, grandes y pequeas, la conciencia del peligro. El hecho me lleg al principio con aparente incertidumbre, como percibimos, paseando por un jardn, la fragancia de un arbusto (y la perdemos y volvemos atrs para recuperarla); o como, en el campo, en un da de esto, entre el clido vaho del trbol, descubrimos en un lugar que parece inestable, pero que, al retroceder, de nuevo encontramos, la sutil frescura de una corriente de agua subterrnea. Gradualmente aument y se volvi ms definido el tumulto, como si una muchedumbre pasara junto a m. Ese trnsito apag la vela, pero no repar en ello. Estaba embelesado con el acordado rumor de los instrumentos (flautas? cmbalos?), con el eco de la gritera y de los bailes. Luego la presencia o la procesin se fue de la biblioteca; siguindola a travs de los salones oscuros, que recorr sin el auxilio de ninguna luz, llegu hasta la puerta; la abr y me pareci que se alejaba y se desvaneca en la noche aquella msica feliz. Detenido en el umbral, an atento a la invisible partida, entend todo. A mi lado alguien habl: Va a tomar fro. Era el sereno. Me traa el t. Cuando estbamos cerrando la puerta me volv bruscamente. No ve nada en la nieve? le pregunt. Dijo que no. Yo cre ver como las huellas de un gigante que se alejaba. Me sent extenuado; me dej caer en una silla y silenciosamente beb una taza de t. El sereno, que haba cerrado la puerta, me miraba complacido. Llen una segunda taza y le pregunt: Usted es europeo? S, seor contest. Mi pueblo viene a quedar entre la Selva Negra y el Rin. Entonces, dgame: qu mes corresponde, all en su pueblo, a nuestro septiembre? El sereno abri la boca y no dijo nada. Cuando ac es invierno aclar all es verano, cuando ac es otoo all es primavera,

de acuerdo? El hombre se dio una vigorosa palmada en la nalga y exclam con alegra: De acuerdo! La primavera empieza en Europa el 21 de marzo. Marzo corresponde... Qu fecha es hoy? le pregunt. Hoy es 17 de septiembre. A un tiempo miramos, el reloj luminoso de la recepcin. Marcaba las doce y tres minutos. Mientras el sereno, riendo benvolamente, correga su afirmacin anterior y repeta: Es 18, es 18 yo pens: Las fechas coinciden. Nuestro 17 de septiembre corresponde al 17 de marzo del otro hemisferio. Para nosotros, en estos momentos concluye el da en que los romanos celebraban la liberalia, las fiestas en honor del dios Baco. Acab de beber el t y me fui a dormir. A la maana despert con la urgente necesidad de explicar mi teora. Lo principal, me dije, es conseguir un oyente capaz de avenirse con estas ideas. De lo contrario todava va a resultar que no ha ocurrido nada. Voy a buscar a Claudia y, si no la encuentro, a Johnson. En el hall, que pareca el saln de un barco poco antes de llegar a puerto, se haba amontonado la gente. Cada uno cargaba con dos o tres valijas, con varios abrigos, con mantas y con ponchos. Carabineros chilenos daban rdenes. Por una sola puerta dejaban salir; apostados ah, a todo viajero lo obligaban a despojarse del equipaje, salvo la valija ms chica y un abrigo. Todos pugnaban hacia la salida. -Qu pasa? pregunt al general. Los carabineros van a llevarnos en trineo hasta donde llega el tren. La primera tanda sale dentro de diez minutos; la segunda, dentro de una hora, A la tarde estaremos en Santiago. Los equipajes nos siguen dentro de tres o cuatro das. Divis a Johnson, que estaba cerca de la puerta. A fuerza de codos me escurr entre la gente y lo alcanc. Lo tom del brazo. Todava no he visto a Claudia esta maana me dijo con afliccin. Ahora voy a verla. Est en los trineos. Voy con ella en la primera tanda. No puede ser repliqu y, levantando la voz, aad impertinentemente: La primera tanda, para las mujeres, los viejos y los nios! Los carabineros aceptaron mi sugestin. En cuanto a mis compaeros de hotel, los que estaban llegando a la puerta por poco no me golpean. Johnson no dijo nada, pero me mir con ojos de incomprensin y de tristeza. Yo creo que en ese momento, a pesar de todo su coraje, estuvo a punto de llorar, porque no lo dejaban juntarse con su amiga. Pobre Johnson, cmo lo mortifiqu! Dirase que mi facultad de entender y de sentir haba concluido la noche anterior, a las doce; o, por lo menos, que de nuevo yo estaba entendiendo con mi habitual lentitud y sintiendo con mi celebrada despreocupacin. Estas reflexiones no me abatieron. Al contrario, me entr una comezn de actuar (en m son raras y efmeras); para aprovecharla, me puse al lado de Irene Gonzlez Salomn, y la abord con cierta pregunta. Se ruboriz, como si recordara algo que la avergonzaba, llamndome joven (mir alrededor, con la intil esperanza de que alguna de las muchachitas oyera) dijo que le gustara saber quin era yo para interrogarla y acab por contestar

afirmativamente. En seguida me corr al general. Repet la pregunta. Cuando asinti sus consideraciones eran superfluas, mi teora quedaba confirmada lo dej pronunciando la consabida disertacin sobre el punto. Por ltimo, habl con Beto; reconoci que s, como era previsible. (Para qu andar con misterios? Les pregunt si

haban odo la musiquita.) Los de la segunda tanda tuvimos que esperar bastante. La anunciada hora entre la primera salida y la segunda se prolong a ms de tres. En algn momento encontr a Johnson en el bar. Todava por aqu? le dije, le seal una mesa, para l ped algn alcohol, para m un t y, en cuanto empezamos a beber, acomet la explicacin de los hechos de la vspera. No me demor en antecedentes ni en prembulos. El 17 declar todos actuamos en carcter, como reza la frase. Demasiado en carcter, para que fuera natural. Era como si un autor hubiera trazado nuestra conducta. El cobarde actu con una pura y difana cobarda, los intrpidos, con el ms extremado coraje; el villano, con absoluta perfidia; los enamorados, con un amor que no conoca reservas, etctera. La esencia de cada uno, buena o mala, obr con libertad. Todo esto me pareci raro: no es lo que habitualmente encontramos por el mundo. Ms evidentemente rara era la cuestin de la musiquita. Cuando Hinterhffer aleg la musiquita para justificar el espanto que lo paraliz, intent un comentario burlesco, segn creo bastante gracioso. Apenas obtuve unas desganadas sonrisas. Pero cmo la gente iba a rer? Lo que yo entonces ignoraba era que todos, en algn momento, haban odo la musiquita. Cada uno la oy en el momento de mostrarse, por as decirlo, en carcter. Horacio, cuando impulsivamente apag el farol de las seales. Irene Gonzlez Salomn, cuando atac a Claudia (quin sabe qu fondo sanguinario hay en la seora). Beto, cuando rob las provisiones... Yo lo o... intercal Johnson. Lo descuento, lo descuento repliqu irritado por la interrupcin. Y yo tambin por qu he de ser menos que los otros? Pero djeme explicarle. Un aduanero zurdo, que conoce la historia y las historias del lugar... Gracias me dijeron. Levant los ojos y comprob que el autor de esta nueva interrupcin era el aduanero en persona. Indiqu una silla, pregunt si podra continuar y, ya con la venia de este posible (y temible) tercero en discordia, afirm: El seor me refiri que el primitivo dueo del establecimiento, un tal Bellocchio, era devoto de Baco. Parece que ao tras ao celebraba las liberalia fiestas en honor del dios y que Baco infaliblemente apareca en la fecha. Hasta aqu, de acuerdo. Pero cul era la fecha? Segn la enciclopedia que est en la biblioteca, los romanos festejaban las

liberalia el 17 de marzo. Bellocchio las festejaba el 17 de septiembre asegur el aduanero. Por el cambio de estaciones dije con algn orgullo al 17 de marzo de Europa corresponde en nuestro hemisferio el 17 de septiembre. El 17 de septiembre tena, pues, que aparecer Baco. Bien, seores: el dios apareci. Alguien lo ha visto? pregunt con incredulidad el aduanero. Como generosamente lo reconoci el seor, yo soy un enamorado de las leyendas del lugar. En pos de no s qu noble utopa las busco, las recopilo y las estudio. Cul es el premio de tanto afn? No dara yo mi brazo derecho por haber visto, siquiera una vez, al antiguo dios Baco, a las princesas de la laguna o, por lo menos, al fantasma de la competencia, al Futre de Puente del Inca? Mentira si dijera que los vi. Ni en sueos, caballeros, ni en sueos! Nadie ha visto al dios Baco repliqu pero, en cuanto a sentirlo... Qu digo sentirlo? Mucho ms. En beneficio del aduanero repet mi explicacin. No encuentra significativo prosegu que el 17 acturamos de una manera tan sin matices, tan pura, tan inslita? Interrogue a Beto Valserra, a Horacio, a la seora Gonzlez Salomn, a cualquiera de nosotros. Todos le diremos lo mismo. Nos toc sufrir una transformacin misteriosa; omos una msica de flautas y el paso de una muchedumbre alegre; un poder sobrenatural entr en cada uno y exalt su verdadero fondo: odio, amor, coraje o lo que fuera. Oh s, cada uno recibi la prodigiosa visita de Baco. Se llama teofana ese momento en que un dios nos habita. Con una ansiedad que advert retrospectivamente, pregunt Johnson: Hay que atribuir al dios todo lo que sentimos el 17? Hay que atribuirle la exaltacin de nuestros sentimientos contest. En la enciclopedia pueden encontrar la frase que da la clave del asunto. Se refiere a las liberalia y dice algo as: Aquel era un da de liberacin. Nada estaba prohibido y se permita que los esclavos hablaran libremente. Como ustedes no ignoran, en las religiones antiguas todo era simblico o, si prefieren, nada era casual: ni los emblemas de un bajorrelieve, ni el color de la tnica del sacerdote, ni las palabras del rito, ni la manera de celebrar una fiesta. Yo creo que sin caer en las exageraciones de los psicoanalistas, podemos descubrir en la frase un sentido profundo. Qu significa el da de liberacin? Que si Baco prevalece, nadie sujeta sus verdaderos sentimientos. Y los esclavos que hablan libremente? La pasin, o el reprimido

fondo de cada uno, que irrumpe sin freno. Sobre los smbolos hay un captulo muy curioso en Plutarco. Lo que me detuvo no fue la deprimente melancola de Johnson; fue la expresin de embeleso del aduanero. Quiero decir que pareca un idiota. Se siente bien? le pregunt. Mejor que nunca asegur, mirando hacia adelante, con los ojos como dos monedas. Por qu me dej arrastrar con la cuadrilla a socorrer a ese tren bloqueado? El ao prximo, ni Dios me mueve de aqu. Baco apareci, ya no dudo, y tal vez aparezca de nuevo. Sabe lo que acab de convencerme? La musiquita. Fue, seor, como si la estuviera oyendo. Plutarco, el mismo Plutarco, ratifica lo que usted nos cuenta de la musiquita. En los Varones ilustres usted hallar el tomo en la biblioteca refiere que el ejrcito de no s quin, sitiado en Alejandra, oy una msica y un tumulto as: era Baco que los abandonaba. Y el 17 a medianoche dije yo la o, cuando se iba el dios. Ahora me queda la nostalgia. Mientras dur esa visita fui inteligente: ahora he vuelo a mi acostumbrada pobreza... Fui como pude ser en la juventud; hay un momento en la juventud en que todo es posible, en que todo es poco en la inmensidad de nuestra vida. Por pudor no reproduzco el final de la peroracin. Baraj las rutinas, las renuncias que me habran consumido y en sentido figurado, llor por lo que pude ser. En verdad me pareci que yo era digno de lstima. Casi no repar en Johnson. Primero, envanecido por mi prodigiosa explicacin, luego, sensible a mi presunto infortunio, no repar en las dudas y en la ansiedad con que lo abrumaba. Indudablemente, mi cuarto de hora de inteligencia haba pasado. Cmo no vi que lo entristeca? Yo estaba sugirindole que su amor no era ms que la exaltacin de un dios transitorio. Tal vez Johnson se pregunt si cuando mirara de nuevo a Claudia encontrara en ella el mismo encanto y la misma luz; y tambin (por contradictorio que parezca) si Claudia no estara de nuevo atenta a los otros hombres. Aunque Johnson era muy apasionado, tal vez no fuera tarde para decirle que el amor de ellos dos no haba sido una aventura pasajera, que solamente a lo genuino Baco glorifica... Pero, empleado como estaba en m mismo, cmo iba yo a socorrer a nadie? Al rato partimos los de la segunda tanda. Nuestro progreso fue lento y entrecortado; hubo muchas etapas breves, muchas demoras largas. En alguna solitaria estacin nos quedamos un tiempo que me pareci infinito. Nos dijeron que en determinado punto (ya no recuerdo el nombre) nos reuniramos con los de la primera tanda, pero cuando llegamos con varias horas de retraso- ya se haban ido. Johnson me pregunt por qu Claudia no lo habra esperado. No supe qu contestarle. Entramos en Santiago de noche. Ahora, al recordar las cosas, me parece que la impaciencia por llegar, que al principio Johnson haba mostrado, hacia el final de nuestro largo viaje se gast; al recordar su cara, ensimismada, plida y afligida, sospecho que el pobre tena miedo de encontrarse con Claudia y descubrir que su amor haba sido una ilusin. Me pregunt a qu hotel yo ira. Le respond con vaguedades. Sentirlo cerca siguindome con aquellos ojos compungidos, como un perro lgubre, me resultaba insufrible. Yo hubiera preferido la muerte a escuchar, en

ese momento, sus problemas. Estaba tan cansado! Quera que me dejaran en paz, quera llegar a mi cuarto y echarme a dormir. Al otro da no lo vi. Aunque la seora Gonzlez Salomn, el general Orellana y el ingeniero Arriaga vivan en el mismo hotel que yo, pronto olvid como olvidamos a los compaeros de una travesa en barco a mis amigos de la temporada andina, a los acrbatas y a los otros. Una maana encontr en la peluquera al general y me invit a acompaarlos, a la seora Gonzlez Salomn y a l, a la funcin de estreno del circo. Cundo es? pregunt. Esta noche contest. Me excus, y esa misma noche, cuando o desde mi cuarto a la vieja, que entraba por los corredores llorando, supe el final. No me levant a averiguar lo que haba ocurrido. Cerr los ojos, me tap con la mantas y, despierto, esper al otro da. Es horrible or el llanto de una vieja que llora como una nia. Es de psimo agero. No tuve que esperar el diario para saber que Johnson haba cado al ejecutar su cudruple salto. A la tarde pens llevar unas flores al muerto y visitar a Claudia. Pero no, me dije, no debo revolver aquello. La historia est concluida. Ya nada puedo hacer por el muchacho, sino respetar su memoria. Por lo dems, creo conocer a Claudia y me conozco. Me pareci de buen gusto evitar el toque cnico para el final. Ahora me queda alguna nostalgia. De Claudia, que es encantadora, y de aquella noche en que sent en m al dios y a mis facultades agigantadas. Con las que tengo, modestas como son, narr los hechos. As cumplo mi deber en la vida, que, segn parece, es el de contar cuentos. FIN