beverley- politicas de la teoria. ensayos sobre subalternidad y hegemonia
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Polticas de la teora
Ensayos sobre subalternidad y hegemona
John Beverley
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Polticas de la teora. Ensayos sobre subalternidad y hegemona.
John Beverley
2011.
Seleccin y prlogo Sergio Villalobos-Ruminott.
Traduccin: Marlene Beiza Latorre y Sergio Villalobos-Ruminott.
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ndice:
Prlogo
1. - Tesis sobre subalternidad, representacin y poltica.
2. La poltica de la teora: un itinerario personal.
3. - Sobre el paradigma de los estudios culturales (conferencia de Montevideo).
4. - El giro neoconservador en la crtica literaria y cultural latinoamericana.
5. - Quines son los cristianos hoy? Notas sobre Imperio de Hardt y Negri.
6. - Deconstruccin y subalternismo.
7. El subalterno y el Estado.
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La hiptesis subalterna y el problema del poder popular
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Llamamos a impulsar el Poder Popular, nica forma de expresar la fortaleza de los trabajadores y enfrentar las embestidas que desde las trincheras del orden burgus desatan las clases patronales Miguel Enrquez. Discurso del 7 de julio de 1973.
Lo que caracteriza al conjunto de ensayos de John Beverley reunidos ac es su
forma directa y desvergonzada de producir un giro poltico al interior del mundo
acadmico norteamericano, lugar donde se ha desarrollado, en los ltimos aos, el debate
subalternista relativo tanto a la India postcolonial como a Amrica Latina. Efectivamente,
el nfasis general de estos ensayos tiene que ver con un desplazamiento desde las disputas
ticas y epistemolgicas que han acompaado el desarrollo de los Subaltern Studies en la
universidad metropolitana y que han marcado su estagnacin, para reorientarlos hacia la
problemtica del Estado y de la hegemona en el contexto sociopoltico regional. Esto
ltimo no equivale a sostener que Beverley ha resuelto el vnculo entre dichos estudios y el
problema de lo poltico, precisamente porque lo poltico, entendido como el espacio de
una imaginacin terica concentrada en deconstruir los presupuestos fundacionales de la
tradicin occidental, tiende a complejizarse infinitamente y a indiferenciarse en el mbito
universitario. No, lo que Beverley ha hecho es abandonar las preocupaciones tericas y
ticas trascendentales, para concentrarse, con un desenfadado pragmatismo, en la realpolitik
constituida por los ordenes discursivos e institucionales relativos a la organizacin del
poder en la sociedad capitalista global.
En este sentido, podemos afirmar que su interrogacin no tiene que ver con las
insistencias metafsicas que acompaan la formulacin de la teora moderna; por el
contrario, su trabajo est orientado, de manera ms acotada, a discernir las coordenadas
materiales que hacen posible reelaborar una concepcin de la prctica intelectual advertida
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tanto de sus limitaciones endmicas (asociadas a su posicin en la divisin social del
trabajo), como de su carcter secundario en relacin con las prcticas polticas subalternas.
En otras palabras, la interrogacin de Beverley no es terica sino que est relacionada con
la olvidada pregunta por el qu hacer.
La consecuencia fundamental de este desplazamiento es que an cuando
podramos dedicarnos a socavar las afirmaciones urdidas por el razonamiento de sus textos
y vincularlas con la metafsica de la presencia y del sujeto, estos textos parecen demandar, en
atencin a sus propias dinmicas significantes, un tipo de lectura diferente, en retirada de
la deconstruccin de la deconstruccin ad infinitum que marca el ritmo de la crtica profesional.
Y esto tiene que ver, bsicamente, con el hecho de que las preocupaciones esbozadas en sus
ensayos no son ajenas a las preguntas constitutivas de la tradicin de izquierda, si
entendemos por dicha tradicin el archivo material de las luchas por la liberacin de
cualquier tipo y bajo cualquier bandera. En efecto, se trata de preocupaciones relativas a la
cuestin del poder y la representacin, la democracia real y la emancipacin; en tal caso, lo
que estos ensayos hacen posible es una recuperacin del horizonte problemtico de
izquierda, crucial para elaborar una alternativa al actual modelo de acumulacin imperial y
de devastacin planetaria. Obviamente, sera errneo considerar la contribucin de
Beverley como una propuesta definitiva, pues su mrito consiste en volver a poner en
discusin la necesidad de la organizacin poltica y del poder popular, de la lucha contra-
hegemnica y de la centralidad del Estado, ms all de las narrativas desarrollistas y
modernizadoras que habran caracterizado a la intelligentsia latinoamericana en su
necesidad de corregir las imperfecciones del modelo regional de modernidad. En vez de
habitar el pathos de la crisis y el fin de la historia, su trabajo muestra cmo los obstculos
que enfrentan hoy los movimientos sociales latinoamericanos pasan, indefectiblemente,
por una problematizacin de los partidos y organizaciones polticas populares, incluyendo
al mismo Estado nacional, aparentemente abolido o subordinado a los imperativos del
mercado global.
Por supuesto, el carcter aportico de los estudios subalternos, esto es, el que sean
tanto un campo disciplinario alojado en la universidad contempornea, como una
reflexin precipitada por las precarias condiciones de existencia de aquellos despojados de
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toda posibilidad de justicia social los pobres del campo y la ciudad-, no se resuelve con
este desplazamiento. Por el contrario, el cambio de nfasis operado por el autor termina
por radicalizar la condicin aportica de dichos estudios y los inscribe en la conflictiva
tradicin moderna relativa a las relaciones entre teora y prctica. Es all donde interesa
retomar este asunto, no para producir sntesis tericas aparentemente indiscutibles, sino
para elaborar un trazado, una topografa de problemas que distingan el horizonte poltico
de la izquierda en el mundo actual.
En este sentido, antes que referir la problemtica de los estudios subalternos a
cuestiones de orden epistemolgico o tico (analticamente separados), lo que importa es
mostrar la yuxtaposicin de dichos rdenes y, de esa manera, escapar al fetichismo analtico
que convierte las preocupaciones del subalternismo en un asunto meramente acadmico.
Obviamente, no se trata de negar la pertinencia de interrogaciones tericas o
metodolgicas, sino de dotar a dichas interrogaciones de un contexto histrico acotado
para evitar que se transformen en limitaciones burocrticas. Lo estudios subalternos son
aporticos precisamente porque ponen en escena esta paradoja, la de ser un producto
letrado y, a la vez, la de expresar una voluntad poltica de cambio social. Ms importante
que los estudios subalternos son los subalternos en tanto que tales, y esto es algo que
Beverley no se cansa de repetirnos.
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Por otro lado, si atendemos a la historia interna del subalternismo latinoamericano,
es fcil percibir cmo su emergencia estara relacionada con la crisis del socialismo real, con
la derrota del Frente Sandinista en Nicaragua y con los eventos que marcaron la cada del
comunismo en Occidente. En dicha historia interna, los estudios subalternos habran
funcionado como una reorganizacin paradigmtica, epistemolgica y poltica para una
generacin de latinoamericanistas que, en la dcada de los 90, vean desvanecerse las
esperanzas de transformacin social asociadas con los paradigmas liberacionistas y
marxistas tradicionales. Para entonces, la transformacin radical del patrn de
acumulacin capitalista (nacional) ya era una realidad indesmentible, pero una realidad
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que se deba ms a las dinmicas internas de la misma acumulacin capitalista expandida
ahora ms all del Estado nacional en un franco proceso de globalizacin-, que a los
movimientos anticapitalistas del siglo XX. As, los estudios subalternos cumplan una
funcin rearticuladora: por un lado, permitan reformular una serie de problemas internos
a la tradicin crtica moderna (relativos a la representacin y sus lmites, al historicismo, al
eurocentrismo, y a las taras economicistas y clasistas del marxismo europeo, etc.); y, por
otro lado, permitan leer las dinmicas de restructuracin de Amrica Latina sin perder de
vista los compromisos polticos y ticos con aquellos que siguen siendo receptores pasivos
del tibio reformismo de las clases dirigentes.
En este sentido, la emergencia del subalternismo, tanto en la India como en
Amrica Latina, est indefectiblemente ligada a la crisis contempornea del marxismo, ya
sea que expliquemos esta crisis de manera histrica o terica. En el primer caso, sus causas
se retrotraen hasta el mismo proceso de estalinizacin de la Unin Sovitica, al fracaso de
la Revolucin Cultural china y su incapacidad para suprimir las persistentes tendencias
capitalistas al interior del Partido Comunista Chino (como adverta tempranamente Mao),
a la nacionalizacin de los procesos revolucionarios y a la burocratizacin de la Tercera
Internacional y de los respectivos Partidos Comunistas nacionales. A la sustantivacin de la
estrategia del los Frentes Populares, tcticamente diseados para resistir el fascismo, y
convertidos en alianzas electorales orientadas a perpetuarse en el poder del Estado, en vez
de transformarlo, etc. Sin embargo, si ponemos el nfasis en los aspectos tericos de esta
crisis, entonces la emergencia de modelos eurocomunistas alternativos al estalinismo, junto
al desarrollo de corrientes existencialistas (Sartre) y estructuralistas (Althusser et. al.) al
interior del marxismo occidental, y del llamado neomarxismo de los aos 60 (Marcuse y la
Nueva Izquierda) y del postmarxismo de los aos 80 (Chantal Mouffe y Ernesto Laclau),
apareceran como instancias necesarias para entender este proceso.
El subalternismo sera, en tal caso, una revisin no-europea (a pesar de su referencia
central a Gramsci) de las limitaciones del marxismo moderno, preocupada con la
inoperatividad conceptual y, finalmente poltica, de los modelos narrativos todava
desarrollistas de esta tradicin.
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Efectivamente, el subalternismo surge en la India contempornea, con figuras tales
como Ranajit Guha y Dipesh Chakrabarty (junto al grupo de historiadores asociados con
los Subaltern Studies Group) precisamente como una crtica al historicismo marxista y sus
modelos de racionalidad y evolucin poltica, inapropiados para dar cuenta de la
historicidad concreta de los procesos constitutivos de la realidad del subcontinente asitico.
De la misma manera, desde el Founding Statement del Grupo Latinoamericano de Estudios
Subalternos1, hasta las expresiones mas recientes relativas al campo latinoamericano, el
subalternismo aparece como una instancia reflexiva abocada a corregir y reformular las
limitaciones de la tradicin marxista y liberacionista latinoamericana.
Por otro lado, sin embargo, en la medida en que los estudios subalternos se
inscriben en el horizonte emancipatorio moderno, horizonte indefectiblemente asociado al
marxismo, y en la medida en que nociones tales como agencia subjetiva, hegemona, clases
o fracciones de clase, y la problemtica del poder son relevantes en el trabajo subalternista,
entonces los mismos estudios subalternos pueden ser considerados como un desarrollo
alternativo al marxismo occidental, un desarrollo que habitara, en cualquier caso, la
misma problemtica2. Es decir, ms que pensarlos como una manifestacin post-marxista
divorciada radicalmente de su horizonte, habra que concebirlos como una variacin
complementaria atenta tanto a las especificidades regionales del desarrollo capitalista,
como a sus dinmicas contemporneas. En tal caso, el subalternismo es tambin una crtica
radical del modo de acumulacin capitalista y de su lgica de espacializacin y
homogeneizacin de la temporalidad (especficamente, de su teora del valor), lo que
Beverley muestra mediante sus alusiones al trabajo de Dipesh Chakrabarty y su crtica del
modelo teolgico y monoltico de modernidad y secularizacin, propios de la razn
colonial occidental.
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1 Founding Statement, Latin American Subaltern Studies Group, en: John Beverley, Jos Oviedo y Michael Aronna, The Postmodernism Debate in Latin America (Durham: Duke University Press, 1995), 135-146. 2 Usamos la nocin althusseriana de problemtica para enfatizar la copertenencia epistmica entre subalternismo y marxismo, sin que esto signifique indiferenciar u omitir las crticas sublternistas al marxismo ni reterritorializarlo en Occidente.
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Este sera otro de los elementos importantes en los ensayos reunidos ac, a saber, el
paso desde el momento testimonialista, que marc la decepcin del mismo Beverley con la
tradicin literaria latinoamericana y con su inscripcin institucional (arielista), hacia una
problematizacin de la hegemona poltica y cultural como instancia ineludible en la
autoconstitucin de las clases subalternas en cuanto poder popular3. En efecto, mientras
que el debate en torno al testimonio de Rigoberta Mench defini una primera etapa en el
desarrollo de los estudios subalternos y produjo una imagen negativa y despolitizada del
subalterno, totalmente capturada por el orden estatal colonial o post-colonial4, la
reformulacin del problema de la subalternidad desde el horizonte de la pregunta por la
hegemona abre al menos tres dimensiones fundamentales para el debate contemporneo:
1) La relacin entre subalternidad y hegemona nos obliga a problematizar la naturalizada
nocin de hegemona que circula en los mbitos polticos e intelectuales (de ah la
pertinencia del marxismo como horizonte problemtico). En primera instancia, hegemona
significa tanto la facticidad del poder y de su organizacin en general, como una teora
especfica de su funcionamiento a travs de mecanismos de subordinacin y persuasin
ideolgica. En el primer caso, la hegemona imperial norteamericana en el contexto de la
post-Guerra fra es un hecho indesmentible, independientemente de que este poder
imperial se articule o no de manera hegemnica, es decir, a travs de mecanismos de
interpelacin discursiva, o se auto-constituya como excepcionalidad radical. As, la
hegemona imperial contempornea sera post-hegemnica, debido a que la Pax Americana
(ultima manifestacin de la Pax Imperial occidental) se presentara como estrategia
preventiva y devastacin de la disidencia (desde Irak hasta Libia)5. La pregunta por la
3 John Beverley, Subalternidad y representacin. Debates en teora cultural (Alemania: Iberoamericana-Vervuert, 2004). Y, Testimonio: On the Politics of Truth (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2004). 4 El caso ejemplar est en las crticas de David Stoll a la veracidad de la narracin de Mench. Ver de Stoll y Arturo Arias, The Rigoberta Menchu Controversy (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2001). 5 En una perspectiva todava general, desde el argumento cristiano sobre el mal menor, hasta las disputas entre Gins de Seplveda y Bartolom de las Casas relativas a las causas de la guerra justa sobre los naturales de las Indias occidentales; desde la primera cruzada, momento en que Occidente habra tomado conciencia plena de su proyecto cristiano-imperial, hasta la formulacin, el ao 2001, del documento Responsibility to Protect (R2P), que habilita a la comunidad internacional (expresada en la voz del presidente
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relacin entre el subalterno y la hegemona tiene, por lo tanto, distintas acepciones si
consideramos la hegemona como sinnimo del poder, o si la consideramos como una
teora del espacio poltico y de las luchas por posicionarnos en l.
2) Por otro lado, la nocin teortica de hegemona que prima en los debates culturales y
polticos contemporneos en Amrica Latina, tiene que ver con la muy especfica recepcin
del pensamiento de Antonio Gramsci, a travs de, por lo menos, tres instancias de
recepcin: a) el trabajo de Jos Aric y del grupo de intelectuales argentinos asociados a los
cuadernos de Pasado y Presente, en la dcada del 706; b) La recuperacin del modelo cultural
gramsciano para pensar la lucha hegemnica en contextos autoritarios, desarrollada por los
socilogos culturales chilenos en la dcada de los 80, de la que se deriva una teora de las
transiciones democrticas y de la modernidad tarda latinoamericana en tiempos de
neoliberalismo y globalizacin7. Y, c) la reconstruccin del pensamiento marxista desde un
post-marxismo advertido de la centralidad y limitaciones de la nocin de hegemona
gramsciana, y de los aportes del pensamiento crtico contemporneo, en el trabajo de
Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, a mediados de los 808; trabajo que marcar la escena de
discusin poltica y cultural hasta nuestros das, y a la cual Beverley pertenece.
3) Sin embargo, como nos indica la lectura del proceso boliviano y del trabajo de Garca
Linera en particular- que se realiza en el ltimo ensayo, la pregunta por la hegemona
tambin implica una interrogacin sobre la naturaleza del Estado, del poder y de la
organizacin popular. En este sentido, la posicin de Beverley disiente profundamente de
aquella representada por el trabajo de Michael Hardt y Antonio Negri (particularmente sus
tres best-sellers en colaboracin, Empire, War and Multitude, y Commonwealth) y de su
norteamericano, indudablemente) a intervenir en pases donde la soberana quedara en suspenso en nombre de la defensa de la humanidad, la Pax Imperial occidental ha encontrado diversos mecanismos justificatorios de su acendrada poltica de intervencin y demonizacin de las diferencias geo-culturales. Ver, Talal Asad, Thinking about Terrorism and Just War, Cambridge Review of International Affairs (23: 1) 2010: 3-24. Y, Mahmmod Mamdani, Good Muslin, Bad Muslin: America, The Cold War, and the Roots of Terror (New York: Pantheon, 2004). 6 Jos Aric, La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en Amrica Latina (Buenos Aires: Siglo XXI, 2005). Ral Burgos, Los gramscianos argentinos: cultura y poltica en la experiencia de Pasado y Presente (Buenos Aires: Siglo XXI, 2005). 7 Adems de la teora cultural de Jos Joaqun Brunner, ver el temprano texto de Eduardo Sabrovsky, Hegemona y racionalidad poltica. Contribucin a una teora democrtica del cambio (Santiago: Ornitorrinco, 1988). 8 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemona y estrategia socialista. Hacia una radicalizacin de la democracia (Buenos Aires: Siglo XXI, 2000), fue primero publicado en ingls en el ao 1985.
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respectiva apelacin a nociones tales como potencia y multitud. Como puede verse, la
discrepancia con el trabajo de Negri y Hardt es explcita, aunque ms reveladora es su
distancia con el horizonte post-hegemnico, ejemplarmente desarrollado por Jon Beasley-
Murray9. La preocupacin central con la problemtica del poder popular, esto es, con la
posibilidad de romper con el artilugio del poder como produccin trascendental de
subalternidad y producir un referente poltico viable para que el subalterno pueda,
efectivamente, transformar las condiciones de opresin que le castigan, lleva a Beverley a
retomar no slo la pregunta por las organizaciones de resistencia, sino tambin a cuestionar
la centralidad del Estado nacional en la misma disputa poltica contempornea. El
argumento es bastante directo, la supuesta disolucin, abolicin o modernizacin del
Estado nacional no es un logro de las luchas sociales, sino un imperativo del proceso
neoliberal de globalizacin, es decir, se debe al paso desde el patrn de acumulacin
industrial hacia el patrn de acumulacin flexible asociado con el capitalismo financiero
actual. Si esto es as, la izquierda post-hegemnica y anti-estatista (como en su anlisis de los
Zapatistas en Mxico) tendera a desconsiderar la condicin tctica del Estado en el
empoderamiento de las organizaciones subalternas, convirtindose en una disoluta
posicin internacionalista que se equilibra entre las determinantes ticas del regionalismo
crtico (Spivak) y la antropologa fundacionalista de la multitud transnacional (Beasley-
Murray).
La gravedad de esta ceguera terica se acentuara an ms al constatar el rol
preponderante del estado nacional militarizado en la implementacin y expansin del
modelo neoliberal a escala planetaria10.
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9 Ver el reciente libro de Jon Beasley-Murray, Post-Hegemony. Latin American and Political Theory (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2011). 10 David Harvey, A Brief History of Neoliberalism (Cambridge: Oxford University Press, 2007). Este rol preponderante est relacionado, indudablemente, con el incremento de la brutalidad en las campaas militares norteamericanas en el periodo inaugurado con el fin de la Guerra Fra (Irak, Yugoslavia, Hait, Panama, Afganistn, Irak, Libia, etc.). A pesar de su discurso ideolgico post-estatal, el neoliberalismo contemporneo, al igual que el liberalismo clsico, depende fuertemente de las funciones represivas y policiales del Estado moderno.
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Por esto decimos que Beverley ha vuelto a plantear la pregunta por el qu hacer, y
ha vuelto a aterrizar la discusin en el mbito acotado de los actuales procesos de
transformacin poltica y social que se estn desarrollando en Amrica Latina y en el
mundo. Se trata de superar la falsa alternativa entre reformismo y radicalismo centrada en
la forma de tomar el poder del Estado. La toma del poder del Estado, en otras palabras, es
una instancia tctica en la constitucin y fortalecimiento del poder popular, y no una
finalidad en s misma. Quiz esta sea la relevancia del trabajo terico y poltico de Garca
Linera en Bolivia, o de Marilena Chaui en Brasil11, es decir, la subordinacin de la
administracin del Estado a una refundacin de la prctica poltica basada en la
participacin ciudadana directa y permanente, una instancia subordinada a los imperativos
del poder constituyente (para recordar al mismo Negri). Sin embargo, esto no significa
desechar el Estado como instancia irrelevante en la lucha poltica, precisamente porque
desde l se juega una serie de posicionamientos y contradiscursos capaces de contrarrestar
las arremetidas neoliberales y neocorporativas que tienden a convertir la poltica en un
simulacro meramente ilusorio. En esto consiste el pragmatismo desenfadado de Beverley,
en no temer aparecer como un reformista o un social-demcrata, cuando se trata de pensar
las posibilidades efectivas para la rearticulacin de una prctica poltica de izquierda
advertida de sus fracasos y ofuscaciones, y a resguardo de un infantilismo de izquierda que
terminara, en su ineficacia, por ser cmplice con la misma lgica de desterritorializacin
del capitalismo mundial integrado12. Esto conlleva, a su vez, la recuperacin genealgica de
las luchas y debates que constituyen la tradicin de la izquierda occidental y mundial,
donde el subalternismo, en cuanto horizonte problemtico, aparece fuertemente
11 Ver de Garca Linera, Crisis estatal y poder popular, New Left Review 37 (2006): 66-77. Y, del extenso trabajo de Marilena Chaui, Leituras da crise. Dilogos sobre o PT, la democracia brasileira e o socialismo (Entrevistados por Juarez Guimares) (So Paulo: Fundao Perseu Abramo, 2006), 17-83. 12 La diferencia entre comunismo e izquierdismo y la recuperacin de la izquierda como campo poltico pertienete pare el debate contemporneo es lo que destaca en los aportes de Alain Badiou y Bruno Bosteels, respectivamente. Alain Badiou, The Communist Hypothesis (New York: Verso, 2010). Y, Bruno Bosteels, The Leftist Hypothesis: Communism in the Age of Terror. En: The Idea of Communism. Costas Douzinas and Slavoj Zizek (editores) (London and New York: Verso, 2010). 33-66.
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emparentado con la problemtica latinoamericana de la dualidad de poderes y la
constitucin del poder popular13.
En efecto, sus reflexiones sobre el estado actual y el futuro de la llamada marea
rosada latinoamericana no adolecen de un optimismo ciego frente a las limitaciones que
se imponen a los Estados nacionales desde los imperativos del orden mundial (El
Pentgono, el FMI y el Banco Mundial); sin embargo, los Estados nacionales y la posible
articulacin de una instancia transestatal a nivel latinoamericano no slo reactualizan el
panamericanismo bolivariano y martiano de nuestra historia inmediata, sino que aparecen
como una responsabilidad ineludible para contrarrestar las arremetidas de la Pax Imperial y
su descarada poltica de intromisin y alineamiento.
Aqu es donde corresponde complementar las sugerencias de Beverley para, una vez
desplazado el campo de anlisis desde los estudios subalternos hacia el problema del poder
y la subalternidad, podamos destacar la pertinencia de sus ensayos:
1) Por un lado, la relacin entre subalternidad y hegemona implica una revisin del
mismo concepto de hegemona, demasiado inscrito en la estela gramsciana-laclaudiana, en
menoscabo de las contribuciones que Rosa Luxemburgo, Mao Zedong y Nicos Poulantzas,
entre otros, han realizado. Tanto Luxemburgo como Mao habran elaborado sus
reflexiones advertidos de los procesos de burocratizacin intestinos a las orgnicas
populares, y habran enfatizado la necesidad de dinamizar la misma relacin entre los
subalternos y el poder para evitar la reproduccin de las elites. Sin embargo, tanto
Luxemburgo como Mao han sido destituidos sistemticamente del imaginario de izquierda
en un sentido inversamente proporcional a como este imaginario ha tendido a
burocratizarse en la lgica rutinaria de los partidos comunistas estalinistas. Por otro lado,
las contribuciones de Poulantzas, en su famoso debate en torno a la teora marxista del
Estado con Ralph Miliband, y en su teora del Estado en el capitalismo contemporneo,
habra sido opacada por el impacto de la teora discursiva de la hegemona (Mouffe y
13 Por ejemplo, Ren Zavaleta Mercado, El poder dual en Amrica Latina. Estudio de los casos de Bolivia y Chile (Mxico: Siglo XXI, 1974). Hugo Cancino Troncoso, Chile. La problemtica del Poder Popular en el proceso de la Va Chilena al socialismo 1970-1973 (Dinamarca: Aarhus University Press, 1988). Gabriel Salazar, La violencia poltica en las grandes alamedas. La violencia en Chile 1947-1987 (Santiago: Lom ediciones, 2006).
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Laclau) y constituira lo que hoy en da se conoce como un paradigma perdido14. Dicho
paradigma aparecera en la actualidad como un eslabn ineludible en el anlisis de la
composicin de clases del poder, y en la caracterizacin de las instancias de coordinacin
del capitalismo global; a la vez, gracias a su atencin a los procesos de estatalidad
(identificacin con la fictive ethnicity nacional estatal, segn Etienne Balibar), la teora
del Estado y de la hegemona efectivamente operante desarrollada por Poulantzas,
aparecera tambin como un antecedente directo del modelo biopoltico desarrollado por
Michel Foucault en el mismo periodo. De cualquier forma, nuestro objetivo ac consiste
slo en sugerir las complejidades meta-discursivas de la articulacin hegemnica del
Estado, ms all de la reduccin de la poltica a una forma generalizada de interpelacin
populista. La poltica, en su acepcin radical, es una disputa por las formas de organizacin
social, y este sera el horizonte irrenunciable para una izquierda radical, es decir, la
permanente constitucin de poder popular.
2) Esto ltimo nos lleva al desplazamiento que subyace a todos los ensayos de Beverley. Ms
que dar respuesta a la interrogante tico-poltica puede hablar el subalterno? (Spivak),
podramos decir que la pregunta que se perfila como definitiva en sus ensayos es esta otra:
puede gobernar el subalterno? En una forma que no sea la simple repeticin de la
hegemona tradicional. Las posibles respuestas a dicha pregunta requieren no slo la
reevaluacin de la problemtica del Estado, sino tambin una reflexin a escala local y
mundial, acotada a las formas especficas de organizacin y resistencia popular, pero en
dilogo con las instancias internacionales de lucha oposicional. No porque hayan dos tipos
de luchas, las comunitarias y las transnacionales. Por el contrario, las llamadas luchas
transnacionales son luchas desarraigadas de sus contextos de historicidad y sobre-teorizadas
en un marco filosfico general, que las convierte en referencias fetichistas de la izquierda
universitaria. Slo hay luchas internacionales, es decir, luchas locales que en su misma
espacialidad ponen en cuestin la geopoltica imperial heredera del modelo colonialista y
del capitalismo industrial moderno. Si el subalterno puede gobernar en una forma 14 Ademas de los intercambios entre Nicous Poulantzas y Ralph Miliban en las pginas de la New Left Review a fines de los aos 60 y comienzos de los 70, ver el volumen compilado por Stanley Aranowitz y Peter Bratsis, Paradigm Lost. State Theory Reconsidered (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002).
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diferente a la hegemona tradicional, es decir, en una forma que est advertida de la
produccin de la misma subalternidad por parte del poder, entonces, tambin puede
constituirse en un eslabn de la lucha contra el neoimperialismo contemporneo. Las
referencias a Garca Linera y a Dipesh Chakrabarti son, en este sentido, importantes.
Mientras que Chakrabarti devela la espacializacin de la temporalidad como una
caracterstica definitoria del modelo de modernidad asociada al capitalismo
contemporneo, Garca Linera cruza el campo de la temporalidad neoliberal con los tempi
diferenciados de las comunidades indgenas bolivianas, es decir, cruza el modelo
homogneo y acelerado del capitalismo financiero, con la historicidad sucia y opaca de lo
local, desvirtuando la promesa progresista de la filosofa de la historia del capital15.
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Finalmente, es en este plano donde se juega la relevancia del subalternismo como
instancia de rearticulacin para una poltica de izquierda, en su capacidad para leer el
carcter heterogneo pero simultneo de las revueltas y luchas sociales contemporneas,
cuya convergencia estara dada por un orden econmico y poltico mundial, sin importar
cuan diversificado sea su rostro local. La constitucin de la Pax Americana como instancia
de dominacin imperial contempornea, despus de la Guerra Fra, y ms decididamente,
despus de los eventos del 9/11 del ao 2001, tiene como correlato la necesaria
redefinicin del internacionalismo proletario. El viejo excepcionalismo norteamericano
autofundado en su extraordinaria misin civilizatoria en la tierra, adquiere un carcter
renovado gracias al pasaje que va desde la estrategia de intervencin preventiva (The
Doctrine of Preemptive War que exacerb las brutalidades de la anterior Doctrine of National
Security) del gobierno de Georges W. Bush, hacia el modelo de alineacin euroamericano
priorizado por el gobierno de Barak Obama16. Se trata de un nuevo tipo de administracin
imperial, donde la excepcin democrtica americana ahora se presenta como realizacin
15 Dipesh Chakrabarty, Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Difference (New Jersey: Princeton University Press, 2000). lvaro Garca Linera, Forma valor y forma comunidad. Aproximacin terico-abstracta a los fundamentos civilizatorios que preceden al Ayllu universal (La Paz: Muela del diablo editores, 2009). 16 Donald E. Pease, The New American Exceptionalism (Minneapolis: University f Minnesota Press, 2009)
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teleolgica de las reivindicaciones del activismo negro, desactivando precisamente las
luchas por la emancipacin racial (econmica y cultural) en Amrica y el mundo. El
carcter teolgico-poltico del milagro asociado con la eleccin de Obama (Yes, we can!),
su viaje conciliatorio al Medio Oriente y, recientemente, a Amrica Latina, confirma la
redefinicin de la estrategia internacional norteamericana, su paso desde un
intervencionismo activo y unilateral hacia un modelo normativo, aparentemente
democrtico, y coordinado multilateralmente (todava en el marco de la articulacin euro-
americana17).
Ranajit Guha llam a esta estrategia de recodificacin, prosa de la
contrainsurgencia porque narra desde el poder la historia de los movimientos de
resistencia, capturando en su relato interesado no slo la historicidad de dichas luchas,
sino su potencialidad actual. Prosa sta que captur y desactiv los procesos de
democratizacin latinoamericanos que a fines de los 80 y comienzos de los 90 permitieron
acabar con las dictaduras regionales. Prosa sta que ley la cadas de las burocracias del Este
a principios de los aos 90, como confirmacin del triunfo del modo de vida americano y
fin de la historia. Prosa de la contrainsurgencia, igualmente, aquella perorata comn que
lee los procesos de auto-organizacin popular en Amrica Latina (Zapatistas, Mapuches,
movimientos de trabajadores, etc.) desde el paradigma biopoltico de la seguridad y la
soberana nacional. Prosa reaccionaria y de contrainsurgencia, aquella que lee los recientes
levantamientos rabes en Tnez, Egipto, Libia, Bahrein, Yemen, etc., como revueltas
orientadas por el deseo de democracia occidental (coca-cola y hamburguesas), justificando
la narrativa imperial de Occidente; o como brotes de fundamentalismo islmico orientados
a desestabilizar la institucionalidad democrtica que arduamente Occidente ha tratado de
construir en la regin.
La posibilidad de una estrategia poltica de izquierda en el mundo contemporneo
pasa, inexorablemente, por desbaratar la prosa de la contrainsurgencia, pero para tal efecto
17 Es aqu donde el derecho internacional encuentra su lmite, en la constitucin de un nomos planetario (para recordar a Carl Schmitt) para el cual las Naciones Unidas constituyen una suerte de meta-Estado al servicio de la Pax Americana. En cualquier caso, podemos entender el cambio de estrategia entre Bush y Obama, como el pasaje desde el modelo de polticas internacionales basadas en el analisis de Samuel Huntington y la guerra de civilizaciones, hacia el modelo cooperativo de Bernard Lewis y su orientalismo moderado (Mamdani 2004).
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17
no basta con la constitucin de una historia alternativa, de un saber subalterno reificado en
la circulacin universitaria. Se necesita la potenciacin radical de formas de organizacin
antagonistas, despus de todo, el problema de la lucha contra la dominacin sigue siendo
el de la organizacin poltica, no del partido ni de la vanguardia, sino de la constitucin
permanente de ms poder popular.
Sergio Villalobos-Ruminott
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18
Nota sobre la traduccin:
Los trabajos presentados ac fueron escritos entre 1998 y 2011, respondiendo a
diversas conyunturas. John Beverley ha preferido mantener su condicin fechada, y no
alterar, salvo en casos perentorios, el carcter puntual de sus intervenciones. Hay en ellas
un cierto anacronismo, pero ste tiene la fuerza suficiente para hacerse un espacio en el
presente y trazar una pequea cartografa poltica preocupada con la situacin actual de
Amrica Latina en el contexto de la post Guerra Fra. Hemos comenzado la traduccin el
ao 2009, y concluido el 2011, con el ltimo texto de la serie [El subalterno y el Estado].
En un principio, habamos contemplado otros trabajos, pero desistimos dada la unidad
temtica de los que finalmente aparecen ac. Entre ellos, recibimos una versin es espaol
del ensayo nmero 3 [Sobre el paradigma de los estudios culturales (conferencia de
Montevideo)], y del nmero 4 [El giro neoconservador en la crtica literaria y cultural
latinoamericana]. Mientras que el primero parece haber sido escrito en espaol
directamente por John Beverley, el segundo, bastante avanzado, se debe a Francisco
Ramrez-C. En cualquier caso, ambos textos fueron revisados y adaptados segn decisiones
nuestras, lo que nos convierte en responsables ltimos de cualquier error o mal entendido.
Por supuesto, quisiramos agradecer a John Beverley su prestancia y disposicin, su
compromiso poltico e intelectual con este proyecto. As tambin a nuestro amigo
Alejandro Bruzual por facilitar el tedioso trabajo de publicacin e incitarnos a terminar
este documento. Finalmente al CELARG [Centro de Estudios Latinoamericanos Rmulo
Gallegos], donde el libro encontr de manera natural su lugar en el mundo.
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19
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20
I. - Tesis sobre subalternidad, representacin y poltica18
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I. Los esfuerzos por representar al subalterno (tanto en el sentido mimtico de hablar de
como en el sentido poltico y jurdico de hablar por) en arte, literatura, teora y otras disciplinas
acadmicas, deben afrontar el dilema de la resistencia y la insurreccin subalterna contra las
concepciones de la elite.
En la sucinta definicin de Ranajit Guha, fundador del colectivo de historiadores
surasiticos conocido con el nombre de Grupo de Estudios Subalternos, la palabra
subalterno es un nombre que designa un atributo general de subordinacin [] ya sea que
ste sea expresado en trminos de clase, casta, edad, identidad sexual, profesin o de
cualquier otra manera19. Sin duda, podemos considerar que una de estas otras maneras
es la distincin entre personas educadas y no (o parcialmente) educadas que confiere el
adoctrinamiento, los procedimientos y resultados del saber acadmico y la alta cultura,
tanto en contextos metropolitanos como en contextos coloniales y post-coloniales. Cmo
podemos entonces conocer o representar al subalterno desde la perspectiva del saber
acadmico o desde la prctica artstica, cuando este conocimiento y esta representacin
estn intrnsecamente involucrados en la produccin social del subalterno, en su
constitucin como una otredad? Cmo sera un tipo diferente de saber y representacin
18 Este texto apareci, en cataln e ingls, en el libro Subcultura i homogenetzaci (Fundacin Antoni Tpies, Barcelona: 1998), como respuesta a una carta que el crtico de arte francs Jean-Franois Chevrier dirigi a John Beverley. En su carta, Chevrier se mostraba interesado por la influencia de los conceptos gramscianos de hegemona e intelectual orgnico en el trabajo de Beverley sobre subalternidad y narrativa testimonial en Amrica Latina. La carta se enfocaba en la ambigedad de la localizacin del testimonio, entre el humanismo burgus y las prcticas subalternas, pero tambin entre proyectos revolucionarios de transformacin centrados en el Estado y en los movimientos anti-institucionales de la resistencia popular (particularmente en el caso de Amrica Central). Chevrier insinuaba que, precisamente, dicha ambigedad podra ser la condicin previa para una nueva alianza de clases en un frente poltico-cultural. En su respuesta, John Beverley analiza las posibles formas de un Estado del pueblo constituido por una alianza con las mentadas caractersticas, y la funcin y lmites de la mediacin esttica en las relaciones polticas de hoy en da [parafraseo aqu la nota de los editores, SVR]. 19 Ranajit Guha, Preface, en Ranajit Guha y Gayatri Spivak (editores), Selected Subaltern Studies (New York: Oxford University Press, 1988).
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caracterizado por la forma subalterna de solidaridad, resistencia y comunidad? Puede el
subalterno como tal llegar a ser hegemnico?
El estudio magistral de Guha sobre las rebeliones campesinas de la India en el siglo
XIX, Elementary Aspects of Peasant Insurgency, deja claro que el subalterno avanza con las
palabras del Sermn de la Montaa inscritas en su bandera: los ltimos sern los primeros
y los primeros sern los ltimos20. Segn Guha, la categora que define la voluntad o
identidad subalterna es la negacin21. Comprender al campesino rebelde como sujeto
histrico requiere una correspondiente inversin epistemolgica. El problema es que los
hechos empricos de estas rebeliones son narrados en el lenguaje (y en las asunciones
culturales) de las elites tanto la nativa como la colonial- contra las cuales estas
insurrecciones estaban orientadas: el fenmeno histrico de la insurgencia aparece por
primera vez como una imagen enmarcada en la prosa, y por tanto, desde el punto de vista
de la contra-insurgencia, como una imagen distorsionada (Aspects, 333). Aquella
dependencia, sugiere Guha, revela un prejuicio en la misma construccin de la
historiografa colonial y post-colonial a favor del archivo escrito y del grupo colonial
dominante y sus agentes, cuyo estatus es parcialmente constituido por su dominio de la
cultura letrada. Este prejuicio, evidente incluso en formas de historiografa que simpatizan
con los insurgentes, excluye al rebelde como un sujeto consciente de su propia historia, y
lo incorpora a otra historia slo como un elemento contingente subordinado al
protagonismo de otras subjetividades (Aspects, 77). Para recuperar la especificidad histrica
de las rebeliones campesinas, el historiador tiene que leer el archivo a contrapelo, practicar
una escritura al revs.
Guha entiende por prosa de la contrainsurgencia no slo al archivo colonial del
siglo XIX, sino tambin al uso, incluyendo el actual, de ese archivo para construir discursos
acadmicos (histricos, etnogrficos, y literarios, entre otros) que pretenden representar
20 Ranajit Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India (Delhi: Oxford University Press, 1983). El epgrafe que Guha utiliza en su libro es un pasaje de las Escrituras Budistas, que l traduce desde el snscrito de la siguiente manera: (Buda a Assalayana): Qu piensas de esto Assalayana? Has escuchado que en Yona y en Camboya y otras janapadas cercanas hay slo dos varnas, el amo y el esclavo? Y qu habiendo sido un amo se deviene un esclavo; habiendo sido un esclavo se deviene un amo? 21 Reconocemos por supuesto que la subordinacin no puede ser comprendida sino como uno de los trminos constitutivos de una relacin binaria, cuyo otro trmino es la dominacin Guha, Selected Subaltern Studies, 34.
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22
estas insurgencias campesinas y situarlas en una narrativa teleolgica de formacin del
Estado. l est preocupado con la forma en la cual el sentido de la historia [es] convertido
en un elemento de preocupacin administrativa en estas narrativas. En la medida que el
subalterno es conceptualizado y experimentado, en primer lugar, como alguien que carece
de poder de (auto) representacin, al hacer de la seguridad del Estado el problema central
desde el que se narra la insurgencia campesina, estas narrativas (de formacin del Estado,
de transicin entre etapas histricas, de modernizacin) necesariamente le niegan al
campesino insurgente reconocimiento como sujeto histrico en su propio derecho e
incluso en relacin con sus propios proyectos (Aspects, 3).
Guha intenta representar o recuperar al subalterno como un sujeto histrico, desde
la coraza de los discursos historiogrficos y archivsticos que le niegan agencia. En este
sentido, su proyecto es una continuacin de la misma insurgencia que se propone
representar histricamente. Pero, los estudios subalternos no son simplemente un discurso
sobre el subalterno. Cul sera el inters, despus de todo, en representar al subalterno
como subalterno? Ni tampoco se trata, simplemente, de los campesinos o del pasado
histrico. Los estudios subalternos aparecen y se desarrollan como una prctica acadmica
en un escenario contemporneo en el cual nuevas relaciones de dominacin y
subalternidad son producidas regularmente y otras anteriores son reproducidas o
reforzadas. Son una respuesta crtica ante la necesidad de los grupos dominantes en la
globalizacin de administrar a poblaciones cada vez ms multiculturales y a una
heterognea clase trabajadora transnacional; y se articulan en particular contra el rol
central de la academia y de otras instituciones de autorizacin cientfica y cultural que
producen y se apropian de los conocimientos necesarios para esta tarea. En la emergente
economa global basada en el control y la manipulacin de la informacin y de las
imgenes, en una flexibilidad financiera virtualmente ilimitada y en una creciente
especializacin de la mano de obra paralela a la degradacin o descalificacin de muchas
posiciones de trabajo, nuestra posicin en las universidades y en las instituciones de alta
cultura (que han devenido evidentemente transnacionales), adquiere un nuevo e
inesperado poder de accin. Pero este poder de accin tambin implica un predicamento
con respecto a las consecuencias polticas de nuestro trabajo. Cuando Gayatri Spivak hace
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la afirmacin, aparentemente paradojal, de que el subalterno no puede hablar22, ella quiere
decir que el subalterno no puede hablar en ninguna forma que implique autoridad o
sentido para nosotros, sin alterar las relaciones de poder / saber que lo constituyen, en
primer lugar, como subalterno. El silencio del subalterno, su aquiescencia o
vulnerabilidad, su carcter folclrico o espontneo (para Gramsci) slo son tales desde
la perspectiva de un sistema de valor que confirma el estatus de una elite. Estas cualidades
imputadas al subalterno establecen la normatividad de la dominacin, de la misma forma
como, para citar a Spivak, la prctica subalterna norma a la historiografa oficial23. An
cuando ellos mismos practican una forma elitista de discurso, Guha y los historiadores
subalternos tienen siempre presente el hecho de que sus discursos y las instituciones que
los contienen, tales como la universidad, la historiografa, las bellas artes o la literatura,
estn, en s mismas, implicadas en la produccin y perpetuacin de la subalternidad. La
misma idea de estudiar al subalterno es contradictoria en cuanto seala un nuevo
registro de saber en el que el poder de la universidad para comprender y representar el
mundo se desvanece o alcanza su lmite. Reconocer la naturaleza de esta paradoja implica
aprender a trabajar a contrapelo de nuestros propios intereses y prejuicios un proceso que
implica deshacer la autoridad de la alta cultura de la academia y de los centros de saber al
mismo tiempo que continuamos participando plenamente en ellos como artistas,
profesores, investigadores, planificadores y / o tericos. Las consecuencias para nosotros se
podran simbolizar con la figura de una curva asinttica: podemos aproximarnos cada vez
ms cerca, en nuestro trabajo y en nuestras relaciones personales y polticas, al subalterno,
a lo que Dipesh Chakrabarty llama su heterogeneidad radical, pero, nunca podremos
homologarnos plenamente con l, ni siquiera si, a la manera de los narodniks rusos al final
del siglo XIX, nos insertamos en el corazn del pueblo.
22 Gayatri Spivak, Can the Subaltern Speak?, en Cary Nelson y Larry Grossberg (editores), Marxism and the Interpretation of Culture (Urbana: University of Illinois Press, 1988), 271-313. 23 [E]l mbito de la persistente emergencia del subalterno en la hegemona debe siempre y por definicin mantenerse heterogneo con respecto a los esfuerzos del historiador disciplinario. El historiador debe insistir en sus esfuerzos para ser conciente de esto, que el subalterno es, necesariamente, el lmite absoluto donde la historia es narrativizada como lgica. Esta es una leccin difcil de aprender, pero no aprenderla es simplemente quedar atrapados en el plano de soluciones elegantes provenientes de una correcta prctica terica. Cundo ha contradicho la historia que la prctica norma a la teora, as como la prctica subalterna norma a la historiografa oficial en este caso? Spivak, Selected Subaltern Studies, 16.
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24
Aquellos quienes participamos en el proyecto de los estudios subalternos somos
frecuentemente cuestionados: cmo es que nosotros, quienes somos (en su mayora)
acadmicos blancos de clase media o alta, en universidades de investigacin o en
instituciones de alta cultura, podemos reivindicar que representamos al subalterno? Pero
no reivindicamos representarlo (cartografiarlo, dejarlo hablar, hablar por l).
Buscamos en cambio, registrar las formas en que el saber y las prcticas que producimos e
impartimos estn estructurados por la ausencia, dificultad o imposibilidad de
representacin del subalterno. Esto equivale a reconocer, sin embargo, la inadecuacin
fundamental de nuestro saber y de nuestras prcticas, junto con las instituciones que las
contienen, y por lo tanto, la necesidad de un cambio social general dirigido hacia un orden
radicalmente democrtico e igualitario.
Este objetivo distingue la perspectiva subalternista de otros proyectos posmodernos
de cartografa cognitiva, tales como los estudios culturales.
II. El sentido en la produccin simblica y / o cultural, se vuelve mltiple e incontenible en
su pluralidad. El sentido total (o la totalidad del sentido) se vuelve el producto de una
intencionalidad que no est necesariamente articulada por las instituciones tradicionales de saber y
sus aclitos [] La lucha de los subalternos y los grupos minoritarios por su propia identidad pasa
necesariamente a travs de la bsqueda y recuperacin, de objetos culturales que han sido juzgados
como inferiores por la tradicin moderna, en base a sus propios y limitados (objetivos) parmetros de
gusto (Silviano Santiago)24.
La incomodidad del intelectual tradicional con respecto a la cultura de masas y a
los medios es, en parte, una incomodidad con la democracia y sus efectos. Uno de estos
efectos es un desplazamiento de la autoridad hermenutica desde el intelectual a la
recepcin popular. La distincin entre baja y alta cultura, y la decisin por parte de los
estudios culturales de transgredirla implica, por lo tanto, no slo una diferenciacin
funcional de las esferas culturales, sino tambin el antagonismo social entre posiciones de 24 Silviano Santiago, Meaning and Discursive Intensities: On the Situation of Postmodern Reception in Brazil, en John Beverley, Jos Oviedo y Michael Aronna (editores), The Postmodernism Debate in Latin American (Durham: Duke University Press, 1995), 248,249.
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25
privilegio absoluto o relativo de la elite y los grupos y clases subalternas. Esto define el
punto de convergencia entre los estudios culturales y los estudios subalternos. Desde sus
races en el trabajo de los historiadores marxistas britnicos, tales como E. P. Thompson o
Christopher Hill y el Centro de Estudios Culturales de Birmingham, se ha desarrollado un
sentido de lo popular, y de la cultura de masas esto es, del tipo de cultura que
tradicionalmente no cuenta para el discurso acadmico, o lo hace slo para designar la
alteridad esencial del subalterno- como una forma de agencia poltica. La ecuacin a la cual
arribaron los estudios culturales fue algo as como la siguiente: en la medida en que la
cultura de masas es popular en el sentido consumista es decir, pop- tambin es
popular en un sentido poltico, es decir, representativa del pueblo y de su voluntad
social, nacional-popular, y por lo tanto, implcitamente progresista. El nfasis puesto por
los estudios culturales (y aqu la influencia de la teora de la recepcin ha sido decisiva) en
el anlisis del consumo, frecuentemente lleva a argumentar que el mismo consumo
constituye un reino particular de libertad y de resistencia popular de baja intensidad con
respecto a las formas ideolgicas o principio de realidad del capitalismo.
De aqu que una supuesta posicin de izquierda (que teoriza formas de agencia popular
autnoma) parezca coincidir, de alguna forma, con la tesis de Francis Fukuyama sobre el
fin de la historia en el contexto de la globalizacin de la sociedad de mercado. En la
medida en que los estudios culturales se institucionalizan, tienden a quedar atrapados en
un registro primariamente descriptivo de los paisajes emergentes scapes, para usar un
trmino de Arjn Appadurai- de las culturas locales y globales que se busca cartografiar. De
esta forma, se corre el riesgo de producir una especie de variante posmoderna de la
experiencia de lo sublime en la esttica de los Romnticos. Tengo en mente la capacidad de
los estudios culturales para producir una nueva sensibilidad y una reordenacin del saber,
que adaptaran las humanidades, las artes visuales y el campo general de la cultura a los
nuevos patrones de dominacin, explotacin y empobrecimiento producido por la
globalizacin, en formas que podran llegar a ser o de hechos ya son- elementos
funcionales de la hegemona del capitalismo transnacional. Podra sealar al respecto la
campaa de Benetton que us, varios aos atrs, en una forma bastante sofisticada material
testimonial y documental, sacado desde situaciones de profunda abyeccin social, para
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26
persuadir a afluentes consumidores transnacionales a comprar los productos de esa
compaa.
Entonces, el problema con los estudios culturales desde el punto de vista de los
estudios subalternos no es tanto su neopopulismo meditico (la caracterizacin es de
Beatriz Sarlo) sino el hecho de que los estudios culturales podran perpetuar
inconcientemente la ideologa esttica modernista que supuestamente desplazan, al
transferir el programa de desfamiliarizacin o deshabitualizacin de la percepcin desde la
esfera de la alta cultura hacia las formas de cultura de masas, concebidas ahora como
estticamente ms dinmicas y efectivas, ms capaces de producir ostranenie
[extraamiento]. En la medida en que la cultura de masas pueda ser re-estetizada o
pragmticamente incorporada a la hegemona como una suerte de suplemento de la
globalizacin econmica, ser posible para las disciplinas incluyendo las ciencias y las
diversas humanidades y artes reagruparse contra la amenaza de que los estudios culturales
usurpen sus territorios o confundan sus fronteras. Por lo tanto, justo en el momento
cuando su presencia en el campo contemporneo de pensamiento pareca asegurada, los
estudios culturales han comenzado a perder la fuerza radicalizadora que los caracteriz en
sus orgenes.
No se trata de romantizar los efectos democratizadores o deconstructivos de la
cultura de masas. Sin embargo, no es evidente a priori que la cultura cientfica-humanista
representada por la universidad y el arte moderno, hace ms por sujetos sociales
subalternos que la proliferacin de la cultura de masas y sus efectos.
Como todas las enunciaciones populistas, sta tambin es demaggica: comprendo
que el modernismo esttico y la cultura de masas no estn tan radicalmente separadas
como podra parecer, que la alta cultura burguesa y el fetichismo de la mercanca estn
ligados por una lgica no siempre oculta, que nosotros tambin estamos interpelados por la
cultura de masas, que, viceversa, todos los productores y consumidores de cultura de masas
pasan a travs de o son afectados por el sistema de educacin en algn momento, y que la
sala de clases o el museo son lugares para negociar las consecuencias polticas y sociales de
la sociedad de consumo. Pero, tambin creo en la tesis de Daniel Bell en The Cultural
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Contradictions of Capitalism25, una tesis que podra ser considerada como definicin de lo
posmoderno: el capitalismo ha producido y est produciendo formas de experiencia
cultural y tecnolgica que no coinciden ms con la tica del trabajo capitalista. El
consumismo en particular socava la estructura del carcter y los valores necesarios para las
posiciones de sujeto tanto de los explotadores como de los explotados (en cuanto trabajo
abstracto) en este sistema. Sin embargo, lo que Bell desde una perspectiva neoconservadora
vea como un problema, los estudios culturales lo convierten en el fundamento de un
nuevo tipo de prctica terica. La intervencin poltica especfica de los estudios culturales
sera convertir esta contradiccin virtual en un antagonismo real, oponiendo al principio
de realidad encarnado en los requisitos de la competencia capitalista, el principio de
placer encarnado en nuevas formas de ocio y gozo.
III. El proyecto de los estudios subalternos oscila entre una deconstruccin de las
reivindicaciones de la nacin, del nacionalismo y de la izquierda poltica formal para representar al
subalterno, y una articulacin constructiva de nuevas formas colectivas de poltica democrtico-
popular y agencia cultural.
Los estudios culturales podran tener o no consecuencias polticas, dependiendo de
cmo sean articulados. El proyecto de los estudios subalternos, por contraste, es un
proyecto necesariamente partisano. Implica no slo una nueva manera de mirar o
representar la inequidad social, sino tambin la posibilidad de construir formas ms
igualitarias y respetuosas de comprensin entre nosotros y las prcticas sociales populares
que consideramos objeto de nuestro estudio. La perspectiva subalternista renuncia al
alcance cognitivo (y a la posibilidad de instrumentalizacin de sus hallazgos) propios de los
estudios culturales, para localizarse en las lneas divisorias en las cuales las relaciones de
dominacin y subordinacin continan siendo producidas, lneas que se extienden hasta el
mundo del arte, la academia y la teora.
Los estudios subalternos nacen de una creciente sensacin de inadecuacin de los
paradigmas de la izquierda intelectual y del activismo poltico en los que mi generacin la
25 Daniel Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism (New York: Basic Books, 1976).
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generacin de los sesenta- fue formada, combinada con un deseo de continuar el proyecto
de liberacin social y democratizacin que esos paradigmas expresaban. Entre las
circunstancias que me llevaron a revaluar mi propio trabajo en la direccin de los estudios
subalternos estaban, sobre todo, la crisis de los grandes proyectos de izquierda en Amrica
Latina, tales como las revoluciones cubanas y nicaragenses, y el efecto revisionista y
deconstructivo que las nuevas perspectivas tericas asociadas con el feminismo, el post-
estructuralismo y la crtica postcolonial tuvieron sobre el marxismo.
La forma moderna de la movilizacin poltica de izquierda en el mundo colonial
y postcolonial era la lucha de liberacin nacional, ms que la lucha por el socialismo como
tal. El pueblo fue el sujeto de estas luchas de liberacin nacional e inclua agentes sociales
con identidades parciales o ambiguamente definidas por su ubicacin en las relaciones de
produccin: mujeres, nios, estudiantes, desempleados o subproletarios, trabajadoras
domsticas, campesinos pobres y medios, terratenientes patriticos, capitalistas
democrticos (para recordar un concepto de la poca del Frente Popular), etc. Guha, cuyas
races como activista e historiador se encuentran tanto en Gramsci como en Mao, aclara
que l usa el trmino pueblo y clase subalternacomo sinnimos26.
Pero la apelacin al nacionalismo y a la formacin de un nuevo Estado-nacional
postcolonial estabiliza la categora de pueblo alrededor de una cierta narrativa (de intereses,
tareas y sacrificios comunes, comunidad y destino histrico) que las clases o grupos que
componen esa categora pueden o no compartir colectivamente. El discurso hegemnico de
la nacin sutura los vacos y discontinuidades del subalterno. A veces, esto se hace en
inters de un nuevo grupo o clase dominante emergente, que emplea una retrica
nacionalista por ejemplo, una retrica de transculturacin o de mestizaje cultural - para
asegurar su hegemona material.
Ms pertinente para nuestro preocupaciones aqu sera el caso de una interpelacin
hegemnica nacionalista emanada desde la izquierdaes decir, desde una perspectiva
socialista o comunista que se desintegra o pierde autoridad. Djenme dar un ejemplo
cercano a mis propias experiencias en la solidaridad con la Revolucin nicaragense en
los aos 80. Como es bien sabido, los sandinistas organizaron un frente multi-clasista el
26 Guha, Selected Subaltern Studies, 44.
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nombre oficial del movimiento era Frente Sandinista de Liberacin Nacional- que fue
capaz de derrocar a la dictadura de Somoza en 1979. Pero, a medida que progresaba la
revolucin bajo presiones provenientes tanto del conflicto de clases interno como de la
guerra de baja intensidad contra los sandinistas orquestada por los Estados Unidos, el
Frente comenz a desmoronarse. Para las comunidades indgenas y para la poblacin afro-
caribea angloparlante que habitaba la costa atlntica de Nicaragua, el significante
nacional-popular de Sandino, que simbolizaba la oposicin de una cultura mestiza de races
catlicos y hispnicos al imperialismo norteamericano, tena desde el principio un sentido
diferente de aquel que tena para el grupo mayoritario hispanohablante de la poblacin en
el pas. En respuesta a la campaa de la CIA que explotaba esta friccin para desestabilizar
el control sandinista de la costa atlntica, el gobierno revolucionario estuvo obligado
primero a la represin, y luego a la redefinicin del proyecto nacional sandinista para
permitir la autonoma poltica y cultural de las regiones.
Para movilizar a una poblacin mayoritariamente catlica, los sandinistas
promovieron la idea de la Iglesia del Pueblo propuesta por la Teologa de Liberacin (el
poeta y sacerdote Ernesto Cardenal fue unos de los principales arquitectos ideolgicos de la
relacin entre el pensamiento social marxista y la espiritualidad catlica). Pero esto los
oblig a apoyar las posiciones de la Iglesia Catlica contra el aborto y el control de la
natalidad. Esto puso a la organizacin de mujeres sandinistas, AMNLAE, en un dilema:
por un lado, en tanto que organizacin sandinista que expresaba la unidad del pueblo en
la lucha contra el imperialismo norteamericano y el subdesarrollo sta tena que aceptar
dicha decisin; pero, por otro lado, en la medida que sta representaba las luchas y
demandas de las mujeres de los sectores populares que venan de una condicin
doblemente subalternizada (de clase y de gnero) en la sociedad nicaragense, tena que
adoptar una posicin diferente de la asumida por el partido (o al menos relativizarla).
En ambos casos es decir, la articulacin de Sandino como significante de la
nacin, y la propuesta de la Iglesia del Pueblo el requisito de producir un bloque
nacional-popular alrededor del cual organizar los diversos componentes del frente
revolucionario dejaban secciones significativas de la poblacin marginadas o
subrepresentadas en al menos algn aspecto de sus identidades. Tal resultado haca
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evidente la necesidad de deconstruir el discurso de liberacin nacional, para permitir a los
diferentes grupos subalternos interpelados por la figura unitaria de la nacin adquirir su
propio peso.
Esta es la meta caracterstica de la teora postcolonial en general y de los estudios
subalternos en particular. Sin embargo, hay algunos peligros evidentes en esta direccin (es
importante enfatizar, en primer lugar, que en el caso de los sandinistas, el
desmoronamiento del Frente y de la narrativa nacional que lo sostena, fue precipitado, al
menos en parte, por lo efectos calculados de la guerra de los Contra y del bloqueo
impuesto sobre Nicaragua por los Estados Unidos).
Para Gramsci, en su formulacin inicial de la idea de clases subalternas en los
Cuadernos de la crcel, el subalterno incluye no slo a los trabajadores, campesinos y obreros
agrcolas, sino tambin a sectores de los llamados estratos medios y otras identidades
sociales que no estn especficamente constituidas en trminos de clase. Pero su ncleo
duro es el campesinado y la clase obrera. En cambio, en la articulacin postmoderna del
subalternismo, de alguna forma existe la sensacin de que el subalterno debe ser todo
menos la clase obrera o la unidad putativa de lo nacional-popular. Para Spivak, el subalterno
es necesariamente aqul sujeto social que siempre socava cualquier representacin
hegemnica (actual o posible). Como tal, ste sujeto funciona como un sustituto o
correlato objetivo de la misma actividad de la deconstruccin. El subalterno interrumpe
las reivindicaciones de la elite de ser el sujeto de la historia; del mismo modo la
deconstruccin aunque no tiene una posicin poltica especfica a su vez busca
interrumpir (como hace Spivak en su crtica de Guha y los historiadores subalternistas) la
constitucin del subalterno como un sujeto de la historia (de un sujeto subalterno dado o
de la posible convergencia de posiciones subalternas en el pueblo). El resultado es que la
articulacin poltica del subalternismo slo puede ocurrir en un proceso de continuo
desplazamiento, con intermitentes posibilidades (en circunstancias especficas) de
colaboracin o solidaridad entre intelectuales tradicionales, como la misma Spivak, que
trabajan principalmente como parte de una elite intelectual diasprica en la academia
norteamericana y europea, e intelectuales orgnicos pertenecientes a los sectores
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31
subalternos27. Para Spivak, el subalterno es similar a lo que Julia Kristeva entiende por lo
abyecto, aquello que est ms all de la posibilidad de representacin, porque
simplemente al emerger en la representacin en el orden de lo simblico en el sentido
lacaniano- pierde su carcter de subalternidad. Como lo dice Spivak de manera sucinta (y
quizs irnica) el subalterno es el nombre de una instancia tan desplazadaque esperar
que hable es como esperar el arribo de Godot en un autobs28.
Algo similar parece estar ocurriendo aqu a lo que pasaba en los manifiestos
vanguardistas radicales de Herbert Marcuse o del movimiento Tel Quel en los 60, tan
influyentes en la conformacin de la nueva izquierda. Desde una posicin de elite, se
decreta que las nicas alternativas desde las cuales la oposicin social al sistema dominante
puede ser imaginada y construida son las ms marginadas, las ms explotadas, las ms
abyectas. Se podra argumentar que esto representa una extensin del principio de Lenin
de que la revolucin siempre debe buscar los estratos de la poblacin ms oprimidos. Pero
en la actual coyuntura, cuando el neoliberalismo se ha convertido en la ideologa
dominante, an en lugares donde gobiernos de izquierda tienen el poder formal, la
consecuencia efectiva de tal posicin podra ser algo ms parecido a lo que se llama
multiculturalismo liberal es decir, al reconocimiento y respeto de los otros y de sus
diferencias pero sin la posibilidad de una transformacin social estructural. Esta es la
meta a la que parece apelar finalmente la deconstruccin, que, en principio, carece de una
identidad poltica especfica (Spivak insiste en una convergencia de deconstruccin y
marxismo, pero su posicin es personal ms que definitoria). Por el contrario, la
identificacin del subalterno y el pueblo, en el sentido derivado del discurso del Frente
27 Para Spivak, esta posibilidad se activ por un tiempo en su relacin personal con Mahasweta Devi, la escritora y activista social bengal. En este caso, el desplazamiento de la funcin del intelectual es doble: Devi no slo funcionaba como un intelectual orgnico real proveniente de la subalternidad (campesinos pobres y lumpen urbano en Bengal) que complementaba a Spivak; es ms, el lugar del intelectual orgnico subalterno fue desplazado a las mujeres representadas en los cuentos de Devi: por ejemplo, la nodriza y sirviente domstica que muere de cncer mamario en el cuento Breast-Giver, o una guerrillera Naxalite capturada y torturada por el ejrcito indio en Draupadi. Ver los cuentos de Devi traducidas y comentadas por Spivak en: Spivak, In Other Worlds (New York and London: Methuen, 1987), y Mahasweta Devi, Imaginary Maps (New York: Routledge, 1995). En el propio trabajo de Spivak, la historia de Bhuvaneswari Bhaduri, una activista nacionalista quien se suicida en vez de participar en una accin terrorista (pero cuyo suicido es ledo por su familia y compaeros como un asunto amoroso) antes de revelar que est embarazada, es la voz silenciada de su famoso ensayo Can the Subaltern Speak?. 28 Gayatri Spivak, Politics of the Subaltern, Socialist Review 20, 3 (1990), 91.
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Popular y del maosmo que invoca Guha, apunta a un concepto del subalterno expansivo e
inclusivo, sin abandonar la nocin de alteridad y de lucha de clases. No quiero romantizar
el Frente Popular, el cual, como todos saben, tiene sus propias limitaciones y
contradicciones; pero si quiero enfatizar el principio de interpelacin democrtico-popular
que el Frente Popular propici.
Dos tipos de articulacin poltica se desprenden de estas alternativas: una es la
resistencia de las bases sociales, a nivel sub o supra-nacional; la otra es la reconstitucin
de el pueblo como un bloque hegemnico articulado en torno a la figura de la nacin.
En el primer caso, se comprende que la unidad del Estado-nacional y la sociedad civil,
junto con la idea misma de hegemona poltica, nunca han sido representativas del
subalterno y estn ahora, con el advenimiento de la globalizacin, funcionalmente
obsoletas para los propsitos de la izquierda o las luchas populares En el segundo caso, la
tarea es cmo organizar una nueva forma de hegemona, usando entre otras cosas los
recursos y contribuciones crticas provistas por las perspectivas subalternistas.
IV. La narrativa testimonial considerada como gnero (testimonio) se podra considerar
como una forma cultural que media entre la alta cultura y la cultura subalterna. En la
caracterizacin de Jean-Franois Chevrier, el testimonio es una forma ambigua. Parte de esta
ambigedad tiene que ver con el hecho de que lo Real -en el sentido lacaniano del trmino- que el
testimonio nos fuerza a confrontar no es slo la representacin del subalterno como vctima de la
historia sino tambin su capacidad como sujeto de un proyecto de transformacin que aspira a ser
hegemnico por derecho propio. Al mismo tiempo, el poder del testimonio como gnero narrativo
radica en parte en el hecho de que establece una relacin performativa de solidaridad activa entre un
nosotros lector miembros de la clase media profesional y practicantes de las artes y las ciencias
humanas- y un sujeto social subalterno narrador.
El testimonio puede ser definido, provisionalmente, como una narracin de la
extensin de una novela o de una novela corta en la forma de un libro o un panfleto (esto
es en forma grafmica en oposicin a acstica), relatada en primera persona por un
narrador que es tambin el protagonista real o testigo de los eventos que l o ella cuenta
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[] como, en muchos casos, [este] narrador es alguien que es funcionalmente iletrado o si
es que es letrado, no es un escritor profesional, la produccin de un testimonio
frecuentemente implica la grabacin y luego la trascripcin y edicin de un recuento oral
por un interlocutor que es un intelectual, un periodista o un escritor29.
Spivak elabora en Can the Subaltern Speak? una crtica de la pretensin de las
formas testimoniales de representar (otra vez, en el sentido doble de hablar de y / o
hablar por) el subalterno, porque para ella lo que est en juego es la creacin por parte de
la cultura hegemnica de algo as como un mueco ventrlocuo, un otro domesticado.
Pero su propia apelacin, deconstructiva contra el testimonio, a lo que ella denomina la
intrincada y abierta complejidad de la obra literaria, tambin tiene que ser sometida a
sospechas, dado que esa complejidad ocurre slo en las formas de alta cultura y en una
matriz estructural en que dichas formas aparecen como prcticas sociales que generan, a
veces, las diferencias de estamento o capital cultural (para recordar el concepto de
Bourdieu) que, entre otras cosas, se registran como parte de la condicin de subalternidad
en el texto testimonial. El lmite de la deconstruccin en relacin a la representacin
testimonial del subalterno entonces es que revela una apora textual (y quiz ideolgica) en
el efecto de lo real del testimonio, pero esa revelacin en s misma tambin produce y
reproduce, como acto discursivo, la fijacin de las relaciones de poder y explotacin en el
texto social real.
A travs de la presencia de la voz en primera persona, el testimonio tiende a
afirmar la autoridad de la oralidad sobre los procesos de modernizacin cultural que
privilegian lo letrado y la literatura escrita como normas de expresin. En sociedades de
oralidad primaria tales como las que Guha estudia en Elementary Aspects, la transmisin de
la resistencia campesina y de la rebelin depende fundamentalmente del rumor. El rumor
(a diferencia de las noticias que llegan a travs de la prensa) opera de acuerdo a una
dinmica fluida de anonimato, improvisacin y transitividad. En otras palabras, el rumor
no es solamente una prctica esencialmente oral, sino que tambin depende de la oralidad
29 John Beverley, The Margin at the Center: On Testimonio, Against Literature (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993), 70-71.
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y de las estructuras comunales (los pueblos pequeos, el bazar o el mercado local, la red de
mujeres) para su transmisin y el particular efecto de verdad que engendra.
Esto no equivale a decir que la escritura y el libro (o, en contextos coloniales, los
idiomas no nativos) estn necesariamente ausentes de la cultura subalterna. Pero aparecen
en una forma curiosamente invertida. Guha observa que en las rebeliones campesinas de la
India: el analfabetismo haca que los campesinos se relacionaran ocasionalmente con
textos escritos de una forma tal que transformaban la motivacin original de estos textos,
des-verbalizndolos y explotando la opacidad resultante para proveer esa representacin
grfica con nuevos significados (signifis). l cita el caso particular de un lder de la
rebelin Santal de 1855 quien, como signo de su autoridad y como instrumento de
movilizacin, seal ante sus seguidores un legajo de papeles el cual, como se supo
posteriormente, contena entre otras cosas un viejo libro sobre ferrocarriles, unas cuantas
tarjetas de visitas de Mr. Burn Engineer y, si el testimonio del oficial de Calcutta Review
(1856) es veraz, una traduccin en algn lenguaje nativo del Evangelio de San Juan. El
pasaje contina:
Lo que es an ms notable es que el resto de los papeles, los cuales se consideran
cados del cielo por los lderes santales, eran vistos como evidencia del apoyo divino
a la insurreccin, a pesar de que en algunos casos no tenan nada inscrito sobre
ellos, ni en la forma de escritura ni en la forma de imgenes. Todos los papeles en
blanco cayeron del cielo y el libro en el que todas las pginas estn en blanco
tambin cay del cielo, dijo Kanhu [el lder de la rebelin]. Claramente entonces,
las condiciones de una cultura pre-literaria hacen posible que la insurgencia se
propague a s misma, no slo por medio de la forma grfica de una declaracin
divorciada de su contenido sino, adems, mediante un material de escritura que
actuaba por concepto propio, sin grafemas. El principio que gobernaba tal
extensin era esencialmente el mismo que aquel de beber la palabra conocido en
algunas partes del frica islamizada. All la tinta o el pigmento utilizado para
inscribir la frmula divina o mgica sobre el papel, el ppiro, el cuero, o la piel era
considerada investida por la santidad del mensaje mismo, y era diluida y tragada
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como cura para ciertas enfermedades. Sin embargo, hay una diferencia. Mientras
que la proyeccin metonmica de las facultades sobrenaturales desde la palabra
escrita al material de escritura fue empleada [en el caso de beber la palabra] para
dejar la cura de las enfermedades fsicas a la gracia de Al, los santales usaron esa
proyeccin ms bien para legitimar sus intentos para remediar los males del mundo
con sus propias armas30.
Hay ciertos elementos de transculturacin o hibridez -para no hablar del simulacro
posmoderno- en la accin del lder santal. En particular, parece una instancia de lo que
Judith Butler entiende por el concepto de performance: es decir, un acto que al mismo
tiempo deconstruye los binarismos que configuran la identidad y tambin posiciona o
representa la identidad en trminos de los valores inherentes a dichos binarismos31. En el
caso santal, el performance al mismo tiempo preserva y cancela la lgica binaria que opone la
escritura (como un instrumento de dominio colonial y de clase) y la oralidad (como la
forma de la cultura campesina nativa), es decir, autoridad y subalternidad. En otras
palabras, una lgica de negacin subalterna se expresa en y a travs de una forma de
transculturacin. Por lo tanto, no hay sntesis de opuestos en esta transculturacin. El
uso del libro no supera la contradiccin entre campesino y terrateniente, o entre cultura
oral y escritura. La transculturacin no supera la subalternidad; en cambio, la
subalternidad opera y se reproduce a s misma en y a travs de la transculturacin. Por lo
tanto, no hay un movimiento teleolgico hacia una cultura nacional en la cual la
escritura y la oralidad, los lenguajes o cdigos dominantes y subalternos, estn
reconciliados.
Spivak tiene razn cuando afirma que la presencia de la voz en el testimonio es una
construccin textual, un diffrend para usar el trmino de Lyotard, y que debemos estar muy
atentos a la metafsica de la presencia, aqu donde la convencin de ficcionalidad ha sido
suspendida. En la medida que lo Real (en la definicin lacaniana) es aquello que resiste la
simbolizacin absolutamente, es tambin aquello que hace colapsar la reivindicacin de
30 Guha, Aspects, pp. 248-249. 31 Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity (New York: Routledge, 1990).
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cualquier forma particular de expresin cultural de ser una representacin adecuada. Sin
embargo, algo de la experiencia del cuerpo en estado de dolor, hambre o peligro, y de la
presencia material de una voz subalterna forma parte del testimonio (Ren Jara habla de
la presencia de un trazo de lo Real en el testimonio). Ciertamente, este es el efecto del
extraordinario pasaje en el testimonio de Rigoberta Mench en el cual ella relata la tortura
y la ejecucin de su hermano por parte del ejrcito guatemalteco en la plaza de un pequeo
pueblo de la sierra. En el clmax de la masacre, ella describe cmo los testigos presenciales
experimentaron una reaccin afectiva involuntaria de rechazo y rabia, reaccin que los
soldados sintieron y que los pus en guardia:
Ya despus, el oficial mand a la tropa llevar a los castigados desnudos, hinchados.
Los llevaron arrastrados y no podan caminar ya. Arrastrndoles para acercarlos a
un lugar. Los concentraron en un lugar en que todo el mundo tuviera acceso a
verlos. Los pusieron en fila. El oficial llam a los ms criminales, los Kaibiles, que
tenan ropa distinta a los dems soldados. Ellos son los ms entrenados, los ms
poderosos. Llaman a los Kaibiles y stos se encargaron de echarle gasolina a cada
uno de los torturados. Y deca el capitn, ste no es el ltimo de los castigos, hay
ms, hay una pena que pasar todava. Y eso hemos hecho con todo los subversivos
que hemos agarrado, pues tienen que morirse a travs de puros golpes. Y si eso no
les ensea nada, entonces les tocar a ustedes vivir esto. Es que los indios se dejan
manejar por los comunistas. Es que los indios, como nadie les ha dicho nada, por
eso se van con los comunistas, dijo. Al mismo tiempo quera convencer al pueblo
pero lo maltrataba en su discurso. Entonces los pusieron en orden y les echaron
gasolina. Y el ejrcito se encarg de prenderle fuego a cada uno de ellos. Muchos
pedan auxilio. Parecan que estaban medio muertos cuando estaban all colocados,
pero cuando empezaron a arder los cuerpos, empezaron a pedir auxilio. Unos
gritaron todava, muchos brincaron pero no les sala la voz. Claro, inmediatamente
se les tap la respiracin. Pero, para m era increble que el pueblo, all muchos
tenan sus armas, sus machetes, los que iban en camino del trabajo, otros no tenan
nada en la mano, pero el pueblo, inmediatamente cuando vio que el ejrcito
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prendi fuego, todo el mundo quera pegar, exponer su vida, a pesar de todas las
armas [] Ante la cobarda, el mismo ejrcito se dio cuenta que todo el pueblo
estaba agresivo. Hasta en los nios se vea una clera, pero esa clera no saban
cmo demostrarla32.
Al leer este pasaje, uno tambin puede experimentar esta clera -y las ganas de confrontar
esta situacin incluso frente a la amenaza de muerte- a travs del mecanismo de
identificacin. Me hace recordar el momento en la pelcula de Spielberg sobre el
Holocausto, La lista de Schindler, en que las mujeres en el campo de concentracin de
Cracovia, que han estado felicitandoses por haber sobrevivido el proceso de seleccin para
el extermino, repentinamente se dan cuenta que mientras tanto sus propios hijos estn
siendo llevados en camiones a las cmaras de gas. Ellas son ejemplos de lo que Lacan
(usando un trmino de Aristteles) llama tuch, momentos donde la experiencia de lo Real
quiebra la pasividad impuesta sobre los testigos por la misma represin. Por contraste, la
romantizacin sentimental de la vctima tiende a confirmar una narrativa cristiana del
sufrimiento y la redencin que aliment, en el proceso de colonizacin originaria, la
dominacin, y que en un contexto contemporneo conduce, en la prctica, a una posicin
de culpa liberal o de paternalismo benevolente, ms que a una postura de solidaridad: la
culpa liberal mantiene intacta la distancia entre el lector del testimonio y el narrador
subalterno, mientras que la solidaridad presume, en principio, una relacin de igualdad y
reciprocidad entre las partes implicadas y de sus respectivos proyectos.
En trminos del proyecto del narrador testimonial, que no es nuestro proyecto de
ninguna forma inmediata y que puede de hecho implicar estructuralmente una
contradiccin con nuestra posicin de prestigio y autoridad relativa en el sistema global, el
texto testimonial es un medio ms que un fin en s mismo. Ciertamente, Mench est
consciente de que su testimonio ser una herramienta importante para detener el
genocidio contra-insurgente que ella describe, y para explicar las revindicaciones de su
pueblo. Pero, su propsito al escribir (o dictar) el texto no es convertirlo en parte de la
32Rigoberta Mench y Elizabeth Burgos, Me llamo Rigoberta Mench, y as me naci la conciencia (Mxico: Siglo XXI Editores, 2000), 204-205.
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cultura occidental (cuestin de la que ella desconfa profundamente), y as hacer del texto
un objeto para nosotros, para nuestra forma de obtener toda la realidad de su experiencia.
Ms bien su testimonio es un forma de actuar tcticamente para contribuir a los intereses
de la comunidad y de los grupos y clases sociales que ella representa como una intelectual
orgnica: todos los pobres de Guatemala.
Es una leccin difcil de asimilar para nosotros, porque nos obliga a reconocer que
no es la intencin de las prcticas culturales subalternas simplemente expresar su
subalternidad para nosotros, que no son slo nuestros deseos o propsitos los que cuentan.
Pero, por supuesto, nosotros el nosotros implicado en nuestros deseos y propsitos- no
estamos exactamente en la posicin dominante en el binarismo dominante / subalterno.
Aun cuando servimos a la clase dominante, no pertenecemos a ella. Al mismo tiempo,
dejar las cosas simplemente en trminos de una celebracin de la diferencia y de la
alteridad es quedar atrapados en el espacio del multiculturalismo liberal. El testimonio
da voz, en literatura, a un sujeto previamente silenciado y annimo, pero de tal forma
que el intelectual o profesional es interpelado en su funcin de lector / intrprete del
testimonio, en tanto que aliado con este sujeto (y hasta cierto punto dependiente de l), sin
perder por ello su identidad como intelectual. Lo que ocurre en el testimonio no es tanto
la produccin por y para un lector progresista de un otro domesticado, como arguye
Spivak, sino tamb