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La historia alimentaa la novela; y la novelase nutre de la historia.
Una, en Del Paso, nopodría vivir sin la otra—ALEJANDRO TOLEDO
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Bajo la sombra de Del Paso
Además ¿PARA QUÉ SIRVE LA CUARTA DE FORRO?
D E L F O
La historia alimentaa la novela; y la novelase nutre de la historia.
ISSN
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5-37
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Joaquín Díez-Canedo FloresDIRECTOR GENERAL DEL FCE
Tomás Granados SalinasDIRECTOR DE LA GACETA
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Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206.
Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716
PORTADA
De la serie Castillos, de Fernando Del PasoFotografía: José Hernández-Claire
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ZONA DE RIESGO Amparo Dávila 0 3 BAJO LA SOMBRA DE LA HISTORIA Fernando del Paso 0 6¿UNA LITERATURA DE LA HISTORIA? Alejandro Toledo 0 8COMPRENDER ORIENTE DESDE AMÉRICA LATINA Hernán G. H. Taboada 0 9UN AUTOR EN BUSCA DE INCONGRUENCIAS Angelina Muñiz-Huberman 1 1 LOS PRIVILEGIOS DE LA TINTA Rafael Vargas 1 2UN VIAJE CERVANTINO Adolfo Castañón 1 5DE EL DÍA A LA JORNADA: TODO UN PROCESO Sandra Licona 1 7ARREOLA, EDITOR; DEL PASO, BIÓGRAFO Nelly Palafox 1 8LOS “CUATES” RULFO Y DEL PASO Roberto García Bonilla 1 9CAPITEL Tomás Granados Salinas 2 0NOVEDADES DE AGOSTO DE 2011 2 0DE CUARTA Camille Thomine y Pierre-Édouard Peillon 2 2
F ernando del Paso publica un nuevo libro. Y no uno cualquiera. Los ensayos sobre el islam y el judaísmo que dan forma a Bajo la sombra de la Historia son fruto de la curiosidad y de la indignación. La primera hizo que Del Paso se sumergiera en una historia milenaria —la de las grandes religiones monoteístas—, marcada por potentes luces y densas oscuridades; la segunda lo llevó a intentar comprender —en una erudita y jocunda
búsqueda de contradicciones en sus libros fundacionales— las causas del extremismo religioso. Al tiempo que celebramos con reseñas y ensayos la aparición del primer volumen de esta colosal obra, en esta entrega de La Gaceta pasamos revista a la variopinta producción delpasiana: su ensayo sobre el Quijote, sus textos para la prensa escrita, su pintura —nuestras páginas están engalanadas con dibujos y lienzos suyos, fotografi ados por José Hernández-Claire—, su condición de biógrafo del portentoso Juan José Arreola, su amistad con un generoso Juan Rulfo. La larga estancia de Del Paso en Londres y París le abrieron los ojos —los ojos de un latinoamericano, como él mismo insiste en la obra— a un fenómeno complejo, confuso, doloroso: la violenta incomprensión entre dos de los principales sistemas de creencias que ha conocido la humanidad. Con arrojo inusual, Del Paso se ha lanzado a una exploración que, tal vez causando incomodidad por aquí y por allá, contribuirá a entender desde México una serie de hechos de alcance universal. Como dijo el propio don Fernando al prologar Un enigma llamado Shakespeare, de Gustavo Artiles (fce, 2004), “El resultado es un ensayo fascinante que nos enseña muchas cosas, entre ellas la magnitud de nuestra ignorancia. Pero es privilegio de los lectores —los lectores avisados y con una sólida cultura, los buenos lectores, se entiende— disfrutar de todo lo disfrutable que nos ofrecen estas brillantes y sabrosas trifulcas académicas. El lector —tú, yo— puede no tomar partido. O puede tomarlo, si así lo desea.” Déjese cobijar el lector por la cálida sombra de uno de nuestros escritores mayores.�W
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Noche larga y filosaterrible y temidacomo serpiente de mil cabezasno desnudarevestida de espantocaída sordamentecomo el golpear de la fraguapantera de obsidianaque se anticipa al gozode la presa inminente
Oscura resonancia del gritoagua lacia mordientetenaz en su insistenciacomo las horas los díaslos añosgarra de metales fríoscerrándosecortando el paso y el deseosorda secacomo llanto que correhacia adentroy se estanca mudo
El cuerpo caminapor oscuras callesde afi ladas lanzasse desmoronan los rasgosde su rostroy la ciudad se va quedandodespoblada de sueñocomo luna colgadaen el desierto�W
P O E S Í A
El volumen de Poesía reunida de Amparo Dávila que comienza a circular este mes reúne, además de los tres tomitos que vieron la luz en los años cincuenta, una treintena
de poemas escritos entre 1965 y 2007, inéditos como libro. Con estos versos, erizados por un temor incierto, nos sumamos a los festejos en torno a la autora zacatecana, cuyos
Cuentos reunidos publicamos hace dos años en Letras Mexicanas
Zona de riesgoA M P A R O D Á V I L A
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Toledo LA HISTORIA EN LA OBRA DE DEL PASOTaboada DEL PASO Y EL ISLAM Muñiz-Huberman LA SED DE
CONTRADICCIONES EN DEL PASO Vargas LA VOCACIÓN PICTÓRICA DEDEL PASO Castañón DEL PASO, CERVANTISTA Licona EL PERIODISMO
DE DEL PASO Palafox DEL PASO COMO BIÓGRAFO DE ARREOLAGarcía Bonilla ORIGEN DE LA AMISTAD ENTRE RULFO Y DEL PASO
Bajo la sombra
de Del Paso
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que, insiste nuestro autor, deben su existencia más a la imaginación europea que a la realidad y que han estado siempre destinadas al consumo occidental. Entre ellas el misterio, la crueldad, la lujuria, lo exótico, el despotismo y en fi n, todo aquello que for-ma parte de esa retahíla de “clisés etnocentristas, acumulados durante los siglos de lucha de la Cris-tiandad contra el islam”, como califi ca el escritor español Juan Goytisolo, en el prefacio de Orienta-lismo, los lugares comunes que a su vez han alimen-tado la “visión subjetiva, embebida de prejuicios”, que se tiene en Occidente del Medio Oriente. Estos lugares comunes no sólo han provenido de los espe-cialistas, sino también de viajeros, comerciantes y diplomáticos, fi lósofos y “administradores del Im-perio”, autores de toda clase de “teorías, epopeyas, novelas, descripciones sociales e informes políticos relacionados con Oriente, sus gentes, sus costum-bres, su mentalidad y su destino”.
Existe sin embargo en el libro de Said una inmen-sa laguna: su ignorancia de los puntos de vista de los grandes arabistas que se han especializado en la Es-paña musulmana; es decir, nada menos que en esa inmensa parte de la Península ibérica que dejó de ser Europa durante ocho siglos, para transformarse en una más de las patrias de Oriente. En el prólogo que escribió Said para la edición en castellano, fechado en el 2002, el profesor intenta explicar esta omisión al argüir que su propósito “no era el de examinar la historia de los estudios orientales en todo el mundo, sino en los casos especiales de Gran Bretaña y Fran-cia, y posteriormente en Estados Unidos”. Esto, de hecho, ya estaba expresado en la edición original,
En Los persas de Esquilo el coro se lamenta: “¡Aho-ra está gimiendo toda la tierra de Asia / al haber-se quedado vacía!” El de-sastre por el que gime, nos dice Edward Said, es la derrota del ejército del rey Jerjes a manos de los griegos, en la batalla
naval de Salamina, ocurrida en el año 480 antes de nuestra era.
Pero la catástrofe no es recreada por la voz de uno de los vencidos: un persa, sino por la voz de uno de los vencedores: un griego. Es decir, el coro está formado por personajes persas inventados por un griego.
En otras palabras, en la obra del gran dramatur-go heleno, Asia no habla por sí misma: “habla a tra-vés de la imaginación de Europa y gracias a ella; una Europa —añade Said— que, según se la describe, ha vencido a ese ‘otro’ mundo hostil de más allá de los mares que es Asia”.
En Asia, y en particular en el territorio asiático que conocemos con el nombre de Medio Oriente, no se dieron, pues, los poetas que cantaran sus glorias y sus tragedias, ni artistas que celebraran sus triunfos o conmemoraran sus derrotas. Ésta es la conclusión a la que podemos llegar a lo largo del libro Orientalis-mo de Edward Said. Este autor, después de hablar so-bre Los persas, se refi ere a Las bacantes, de Eurípides, “quizás el drama más asiático de todos los dramas atenienses”, nos dice, y del análisis de ambas conclu-ye que los aspectos que en ellos se oponen a Occidente
seguirán siendo los motivos especiales de la geografía imaginaria europea… “Europa es poderosa y capaz de expresarse, Asia está derrotada y distante”.
En los escritos de Edward Said se transparenta la obsesión de un brillante académico que vivió a ca-ballo entre dos mundos —Oriente y Occidente—, por demeritar o incluso desvirtuar una buena parte de los estudios elaborados por los orientalistas euro-peos y norteamericanos, a partir de un supuesto que no deja de tener, de cualquier manera, cierto grado de validez: el profesor Said, leemos en la contrapor-tada de la edición en castellano, “nos muestra cómo la relación entre Oriente y Occidente es una relación de poder, construida sobre la subordinación de la idea de Oriente al fuerte imaginario occidental asen-tado en la superioridad centralista de un nosotros enfrentado a un ellos, lo no europeo, vivido como lo extraño”.
La extraordinaria preparación, los abundantes y sólidos conocimientos de Said, profesor durante varias décadas de literatura inglesa y comparada en la Universidad de Columbia y director del Arab Stud-ies Quarterly, así como su experiencia vital —resi-dió de joven en Jerusalén y El Cairo, de adulto en los Estados Unidos—, lo habilitan para abarcar en su análisis a los eruditos más prominentes especia-lizados en el Oriente, como Silvestre de Sacy, Ed-ward William Lane, Ernest Renan, Gustave von Grunebaum o Louis Massignon. Y, al mismo tiem-po, para hacer una crítica de aquellos escritores que, como Flaubert, Lamartine, Nerval, Pierre Loti o Chateaubriand, se sintieron atraídos —incluso subyugados— por esas características del Oriente
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Bajo la sombra de la Historia
El lector que incursione en el nuevo libro de Fernando del Paso encontrará una infi nidad de campos de batalla intelectuales. El fragmento
que presentamos aquí —mera probadita de la no pesada erudición del autor, de su humor velado, de su disposición a llamar las cosas por su nombre— es una suerte de reseña crítica de Orientalismo, el celebrado estudio de Edward Said.
Sirvan estos párrafos de invitación a nuestros lectoresF E R N A N D O D E L P A S O
A D E L A N TO
B AB ABB AB AB ABB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AB AAAB ABB AAB AABB AAB AB AA J OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJJ OJJ OJJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OJ OOJ OJ OOJ OJ OJ OJ OJ OJ OOOOOO LLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA S OS OSS OS OS OS OS OS OS OS OSS OSS OS OS OS OS OS OS OS OS OSSS OSS OS OS OS OS OOS OS OS OS OS OS OSS OS OOS OSS OOS OS OS OOOOSS O M BMM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BM BMM BM BM BM BM BMM BBM BM BM BM BM BBMMM BBMM R AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AAR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AR AAR AAAR AR ARR ARR AR AR AR ARR AR AAR AR AR DDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE D ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED ED EDD EEED EDD EDDDD EEDDDDD ED EED ED LLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL PAPAPAPAPAPPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAAAAAPAAAAAPAPAPPAAAAPAPAAPAP S OS OS OS OS OS OS OS OS OS OS OS OS OS OOS OS OS OS OS OSS OOS OOS OS OS OS OS OSS OS OS OS OOS OS OS OS OS OS OSS OS OS OOS
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en la cual el profesor manifi esta su inte-rés de centrarse en el material británico y francés no sólo porque Gran Bretaña y Francia fueron las naciones pioneras en los estudios orientales, sino también por-que “mantuvieron estas posiciones de vanguardia gracias a los dos entramados coloniales más grandes que la historia del siglo xx ha conocido”. Sin embargo, Said nos dice que, debido a su reciente fami-liaridad con la obra de Américo Castro y de Juan Goytisolo, “hubiera deseado sa-ber más acerca del orientalismo español”. Said es de la opinión que “la simbiosis en-tre España y el islam nos proporciona un maravilloso modelo alternativo al crudo reduccionismo de lo que se ha dado en lla-mar ‘choque de civilizaciones’”, tras afi r-mar que “el islam y la cultura española se habitan mutuamente en lugar de confron-tarse con beligerancia”. Esta disculpa no llena, sin embargo, el vacío que represen-ta la ausencia, en Orientalismo, de erudi-tos de importancia fundamental, como el propio Américo Castro, Cansinos Assens, Miguel Asín Palacios, Emilio García Gómez, Jacinto Bosch Vilá o Juan Vernet Ginés, entre otros muchos, todos españoles; ni la de tres extranjeros que fi guran entre los más ilustres de los estudiosos de la Espa-ña islámica: el alemán Adolfo Federico de Schack, el francés Évariste Lévi-Provençal —antiguo director del Instituto de Estudios Islámicos de Argelia— y el erudito holandés R. P. Dozy.
Hay en Orientalismo una sola alusión a la penetra-ción, en España, de la “elevada cultura” y “la mag-nifi cencia” de los musulmanes, en una cita que Said hace de Edward Gibbon, en la cual el célebre histo-riador inglés señala lo que todos sabemos o debería-mos saber: que ese esplendor de la España musul-mana fue contemporáneo del “periodo más oscuro e indolente de los anales europeos”. Pero Said, en mi opinión, se equivoca en dos cosas. La primera: en España sí hubo un choque de civilizaciones, o al me-nos de dos comunidades de confesiones distintas: el cristianismo y el islam —de hecho hubo también una confrontación con los judíos, como todos sabemos—. Y cuando Abdalá el-Zequir perdió en 1492 el último reducto árabe en España, el reino de Granada, se consolidó el triunfo de los cristianos en la península. En las regiones españolas en las cuales los musulma-nes estaban en el poder, hubo largas épocas de tole-rancia hacia judíos y cristianos, pero también brotes de intolerancia y matanzas. El investigador Alexan-dre del Valle —cuyas opiniones debemos tomar con cierta reserva— nos dice que los musulmanes almo-hades arrasaron la ciudad y la diócesis de la ciudad cristiana de Elvira, y cita a Asín Palacios, quien es-cribió sobre la política constante de persecuciones y delaciones de lo que califi có como una “inquisi-ción islámica en la península”. No estar al tanto de todo esto es la causa de la segunda equivocación de Said: España y el islam no se habitan mutuamente. Todavía se respira en muchas palabras españolas el perfume de la lengua árabe, y todos los días cientos de millones de hispanoparlantes pronunciamos el nombre de Dios en árabe en la palabra ojalá —quiera Dios—, derivada de la expresión árabe wosallah, se-gún el sabio Joan Corominas y según otras fuentes de la expresión in cha Allah, inmortalizada por los la-bios del propio Mahoma como expresión de modes-tia en el Corán: azora xviii, versículo 23. Otra pala-bra no menos popular es ¡olé!, la cual, afi rman todos los eruditos, procede también del nombre del dios musulmán.
Pero esto no signifi ca de ninguna manera que el islam haya seguido vivo en el corazón de España. Fue sí notable la trascendencia de la poesía árabe en la literatura arábigo-andaluza y los antiguos ro-mances. Y en España, en particular en la región de Al-Andalus, sobreviven numerosos ejemplares de la asombrosa arquitectura árabe de diversas épocas: el esplendor omeya, los reinos de taifas, el domi-nio beréber y los reinos almorávide y almohade. No sólo las conocen muy bien los españoles y los espe-cialistas: también el turista culto que se deleita con la hermosísima mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza, la Torre de la Giralda y el Alcázar de Sevilla o los prodigiosos palacios nazaríes de la Al-hambra. Pero sabemos muy bien que, después de la expulsión, primero de sus judíos —en el Annus mi-rabilis de 1492— y después de sus moriscos, consoli-
dada a raíz del decreto fi rmado por Felipe III en 1609, España se españolizó hasta el tuétano; se hizo más España que nunca: una España donde los que se autodenomi-naban “cristianos viejos” se ufanaban de usar, en vez de cinturón, lonjas de tocino. Un historiador del orientalismo occiden-tal no puede ignorar el profundo desga-rramiento que causó el violento, bárbaro destierro que sufrieron los moriscos de Valencia, Castilla, La Mancha, Granada y tantas otras regiones españolas. Como señala Jean-Paul Roux, esta clase de actos no sólo denuncian “un espíritu más agre-sivo que el de las peores agresiones arma-das”, sino también “expresan el rechazo absoluto del otro”. La única cohabitación que existe hoy día en España entre mu-sulmanes y cristianos no tiene su origen en los ochocientos años de dominio árabe, sino —como sucede en otros países de Eu-ropa— en la multitudinaria migración que se inició en el siglo pasado procedente de los países musulmanes del África del Nor-te. Y se trata de una coexistencia precaria
y confl ictiva, agravada por los espantosos atentados de 2004 en la estación madrileña de Atocha, lo cual Said, por supuesto, no pudo imaginar.
Said, en otras palabras, desperdicia la oportu-nidad de refl exionar sobre la infl uencia de Oriente en la obra de uno de los más grandes escritores de Occidente: Cervantes. Ésta es una omisión lamen-table, porque, como sabemos, Cervantes vivió el Oriente —o cuando menos “la Berbería”, que para los españoles era el “Reino de Argel”— en carne y huesos propios, como cautivo que fue de los pira-tas argelinos durante el nada despreciable lapso de cinco años. Se dice que allí, en Argel, comenzó a es-cribir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La lectura de la obra de Cervantes, complementada con el estudio de por lo menos dos libros: El pro-blema morisco (desde otras laderas), de Francisco Márquez Villanueva, y Cervantes y la Berbería, de Emilio Sola y José F. de la Peña —para citar sólo dos títulos contemporáneos—, le hubiera bastado al profesor Said para darse cuenta de que ningún otro autor europeo de su época y de otras épocas ante-riores y posteriores, tuvo jamás una experiencia personal y una comprensión, un conocimiento tan profundos de una de las grandes tragedias compar-tidas por moros y cristianos. Es decir, por orienta-les y occidentales. Y que esas vivencias, por supues-to, salen a relucir, con brillos muy especiales y muy sugestivas ambigüedades, en buena parte de la obra del gran escritor español.
Los moriscos, es necesario recordarlo —y subra-yarlo—, eran moros bautizados, es decir, cristianos, pero su lengua y costumbres eran rechazados por los españoles, los cristianos viejos, que no quedaron satisfechos hasta echar de España al último de ellos. En su hermoso libro, Francisco Márquez Villanueva nos dice: “Debo a Miguel de Cervantes mi despertar a los aspectos doctrinales y humanos de la expul-sión de 1609-1614. Fueron Ricote y su vecino Sancho Panza quienes, en su día, me hicieron comprender el gran fraude latente bajo aquella terminología neu-tralizadora de tantos sufrimientos y de tan pavoro-sas responsabilidades morales…”
Para Said, el concepto que del Oriente ha prevale-cido en Europa es un invento que responde más a la cultura que lo produjo —esto es, la occidental— que al supuesto objetivo que se plantea una especialidad —el orientalismo—, que debiera fi jarse como meta principal el conocimiento profundo y desprovisto de prejuicios de la historia, la cultura y la forma de ser de una parte de la misma humanidad a la que todos pertenecemos. La idea de Oriente es, así, una espe-cie de construcción colectiva a la que cada erudito europeo o estadounidense ha contribuido sin apar-tarse de los cánones establecidos por la costumbre, la pésima costumbre, de considerar como superior a la civilización europea sobre la oriental. Una sólida construcción a la que se adhieren no sólo las opinio-nes generalizadas en calidad de añejos y arraigados lugares comunes, sino también los enfoques particu-lares de intelectuales cuya especialidad no ha sido el orientalismo, dando así lugar —nos dice Said— a va-rios Orientes que coexisten en uno solo: “un Oriente lingüístico, un Oriente freudiano, un Oriente splen-geriano, un Oriente darwiniano [y] un Oriente racis-ta” entre varios otros.�W
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BAJO LA SOMBRA DE LA HISTORIAEnsayos sobre
el islam y el judaísmo
F E R N A N D O D E L PA S O
Historia1ª ed., 2011, 728 pp.978 607 16 0636-5
(rústica)978 607 16 0637 2
(empastada)
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La obra narrativa de Fernan-do del Paso se ha escrito, también, bajo la sombra de la Historia. Para decirlo pa-linurescamente: la ciencia de la Historia es un fantas-ma que ha habitado, toda la vida, en el corazón del escritor mexicano. O si no toda la vida, para no caer en
exageraciones (y por ser algo, a la distancia, de difí-cil comprobación, pues habría que estudiar al perso-naje desde los primeros balbuceos, por lo menos, y seguirlo en su desarrollo intelectual hasta los tiem-pos actuales), sí puede decirse que en sus tres gran-des novelas una de las raíces más sólidas de la fi cción son los hechos históricos. En José Trigo (1966), por ejemplo, se entrecruzan dos sucesos: la guerra cris-tera de 1926-29 y el movimiento ferrocarrilero de 1958-59; en Palinuro de México (1977), pese a algu-nas desubicaciones geográfi cas y temporales (como situar, a propósito, la Escuela de Medicina aún en el Centro Histórico de la Ciudad de México, cuando ya se había trasladado a Ciudad Universitaria), el acon-tecimiento central es el movimiento estudiantil de 1968; y Noticias del Imperio (1987) describe a deta-lle la intervención francesa de 1862-66, y la instau-ración y desplome del imperio de Maximiliano de Habsburgo.
Una de las raíces más sólidas de sus fi cciones, sí, porque la otra raíz es obviamente la literaria. Fer-nando del Paso no intentó en esos títulos, en prin-cipio, hacer historia (aunque lo haya logrado, en al-guno de los dos sentidos de la expresión), sino nove-
las, y éstas siguen tradiciones narrativas muy claras. Como “objetos literarios” u “objetos verbales” que son, se les podría describir con independencia de las situa-ciones ahí referidas. En José Trigo se amalgaman cua-tro infl uencias: la literatura prehispánica, sobre todo la poesía náhuatl, y Juan Rulfo, por un lado; y Luz de agosto de William Faulkner y el Ulises de James Joyce, por el otro. Palinuro de México vuelve por momentos a Joyce, en el planteamiento de un capítulo teatral como catarsis de la novela, pero también integra a François Rabelais, Laurence Sterne, Cyril Connolly, el surrea-lismo y la psicodelia; y en cuanto a Noticias del Impe-rio, al monólogo de Carlota de nuevo se le han acredi-tado señas joyceanas (relacionándolo con el monólogo de Molly Bloom) y se habla, igualmente, de que las va-riaciones estilísticas de la novela, capítulo a capítulo, vienen del Ulises, aunque es claro que Del Paso leyó además a los autores que se han ocupado de Benito Juárez y la pareja imperial, sean novelistas, drama-turgos o historiadores.
La historia alimenta a la novela; y la novela se nutre de la historia. Una, en Del Paso, no podría vivir sin la otra. Entre ambas especialidades se establecen vasos comunicantes; y se crean, sin que el objetivo haya sido aquello que de forma comercial se conoce como “nove-la histórica” (por lo común, simplifi caciones tanto de la historia como de la literatura), cuerpos literarios de ecos o reverberaciones múltiples con los que se llegan a comprender, quizás hasta en profundidad (con una profundidad tal vez distinta de la de un científi co de la historia), ciertos pasajes históricos.
Palinuro de México es parte de una corriente que se ha denominado “narrativa del 68” y que está constitui-da por más de 30 novelas y algunos cuentos. No se es-
pere de estos libros un recuento puntual, día a día, de lo que fue el movimiento estudiantil. Lo que hay de éste en Palinuro de México es poco, si se busca la noticia de primera plana… aunque en esa época los diarios no fueron referencias confi ables, pues se publicaba sólo aquello que era decidido por el gobierno. En parte por ese control que se tenía de la prensa, la literatura tuvo que contar lo que se ha-bía callado en los medios con control ofi cial. Lo que Del Paso hace es crear un “estado de ánimo” de los jóvenes de entonces, una trama que gira alrededor de un grupo de estudiantes cuya participación en el movimiento no es directa. No obstante, se per-cibe desde ellos el espíritu contracultural, que fue uno de los motores de la protesta. Así, las aventu-ras de los amigos en la ciudad, e incluso sus pasa-jes amorosos (cuando explota una gran libertad en los territorios de la cama), narran el 68 de otra manera.
Ocurre así en otras novelas memorables sobre el 68, como La invitación (1972) de Juan García Pon-ce, Si muero lejos de ti (1979) de Jorge Aguilar Mora o Muertes de Aurora (1980) de Gerardo de la Torre, en donde probablemente no se encontrará el 68 histórico —que sí está en los testimonios recogidos por Elena Poniatowska para La noche de Tlatelol-co (1971) o en el autobiográfi co Los días y los años (1971) de Luis González de Alba— sino la parte más íntima de lo que fueron esas jornadas. La Historia vuelta historias.
Coinciden José Trigo y Palinuro de México en que la perspectiva desde la que se cuenta es la de los vencidos: cristeros, ferrocarrileros o estudian-tes que sufrieron la represión �E PASA A LA PÁGINA 10 �
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Gran parte de la literatura de Fernando del Paso orbita en torno a la historia. Sus novelas están empapadas de hechos reales y opiniones sobre esos hechos, como
si su prosa quisiera no sólo describir sino entender aquello que ha ocurrido. Su nuevo libro es entonces una nueva vuelta de tuerca en su afán por hibridar lo literario con lo
histórico. Uno de sus mayores conocedores explora aquí ese vínculoo de sus mayores conocedores explora aquí e
¿Una literatura de la Historia?
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E N S AYO
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mismo. Sospecha que me parece confi rmada cuando Fernando del Paso repite lo de John Esposito: “Nun-ca tuve la intención de escribir este libro.” El libro se escribió solo, valga la paradoja.
Los porqués nos los va aclarando la extensa intro-ducción, la cual recuenta una muy larga génesis, así como los modos en que su autor se fue acercando vi-vencialmente al tema. Nos dice cómo conoció por pri-mera vez a unos judíos, cómo determinados aconteci-mientos del Medio Oriente lo sorprendieron en algu-na etapa de su vida laboral, qué libros, qué escritores. Esto es bastante raro en las costumbres de los inves-tigadores, quienes nos suelen presentar los resultados de su búsqueda como si un camino llano y directo los hubiera llevado a ellos. Describiendo por el contrario su ruta escarpada y tortuosa, Fernando del Paso deja constancia de las idas y vueltas que dieron sus inten-tos por comprender a los judíos y al islam. Valentía ad-mirable que muchos quisiéramos empuñar, y más la de lanzarse a la empresa con pleno conocimiento de que requiere un abultado bagaje de conocimientos es-pecializados, pero también que se hace necesaria más que nunca en nuestros días y en nuestro medio. Nues-tro medio latinoamericano, aclara para mayor detalle, vivir en cuyo ámbito lo convierte en un testigo privile-giado de los tiempos que corren.
El resultado es un insólito volumen que abreva en todas las fuentes y de todas sospecha, que nos hace saber cómo las páginas que leemos han consumido sí años de lecturas, variadas y políglotas, pero además décadas de interrogantes nacidos de las más diversas situaciones y del encuentro con los autores y persona-jes más inesperados. La misma forma de citar una bi-bliografía heterogénea, de libros voluminosos y de las
fuentes que menos esperaríamos encontrar en un libro sobre el islam y el judaísmo, nos revela que no es cuestión del trabajo de unos meses sobre un corpus de fotocopias o el recurso constante a inter-net (que falta conspicuamente, alabemos de paso). También cuando nos topamos a cada momento con la atención minuciosa a ciertos detalles, con el des-cubrimiento de discrepancias o de complementa-riedades entre un autor y otro, con la labor de con-frontación entre distintas versiones de la Biblia y el Corán. Todo ello nos habla de una labor prolonga-da y cordial.
Con lo anterior casi sobra lo que digo ahora, que estos ensayos sobre el judaísmo y el islam no se van a parecer a lo que existe sobre el tema. Por empe-zar, pocas son las obras que se dedican al mismo tiempo a ambos tópicos, y casi sólo a ellos: hay sí muchas sobre el judaísmo, muchas sobre el islam, sobre ambos y el cristianismo; hay tratados gene-rales de las religiones, pero ensayos sobre judaísmo e islam, pocos. Agrego: no resultan en una síntesis celebratoria, no en una condena del orientalismo ni en una celebración del mismo, ni propaganda de un bando contra el otro, ni en una aséptica pará-frasis que evite discutir los hechos sobrenaturales, ni en un irénico llamado a contemplar la verdad de todas las religiones.
Más bien es un irrespetuoso, políticamente in-correcto llamado a ver de ellas la mentira, empe-zando por las dos que son objeto de escrutinio. Las costumbres académicas, y hasta las sociales, nos han acostumbrado a evitar cualquier referencia a las propias convicciones religiosas, incluyendo el descreimiento, que es también �E PASA A LA PÁGINA 10
Difícil en estos momen-tos es decidirse a escri-bir sobre el islam y el judaísmo, cuando está cambiando acelerada-mente la ciencia que todos creíamos adqui-rida. Algo semejante a lo que ocurrió entre 1978 y 1979, años en que
aparecía el libro de Edward Said Orientalismo, para decirnos que no hay que ilusionarse con la idea de tener al Oriente en la punta de los dedos, que no es éste sino una creación fantasiosa que el Occidente produjo con aviesas intenciones. Y confi rmándolo o desmintiéndolo, estallaba en Irán un movimiento que no seguía el modelo de los hasta entonces habi-tuales, sino que se autodenominaba una revolución islámica, que nadie había previsto. Como nadie ha-bía previsto lo que para simplifi car se ha llamado la “primavera árabe” de nuestros días.
La perplejidad hoy resultante quizá constituya el entorno más favorable para que un latinoamericano se lance a la empresa de presentar otra vez, desde su nacimiento, a los dos protagonistas del confl icto que agita la prensa a cada momento: el judaísmo y el is-lam. Es lo que hace Fernando del Paso, anteponien-do un epígrafe que nos señala su impulso principal: “El contenido de este libro no es lo que yo quiero enseñar: su contenido es lo que yo quería aprender.” No sé si conscientemente o no, tales palabras recuer-dan las de otro famoso heterodoxo inclasifi cable, Georges Sorel, quien, no encontrando en ningún si-tio la ciencia que buscaba, tuvo que enseñársela a sí
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Para mirar Bajo la sombra de la Historia desde diversos miradores —¿un minarete en este caso?—, invitamos a un experto en la cultura islámica a
comentar las ideas que Del Paso presenta en su libro. Lo que nuestro colaborador encuentra en esta obra es un enfoque novedoso, bien informado, controvertido,
destinado a ser una referencia inevitable en el ámbito hispánico
Comprender Oriente desde América Latina
H E R N Á N G . H . T A B O A D A
R E S E Ñ A
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VIENE DE LA PÁGINA 9 E �una religión, como reza el dicho islámico. Por no seguir estas costumbres, Fernando del Paso evita las medias palabras y ambigüedades que demasiadas veces oscurecen los recuentos sobre las religiones ajenas y las rechaza para subrayar con ironía omnipresente sus contradicciones y extrañe-zas. Quizá la religión islámica, por estar más apegada a símbolos premodernos, es más castigada. No estoy de acuerdo en ciertos juicios suyos sobre su enraiza-miento psicológico, que la diferencia del judaísmo y el cristianismo actuales. Eso, retomo lo de mi primer pá-rrafo, lo habría dicho yo también antes de la primave-ra árabe. Hoy no sé. De todos modos, no hay acá nada comparable a la antipática diatriba de la ególatra Oria-na Fallaci. Lo de Fernando del Paso transpira un pro-fundo humanismo, una compasión humana que nace paradójicamente de su posición agnóstica, declarada desde la primera página, y para que menos dudas que-den, ahí mismo defi nida con rigor.
Sabe que el resultado le va a signifi car reproches de todos lados. De los que se consideran afectados, que para colmo pertenecen a ambos bandos, porque no puede acogerse a los judíos para que lo defi endan de los musulmanes, ni viceversa. A los dos les tocan palos. A los tres, porque también está pre-sente quien no es sujeto del libro pero es omnipresente en él; más bien, yo diría que es el libro un ejercicio de tiro por elevación dirigido al cris-tianismo, a la iglesia católica pre-cisamente. Agrega Fernando del Paso que los reproches saldrán también del campo de los especia-listas. Con modestia afi rma que no los mundialmente famosos, que “nunca se dignarán siquiera hojear estos modestos ensayos”, sino sus coterráneos, mexicanos y latinoamericanos que se han ocupado de estos temas, y entre los cuales me hace el honor de co-locarme. Yo no lo haré, y los otros, si actúan con sinceridad y son ver-daderos estudiosos, podrán sí ha-llar faltas, nombres mal escritos y sobre todo bibliografía que se deja de citar. Pero pregunto: ¿quién se ha atrevido hasta ahora a elaborar un libro tan amplio y personal so-bre estos temas? No ha aparecido todavía el Pococke o el Renan la-tinoamericano, y si hace algunos años podía deberse a la falta de infraestructura y medios, aho-ra el culpable es nuestro apoca-miento. Del que Fernando del Paso ha sabido sobreponerse, ejercitando una amplia relectu-ra. En adelante, lo que se escriba entre nosotros sobre estos te-mas deberá serle una respuesta.
¿De qué habla entonces? Ya es hora de decirlo porque nada previ-sible es el índice y en la vaguedad del título cabe todo. Habla del islam y del judaísmo, por supuesto, y en ese orden, no en el de aparición histórica. Alterna la frondosidad en el desarrollo, que sigue sus interrogantes personales, y el meticuloso método cronológico y temático, aun-que no sin súbitos cambios de registro. Ya hablé de la introducción. Luego viene una serie de disquisiciones sobre el orientalismo. No creamos que calca, a la moda de hoy, lo que dice Edward Said; esto hay que dejarlo para los que del Oriente y del orientalismo sólo han sa-bido lo que el palestino dijo; tampoco se ríe de las fala-cias de éste, faena que hay que dejar a los orientalistas satisfechos de sí mismos. Nuestro autor critica y recu-pera al mismo tiempo, y aquí recordamos y valoramos aquello de que había escrito antes, que el ser latinoa-mericano lo convierte en testigo privilegiado.
Y prosigue con Mahoma, “Vida y milagros”. El de-sarrollo es largo. Abundan los detalles, y ya sabemos que sobre el Profeta éstos se conocen en sobreabun-dancia. No retoma la vulgata sobre el comercio cara-vanero de Meca, los cambios sociales que propiciaron la aparición sociológica del islam. Todo esto, tópico en los manuales, y que me parece bastante fantasioso, le interesa menos que el hombre Mahoma. Quizá por ello cita tanto a Washington Irving, fuente que en general los orientalistas desdeñan, y a Martin Lings, cuya na-rrativa puede no convencernos, pero es imposible que
no nos atrape. Sólo puede seguir la estela de ambos quien domine la técnica novelística como para dar cuenta de las contradicciones de Mahoma, cuya vida sigue hasta el fi nal, y allí se detiene.
Continúa con la más antigua historia bíblica, la cual entremezcla continuamente con la de los judíos de la diáspora, de los actuales, sus anhelos y sus odios, su tragedia. Escritos muy lejanos, en torno al Holocausto, sirven a veces de marco a los juicios y refl exiones sobre el Pentateuco, los Jue-ces, la Monarquía davídica, el exilio. Al lado de los detalles de la Toráh fi guran aquellos otros, pinto-rescos y extravagantes, de la tradición rabínica. Lo dicho antes sobre Mahoma se repite: el interés del presente libro es por el hecho humano, e ignora las disquisiciones habituales sobre la historia y sus de-terminaciones. Aunque ya no va tras la personali-dad de cada patriarca, sino tras la de aquella gran tradición que es el judaísmo.
Sus intereses le impiden tomar en cuenta las reelaboraciones que desde hace algún tiempo se han hecho y se están difundiendo, con fervor y con escándalo, sobre el carácter mítico de la historia
más antigua de los patriarcas, e incluso de los reyes de Israel, y sobre la
vida de Mahoma. Conoce sí La Biblia desenterrada, de
Finkelstein y Silberman, pero no acude a su ar-gumento básico. Éste, como toda gran teoría, va a ser superado en el tiempo. Fernando del Paso, que aspira a ser más duradero, privilegia el uso de las
fuentes primarias, y repito que el Corán es
escrupulosamente leí-do, y en varias versiones
e idiomas, lo mismo que la Biblia. Pero no crea-mos que en forma de cal-
ca de los manuales que ya existen. Cada información
está acompañada de co-mentarios; la mayoría son
heterodoxos y para mí abso-lutamente inéditos. En todo sentido: en relación con la sacralidad del tema y en re-lación con la respetabilidad de la erudición tradicio-nal. A veces son notas de simple sentido común.
He dado cuenta del contenido de los capí-tulos más importantes, pero de ninguna mane-ra de todo el libro. No he
dicho nada de la imagen europea del islam, de la
infl uencia de las Mil y una Noches: no alcanza el espa-
cio. Aunque sí son obligadas unas palabras para el caso Rushdie: impre-
visible siempre, el autor se esfuerza por asumir el punto de vista islámico; repite consideraciones de otros, sí, pero en algo su autoridad es incuestiona-ble, al decidir sobre el mérito, que no lo entusiasma, del indobritánico. Sólo conozco a otro novelista, el fallecido Carlo Coccioli, que discriminó entre el fá-rrago de la publicidad y vio justo en la calidad del colega condenado a muerte.
Hay más temas: al acabar un pequeño tratado de angelología judeo-cristiano-islámica da lugar a una miscelánea, repleta de curiosidades islámicas, paralipómena de tanta investigación, y unas pági-nas sobre el sufi smo que reivindican a este movi-miento. Parece terminar pero tenemos la impre-sión de que las hasta ahora más de setecientas pá-ginas son sólo un comienzo, de que como el Corán esta obra no tendrá fi n, como no tuvo comienzo, que se va a prolongar, que va a seguir escribiéndose sola. Afortunadamente.�W
Hernán G. H. Taboada es investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, de la UNAM. Es autor de La sombra del islam en la con-quista de América ( FCE, 2004).
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
VIENE DE LA PÁGINA 8 E �del Estado. En Noticias del Impe-rio hay una variación, pues en ese gran caleidoscopio del siglo xix que es la novela destacan Maximiliano y Carlota, que llegaron a México para gobernarlo (y que fi nalmente también fueron derrotados), sí, pero hay el esfuerzo por mirar las cosas no sólo desde ahí sino integrar ópticas muy diferentes, con un afán to-tal, como si se tratara de una asamblea en la que to-dos los involucrados (republicanos o imperialistas, liberales o conservadores, franceses o mexicanos) exigieran tener voz y voto. Acaso la distancia en el tiempo permite esa visión panorámica cuando en los otros casos, el movimiento ferrocarrilero o el mo-vimiento estudiantil, se trataba de abordar asuntos cronológicamente más cercanos al escritor, que exi-gían además una toma de partido.
En uno de los capítulos fi nales de Noticias del Im-perio refl exiona Del Paso sobre las relaciones entre la literatura y la historia. Tiene a la mano tres nai-pes: uno es el del dramaturgo Rodolfo Usigli, autor de una obra sobre el Segundo Imperio, Corona de sombra, quien se siente incómodo ante la historia; el segundo naipe es una frase de Jorge Luis Borges, al que le interesa “más que lo históricamente exacto, lo simbólicamente verdadero”; y el último naipe es de György Lukács, teórico de la novela histórica, para quien es un “prejuicio moderno el suponer que la au-tenticidad histórica de un hecho garantiza su efi ca-cia poética”.
De estas tres opciones, ¿cuál será la carta elegida por Fernando del Paso? Escribe: “Quizás la solución sea no plantearse una alternativa, como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conci-liar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención. En otras pa-labras, en vez de hacer a un lado la historia, colocar-la al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado, también, de la fantasía desbocada […] Sin temor de que esa autenticidad histórica, o lo que a nuestro criterio sea tal autenticidad, no garantice ninguna efi cacia poética, como nos advierte Luckács.”
Como el del novelista, también el ofi cio del his-toriador se ha modifi cado. Antes se atendían los grandes sucesos, las grandes mareas de la historia, y el acento se aplicaba en quienes como líderes pare-cían conducir la historia. Ahora lo cotidiano, la vida diaria, y aquello que realizan personajes de los que no sabemos siquiera sus nombres (partes actuan-tes y modifi cantes de ese orbe, ese “nadie” que es “todos”), importan al científi co de la historia tanto como lo que ocurre en la vida pública más ilumina-da. El historiador ha tenido, por tanto, que enfocarse en aquello que antes era sólo interés de los novelis-tas, a quienes se sabía dedicados a la “historia priva-da de las naciones”, según el credo de Balzac. Y éstos, los novelistas, no se asumen ya como simples divul-gadores de la historia (papel que se ejercía con cierta comodidad en el siglo xix, al modo de Pérez Galdós o Salado Álvarez en sus “episodios nacionales”) sino como alguien que investiga y se acerca a algo que puede ser históricamente exacto o simbólicamente verdadero. Desde fi nales del siglo xx el historiador actúa como novelista y el novelista como historia-dor, con similares responsabilidades en el uso de la pluma y el microscopio. Ése es el punto al que arriba Fernando del Paso en sus novelas.
Es curioso que luego de sus tres grandes edifi cios narrativos de intención histórica la obra de Fernan-do del Paso se haya dispersado hacia la novela poli-ciaca (Linda 67, 1995), la escritura de textos para ni-ños (De la A a la Z por un poeta, 1988; Paleta de diez colores, 1990; Ripios y adivinanzas del mar, 2004), el teatro (La muerte se va a Granada, 1998), la poesía (Sonetos del amor y de lo diario, 1997; PoeMar, 2004) o la revisión bibliográfi ca (Viaje alrededor de El Qui-jote, 2004), y que una de las estaciones visitadas sea un libro hecho sólo de palabras y sólo para la palabra (Castillos en el aire, 2002), o de ésta en su relación con la imagen (puesto que es un libro ilustrado por el autor), en donde la fantasía verbal en su expresión más libre guía la mano, como si efectivamente se tra-tara, en afanes terapéuticos, de una cura de esa His-toria a cuya sombra antes ha vivido… y a la que volve-rá en el futuro.�W
Alejandro Toledo es crítico literario y periodista. En 2006 el Fondo publicó El hilo del Minotauro, su an-tología de “cuentistas mexicanos inclasifi cables” y está por lanzar el segundo volumen de las obras comple-tas de Efrén Hernández, preparadas y prologadas por Toledo.
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posición de aquellas circunstancias de mi infancia, mi adolescencia y mi vida como adulto que me llevaron a escribir [este libro]”. Nos describe su desempeño en el campo de la publicidad y agrega: “Hice textos e imagi-né comerciales para todos los productos imaginables y por imaginar.”
Posteriormente, en 1971, gracias a una beca Guggen-heim se instala en Londres, donde trabaja para la bbc. De este modo se empapa de la política internacional. Su postura queda defi nida al identifi carse con los pe-riodistas Robert Fisk y Thomas Friedman. De los in-gleses lo que más apreció fue el sentido del humor: “único en el mundo”.
Regresando a su infancia el autor nos relata la vida del México después de la segunda Guerra Mundial. La casa de la familia, convertida en casa de huéspedes, re-cibe a algunos judíos perseguidos por el nazismo, de los cuales dos habrán de ser sus tíos al casarse con las hermanas de su madre. Hace un repaso histórico de la época. Destaca el desinterés y la negativa de Lázaro Cárdenas por acoger a los perseguidos judíos, como el
caso de varios barcos impedidos de atracar, en con-traste con el recibimiento entusiasta de los espa-ñoles republicanos. Por cierto, agregaríamos que, entre éstos, llegaron judíos que habían luchado por la segunda República Española.
Del Holocausto o su nombre en hebreo Shoá, se remite a dos películas ya clásicas: Noche y niebla de Alain Resnais y Shoá de Claude Lanzmann. Acla-ra que en la primera, aunque se menciona que los masacrados en los campos de concentración perte-necían a veintidós nacionalidades, “no se nos dice que seis millones de esas víctimas pertenecían a la población judía de Europa”. De la segunda, expone su carácter testimonial, treinta años después de los hechos, basada en entrevistas, tanto de judíos sobrevivientes como de sus verdugos.
A continuación, aborda el tema de judíos y mu-sulmanes en América Latina. Reafi rma su impar-cialidad por no ser creyente de ninguna religión. Parte de la época colonial con la temible Inquisi-ción y las quemas de judaizantes.�E PASA A LA PÁGINA 14
Fernando del Paso, en su nuevo libro Bajo la sombra de la Historia. Ensayos so-bre el islam y el judaísmo, realiza un divertido e irre-verente paseo por los textos sagrados bíblico y coránico. Su intención, como él mis-mo afi rma, es llegar a un público amplio. El título,
nos dice, indica que la “Historia es en sí, ella misma, una sombra”, pues los presentes ensayos entremez-clan con habilidad información histórica, sustenta-da por una amplia bibliografía, con ingenio paródico.
El libro empieza con un largo ensayo, “Las mil y una noches de la bbc”, en el cual el autor hace un re-cuento del periodo de su vida que pasó en Londres. Principia por defi nirse como agnóstico y latinoame-ricano. Continúa con sus recuerdos de infancia en relación con la religión y su conocimiento de niños de otras religiones. Esto lo presenta como “una ex-
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
También pedimos a una profunda conocedora de la cultura judía que leyera el nuevo libro de Del Paso y lo comentara desde ese universo cultural. La ironía, por momentos subida de
tono, y la gana de encontrar contradicciones en los textos sagrados son los principales hallazgos de nuestra colaboradora, quien aprecia los arrestos del autor pero no sus conclusiones
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VIENE DE LA PÁGINA 11 E�De la época contemporánea hace un somero repaso de los países latinoamericanos y sus co-munidades judías y musulmanas. Del actual Estado de Israel señala los aciertos en materia social, sanitaria, libertad de religión, de expresión, cultural y artística: “Es, en pocas palabras, la única democracia del Medio Oriente.” También menciona sus errores políticos, sus facciones derechistas y ortodoxas. En fi n, el conglome-rado de opuestos y contradicciones de toda nación.
Hasta aquí llega la primera parte, introductoria, del presente libro. La segunda trata de Mahoma y el na-cimiento del islam. La tercera parte (que es la que se me pidió que reseñara) lleva como título: 1] “Historia antigua de un pueblo deicida” y 2] “¿El fi n de la nación judía?”
El primer título, de orden ambiguo e incierto, no puede referirse al pueblo judío, ya que el judaísmo no ha matado a su Dios. Los autores de los libros integra-dos en el llamado Antiguo Testamento o mejor Tanaj, en hebreo, no podían prever la futura existencia de Jesús. En todo caso, se les acusaría de carecer de do-tes adivinatorias. La acusación de “pueblo deicida” proviene del cristianismo. Sin embargo, es necesario recordar que la declaración Nostra Aetate del Conci-lio Vaticano ii (1962-1965), iniciado por el papa Juan XXIII, eliminó el epíteto.
A partir de una interpretación peculiar del texto en sí, son muchas las sorpresas que descubre Fernando del Paso. A su modo, se vale de Maimónides en cuan-to al juego entre sentidos literal y fi gurado de las pala-bras, y a la fl exibilidad de las interpretaciones. Por tra-tarse de una literatura tan antigua y, al mismo tiempo escrita a lo largo de tanto tiempo y por tantos autores, es, en su origen, de orden épico. La recopilación de tex-tos que abarca constituye, ante todo, una colección de los diversos géneros literarios: épico, lírico, sapiencial, místico y hasta un rudimentario intento teatral, como consigna María Zambrano al interpretar la historia de Job en El hombre y lo divino (fce, 1955). Dos grandes investigadores, Robert Alter y Frank Kermode, tam-bién se refi eren a la diversidad de géneros bíblicos en su libro The Literary Guide to the Bible (Belknap Press, 1990). Otro notable crítico literario, Northrop Frye, en The Great Code. The Bible and Literature (Harcourt Brace Jovanovich, 1982), parte de la relación entre len-guaje, mito y el uso metafórico de las palabras.
Si el origen es épico podría compararse no con tex-tos religiosos (aunque la religión sea una presencia fundamental), sino con la épica griega (Ilíada y Odisea), la europea medieval y la prehispánica. En todo caso, no resultaría objeto paródico, por pertenecer a lo fantás-tico. Asimismo, la unión y desunión entre tribus y cla-nes, las guerras, el dominio territorial, la imposición de religiones, los dioses que pelean de un lado o de otro se enfocarían desde otro ángulo. Pero, y éste es el gran pero, para la tradición occidental y cristiana el judaís-mo es un obstáculo inevitable. De ahí que la imparcia-lidad sea difícil de lograr, como el mismo autor afi rma.
La técnica de Fernando del Paso se centra en el se-ñalamiento de las incongruencias del texto bíblico. In-congruencias propias de todo texto literario y más aún de los de épocas tan antiguas. Incongruencias propias del ser humano que nunca será constante en su vida y actuación. Incongruencias que habrá desde las obras cervantinas y shakesperianas hasta las de moda ac-tuales, incluyendo las detectivescas y harrypotteria-nas. Y como Dios es una creación humana, por más que se lo espiritualice, en algún momento se traicionará.
La búsqueda de tales incongruencias parte del Gé-nesis en adelante o bien el autor se entretiene con cál-culos matemáticos: “Si hacemos un cálculo conser-vador de dos coitos semanales, ciento cuatro al año, resulta que nuestros primeros padres tuvieron que realizar más de diez mil veces el acto sexual antes que Eva se embarazara por tercera vez.”
Su recuento de los animales que se refugiaron en el arca de Noé echa de menos a escarabajos, mos-cas, mosquitos y otros insectos, así como microorga-nismos tales como bacterias y virus. Acusa a Dios de ignorancia.
Sobre la edad de los personajes bíblicos, que sabe-mos que es simbólica, imagina escenas grotescas: “La Biblia no indica que Abraham y Sara hubieran sido re-juvenecidos por una o varias noches, así que podemos suponer que ambos unieron sus pieles ajadas y secas, sus arrugas y verrugas, sus fl accideces, sus pubis cal-vos, sus bocas desdentadas, en fi n, sus decrepitudes.” Más adelante afi rma que “Abraham era un sicópata.”
De pronto, Fernando del Paso da saltos históricos y relaciona algún hecho bíblico con la política actual del Estado de Israel mencionando, por ejemplo, que fue
1 4 A G O S T O D E 2 0 1 1
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Dios quien primero consideró a los judíos extranje-ros en su tierra y no los palestinos del siglo xx.
Los vacíos narrativos, propios de la literatura en general, le sirven para desarrollar escenas queve-descas y hasta goyescas. Crea, como resultado, un tratado del absurdo, tal vez por infl uencia de la fór-mula latina: Credo quia absurdum est.
Sigue pasando revista a los textos de Éxodo, Le-vítico, Números, Deuteronomio, sin olvidarse de señalar todos los defectos, las maldades, las trai-ciones, las complicaciones, los enredos, aplicados a la época antigua y contemporánea. Al rey David lo califi ca primero de “bandido, traidor, adúltero y asesino” para luego describir su grandeza. De este modo no hace sino resaltar lo que sabemos de la Bi-blia: es un libro que no encubre lo negativo del ser humano, pero tampoco lo positivo: en una palabra, es un libro sobre las pasiones humanas. De ahí su universalidad y su contemporaneidad. Para descri-bir el reinado de Salomón cita las palabras del ya rebasado historiador del siglo xix Ernest Renan, que lo califi có como “uno de los gobiernos más ti-ránicos del mundo”. Después destaca su obra cum-bre como constructor del Templo de Jerusalén e impulsor de la cultura y la economía.
Sobre el Cantar de los Cantares asegura que es un libro bellísimo sin señalar sus incongruencias.
Según avanza en el tiempo el texto bíblico, Fer-nando del Paso reconoce que el carácter fantásti-co va perdiendo terreno y que el histórico lo gana. Mas entonces nos dice: “Una historia sin duda de gran interés para los especialistas, pero más bien farragosa para los lectores.” En efecto, lo paródico es menos accesible. Por lo que tacha a los libros de los Reyes de “monótonos hasta el cansancio”.
Los profetas, alucinados, “presentaban cuadros psicológicos anormales […] aunque desempeña-ron un papel trascendental en la historia del pue-blo judío y en el judaísmo como religión”. A Isaías, basado en la versión cristiana, lo considera el ante-cedente de un Dios universal. De los profetas me-nores destaca su preocupación fundamental por la clase pobre. Menciona también a profetisas, como Noadías y Míriam. A Jeremías lo nombra “el pro-feta inquisidor que condenó el lujo de la casa real y la explotación y opresión de que eran víctimas los débiles”.
Pasando a la sección titulada “¿El fi n de la na-ción judía? Del retorno de Babilonia a la rebelión de bar Kojba”, de nuevo recobra el ímpetu paródico basándose en una cita del Dictionnaire encyclopé-dique du judaïsme donde se dice que el decreto de aniquilamiento de los judíos en el reino de Persia reforzó más su fe que los sermones proféticos. En cuyo caso, el autor proclama que “el Holocausto habría también signifi cado un enorme benefi cio para el judaísmo”. Sin comentarios.
Según la historia avanza, los hechos se descri-ben más escuetamente. El regreso del destierro en Babilonia bajo el reinado de Ciro el Grande, la conquista de Alejandro el Magno de Israel, la rebe-lión de los Macabeos, la conquista de los romanos, el gobierno de Herodes el Grande, las enseñanzas de Hilel y Shamai, Salomé y Yojanán el Bautista. La heroica defensa de Masada, sitiada durante tres años por las mejores legiones romanas y el suicidio fi nal de los combatientes y sus familias, se describe según el libro de Flavio Josefo. La rebelión de bar Kojba contra los romanos, un relevante hecho his-tórico, se expone brevemente.
A continuación se incluye un apéndice sobre la historia de Job utilizando como base el libro de Jung Respuesta a Job, y otro, sobre Freud y Moisés, en torno a las diferentes teorías en cuanto al origen judío o egipcio de Moisés, fi gura central para las tres religiones monoteístas.
De este modo se cierra esta sección de un libro entre lo paródico y lo serio, la burla y la imagina-ción, el análisis y el rigor, así como la trasgresión. Un libro cuyo propósito fi nal es un enigma. El pro-pio autor se une a las palabras de John L. Esposito de no haber tenido la intención de escribirlo: “pero aquí está”.�W
Angelina Muñiz-Huberman es narradora, ensayista y poeta, estudiosa del exilio y del judaísmo. Es autora de El siglo del desencanto ( FCE, 2002) y Las raíces y las ramas. Fuentes y derivaciones de la Cábala hispanohebrea ( FCE, 1993).
Adolfo Sánchez Vázquez1915-2011Obr a s en el Fon do
Ética y política | Cuestiones estéticas y artísticas contemporáneas | El mundo de la violencia | Entre la realidad y la utopía. Ensayos sobre política, moral y socialismo | A tiempo y destiempo. Antología de ensayos | Poesía
Jan de Vos1936-2011Obr a s en el Fon do
La paz de Dios y del Rey: la conquista de la selva lacandona, 1525-1821 | Oro verde: la conquista de la selva lacandona por los madereros tabasqueños, 1822-1949 | Una tierra para sembrar sueños. Historia reciente de la Selva Lacandona, 1950-2000 | Fray Pedro Lorenzo de la Nada. Misionero de Chiapas y Tabasco.
A G O S T O D E 2 0 1 1 1 5
La aparición del libro de Fernando del Paso sobre Don Quijote de la Mancha ocurrió a unos meses de que se cumplieran 400 años de la publicación de esta legendaria novela tan cómica como melancólica. Se trata de un libro importante dentro de la bibliografía cervantina por diversas razo-nes, como más adelante se podrá concluir, pero también porque es uno de los pocos libros que las letras mexicanas han dedica-do a interrogar las fi guras de Don Quijote y sus personajes —otros escritores mexicanos que se han ocupado en libros de Cervantes y de su novela han sido Francisco A. de Icaza, Ermilo Abreu Gómez y Carlos Fuentes—. El volumen también importa dentro de la obra del propio Fernando del Paso —quien, por cierto, cumplió 70 años justo cuando el Qui-jote cumplía 400— pues se trata del primer libro de corte ensayístico que el autor dedi-ca a un tema único, y resulta signifi cativo que Del Paso haya elegido medirse precisa-mente con el Quijote, la novela fundadora de todas las novelas y, por supuesto, la novela más importante de la lengua española.
El libro se compone de siete capítulos. El primero, titulado “Quijotitos a mí”, está ins-pirado en la expresión que los labios de Don Quijote exclaman ante la jaula de los leones: “¿Leon-citos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?” La expre-sión traspuesta de la novela al ensayo tiene no poco de irónico y de autoburlesco, y denuncia cómo el autor es consciente de que al escribir este libro se le tome —lo cito— por “un insolente bravucón, el cual sin que na-die lo haya forzado […] pide que le abran la jaula de los leones” (p. 10). Pero en el empleo de esta frase también
da a entender que, más allá de las reacciones de los lectores —bostezo, ignorancia, ganas de comérselo vivo por el atrevimiento de atreverse a jugar crí-ticamente con la novela: lo sigo parafraseando—,
Fernando del Paso conoce y domina la novela como lector hasta ser capaz no sólo, por así decir, de meterse en la jau-la de los leones sino de ponerse su piel y de disfrazarse con ella. En este capítulo inicial el novelista metido a conferen-ciante muestra su baraja, sus supuestos y presupuestos, y da las reglas de un am-bicioso juego que consistió en “aprender a nadar en ese océano paciente sin fondo que es la bibliografía cervantina”, como ha dicho él mismo y que ha consistido, añado yo, en lanzar como en un literario frontón la esfera de su inteligencia con-tra la pared elástica de la novela de Cer-vantes tanto como contra la pared innu-merable de la crítica cervantina: “más de cinco mil títulos y casi 19 mil entradas como consta en la Bibliografía del Qui-jote por unidades narrativas y materiales de la novela”; para no hablar del Anuario Bibliográfi co Cervantino o de la Cervan-tes International Bibliography. Del Paso
en efecto hará rebotar la esfera de su inteligencia y de su experiencia entre los muros del Quijote y su crítica con erudición amena, destreza sinóptica que hacen de éste un ejemplar libro de crítica lite-raria —un genuino breviario— donde el asunto o sujeto tratado se prolonga en el examen de la crí-tica o de la historia o teoría de ese asunto dando como resultado un doble espejo de la memoria ca-
V iaje alrededor de El Quijote, de Fernan-do del Paso, es un libro escrito por un escritor imaginativo, pero también infor-mado y leído. No es una obra improvisa-da sino producto de varios años de lectu-
ras acuciosas e inteligentes. Es un libro que aporta varias cosas concretas a la discusión sobre el Qui-jote que, hasta donde sé, no habían sido observadas por los estudiosos y editores. a] La inconsecuencia en Cervantes de que el cuarto donde Don Quijote tenía sus libros se haya desvanecido y que a nues-tro héroe no se le haya pasado por la cabeza dar la vuelta a la casa para saber qué había pasado con el cuarto desaparecido por el mago Frestón. Es una observación ingeniosa que sólo podía haber hecho un novelista y que hasta ahora —según el autor— no había hecho ningún cervantista. Se han intentado algunos croquis de la casa pero no se dice una pala-bra ni se pinta un dibujo del cuarto desaparecido. b] La segunda aportación crítica de fondo se refi ere al personaje Álvaro de Tarfe, que aparece al fi nal de la segunda parte. Es un personaje “nacido” original-mente, si así puede hablarse, en la novela apócrifa de Avellaneda pero que Cervantes trae a la segunda parte del Quijote para que jure ante una autoridad que tanto el Quijote como el Sancho que conoció en la otra novela son apócrifos. En el mar de historias de la novela de Cervantes, este detalle había pasado casi inadvertido a los cervantistas, hasta donde lle-ga mi ignorancia.
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
VIAJE ALREDEDOR
DE EL QUIJOTE
F E R N A N D O D E L PA S O
tezontle1ª ed., 2004, 258 pp.
968 16 7233 X$114
El ensayista que hoy presenta Bajo la sombra de la Historia veló armas en el género con un trabajo sobre la mayor obra de Cervantes. En ambos libros abundan la erudición y la inventiva; los dos se asientan en vastas lecturas y en la desparpajada certeza de tener algo nuevo que decir ahí donde tanto se ha dicho. Acompáñenos el lector en este breve
recorrido en torno al Del Paso autor de ensayos
Un viaje cervantino A D O L F O C A S T A Ñ Ó N
R E S E Ñ A
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paz de convocar la idea de infi nito —una de las obsesio-nes que al parecer de este lector recorren y unifi can la obra toda de Del Paso—. En este pórtico, el autor detalla al lector la historia personal de sus lecturas y explaya la trama de su libro: alrededor de algunos temas selectos, elegidos o electivos, prosperan y se engarzan tanto las opiniones del propio autor como los pareceres de otros lectores, juicios que a su vez, nos advierte él, “son de dos clases: unos, aquellos que la fama se ha encargado de consagrar, y por lo mismo son parte ya indeleble de la historia de la crítica cervantina […] Otros, son las opi-niones, los juicios, con lo que me he topado durante mi camino de lector solitario, y que […] me ha parecido jus-to […] resaltar y no nada más por lo atinados que parezcan, sino también por su belleza” (p. 19). Desde el principio Del Paso pone sobre la mesa las preguntas de su juego: ¿estaba tan chifl ado que no se daba cuenta de lo que pa-saba? ¿Ama, puede amar Don Quijote a alguien? ¿Es real-mente valiente o sólo es un bravucón ingrato? ¿Estaba Don Quijote loco? ¿Se bur-laba o no Cervantes de él? ¿Hasta qué punto se cifra la cultura española en esta novela? ¿Hasta qué punto es posible leer inocentemen-te el Quijote? ¿Es Don Quijote un falso misterio o un verdade-ro objeto de culto? ¿Es posible leer sus páginas a la luz de una idea de trascendencia? ¿Es posible leer los textos de la crítica como un solo texto polifónico pa-ralelo al orden geométrico perspectivista que se cruza y traslapa en la novela? ¿Es Don Quijote un texto de espí-ritu poético y religioso o bien es sólo una máquina para hacer reír y llorar? Estas preguntas frontales y a veces abruptas me hacen preguntarme si el libro de Fernando del Paso es una obra iconoclasta o en realidad es el ho-menaje más vivo que se le haya brindado al Quijote des-de México, desde hace muchos años.
En el segundo capítulo el autor ya va entrando en materia y, como en una muñeca rusa, el Viaje alre-dedor de El Quijote se abisma y desdobla en “El viaje como aventura de la imaginación”. Sigue los pasos de la hermosa monografía de Howard Rollin Patch: El otro mundo en la literatura medieval, traducida por Jorge Hernández Campos para el Fondo de Cultura Económica y que lleva un valioso apéndice de María Rosa Lida de Malkiel sobre “La visión del trasmundo en las literaturas hispánicas”. No voy a intentar resu-mir el capítulo pero sí me gustaría subrayar el predi-cado de la voz viaje como “aventura de la imaginación” y añadiría yo como aventura espiritual y religiosa, de la Odisea a la Eneida, del Rig-Veda a la leyenda del Ve-llocino de Oro, de las correrías de san Brandán a Quet-zalcóatl. Pero Del Paso va más allá de Patch y de María Rosa Lida y cumple en este capítulo un repaso sinópti-co realizado al vuelo de sus botas de novelísticas siete leguas, viaje por el viaje en la literatura contemporá-nea, para no hablar del examen y repaso que hace de la noción de viaje en la obra misma de Cervantes, como ilustra su Viaje al Parnaso. Al promediar el capítu-lo y a partir de las citas del libro de Joseph Campbell El héroe de las mil caras (traducido por Luisa Josefi na Hernández), queda claro que en la lectura de Fernan-do del Paso la noción de viaje y la noción de héroe es-tán asociadas en un horizonte espiritual, simbólico y religioso. Cabría añadir aquí que en la época de Cer-vantes el viaje era un lujo que sólo se podían pagar los señores ricos o bien un castigo o bien una prueba reli-giosa o militar. Ya en este capítulo el lector puede irse dando cuenta de que el Viaje alrededor de el quijote que cumple Fernando del Paso —más allá de la odisea por
la erudición cervantina— es un viaje trascendente, ya por el fi rmamento, ya por los subsuelos de las creencias religiosas, ya por el horizonte del mito donde el autor va enfocando su investigación en torno al Quijote como una búsqueda de las verda-des que perfi lan la verdad mayor y trascendente de su protagonista.
Y es precisamente el tema de la verdad el que afl ora y se despliega tensamente en el siguiente tramo “El salto inmortal de Don Álvaro Tarfe o El complot de Argamasilla de la Mancha”. En esta estación —una de las más entretenidas y sabrosas del libro— se estrecha e interroga la fi gura —para
siempre elusiva y para siempre captada y capturada— de un personaje que
aparece en la segunda parte del Quijote pero que en realidad
proviene del texto apócrifo del aborrecible Alonso de
Avellaneda. Ese persona-je —recordémoslo— se llama Don Álvaro Tar-fe. Al encontrarlo, “De inmediato, Don Quijo-te le dice a Sancho que le parece haber topado con ese nombre cuan-
do hojeó el libro de la se-gunda parte de su histo-
ria. Se refi ere, desde luego, al Quijote apócrifo de Ave-
llaneda. Don Quijote entabla conversación con el personaje, y
le pregunta si él es ‘aquel Don Álva-ro Tarfe que anda impreso en la segunda
parte de la historia de Don Quijote, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno’, y el caballero responde: ‘El mismo soy […] y el tal Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba’.”
Además de sus contribuciones puntuales y con-tundentes, Del Paso repasa con amplitud e inteli-gencia crítica tanto la novela como las opiniones de los cervantistas especializados. Para ellos cier-tamente este libro será quizás un escándalo o una obra iconoclasta pues, soberbios como suelen ser la mayoría de los profesionales del detalle, acostum-brados como están a oír llover sin pensar que se pueden mojar, el hecho de que un ingenio lego —o no preparado— les venga a decir que no miraron en detalle, suscitará previsibles suspicacias.
El libro de Del Paso pone al día también otras cuestiones en sus diversos capítulos como por ejemplo la que discuten las virtudes de Don Quijo-te (¿era realmente generoso?, ¿era valiente?) o las que nos hacen ver que en realidad bajo el nombre de Dulcinea se concentran muchas realidades es-pirituales y morales.
Una última razón para subrayar la importancia del libro de Fernando del Paso consiste en que se trata del primer libro de ensayos con un tema en común que publica el novelista y de uno de los po-cos que se han publicado sobre el personaje y sobre Cervantes en México, aunque innumerables auto-res mexicanos hayan hecho alguna vez incursiones sobre el tema.�W
Adolfo Castañón sabe hacer libros: escribirlos, traducirlos, editarlos. Fue gerente de Producción y Editorial del Fondo. Acaba de publicar El libro de las jitanjáforas (Bonilla Artigas Editores, 2011).
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Eduardo Lizalde☞ AUTOR DEL FONDO
PREMIO INTERNACIONAL ALFONSO REYES 2011
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táculos, política cultural, publicaciones periódicas inglesas, artistas y corrientes artísticas, el 23 de sep-tiembre de 1973 Del Paso publicó un artículo que inau-guró, por así decirlo, “una línea de trabajo que seguirá después con relativa frecuencia: recoger y comentar lo dicho en las principales publicaciones periódicas —sobre todo inglesas— en torno a algún asunto par-ticular”, como lo documenta Elizabeth Corral Peña, autora del estudio introductorio de Obras III. Ensayo y obra periodística, volumen publicado en 2002 por el fce, que reúne 300 textos periodísticos de Del Paso.
Aquel artículo fundacional —en cuanto a una ma-nera de expresar sus refl exiones políticas— se tituló “La prensa de Inglaterra ante la tragedia chilena”, en donde el autor de José Trigo narra la reacción edito-rial que tuvieron algunos medios impresos ante la tra-gedia de Chile y la muerte de su entonces presidente Salvador Allende: “Inglaterra, entre sus tradiciones, tiene también la de una impecable libertad de prensa y expresión, y sus periodistas, la de no permanecer in-diferentes ante los acontecimientos brutales que pue-den establecer un precedente inaceptable, así sea para poner término a una situación con la que pueden o no estar de acuerdo en principio, o básicamente”, escribió entonces. Del Paso resumió las opiniones de diarios como The Guardian, The Times y The Financial Times, del que destaca un texto fi rmado por Geoff rey Owen, quien escribió: “Es muy difícil considerar la muerte del presidente Allende de Chile y la ascensión al poder de las fuerzas armadas, en otros términos que no sean los de una tragedia para Chile y la América Latina.”
A los artículos en El Día, siguieron los reportajes para Proceso. Era 1977 y la revista de Julio Scherer to-davía era incipiente en el mercado editorial. Si bien en esas páginas dio prioridad a los temas de carácter po-lítico y social, tanto de Europa, principalmente Gran Bretaña, como de América Latina, sobre todo México, también llevó a cabo la cobertura del mundial de fut-bol España 82, con una serie de artículos por demás sui generis, congruentes con alguien a quien nunca le había interesado el deporte; por lo mismo, en aquellos textos —cuenta Corral Peña en su estudio— “predo-minaron aspectos políticos, sociológicos, culturales y hasta gastronómicos”.
Ese mundial de futbol, del que resultó campeón Ita-lia, en una fragorosa fi nal contra Alemania, con mar-cador de 3-1, se disputó entre el 13 de junio y el 11 de julio de 1982, trayecto en el cual Fernando Del Paso escribió alrededor de 13 artículos con una gran varie-dad de temas, siempre ligados al deporte, en lo general, y al balompié, en lo particular, pero sin dejar de lado la refl exión.
Un ejemplo: el 14 de junio Del Paso publicó “Per-fume de futbol para quitarle a España el fuerte olor a Golpe de Estado”, en el que plantea por qué un juego debe continuar a pesar de tragedias como la matan-za de 11 de los atletas israelíes que participaban en la
olimpiada de Múnich, en 1972; o antes, en 1936, cuando nadie se opuso a que los juegos se reali-zaran en la Alemania de Hitler; y en 1968, cuan-do los juegos olímpicos se inauguraron en México a pesar de que “todavía estaba fresca la sangre de los estudiantes sacrifi cados en la Plaza de las Tres Culturas”.
Luego vendrían otros artículos, por demás elo-cuentes e interesantes, como “La poesía, el futbol y las fuerzas extraterrestres”; algunos con más ji-ribilla: “Deporte y discriminación”, “Deporte y violencia” o “La mujer, el futbol y las piernas de los jugadores” y, para ser congruente con sus intere-ses más legítimos, “El deporte, el arte y la cultura”. Otro más: “La iglesia, el futbol y los goles milagro-sos”. Y para rematar, un día después de la fi nal es-cribió “Tras de la operación comercial del futbol, otra crisis política”, donde si bien se refi ere a la fi -nal entre Italia y Alemania, también hace alusión al “futbol tan pobre” que jugaron los anfi triones, a la operación de seguridad que en aquella época re-cibió el nombre de Naranja 82, y a la gastronomía, en un mundial y en un país donde “la cocina ha sido siempre abundante y deliciosa, aunque a veces un poquito bronca”.
En su paso por Proceso, antes de aquel mundial, el también pintor y dibujante hizo trabajos más ad hoc con la línea editorial de la revista, como serias refl exiones sobre el terrorismo, las armas y todo lo relacionado con la guerra, lo mismo en una reseña que en un artículo de fondo o una entrevista.
En 1982, cuando Fernando del Paso recibió el Premio de Novela Rómulo Gallegos por Palinuro de México, se refi rió a su ofi cio de periodista en es-tos términos: “Fue un sentimiento de culpa el que un día me decidió a usar esas palabras, el lenguaje, que es el único o al menos el principal instrumento que tengo para conocer mi mundo y comunicarlo de una manera más directa y efi caz, más sencilla, para denunciar la realidad. Comencé así a hacer periodismo, a escribir artículos.”
Y en 2007, luego de recibir el premio que otorga cada año la Feria Internacional del Libro de Gua-dalajara, dijo también al respecto: “Yo no he escri-to nada de lo que me haya arrepentido, ni en novela ni en periodismo. En periodismo dije muchas cosas que no diría ahora, pero eso es otra cosa. Ése fue otro Fernando del Paso, tenía yo otra edad, tenía yo otra forma de pensar que no he cambiado, sino que los tiempos cambian, uno cambia y todo cambia.”
Desde su retorno a México en 1992, Del Paso colabora con La Jornada cada vez que los aconte-cimientos, como él lo ha explicado, “lo indignan lo sufi ciente para decir: aquí estoy”.�W
Sandra Licona, periodista, se encarga de la relación del Fondo con la prensa.
En 1973 el prestigioso se-manario inglés The New Statesman, una de las me-jores y más serias publi-caciones en el mercado editorial anglosajón de la época, celebraba la nada despreciable edad de 60 años, con un “rostro” jo-ven y sus páginas abiertas
a la política, la economía, la crítica de arte y la lite-ratura, con un espíritu “anticolonialista” y una línea editorial “digna de confi anza”, “inteligente” y atenta “a los problemas contemporáneos”, que, al mismo tiempo, “conservaba en términos generales una po-sición de izquierda defi nida y limpia”.
Esta refl exión en torno a la revista inglesa —que no llegó a ser una apología sólo por cuestiones de es-pacio, según confesó ahí mismo su autor—, creada en 1913 por los “socialistas” Sidney y Beatrice Webb, marca el ingreso de Fernando de Paso al gremio pe-riodístico, en una columna que tituló Un Día de És-tos y como colaborador del diario mexicano El Día —aunque en ese momento su residencia estaba fi nca-da en Londres— a invitación expresa del director del periódico, Enrique Ramírez y Ramírez, a quien co-noció durante la visita del entonces presidente Eche-verría a la capital británica en aquel lejano 1973.
Del Paso vivió en Londres de 1971 a 1985; un año después fue nombrado consejero cultural de la Em-bajada de México en París, cargo que ocupó hasta 1989. Después se desempeñó como cónsul general de 1989 a 1992 y luego regresó a México, para fi ncar su residencia en Guadalajara, donde asumió la direc-ción de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara.
Aunque podría considerarse que su ingreso al mundo de los artículos, las entrevistas y los reporta-jes era una consecuencia directa o lógica de su labor como escritor, en realidad Del Paso siempre aspiró a conservar su “pureza como novelista”, y sólo aceptó aquellas tareas por cuestiones fi nancieras, ya que el sueldo que le pagaba en aquella época la bbc de Lon-dres “no me alcanzaba para vivir”.
Son varios los escenarios desde los cuales el escri-tor ha hecho públicos su pensamiento, sus inquie-tudes literarias, plásticas e históricas, así como sus ideas políticas, y uno de esos territorios es el perio-dismo que ha practicado, primero —como dijimos arriba— en El Día, donde colaboró hasta 1977, y lue-go en la revista Proceso, pasando por publicaciones como Interviú, Revista de la Universidad, Revista de Bellas Artes, Alfi l, Plural (en su primera época), Vuel-ta, Utopías y el periódico La Jornada, pero, salvo los dos primeros medios, en ninguno hizo “carrera”.
Si bien sus primeros trabajos dan cuenta de su in-terés en exposiciones, novedades editoriales, espec-
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De El Día a La Jornada:
todo un ProcesoColaborador de la prensa escrita casi por azar,
Del Paso ha tenido una dilatada presencia en las páginas de diarios y revistas de nuestro país. Sus
crónicas, artículos, síntesis informativas, reseñas, hablan de él casi más que de los asuntos de los que se ha ocupado, pues en todos se manifi esta su particular modo de observar los hechos y relacionarlos con una
realidad no siempre explícitaS A N D R A L I C O N A
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A diez años del fallecimiento de Juan José Arreola, quien murió el 3 de diciembre de 2001 a las 3 de la tarde,
a los 83 años, en la capital de Jalisco
Juan Villoro dijo alguna vez que un maestro reconoce en un discípulo no a quien es sino a quien será. Pablo Neru-da escribió en un ejemplar de 20 poemas de amor y una can-ción desesperada: “A Juan José Arreola, con fe en su destino.” Décadas después, el editor que fue Arreola leyó el manuscri-
to de Sonetos de lo diario de un Fernando del Paso de apenas 23 años, y con esa visión de los maestros decidió publicarlos en la colección Cuadernos del Unicornio (1958-1963). El autor de Varia invención también tenía 23 cuando Neruda fi rmó la dedicato-ria; era el verano de 1942 cuando Arreola recitó de memoria “Farewell” y el “Poema 20” ante un Neruda admirado que no dejó de llamarlo “poeta” durante toda la velada. Arreola leyó los versos de Fernando del Paso con ecos lopezvelardianos y también tuvo la certeza de estar frente a un auténtico hombre de le-tras: “Mi corazón mojado solicita / ser hijo de un pa-raguas cotidiano, / y graduado en sus alas, tan tem-prano / enjuagar las escuelas de visita.”
Los poetas nunca se equivocan: puede faltarles algo de razón, pero nunca verdad. Al año siguiente de Sonetos de lo diario Fernando del Paso publicaría en la revista veracruzana La Palabra y el Hombre el relato “El estudiante y la reina”, dedicado esta vez a Juan José Arreola con un epígrafe de James Joyce: “Her eyes gave him no sign of / love or farewell or re-cognition”. Bajo el signo de Joyce, Del Paso empren-dió una narrativa poderosa que lo ha colocado como uno de los novelistas más prominentes de las letras mexicanas.
Si “toda belleza es formal” según Arreola, también lo son cada uno de los libros que dio a la estampa. El unicornio de los cuadernos en donde aparecieron los poemas de Del Paso fue dibujado por Héctor Xavier y Arreola eligió plaquettes de formato alargado para que en las portadas luciera el cuerno del mitológico animal. Las medidas eran 24 cm de alto por 14 de an-cho. Se vendían sólo en algunas librerías, como Po-rrúa y Madero. El colofón de Sonetos de lo diario dice que se terminó de imprimir el 3 de noviembre de 1958 en los talleres de los maestros tipógrafos Sali-do en la calle Medellín 36; 400 ejemplares compues-tos en Bodoni. El gusto por las minucias tipográfi cas llevó a nuestro editor a elegir sobre todo las fuentes Garamond, Baskerville, Caslon y Bodoni. “En ese otro lugar de la mancha”, la tipográfi ca, como bien dice Jorge F. Hernández, los cuadernos eran piezas de arte. Él mismo hizo dibujos y acuarelas de unicor-nios y de otras especies de la fauna fantástica. Si los grandes impresores como Claude Garamond, Giam-battista Bodoni o William Caslon dejaron un tipo de letra para recordarlos, Juan José Arreola legaría un paisaje sembrado de unicornios.
Habría que reconocer en Arreola a uno de los pri-meros editores de literatura mexicana. Podría in-cluso hacerse parcialmente una historia a partir de la nómina de autores que Arreola publicó; sólo por mencionar algunos, en ella se cuentan Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Elías Nandino, José Agustín,
José Carlos Becerra, Elena Ponia-towska, Alejandro Aura, Alfon-so Reyes, Emilio Uranga, Carlos Fuentes. Las ediciones iban de la mano de los talleres literarios; en ellos y desde 1953, un año des-pués de que Arreola concluyera la beca de la primera generación del Centro Mexicano de Escrito-res, y a invitación de la fundadora de dicho centro, Margaret Sheed, Arreola se inició como animador y tallerista: “Para mí ésa fue una tarea apasionante, tan apasio-nante que en un momento yo dejé por completo de escribir porque estaba leyendo obras manuscri-tas.” Trabajó textos ajenos y pudo ver en sus autores no a los jóvenes que eran sino a los escritores que ahora son.
Es cierto que el autor de Confa-bulario dejó de escribir; si leemos una vez más la fecha del colofón de los Sonetos de lo diario, 3 de no-viembre de 1958, habrá ocasión de recordar un bloqueo que sufrió Arreola y que explica también la presencia del amanuense y el bió-grafo en su escritura. El 15 de di-ciembre de 1958 vencía el plazo para entregar los textos de Bestia-rio que acompañarían los dibujos de animales, realizados en punta de plata, que ya tenía listos Héc-tor Xavier. En su primera edición el libro se llama Punta de Plata / Bestiario (1959), pero Arreola no entregaba el trabajo y la unam es-taba a punto de exigir que devol-viera el anticipo. El 8 de diciembre se presentó el joven José Emilio Pacheco en la casa de Río Elba 32, donde se hacían los Cuadernos del Unicornio. Después de entrar le dijo: “No hay más remedio. Me dicta o me dicta.” “Arreola se tum-bó de espaldas en el catre, se tapó los ojos con la almohada y me pre-guntó—recuerda Pacheco—: ¿por cuál empiezo? Dije lo primero que se me ocurrió. Por la cebra. Enton-ces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el bestiario empe-zó a fl uir de sus labios: ‘La cebra toma en serio su vistosa aparien-cia, y al saberse rayada, se entigre-ce’.” Los textos fueron concluidos a tiempo. José Emilio Pacheco se autonombraría, con orgullo, “el amanuense de Arreola”.
El autor de La feria había dicho, en 1965, que tra-bajaba en un libro que se llamaría Memoria y olvido y que justifi caría su vida de escritor; con gracia añadía que a las pruebas de imprenta se remitiría. Ese libro fue parcialmente posible gracias a la colaboración de Fernando del Paso, a quien el tiempo lo pondría en el lugar del biógrafo. A decir de Arreola la escritura no se logró, sino más bien se transformó en un libro hablado
y confi rmó uno de sus miedos: “dejar de ser escritor para ser un hablador”. Nietzsche dijo alguna vez que hablar mucho de uno mismo es la mejor for-ma de ocultarse y tal vez eso hacía el fl ujo verbal del narra-dor cuando se iba por las ra-mas y por las ramas de las ra-mas. Empezaba un tema para abandonarlo y de inmediato comenzaba otro para después volver al principio, a la mane-ra de una botella de Klein o una banda de Moebius.
Quien tuvo la suerte de es-cuchar al escritor jalisciense de viva voz sabrá que el pri-mer impulso del auditorio era buscar la manera de registrar sus palabras; eso fue justa-mente lo que se propuso Fer-nando del Paso en 1994; Juan José Arreola y él se reunieron no menos de cuarenta veces a lo largo de casi un año para grabar su vida contada; suma-ron unas treinta y cinco horas de grabación; luego la edición dejó sólo una parte de esa vida, la que se inicia con el primer recuerdo, en 1920, y acaba en 1947, poco después del regre-so de Arreola de París. Arreola fue de la estirpe de los Mon-taigne, de los Villon, de aque-llos que deben confesarse y al intentarlo también se pierden para encontrarse.
El tiempo termina por reu-nir siempre a los poetas. Lue-go de la muerte de Arreola la prensa tapatía recogió algu-nos fragmentos que leyó Fer-nando del Paso en ocasión de su funeral: “Memoria y olvido: ¿qué sería de la memoria sin el olvido, que la decanta y la des-linda?, ¿qué sería del olvido sin la memoria, que lo espanta y no lo abarca? Déjame, Juan José, olvidarte mientras te recuerdo. Déjame recordarte mientras te olvido.” Y evocó las tardes con Pablo Neruda, el invierno cruel de París, el agua de chía, los temblores de Zapotlán el Grande, el paso de
las mujeres hermosas y los versos de Ramón López Velarde.
A diez años de la muerte del inapresable confa-bulador, recuerdo a Fernando del Paso mientras olvido un poco a Juan José Arreola.�W
Nelly Palafox, editora, escribió junto con Adolfo Castañón Para leer a Juan José Arreola (Conaculta, 2009).
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MEMORIA Y OLVIDO Vida de Juan José Arreola (1920-1947)
F E R N A N D O D E L PA S O
La fructífera amistad entre dos escritores cuya veneración a la palabra ha sido ejemplar cristalizó en este volumen. La voz de uno y las manos de otro emprenden la revitalización del pasado y trasforman el recuerdo en (auto)biografía y testimonio para la historia de las letras hispanoamericanas. En largas conversaciones grabadas, luego transcritas y pulidas para hacerlas parecer un monólogo en vivo, Arreola cuenta parte de su vida y crea una imagen propia —no por fuerza apegada a los hechos, ya que omite algunos pasajes con la licencia del olvido—. Del Paso incursiona así, desde la historia oral, en uno de los géneros inmerecidamente designados menores: la autobiografía, y confi rma la imagen que Arreola tantas veces trazó de sí mismo a través de entrevistas y testimonios: la de un diletante consagrado a la palabra. Esta edición sigue la que en 1994 inauguró la colección Memorias Mexicanas del Conaculta. Quien desee seguir transitando por los textos de Arreola a la vez autobiográfi cos y escritos por un tercero puede acercarse al recientemente reeditado El último juglar (Jus, 2010), donde el escribano es Orso, su hijo.
tierra firme1ª ed., 2003, 272 pp.968 16 6995 9$141
Arreola, editor; Del Paso, biógrafoUn muy joven Fernando del Paso encontró en Juan José Arreola al primer
editor de su poesía: Sonetos de lo diario apareció en 1958 en los célebres Cuadernosdel Unicornio. La cercanía de ambos escritores, pese a la diferencia de edades, duró
más de cuatro décadas y tuvo un fruto inusual: Memoria y olvido, el libro autobiográfi coque Juan José nos legó a través de la prosa de Fernando
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Los “cuates” Rulfo y Del Paso
Al estilo de Memoria y olvido, aquí una entrevista de largo aliento se convierte en un texto en primera persona que da
cuenta de lejanos acontecimientos, anécdotas, percepciones, hipótesis: García Bonilla es el escriba que ayuda a ordenar los recuerdos de Del Paso y nos permite asomarnos a una amistad
esencial en su desarrollo literarioR O B E R T O G A R C Í A B O N I L L A
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por eso se dice que tal o cual autor son “inimitables”: como no se pueden imitar, se cae en un pastiche super-fi cial que puede ser bueno, tener sus cualidades, pero que no consigue su propósito. En cambio la infl uen-cia de Rulfo era más profunda, tanto que no era evi-dente para mí. Tenía más que ver con la soledad, con la muerte, con la desolación y con la desesperanza. Yo creo que ésa es una infl uencia más directa e importan-te de la obra de Rulfo en José Trigo. No podría detectar esta infl uencia en Palinuro de México o en Noticias del Imperio, pero puede haber vestigios.
Aunque nuestra relación se dio básicamente a tra-vés de la literatura, Rulfo y yo hablábamos de una gran variedad de temas que no tenían necesariamente que ver con la literatura, de modo que entre nosotros se creó una amistad muy rica. Nunca tuvimos conversa-ciones íntimas respecto a su vida con su esposa y sus hijos. No fue una amistad de ésas que solamente se dan en la adolescencia y no vuelven a darse nunca, pero sí una amistad en la que se eliminó el mayor obstáculo que había, que era la diferencia de edades. Un obstácu-lo que con Arreola, por ejemplo, sólo pude eliminar al pasar los años. Arreola fue mi maestro, y muchos años después, cuando esa diferencia de edades se fue acor-tando, como se acortan siempre las diferencias en la medida en que uno crece, se convirtió también en mi amigo. Tanto Rulfo como Arreola me llevaban casi 20 años de edad, que en ese momento eran muchos años.
Con Rulfo ese obstáculo desapareció inmediata-mente. “Rompimos el turrón”, nos hicimos “cuates”. A Juan José Arreola yo lo sentía distante porque lo veía como una persona mayor a pesar de que tenía la mis-ma edad de Rulfo. Lo mismo me ocurrió con Paz, con quien tuve siempre la actitud deferente que se tiene hacia una persona mayor y llegué a ser un buen amigo suyo, pero no un “cuate”. Yo creo que esa palabra pue-de marcar la diferencia, señalarla muy bien.
En realidad mi amistad con Rulfo fue muy intensa durante un año y medio porque nos veíamos cuatro o cinco horas a la semana; después yo inicié mi largo via-je al extranjero que comenzó en 1969 y volví a México hasta 1992. Soy muy malo para escribir cartas y Juan Rulfo también lo era, de modo que nunca nos escribi-mos. Nos encontramos en algunas ocasiones en con-gresos, creo que una de ellas fue en las Canarias, y fue como si hubieran pasado sólo unas semanas de no ha-bernos visto. No tuvimos oportunidad de enriquecer nuestra amistad desde que yo me fui a Estados Unidos y luego a Europa.
Rulfo y yo hablábamos de algunos aspectos de la po-lítica del momento, de los ofi cios que él y yo habíamos desempeñado y que no tenían nada que ver con la lite-ratura. Rulfo había vendido neumáticos y me hablaba de sus fotografías, pero no me las enseñaba, y también de algunas “chambas” difíciles que había tenido. Una de ellas fue de corrector de estilo en el Instituto Nacio-nal Indigenista; para él había sido terrible porque de-cía que muchos investigadores no sabían decir lo que querían decir, así que no se trataba nada más de una corrección de estilo, o de sintaxis y ortografía, sino que de plano no se les entendía.
Todo escritor es producto de muchísimos escrito-res, principiando por aquellos que son los más grandes
en el idioma en el que escribe. Todos somos pro-ductos de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope; son nuestros orígenes y ésa es la gran infl uencia que te-nemos en la sangre. También se adquieren infl uen-cias diversas que dependen del lugar en el que se vive, la época y las lecturas que haga uno. Por su-puesto, también somos producto de Azuela, de Yá-ñez, de Martín Luis Guzmán, de Rafael F. Muñoz y algunos otros novelistas que tomaron la Revolu-ción como tema.
En Rulfo, esta infl uencia no es exclusiva, porque en él están también las infl uencias europeas; una de ellas era la de Jean Giono, pero sólo de algunas no-velas, y de un novelista y poeta suizo de habla fran-cesa: Charles Ferdinand Ramuz, de quien Rulfo había leído Derboranza (1933) y El gran miedo a la montaña, y a mí me parece que de ellos tenía una in-fl uencia muy fuerte, pero positiva. De Ramuz tomó lo que podríamos llamar la antropomorfi a, una especie de mimetismo con la naturaleza, grandes virtudes del ser humano que sirven como descrip-ción, como metáforas de paisajes. No hay que olvi-dar que, después de todo, la novela se llama Pedro Páramo y páramo es un desierto y Pedro signifi ca piedra. Al fi nal del libro Pedro Páramo se “fue des-moronando como si fuera un montón de piedras”.
El impacto que Rulfo causó en mí fue distinto al que me produjeron otros escritores mexicanos como el propio Arreola o Carlos Fuentes, por el he-cho de que a los otros los leí cuando yo ya preten-día ser un escritor y estaba haciendo mis pininos. En cambio a Rulfo lo leí antes, cuando todavía no había descubierto mi vocación. Aunque a los diez años escribí un poema y a los trece una novela que no terminé y que por desgracia tiré a la basura —me gustaría tenerla ahora— yo no me consideraba un escritor; durante muchos años no pensé en es-cribir. A Rulfo lo leí como lector común. Después de una larga época de verdadera disipación, que duró toda la secundaria y un año de preparatoria, de pronto redescubrí el amor por la lectura, y digo “redescubrí” porque, como muchos otros escrito-res de mi generación, nos iniciamos con Julio Ver-ne, Walter Scott y Alejandro Dumas.
Leí Pedro Páramo antes que El llano en llamas. Me impresionó muchísimo por lo mismo que su-pongo impresiona también a la mayoría de los lec-tores y los críticos: las dos características principa-les de la novela son, una, la manera genial en que pone a hablar a los muertos con los vivos, de una manera muy convincente que no le estorba al lec-tor pero que resulta muy perturbadora, y, dos, la forma de escritura, el estilo de Rulfo que encarnan los personajes y que no hablan realmente como los campesinos de Jalisco: los personajes de Rulfo hablan como quisieran hablar los campesinos, si pudieran hacerlo. Ésa es también una de las gran-des virtudes de Rulfo que explican su poder de convencimiento.�W
Roberto García Bonilla, crítico literario, es autor de Un tiempo suspendido: cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2008).
No recuerdo el día exac-to en que conocí a Juan Rulfo, pero sé que era un momento esperado. Yo conocía ya la literatura de Rul-fo y sabía que algún día lo iba a conocer y que su encuentro iba a ser especialmente
grato para mí, como lo fue el de Arreola. Lo conocí muy probablemente en el Centro Mexicano de Escri-tores cuando no estaba ya en sus ofi cinas originales, sino en una calle de nombre literario. Yo comencé escribiendo sonetos; fue el gran poeta español Mi-guel Hernández el que hizo detonar mi vocación in-terna, como escritor. Durante un año escribí varios sonetos, que se llamaban Sonetos de lo diario (1958), publicados por Juan José Arreola en los Cuader-nos del Unicornio. Esos sonetos yo los sometí, jun-to con una solicitud, para tener una beca del Centro Mexicano de Escritores. No me dieron la beca, pero me invitaron a visitarlos porque les había llamado la atención y a asistir a las clases literarias que im-partía Arreola. Fue ahí donde comencé a escribir José Trigo; debe haber sido en el año 58 o 59, porque un año después me dieron una beca con los prime-ros capítulos de la novela. En el Centro Mexicano de Escritores nos reuníamos cinco o seis becarios, cada miércoles, con Juan José Arreola, Juan Rulfo y Francisco Monterde. Entre los becarios recuerdo a Alejandro Aura, Juan Tovar y Vicente Leñero. De al-guna manera, Arreola intervino para que Rulfo y yo nos conociéramos.
La primera infl uencia que yo tuve de Rulfo fue la personal, la que ejerció él personalmente sobre mí como amigo y como maestro, pues después de cada reunión semanal en el Centro Mexicano de Escrito-res él y yo nos íbamos al café del sanatorio Dalinde, porque él vivía enfrente de este edifi cio. Nos íbamos caminando sobre Insurgentes, y no sé si por fortuna o por desgracia, en ese entonces sólo había uno o dos Sanborn’s por toda la ciudad, y tampoco había Vip’s, es decir, no había muchos lugares donde tomarse un café. La cafetería del Dalinde nos ofrecía un refugio y ahí nos pasábamos las horas tomando café —yo era joven, podía dormir—, fumábamos como chacuacos y hablábamos mucho.
Rulfo era un gran lector de literatura, muy en es-pecial de novelas; conocía prácticamente todo lo que se había escrito y me hablaba mucho de eso. Su char-la, sus conocimientos, su sabiduría fueron la prime-ra infl uencia en mí. Yo continuaba elaborando José Trigo y en uno de los capítulos del libro quise hacer una especie de homenaje a Juan Rulfo, algo así como un pastiche literario que cuando apareciera la gente dijera “qué rulfi ano es esto”. Ésa era mi intención. La novela salió y resultó que de ese capítulo nadie dijo “esto es muy rulfi ano”, pero a cambio de eso al-gunas personas señalaron la infl uencia de Rulfo en otros capítulos, en otras partes del libro en donde ni siquiera yo sospechaba que existían. Con eso me di cuenta de que el pastiche es siempre superfi cial, que
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
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S i usted, amigo bibliófi lo, no sabe en qué gastar cierto dinerito —ésta es una hipótesis imposible, pues para un compulsivo coleccionista de li-
bros todo excedente tiene ya un destino: la nueva compra que atienda su vicio—, puede acercarse a la British Library y aportar par-te de los 14.3 millones de dólares necesarios para que esa centenaria institución adquie-ra el Evangelio de san Cutberto, un pequeño manuscrito de menos de cien páginas pero con más de trece siglos de historia. Quien vende es la Compañía de Jesús inglesa, que desde 1769 posee este tomito, de 9.1 centíme-tros de ancho por 13.5 de alto, y que planea destinar los recursos derivados de la tran-sacción a sus escuelas en Londres y Glas-gow, a abrir otra en algún lugar de África y a restaurar la iglesia de san Pedro en el Ston-yhurst College, al cual pertenecía este ex-cepcional —por su belleza y por su saludable estado, dada su antigüedad— ejemplo de en-cuadernación inglesa, aunque desde fi nales de los años setenta del siglo pasado la propia British Library tiene en custodia el volumen con una traducción al inglés del evangelio redactado por san Juan.
V arios años después de la muerte de Cutberto en el año 687 de nuestra era, un amanuense probablemen-te del monasterio de Wearmouth-
Jarrow, experto en las artes coptas de encua-dernación y decoración, preparó esta reli-quia, que fue colocada en el ataúd del santo y “descubierta” en 1104, cuando sus restos, aún lozanos y gratamente aromáticos —eso afi r-mó un cronista de la época—, se trasladaron a Durham para preservarlos de la amenaza vikinga. La biblioteca y los jesuitas han infor-mado de su acuerdo con gran alegría, si bien aún es necesario recaudar poco menos de la tercera parte de los nueve millones de libras esterlinas; para contribuir con un grano o una tonelada de arena a esta causa, usted pue-de visitar el sitio electrónico support.bl.uk/donate.
M enos festiva debió estar la cate-dral de Santiago de Compostela el pasado 25 de julio, día del patrono de España, pues a comienzos del
mes desapareció de esa iglesia el Códice calix-tino, también manuscrito pero éste del siglo xii. Con más de 200 folios, algunos adorna-dos con delicadas capitulares y caracteres en diversos colores, y en un formato más gran-de, cercano al actual A4, es una compilación de textos relacionados con el apóstol —ser-mones, homilías, ofi cios litúrgicos, relatos de su martirio y de su traslado desde Jerusalén hasta Galicia— y con la peregrinación a su sepulcro compostelano, dirigido a caminan-tes que vinieran de Francia, a quienes se les daba abundante información práctica; cuen-ta además con una crónica de la entrada de
Santos y musas
C A P I T E L
TIERRA ADENTRO, MAR EN FUERAEl puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821
A N T O N I O G A R C Í A D E L E Ó N
“Tierra adentro, mar en fuera” decían e imaginaban los pobladores de Veracruz —colonos y naturales— al referirse a su lugar de asentamiento, “llave del reino”, frontera delante de los muros de agua y punto central de la actividad económica y comercial de Nueva España. Una prosa elegante y briosa, de excepcional valor literario, fl uye contando la historia del naufragio del mundo indígena en Sotavento, sus consecuentes cambios demográfi cos y el nacimiento del coloniaje; el siglo xvii sería periodo de fusión de culturas: la hispánica, la de nuevos moradores indígenas y la de hombres africanos importados para la explotación, y el tiempo de la Veracruz Nueva; grandes cambios económicos sobrevendrían durante buena parte del siglo xviii, declinaciones, pillaje, contrabando; el Veracruz defi nido por las reformas borbónicas viviría en el último periodo visto en este libro, y haría un viaje: del crecimiento a la crisis.
historia1ª ed., fce-uv, 2011, 958 pp.978 607 16 0615 0$468
CIUDADES NÓMADAS DEL NUEVO MUNDO
A L A I N M U S S E T
Conocedor de todos los paisajes, rincones, pliegues y alturas de Latinoamérica —el antiguo Nuevo Mundo—, Musset cuenta detalladamente, y uniendo hilos de una madeja de hechos políticos, sociales, económicos y naturales, una historia poco explorada: la de las ciudades fundadas por los españoles coloniales y que mudaron sus espacios, sobre todo por asuntos bélicos, o por las acechanzas de la piratería, o por catástrofes naturales (terremotos, inundaciones, huracanes, erupciones volcánicas) o, también, por la falta de previsión de las autoridades reales, que no realizaron un elemental cálculo de riesgos más que tardíamente. Sitios de convivencia y encauzados a mantener linajes, versiones adecuadas al modelo metropolitano —desde México hasta el Cono Sur—, aquellas urbes servían principalmente como sedepolítica, y sus mudanzasimplicaron en principio un traslado documental. El libro exhibe una escritura entusiasta y elegante a un tiempo.
historiaTraducción de José María Ímaz1ª ed., 2011, 477 pp.978 607 16 0649 5$390
EMILIO RABASA Y LA SUPERVIVENCIA DEL LIBERALISMO PORFIRIANO El hombre, su carrera y sus ideas. 1856-1930
C H A R L E S A . H A L E
A sus puntuales ensayos acerca de la historia del liberalismo mexicano —por ejemplo Justo Sierra: un liberal del Porfi riato (fce, 1997) y La transformación del liberalismo en México a fi nes del siglo XIX (fce, 2002)—, Hale sumó este libro que, según testimonio propio, signifi có lustros de investigación. Se trata de un estudio que cubre sin duda un hueco importante en la historiografía del país: la biografía de Emilio Rabasa, “una fi gura enigmática y contradictoria”. Novelista afortunado, jurista de enorme autoridad, maestro permanentemente atendido, político infl uyente, Rabasa fue determinante en la concepción de la Carta Magna del 17, al tiempo que su visión histórica y política correspondió a la de un antirrevolucionario (fue contrario, por ejemplo, al artículo 27 constitucional) y su postura social era la de un conservador. Hale revisa hechos públicos y personales, los enlaza, enfatiza los puntos encontrados y las líneas de congruencia, subraya el legado de su personaje, en tres
DE AGOSTO DE 2011
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Carlomagno a España, de la derrota de Ron-cesvalles y de la muerte de Roldán, así como un breve apéndice con una composición poli-fónica, a la que hoy el público puede acceder gracias a innumerables grabaciones .
C omo es de esperarse, ese volumen era celosamente cuidado: se halla-ba dentro de una caja fuerte, en una sala con cámaras de video —que sin
embargo no apuntaban hacia él— a la que sólo un puñado de personas tenía acceso. El Li-ber Sancti Jacobi desapareció, no obstante, sin que se ejerciera violencia, como si alguien de casa hubiera llegado hasta él para sacar-lo a dar un paseo, razón por la cual no se de-tectó su desaparición de inmediato; esas cir-cunstancias han llevado a la policía a preferir como hipótesis la posibilidad de que sea un hurto en represalia por algún hecho domés-tico en vez de una operación de ladrones es-pecializados en bienes de alto valor cultural (Por cierto, el códice carecía de seguro, pues el costo de contratar uno resultaba un dispa-rate: en 1990, con motivo de su posible expo-sición en Burgos, se calculó que la póliza cos-taría el equivalente a varios millones de euros de hoy.)
E n el prólogo, el papa Calixto —de quien la obra toma el nombre— dice que “he pasado innumerables angus-tias por este códice […] Caí en poder
de ladrones y despojado de todo sólo me que-do el manuscrito. Fui encerrado en prisiones y perdida toda mi hacienda, sólo me quedó el manuscrito. En mares de profundas aguas naufragué muchas veces y estuve a punto de morir, y al salir yo salió el manuscrito sin es-tropearse. Se quema una casa en la cual yo estaba y consumido mi ajuar escapó conmigo sin quemarse el manuscrito.” Tantas señales lo convencieron de escribirlo; confi amos en que el buen Santiago ayude al códice a supe-rar esta nueva calamidad y que el vetusto vo-lumen reaparezca.
A ún mayor intercesión habría ne-cesitado El Parnaso de Coyoacán para mantenerse en activo. Ese espacio que simbolizó la charla in-
telectualizada en torno a una tasa de café vi-vió una prolongada metamorfosis en sentido inverso, desde su gloria mariposesca en los años ochenta hasta su pasado reciente, en que se arrastraba cual oruga, con una oferta cada vez más diluida, aferrada a la lógica del pre-cio bajo como único argumento comercial. Su enclave inmejorable, sus libreros alguna vez expertos, su doble discurso de tienda cultu-ralmente elitista y a la vez proclive a los des-cuentos inverosímiles, la calidez —y calidad— de sus mesas de exhibición no bastaron para mantener a fl ote ese símbolo del comercio li-bresco en la capital de México.
S iempre resulta lamentable el cierre de una puerta por la que se accedía al infi nito mundo de la palabra im-presa; más lo es que ocurra por in-
capacidad de sus dueños para animar la con-versación que los libros propician. Acaso las primeras en abandonar nuestro Parnaso fue-ron las musas y ya sin su inspiración la libre-ría languideció hasta no poder cubrir siquie-ra la renta del local. Desde luego, y a pesar de que Nalanda es sólo un espejismo de lo que llegó a ser y de que El Alma Zen bajó la cor-tina, la zona no queda desguarnecida, pues en las inmediaciones hay una sucursal de El Sótano, está la Librería Coyoacán, prosperan algunos comerciantes de ejemplares de se-gunda mano y se anticipa la apertura de una despampanante tienda de Educal que llevará el nombre de Elena Garro. Que san Cutberto y Santiago, tan afectos a los libros, protejan a esos sobrevivientes.�W
T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S
EL SOL-DIOS Y CRISTO La cristianización de los indios de México vista desde la Sierra de Puebla
G U Y S T R E S S E R - P É A N
Continuas incursiones en la Sierra Norte de Puebla e incesantes labores de acopio de datos y de investigación realizó Guy Stresser-Péan, etnólogo francés de mirada precisa y una infrecuente objetividad. En aquella cordillera conviven tres lenguas (el totonaco, el otomí y el náhuatl) y ha pervivido, y se manifi esta de maneras diversas, un marcado sincretismo religioso. Allí está viva la creencia en Quetzalcóatl-9 Viento —precursor del Sol y en ocasiones identifi cado con Cristo—, que está presente en ceremonias, danzas variadas y atractivas, en el mundo cultural todo de los indios de la región. La interpretación de tales manifestaciones en todos los casos parte sólo de lo verifi cado, puesto que el autor guarda insalvable distancia de todo prejuicio o sesgo ideológico. A las detalladas descripciones se añade aquí el invaluable testimonio de los propios moradores, a diferencia de los casos previos en estudios de esta clase, en los que primaba la palabra de los otros, los dominadores. Del mismo autor pueden leerse, también con el sello del Fondo, Viaje a la Huasteca con Guy Stresser-Péan (2008) y El Códice de Xicotepec: estudio e interpretación (1995).
antropologíaTraducción de Roberto Rueda Monreal y Arturo Vázquez Barrón1ª ed., fce-cnca-cemca, 2011, 614 pp. + 1 cd978 607 16 0581 8$445
POESÍA COMPLETA
A L F R E D O R . P L A C E N C I A
Con esta edición minuciosa, Ernesto Flores cumple el vivo interés que expresara hace tiempo el poeta Gabriel Zaid: reunir la obra del padre Alfredo R. Placencia (Jalostotitlán, Jalisco, 1875-1930), poeta notable, cura pobre, poseedor de una “inocencia mundana” y una “vehemencia
periodos cruciales: el Porfi riato, la Revolución y la década posterior. Impecable traducción de Antonio Saborit, por lo demás.
vida y pensamiento de méxicoTraducción de Antonio Saborit1ª ed., 2011, 364 pp.978 607 16 0565 8$360
LA ESPADA Y LA PLUMALibertad y liberalismo en México. 1821-2005
J O S É A N T O N I O A G U I L A R R I V E R A , C O M P.
El amplio arco temporal que ha abierto el compilador de estos textos ejemplares señala lo dilatado de la vigencia de las ideas liberales en nuestro país. En tan distendido periodo, ¿puede hablarse de un liberalismo? Esta selección servirá para comprobar que, aun cambiando las circunstancias, queda un sustrato en la visión de pensadores tan distantes unos de otros como Mora y Paz, o Alamán y Zaid. Un sólido cuerpo de ideas que busca ordenar la realidad y establecerse en ella: la tolerancia religiosa, la libertad de discusión, el control de la policía y de los presupuestos públicos, el crecimiento fi ncado en la propiedad privada. La libertad del individuo: parte esencial de la historia mexicana corre alrededor de este principio, cuya defensa ocurre en los campos de batalla y sobre los papeles donde fl uye su expresión. Juárez, Ramírez, Altamirano y otros personajes del siglo xix coinciden en estas páginas reveladoras con algunos del xx, como Flores Magón, Cabrera, Cosío Villegas. Para mejor aprovechar este compendio habría que leerlo junto con La geometría y el mito, texto de Aguilar Rivera que nació como prólogo a este volumen pero que, por su extensión, se emancipó para constituirse en una obra autónoma.
política y derecho1ª ed., 2011, 1 086 pp.978 607 16 0560 3$590
espiritual”. Los libros reunidos en este volumen son El paso del dolor, Del cuartel y del claustro y El libro de Dios. Pobre, enfermo, compasivo, Placencia no perdió el humor ni la alegría. De corte autobiográfi co casi todos, sus poemas son “una especie de diario de un cura de aldea” —al decir del propio Zaid, quien no ha ocultado su entusiasmo delante de estos versos del poema “Ciego Dios”: “Así te ves mejor, crucifi cado. / Bien quisieras herir, pero no puedes. / Quien acertó a ponerte en ese estado / no hizo cosa mejor. Que así te quedes”—. En sueños veía Placencia, en sueños vivía, entre la fi esta, la música, y también la escasez, en la vigilia.
poesíaEdición y prólogo de Ernesto Flores1ª ed., 2011, 648 pp.978 607 16 0624 2$395
LA PROFANACIÓN DEL ARTE De cómo la corrección política sabotea el arte
R O G E R K I M B A L L
En este extenso y documentado alegato de Kimball sólo “quedan vivos” los artistas; los demás —los retóricos exegetas, los críticos, los académicos de retórica estrafalaria— son todo un caso. Actúan como lo hacen, puede pensar uno, por pura ignorancia o por mala fe, o por las dos cosas, y por estar casados con un cartabón, un modo de pensar, interpretar, escribir acerca de las obras de arte. Sin entender que las obras de arte son lo que cuenta, de veras. Y es que el concepto “obra de arte” parecería relegado, cuando no del todo marginado de las discusiones que de un tiempo a esta parte se suscitan. El autor, indignado porque los estudios recientes sobre historia del arte parecen no interesarse en las obras sino que se valen de ellas para defender causas políticas, no se enfrenta a pesos livianos: casi todos ellos han capitaneado equipos célebres y numerosos, y obtenido títulos en las más arduas competencias: Benjamin y Heidegger, por ejemplo, muy políticamente correctos, muy ideologizados. Por ejemplo: los que entienden o creen entender a Van Gogh tendiéndolo en el diván o hallando en él a una especie de genio ¡de la física cuántica! Este libro controvertido sólo en un primer acercamiento puede parecer conservador.
breviariosTraducción de Mariano Sánchez Ventura1ª ed., 2011, 210 pp.978 607 16 0630 3$150
N OV E DA D E S
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gieron al público en general— y tomó aún más tiempo para que se imprimieran directamente, por razones básicamente económicas, en el reverso de los libros.
La cuarta de forro requiere fi neza e ingenio; en ella debe dosifi carse sabia-mente la sobriedad de una reseña y los excesos del ditirambo; debe plantear un sutil juego de atracción y de fuga. Su redacción es un ejercicio peligroso al que varias editoriales rehuyeron por mucho tiempo. En vano buscará el lector una cuarta en las obras de Beckett: al reverso de las primeras ediciones de Final de partida o Esperando a Godot no se asoma más que la estrella azul de la editorial Minuit. En cuanto a la contraportada de El mar de las Sirtes, ahí sólo fi gura la aus-tera lista de otras obras de Julien Gracq “publicadas por la misma editorial” (es decir, por José Corti). Ahora, sin embargo, estas editoriales reacias han tenido que renunciar a la virginidad de sus cuartas; si bien se las considera más estéti-cas, sólo subsisten en los dominios de sus ediciones históricas. “Si pudiera hacer-lo, a mí no me molestaría evitarlas —explica Fabienne Raphoz, corresponsable de las ediciones Corti—; pero querer destacar a cualquier costo puede producir un gesto altanero o elitista, cosa que no buscamos; por eso sí le entramos al juego.”
LA MEJOR PLUMA PARA UN TEXTO DE CONTRAPORTADAEn mayo de 1926, un mes antes de la publicación de Mont-Cinère, Julien Green escribía en su diario: “hoy redacté el aviso que insertarán en los ejemplares de mi libro que se enviarán a la prensa; es ridículo y molesto escribir así sobre uno mis-mo, pero si no lo hago yo, otro más lo hará y seguramente lo hará peor”. Una déca-da más tarde, en la cuarta de su Gilles, Pierre Drieu La Rochelle confesaba tener las mismas difi cultades, pero llegaba a una conclusión diametralmente opuesta: “Es difícil para el novelista redactar una ‘solicitud de inserción’ si sabe que la crí-tica la leerá como si fuera un prefacio. Por supuesto, una novela no admite prefa-cio; no puede más que bastarse a sí misma […] No es el autor quien debe analizar su libro, sino el crítico.” Al afi rmar esto, nuestro escritor recoge, en la propia con-traportada de su libro, un debate editorial que no ha terminado aún.
Mientras que algunos editores, como P.O.L —hoy un sello de Gallimard—, el mencionado Corti, Michel de Maule, etcétera, afi rman que el propio autor tiene la mejor pluma para hablar de su obra, otros insisten en que éste carece de sufi cien-te distancia respecto de su propio libro. Así, mientras que Fabienne Raphoz cree
Solemos olvidar que los libros están hechos de tal modo que siempre los empezamos a leer al revés; para convencerse de ello, basta observar a los lectores potenciales que vagan al azar por los estantes de una librería: cuando su mirada que-da atrapada por un título, el nombre de un autor o la men-ción de un premio literario sobre un vistoso cintillo, lo pri-mero que hacen, invariablemente, es voltear el libro y leer el texto de contraportada. No cabe la menor duda: si se aparta el reverso de un libro para la “cuarta” es justo porque ésta desempeña, por lo que toca a la lectura de la obra, uno de los
papeles más estratégicos. “Zona indecisa entre adentro y afuera”, como la des-cribía Gérard Genette en su obra dedicada a los “umbrales” del texto literario, la cuarta funciona como el vestíbulo de la novela, pues ofrece a todos la posibi-lidad de entrar en ella o, por el contrario, de darle la espalda. Por eso es objeto de suma atención de los editores… y de sus cuestionamientos: ¿qué importancia debe asignarse a este texto?, ¿qué tan largo debe ser para despertar la curiosidad del lector sin disipar su frágil atención?, ¿hay que encargar su redacción al autor mismo?, ¿le corresponde sólo al autor intervenir en lo que, fi nalmente, defi nirá la comercialización de su obra?, y, por otro lado, ¿cómo promover la obra sin alterar su sentido ni caer abiertamente en el puro discurso mercadotécnico?
BREVE HISTORIA DE UN BREVE TEXTOSi bien hoy estas preguntas son obligadas, una arqueología de la cuarta nos de-muestra que no siempre fue así. En el Siglo de las Luces ya existía bajo la forma embrionaria —y claramente publicitaria— del “prospecto”: una suerte de anun-cio redactado para la prensa y que pronto daría origen a la “solicitud de inser-ción”: un texto breve, estimulante y elogioso, que los directores de periódico del siglo xix recibían con la atenta solicitud de insertarlo en sus columnas para in-formar al público de la actualidad editorial. Durante la primera mitad del siglo xx y el periodo de entreguerras, estos comunicados darían origen a un encarte: una hoja intercalada sólo en los ejemplares para la prensa, destinada a su públi-co meta: el de los críticos literarios. Sólo después de la segunda Guerra Mundial se incluyeron esas hojas sueltas en todos los ejemplares —sólo entonces se diri-
De cuartaCA M I L L E T H O M I N E Y P I E R R E - É D OUA R D P E I L L O N
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Engañosamente relegada a la parte de atrás de un libro, la “cuarta”es una de sus partes fundamentales, pues busca despertar el apetito de los lectores —y por ello determinaen alguna medida el destino de una obra en las librerías—. Demos una vuelta por su
historia, sus desafíos y sus estrategias de escritura, tal como la conciben algunos editores literarios en la Francia de hoy
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ción todavía sigue imprimiéndose en un papel rosa, sin ilustraciones, con sólo un breve fragmento como decoración. Según Marie Desmeures, “este deseo de re-greso a la obra le vino de un hartazgo por la sobredosis de paratextos, como si, después de cierto tiempo, uno se diera cuenta de que las fórmulas, la trama, los superlativos son siempre los mismos, dentro de una subasta interminable”. Sin embargo, esta editora evita, en su caso personal, las citas, pues las considera la confesión de su propio fracaso, ya que, en la librería, el lector siempre puede abrir la novela al azar para ver directamente el estilo del autor. “Creo que el punto de vista del editor es importante para guiar nuestras elecciones; es otra forma de entrar en el libro.” Los lectores de Magazine Littéraire están de acuerdo con este punto de vista: en un sondeo reciente, la gran mayoría (63%) dijo preferir un re-sumen en la cuarta antes que un fragmento. Como en Actes Sud, en Gallimard hoy en día se prefi ere evitar la cita. Cuando el autor la propone, como J. M. G. Le Clézio, se deja, pero según Ludovic Escande, incluso entonces “hay que intentar recontextualizarla”.
En la editorial Michel de Maule, el texto cubre prácticamente toda la cuarta de forro. Para el fundador de esta pequeña editorial, Thierry de la Croix, “no se tra-
ta de crear una marca para el sello editorial, sino de una actitud natural. Como hacemos muchos ‘rescates’, nuestro deseo de volver a sacar a la luz una obra olvi-dada nos obliga a explicar por qué es interesante.” La contraportada de un libro no sólo rinde tributo al texto que presenta, sino también defi ne la intención edi-torial que anima su publicación.
VIAJE AL FIN DE LA CUARTAAsí pues, en Gallimard la cuarta cambia según la colección. Viaje al fi n de la no-che, de Louis-Ferdinand Céline, presenta un texto distinto de contraportada se-gún las diferentes ediciones que ha tenido: un fragmento para la colección Folio, una presentación de la obra para la Collection Blanche y una presentación de la colección misma, sin referencia al texto, para Folio Plus Classique. Cada una de estas opciones se refi ere menos al contenido de la obra que al público lector al que se dirige. Así, para el gran público parece superfl uo el texto introductorio; las ediciones de Viaje… en formato de bolsillo no tienen más que una cita en la cuar-ta de forro. Desde su primera publicación bajo el sello Folio en 1972, encontra-mos el mismo fragmento —una disquisición en contra de la guerra—, salvo una edición de 1996, que citaba una diatriba contra el hombre y el amor; este cambio refl eja cierta preferencia por lo oscuro, no sólo por abandonar un pasaje lumi-noso, sino también por la diferencia de tono que infundía a la obra: desaparecía el Céline humanista para dar paso a un Céline misántropo; hacía falta, pues, re-gresar a la cita original, más próxima a la opinión generalizada sobre este autor. La Collection Blanche, en cambio, no se dirige a esa gran comunidad de públicos lectores; prueba de ello es el texto de presentación de Viaje…, en su edición del 2007, que califi ca a la novela de “una gesta contemporánea”; este término, pro-pio de la terminología literaria, margina a ciertos lectores al tiempo que apela a quienes saben reconocerlo y apreciarlo. Por otro lado, esta cuarta se diferencia mucho de aquella de la colección Folio Plus Classique, donde no es la obra sino el acercamiento de la obra lo que la cuarta intenta resaltar: en un registro elogioso (“enriquecido”) y propio de la claridad pedagógica (“organizado en seis puntos”), el texto de cuarta expone, por un lado, las intenciones editoriales y defi ne, por otro, quién es su público lector (“Recomendado para las clases de preparatoria”). La cuarta, así, es el espejo en el que se podría reconocer cada lector, como si ésta le susurrara: “dime quién eres y te diré si te convengo”.
Como siempre, todo es un asunto de estilo. Por ello, para no mentirle al lector, los editores se imponen un imperativo: “decir sin decir, pero sin engañar”, como lo subraya Anna Colao de Albin Michel. Marie Desmeures reconoce que a veces busca imitar el estilo del autor: “cuando estoy imbuida del estilo de la novela, me doy cuenta, a mi pesar, de que tiendo a calcarlo”. No obstante, Ludovic Escande, editor de Gallimard, gusta de recordar a sus autores que “la cuarta responde en parte a una necesidad comercial, por lo que no es una parte del libro: es ya otra cosa”. Esta no man’s land, entre anuncio y literatura, aparece claramente en los textos de contraportada de las ediciones de 1971 y del 2007 de Viaje al fi n de la no-che de la Collection Blanche. En ambos casos, la obra se presenta con un registro que, aunque parezca extraño, tiene algo de factual y de elogioso al mismo tiempo: se describe como “la novela más famosa de Céline” y se aclara que fue “recibida como un gran acontecimiento literario”, declaración que se basa en una alusión al premio que obtuvo (el Renaudot). Esta información es irrefutable, incluso di-ríamos que ineludible si se pretende situar correctamente la obra en la historia literaria pero, a la vez, se trata de precisiones que ayudan a revalorizar la novela y refuerzan su estatus de obra maestra.
Auténtico ejercicio de funámbulo, la cuarta funciona realmente como una in-vitación a la lectura, pero, ¿se trata de una simple convocatoria o de un anuncio mentiroso? Las cuartas más sutiles oscilan entre esos dos polos: consiguen atraer al lector —dejándole la ilusión de que viene por su propia voluntad— y fascinarlo sin señuelos. ¿Acaso ninguna regla podría ayudar a su redacción? En realidad es-tos breves textos responden a una sola exigencia —que también podríamos califi -car de ambición—: hacer que los demás lean.�W
Camille Thomine y Pierre-Édouard Peillon son periodistas de Magazine Littéraire (www.magazine-litteraire.com), en cuyo pasado número de abril apareció este artí-culo; lo reproducimos con su autorización. Traducción de Ivette Hernández.
fervientemente en el “síndrome de Mozart” (quien compuso la obertura de su Don Giovanni apenas la víspera de su primera representación en el Teatro Nacional de Praga), Dominique Gaultier, fundador de la editorial Dilettante, considera senci-llamente nefasta la proximidad que el artista tiene con su obra: “a veces es difícil hacer que los escritores admitan algo tan evidente; entonces les explico que ellos ya hicieron la joya y que el estuche nos corresponde a nosotros”. En la editorial Actes Sud, las cuartas que redacta “la casa” son toda una tradición y se distinguen clara-mente de otras por la advertencia “El punto de vista del editor”, leyenda siempre en mayúsculas a la que se agrega —o al menos así se hizo hasta principios de los años noventa— la fi rma de quien había escrito la cuarta, usualmente un gran edi-tor, como Bertrand Py o Hubert Nyssen… “Ésta es una manera de recordar a los lectores que nuestras cuartas presentan una opinión subjetiva y que la asumimos como tal”, explica Marie Desmeures, editora responsable de la colección Babel en esa casa editora. Para ella, los autores suelen estar perfectamente conscientes de su propia falta de distanciamiento y normalmente se encuentran angustiados por el próximo lanzamiento de su libro, de manera que, si bien llegan a sugerir algu-nos “ajustes menores”, por lo general respetan el juicio del lector externo, incluso
cuando ofrece una opinión muy diferente de la suya. En estos casos, el editor des-empeña plenamente su papel de “lector primigenio”, encargado de representar a los demás lectores y de “exigir en nombre de ellos”, tal como lo explicaba Bertrand Py en el 2008, en una entrevista publicada en la revista belga ONLit.
Algunas editoriales incluso han creado, con una perspectiva más explícitamen-te comercial, un puesto específi co que se dedica por completo a la redacción de cuartas y que trabaja casi siempre al lado de los encargados de la promoción. En Albin Michel, por ejemplo, Anna Colao redacta hasta cuarenta solicitudes de inser-ción por mes para libros de todos los temas, y sólo deja de hacerlo en aquellos pocos casos en que el autor insiste, de manera categórica, en encargarse de la cuarta él mismo (eso hace Amélie Nothomb, por ejemplo). Por supuesto, esta carga de tra-bajo no le permite leer todas las obras: “leo superfi cialmente las pruebas —explica Colao— y trabajo a partir de notas de lectura de los editores y traductores”.
En la mayoría de los casos, sin embargo, la cuarta es el resultado de una estre-cha colaboración entre el escritor y su editor, un diálogo que, según las editoria-les y los escritores, funciona de un modo u otro. Así, en sellos como Gallimard, Denoël —que forma parte de la anterior— o Michel de Maule, el editor entrega al autor un “borrador” o “esqueleto” de la cuarta que puede modifi car a su gusto, y a veces de manera radical. En cambio, hay veces en que un escritor —es el caso de J. M. G. Le Clézio— tiene una idea muy precisa de lo que espera del texto de con-traportada; toca el turno entonces a los editores de asumir la delicada tarea de corregir el texto cuidando de no herir susceptibilidades: acortarlo cuando es muy extenso (una preocupación recurrente para la célebre colección Folio) o “invitar al escritor a que sea un poco más audaz cuando su texto resulta demasiado mo-desto”, como explica Fabienne Raphoz.
UNA SOLA REGLA: ¿LA AUSENCIA DE REGLAS?Si bien la redacción del texto de la cuarta de forro sigue un proceso relativamen-te similar en la mayoría de las editoriales, los resultados varían mucho: un párra-fo largo o breve, explícito o enigmático, elogioso o descriptivo: las variantes son muy numerosas, especialmente porque diversas opciones de escritura no se ex-cluyen entre sí. Parecería que la única regla es que no hay reglas: debe resolverse la redacción caso por caso.
No obstante, en cada editorial hay cierta homogeneidad entre una cuarta y otra, y este rasgo acaba relacionándolas entre sí, aunque se trate de estilos diferentes. En Actes Sud, por lo general, los textos se apegan al esquema “resumen de la tra-ma, elemento perturbador y comentario con análisis”. Lo mismo sucede en Galli-mard, donde Ludovic Escande prefi ere un “enunciado tácito” que se corresponde con el “estilo de la editorial”; este editor recuerda, por ejemplo, la moda de las cuar-tas apretadas en dos líneas, califi cadas de “impactantes”: “Antoine Gallimard re-chazaba ese modo pues, por respeto al lector, creía necesario proporcionar infor-mación correcta y sufi ciente de la obra.” Así pues, no hay reglas, pero sí una ética editorial que se va defi niendo de una casa a otra. Mientras que en las ofi cinas cen-trales de Gallimard las cuartas demasiado breves casi no existen, éstas abundan en P.O.L. El fundador de este sello, Paul Otchakovsky-Laurens, advierte que ese texto tiene una vocación “únicamente literaria y no promocional”; debe, pues, evocar el tono de la obra y, para ello, bastan algunas líneas, incluso unas cuantas palabras.
En cambio, Actes Sud se distingue por presentar textos largos en sus cuartas de forros. A pesar de ello, para Marie Desmeures el primer refl ejo, una vez redac-tada la cuarta, es recortarla: la cuarta es “como el agujero de la cerradura por la que percibimos la novela”. Por esta razón, no debe ser un mazacote de informa-ción (si lo fuera, se correría el riesgo de resultar ilegible). Sobre todo, “no es po-sible recorrer un libro en una sola página; si alguien lo lograra, el libro no existi-ría”. Al renunciar a la exhaustividad (si la hubiera, se negaría su propia razón de ser), la cuarta deja ver de forma irónica —a través de agujeros hechos a propósi-to— hasta qué punto la obra es autosufi ciente, porque si unas cien páginas pudie-ran resumirse en unos cuantos renglones, se desacreditaría el valor de la obra.
Frente a este dilema, a menudo los editores están tentados de presentar el li-bro lo más sucintamente posible. El modelo de esta sobriedad es, sin duda, la cita: se coloca en la cuarta un fragmento de la novela que resulte signifi cativo, remi-tiendo así directamente a la intimidad de la obra, sin intermediarios que puedan corromperla. Cuando en 1995 Hubert Nyssen, fundador de Actes Sud, lanzó la colección Un Endroit où Aller [Un lugar adonde ir], su elección iba en contra de las prácticas editoriales de la época: caracterizada por su simplicidad, esta colec-
“TODO ES UN ASUNTO DE ESTILO. POR ELLO, PARA NO MENTIRLE AL LECTOR, LOS EDITORES SE IMPONEN UN IMPERATIVO:
DECIR SIN DECIR, PERO SIN ENGAÑAR
”
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James George Frazer
La rama doradaMagia y religión
Esta nueva edición, compendiada enteramente a partir de los doce
volúmenes de la primera publicación completa de la obra (1906-1915),
restituye los pasajes censurados en el resumen de 1922 y en sus ediciones
subsecuentes. Con esta nueva versión se ofrecen por primera vez
al público hispanohablante las teorías más audaces de Frazer
contextualizadas con un nuevo aparato crítico, introducción y notas