atlántico : revista de cultura contemporánea num 26 1964
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Hemos recibido centenares de cartas en las que se nos testimoniaba el pesar y la condolencia por la trágica muerte del presidente Kennedy. Desde estas páginas queremos agradecer públicamente, de todo corazón, tales conmovedores mensajes.
SU FILOSOFIA LES VALE A ustedes dentro de sus fronteras porque desde el principio ¡hace poco más de un siglo! tuvieron una "profunda fe en la educación, traducida en una considerable inversión en ella y en la investigación". Crearon una nación joven, dinámica, libre de prejuicios en muchos aspectos, en fin, la democracia... Pero, a los viejos países con muchos siglos de historia ¡la pesada carga de la historia! no les entra su nueva filosofía. ¿Por qué se dice siempre, ah si los Estados Unidos tuvieran el peso diplomático de Inglaterra o Francia! Por esto, a ustedes les es vital Europa.
Miguel Alemany Otero Vigo
Aunque sea discutible que los Estados Unidos tengan menos peso diplomático que Inglaterra o Francia, no ponemos en tela de juicio la importancia vital de Europa en el campo diplomático, militar, económico y político.
Al reconocimiento de este hecho responden nuestros esfuerzos cuyos ejemplos más notables son el Plan Marshall y la OTAN sin los cuales la civilización occidental bien pudiera haberse perdido. Igualmente estamos completamente convencidos, como lo están la mayoría de los europeos, de
que los Estados Unidos tienen hoy importancia vital para Europa. Por esta razón se han seguido políticas de interdependencia en las relaciones entre los Estados Unidos y Europa. Cualquier otra solución que implique la división entre Europa y los Estados Unidos sólo podría resultar costosa, al elevar las barreras comerciales y duplicar el esfuerzo nuclear y, finalmente, al debilitar la Alianza Atlántica frente a poderosos y ambiciosos adversarios.
A MI NO ME SON USTEDES nada simpáticos porque su democracia y sus ideales están siempre supeditados a las comodidades que les ofrecen los distintos dictadores con los cuales se entienden.
Antonio Marcial Tarragona
No sabemos a qué dictadores se refiere nuestro comunicante. Si bien es cierto que los Estados Unidos, como otros países, tienen relaciones diplomáticas con países cuyas ideologías rechazan, ello no significa, en forma alguna, aprobación ni, mucho menos, apoyo.
Se da el caso de que los Estados Unidos tienen relaciones diplomáticas con la Unión Soviética; la razón de ello es la creencia en que se pueden lograr así acuerdos capaces de
reducir la tensión en el mundo y salvarlo de holocausto nuclear. Por idénticas razones, por contradictorio que pueda parecer a primera vista, los Estados Unidos se oponen al reconocimiento de China comunista y de Cuba, y a amplios vínculos económicos con el las , mientras que tales países fomenten activamente peligrosas guerras subversivas en el Sudeste de Asia e Iberoamérica, ya que opinan que, en estos casos , el único efecto del reconocimiento sería darles más vuelos.
Aunque no creemos que la Unión Soviética haya desistido de su fin último de dominio mundial, parece evidente que su punto de vista sobre la guerra nuclear es más realista que el de sus dos aliados. Por ello, se esté o no de acuerdo con la política norteamericana, nos parece que merece algo más que una categórica condena.
HE RECIBIDO EL NUMERO 22 de "Atlántico" y el 23 de la misma publicación con el nuevo formato; creo muy acertada la prometida sección de "Cartas al Director". Puede afirmarse que la revista ha ganado en brillantez y dinamismo tipográfico a la par que conserva una gran erudición y claridad expositiva.
Felipe Saiz Salvat Castellón de la Plana
DESDE EL
NUEVO AÑO
D ESDE LA atalaya del nuevo año, la mirada hacia atrás resulta obligada. Pese a la falta de perspec
tiva, el año 1963 se nos muestra pleno en logros y acontecimientos memorables.
El 22 de noviembre de 1963 es la fecha más destacada de los últimos tiempos. Los Estados Unidos se sumen en luto por la muerte de su Presidente, John F. Kennedy, y de casi todo el mundo llegan a Washington testimonios de condolencia que manifiestan que el dolor de tal pérdida se siente como propio más allá de las fronteras norteamericanas. El nuevo Presidente, Lyndon B. Johnson, reafirma la continuidad de la política norteamericana.
A la muerte de Kennedy está pendiente, en el Congreso, el examen de su propuesta de ley sobre derechos cívicos. El año 1963 ha sido, en cualquier caso, el año de la revolución en el campo de los derechos cívicos. En el mes de agosto, 200.000 norteamericanos de todas las razas y procedencia se manifiestan en Washington en pro de tales derechos. Como en todo movimiento social, también en éste, el año ha sido testigo de intentos de retroceso, de actos de violencia de algunos extremistas. Pero los avances han sido notables. Entre otras cosas han aumentado las oportunidades de empleo para los ciudadanos negros, y por vez primera en la historia de la Nación, en sus 50 Estados, negros y blancos han asistido ¡untos a clases de nivel universitario. El nuevo Presidente manifiesta:"Ya hemos hablado bastante en este país sobre la igualdad de derechos". "Es tiempo ya de escribir el próximo capítulo".
El panorama económico es alentador a pesar de la persistencia del desempleo. Antes de finalizar el año, el presidente Johnson anuncia que el Producto Nacional Bruto está a punto de alcanzar la cifra de
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Revista mensual publicada por la
CASA AMERICANA
Embajada de los Estados Unidos
MADRID: Paseo de la Castellana, 48
BARCELONA, Vía Layetana, 33
SEVILLA: Laraíia, 4
DESDE EL NUEVO AÑO 3
CUATRO AÑOS DE HISTORIA
por Jean Guenolé 5
LA SOCIEDAD ABIERTA
... Y LA SOCIEDAD CERRADA
por Arthur Schlesinger, Jr. 17
. . .EL DESARROLLO ECONÓMICO
por Edward S. Masón 27
...PROGRESO Y TÉCNICA 31
. . .LA POLARIZACIÓN por Enrique Couceiro y José Pernau 33
TEATRO NORTEAMERICANO DE
HOY por Alan S. Downer 39
EL LIBRO AMERICANO EN ESPAÑA50
FOTO DE CUBIERTA: Una discusión en Pershing Square, Los Angeles. CONTRACUBIERTA: Watts Towers, Los Angeles. Raro ejemplo de arte popular.
Redacción y distribución ••
Castellana 48, MADRID-1
los 600.000 millones de dólares. Ello supone un aumento de 100.000 millones en tres años, de casi un 20 por ciento en tres años y, además, el ritmo medio de crecimiento es de más del 5 por ciento anual. Bien puede decirse que el Presidente Kennedy ha hecho honor a su promesa de "volver a poner el país en marcha". Pendiente también de la consideración del Congreso está una propuesta de ley de la Administración sobre reducción de impuestos destinada a aumentar el ahorro y dar nuevo vigor a la economía.
¿Cuál es el panorama de las relaciones Este-Oeste, de lo que se ha dado en llamar la "guerra fría"? No entraremos aquí en su historia (véase el artículo siguiente) sino en sus acontecimientos más recientes. Estos no justifican ni un gratuito optimismo ni un inmoderado pesimismo: hay hechos que se pueden poner en ambos platillos de la balanza. La firma del tratado de Moscú soore prohibición de pruebas nucleares fue, en palabras de Kennedy, "un paso hacia la paz, un paso hacia la razón, un paso en dirección contraria a la guerra". En la misma línea cabe situar el acuerdo sobre el establecimiento de un teletipo directo entre Washington y Moscú. Los incidentes provocados en los accesos a Berlín, caen en el otro platillo. Un profesor norteamericano es detenido en Moscú, si bien luego es puesto en libertad. El panorama de los primeros días de noviembre, aunque dejaba ver rayos de esperanza, no había visto la desaparición de los nubarrones. Los Estados Unidos demostraban, por esos días, su preparación para cualquier contingencia en la "Operación Gran Salto", mientras proseguía su búsqueda de zonas de posible acuerdo. Las Naciones Unidas se declaraban en contra de la puesta en órbita de armas de destrucción.
El año, tras la muerte de John p. Kennedy, se cierra bajo el signo de las palabras del nuevo Presidente: "Los que pongan a prueba nuestro valor comprobarán su fortaleza y los que busquen nuestra amistad comprobarán que es honorable .
)or Jean Guenolé
H ACE UN POCO más de cuatro años que Nikita Kruschev, sonriente, partía de los Estados Unidos des
pués de haberlos recorrido de punta a cabo, y de haber conferenciado allí largamente, en la intimidad, con el presidente Eisenho-wer, en Camp David. Inmediatamente fue a Pekín a predicar la coexistencia pacífica: "No ha llegado el momento, -decía a un Mao Tse-tung claramente gruñón- de emplear la fuerza para comprobar la solidez del sistema capitalista". Se había concertado una reunión "en la cumbre" de los Cuatro Grandes. El mundo, que se había visto sumergido en la angustia por el ultimátum soviético de noviembre de 1958 acerca de Berlín, recobraba la esperanza.
El clima del otoño último recordaba bastante al de septiembre de 1959. Tanto en Moscú como en Washington no se hablaba más que de negociaciones. Los dos K. dialogaban desde meses antes por medio de terceros o de cartas personales. Una línea de teletipo directo se tiende entre ellos. Se firma un tratado que pone fin a las pruebas nucleares en la atmósfera, en tierra y en el mar. Se ha olvidado casi que hace poco más de un año una grave crisis estuvo a punto de llenar el planeta de sangre y fuego. De la disminución de la tirantez a la disminución de la tirantez, de la esperanza a la esperanza, el círculo se cierra. Sin embargo, ¡cuántos acontecimientos en el intermedio, que hacen que, pese a todas las aparentes analogías, la situación sea en realidad muy diferente de lo que era entonces! Los supuestos fundamentales de
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las relaciones Este-Oeste han cambiado realmente.
Tres palabras resumen esta transformación: China, proyectiles, Berlín. En 1959, a fin de equilibrar el peligro que los proyectiles intercontinentales suponían para las bases de partida de su sistema de represalias, los Estados Unidos debían mantener constantemente en el aire una parte de los bombarderos del Mando Aéreo Estratégico e instalar a toda prisa en Europa rampas de lanzamiento de ingenios de alcance intermedio. El gobierno soviético se creía en situación de intimidar suficientemente al Occidente para hacerle abandonar Berlín, una posición avanzada insoportable para su orgullo, un obstáculo para el progreso de ese "sentido de la historia" que
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los comunistas creen haber captado con certeza.
Hoy, la disputa Moscú-Pekín ha llegado a la fase de los incidentes fronterizos; los Estados Unidos producen proyectiles intercontinentales al ritmo de uno diario; es preciso leer con lupa los discursos de los dirigentes del Este para encontrar en ellos un recordatorio, singularmente discreto, de su situación en Berlín. En 1959, el Kremlin tenía la impresión de que los occidentales se preparaban para ceder; en 1963, los occidentales tenían la impresión de que el Kremlin había reconocido, por el momento, la imposibilidad en que se encuentra de hacerles ceder, pese a sus recientes ensayos en los accesos a Berlín. Lo que realmente muestra la historia de estos cuatro años, es que lo ha intentado, de diversas maneras y en diversas ocasiones, sin conseguirlo.
En noviembre de 1958, Kruschev, al dar seis meses a los aliados para renunciar a sus derechos sobre Berlín occidental, consiguió asustar. Es cierto que sus exigencias habían sido rechazadas de antemano. Como contrapartida del abandono de tal plazo, se había admitido la celebración de una reunión de Ministros de Asuntos Exteriores. Esta pudo parecer inútil a los ojos del gran público. No es menos cierto que en Washington, como en Londres e incluso en París, se dudaba ante las consecuencias de una posible ruptura. También se vio a Herter, Selwyn Lloyd y Couve de Murville retroceder paso a paso. Como sus concesiones no bastaban al voraz apetito de Gro-myko, el presidente Eisenhower no vio, finalmente, otra solución para salir del punto muerto, o al menos para ganar tiempo, que recurrir a un método experimentado, aunque con frecuencia desilusionante: el de los encuentros "en la cumbre".
Para Kruschev, un viaje a los Estados Unidos bien valía un poco de paciencia. ¿Podía ver en este gesto otra cosa que la expresión de una voluntad de conciliación, de apaciguamiento? Cuando el presidente Eisenhower, después de las reuniones de Camp David, reconoció publicamente el ca-
rácter "anormal" de la situación en Berlín ¿no quería decir que estaba dispuesto a hacer algo para "normalizar" esta situación como, precisamente, reclamaba Moscú?
El asunto del U-2, al producirse en este clima, pareció a los soviéticos una magnífica oportunidad que explotar. El confuso comportamiento de los responsables norteamericanos, les hizo creer que podrían lograr, mediante una jugada de poker, un éxito decisivo. Kruschev, que había ido a París para la reunión "en la cumbre" de los cuatro, exigió pues excusas de los dirigentes norteamericanos, lo cual los hubiese humillado profundamente, arruinando así su prestigio en el mundo. Contaba con la buena voluntad del presidente Eisenhower y las presiones de sus aliados. Pero no obtuvo nada, y su rabia, que expresó en la forma más ruda en las Naciones Unidas al día siguiente de la ruptura, estuvo a la altura de su fiasco.
Pero se puede ser al mismo tiempo irascible y prudente. En vez de desencadenar al instante la prueba de fuerza, firmando con la Alemania'Oriental el tratado de paz por separado con el cual había amenazado cien veces a los occidentales, el jefe del gobierno soviético, teniendo en cuenta la proximidad de la elección presidencial norteamericana, prefirió esperar a la toma de posesión del sucesor de Ike. Rompiendo con una tradición, según la cual la U.R.S.S. entre los partidos "burgueses", ha mostrado siempre su preferencia por los de la derecha, Kruschev no dejó que se ignorase que deseaba vivamente la elección de Mr. Kennedy.
La administración demócrata, animada por elementos más jóvenes y que, en su
mayoría, no habían estado personalmente implicados, durante años, en la guerra fría, tenía grandes deseos de buscar con el Este un campo de acuerdo, así como de disminuir los riesgos de una guerra por accidente y de aliviar la carga de los armamentos. Indudablemente sentía la necesidad de no discutir más que desde una posición de fuerza, y ello fue la razón de que una de las primeras decisiones del presidente Kennedy fuese aumentar las asignaciones para la construcción de proyectiles balísticos. Pero al mismo tiempo, no queriendo descartar a priori la sinceridad de ciertas inquietudes soviéticas, no estimo' que fuese inútil mostrar su buena voluntad.
Examinando metódicamente todas las posibilidades de acercamiento, Kennedy decidió someter a una doble prueba las disposiciones del Kremlin a propósito de Laos y del cese de las pruebas nucleares. Si no
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era posible entenderse acerca de estos dos puntos, en los cuales parecía que el acuerdo estaba al alcance de la mano, sería inútil abordar los grandes asuntos. Por el contrario, la solución de una y otra cuestión permitiría, por ejemplo, volver a iniciar las discusiones sobre el problema alemán.
En Laos se sucedían los golpes de Estado y las incursiones militares; los dirigentes rivales esperaban que todo el país pasase ya al campo occidental ya al campo comunista. Una de las primeras decisiones del gobierno demócrata fue dar su asentimiento a la idea de la neutralización del país, que defendían París y Londres y sobre la cual los soviéticos, por su parte, parecían estar bien dispuestos. Cuando Kruschev y Kennedy se encontraron en Viena, en junio de 1961, comprobaron la identidad de sus puntos de vista a este respecto. Sin embargo, se necesitó todavía
más de un aíío para llegar a la conclusión de un tratado que garantizase la neutralidad de un Laos reunificado. Mientras tanto, la tensión internacional había alcanzado un grado tal que reducía en gran medida el alcance exterior del arreglo logrado, bien lejos hoy, en resumen, de haberse traducido auténticamente en los hechos.
Sobre el cese de las pruebas nucleares, se había iniciado en Ginebra, en octubre de 1958, una negociación entre la U.R.S.S., Estados Unidos y Gran Bretaña, y se había instituido una moratoria en espera de la conclusión de un tratado. La mayoría de los artículos estaban ya redactados a principios de 1961; el único problema importante se refería al control del cese de las pruebas subterráneas, puesto que las otras podían ser fácilmente detectadas sin inspección sobre el terreno. El nuevo gobierno norteamericano manifestó su deseo de llegar a una conclusión, suavizando su postura. Pero lejos de provocar idént icas concesiones de los soviét icos, sus buenas disposiciones se estrellaron al poco tiempo con nuevas exigencias.
Moscú pretendía someter al derecho del veto el funcionamiento del organismo de control, lo cual, evidentemente, le privaba de toda eficacia. En septiembre, el gobierno soviético, sin informar previamente a su propio pueblo, decidió unilateralmente realizar nuevas pruebas. Muchos occidentales pensaron entonces, y piensan todavía, que la U.R.S.S. había aprovechado la moratoria para salir de su retraso en ciertos campos y que, teniendo nuevas bombas que ensayar, no tenía ya razón alguna para continuar una negociación que celebraba sin deseo alguno de llegar a una conclusión. Así, la conversación de los dos K. en Viena sobre es te punto, había sido totalmente inútil.
Kennedy tuvo pronto pruebas de que Berlín seguía siendo el principal tema del interés de su interlocutor. El jefe del gobierno soviético, tras haber observado durante algunos meses el comportamiento del nuevo Presidente norteamericano, pensó
indudablemente, cuando el fracaso de la expedición de los emigrados cubanos en la Bahía de los Cochinos, que acabaría por ceder ante la intimidación; en Viena le anunció que tenía la intención de l ibrarse antes de finales del año, con o sin el consentimiento de los occidentales, de lo que comparó a una "esp ina en su garganta".
El Presidente sabía muy bien a lo que hubiese conducido la aceptación de la intimidación por la guerra: a mostrar a los aliados de Norteamérica que los compromisos contraídos hacia ellos no tenían en realidad valor alguno, puesto que el gobierno norteamericano cedía en cuanto se ejercía sobre él una presión un poco fuerte. Kennedy dijo muy claramente a su interlocutor que no había ni que hablar del asunto y lo repitió públicamente después , con toda la firmeza posible. La llamada de los reservistas y el envío de refuerzos a Europa siguieron a sus palabras para atestiguar lo serio de su resolución.
Sin embargo, no parece que en aquel momento Kruschev se s int iese impresionado por la actitud de J. F . Kennedy. Aplicando la famosa " tác t ica del sa lch ichón" y deseoso, antes que nada, de detener el continuo éxodo hacia la Alemania Occidental de los subditos de Ulbricht, comenzó a hacer construir a través de Berlín el muro que tan trágicamente simboliza la división del mundo moderno. La reacción de los occidentales fue violenta, pero puramente verbal. Esta no impidió que Rusk iniciase, en octubre, conversaciones con Gromyko. Xruschev,opinando sin duda que Washington, a fin de cuentas , se orientaba hacia una fórmula de compromiso, podía renunciar, una vez más, a un plazo apremiador en exceso . Al mismo tiempo, la manera muy categórica en que los Aliados habían descartado su pretensión de prohibir a los alemanes del Oeste la utilización de los aviones comerciales occidentales, que unían Berlín con la República Federal , quizá le
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había incitado a la prudencia. En la primavera ya se había constatado
que no había que esperar nada de las conversaciones ruso-norteamericanas. Los Estados Unidos estaban ciertamente dispuestos a dar diversas garantías sobre la utilización del Berlín Occidental, sobre la institución de un control internacional de sus accesos, en el cual participaría la Alemania Oriental, o a discutir nuevos acuerdos de seguridad en Europa. Pero pensaban seguir fieles a la palabra dada a los berlineses de no abandonarles, lo que suponía el mantenimiento de tropas aliadas en los sectores occidentales, y su mantenimiento sin que se sumasen a ellas contingentes soviéticos; al menos, bien entendido, que los rusos aceptasen el restablecimiento del sistema cuatripartito en la totalidad de la ciudad, como un paso
hacia la reunificación de Alemania a partir de elecciones libres.
Pero, lo que los soviéticos buscaban era, fundamentalmente, la desaparición del carácter occidental del Berlín Oeste. Pretendían hacer un Estado neutro, sin que se cambiase nada en la pertenencia del Berlín Este a esa República democrática alemana, cuyo reconocimiento pretendían obtener. Nada justificaba tal pretensión, ni en los acuerdos sobre Alemania, ni en el equilibrio de fuerzas entonces restablecido. Rusk se lo comunicó claramente a su colega soviético.
En la primavera de 1962 - o sea, tres años y medio después del ultimátum del 27 de noviembre de 1958- los rusos seguían sin haber obtenido nada. ¿Iban a resignarse en Berlín a atrincherarse tras su siniestra muralla? Repetían que su paciencia no era ilimitada y que uno u otro día, con o sin el consentimiento de los occidentales, acabarían con el estatuto de ocupación de
Berlín. De vez en cuando, los aviones militares eran importunados en los pasillos aéreos y se producían incidentes entre los soldados aliados y los soviéticos en los lugares de acceso.
Pero cabía preguntarse si no se trataba, sobre todo, de que el Kremlin trataba de defenderse de las acusaciones de derrotismo lanzadas contra él por los chinos. El empeoramiento délas relaciones entre Pekín y Moscú contribuía a acreditar la idea de que el jefe del gobierno soviético era un partidario sincero de la coexistencia pacífica, que esperaba la victoria final de la ideología comunista, no por la fuerza, sino por la demostración de su superioridad en la competición económica mundial.
La inquietud renació durante el verano, pese a la conclusión del acuerdo sobre Laos. Mientras se sucedían pruebas atómicas cada vez más potentes, los soviéticos hicieron saber que esperaban solucionar el
asunto de Berlín inmediatamente después de las elecciones legislativas norteamericanas de noviembre. Y Kruschev, que hablaba de ir en tal momento a los Estados Unidos, confiaba a todos sus visitantes el poco caso que hacía de la resolución expresada por Kennedy y sus ministros en sus discursos. Al poco tiempo parecía que la gran prueba de fuerza, sin cesar aplazada, no tardaría en producirse.
Generalmente se la esperaba en el propio Berlín. Para determinar en sus menores detalles la respuesta a formular en todas las hipótesis concebibles, los gobiernos aliados formaron grupos de trabajo que creían haber encontrado respuesta a todo. Pero fue en otro lugar donde finalmente se produjo el trueno que estuvo a punto de precipitar al mundo en la guerra nuclear y que, quizá, iba a permitirle salir de la guerra fría.
Para colocarse en la mejor posición po-
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sible en el momento de desencadenar su operación de intimidación sobre Berlín, Kruschev imaginó utilizar la plataforma inesperada que le proporcionaba Cuba. El régimen fidelista, cada vez más dependiente de su protección, aceptó la instalación en su suelo de proyectiles con cabeza nuclear capaces de amenazar el territorio norteamericano. Todo da motivos para pensar que el jefe del gobierno soviético, una vez que hubiesen estado instalados los ingenios, hubiese ido a plantear a Kennedy un "lo toma o lo deja", señalándole el peligro que tales armas hacían recaer sobre un dispositivo de represalias al que nada protegía por el Sur. Lo que ocurrió está todavía en el recuerdo de todos: las fotografías aportadas por los aviones norteamericanos, la cuarentena impuesta al tráfico de armas con destino a Cuba, la retirada, tras una semana de angustia, de los proyectiles soviéticos. Los rusos descubrían que se habían equivocado sobre la decisión norteamericana y sacaban las consecuencias de ello.
Por su parte, el Presidente de los Estados Unidos, consciente de la fuerza de un adversario que podía retroceder, pero no capitular sin combate, proporcionó la respuesta al desafío. No se produjo desembar-
co en Cuba, donde el gobierno de Castro sigue todavía. En cuanto se obtuvo la decisión del Kremlin de detener sus propósitos, Kennedy alabó la prudencia de Krus-chev y expresó la esperanza de entenderse con él acerca de otros problemas. Consideró, con sus asesores, que tras haber fallado su golpe en el Caribe, la U.R.S.S., con o sin Kruschev, podría muy bien intentar restablecer a cualquier precio su superioridad estratégica con vistas a un posterior desquite, o sacar partido de la imposibilidad en que se encontraba de imponer su voluntad a Occidente y emprender, por este hecho, el camino de la negociación. Por lo tanto se preparó para las dos posi
bilidades, desarrollando un sistema de disuasión cuya segunda oledada está además, gracias a los Minuteman y a los Pola-ris, a salvo de un ataque por sorpresa, y prestándose a una reanudación de las negociaciones sobre las pruebas nucleares y a "contactos" acerca de Berlín.
Hoy cada vez más parece probable que los dirigentes soviéticos hayan escogido el segundo partido; el de la disminución duradera de la tensión. Se han visto escarmentados y no quieren arriesgar la paz del mundo a una jugada de dados. En la medida en que esperasen que una victoria poco costosa sobre el Occidente restableciese su autoridad sobre los chinos, han debido
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comprobar su fracaso, flan debido comprobar también que la carrera de armamentos era una empresa muy costosa para que, en las condiciones de su economía, tuviesen una oportunidad de ganarla. En cualquier caso, desde los comienzos del ano 1963, las relaciones de la Unión Soviética con China no han dejado de empeorar y de mejorar con Occidente. No es un azar que la firma del tratado sobre prohibición parcial de pruebas nucleares haya coincidido con la publicación, tanto en la prensa china como en la prensa soviética, de acusaciones mutuas que conducen directamente a la ruptura entre las dos Mecas del "campo soc ia l i s t a " ,
¿Hubiesen debido los Estados Unidos ha-:er caso omiso del nuevo tono de los soviéticos, hacerles pagar caro sus deseos , negarse a efectuar el menor distingo entre los " d u r o s " ae Pekín y los " r e v i s i o n i s t a s " del Kremlin, a riesgo de facilitar, de esa manera, el éxito de los primeros? Kennedy decidió aceptar, con precaución, la mano tendida, explorando pacientemente los pos ib les terrenos de disminución de la tensión. Esto no significa que bajase su guard i a - s e lo ha visto bien en Vietnam donde la "coexis tencia pací f ica" tiene un sentido particular- o que, sensible a la política de la sonrisa, se d ispusiese a ceder progresivamente, en detalle, lo que había rechazado, en el acto y globalmente, cuando el adversario era amenazador.
Hace ya tiempo que se ha aprendido en Washington que hay que desconfiar de los troyanos y de sus regalos. Pero ¿qué hombre de Estado se atrevería a echar sobre sus hombros la responsabilidad de decir que no cuando al fin se presenta una esperanza de salir de la guerra fría, cuando al otro lado del telón de acero se comienza a oir por fin, en detrimento de los chinos, el lenguaje de la conciliación y de la paz? La gran mayoría de las gentes, ciertamente, no lo hubiese comprendido.
"...La irresistible marea que comenzó 500 años antes del nacimiento de Cristo, en la antigua Grecia, es en favor de la libertad, y en contra de la tiranía. Esta es la ola del futuro, y la mano de hierro del totalitarismo no podrá últimamente ni apresarla ni hacerla volver atrás. En palabras de Hacaulay: "Una ola puede retroceder, pero la marea está ascendiendo". John F. Kennedy
Arthur Schlesinger, Jr. Historiador. Asesor del Presidente Johnson
ORÍGENES DE ESTE CONFLICTO
L A PUGNA política y social básica de este, siglo puede resumirse diciendo que es el conflicto entre la
sociedad abierta y la sociedad cerrada. Desde fines de la primera guerra mundial, en efecto, nuestro planeta se ha visto agitado por un conflicto incesante, a veces callado y sombrío y a veces con explosiones de violencia, entre la sociedad abierta y la sociedad cerrada, entre quienes ven el destino del hombre como algo indeterminado e inconcluso y quienes lo ven como algo irrevocablemente decidido por las leyes inexorables de la historia.
Trataré aquí de examinar algunos de los orígenes de este conflicto, de escudriñar sus manifestaciones en nuestros días y de aventurar algunas hipótesis acerca de su resultado final.
La idea de la sociedad abierta, en su forma moderna, nació en el siglo XVIII. Un grupo de hombres de la Gran Bretaña, de Francia y de las colonias norteamericanas, influido por las ideas clásicas acerca de la dignidad de la personalidad humana y por las ideas cristianas relativas a la integridad del alma humana, y estimulado por la liberación de energías que originó el derrumbamiento del feudalismo, comenzó a formular nuevos conceptos políticos.
Nadie captó el nuevo espíritu mejor que Thomas Jefferson cuando, en la Declaración de Independencia norteamericana, proclamó los derechos inal ienables del hombre a " l a vida, la libertad y la búsqueda de la fel icidad". La frase de Jefferson implicaba una sociedad fundada en la dignidad y la integridad del individuo y consagrada a garantizar a todos una razonable oportunidad de vivir satisfactoriamente.
Las consecuencias que implicaba e s t e concepto eran revolucionarias y todavía no han sido plenamente rea l izadas , ni s i quiera en el propio país de Jefferson. Pero expresaban con elocuente brevedad los generosos ideales de lo que ha llegado a denominarse la sociedad abierta.
Jefferson escribió la Declaración de Independencia hace menos de dos s ig los . En años posteriores, la sociedad abierta, en una u otra forma, comenzó a arraigar en la Europa Occidental, en Norteamérica y, después , en formas aún más limitadas, en Europa Central y Oriental y en Centro y Sudamérica.
Sin embargo, después de un siglo, poco más o menos, de experimentación con diversas formas de la sociedad abierta, se inició en e l mundo moderno una reacción contra el la, una contrarrevolución, un nuevo impulso social que rechazaba la libertad individual y la elección individual y que ofrecía a cambio una visión fija y rígida del porvenir.
Es t a contrarrevolución era algo nuevo en la experiencia humana. El gobierno arbitrario, la dictadura, la tiranía, todo esto era, naturalmente, tan viejo como la historia misma. Pero la sociedad cerrada de los tiempos modernos tenía caracter ís t icas singulares, carac ter ís t icas expresadas por la palabra que define más claramente su esencia , la palabra " to ta l i ta r i s mo".
Las formas c lás icas de dictadura y t iranía podían tratar de suprimir toda forma activa y franca de duda y disensión; pero carecían de los medios técnicos , s i no del deseo y de la voluntad, para ani
quilar la estructura social existente y para violar la vida íntima de sus miembros. La ciencia y las comunicaciones moder nas dieron al totalitarismo los medios para lograr un gobierno total; una ideología universal is ta le dio el deseo; un fanatismo social le dio la voluntad.
Como resultado, el totalitarismo moderno fundió la sociedad con e l Estado, no permitió organizaciones fuera del Estado, opiniones más allá del Estado, ideas contra el Estado. Por lo menos, és ta era, y e s , la teoría totalitaria. Y fue e s t e e s píritu el que inspiró al totalitarismo moderno en su ataque contra la sociedad abierta.
Nos conviene comprender por qué, si la sociedad abierta había logrado es tablecerse en tan gran parte del mundo occidental, el totalitarismo pudo alzarse en rebelión contra ella, por qué las doctrinas esencia les del totalitarismo surgieron en el seno de sociedades abier tas , y por qué es tas doctrinas pudieron conseguir el apoyo de los miembros de sociedades abiertas. Para comprender e s to hay que examinar problemas tanto de organización social como de psicología individual.
Por lo que a la organización soc ia l s e refiere, la sociedad abierta reemplazó lo que los historiadores han denominado una sociedad de estamentos por una sociedad de contrato. En una sociedad de estamentos , las personas, para bien o para mal, sabían el lugar que les correspondía. Fuera alto o bajo, es te lugar exis t ía . Los siervos tenían obligaciones para con los señores y los señores para con los s iervos. Cada persona tenía su hueco. Semejante sociedad proporcionaba una cierta seguridad mínima, un cierto consuelo primitivo.
Es verdad que después de algún tiempo se hicieron intolerables las restr icciones de la sociedad de estamentos; y, bajo la presión de las transformaciones científicas y tecnológicas, el hombre desechó el viejo s is tema y buscó libertad para sus propias ideas y para sus propias empre-
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sas. De todos modos, hubo de pagar un precio por la nueva libertad.
La nueva sociedad, la sociedad de contrato, era excelente para el fuerte, para el que tenía confianza en sí mismo, espíritu aventurero, ingenio. Tales hombres se sentían en su elemento en las brillantes perspectivas de oportunidad que se les ofrecían. Pero para el débil y para el indefenso era un orden desconcertante e inhumano, en el que nadie tenía lugar asignado o posición segura.
La nueva filosofía económica del lais-sez-faire parecía significar que cada uno se las arreglara como pudiera y que el más incapaz tuviera que perder. En tiempos de expansión económica, la vida podía ser todavía tolerable para la mayor parte de la gente. Pero en tiempos de retracción económica, cuando las personas, sin culpa suya, no podían encontrar trabajo o dar
de comer a sus hijos o pagar una vivienda, la sociedad abierta, en la era del laissez-faire, llegó a resultar intolerable.
Esas personas fueron engañadas por las seducciones del totalitarismo, pues éste no sólo les prometía trabajo y seguridad económica. Les prometía camaradería en un ejército de masas consagrado a una causa; les prometía una alianza con las inevitabilidades de la historia; les prometía llenar de significado sus vidas vacías y darles una fe por la que vivir y por la que morir. Frente a esta brillante esperanza, la sociedad abierta, gobernada como lo estaba aún en gran parte por las normas impasibles del laissez-faire, parecía fría y cruel.
El fracaso de la organización social aumentó una debilidad más profunda de la voluntad humana misma. La libertad implica responsabilidad de elección; el te-
ner que elegir produce ansiedad, y ésta puede llevar a huir de la libertad.
Nadie ha analizado el innato temor humano a la libertad más profundamente que Dostoyevski en su fábula del Gran Inquisidor. El proceso que el psiquiatra Erích Fromm ha denominado la "huida de la libertad" hacía a las personas más sensibles
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a los atractivos del totalitarismo. La teoría democrática amenazada, como señaló Reinhold Niebuhr, no tuvo en cuenta las vetas más sombrías de la naturaleza humana; y cuando la historia refutó e} optimismo demográfico, hubp algunos que supusifir.pn que había refutado la democracia misma.
Hasta ahora he utilizado la palabra "totalitarismo" çqmo término genérico, Naturalmente, en nuestro siglo ha habido dos oleadas del ataque totalitario contra la sociedad abierta; la olea* da comunista y Ja oleada fascista. El comunismo y el fascismo tienen muchas y significativas diferencias. Tienen también algunas semejanzas significativas. En particular tienen de común la concepción de la sociedad como basada en una sola verdad absoluta e infalible.
Los comunistas tenían una versión de de esta sola verdad, los fascistas otra, pero ambos grupos da-
ban por supuesto que la verdad única existía, que había sido revelada auno o más profetas elegidos, que había sido codificada en una ideología dogmática, que estaba ©x» presa en el movimiento de la historia, y que su ejecución estaba confiada a un solo partido político infalible presidido por un solo dirigente infalible. Con este espíritu
de absolutismo ideológico, cada fe totalitaria llevó a cabo su propia campaña contra la sociedad abierta.
Al hacerlo, combatieron a la sociedad abierta en el punto esencial de diferencia, pues la sociedad abierta, por definición, no tenía verdad única, dogma absoluto ni ideología que todo lo incluyera; sólo tenía su fe en la dignidad e integridad del individuo y su convicción de que la prueba de la verdad está en el choque de la_g ideas, Frente al totalitarismo, la sociedad abierta ofrecía el pluralismo; frente a la doctrina, el experimento; frente al decreto, el debate; frente al dogmatismo, el pragmatismo.
William James, al establecer su famosa distinción entre el racionalista y el empírico, formuló una diferencia destacada entre el mundo cerrado y el abierto. El racionalista ve el mundo como unidad; el empírico, como múltiple; el primero cree que la realidad ha de deducirse de principios generales; el segundo, que ha de elaborarse a partir de los hechos y de la experiencia.
Aunque los Estados totalitarios no tuvieran otros motivos para la agresión, no podrían haber soportado un mundo consagrado en alguna parte al pragmatismo o al pluralismo.
La fe totalitaria es universalista; la teoría totalitaria de la historia requiere que todas las sociedades vayan por caminos predestinados pasando por etapas predestinadas para llegar a la única conclusión predestinada. Cualquier excepción se convierte en amenaza mortal para el sistema. Como ha dicho Peter Wiles:
"Es sumamente engañoso el proverbio de que si uno no quiere, dos no se pelean. Si una de las partes está suficientemente cegada por la ideología, basta la mera existencia de la otra."
Y así fue emprendido inevitablemente el ataque, primero por la revolución bolchevique en 1917, luego por la ascensión de Mussolini y Hitler y su guerra contra la sociedad abierta en 1939, y finalmente por la guerra fría comunista contra la
sociedad abierta, en curso más o menos desde 1945
EL RESULTADO FINAL DE ESTE CONFLICTO
E N SU FORMA más extrema, la pugna entre la sociedad abierta y la sociedad cerrada ha consistido en
agresión militar franca. La dinámica interna del fascismo hacía que fuera en realidad prácticamente inevitable la agresión militar. Hitler, como se decía en los años treinta, era como un hombre montado en una bicicleta: no podía detenerse sin caer.
La dinámica interna del comunismo parece capaz de sostener una estrategia más sutil y a largo plazo. Si el comunismo carece, como así es, de potencia militar para atacar y lograr la victoria en la guerra, su teoría de la historia asegura a sus partidarios que la victoria es en todo caso cierta, que la sociedad abierta perecerá infaliblemente por sus propias contradicciones internas, que los capitalistas cavarán su propia fosa y, si no son enterrados por otros, se enterrarán ellos mismos.
Esta confianza comunista en el triunfo inevitable de la sociedad cerrada sobre la sociedad abierta está basada fundamentalmente en la convicción de que la sociedad abierta no puede resolver los difíciles problemas de la vida moderna.
Al argumentar que la sociedad abierta contenía las semillas de su propia destrucción, Marx señaló dos tendencias internas que, a su entender, acarrearían infaliblemente su derrumbamiento.
Una de estas tendencias inexorables sería el creciente abismo entre ricos y pobres. La otra sería la creciente frecuencia y gravedad de las crisis económicas. Juntas, estas tendencias llevarían a la sociedad al punto de "madurez" revolucionaria, cuando el proletariado se alzaría encolerizado, desposeería a sus amos y establecería una sociedad sin clases.
Marx consideraba inevitable este proceso, porque el Estado capitalista, en su opinión, y dentro de la ideología del lais-sez-íaire, no podía ser nunca otra cosa
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que el comité ejecutivo de la c lase capita l is ta .
Este resultó ser su error fatal. La falacia fundamental de Marx cons is t ía en suponer que quienes vivían en la sociedad abierta estaban tan totalmente fascinados por la ideología como quienes creían en la sociedad cerrada. Pero la sociedad abierta tiene horror a la ideología como la naturaleza tiene horror al vacío; y el laissez-faire, lejos de ser una fe fanática aplicable a todo, era simplemente una se rie de principios que algunos hombres sostuvieron en algunas épocas y en algunos lugares.
En la práctica, la sociedad abierta siem
pre subordina las doctrinas a la experiencia. Como consecuencia, el Estado capital is ta , lejos de ser el instrumento servil de la c lase rica, s e convirtió en el medio por el cual otros grupos de la sociedad modificaron el equilibrio de poder social contra aquellos a los que Alexander Hamilton denominó los " r icos y bien nac i d o s " .
Es te proceso se inició en los Estados Unidos 15 años antes del Manifiesto Comunista, durante la presidencia de Andrew Jackson. En realidad, el historiador y político de aquella época George Bancroft expuso la cuestión de manera precisa una docena de años antes de que Marx y Engels
escribieran en Bruselas su llamamiento a la revolución mundial.
" L a hostilidad entre el capi ta l is ta y el trabajador, entre la casa de la Abundanc ia y la casa de la Neces idad" , escribía Bancroft, " e s tan antigua como la unión social y no puede nunca desaparecer del todo; pero quien actúe con moderación, prefiera la realidad a la teoría y recuerde que todas las cosas de es te mundo son relat ivas y no absolutas, verá que la violencia de la lucha puede ser amortiguada".
La aparición del Estado democrático afirmativo logró especialmente dos cosas . Originó una redistribución relativa de la riqueza, con lo que quedó sin valoría predicción de Marx de la creciente miseria de los pobres; y originó una relativa e s tabilización económica que refutó la predicción de Marx de crisis económicas cada vez peores.
Dicho en pocas palabras, lo que las fuerzas democráticas progresivas hicieron fue utilizar al Estado para obligar al capitalismo a realizar lo que tanto los capi ta l i s tas c lás icos como los marxistas c lás icos consideraban imposible: regular el c iclo económico y redistribuir la riqueza en favor de los que Jackson denominaba los "miembros humildes de la sociedad" .
El presidente Theodore Roosevelt ex
presó muy bien la estrategia de la sociedad abierta al decir: "Cuanto más condenemos el socialismo marxista puro, tanto mayor debe ser nuestra ins is tencia en reformas socia les a fondo".
Esto implicaba una guerra en dos frentes . Los campeones del Estado afirmativo, en su determinación de evitar la revolución marxista, tenían que luchar en cada etapa contra el laissez-faire conservador. No obstante, perseveraron, y vencieron.
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Durante el siglo XX, en Norteamérica y en la Gran Bretaña, se abandonó el lais-sez-íake, se logró dominar el ciclo económico y quedó anegada la revolución en un torrente de bienes de consumo y en el movimiento constante hacia la "sociedad opulenta".
Los incendios revolucionarios dentro del capitalismo, originados por la explotación industrial del siglo XIX, fueron extinguidos en el siglo XX por los triunfos de la industria, y por los dirigentes políticos progresivos, por Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt, por Lloyd George y el joven Churchill y Beveridge y Attlee. Esos hombres hicieron caso omiso de los ideólogos, de los apóstoles del blanco o negro, y dieron a la sociedad abierta nuevos instrumentos con los que hacer frente a los problemas de la industrialización y el desarrollo.
Así, la sociedad abierta empezó a corregir esos fallos de la compasión y la fraternidad que en años anteriores habían desencadenado el movimiento hacia la sociedad cerrada.
Los procesos de competencia económica fueron sometidos a regulación social. Los trabajadores no eran ya carne de cañón industrial. Se fijaron normas para las necesidades de la vida y la subsistencia —salarios, horas, condiciones de trabajo— por debajo de las cuales no se permitía que cayera ningún ciudadano. Se adoptaron disposiciones relativas al seguro de paro y vejez. El orden industrial se humanizó.
Todo esto dio una nueva faz a la libertad. En vez de significar insensibilidad e inhumanidad, comenzó a significar oportunidad y esperanza. La profecía de Marx acerca del derrumbamiento de la sociedad abierta se había basado en la hipótesis de que el orden del laissez-faire era inalterable. Pero el progreso de la reforma democrática minó la hipótesis de Marx y refutó su profecía.
Al mismo tiempo, se hizo cada vez más patente que las promesas de la sociedad cerrada eran falsas. Como la sociedad ce-
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rrada prohibe la libertad de movimiento y la libertad de información y discusión, puede suprimir la verdad acerca de sí misma durante largo tiempo. Pero, a la postre, el torrente de propaganda comienza a perder fuerza y la verdad acaba por descubrirse inevitablemente.
En vez de seguridad económica, la sociedad cerrada produjo escasez y trabajo forzado y hambre en gran escala.
En vez de fraternidad, produjo un dominio de clase más duro y autocrático que cualquier otro conocido en la sociedad abierta.
En vez de proporcionar una fe por la que vivir y por la que morir, produjo un sistema férreo de dominio total en beneficio de una pequeña minoría.
Sería injusto negar las auténticas realizaciones del sistema totalitario en lo que se refiere a construcción y modernización. Pero el hecho de que recientemente la Unión Soviética, después de años de alardear acerca de la producción comunista y de las dificultades capitalistas, haya tratado de comprar trigo norteamericano ofrece al mismo pueblo ruso una prueba elocuente de la superioridad del sistema abierto.
Hace un cuarto de siglo, los autores que examinaban la confrontación entre la sociedad abierta y la sociedad cerrada podían hablar del totalitarismo como "la ola del porvenir". El sistema libre parecía gastado, sin esperanzas ni posibilidades. El sistema cerrado parecía invencible en su poderío y decisión.
Cuando el comunismo sucedió al fascismo como amenaza fundamental, el reto totalitario pareció durante algún tiempo aún más despiadado e invencible.
Pero pocas personas creerían hoy en el mito de la inevitabilidad de la victoria comunista, pues la lección de la historia es clara: es la sociedad cerrada, y no la sociedad abierta, la que contiene las semillas de su propia destrucción.
Es la sociedad cerrada, y no la sociedad abierta, la que es probable que perezca por sus propias contradicciones internas.
Son los comisarios, más que los cap i ta l i s tas , quienes van a ser sus propios enterradores.
La roca que hará zozobrar la nave de la sociedad cerrada será el tenaz e irreductible pluralismo del mundo.
La sociedad cerrada se consagró al universalismo y el absolutismo. La sociedad cerrada apostó en la creencia de que los procesos de desarrollo social y económico producirían un mundo monolítico, un mundo en el que todos los pueblos y todas las sociedades tendrían el mismo sistema económico, el mismo credo político, la misma fe filosófica.
Pero el poder de la sociedad abierta se deriva de la convicción de que el mundo es diverso y amplio, y de que durante un porvenir indefinido habrá espacio para muy variados s is temas económicos, credos políticos y creencias fi losóficas.
Si algo es evidente hoy, es que los defensores de la sociedad abierta tienen ra-zón, que el movimiento de la historia va
hacia un mundo pluralista, no hacia un mundo monolítico, que los procesos de desarrollo no llevan al planeta hacia Marx, sino que lo alejan de él.
Quizá la sociedad cerrada llegue a parecer una aberración histórica, dotada por un momento de excepcional intensidad e impulso, pero incapaz de mantener sumysti-que durante un largo período.
Es la sociedad abierta la que va con la corriente de la historia, y mientras los dirigentes de la sociedad abierta no repitan sus errores del pasado, mientras recuerden su obligación de garantizar la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad a todos los hombres, independientemente de su raza y color, de sus circunstancias económicas o de origen social , mientras trabajen incesantemente por extender la libertad, la oportunidad y la jus ticia, hay toda c lase de razones para suponer que será la sociedad abierta, y no la sociedad cerrada, la que definirá el mundo del porvenir.
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Edward S. Masón Catedrático de Economía de la Universidad de Harvard
...el desarrollo económico
E N LO QUE a la producción económica se refiere, la sociedad cerrada tiene sobre la sociedad abier
ta algunas ventajas, y también algunos inconvenientes. Importa mucho saber qué ventajas y desventajas son éstas. Pues podrá verse entonces que afectan el significado e importancia de las pautas para medir el desarrollo económico y las aparentes diferencias en el ritmo de ese mejoramiento.
Una sociedad cerrada, en la que las decisiones económicas principales se toman en la cumbre y se llevan a la práctica obligatoriamente por el Estado, tiene ciertas ventajas prácticas, que sería inútil negar.
Esas ventajas son casi exactamente las mismas que las que tienen las organizaciones militares, en las que el mando supremo se canaliza a través de una jerarquía escalonada y única. Si el objetivo que persigue una organización militar determinada está bien definido y todos comprenden la necesidad de alcanzarlo, -supongamos que se trata de aniquilar las fuerzas armadas enemigas- sería un gravísimo error encomendar las medidas que deben tomarse a diversos jefes independientes, que tendrán ideas distintas respecto a cómo lograr el fin que se persigue. Lo que hace falta en un caso así es movilizar, bajo un mando único, todas las
fuerzas de que se disponga. En aquellas sociedades cuya renta na
cional es tan baja que sólo pueden ser atendidas las necesidades más urgentes relacionadas con la alimentación, el vestido y la vivienda, no será difícil decidir a qué puede y debe destinarse un posible aumento en la renta nacional. Normalmente, la contestación será: a más alimentos, más ropas y más viviendas.
Se determinará qué ha de producirse y cuánto ha de producirse de manera muy semejante a como lo hace una organización militar centralizada. El objetivo es tan claro que la multiplicidad de mandos no haría sino dificultar la movilización general y hacer un mal uso de los recursos disponibles.
Pero, una vez que se ha puesto en marcha el mejoramiento económico y va en aumento la renta nacional per capità ¿pueden mantener los sistemas totalitarios el impulso que pusieron en juego en un comienzo?
Creo que esta pregunta ha de contestarse diciendo que no.
Es necesario recalcar, que conforme aumentan el nivel de vida y la diversidad y multiplicidad de las necesidades y deseos del pueblo, las desventajas de la autoridad centralizada tienden a crear graves dificultades. Los objetivos económicos de la sociedad se hacen menos sencillos, pier-
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den su claro perfil y cada vez son menos susceptibles de alcanzarse mediante decisiones tomadas al estilo militar. Y, entonces, resultan evidentes las ventajas de una variedad de centros capaces de tomar decisiones, que estando en íntimo contacto con el • proceso productivo pueden adaptarse a las circunstancias con objeto de satisfacer las necesidades cambiantes.
Por último, es importante darse cuenta de que las medidas de tipo económico que se toman en una sociedad, abierta o cerrada, tienen mucho que ver con la renta nacional y la supuesta proporción del mejoramiento económico.
Cuando el Estado dirige la economía, lo que se produce no está necesariamente relacionado con los deseos del pueblo. En tales circunstancias, el ritmo que se observe en el mejoramiento económico puede ser la medida en que haya aumentado
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el trabajo, el capital y los recursos naturales, sin que exprese gran cosa acerca del ritmo en que aumenta la producción destinada a satisfacer los deseos o necesidades humanos.
Esas cifras de mejoramiento económico indican un aumento en el nivel de vida sólo en las sociedades abiertas, en las que el pueblo goza de libertad para elegir lo que desea.
Como todos sabemos, gran parte de los habitantes del mundo viven en regiones que se están desarrollando ahora. Y, como también sabemos, la mayoría de los países llamados subdesarrollados han resuelto elevar el bajo nivel de vida de sus respectivos pueblos.
¿En qué medida contribuirán a ese fin las políticas y sistemas propios de la sociedad cerrada, y en qué proporción tendrán que sacrificarse los principios o va-
lores que la mayoría de los pueblos tanto aprecian?
En el caso de países de renta nacional baja, ser ía craso error menospreciar las ventajas que tiene el s istema de sociedad cerrada cuando se trata de fomentar el mejoramiento económico. La renta nacional de es tos pa íses e s baja por varias razones.
Cuando los ingresos son ligeramente mayores que los gastos esenc ia les para meramente subsist i r , es difícil ahorrar las cantidades necesar ias para financiar la producción nacional. En las sociedades de tipo agrícola, dominadas por sus tradiciones, es difícil persuadir a los obreros innecesarios en un sit io a que se t rasladen a otro en que podrían realizar una labor útil . En las sociedades que carecen de experiencia en los negocios y su dirección, es difícil encontrar fuera de la
organización es ta ta l l o s dirigentes que serían necesarios para estimular la producción.
En muchas zonas cuya renta es baja existen costumbres y tradiciones que imponen un gran freno a cualquier intento encaminado a aumentar la producción. El desarrollo económico implica por fuerza una transformación social , y en las sociedades que se desenvuelven de acuerdo con viejas tradiciones no suele surgir espontáneamente el deseo de cambiar.
En e s t a s circunstancias , un gobierno totalitario que no ponga gran atención en el sufrimiento humano a que dan lugar las incautaciones, el desplazamiento de las familias y el quebranto de las costumbres y principios imperantes, quizá pueda e s tablecer rápidamente los cimientos del crecimiento económico.
Mediante una mayor limitación de los
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niveles ya bajos de consumo, pueden allegarse los recursos necesarios para constituir capitales e invertirlos. Gracias al servicio laboral obligatorio, puede trasladarse a los trabajadores de las zonas poco productivas a las más productivas. Y a los defensores de las costumbres y
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principios imperantes que tiendan a dificultar el aumento de la producción, se les puede eliminar o privar de la influencia que ejercían sobre la comunidad.
Se ha visto en la Unión Soviética y se está viendo ahora en la China comunis -ta que un gobierno sin escrúpulos que se valga de la fuerza y el terror, puede poner una economía atrasada, al menos en ciertos casos, en condiciones de progresar.
Evidentemente, estos ejemplos del éxito económico que puede alcanzarse en las sociedades cerradas ha llamado la atención de los dirigentes de varios países de África y del Sur de Asia que están comenzando a desarrollarse. Pero lo que estos dirigentes tienen que sopesar, entre otras cosas, son las consideraciones siguientes:
El enorme coste, en vidas y sufrimiento humano, que supone llevar a la práctica los sistemas de la sociedad cerrada.
Si las ventajas que acarrea el mejoramiento económico no pueden alcanzarse, quizá mediante un progreso algo más lento, sin sacrificar las ventajas de la sociedad abierta.
Si las instituciones propias de una sociedad abierta que se han sacrificado al dar un primer paso hacia el mejoramiento económico, podrán volver a establecerse.
Y, finalmente, si los procedimientos de la sociedad cerrada, que tienen evidentemente algunas ventajas inmediatas, conducirán realmente a un mejoramiento sostenido en aquellas economías que han logrado elevarse sobre el nivel mínimo, que sólo les permitiría subsistir.
Hay razones para creer que en las regiones subdesarrolladas de todo el mundo se están estudiando las consideraciones que acabamos de enumerar. La decisión que se tome sobre ellas, no sólo afectará al bienestar de millones de hombres y mujeres que luchan en la actualidad para elevar un nivel de vida que les permite ahora apenas subsistir, sino también a muchos millones de seres que no han nacido aún.
L OS AGRICULTORES están atacando los problemas de la erosión y del empobrecimiento de las tierras
mediante técnicas que están cambiando radicalmente la faz del campo norteamericano. Visto desde el aire, el panorama rural es completamente distinto de lo que era hace 30 años. Grandes campos cuyas ringleras se curvan; hectáreas de franjas multicolores, d ispuestas horizontal o ver-ticalmente; puntos, como soldados en formación... De lugar en lugar, el esquema cambia. Su disposición geométrica se debe a modernos métodos agrícolas. Los diversos cultivos muestran diferencias de colorido, y 1 os campos arados o en barbecho ofrecen dis t intas tonalidades. He aquí, en las i lustraciones, algunos aspectos del campo norteamericano.
Iiá^% E HA CALCULADO recientemente J ^ ^ que nada menos que las dos terce-^ ^ ^ ras partes del mejoramiento econó
mico que ha tenido lugar en l a s últimas décadas en los Estados Unidos y los países de la Europa occidental se deben al perfeccionamiento de los procedimientos, más bien que al aumento de inversiones en la tierra, el trabajo o el capi tal . La alta proporción del mejoramiento económico depende pues de las técnicas nuevas o perfec-
cionadas, más que del aumento de sus recursos.
"Cuando hay que concebir estas técnicas, por no poder hallarlas en el extranjero, se hacen más visibles las ventajas de la sociedad abierta. En ella, los objetivos no
se presentan sencilla y claramente definidos como pasa en los países que acaban de iniciar su desarrollo. En los países avanzados, lo que se precisa es experimentar y disponer de más centros capaces de tomar decisiones, eq lugar de menos". E.S.Masón
Enrique Couceiro Núñez Profesor de Sociología de la Universidad de Madrid
José Pernau Llimós Director del Centro de Sociología Aplicada
...la polarización
O fE^TQ, 1^4TAPfSTA djjp, con no pppa dosis de cinismp, que " l a de-mgpra.p|a e s la pertinaz spspecha
de que más ,de la mjtad de la gente t iene razpn más de la. rrji acj de las v e c e s " . Tal planteamiento ppdría llenarnos el espíritu dg aquel tpmpr SH§ señaba, en principio, Tppqupyilie sobre la ppsible "Ufanía de
la my®mu¡ CTfflP. peligro latente §n tpda sociedad dempprátipa. Ahora bien, en toda sociedad "democrát ica" , entendida como tal aquella que se asienta sobre la aceptación d.e unps valores, (ppmp, por ejem-plq, \gs derephps d e l hpmbre) o conjuntos idp nprmas kgsjpas. pre-RpJíticas, con un gistgma ppjjtipp en e} cual lps tres pode-rgg §pn jndepgndientes y se contrapesan mutuamente) }a dinámica social y política se sustenta; no tanto en la " t i ranía de la tB8y§fía", gugntp pn el frutp cjepantede de las, ppinjpnps cpntrapuestas.
Así pues vemos que precisamente la discusipn np solamente permite \a parti-cinapipn cplectiya pn maypr p menpr gradp, gjnp que aptúa, además, cpmp faPtpr e s timulante y, §í fflí§íï?9 ÜeWQ< catalizador de la apqipn.
Sj nps detenemos en la observapión de las fuentes plásjpag yemps epmp, precisamente §ñ Ateflas, pq§ife}emente Ja espe-rigngia dempprátjpa qup más se ha acercado a lo que pgdríamps; denominar "tjpp purp" en el sentido que da al término Max
Weber, señalará Per ie les epn gran agudeza, en su Oración Fúnebre: "Cuande imaginamos algo bueno, tenemos por cierto que consultarlo y razonar sobre ello no impide realizarlo bien, sino que conviene discutir cómp se debe haeer la obra, antes de ponerla en e jecución" .
Vemos, pues, que el peligro de un s i s tema democrático no se halla tanto en la posible dosis conflictiva que en él se encierre cuanto en que las normas bás ieas spbre las cuales se asienta el sistema sean un puntp de partida de asentimiento ppmún dentre de la seciedad. El desajuste np lo determina la mayer p menor prepende-rancia "pp l í t i ca" , o intento de preponderancia, por parte de un grupo, sino el desacuerdo, entre dos partes de la sociedad, sobre los valores básicos en que debe sus tentarse el sistema. Coser señala: " L o s conflictos internos en que las partes contendientes ya no participan de los valores básicos en que descansa la legitimidad del sistema social , constituyen una amenaza a la integridad de la es t ruc tura" .
En cierta medida el peligro viene determinado por la radicalización de posturas antagónicas en cuanto a l a s normas bás icas que inferman a la sppiedad. Una falla en diehp asentimientp cpndupe a la sppiedad a una pplarización en las pesi-eipnes extremas, e s decir al eonfliptp des-truptpr del equilibrip.
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Valores de una sociedad abierta: la Carta de Derechos
En principio, queremos puntualizar que la polarización no es un fenómeno exclusivo de la democracia sino de cualquier sociedad en la que se produzca un desacuerdo fundamental sobre los principios básicos. Lo que ocurre es que en la democracia el fenómeno es más visible. Sin embargo en los regímenes autoritarios la polarización no es menos grave, por ser oculta, ya que generalmente no existen tantas vías para eliminarla.
ETAPAS DE LA EVOLUCIÓN DE LA POLARIZACIÓN
Lo anteriormente expuesto no significa que el fenómeno de la polarización surja
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de forma inmediata. En todo proceso de
polarización habría que distinguir cuatro etapas:
I a ETAPA: LA SOCIEDAD ESTABLE
Cuando una sociedad asienta su estructura social en una gama de valores o normas fundamentales pre-po-líticas, que son base de acuerdo en prácticamente todos sus miembros, las discrepancias se mueven en el terreno de lo político, accidental, actuando como factor estimulante del desarrollo social, pero manteniendo el equilibrio, o ajuste, de la estructura global.
Así, tenemos un ejemplo claro en como la sociedad occidental se asentó en este equilibrio hasta la guerra del catorce. Ahora bien el desequilibrio posterior producido en algu
nas naciones europeas, encontró a la sociedad desarmada de argumentos científicos, para hacer frente a estos extremismos. La razón de este "desarme" se asentó en la crisis que la Teoría Política había sufrido a principios de siglo. El relativismo axiológico, como bien señala Arnold Brecht en su Teoría Política, había desgajado el campo de la Teoría Política del campo de la moral, de forma tal que esta ciencia se encontró imposibilitada para esgrimir argumentos científicos en contra de las nuevas ideologías. Einstein, fugitivo del nazismo y hombre de profundas convicciones morales, escribirá en 1940: "El que se acepte la extirpación del gé-
nero humano de la Tierra como un fin, no puede ser refutado por motivos racional e s " .
Parece como si es te equilibrio en la sociedad fuera, en lenguaje metafórico, una flor delicada en continuo peligro de marchitarse, bien por ser la tierra que la abona, la sociedad, demasiado fuerte, bien por ser demasiado débil. Dentro del seno de una sociedad democrática pueden desarrollarse fuerzas dinámicas, que actuando dentro de las reglas del juego, la lleven, paradójicamente, a su destrucción.
Como ejemplos de lo anteriormente expuesto podríamos citar los casos de Napoleón III y Hitler. El primero alcanza el poder de forma democrática y después se instaura emperador. En el segundo caso, aun cuando es más cuestionable el que su ascensión al poder haya sido " to ta lmen te" democrática, pasa también posteriormente al totalitarismo.
2 a ETAPA: APARICIÓN DE UNA FACCIÓN EXTREMISTA
La radicalización de una facción, en la sociedad, generalmente viene determinada por la toma de conciencia, por parte de dicha facción, del peligro que corren los privilegios en que se asentó su status social o socio-económico. En la Alemania de Weimar, además de los industriales que veían en peligro sus intereses ante la cris i s económica y de los mismos " J u n k e r s " , la baja clase media arruinada y los obreros industriales en paro van a ser los grandes soportes del nacionalsocialismo. En Argelia el soporte de la O.A.S. serán los pieds noirs, que se sienten amenazados, con la independencia, en sus privilegios sobre la población autóctona. Actualmente, en Estados Unidos, la cr is is parece vislumbrarse ante el peligro que para ciertos grupos blancos puede suponer la pérdida de sus privilegios de raza, aunque no sea
es te el único motivo ni, quizás, el principal.
Vemos pues, que el desequilibrio se produce paradójicamente, por cuanto que, aun existiendo un acuerdo teórico en cuanto a los principios básicos democráticos, "de hecho" exist ía una desigualdad o situación de privilegio para determinado grupo o grupos, respecto a otro u otros.
Ahora bien, aun cuando esta situación sea peligrosa, no tiene que conducir necesariamente a la polarización. Normalmente, en la medida en que no se produzca una reacción de signo opuesto dentro de la sociedad, el equilibrio subsist irá mediante un desplazamiento de los grupos moderados del centro hacia el otro lado. El ejemplo lo tenemos en las sociedades occidentales en las que exist iendo un partido comunista, antidemocrático, el equilibrio se mantiene en la medida en que es siempre una minoría totalmente contrapesada. Igualmente en Estados Unidos y otros pa íses puede subsist ir perfectamente el sistema democrático a pesar de la existencia de grupos de extrema derecha y de extrema izquierda.
La aparición del nazismo en Alemania fue un hecho anormal, en el cual intervinieron variables complejas y externas al fenómeno que venimos analizando.
3a ETAPA: REACCIÓN DE LA EXTREMA CONTRARIA
Generalmente la radicalización de una determinada facción, trae como consecuencia la reacción de otra con sentido opuesto. Esta reacción puede surgir con una ideología propia y contraria a las reivindicaciones de la facción primeramente radicalizada, por ejemplo el comunismo francés ante el fenómeno O.A.S.; o bien puede surgir como un " a n t i " , anti-comunista en la medida en que el grupo que primeramente se radicalizó sea de extrema izquierda. Pero también puede surgir como anticomunista, no por la exis tencia real de un grupo comunista radicalizado, sino como tapadera de una postura contraria a la pérdida de unos privilegios por demanda del
grupo marginado, como parece en el caso de la extrema derecha americana. El profesor Samuelson señala como en ocasiones el fascismo, al alcanzar el poder, ut i l iza la amenaza del comunismo como excusa para la supresión de todos los métodos democráticos, aun cuando es ta amenaza sea mínima o, prácticamente, no exista.
4a ETAPA: LA POLARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
Una vez clarif icadas las posturas extremistas de las dos facciones, producida en la sociedad la falla y la necesidad de tomar una postura determinada (aun cuando no se encuentre de acuerdo total con ninguna de e l las) , e s t a s dos posturas extremas actuarán como polos de atracción de los grupos del centro, atrayendo cada una de e l las aquellos grupos que le sean más próximos. De es ta forma l a s diferencias son cada vez mayores. De acuerdo con la teoría de los círculos acumulativos inter-dependientes, l as posturas , en la sociedad misma, se van radicalizando más y más, agrandando paulatinamente la d is tancia entre los dos grupos. Finalmente surge, o bien el conflicto armado, o bien el golpe de Estado que conduce a una de las facciones a tomar el poder, montando la e s tructura de dicho poder en forma totali taria, dictatorial.
CONSIDERACIONES FINALES
Hasta aquí hemos tratado de analizar la dinámica de la "po la r i zac ión" . Ahora bien; ¿qué conclusiones pueden sacarse de es te anál is is? Lo más importante: ¿qué remedios hay a es te peligro?
Sería muy complejo, y escapa a la capacidad de un simple artículo, el hacer un estudio detenido y exhaustivo del fenómeno. Pero pueden hacerse , a modo de indicación, l as s iguientes consideraciones:
En algunos casos , antes de que se haya producido la falla total en la sociedad y la toma de posiciones ( 4 a e tapa) , puede evitarse el proceso mediante un incremento en la capacidad de maniobra del poder ejecutivo, que, sin llegar a la dictadura,
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pueda frenar la actividad de las dos facciones contrapuestas, consiguiendo el referido apoyo de la mayoría de la sociedad. El ejemplo más inmediato lo tenemos en la V República Francesa, con la actuación de De Gaulle.
Una medicina preventiva mucho más eficaz, a nuestro entender, sería el analizar sociológicamente la estructura social y sobre los presupuestos básicos, el sistema de valores y normas, en que se asienta la sociedad democrática, realizar unos programas adecuados de cambio social planificado, de forma tal que se puedan prever y evitar los peligros latentes. Es decir, por medio de una adecuada planificación social orientar el cambio de estructuras de forma tal que las tendencias antidemo-
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cráticas puedan ser eliminadas, o al menos, no tengan bases de apoyo sociales.
Por supuesto que este cambio estructural es, fundamentalmente, la realización de la idea democrática en lo social, económico, cultural, político, etc. En esta línea hay experiencias recientes de sociedades democráticas; tal es, por ejemplo, el New Deal que permitió a los Esta -dos Unidos solucionar la crisis de los años treinta.
Las modernas ciencias sociales nos permitirán lograr un fructífero análisis que, además, es necesario. No sea que tengamos que darle la razón a Hegel, cuando señala que "una clara comprensión de cualquier sistema social solo surge cuando ese sistema está en vías de extinción".
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Alan S. Downer nos brinda un examen del teatro norteamericano actual en un ensayo del que reproducimos a continuación algunos fragmentos. En él, junto a los aspectos y tendencias generales y la significación de diversos autores, se examina con detalle la obra de Wiltiam Inge, Tennessee Williams y Arthur Miller, así como la importancia de la obra postuma de O'Neill: Long Day ' s Journey into Night. El ensayo de Downer, parte de una serie de destacados estudios sobre literatura norteamericana hechos por la Universidad de Minnesota, ha sido publicado en español por la Editorial Gredos, bajo el título LITERATURA NORTEAMERICANA DE HOY (Poesía-Teatro-Novela). © 1963. Editorial Gredos
Alan S. Downer
teatro
norteamericano de hoy T ODO AQUEL que pretenda no ya
valorar, sino descr ib i r el arte dramático de los Estados Unidos en
los últ imos t iempos, ha de tener presente, que se t rata, en primer lugar, de la parte experimental y de las más amplias cuest iones de arte en segundo lugar. No enunciamos una paradoja sino una característ ica esencial de la producción dramática, cuando afirmamos que todo drama representado es un proceso continuo de recreación al que contr ibuye sustancialmente el púb l i co ; un públ ico que se renueva cada noche. Por otro lado, en Estados Unidos resulta cada vez más d i f í c i l formar parte de ese públ ico. Tanto económica como geográf icamente, el teatro se va alejando cada vez más de la mult i tud que busca divert i rse . Los factores de permanencia y de éxi to popular no pueden, por consiguiente, dejarse a un lado cuando se t rata de ca l i brar los aciertos en el teatro, como pudiera hacerse en el caso de la poesía o de la novela. Si la dramaturgia es el más ex i gente de los géneros l i terar ios narrat ivos, el hacer de espectador en un teatro resulta el menos pasivo de los deportes.
Es importante, por lo tanto, que ded i quemos especial atención a aquel las obras que, a part ir de la Segunda Guerra Mundia l , han logrado un gran éx i to , si no precisamente entre los cr í t icos y rev is teros, con el medio mi l lón de espectadores que las
han mantenido en cartel durante un año. La ci f ra de quinientos mil espectadores no es, desde luego, sino un número redondo y muy bien pudiera darnos idea de una as istencia mul t i tud inar ia si no tenemos en cuenta las estadíst icas astronómicas de la telev is ión , que es hoy el teatro de masas auténticamente popular por más fác i l y acces ib le , en la te lev i s ión , una representación única puede ser presenciada por cuarenta mil lones de espectadores. El teatro comercial norteamericano ya no es espectáculo de masas; pero tampoco const i tuye la d i versión o el medio comunicat ivo part icular de una determinada clase o grupo, t s e medio mi l lón de personas que hace el esfuerzo y el sacr i f ic io económico de as is t i r a una representación en 3roadway, se encuentra también entre los cuarenta mi l lones que miran la te lev is ión . Aunque el públ ico de teatro es cada vez más reducido, cont i núa siendo heterogéneo. Esto const i tuye uno de los mayores problemas para el autor.
El segundo de estos problemas es que, mientras el teatro se ha contraído f ís icamente, se va haciendo cada vez más complejo en cuanto instrumento expresivo del dramaturgo. En junio de 1920 había quedado ya atrás el día en que Eugenio O 'Ne i l l estrenó su primera obra en Broadway y esperaba la representación de su nuevo drama, The Straw. Su hermano le comunicó que el empresario y el director de escena, los
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dos con muchos años de exper iencia profes iona l , proyectaban alterar la letra y las s i tuaciones de la obra y rehacer uno de los personajes para adaptar lo a los par t icu lares ta lentos de una determinada ac t r iz . O 'Ne i l l mandó al em
presario una carta, escr i ta en términos colér icos, oponiéndose rotundamente a que se cambiara una sola l ínea, defendiendo cada una de las s i tuaciones tal como él las había concebido, y que terminaba de este modo: " N o puedo tomar en considerac ión . . . en este asunto, a nadie ni a nada como no sea a mí mismo y a mi obra. De acuerdo con mi propia conc ienc ia , no me es pos ib le . . . Yo la escr ib í y pienso luchar por e l l a , línea a l ínea, ta l como fue escr i ta , con quien s e a " . Declaración que contrasta con los múl t ip les casos que, cuarenta años más tarde, nos dan los autores, de t rans i gencia, de al teraciones y aún de colaboración aceptada entre el creador de la obra y su director o empresario, el escenógrafo, la es t re l la del reparto, o los cuatro a la vez; sin exc lu i r los posibles consejos procedentes de los necios que gobiernan la taqu i l l a , los cr í t icos del ramo o los que administran el ta lento. Y los que se someten no son tan sólo los noveles, como Wil l iam Gibson, que nos ha dejado test imonio del largo calvar io que t ranscurr ió entre l ac rea -ción y representación de Two for the Seesaw. Tennessee Wi l l iams, con su h is to r ia l de éxi tos anter iores, tuvo que escr ib i r de nuevo el acto f inal de Cat on a Hot Tin Roof, por exigencia de su di rector . Y Archibald MacLe ish , que obtuvo un premio con J. B., expresó su asombro al ver que se les concedían los mismos méritos al director y al empresario, t n tonces aprendió que, en el teatro, el autor es siempre el ú l t imo de quien se habla.
La general ización del profesor MacLeish t iene más de un cincuenta por c iento de verdad. El arte dramático ha sido siempre
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un arte de colaboración que exige el concurso de var ios talentos creadores para elaborar el producto f i n a l : la obra representada. Pero en las épocas más glor iosas de su pasado, el dramaturgo podía siempre dominar los instrumentos que estaban a su d ispos ic ión . El artesano experimentado de los pr imi t ivos tiempos escr ibía siempre con referencia a los actores, teniendo en cuenta su personal idad y sus pos ib i l idades, su voz y su gesto. Pero la profesión teatral de hoy cuenta con una profusión de herramientas que han ido añadiéndose al equipo del artesano; herramientas que sólo pueden ser manejadas con toda su e f icac ia por espec ia l is tas del color y del d ibujo y, ú l t i mamente, de la e lect ro tecn ia . Un escr i tor nacido para el teatro como O 'Ne i l l l lega a pedir a su empresario "nueva invent iva y colaboración c readora" . Dramaturgos de menos experiencia y solera han de someterse a lo que les exige un conjunto de fuerzas contra las que no están armados para luchar.
Algunas de estas fuerzas han sido ya mencionadas. Los problemas económicos son tan antiguos como el teatro mismo, pero en Norteamérica se han in tens i f i cado, por la continua contracción de éste, que hoy se ve rest r ing ido, al parecer de modo inev i tab le , a unas pocas manzanas próximas a Times Square, en la ciudad de Nueva York. Los t re inta y pico teatros que aún albergan al drama propiamente d icho, sufren fuertes impuestos como bienes inmuebles, lo cual no les permite tener como arrendatarios sino a aquellos que ofrezcan el máximo benef ic io. Por lo general, una comedia permanece en cartel mientras const i tuye un claro éxito de taqu i l l a . Si esto f a l l a , es inmediatamente c las i f i cada como fracaso y, por consiguiente, ret i rada, lo que resul ta evidentemente in justo respecto a muchas obras que, en otras c i rcunstanc ias , hubieran podido suministrar una experiencia sat is factor ia o est imulante a un públ ico l imitado y, por otra parte, cont r i buye muy poco a contrarrestar los espectáculos anodinos. También ha d isminuido mucho en cantidad el que pudiéramos l ia -
mar teatro " d e o f i c i o " , y la precaria economía de la representación teatral exige cada vez más a los técnicos y a los ar t is tas que contr ibuyan al máximo para asegurar el éx i to del conjunto. La espada de Da-mócles del éx i to a medias es una de las fuerzas que concurren para aumentar la dependencia del autor con respecto a sus colaboradores.
Estos, a su vez, se han hecho más ex i gentes y menos sumisos. Si , en t iempos pasados, podía pedirse a un comediógrafo que se doblegara ante las dec is iones de un empresario preocupado por su provecho económico o cediera a los caprichos de un primer actor deseoso de luc i rse ante el púb l i co , ahora se ve obl igado a enfrentarse con las exigencias de una gran variedad
de profes ionales, cada uno con su punto de v is ta y un concepto de la práct ica del teatro condicionado a su espec ia l idad. O 'Nei l l inventó la granja s imból ica del Desire under the Elms y cubrió su manuscr i to de croquis dónde se indicaba cómo había de ser construida y u t i l i zada. Arthur Mi l ler entregó a su director de escena un or ig inal cuya representación requería t re in ta y c inco decorados d i s t i n tos , d ic iéndo le : " N o sé cómo podrá resolverse. Es preciso que el decorador de esta obra encuentre una solución muy s e n c i l l a " . El resultado fue el decorado único de Mie lz iner , no sólo económicamente fac t ib le , sino que, para muchos espectadores, const i tuyó el verdadero símbolodel tema central de la Death of a Salesman. (Es de notar que cuando, en
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la versión cinematográf ica, se abandonó este recurso escénico, el impacto de la obra resul tó mucho más déb i l ) . Los ejemplos podrían mul t ip l i carse.
También el actor ha dejado de ser, en el v ie jo sentido, un hombre de o f i c io , o un instrumento manejado por el autor. Inf luenciado en parte por la teoría de la natural idad extremada, promovida por el director de escena ruso Stanis lavsky, y en parte por la d ivu lgación de la ps ico logía f ro id ia-na, se ha ¡do desarrol lando un modo de actuar en el que cada actor se ve impulsado a buscar dentro de sí sus propias mot ivac iones, a crear su propia biografía y esto, en no pocos casos, con escasa consideración hacia lo que, en de f in i t i va , representa
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su papel en el conjunto del plan ideado por el dramaturgo. Un gran número de comed ias , como A Hatful of Rain (1955), de M¡-chael V. Gazzo, no fueron al pr inc ip io sino " t ea t ro de ensay o " , pruebas técnicas en las que el éxi to o el fracaso de los actores, en determinadas escenas o s i tuac iones, resul tó dec i -s i v o p a r a e l desarrol lo de la obra completa. Maggie " l a g a t a " , heroína de Cat on a Hot Tin Roof, es una campesina, vulgar, amb ic iosa y sensual ; el
I que Bárbara Bel Ged-] des la representara
como a una joven y relamida ex celadora de un co leg io elegante para señori tas or i ginó sin duda la refundic ión del f inal de la obra. También de esto pudieran c i tarse numerosos ejemplos.
Puesto que los comediógrafos, en cuanto hombres de letras, no están ya en condic iones de enfrentarse por sí solos con las in f in i tas complej idades del teatro moderno, para evitar la anarquía completa, el teatro norteamericano ha sust i tu ido en gran parte al c lás ico director de escena por una especie de régisseur evoluc ionado, verdadero dictador a r t ís t i co , que conforma, tanto el or ig ina l de la obra, como a todos los talentos personales que en e l la interv ienen, según su concepto part icular del teatro representado. Esta costumbre, al p r inc ip io , se l imi tó a las adaptaciones, como aquel famoso Julio César de Orson Welles, ant i - fasc is ta y vest ido a la moderna; ahora se ha convert ido en cosa corr ien-
te incluso con las obras nuevas. Es t íp ico el ejemplo de J. B. (1958). La comedia se había ya publ icado como texto de f in i t i vo por MacLeis l i y había sido representada en la Yale School of the Drama y en teatros europeos, cuando se dec id ió ponerla en escena en 3roadway bajo la d i recc ión de c l i a Kazan. A lo largo de muchos meses, por medio de una correspondencia anterior a la representación, y en el curso de los ensayos, E l ia Kazan rehizo la obra, mut i lando el texto y exigiendo abundantes rev is iones, señalando que el tema no era lo que el autor había pensado que fuera y que uno de los personajes pr inc ipa les había sido mal interpretado. La obra representada que sal ió de todo e l lo resul tó impresionante, tanto v isual como emotivamente, pero quedaba muy lejos del drama alegó-rico-moral que el autor había concebido. De nuevo podrían mul t ip l i carse los ejemplos.
As í es como el régisseur se une a los actores y a los diseñadores para formar el conjunto de fuerzas a las que el autor ha de aprender a someterse. Otra fuerza, externa y no profes ional , a la que ya nos hemos refer ido, es el públ ico que s i , con los años, se ha reducido cada vez más, no por eso se ha hecho más homogéneo. Por otra parte, el públ ico que en Nueva York acude al teatro no está compuesto sino en una mínima parte por ciudadanos de la metrópo l i . La mayoría de los espectadores proceden generalmente del campo y están en Nueva York como tur is tas o han ido a sus negocios, y hasta, en una proporción sorprendentemente grande, en cal idad de simples af ic ionados. Verdad que es un públ ico típicamente norteamericano, mas, precisamente por e l lo , representa esa desconcertante variedad de orígenes rac ia les , intereses profesionales, conceptos soc ia les y de c lase, f i l i ac iones po l í t i cas y r e l i g iosas, ideales materiales y esp i r i tua les que forman el cuerpo de la nación en toda su extensión y en toda su profundidad.
El públ ico norteamericano siempre ha sido heterogéneo, ref le jando el propio carácter de la nación con sus numerosas ten-
siones rac ia les y cu l tura les. Pero, en t iempos pasados, en el corazón de esa masa heterogénea, ex is t ía una unidad, una fe común a la que el dramaturgo podía apelar. Esa fe no era necesariamente única e inmutable; sus art ículos podían ir evolucionando de década en década, pero, manteniéndose en el presente , el autor podía mirar hacia atrás o hacia adelante y pensar con c ier ta conf ianza que tendría tiempo para decir lo que había de decir , y ser comprendido. Ahora, ya no es así . En las rápidas t rans ic iones de la vida contemporánea, d i f íc i lmente puede el autor esperar que le comprendan si va un poco más le jos de la verdad de ayer o se adelanta un poco a las promesas de mañana. O 'Ne i l l pudo encontrar en la herencia pur i tana de Nueva Inglaterra esa seguridad que hace posible dar la nota t rág ica. Si el tema de Mi l ler en The Crucible lo cons t i tuyen las culpas de toda una sociedad, puede estar seguro de la impresión que ha de produciren un públ ico contemporáneo, tan sólo por el recurso de combinar dicho tema con el pecado sexual de su héroe. Uno de los grandes mitos norteamericanos, la ar istocrát ica utopía delSur anterior a la guerra, queda reducido a un convencional telón de fondo para un episodio de lu jur ia y perversión en A Street car Named Des ¡re, de Wi l l iams. La comedia de costumbres, el drama sa t í r i co -soc ia l , dos de las p r inc i pales modalidades del teatro moderno, casi han desaparecido del repertor io corr iente. No hay tiempo para poner en la picota a una sociedad que no permanece estable ni en sus mismas locuras; no hay tiempo para estimar unos valores que cambian a cada instante ante nuestros propios o jos .
En general, el comediógrafo norteamer icano contemporáneo se contenta con explorar en profundidad las re laciones domést icas, confiando en los repertor ios de casos más o menos c l ín icos para encontrar
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si tuaciones y en el natural ismo como técnica. A su vez, los ar t is tas de la puesta en escena han intentado hacer aparentes el alcance y el s ign i f icado de los argumentos extremando el experimental ismo en el d ibu jo , la luminotecnia, así como el empleo del sonido y del movimiento. Este conjunto de medios ha conseguido a veces aciertos notables; representaciones que, por espacio de algunos años después de la guerra, lograron que el teatro norteamericano fuera el más v i ta l de occidente e inf luyera intensamente en los teatros de Europa. Pero había ocasiones en que el espectador podía sentir, con razón, que no habían hecho sino hechizar le con la enorme v i ta l idad y br i l lantez del espectáculo, y preguntar just i f icadamente, como en la comedia norteamericana c lás i ca : " ¿ A qué vienen los t i r o s ? "
Caracterizado nuestro s ig lo por el rápido avance en las técnicas de la representación teatral a través de todo el mun
do, el experimental ismo de la puesta en escena se ha dedicado, en parte, a explotar sus posib i l idades espectaculares y, en parte, al uso de éstas como medio de e lu cidar el s igni f icado más profundo de la obra, -orno ejemplo de afortunada colaboración entre la obra escr i ta y su escen i f i cación, recordaremos la ya mencionada Death of a Salesman. c\ decorado, en pr i mer lugar, const i tu ía una solución eminentemente práct ica al problema de una obra cuyos cambios de escena eran numerosísimos, desarrol lándose la acción en las d is t in tas habitaciones de una reducida v iv ienda, para trasladarse a cadü paso, bien a los alrededores de la propia casa, bien a un pequeño restaurante, a una o f i cina o al cuarto de un hote l . El escenario se l imitaba a reproducir el esqueletode la casa, con los imprescindibles deta l les real is tas que permit ieran ident i f icar cada una de las habi tac iones, mientras que el mundo exterior estaba pintado en el te lón
de fondo, y varias escenas, representadas junto a las cand i le jas , se ambientaban por medio de s i l l as , mesas y otros recursos, según los casos. Pero el esquema del escenario representaba al propio tiempo la estructura interna de la obra cuya acción pasaba, sin intervalo alguno, del mundo real que rodeaba al protagonista a su mundo in ter ior ; y esto sin más que un cambio de luces o un tema melódico y a veces sin nada en absoluto. El mundo real y el soñado se fundían y daban al públ ico una impresión mucho más intensa e inmediata que todas las d istors iones y las fantasmagorías del teatro expresionista con el que la comedia t iene puntos de contacto. £1 drama social quedaba así transmutado en algo muy semejante a una tragedia esp i r i t ua l .
A l extremo opuesto tenemos el caso en que la esceni f icac ión se traga la comedia. MacLe ish , por ejemplo, conc ib ió el mundo de su tét r ico y universal espectáculo, J. B., como un c i rco. Cuando pasó al teatro, el públ ico se vio obsequiado en primer lugar con el mister io gris de un escenario a oscuras, sin telón alguno, abierto en todas d i recc iones. A l empezar la representación, la t ienda del c irco correspondiente al texto se representó por medio de una lona de color br i l lante que se alzaba del suelo del escenario y recibía la luz por su parte trasera, demostrando una vez más que los dibujantes contemporáneos recuerdan las lecciones de su primer maestro norteamericano, Robert Edmond Jones, cuando af i rmaba que una real idad l lamat iva y ch i l lona puede ser de gran bel leza v i sua l . A lo largo de un prólogo mímico, el escenario se fue montando, en ominoso s i lenc io , por un grupo de tramoyistas que más tarde r e presentarían pequeños papeles, según lo ex ig iera el tex to : lo cua l , si no se reducía meramente a una medida económica, pedía alguna exp l icac ión de la que e l púb l ico , s in embargo, se vio pr ivado. Las escenas de Job, escr i tas con la sobriedad de la más frugal de las colaciones que pudieran servirse en la v ie ja Nueva Inglaterra, se montaron como una especie de escena de tormento a lo barroco, con los personajes
corcoveando por el suelo y dando bandazos de acá para a l lá sobre manos y rod i l las . La presencia real de la t ienda del c i rco permit ió que el D iab lo , en un momento culminante, se moviera rugiendo por el escenario, destrozando la p is ta , arrojando los fragmentos a los bast idores, y cortando las cuerdas para que el enorme toldo cayera por t ierra. Todo esto, ¡unto con los prólogos en forma de pantomima que se introducían entre escena y escena (el f renesí producido por el armist i c i o ; la bul la estrepi tosa de un club nocturno) y ciertos desconcertantes efectos sonoros (la máscara del Diablo le qui ta de repente las palabras de la boca) mant ienen al públ ico sojuzgado en una especie de trance h ipnót ico tea t ra l . Pero, a causa de e l lo precisamente, no está ese públ ico en absoluto preparado para el d is curso f i l osó f i co que const i tuye el alma de la segunda mitad de la comedia, y tanto Dios como el diablo resultan aquí más extraños aún a la f ies ta que en el texto o r i g ina l . Después de todo este alboroto, el desenlace, t ranqui lo y nostá lg ico , muy al modo norteamericano, resul ta tan " a n t i c l i m a x " como el del propio Libro de Job. Si el único ob je t ivo de la representación consiste en mantener v iva una obra tanto como sea posib le, esta escen i f i cac ión rebuscada se jus t i f i ca a sí misma; quizá fuera el único medio de conseguir que esta obra estrafa lar ia encontrara espectadores en el teatro comerc ia l . Pero, si el autor se había propuesto ensalzar la dignidad del espí r i tu humano, el púb l ico , en rea l i dad, presenció algo de un n ivel parecido a las aventuras de Hurricane Hutch o de Pearl White.
E l carácter experimental de la representación dramática en Norteamérica es cierto que in f luye en la formación y en la deformación de la obra de un autor; pero no se debe deducir de aquí que los mismos
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dramaturgos se hayan l imi tado siempre a la comedia rea l is ta en prosa. J. B. no es s i no uno de los numerosos intentos que se han hecho con el f in de hallar un medio poético de expresión para el drama moderno. Éstos intentos
pueden comenzar, como en las obras de Maxwell Anderson o de T. S. E l i o t , imitando los más i lustres nodelos del pasado, para aventurarse muy pronto por el camino de un vocabular io, un es t i lo y una técn ica más acordes con el públ ico contemporáneo. El esfuerzo más notable de Anderson a este respecto es su obra YJinterset (1935), que pretende transformar el drama sat í r ico-social en tragedia universal , envolv iendo un melodrama de gangsterismo en el manto aterciopelado de un verso blanco, fác i l a veces, sardónico y retór ico otras. Murder ¡n the Cathedral (1935), de T. S. E l io t , es un monólogo inter ior, estát ico por fuerza, pero concebido como exper iencia v isua l respecto al espectador ayudado por los convencional ismos hábilmente aprovechados, de la catedral y todos los demás escenarios medioevales. En The FamÜy Reunión (1939) vo lv ió E l io t , como tantos de sus colegas, a la tragedia c lás ica convenc iona l , resucitando el coro y poniendo la máscara a los personajes sobrenaturales. Comprendiendo más tarde, a través de la experiencia teatral que le proporcionaron estas obras, que los convencional ismos moribundos impedían toda compenetración entre el actor y los espectadores, no conservó de e l los sino las s i tuac iones y el argumento al modo c lás ico , hábilmente d i s imulados, como patrones arquetípicos que acrecientan las dimensiones de la acción dramática. E l io t dio en esto un paso más que O ' N e i l l , que trasladó la Orest iada, personaje por personaje y episodio por ep i sodio, a su Mourning Becomes Electro (1931), tragedia de Nueva Inglaterra, desviándose tan sólo lo necesario para dar al
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asunto un alcance ps ico lóg ico más de acuerdo con nuestro t iempo. A l revés de O 'Ne i l l que prefiere la prosa, E l io t ha cu l t ivado una forma de diá logo en verso, muy f lex ib le y de carácter cada vez más co loqu ia l . Esta es su cont r ibuc ión más or ig inal al teatro moderno, pero, contrariamente a lo ocurrido con sus teorías y sus rea l izac iones poét icas, parece haber in f lu ido muy poco sobre el arte dramático o sobre el públ ico.
Cier tos esfuerzos intermitentes para crear un repertorio dramático a base del material fo l k ló r i co indígena, han dado por resultado otra c lase de ensayo, respecto a la forma y la técn ica , al que su representante l lamó "drama s i n f ó n i c o " . Combinando las técnicas de la obra de espectáculo, las ceremonias r i tua les , la ópera, el drama rea l is ta y el fan tás t i co , Paul Green compuso una serie de obras de t ipo panorámico y espectacular , basadas en la h is tor ia o la leyenda, dest inadas a representarse en la vecindad de los lugares donde los hechos, imaginarios o reales, habían ocurr ido. L a primera, The Lost Colony (1937), era un recuerdo de los p r i meros colonos blancos en el cont inente. Otras, como The Common Glory (1947) y Wilderness Road (1955), exponen en forma dramática los pr inc ip ios básicos de la repúbl ica, en s i tuaciones de ampl io a lcance, reforzadas por el movimiento de masas y ayudadas por efectos sonoros, Pero en estos espectáculos, contrariamente a lo que ocurre en el teatro comerc ia l , todo el a r t i f i c i o de la representación procede del propio escr i tor y la concatenación r i tual del lugar con la obra hace algo más que deslumhrar al públ ico.
Menos espectacular pero no menos drást i ca en cuanto a la ruptura con los convenc ional ismos del real ismo soc ia l , es la que podríamos llamar comedia d ia logu ís t i ca , que nace con la nostá lg ica obra de Thornton Wilder Our Town (1938). Opinaba Thornton que los espectadores deben penetrar en el drama sin el impedimento de una escen i f i cac ión i l us ion is ta ; que deben, por el cont rar io , e jerc i tar su propia "capac idad de
imaginación . Tan sólo como ayuda, les presenta previamente a su Director de escena, que se acerca a las cand i le jas , enciende la pipa y discute con e l los el ambiente de la obra y su futuro desarro l lo . Este personaje volverá a aparecer de vez en cuando en el curso de la representación para llenar algún hueco, subrayar un punto determinado, o desempeñar un papel secundario. Sea cual fuere el objeto de este recurso escénico, su resultado inmediato fue el de obligar al audi tor io a introducirse en la acc ión, part ic ipando así intensamente en unos acontecimientos tan famil iares y de tan escasa importancia que, presentados de modo más convencional , hubieran pasado inadvert idos. El " i n t e r l ocu to r " de V/ilder ha hecho frecuentes apariciones en obras poster iores, aunque const i tuyendo en cierto modo una parte de la acción argumental que se suele ofrecer en forma de recuerdos. De estos " i n te r l ocu to res " , dos de los más memorables son: Tom VVingfield que recuerda el galanteo de su hermana en The Glass Menagerie, y A l f i e r i , el vecino abogado de A View from the Bridge. Más tarde volveremos a tratar de estas obras, pero hemos de observar ahora que las dos, para rev i ta l i zar el drama, se volvían una vez más al recurso de dar, como Arthur Mi l ler preconizaba, categoría dramática al hombre de la ca l le .
Una evolución parecida de la técnica teatral tuvo su origen en la representación, como teatro de ensayo, de la obra conocida en un pr inc ip io como el "pr imer cuarteto d ramá t i co " (1951). Se e l ig ieron cuatro actores que encarnaron los cuatro personajes de ese largo y raramente representado acto, que no es sino una especie de d iscus ión, llamado Man and Superman. Vest idos de et iqueta, sentados frente a unos a t r i l es , en un escenario desnudo, los cuatro actores van recitando las frases de Bernard Shaw. El director, Paul Gregory, asesorado por Charles Laughton, pasó después a montar la lectura esceni f icada de la obra de Benét, John Brown's Body (1953). Esta vez, la mera lectura se completaba con algunos de los recursos del l lamado drama
s in fón ico: voces y movimientos del coro, un asomo de caracter ización y c ier ta acción dramática. Pero, dado que el poema continuó tercamente siendo un poema y no una comedia, el intento debe quedar c l as i f icado como un experimento formal análogo a las lecturas esceni f icadas de pasajes entresacados de la autobiografía de Sean O'Casey o los debates de L inco ln -Doug las . Que el procedimiento posee c ier tas posi b i l idades en un t ipo de teatro más convenc iona l , puede quizá deducirse del éxi to obtenido por una farsa t r i v i a l , Marriage • Go-Round(]958), escr i ta por Les l i e Stevens y d i r ig ida por Gregory. En e l l a , dos interlocutores, pertenecientes al profesorado del " I n s t i t u t o de Conducta Humana" , van dando al ternat ivamente conferencias sobre problemas domésticos en unas c lases for-
madas por alumnos mascul inos y femeninos. Como los profesores son marido y mujer y extraen sus enseñanzas de las propias exper iencias matr imoniales que se ponen en escena durante los intervalos entre ias conferen
c ias , el resultado es una comedia hábi l y bien constru ida. De todos modos aún están por explorar las últ imas pos ib i l idades de esta técn ica.
Estas desviaciones ocasionales con lo convencional no sirven sino para poner más de re l ieve hasta qué punto el teatro norteamericano, sus autores y su púb l ico , s i guen aferrados, tanto en la forma como en los temas, al real ismo soc ia l . Esta par t i cu lar idad, que puede ser deplorada por aquellos cr í t i cos que piensan, de acuerdo con Casimir Edsmidt: " E l mundo está ahí; sería una tonter ía rep roduc i r lo " , no deja de tener una larga h is tor ia y cont inúa s iendo el autént ico ref le jo del públ ico que lo apoya.
Para la mayoría de los cr í t icos e h istoriadores del arte dramático, el nacimiento de un repertorio que, siendo t íp icamente norteamericano, merece la más al ta cons iderac ión, tuvo lugar una noche de verano, en 1916, en una casa destartalada batida por la intemperie, situada en el extremo de un muelle de pescadores en Province-town, Massachusetts. A l l í , en un minúsculo escenario prov is iona l , un marinero moribundo yacía en su l i tera hablando de la v ida so l i ta r ia del mar mientras su camarada maldecía la conducta desconsiderada del resto de la t r ipu lac ión, apiñada en el repleto cas t i l l o de proa. La pleamar bañaba los pi lotes que soportaban el teatro y j i rones de niebla se f i l t raban por las gr ietas de las paredes. Se oía a lo lejos el apagado tañido de la campana de una boya acúst ica . La obra era Bound East for Car-diff, y cuando cayó el te lón , el públ ico más perspicaz se f e l i c i t ó : Norteamérica
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tenía, al f i n , en Eugenio O ' N e i l l , un dramaturgo que podía competir con los más ¡ lustres de Europa.
Al p r inc ip io , escr ibía según una i l u sión rea l i s ta ; más tarde, se aventuró en el drama s imból ico, algo que se parecía al expresionismo, pero sin escapar nunca del todo a la real idad. Sus úl t imas obras, que abandonan casi por completo los procedimientos del simbolismo teat ra l , demuestran hasta que' punto ese compromiso era inmutable en su esencia. Lo mismo ocurre con el teatro que se produjo a su alrededor en los años ve inte. El desencanto de la postguerra puede haber alterado el ángulo de v is ión o la evaluación de lo que se percibía, pero el objeto del escrut in io seguía siendo todavía el dest ino del hombre vulgar y corr iente.
La década correspondiente a los años t re in ta, que v io desarrol larse una escuela de dramaturgos de tono proletar io en el teatro comercia l , no hizo nada por cambiar el tema. Y Maxwel l Anderson, que pensó
resucitar el teatro poét ico, no tardó en dar la espalda a los vest íbulos colgados de tapices de los cas t i l l os ingleses renacent is tas para volver a los oscuros hierros oxidados y a la piedra gr isácea, t iznada de ho l l ín , de los " s l u m s " de Nueva York. 0 , para confirmar esto por otro lado, consideremos la comedia musical norteamericana. Durante decenas de años había seguido un camino que en nada se d is t inguía del recorrido en Europa, cantando y ba i lando insubstancia les romanzas graustar-k ianas, aún en escenarios que pretendían representar a Norteamérica. Luego, en los años cuarenta, descubrió los granjeros y los cowboys del ter r i tor io de Oklahoma; el mundo a r t i f i c ia l de los c lubs nocturnos y de los cafés; los marineros y las enfermeras de la escuadra del Pací f ico y nació un nuevo y obl igado repertorio que iba a prosperar, no sólo en Norteamérica, sino en todos los r incones y huecos del teatro mundial .
Si miramos hacia atrás, hacia las temporadas de Broadway desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial , no es d i f í c i l l legar a la conclusión de que los años malos son más que los buenos; que el talego es demasiado grande para un mendrugo demasiado pequeño. Esta es, sin embargo, una caracter ís t ica del teatro, arte complejo y precario que rara vez real iza todas sus pos ib i l idades. De todo el repertorio del teatro griego, tan sólo sobreviven medio centenar de obras y no todas son obras maestras. De los sesenta años que, aproximadamente, se conocen como isabel inos y que const i tuyen la edad de oro del teatro ing lés, tan sólo los veinte centrales produjeron obras cuyo interés no sea meramente académico. Resulta un juego in t r i gante el de adivinar en qué quedará, cuando l legue el gran saldo de cuentas, el teatro norteamericano, ya considerado en su to ta l idad, ya en un determinado período; pero tampoco puede decirse que, a pesar de su temática re i tera t iva, y su batal la constante con la economía y con los a l qui leres, sea un teatro moribundo. No ex is te ni una sola temporada en que no se haya
dado la bienvenida a nuevos autores inéd i tos. Es de esperar que, tanto e l los como los veteranos, no se vean demasiado ob l i gados a someterse a los dictados de los cr í t icos ni a las exigencias de un patrón establec ido. Por otro lado, el teatro norteamericano no se l imi ta a la absoluta novedad ni busca solamente lo an t i c lás ico ; está, por el contrar io, firmemente adherido a lo que pudiéramos ¡lámar " p r i nc i p i o de pe r t i nenc ia " , a lo oportuno y at inado; a que los actores y el públ ico part ic ipen conjuntamente en una experiencia v iva . Sigue siendo, además, un teatro profes ional , que ins is te en lograr la más estrecha colaboración y el más alto nivel de competencia 3n todos aquel los que contr ibuyen a su real ización y está siempre preparado para aceptar el desafío de un nuevo asunto o un nuevo punto de v is ta . Lo que le fa l ta son dramaturgos y productores que busquen el máximo común múl t ip lo , y no el mínimo común d iv isor , de la heterogénea concurrenc ia .
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EL LIBRO
AMERICANO
EN
ESPAÑA
ALGUNAS TRADUCCIONES
CASTELLANAS
La Universidad de Minnesota decidió la publicación de una serie de folletos (The Universi-ty of Minnesota Pamphlets on American Writers) sobre figuras de las letras norteamericanas cuya obra ha alcanzado categoría universal, a fin de poner al alcance de los estudiosos un material adecuado para la mejor comprensión y conocimiento de dicha literatura.
En efecto, a partir de la s e gunda guerra mundial, el interés por los escri tores norteamericanos se ha convertido en un fenómeno universal.
He aquí los tí tulos de dicha ser ie , cuya publicación en lengua española ha sido hecha por la Editorial Gredos.
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Ernest Hemingway por Phil ip Young, William Faulkner por William Van O'Connor, Robert Frost por Lawrance Thompson.
Hermán Melville por León Howard, Edith Wharton por Louis Auchincloss, Gertrude Stein por Freder-¡ck J. Hoffman.
Mark Twain por Lewis Leary, Henry James por León Edel, Thomas Wolfe por C. Hugh Holman.
Nathaniel Hawthorne, por Hyatt H. Waggoner, John Dos Passos por Robert Gorham Davis, F. Scott Fitzgerald por Charles E. Shain.
Walt Whitman por Richard Chase, Wallace Stevens por W¡ I Mam York Tindal l , T. S. El iot por Leonard Unger.
Poesía norteamericana de hoy por Glauco Cambon, Teatro norteamericano de hoy por Alan S. Downer, Novela norteamericana de hoy por Jack Ludwig.