arrangoiz francisco - historia de la pintura en mejico 1879

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HISTORIA DE LA PINTURA EN MÉJICO

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Imprenta, plaza de la Armería. 8 duplicado.—Madrid.

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Junto Zara^-'j-

FRANCISCO DE ARRANGOIZ

HISTORIA

PINTURA EN MÉJIC0

M A D R I D

CASA EDITORIAL DE MEDINA Campomanas. 9.

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HISTORIA DE LA PINTURA EN MÉJICO

DIÁLOGO SOBRE LA HISTORIA DE LA PINTURA EN MÉJICO.

Con este título publicó un libro en Méjico, en 1872, el Sr. D. Bernardo Couto, muy dis­tinguido jurisconsulto, y tan entendido en pintura y escultura cuanto puede serlo un apasionadísimo aficionado. Se refiere el Diá-< logo al año 1860, en cuya época era Presidente de la Junta de la Academia de Nobles Artes el mismo Sr. Couto, uno de los interlocutores; siendo los otros el Sr D. Pelegrin Clavó, ca­talán, Director de pintura de la Academia, y el literato D. José Joaquín Pesado, otro inte­ligente aficionado á las bellas artes.

De dicho Diálogo he tomado las siguien­tes noticias. Por ellas verán los lectores cuan grande es el error de las muchas per­sonas que ignoran que en la antigua Nueva

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6 España se cultivaron las Bellas Artes, y de ellas con buen éxito la pintura; y cómo con la religión, con las ciencias y con las indus­trias mecánicas llevaron los misioneros fran­ciscanos aquellas otras nobles especulacio­nes, siendo uno de ellos el primero que ense­ñó allí el arte de Apeles.

No me habría atrevido á permitir la pu­blicación de estas noticias, siendo completa­mente ignorante en la materia, si á ello no me hubiera animado, revisándolas, mi dis­tinguido amigo el Sr. D. Pedro de MadrazO.

Madrid, Marzo de 1879.

FRANCISCO DE ARRANGOIZ.

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I

Las pinturas de los aztecas, de gran inte­rés para la arqueología y la historia, no lo son para el arte: en ellas no hay que buscar dibujo correcto, ni ciencia de claroscuro, ni perspectiva, ni sabor de belleza y de gra­cia. Parece que á sus autores llamó poco la atención la figura humana, que á nuestros ojos es el prototipo de lo bello; así es que no la estudiaron, ni conocieron bien sus propor­ciones y actitudes, ni acertaron á expresar, por los medios que ella misma ofrece, las cualidades morales y los afectos del ánimo.

Pintaban los indios sobre tejidos hechos de filamentos de maguey (Agare americana) ó ixtle (Bromelia sylvestris), sobre pieles ado­badas y sobre papel fuerte, que fabricaban de ixtle y de maguey, de algodón y de algu­nas otras materias. Se servían de tierras minerales, palos de tinte y yerbas para los

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(1) V. al jesuíta mejicano Clavijero, en BU «Storia antica del Mes8Íoo>, que escribió en Italia después de la expulsión de la Compañía.

(2) Davila Padilla publica íntegra la carta en su «His­toria de la fundación de la provincia de Santiago de Mé­jico de la orden de Predicadores >.

colores, sacando el azul del añil, el purpúreo de la grana, el negro del humo del ocote, es­pecie de pino, etc. (1). Se observa en casi to­dos sus dibujos que siempre presentaban cubierto en las figuras de ambos sexos lo que el pudor quiere que se oculte. Ninguna relación, pues, tenía la pintura de los azte­cas con la europea.

Los misioneros llevaron á Méjico la pin­tura, y empezaron desde luego á enseñarla á los indios. El documento más antiguo que hay sobre el particular, parece ser una car­ta, que debió escribirse, cuando más tarde, en 1537, de D. Fr. Julián Garces, primer obis­po de Tlaxcala, al papa Paulo III, en que ha­bla de las escuelas que se habían establecido en los conventos para los indios, las cuales so-lian contener hasta trescientos, cuatrocien­tos y quinientos discípulos, según la holgura de cada población; y entre los ramos de ense­ñanza que menciona, cuenta expresamente la pintura y la escultura (2). De estas escue­las fué la más célebre la que puso en Méjico y gobernó por muchos años Fr. Pedro de

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(1) V. al P. Torquemada, «Monarquía indiana»

Gante, franciscano, en una capilla de San José, que él mismo edificó: allí se les ense­ñaba la doctrina, y fué también el primer seminario de toda clase de artes y oficios en Nueva España. Estableció en ella el P. Gan­te talleres de sastres, zapateros, carpinte­ros y herreros, y escuela de pintura (1); y parece que él mismo enseñaba ésta á los in­dios, pues fué aquel insigne religioso perso­na de gran disposición para toda clase de artes, hasta el punto de llegar á decir uno de

. sus contemporáneos que ninguna ignoraba. En aquella época no podia tener la ense­

ñanza que se daba á los indios la extensión que se le da en nuestros dias en la Acade­mia; estaba limitada, según parece, á la co­pia de los cuadros y esculturas que enton­ces se llevaban de España, Flandes é Ita­lia. No es verosímil que el estudio del natu­ral y la composición original entraran en los primeros ensayos que se hicieron. Aprove­chando, sin embargo, la facilidad de imitar, que, á falta de talento de invención, es co­m ú n t o d a s las razas indígenas, haciéndo­les notar las incorrecciones de dibujo en que antes caian, y facilitándoles los instrumen­tos y los procedimientos del arte europeo, se logró poco á poco que muchos de ellos ad­quirieran soltura y acierto en las copias, y em-

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10 pezaron á cubrir con sus obras la necesidad que habia de cuadros y de estatuas, ya por la multitud de templos que en todas par­tes se levantaban, ya por el método de.ca-tequizacion que se empleó con los indios. Era éste presentarles los hechos de la Histo­ria Sagrada en pinturas que un predicador explicaba desde el pulpito, señalándoles con una vara los personajes. También se les ha­cía representar dramáticamente los sucesos, ya por medio de hombres, ya con santos de talla. Casi todos los misterios se les enseña­ron de esta manera, no encontrando los mi­sioneros otra más pronta con gentes rudas que no sabian leer, y á quienes era preciso meterles las cosas por los ojos, como suele decirse familiarmente. Como este modo de catequizar exigía la producción de mayor número de obras artísticas, debió contribuir á que la pintura y la escultura tomaran mu­cho vuelo desde muy temprano; aunque no pudieran hacer adelantos de importancia al principio en el dibujo y la composición, redu­cido el arte á la simple copia, para la cual no podían tenerse en Méjico en aquella época cuadros y modelos de primera clase; pues, según observación del Sr. Clavó, «en la mis­ma España empezaba entonces á introducir­se el arte que ha prevalecido en los tres últi­mos siglos, y Alonso Berruguete, discípulo de Miguel Ángel, volviendo de Italia, traia los

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primeros destellos de la escuela llamada del Renacimiento, cabalmente á la sazón en que Hernán Cortos guerreaba en Méjico por con­quistar este imperio».

De lo que iba de España en los primeros tiempos, existe un Santo Cristo de bulto en el retablo principal de la capilla llamada de Reliquias, en la catedral, que fué un presente de Carlos V á dicha iglesia.

En el arte de copiar se habia adelantado mucho en poco tiempo; Torquemada asegura que, si bien mientras duró la gentilidad no sa­bían pintar hombres hermosos, después que fueron cristianos y vieron los cuadros que se llevaban de Europa, no habia retablo ni ima­gen que no copiaran bien y contrahicieran. Lo mismo habia escrito el respetable P. Mo-tolinio.

Los primeros nombres propios de artistas mejicanos que se conocen son los de Andrés de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo, in­dios los tres, á quienes el historiador Bernal Diaz del Castillo compara con Miguel Ángel y Berruguete; mas es muy probable que si en Europa se hubieran visto sus obras, no se habrían juzgado merecedoras del elogio que les tributaba el autor de la Historia verdadera de la Conquista, que no tenía motivos para saber nada de bellas artes. Antes de que ter­minara el siglo xvi, se habia empezado á sa­lir de la estrechez de la copia.

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(1) Cabrera copió este fragmento en su «Maravilla americana», impresa en Méjico en 1756.

Sobre los primeros artistas verdaderos que fueron de España, dice uno que lo era, D. José de Ibarra (1), en carta á D. Miguel Cabrera, que antes que Echave, Arteaga, los Juárez, Becerra, etc., es decir, con anteriori­dad á los artistas del siglo XVII, pasó á Nueva España Alonso Vázquez, insigne pintor euro­peo, el cual introdujo buena doctrina que si­guieron Juan de Rúa y otros. D. Carlos de Sigüenza y Góngora refiere que las pinturas del altar mayor de la capilla de la Universi­dad, dedicado á Santa Catalina Mártir, eran de mano' del «excelentísimo pintor Alonso Vázquez», que fueron sus últimas obras, y que con ellas hizo un presente á la Universi­dad el virey marqués de Montes Claros, que gobernó desde 1603 hasta 1607. Si el virey los mandó pintar, coexistió Vázquez en sus últi­mos años con Baltasar de Echave, joven to­davía. Las obras de Vázquez han desapare­cido, pero aún existían algunas en 1682, pues según el mismo Góngora, se pusieron sus úl­timas pinturas de San Miguel y Santa Cata­lina en los corredores de la Universidad, en unas funciones hechas á la Purísima Con­cepción en aquel año.

No existen tampoco obras de Andrés de Concha, que fué muy celebrado de sus con-

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temporáneos, entre otros, de Bernardo de Valbuena en su Grandeza mejicana. Consta, por la Relación hisÚrica de las exequias fu­nerales del rey D. Philippo II, N. S.—Méxi­co, 1600, que hizo las pinturas del túmulo pa­ra ellas en 1599, y un retablo que se habia puesto poco antes en la iglesia de San Agus­tín, que probablemente desaparecería en el incendio de ésta en la noche del 11 de Di­ciembre de 1676. Para creer que hubo ya en el siglo xvi pintores bien aleccionados, basta saber que al empezar el siguiente se encon­traba la pintura en manos de Baltasar de Echave, y que al mismo tiempo que él, flore­cían en Méjico otros pintores de mérito.

En los cuadros de Echave se encuentra vigor y lozanía. Habia en la Academia dos de mucho mérito: uno representaba la Visita­ción de Santa Isabel, y el otro una aparición del Salvador y la Virgen á San Francisco. Los dos cuadros habían pertenecido al reta­blo del altar mayor de la iglesia de Santiago Tlaltelolco, que se estrenó en 1609, en cuya época escribía Torquemada que la obra de pincel habia sido hecha por un español vizcaí­no, llamado Baltasar de Echave, único en su arte. Debe, pues, inferirse que se le conside­raba entonces como el primer pintor. Del re­tablo, monumento histórico de bastante inte­rés para formarse idea déla escultura, de la talla y de la arquitectura monumental en Mé-

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14 jico en el siglo xvn, cediéronlos padres fran­ciscanos de lal telolco á la Academia dos cua-drosdelos catorce pintados en tabla por Echa-ve. Poseía también la Academia, del mismo autor, otros tres cuadros que representaban la Adoración de los Reyes, la Oración del Huer­to y él Martirio de San Poneiano, cedidos los dos primeros por los PP. Filipenses, y com­prado el tercero á un particular: todos de gran mérito. Del segundo y del tercero decía el Sr. Clavé: «Confieso que no he encontrado en Méjico figura más resignada, más celes­tial que la del Salvador orando; creo que el mismo Overbeck con gusto la prohijaría por suya. Es cosa notable encontrar cuadros como éste, pintados aquí antes de la época en que Velazquez y Murillo florecieran en Es­paña. El del Martirio de San Poneiano mues­tra la habilidad de Echave en el desnudo; el torso del cuerpo del mártir, aunque en acti­tud violenta, y el del sayón que figura en primer término con una tea en la mano, es­tán modelados con pericia; pero era una ma­no maestra la que con tanta verdad y tanto carácter pintó la cara que asoma abajo, de un soldado que conversa con el que está vuelto de espaldas».

No escaseaban las pinturas de Baltasar de Echave: en la puerta grande del convento de San Francisco, convertido hoy en pajar y herrería por la revolución, habia un San

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. J5 Cristóbal colosal, pintado en 1601; en los claustros de la Profesa ó casa de los Filipen-ses, una gloria de San Ignacio, un martirio de las Vírgenes de Colonia y el de San Apro-nio, pintados de 1610 á 1612, cuadros los tres de gran tamaño y ejecución; en el último eran notables las figuras de dos cautivos cristianos y de algunos soldados. En una de las piezas de la Colegiata de Guadalupe se veia un San Francisco de Paula de tamaño natural; en el claustro de Santo Domingo, el martirio de Santa Catalina, pintados respec­tivamente en 1625 y 1640. Pintó también Echa-ve la vida de San Francisco de Asis en va­rios cuadros colocados en los corredores del patio grande del convento de Franciscanos, de los cuales están algunos firmados por él, pero sin que sean al parecer del mérito que sus demás obras, bien por lo que hayan podido estropearse al aire libre, ó porque, y es lo más probable, algún retocador pusiera en ellos su indocta mano. Una Santa Cecilia y una Sa­cra Familia que habia en San Agustín y en la Profesa, que se atribuyen á Echave, son de las mejores obras de la antigua escuela, por la graciosa invención y la pureza de estilo que en ambas resplandecen. Está Santa Ce­cilia con un rico vestido, arrodillada mirando á los cielos; baja un ángel á ceñirle una co­rona de rosas blancas; otro gallardísimo án­gel al lado opuesto le da música sentado de-

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16 lante de un órgano; hay arriba un rompimien­to de gloria, en el cual se descubre á la Vir­gen teniendo al Niño delante y de frente. En el cuadro de la Sacra Familia está arriba el Eterno'Padre; abajo, en primer término, la Virgen y San José, cuya figura es muy gra­ciosa; llevan por las manos al Niño, el cual, vestido con un magnífico ropaje, mira á lo alto y fija sus ojos en el Espíritu-Santo, que en forma de paloma baja por los aires tra­yendo en las garras una corona de espinas.

En casas particulares existe también al­guno que otro cuadro de Baltasar de Echave, á quien, por la costumbre general en Nueva España de llamar á todo vascongado vizcaíno, se decia que él lo era; pero había nacido en Zumaya, enlaprovincia de Guipúzcoa. Traba-jóen Méjico por lo menos desde muy al princi­pio del siglo xvn hasta el año 1640; ademas de gran artista, fué filólogo y escritor, y en 1607 imprimió un tratado sobre la antigüedad del vascuence, no escaso de saber y de doctrina, según dice Eguiara en su Bibliotheca nova. También le cita D. José Vargas y Ponce en su Disertación acerca de la lengua castellana: Madrid, 1793. No era Echave el único artista en su familia, pues á su mujer, también na­tural de Zumaya, se atribuye un cuadro de San Sebastian que sirve de remate al altar del Perdón en la catedral, que no puede estu­diarse hoy por la gran altura á que está y

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por el cristal que tiene delante, si bien la figu­ra del mártir, que es en sustancia una aca­demia, parece trazada con despejo. Corre &n Méjico una antigua tradición de que ella es-señó la pintura á su marido, y D. Cayetano Cabrera, en su obra Escudo de armas de Mé­jico, dice, hablando del cuadro de San Sebas­tian, que era «asombro de los profesores del arte, y obra, según tradición, de la famosa Zumaya, célebre pintora en esta ciudad, maestra no sólo en pintura, sino en enseñar al celebrado vizcaíno Baltasar de Echa ve, el primero á quien tuvo por marido y discípulo, y de cuyos padres no degeneraron sus hijos».

Por los mismos años que Echave, se hacía notar por sus obras Luis Juárez. Hay en la Academia un cuadro suyo, regalado á ésta por los religiosos del convento de San Diego, pintado en 1610, de la Aparición del Niño Je­sús á San Antonio; dos, de la Anunciación y de la Aparición de la Virgen á San Ildefonso, y otro de la leyenda del Desposorio de Santa Bárbara con el Niño Jesús, adquirido éste de los religiosos de Santo Domingo, en cuyo con­vento hay porción de otras obras de Luis Juárez, y en el colegio de San Ildefonso un lienzo de la Ascensión del'Señor. Hacia 1621 se hizo el retablo grande que hubo en la igle­sia de Jesús María; costó nueve mil pesos: «precio—dice D. Carlos de Sigüenza y Góngo-ra, en su obra Paraíso Occidental—que no pa-

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18 recerá excesivo á quien haya regalado la vis­ta con la inimitable suavidad de sus pintu­ras, en que se excedió á sí mismo el mejicano Luis Juárez, pintor excelente y uno de los mayores de aqueste siglo».

Su manera y estilo eran tan marcados, que un solo cuadro suyo bien autenticado podia servir de ejecutoria á todos. «Las cabezas de los ángeles,—dice el Sr. Clavé,—las de las Vír­genes, el plegar de los paños, todo parece sa­cado de un solo molde: también el tono del colorido es idéntico. Por lo demás, Luis Juá­rez es pintor digno de memoria: se conoce que pertenecía á la escuela de Echave, aunque no llegara á la altura de éste. És de obser­var en el Desposorio de Santa Bárbara la ac­titud humilde y expresiva de la Santa, en la primer flor de su edad, en el momento en que el Niño le pone en él dedo el misterioso ani­llo; y luego esa anciana que está al lado y la sostiene y aparece animarla. Es de las bue­nas figuras que he visto pintadas en Méjico.»

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II

No fué Luis Juárez el único pintor de este apellido; en el mismo siglo xvn floreció José Juárez, del cual tenía la Academia un cuadro grande apaisado que representa una Vision celestial de San Francisco. Llega la Virgen á visitar al santo llevando al Niño Dios, acom­pañados de un numeroso cortejo de ángeles que les dan música. Era un cuadro de gran mérito. Habia otros del mismo Juárez: uno apaisado, en la portería del convento de San Diego, representando al Niño Jesús y á San Juan, firmado por él y con fecha de 1642; dos en los claustros de la Profesa, el uno de San Alejo y el Otro de los niños mártires San Justo

San Pastor, pintados en 1653, «que estarían bien—decía el Sr. Clavó—en cualquier museo de pinturas; tal es la nobleza de las figuras, su evcetente traza, el color muy bien enten­dido, y un conjunto en que descansa regala"

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damente la vista. Tengo también por de José Juárez, aunque no están firmados, los tres grandes lienzos que hay en San Francisco, en la escalera que sube de la sala de Profundis, y|representan Milagros del Santo fundador y del beato Sebastian de Orta. Son cuadros de bastante mérito». En el mismo convento de San Francisco habia otro de una visión que tuvo el Santo, cuando un ángel le presentó la redoma de agua cristalina, símbolo de la pureza sacerdotal, y tenía la fecha de 1698; de manera que trabajó por lo menos cincuen­ta y seis años José Juárez, pues hemos visto que habia un cuadro suyo de 1642.

También fué de la misma época y notable artista, Sebastian de Arteaga, notario de la Inquisición, de quien existia en 1860, en el presbiterio de la iglesia de San Agustín, un insigne Santo Tomás metiendo la mano en la llaga del costado del Salvador, y en la Acade­mia un cuadro del Desposorio, «cuya composi­ción—dice Clavó—aunque sencilla, está bien ideada... El pontífice es un personaje grave y respetable, al que sin embargo no faltan dul­zura y bondad; mas donde naturalmente apu­pó su arte el pintor fué en la figura de la Vir­gen, doncella tan esbelta, tan bien parada, y al mismo tiempo tan modesta y ruborosa, que se percibe el encogimiento con que tiende la mano para tocar la del esposo. Bueno es tam­bién éste, sobre todo en los paños... El cuadro

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de Santo Tomás, confieso que lo tomaría por de algún bolones de la escuela de Carraccí, si la firma de Arteaga, escrita al pié, no asegu­rara á éste la gloriado haber ejecutado tan ex­celente pintura. Está ejecutada con una fuer­za y un vigor desconocidos en la escuela meji­cana, cuya dote característica es la blandu­ra y la suavidad. Frente á él—en San Agus­tín—está colgado otro cuadro de los Discípu­los de Emaus, sumamente estropeado y sin nombre de autor, pero que parece venir de la misma mano, pues campean en él idénti­cas dotes».

De otro Baltasar de Echa ve tenía varios cuadros la Academia; se supone que fué hijo del pintor guipuzcoano del mismo nombre y apellido. Ademas de Cabrera, han dicho Be-ristain y Valbuena que el primer Echave tuvo hijos pintores; la existencia en el Si­glo xvn de tres pintores de este apellido está comprobada, no sólo por la presencia de sus obras, sino por el testimonio de D. Carlos de Sigüenza y Góngora. La diferencia del fes-tilo entre los dos Echaves se echaba de ver desde luego, pues, según dice el Sr. Clavé, el primero atildaba y concluía perfectamente sus obras, en las cuales resplandecía excé­lente gusto y buen conocimiento del arte, y el segundo era pintor dé efecto, qué daba pinceladas enérgicas y no se cuidaba mu­cho de acabar.

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22 El tercer Echave no fué pintor de mérito. De Antonio Rodríguez había en el conven­

to de San Camilo una Sania Teresa, de 1663, y en Belén un San Agustín escribiendo; el se­gundo cuadro era de algún mérito.

Por el mismo tiempo que este Rodríguez, florecían José Rodríguez y Antonio Alvarado, que pintaron el arco triunfal que erigió la ciudad de Méjico en 1680 para el recibimien­to del virey conde de Paredes. Dice D. Carlos de Sigüenza y Góngora que Rodríguez sólo en edad era inferior á los antiguos, y sobre sus retratos hace grandes elogios. Igual le parece Alvarado en la valentía del dibujo y en la elegancia del colorido; pero hay que recordar que Sigüenza y Góngora eran muy inclinados á la hipérbole.

Desde que el presbítero D. Miguel Sánchez publicó en 1648 la primer historia ¿le la apa­rición de la Virgen de Guadalupe, se fijó la atención en la imagen, y empezaron á multi­plicarse las copias, no habiendo antes deesa época en la ciudad más que una que estaba en Santo Domingo, según asegura el licen­ciado Robles, analista contemporáneo, en su Diario de sucesos notables. En 1666 se hizo el reconocimiento facultativo del lienzo, ó inter­vinieron siete pintores, que fueron el licen­ciado presbítero Juan Salguero; el bachiller Tomás Conrado, hombre de letras; Sebas­tian López de Avalos, Nicolás de Fuen Labra-

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23 da, Nicolás de Ángulo, Juan Sánchez y Alon­so Zarate. «Sus obras—escribía de ellos el autor del Eseudo de armas de Méjico hacia mediados del siglo último—aún nos están di­ciendo sus aciertos»; mas según el Diálogo, no aparecían de todos estos pintores sino unos cuadros apaisados de Avalos, que esta­ban en la capilla de San Cosme de la cate­dral, y de poco mérito ajuicio de los inteli­gentes. Pero en el altar de la izquierda de la misma capilla habia seis cuadros sin nombre de autor, que parecían de la escuela mejica­na, y llamaban justamente la atención por la armoníade su entonación, que le recordaba al Sr. Clavé la de la escuela de Murillo. El del centro era un San Agustín; otro encima, una Anunciación, y de los cuatro de los lados, uno es San Ignacio y otro San Felipe Neri.

Habia en la Academia un lienzo de gran tamaño que representaba El nacimiento del Salvador, de Pedro Ramírez, artista un poco grotesco, aunque no careciera de ejecución, según Clavó. Se le suponía contemporáneo de los Echaves y de los Juárez, y no se sabe si era mejicano ó peninsular.

Del presbítero Nicolás Rodríguez-Juárez se veian en los claustros de la Profesa obras suyas: éstas no abundaban, pues siendo ecle­siástico, sólo pintaba por afición, y fué hábil retratista. La Academia poseía un cuadro, representando á Santa Gertrudis, pintado

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en 1690, en que «es notable, decía el Sr. Cla­vó, la dificultad que presentaba el pensa­miento que sirvió de tema á la composición. La Santa tenia que estar arrodillada delante del altar, y era preciso sacrificar ó la vista de éste, que el espectador naturalmente es­pera encontrar al frente, ó la figura de la Santa, que es la protagonista, poniéndola de espaldas. Nicolás Rodríguez salió del emba­razo cogiendo al soslayo la escena, pero de manera que, conservando del altar lo bas­tante para que se comprenda el asunto, la Santa en el rostro y cuerpo se presenta más que de medio perfil. En cuanto á la ejecución, la mesa del altar mismo hace efecto por su sencillez y regularidad; la Santa ofrece un buen total en los paños, en las carnes y en la expresión; y el tono del fondo y el conjun­to de la composición dan á la obra cierto as­pecto de seriedad y alteza, en que se detiene, no sin miramiento, el espectador».

En la capilla de reliquias de la catedral habia en su altar prineipal doce cuadritos de Santos mártires bien acabados, y de bastan­te gusto, de Juan de Herrera, firmados por él con la fecha de 1698. Le llamaron el Divino, no se sabe si por la perfección de sus obras, ó porque sólo se dedicaba á objetos sa­grados.

En la escalera del convento de San Fran­cisco de Puebla se veian tres grandes lien-

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zos de mérito, de asuntos de la Orden, atri­buidos á un lego, Fr. Diego Becerra, pintor á fines del siglo xvn.

De Nicolás Becerra habia en el hospital de Terceros de Méjico un cuadro de mérito, pintado en 1693, que representaba á San Lu-quecio. •" Hubo otros pintores en la segunda mitad del siglo xvu, de los cuales sólo los nombres habían llegado á la Academia, como José Torres, Manuel Arellano y Manuel Luna; y Diego Casanova, Juan de la Plaza y Nicolás Correa, cuyas obras eran de poco mérito.

Tenían en el convento de Tepozotlan una serie de cuadros representando La vida de la Virgen, pintados por Juan Rodríguez Juá­rez. Su composición era graciosa, y excelen­te la ejecución. Habia del mismo pintor, en los claustros de San Francisco de Queré-taro, una vida del Santo y otra de San Anto­nio, justamente celebradas ambas. En la Academia un San Juan de Dios de cuerpo entero, y en el altar de los Reyes de la cate­dral La Asunción y La Epifanía, cuadros gran­des. «Mas para conocer el mérito de Juan Rodríguez Juárez, dice el Sr. Clavó, es nece­sario ver en la iglesia de San Agustín, en la puerta del costado, los dos grandes cuadros que allí dejó y serán perenne monumento de su gloria: el uno es un San Cristóbal colo­sal, trazado con vigor ó inteligencia; el otro

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26 representa una Vision de Santa Gertrudis, que está arrodillada en la parte inferior, contemplando, á San Agustín, que aparece arriba en gloria. Tal vez hasta su tiempo no se habia hecho en Méjico pintura que le sa­cara ventaja. Sin meterme en las compara­ciones que hace Beltrami, sin decir que en Rodríguez Juárez hay mucho de Carracci, y que acaso le excede en el colorido y en el dibujo, sí creo que el nombre del primero no acabará mientras el cuadro de Santa Gertru­dis exista.»

En los ángulos del corredor alto de San Francisco hay otras obras suyas del año 1702, entre ellas una del Juicio de San Loren­zo, en la cual llama la atención no menos la noble flgura del santo diácono, que el grupo de mendigos que lo acompañan. También se distinguió en el retrato como su hermano: en él convento del Carmen hay uno del Virey duque de Linafes, de cuerpo entero, ejecuta­do por él, de bastante mérito. Sospecho que son también de su mano algunos otros que allí he visto, como el del Marques de Altami-ra, notable por el carácter y la verdad del rostro.» Fueron hermanos Nicolás y Juan, y sobrinos de José Juárez: el segundo falleció el 14 de Enero de 1728, de cincuenta y dos años.—Beltrami, citado por Clavó, fué un via­jero italiano instruido, que estuvo en Méji­co en 1824 y 1825.

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27 En las Obras de Juan Rodríguez Juárez se

observaban dos es tilos correspondientes á dos épocas de su vida: siguió en el primero el co­lorido que habían usado los pintores mejica­nos del siglo xvn; quiso luego darle esplendi­dez, y adoptó otro que es el que se veia en los cuadros de su segunda época. Fué grande el cambio, y como le siguieron los pintores posteriores, se puede decir que fué el jefe de una escuela nueva mejicana que duró todo el siglo xvm. La novedad introducida por Rodrí­guez Juárez puede atribuirse, al menos en parte, á inspiraciones de fuera; esto es, al deseo de imitar las obras que en el siglo xvn pudieron empezar á llegar á Nueva España, de pintores sevillanos, y señaladamente del gran Murillo, pues se sabe que antes de ir á Madrid se mantenía en Sevilla pintando defe­ría—como decia Palomino—y que aun hizo una partida de pinturas para cargazón de In­dias, con la cual adquirió un pedazo de caudal para costear el viaje á la corte. No es impro­bable que algo de esta partida fuera á Nueva España, y se cree que la hermosísima Virgen llamada de Belén, que estaba en el coro de la catedral, era obra de Murillo, y regalo que, viviendo aún éste, hizo al cabildo metropo­litano un obispo que pasaba para Filipinas y se consagró en Méjico.

Según el Museo Pintoresco, tomo III, artí­culo de Bartolomé Esteban Murillo, y según

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consta del testamento del gran maestro, su hijo don Gabriel, sujeto de gran habilidad en la pintura y de mayores esperanzas, pasó á Indias, donde murió bien mozo. Como se re­fiere en el Diálogo, el Sr. D. Manuel Posada, arzobispo de Méjico, estaba en la idea de que D. Gabriel habia ido á Nueva España, y que eran obras suyas varios de los cuadros que allí pasaban por de su padre. Pero no es po­sible que pasara enteramente desconocida la existencia de tan notable artista, y nada prueba que hubiera estado en Nueva España.

De Juan Correa habia en la Academia una Santa Bárbara, cuya figura era digna, el co­lorido templado y no malo el dibujo; en la Profesa, un cuadro que representaba á San José llevando de la mano al Niño Jesús, yá los costados desa l ia r del Perdón de la cate­dral, dos del Purgatorio que tienen la fecha de 1704. Pintó muchos Correa, pues que ha llenado á Méjico de sus obras—dice Beltrami. —Su colorido no es de lo más bello, pero su composición es grandiosa y sublime. Según el Diálogo, le daba más honor que sus obras su discípulo P. José Ibarra, de quien se hablará más adelante.

Al P. Manuel, jesuíta, Beltrami le coloca á principios del siglo xvni, y dice que pintaba admirablemente con ambas manos: la Cena, en el refectorio de los padres fernandinos, es una hermosa prueba de su talento. Este

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cuadro no hay religioso de los antiguos que le recuerde en San Fernando, ni ha podido encontrarse apesar de las diligencias que se han hecho. Donde dice el Diálogo que habia un cuadro suyo apaisado, que representaba la Sacra Familia, era en la escuela de Medici­na. Un restaurador echó á perder varias de las figuras, mas por las que dejó intactas se veia que era un trabajo de mucho mérito.

Cristóbal Villalpando se hizo notable, en primer lugar, según Clavé, por la desigual­dad de sus obras: en algunas se detenia con placer la vista por su mérito, al paso que en otras caja hasta parecer menos que mediano. Tales son, por ejemplo, los cuadros de la Pasión en los claustros de San Francisco. En segundo lugar, tratándose de valentía y rasgo de imaginación, tal vez en Méjico nin­guno ha tenido más que él. Básteme citar en prueba los grandes lienzos que cubren las pa­redes de la sacristía de la catedral, y repre­sentan La Asunción, La gloria de San Miguel, su Lucha con el Dragón, El triunfo de la Eu­caristía ó de la Fe, etc. Aquel hombre mane­jaba el lápiz y el pincel á grandes tajos. De­cía Clavé que no adoptó Villalpando el colo­rido de Juan Rodríguez Juárez. Las pinturas de Villalpando eran de 1683 hastal710.

Del bachiller Carlos Villalpando, contem­poráneo y no se sabe si pariente del anterior, habia en la Academia un buen cuadrito re-

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presentando el Interior de la iglesia de Be' len; y en la de San Agustín un medio punto sobre una puerta, y tenía por asunto La pre­dicación de San Francisco Javier á los indios, en el cual se notaba algo del colorido que se iba introduciendo en la nueva escuela que adoptaron todos los pintores de la época.

De Juan de Aguilar habia algunos cua­dros regulares de un Apostolado en el Novi­ciado de Santo Domingo, pintados en 1714.

En 1721 fué nombrado con los dos Rodríguez Juárez, para reconocer segunda vez el lienzo de la Virgen de Guadalupe, Antonio Torres, de quien hay una Ascensión de regular mérito.

De Francisco Martínez, notario de la In­quisición, habia en el antecoro del convento de San Francisco un cuadro alegórico de la Gloria del Santo y de su Orden; en el de San Diego, todos los que cubrían las paredes de los corredores bajos del primer patio; en el muro exterior del coro de la catedral, dos cuadros del Martirio de San Lorenzo, pinta­dos en 1736, y en la Academia Dos Evange­listas ejecutados en 1740. Todas las obras de Francisco Martínez eran de mérito.

Fr. Miguel Herrera, agustino, de bastante rasgo en la ejecución, fué el autor del gran lienzo que se colocó en la portería del con­vento del Carmen, durante las fiestas que para solemnizar la. canonización de San Juan de la Cruz hizo la comunidad en 1729; en 1742

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31 pintaba todavía. De Nicolás Enriquez posee la familia de Escandon algunos cuadros chi­cos y de mérito, de la Historia de Alejandro; tenía deól la Universidad una Purísima gran­de, y la Academia un cuadrito de La Virgen y el Salvador.

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III

Don José Ibarra entró en la novedad in­troducida por Juan Rodríguez. Posee la Aca­demia unas laminitas suyas de la Vida de la Virgen, en las cuales, aunque como en otras de sus obras prodigaba los colores azul y rojo, á que parecía tener particular afición, hay figuras bellas. Mucho mejores que las laminitas son tres cuadros, y particularmen­te uno de la Circuncisión que hay en la Aca­demia, en que alumbra toda la escena el nom­bre del Salvador que aparece en lo alto entre resplandores: el grupo de las p ersonas que intervienen en la ceremonia está formado con inteligencia, según dice Clavó. Pero se cono­cen otras obras más importantes de Ibarra; de ellas son dos lienzos que cubren las teste­ras del aula mayor ó general del colegio de San Ildefonso, que pintó en 1740, aunque el uno ofrece una alegoría, no muy feliz, en que

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se registran el Padre Eterno en la parte su­perior, San José con el Niño enmedio, y aba­jo, muertos, los mártires San Josafat, arzobis­po, y San Juan Nepomuceno. El otro cuadro, de más mérito que el anterior, es de perspec­tiva: representa la parte central del interior de un templo; bajo la cúpula se levanta un templete en que San Luis Gonzaga adora arrodillado á la Virgen, la cual aparece con el Niño entre las nubes: en los remates supe­riores están á los lados San Ildefonso y San­ta Catalina; y por último, en dos columnas de delante, se ven las estatuas de Santo Tomás y de un obispo, que acaso será San Agustín. Todas las figuras son buenas; está formada con arte la perspectiva, y en su conjunto, aunque la obra pertenece á un género que los peritos reputan algo extravagante, apesar de haberlo usado profesores como el maestro Pozzo, hace efecto. En el pueblo de Texcoco, cerca de Méjico, hay un cuadro de Ibarra, cuyo dueño, apesar de ser pobre, no quiso venderlo á la Academia aunque se lo pagaba bien. Es un Calvario «que—dice el Sr. Couto— exhala un perfume de devoción que se comu­nica al espectador», y tiene la particularidad de haber sido probablemente dicho cuadro la última obra grande de Ibarra, pues lleva la fecha de 1756, y consta que él falleció el 22 de Noviembre de ese año. En el Diccionario Uni­versal de Historia y Geografía, reimpreso en

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35 Méjico por D. Rafael de Rafael, se dice, aun­que sin señalar la fuente de donde se tomó la noticia, que nació en 1688; y su amigo y cole­ga D. Miguel Cabrera aseguraba en el mismo año de 1756, que Ibarra habia llegado á una edad respetable, y conocido, no sólo á los cé­lebres pintores de su siglo, sino á muchos de los que florecieron en el anterior; lo cual no es muy probable, pues no tendría más que doce años al concluirse el siglo xvn, si en efecto habia nacido en 1688. Pero es induda­ble que su vida fué larga y laboriosa, á juz­gar por las numerosas obras que dejó dentro y fuera de la capital; que acababa bien lo que hacía, no siendo de los artistas que buscan el efecto en unos cuantos toques dados con maestría, y que él adquirió ésta en el arte y le ganó la merecida reputación que conserva hasta nuestros dias.

Decían que era Ibarra el Murillo de Méji­co, y aun que se parecía al insigne sevillano, y á vuelta de pocos años no se creía que fuer ran suyas algunas de sus obras, y se atri­buían á artistas extranjeros. Habia quiera asegurara haber visto desencajonar, llevada de Roma, una imagen de Nuestra'Señora de la Fuente, que estaba en el convento de Re­gina, aunque todavía recordaba el presbítero D. Cayetano Cabrera la prisa que se, habia dado Ibarra para concluirla y entregarla el dia ofrecido, para lo cual trabajó en la

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36 noche de la víspera pintando la parte de las cándelas que alumbran á la Virgen, que era lo que le faltaba, según se refiere en el .Es­cudo de armas de Méjico, libro II, capítulo 8.°

Ibarra, como dice Clavó, conduce por la mano al taller de Cabrera. La buena amistad de estos dos maestros es una lección para ciertos artistas de nuestros días, que sin ser lo que fueron Ibarra y Cabrera, no saben vivir en paz entre sí. Por lo demás, aun­que aparezcan juntos los nombres de Ibarra y de Cabrera, no puede igualárseles en mé­rito artístico, pues fué el segundo en Méjico la personificación del gran artista, del pintor por excelencia. Lo primero que siempre ha llamado la atención en él, es una fecundidad sin ejemplo: sería casi imposible formar una lista de sus obras, pues materialmente llenó de ellas la Nueva España, habiéndolas, no sólo en las grandes poblaciones, sino hasta en algunas de las pequeñas, y aun en las fincas del campo: Provenia su fecundidad, no únicamente de lozanía de imaginación, sino también de una facilidad y soltura de ejecu­ción que hoy no se puede concebir. Ocupa un lugar señalado entre sus obras clásicas la Vida de San Ignacio que dejaron los PP. Je­suítas en los corredores bajos del primer pa­tio de su Casa Profesa, en treinta y dos cua­dros grandes al óleo, cada uno con muchas figuras, casi todas del tamaño natural, tra-

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(1) Alojada tropa con frecuencia en dicho convento, después de la independencia, los soldados han estropeado varios cuadros y otros han desaparecido.

bajados con esmero y bien concluidos. Sor­prenderá saber que, según se lee en los cua­dros mismos, la obra, empezada el 7 de Junio de 1756, estuviera terminada el 27 de Julio del año siguiente, tiempo que apenas bas­taría hoy á un artista ejercitado para pintar tres ó cuatro lienzos como aquéllos; y que en el mismo año de 1756 pintara la Vida de Santo Domingo, que estaba en los claustros del convento del Santo de este nombre (1).

Con justicia se ha celebrado á Vicente Carducho por haber cumplido el contrato que hizo en 1626 con el prior de la Cartuja del Paular, comprometiéndose á pintar en cuatro años cincuenta y cinco cuadros de la vida de San Bruno. ¿Qué hombre era, pues, Cabrera, que podia dar cima á empresas cuatro veces más laboriosas que aquélla, y siendo tan no­tables todas sus obras? A lo que en parte pue­de atribuirse la celeridad con que las despa­chaba, es que, según se refiere, tenía un gran taller, un verdadero obrador, en que pintar ban con él varios discípulos, y aun algunos de los maestros más formados de la ciudad, co­mo los hábiles pintores Alcíbar y Arnaez, todos los cuales, naturalmente, pondrían las manos en las obras que se le pedían; de mane-

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38 ra que éstas, más que de un artista, podrían decirse de una escuela; pero como hay una circunstancia en que debe repararse, que es la unidad de estilo, de color, de entonación y de dibujo que se observa en todo lo que lleva su nombre, y que, á los ojos del hombre inteli­gente en pintura, lo hace aparecer como obra de una mano, prueba que en los cua­dros de Cabrera, no sólo la invención y la traza en grande eran suyas, sino también la ejecución, á lo menos en las partes princi­pales, como las cabezas.

Según la opinión de Clavó, es incontesta­ble el mérito de la pintura de Cabrera, aun­que no puede decirse que sea totalmente co­rrecto su dibujo; sacando sin embargo ven­taja al de la mayor parte de los pintores me­jicanos. No tenía tampoco, según el mismo Clavé, la buena escuela ni el acendrado gusto de Baltasar Echave el viejo, ni el vi­gor que distingue á Sebastian Arteagaen al­gunas de sus obras; pero hay en él tal ma­gia, que siempre se le ve con placer, siempre gusta, sobresaliendo en las cabezas, que siempre son bellas.

La Academia posee otra de las mejores obras de Cabrera: la Vision del Apocalipsis que pintó para la Universidad, la cual le dis­tinguió y ocupó más que á ningún otro artis­ta. Diéronle pruebas de aprecio todas las cor­poraciones y personas importantes, pues no

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fué Cabrera de los hombres de mérito en las Bellas Artes que pasan desestimados en vida sin que se les tributen honores hasta después de muertos. El arzobispo D. Manuel José Ru­bio y Salinas le nombró su pintor de cámara, y con sus obras adornó su palacio; las comu­nidades, los establecimientos públicos, todos á competencia quisieron tener pinturas de su mano. Pero los que más se señalaron con él fueron los <PP. Jesuítas, sagaces descubrido­res del talento y del mérito en todo. Fué Ca­brera el pintor de la Compañía, y entre ésta y el artista mediaron estrechísimas relacio­nes; de sus cuadros estaban llenas las casas délos Jesuítas.

Era tan reconocido de todos el mérito de Cabrera, que los demás pintores, sin la baja envidia tan común entre personas de la mis­ma profesión, aceptaron llanamente el prin­cipado que en el arte le concedía la opinión pública, y lo manifestaron al proyectar la creación de una Academia, queriendo poner­le al frente con el carácter de Presidente per­petuo.

Se abrió la Academia de la muy noble é in­memorial arte de la Pintura, cuyos estatutos Armaban: como Presidente, Miguel Cabrera; como directores, José Manuel Domínguez, Mi­guel Espinosa de los Monteros, Juan Patri­cio, Morlete Ruiz, Pedro de Quintana, Fran­cisco Antonio Vallejo y José de Alcibar; y co-

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mo secretario, Lorenzo Barba Figueroa. El autógrafo de los Estatutos, con las firmas de Cabrera y demás individuos que los firmaron, existia en nuestros dias en poder de D. Fran­cisco Abadiaro, biznieto del primero.

En el Diccionario Universal de Historia y Geografía, citado antes, se dice que Cabrera era indio zapoteca, natural de Oajaca; está firmado el artículo con las iniciales M. O. B., por lo que se supone que es del Sr. D. Ma­nuel Orozco y Berra, persona muy instruida en historia mejicana; mas seguramente in­currió en error al creer que era indio Cabre­ra, pues no es verosímil que siéndolo hubie­ra firmado el siguiente artículo de los estatu­tos: ((Ninguno puede recibir discípulos de color quebrado, y al que contra este Estatuto lo eje­cutare, se los expelerá la Junta cuando lo sepa. Mas el profesor que hubiera de recibir discí­pulos, ha de ser pintor declarado por esta Academia. Siendo, como se ordena, facultati­vo él, cuando se le lleve un niño deberá saber que sea español y de buenas costumbres. Y hará una inspección del genio del dicho, y será como se ha acostumbrado, que es de mostrarle un ojo dentro de un círculo, con todo su repartimiento, y otro actuado de cla­ro y. oscuro, instruyéndole el modo de esta operación, dándole tiempo suficiente para la ejecución. Y si conociere que el genio del ni-. ño es competente para que pueda aprovechar

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41 esta facultad (que no todos lo pueden conse­guir, porque para ésta y la poesía es fuerza nacer con estas gracias), le ordenará vaya á casa del Secretario y le diga cómo quiere aprender esta facultad con aquel maestro: ;/ dicho Secretario reconocerá, llevando este niño su fe de bautismo, si es de la calidad di­cha. Y si acaso ocurriere alguno con empeño para recepción, que no tuviere estas condiciones, le dirá no se puede recibir, por estar prevenido por Estatuto: y si no es como se dice, sino de calidad, etc., lo matriculará en su libro y le dará un billete para que lo reciban, y sólo de este modo se recibirán los discípulos, y no de otra manera, con lo que no llorarán los futu­ros lo que hasta aquí los presentes».

Ademas de éste, tan concluyente, hay otros datos que prueban que Cabrera era de raza española pura. No ha podido averiguar­se cuándo nació, ni cuándo murió; pero en la * iglesia de San Pedro y San Pablo habia un re-

Urato del padre jesuíta D. Manuel Azcarai que tenía la fecha de 1764.

Parece que fué Cabrera persona de algu­na cultura adquirida por sí propio: nombrado en 1751 con otros pintores, á instancia del cabildo de la Colegiata de la Virgen de Gua­dalupe, para el reconocimiento facultativo de dicha imagen, escribió un papel con el título de Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las

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reglas del arte de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de Méjico; obrita, según el sabio Bartolache, «en que unió la precisión con la claridad, instru­yendo y deleitando».

Hubo otros pintores coetáneos de Cabre­ra: fué el más distinguido D. Francisco An­tonio Vallejo, de quien hay en la Academia un cuadro muy notable de la Purísima Con­cepción, y tres en el colegio de San Ildefonso, que tienen las fechas de 1761 y 1764. Repre­senta uno la Muerte de San Francisco Javier: un anciano vestido de rica seda de la China, está postrado á su lado como para recoger el último aliento del Santo. El segundo, la obra principal de Vallejo,' es un lienzo que lle­na la testera de la sacristía: en el plano de abajo, y casi en una línea, están San José arrodillado con él Niño en los brazos; á su izquierda Santa Ana, también arrodillada, y á uno y otro lado los siete arcángeles con los emblemas propios de sus oficios. Son buenas todas las figuras; pero la excelencia de la obra proviene del partido que supo sacar el autor del enorme tamaño de su cuadro, ha­ciendo una excepción á la regla general de que en pintura conviene agrupar para con­centrar mejor la atención, y que las figuras juntas dan más golpe; pues en este cuadro obtuvo Vallejo el efecto por el principio con­trario. Encima del plano en que está la Sacra

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Familia dejó un gran espacio, interrumpido únicamente en el medio por la paloma que simboliza al Espíritu Santo, y en la altura aparece, sobre querubines, el Padre Eterno, que es una figura magnífica, quizá la mejor del cuadro. El tercer cuadro, que está en la misma sacristía, representa la Pentecostés. El semblante de la Virgen, que ocupa el cen­tro del cenáculo, tiene mucha expresión, y hace buen efecto la nube rojiza que se abre arriba y de la cual se desprenden las lenguas de fuego que bajan sobre los apóstoles. Ade­mas de las obras citadas, hay otro cuadro de Vallejo, muy bueno, en la capilla alta de la casa de ejercicios de la Profesa; representa el Descendimiento de la Cruz.,

De Juan Patricio Morlete Ruiz, coetáneo de Cabrera, hay en la Academia un lienzo pe­queño que no carece de mérito; representa á San Luis Gonzaga, y en el convento del Car­men varios cuadros buenos alegóricos: géne­ro á que parecía inclinado.

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IV

Habia en la misma época bastantes pro­fesores de pintura: Arnaez y Osorio, que han dejado algunas obras; José Paez, que pintó en 1764, en el claustro bajo del Colegio de mi­sioneros de San Fernando, la Vida de San Francisco Solano, y del cual hay en el Cole­gio de San Ildefonso un lienzo que. representa La muerte de Santa Rosalía. Aunque de dibujo incorrecto, su traza ó invención es excelen­te, y prueba que era artista de ingenio y sensibilidad, si él la discurrió. Andrés Islas pintó en 1773 un retablo de San Juan Evan­gelista, en la capilla de Afanzazu, de poco mérito.

De D. Mariano Vázquez hay en la Acade­mia su retrato, pintado por él mismo; de don

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Andrés López, una Veróniea que parece tra­bajada pelo á pelo, como si fuera miniatura, y posee la Academia; y en San Ildefonso, el retrato del benéfico D. Cayetano Torres, pin­tado en 1784. Estos dos artistas, y D. Manuel García, D. Roberto José y D. Rafael Joaquín Gutiérrez, profesores de pintura, examina­ron en 1787, con Bartolache, la Imagen de la Virgen de Guadalupe.

D. Manuel Carcanio, tercero de hábito descubierto de Santo Domingo, pintó una Vida de la Virgen, de figuras de tamaño na­tural, para el antecoro de aquel convento. Su discípulo D. Joaquín de Vega sacó un retrato de él, que está en la Academia, y es una va­liente pieza en su género, según Couto. Don Joaquín Esquivel, aunque artista descuida­do, dejó algún cuadro digno de estimación entre los que pintó de la Vida de San Pedro Nolasco, para los claustros bajos del conven­to de la Merced. Trabajaba en 1797.

De D. José de Alcíbar hay en la Academia un cuadro bueno de San Luis Gonxaga, y en la catedral de Méjico dos grandes lienzos que representan La última cena y El triunfo de la fe; son ambos de importancia y de singular belleza; debió pintarlos siendo ya muy viejo, pues tienen la fecha de 1799, es decir, cerca de cincuenta años después de cuando acom­pañaba á Cabrera á estudiar y copiar la Virgen de Guadalupe; pero no se encuentra

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. 47 en ellos muestra alguna de debilidad senil.

La antigua escuela mejicana de pintura que vimos empezar en Baltasar de Echa ve, se cierra en Aleíbar, el cual y Carcanio fue­ron tenientes directores déla Real Academia de Nobles Artes, fundada en 1785 por Car­los III, que señaló fondos para su conserva­ción. Apesar de la protección del Gobierno á la Academia, decayó completamente la pin­tura, lo cual atribuyó el Sr. Couto, en primer lugar, á la poco acertada elección en los maes­tros que se enviaron de España, que fueron D. Gines Andrés de Aguirre, académico de la de San Fernando de Madrid, y D. Cosme de Acuña, primero y segundo director; éste se volvió á España al poco tiempo, pretendien­do que vinieran á ella los discípulos de la Academia, según consta de las actas de sesiones de su Junta superior de gobierno. Aguirre estuvo trece ó catorce años, hasta su muerte, en Méjico; pero ni él ni Acuña dejaron en discípulos ni en obras nada digno de memoria.

En 1793 fué á reemplazar á Acuña D. Ra­fael Ximeno y Planes, educado en la Acade­mia de San Carlos de Valencia, y quedó de

.. primer director de pintura á la muerte de Aguirre. Fué artista de gran mérito, y des­collaba en la gran pintura mural. Notabilísi­ma es la de la cúpula de la catedral, que re­presenta la Asunción de la Virgen, y lo eran

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48 las de la magnífica capilla del Santo Cristo de la iglesia de Santa Teresa, que ya no exis­ten, por haberse arruinado su preciosa cú­pula en el gran terremoto de 7 de Abril de 1845, á los treinta y dos años de haberse abierto al culto la capilla. Habia pintado Xi-meno en el dombo la historia que se refiere sobre la renovación del Santo Cristo, y en el ábside el alboroto que hubo en el pueblo del Cardenal, cuando se dispuso llevar la santa imagen á la capital. Todo el resto de la ca­pilla estaba pintado con elegancia. Los fres­cos de Ximeno son preferibles á sus pintu­ras al óleo.

Al ascender á primer director Ximeno, quiso el Gobierno que le sucediera como se­gundo D. Anastasio Echeverría, mejicano, célebre dibujante de la expedición botánica de Moaño y Sessó, y cuya magnífica Flora Mexicana debe existir en Madrid; y según asegura en su Essai politique sur le royaume de la Nouvelle Espagne Humboldt, que la vio, sus dibujos de animales y de plantas podian competir con lo mejor que en este género ha producido Europa. El nombramiento de Eche­verría para la Academia encontró dificulta­des que impidieron llevarlo á cabo.

La segunda causa á que Couto atribuye la decadencia de la pintura en Méjico, fué ha­berle faltado la ocupación que le daba la Igle­sia. Nació bajo sus alas, como hemos vis-

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to, en el siglo xvi, y la alimentó y sostuvo en los dos siguientes. Poco ó nada habían he­cho por el arte el Gobierno y los particulares antes de la erección de la Academia, mas no lo necesitaban, porque los profesores encon­traban sobrada ocupación en templos, con­ventos, colegios; en fin, en todas las casas, en todos los establecimientos de comumnidad, que casi sin excepción eran eclesiásticos. La experiencia nos enseña que esto es lo que realmente hace florecer y prosperar la pin­tura, como las-otras artes, sus hermanas; doquiera que han encontrado un teatro como el que en Nueva España tuvieron, se lian desarrollado con holgura, porque allí es donde la competencia hace esforzarse al ingenio; donde los maestros se lucen ante el público, y donde éste á su vez puede alentarles con su voz y sus aplausos.

La paga que da un particular por algún retrato de familia, que hunde luego en su ca­sa, y las pensiones y la protección que un go­bierno concede á los alumnos en estableci­mientos de la clase de la Academia, son nada en comparación de esotro para avivar y le­vantar el ingenio.

. Pero desde antes de concluirse el siglo pa­sado, y en el primer decenio del presente, las comunidades religiosas dejaron de ocupar á los pintores: vino enseguida la revolución y la serie de revueltas que á ella acompañaron-.

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Nada notable nos queda de ese período, mas tampoco hay rastro de que se hubiese pedido nada al arte durante él; así fué cayendo en inercia, que terminó en la muerte, y tal era la situación de la Academia en 1845, en que empezó su restauración.

La escuela actual de pintura de hoy no puede llamarse continuación de la antigua mejicana.

«Yo no encontró en Méjico—dice el se­ñor Clavó—ninguna escuela buena ni mala, y empecé á enseñar á mis discípulos lo que habia aprendido en Barcelona y Roma, y se­gún los principios que habia podido formar­me por mis propias observaciones y el trato con hábiles artistas en mis viajes por Italia, España y Francia. Jamás olvidaré entre ellos al insigne y venerable Overbeck, uno de los creadores de la actual escuela ale­mana, y quizá el primero que comenzó la reacción contra las profanidades del Renaci­miento. Respecto de pintores mejicanos, como no habia en la ciudad ninguna galería ni cosa que se le pareciera, pasó tiempo para que fijáramos la atención en ellos, hasta que se hizo en la Academia el primer ensayo de reunir obras suyas y clasificarlas. Por lo de-mas, espero que no se encontrará que haya­mos perdido el tiempo comparando lo que es ahora la Academia con lo que era doce ó ca-

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tí) Hablaba Claví en 1850.

torce años atrás (1): cierto es que la protec­ción que se le ha dispensado, y los auxilios con que se le ha acudido, merecen el nombre de.regios. El soberano más dadivoso y más aficionado á las Nobles Artes, en igual tiem­po, no hubiera hecho en Méjico más de lo que se ha hecho por este establecimiento, el cual entiendo que en las Américas no tiene hoy competidor; y en cuanto á la manera con que se trata y favorece á los alumnos, en Europa misma hay pocos que se le igualen.»

Dice el Sr. Couto, al terminar el Diálogo: « La historia de nuestra escultura habrá que tomarla desde Tolsa y Vilar para adelante. En lo de atrás nada hay notable, si no es acaso algún trabajo de talla, como la her­mosa sillería del coro de San Agustín. Pero respecto de la arquitectura no sucede lo mismo. Comenzando por las casas de habita­ción, en Méjico se ha edificado en los tiempos pasados, si no con exquisita elegancia, sí con solidez, con holgura, y aun con cierta grandio­sidad: las que poseía la familia del conde San Mateo Valparaíso, en las calles del Puente, del Espíritu Santo y Primera de San Fran-sisco, hoy Hotel de Iturbide, construidas—al menos aquélla—por el maestro veedor don Francisco Guerrero y Torres, después de me­

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52 diados del siglo pasado; la del conde del Valle y la del marqués de Guardiola, en la plazuela del convento de San Francisco; la de los he­rederos de Hernán-Cortés, en el Empedra-dillo, que sirve actualmente de Monte Pío; la del conde de la Cortina, en Tacubaya, y otras muchas de la ciudad, son dignas de magna­tes y señores principales. Respecto de edi­ficios públicos, la Aduana, la Casa de Mo­neda, la antigua Inquisición, hoy Colegio de Medicina; el de San Ildefonso, el de las Viz­caínas, la Enseñanza de niñas, el convento de la Encarnación, el Hospital de terceros, pertenecen al género de la gran edificación, y muestran haber sido trazados y hechos por arquitectos de ciencia.

El Seminario de Minería, impropio tal vez para su objeto, es en sí mismo un elegante palacio, monumento del ingenio de Tolsa, y que adornaría la plaza de cualquier capital. Respecto de templos, la suntuosidad ha sido extrema; y averiguando los maestros que en ellos trabajaron, desde Alonso Pérez Casta­ñeda, que á principios del siglo xvn entendía en la montea y construcción de la Catedral, hasta D. Francisco. Tres-Guerras, el arqui­tecto del Carmen y el puente de Celaya, se formaría un catálogo honroso y distinguido. Aun en otro género, en la ingeniería civil, se acometieron entre nosotros obras verdade­ramente gigantescas. Poco después de la

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53 conquista, un pobre religioso franciscano, Fr. Francisco Tembleque, para surtir de agua dos distritos que carecían de ella, pro­yectó y llevó felizmente á cabo el notable acueducto de Zempoala, que es un monumen­to digno de la munificencia de un príncipe. Al entrar el siglo siguiente, Enrico Martínez ejecutó el canal de desagüe de Huehuetoca, practicando en la montaña del Sincoque un socavón (túnel dicen ahora, como si nues­tra raza no hubiera tenido ni vocablo con que designar esta clase de obras) cubierto en-lo interior con bóveda de manipostería, que en nuestros dias y en cualquier país se ten­dría por empresa de gran cuenta. Otras se­mejantes se continuaron sin interrupción hasta el presente siglo, en que los consula­dos de Méjico y de Veracruz, á competencia, hicieron las dos carreteras que bajan á" aquel puerto. Más corta la del segundo, como que principia sólo, en Perote, acredita, sin embar­go, en la cuesta de San Miguel y en el puente del Rey, la pericia de D. Diego García Conde, que la dirigió. La del consulado de Méjico arranca en Toluca, atraviesa el monte de las Cruces y el de Rio-frio, cruza toda la mesa central de la cordillera, y va á buscar porOri-zaba y Córdoba el descenso al mar. Algunas de las partes que en ella ejecutó el sabio bri­gadier de ingenieros D. Miguel Constanzó, co­mo la sinuosa vía de las cumbres de Acultzon-

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gOj es, sin hipérbole, obra de romanos. Seño­res, á quien se proponga escribir la historia de esta arte en Méjico, no le faltará materia, y ha de encontrar nombres dignos de memo­ria.»

Hasta aquí llegan las noticias que he to­mado del Diálogo del Sr. D. José Bernardo Couto.

Agregaré algunas otras que creo verá el lector con interés. El arquitecto Tres-Gue­rras antes citado probó con la construcción de la iglesia del Carmen de Celaya su talento y conocimientos en arquitectura, pintura y escultura. Obra suya es también la gran Al-hóndíga de Guanajuato, tan tristemente cé­lebre en la historia de la insurrección del cura Hidalgo.

Tolsa, ademas de haber trazado el plan y dirigido la construcción del colegio de Mina­ría, de que se ha hablado en las páginas an­teriores, fundió en 1803 la estatua ecuestre colosal de Carlos IV, una de las obras má s notables, de su género en el mundo. Fué va­lenciano y profesor en la Academia de Mé­jico.

Otro arquitecto muy distinguido ha tenido Méjico en este siglo: D. Antonio Velazquez, mejicano, director de su arte en la Acade­mia. Él construyó la magnífica capilla del Santo Cristo de la iglesia de Santa Teresa, de que se habló en las páginas anteriores; su

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55 cúpula, de precioso gusto, pero muy atrevida, sostenida por columnas al aire, cayó en el terremoto de que se ha hecho mención antes. Se habia abierto al culto el 9 de Mayo de 1813. Reedificó la cúpula, dándole más solidez que á la anterior, D. Lorenzo Hidalgo, alavés, arquitecto de gran' mérito, individuo de la Academia de Méjico, que construyó también el suntuoso Teatro Nacional, según el plan que él mismo trazó. Apesar de los pronósti­cos, hijos de la envidia de arquitectos e x ­tranjeros, no tuvo el teatro el más pequeño menoscabo en el terremoto de 7 de Abril de 1845.

En escultura se distinguieron: Don José Antonio Villegas Cosa, natural

de Puebla, contemporáneo del célebre pintor Cabrera. Sus obras de gran mérito y más notables fueron una Purísima Concepción, y las Vírgenes del Carmen y de la Merced, en los conventos de estos nombres, en la ciudad de Puebla, donde ademas existían aún en 1853 muy buenas imágenes, debidas á su cincel, del Salvador, de San José y de otros santos.

Patino Ixtolinque, indio, célebre escultor de principios de este siglo, profesor en la Academia, dejó varios trabajos muy nota­bles.

Don Manuel Vilar, catalán, gran escultor, director de su arte en la Academia. Falleció

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en 1868, en Méjico, dejando algunas obras de gran mérito.

En grabado sólo se conoce á D. Jerónimo Antonio Gil, insigne profesor enviado á Mé­jico por Carlos III para abrir los troqueles de la moneda; grabó varias medallas muy apre-ciables, entre ellas una con motivo de la fun­dición de la estatua de Carlos IV, de que he hecho mención.

La restauración de la Academia tuvo lu­gar en la segunda dictadura del general don Antonio Lopez de Santa Anna, que duró des­de Setiembre de 1841 hasta Diciembre de 1844. Componían su Junta directiva en aquella épo­ca los señores D. Lázaro de la Garza, arzo­bispo de Méjico; D. Joaquin Fernandez Madrid, obispo de Tenagra, inpartibus; D. José María Andrade; D. José Bernardo Couto; D. Honora­to Riaño; D. Pedro José de Echeverría; don Joaquín Velazquez de Leon; D. Mariano Riva Palacio; D. Manuel Diez de Bonilla, y otros hombres amantes de las Bellas Artes, y de pa­triotismo, que se propusieron sacarlas del abatimiento en que habían caido, presididos por D. Francisco Javier de Echeverría, uno de los hombres más honrados, virtuosos ó ilus­trados de la República, cuyo busto, excelente entre las de Vilar, está colocado en el salon de sesiones de la Junta, por acuerdo unáni­me de sus individuos, en memoria de su digno compañero.

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57 Acudió la Junta al general Santa Anna,

que inmediatamente expidió un decreto—el 2 de Octubre de 1843—señalando sueldos de 3.000 pesos anuales á los directores de pin­tura y de escultura, y de 4.000 al de grabado: directores que habia de solicitar la Junta de entre los mejores artitsas que hubiera en Europa. En el mismo decreto se mandaba que se pagaran los gastos de seis jóvenes que habían de estudiar las tres artes en Eu­ropa, y que la Junta propusiera al Gobierno los arbitrios necesarios para mantener la Academia. Obtuvieron, por oposición en Ro­ma, las direcciones - de pintura y de escultura D. Pelegrin Clavó y D. Manuel Vilar, catala­nes, y la de grabado D. J. Bagally, inglés, hábiles artistas.

Propuso la Junta, y accedió Santa Anna, que se le diera para las atenciones de la Aca­demia la renta de la lotería, completamente desacreditada porque no pagaba el Gobierno los premios, aunque sólo era de 6.000 pesos el mayor; mas apenas hubo pasado á la Aca­demia, se puso en situación de hacer un sor­teo mensual, cuyo premio principal era de 20.000 pesos, con muchos otros menores, y dos anuales de á 50.000 el mayor; tal fué la confianza que inspiró la firma Javier Eche­verría en los billetes.

Con los fondos producidos por la lotería, ademas de cubrir con profusión los gastos

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F I N

de la Academia, se mantienen ocho jóvenes, pues hay dos dedicados á la arquitectura. Al­gunos de los que han hecho allí sus estudios se han distinguido, especialmente en la pin­tura, y es de esperar que. las Bellas Artes continúen progresando en un país donde hay notable disposición para ellas en todas las razas, y deseo de aprenderlas.

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REVISTA EUROPEA AÑO VI-1879

La REVISTA EUROPEA se publica todos los domingos, en 32 páginas en 4 o mayor á dos colum­nas, conteniendo mayor cantidad de lectura que las demás publicaciones de su clase, con las prin­cipales firmas de España y del Extranjero, y siendo el resumen del movimiento científico, artístico ó intelectual del mundo.

Los números de cada seis meses forman un abul­tado tomo de inmensa lectura.

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siguientes: TOMO I.—Marzo á Junio de 1874 50 rs. TOMO II.—Junio á Octubre de 1874 50 » TOMO III.—Noviembre de 1874 á Febrero de

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de 1876 50 » TOMO VII.—Marzo á Junio de 1876 50 » TOMO VIII.—Julio á Diciembre de 1876. . . . 70 » TOMO IX.—Enero á Junio de 1877 70 » TOMO X.—Julio á Diciembre de 1877 70 » TOMO XI.—Enero á Junio de 1878 70 » TOMO XII.—Julio á Diciembre de 1878 70 » TOMO XIII.—Enero á Junio de 1879. 70 »

ADMINISTRACIÓN: CAMPOMANES, 8 M A D R I D

Las suscriciones pueden hacerse, bien por me­dio de los libreros corresponsales de esta Casa, ó bien dirigiéndose á esta Administración, Campo-manes, 8, principal, Madrid, en carta franca, inclu­yendo el importe en libranzas del Giro Mutuo ó en sellos de Correos (certificando la carta en este últi­mo caso).

TOMOS DE LA COLECCIÓN De los tomos publicados hasta fin de Diciembre

de 1879 quedan muy pocos ejemplares, que reser­vamos para los señores suscritores, á los precios

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CRONICA DE LA MUSICA REVISTA SEMANAL

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QUE APAREZCAN EN EL MUNDO DEL ARTE

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La CRÓNICA DE LA MÚSICA se publica todos los jueves; de modo que se dan cuatro ó cinco nú­meros al mes. Cada número se compone de cuatro páginas de texto del tamaño usual de la música, conteniendo los estudios, artículos, juicios críticos, biografías, anécdotas, bibliografías y noticias que den á conocer el movimiento musical del mundo; y ocho grandes páginas de música, perfectamente grabada para esta publicación, y esmeradamente impresa en buen papel, para formar elegantes ál-bums, que en poco tiempo constituirán á cada sus-critor una verdadera biblioteca musical.

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Es decir, que damos al suscritor, por lo monos, cuatro números del periódico y 32 páginas de mu • sica como las de las mejores ediciones por sólo 8 reales.

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Ó lo que es lo mismo, aparte del periódico se­manal, que estará redactado por personas com­petentes, y con correspondencias y noticias, lo cual nos impone gastos y sacrificios de considera­ción, y contando sólo la música, nuestros suscri-tores van á tener cada página de buena música por menos de cuartillo de real.

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En Madrid y en Provin­cias 24 reales. 45 84

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Todas las suscriciones se pagarán adelantadas, y empezarán siempre en 1.° dé mes, pudiendo ha­cerse desde el i.° del corriente año.

ADMINISTRACIÓN: CAMPOMANES, 8

MADRID

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OLMEDILLA.—Glorias de la ciencia 8 rs. —Historia general de los desinfectantes... 8 » —Estudios sobre higiene popular 8 » —Estudios histórico-científlcos de interés

general 8 » H. HELMHOLTZ.—La óptica y la pintura.. 4 » HARTMANN.—La religión del porvenir.. . 12 » SERRANO. —Estudios sobre la célula 8 » —Los derivados del protoplasma 8 » E. NAVILLE.—Teoría de la visión 4 » C. VOGT.—El origen del hombre 4 » E. CARO.—El pesimismo en el siglo X I X . . 8 » DOMET DE VORGES.— El reino humano. . 4 » HERBERT SPENCER.—La ciencia social. . 8 » RICHET.—Los venenos de la inteligencia.. 8 » —El dolor.—El somnambulismo provocado. 8 » B. ESCUDERO.—Ensayos sobre economía

política 20 » R. BELTRAN Y ROZPIDE.—Historia de la

filosofía griega 8 » M. DU BOIS REYMOND.—La historia de la

civilización y la ciencia de la naturaleza. 4 » L. ALAS.—El derecho y la moralidad 8 » MAESTRE Y ALONSO.—De la mendicidad

y la beneficencia 8 » M. MOYA.—Conflictos entre los poderes

del Estado.—Estudio político con un pró­logo de D. Gumersindo Azcárate 12 »

E. HAECKEL.—Historia de la creación na­tural, 2 tomos 44 »

SEEBOHM.—De la reforma del derecho de gentes 8 »

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QUINTANA—Obras inéditas, con un pró­logo del Sr. Cañete.—Un tomo en 4 o de gran lujo 40 rs.

RODRÍGUEZ CORREA.-Rosas y perros. 8 » A. LUCEÑO.—Esperanzas y recuerdos. . 8 » —Impresiones 8 » ENRIQUE GIL.—Poesías líricas 8 » —Los dramas del amor.— Natacha 8 » AUERBACH.-Benito Espinosa (novela). 8 » FREYTAG.—Los antepasados.—Ingo. . . 8 » M. PELA YO.—Horacio en España 20 » BLASCO.—Flaquezas humanas 10 » ESPRONCEDA.—Páginas olvidadas. . . . 8 » A. LASSO DE LA VEGA.—La danza déla

muerte en la poesía castellana . . . . . . . 4 » F. DE P. CANALEJAS.—Los poemas ca­

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del Ateneo 8 » —Los novelistas españoles 8 » PÉREZ RIOJA. — La tierra prometida

(novela). 4 » PALACIO, ARAMBURU Y BUSTILLO.—

Tres cuentos 8 » SIEMPREVIVAS que depositan varios

ingenios en la tunaba de la Reina doña » Mercedes 8 «

Justo Zarai'y.--:^.

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