armesto - mitristas y alsinistas - 1914

8/3/2019 Armesto - Mitristas y Alsinistas - 1914

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^. Santamarina

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F. ARMESTO

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(1874)

. BUENOS AIE,EScALSINA - EDITOR - Victoria. 1287

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F. ARMESTO

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(1 874)

^BUENOS AIRESALSINA - EDITOR - Victoria, 128719U

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MITRISTAS Y ALSIHISTAS1874

La definitiva organizacin na-cional, de que hoy gozamos, nose obtuvo, sin que intervinierancomo factores, los hombres mseminentes, que despus de me-diados del siglo anterior, hanfigurado en nuestro escenariopoltico, desarrollndose su ac-cin no slo en el atrio electoral,sino en la protesta armada, quede los caiitones de la ciudad lle-gaba hasta el campo de batalla.


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6 Esta ciudad de Buenos Aires,

en su doble carcter de asientode las autoridades de la Nacinas como de capital de la Provin-cia, era el centro principal dondelas referidas luchas se han des-arrollado, lo que obligaba a lospolticos y a todos sus habitan-tes, a vivir en continua preocu-pacin electoral, puesto que;terminada una eleccin nacional,deban preocuparse de otra pro-vincial, y as constante y sucesi-vamente.Esta doble situacin poltica,

con sus molestas y peligrosasconsecuencias, era un problemade trascendental importancia,que embargaba la mente y la ac-cin de los estadistas de la poca,y su resolucin, provoc en el


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pueblo las ms variadas y encar-nizadas controversias.Ya durante el gobierno pro-visional del general Mitre, fusostenida por ste, la federaliza-cin de la provincia de BuenosAires, llegando el congreso, porrequisicin del poder ejecutivo,hasta sancionar una ley, por laque se federalizaba todo su terri-torio, por el trmino de cincoaos, vencido el cual, una nuevasancin resolvera en definitiva.Como esta ley deba ser some-

tida a la legislatura de BuenosAires, donde predominaban ele-mentos opuestos, bajo la denomi-nacin de los crudos o autono-mistas, fu rechazada, despusde un memorable debate, en quela atacaron con vehemencia va-


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8 ros distinguidos oradores, en-tre ellos, el jefe de stos doctorAdolfo Alsina, Manuel Quinta-na, Montes de Oca, Gorostiaga,etctera.Los partidos antagnicos que

durante la presidencia de Mitre,figuraban siempre en toda elec-cin como enemigos mortales,eran los crudos y cocidos, ramalos primeros, del partido liberal,y bajo cuya bandera se cobija-ban muchos hombres de origenfederal o rosn, que trataban deencarnarse con las nuevas ideas.En esas frecuentes luchas, enque predominaba la ley del msfuerte, y en que no exista pa-drn electoral, no siempre obte-na el triunfo el partido que mselementos tena, pues los venc-


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9 ^dos asaltaban las mesas, j mu-chas veces, despus de un slvesequien pueda, quedaban dueosdel campo, o sea de la eleccin,que arreglaban a su antojo.


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II

Uno de estos episodios polti-cos, muestra hasta donde llegabael encarnizamieito con que seluchaba en esa poca. Su escena-rio :^u la iglesia de la Merced,que por ser el centro ms aristo-crtico de la ciudad, convergana l los elementos de mayor va-la cuyo predominio se quera atoda costa conservar, pues eltriunfo de esta parroquia, erapor su influencia social, poco me-nos que decisivo para las dems.Como antes hemos dicho, nohaba inscripcin electoral y si


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12 la haba sta era muy deficientede ah, que los votantes lo fueranen todos, o la mayor parte de loscomicios. No exista joven de al-guna posicin, que no tuviera subuen caballo, y el que no lo tena,lo alquilaba en una de las caba-llerizas ms conocidas como serColins, Malcolm, Cabral o Saave-dra, y as se vean vistosas cabal-gatas, en que caballeros de laprimera sociedad capitaneabansus partidarios, hacindoles re-correr la mayor parte de lasiglesias.Las fuerzas de caballera ser-van igualmente, para enviar alas otras parroquias pedidos derefuerzos, que eran trasportadosen toda clase de vehculos.El tener mayora de escruta-


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13 dores (cuando las mesas no eranatacadas) significaba el triunfoelectoral, por lo que no llam ma-yormente la atencin aun cuandoLa Tribuna le diera gran reso-nancia, el casual encuentro efec-tuado por Mariano Vrela, enun coche de plaza, de un paquetede papeles manuscritos, que re-sultaron ser los registros de unaeleccin anticipadamente termi-nada, y cuya letra era, segn de-can del doctor Carlos Tejedor,y en que figuraban hasta losmuertos.Volviendo -a nuestro episodio

en la iglesia de la Merced, se tra-taba de una simple eleccin mu-nicipal con Mezquita como can-didato, antes de la de Sarmiento,y cuando los nimos empezaban


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14 a enardecerse con la prximaeleccin presidencial. Uno delos partidos era dueo de lasmesas y con semejante fuerza,no omiti medio por ms fraudu-lento que el fuera, para ganar laeleccin. Hacer votar en su favora los vivos y a los muertos, re-chazar el voto de los caballerosms conocidos de la sociedad,dando como pretexto, que no jus-tificaban su personera o que susdomicilios eran falsos, permitiren cambio, que un negro votaracon el respetado nombre de donEmilio Castro, y demorar la ins-cripcin de los votantes con-trarios, para mantener la apa-riencia de elementos, hasta quellegara la hora de clausurar elcomicio, era el A, B, G, de la car-tilla electoral de aquel tiempo.


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III

Fu tanta la indignacin de losvencidos, que como era de prc-tica en semejantes casos, trataronde atacar las mesas; pero losvencedores que ya haban sidoprevenidos, introdujeron grancantidad de elementos de su par-tido, y unos en las galeras de laiglesia y otros en el techo, trata-ron de reprimir el ataque, ha-ciendo caer una lluvia de casco-tes sobre los asaltantes.Las pistolas y dems armas

porttiles de fuego, eran patri-monio de los ricos, y el revlver


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16 todava muy imperfecto, por loque, la lucha, qued casi libradaal simple y primitivo cascote,pues se peleaba a distancia, y elarma blanca se reservaba paralos entreveros.Los sitiadores, mucho ms nu-

merosos que los sitiados desem-pedraban la calle y se hacantrasportar del Bajo, hoy Paseode Julio, ponchadas de cascotes,mientras que stos arrancabanlos ladrillos de los muros y cuan-to tenan cerca, dejando sin unazulejo, la cpula de la iglesia.Frente a sta, en la esquina

que mira al sud y este, existaan el teatro Argentino, en laesquina que ocupa actualmenteel Banco Espaol, se encontrabael Hotel de la Paix, a su lado


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17 en la casa que despus fu de doLCsar Favier, la casa amuebladaEl Ancla Dorada todos estoslocales, con o sin la voluntad desus ocupantes, eran refugio delas huestes enemigas, y desdeall, como desde la torre de laiglesia, se hacan certeros im-pactos, en la cabeza y ojos delos guerreros de ambos partidosque ni los frascos del Pronto Ali-vio, ni los del Oppo del Do, lo-graban curar.En una cuadra de circunsfe-rencia, no quedaba un vidrioentero, como entero no quedtampoco, ninguno de los comba-tientes.

Fu tan rpida la accin delos crudos al anuncio del ataquede sus contrarios, que no todos


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18 los suyos al cerrarse las puertas,pudieron entrar al interior.De este nmero fu Dardo Ro-

cha, aun muy joven, que acudiall avisado de que sus amigosiban a ser atacados, y dndosecuenta, de que la antigua puertagrande de la sacrista que caaal atrio, estaba mal cerrada, sej)ar delante de ella para prote-gerla, recibiendo una recia pe-drada en el pecho, cuya marca,le acompa bastante tienijDodespus.Por esta puerta, los agresores

habran podido penetrar a la sa-crista, y de all era fcil pasaral claustro, por donde se suba ala azotea.Aquellas luchas, casi cuerpo acuerpo, en que sitiados y sitiado-


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.19 res se cambiaban mutuas inju-rias, tenan muclio de los legen-darios combates de la Edad Me-dia, en que la palabra acompa-aba a la accin.Segn el antiguo vocabulario

de nuestras gentes del pueblo,junto con un cascotazo, sala arelucir el honor de la mam delagresor, mezclado al nombre dediferentes hortalizas, y acompa-ado de las palabras con que ini-ci su clebre frase, el mariscalCambronne.


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IV

Fu tal el estado de destruc-cin del techo y cpula de laiglesia, que algunas distinguidasy piadosas matronas de la parro-quia, cotizndose, contribuyerona su refaccin, entre ellas : la se-ora Juana Tejedor de Obligado,que envi una fuerte limosna alseor cura, como desagravio porla parte que sus nietos Pastor yManuel, haban tomado en ella.Hay quien recuerda an, laarrogante figura de Jos C. Paz,parado sobre el muro que formangulo con el colegio de Hur-


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22 fanas y el atrio de la iglesia, apos-trofando a los asaltantes poruna parte, animando a los suyospor otra; pero siempre temera-rio y despreciativo del peligro,que para l, no se reduca slo aldel simple cascote, sino al de lasarmas de fuego, pues apuntn-dole, se le hacan repetidos dispa-ros, no slo desde la calle sinodesde el balcn de la esquina,tercer piso del Hotel de la Paix,donde entre otros, se encontrabanMiguel Martnez de Hoz, JuanChasaing y Manuel Argericli.Tambin nuestro bravo gene-

ral Garmendia, entonces tenientey quien haba interriunpido susestudios universitarios paraabrazar la carrera militar, tam-bin, decimos, escap de las balasque se le dirigieron.


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23 Intimo amigo del doctor Pazy del doctor Alsina y su correli-

gionario poltico, cada vez quesu partido entraba en liza, comoen aquella ocasin, Paz encarga-ba a Garmendia que trajera suturba, calificativo con que desig-naba a un grupo de siete u oclioex-soldados del Batalln Castro,de las campaas de Cepeda y Pa-vn, a los cuales capitaneaba elcabo Leonardo Gmez, inmorta-lizado por el mismo Garmendiaen sus Cuentos de Tropa y porel general Lucio V. Mansilla ensu Excursin a los indios ran-queles.Ese da Garmendia, a quien

acompaaba Antonio Santama-ra y rodeado de su grupo de va-lientes, haba quedado en el atrio,


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24: puesto el ms peligroso y avan-zado, desde donde se proponanrepeler cualquier ataque que sedirigiera contra sus amigos.Los contrarios cuya mira era

violentar las puertas, necesitabandesalojar aquel grupo de valien-tes que se lo estorbaba, y de ah,que se resolviera un ataque con-tra ellos, de cuya direccin seencarg a Sebastin Casares. Enmedio de dicho ataque, que furechazado, le dispararon seis ti-ros seguidos al teniente Garmen-dia, los que felizmente no le hi-rieron; pero s le rompieron elpuo de marfil, del bastn de es-toque que empuaba.


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El bravo Sebastin Casares,hoy coronel del ejrcito e ntimoamigo del general Garmendia,era uno de los ms encarnizadoscontra nuestro teniente, feliz-mente ste sali ileso, conservn-dose la vida de uno de los milita-res ms queridos e ilustrados denuestro ejrcito.Hubo un momento de tregua

y dejando el Hotel de la Paixdonde se encontraban Martnezde Hoz, Chasaing, Argerich y elgeneral Hornos, bajaron acompa-ados del general Gelly, como


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26 mediador, a celebrar una entre-vista con sus contrarios.Los esperaba en el atrio : Pepe

Paz, acompaado de Santamara,Dardo Rocha y otros. Al iniciar-se la conferencia, prodjose unaltercado entre el general Hor-nos, y el teniente Garmendia,que pudo ser de lamentables con-secuencias, sin la o23ortuna in-tervencin de Martnez de Hoz,que se puso en medio de ellosquedando terminado el incidente.Desde ese da uni a Martnez

de Hoz y a Garmendia, la msntima y estrecha amistad.

Bernab, Eduardo y EnriqueQuintana, hijos de Misia PepaCallejas, quien como tena su ca-sa inmediata, Corrientes y Re-conquista, atenda y curaba cual-


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21 quier herido que se le llevara,Julio Nez, Osear Laserre, Es-tanislao del Campo, Pastor Obli-gado, Eliseo Acevedo, MiguelNavarro Viola, Miguel EstvezSegu, Amadeo Bentez, JosCndido Galvn, Lucio Mansilla,Eicardo Lavalle, el mdico Al-barellos, Tulio Mndez, Juan n-gel Molina, Jos Lino Lagos, losde Mara, Gutirrez, Vrela, Mi-guel Villegas y tantos otros, for-maban la plyade de jvenes po-lticos de la poca, los que dieronsu sangre y su fortuna, consa-grndose por completo a la obrade organizacin nacional, de cu-yos beneficios nosotros gozamos.En estas cruentas y encarni-zadas luchas, El Nacional^ La

T7ibuna^ El Pueblo, etc., echaban-


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28 fuego a la hoguera, con sus viru-lentos artculos, enardeciendoan ms de lo que lo estaban, elnimo de los combatientes.

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VI

Terminado el primer perodode gobierno constitucional quele toc desempear al generalMitre, le toc tambin, a estegran ciudadano, el honor de darel primer ejemplo de prescin-dencia electoral.Entre los candidatos que se

disputaban su sucesin figurabandon Domingo Faustino Sarmien-to, cuya candidatura fu iniciadapor el entonces coronel Lucio V.Mansilla, entre los jefes del ejr-cito del Paraguay, los que sus-cribieron un compromiso x)ara


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30 sostenerla, y el doctor Rufino ieElizalde, miembro de su gobiernoy uno de los hombres de sus ma-yores afecciones, y el general Mi-tre, no slo no favoreci su can-didatura en lo ms mnimo sinoque, ofreci a Sarmiento, enton-ces ministro en los E. U. de Nor-te Amrica, el ministerio del in-terior, a fin de demostrar coneste acto, su imparcialidad, loque Sarmiento no acept.Triunf de sus competidores,

la frmula Sarmiento-Alsina, yes digno de recordar, el relato deun cronista de la poca que diceDon Valentn Alsina, presi-diendo la sesin del Congreso enasamblea, a mediados de agostode 1868, proclam presidenteelecto, en virtud del escrutinio


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31 practicado a Sarmiento, y al lle-gar a la proclamacin del vice-presidente, el antiguo gobernadorde Buenos Aires, presa de unaviva emocin, debi ceder a otrosu puesto, pues no acertaba apronunciar el nombre del ungidopor casi igual nmero de sufra-gios; era este su hijo Adolfo Al-sina, que integraba as la frmu-la, como un reconocimiento quelas provincias hicieron de la in-fluencia de Buenos Aires.Ya fuera que Sarmiento no tu-viera partido propio, o que eltiempo, la ms eficaz medicina delos males, apaga los odios y sua-viza las pasiones, bajo su gobiernoilustrado y progresista, las luchaspolticas perdieron mucho de susalvaj e encarnizamiento, adqui-


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32 riendo una forma ms en armo-na con nuestra creciente y rpi-da civilizacin.Mucho debieron influir tambin

los hombres eminentes con queform, su ministerio, en el quefigur su ntimo amigo el doc-tor Dalmacio Vlez Sarsfield, eldoctor Mariano Vrela, NicolsAvellaneda, Jos Benjamn Go-rostiaga y coronel Martn deGainza, actuando despus, losdoctores Uladislao Fras, CarlosTejedor, Luis L. Domnguez,Juan C. Albarracn y SantiagoCortnez, todos los que dejaronhonda huella de su accin parla-mentaria Y administrativa.


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VII

El gobierno de Sarmiento, serrecordado siempre como uno delos ms ilustrados y progresis-tas que ha tenido el pas.Las escuelas naval y militar,

las normales y comunes, multi-plicadas stas, en todo centro ci-vilizado, la implantacin del C-digo civil de Vlez Sarsfield, lafundacin de nuestra armada,organizacin del ejrcito, fomen-to de los ferrocarriles, y tantasotras iniciativas de patritico ytrascendental inters, que lianhecho afirmar a un reciente his-


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34 toriador que: ninguna institu-cin hay en el pas, que no con-serve seales de aquel gobierno.

Esto no fu inconveniente pa-ra que algunos aos despus,fuera vencida la candidatura deSarmiento, para municipal, en lal)arroquia de San Nicols, porla de el seor Otto Recke, boti-cario de la esquina de Corrientesy Libertad.Pero de todas las iniciativas

de esta liistrica administracin,de toda su peculiar honradez,que no otra cosa pudo esperarse,de los hombres que compusieronaquel gobierno, sobresali su po-ltica interior, que termin deestrechar los lazos, que aun d-bilmente unan a la metrpoli,con las provincias del interior.


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35 Debido a ella, a esa sabia po-

ltica, se obtuvo un cambio radi-cal en la situacin del pas.A la eleccin del ao 68, con-currieron, los autonomistas, losfederales rosinos y unitarios por-teos, as como el urquicismo,23rovincionalismo o federalismo,que todos esos ttulos tuvierondesde Caseros, al aproximarsela eleccin del 74, ningn candi-dato de ese color poltico surgi,cuando con diferencia de sloseis aos y con Urquiza como je-fe, tanto pesaron en la eleccinanterior.Muchos de esos elementos dis-

persos, persuadidos de nuestradefinitiva unin nacional, eli-gieron en este mismo gobiernode Sarmiento, uno de sus ele-


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36 mentes ms ponderados; al doc-tor Nicols Avellaneda, ministrode justicia y culto, y en l en-carnaron sus aspiraciones, ha-cindolo su candidato para laprxima eleccin presidencial.Avellaneda no era de los suyos,

pues por los antecedentes de sunombre esclarecido, y por suspropias ideas, responda nica-mente a la unitaria tradicin;I)ero ellos, convencidos de que supodero haba terminado, renun-ciaron a toda idea de predomi-nio, contentndose con que go-bernara uno de los primeros yms brillantes hombres del inte-rior.Hemos dicho, que durante elgobierno de Sarmiento, las pa-

siones polticas se suavizaron,


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37 pues l fu conductor eficaz, dela corriente de progreso y civili-zacin, que en aquel perodo in-vadi el pas, y especialmente aesta ciudad; pero ello no quitaque el trmino de su mandato,fuera el ms agitado de los quehasta la fecha, se pueda recor-dar.


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YITI

Aparte de la candidatura Ave-llaneda, levantronse las de doscolosos de la opinin en esta ca-pital, ellas fueron: la del briga-dier general Bartolom Mitre yla del doctor Adolfo Alsina.

El general Mitre, con todossus antiguos prestigios, su bri-llante accin nacional y cuyonombre por s slo, era un pro-grama de patriotismo, integri-dad y honradez, contaba con todoel elemento conservador, en quefiguraban la mayor parte de losprimeros y seculares apellidosde Buenos Aires.


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40 El doctor Alsina, campen de

los viejos fueros porteos^ ex-gobernador de la provincia, yentonces vicepresidente de laNacin, atraa hacia s, las sim-patas de todos aquellos que sos-tenan, el predominio de estaprovincia sobre las dems.

Mitre, contaba con la mayorade los sufragios de la primerasociedad portea ; Alsina, con lassimpatas populares, entre cuyasfilas siempre haba figurado.La juventud estudiantil, los

intelectuales, la muchachada bu-lliciosa y expansiva, simpatizabacon Alsina, para quien hombresoltero, de apostura varonil y tri-buno popular, era su dolo.Era tal su popularidad, quegentes del pueblo, y de humilde


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41 condicin social, queran verlo,hablarle, tocarlo y lo esperabandonde fuera posible conseguirlo.Para sustraerse a tales mani-festaciones, el que esto escribe,lo ha visto entrar y salir de sucasa, calle de Potos, acurrucadoen el fondo de su carruaje, parahacer creer que el coche sala oentraba desocupado.Del Campo deca, criticandolo difcil que era comunicarsecon Alsina : Uno le escribe y nocontesta, cuando contesta no sele entiende, y cuando uno lo vaa ver no est.

Sin embargo, dio con l, unda que estaba en conferenciasecreta con el doctor GuillermoSan Romn, conocido a causa desu chata nariz, con el apodo de


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42 el ato San Bomn. Como laconferencia se prolongara porms de liora y media, escribi aldorso de una tarjeta, la siguientecuarteta, que le envi a Alsina:

Esperan los infelices,Y ya cansndose estn,Del vis a vis de naricesDe Alsina y de San Romn.

Esta vez, podemos asegurar,que fu inmediatamente reci-bido.


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IXEl mundo social, las familias

y sus reuniones ms distinguidas,eran trasunto del comit electo-ral, y ni las damas se sustraana la poltica, siendo ellas, por lagran simpata que en su mayorparte le tenan, las principalespropagandistas de la candida-tura Mitre.Entre los jvenes de sociedad

eran muy comunes los San Pe-dro que negaron a Cristo, puesse necesitaba ser ms que guapo,para confesarse alsinista, antealgunas mitristas y encumbradasseoras.


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44 Quin sera el animoso que

as se declarara, en los salonesde Ventura Scutti (don BasilioSalas), don Francisco Clias, Pe-a o Elortondo?Los clubs del Progreso y del

Plata, eran hervidero de discu-siones, y fu necesario que suscomisiones directivas incluyeranen sus reglamentos, la proliibi-cin de tratar cuestiones polti-cas en sus recintos.A ellas debi el club de LosNegros su disolucin, pues, siporque pasaba frente a su localuna manifestacin mitrista, opor si era una alsinista y sus res-j)ectivos partidarios, socios dela institucin, se adheran desdesus balcones ostensiblemente aellas, salieron a relucir estoques,


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45 sin que se produjera nada grave,sino la divisin de sus asociados,y como antes dijimos, su disolu-cin.As termin aquella simptica

sociedad, la que como el Progresodel Plata, los Negros del Plata,Hahitantes de la Luna, Haii-tantes de Carapachay y La Afri-cana, sali de los corsos de car-naval, y en las cuales figur laprimera juventud portea.Las boticas, centro de anti-

guas reuniones, Amoedo, frentea la Ooneepcin, Giovanelli, SanMartn y Corrientes, Cranwell,Reconquista al lado del actualBanco Espaol, la de Torres,Defensa frente a San Francisco,Toledo, Piedras y Belgrano ylo de Eastman, tambin Defensa


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46 junto a la esquina de Victoria,eran centro de las ms animadasdiscusiones, sin contar la de Ben-jamn Canard, calle del Parquey Artes, donde los alsinistas, co-mo los Barros, Faustino Jorge,Miguel Victorica, del Campo,Carlos Carranza y tantos otros,desarrollaban sus planes msardientes y ensayaban los dis-cursos, que se proponan pronun-ciar en la prxima reunin dela legislatura provincial.


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XHasta el Banco de las came-

lias, pintoresca expresin, conque el pblico haba bautizadoel asiento circular, que en la pla-za del Parque, habase hechoconstruir, un grupo de viejosms o menos alegres, los que enagradable tertulia, se reunantodas las tardes de verano, esta-ba alborotado.Ya no se ocupaban de las jo-vencitas que pasaban, la polticalos embargaba por completo, yall se pronunciaban arengas, en)}ii hemol^ que espeluznaban a


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48 los paseantes, muchos de los cua-les detenan el paso, para escu-char a aquellos oradores al airelibre, formando una improvisa-da barra, que ms los enardeca,cuantos ms eran los que escu-chaban.Don Luis Elordi, don Mateo

Martnez, el coronel Conesa, donJuan Carranza (a) nio Dios,don Jos Victoriano Cabral, Mi-guel Beccar, don Carlos Risto-rini, don Agenor Chenaut, donOrestes Olazbal, don MelitnMedrano, don Jacinto y ManuelAroz, coronel Bustillo, don Go-yo Guerrico, Nicanor Elejalde,Plaza Montero, Rufino Montaay muchos ms, formaban aquellaespecie de sociedad del Banco delas camelias, popularizados y


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49 queridos, pues el que ms y elque menos, haba, en una formao en otra, prestado importantesservicios al pas.La librera de Casavalle, la

sastrera de Descalzo, el almacnde Rey, mercera de Infiestas,fotografa de Pozzo, tiendas deIturriaga, Emilio Gimnez, Car-los Romero, Bolar, Sosa, fami-liarmente conocido por cabezudo,Bonorino, Duraona, Caldern,Casal, etc., las sombrereras deManigot y Pedro Mara Moreno,los registros de don Pancho Bus-tamante, Blaquier, Martn Be-rraondo. Challa y Hueyo, elremate de Balbn y Plows y deBullrich, que entonces estabasituado en la calle Piedad dondese encuentra actualmente Gath


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50 & Chaves, el escritorio de losUnzu, donde adems de donSaturnino, Mariano y Santos, sereunan don Agustn y SerapioZemborain, los Grondona, donJusto Pinero, don Antonio Ar-mesto, Enrique Perisena, Fran-cisco Alcobendas y muchos ms,que en la antigua casa e Solsy Rivadavia, formaban su diariatertulia.A la salida de los teatros, elcaf de la Armona, de Pars yel de Catalanes, todos estos eranpequeos clubs, donde se hacananimadas tertulias y se discuta,dominando' en ellas, los nombresde : Mitre y Alsina.Con toda esta popularidad, ylos elementos con qu se contaba

en esta ciudad y provincia de


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51 Bueuos Aires, no fu el triunfo,ni de los mitristas, ni de los alsi-nistas, pues sobre todo los lti-mos, faltos de base en el interior,se unieron a la candidatura Ave-llaneda.


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XI

A todo esto, funcionaba en es-ta ciudad un anmico comitavellanedista, que supla su fal-ta de elementos, con la campaainiciada por su presidente, el ba-tallador Pepe Paz. Este, entre-gado a la tarea de popularizarsu candidato, lo haca con la ve-hemencia e impetuosidad queacostumbraba imprimir a todassus empresas polticas.Su rgano era La Prensa, re-

cin fundada, desde donde lan-zaba sus rayos, en lucha con losGutirrez desde La Nacin, los


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~ 54 Vrela con La Tribuna, Bilbaocon La BepUica, El Nacionalcon Lpez, Ca, del Valle, Pi-nero, Dardo Rocha y otros. LaVerdad, con Jos Mara Cantiloy Bartolom Mitre y Vedia. sincontar El Mosquito de Stein, ydonde fuera de sus intenciona-das y picantes caricaturas, cola-boraba Estanislao del Campo,Wilde, y otros escritores de nota,que como todos los anteriores,eran adversos a la candidaturade aquel advenedizo, aquel chin-glo, como se le deca, que pre-tenda colarse entre los dos do-los de la opinin portea.El arma ms generalizada

contra la candidatura Avella-neda, fu el ridculo, y aquelgran estadista, que afianz el


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5Dcrdito del pas, foment la in-migracin, y la exportacin denuestros productos, que dio ca-pital a la nacin, que artista enel poder, impuls y aumentonuestra cultura nacional, ha-cindonos ocupar un lugar en elmundo civilizado; fu, duranteesa lucha electoral, ridiculizadopor el pblico porteo, porqueusaba tacos altos, y al caminarse oprima el estmago.Y aquel espritu selecto ysuperior, aquel i^rncipe de lapalabra, era caricaturado, re-medado y parodiado, siendo muycomn en carnaval, que cual-quier jocoso, se disfrazara deAvellaneda, y se fuera a echardiscursos, en medio del can-cande los teatros.


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56 Con todo, triunf de los dosgrandes partidos porteos. El

uno, el de Alsina, lo repetimos,retir su candidatura en favorde su 'exministro en el gobiernode la proAdncia; se dijo entoncesque fu un pacto, lo que aosdespus desminti Avellaneda,diciendo: que haba sido slouna abnegacin.Sin eml^argo, un testigo de laconferencia tenida entre aque-llos dos grandes hombres, recuer-da : que aceptadas ciertas mutuascondiciones que un secretarioredactaba. Avellaneda dijo aAlsina : doctor, esto no debemosescribirlo. A lo que Alsina, conademan caballeresco, y comonica contestacin, rompi elpapel.


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57 Aquellos dos grandes hombrespolticos, que por tan diversos

caminos haban llegado a lacumbre de sus aspiraciones, ha-ca poco que se encontraban enbuena amistad, pues, sta, du-rante varios aos, haba estadointerrumpida.Amigos ambos del doctor Dar-

do Rocha, asistieron a su casa-miento, la noche del 23 de agostode 1873, y all, a pedido de aquel,olvidaron sus resentimientos, yunidos en fraternal abrazo, re-solvieron reanudar para siem-pre, su estrecha y antigua amis-tad.Aquel acto, que deba ser de

trascendental importancia, dadala talla poltica de ambos per-sonajes, fu exteriorizado y co-


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58 mentado por los asistentes a lafiesta, y al da siguiente al serdescripta esta por los diarios, latitulaban: El doMe casamientode Ja 71 odie anterior.

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XII

No podemos, aun cuando esterelato sea tan superficial, encuanto a la historia se refiere, no23odemos, decimos, resistir al de-seo de dar algunos detalles querefresquen la memoria de losque en aquel tiempo actuaron, ysean conocidos de los que vinie-ron despus.

El 6 de agosto de 1874, fu con-vocado el Congreso en asamblea,para practicar el escrutinio deelectores de presidente y vice.Sorteados cuatro de sus miem-bros para formar la comisin


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Cl tiempo, estaba compuesto de lossiguientes nombres, patricios ensu mayor parte.

Electores de presidente y vi-ce.Anacrsis Lans, Jos delos Valles, Sebastin Casares,Felipe A. Llavallol, FranciscoChas, Joseln Huergo, FlorencioGarrigs, Joaqun Cazn, JuanJ. Lanusse, Hortensio Mndez,Francisco C. Molina, BelisarioRoldan, Serapio Zemborain,Anacleto Pinto, ngel G. Mn-dez, Juan A. Argerich, J. A.Senz Valiente, Facundo Qui-roga, Lino Lagos, Ezequiel Ra-mos Meja, Pedro Fragueiro,Manuel J. Ocantos, SandalioBoer, Manuel Bentez, NorbertoQuirno, Reinaldo Otero, JuanBeyoda, Juan C Pea, Federico


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62 Llosa, Nicols Herrera, AntonioParejas, Ramn Ceijas, Maria-no Castex, Eleuterio Mujica,Mariano Fernndez, Julin Gon-zlez, Carlos Rodrguez, Barto-lom Vivot, Ignacio Correa,Valerio Galarce, Octavio Fer-nndez, Bernardo Iturraspe,Gabino Cueli, Lucas Lugo, Eze-quiel Zapiola, Gil Tapia, JuanA. Figueroa, Diego Gonzlez,Ambrosio P. Lezica, MarianoUnzu, Jacinto Malbrn.Los mitristas pusieron el gri-

to en el cielo, declarando esaeleccin, fruto del ms descara-do fraude, y segn palabras delcandidato vencido: el resultadode la liga inmoral de los gobier-nos ustirpadores del voto publi-co, A estas protestas se uni la


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63 de Pepe Paz, expresideute delcomit avellanedista, quien no13erdon a su candidato, que sehubiera aliado a sus tradiciona-les enemigos.


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XIII

La fecha de la recepcin delmando se acercaba, estbamosslo a un mes del 12 de octubre,y Avellaneda se encontraba, sino hurfano de opinin, porquesiempre han existido los grandesy entusiastas partidarios delxito, por lo menos, falto de am-biente social. El, era rama deilustre progenitura, estaba uni-do a una de las damas ms dis-tinguidas y caritativas de lasociedad portea, quien por sufamilia, talento, e ilustracin,era su ms digna y virtuosa


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66 compaera, ministro de Alsina,en el gobierno de la provincia,primero, y de Sarmiento des-pus, deba ocupar con los suyos,lugar bien prominente en estasociedad; pero el cisma que enella exista, la guerra que la ma-yor parte de nuestras principa-les familias, hacan a todo lo queno era mitrista, colocaba al pre-sidente electo y a su pobre parti-do, que para colmo se haba uni-do a los alsinistas, los colocabadecimos, en la situacin aparen-te, de parias de este mundo so-cial.Como esto no era cierto^ como

haba muchas antiguas y distin-guidas familias, cuyos jefes es-taban afiliados al partido triun-fante, era necesario hacer una


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67 gran mauifestacin social, conla cual se comprobara el lugarque en ella ocupaba el nuevopresidente. Para llenar este ob-jeto se proyect dar un granbaile.No i3oda pensarse que stetuviera lugar en un club, dondelas opiniones polticas eran nauydiversas, en sitio pblico, comoel Coliseum o el teatro Colntampoco; era necesario una ca-sa particular; pero stas noabundaban en las condiciones demagnitud, lujo y comodidad, quela grandiosidad de la fiesta re-quera.Fu entonces que el seor An-

drs Egaa, acaudalado estan-ciero, que adems de haber sidode los ms decididos partidarios


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68 de la candidatura Avellaneda,era uno de sus ntimos amigos,ofreci dar en su casa aquel granbaile, aquel plebiscito social, quedeba mostrar, ante propios yextraos si el nuevo presidentey su partido estaba divorciado on de la alta sociedad portea, osi slo de una parte ms o menosimportante de ella.


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XIVLa casa del seor Egaa to-

dava existe, puede an vrsele,convertida en administracin dela lotera nacional. Humillada,pero no vencida, por el burocr-tico servicio que actualmentepresta, pu-ede tener el consuelo,de que ella fu un da, centro dela atencin y el inters de todoel pas, y que por algunas horasalberg en su seno una de las si-tuaciones polticas ms podero-sas y al mismo tiempo ms com-batidas entre nosotros, y quemuchos de los hombres pblicos


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To-que en la memorable noche delbaile poblaron sus salones, sonfiguras histricas de que legti-mamente nos sentimos orgullo-sos.La magnitud del edificio res-

ponda al estilo entonces usual,entre los hombres de fortunanetamente criollos, y cuyos ne-gocios de campo, les obligaba aefectuar frecuentes viajes a lacampaa. La gran puerta de ca-lle y ancho zagun, eran de ri-gor, a fin de permitir la cmodaentrada de la volanta para lafamilia y el tlburi del seor, conque haca frecuentes excursio-nes a los corrales viejos o de Mi-serere, para darse cuenta del es-tado en que haban llegado sustropas de hacienda.


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TI-LOS dos grandes patios, ambostoldados, y los ocho esplndidos

^alones^ daban capacidad paraalbergar en su interior una nu-merosa concurrencia, sobre todo,si se tiene en cuenta, que el Bue-nos Aires del ao 1874 no era elactual de 1914, con su millnquinientos setenta mil habitan-tes, pues slo contaba entonces,con la modesta suma de doscien-tos veinte mil.


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XVLas diez de la noche del sbado

5 de septiembre de 1874, habansonado y ya, una larga fila decoches, dando tumbos en el pri-mitivo empedrado comn de queestaba cubierta la calzada, y encuyo centro unas gruesas y des-iguales piedras, formaban elarroyo, se detenan ante el am-plio portal de la casa del seorEgaa, depositando en sus um-brales los primeros grupos deinvitados que iban llegando.Traspuesto el zagun, cerradopor una pesada cortina de felpa


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74 carmes, la concurrencia seguaal primer patio donde se habasituado el toilette de seoras, yen el segundo, el de caballeros.Los salones profusamente ilu-minados con araas y brazos

de gas, hacan un esplndidoefecto.El doctor Irigoyen, en una de

sus interesantes caiiseries, criti-cando el exceso de luz, que ca-da vez es mayor entre nosotros,deca: que en su tiempo cuandoen una casa particular se dabauna fiesta, como era muy raroque hubiera araa de velas, secolocaba un par de candelabrosde cinco o seis bujas cada uno,sobre la chimenea y algunas ve-ces otro sobre una repisa, o unalmpara de aceite; pero en este


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75 caso, como el alumbrado ya eraprofuso, le llamaban ilumina-cin a giorno.Entre el alumbrado descripto

por don Bernardo, y el de lo deEgaa, haba una gran distan-cia, la misma quiz, que entrelas pobres luces de los antiguosy amarillentos picos de gas, ynuestras brillantes y numerosaslmparas de cincuenta bujas,filamento metlico, con que boyse deslumbra en nuestras fiestascon todo, era entonces lo mejorque haba, y la concurrencia albaile como antes decimos, lo en-contraba esplndido.

Flores haba por todas partesaun exista la costumbre, hoymuy descuidada, de que los in-^vitados a una fiesta, se creyeranobligados a enviar un ramo.


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" 76 Dordoni, Peluffo, Couln, Cour-tois y Marchetti, los principalesjardineros de aquel tiempo, mul-tiplicaban sus productos y ha-can maravillas de ingenio, paracumplimentar los pedidos de susclientes; los jardines particula-res eran puestos a saco y encuanto a don Jos Gregorio Le-zama, con sus valiosas coleccio-nes de camelias, entonces tan demoda, visti de magnificeos ra-mos, casi por s slo, los lujosossalones de la fiesta.

Esta, se dio por empezada conla llegada del presidente Sar-miento y del electo Avellaneda.Momentos despus, recorra

los salones el primero, acompa-ado de la seora Carmen No-brega de Avellaneda, y el segun-do de la seora de Egaa.


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XVIIndudablemente, si las fami-

lias mitristas, comparndose conla aristocracia del FaubourgSaint Germain, pudieron creerque aquella grandiosa fiestaquiz demasiado grande sinellas, los Montmorency, La Ro-chefoucauld. Roban o Montpen-sier, quedaba reducida a tosmercaderes de la burguesa rep-blica, indudablemente repetimos,se engaaron,. .Haba all, aristocracia de san-

gre, tan azul, la una como la otra,si su origen no era de los Valois,


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78 sera de los Borbones, sino de losOrleans; pero eran aristocracia,aunque alguna fuera del Vati-cano o Imperial. Con todo pode-mos asegurar dos cosas; pri-mero, que sus descendientes, sitienen dinero, figuran actual-mente en primera fila, segundo,que todos, unos y otros, remon-taban su origen a Adn.El desfile histrico continua-ba; vease al doctor Adolfo Al-sina, cuya cabeza de len, sobre-sala de entre los que lo rodeaban,dando el brazo a la seora delvicepresidente electo, doa Re-medios Orom de Acosta, a steel seor don Mariano Acostaacompaado de la seora RosaDelgado de Gonzlez, al doctorBernardo de Irigoyen, con la


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79 seora Cipriaua Laliite de SeuzPea, el doctor Uladislao Fras,con la seora Clotilde de la Ba-rra de Mouj, al doctor CarlosTejedor, con la seora JulianaNbrega de Huergo, al doctorLuis L. Domnguez, con la seo-ra Carmen Olascoaga de Iri-goyen.Las seoras gueda Pachecode Berdier, Carlota Velzquez

de Ocampo, Ernestina Cobo deLavalle, Genoveva Olivera deLastra, Joaquina Arana de To-rres y Ernestina Boniclie de De-rnot, eran atendidas por un gru-po de caballeros, en que figurabael doctor Santiago Cortnez, Ole-gario Andrade, Victorino de laPlaza, don Guillermlo Arning,coronel Martn de Gainza, don


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8a Tt)rcuato de Alvear, el doctorPedro Antonio Pardo, doctorOnsimo Leguizamn, coronelAntonio Dnovan y general Gar-mendia.La seora Etelvina Ocampode Tejedor mantena animado

dilogo con varios caballeros, enque haca gala de su ingenio ycultivado talento, entre stos fi-guraban: Estanislao del Campo,Ricardo Lavalle, Luis Senz Pe-a, Gregorio Torres, CarlosD'Amico y Enrique Moreno.


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XVII

Atraa las miradas de la con-currencia, una pareja que en esemomento haca su entrada en lossalones; l, caballero de portedistinguido, frisando ya en loscuarenta aos, daba el brazo a^una joven seora cuya bellezafuera de lo comn, inspiraba laadmiracin de cuantos la con-templaban.Para que esta realzara ms,

su modestia pareca sufrir de serobjeto de la atencin general.Ellos eran: el senador nacio-nal por la provincia de Entre


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82 ROS, doctor Tefilo Garca y suseora Mercedes Vieyra de Gar-ca.Ventura Muoz de Zavaleta,

inmortalizada por el poeta Fa-jardo con el apodo de Cruz deAzabache, y Amalia Gordillo deTarnassi, formaban dos tipos dela belleza criolla, que por s atrae-ran la atencin del selecto gru-po de caballeros que las rodeaba,si su gracia y picante espiritua-lidad, no fuera atractivo muysuperior.La seora Ana Urquiza de

Victorica, a quien aun no se ledeca misia Ana, daba su brazoal coronel don Carlos Forest,quien le refera un episodio dela batalla de Pavn, en que hubode caer j)risionero de su seorpadre el general Urquiza.


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83 Las seoras de Daz Vlez, Mi-

guens, Cambaceres y Areco, ha-can broma con el doctor Wilde,quien les refera algunas anc-dotas de su juventud y acciden-tada vida de estudiante.En un extremo del saln prin-cipal, posesionados de un sof yotros asientos, formaban grupolas seoras Dolores Uriburu deUriburu, Delia Halbach de Gon-zlez Moreno, Clorinda Zavallade Iriondo, Encarnacin Law-son de Arning, Clorinda Gar-mendia de Avellaneda, Ana Mar-tnez de Alcorta, Isaac Medinade Boneo y Mara Rufina Rey-nolds de Garmendia, con ellasse encontraban el coronel Al-varo Barros, que de pie juntoa una silla, luca su gallarda y


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84 esbelta figura, y sentados, donBenjamn Butteler, el doctorAntonio Tarnassi, don EmilioAlvear, don Federico de la Ba-rra, don Vicente Ocampo, donJos Gregorio Berdier y el doc-tor Benjamn Victorica, que enese momento tena la j^alabrarelatando algunos descabelladosproyectos de conspiraciones mi-tristas; entre ellos uno, que con-sista en cerrar las llaves de loscaos maestros del gas, y unavez producida la oscuridad, darun golpe de mano, en que se se-cuestrara a Alsina y principaleshombres de la situacin.El seor don Gervasio A. de

Posadas, director general de co-rreos, a quien Estanislao delCampo, siendo oficial mayor del


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85 ministerio de gobierno, enviuna comunicacin oficial cuyadireccin deca : Seor don Ger-vasio A. de Correos, DirectorGeneral de Posadas, y que, antela enrgica protesta del dignofuncionario, disculp el erroratribuj^ndolo a torpeza de unescribiente, haca su entrada enlos sailones, acompaando a laseora de Ballesteros y Orde-jn, esposa del ministro de Es-paa, y dando a aquel acto, laimportancia y seriedad que lpona en todas sus acciones.


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XVIII

El doctor Saturnino Laspiur,uno de los hombres de ms im-portancia con que entonces con-taba la provincia de San Juan,y que despus de ser ministro deAvellaneda, al final de su admi-nistracin lleg a completar lafrmula de la candidatura Te-jedor, escuchaba pacientemente,haciendo frecuentes inclinacio-nes de cabeza que demostrabansu asentimiento, una disertacinsobre el decaimiento de la cul-tura social, que en ese momento,le haca el seor don Manuel


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88 Prez del Cerro, a quien en untiempo se le llaniS el paqueteCerro. Deca este seor: que lle-gaba la cultura de los caballerosde su tiempo, hasta el punto deque cuando encontraban una se-ora por la misma vereda, auncuando no la conocieran, se sa-caban el sombrero, le hacan unagran reverencia y descendan ala calzada, para dejarle mejor elpaso libre. Que ahora por el con-trario, en su afn los jvenes delda en adoptar aires de norteame-ricanos, no slo no hacan nadade todo eso, sino que les quita-ban la vereda, y gracias que alpasar, no les dieran un codazo.Los seores don Ladislao Mar-tnez y don Remigio GonzlezMoreno, que en ese momento se


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89 haban acercado, confirmaban loexpresado por el seor Prez delCerro, agregando el ltimo, queel modo de ser, no slo se habamodificado en los caballeros, sinotambin en las damas, pues lconsideraba una prueba de finaatencin, dirigir un requiebro,a una joven que se encontrara enla calle, lo que siempre en sutiempo era correspondido, o conuna palabra de agradecimiento,o una dulce mirada, mientrasque ahora, cuando haba queridohacer una de esas atenciones querevelan al hombre culto y galan-te, se le haba contestado de ma-la manera, llegando una bella yfresca jovencita, hasta llamarle:viejo mamarracho. El seor Mar-tnez, terciando en la conversa-


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^ 90 cin, manifest que a l no leliaba ocurrido nada parecido,pero que ello dependa, de queuno debe saber a quien se dirige.En otro grupo, don SantiagoCalzadilla y el espiritual Flo-rencio Madero, tenan una ani-mada discusin, sobre el pero-do de la vida, en que la bellezafsica de la mujer rene ma-yores atractivos; Calzadilla sos-tena: que la mujer joven demenos de diez y ocho aos, erael fa'agante y fresco pimpollo,cuya inocencia y candor realza-ba ms su belleza, reuniendo unconjunto de encantos, que paral, era de una seduccin irre-sistible.Madero le refutaba con acopio

de argumentos, en favor de la


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91 belleza de la mujer en su des-arrollo pleno, y termin diciendoque no hay viejo verde, a quienno le gusten las jovencitas, noparque las encuentren mejor opeor que las otras, puesto quea cierta edad, en vez de elegir loeligen, sino porque ms inexper-tas aquellas, que la mujer for-mada, les falta la suficiente ener-ga, para plantarle una frescaal impertinente vejete que lasmoleste, y adems que como diceel refrn criollo : a caballo vie-jo pasto tierno.


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XIXGrupos de diputados naciona-

les, en que se vea al doctorFrancisco Alcobendas y Santia-go Alcorta, representantes porBuenos Aires, doctor TiburcioPadilla, don Lidoro Quinteros yPedro Iturralde por Tucumn,don Abrabam Gonzlez, Fene-ln Lezama, Octavio Gondray Tristn Aehval por San-tiago, Pedro Lucas Funes, porSanta Fe, Francisco CaracioloFigueroa, Manuel F. Rodr-guez y Lisandro Olmos porCatamarca, Isaac M. Cbavarra


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94 y Daniel Videla Correas porMendoza, Belindo Soage, MateoJ. Molina y Cleto Pea por Cr-doba, y don Manuel Jos Zavallapor San Juan; adeins. DelfnGallo, Juan M. Garro, Benjamnde la Vega, Rafael Igarzabal,Cstulo Aparicio, Wenceslao Co-lodrero, Jos M. Arias, ArstidesVillanueva, Bustamante, Aroz,Joaqun Granel y otros.Los miembros del cuerpo di-

plomtico, contribuan oon suslucidos y variados uniformes, ybrillantes condecoraciones, a lamayor suntuosidad de la fiesta.All estaba representada Inglate-rra, por Sir Lionel J. JackuvilleWest, como enviado extraordi-nario y ministro plenipotencia-rio, en el mismo carcter Italia


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95 por el Conde E. Della Croce,Francia en igual categora porJ. Ducros Aubert. El Per, Chi-le, Bolivia, Uruguay y el Brasiltambin en el mismo carcter deplenipotenciarios, estaban repre-sentados respectivamente : por eldoctor Manuel Irigoyen por donGuillenno Blest Gana, por donMariano Reyes Cardona, por eldoctor Manuel Herrera y Obes,y el iiltimo el consejero barn deAraguaya, como representantedel imperio. i\ dems se vea algeneral Julio Wliite por los Es-tados Unidos de Norte Amrica,el barn Rodolfo F. de Maistrepor Alemania, el conde Maximi-liano Hoffer Hoffenfels porAustria Hungra y al caballeroAugusto Faras por Portugal.


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96 Las seoras de estos diplom-

ticos, algunas acompaadas pormiembros de ese cuerpo, otraspor algunos ministros del poderejecutivo, recorran los salonesllamando entre ellas justamentela atencin por su elegancia ylujosas alhajas de que estabancubiertas, especialmente: mada-me Ducros Aubert, la baronesade Araguaya y la condesa deHoffer Hoffenfels.

All estaban, las seoras Fer-nndez de Blanco, Muoz, Pra-do, del Campo, Somellera, deGari, Nevares, Molina, Arrotea,Muzlera, de la Carcoba, Rocha,Carranza, Alais, Vrela, Ponce,Paz, Serantes, Smith, Villate,Ezeiza, Tomkinson, Blancas, Ca-no, Argerich, Lahite, Halbach,


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97 Landvar, Goya, Arraga, Naza-rre, Centeno, Saguier, Groi,Font, Sacristi, Atucha, Macnab,Madero, y tantas otras que no esposible recordar, despus del pe-rodo un poco prolongado, queha mediado entre el famoso bai-le y la fecha en que lo describi-mos.


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XXSe caracterizaba aquel baile,

por la animacin que en l rei-naba, pues fuera de las distin-guidas damas que hemos nom-brado, muchas de las cuales handejado merecido recuerdo de sutalento e ilustracin; las seori-tas que tambin asistieron, algu-nas de las cuales ya tenan biensentada, su fama de espiritua-lidad, siendo despus, preciadoadorno de nuestros salones, y ac-tualmente, nobles y virtuosasmatronas que, como las sacerdo-tizas entre los gentiles, mantie-


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100 nen intenso el fuego sagrado dela cultura y la distincin.

Si adems se agrega, los hom-bres eminentes que all figura-ban, y a los representantes de lajuventud, de aquella brillantejuventud, de que han salido lasgrandes personalidades que enestaos ltimas dcadas, irradia-ron el escenario poltico y de lasciencias, en sus distintas mani-festaciones.De aquella juventud que no

se ha repetido, pues sus miem-bros, cuya mayor parte pocotenan que heredar, estaban obli-gados a formarse por su solo es-fuerzo, sin contar ni con la pa-terna herencia, ni con el nombrede que fueran legatarios, el cual,podra alumbrarlos con luz di-


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101 fusa, la que jams ser como lade la propia personalidad.As abundan actualmente las

nulidades, la mayor parte delas cuales, ostentan nombres mso menos ilustres; pero s, dehombres que hicieron fortuna,sin ver los que los llevan, quecuanto ms brillo aquellos tuvie-ron, ms obligados estn a conser-varlos inmaculados, para que nollegue el caso de que, a su vez,trasmitan a sus hijos, en cambiodel oro bruido que recibieron,el ms deslustrado latn.No era aquella generacin msfuerte que la presente, ni sushombres podemos creer, que tu-vieran ms talento que los de laactual; ipero las condiciones dela vida, mucho ms difciles, obli-


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102 gabn al desarrollo de la fuerzamxima de cada uno para abrir-se camino, lo que explica quizs,el porcentaje de verdaderas per-sonalidades salidas de la juven-tud de aquella poca, que des-graciadamente no lo tenemoshoy, con una poblacin ms deseis veces mayor.Cuando se piensa en algunosgrupos de estudiantes, que po-

dramos calificar; sin desperdi-cio, y en que como compaerosde estudios, figuraban: NorbertoQuirno Costa, Carlos Pellegrini,Bonifacio Lastra, Leandro Alem,Jos Antonio Terry, Aristbulodel Valle, Carlos Salas, MatasBehety, Victorino de la Plaza yNicols Achval.Nombres todos, que por bien


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103 diferentes caminos han queda-do para siempre vinculados anuestra historia patria, y a laconsideracin y aprecio, de susconciudadanos.


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XXILa seorita Carmen Alvear,

la nica hija de don Torcuato,la que despus fu seora de Be-ntez, Y actualmente princesa deWrede, reuna siempre a su al-rededor un grupo de intelectua-les, pues tal era necesario ser,para mantener con ella torneode animado dilogo. Eodebanlaen ese momento, Lucio V. L-pez, Gabriel Larsen del Casta-o, Miguel Ca y BernardoSolveyra, sucedindose entre suscompaeros, Francisco LpezTorres, Adrin Arana, Alvarez


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106 -^Condarco, Estanislao S. Zeba-Uos, Alberto Larroque, AdolfoLamarque y Fernando Centeno.

Cruz Victoriea la morocha ele-gante y espiritual, la gallardaamazona, que acompaada de suseor padre, llamaba siempre laatencin de los paseantes del an-tiguo Palermo, tena tambin sucorte de admiradores, entre losque figuraban: Melchor Belas-tegui, Daniel Solier, FranciscoBollini, Emilio Casal, VicentitoCasares, Pastor Fras, CarlosMolina Arrotea, Marcos Paz(despus su marido), Daniel Es-calada, Miguel Goyena y muchosms, que se haban anotado enambas caras de su programa.Carlota Muzlera, hija del bi-zarro coronel del sitio de Bue-


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107 nos Aires y de las campaas conlos indios, la que como una crea-cin de Goethe, atraa a su pasolas miradas de jvenes y viejos,vesta vaporoso traje rosa pli-do, su programa era empeosa-mente disputado y en l figura-ban los nombres de Rodolfo Mo-nes Cazn, Luis Navarro, Ernes-to Madero, Gervasio Granel,Bernardo Iturraspe, ManuelGach, Wenceslao Escalante,Eduardo Senz Valiente, CarlosDuraona, Manuel Curuchet,Juan Acua, Santiago Ponsati yFlix Constanz.Elena y Adela Irigoyen, las

que con Mara, su simptica ybondadosa hermana, hacan dig-namente los honores del hospi-talario saln de don Bernardo y


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108 misia Carmen, uno de los msfrecuentados de la alta sociedadportea, y el que, como el demadame Stael, tena el raro don,de que sus concurrentes, salie-ran siempre satisfechos de smismos.

Ese saln, en que la bainalidadestaba prescrita, y que hasta lasmedianas hacan buena figura,debido a la oportuna interven-cin de don Bernardo, que siem-pre y con la mayor naturalidad,interpona una palabra, una fra-se, que sacara de apuros al im-prudente conversador, aventu-rado en terreno poco conocido.Los amigos de estas seoritas,

formaban legin, y entre ellospoda verse a Joaqun CuUen,Estanislao Pea, ngel Alvear,


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109 Ernesto Columbres, Julio Vic-torica, Mariano Beascoechea,Mariano Moreno, Domingo De-mara, Natal Torres, Juan Car-los Lagos, Rodolfo Collet y alinfinito, los nombres de todos losque all se encontraban.

El seor Sixto Fernndez yseora, acompaados de sus in-teresantes nias Romana e Ilda,adorno v atractivo ambas, delbarrio de Santa Luca en Ba-rracas al Norte, donde con mo-tivo de las fiestas del 13 dediciembre, que anualmente secelebraban, y el corso de esa mis-ma calle, reunan en su casa se-orial, profusamente iluminada,a sus distinguidas relaciones,convirtiendo su mansin, duran-te esos das, en el clou de la fte,hacan su entrada en los salones,


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Ho-ya un poco tarde, con gran des-esperacin de algunos de susfervientes admiradores, que nohaban penetrado an, para po-der acompaar desde el toilet,a sus preferidas.Las seoritas Flora, Lucila yHermelinda Bravo, hijas de don

Pedro y hermanas de Romn, elconocido y querido jefe de lacasa Bravo Barros, las que tam-bin tenan su hospitalario yfrecuentado saln en la calleParaguay, eran asiduamenteatendidas por numerosos jve-nes entre los que figuraban AbelBeascoechea, Jos Mara Jorge,Mximo y Len Domnguez,Octavio Dimet, Andrnico Cas-tro, Eduardo Rodrguez, Fer-mn Egua, Armesto, y muchosms.


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Cipriana Senz Pea, here-dera con su hermana Celina des-pus, de la amabilidad y alta dis-tincin, que siempre ha caracte-rizado el virtuoso y respetablehogar de los suyos.

Anita y Nlida Vrela a quienEal Harilaos, aun muy jovenpersegua sin descanso, llegandoella en momento de broma conotras amigas, a prometer echarlearroz como a los pollos.

Anglica Crcoba, Elena To-rres, Luisa y Petrona Carranza,Leopoldina y Celina Alais, Luisa


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112 y Amalia Molina Arrotea, DeliaSomellera, Ignacia Ponce, Eme-lina y Matilde Molina, AnitaPellegrini, Carmen Nevares,Genarita Blanco, Mara LuisaMadero y Mercedes Peyrallo,fonnaban en el gran saln, va-rios cuadros de lanceros en queeran acompaadas, por BenignoOcampio, Eduardo Sciurano, ba-rn de Alkaine, Benjamn Na-zar, Justo P. Ortiz, Julin Ba-rraquero, Luis Basail, Jos JuanAraujo, Adolfo Richard, AlbertoCastao, Rmulo Escola, Faus-tino Jorge, Eduardo Castex,Manuel Rocha, Daniel Amoedo yEduardo Battilana.En otros salones, las seoritasde Blanco, de Gari, Urdinarrain,Belgrano, Villatte, Tomkinson,


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113 Huergo, Smith, Halbach, Ezeiza,Alzaga, Nazarre, del Campo,Centeno, Arrotea, Goi, Font,formaban parejas con PanchitoMadero, Luis Snchez Boado,Ignacio Irigoyen, Marcos Agre-lo (Poroto), Francisco Boscli,Juan Balestra, Bernab y Hc-tor Quesada, Lucrecio Romn,Manuel Zorrilla, Juan Cano, Ju-lio Botet, Ral Harilaos, Ata-nasio Ceballos, Eduardo Dea-gustini, Eduardo Dim^et, LuisChapeaurouge, Federico Cibils,Pastor Lacasa, Juan Jos Ur-dinarrain, Adolfo Gabastou yTorcuato Martnez.

Sin prodigarse, convencidosde su mrito, conversaban conalgunas nias de su relacin, lostres mosqueteros : Santiago Ben-


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114 golea, Roque Senz Pea y Mi-guel Sorondo.Entre los hombres maduros,

entre aquellos cuya misin, noera ya dar vertiginosas vueltasde vals ni arrullar el odo de sugentil compaera, con frases im-pregnadas de dulce galantera,se formaban compactos gruposen que no se trataba slo, deleterno y trillado tema poltico,sino de otro ms grave, pues ensigilo, se pronunciaba con cau-tela la palabra: revolucin.

Cada uno, aportaba una noti-cia, un comentario, una declara-cin, atribuida unas veces, almismo general Mitre, otras a al-guno de los hombres dirigentesde su partido.Todos estaban contestes, en


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115 que la revolucin era un hecho,el que se producira, en plazoms o menos cercano. Algunos,le sealaban da y hora, no fal-tando quien la anunciara paraesa misma noche, en que, comoen una ratonera, caera todo elmundo oficial.

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XXIII

All, todo se comentaba, lafiliacin poltica de los jefes concomando de fuerzas, la de algu-nos gobernadores de provincia,la de los comandantes Ramrez yErasmo Obligado, jefes respec-tivamente de la Paran y Uru-guay, (a que se reduca todanuestra escuadra), la traslacinde tal o cual cuerpo de un puntoa otro de la frontera, y hasta lassimpatas de que en la tropa go-zaba el general Mitre, dado queen las filas del ejrcito, existanmuchos veteranos del Paraguay.


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118 Las reuniones en casa de

Eduardo Legarreta, donde ungrupo de jvenes mitristas, enque, entre otros, figuraban En-sebio Gmez, Nicasio Garca, yRamn Gmez, conocido por elapodo de el Tigre, los que, comolos tenebrosos carbonarios deprincipio del siglo anterior, o loscompaeros de Jeli, de la po-ca del consulado, conspirabanfuriosamente para derrocar lainfame tirana reinante. Las idasy venidas de don Jos CndidoGalvn, quien despus de cele-brar misteriosas conferenciascon don Anacrsis Lans, y otrospelucones de la poca, haca fre-cuentes viajes a la Banda Orien-tal, y que a bordo, y durante latravesa, se le vea en constantes


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119 concilibulos con el capitn Mag-nasco. Todo era tema de alarmasy contradicciones, no habiendonada que escapara a la penetra-cin de aquellos nuevos Argos,a los que falt, como al prncipemitolgico, el dios Mercurio, pa-ra que los adormeciera y matara.La llegada de don EnriqueO 'Gorman, el ms simptico yquerido de los jefes de polica,acompaado de su comisario derdenes, don Avelino Anz, in-terrumpi todas las conversacio-nes, siendo ellos, el centro de laatencin general.Nadie se atreva a formular

la pregunta que estaba en todoslos labios, hasta que Aristbulodel Valle, con el aplomo y francasencillez que lo caracterizaba,


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120 airigindose al seor O 'Gorman,le dijo:Don Enrique, aqu no se con-versa de otra cosa, que de la pr-xima revolucin de los mitristasfe qu hay al respecto ?A lo que el aludido respondiMi amigo, yo no puedo asegurarsi habr o no revolucin ; pero loque s puedo afirmar, es que enesta ciudad, no ser alterado elorden.


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XXIV

El recuerdo de aquel jefe depolica tan respetado y queridodel pueblo porteo, nos hace re-flexionar una vez ms, sobre elasombroso aumento de esta ca-pital, en los cuarenta aos trans-curridos, desde la poca que re-latamos, a la presente. Primero,se nos presenta a la imagina-cin, aquel antiguo casern in-mediato al Cabildo, y de entre loscuales sali el terreno necesariopara dar paso a la Avenida deMayo, la gran creacin de donTorcuato de Alvear.


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122 En el referido casern, ocu-pando la parte alta, la Munici-

palidad de la ciudad de BuenosAires, donde en este nico piso,no slo tenan cabida todas lasoficinas de la actual Intendencia,sino la comisin municipal, quedespus se llam Consejo deli-berante, y entre cuyos miembrosfiguraban: don Juan Darquier,don Benjamn Butteler, don Jo-s Prudencio Guerrico, don Gre-gorio Berdier, don Juan Crisol,don Manuel Romero, el doctorErnesto Aberg, don Ramn To-ledo, don Santiago Estrada, donJos Gimnez, don Martn deIraola, don Enrique Perisena,don Roberto Cano, don MiguelVictoriea, don Manuel Cobo ydon Juan Miguel Villarraza, a


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123 los que acompaaba el antiguo yrespetado secretario don Benja-mn Llrente.

El ancho balcn corrido quedaba sobre la plaza de la A^icto-ria, hoy de Mayo, y el que losaniversarios patrios, se vea com-pletamente lleno de distinguidasdamas, que invitadas por losmiembros de la Municipalidad,asistan a presenciar el desfilede las tropas y las pruebas quetenan lugar en la plaza, despusdel Te JDeiun tradicional.La parte baja del edificio la

ocupaba la polica, y hoy parececuento, que en tan reducido es-pacio, pudieran caber all: lasoficinas del jefe, secretara, co-misara de rdenes, alcaida, ar-chivo, etc., y hubiera espacio


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~ 124 todava, para el cuerpo de vigi-lantes y hasta los presos por in-fracciones, que all se guardaban.Que de^de esa casa, se manejaranlas veinte comisaras que enton-ces existan, y con slo trescien-tos vigilantes aproximadamente,se protegiera la vida y la hacien-da de los doscientos veinte milhabitantes de esta ciudad, y aunasegurara el seor O 'Gorman,que en ella, no sera alterado elorden.Es cierto, que en aquella poca

no se conoca ni de nombre a losanarquistas, que no se saba an,lo que eran huelgas, que el obre-ro, gozaba de un bienestar muyisuperior al actual, pues l mis-mo, no haba encarecido la vidacon sus exigencias y reduccinde horas de trabajo, que la dina-


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125 mita aun no se haba generali-zado, no conocindose de bombasexplosivas sino lo que habamosledo de la de Orsini, quien conuna trat de masacrar a Napo-len III.Que al compadrito, todava no

se le llamaba malevo, j a nadiese le haba ocurrido dictar orde-nanzas que multaran al que di-jera un requiebro a una mujer,uno porque a la mayor parte delas muchachas del pueblo lesgustaba que les dijeran algo alpasar, y otro, porque si a algunole hubieran hecho pagar por esafalta, el equivalente de los cin-cuenta pesos de los actuales, enla moneda de aquel tiempo o seaun mil doscientos cincuenta pe-sos moneda corriente, se habracado muerto.


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XXVNo queremos decir que nuestra

actual polica, una de las repar-ticiones que a majov altura hallegado, y que por su cultura ygrado de adelanto en que se en-cuentra, poco tiene que envidiara la de las viejas capitales deEuropa, no goce de las simpataspopulares; pero es que aquellade don Enrique O 'Gorman, erapuede decirse, despus de la dedon Cayetano Cazn, la primeradecentemente organizada, y a lacual aquel perfecto caballero,pareca que hubiera sabido im-


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~ 128 primirle algo de su propia per-sonalidad.Para el seor O'Goman, no

haba partidos polticos que lefueran adversos, y no recorda-mos, se le conocieran simpataspor uno u otro de los militantes.Donde l se presentaba, con su

cara de Cristo de Viernes Santo,siempre de levita negra y som-brero de felpa, no encontrabasino respeto y consideracin, te-niendo una palabra amable paratodo el que se le acercara, cual-quiera fuera su condicin so-cial.

Cuntas lgrimas enjugadas,cuntas palabras de consuelo yperdn, cuntos secretos escu-chados con discreta sonrisa yconfiados a su caballerosidad y


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-^ 129 a su honor ! Era necesario que lafalta fuera muy grave, para queno concediera la pedida libertadde un detenido, y cuando este eraun muchacho de familia conoci-da, no sala sin or su palabra deconsejo o su reprimenda pater-nal. Y en medio de esa seriedadque todos le conocan, ocultaba uncarcter alegre y predispuesto ala broma, siendo en la intimidadcon sus amigos, donde se le veaexpansivo y aun chacotn. Poreso era, que quien pasara por lapolica despus de la diez de lanoche, por esas ventanas que da-ban a su despacho, siempre ilu-minado y donde jams se ce-rraban los postigos, como si lquisiera poner de manifiesto, quenada tena que ocultar, se le vea


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180 ^rodeado de grata tertulia deamigos, donde era muy comnreinara, la ms franca hilaridad.De una de estas tertulias re-

cordamos la ancdota siguiente:El iseor O'Grorma'n, tena en sumesa de trabajo como aprietapapel, un pequeo bronce pri-morosamente cincelado, que sim-bolizaba el gallo policial. Esta-nislao del Campo, que siemprese lo ponderaba, lleg hasta pe-drselo, sin resultado, pues elseor O 'Gorman le dijo: queaquel por lo que representaba,no poda salir de su despacho.Del Campo, decidi robrselo,

y una noche, con gran disimulo,cubrindolo con un pauelo, pu-do salir con l sin que lo notaran.Pasaron varios das y cuando


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131 crey que ya nadie recordaba suhurto, volvi a la reunin.En uno de los extremos del sa-ln, se encontraba la aun inci-piente galera de ladrones co-nocidos, en medio de los cualesperfectamente catalogado, viocon gran asombro, que figurabasu propio retrato.Creemos intil manifestar, quefu necesaria la previa devolu-

cin del gallito, para que el re-trato de del Campo, fuera reti-rado de la mencionada galera.


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XXVI

Al principio suave como elmurmullo de la brisa, ms tardepotente como el eco del huracn,circul de boca en boca, terriblenueva, que sembr la alarma einquietud entre el elemento mas-culino. Se deca: que los abrigosy somlbreros se haban confun-dido, y que nadie acertaba a darcon el suyo.En un momento, los salonesperdieron su alegra, y todosaquellos hombres, antes de ros-tro sonriente, ahora contrariadosy anhelantes, corrieron al guar-


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134 darropa, a comprobar la verdaddel hecho.Los que lograban entrar al

estrecho recinto donde tantosintereses se haban concentrado,tropezaban con un informe mon-tn, donde la capa de Montero,la galera de Alsina, el elegantelevitn de Artayeta Castex y elrangln de Prez del Cerro, semiezclaban a las boas de vicua,de los senadores y diputados delinterior. Quinientos pies, leshaban pasado por encima; peroesto no era inconveniente; paraque cada uno, como quien buscaen una catstrofe los despojosd^l ser querido, revolvieran elmontn, pasando en revista loque les caa a mano. La tareaera difcil all, de ah, que se sa-


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135 caran al patio, donde en mayorescala continu la labor.El que deja su abrigo en el

guardarropa de un baile, y reci-be en cambio el pequeo niuneri-to que lo habilita para poderloreclamar, se cree tan seguro, co-mo el depositante de un banco,con su libreta y talonario de re-cepcin. La corrida pues, deluno, se parece mucho a la querelatamos, con la diferencia, queen la primera se juega la fortu-na y el bienestar, mientras enesta los estornudos de un buenresfriado, y el ridculo popular.Y efectivamente ^^^ay algoque se preste ms a la jarana,que ver en las calles a un caba-llero de frac, en cabeza y tiri-tando de fro? Pues ese ejemplar


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136 era muy abundante en las callesbonaerense, la maana del 6 deseptiembre de 1874.

Se nos dir , por qu no toma-ron un carruaje? y contestare-mos simplemente, porque no lohaba. Los carruajes particularesde toda clase, que existan el ao1874, no llegaban a 500, y los deplaza a 300.

Dijim,os que del guardarropa,pasaron los sobretodos al patio,donde la busca de aquellos con-tinu; pero eran tan pocos losque lograban dar con el suyo,como los que con el transcurso delos aos, en esa misma casa, con-siguen dar con el milln ; los des-contentos prevalecieron y conellos las ideas de desorden y se-dicin.


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137 As se forman la demagogias,

^ams por los que estn conten-tos, sino por aquellos, con quienla fortuna no lia sido propicia,y que creen ver en la de los de-ms una injusticia o usurpacin.Sus ideas son siempre destruc-tivas, a fin de nivelar la de losfavorecidos con su mala suerte,que consideran desaparecida,por el hecho de haber quedadotodos, en perfecta igualdad.Los desilusionados, los que no

haban conseguido dar con lo queera suyo, se apercibieron que asu lado impasible e indiferente,de sus tribulaciones los acompa-aba el brocal del aljibe, el quecon su abierta y desdentada bo-ca pareca incitarlos, no paraque se precipitaran dentro, que


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138 su desesperacin no era tanta,sino, para que precipitaran lossobretodos y toda clase de abri-gos, que en desordenada confu-sin yacan esparcidos por elpiso.Y muchos de aquellos correc-tos jvenes, que un momento an-tes cruzaban los salones, amane-rados y rebuscando la espiritualfrase, que deban emplear consu interesante compaera, se lesvea agacliarse y recoger braza-das de abrigos, que con empeodigno de mejor causa, arrojabanpresurosos al algibe.


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XXVII

La razn del fracaso en el fun-cionamiento del guardarropa, anadie especialmente pudo impu-trsele, sino a la falta de prepa-racin para celebrar fiestas deesa magnitud, as como a la ca-rencia de elementos con que secontaba en esa poca.Las empresas de guardarropa

aun no existan, las sociedadesde personal de servicio tampoco,era necesario procurarse stedonde se pudiera, y eso fu loque hizo el seor Egaa.Asiduo concurrente a la casa


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140 ~de gobierno donde segn su an-tigua costumbre de convidar concaramelos, lo baca con losempleados de distintas reparti-ciones entre los que era muv po-pular, fcil le fu reclutar entrelos negros ordenanzas, el perso-nal de sirvientes que necesitabapara su baile.A estos, los hizo porteros, alos otros, lacayos, a los de ms

all encargados del guardarropay as con distintos cargos y fun-ciones, qued organizado aquelejrcito de elementos a dedo, pa-ra la mayor parte de los cuales,les era completamente descono-cido el mecanismo del puesto quedesempeaban.Para colmo, el local destinadoal guardarropa, era una especie


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141 de zagun o corredor, que no al-canzaba a dos metros de ancho,por ocho o diez de largo, y en cuyoderredor se colocaron unas cin-cuenta perchas.A medida que los concurrentesfueron entregando sus abrigos ysombreros, se iban colocando unopor percha, cuando stas se com-pletaron sobre cada abrigo secoloc otro ; y as con este senci-llo procedimiento, se sigui co-locando uno sobre otro, hastaque ya no hubo sobretodos querecibir, pero en cambio cada per-cha, contena quince, veinte,treinta, los que era posible sos-tener.Los negros, por su parte, con-cluida su tarea de amontonar so-

bretodos, creyeron muy natural,


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142 salir hasta el patio, para hacerim poco de tertulia y cambiarentre s sus impresiones, lo quedio ocasin para que descubrie-ran, que ah mismo a su lado,con la puerta abierta, por dondeentraban y salan apresurada-mente los garln que servan elbuffet, se encontrara el depsitode vinos y toda clase de bebidascon que se serva ste.De la tentacin al pecado, es

tan corto el trecho, que casisiempre se recorre sin sentir.La tentacin que cautiva nues-tro nimo, que nos seduce, quenos arrastra insensiblemente ala perpetracin de lo indebido, esel tirano,cuando de nosotros seapodera,que no es posible re-sistir. As aquellos pobres ne-


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~- 143 gros, que no podan oponer lavalla del deber, que nace de laeducacin, que haban pasado lanoche trabajando, y que se mo-ran de sed g, cmo iban a resistirimpulso tan seductor, cuando s-lo tenan Vembarras dii choix?Optaron por el champagne. Unrato despus, se l^s vea dandotraispis por el patio, y cuandoalguno de los in\T.tados que sequeran retirar temprano, lespreguntaba por su sobretodo, lecontestaban con voz pastosa ysealando el local del guarda-ropa: Ah est, nio.

All naci la confusin de so-bretodos, los que vinieron prime-ro en procura del suyo, tiraronal suelo los que les estorbaban,despus otro y otros, formando-


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144 ^se aquel enorme montn, que msse agrandaba, cuanto ms libresquedaban las perchas, pero en elque ya no era posible a nadie, en-contrar lo que le perteneca.

* *


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XXVIII

Los diarios de la poca noacostumbraban, como los de laactual, a insertar en sus colum-nas las crnicas de las fiestasque se realizaban, siendo muyposterior la creacin de las Sec-ciones Sociales, parte integrantede toda publicacin que se esti-ma, y una de las ms ledas qui-zs, de todo su material infor-mativo.

Si en estos tiempos, se hubierarealizado un acontecimiento po-ltico-social de la magnitud deaquel gran baile de lo de Egaa,

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146 todos los diarios habran movili-zado sus elementos informativos,rivalizando en la publicacin dela fiesta con el mayor lujo dedetalles, esto, sin contar con losinevitables fotgrafos y sus ex-plosiones de magnesio, que tantoimpresionan a los dotados detemperamento nervioso.Pero en el ao 1874, no habatema que pudiera ser ms inte-

resante que la poltica, y ella erala que absorba casi por comple-to todas las secciones de un dia-rio. De ah, que ni La Tribuna^ni La Nacin, ni La Prensa, niL Verdad, dijeran una palabrade aquel baile, siendo necesarioque El Nacional, como l mismolo declara, oyera hacer crnicade l en el paseo del Retiro, para


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147 resolverse a publicar la que da-mos ms adelante, sin contar lade los diarios de segundo ordenque tratan de ridiculizar la fiesta.

Crnica publicada por El Na-cional del lunes 7 de septiembrede 1874:

EL BAILE DEL SBADOEl da de ayer amaneci her-

mossimo, 7 tambin lo qii: nosiempre sucede, conserv su her-mosura durante todo el tiempode su curso. Por eso cuando die-ron las dos de la tarde, nos pro-pusimos asistir a la plaza delRetiro, centro concurrido de laelegancia bonaerense. All todoel mundo conversaba,cosa muycomn,pero siempre se con-


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148 versa de muclias cosas y all nose hablaba ms que de una.Se hablaba, narraba y se dis-

cuta teniendo por nico objetolas conversaciones, las narracio-nes y las discusiones, el espln-dido baile que tuvo lugar elsbado en casa de la seora deEgaa, en festejo del triunfo dela candidatura del doctor Ave-llaneda.En vista de esto, concebimos

la idea de dar una breve crnicaen las columnas de El Nacional,de ese magnfico sarao.Esa fiesta ser inolvidable en

la crnica elegante de esta lujosacapital, porque no se puede ima-ginar nada de ms completo y dems perfecto.La casa del seor Egaa, se


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149 convirti la noche del sbado enel sptimo cielo del Alcorn ysentimos de veras que nuestraimaginacin, ayudada por nues-tros recuerdos de esa gran fiesta,sea ineficaz para llenar con xitoesa tarea.Ocho salones, literalmente

llenos de concurrencia, servanpara la danza animada de infini-dad de parejas.Una orquesta numerosa, ha-

ca oir las piezas nuevas ms enboga como : las cuadrillas de ma-dame Angot y otras. Haba undepartamento especial de refres-cos, t, caf y chocolate que sesirvi toda la noche.El esplndido comedor os-tentaba una hermosa mesa cu-

bierta de vinos y manjares, que


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150 se sirvieron incesantemente des-de las tres hasta las siete de lamaana.En los salones, se motaban

muchas celebridades polticascomo el doctor Adolfo Alsina, eldoctor Avellaneda, doctor Ma-riano Acosta y los doctores Ma-riano Vrela, Dardo Rocha, Car-los Tejedor, etc., etc.Las seoritas ms bellas y

distinguidas de la aristocraciaportea, lucan sus encantos in-descriptibles, como : AnglicaCrcoba, Carmen Alvear, Car-lota Muzlera, Luisa y PetronaCarranza, Leopoldina y CelinaAlais, Luisa y Amelia Arrotea,Nlida Vrela, las seoritas deBlanco, Lucila, Plora y Erme-linda Bravo, las seoritas de


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151 Gari, la de Victorica, GenaritaBlanco y otras mil que se esca-pan de nuestra memoria infiel.Era imposible en medio de

aquel inmenso gento, buscar surespectiva compaera, atrave-sando los numerosos salones; lafe de los programas se violaba yla memoria no ayudaba tampoco,embargada la miente entre tantabelleza y tanto esplendor. Mu-chas seoras se encontraban alltambin, contribuyendo con susgracias a la mayor animacin,como la de Tefilo Garca, delCampo, Avellaneda, Muoz,Prado, Victorica, etc., etc.

El ejrcito estaba represen-tado por jefes de alta gradua-cin; el congreso por los docto-res Lagos Garca, Cambaceres,


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152 Leguizamn, Salas y Jess M.del Campo ; la magistratura, porlos doctores Frencli, Prado ySomellera, los doctores Alvear,Plaza y Andrde, a los seoresMansilla, Bravo y Meyrelles,entre muchsimos otros recorda-mos tambin entre la juventudestudiosa a los doctores : Obliga-do, Urdapilleta, Molina Arrotea,Ledesma, Lamarque, Castro yLecot. A los seores: Lainez,Amiesto, Murguiondo, Casabal,Maglione, Gimnez, Crcoba,Moreno, Goyena, Lezica, Garay,Costa, Bermejo, Castro, Corva-ln, Molina, etc., etc.En una palabra, all nadafaltaba ; pero s . . . faltaba unimitador de Josu, que impidierala salida del sol como este impi-


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153 dio su retirada, segn la tradi-cin bblica, para que la fiesta noterminara.

Aquella atmsfera embria-gaba ; la luz, la msica, la belleza,la juventud, la amistad, el amior,todo eso confundido, formabanun conjunto que nos transporta-ba a las regiones del placer eter-no. Ese mgico poder han tenidoel seor don Andrs Egaa y suamable seora que tan suntuo-samente celebraron el triunfodel doctor Avellaneda.Nos aseguran que el seor

Egaa, piensa dar otra reuninpara el da de su cumpleaos,que tendr lugar a fines de estemes.Tambin se dice que el doctorAvellaneda, agradecido a las


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154 constantes distinciones de susamigos, de^ea manifestar sussentimientos afectuosos por unesplndido baile.En el del seor Egaa, paracompleta armona, no se haba

dado cita especial a ningn ]3ar-tido poltico. All haban: alsi-nistas, mitristas, quintanistas yavellanedistas.Es as como se empiezan a

disipar las nubes del odio en lapaz y la alegra de las fiestas.

Otros diarios cuyo color pol-tico est dems sealar, decan:EL BAILE DE LOS SEORES EGAAEstuvo sumamente concurri-

do, vindose entre los asistentesa los prohombres situacionistas.


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155 Los cohetes que se oyeron y

que se crey salan de la casa delbaile, aseguran algunos de losconcurrentes que fueron de unacasa inmediata con motivo dereunirse un club alsinista. Fatalcoincidencia.(La Libertad, lunes 7 y mar-

tes 8 de septiembre).ANUNCIO DE UX BAILE

Anoche en un barrio de laciudad se oyeron continuas de-tonaciones de cohetes voladores,cuyo empleo est prohibido porla Municipalidad. Averiguandoqu haba, supimos que eran dis-parados de la casa del seor doc-tor Andrs Egaa, calle Belgra-no entre Per y Chacabuco. Alltena lu2:ar anoche un baile.


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156 TKAMPA DE MAL GNERO

Despus de haberse celebradoun baile en casa del seor Ega-a, las crnicas que de l se ha-cen refieren que ese baile tuvopor objeto celebrar suntuosa-mente el triunfo del doctor Ave-llaneda y que para prueba de supopularidad all estaban reuni-dos miembros de los partidos na-cionalista, alsinista, avellanedis-ta, jordanista, etc.Aqu hay indudablemente una

trampa de mal gnero.Si es cierto que estuvieron

algunos miembros del partidonacionalista, deben apresurarsea rectificar esa informacin quese hace, pues, ella afecta a su dig-nidad.


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XXIX

Para poder iniciarnos en losantecedentes de la revolucin mi-trista del -ao 1874, es necesa-rio retroceder en nuestro rela-to al 1." de febrero de aquel ao,fecha en que tuvieron lugar laselecciones de diputados al Con-greso, por la provincia de Bue-nos Aires.Eran candidatos del partido

mitrista, entonces llamado tam-bin nacional, los siguientes ciu-dadanos :


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158 Doctor Eduardo Costa.

Jos Mara Gutirrez. Mauricio Gonzlez Ca-

tn. Ezequiel N. Paz. Bonifacio Lastra. Norberto Quirno Costa. Vctor Martnez. Ramn B. Muiz. Adolfo Rawson.Seor Saturnino E. Unzu. Francisco Livingston.Por el partido alsinista

El Arzobispo doctor FedericoAneiro's.

Doctor Bernardo de Irigoyen.Coronel Alvaro Barros.Seor Santiago Alcorta.Doctor Mariano Marenco.

Carlos Salas.


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159 General Martn de Gainza.Doctor Leandro N. Alem.

Garlos Pellegrini.Seor Eduardo Madero.Doctor Ezequiel Pereira.

Sabiniano Kier.

Estaban los nimos en tal es-tado de exaltacin, que el jefe depolica seor O'Gorman, obtuvode ambos partidos en lucha, mi-tristas Y alsinistas, que nombra-ran sus representantes para po-nerse de acuerdo sobre la formaen que deba realizarse aquellaeleccin.A las diez de la noche del 31de enero, vspera del da en quedeba tener lugar la lucha refe-rida, se reunan en el despachodel seor O'Gorman, los seores


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^ 160 doctor Eduardo Costa, don Ana-crsis Lans y Narciso Martnezde Hoz, por parte de los mitris-tas, y don Carlos Casares, donEduardo Madero y doctor Car-los Pellegrini, por la de los alsi-nistas. Despus de larga discu-sin y de acuerdo con el seorO 'Gorman, se suscribi un arre-glo, en que se resuma en cincoartculos, las condiciones a quedeban ajustarse

armesto - mitristas y alsinistas - 1914

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