apuntes padra una historia de la sátira (livro)

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  • APRECIADOS 4

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  • APUNTES

    PARA

    UNA HISTORIA DE LA STIRA.

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    Al evocar, Sfiorcs, el gran nombre de Roma, la primeraimagen que la fantasa se ofrece es la de un pueblo ele condi-

    cin sp.era, de recio temple, de carcter adusto, nacido yeducado en las dos condiciones mas apropiadas para alejarle

    de toda cultura intelectual, la de agricultor y la de soldado,

    y para llevarle la realizacin de sus ambiciosos propsitos,

    levantarse altivo y poderoso sobre el mundo por l someti-do. Costumbres rudas, pero sanLis; virtudes toscas, pero enr-gicas; nn apego la patria capaz de los mas costosos sa^

    crificios; un amor la libertad mayor que el que tiene el co-

    mn de los hombres la vida; una aficin tal la guerra quele llevar sacrificar ella, no dir su reposo, tenido por de

    ruin precio, cuando no por infamante, por los pueblos batallado-

    res,

    sino hasta su campo y el amor de sus hijos y esposa

    :

    tales son los rasgos caractersticos con que nos acostumbramos;i ligurar)ios desde jvenes al Romano. Y de seguro que con-servarse este. pueblo tal cual acabamos de bosjuejarJc; habei'vivido los doce siglos de su existencia histrica sin cambiar sus

  • 36

    libitos, sin modicar su carcter, sin dejar aquella su antiguarudeza , sin perder aijuellas sus robustas virtudes ; si , la ma-

    nera de la higuera sagrada nacida entre las rocas del Capitolio y la cual los siglos no hablan hecho mas que dar mayores robus-

    tez y medros, hubiera aquel crecido y vigorizdose sin deponer

    sus viejas inclinaciones, sin renunciar sus primitivas costumbres,

    poco nada se hubiese arraigado en l el genio satirice, que con

    darse por tan enemigo del mal, no prospera crece raqutico

    donde el bien florece.

    i\as el romano pueblo, como todos sujeto las alteraciones

    que cuanto tiene vida causa la mano de los siglos ; no menos

    que los dems ocasionado, no solo los cambios interiores na-cidos del de las instituciones sociales y polticas, sino hasta

    las modiiicaciones externas que del roce con otros pueblos se

    originan , fu perdiendo su primitiva fisonoma hasta el punto

    de que el ciudadano de Roma de los tiempos de Catn el an-tiguo DO parezca ya el mismo de los siglos de los Cincinatos

    y los Decios; ni el de los turbulentos, pero todava vigorosos

    contemporneos de Sila y Mario, el de los degradados y servilesesclavos de Cmodo y Heliogbalo. Y ved ah que si hubo pa-ra el pueblo de Roma tiempos en quienes el espritu de paro-dia y el genio satrico pudieron hallar apenas corrompido pas-

    to, otros debi haber, y por desgracia mas duraderos, en los cua-

    les la existencia y progresivo acrecentamiento del mal hubo de

    dar aquellos alimento abundante con que hartarse ; motivos de

    sobra, para los que creen en el fin moralizador de la stira, con

    que disculpar, no solo sus rigores, sino hasta sus demasas. Y deque as fu nos da mas testimonios de los que hallar quisi -

    ramos la historia de la stira romana , con la cual voy ocu-

    par vuestra alencion esta noche.

    Cundo y dnde asoman en los anales de Roma los primerosindicios, no ya de la stira literaria, culta, de formas gala-

    nas y de cuyo hallazgo creian poseer los romanos el privile-

    gio; sino del espritu pardico, mordaz chancero, que si

  • 37

    del todo no las desprecia, tampoco se afana para alcanzar las

    bellas formas artsticas, y que as canta sus p)inzantes y des-

    cocadas diatribas por las calles y plazas, las propala de tien-

    da entienda, como las pinta en toscas figuras en las paredes

    de los edificios, las esculpe en los monumentos en los ob-

    jetos de mas vulgar y comn empleo ?Sabido es ya cuanto escasean los documentos escritos en los

    primeros cinco siglos de la fundacin de Roma, siendo tal la

    pobreza de manifestaciones de su ingenio artstico y literario

    que llega el bistoriador dudar si aquel pueblo de labradores

    y guerreros , que cifraba toda su dicha en cultivar su reduci-

    do campo y en ensancbar indefinidamente las tierras de su

    repblica, trat con desvo y mir hasta con repugnancia, cual

    poco dignos de s, los goces estticos. Cuesta sin embargo

    trabajo comprender una existencia tan larga de actividad guer-rera casi febril , de luchas polticas con calor y energa soste-

    nidas, de una vida llena de concjuislas sobre tribus vigorosas

    y pueblos amadores hasta el frenes de su independencia , sin

    que la fantasa y el corazn se sintieran como acosados por la

    necesidad de producir de desahogar sus creaciones y sus afectos.

    Mas por fortuna no es as, y dado que no quisiramos aceptar la

    teora de Niebhur y otros sabios historiadores acerca del ori-

    gen potico de muchos de los hechos y tradiciones relativas ;ila primera poca de la historia romana ; ni admitir la existen-

    cia de fragmentos de antiguas narraciones picas de cantos

    histricos populares, bastaran para demostrarnos la de una

    literatura, bien que pobre inculta, anterior la importada de

    Grecia, las escassimas y venerandas reliquias que de aquellas

    remotas edades se conservaban aun en los ltimos tiempos de

    la repblica, y de los cuales han llegado unas pocas hasta

    nosotros. Los, cantos de los hermanos Arvaes, contempor-neos acaso deRmulo; los versos con que celebraban los sacer-dotes salios los hombres y los dioses; las indicaciones mas

    menos explcitas de la existencia de antiguos cantares de so-

  • 38

    bremcsa en conmemoracin y los de los antepasados, de la cos-tumbre de terminar con cantos los funerales , de solemnizar conellos los triunfos; testimonios son que no.permiten dudar de que

    existi una poesia anterior la de Grecia importada, siquie-.

    ra debamos calificarla de incorrecta y ruda ^ cual lo es en suorg'en toda poesia popular instintiva. ^las cosa rara y que

    se halla al parecer en contradiccin con lo que hace un mo-

    mento decamos acerca de los escasos medros que puede alcanzarla stira en los pueblos de severas costumbres

    , y con lo que

    en las edades heroicas de su historia acontece en casi todos, yque en ellas los sentimientos religiosos y las virtudes polticas

    y guerreras abogan toda inspiracin satrica;, en Roma, donde

    sobre el entusiasmo por la conquista, sobre la admiracin por

    sus hroes prevalece el sentido prctico, el amorato positivo, el

    sentimiento de fiera independencia y de orguUosa dignidad , el

    genio eminentemente prosaico de la stira manifistase y pros-

    pera al lado del canto religioso y acaso de la gesta heroica des-

    de los primeros siglos de gu existencia. Porque no cabe duda que

    por de carcter burlesco deben tenerse,

    yaque as lo afirma el

    Poeta latino, los versos Ihmao-i fescennnos saturnales qne

    aparecen como de muy antiguo cultivados entre los pueblos agri-cultores del Lacio (I ).

    El anticuario, que va penetrar en un edificio ruinoso pa-ra sorprender en l los secretos de las' generaciones que fueron,

    se detiene contemplar con religioso respeto las primeras pie-

    dras desprendidas de los viejos paredones que encuentra al pa-

    so, y que , de escaso valor en s mismas , lo tienen grande

    en cuanto revelan el carcter y la importancia del monumento

    (1^ Kescenniua [ler liunc inventa lirentia morem

    Versibus ;iUernis opprol)ria rustica ulit,

    Liberlasiiuc reciiiToiiles. acfeita per annos. etc.

    lloii. Ub. n, ep. I.

  • 39

    (le que formaron parte. Permtasenos que, procediendo de la mis-

    ma manera, nos detengamos brevisimos momentos ;i examinar es-

    ta primera y tosca manifestacin que del genio satrico hallamos

    en el pueblo romano.

    Qu eran los cantos versos fescenninos? Dnde y cun-do comenzaron, no diremos escribirse, pues por ventura na-

    die se ocup jams en hacerlo, sino componerse? Conio detodo lo antiguo, los Romanos que medida que se transfor-

    maban iban dejando por los caminos de su existencia sus h-bitos y costumbres primitivas, no conservaron mas que esca-

    sos vestigios de arfuellos versos, harto groseros para que nadie

    pensara en reunidos en colecciones. Gracias sin embargo la

    costumbre de introducir algunos de sus fragmentos en las es-

    tancias con que festejaban los jvenes en el da de su boda sus amigos, y en los cantos satricos que entonaban los sol-

    dados al rededor del carro de sus triunfantes generales, con-

    servronse algunos restos, los necesarios para poder adivinar

    su antiguo carcter. Su nombre de fescenninos, Fescennia.,

    nos revelara su procedencia de esta ciudad de la vecina Elru-

    ria; origen que no debe sorprendernos, dado que Uoma loimport casi todo, dioses, supersticiones, alfabeto, tctica mi-

    litar, costumbres y artes de los pueblos que iba sometiendo

    su yugo: y s es verdad, en lo cual no andan muy acordes losescritores, que los versos cantos fescenninos eran los mis-

    mos que los designados con el epteto de saturninos, cual de

    extranjera alcurnia,

    podramos creerles de antiqusimo origen.

    Que era costumbre aplicar el dictado de saturnino satur-nio todo lo que por viejo era tenido. S aquellos versos

    fueron compiiestos en' la remota edad que lleva el nombre dela vetusta divinidad latina, y s por de oro era aquella tenida, de

    ser verdad lo (uc acerca de la obscenidad y licencia de dichos

    vei'sos se dice , fuerza es convenir en que la .edad dorada dis-

    taba mucho de serlo de inocencia. Supnese que, improvisa-dos por los mismos campesinos, destinbanse ser cantados

  • 40

    en las fiestas con que en las pocas de la recoleccin de los

    frutos y de la vendimia celebraban los pueblos agrcolas italio-

    tas las divinidades protectoras de la agricultura y del pasto-

    reo, la antigua Ceres, Pan, Pales y otras; y por lo ruidosas

    y ocasionadas licencias y groseras chanzas , juegos atre-vidos y dicharachos de mala ley que son las fiestas de la

    gente del campo, aun entre nosotros, puede colegirse lo quedebian ser entre los pueblos paganos, no atados por el temor

    sus dioses, ni por las exigencias del decoro, ni por las se-

    veras prescripciones del pudor, poco menos que desconocidas

    para ellos. Hoy es y todava asoman vestigios de aquellas an-tiguas y licenciosas costumbres en los pueblos agricultores de

    Italia; y los que han vivido en Roma saben bien que en lasfiestas de la vendimia, sea en las llamadas otobrate, la plebe

    de la campia de esta ciudad se entrega diversiones y alegrasque

    , si no del todo paganas, distan mucho de que se les puedaconsiderar como inofensivas la moral y exentas de satricas li-

    bertades.

    Decamos que se mezclaban tambin algunos fragmentos deaquellos versos en los cantos que entonaban los soldados al

    acompaar su general en su triunfal subida al Capitolio. Ign-

    rase cuando comenz esta costumbre, que creemos antigua por lomismo que revela cierto instinto de militar rudeza y de igualdadrepublicana. Sbese s que subsisti largo tiempo, y hasta seha conservado alguna que otra muestra que indica, como ten-

    dremos ocasin de demostrado mas adelante,

    que ni aun los

    mas ilustres vencedores estaban libres de las groseras chan-

    zas de sus atrevidos compaeros de armas. Mas ora fuese por

    las demasiadas libertades que en dichos cantos se tomase la

    soldadesca; ora porque la stira, no satisfecha con ser ins-

    trumento grosero de diversin y de burla de toscos campesinos,

    se hubiese convertido dentro de la ciudad y entre sus tribus en

    arma de guerra en la reida y obstinadsima contienda que

    sostena la romana plebe contra su prepotente patricado, ello

  • U es que este debi creer prudente, prevenirse contra el alcance

    cada vez mayor que pudieran tener sus tiros, poner coto

    sus atrevimientos, puesto que los Decemviros consignaron una

    ley en las de las Xll Tablas por la cual se castigaba con pe-

    na de muerte al que injuriara compusiera versos destinados

    insultar infamar pblicamente otro (1). Esta ley, cuyo

    rigor no le pareca Cicern extremado, inspiraba este

    las siguientes reflexiones, por las cuales se ve cuan poco afi-

    cionado era las libertades satricas y cuan poco creia en su

    eficacia benfica. Entre los Griegos, escribe en su tratado de

    Repblica (2), las leyes permitieron la comedia hablar y de-cir cuanto se le antojara, hasta nombrando personas.... Y quin en efecto no atac? quin hubo contra el cual no ases-

    tara sus dardos? Pase que hubiera satirizado un Gleon, un

    Cleofonte unHiprbolo, malvados todos y sediciosos; si bienes preferible, observacin propia de un Romano

    ,que tales

    midadanos sean notados de infamia mas por el censor quepor el poeta. Pero que un Pericles , despus de haber por tan-

    tos aos regido la ciudad con autoridad suprema, fuese ultra-

    jado en versos escritos para ser declamados en un teatro , hu-biera sido tan indigno como que nuestro Planto Nevio hubiera

    (1) En diclias leyes sin cmbaro nada se decret para poner coto las

    demasas de la soldadesca con ocasin de los triunfos, y al querer Du-Meril

    darse razn de este descuido que parece notarse en ellas, yaque no concedie-ron al general triunfador en medio de su gloria la proteccin que contra losinsultos otorgaban almas liumilde ciudadano

    ,cree hallarlo en que siendo los

    triunfos verdaderas solemnidades religiosas, su misma santidad,como acon-

    teca en las fiestas lupercales y saturnales , aseguraba una especie de impu-nidad los actos criminales (;uc daban motivo; en (ue acaso la susceptibilidaddemocrtica de los Romanos alentaba secretamente una licencia que rebaja-ba ciudadanos quienes daban sobrada y por ventura temible importan-cia sus liedlos de armas

    ; y sobre todo , aludiendo al texto de la ley, en que

    lo (\w el legislador babia con tanto rigor castigado era la pubUridad y lapreiuedilucinn de la injuria.

    Pnnies popidaircs latines unlrieMves (tudoiizieme sich

    ,t. l

    ,p. 1!) v "i).

    (2) Lib. IV, 10.

  • 42

    zaherido los Escipiones, Cecilio, Marcio Catn, etc..Con laudable acierto procedieron pues las citadas leyes, aadeel Orador latino, ya que nuestra conducta nicamente debe es-tar sujeta al dictamen de los magistrados, y en manera alguna alingenio de los poetas. No debemos oir que se nos injurie sino condicin de que nos sea permitido responder y defendernos

    en juicio.

    Cual aconteci en Grecia, la stira que busca ante todo la

    publicidad y que la par que se alimenta del escndalo loprovoca, por mucho que se aviniese con las formas librespero fugaces de los cantos de los labradores, de los versos

    de la soldadesca de los epigramticos dichos del vulgo,

    hubo tambin en Roma de encaramarse al primer tablado ambulante fijo que tuvo ya una apariencia de teatro. Y assucedi en efecto.

    Que, semejanza de lo que aconteci en la patria de Susa-rion, empezara el teatro romano en las fiestas de las vendimias

    y fuesen los versos fescenninos los primeros que balbuce suTala todava en mantillas, como algunos pretenden; que

    naciera, como suponen otros, de las farsas de la osea Alella,

    en la Campania, reducidas mas dramticas y cultas formasen cuanto se dej sentir en Roma la influencia de la teratura

    y teatro griegos,

    que es la conjetura por muchos tenida pormas verosmil ; en fin que, como lo da por cierto Tito Livio,

    fuese importado de la Etruria Roma por los aos 364 antesde nuestra era fin de aplacar el enojo de los dioses y mo-verles,extraa manera do rogar, con la institucin de los

    juegos escnicos usados en aquel pais que levantasen el azo-te de la peste que afliga la ciudad reina del Lacio, y que de

    estos juegos con los cantos fecenninos combinados naciese algoparecido al dilogo, al episodio y por fin ala comedia, cuestiones

    son de erudicin literaria que, no por carecer de importancia,

    sino por no hacer nuestro propsito dejamos un lado.Ello es (juc , siquiera fuese de origen oseo , siquiera de

  • 43

    procedencia etrusca, el teatro latino no pudo darse nombreni nfulas de tal h-asta el dia en que el esclavo emancipado

    Livio Andrnico de Trenlo, y Cneo Nevio, sino nacido en

    Roma, romano en el carcter, echndose el primero imitar traducir con preferencia sobre la comedia la tragedia grie-

    a,y el segundo tomando por modelos los autores de aque-

    llii nacin,

    pero aspirando mayor originalidad que su prede-

    cesor, levantaron la comedia latina de la cuna, y vistindola

    ya este ltimo la romana, comeda togaty le ensearon, no marchar aun sin andadores, sino ensayar y fiar algo mas

    en sus propias fuerzas. Como historiadores del gnero satricocmplenos nicamente mencionar Andrnico, del cual sontan escasos los restos que nos quedan, como abundantes las

    indicaciones de que no fu el menos fecundo de los antiguos

    poetas latinos. En cuanto Nevio merece mas rpiemeicionr-scle de paso, no solo por la preferencia que dio al genero c-

    mico y satrico, sino porque permitindose en sus comediasmayores, libertades de las que la aristocracia romana consenta,

    como su enemigo que era, os atacarla con casi aristofnicarudeza en algunos de sus mas encopetados representantes, ta-les como los Escipiones y los Mtelos. Pero el patriciado deUoma no era tan paciente sufridor de chanzas como la plebede Atenas. A los versos satricos de Nevio se contest, dicePierron (1) con este verso conminatorio: los Mtelos casti-garn al poeta Nevio :

    Dabuiit maUm Metelli Naevio poot :

    y la amenaza no tard en realizarse. Nevio fu entregado lostribunales y condenado duro encierro en virtud de la leyi(ne castigaba al difamador. Y como mas adelante recayeraen la misma falta , fu desterrado de Roma , fuera de la cualacab sus dias.

    (1) Hist. de la lUlruurcJuine, p. 38, ola 1.

  • _ 44

    A Andrnico y Nevio sigue con breves aos de distan-cia el poeta Quinto Ennio. Como sus predecesores cultiva elgnero trgico siguiendo las huellas de Euripides, ensayasus fuerzas en la comedia imitando Menandro, y dota laliteratura romana,

    y este es para los crticos uno de sus prin-cipales ttulos de gloria,no de un nuevo gnero, sino de unaforma con cuyo invento Uoma se envanecer mas tarde ; laforma literaria conocida con el nombre de satura y de la cualnacer la stira. Por lo que de l queda en este gnero cha-se de ver que se prohibi s mismo toda ofensa las per-sonas, la vez que atac con grande energa las ridiculeces ylos vicios de su tiempo.

    Pareca que una vez elevada la stira la dignidad de obraliteraria y siendo el pueblo romano mas de lo que generalmente

    se cree dado ridiculizarlo todo, debia ser aquella forma re-cientemente inventada la manifestacin mas grata todos de

    esa tendencia; y sin embargo transcurren unos cincuenta aos

    desde Ennio hasta Luclio sin que aparezca en todo estetiempo mas que un solo cultivador, y aun no muy afortunado,del gnero satrico, Pacuvio, como transcurrirn otros cincuentadesde Luclio Horacio sin que la stira literaria d mas que

    insignificantes muestras de su existencia, s se excepta lallamada Menipea cnica del fecundsimo Yarron. Ser que,como en Grecia, supla su falta la comedia? Lo hemos indi-cado ya; el patriciado no consinti nunca que esta se diese

    aires de censor con l,

    y ni Planto , el mas popular , ni Te-

    renco , el mas correcto y urbano acaso de los cmicos latinos,

    se atrevieron poner en escena hechos pblicos ni personajescontemporneos : pues s algunas alusiones se permitieron, tan

    tmidas y embozadas aparecen, que pueden aducirse como una

    prueba mas de la cautela con que proceder deban. As como la

    sobrada libertad haba ocasionado la muerte de la comedia an-

    tigua en Atenas, caus su falla la de la Tala romana? Deje-mos los crticos que resuelvan cada cual su manera esta

  • 45

    cuestin : nosotros dolindonos de que Planto , abusando de su

    vis cmica, hubiese vendido su ingenio la plebe y dado su

    grosero paladar, cambio de fciles aplausos, manjares co-munes y recargados de excitantes especias; y bajando el tonode la comedia al nivel moral del pblico que iba aplaudirse-

    las, hubiera envilecido la escena con argumentos, personajes

    y palabras soeces, le haremos un cargo de que, en vez de ha-

    cer de sus creaciones, ricas por otra parte en literarias dotes,

    un nuevo elemento de corrupcin, no las hubiese empleado en

    dar provechosas enseanzas aquella viciada })lebe de quien

    fu por mucho tiempo el dolo.Y no se nos diga en su abono que argumentos como los que

    la Asinaria y la Casiia nos ofrecen, y pinturas, situaciones

    y dilogos como los que se encuentran en Curculio, Tru-

    culentus, el Palurdo, Pscudolus, el Engaador, y otras yotras, eran los nicos que agradaban al pblico de baja ralea(juc asista aquellas comedias; aquel pblico de estraga-

    do gusto que un siglo mas tarde, dando ya acaso por des-

    abridas y comunes las licenciosas escenas de Planto y de los

    poetas de su escuela, iba buscar en los mimos y pantomimosmayores incentivos su lujuria, para su vez hastiado tam-

    bin de ellos,

    que tanta degradacin lleva al hombre elvicio sino acude con tiempo rellenarlo, no gozar ya sino

    en el espectculo de escenas de repugnante inmoralidad , de

    desnudeces asquerosas, de danzas itiflicas, y de tantas y tan-

    tas infamias como mancharon la romana escena en su larga

    agonia: porque jams ser para nadie que ame sinceramente elarte y de honrado se precie disculja bastante para halagar al

    mal la abundancia de este; ni porque corran turbias las cor-

    rientes de la moral pblica privada estar exento de toda la

    responsabilidad el que, pudiendo purificarlas, arroje ellas mas

    escoria. A instintos aviesos, incbnaciones livianas, cos-

    tumbres torpes debe el ingenio oponer arranques nobles, ten-

    dencias puras y sanos ejemplos; y cuando le falte valor es-

  • 46

    uerzo para hacerlo, antes que manchar su musa en las cene-gosas aguas, deber condenar su lira al silencio romper suscuerdas.

    Abyecta y corrompida era y debia ser la plebe que aplauda

    las demasiado transparentes reticencias de Olimpion en la Ca-sina: debia serlo mas aun la que corria manchar los ojos enlas nuevas atelanas, mas sucias acaso que las antiguas; en las

    farsas en que llegaban ponerse la vista del pblico argu-

    mentos cual el de los amores de Jpiter y Leda, y en aquellas

    representaciones mmicas de las cuales dice el poco casto Ovidioque producan al poeta mas dinero cuanto eran mas peligro-

    sas (1): pero tan poca fe se tiene en la eficacia del arte

    puesto al servicio de la moral que no se crea que los esfuer-

    zos reunidos de ingenios como Planto y Terencio, Licinio yAtilio, Lucio y Afranio y otros, llevando por mas limpios

    senderos la musa cmica romana, no hubiesen arrastradotras s, para mayor loa suya y bien de esta, la misma plebe?Mas por desgracia para ella y para el pueblo de que formaba

    parte, como hubo en- la Roma imperial Locustas envenenadorasdel cuerpo, tuvieron las dos Romas de la repblica y de lasdictaduras poetas y sofistas emponzoadores del alma.

    No por falta de oportunidad,

    puesto que por el contrario la

    materia brinda ello, sino por no repetir cosas de todos

    sabidas, dejar de ofreceros, no ya un cuadro, pero ni si-(juiera un esbozo de la corrupcin romana. A Roma, asientoprincipal de aquella corrupcin, la llama Tcito, cloaca de in-

    moralidad (2), y Petronio la compara una cortesana sumer-

    gida en el sueo y en el fango (3). Tomad pi de los dossmiles para forjaros en vuestra fantasa un cuadro de vicios,de degradacin y de bajezas, y tendris hecho el retrato de laciudad dominadora del mundo.

    (1) Ov. Tristium, lih. 11, v. V.)7 y siguicnles.

    (2) Ann. XV, xiv.

    (3) Petro. Saiiricon,)i]\.

  • Al

    l^ermitidme sin embargo que os recuerde , siquiera no seamas que para desvanecer una creencia asaz generalizada

    ,

    que

    aquella corrupcin no es toda obra de los emperadores; y que

    el antiguo carcter romano comenz falsearse el dia en quelioma, la ciudad de asilo para todas las creencias, para to-

    dos los errores, para todas las fdosofas , como lo fu en los

    primeros dias de su existencia para las costumbres, las institu-

    ciones y las deidades oseas, sabelias, etruscas y griegas, a!

    someter su politica y despus sus armas el frica, el AsiaMenor y la Macedonia, se dej contaminar por la atmsferaenvenenada en que estaban aquellas agonizando; y sobre todojKtr la Cuimiitura Acaya que, habindole comunicado antes suscreencias, le enviaba tiempo hacia aquellas bandadas de retri-

    cos,

    solistas y fsofos escpticos que , al igual de esos p-jaros que se alimentan de carne corrompida, aventados hoyde Roma por los decretos del senado las amenazas de losemperadores, volvan al dia siguiente en mayor nmero y conmas voraz apetito caer sobre ella y alimentarse de su po-

    dredumbre. El mundo vencido, decia Juvenal (1), se ha ven-gado de nosotros dndonos sus vicios. Nuestras victorias,anadia l'linio, nos han esclavizado. Obedecemos los extranje-ros quienes sus artes les han hecho seores de sus seo-

    res (2); y mas de dos siglos antes Catn el antiguo escriba su hijo con acento proftico y como quien conoce el origen,ilel mal y ha medido su alcance: Los Griegos son la gente masmalvada intratable, y cada vez (jue esta nacin nos comuni-que sus artes, y piensa que es un orculo el que te lo dice,

    lo corromper todo (3).Que esta corrupcin importada Roma, como se importan

    los contagios fsicos, entre los despojos del antiguo mundo.

    (1) Stira \\.

    (2) I'LIN. Hisl. n^it. lil). XXVI, [.

    (:j) Ib. XXIX, vu.

  • 48

    creci en ella hasta el punto de aventajar los que fueron susmaestros

    , y que no fu extrao este trabajo de descomposi-cin moral , salvo raras y laudables excepciones, el gobiernode los Csares, no hay porque decirlo.

    Qu hacia la stira en este tiempo? O daba algunos alfde-retazos, valindose del poco limpio estilo de Ctulo, la licen-

    cia de costumbres de que nos d el mismo poeta un testimo-nio sobrado fehaciente en sus versos obscenos; con Horacio

    jugueteaba retozona, cual con una guirnalda de ajadas flores,con los vicios mas conmnes y ligeros , si drseles puede tal ca-lificacin

    ,de aquella sociedad cuyo dios mas venerado era el

    placer, y del cual l mismo, como poeta y como romano, erauno de los mas fervientes adoradores; se encenegaba en el

    sucio barro en que mojaba su pluma el inmundo Petronio , elcompetidor de Tigelino en el arte de inventar sensuales delei-

    tes (1), para describir la inmoralidad reinante en ancdotas de

    una obscenidad mas repugnante aun que la de la sociedad en

    que vivia ; , dndose aires de pensadora , disparaba en Per-sio algunos punzantes dardos con mas sana intencin que pro-

    vecho,

    cual lanzados al acaso , contra algunas de las muchasmiserias de su tiempo; 6 bien, y este ser uno de los pocos

    casos en que la musa satrica nos encontrar indulgentes, sino

    con ella con el que la invocaba en sus versos, descargaba no

    ya el mimbre zumbador, sino la clava de Hrcules contra laponzoosa hidra, cuyas cabezas, cuando no se va la raiz,

    retoan medida que se las corta en Juvenal , quien solo le

    faltaba para ser maestro en enseanzas morales no haber es-

    crito stiras ; esto es, haber dado mas parte las descripciones

    del bien, en las cuales est por cima de casi todos los poetas pa-

    ganos y no es inferior muchos cristianos; mostrdose massobrio y velado en la pintura del mal, en lo que sobresale por

    desgracia demasiado; y haber mantenido siempre el tono gra-

    (1) Tcito. Aun. Lib.XVI, wm.

  • -^ 49

    ve, levantado trechos y liasta elegiaco veces que saje dar

    sus robustos versos cuando el genio de la virtud ilumina,

    vigoriza y enardece su fantasa, y cuando el arte de escuela no

    le hace caer en lo declamatorio.

    Permitidme,Seores

    ,

    que me detenga breves momentos en

    este poeta que es tenido por el principe de los satricos, y

    quien mas se han esforzado en imitar los que en las modernas

    litei'aturas neo-latinas han cultivado este gnero.

    Empezaremos por reconocer, homenaje que con tanto masgusto le prestamos cuanto por desgracia son rarsimos los ca-

    sos en que con igual justicia puede tributarse los cultivadores

    del gnero satrico; empezaremos por reconocer que Juvenal

    tenia acaso, como pocos romanos, derecho, no dir ya sacudir

    el ltigo , sino condolerse y levantar la voz contra las miserias

    y bajezas de su siglo. Podia por ventura, segn el refrnvulgar castellano , echar piedras al tejado del vecino

    ,

    puesto

    que no siendo de materia quebradiza el suyo, no tenia porque

    temer las represalias. Como muchos satricos se cubren con elmanto del cnico, se agazapan en el tonel de Digenes para

    que no les hieran de rebote sus propios dardos, Juvenal po-

    dia hacerse, un escudo de su hombra de bien : que por tal

    debemos tenerle si hemos de creer en el parecido del retrato

    que dan de el sus propias obras,y admitir el concepto en que

    es generalmente tenido (1); y seguro con esto de ser invulne-

    rable,

    pudo apuntar mejor al blanco , atacar con mas resolu-cin y dar mas autoridad sus dichos. Juvenal encomia las

    virtudes que acaso practic; anatematiza los vicios que sin

    duda aborreca. No hace como aquellos contra los cuales se le-

    vanta indignado en una de sus stiras, la titulada los IUp-crilas, que clamando voz en grito contra toda clase de

    excesos, corren prostituirse teniendo el nombre de la vir-

    tud en los labios; pues sabe (pie solo el (jue anda en dos pies

    (1) PlERRON , /7t6. (lela lili, lulinc, pg. 517.

  • 50

    tiene derecho rerse del cojo, y que nada hay tan intolera-ble como ver los Gracos voceando contra los fautores deasonadas, y los Yerres reprendiendo el robo

    ,y los Mitones

    tronando contra el homicidio etc. (I). Y si esto no os pare-ciere tan digno de loa por cuanto no hacia mas que cumplir

    con un deber que obliga todos, y mas que nadie los

    escritores moralistas, recordad que cuando las corrientes del

    mal son muy impetuosas necestase resolucin enrgica y ni-mo entero para luchar contra ellas.

    Los crticos han hecho de la indignacin la musa de Juve-nal : error excusable ya que el mismo poeta la tomaba por lainspiradora de sus stiras. Momentos hace os daba entender

    que su musa era su virtud. Permitidme que me felicite de ha-

    ber encontrado un crtico eminente y profundo conocedor de l

    y de su siglo que piense lo mismo (2) , y que tenga nuestropoeta por mas juicioso que muchos filsofos, y por mas grave

    y serio que Sneca y Lucano, sobre todo cuando tornandola espalda la fea inmoralidad, fija sus ojos en las regiones se-renas de lo ideal.

    Dudo que ningn poeta haya pintado nunca un cuadro mascompleto de la sociedad en que ha vivido. Gobernantes, nobles y.pueblo; el pobre y el rico, el esclavo y el extranjero, y sobretodo el griego corruptor ; la influencia del retrico , de los es-

    pectculos, del dinero, del lujo; los diversos desrdenes que

    engendran las necesidades de la vida el afn de brillar; el

    matrimonio envilecido; los nacimientos ilegtimos; todas las en-

    fermedades morales bajo cuya funestsima accin estaba murin-dosc Roma : ved ah lo que excita la robusta imaginacin deJuvenal; loque inflama su numen y le inspira aquellas nutridas

    composiciones, algunas de las cuales, tales como las que

    llevan los ttulos de Los votos, El depsito, El ejemplo^

    (1) Stira ii, v. 19 y siguientes.

    (2) DuBOis-GucH.'VN , Tacile el non side. t. u, vn.

  • 51

    mas que el de stiras les cuadrada la calificacin de discursos

    epstolas morales; que pueden leerse desde el primero al

    ltimo verso sin que asome los labios una sonrisa burlona, yen la segunda de las cuales, despus de anunciar la idea cris-

    tiana de que no solo es justiciable el hombre por el mal que

    ejecuta, sino por el que se propone realizar (1), hay una pin-tura del remordimiento como pudiera hacerla un orador sa-

    grado.

    Lstima grande,

    y este es el mas grave cargo que haremos

    Juvenal, que movido por la grandeza de los males mora-

    les, creyendo acaso que cuanto mas en su asquerosa desnudez

    los describiese alcanzara hacerlos mas repugnantes, despus

    de haberse manifestado en la ltima de las citadas stiras tan

    celoso defensor de la inocencia de la niez y guardador tan

    solicito de las virtudes de los jvenes

    ,

    Mxima debelur puero reverenlia;

    olvidndose de que no menos corrompe la pintura del vicio

    que su ejemplo, trazase en varios pasajes de sus compo-siciones, y en especial en las dos que llevan por titulo Mn-lieres y Cina^di et Palhici (los protectores y los protegi-

    dos obscenos) cuadros de una desnudez tal que no puede me-nos de sentirse que , en obsequio la moral y por su propio

    decoro, no hubiese su autor dejado en la oscuridad las infamiasen ellas descritas, la manera que los Germanos, dice unode sus comentadores, sumergan en un cenegal los (jue sehacian culpables de ellas.

    Si Juvenal no hubiese escrito masque las dos obias ri-ladas y los varios pasajes poco limpios (jue se encucnlian enotras, no hubiramos hecho mas que mencionarle , lanzndo-

    (1) Has palitur pctnas peccandi sola voluntas :Nam scelus iutra se tacilum qui cogitat ulliini,Fati crimen hahet. Cedo

    ,si conata iiorciiit 1

    Saliva \ui.

  • 52

    le al paso un puado del mismo cieno tan imprudentementepor l removido : y ellas aludamos cuando en nuestro an-terior discurso decamos

    ,

    que no menos nos repugnaba la friaindiferencia con que narra Suetonio las liviandades de los C-sares, que las stiras que dispara Juvenal contra las de la so-

    ciedad romana, mas corruptoras cuanto mas violentas. Pero

    por suerte tan alto se eleva en l sobre el poeta satrico el mo-

    ralista qu, no ser por aquellos arranques de mal humor sar-cstico y aquellas pinturas harto libres, y en las cuales nos atre-

    veramos demostrar con Tcito en la mano que anduvo no po-

    co exagerado, le colocaramos entre los poetas que no prostitu-

    yeron su musa al torpe inmoderado afn de alcanzar algunos

    aplausos de los que aman el sarcasmo, arma terrible por-

    que es vulgar, como observa Cant, y porque dispensa del ra-

    ciocinio.

    La mitologa haba considerado como un trabajo que nica-mente el Dios de la fuerza poda llevar cabo el limpiar los

    establos del rey Augias.' Alcides de la latina stira, Juvenal

    liabia gastado las fuerzas de su ingenio en remover,

    ya que

    menos de ser un dios otra cosa no era posible, las inmun-

    dicias que siglos de corrupcin haban acumulado en la ciu-

    dad de los Csares. Si pues ni uno solo de los vicios li-

    viandades, miserias . ridiculeces que con tan varonil aliento

    y con tales bros combatiera desaparecieron de Pioma, y ni si-

    quiera fueron ocultarse avergonzados en la oscuridad el mis-

    terio de que no debieran haber salido nunca, de qu triunfo

    moral podran gloriarse tantos y tantos forjadores de epigramas

    como pululaban por entonces en Roma donde , segn dice Ho-racio

    ,no haba quien no pretendiera saber versificar un pensa-

    miento en esta forma ligera en que sobre todos descoll

    Mai'cial, y cuyo mayor menor aplauso, no tanto dependa de su

    originalidad, como de su licencia? Los Marciales, por desgracia

    para la moral, han abundado siempre; y vosotros que sabis

    cuan poco reparo han tenido muchos de ellos, hasta en pocas

  • 53

    de mayor urbanidad y cultura, en provoca' la risa de sus lec-

    tores aun costa del pudor y de la decencia; que no ignoris

    que por un solo epigrama dirigido ridiculizar vicios defec-

    tos reprehensibles, se han escrito centenares que son un ul-

    traje las buenas costumbres, adivinareis fcilmente cuanta

    desnudez de expresin y de pensamiento dcbia existir en la de

    poetas paganos tan poco castos como Catulo, Ovidio, Augusto,

    y en los del poeta de la corte de omiciano, tan bajo en suslisonjas este su dios, como poco limpio en la manifestacin

    de sus pensamientos erticos. S que Marcial no es siempre talcual aqu le describimos, y hasta en honra suya y del ttulo de

    compatriota que con l nos une , estaraos dispuestos .conceder

    con Nisard, que hubo en l mas libertinaje de ingenio quede costumbres, y que entre sus epigramas los hay sabrossimos,

    y de una limpieza y gracia encantadoras; pero recurdese que.aqu venimos juzgar l y todos los poetas latinos que ci-tamos por su aspecto moral y por la influencia que bajo esteconcepto ejercieron en la sociedad de la cual se constituyeronen censores

    ; y en este supuesto creemos no pecar de severos

    en nuestras apreciaciones.

    Con aadir los escritores satricos hasta aqu mencionadoslos nombres de Sneca el lsofo que , olvidando un dia estedicta(h), y lo que peor es, envileciendo su carcter de hombre,

    escribi contra el emperador Claudio, quien poco antes hababajamente adulado, una burlesca apoteosis con el titulo de: .4po-ralnJiij7itosis transformacin en calabaza- de Apuleyo, elautor no original del Asno de oro,.cuadro, y no de mano maes-tra trazado, de la sociedad del siglo ii de nuestra era, y he

  • 54

    bremos completado el breve sumario que de la stira literarialatina nos propusimos trazar en esta segunda parte de nuestrosesludios. Mas cabe suponer que un pueblo como el de Roma,tan mimado por los demagogos primero

    ,

    por los triunviros des-

    pus y ltimamente por los Csares; y avezado permitirse conunos y otros libertades tanto mayores cuanto lo eran los servi-

    cios que de l exigan y sus bajas condescendencias con ellos,se contentara, confiando el manejo del ltigo unos cuantospoetas, con aplaudir sus rudos y certeros golpes, sin aadir

    escarnio al escarnio, insulto al insulto y los speros azotes

    por ellos descargados los desapiadados suyos?

    Los que sabemos cuan ocasionadas son las iras polticas echar mano de aquella arma fatal

    ,

    por mas que la expe-

    riencia diaria ensee todos que se torna siempre contra el

    que la maneja: los que hemos visto los bandos, cuando ven-cedores escarnecer sin piedad sus victimas; cuando ven-

    cidos vengarse clavando el venenoso aguijn de la stira ensus contrarios, para alzarse su vez sobre sus difamados ca-

    dveres, podremos suponer que se contentara con expresar ar-tstica y atildadamente sus enojos, sus desprecios, sus punzan-tes diatribas y hasta veces sus infamantes calumnias aquella

    plebe excitada hoy por los Gracos y maana por Mario contraun patriciado rico y altivo ; aquella orgullosa nobleza proscrita

    ayer por el vencedor de los Gimbrios, diezmadora maana delpartido del pueblo; plebe y nobleza burlada hoy por Gsar,maana por Augusto, para ser otro da objeto de las frias y cal-culadas crueldades de Tiberio y de las sangrientas locuras deGalgula?

    Verdad es que , juzgar por los monumentos escritos,

    pa-

    rece como que la stira popular en sus varias y atrevidas ma-

    nifestaciones estuvo muda en la poca de las mayores turba-ciones de Roma, en que daban la ley los puales funest-simos la libertad republicana de Mario y Sila, y los de Glo-dio y Milon, por ser de demagogos no menos liberticidas

  • que las espadas de Csar y de Augusto por ser de generales :

    mas al verla tan audaz, tan fecunda en medios de expresin

    desdelostiemposdel Dictador, esto es, desde que hay narradores

    que se ocupen en ella y consignen en las pginas de sus histo-

    rias sus atrevimientos y sus imprudencias , no puede menos de

    sospecharse que con igual saa esgrimira su azote en los tiem-

    pos anteriores. Porque ni los males de Roma , como hace poco

    decamos, nacieron de un golpe con el imperio; ni dejan de

    producirse iguales efectos cuando idnticas son las causas, aun-

    que sean distintos los lugares y tiempos en que obren. La

    cuestin podr ser de mas menos en la grandeza intensidad

    del efecto, no de existencia no existencia del mismo.

    Y al llegar aqu , al tener que resear la historia del geniosatrico en Uoma en sus manifestaciones no literarias, no es la

    escasez, es la abundancia y la diversidad de datos, y la dificul-

    tad y el acierto en la eleccin las que mas han de apui'arnos.

    Procuraremos ser en ella parcos y discretos. Tcito escribe de

    aquella ciudad, que no se callaba nada, nihil reticente. En otra

    ocasin la moteja de amiga de hablar de todo; urbs sermonwnvida, y en otra de fecunda en engendrar enemistades; fecmi-

    da gignend inimititias civitas. Y el grande historiador, ya losabis, la conoca tanto como por sus desgracias la compade-

    ca; tanto como pesar de sus defectos la amaba.

    Es j!ues innegable. Pioma, la ciudad novelera, la amiga de los

    chismes, la maestra en engendrar odios, cuya poblacin conde-

    nada la holganza para poder dar trabajo sus esclavos, po-da dar lecciones en lo que se llama entre nosotros matar el

    tiempo, distribuyendo este entre los espectculos del circo, los

    lgalos de las termas, las emociones de la curia y las largas

    plticas en los foros en los prticos; Uoma, lo hemos dicho

    ya, i)oseia el genio de la stira por lo mismo que encerrabaen s los infectos elementos externos de (pie esta se nutre

    , y

    las condiciones internas que para medrar nec(^sita.

    En el principio de este discurso os habl de los cantos sat-

  • s-ricos que entonaban los soldados que seguan el carro del ge-

    neral vencedor, y en los cuales se tomaban aquellos libertadesque hubiera sin duda castigado con pena de muerte la severadisciplina de los campamentos. No porque parezca extrao inusitado se deja de comprender que , recelosa y altiva la liber-tad republicana, colcase un esclavo coronado en el carro del

    triunfador para recordarle, en niiedio del desvanecimiento causa-do por el orgullo de la victoria, que era mortal; y un pantomi-mo bufn vestido de mujer entre los vencidos para escarne-cerles con sus gestos y miradas. Mas cmo explicar la cos-tumbre de burlarse en groseros versos satricos, ya de los de-fectos fsicos

    ,

    ya de las debilidades vicios del que , corona-

    do de laureles, victoriado por el pueblo , entre nubes de incien-so y bosques de enseas, y. seguido de reyes capitanes ven-cidos suba al Capitolio? Todos sabis, para no citar mas queun solo pero notabilsimo ejemplo, que ni el gran nombre deCsar, ni el prestigio sus victorias debido le pusieron cu-bierto de los soeces insultos de la soldadesca que , en medio delos atronadores gritos del lo triomphe, le cantaba aquellos tan

    conocidos versos:

    Urbani srvate uxores, moeclium calvum adducimus.Aiirim iii Gallia etTutuisli; lic sumpsisti miUuum.

    Guardad vuestras esposas. Romanos, pues traemos al cal-

    vo adltero. El oro que pediste aqu prestado lo disipaste en

    el lberlinagT en las Calas aquellos todava mas infamantes

    y no menos licenciosos

    :

    Gallias Caesar subegit, Nicomedes Ca?sarem.

    Ecce CBsar nunc triumphat, qni subegit Gallias :

    Nicomedes non triumphat, qui subegit C^sarem ;

    y en los cuales se recuerdan torpezas que no son para re-

    veladas.

    Ya comprendereis que si tales libertades se tomaban los sol-

  • 57

    dados la faz del dia y en lan solemnes ocasiones con su

    general victorioso, no deban ser menores las que el pueblo,

    ora oculta, ora pblicamente, se permiliria con sus Csares, con-

    tra los cuales , nterin llegaba el dia de la saturnal sanguinaria

    en que podia" manchar de lodo su prpura y arrastrar su cad-

    ver al Tber, disparaba sus dardos satricos en epigramas,

    pasquines, dsticos y estancias, recogidos no pocos de ellos

    por el infatigable y poco escrupuloso colector y narrador de

    ancdotas, Suetono, y con los cuales ha podido, tal es su

    abundancia , componer el escritor moderno Heinrchs una obraque hemos visto citada en Cant (1), con el titulo de Versusludicri in Romanorum CcRsares priores , olim coinjwsiti, yque sentimos no haber podido consultar. Permitidme que, si-

    quiera como muestras de estas manlcstaciones satricas mas po-

    pulares y libres, os indique algunas de las que en el autor de la

    vida de los doce Csares se encuentran registradas.

    Cuando el vencedor de las Calas abri los extranjeros laentrada en el orden senatorio . fijse en las esquinas un pas-

    qun amonestando los ciudadanos que no enseasen el camino

    de la curia los nuevos senadores, mientras que el pueblo

    cantaba

    ;

    Gallos Csesar in triumphum ducit, idem in curiam

    :

    Galli bracas deposuerunt, latum claviim sumpsenint;

    Csar que lleva los Calos n triunfo, les lleva tambin al

    senado; los galos que dejadas las bragas, se han vestidocon el laticlave.

    En otra ocasin aparecieron escritas estas palabras al pi de

    la estatuado Bruto: u Ojal que vivieses , ntinam vveres,

    y al pi (le la de Cesar estos 'fersos:

    BriUiis (|ui;i reges rejecit, consid prinuis facliis est:

    Ilic ([iiia cnsules ejecit, rex postremiis tctiis est.

    (i) fi.sioria universal. poca VI, cap. XVIII.

  • 58

    Bruto que expuls los reyes, fu el primero quien hicie-

    ron cnsul ; este por haber echado los cnsules, fu el ltimo

    quien hicieron rey (1).

    Acusbase Augusto, dice el mismo Suetonio, de ser enextremo aficionado los muebles de lujo, los vasos corintios

    y los dados: cierto dia, y esto era en tiempo de las proscrip-

    ciones,apareci esta leyenda al pi de su estatua

    :

    Pater argentarius , ego corinthiarius

    :

    Mi padre fu platero (banquero), yo fabricante de vasos corin-tios (2).

    Cuando Livia le hizo padre de Druso los tres meses de sumatrimonio , corri entre el pueblo un verso en griego que

    decia

    :

    A los afortunados les nacen los hijos los tres meses (3).

    Las crueldades de Tiberio y sus desavenencias con su ma-

    dre dieron ocasin que circulara multitud de epigramas (4),amen de varios dsticos en los cuales se lamentaban los males

    presentes y se predecan mayores para lo porvenir. H aqu dosde los que copia el citado bigrafo.

    urea mutasti Saturni saecula, Csesar :ncolumi nam te terrea semper erunt.

    Trocaste, Csar, la edad de oro de Saturno: tendremos

    la de hierro mientras vivas.

    Fastidit vinum, quia jam sitit iste cruorem:Tam bibit hunc avide, quam bibit ante merum.

    (1) SuET, Cesar, lxxx.

    (2) Id. Aiifj.

    (3) 1(1. Claud. I.

    (4) Hunc (Tiberium) (iiojiic aupcravere carmina, dice Tcito, incertiymitoribus vuUjata, in sanvilium mipcrbianiqae cjis, et discordem cum maircunimum. An. lib. I, Lxxn.

  • - 59

    Aborrece el vicio porque le aqueja nicamente la sed de san-gre, que bebe ahora con el ansia misma con que bebi antesel vino puro (1).

    Las infamias y los crmenes de Nern suscitaban , no yasarcsticos escarnios, que hubieran podido parecer hasta cri-

    minales atendida la gravedad de los excesos, sino gritos de

    indignacin cual estos, con que execraba el pueblo al vil mata-

    dor de Agripina

    :

    Nern, Orestes, Alcmeon, parricidas los tres.El nuevo esposo Nern ha asesinado su madre.

    Una y otra diatriba fueron escritas en griego (2)

    .

    Hubo una ocasin en que excitada hasta el frenes por el ti-rano la ira popular, se desfog esta en todo gnero de afrentas.

    Porque si los pueblos llevan con resignacin los males natura-

    les los que les vienen de fuera , no sufren con igual paciencia

    que se les insulte en sus padecimientos. Roma estaba experimen-tando los horrores de la caresta. En esto anuncia la voz pblica

    el arribo de una nave que venia de Egipto, granero la sazn

    del pueblo romano; la ciudad respira, se alegra, goza en la es-

    peranza cierta de una prxima distribucin de trigo. \ Desengao

    cruel ! aquel buque, fletado por Nern, venia cargado de arena

    para el circo. El pueblo se venga insultando al emperador en

    sus estatuas. A una de ellas le colocan en la cabeza un rizo de

    cabello de mujer con esta inscripcin en griego : li aqu elmomento del combate ; dlo en fin

    ; otra le cuelgan del

    cuello un saco de cuero, instrumento de suplicio de los parri-

    cidas, con esta leyenda: Qu poda hacer yo? Has mereci-do el saco

    ; y al propio tiempo , y aludiendo al alzamiento

    de Yindex en las Galias , se escriba del tirano en las columnas,

    ijuc haba con sus cantos dispertado los Galos excitasse

    Galloft canlando (3).

    (i) SUET. Tib. LIX.

    (2) 1(1. ero, xxxix.(3) I(i. ero, XLV.

  • GO

    Ni era menos audaz la stira cuando , despreciando el miste-rio de las tinieblas y depuesto el cobarde manto del annimo,levantbase buscando las ocasiones mas solemnes y de mayorpublicidad para encararse descocada insolente con sus vic-timas. Conocidos son de todos el desorden y la libertad quereinaban en los juegos pblicos, en el teatro y en las saturna-les, y no pocos pasajes de las romanas historias nos manifies-tan hasta que punto abusaba de ellos el pueblo para escarne-cer

    ,no tan solo sus opresores , sino hasta afamados re-

    pblicos y matronas respetables : que no faltaban mujeres re-catadas y virtuosas en Roma

    ,

    por mas que se complazca Juve-nal en acusarlas todas de desenvueltas y livianas.

    Con motivo de haber sido insultado cierto senador que, ha-biendo ido ver los juegos de Puzoles, no encontraba dondesentarse, Augusto, quien nadie igual, dice el ya citado

    Suetonio, en el nmero, variedad y pompa de los espectcu-los, reform la polica de los mismos fin de remediar la confu-sin y desorden que en ellos reinaban (1).

    Tcito dice del emperador Claudio que usurpando el oficiode censor, corrigi con rigurosos edictos los desrdenes pro-vocados por el pueblo en el teatro , donde hablan llenado deinsultos muchas damas -nobles y Publio Pmpenlo, varnconsular que daba las poesas los representantes (2).

    El mismo Tcito refiere que en tiempo de Tiberio,. y con-secuencia de haber sido escarnecidos algunos magistrados, hu-bo en el circo una verdadera asonada en la cual perecieron

    varios ciudadanos, soldados y un centurin, y fu herido untribuno pretoriano (3).

    Nern prob de suprimir la cohorte que solia asistir al tea-tro, escribe el citado historiador, fin, de dar esta apariencia

    (1) SUET. AltiJ. XLIV.

    (2) Tcito, An. XI, xiii.(3) Ib. An. 1, XXVII.

  • 61

    de libertad, y para que los soldados, quitada la ocasin de

    mezclarse en la licencia de los teatros, viviesen con mayor dis-

    ciplina; mas viendo que crecian los desmanes del pueblo con las

    parcialidades de los representantes , frecuente ocasin de dis-

    gustos,no se hall otro remedio sino echar de Italia los his-

    triones y volver poner en el teatro la guardia de soldados (I).

    A la licencia popular aadianse no pocas veces, si es queno servan para exitarla, las insultantes libertades de los acto-

    res. Refiere Suetonio que en la representacin de una atelana,

    uno de los histriones al recitar estas palabras de su papel : Sa-

    lud mi padre ; salad mi madre , se atrevi , remedandocon el gesto la accin de beber y la de nadar, recordar

    Claudio que habia muerto, como sabis, envenenado y Agri-

    pina, quien Nern habia intentado hacer morir ahogada; y aldeclamar el ltimo verso,

    Orcus Yobis ducit pedes ;

    Pluton os tira de los pies, seal con el gesto al Senado (2).Cuando Galba lleg por vez primera Roma, precedido de

    rumores siniestros y muy poco propsito para ganarle popu-laridad

    ,al recitar los actores aquel verso de una atelana :

    Vcnit , o , Simus a villa ;

    El villanoay ! regresa del campo, todos los espectadores

    acabaron una voz el resto de la estancia y repitieron varias

    veces aquellas palabras imitando los gestos del actor (3).

    Oh 4 al menos por esta vez, nos dir;n acaso los encomia-

    dores de la stira , tendris que convenir en la utilidad , sino

    (1) TCITO. An. XIII, XXIV, x\v,(2) SuET. ero, xxxix(o) Id. Galba, xui.

  • ^2

    de sus enseanzas, de sus castigos. El oprimido marca con el

    sello del escarnio la frente del odiado opresor. En vez del ce-tro de cascabeles del bufn ha empuado el azote de cu-lebras de la airada Nmesis, y parece como que se dilata elnimo el ver los Tiberios y los Nerones perseguidos por lasiras populares, cual Orestes por las Furias. Permitidme que pa-ra desvanecer este reparo ceda la palabra la historia: \ ojal

    que no fuesen perdidas para los satricos sus lecciones

    !

    Dejemos Csar y Augusto que si toleraron con nimo se-reno las stiras de que fueron veces objeto, tuvieron de so-bra con que indemnizarse de las heridas causadas por aquellas

    con el incienso que abundantemente se les ofreca ; al primero

    por la gloria que habia sabido conquistarse ; al segundo por

    la paz y la prosperidad que despus de tan largas y sangrientas

    contiendas habia logrado dar Roma. Vengamos los empe-

    radores que como Tiberio y Nern han sido , son y sern ob-jeto de execracin para el gnero humano.

    Insensible indiferente, dice del primero Suetonio, las

    invectivas, los rumores, los libelos que corran contra l,

    repeta menudo que en un Estado libre , libres deban sertambin la lengua y el alma (1). Ante tanto cinismo, qu sonlos slvos del escarnio?

    Fulcino Trion, esto lo narra Tcito, dej escritas en losltimos codicilos muchas cosas bien atroces contra Macron ycontratos mas principales libertos del Cesar; dndole tambin

    en rostro l con que habia vuelto los ejercicios de la ni-

    ez, convirtindose casi en foragido por su continua ausencia.

    Estas cosas tenidas ocultas por sus herederos,

    quiso Tiberio

    que se leyesen pblicamente , por hacer ostentacin de su

    paciencia contra la ajena libertad , porque ya no hiciese

    caso de su propia infamia, porque gustase, bien que costa

    (I) SUET. Tib. XXVlll.

  • G3 -

    de oir sus propias injurias, de conocer la verdad sin manchade lisonja (1).

    Suetonio dice de Nern que nada sufri con tanta pacien-cia como las stiras y las invectivas, y que con nadie se ma-

    nifest mas apacible que con los que le escarnecan en prosa yen verso: eque in ullos leiorem, qiiam qui se dictis autcarminihus lacessissent, exstisse (2). Era desprecio de laestimacin propia? El hijo de Agripina cometa la faz delpueblo mas infamias y crmenes que los que , ocultndose , leechaba en rostro la stira.

    Algunas veces sin embargo el dardo penetraba la piel enca-llecida por la crueldad y el cinismo, y al sentirse herido el

    tigre revolvase contra el temerario que le disparara el flechazo.

    Tcito cita muchos caballeros y personajes pertenecientes esa envilecida nobleza cuyas bajezas y adulaciones indignabanal mismo Tiberio, que fueron por este condenados muerte,por haber escrito contra l libelos y versos satricos ; y sabemospor el autor de la vida de los Csares que Caligula mandquemar vivo en el anfiteatro im representante de atelanaspor una chanza de doble significado que se atrevi dirigirle.

    Mas entre todos los actos de feroz venganza provocados porla stira ninguno mas horrible que el de Caracalla. El pueblo deAlejandra, ciudad, segn Filn, asaz dada escarnecerlo todo,permitise algunas chanzas contra el sanguinario cesar. Este

    se traslad aquel punto con gran pompa y como quien nadasabia de ellas; sacrific tranquilamente los dioses del pas,

    cuando ved ah que una noche, mientras yacian todos sushabitantes en el sueo, una seal dada los soldados delemperador, asaltando las casas, pasaron cuchillo cuantas per-sonas encontraron. Si hace estremecer de horror tan fra v bru-

    (1) Tac. An. VI, xwviii.

    (2) SuET. ero, x\xi\.

  • 64

    tal venganza, causa tambin hondo disgusto, por no decir in-dignacin, la imprudente ligereza de los que dieron ocasin ella. Placer bien funesto , sobre ser intil para su enmienda,irritar una hiena, cuando ya se sabe que esta se vuel-

    ve siempre respirando venganzas contra el que la ofende. Oh I

    si pudieran contarse las vctimas que la stira personal ha cau-

    sado, no dudo que dejaran de preconizarse las, excelencias deeste especilco contra toda clase de tiranias. La lucha del dbilcontra el fuerte , del oprimido contra el opresor debe entablar-se en otros terrenos y sostenerse con armas de mas puro tem-

    ple. La historia del cristianismo est llena de victorias en ellos

    y por estas alcanzadas.

    Permitidme que en obsequio la brevedad no haga masque indicaros, sin detenerme en ella, otra manifestacin de

    la stira, exclusivamente romana, pues que solo en este pueblo se

    encuentra; saber, los llamados codicilos satricos en que los

    nobles y los ricos desfogaban en los ltimos momentos de su

    vida, venganza tardiay con apariencias de cobarde, el odio

    que contra el tirano reinante hubiesen hasta entonces tenido

    guardado en sus pechos. Hablando J. Lipsio de esta costum-

    bre, dice que en los tiempos de Augusto el Senado quiso des-

    truirla,

    pero que este prncipe se opuso ello fundndose enque en aquel postrer acto de la ajena voluntad deba darse esta algn desahogo. Tcito nos ofrece repetidos y notables

    ejemplos de personajes que en sus ltimas disposiciones profi-rieron palabras injuriosas y satricas contra Tiberio , Macron yotros (1).

    Permitidme tambin que solo de paso os hable de la existen-

    cia en la antigedad romana del personaje que con el nombre deloco bufn en los tiempos medios, de Polichinela en Italia, yen Espaa de gracioso payaso tanto ha hecho rer nuestros

    antepasados y nosotros. Pioma lo conoci tambin bajo el nom-

    (1) TCITO ed. de Chnrp. i. 52i. Nota la pg. 248.

  • (jo

    brc griego de 7to>?bi, y los latinos de monis, sannits, ftiius etc.

    No es raro encontrar su imagen en los monumentos, y en es-

    tos ltimos tiempos hanse descubierto representaciones suyas

    en Herculano bajo el nombre originalisimo de civis otcllanus.Creo excusado deciros que el monis, el sannus romano repre-

    senta en la antigedad idntico papel al que hace el bufn en

    la edad media, y que, bien as como era este el personaje ne-cesario de los festines, torneos, reuniones feudales y demsfiestas, lo fu a((ucl de las bodas, banquetes, triunfos y otros

    regocijos en Boma. Y de cuan generalizada' estuviese la cos-tumbre de mantenerlos en sus casas los ricos, ofrcennos re-

    petidos testimonios Suetonio, Sneca, Marcial y otros; comonos lo da de su larga duracin aquel notable pasaje de SidonioxVpolinar en que nos dice de Teodorico II, asesinado en

    466,

    que tenia la costumbre de dar entrada en su aposento

    mientras comia sus farsantes y bufones. Hay sin embargo(|ue notar respecto del bufn romano un rasgo original y queno es i)ara omitido, saber, el ser quien tomando el nombredel difunto, si(|uiera fuese este un cesar, desempeaba elpapel mas importante en los funerales. En el entierro de Ves-pasiano, por el pueblo tildado de avariento, el bufn encar-gado de representar al muerto pregunt sus herederos cun-to debian costar las honras fnebres, y al contestarle estos que

    diez millones de sextercios; ahora bien, replic, denme cien mily arrojen, si les place, mi cadver al Tibor (1). En los funera-les de Juliano el Apstata, celebrados segn los ritos paganos,un personaje representaba la muerte y los bufones se divertanen burlarse de la apostasia y de la derrota del enemigo de lasrepresentaciones teatrales.

    Natural es suponer. Seores, que tan grande y variada co-pia de manifestaciones satricas escritas debia corresponder una

    no menor abundancia de ellas representadas, con tanta mayor

    (1) SUET. VtSp. \I\.

  • OG

    razn cuanto (jue, no existiendo en Roma ni tan apasionado nitan intenso cual lo liallamos en Grecia el puro sentimiento de

    lo bello, debi desagradar menos su pueblo lo que repug-

    naba al griego.

    Breve ser tambin en esta parle de mi trabajo. Los ya ci-tados en mi primer discurso Wriglit y Champfleury, y en es-

    pecial este ltimo, ban reunido sobre lo grotesco y la caricatu-

    ra en Roma cuanto basta para dejar satisfecha la curiosidaddel investigador mas codicioso. As pues, yendo en pos de ellos,

    no har mas que respigar durante brevsimos instantes en el

    campo donde tan abundante siega lograron.

    La primera y mas importante muestra de carcter pardico,

    acerca de cuyo origen griego romano podr disputarse, pero

    cuyo original potico es indudablemente latino, es una represen-

    tacin en caricatura de la fuga de Eneas despus dla destruc-

    cin d Troya, tan perfectamente calcada, por decirlo as, so-

    bre la bellsima descripcin que de aquel lance hace Virgilio;

    Ergo age, care pater, cervici imponere nostre : etc. (1)

    que podra muy bien servir , como dice el segundo de los auto-res citados, de ilustracin pardica este pasaje del poema. Lostres personajes del cuadro, Eneas, el anciano Anquises y el ni-o Ascanio se hallan representados en la misma actitud en quelos describen el poeta latino y los grabadores de piedras precio-

    sas que en l se inspiraron; solo que en la caricatura su autor

    les ha pintado todos con cabeza y rabo de perro y con patas,

    parece que del mismo animal, Ascanio y Anquises.A los que extraen que el espritu de escarnio , matador del

    entusiasmo artstico , se haya atrevido la obra mas impor-

    tante y nacional de la literatura romana , les recordaremos que

    ya los poemas de Homero , segn dejamos apuntado en otraparte, haban sido el principal y mas comn objeto de los sy-

    (1) ViRii. Eli. lib. II, V. 707 y siguientes.

  • 67

    los stiras pardicas entre los Griegos; y que en todos tiem-

    pos las creaciones de los grandes int,'enios,torcedor de los ta-

    lentos medianos y suplicio de las almas ruines,r han sido ridi-

    culizadas por los que, incapaces de igualar sus grandes resplan-

    dores, creen mas cmodo y hacedero empaarlos para que maslirillen los escasos suyos.

    La antigedad crey desde los tiempos de Homero, que por

    vez primera los menciona, en la existencia de los pigmeos y en

    sus luchas con las grullas que en los rigores del invierno iban

    buscar fcil y sabroso pasto en los exiguos cuerpos de aquellos.

    Podia darse nada mas propsito para parodiar los combates

    picos las luchas atlticas que las ridiculas batallas de los tales

    enanos con aquellas aves, que los arrebataban veces en su vue-

    lo? Las pareilesdc llerculano y de Pompeya y los vasos anti-

    guos nos ofrecen repelidas muestras de pinturas en que se ve

    tos pigmeos venablo en mano, embrazando anchos .escudos y ar-mados de yelmo y coraza peleando con grullas. En varias de aque-llas representaciones es imposible no reconocer cierta intencin

    pardica; como tampoco cabe dudar que la hubiese en losjuegosdel circo con que se celebraban veces las saturnales, y en los

    cuales mujeres inhbiles en el manejo de las armas imitabanlos ejercicios blicos de las amazonas, y nios disfrazadosde guerreros enanos luchaban entre si con las grullas que les

    echaban para mas excitar la hilaridad de los espectadores (1).Champfleury ha consagrado este asunto con el Ululo de Le-ijenda de los pigmeos, un capitulo de su historia de la carica-lura que, por lo mismo que es el mas nutrido y abundante vnilustraciones de su obra, me ahorra el extenderme en una mate-ria en la cual nada nuevo podria deciros.

    Con el ttulo de el taller de un pintor se ha dado variasveces la estampa la copia de un fresco, descubierto tambin

    (I) EsTAc.io, Ijli. [, Silv; VI.

  • os-en Pompeya, que representa un pintor sentado cerca de un

    caballete en actitud de estar copiando el modelo que tiene de-

    lante. A la derecha del espectador hay dos personajes uno delos cuales seala el cuadro con la mano. Detrs de ellos se ve

    una gTulla. A la izquierda y formando grupo , hay otras dospersonas una de las cuales parece como que est moliendo co-

    lores sobre una mesa; y en el fondo uno, quien puede tomar-

    se por un discpulo, sentado de espaldas, pero volviendo

    la cabeza con maliciosa curiosidad hacia el pintor y su mode-lo y sin atender por lo tanto al dibujo que est haciendo. To-dos los personajes del cuadro son enanos, y en sus actitudes yen sus semblantes se descubre la exageracin de la caricatura.

    Quiso el autor del fresco aludir, como pretende Luis de Ron-chand, la decadencia del arte , es acaso tan solo una stira

    personal contra algn pintor contemporneo? Atendida la inten-

    cin de parodiar algo, aqui maniilesta, nos inclinamos dar por

    mejor la segunda conjetura.Despus de estos ejemplos mas notables de caricaturas y pa-

    rodias representadas, escaso inters lograran ofreceros los que

    pudiramos citar de figuras satricas, ya de animales, ya de

    seres fantsticos, ya de hombres con cabeza de aves y cuadr-

    pedos que se encuentran grabados pintados en paredes, me-

    dallones, piedras, sortijas, bronces y otros objetos de utilidad

    y ornato, y que es fcil ver en los museos y en las obras des-

    tinadas popularizarlos. Permitidme pues que me contente con

    indicar su existencia poniendo coa ello fin este mi sobrado

    extenso discurso acerca de la stira latina.

    Al llegar aqu y bosquejada la historia de esta en la abun-dante variedad de manifestaciones con que se ostenta, ya que

    mas que cual en un asunto de mera curiosidad y agradable pa-

    satiempo,venimos ocuparos en ella bajo el punto de vista de

    su inlucncia en la sociedad y en el individuo, no me habis

    de consentir que, siijuiera por breves momentos y cual lo hice

    en mi anterior estudio de la stira griega, me detenga para

  • 60

    preguntarle esta jactanciosa maestra de costumbres 'que,azote en mano y grotescamente contonendose, nos sale alencuentro donde quiera que tendamos la vista con la pre-tensin de instruir y corregir castigando y riendo , qu ense-anzas lia dado

    ,

    qu desagravios ha deshecho,

    qu tuertosha enderezado?

    esde los versos saturninos , stiras groseras de costumbrestan livianas como incultas, hasta Apuleyo, ingenio viciado, pin-

    tor plagiario y digno representante de una literatura en suagonia y de una sociedad en completa descomposicin, qu lec-ciones aprovechadas

    ,

    qu vicios desterrados,

    qu males desa-parecidos, qu preocupaciones destruidas puede sealarnos la s-tira como gloriosas conquistas por ella alcanzadas? A aquel bulli-dor y desbordado torrente de corrupcin moral de cada dia en-

    grosado, hoy por las cenegosas aguas que lleva l la vencida

    Grecia; maana por las turbias oleadas de vicios repugnantes

    y torpes creencias con que vienen enlodarlo los pueblos de-

    gradados del Asia y el Egipto ; otro dia con las sucias intihra-

    ciones que afluyen l desde el mundo brbaro, y que arras-

    tra en su arrebatado curso la libertad republicana, la se-

    vera disciplina antigua y la religin de la patria, y con ellas elloro, la curia, el pretorio y el capitolio, smbolos de todas lasromanas grandezas; aquel espantoso torrente de corrupcin,

    repelimos, qu dique ha opuesto, para desviarlo, para dete-ner siquiera fuese por algn tiempo su demoledor empuje? EnRoma, cual en todas partes y acaso mas que en otras, la stira,

    relajada y codiciosa de popularidad en IMauto, escptica enHoracio, reveladora imprudente de inmundas torpezas en Pe-tronio, sucia veces y exagerada en la pintura de los malesen Juvenal, provocadora de venganzas en manos del vulgo,

    pocas veces casta, menos contenida, nunca previsora, no hace

    mas en su larga carrera que revelar enermedadcs moralesque, por lo mismo que debian tenerse por humanamente incura-bles, dadas las condiciones en que las sociedades paganas vivian,

  • 70.

    mas eran, para compadecidas para sujetas otro rgimen demayor eficacia, que para encarnecidas con culpable ligereza tra-tadas. Excitando odios en una sociedad que por desgracia, se-gn la feliz expresin de Tertuliano, no sabia mas que aborre-cer; fomentando el egosmo en un pueblo que moria de estemal

    ; aadiendo incentivos al epicurismo que i'oa su existencia,parece como que se goza en embotar las almas, dndoles en es-pectculo los males morales de a romana ciudad, de la mismamanera que esta mataba la sensibilidad de sus habitantes har-tando sus ojos con la vista de hombres que se despedazaban unos otros en los anfiteatros.

    Si al menos hubiese sabido sobreponerse las preocupa-

    ciones polticas, sociales y religiosas! Mas lejos de esto, ni leirritan, antes por el contrario aplaude, las sangrientas violencias

    de la conquista; ni las iniquidades de la esclavitud, lepra del

    paganismo, le dan grima, caso que no haga mas aborrecibleal esclavo con pintrnoslo abyecto y ruin , instrumento ycausa de la corrupcin de sus seores; ni le ofende la lumi-

    llacion en que vive la mujer, motivo de caer en bajezas y deentregarse asquerosas deshonestidades; ni en suma le repug-

    nan los horrores del anfiteatro, capaces ellos solos de apagar

    toda chispa de virtud y de sentimientos, delicados;; sino que

    los ensalza y se goza en describirlos lo mas poticamente quesabe.

    Tendr necesidad de recordaros que cuando Juvenal es-criba sus stiras contra las mujeres , las bajezas de los par-sitos, las liviandades de los protegidos de los ricos y el

    lujo de los banquetes, haban perecido ya- en la misma Uomamillares de esposas honestas, y de viudas y vrgenes recatadas,

    mrtires de la castidad ; de mancebos que preferan la muerte la infamia; de ricos varones que haban hecho almoneda de sus

    bienes para dar su producto los pobres; de personas en fin de

    todas clases, edades, sexo y condiciones que proclamaban en

    medio de los mas atroces suplicios una religin basada en el

  • 71

    amor, y cuyas creencias y cuya moral eran las nicas que podian

    volver el vigor del cuerpo y la salud del alma aquel pueblo de-gradado y enfermo? He de recordaros que cuando Apuleyo y elgriego Luciano reanse , como quienes los tenian por irreme-

    diables, de los males de las sociedades paganas, la religin del

    Crucificado llevaba ya muy adelantada la transformacin delmundo antiguo, y hablan desaparecido para no pocos, pruebade la eficacia del remedio, multitud de las graves enfermedades

    por Juvenal denunciadas y credas incurables ? j Oh ! Porqu nodecirlo? los escritores satricos dotados de ojos de lince paradescubrir el mal, parece que para ver el bien los tienen de topo.

    Atisban, por lejos que anden de ellos, los vicios, y no

    aciertan distinguir las virtudes con quienes de continuo se

    encuentran.

    Hacia mas de tres siglos que existan en el imperio dos Ro-

    mas; la una decrpita ya y carcomida hasta los huesos que su-

    ba arrastrndose al Capitolio ; la otra sana y vigorosa que aca-

    baba de salir de las catacumbas. Esta, que no saba aun mas

    que amar, ignoraba lo que era stira : aquella estaba harta de

    emponzoarse con ella. Cierto da : el paganismo estaba ago-nizando : un emperador cinico en el porte , en el obrar artero

    y de alma entenebrecida con extraos errores, se sent alacabecera del moribundo, y creyendo que el nico medio dedevolverle las fuerzas era quitrselas la nueva sociedad , se

  • rl

    contra los Persas, al sentir que se le acababa la vida, cogi un

    puado de su sangre coagulada y arrojndola contra el cielo,grit diciendo : Venciste^ Galileo. Permitidme que repita la pre-

    gunta que os diriga la otra noche. Qu seria hoy del mundo,qu de los hombres, si en vez del Galileo hubiera sido el cnico

    Csar , ltimo representante de la stira antigua,

    quien hu-

    biese vencido?

  • DISCURSO TERCERO.

    SeOP^ES:

    Cuando con el Apstata dejaba de existir como religin oti-cial el paganismo, desde el reinado de Constantino herido de

    muerte, la vieja sociedad simbolizada en la Roma pagana, eusu exterior tenazmente batida por la oleada de cada dia cre-

    ciente de los pueblos brbaros , carcomida en su interior })or

    sus propios vicios y por los males de una administracin ruino-

    sa, se extingui sin fuerzas, sin aliento, sin gloria, manera

    de mermado rio que , despus de haber regado dilatadas co-marcas, viene sepultar aguas, corriente y nombre en otro

    que , humilde arroyo al nacer, se ha engrandecido con sus des-

    pojos y los de sus afluyenles.

    A la edad que liue con la muerte de a(|uella sociedad se leda el nombre de antigua. De media se ha calificado, y con no-

    tabilsimo acierto , la que iba reemplazarla en la misteriosa

    cadena de los siglos,y en la mas misteriosa aun de los acon-

    tecimientos. Ni aquella bajaba al sepulcro sin dejar huellas desu paso , ni esta iba comenzar su carrera en todo el vigor de

    su existencia y cual astro que da calor, luz y vida desde que

  • se levanta sobre el horizonte. La edad media estaba destinada

    ;i recoger la herencia de cuanto bueno malo habia producidola antigedad , bien que con el especial deber , fuer de cris-

    liana, de depurar lo primero y destruir de lo segundo cuanto

    no pudiese ser de provecho la sociedad naciente. Debia ha-

    cer mas; debia amoldar al tipo social y humano por el Evan-gelio creado los cerriles y feroces pueblos germanos desti-

    nados por la Providencia, si servir hoy de instrumentos de

    ruina para la sociedad antigua, ser maana elemento devida de los pueblos nuevos : y h aqu que apenas nacida, en-cuntrase llamada un trabajo de asimilacin, perfeccionamien-to y transformacin infinitamente superior sus fuerzas.

    Por fortuna para ella en medio del derrumbamiento de lassociedades paganas, de la tumultuosa anarqua en que vi-

    van los pueblos nuevos, del desconcierto de instituciones,

    del choque de intereses, del caos de ideas y del antago-

    nismo de doctrinas qued en pi y hasta se levant sobre eluniversal estrago un poder que , como divino, fu por todos

    acatado; y este poder , que no era otro que la Iglesia , acep-

    tado como de origen celestial, cuando los que pugnaban

    por levantarse no reconocan otro que la conquista; fundado

    en la opinin y en las conciencias , mientras que los dems seapoyaban nicamente en la fuerza del brazo y en el temor dela espada , fu el que tom sobre s la ardua tarea de dirigir yfacilitar aquel trabajo, de todo punto irrealizable cuandomenos de ejecucin muy lenta carecer la naciente edad deaquella fuerza moral directora. La sociedad fu en aquella oca-

    sin,y no hay escuela liislrica que no lo confiese, salvada,

    organizada y dirigida hacia un porvenir mejor por la Iglesia.Ardua, si, era la tarea que debia esta llevar cabo. Las

    sociedades no se cambian , como dice Lamartine,

    Comme aii coup de sifflet des dcorations.

    Pasarn siglos y siglos antes que los pueblos de los tiemposII

  • 10

    medios vean fundirse en un todo armonioso lo bueno y dignode conservarse de los elementos latino y germnico con losanto y permanente del cristianismo. En aquella lucha de inte-reses morales y materiales; en aijuel tropel de ideas, sentimien-

    tos, aspiraciones, costumbres, preocupaciones y creencias, si

    bien todos reconocen y siguen una bandera , si bien reciben yostentan todos en la frente el mismo signo , el de la humana re-dencin, son muchos los que piensan, sienten, creen y obrancual si no marcharan la sombra de la divina ensea. Elagua del bautismo de virtud milagrosa para borrar los pecados

    del germano del pagano y atraerle las gracias de lo alto , noestaba dotada de igual eficacia para destruir de repente sus

    viejos hbitos,quitar de su corazn todo fermento de barbarie

    y borrar de su alma todo apego sus viejas preocupaciones.He de recordaros el sin nmero de decretos de conciliosencaminados desarraigar errores, prcticas religiosas y cos-tumbres paganas germanas, y c{ue si son por un lado honro-so testimonio del constante empeo, del celo ardoroso de la Igle-

    sia para destruir aquellos elementos contrarios la civilizacin,

    por serlo al espritu del cristianismo , dan conocer por otro latenacidad con que se conserva y tiende corromper lo nuevo

    aquello que, por mas popular por mas en armona con nues-tros aviesos instintos, est destinado vivir mas tiempo?

    Como en toda lucha humana, y la de la Iglesia con losmuchos elementos corruptores que en la sociedad cristiana sehablan infiltrado lo era, sino por su objeto y su fin, por elcarcter de los combatientes, unos y otros contendedores gas-

    taron en ella una buena parte de sus fuerzas; y aunque vence-dora aquella , acab por inficionarse con los males que con in-(juebranlables constancia y firmeza combata. Debiendo dar cidradaen sus filas los mismos brbaros quienes acababa de engalanarcon la alba vestidura de los nefitos, pero que conservarn de-bajo de ella su ruda selvatiquez y sus turbulentos instintos, laIglesia, pura siempre en su doctrina y en su moral, no pudo

  • 7G

    evitar, ni que se manchara su tnica con el polvo del combate

    y con el barro de la tierra, ni que le comunicaran algo desu rusticidad

    , de su carcter de fiera independencia y de suapego los goces materiales aquellos hombres quienes, lavez que las puertas de los baptisterios, franqueaba el ingresoen las celdas de sus cenobios , en los coros de sus baslicas

    y hasta en sus sillas episcopales.

    Asi pues la edad media se inaugura con una lucha entre elcristianismo y las dos idolatras pagana y germana; entre la Igle-sia y la sociedad por ella regenerada

    ; y hasta dentro de aquellamisma

    ,entre la porcin escogida del Seor que ha vuelto las

    espaldas al mundo, y la que mas que servir este, se sientealraida aun por los bienes y goces de la tierra. Y como en todacontienda, sobre todo cuando lo es principalmente de ideas yde intereses morales, es la stira una de las armas de que,

    para mal de todos, echan mano los luchadores, con reconocerla existencia de aquella, deberemos dar por cierta la de esta.Habr pues stiras contra la Iglesia y contra sus ministros,porque combate el mal y porque , pesar suyo , se infiltra esteen ella.

    Mas como no es uno solo el palenque, ni nico el objeto dela contienda; como en toda sociedad que se constituye se

    transl'orma, adems de los intereses religiosos y morales, tienenque discutirse, establecerse y fijarse los sociales y politices, ydeslindarse las clases, distribuirse los poderes y determinar-

    se sus respectivos derechos y deberes, todo lo cual, especialmente

    en pueblos rudos, poco sufridores de ningn freno ignorantesde polticas combinaciones, debe dar ocasin cambios brus-

    cos, trastornos, atropellamientos; necesario era que ademsde aquella se entablasen en la edad media encarnizadas peleasen el orden de los intereses sociales y politices, y en pos de es-

    tas, de los materiales, en gran parte dependientes de ellos. Yno solamente las hubo , sino que durando toda la edad me-dia, baj esta sumergirse en el mar de los tiempos dejando

  • Ti

    aun con las armas en la mano los combatientes en unos puntos,

    en otros batallando con furor de dia en dia creciente, y en mu-

    chos sin poder traslucir siquiera cuya era la razn y cual po-

    da ser el xito del cmbale. Hoy son los guerreros que vienen

    las manos con los reyes, de quienes eran ayer comensales fan-tr ustiones) la par que subditos, para ponerlos bajo su robusta

    planta maana : otro dia ser el resucitado imperio que , con

    el auxilio de la Iglesia, tendr momentneamente raya alaturbulenta invasora nobleza germana. Poderosa esta al dia si-

    guiente por las tierras conquistadas y poj^ la debilidad de los

    descendientes de Carlomagno , organizar el feudalismo y opri-

    mir con su peso, como el macizo castillo la tajada pena que

    lo sostiene, ala monarqua cuyo cetro ha tendido su diestra, y la tmida muchedumbre de sus siervos cuya garganta con la si-niestra oprime. Hoy vendrn las manos sobre intereses enapariencia mundanos, bien que en realidad sagrados para el pon-

    tificado, este y el imperio , debilitndose uno y otro en con-

    tienda tan funesta, con provecho de los reyes y del pueblo,

    quienes adunando sus fuerzas, humillarn otro dia su comnenemigo el feudalismo. Tambin en tan encarnizadas querellas,en tan varios palenques y por tan diversos combatientes soste-

    nidas ser la stira una de las armas que con mas vigor y en-

    cono se maneje. Fuerza es sin embargo convenir, y permta-senos adelantar esta idea en la cual tendremos que insistir

    mas adelante que, por efecto de la ndole de los tiempos, aque-

    llas luchas que eran y deban serlo de principios, lo fneron por

    lo comn de personas.S estas verdaderas batallas mas generales importantes,

    en que lomar partido la stira el dia en que llegue tener el

    pueblo conciencia clara de los intereses que se ventilen y de la

    parte con que su bien mal estar contribuyan, aadimos la

    lucha entre el bien y el mal , lo real y lo ideal , los encontrados

    intereses de cada da, y los opuestos sentimientos, afectos

    deas; y si agregamos todo esto una como innata preds-

  • posicin en los pueblos de la edad media al escarnio y la pa-rodia

    ,cierta inclinacin lo grotesco y lo feo , tendremos in-

    dicados los principales motivos , no solo de la existencia de la

    stira en aquella edad , en contra de lo que de su espritu

    cristiano y de su carcter pico debia esperarse ; sino de la ex-

    traordinaria variedad de sus manifestaciones, del sin nmerode sus obras y hasta de lo audaz y veces impio de su tono,

    tanto mas sorprendente para los que no conocen fondo esta

    incalificable y todava no bien estudiada edad histrica, cuan-

    to parece estar en cantradiccion con la idea que de ella se tiene

    por lo comn formada.Y en efecto

    ,

    por ventura nunca fu la stira tan universal yvariada como en los tiempos medios

    ,y entre sus diversos pue-

    blos en ninguno acaso tan cultivada como en Francia. Hablandotodos los idiomas desde el latin culto hasta el vulgar, desde

    las jergas rsticas hasta las lenguas ya perfeccionadas de losminnesingers, troveros y trovadores; valindose de toda clase

    de instrumentos desde el lad del juglar callejero hasta el arpadel trovador feudal, desde el delicado la par que licencioso

    pincel del pintor de miniaturas hasta el fecundo y atrevido cin-

    cel del picapedrero; sirvindose de todos los medios de expre-

    sin desde la cancin el sirventesio, del cual ya nadie se acuer-

    da al siguiente dia, basta las representaciones en piedra que

    durante siglos repetirn la idea el hecho parodiado las ge-

    neraciones que pasen por delante del gtico monumento don-

    de las esculpi el artista; hoy subiendo los tablados im-

    provisados en los claustros de las iglesias debajo de las bve-das de las catedrales, de donde se har arrojar por sus irreve-lencias y atrevimientos, para encaramarse otro dia en los tea-

    tros levantados en las plazas y mercados pblicos, ir de ao

    en ao, de siglo en siglo y de edad en edad recogiendo al paso

    cuanto crea convenir su propsito de hacer reir los que

    creen, que por desgracia son muchos, que todo se remedia con

    risas , burlndose de todo,

    parodindolo todo,

    y arrojando el

  • 10

    sarcasmo todas las clases, todos los hechos, y hasta no po-

    cas veces, cuando le ciega el encono, instituciones venerandas

    y santas creencias. A la manera del antiguo acompariamientobquico, la mascarada gtica, dice Lenient, mas ridicula yfantstica que aquel, atraviesa la edad media voceando, can-lando y riendo. En ella vienen confundirse todos los reinos dela naturaleza

    ,y codearse y confundirse las clases todas de la

    sociedad, caballeros, monjes, villanos, mercaderes y reyes. Ala cabeza y como directores de la comparsa marchan el zor-ro

    ,el diablo y la muerte. En su acompaamiento figuran los

    trovadores y los troveros, los juglares y los saltimbanquis, losbufones y los locos, agitando estos su ridiculo cetro incen-

    sando con humo de zapatos su recien elegido papa , cubiertocon su tiara de cartn. Entre las filas de la abigarrada comitiva

    marcha un indescribible y fantstico carnaval de dragones, ta-rascas, endriagos, vvoras y salamandras, sirviendo como de

    guardia de honor al asno ; al asno que, una vez al ao, entrar;';

    triunfalmente en el templo , donde hallar centenares de vocesdispuestas hacer coro sus atronadores rebuznos; cerrando tan

    rdula procesin, en Francia, hs clrigos de a basoche (1),.que asistirn al entierro de la grotesca mascarada y de la edadmedia sin inquietarse en lo mas minimopor lo que pueda

    -en pos

    de ellos venir, y que cierta agitacin de los espritus anuncia

    como prxima, saber, la llamada reforma.

    No es verdad, Seores, que al ver uno desfilar por delantede su fantasa este coro, esta comparsa satrica en la cual se

    halla al parecer representada toda la edad media, se le ocurre

    preguntar si esta edad pas por el teatro de los tiempos nica-

    mente rindose y haciendo gestos y contorsiones, la manera de

    esos arlequines grotescos que salen en nuestros circos diver-

    tir al pblico en los intermedios? No es verdad que se llega dudar de si servia para nada mas que para loquear, escarne

    -

    (1) La saire en France an innijcu n(ji', p. I .

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    rerlo, parodiarlo todo y dar culto lo feo, esla sociedad que

    en todos sus pueblos, pero especialmente en Francia, hace al

    parecer de la stira su arma predilecta , el gnero favorito mimado de sus obras poticas

    ,y la esculpe en sus monumen-

    tos,y le da entrada en los templos y en los palacios , y la in-

    troduce en sus diversiones,y hasta permite que forme parte de

    sus costumbres as privadas como pblicas?

    Lo indicamos antes de ahora: la edad media es incalificable,

    y lo es porque, cual en toda poca de transicin, encuntranse enella como en germen y en estado de fermentacin todos los ele-

    mentos que, combinndose despus de repetidas luchas, de ensa-yos continuos y de frecuentes transformaciones, han de producir

    las nuevas sociedades. Y he aqu porque se v, y cuandobien se la conoce sin extraeza , al lado de la gesta de Rolan-

    do el poema del Zorro ; el de la Rosa compartiendo el general

    entusiasmo con la Divina Comedia ; la catedral gtica respirandosublimidad en su interior y en su exterior dispertando mas de

    un sentimiento liviano, provocando mas de una sonrisa malig-

    na ; las ostentosas y graves solemnidades pohticas y religiosas

    disputndose en algunos pueblos el favor del pblico con la fies-

    ta del papa de los locos,y alternando los dramas litrgicos con

    la misa del asno. Y he aqu porque igualmente se equivocarael que la calificase tan solo de pica, melanclica, devota ysacerdo