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Apunte 4° año- Unidad 1TRANSCRIPT
Historia
4° año “A” y “B”
Ciclo Lectivo: 2015
UNIDAD 1
“Revolución y Guerra en
el Río de la Plata”
Profesoras: Julieta Barrera y Consuelo Navarro
REVOLUCIÓN Y GUERRA EN EL RÍO DE LA PLATA
INTRODUCCIÓN
Antecedentes y Desafíos de la Revolución de Mayo
Las jornadas de Mayo de 1810 representaron el inicio de un proceso revolucionario que culminaría con la
independencia de las colonias americana. Sin embargo, la Revolución de Mayo cuenta con antecedentes que se
remontan hacia fines de siglo XVIII.
Durante el siglo XVIII, la dinastía de los Borbones en España intentó redefinir el vínculo colonial, para otorgarle
mayor flexibilidad al comercio y fomentar la economía para aumentar los ingresos de la Corona, y reorganizar la
administración del vasto territorio americano para evitar el contrabando. Sin embargo, las Reformas Borbónicas
generaron tensiones entre las autoridades españolas y varios grupos de la población americana. El aumento de
impuestos y los nuevos cargos administrativos en manos de peninsulares aumentaron el descontento de las elites
criollas. Por otro lado, ninguna de las reformas mejoraba las penosas condiciones de vida de la mayoría de los indígenas.
Las tensiones sociales acumuladas en las colonias estallaron en movimientos que cuestionaron el dominio español.
A su vez, a principios de siglo XIX comenzaron a circular de manera clandestina entre las elites criollas las ideas
de igualdad surgidas la Revolución Francesa (1789). Por primera vez se había proclamado la existencia de los derechos
que todo hombre posee como hombre y como ciudadano, a partir de un principio hasta ese momento desconocido: la
igualdad ante la ley. De igual manera, la Independencia de los Estados Unidos (1776) sirvió como ejemplo para los
criollos de que levantarse en contra del poder colonial era posible. La influencia de estas ideas de en las elites criollas
motivarán las posiciones más radicales durante las jornadas de mayo.
Otro antecedente importante son las invasiones inglesas. Como consecuencia de la debilidad de España en sus
colonias y de la necesidad de Gran Bretaña de encontrar nuevos mercados donde colocar sus manufacturas en 1806 y
1807 el Río de la Plata fue invadido por tropas británicas. Las invasiones inglesas al Río de la Plata demostraron que
España estaba seriamente debilitada y que no podía ni abastecer correctamente ni defender a sus colonias. Esta
debilidad se expresó en el comportamiento sumiso que adoptaron las autoridades españolas frente a los ingleses y por
el otro, en la escasez de tropas regulares capaces de defender la ciudad. A su vez, la necesidad de dar respuesta a las
invasiones generó un proceso de militarización de la sociedad porteña, que les otorgó un nuevo estatus a los criollos,
debido a la superioridad numérica en las milicias y abrió posibilidades de ascenso social para los sectores populares
urbanos. El libre comercio establecido por los ingleses en Buenos Aires y Montevideo acentuó el rechazo por el
monopolio español.
Finalmente, como antecedente detonante debemos nombrar a las consecuencias de las guerras napoleónicas
en las colonias americanas. En la última etapa de la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico intentaba consolidar
el predominio de Francia sobre toda Europa. En ese contexto, en 1807 Napoleón Bonaparte invadió España. El Rey
Carlos IV y su hijo, el príncipe Fernando, renunciaron a su trono a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte y
fueron hechos prisioneros. En varias ciudades españolas, ante la ausencia del rey se recurrió a la doctrina de la llamada
retroversión de la ciudadanía. Según este principio, el depositario último de la soberanía era el pueblo, que la trasfería
al rey mediante un pacto de sujeción. En ausencia del monarca legítimo, el pacto quedaba roto y el pueblo podía
reasumir sus derechos soberanos. Con este justificativo, se formaron Juntas de Gobierno con el objeto de organizar la
resistencia contra los invasores, coordinadas por la Junta General de Sevilla.
En 1809, ante la debilidad de su situación, la Junta General de Sevilla declaró que las posesiones españolas en
América eran reinos y no colonias. Esta sanción implicaba el reconocimiento de la igualdad jurídica y habilitaba a los
americanos a enviar diputados en las próximas cortes generales. Aunque los americanos reiteraron su lealtad al rey
prisionero, las autoridades virreinales les prohibieron la formación de Juntas similares a las españolas por consideran
que menguarían su propio poder. Estas medidas fueron muy resistidas en América y el desprestigio del poder colonial
aumentó. En 1810, cuando la Junta General de Sevilla cayó ante el avance francés, los cabildos americanos decidieron
no prestarle obediencia y crear sus propias Juntas de Gobierno, haciendo uso del principio de retroversión de la
ciudadanía y de la igualdad de las colonias con el resto del reino Español. Las Juntas de Gobierno asumieron
provisoriamente la soberanía, poniendo en marcha un proceso revolucionario que habría de concluir, años después,
con la independencia de los territorios hispanoamericanos.
Luego de la Revolución de Mayo, la primera Junta de Gobierno patrio, formada en 1810, rápidamente se
encontró con grandes desafíos para lograr sus dos objetivos principales: consolidar el proceso de independencia y la
construcción un gobierno autónomo y soberano. Desde la Semana de Mayo de 1810, los criollos americanos del Río de
la Plata debieron enfrentar diversas tareas que significaron grandes obstáculos y dificultades. Estos obstáculos y su
compleja resolución, nos ayudan a comprender por qué en el caso argentino, la conquista de la Independencia no se
tradujo en la consolidación del Estado Nacional Argentino sino más bien, en la formación de Estados Provinciales
autónomos alrededor de 1820.
La Revolución de Mayo dio comienzo a las Guerras por la Independencia y así, una de las tres tareas
fundamentales que debió asumir la Primera Junta fue organizar un Ejército Revolucionario. De esta manera, el proceso
de militarización de la sociedad porteña que comenzó a partir de las Invasiones Inglesas se acentuó, y se extendió a
todas las regiones que se sumaron a la causa revolucionaria.
Al mismo tiempo que la Primera Junta debía constituir un Ejército Revolucionario, también debía consolidar su
poder y autoridad dentro de lo que fue el Virreinato de La Plata. Para esta tarea, se enviaron representantes de la
Junta de Gobierno a las distintas regiones que conformaban el virreinato para que cada una de estas zonas incorporase
representantes a la nueva Junta de Gobierno. Las intenciones del Cabildo porteño se orientaban a dos objetivos: por
un lado, la adhesión de todas las regiones del ex virreinato a la Revolución; y, por el otro, el reconocimiento de la
autoridad del Cabildo de Buenos Aires como legítima heredera del poder español en el territorio del virreinato.
Sin embargo, no todas las regiones que habían conformado el Virreinato del Río de la Plata adhirieron a la
causa revolucionaria. Y además, algunas de las regiones que manifestaron su voluntad de ser independientes del
dominio colonial español, renegaban del liderazgo de Buenos Aires tanto en la Guerra de Independencia, como en la
tarea de conformar un nuevo gobierno en la región, como el caso de Paraguay, Uruguay y Bolivia. Otras zonas como el
Perú, quedaron en manos de los realistas y sólo lograron su independencia al finalizar las Guerras (1810-1824). Esta
situación ocasionó la fragmentación del proceso revolucionario en diversas regiones con autoridades políticas y
militares autónomas, lo cual ayuda a comprender la fragmentación política que finalmente tuvo el continente
americano luego de la caída del Imperio Español y significó la ruptura del espacio económico peruano, que abarcaba
todo el sur del continente desde los territorios del actual Perú, hasta las regiones del Tucumán, Buenos Aires, y Chile.
A los problemas que tuvo que enfrentar la Junta de Gobierno en su lucha por consolidar las conquistas de la
Semana de Mayo, y en su ambición de encabezar el proceso revolucionario americano y el poder político en la región,
se sumaron algunos problemas internos en torno a la organización del nuevo gobierno. La cuestión a resolver, era
nada más y nada menos que el carácter y la forma en la que estaría constituido el nuevo gobierno, y su relación con
las otras regiones que se sumaran a la gesta independentista. Sin embargo, esta tarea no será resuelta de forma
definitiva hasta las últimas décadas del siglo XIX, luego de una prolongada guerra civil, y de la constitución de entidades
políticas provinciales autónomas (los Estados Provinciales), que acentuaron la fragmentación política.
Pese a los obstáculos, con apoyos y resistencias, Buenos Aires logró liderar el proceso revolucionario en el Río
de La Plata. La guerra civil que finalizará con las ambiciones porteñas de consolidarse como máxima e indiscutida
autoridad política en la región, al menos por un tiempo, tendrá sus peores episodios una vez consolidada la
independencia rioplatense, luego de la conformación de un Congreso Constituyente que fracasó en su intento por
evitar la fragmentación política. Hasta ese momento, la forma que asumió la autoridad de gobierno se fue modificando
a partir de las luchas políticas internas, y de los desafíos y necesidades que la Guerra Independentista requería.
1. LOS PRIMEROS GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS
La Búsqueda de Legitimidad de la Revolución Algunos revolucionarios eran partidarios de
la total independencia de España. Sin embargo,
para buscar legitimidad en el exterior, la nueva
Junta de Gobierno puso especial cuidado en
presentarse como heredera y no como enemiga de
las autoridades metropolitanas. Para ello, buscaron
la aprobación del ex virrey Cisneros y de los
funcionarios virreinales, que dieron su aprobación a
la junta, temerosos de perder sus cargos y
privilegios.
La Junta también debía legitimarse ante las
provincias del interior que dependían de Buenos
Aires como capital del Virreinato. Para esto, invitó a
los cabildos de las ciudades del interior para que
enviaran sus representantes. Al mismo tiempo, la
Junta envió expediciones militares hacia el este y el
norte, con el objetivo de informar a las autoridades
más importantes del interior los hechos de mayo y
exigir obediencia al nuevo gobierno, informando
también que la junta era fiel al rey español cautivo.
Así, los revolucionarios esperaban lograr el apoyo
general, a partir de la unión para el sostenimiento
de la monarquía. Sin embargo, la resistencia realista
comenzó a organizarse en varias regiones de
América Española, lo que generó el desafío de crear
un Ejército Revolucionario iniciando así las guerras
de independencia (+info)
(+ info) LAS GUERRAS DE LA REVOLUCIÓN
No todas las autoridades de las ciudades de interior del
Virreinato estuvieron dispuestas a aceptar la autoridad de la Junta
de Gobierno de Buenos Aires. Dentro de los límites del Virreinato
fueron varios los focos de resistencia de la Revolución.
Las autoridades de Córdoba se negaron a acatar las
directivas del nuevo gobierno. La Junta tomó rápidas y
contundentes medidas: los dirigentes que estaban organizando la
resistencia a la Revolución fueron apresados y fusilados. El
carácter de las medidas que se tomaron facilitó los planes del
gobierno, ya que luego de los acontecimientos de Córdoba, los
territorios de San Juan, Mendoza, San Luis, Catamarca, Jujuy y
Santiago del Estero proclamaron su obediencia.
Sin embargo en los territorios de Paraguay, Alto Perú,
Montevideo y Chile el rechazo hacia la revolución fue muy fuerte.
Los intereses vinculados al viejo orden colonial español aún eran
poderosos en aquellas regiones. La Junta de Buenos Aires inició la
guerra contra los realistas de aquellas regiones.
Para hacer frente a esta situación Buenos Aires debió
aumentar el reclutamiento de soldados por medio del enganche
voluntario, la leva forzosa y la incorporación de indios y esclavos.
Esta modalidad incrementó la participación de los criollos en las
milicias. También llegaron militares formados en Europa, como
José de San Martín, que se incorporaron como oficiales y
aportaron su experiencia. En el interior, en algunos casos, la lucha
contra los realistas fue encabezada por criollos, como José
Gervasio de Artigas y Martín de Güemes, capaces de organizar
con los pobladores una fuerza militar para enfrentar a los
realistas.
La organización de un nuevo gobierno: desafíos y enfrentamientos al interior de la Revolución
En 1810 los revolucionarios porteños convocaron a los representantes de las ciudades interiores para organizar
un nuevo gobierno central. Éste debía reemplazar a las autoridades virreinales y contar con la adhesión del conjunto
de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, la organización de este gobierno central enfrentó tres
obstáculos: en primer lugar, existieron proyectos
enfrentados al interior de la revolución, que en un
principio se manifestaron en el enfrentamiento entre
morenistas y saavedristas, pero que en general
enfrentarían posturas radicales con posturas
moderadas. En segundo lugar, hasta 1816 no estuvo
definida la relación de dependencia o independencia
con España, ya que durante los primeros años la
revolución buscó legitimidad en el exterior jurando
fidelidad al Rey Fernando. Por último, los intereses
económicos de Buenos Aires resultaban opuestos a los
de las provincias interiores del Virreinato lo que
significó que las dos partes se propusieran la
organización de un gobierno central que favoreciera a
sus intereses particulares. Los problemas
constitucionales y de la organización estatal se
vincularon de entrada y en línea directa al conflicto de
los intereses económicos opuestos de clases y regiones.
Como su existencia dependía de los resultados
en el frente de batalla, los primeros gobiernos
revolucionarios fueron débiles y provisorios, pero con el
paso del tiempo fueron cobrando autoridad. Al principio
el poder era ejercido por Juntas de Gobierno y luego por
gobiernos unipersonales llamados Directorios, pero
estos gobiernos siempre se encontraron atravesados
por los enfrentamientos en su interior.
Durante los primeros seis meses de 1810, el
rumbo del primer gobierno revolucionario, la Primera
Junta, fue fijado por el secretario Mariano Moreno. Pero
luego sus políticas fueron ganando oposición.
La línea de Moreno podría considerarse como
liberal y progresista. Moreno quería profundizar la
revolución anticolonial y proponía un conjunto de
reformas sociales para obtener mayor respaldo popular.
En ese sentido, se había declarado públicamente su
adhesión a los principios de la democracia
representativa y la forma republicana de gobierno y no
de la monarquía. Morenistas fue el nombre con el que
se identificó a los partidarios de avanzar en el camino de las reformas liberales más radicalizadas para lograr un orden
social más democrático. La línea de Saavedra, en cambio, puede ser considerada como conservadora y moderada, por
(+info) Mariano Moreno y el Plan de Operaciones
“Antes de la revolución, Moreno era un abogado asesor del Cabildo de Buenos Aires. En julio de 1810, la nueva Junta de Gobierno había encargado a Moreno la redacción de un Plan de Operaciones, destinado a unificar los propósitos y estrategias de la revolución. Moreno presentó el plan a la Junta en agosto, y le aclaró a su auditorio que no debía "escandalizarse por el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa. Para conseguir el ideal revolucionario hace falta recurrir a medios muy radicales".
En el Plan de Operaciones, Moreno propuso promover una insurrección en la Banda Oriental y el Sur del Brasil, seguir fingiendo lealtad a Fernando VII para ganar tiempo, y garantizar la neutralidad o el apoyo de Inglaterra y Portugal, expropiar las riquezas de los españoles y destinar esos fondos a crear ingenios y fábricas, y fortalecer la navegación. Recomendaba seguir "la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos" para lograr el objetivo final: la independencia absoluta. Moreno encarnaba el ideario de los sectores que propiciaban algo más que un cambio administrativo. Se proponían cambios económicos y sociales más profundos. Pensaba que la revolución debía controlarse desde Buenos Aires, porque el interior seguía en manos de los sectores más conservadores vinculados al poder anterior.”
Mariano Moreno, por Felipe Pigna.
lo cual fueron llamados saavedristas los que proponían políticas de reforma moderadas y aquellos grupos que
pensaban que un gobierno criollo significaba la trasferencia de los privilegios de los funcionarios y comerciantes
peninsulares a funcionarios y hacendados criollos.
Como resultados de los enfrentamientos
entre el grupo morenista y el grupo saavedrista, la
composición de la Primera Junta se modificó. El
número de sus miembros aumentó con la
incorporación de los diputados del interior,
conformando así, en diciembre de 1810, la Junta
Grande. Esta dispuso la creación de Juntas de
Gobierno en todas las capitales de intendencias y
ciudades, para organizar el gobierno del antiguo
territorio virreinal. Esta medida no prosperó: la
marcha de la guerra aconsejaba concentrar la
dirección militar y encargar la gestión de gobierno
en un número reducido de personas. Por esto, en el
mes de septiembre de 1811, fue designado un
gobierno de tres miembros – el Primer Triunvirato-
integrado por Juan José Paso, Feliciano Chiclana y
Manuel de Sarratea y el secretario, Bernardino
Rivadavia, pensaron que las exigencias de la guerra
hacían necesario un poder ejecutivo fuerte y
disolvieron todas las Juntas Provinciales y hasta la
propia Junta Grande. Estas medidas concentraron
todo el poder en Buenos Aires y dejaron al interior
sin representantes.
El Primer Triunvirato se oponía a los
morenista, ahora organizados en la Sociedad
Patriótica, que querían convocar a un Congreso
Constituyente para proclamar la independencia.
Con ellos coincidían un grupo de militares recién
llegados al país – encabezados por Carlos María de
Alvear y José de San Martín – integrantes de la Logia
Lautaro, organización secreta americana con el
objetivo de favorecer la emancipación colonial. En
octubre de 1812 ambas organizaciones morenistas depusieron al Primer Triunvirato y exigieron al cabildo la
composición de un Segundo Triunvirato. Este quedó conformado en por los morenistas Juan José Paso, Nicolás
Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte.
Este Segundo Triunvirato convocó a una Asamblea Constituyente en 1813, conocida como la Asamblea del año
XIII. La Asamblea se declaró soberana y designó al antiguo territorio del Virreinato con el nombre de Provincias Unidas
del Río de la Plata. También adoptó una serie de símbolos que identificaban a la nueva patria: la bandera, la escarapela,
el escudo y el Himno Nacional. Aunque todos estos eran signos de independencia, esta no fue proclamada formalmente
pues no se descartaba la posibilidad de un retorno de Fernando VII al trono español. Tampoco hubo acuerdo en
sancionar una constitución, puesto que varias provincias temían que la Asamblea acabara por consolidar el poder de
Buenos Aires. Retomando las ideas liberales, la Asamblea también suprimió los títulos de nobleza, otorgó la libertad a
los hijos de esclavos y libró a los indígenas del pago de tributo, suprimió la inquisición y prohibió la tortura
La Banda Oriental: el proyecto de cambio social de Artigas
En la Banda Oriental, la Revolución siguió un camino
diferente del que seguían los dirigentes de Buenos Aires.
La fuerza militar organizada por José Gervasio Artigas
había vencido a los realistas en Montevideo, y junto con tropas
llegadas de Buenos Aires sitiaban la ciudad. Pero una hermana de
Fernando VII – la princesa Carlota Joaquina – reinaba en Brasil y
se dispuso a intervenir en el conflicto. Ante la superioridad militar
de los portugueses, el Triunvirato pactó con el jefe realista Elío
que éste detuviera las tropas portuguesas y a cambio el gobierno
de Buenos Aires reconocería el gobierno realista de Montevideo.
Decepcionados por la traición del gobierno de Buenos
Aires, los habitantes de la Banda Oriental se comprometieron a
seguir la lucha, con Artigas como su general en jefe. Las tropas de
Artigas se retiraron de Montevideo, pero detrás de las milicias
marchó también el pueblo oriental. Más de 850 familias dejaron
sus casas y campos y se dirigieron hacia el otro lado del río
Uruguay. De este modo, la Banda Oriental en poder de los
realistas se convirtió en una tierra arrasada y despoblada.
Artigas se propuso impulsar un proyecto de cambio
social, basado en el reparto de tierras entre los pobladores del
campo que no tenían propiedades. Esto provocó el temor de los
dueños de tierras – tanto peninsulares como criollos – que veían
a Artigas como promotor de una peligrosa protesta social. Artigas
también planteaba la necesidad de un proyecto federal: declarar
la inmediata independencia de España, y luego establecer un
pacto de unión entre las provincias que respetara la autonomía
de cada una de ellas. Estas posiciones – más radicales que la de
los revolucionarios porteños – hicieron que las autoridades de
Buenos Aires consideraran a Artigas como un enemigo y traidor.
Con la derrota de Napoleón Bonaparte entre 1814 y 1815, Fernando VII recupera el trono de España, por lo cual las
Juntas que gobernaban en su nombre habían perdido su justificación tras su regreso.
La amenaza del envío de una expedición militar española destinada a recuperar los dominios coloniales y las
derrotas que el gobierno revolucionario venía sufriendo contra los realistas, justificaron la creación de un poder
ejecutivo unipersonal: el Directorio. Este sistema de gobierno se extendería desde 1814 a 1820.
Para evitar que los ejércitos realistas ocuparan nuevamente el territorio de las Provincias Unidas fue convocado
un Congreso Constituyente que se reunió en la ciudad de Tucumán en 1816. El Congreso designó a Pueyrredón como
Director, miembro de la Logia Lautaro, que había expresado su deseo de colaborar activamente con la empresa
libertadora de América ideada por San Martín. El 9 de julio de 1816 el Congreso proclamó la independencia de las
Provincias Unidas de América del Sur y rompió definitivamente los vínculos coloniales con España, resolviendo así la
indefinición de ya seis años de revolución sin independencia. Sin embargo, los representantes no consiguieron acordar
la forma de gobierno más conveniente: algunos se inclinaban por crear una república y otros preferían una monarquía.
Belgrano, San Martín y Güemes coincidían que, dada la situación de Europa que en plena restauración
monárquica se oponían a cualquier tipo de proyecto republicano, era conveniente instaurar una monarquía
constitucional que recayese en un descendiente de los Incas. Esta idea permitiría la unidad de las provincias del Río de
la Plata, Chile y Perú. Los hombres de Buenos Aires se opusieron a la posibilidad de perder su posición hegemónica,
por lo que ofrecieron establecer una monarquía, pero ofreciéndole la corona a un príncipe europeo, para que se les
reconociera la independencia. Por otro lado, algunos apoyaron el sistema republicano. Por falta de consenso, se
postergó el tratamiento de la forma de gobierno.
Si bien la discusión sobre la forma de gobierno
pareciera estrictamente política, las diferencias regionales y
los enfrentamientos respondían fundamentalmente a
cuestiones económicas, ya que había un claro antagonismo
entre las tres regiones- Buenos Aires, Litoral y el Interior -
que se habían conformado como el resultado de la
descomposición del espacio económico colonial (+ otras
páginas)
(+ otras páginas) Antagonismos económicos
regionales
Encontrarás más información sobre los
antagonismos económicos entre Buenos Aires, el
Litoral y el Interior en el apartado de “Economía y
Sociedad” de este capítulo.
2. LA FRAGMENTACIÓN DEL PODER. PROYECTOS DE
ORGANIZACIÓN NACIONAL ENFRENTADOS A mediados de 1817, el avance de los ejércitos españoles por el norte obligó a trasladar el Congreso de
Tucumán a Buenos Aires. En su nueva sede, el Congreso sancionó la Constitución de 1819 de carácter centralista que
beneficiaba a Buenos Aires, provincia que por ser la más poblada recibiría mayor representación en la Cámara de
Diputados. Esta constitución fue rechazada por las provincias del Litoral, ya que consideraban que Buenos Aires
pretendía subordinar al resto del país. El conflicto derivó en 1820 en un enfrentamiento bélico entre las provincias en
la Batalla de Cepeda. A partir de ese momento, Buenos Aires se constituyó como una provincia independiente, eligió a
un gobernador y renunció a la conducción de todo el país, abriendo una etapa de crisis para las Provincias del Río de la
Plata.
Una crisis es el período previo a los grandes cambios, en que se hace evidente que las instituciones vigentes
no pueden dar respuesta a los problemas de la sociedad, pero aún no han surgido las nuevas organizaciones estatales
que puedan reemplazarlas. La crisis del año 20 marcó el fin del sistema revolucionario de centralización política y el
surgimiento del federalismo. La batalla de Cepeda tuvo como consecuencia un doble desgarramiento: el poder central
se disolvió y las gobernaciones e intendencias se desintegraron reemplazadas por las provincias, surgidas en el núcleo
de influencia de antiguas ciudades del período colonial de las cuales tomaron sus nombres. Es por esto que es posible
marcar en 1820 el cierre del primer ciclo de la Revolución. Durante diez años, la realidad demostró que no era suficiente
un gobierno central para constituir el nuevo país. Después de 1820 hubo algunos intentos de organizar un gobierno
central, pero esto sólo fue posible después de varias décadas. Entre tanto, las provincias se gobernaron en forma
autónoma y mantuvieron relaciones mediante pactos.
Las provincias se dieron gobiernos representativos de los sectores sociales locales, con preponderancia de los
rurales por sobre los urbanos. Pasada la primera etapa de enfrentamientos y luchas por el poder, cada provincia
sancionó su estatuto o constitución estableciendo sus instituciones: gobernador, legislatura o junta de representantes,
jueces y tribunales de justicia.
El poder recayó en los caudillos, jefes con gran apoyo popular pero pertenecientes a las clases dominantes del
Litoral y del Interior en lucha contra la oligarquía porteña. El caudillo era el gobernador. No ejercía únicamente el poder
ejecutivo, era a su vez legislador y juez, además de jefe militar. Si bien esto puede parecer poco democrático a nuestros
ojos, el caudillo representaba real y verdaderamente a los suyos, a las masas desposeídas y los gauchos. Esa
representatividad era la fuente directa de su legitimidad. Esta fue la única forma de democracia posible en una sociedad
que reconocía la igualdad de cada hombre con otro, pero no disponía
de los medios para establecer el pacífico juego político de mayorías
y minorías.
Los caudillos se apoyaban en los gauchos y las masas
desposeídas del Interior, ya que eran el único elemento con que
contaban para oponerse al ejército porteño. Estos sectores, llamados
montoneras, se oponían a la política de la oligarquía porteña de
comerciantes y estancieros.
La política porteña implicaba construir una sociedad
capitalista semicolonial, basada en la producción de alimentos y
materias primas para el mercado mundial, subordinando todas las
restantes actividades del país. Esta política adquiría más fuerza y
peso debido a que era apoyada por Inglaterra, que se vería
directamente beneficiada si pudiera colocar todos sus productos industrializados en un mercado sin competencia, ya
que las manufacturas de interior no tenían posibilidades frente a los productos ingleses.
La Montonera por Carlos E. Pellegrini
Las fuerzas centrífugas que mantenían separadas a las provincias, resultado de los conflictos regionales y de
clase, tuvieron su expresión final en la lucha entre unitarios y federales. En el fondo de aquella lucha se esgrimían
hondos antagonismos económicos. El período 1820-1829 termina como empezó: con una guerra civil, con la diferencia
que esta última logrará abrir una nueva etapa en la historia argentina, la de una Confederación de Provincias
Autónomas, pero aún sin una Constitución ni un Estado Nacional consolidado.
Los Proyectos Organización Nacional enfrentados: Unitarios y Federales Las diferencias económicas y políticas que mantenían desunidas a las provincias se condensaron a dos grandes
grupos políticos: unitarios y federales, proyectos que estuvieron en pugna hasta el triunfo del federalismo en 1829.
El Proyecto Unitario
En lo político el unitarismo, corriente inspirada en el liberalismo, que derivaba del centralismo de tiempos de
la independencia, consideraba que la Nación preexistía a las provincias y que estas eran simples divisiones internas sin
derecho a la autonomía. Por lo tanto, el país debía organizarse un gobierno central fuerte y eliminar el caudillismo.
Bernardino Rivadavia fue el principal representante de este grupo, ligado a la burguesía comercial. En lo económico, el
unitarismo buscaba unificar el país bajo la hegemonía librecambista de Buenos Aires para hacer de la nación un solo
mercado en donde comprar y vender en beneficio de la burguesía comercial y sus socios ingleses. Para tal fin, era
necesario el desarrollo comercial, pero no industrial, del
interior para así poder colocar los productos importados
de Inglaterra, aunque esto significara disponer de los
fondos de la aduana porteña para realizar esa política
nacional, manejada desde Buenos Aires.
El Proyecto Federal y sus diferencias
regionales
El federalismo era concebido como una forma
de organización basada en la asociación voluntaria de
las partes (provincias) que delegaban algunas de sus
atribuciones para constituir el poder central, pero
conservaban su autonomía. Sus partidarios no
conformaban un grupo homogéneo. Contaba con la
adhesión de las masas criollas, los sectores rurales y grandes estancieros, que coincidían en su lucha contra el
centralismo de la burguesía comercial porteña. Los caudillos, intérpretes del sentir popular, lideraron este movimiento.
Sin embargo, existieron diferencias regionales.
Federalismo porteño: Los estancieros y saladeristas porteños se oponían a la centralización ya que esto
implicaba la nacionalización de la aduana, lo cual implicaría la pérdida de la exclusividad de este ingreso para la
provincia de Buenos Aires. Además, la nacionalización del puerto de Buenos Aires y la libre navegación de los ríos
interiores anularía las ventajas que los estancieros porteños tenían por sobre sus competidores del Litoral. Por otro
lado, el interés de los unitarios estaba en expandir los mercados internos y desarrollar la agricultura, lo cual iba en
contra de los intereses de los estancieros. En resumen, la oposición al unitarismo de la burguesía comercial hizo
federales a los estancieros. Pero su federalismo difería al federalismo provinciano, ya que sostenía el derecho de
Buenos Aires a mantener el puerto y la aduana. Su principal representante fue Dorrego y más adelante Juan Manuel
de Rosas.
También pertenecían al federalismo porteño las masas trabajadoras de Buenos Aires, descontentas con la
política inflacionaria de la burguesía comercial, que amenazaba con empeorar la situación disminuyendo los privilegios
de la provincia en beneficio de la creación de un mercado interno nacional.
Federalismo del Interior: Los pequeños productores del interior exigían
una política de protección para su industria frente a los productos extranjeros y el
reparto de los derechos de aduana que quedaban en poder de Buenos Aires.
Resultaba evidente que una política tan perjudicial para los intereses comerciales
de Buenos Aires no podía solucionarse sino en condiciones de una amplia
autonomía política para cada provincia, es decir, con un amplio federalismo.
Las masas de Interior también apoyaban el federalismo ya que era la única
posibilidad de proteccionismo, lo que implicaba un refugio para el gaucho de la
obligación de conchabarse para los estancieros.
Federalismo del Litoral: Los ganaderos del Litoral reclamaban la libertad
de comercio y la libre navegación de los ríos, para poder efectuar la exportación
directa de sus productos ganaderos, así como también reclamaba el reparto de los
beneficios de la aduana para todas las provincias.
El partido federal cobijaba a todo el país, a sus más variadas clases y regiones. Pero como siempre ocurre en
estas colaboraciones de intereses contradictorios unidos frente a un enemigo común, fue el sector capitalista más
poderoso – los estancieros de Buenos Aires – el que se benefició decisivamente con el triunfo.
El fracaso del proyecto unitario y el triunfo del federalismo Luego de su reorganización interior y superada la crisis de 1820, Buenos Aires envió invitaciones al interior para
un nuevo congreso nacional. El motivo fue la necesidad de resolver la cuestión de la Banda Oriental, territorio
perteneciente al ex Virreinato del Río de la Plata, que, desde 1822, integraba el Imperio del Brasil. Para conformar un
cuerpo de diputados, se estableció que cada provincia enviaría una cantidad de representantes proporcional a su
población; esto hizo que la delegación porteña tuviera un peso relativo importante.
Por detrás de los motivos puntuales, a lo largo de las sesiones, se planteó el conflicto entre las posiciones
irreconciliables de unitarios y federales sobre la forma de organizar la nación. Estas divergencias, explicadas
anteriormente, desbordarían el ámbito del Congreso y se constituirían en la base de los enfrentamientos futuros.
Una de las primeras medidas tomadas fue la promulgación de la Ley Fundamental. Este instrumento legal
presentó un intento por conciliar los intereses de las provincias y los de Buenos Aires, e iniciar un camino consensuado
hacia la organización nacional. Esta ley reconocía la autonomía de las provincias; asimismo, creaba un Ejecutivo
Nacional Provisorio que sería desempeñado por el gobernador de Buenos Aires y que se limitaría a manejar las
relaciones exteriores y asuntos de guerra.
En 1825, luego de una campaña exitosa en la Banda Oriental,
se declaró su incorporación en las Provincias Unidas. El hecho precipitó
la declaración de guerra del Imperio del Brasil a las Provincias Unidas.
Al estallar la guerra con el Brasil (+info), sector unitario del congreso,
aprovechando la situación, impulsó decididamente medidas tendientes
a establecer un poder central fuerte, lo que debilitaba la autonomía de
las provincias. La política conciliatoria del Congreso no había durado
demasiado.
Las leyes centralistas promulgadas por el Congreso se
sucedieron rápidamente. En febrero de 1826, se sancionó la Ley de Presidencia, que creó un Ejecutivo Nacional
Estanciero a Caballo, por E. Vidal
(+info) LA GUERRA CON BRASIL Luego de que en 1821 la Banda Oriental fuera anexada al Brasil, en 1924 un grupo de orientales con apoyo del gobierno de Buenos Aires ingresó a la Banda Oriental con el objetivo de desalojar a las fuerzas invasoras. Así, la Banda Oriental declaró su independencia del Brasil y proclamó su unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Brasil, en respuesta, le declaró la guerra a las Provincias Unidas.
Permanente, del que se hizo cargo Bernardino Rivadavia, principal representante del unitarismo. La Ley de
Capitalización hizo de la ciudad de Buenos Aires la capital del país – con lo que la provincia perdió las rentas de la
aduana, principal fuente de ingresos fiscales, las que pasaron a manos de autoridades nacionales. Finalmente en
diciembre, se dictó una constitución de carácter fuertemente centralista que, merced a la prerrogativa otorgada por la
Ley Fundamental, fue rechazada por las provincias.
La oposición cada vez mayor de las provincias a los avances de Buenos Aires, sumada al curso desfavorable de
la guerra con Brasil, llevó a la disolución del Congreso y a la renuncia de Rivadavia, por lo que se convocó a una nueva
sala de representantes que eligió a un nuevo gobernador: Manuel Dorrego, líder del federalismo bonaerense. Los
unitarios respondieron a este revés, aprovechando el descontento general por las condiciones de paz firmadas con
Brasil que implicaban la pérdida de la Banda Oriental, con un levantamiento que destituyó a Dorrego en diciembre de
1828. Lavalle, el unitario que se hizo cargo de la gobernación, ordenó su fusilamiento.
Ante estos hechos, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el comandante general de campaña de Buenos Aires,
Juan Manuel de Rosas, unieron sus fuerzas para enfrentar a Lavalle. En diciembre de 1829, se llegó al cese de
hostilidades, se encararon negociaciones para normalizar la situación y Lavalle aceptó abandonar la provincia. La guerra
civil terminó con un triunfo federal y propulsó la gobernación del estanciero bonaerense Juan Manuel de Rosas.
3. ECONOMÍA Y SOCIEDAD TRAS LA REVOLUCIÓN
El Libre Comercio A partir de 1810, las guerras por la independencia y las luchas civiles sacudieron a todo el territorio del viejo
Virreinato del Río de la Plata. El aumento de impuestos y la entrega obligatoria de ganado, frutos y esclavos al ejército
terminaron por destruir gran parte de la riqueza urbana y rural.
Sin embargo, la consecuencia más relevante para la economía del ex Virreinato fue la desorganización del
sistema comercial vigente hasta 1810. La pérdida del Alto Perú significó no sólo la pérdida de la principal fuente de
abastecimiento de plata, sino que también se arruinaron las economías regionales que abastecían al centro minero de
Potosí. La inseguridad de los caminos ante el peligro creado por las guerras y saqueos, separó aún más las regiones del
interior y el país quedó fragmentado.
A estas dificultades se les sumó la implementación del libre comercio, que desde 1813 se efectuó sin ninguna
restricción. Desde entonces, la producción y los comerciantes locales enfrentaron sin ninguna protección la
competencia de los comerciantes y las producciones extranjeras, fundamentalmente inglesas.
La liberalización del comercio no tuvo el mismo impacto en todo el territorio. Poco a poco, se fueron
diferenciando tres regiones económicas, según las posibilidades que tenían sus producciones de colocarse en el
mercado internacional liderado por Inglaterra.
Buenos Aires: La liberalización del comercio favoreció a Buenos Aires, como ciudad y provincia dueña del
puerto. Los aranceles pagados por los productos que entraban y salían del puerto eran beneficio exclusivo del gobierno
de Buenos Aires. Los dos sectores de la oligarquía porteña se veía beneficiada por el libre comercio: la burguesía
comercial, que importaba productos para revenderlos en el resto de las provincias; y los estancieros y saladeros, cuya
producción ganadera, se orientaba a la exportación.
Litoral: La liberalización del comercio no logró beneficiar al Litoral, sino enfrentarlo con Buenos Aires, ya que
este exigía un pago adicional a los buques extranjeros que, desde su puerto, remontaban los ríos interiores y los
productos del Litoral debían pagar los aranceles de exportación que exigía la aduana de Buenos Aires. Desde entonces,
la libre navegación de los ríos interiores, Paraná y Uruguay fue el eje del conflicto entre Litoral y Buenos Aires.
Interior: La independencia había trasformado también la organización económica de otras regiones de la
América española. Tanto Chile como el Alto Perú comenzaron abastecerse de productos ingleses a través de los puertos
del pacífico, por lo cual ya no necesitaban los productos que, antes de la revolución, llegaban desde el puerto de Buenos
Aires a través del interior. El libre cambio dejó en ruinas a las industrias locales, ya que no podían competir con los
productos extranjeros. Es por eso que la lucha fundamental de los pueblos del interior será por una organización
económicas de las Provincias que proteja la atrasada producción local.
Cambios en los grupos de poder En las zonas urbanas, el libre comercio debilitó el poder de los comerciantes peninsulares y criollos y aumentó el de los
comerciantes ingleses, que comenzaron a controlar el comercio exterior. También se modificó la composición del grupo
de funcionarios: los criollos reemplazaron a los peninsulares en la administración pública y en la jerarquía eclesiástica.
A su vez, surgieron nuevas carreras de las que se podía obtener prestigio: la carrera militar y la carrera política.
En las áreas rurales, la exportación de cuero y carne salada consolidó el poder económico del grupo de propietarios
rurales, sobre todo los hacendados de la campaña de la ciudad de Buenos Aires. Luego, los terratenientes se hicieron
también dueños de los saladeros, y a su vez se asociaron a los comerciantes urbanos más poderosos, encargados del
trasporte y comercialización de sus producciones. Las áreas rurales del interior y del Litoral eran mucho más pobres
que los de Buenos Aires, pero tenían más poder que los grupos urbanos de la zona.
En el mapa A se pueden observar los circuitos comerciales anteriores a 1810. En el mapa B, su reorganización luego del fin de las
guerras de independencia.
(+info) El Gaucho El gaucho, protagonista singular de nuestra pampa, adquirió durante el siglo XIX características bien definidas. Hábil jinete, su vida estaba ligada a la cría de ganado vacuno y a la utilización de su cuero. Solitario, de vida seminómade, realizaba casi todas sus actividades a caballo, animal que en ocasiones era toda la riqueza que el gaucho poseía. Tamangos, chiripá, sombrero, poncho, boleadoras y cuchillo eran su vestuario habitual. El gaucho fue obligado a adaptarse al nuevo sistema económico, que intentaba incorporarlo como mano de obra asalariada. Con el correr del siglo, el gaucho sería perseguido y obligado a “conchabarse” o formar parte de los ejércitos.