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1 “Hace en aqueste puerto el mar cerúleo un ancho seno y sale un promontorio”. Cairasco de Figueroa

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“Hace en aqueste puerto el mar cerúleoun ancho seno y sale un promontorio”.

Cairasco de Figueroa

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FUNDACIÓN MARTÍN CHIRINOARTE Y PENSAMIENTO

CRÉDITOS

Texto:

© Antonio Puente

Fotografías:

© Alfredo Delgado

© Gerardo Ojeda

© Pepe Paiz

© Alejandro Togores

Diseño:

KINEWA, Ideas del País.

Impresión:

Gráficas San José

ISBN: 978-84-92537-16-7

Depósito legal:

GC 260-2015

PATRONATO

Presidente

Martín Chirino López

Vicepresidenta

Marta Chirino Martín de Argenta

Secretaria

Clara Rodríguez Chirino

Vicesecretaria

Inés Rodríguez Chirino

Vocales

Ladislao de Arriba Azcona

Guillermo García Alcalde

Hilda Mauricio Rodríguez

Josefa Luzardo Romano

FUNDACIÓN

Director General

Jesús María Castaño García-Porrero

Director de Comunicación

Antonio Puente Reyes

Secretaría de Dirección

Cristina Martínez Hernández

Secretaría de Comunicación y Medios Técnicos

Idaira Guadalupe Laucirica

PATRONATO

Presidente

Juan José Cardona

Concejal de Cultura Educación y Deportes

María Isabel García Bolta

Director General

Luis Acosta Ramírez

FUNDACIÓN DE ARTE Y PENSAMIENTO MARTÍN CHIRINO

FUNDACIÓN AUDITORIO Y TEATRODE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

AYUNTAMIENTODE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

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SALUDA DEL ALCALDE

Las Palmas de Gran Canaria escribe un nuevo capítulo en su historia. Asistimos al nacimiento de todo un hito cultural, el de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, que abre sus puertas en uno de nuestros edificios históricos más significativos, el Castillo de La Luz.

La llama de la Cultura prende con mayúsculas en el barrio de La Isleta, el mismo que vio nacer a uno de nuestros artistas más universales, orgullo de todos los canarios. Las paredes de nuestra fortaleza, catalogada como Bien de Interés Cultural desde 1941 y reabierta al público en enero de 2014 después de un proceso de rehabilitación integral, se convierten ahora en guarda y custodia de piezas representativas de toda la trayectoria del escultor, uno de los creadores españoles con más proyección internacional.

El Museo de Sitio Castillo de La Luz, que con tanto acierto han sabido reinterpretar los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, del estudio Nieto Sobejano Arquitectos, galardonados recientemente con el prestigioso premio de Arquitectura Alvar Aalto 2015, adopta así una dimensión internacional que pasea el nombre de Las Palmas de Gran Canaria por los más importantes foros culturales del mundo.

De la mano de Martín Chirino, nos adentramos en una espiral de ilusión que sin duda abrirá un nuevo tiempo para nuestro Castillo de La Luz, convertido ahora en bastión cultural para propiciar el estudio y la reflexión sobre la figura y obra del artista, pero tambien sobre el propio Castillo y, con más ambición, para propiciar la formación y el debate sobre aquellos asuntos de interés social y cultural que no pasan desapercibidos al influjo intelectual de Martín Chirino.

Juan José Cardona GonzálezAlcalde de Las Palmas de Gran Canaria

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La Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino abre sus puertas en el Castillo de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria

De lo particular a lo universal. Ese lema que ha inspirado desde el inicio, con impecable coherencia, la concepción y la materialización de la obra del escultor Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925) encuentra ahora su máxi-ma expresión en la creación de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, inaugurada en marzo de 2015 -en coincidencia con el 90 cumpleaños del escultor-, en el emblemático Castillo de la Luz de su ciudad natal.

Esta nueva institución canaria -apellidada, justamente, de Arte y Pensamiento- nace con una clara voluntad de eri-girse en plataforma de reflexión y debate en la doble orientación que ha guiado siempre al artista: el aperturismo universal y la fidelidad a los orígenes, y que, en su caso, resulta ser, con extraordinaria sugerencia, una circunvalación de un único sentido. Para ello, se busca propiciar, por una parte, el diálogo entre las diversas artes y disciplinas de la creación y el saber, que, a causa tal vez del exceso de especialización, ha quedado desplazado del discurso de la mo-dernidad; una suerte de ideal o eslabón perdido que el artista ha tenido siempre muy presente en sus composiciones. Y, de otro lado, correlativamente, se busca investigar la inserción de la obra de Chirino en el legado artístico y cultural canario, a partir del siempre inconcluso universo aborigen, al que nuestro artista ha dado una escrupulosa respuesta analógica y de pureza mítica, en el sentido que da Edgar Morin a este concepto: la explicación de los orígenes eterna-mente presentes...

De hecho, ese diáfano itinerario que va desde lo local a lo universal, alcanza, en última instancia, su máxima corre-lación en el punto de partida, por cuanto la universalidad de Martín Chirino no es ningún agregado o importación de

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otro lugar. Lo que distingue a sus piezas emblemáticas sobre sus señas de identidad originarias -la espiral, el afrocán, las cangrafías...- es que, desde ellas, muestra al mundo, sin estridencia alguna, la sintaxis insular canaria; ciertamente, como sólo ocurre en los grandes creadores, en Chirino lo universal es lo local sin paredes... Una ecuación que nuestro escultor resuelve, además, de un modo prístino y hasta primigenio, pues, cuando ya dábamos por hecho que la origi-nalidad le está vedada a cualquier artista contemporáneo, nuestro escultor se ha erigido en la excepción que confirma esa regla: “Antes que llegara Chirino -ha escrito el crítico francés Serge Fauchereau-, “a nadie se le había ocurrido esculpir el viento”. Y como ha señalado hermosamente, en imagen definitiva, el propio artista, el trazo del conjunto de su obra puede ser interpretado como las constelaciones que vería dibujadas en el cielo un aborigen canario.

Considerado uno de los artistas españoles vivos con mayor proyección internacional, Martín Chirino se reencuentra ahora con su lugar de origen, en el Castillo de la Luz, un enclave inmejorable, cuajado de significación iconográfica tanto para sus cimientos artísticos y biográficos como para los de la propia historia de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Son, asimismo, dos dimensiones indisociables, tratándose, decíamos, de un artista que, de un modo singular y acaso único, ha hecho de ese eslabón perdido en la dialéctica entre el mundo aborigen y el aluvión de la cultura his-pánica el leit-motiv de su obra, dirimiendo una tensión de fuerzas que, a través de sus emblemáticas piezas espirales, terminan por resolverse en una enigmática sincronía armónica y esperanzada.

Bien mirado, la ciudad natal del escultor conoció la luz en el Castillo de la Luz. Denominado secularmente Fortaleza de las Isletas, su primer torreón -o desde la perspectiva actual, su primera piedra- surgió a la par que la fundación del Real de Las Palmas, pues fue erigido por el propio conquistador de la ciudad, el aragonés Juan Rejón, en 1478; una señal en un lugar estratégico, en el cuello del istmo en que se estrechan los dos mares que la cruzan, y que apenas unos lustros después, en 1494, serviría al gobernador Alonso Fajardo para la edificación de su estructura primigenia: un recinto cuadrangular de tres plantas de factura medieval concebido para la defensa militar, y que aún hoy, después de muchos avatares históricos -incluyendo la severa invasión del pirata holandés Van der Does, en 1599, y algún plan para su demolición, el siglo pasado, felizmente abortado-, sigue siendo la visible entraña que acoge la obra de nuestro escultor. Curiosamente, cinco siglos de reloj antes de la apertura de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chiri-no, en 1515, se completará aquella primitiva construcción, reforzada por una cerca defensiva y diversas dependencias protectoras de la torre. Era la primera fortaleza construida en las Islas y la única habida en Gran Canaria hasta la se-gunda mitad del siglo XVI, que, no obstante, alejada en solitario del centro histórico de la villa, y rodeada por las aguas en la pleamar, se reveló muy deficiente, desde el principio, para sus cometidos de defensa de las naves enemigas. Para decirlo con el título de una de las primeras series escultóricas de Martín Chirino, y que conceptualmente abarca al conjunto de su obra, el Castillo de la Luz se reveló siempre como una herramienta poética e inútil en la defensa de la ciudad; como si su vocación originaria hubiese sido servir de baluarte para el arte, o, al menos, para erigirse en un

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pacífico ornamento urbano. Todos los testimonios históricos realzan su carácter simbólico e iconográfico, y, de una forma expresa y definitiva desde los albores del siglo XVIII, hasta que, a mediados de la pasada centuria, fue declarado Bien de Interés Cultural.

Chirino, que ha expresado su interés prioritario en que la disposición de su obra aposentada en el Castillo de la Luz encuen-tre una armonía tal “como si siempre hubiese estado allí”, pondera el valor no sólo arqueológico sino, incluso, casi escultó-rico del recinto, creado por un aluvión de intervenciones a lo largo de los cinco siglos de la Historia de Canarias. Como una prodigiosa obra de esculto-arquitectura, a la vez innovadora y arqueológica, puede ser considerado, en efecto, el espacio actual del Castillo de la Luz, tras la ardua labor de rehabilitación y restauración que han desarrollado, desde los inicios mismos del siglo XXI, los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, cuya conjunta trayectoria profesional acaba de ser distinguida, en 2015, con la medalla Alvar Aalto, en Helsinki, un exclusivo galardón de reconocimiento internacional, destinado a premiar, justamente, “el esfuerzo de comprensión por el contexto y la cultura local”.

El cuidadoso vaciado emprendido en el interior del Castillo, para su reconversión en una gran sala de exposición, no ha hecho sino realzar, al mismo tiempo, el valor arqueológico del ámbito. Incluso, el torreón inicial, oculto por la posterior construcción desde hace más de 500 años, vuelve a hacerse visible y casi totémico al ojo del visitante. A la renovada edificación -que fue inaugurada en enero de 2014, por los aún príncipes don Felipe y doña Letizia- se han agregado tres materiales originales que, finalmente, consiguen reforzar el valor autónomo de los muros históricos. Son el acero corten, empleado en todas las partes no estructurales, y entre ellas la valla circundante que protege el conjunto a modo de arca; el hormigón blanco, para los nuevos elementos estructurales, siempre bajo el previo criterio de no tocar la piedra originaria, y la caliza blanca, para los suelos interiores y exteriores del Castillo. En conjunto, el funcionalismo cálido que rige el nuevo recinto, propio de un espacio puntero para el arte en el siglo XXI, consigue una mágica sensación de amplitud sin que se haya tocado un ápice el abigarramiento de las primitivas estancias de piedra. Ambas concepciones conviven de un modo paleofuturista en este singular interior, que parece proponer una visita guiada al germen y al destino de nuestra ciudad. Un nuevo espacio que, sin merma de su armónica unidad per-fectamente coetánea, permite apreciar, en efecto, las diferentes etapas históricas de la construcción del Castillo. Un ámbito, por ello, inmejorable para albergar la obra de Martín Chirino, caracterizada por esa misma plasticidad dia-léctica en el juego entre la esencia sincrónica y el despliegue en el espacio y el tiempo, tanto en su evolución personal de casi sesenta años de esculturas aquí representadas, como en su diálogo con la (pre)historia de Canarias. Sus piezas emblemáticas –que, al igual que nuestro trazado cartográfico, son islas autónomas que se corresponden con archi-piélagos de títulos serializados- poseen una enigmática vida orgánica -de un reconocible cuerpo único y definitivo-, y son, a la par, elegantes osamentas residuales que incitan a deletrear, a su través, los anillos del tiempo. Solo que su maestría consiste, justamente, en presentar ambas dimensiones como complementarias, casi inextricables, a causa de

EL VIENTO1968

Hierro forjado49,5 x 47,5 x 12 cm

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la ausencia de centro que las preside. Sus obras oscilan, por eso mismo -y el ojo elige- entre el dinamismo imparable del viento férreo, que emula, etapa a etapa, el devenir histórico, y el adviento de la total sincronía. Del mismo modo que Lezama Lima habló de fragmentos a su imán para referir ese movimiento de repliegue, también en los hierros eólicos de Martín Chirino termina por amainar la tensa búsqueda imposible de la síntesis, y se acepta, en un único trazo final, esperanzado, con júbilo, la entera realidad de lo transcurrido.

La creación de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino supone, pues, una culminación histórica del propio entorno del Castillo de la Luz, erigido ahora en un panóptico artístico y cultural de primera magnitud en el enclave portuario de Las Palmas de Gran Canaria. Cuando, a mediados del siglo XVI, se completa la construcción de la Fortaleza, con la creación de los terraplenes que la circundan y dos cubos circulares en las esquinas, se confirma, empero, su extremada vulnerabilidad para defender, incluso, el importante flujo de embarcaciones comerciales que, a sus pies, emprenden la ruta hacia América. Surge entonces un proyecto, nunca realizado, de fortificar todo el litoral de Las Palmas, y, hacia 1554, comienzan las obras de una nueva edificación defensiva para la ciudad, junto a la rada de San Telmo, mucho más próxima al cogollo urbano, que dará lugar al futuro torreón de Santa Ana. Así pues, la pri-migenia Fortaleza de las Isletas no hará sino redundar en el valor meramente simbólico que la asola y distingue desde su mismo origen. De ello da cuenta definitiva el ilustrado ingeniero y cronista Leonardo Torriani, en el exhaustivo informe sobre el estado de la defensa de la costa de la Isla, que, por encargo de la Corona, redacta en mayo de 1587: “Fue hecha solamente para defender las naves que echan el ancla debajo de ella. Y como no se consideraron más que los efectos en dirección al mar, no se procuró darle mejor forma para que se pudiese también defender por tierra”. Con el estilo minucioso y poético que caracteriza al autor de Descripción e historia del Reino de las Islas Canarias, se se-ñala lo inoportuno del lugar para defensa militar alguna, ya que, según Torriani, “las naves de los enemigos entraban en el puerto, haciéndose respaldar por dichos navíos y los sacaban fuera del puerto sin recibir daño alguno”. Leídas con efecto retroactivo, muchas de las advertencias y reivindicaciones del ingeniero parecen la crónica anunciada de la invasión del holandés Van der Does, quien, en 1599 –apenas una década después de sus sagaces advertencias- to-mará, a través del Castillo, la ciudad y el interior de Gran Canaria. Nunca se tomó en cuenta su brillante propuesta de fortificar el pasillo entre los dos mares, que sirviera de parapeto complementario al propio baluarte y a la defensa definitiva de Las Palmas de Gran Canaria. O, en rigor, solo ahora, en los albores del siglo XXI, con la vieja Fortaleza de las Isletas devenida en un señero espacio para la exhibición y reflexión del arte, y estratégicamente situado, además, en el nuevo planteamiento de pasillo urbano que une, al fin, los dos mares que bañan el istmo portuario, se cumple el sueño protector de aquel italiano visionario, que quería un Castillo enclavado en tierra firme.

Su coetáneo Bartolomé Cairasco de Figueroa, el poeta fundacional de las letras insulares -amén de canónigo de la Catedral de Las Palmas y gran intermediario en el logro de la retirada de las tropas del holandés-, puso esta primera

piedra cultivada en el legado canario: “Dios es conversable”... Su hermosa noción originaria de El templo militante, como se titula su libro emblemático, de 1602, le viene que ni esculpida a la idea fundacional de la nueva andadura del Castillo de la Luz: un templo de militancia en torno al arte y el pensamiento. Proviene de un poeta que inaugura en su obra el gran distintivo de las letras canarias: el espacio mismo como protagonista. A través de la espacialidad que, en efecto, domina su poesía, Cairasco de Figueroa funda una poética del espacio que será ya indisociable para el conjunto de las artes y las letras en las Islas. “Que la imagen es libro que nos cuenta / lo que la misma imagen representa”, dirá el canónigo-poeta, subrayando la reversibilidad complementaria de la obra de “escriptores, pintores y esculptores”, y enarbolando así la necesidad de abundar en el diálogo fecundo, muchas veces aplazado desde sus años renacentistas, entre las diversas manifestaciones plásticas y literarias. Se trata de una insoslayable mirada integradora del legado canario-universal en que quiere fijarse de modo prioritario la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino. Mu-chas de las enjundiosas sentencias del fundador de la modernidad poética insular podrían servir de lema y de graffiti sobre la cal viva de las paredes del Castillo de la Luz, tras su nueva botadura artística y cultural. Cairasco parece estar describiendo en este preciso instante la continuidad del paisaje renovado de la Fortaleza de las Isletas, al afirmar, por ejemplo: “Hace en aqueste puerto el mar cerúleo / un ancho seno y sale un promontorio”. Y, entre las diversas piezas de Chirino, todas ellas férreas como las anclas y los fragmentos de embarcaciones que acabaran de atracar en la rada de Ítaca, tendría también sentido esta otra leyenda que nos introduce a El Templo militante: “Aquí mandé lanzar al hondo piélago, / para afirmar mi nao, tenaces áncoras, / a la parte do está la peña cóncava”... O, conforme a la natura-lidad de la disposición de las esculturas en el ancestral espacio -”como si siempre hubiesen estado allí”, es el lema del artista- cabe decir también, con Cairasco, que “el cielo en ellas derramó sus dádivas”... O, para entresacar un presagio acorde a los orígenes y la consumación de la obra de nuestro escultor, resulta pertinente, en fin, este otro cartel de nuestro poeta fundador: “Y sobre aqueste frágil fundamento / fabricaba después torres de viento”...

El útil concepto de “la tradición de la ruptura”, según la fórmula de Octavio Paz, será clave para el abordaje de la dialéctica entre canariedad y universalidad en el análisis de la obra de Martín Chirino, en particular, y entre las ta-reas de amplio debate y reflexión, en general, que se encomienda esta Fundación, apellidada, no por nada, de Arte y Pensamiento. Habrá que volver a darle visibilidad al íntimo diálogo que la obra de Chirino emprende con los hitos del legado cultural canario, en esa tradición de la ruptura, a cuyo devenir mismo el artista empieza por otorgarle una analógica y definitiva forma espiral. Son recurrentes sus simbologías de nomenclatura canaria de cualquier etapa his-tórica o prehistórica, desde la Lady Harimaguada, por ejemplo, al reciente uso del célebre verso folclorista Mi patria es una roca, de Nicolás Estévanez, para dar título a una serie ciertamente innovadora en su itinerario, con enigmáticas bóvedas o caparazones orgánicos que parecen hilvanar la abstracción habitual con la más preclara figuración insular. Pero el diálogo de Chirino con el legado canario se centra ostensiblemente con sus diversos contemporáneos, a través de una biografía que abarca la practica totalidad del controvertido y fecundo siglo XX.

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AFROCÁN 2012

Bronce

105 x 50 x 12 cm

Desde la perspectiva histórica, las abstractas pero habitables esculturas de Martín Chirino -tensas en su planteamiento pero armónicas en su resolución-, habrán de leerse a renglón seguido de los fértiles movimientos de vanguardia en las Islas en las décadas previas a la Guerra Civil. Muy pocos creadores canarios contemporáneos se insertan con tanta fuerza y naturalidad en la saga de aquel ánimo clamorosamente universal que inspiró a los artífices de una publicación como Ga-ceta de Arte, propiciadores de la conversión de Canarias en la capital del Movimiento Surrealista. No por nada, la primera exposición organizada por Martín Chirino como director del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), para su inaugu-ración, en 1989, se consagró a la contextualización de aquel fenómeno singular en las Islas, bajo el epígrafe Surrealismo entre el viejo y nuevo Mundo. Dentro del diálogo entre las Artes y el Pensamiento que nuestro escultor se propone como actividad prioritaria de su Fundación, ese capítulo es clave. Está aún por explorar, por ejemplo, la íntima correlación entre el protagonismo que Martín Chirino concede al viento y su versión literaria en la obra de destacados escritores de aquella promoción, como Pedro García Cabrera o, sobre todo, Agustín Espinosa, quien, en esa cumbre del creacionismo hispano que es su narración Lancelot 28º 7º, sitúa, justamente, al viento (“¡Ay palmera con viento de Lanzarote”, se lee como una letanía que lo envuelve todo) como la última gran sinécdoque o metonimia capaz de explicar de un solo trazo el Archipiéla-go al completo... Otro botón de muestra: cuando André Breton resume su visita al Teide, en El castillo estrellado, se fijará, sobre todo, en un diminuto caracol, encontrado por azar en sus faldas, como la máxima representación de las Islas, esto es, una concha con el dibujo de una espiral...

Martín Chirino siempre ha reconocido que ese peculiar cuño que distingue su obra lo halló primigeniamente en el burbujeo de la orilla de la playa de Las Canteras que bañó su infancia, y, más tarde, resultaron, asimismo, determi-nantes la caligrafía de las paredes de lava y los residuos aborígenes, incluido el trazado del vendaje de las momias, en el Museo Canario. Se trata de una tensión irresoluble, y de ahí la forma espiral, entre la naturaleza y la mano del hombre, entre el siempre especulativo -más mítico que historiográfico- mundo aborigen y el aluvión hispánico y cos-mopolita de las Islas, y, en última instancia, en el nivel más escatológico y telúrico, entre el mundo visible e invisible, pues no hay que olvidar que, más abajo, inclusive, del caracol bretoniano, transcurre precisamente en espiral la vida subterránea de muchas plantas autóctonas de raíces rizomáticas.

En la espiral que dibuja el bucle de la tradición de la ruptura, Martín Chirino dialoga también, desde los albores del siglo en que nació, con el estelar modernismo canario. Sus arduas acotaciones al viento son, en cierto modo, herederas de las que realiza, a la inversa, bajo el agua, el pintor Néstor Martín Férnandez de la Torre, en cámaras de aire, sobre el mismísimo nadir marino, para su reconversión en ajardinados lechos donde retozan para siempre sus escultóricos amantes. Y, con la misma humildad y cautela frente a las moderneces circundantes, que inspiraron la obra del fundador del modernismo poético en las Islas, Martín Chirino puede decir ahora, desde su nuevo hogar en el Castillo de la Luz, aquello que cantara Domingo Rivero desde el otro extremo del mismo litoral urbano: “Mi oficina da al mar”... A su torreón le llega ahora muy de

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MI PATRIA ES UNA ROCA III2006

Hierro forjado70 x 130 x 130 cm

cerca el bisbiseo portuario y marítimo de Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón, con privilegiadas vistas auditivas sobre “el sonoro atlántico” y los polícromos mástiles y pabellones del Puerto de la Luz, cuando las aguerridas naos de los tiempos de Cairasco de Figueroa han sido reemplazadas por boyantes cruceros trasatlánticos…

Pero, más acá del diálogo insoslayable con el indigenismo propiciado por la Escuela de Arte Luján Pérez, que supuso otro hito en el devenir artístico de la ciudad y las Islas, el vórtice de la espiral de Martín Chirino conecta muy espe-cialmente con los poemas y los lienzos de sus amigos Manuel Padorno y Manolo Millares. Con ellos emprende, como es sabido, el viaje de promisión a Madrid, en 1955 y los tres trabajan con denuedo, a cuál más personal en su arte específica, en una misma orientación: la apertura constante a la universalidad sin perder ni un ápice la referencia ori-ginaria, y con una misma expugnación innovadora y profundamente matérica. Sondeable, tal vez, en cada una de las disciplinas artísticas, es fama que, en el ámbito de la poesía (en realidad, el único meta-arte, capaz de aglutinar a todas ellas), cada generación insular se bifurca entre autores luminosos, que cantan las excelencias del paisaje, y autores umbríos, que auscultan el acorralamiento de los demonios de la isla. Es, en realidad, un fructífero contrapunto que, a lo largo del siglo XX, se observa, por ejemplo, en las poéticas encontradas de Tomás Morales y Alonso Quesada; o entre el arrobo de una parte de los versos de García Cabrera y la agonía de algunos fragmentos de Agustín Espinosa, como su paradigmático Epílogo en la isla de las maldiciones (aunque, en otros pasajes de su obra, el oscuro ánimo se compense y hasta redima con su peculiar ludismo ireductible). Pues bien, en ninguna otra obra como la del poeta Manuel Padorno (cuyo emblemático árbol de luz ha sido, por cierto, recientemente homenajeado en una serie de esculturas de Chirino) se da de un modo tan contundente esa vertiente del éxtasis y la celebración del paisaje insular canario. Como parte de un singular episodio que podríamos llamar enigma del retornado (remedando el célebre títu-lo del surrealista Emeterio Gutiérrez Albelo), Manuel Padorno construye una radical epifanía de la luz insular. En las antípodas, el pintor Manolo Millares encabeza una visión trágica de la insularidad y de los mitos hispanos, con la que parece vislumbrar, incluso, su muerte prematura. Aprendiz aventajado, lo mismo que Chirino, del significado de los residuos arqueológicos del Museo Canario, Millares deriva a esa visión constante de la muerte en sus emblemáticas arpilleras –y cuanto más blancas éstas, más próximas, paradójicamente, al discurso tanático-, como si, en su visión, se fundieran las momias aborígenes con la espuma marina y el desgarro de la camisa blanca del hombre goyesco del fusilamiento del 2 de mayo… Pues bien, dentro de esa orientación de diálogo fecundo entre las diversas artes posicionadas a un mismo nivel de discurso, tan caro a las pautas que se marca la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, cabría afirmar que la obra de nuestro escultor es una síntesis dialéctica respecto a los otros dos po-sicionamientos antagónicos. En efecto, entre los poemas luminosos de Manuel Padorno y las trágicas arpilleras de Manolo Millares, las esculturas de Martín Chirino parecerían la más cabal resolución a esa tríada dialéctica: tensas en su concepción, agónicas, por cuanto la espiral se caracteriza por una inexorable ausencia de centro, pero, en cambio, armónicas en su contemplación, con un diáfano mensaje de esperanza, en la culminación de ese tránsito de lo local a

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1918Un viaje para la historia. Chirino (con gafas oscuras) marcha a Madrid, en compañía de sus amigos Manolo Millares

(i.), Manuel Padorno (d.), Elvireta Escobio, Juanita Ayde y Alejandro Reino, en 1955

lo universal que estos tres grandes artistas, coetáneos y amigos, recorrieron. Los tres han abierto las Islas al universo, bajo esa configuración primordial de lo universal como lo local sin paredes.

También por razones biográficas, el Castillo de la Luz resulta ser el marco inmejorable para albergar la obra de Martín Chirino. Muy próximo a la casa natal del escultor, el Castillo se encuentra justo entre las dos orillas que marcaron su vocación de escultor. De una parte, los astilleros del Puerto de La Luz, “donde trabajaba mi padre, y yo pasaba horas fascinado con la magnitud de los cascos de hierro de los barcos”. Y al otro lado, la emblemática playa de Las Canteras, no sólo de sugerente nombre para el oficio, sino con un trazado tan austero, amable y curvulento como sus hierros emblemáticos, y con un horizonte en diáfana herradura que “de niño, creía, literalmente, que se podría abrir”. La Fundación de Arte y Pensamiento, en el Castillo de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria, se erige al fin en congruente morada –a la vez un destino y un origen renovado- de quien, desde muy pronto, ha sabido domeñar de este modo su vocación: “Siempre quise que mi obra no fuera una señal sino un camino; no un gesto sino una presencia”.

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La Fundación: una plataforma viva para la reflexión

La Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, con sede en el emblemático Castillo de la Luz de la ciudad natal del escultor, nace con el objetivo primordial de fomentar la colección, el estudio, la difusión y la promoción del patrimonio artístico y de la figura y el magisterio creador de Martín Chirino, así como la completa catalogación de su obra, vertida en importantes colecciones privadas y en los principales centros de arte del mundo. Para ello, un cometido ineludible es abarcar la más amplia contextualización de las esculturas del artista canario en la doble dirección con que han sido concebidas: el aperturismo a las corrientes de vanguardia universales y su fidelidad a las raíces insulares. Asimismo, el fomento del diálogo entre las diversa manifestaciones artísticas y literarias, a menudo desplazado del imaginario actual por el exceso de especialización, resultará prioritario entre los cometidos de debate y pensamiento de esta nueva Fundación canaria.

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otros, con el Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Budapest, el Premio Nacional de Artes Plásticas, el Premio Canarias de Artes Plásticas, la Medalla de Oro a las Bellas Artes, el Premio Nacional de Escultura de la CEOE, la Medalla de Honor del Círculo de Bellas Artes de Madrid y el Premio Artes Plásticas 2003 de la Comu-nidad de Madrid. En 2004 la Fundación Real Casa de la Moneda le concedió el Premio Tomás Francisco Prieto de medallística. Con este motivo, ha realizado para la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre-Real Casa de la Mo-neda la medalla titulada “Espiral del viento, elogio a la Música”. Premio de la Fundación Cristóbal Gabarrón de las Artes Plásticas (2008). Investido Doctor Honoris Causa por las Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (2008) y por la Universidad Nebrija de Madrid (2011). En el 2014 es nombrado Académico Honorífico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

Martín Chirino parte del hierro como metal conductor de una obra que busca su máximo potencial expresivo con un mínimo de materia. Sus esculturas, por lo común de grandes dimensiones, responden a un doble impulso: por un lado, el diálogo con el arte primitivo y los materiales y el paisaje nativo de las Islas Canarias, leídos con los ojos de la evocación imaginativa y la memoria de aquél artista adolescente que soñaba con mover el horizonte de su playa; por otro, un poderoso impulso sígnico que genera todo tipo de geometrías espaciales, por lo general curvas (espirales), capaces de iluminar el espacio que las rodea y de ser a la vez, para quien las contempla, enig-ma y revelación.

Martín Chirino nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1925, junto al mar, en un medio familiar tradicional-mente ligado al mundo de los astilleros del Puerto de La Luz. Este conocimiento, desde muy niño, lo capacitó para el uso de la herramienta y le introdujo en un mundo que lo llenaba de asombro y pasión por la artesanía del hierro y la talla de la madera. Circunstancias que fueron decisivas en la trayectoria del escultor, puesto que los dos factores que mejor definen su obra son las continuas referencias a su tierra, cuya cultura ancestral ejerció una poderosa influencia, y el uso del hierro forjado como medio de expresión plástica, un trabajo artesano de tra-dición española, que, como dijo Antonio Saura, supo sintetizar con las más actuales preocupaciones espaciales.

A los 23 años Chirino viajó a Madrid para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, una vez fina-lizados sus estudios se adentra en un período de investigación sobre el hierro y la forja española. En Italia estu-diará a los clásicos, completando su formación en la School of Fine Arts de Londres. Tras su regreso a Canarias, realizó la serie “Reinas Negras” obras influenciadas por el arte africano y el surrealismo. Martín Chirino se in-corporó al grupo “El Paso” en 1958, junto con Saura, Canogar, Feito, Millares, Rivera... A partir de la exposición News Spanish paintigs and sculpters en el MOMA,la presencia de Chirino en EE.UU. será frecuente y periódica. Realizará desde los años setenta proyectos monumentales inspirados en la espiral del viento; vestigio encontrado en el legado de los primeros pobladores de su tierra natal, Canarias, y continuando con sus investigaciones sobre los valores africanos, siendo en la actualidad un representante de prestigio de la escultura abstracta española.

De 1983 a 1990 desempeñó el cargo de presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y desde 1989 hasta 2002 fue director del Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. Ha sido galardonado, entre

MARTÍN CHIRINO

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“Desde el origen hacia el universo”Martín Chirino

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La Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirinose inauguró el 28 de marzo de 2015