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P. PABLO JOSÉ FUENTES o.m.i. “DE LOS SENTIMIENTOS A LOS VALORES” Para un equilibrio personal y una comunicación profunda APUNTES DE PSICOLOGIA Y FE

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P. PABLO JOSÉ FUENTES o.m.i.

“DE LOS SENTIMIENTOS A LOS

VALORES”

Para un equilibrio personal y una comunicación profunda

APUNTES DE PSICOLOGIA Y FE

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INDICE

Página

PRESENTACION: 5 INTRODUCCION: 7 I – LOS SENTIMIENTOS

1.- Aclaraciones 11 a) Distintas definiciones sobre sentimientos 11 b) Nuestra opción 12

2.- Familias de sentimientos 13 3.- Los sentimientos ¿son buenos?, ¿son malos? 13 4.- Luces verdes y luces rojas 14 Ejercicios prácticos 16 5.- ¿Qué hacer con los sentimientos? 16

a) Clarificarlos 16 b) Aceptarlos 17 c) Valorarlos 18 d) Compartirlos 19

II – NECESIDADES BASICAS DE LA PERSONA 1.- ¿De dónde nos vienen los sentimientos? 23

2.- Necesidades básicas físicas: 25 3.- Necesidades básicas psíquicas: 25

a) Ser amado 25 b) Auto valor 26 c) Pertenencia 26 d) Autonomía 27

4.- Necesidades básicas espirituales: 28 a) Trascendencia 28 b) El guía o modelo 29

Ejercicios prácticos 29 III – COMPENSACIONES - EVASIONES 1.- ¿Cómo satisfacer nuestras necesidades? 31 2.- Las compensaciones no satisfacen nuestras necesidades 32 3.- ¿Qué son las compensaciones? 32 4.- Compensaciones más frecuentes ante cada una

de nuestras necesidades 33 IV – VALORES 1.- Sólo los valores pueden satisfacer nuestras necesidades 37

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2.- Utopías y Valores 37 3.- Yo soy responsable de satisfacer mis necesidades 38 4.- Los valores en Cristo y en los santos 38 5.- Principales valores para cada necesidad 39 6.- Resumen y gráfico 45 V – BUSCANDO UN EQUILIBRIO PERSONAL 1.- El hombre es un animal in-se-guro 47 2.- Consciente, subconsciente y supraconsciente 48 3.- Pasos para lograr este equilibrio 49

a) Ver y elegir el sentimiento presente más fuerte 49 b) Ver los pensamientos que me trae ese sentimiento 51 c) Ver las acciones a que me impulsó ese sentimiento 51 d) Juzgar el sentimiento y las reacciones que le

siguieron a la luz de necesidades y compensaciones 52 e) Actuar asumiendo el valor que satisfaga la necesidad

descubierta 53 4.- Diálogo de sentimientos 53

a) Tomar la decisión de hablar 54 b) Tomar la decisión de escuchar 54

APENDICES 1.- Aplicación a la ESPIRITUALIDAD 56

a) Carta diaria a Jesús 58 b) La respuesta de Jesús 61 c) Intimidad con Jesús 61 d) Sanación 61 e) Testimonio de paz 62 f) Opción por compartir 63

2.- Aplicación a la EVANGELIZACION 64

a) La búsqueda de felicidad en los hombres y mujeres de hoy 64

b) Evangelizar desde las Bienaventuranzas 65 c) Sobran maestros y faltan testigos 66

3.- Aplicación a la PEDAGOGIA 68 a) Testimonio 68 b) ¿Cómo educar para sentirse realmente bien

y ser feliz? 69 c) Los niños aprenden lo que viven 71

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PRESENTACION Alegría y temor son dos sentimientos muy presentes en el momento de ponerme a escribir este folleto: DE LOS SENTIMIENTOS A LOS VALORES. Hace años me vienen pidiendo que lo escriba los que conocen el contenido del mismo a través de mis charlas en grupos o en privado. Parece, una vez más, que lo imposible (o lo que yo consideraba totalmente “imposible”) puede llegar a ser una realidad: que ponga por escrito estos pensamientos experimentados en mí y transmitidos a otros (matrimonios, jóvenes, universitarios y comunidades rurales) en distintos países de América Latina a lo largo de más de 20 años. De ahí mi alegría. Es algo así como si me naciera un hijo largamente esperado, y cuando ya lo consideraba imposible. Por eso mi total agradecimiento a Dios, autor de todo bien, y a tantos que han colaborado para que esto se haga una realidad. Mis temores han ido disminuyendo según se iba haciendo realidad cada página. Pero ¿estará suficientemente claro y accesible hasta para la gente más sencilla?. Porque cuando yo aprendí esto y comencé a ponerlo en práctica, allá por el final de la década del 70, no me resultó nada fácil aplicarlo a mi vida. Claro que mi formación, tanto en la familia como en la escuela y hasta en el seminario, no tuvo en cuenta todo este aspecto tan amplio y tan rico de los sentimientos. Fue el movimiento católico de Encuentro Matrimonial quien me introdujo y me enseñó a dar los primeros pasos en este importante mundo de los sentimientos. Fueron muchas las parejas de este querido movimiento las que durante 20 años me acompañaron en este estilo de vida y me ayudaron a ejercitarme en este lenguaje tan desconocido y difícil para mí. Otra alegría es que estas páginas puedan servir a los animadores y a los miembros de las pequeñas comunidades de Hogares Sanos y Apacibles para su formación personal, para su espiritualidad y como una herramienta importante para su acción en favor de las familias. Tal vez algunos se animarán también a impartirlo como un curso.

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INTRODUCCION VERDADES – IDEALES – SENTIMIENTOS Hubo siglos en que lo importante era anunciar, clarificar, propagar y defender las VERDADES. Algunos pretendieron hasta imponer las VERDADES por la fuerza. Y se llegó a la conclusión de que quien no estaba en la verdad, sino en algún error, era un mal para la sociedad, y había que obligarlo a cambiar, o reprimirlo y hasta, en algunos casos, eliminarlo. Por algo se dio el fenómeno, tan discutido en algunos tiempos y tan rechazado hoy, de La Inquisición. Hubo otras épocas en las que lo importante era tener IDEALES claros y grandes, y comprometerse en alcanzarlos, aunque costasen la vida, como la igualdad entre los seres humanos, la raza superior, el mundo nuevo. No todos los ideales buscados fueron positivos en si mismos o en los métodos empleados para alcanzarlos. Algunos trajeron frustraciones y mucho dolor a la sociedad. Pero, con “la caída del muro de Berlín”, como acontecimiento significativo e indicativo, se cayeron muchos ideales en la sociedad del siglo XX. Hoy estamos en una época en la que se relativizan tanto las verdades como los ideales y muchos piensan que lo importante para ser feliz es SENTIRSE BIEN. Y sólo lo buscan en una forma inmediata, individualista y narcisista sin reparar en los medios para intentar atrapar la felicidad que esperan de sentirse bien consigo mismo. Así muchas veces no sólo no logran ser felices, ni mejorar su calidad de vida, sino que complican la felicidad y la vida de los demás. Buscar SENTIRSE BIEN no es negativo, como no es negativo, buscar ideales o querer vivir en la verdad. Aunque muchos en su vida se equivocan de camino o de método, y por eso ni se sienten bien, ni logran concretar sus ideales, ni llegan a la verdad plena. El énfasis que hoy se pone en SENTIRSE BIEN nos introduce de lleno en el tema de los SENTIMIENTOS, tan ignorados o despreciados durante décadas.

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En toda época hubo profundas HERIDAS en la gente, pero su forma de encararlas (orientarlas, sublimarlas, superarlas, compensarlas o pretender ignorarlas) era desde las verdades que aportaba la inteligencia o desde los ideales que hacían más valiosa la entrega de la propia vida, si suponía una dosis de sacrificio. Hoy estas heridas afectan más a las personas al estar más centradas en sí mismas; y muchos pretenden superarlas buscando sentirse bien a cualquier precio, como la única manera de ser feliz. Esto puede explicar, al menos en parte, la “fragilidad” de nuestra juventud y de la sociedad en general. Al mismo tiempo hoy se relativizan las verdades, que muchas veces han sido y están siendo muy manipuladas. También se relativizan los ideales, que en muchos casos se han vuelto inalcanzables, produciendo lamentables frustraciones. Parecería que la única salida es sentirme bien. Todo esto hace que palabras como VERDAD, BONDAD y COMPROMISO se presenten no tan ricas de contenido como en otras épocas y no movilicen a la gente de hoy como movilizaban en décadas pasadas, cuando, por ejemplo, asumir un COMPROMISO se tomaba como algo “casi sagrado”. Es necesario el conocimiento de las VERDADES, porque “la verdad nos hace libres”. Pero se puede llegar a ellas desde un orden lógico incuestionable o desde la experiencia de vida, desde lo que necesito para sentirme realmente feliz. Un sacerdote me afirmaba con énfasis que, para superar la ignorancia religiosa de la gente, “lo importante es lograr que las verdades estén claras en la mente de las personas”. Yo pienso que necesitamos dar un paso más, y que lo verdaderamente importante es lograr que las verdades las personas las convirtamos en vida. Esto es lo que hoy se expresa como “vivir los valores” Para algunos, si los valores no se viven, no son verdaderamente valores, sino “utopías” solamente, algo inalcanzable, como explicaré más adelante. Es necesario también que toda persona tenga sus IDEALES de vida (más o menos explícitos) y se comprometa con ellos. Pero, dado el “fracaso” de tantos idealismos, particularmente en el siglo

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XX, incluso de aquellos por los que muchos expusieron su vida, y algunos hasta la dieron, hoy no son tan atrayentes palabras como ideales, compromiso, aunque no se les niegue su valor. En cambio, compartir contigo la experiencia que te hace feliz a ti y experimentarte como una persona cercana me puede mover a seguirte. Jesucristo es la VERDAD que nos hace libres; es el IDEAL y la meta para toda persona, el CAMINO, “el Principio y el Fin” (Ap. 22. 13). Y Jesucristo también es la VIDA verdadera, la vida feliz. Él es quien satisface adecuadamente nuestras necesidades más profundas. Por eso dijo: “el que tenga sed, que venga a mí. Pues el que cree en mí tendrá de beber” (Jn. 7. 37 y 38). Es el mismo Jesús quien nos habla de ser FELICES en nuestra vida, mostrándonos el camino de las Bienaventuranzas.

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I – LOS SENTIMIENTOS 1.- Aclaraciones: Normalmente comienzo mis cursos sobre este tema pidiéndole a los participantes que me digan palabras que para ellos son sentimientos, y las voy anotando para que todos las vean. Aparece de todo: amor, amistad, rencor, dolor, felicidad, insatisfacción, celos, pasión, esperanza, culpa... y la lista se vuelve interminable. Cuando después sigo conversando y pidiendo que me digan si puedo borrar alguna de las palabras anotadas porque alguno opine que tal vez no sean sentimientos, las sorpresas van en aumento y las caras lo manifiestan, llegando al culmen cuando alguno intenta borrar el amor de la lista de sentimientos, y yo se lo apruebo. Ahí surge en muchos con tono de desconcierto la pregunta: “Entonces, ¿qué es un sentimiento?”

a) Distintas definiciones sobre sentimientos: Los que escriben sobre este tema de los sentimientos llegan a

las más variadas, complejas y largas definiciones. Imposible transcribir todas. Ponemos algunas que nos parecen significativas.

“Descartes definió los sentimientos como acción y efecto de sentir” (“Guía práctica de Psicología”, pág. 188).

“Wund concibe los sentimientos como pares de fuerzas extremas que contarían de dos polos opuestos englobando todos los sentimientos en tres pares siguientes: placer-displacer, excitación-reposo, tensión-relajación” (ídem, pág. 189).

“Krueger los considera en razón de su profundidad, dividiéndolos en profundos y superficiales. Los profundos serían auténticos sentimientos ya que éstos proceden de nuestra intimidad y se mantienen presentes durante mucho tiempo. Los superficiales serían aquellos que proceden del exterior, como reacción a estímulos externos, y que, aunque pueden tener cierta intensidad, duran menos que los anteriores” (ídem, pág. 189).

“Sentimientos: impresión que causan en el alma las cosas espirituales. Estados de ánimo afligido por un suceso triste. Parte afectiva y emocional de una persona” (Diccionario Enciclopédico,

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Grijalbo). “Los sentimientos son el reflejo en el cerebro del hombre de

sus relaciones reales, o sea, de las relaciones del sujeto que experimenta las necesidades con los objetos que tienen significado para él”(Petroski: Psicología general, pág. 392).

“Los sentimientos son específicos del hombre, tienen carácter histórico puesto que han aparecido en el desarrollo histórico de la humanidad y se modifican en el curso de este desarrollo”. Leontiev.

b) Nuestra opción:

Los sentimientos son reacciones internas y espontáneas ante personas, lugares o situaciones que se experimentan o se piensan. Esta definición, tomada de Encuentro Matrimonial, es la que me parece más completa, más clara y más fácil de asimilar. Y sobre ella vamos a trabajar el resto de este escrito. Por eso la explico un poco: Ver una persona a la que queremos nos produce una reacción interna distinta a la que nos puede producir cruzarnos con una persona que nos trató mal en nuestra infancia, aunque externamente lo disimulemos. Pasar por delante de la escuela donde cursamos la primaria o por una calle donde tuvimos un accidente también nos produce reacciones internas y espontáneas inevitablemente. Escuchar en grupo la misma noticia deportiva puede producir reacciones internas (y ¡hasta externas!) bien diferentes en los que la reciben, según sea que ganó o perdió su equipo favorito. Pero no sólo ver, escuchar, tocar, oler, gustar, produce esas reacciones internas y espontáneas a las que llamamos sentimientos, sino que nuestros pensamientos sobre las personas, los lugares o las distintas situaciones que vivimos también producen en nosotros ese tipo de reacciones. En definitiva, podemos decir que constantemente estamos sintiendo, como constantemente estamos oyendo, aunque a veces digamos que no oímos nada. Evidentemente no todos nuestros sentimientos son de la misma intensidad. No suele producir un sentimiento de la misma intensidad pensar en una persona muy querida o encontrarnos con ella por sorpresa, o recibirla cuando la estamos esperando.

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2.- Familias de sentimientos: Siguiendo este enfoque de la definición anterior, podemos decir que todos (o casi todos) los sentimientos pertenecen a una de estas cuatro grandes familias de sentimientos:

ALEGRIA TRISTEZA ENOJO MIEDO

A la familia de la alegría pertenecen sentimientos como: entusiasmado, expectante, en paz, seguro, eufórico, tranquilo, maravillado, feliz, gozoso, satisfecho... A la familia de la tristeza pertenecen sentimientos como: depresivo, nostálgico, insatisfecho, apenado, melancólico... A la familia del enojo pertenecen sentimientos como: rabia, indignación, impotencia, acompañados a veces por la agresividad y el deseo de venganza... A la familia del miedo pertenecen sentimientos como: inseguro, angustiado, avergonzado, ansioso, asustado, temeroso, preocupado, indeciso... 3.- Los sentimientos ¿son buenos?, ¿son malos? ¡Cuantas veces escucho decir que tal persona tiene sentimientos muy malos, o que pareciera no tener sentimientos!. ¡Y cuantas veces yo mismo he dicho que determinada persona, aunque es alcohólico o presenta otros problemas de conducta, sin embargo, en el fondo, tiene muy buenos sentimientos! No voy a pretender con este escrito cambiar el lenguaje de la gente, que, en expresiones como esas, es más un lenguaje figurado que literal. Pero, de acuerdo con la definición elegida, podemos afirmar que los sentimientos por ser reacciones internas y espontáneas no son ni malos, ni buenos en sí mismos. Las que si pueden ser buenas o malas son las acciones que uno realice impulsado por sus sentimientos. Pero los sentimientos en sí mismos no tienen moralidad. No es malo que yo me enoje, pero o que yo haga impulsado por ese enojo, eso sí puede ser bueno o malo. Impulsado por el enojo puedo golpear a uno, o puedo tomar decisiones de cambiar en lo que estoy obrando mal. El mismo Jesús se enojó varias

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veces, según leemos en el Evangelio, no sólo con los vendedores en el templo, a los que sacó de ahí con palabras y actitudes muy firmes (Jn.2. 14-16) sino también con los escribas y fariseos, a los que llamó: “Serpientes, raza de víboras” (Mt. 23. 33). Hasta con sus mismos discípulos: “Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc.10. 14). Tampoco es malo que algo me ponga triste, lo que sí es malo es que yo alimente mi tristeza. Esto sí es responsabilidad mía. Pero la tristeza me puede acercar al dolor de otros, y eso es bueno. También Jesús experimentó varias veces la tristeza: “Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad lloró por ella”. (Lc.19. 41). Y ante el sepulcro de su amigo Lázaro “Jesús se puso a llorar”. (Jn.11. 35). El miedo puede ser signo de poca confianza en uno mismo, en los demás o en Dios. Pero también me puede llevar a ser prudente tanto al cruzar una calle, como a buscar la mejor forma de decir las cosas. Yo, por temor a que el lector no me entienda, me estoy esforzando por presentar este escrito lo mejor que puedo. Esto me está ayudando en este intento de escribir. Pero, si el miedo me lleva a mentir, la mentira ya no es buena. Jesús experimentó también fuertes miedos: “Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega!” (Lc.12. 50) “Él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre que caían hasta el suelo” (Lc.22. 44). Son significativas las alegrías de Jesús: “En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo” (Lc.10. 21) “Jesús dijo abiertamente a sus discípulos: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean” (Jn.14. 15) “Digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos” (Jn. 17. 13) “Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer” (Lc.22. 14). Como vemos Jesús experimentó las cuatro familias de sentimientos en forma intensa. 4.- Luces verdes y luces rojas: Los sentimientos de la familia de la alegría podríamos decir que son como luces verdes que se encienden dentro de nosotros, y

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que indican que vamos bien, que podemos seguir adelante... Los sentimientos de las otras tres familias (enojo, tristeza y miedo) podríamos decir que son como luces rojas que se encienden dentro de nosotros, y que indican que debemos parar, que algo está fallando, que hay peligro o simplemente que se necesita reponer algo antes de que se acabe. Si uno no hace caso a sus luces rojas, puede ser como un automovilista, que se salta un semáforo luz roja en el centro de una populosa ciudad. Se expone inevitablemente a un accidente. También me gusta comparar los sentimientos luz roja con el conductor que ve encenderse una lucecita roja en el automóvil, pero como el vehículo sigue andando y él no entiende nada de mecánica, no le da importancia, hasta que se le para totalmente el vehículo y ya no puede seguir porque se le fundió el motor. Así pasa a algunas personas que no le hacen caso a los sentimientos de luz roja que se prenden en su interior, “funden su psiquis” y caen en depresiones, angustias, obsesiones... Muchas veces llegan a esos estados no porque no se le hayan prendido las luces rojas de sus sentimientos avisando del peligro, sino porque no les hicieron caso en su momento. Cuando esperaba en Argentina la visa para radicarme en Cuba, un amigo me invitó a su casa. Como es dentista, aproveché para que me revisara la dentadura, antes de salir para un país desconocido para mí en ese memento. Cuando mi amigo comenzó su trabajo de inspección en mi boca enseguida me dijo: “Esta muela hay que sacarla” “Está bien –le dije- sácala” “Esta otra, vamos a ver si te la puedo salvar”. Y, revisando el maxilar superior, añadió: “Y aquí tienes otra que también hay que sacarla” Esto ya me pareció demasiado, y le contesté, como defendiéndome de las molestias y dolores que me imaginaba para los próximos días: “!No puede ser!. ¡Pero si a mí nunca me ha dolido la dentadura!” “Eso es lo malo –me contesto muy seguro mi amigo- Porque si hubieras tenido dolores, éstos te habrían avisado con tiempo, y hubieras venido un año antes por lo menos. Entonces sí las

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hubiéramos podido salvar. Pero ahora es tarde. Hay que sacarlas por lo menos estas dos”. Ahí comprendí que el dolor no es malo cuando avisa de algo que debemos corregir a tiempo. Lo mismo pasa con los sentimientos luz roja: son avisos para que pares, te detengas y analices lo que te está pasando, y le des la importancia que merece. De lo contrario, te expones a sufrimientos innecesarios para ti y para los que te rodean. Un seminarista comentaba en un curso sobre el tema: “Yo parezco un arbolito de Navidad: continuamente se me encienden luces rojas, y algunas verdes; pero son muchas más las rojas”. EJERCICIOS PRACTICOS: 1º.- Un sentimiento de alegría que tuve hoy a sido... (escribir y describir esta alegría y su intensidad) ¿Qué cosas me hace recordar?. 2º.- Un sentimiento de “luz roja” que experimenté en estos últimos días ha sido... (describir la tristeza, la rabia o el miedo que experimenté y su intensidad) ¿Qué cosas me hace recordar?. 5.- ¿Qué hacer con los sentimientos?: A esta pregunta las respuestas más frecuentes en los cursos suelen ser: “Controlarlos”, “Reprimirlos”, “Encausarlos”... Sería muy positivo que también el lector se contestara la pregunta anterior (¿Qué hacer con los sentimientos?) antes de seguir con esta lectura; para que este folleto no sólo lo lea, sino que le ayude a ser un poco más feliz... ¿Cuál es tu respuesta, lector? En contadas ocasiones algunos de los participantes en los cursos responden: “Disfrutarlos”, “Expresarlos”... Pensamos, y así tenemos experimentado personalmente en nosotros y en otras personas, que los pasos a seguir con nuestros sentimientos son cuatro:

a) Clarificarlos: Hay frecuentes confusiones en el lenguaje común de la gente. Sin embargo no podemos pretender cambiar la forma de hablar de las personas cuando conversamos con ellas. Pero sí será bueno que nosotros tengamos las cosas lo más claras posible en este tema por lo que de ello se deriva, como veremos enseguida.

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Podemos decir, por ejemplo: “Siento que mi suegra no me quiere”. Parecería que estoy expresando un sentimiento, pero lo que estoy manifestando es un juicio o pensamiento porque puedo cambiar “siento que” por “pienso que” y la frase tiene el mismo sentido: “Pienso que mi suegra no me quiere”. Y este pensamiento o juicio sí produce sentimientos en mí. Otras veces decimos o escuchamos: “Yo lo siento así”, como para zanjar y terminar toda discusión. Y no nos damos cuenta de que lo que estamos manifestando con esa frase es en realidad un juicio o un pensamiento. Podríamos decir con el mismo sentido: “Yo lo pienso así” o “Yo lo juzgo así”, o “Para mí esto es así”. Pero será bueno tratar de descubrir los sentimientos que esa afirmación despierta en nosotros, ya que todo pensamiento o juicio produce sentimientos. En cambio cuando decimos, por ejemplo: “Me siento feliz” o “Me siento angustiado” y la expresión “me siento” la puedo cambiar por “estoy” y la frase tiene el mismo sentido, ahí sí nos encontramos frente a un sentimiento. Es importante clarificar esto, porque los sentimientos no se discuten mientras que los juicios sí pueden discutirse, y llegar a clarificar si son acertados o equivocados. Un párrafo aparte merece el tan mentado sentimiento de culpa: Según lo que he podido investigar, ya en el año 1978 apareció algún escrito clarificando que no se trata de un sentimiento como tal, sino de un juicio, que uno hace sobre sí mismo. En vez de “me siento culpable” sería más correcto decir: “me juzgo culpable, y esto me hace sentir...” Por ser un juicio y no un sentimiento yo podré analizar (y discutir) hasta dónde llega mi culpa, y si soy tan culpable como yo pienso o más culpable de lo que pienso, o menos. Y no seré justo conmigo mismo tanto si me pongo una culpa que no tengo, como si niego una que tengo. Cuando comencé a incursionar en este tema de los sentimientos (a mis 38 años de vida y 13 de sacerdote católico) me resultaba muy difícil ponerle nombre a mis sentimientos. Yo sentir, sí sentía; pero muchas veces no sabía cómo se podía llamar eso que yo estaba sintiendo. b) Aceptarlos: No negarlos. Si no aceptas tus sentimientos, hay una parte importante de ti que no aceptas. Algunos llegan a decir

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que si no aceptas tus sentimientos, no te aceptas a ti mismo. Si además, ya sabes que los sentimientos no son ni buenos ni malos, ¿qué te puede impedir aceptarlos? Racionalmente parece claro, pero ¡cómo cuesta a veces aceptar que determinadas personas, situaciones, lugares o temas me producen enojo, o me ponen triste o me dan miedo! Posiblemente hayas escuchado más de una vez expresiones como esta: “No quiero alegrarme mucho con esto, no vaya a ser que después me desilusione”; y así esas personas se privan de disfrutar muchas alegrías de la vida. Si a veces cuesta aceptar las alegrías (que son luces verdes) ¡imagínate lo que puede llegar a costar para algunas personas aceptar sus tristezas, sus enojos o sus miedos (sus luces rojas) aunque logren no dejarlos aparecer externamente! ¡Cómo les cuesta en general a los perfeccionistas aceptar sus enojos; y a los muy decididos, sus inseguridades; y a los machistas, sus miedos; y a los creativos, sus tristezas! Algunos de estos tipos de personalidades llegan a pensar que si aceptan esos sentimientos, no son ellos mismos, o se están destruyendo como personas. ¡Qué equivocados están! Y ¡cuánto se privan de crecer y mejorar como personas! En definitiva podemos decir que no aceptar tus sentimientos es privarte de vivir. Como soy una persona entusiasta, yo muchas veces no he aceptado mis tristezas, ni frente a mí mismo, ni mucho menos frente a los demás. He llegado a pensar que yo nunca podía ni debía estar triste. Y menos siendo sacerdote y misionero. Hoy puedo reconocer que mis tristezas, auque no sean el sentimiento más frecuente ni más fuerte en mí, me han ayudado a crecer, particularmente en cercanía con las personas y en confianza en Dios. c) Valorarlos: Con todo lo expresado anteriormente ya está claro lo importantes que son los sentimientos en nuestra vida. Pero tal vez alguno de los lectores sea hijo de una época donde no se valoraban los sentimientos. Lo importante eran las ideas y los ideales. En algunas familias hasta no hace muchos años se valoraba más el comportamiento, la imagen ante los parientes y conocidos y los éxitos o fracasos que los sentimientos. De éstos últimos ni se hablaba. Todavía hoy cuesta romper este esquema. Una buena madre me comentaba angustiada, que lo que más le preocupaba de su hija de 26 años era lo que la gente del pueblo pudiera estar comentando,

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dada la facilidad que ésta tiene para cambiar de pareja, cuando en realidad lo más grave es que su hija no quiere vivir; y esto la madre se lo ha escuchado muchas veces a su hija. Pero no sólo en la familia, también en los sistemas educativos todavía vigentes se educa para saber mucho, para ser el primero, el mejor, para ganar dinero o, al menos, para tener un título y defenderse de la vida; pero no se educa para ser feliz. Esto explica muchos fracasos en la educación de la niñez, de la adolescencia y de la juventud actuales. Hoy nos encontramos frecuentemente con otro planeamiento, muy apoyado desde algunas corrientes psicológicas: la sobre-valoración de los sentimientos. Hay profesionales de la psicología que con facilidad y superficialidad aconsejan: “Haz lo que te haga sentir bien”, “Si tú te sientes bien así...; lo importante es tú te sientas bien”. Este camino está hoy lleno de personas que van a la deriva, deprimidas, encerradas en sí mismas y sin sentirse realmente bien ni lograr la felicidad que buscan constantemente y a cualquier precio. A pesar del desafío y las críticas que supone en esta época lo que diremos a continuación, afirmamos que sí son muy importante los sentimientos en la vida de cada uno; pero que los sentimientos no son la norma de conducta de las personas. Ciertamente siempre debo tener en cuenta como me estoy sintiendo en mi interior, pero a la hora de tomar decisiones, y a la hora de actuar, si quiero obrar bien, si quiero ser realmente feliz, debo guiarme por mis principios, mis opciones, mis compromisos..., en definitiva por los valores, como veremos más adelante, no por los sentimientos. Pero, si mis decisiones están bien tomadas, experimentaré un sentimiento de paz en lo más profundo de mi ser. Esa paz, cuando es profunda, y aunque no esté ausente de tensiones, es como un juez interno que me está afirmando que mi decisión es correcta.

d) Compartirlos: Podemos decir que “tus sentimientos son realmente tuyos, pero no son sólo para ti”. ¡Cuánto bien nos hace compartir los sentimientos y experimentar que son aceptados por otras personas!. Y es que los seres humanos estamos hechos para compartir. No puede ser de otra manera, ya que fuimos creados a imagen de Dios y podemos decir, parafraseando a San Juan, que

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“Dios es compartir”. La teología nos enseña que Dios-padre comparte todo su ser con el Hijo, y esa comunión y ese compartir entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo. Por eso decimos que si, como dice la Biblia, “Dios creó al hombre a su imagen” (Gn.1. 27) y Dios es compartir, cuanto más y mejor compartamos más y mejor reproduciremos esa imagen de Dios en nosotros. Y el compartir más profundo entre los seres humanos es el compartir de los sentimientos. Un refrán popular dice: “una pena compartida es media pena, y una alegría compartida es doble alegría”. John Powell escribe: “Si debo abrirme a ti, tengo que permitirme tener la experiencia (encuentro) de mi persona, para lo cual debo hablarte de mi enfado y de mi miedo. Se ha dicho con razón que o verbalizamos nuestros sentimientos o los somatizamos. Los sentimientos son como el vapor que se acumula en el interior de una olla: si se guardan dentro y se permite que acumulen intensidad, pueden acabar haciendo saltar la “tapadera” humana que los reprime, lo mismo que el vapor puede hacer saltar por los aires la tapadera de la olla. La medicina sicosomática sostiene que la represión de las emociones constituye la causa más frecuente del cansancio y de determinadas enfermedades. Ello forma parte del proceso de somatización. Las emociones reprimidas pueden encontrar salida en la “somatización” de dolores de cabeza, erupciones cutáneas, alergias, asma, resfriado, dolores reumáticos..., pero también pueden somatizarse en tensiones musculares ,en violentos portazos ,en apretar los puños, en el aumento de la presión sanguínea, en el rechinar de dientes, en llantos, en rabietas y en todo tipo de actos de violencia” (¿Por qué temo decirte quien soy? pág. 61).

* Compartir los sentimientos es una decisión No esperes que el compartir de tus sentimientos surja siempre en forma espontánea. En algunas oportunidades puede ser que sí te sea fácil compartirlos; y sería deseable que se convierta en ti en algo habitual, espontáneo y profundo. Pero muchas veces compartir los sentimientos supone una fuerte decisión. Y cuando los sentimientos son fuertes, ¡cómo nos afectan la conducta hasta que los podemos compartir o se van eclipsando lentamente ante la presencia

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de otros!. Habrás experimentado muchas veces en ti mismo cómo algunos sentimientos que pensabas ya se habían borrado, reaparecen con nueva fuerza ante cualquier recuerdo o pensamiento que los ponga en activo. Y es que los sentimientos no se borran tan fácilmente como a veces pensamos o deseamos. Tampoco te los debes guardar, si quieres avanzar, superarte y crecer como persona que vive en relación con otros en este mundo. Aquí surge normalmente en todos los cursos una pregunta:

* ¿Con quién compartir mis sentimientos? Esta misma pregunta me la hice yo también varias veces y en ocasiones bien diferentes. Recuerdo especialmente cuando atendía como sacerdote en Argentina una zona muy extensa y poco poblada (5 mil habitantes diseminados en más de 40 mil kilómetros cuadrados). Cuando llegaba mensualmente a un pequeño poblado de 22 casas a 200 Km. del centro de la parroquia, me invadía frecuentemente una gran tristeza por la división entre la gente a causa de la religión: tres cultos cristianos distintos y distantes entre sí. Esto incidía fuertemente en la vida de algunas familias, cuyos miembros participaban de los distintos grupos religiosos. Yo veía que sería saludable para mí compartir con alguien ese fuerte sentimiento de tristeza. Las primeras veces me lo guardé porque pensé que no me comprenderían por ser gente en su mayoría analfabeta. Pero cuando me decidí a compartirlo (con alguno de los matrimonios principalmente) quedé sorprendido al comprobar cómo, antes de que yo terminara de hablar, ya me habían comprendido. Ahí entendí yo que el lenguaje de los sentimientos no se aprende en la universidad. Antes por el contrario, ciertos desarrollos intelectuales nos pueden alejar de las riquezas del maravilloso mundo de nuestros sentimientos. También aprendí que no es cuestión de compartir los sentimientos con el primero que pasa por la calle, ni en la peluquería, mientras experimento cierta relajación al poner mi cabeza en manos de otra persona. Pero tampoco mis sentimientos son tan míos que nadie me pueda comprender, ni acompañar en el camino de la vida. Con el tiempo y el ejercicio de decidirme a compartir he llegado a la conclusión y a la experiencia de que siempre puedo encontrar a quien

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confiar mis sentimientos antes de que se termine el día. Las mismas reuniones de sacerdotes tienen un mayor clima de familia cuando comenzamos dando un tiempo para compartir cómo nos estamos sintiendo. Después nos resulta mucho más fácil y rápido llegar juntos a las conclusiones en los distintos temas. Además en el diálogo con Dios yo encuentro también un compartir extraordinario de mis sentimientos, Pero este diálogo no me suprime, sino que me fortalece, la comunicación con otras personas. Aquí vale la pena recordar aquello que Dios dijo en la creación de la humanidad: “No es bueno que el hombre esté sólo” (Gn.2. 18) Y estas palabras no sólo se refieren a la pareja matrimonial, sino a toda persona, ya que no hemos sido creados para vivir solos, y necesitamos de los otros para completarnos. Y una forma privilegiada de completarnos es compartir nuestros sentimientos. EJERCICIO PRACTICO: Te invito a compartir con una persona de tu confianza alguno de tus sentimientos presentes ya sea de los que escribiste en el ejercicio anterior o de los que este tema te está produciendo.

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II – NECESIDADES BASICAS DE LA PERSONA 1.- ¿De dónde nos vienen los sentimientos? Sería bueno, lector, que antes de seguir leyendo intentaras tu mismo dar una respuesta a esta pregunta. En los cursos que doy las respuestas de los participantes son de los más variadas. -“Del corazón”, dicen los más espontáneos. -“Del interior de la persona”, responden los que lo piensan un poco más. -“De la relación con las personas”, manifiestan algunos. -“De los acontecimientos que a uno le tocan vivir”, expresan otros. Y tú, lector, ¿Te identificas con alguna de estas respuestas? ¿Tienes otra para añadir a esta lista?. Escríbela antes de seguir con esta lectura ............................................................................................ ............................................................................................................... ............................................................................................................... Cuando yo escuché por primera vez en el mes de septiembre de 1979 dentro del movimiento católico de Encuentro Matrimonial que los sentimientos proceden de las necesidades de la persona, me costó aceptarlo en un primer momento. Necesite llegar hasta el final de la explicación para comenzar a verlo más claro y para llegar a entusiasmarme con este descubrimiento. Sí, porque esta afirmación de que “mis sentimientos proceden principalmente de mis necesidades” terminó siendo para mí un verdadero e insospechado descubrimiento, con importantes consecuencias tanto para mi autoconocimiento como para mi vida espiritual: así comencé a darme cuenta que no es justo responsabilizar totalmente a nadie de cómo yo me siento. ¡Cuántas veces en mi interior he pensado (y todavía lo pienso espontáneamente con frecuencia) que “por culpa de esta persona yo me estoy sintiendo así”, o que “son las circunstancia que me tocan vivir las que no me dejan ser feliz”! Pero ¡qué distinto es saber que si mis necesidades están debidamente satisfechas, experimentaré sentimientos de la familia de la alegría (luces verdes); y que si en mí aparecen sentimientos de enojo, tristeza o miedo (luces rojas) eso estará indicando que alguna de mis necesidades básicas no está debidamente satisfecha! Este enfoque del principal origen de mis sentimientos me

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lleva, sin duda, a responsabilizarme más de ellos y del tratamiento que pudiera llegar a darles en cada oportunidad. Mi experiencia es que este enfoque de que mis sentimientos proceden de mis necesidades, me permite y motiva a enfrentarme conmigo mismo más frecuentemente y a ver con más claridad y menos complacencias el camino para un crecimiento personal. Y éste es otro de mis descubrimientos (un poco más lento, pero no menos profundo): aceptar que debo darle la debida importancia a mis necesidades personales. Es posible, lector, que estés tan ansioso como yo cuando me explicaban esto de que mis sentimientos vienen de mis necesidades, y ya quieras llegar al final de cómo satisfacer tus propias necesidades. Considero como un gran descubrimiento para mí el saber que mis necesidades se satisfacen con los valores.

Y que vivir los valores me lleva a la paz. Por eso adelantamos este gráfico de lo que explicaremos más

adelante.

Del sentimiento a la paz:

Entendemos por necesidades básicas aquellas que tenemos todos, tanto en el aspecto físico, como en el psíquico y en el espiritual. Todas ellas corresponden al nivel más básico de nuestras necesidades como seres humanos.

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2.- Necesidades básicas físicas: Hay 4 necesidades físicas:

* 2 interiores: alimento y descanso * 2 exteriores: casa y vestido Todas ellas corresponden al nivel más primario de nuestras necesidades como seres humanos. Y cuando estas necesidades no están debidamente satisfechas aparecen en nosotros fuertes sentimientos que nos pueden impulsar a acciones insospechadas hasta por nosotros mismos. Por eso está el refrán “La necesidad tiene cara de hereje” ¡Qué sentimientos tan fuertes pueden surgir en las personas cuando no tiene lo mínimo necesario para alimentarse ellas o sus hijos, o cuando los emigrantes no saben dónde pasaran la noche, o cuando las exigencias de trabajo no permiten ni siquiera un poco de descanso! ¡Cuántas veces escuché de algunas personas que no quieren salir de sus casas ni participar de reuniones sociales o religiosas porque no tienen la ropa adecuada! ¡Qué tensiones experimento cuando no estoy cómodo con mi vestimenta o pienso que los demás me estarán viendo ridículo! 3.- Necesidades básicas psíquicas: * 2 personales: ser amado y auto valor. * 2 sociales: pertenencia y autonomía. Aunque estas palabras son suficientemente expresivas, viene bien agregar alguna aclaración.

a) Ser amado es la necesidad que todos experimentamos de recibir amor y de poder dar amor. Hoy está ya muy aceptado que necesitamos recibir amor desde la concepción. Y que, por lo tanto, no es lo mismo si fui concebido por amor, o si faltó amor de mis padres ya desde ese momento. Según la Dra. Marie Paul Ross, esta necesidad de afecto la hemos experimentado con mayor intensidad en nuestra vida desde la concepción hasta los 7 años, cuando ya comenzó nuestro razonamiento. Y, si en esta etapa de nuestra vida, no fue suficientemente satisfecha esta necesidad de ser amado, tendremos que sobrellevar heridas en los afectos, que necesitarán un tratamiento especial para su sanación, como yo explico ampliamente en “Caja Negra y Sanación Interior”.

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b) Auto valor es la necesidad de ser alguien, de valorarme a mí mismo, de saberme persona, de ocupar mi lugar en el mundo como ser único e irrepetible. Esta necesidad también es muy profunda, como la de ser amado, y está en nosotros desde el comienzo de nuestra existencia. He comprobado, analizándome a mí mismo y escuchando a otras personas, que muchos de mis enojos, frustraciones y desalientos me vienen principalmente por mi falta de valoración personal; o “por tu baja autoestima’, me dirían algunos. Me ha costado mucho tiempo reconocer esta necesidad en mí, porque muy frecuentemente pensaba que eran los demás los que no me valoraban, y no me daba cuenta de que en el fondo soy yo quien no me valoro a mí mismo; lo que se me hace más evidente cuando alguien no me valora como yo espero, ya que toca mis viejas heridas. Y en mi interior muchas veces tampoco les creo a los demás cuando tienen expresiones de valoración y alabanzas hacia mi persona o mis acciones. Para una sana autovaloración es muy importante cómo fuimos recibidos en este mundo: si valemos por nosotros mismos y si ocupamos o no, desde el principio de nuestra existencia, nuestro propio lugar en el cosmos (y en la familia, por supuesto, que era todo nuestro mundo al comenzar nuestra vida). También puede haber fuertes heridas en esta necesidad de auto valor cuando los padres buscaron ese embarazo para arreglar problemas de la pareja o para compañía del otro hermano o, peor aún, cuando pensaron que ese embarazo era un estorbo para sus planes, o hasta quisieron abortarlo. Estas dos necesidades psíquicas (ser amado y auto valor) son tan importantes y decisivas en nuestra vida que yo las comparo a las dos piernas que los humanos necesitamos para andar.

c) Pertenencia es la necesidad de ser alguien para alguien, con alguien, de alguien. No estamos solos en este mundo: necesitamos de otros para venir a la vida y para vivir, así como otros necesitan de nosotros. Pertenecemos a una familia concreta, que ha puesto su marca en cada uno de sus miembros.

También hablamos de “mis amigos”, “mi comunidad”, “mi pueblo”, ‘mi barrio” , “mi escuela”, “mi época”, mi bandera”, ‘mi equipo favorito”. Todos estos “mi” nos están indicando pertenencia, aunque sean distintos los niveles de la misma. ¡Qué sentimientos tan

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fuertes surgen en algunas personas cuando estuvieron enfermas y ninguno de su comunidad fue a visitarlas!. Algo parecido puede pasarle a una persona que regresa de un largo viaje y nadie le espera, aunque avisó oportunamente. Es su pertenencia la que está afectada. Una multitud cantando su himno o agitando su bandera expresan su alegría por pertenecer al mismo país o institución.

d) Autonomía: Para comprenderla mejor, podríamos ver primero lo que no es autonomía:

- La a-nomía (a = sin; nomía = norma, ley) es lo que se da en los bebés: no tienen normas; lo que les agrada lo cogen, se lo llevan a la boca, y lo que les desagrada lo tiran. Se guían por el placer y el displacer. ¡Cuántas veces los adultos tenemos conductas de bebés: buscamos lo que nos da placer (y sólo porque nos da placer) y rechazamos lo que no nos gusta, sólo por eso, porque no nos gusta!. Tal vez no somos conscientes de que de esa manera estamos actuando sencilla y llanamente como bebés. Así podemos ver más claro que el libertinaje y el capricho son formas de vivir en la “a-nomía”, sin ley.

- La hetero-nomía (= los otros ponen las normas) se da en la infancia, donde las normas las ponen los padres, la familia, los educadores. Esto está bien en el niño, pero en el adulto lleva a una conducta muy dependiente de otros, particularmente de adultos en los que se confía. ¡Cuantos adultos, aunque ya hayan formado su propia familia, todavía viven dependientes de los padres o abuelos no sólo en lo económico, sino hasta para tomar las mínimas decisiones!. Y así no crecen.

- La grupo-nomía (= el grupo pone las normas) se da naturalmente en la adolescencia, donde el grupo, la pandilla pone las leyes. Escuché decir a Mamerto Menapace que “el adolescente quiere ser libre para ser como todos”. Y ¡cómo luchan los adolescentes por salir de las normas de la familia para entrar sin discusión en las normas de su grupo de amigos!. Esto es comprensible en la adolescencia, y es un paso casi obligado para su crecimiento. Peor será que un adolescente no tenga amigos de su edad. Pero ¡cuántos adultos se dejan llevar por lo que propone el grupo en el que participan, aunque no estén personalmente de acuerdo!. Así por ejemplo, los “viernes de soltero” que se dan en

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algunos países, no son más que eso: grupo-nomía, conducta de adolescentes. - La socio-nomía (= la sociedad pone las normas) se da con mucha frecuencia cuando pensamos o decimos: “¿Qué va a decir la gente?” o “Para que nadie pueda decirme”... En definitiva se puede decir que muchas veces actuamos no de acuerdo a nuestros criterios, sino teniendo en cuenta lo que pudieran pensar o decir los demás, la autoridad. Aquí entran también muchos de los miedos que nos impiden hablar y actuar en libertad, así como la doble moral. “No asumir las renuncias y vivir la doble vida es el caldo de cultivo para una esquizofrenia, donde lo que uno es y lo que aparece están muy distantes. La persona sana es lo que aparece y aparece lo que es” (Rafael Galindo en su curso “Edad madura” Cochabamba, Bolivia, 1991). Con todo lo anterior ya puede estar más claro lo que es la necesidad de autonomía: vivir de acuerdo a las normas que uno mismo ha elegido y aceptado libremente. La persona autónoma sabe dónde está parada y enfrenta las situaciones que le toca vivir, superando temores e indecisiones. Sólo el autónomo acepta con apertura el diálogo y es capaz de renuncias por un bien mayor. 4.- Necesidades básicas espirituales: Como la persona humana es una sola, todas sus necesidades están íntimamente relacionadas. Pero, podríamos decir que, por encima de las necesidades físicas y psíquicas, están las necesidades espirituales. Aunque en una sana espiritualidad están incluidas las 8 necesidades, anteriormente mencionadas, también es importante reconocer que todos los seres humanos tenemos 2 necesidades espirituales, como son la necesidad de trascendencia y la necesidad de un guía o modelo.

a) Trascendencia es la necesidad de ir más allá de uno mismo, de trascender nuestra propia persona y nuestra vida terrena. Todos experimentamos en nuestro interior la necesidad de un ser superior con mayor poder que los hombres. En definitiva es la necesidad de Dios que hay en todo ser humano, y que en muchas oportunidades la experimentamos con fuerza. Es lo que san Agustín experimentó y expresó con tanto realismo y claridad: “Nos hiciste,

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Señor, para Ti, y nuestro corazón no puede descansar hasta que no descansa en Ti”. b) El guía o modelo es también una necesidad de todos los seres humanos en el aspecto espiritual. Para unos será Buda, para otros será Mahoma, para otros será Moisés o Cristo. Pero en todos los casos se trata de alguien que vivió, y que, con su estilo de vida, mostró un camino, una forma de vivir, y, además, dejó un ideario: unas enseñanzas que sus seguidores tratan de asimilar para ser felices. ¡Qué doloroso es el vacío espiritual!. Necesitamos, no sólo un Dios que nos trascienda y que nos quiera, sino también un Dios que haya experimentado en sí mismo nuestra forma de vida. Esto se da en Jesús de Nazaret, que “fue en todo semejante a nosotros menos en el pecado”. Y que es plenamente Dios y plenamente Hombre al mismo tiempo. Y en Cristo tenemos un Dios-Hombre, que vivió y sufrió entre los hombres y como los hombres. Un Dios-Hombre que se comunica con los hombres y que los guía con su mismo Espíritu, con su ejemplo y con sus enseñanzas. Un Dios-Hombre que a sus seguidores nos unifica como persona, porque, a causa del pecado, estamos profundamente divididos en nuestro interior. Decía Pablo: “De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom.7. 19). EJERCICIOS PRACTICOS: 1º.- Trata de descubrir qué necesidades básicas hay detrás del sentimiento de alegría del ejercicio anterior. 2º.- Trata de descubrir qué necesidad básica hay detrás de tu sentimiento “luz roja” del ejercicio anterior. 3º.- Para una sana introspección: Escuché decir a un psicólogo en la televisión argentina: “menos antidepresivos y más introspección”. Me parece muy interesante esta propuesta en estos tiempos difíciles que nos toca vivir. Es cierto que esto supone que uno dedique todos los días un tiempo para sí mismo como una prioridad. Porque estoy convencido de que “quien no sabe encontrar todos los días un tiempo para sí, va a terminar necesitando encontrar un tiempo para el psi...quiátra”.

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Pero ¿cómo llegar a una sana introspección?. Para ello te invito también a que, a partir de hoy, puedas tomar la decisión de escribir y describir todos los días el sentimiento más fuerte de las últimas 24 horas, junto con los pensamientos que te trae y las acciones a las que te lleva.

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III – COMPENSASIONES – EVASIONES 1.- ¿Cómo satisfacer nuestras necesidades? Esta es una pregunta que muy frecuentemente está en nosotros, aunque no seamos siempre conscientes de ella, porque, en el fondo, sabemos que es la única manera de ser felices. Y mucho de lo que hacemos, decimos y pensamos es intentando darnos una respuesta a esta pregunta de ¿cómo satisfacer nuestras necesidades?. Pero de hecho muchas veces no quedamos satisfechos con lo que hacemos, ni con lo que decimos. Hasta nos reprochamos con frecuencia algunos de nuestros propios pensamientos. Cuando yo no estoy satisfecho con lo que hice, trato de que nadie se dé cuenta, de taparlo o disimularlo, o tal vez, de arreglarlo, si todavía estoy a tiempo. Otras veces trato de justificarme con expresiones como: “Otros lo hacen peor”, “La culpa no es mía”, “No puedo estar en todo”, “ Yo no soy Dios para resolverle los problemas a todo el mundo”. Yo muchas veces me he reprochado a mí mismo: “¿Por qué dije eso?”. “¡Qué metida de pata!” “¿Para qué me comprometí con esa persona?” “La próxima vez a mí no me agarran” “Eso me pasa por meterme a arreglar problemas que no me corresponden”.A veces me auto castigo: “está bien; me lo merezco; cuando voy a aprender”. Pero lo que con mucha frecuencia me ocurre es que culpo a otros de no poder satisfacer mis necesidades: “Aquí no se puede descansar”, “Nadie valora lo que yo hago”, “La gente no me quiere, y si me busca, es por interés”, “A la hora de la verdad nadie me ayuda”. Y a veces me doy cuenta que hasta culpo a los otros de cómo yo me siento: “Mi tensión es por la informalidad de la gente”, “Las mentiras me ponen fuera de mí”, “Me desanima la gente que no hace nada por superar sus propios problemas y dice que los problemas de la sociedad no tienen solución”. Estas u otras expresiones parecidas, y los sentimientos (de tristeza, enojo, o miedo), que de ellas surgen, me hacen ver las luces rojas que se prenden frecuentemente dentro de mí. ¡Qué importante es tener en cuenta y observar bien el termómetro de mis sentimientos! Estas luces rojas son valiosas porque me están indicando que no estoy satisfaciendo mis necesidades; ya que cuando las satisfago adecuadamente encuentro verdadera paz en mí interior. Si esta paz no aparece en mí, es porque

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en vez de satisfacer mis necesidades como corresponde, lo que estoy haciendo es compensar o buscar evasiones. Y esto, parece que calma de momento, pero no alcanza. 2.- Las compensaciones no satisfacen nuestras necesidades: Lo que los humanos más generalmente hacemos frente a nuestras necesidades es buscar compensaciones o evasiones. ¡Por eso vivimos tan insatisfechos! Y es que es más fácil para nuestra naturaleza humana, viciada por el pecado, buscar el placer de la compensación que la satisfacción profunda de la necesidad. Por el contrario, satisfacer las necesidades exige autodominio, ir muchas veces en contra de nuestra natural inclinación o compulsión y estar atentos a no perder el equilibrio. Si tengo hambre, debo comer, ciertamente. Pero ¡cuántas veces como más de lo que necesito; o como lo que me puede hacer mal! Y así, en vez de buscar la satisfacción adecuada de una necesidad (con su consiguiente placer) lo que hago muchas veces es buscar el placer por el placer, lo que a la larga me deja más insatisfecho, y hasta me puede llevar a enfermarme. Y lo que decimos de la comida podemos decirlo de cada una de nuestras necesidades básicas, como veremos más adelante. Es de personas equilibradas y sanas (o en búsqueda de su equilibrio y sanación) reconocer sus continuas compensaciones y evasiones, que no le satisfacen ni le permiten crecer como persona ni le llevan a la paz. Es fácil reconocer que la borrachera no satisface ninguna necesidad, y que es una evasión, que acarrea mayores insatisfacciones a las necesidades de la persona. Pero muchas veces es más difícil aceptar que la venganza, el capricho, el silencio que aísla, o la indiferencia frente a personas, también son formas de compensación o evasión, y que tampoco equilibran ni dan paz, aunque produzcan un placer momentáneo, o eviten un posible sufrimiento. 3.- ¿Qué son las compensaciones? Con todo lo expresado anteriormente, ya está bastante claro que las compensaciones y evasiones son actitudes, acciones concretas o decisiones con las que pretendemos satisfacer nuestras necesidades básicas, pero que en el fondo nos siguen dejando insatisfechos. Buscar compensaciones o evasiones es buscar

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antivalores. Y, si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que nos provocan un aumento de la necesidad, en vez de satisfacerla. Y esta insatisfacción la percibimos por las luces rojas de nuestros sentimientos (tristeza, enojo o miedo) que se prenden en nuestro interior. Podemos confundirnos y llegar a pensar que compensando o evadiéndonos podremos ser felices. Pero realmente, tanto las compensaciones, como las evasiones son siempre negativas, incapaces de hacernos sentir bien y un camino equivocado para la verdadera felicidad, ya que son antivalores. Una religiosa que participaba de un curso sobre sentimientos compartía abiertamente “no es fácil evitar las compensaciones”. “Ciertamente que no es fácil -le contesté- porque muchas veces es lo primero que nos aparece: el deseo de compensar o de evadirnos, como consecuencia de nuestra inclinación natural al pecado”. Esto me hace recordar lo que una psicóloga le decía a su paciente que se revelaba contra el tratamiento: “usted quiere tener razón o ser feliz”. 4.- Compensaciones más frecuentes ante cada una de nuestras necesidades: Son muchas y muy variadas las formas de compensar (o de evadirnos) que practicamos constantemente. Pero nos puede ser útil analizar un poco algunas de las más frecuentes frente a cada una de nuestras necesidades básicas.

Frente a las necesidades básicas físicas: - de alimentos para mantener bien nuestro cuerpo: muchas veces las compensaciones más frecuentes a esta necesidad suelen ser la gula, la bulimia (ansiedad insaciable de comer) y la anorexia. - de descanso: podemos compensar esta necesidad tanto por exceso como por defecto, con la pereza, el abuso de tranquilizantes o de estimulantes y el excesivo trabajo (como auto justificación para no descansar). - de techo y vestido: podemos compensar estas necesidades con el lujo, el derroche y la acumulación de ropa y adornos más allá de los que realmente necesitamos o el abandono y la miseria.

Frente a las necesidades básicas psíquicas: - de ser amado: las compensaciones más frecuentes a esta

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necesidad suelen ser buscar ser admirados o alabados por los demás (por nuestros superiores principalmente) pretender ser el centro de atención de los que nos rodean y quejarnos de que nadie nos hace caso, de que no se aprovechan bien nuestros conocimientos, de que nos usan, de que nadie admira lo que hacemos o lo que sufrimos, de que nadie nos agradece nada. Otra forma de evadir o compensar esta necesidad es buscar frecuentes cambios de pareja experimentando insatisfacción ante la primera dificultad. - de auto valor: las compensaciones más frecuentes están por el lado de la autoafirmación (= afirmarse en uno mismo, imponerse, creerse superior). Una forma muy común y primaria de autoafirmación es buscar y acumular riquezas y posesiones para que así los demás nos valoren (ya que no nos valoramos nosotros mismos). Por algo existe el refrán: “Tanto tienes tanto vales”. Y ¡cuántas veces hablamos de lo que tenemos o teníamos como forma de pretender darnos importancia ante los demás y que nos valoren por ello! ¡Qué pena!. En nuestra sociedad competitiva es frecuente creerse superior (autoafirmarse) por los títulos universitarios o cargos que se ejercen, o se ejercieron, en la sociedad. Nos gusta presentarnos o que nos presenten mencionando nuestros títulos o cargos, aunque sean del pasado (“ex director”). Las empresas modernas quieren muchas veces hacer creer que un empleado vale más por el título que tiene o por el cargo que ocupa que por sus conocimientos y habilidades, Hay quienes siempre están repartiendo títulos a todo el mundo, como forma de halagar, y los hay también que no se dan por aludidos, y hasta se enojan, si no se menciona su título o cargo. Cuántos padres dicen a sus hijos: Tienes que tener un título sino no eres nadie. Otra forma de auto afirmación es juzgarnos valiosos y hasta superiores a los demás por las cualidades que tenemos o por la experiencia que hemos acumulado. Estas formas de compensación son más sutiles, ya que las cualidades y la experiencia son importantes; pero es claro que, aunque no las tuviéramos tan desarrolladas, no dejaríamos de valer por eso. ¡Con qué facilidad tanto en el matrimonio como en la familia y en la misma comunidad religiosa, nos comparamos y nos juzgamos superiores a otros porque tenemos cualidades que ellos no tienen o no las han desarrollado de la misma manera! Y esas comparaciones no nos dan paz, porque son

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autoafirmaciones. - de pertenencia: Esta necesidad la compensamos muchas veces con relaciones superficiales tanto en la familia como con los vecinos y amigos. ¡Cuántas veces por pena, o para no tener problemas en la casa o en la comunidad no tocamos temas difíciles como el dinero, la religión, la política, lo que me gusta y lo que me disgusta de ti, los planes que tengo para el futuro!, Preferimos “una paz barata”. Por eso se rompen con tanta facilidad muchas amistades, que hasta nos parecían tan profundas, pero que se volvieron interesadas: “te ayudo para que me ayudes”. Porque nos preocupamos por tener muchas amistades, pero no las profundizamos adecuadamente. Se quedan en relaciones y amistades superficiales. - A la necesidad de autonomía: Las formas más comunes de compensar esta necesidad son la dependencia y la independencia. Nuestras inseguridades pretendemos muchas veces canalizarlas de la forma más sencilla: sometiendo nuestra libertad a otros. Pensamos que así es la manera más cómoda de vivir o que nadie nos podrá responsabilizar si nos equivocamos. Pero, sometidos, no crecemos; sólo compensamos. La doble moral, la simulación y la mentira, aunque muchos lo hagan y nos permita salir airosos en algunas oportunidades, no son más que compensaciones que nos deterioran y pueden llegar a despersonalizarnos. Y, si se prolongan en el tiempo, pueden llevarnos a no saber ya quiénes somos o a rasgos esquizofrénicos, aceptando y justificando que convivan en nosotros mismos dos tipos de personalidad: la que me conviene para subsistir sin problemas y la que responde a mis raíces familiares. También están los que para no ser ni parecer “dominados” actúan con total independencia. Hay padres que se enorgullecen de haber educado a sus hijos para que sean independientes. Si por ‘independencia” se entiende lo que nosotros llamamos autonomía, está bien (es sólo cuestión de palabras). Pero si por “independencia” se quiere decir que la persona debe tomar sus decisiones y actuar sin contar con nadie, eso ya sería una forma de compensación, que no da paz ni permite crecer. Para que los demás no me cambien la idea, yo muchas veces no pido opinión, hago lo tengo pensado hacer y después informo. Pero así, aunque me salgo con la mía, no encuentro la verdadera satisfacción, ni la paz.

Frente a las necesidades básicas espirituales:

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- de trascendencia: La forma más común de compensar esta necesidad es querer dejar una huella de nuestra vida en la sociedad: que la gente nos recuerde positivamente y como una buena persona, una buena madre, un buen vecino, una persona que hizo mucho bien, un buen compañero de trabajo. No es que “ser bueno sea malo”, lo malo es poner el énfasis en dejar esa huella de nuestro paso por la vida. Esto es una forma muy humana de buscar trascender: el padre quiere ser un modelo para su hijo; el educador quiere que los alumnos le recuerden muchos años, pero resulta ser una compensación. ¡Quién sabe cómo nos recordarán después, y si nos recordarán o no!. - de un guía o modelo: Es frecuente en la niñez tener al padre como modelo indiscutible, casi como un ídolo en el que no aceptamos ver fallas. En la adolescencia buscamos nuestros ídolos entre los profesores, en el deporte, el cine, la televisión, el arte, las modas..., llegando a imitaciones que pueden habernos llevado a hacer el ridículo algunas veces. Si miramos para atrás en nuestra vida, podremos reírnos un poco de nosotros mismos por las evasiones y compensaciones en las que caímos a causa de los ídolos humanos que elegimos o nos fabricamos. También en la edad adulta compensamos nuestra necesidad de un guía idealizando a personas ¡Cómo me ha costado aceptar fallas en compañeros sacerdotes a los que yo había idealizado desde mi juventud! ¡Cuántos enojos e incomprensiones de mi parte cuando me he topado con sus límites humanos!. Y, por supuesto, nunca pensé en qué podría yo ayudarlos o complementarlos. En el fondo yo tenía claro que ellos no me necesitaban; yo sí los necesitaba y no me podían fallar como modelo. No me daba cuenta de que, con esas exigencias, lo que hacía era compensar, ya que los humanos no pueden llenar esa necesidad de un guía que hay en mí. Sí me podrán orientar y ayudar un poco en la medida en que reflejen al único guía que es Cristo. Otra forma de compensar es el fanatismo, cuando se deja que un líder disponga a su arbitrio de nuestra vida y hacienda, o justificando todas sus palabras y acciones hasta perder la capacidad de pensar con cabeza propia, o imitándolo hasta en las formas externas. Si las compensaciones no cubren nuestras necesidades ¿cómo llegar a satisfacerlas?

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IV – VALORES 1.- Sólo los valores pueden satisfacer nuestras necesidades: Es evidente que las necesidades no se satisfacen, ni nunca se pueden satisfacer con las compensaciones ni con las evasiones, sino que las necesidades sólo se satisfacen con los valores. Esta es una de esas frases que deberíamos aprender de memoria para repetírnosla a nosotros mismos con frecuencia: “mis necesidades sólo se satisfacen con los valores”. Pero ¿qué entendemos por un valor? ¿a qué llamamos un valor? No encontré en los libros ni en las conversaciones sobre el tema una definición que me satisficiera. La mayoría de los muchos autores que escriben sobre el tema se expresan más o menos así: “Algo que, universal y objetivamente, en sí mismo, por su propia virtualidad, es entendido como positivo, digno, apreciable, merecedor de nuestro esfuerzo para lograrlo” (Gustavo Villapalos: “El libro de los Valores” pág. 10). Esta definición me parece tan descabellada que por eso me atreví a hacer mi aporte. La palabra valor lleva implícito fuerza, bondad y vida. Por lo tanto podríamos intentar una definición diciendo que: los valores son ideas-fuerza hechas vida, que movilizan a la persona para el bien propio y el de los demás, y son causa de la felicidad humana. 2.- Utopías y valores: Puedo decir que la amistad no es un valor para mí hasta que yo no tengo amigos. Mientras yo no tenga amigos, la amistad no será más que uno utopía, un anhelo, un buen deseo; pero nunca un valor. Por lo tanto un valor es un verdadero valor cuando lo tengo asumido o por los menos estoy luchando por hacerlo mío, por vivirlo. Mucho se escribe hoy sobre valores, pero a mi criterio mucho de lo escrito se queda en teorías, en utopías, que no se discuten, tal vez, pero que se quedan en los papeles y no se viven. “Los valores, si se consigue practicarlos en la propia vivencia personal, constituyen el único y verdadero estado del bienestar y de la felicidad humana” (G. Villapalos: “El libro de los valores”, pág. 11), vivir los valores nos lleva a la paz A mí, esforzarme por convertir las utopías en valores me

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supone un desafío constante. Es un reto apasionante y, a veces, muy exigente. Por ejemplo, yo sé desde mi infancia que la aceptación de las personas tal y como son es un valor. Y desde mi juventud he repetido muchas veces en la canción de “Viva la gente”: “Ámalos como son”, pero ¡cómo me cuesta hacerlo mío y vivirlo en concreto cuando trato a algunas personas que no me caen bien o que me han defraudado!. También me cuesta aceptar mis propias necesidades y algunos de mis límites. Entonces, ¿dónde está para mí este valor de la aceptación de las personas, si ni a mí mismo me acepto en muchas cosas?. Con esto no quiero decir que la aceptación de las personas no sea para nada un valor en mí; pero ¡qué débil esta todavía!. Y muchas veces se queda en utopía. Si estoy así en este valor que es tan claro y universalmente aceptado, ¡¿cómo estaré en otros?!. 3.- Yo soy responsable de satisfacer mis necesidades: Si las necesidades se satisfacen con valores, y los valores no son valores hasta que no se hacen vida en uno, entonces soy yo responsable de mi vida y de mi felicidad; soy yo el principal responsable de satisfacer mis necesidades viviendo los valores. No puedo seguir culpando a los demás de que mis necesidades no estén satisfechas. Por otra parte, si depende de mí el satisfacer mis necesidades, podré hacer algo, o al menos intentarlo. ¡Menos mal!. Porque, si dependiera de los otros el poder satisfacer mis necesidades, ¿Cuándo lo lograría? o ¿cómo convencerlos de lo que yo necesito?. Pero no sólo depende de mí. Los demás pueden y deben ayudarme a satisfacer mis necesidades, como yo puedo y debo colaborar con los demás en la satisfacción de sus necesidades. 4.- Los valores en Cristo y en los santos: A los autores modernos, que escriben sobre valores y que prescinden de la Revelación de Dios en Cristo, los veo muy teóricos y un tanto confusos o perdidos en el tema. En cambio con Cristo, Hombre-Dios, que encarnó y reflejó como espejo los valores, la cosa está mucho más clara. Y es que nosotros necesitamos ver que los valores son vividos por personas concretas en forma clara. Y necesitamos que alguien vaya adelante y nos muestre cómo esa vivencia de los valores los dignificó como personas y los hizo

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positivos para la sociedad de su tiempo y para la historia. En Jesús de Nazaret esto es muy claro. Vivió en plenitud los valores, y hasta dio la vida por ellos. En él están vivos los valores permanentes para la humanidad. Pero las formas de encarnar esos valores van cambiando a lo largo de la historia. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer” (Jn.15. 5) Ejemplos claros, tanto de los valores como de las distintas formas de hacerlos vida, los tenemos en los santos, quienes vivieron los valores en grado heroico en distintos momentos de la historia que les tocó vivir a cada uno. Francisco de Asís amó la naturaleza y hoy es patrono de los ecologistas. Mónica, madre de san Agustín, fue perseverante en la oración y las lagrimas por la conversión de su hijo hasta poder decir: “Por fin donde yo, tú”, al verlo regresar a la fe. Conocer buenas vidas de santos nos ayudará a asumir valores. Nosotros tenemos ya en Cristo y en los santos muchos testigos de la vivencia de los valores. Por eso decimos que los valores son posibles. Ahora, y en el lugar que cada uno ocupa, nos toca a nosotros encarnar los valores para nuestro bien personal y el de esta sociedad en la que vivimos. 5.- Principales valores para cada necesidad: Necesidades básicas físicas: Las necesidades de alimento, vestido y techo se satisfacen con los valores de trabajo, confianza en la Providencia de Dios y austeridad de vida. El valor del trabajo ha pasado por muchos enfoques a lo largo de la historia de la humanidad. Desde considerarlo como castigo por el pecado de los hombres, hasta verlo actualmente como una grave exigencia social, frente al problema del desempleo. Así en el primer libro de la Biblia leemos: “Con fatiga sacarás de la tierra el alimento por todos los días de tu vida... con el sudor de tu frente comerás el pan” (Gn. 3. 17-19). En Moral Social leemos “El trabajo reconocido como expresión de la persona, se vuelve fuente de sentido y esfuerzo creador” (Marciano Vidal, Moral de actitudes III, pág. 471). Para San Pablo el trabajo aparece como una exigencia: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma... les mandamos que trabajen y se ganen la vida” (2Tes. 3. 10-12). El valor de la confianza en la Providencia de Dios es muy

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claro en el Evangelio: “Por eso, les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán, ¿Acaso no vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran ni cosechan ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre Celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento? ¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy florece y mañana se hecha al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas esas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones... A cada día le bastan sus propios problemas” (Mt. 7. 25-34). El valor de la austeridad de vida en esta sociedad de consumo y con este afán de probarlo todo, está muy desprestigiado actualmente. Pero no por eso es menos necesario. Una vida austera y sin tantas competencias (para no ser menos o no tener menos que otros) nos evitaría el estrés, las envidias, las deudas, y hasta nos permitiría gozar de mejor salud física y psíquica. La necesidad de descanso se satisface descansando. Es cierto que algunos priorizan tanto esta necesidad que caen en la pereza. Pero ¡cuántas personas invaden los consultorios de médicos, psicólogos, sacerdotes, curanderos y adivinos por no prestar la debida atención a su necesidad de descanso físico o psíquico! ¡Cuánto accidente también por falta del descanso necesario! Y ¡cuánto “descanso artificial” a base de tranquilizantes, por causa del estrés! No todos descansamos de la misma manera: además del sueño reparador (que no debería bajar de 7 horas por día) unos descansan leyendo, otros con el deporte o alguna actividad física, otros con la oración y la meditación, otros con alguna distracción y el trato con personas amigas. Yo muchas veces me he quejado de que no sé

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descansar. Pero he observado que me descansa el cambio de lugar y de actividad. Es importante que cada uno descubra su mejor manera de descansar y se tome su tiempo para ello, así como estar atento a las señales de cansancio físico o psíquico que puedan aparecer en nosotros para atenderlas antes de que sea tarde. Necesidades básicas psíquicas: La necesidad de ser amado se satisface viviendo el valor del amor en sus tres dimensiones: dar amor, dejarse querer y perdonar. Siembra amor y cosecharás amor, como cantamos en la canción: “El que siembra amor cosecha amor. El que siembra amor, amor tendrá”. No estará de más insistir en que el amor, para ser un valor, debe concretarse en hechos, porque “Obras son amores y no buenas razones”, como dice un refrán. También es claro que, sin excluir a nadie, el amor debe comenzar por el prójimo más cercano, por los que conviven con nosotros, por el hogar. Aquí sí es muy cierto eso de que “el amor bien entendido comienza por casa”. A mí y a otras personas nos está siendo muy beneficioso repetirnos “En la diaria convivencia debo poner más amor y menos exigencias”. Una forma de amar, particularmente para los esposos, es no perder la memoria y recordar y recordarse con frecuencia el uno al otro los mejores momentos vividos juntos. Esas experiencias son una parte importante de la vida de pareja; son su mejor capital, e indican la calidad de su amor. Y, por lo mismo, no deben ser olvidadas ni desvalorizadas a causa de los problemas que les toque enfrentar en cualquier circunstancia de la vida por difícil que sea. También dejarse querer es una forma de vivir el valor del amor. Pero algunos, como yo, somos “escurridizos” (como me dicen algunas personas cercanas) y le hacemos muy difícil a los demás que nos quieran. Me cuesta dejarme querer porque temo que las personas me atrapen afectivamente. Me doy cuenta que el valor es facilitar que los otros me puedan querer. Otra forma de vivir el valor del amor es perdonar. Y aquí el tema del perdón se vuelve muy exigente. Pero es para nuestro bien. Sin perdón viviremos en continuas luces rojas, por más que queramos encontrar justificaciones para no perdonar. Y podremos llegar a caer en cualquier depresión, obsesión..., como aclaramos en “Caja Negra”. La necesidad de auto valor se satisface principalmente

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valorándose uno a sí mismo por lo que es y no por lo que tiene. Soy un elegido para la vida. No me canso de pensar, admirar y agradecer que, de los millones de seres posibles para nacer de la relación de mis padres, fuera yo el elegido. Soy un triunfador desde el momento de mi concepción ya que si el óvulo de mi madre hubiera sido fecundado por otro de los millones de espermatozoides de mi padre, habría nacido otra persona en mi lugar. ¡Cómo no voy a cantarle a la vida y a valorarla, si fui triunfador entre millones!. Pero, además, valgo porque desde toda la eternidad existo en la mente amorosa de Dios. ¡Que maravilla saber que todavía no existía nada de lo creado y yo ya existía en el proyecto de Dios!. Si estos pensamientos iluminan mi vida no me desequilibraré ante una agresión o desvalorización por parte de otras personas. También sé que valgo porque soy una persona única e irrepetible, con una misión propia en esta vida, que nadie realizará en lugar mío. Y, por si esto fuera poco, yo, como creyente, sé que valgo porque soy hijo de Dios, comprado con la sangre de Cristo, como dice san Pablo. Por eso me gusta decir: “yo valgo la sangre de Cristo”, que es lo que él pagó por mí. Y, si soy hijo, sé que también soy heredero, con derecho a ocupar el lugar que Cristo me tiene preparado junto al Padre-Dios en el cielo. Todas estas verdades que conocemos por revelación divina es fácil que se nos queden en utopías, si no nos esforzamos por vivirlas cada día en las dificultades que se nos presentan. Con frecuencia en los cursos de autoestima se prescinde de esta visión del hombre desde la fe y se queda en una pobre valoración de la persona, más cercana a las compensaciones que a los valores. La necesidad de pertenencia se satisface con gestos concretos que fomenten la cercanía y amistad con las personas. Es fácil quejarnos de los demás: de que me usan en la casa, en la comunidad, de que aquí nadie se interesa por nada, de que algunos amigos “están perdidos” y nunca me visitan, ni me llaman por teléfono siquiera, de que en la comunidad de la iglesia ni preguntaron por mí cuando estuve enfermo, de que son unos interesados y sólo me buscan cuando me necesitan, de que hay demasiados chismes, porque “pueblo chico infierno grande”, de que la gente es mala... Como si los demás tuvieran la obligación de satisfacer mis necesidades. Ellos me pueden ayudar a satisfacerlas. Por eso, si yo necesito saber qué es de la vida de un amigo o familiar, soy yo quien

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debe poner el valor de la relación, y no quedarme esperando a que el otro se dé cuenta de lo que yo necesito, como si él fuera adivino. Si yo experimento la necesidad de una mayor comunicación en la familia o en la comunidad, soy yo quien debe poner el valor de la comunicación y no quedarme sólo con los lamentos de que no nos comunicamos. Otro valor que ayuda a crecer en la pertenencia, aunque muy poco se practica, incluso en las comunidades religiosas, es la corrección fraterna. A mí me ha hecho mucho bien cuando alguna persona cercana, y sin adulación, me ha dicho cómo me ve, con algunas de mis cualidades y algunos de mis defectos. No pueden ser todo ni siempre alabanzas para las personas. Una buena corrección hecha con amor y buscando el bien de la persona ¡cómo puede hacer crecer la relación y, por tanto, también la pertenencia!. En cambio, los silencios que aíslan, las desconfianzas y los comentarios con otros ¡cómo dificultan, tensan y hacen dolorosa la relación!. Por eso Jesús nos enseña:“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha habrás salvado a tu hermano” (Mt. 18.15). La necesidad de autonomía se satisface con valores como la coherencia de vida. Ser coherente con lo que pensamos y creemos, con nuestros principios y nuestras opciones no es fácil en muchas situaciones que nos toca vivir. A muchos los llevó al martirio. Pero acostumbrarnos a la incoherencia, a la excusa y a la mentira como formas de subsistir, nos lleva a la doble moral y nos despersonaliza de tal manera que podemos llegar a no saber ya dónde estamos parados. Por eso es que los Obispos de Cuba, refiriéndose a la despersonalización, llegan a decir: “Es necesario que todos los ciudadanos aprendan el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia” (“Un cielo nuevo y una tierra nueva”, número 21, enero de 2000). La persona que lucha por ser autónoma, por ser libre, no teme el dialogo, sino que lo busca como forma de enriquecimiento personal. ¡Cuántos errores me hubiera evitado en la vida si hubiera escuchado!. Pero como escuchar supone estar dispuesto a cambiar, y esto me cuesta, muchas veces me he cerrado al diálogo con consecuencias muy negativas para otros y para mí; y hasta para mi salud. Y es que el valor del diálogo satisface las cuatro necesidades psíquicas.

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Necesidades básicas espirituales: La necesidad de trascendencia se satisface con el valor de la fe. Pero no una fe que se quede en saber que existe Dios, sino una fe que consiste principalmente en serle fieles, en fiarnos de él en todo. Como San Pablo que llega a decir desde la prisión: “Sé de quién me he fiado” (2Tim.1. 12). En la medida en que mi fe me lleva a confiar en Dios, en esa misma medida no pierdo la paz en medio de las dificultades que me toque enfrentar. En cambio, cuando pongo la confianza solamente en mí mismo para superar una dificultad, o para enfrentar el futuro (aunque sólo sea un viaje, o un encuentro con alguna autoridad) ¡con qué facilidad me tensiono y angustio!. La necesidad de un guía se satisface con el valor del seguimiento de Jesucristo. Todo lo bueno que podamos encontrar en alguna persona y que nos pueda servir de ejemplo y guía, como modelo para nuestra vida, es, en definitiva, una revelación de Dios, y, por lo mismo, se da en Cristo, que es la plena revelación de Dios a los hombres. El seguimiento de Jesucristo cambia para bien la vida de las personas, y los hace más felices, como lo vemos particularmente en los santos. “Pero lo que entonces consideraba como una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Más aun, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él” (Flp. 3. 7-9) “Para mí la vida es Cristo” (Flp. 1. 21). La docilidad al Espíritu Santo es un valor que abarca todos los demás valores. Después que Cristo cumplió su misión redentora en este mundo nos envió su mismo Espíritu con la misión de llevarnos a la verdad plena: “Mucho me queda por decirles, pero no pueden con tanto ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los ira guiando a la verdad toda, porque no hablará en su nombre, sino comunicará lo que le digan y les interpretará lo que vaya viniendo. Él manifestará mi gloria, porque tomará de lo mío y se lo interpretará. Todo lo del Padre es también mío por eso digo que tomará de lo mío y se lo interpretará” (Jn. 16. 12-15). Ser dócil al Espíritu supone discernimiento para interpretar lo que viene de él y lo que no viene de él, y fortaleza para vencer los temores a la hora de llevar a la practica sus inspiraciones. Pero conscientes de que el

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Espíritu está activo en nosotros mucho más de lo que nosotros mismos nos imaginamos. 6.- Resumen y gráfico:

Los sentimientos me ponen en contacto con mis necesidades básicas.

Las necesidades no se satisfacen con las compensaciones ni evasiones.

Las necesidades se satisfacen con los valores. Los valores están en Cristo. Vivir los valores me dará la felicidad. Yo soy el principal responsable de satisfacer mis

necesidades.

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Necesidades básicas

físicas Compensaciones Valores

Alimentos La gula, la bulimia, la

anorexia

El trabajo. La equilibrada

valoración del cuerpo. La confianza en Dios,

Descanso

La pereza. El abuso de

tranquilizantes. El excesivo trabajo

La ascesis. El cuidado de la salud

Techo y vestido El lujo y el derroche.

El abandono y la miseria

La austeridad. La confianza en Dios

Necesidades básicas

psíquicas Compensaciones Valores

Ser amado

Buscar ser admirado. Ser centro.

Frecuentes cambios de pareja.

Dar amor. Dejarse querer.

Perdonar

Auto valor

Valorarse por: las posesiones,

los títulos, las cualidades, la experiencia

Elegido para vivir Proyecto e imagen de

Dios Persona única

Hijo y heredero de Dios

Pertenencia Unión superficial.

Criticar a los ausentes

La amistad en gestos concretos y positivos La corrección fraterna

Autonomía Dependencia

Independencia Coherencia, fidelidad

Comunicación

Necesidades básicas espirituales

Compensaciones Valores

Trascendencia Querer dejar huella La fe en Dios

De un guía Los ídolos humanos Seguir a Jesucristo

Docilidad al Espíritu

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V – BUSCANDO UN EQUILIBRIO PERSONAL 1.- El hombre es un animal in-se-guro: Hay muchas definiciones sobre el ser humano, hombre y mujer, según distintos puntos de vista o experiencias personales. Esto está indicando, sin duda, que la riqueza del ser humano es tan grande que no cabe en una definición. - Desde lo físico, hay definiciones del hombre como: “Animal bípedo implume” (atribuida a Platón). - Desde el punto de vista de la razón Aristóteles lo define como: “Animal racional’. - Desde las corrientes existencialistas del siglo XX: “El hombre es una pasión sin sentido. El fracaso será siempre su último fin” (Kierkegaard). “El hombre nace sin una razón, se prolonga por debilidad y muere por aburrimiento” (Sarte). - Desde el materialismo: “El hombre es lo que come” (Feuerbach). - Desde lo psicológico: “El hombre es animal inseguro” (del latín: in-se-curus = cuidador de sí mismo). - Desde el personalismo: “El hombre es una persona única e irrepetible”. - Desde los sentimientos: “El hombre y la mujer son personas en lucha constante por vivir felices”. - Desde la poesía: “El hombre es un sueño de Dios” (Mamerto Menapace). - Desde la Biblia: “A imagen de Dios los creo; varón y mujer los creó”. (Gn. 1. 27). Tienes, lector, para entretenerte y para pensar. Tú también puedes intentar tu propia definición y escribirla: ................................. .............................................................................................................................................................................................................................. Nosotros retomamos la definición de “animal in-se-guro” (que etimológicamente significa: “cuidador de sí mismo”) por toda la atención que debemos mantener constantemente sobre nosotros mismos para conseguir un equilibrio que nos beneficie. El animal se guía por su instinto, lo que le da seguridad. El animal sabe por instinto cuándo debe comer, descansar, procrear... En cambio el ser

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humano tiene que poner atención sobre sí mismo para no desequilibrarse, y ver lo que debe comer o lo que le puede perjudicar la salud; lo que debe beber o lo que le puede emborrachar; cuando ejercitar su sexualidad es positivo o negativo. 2.- Consciente, subconsciente y supraconsciente: En esta búsqueda de seguridad, que es tarea de toda la vida, me resulta clarificador lo que me enseñó, siguiendo a Freud, un compañero sacerdote en la época de mi juventud, y que tantas veces yo he repetido en mis charlas particularmente a los jóvenes: La persona podríamos compararla con un trozo de hielo metido en el agua: una tercera parte del hielo flota y dos terceras partes permanecen debajo del agua. A la parte que flota la podemos llamar “el yo consciente” (las cosas de las que nos damos cuenta). A la parte que permanece debajo del agua la podemos llamar en forma general “el yo subconsciente”. A su vez, en esta parte subconsciente tenemos primero “el infraconsciente” (= debajo del consciente) al que pertenecen cosas que no tenemos conscientes en el momento, pero que, si nos esforzamos, podemos llegar a hacerlas conscientes. En la parte central y más extensa del subconsciente está “el inconsciente”, donde guardamos información a la que difícilmente podemos llegar a no ser con la ayuda de otras personas entendidas en el difícil arte del conocimiento del ser humano. Y en lo más profundo del subconsciente se encuentra lo que Freud llama “el ello” o “el vago”, algo indefinido que sabemos que está ahí, en lo más profundo de nosotros, pero que no lo podemos conocer, y que aparece en forma desordenada en los sueños, donde mezclamos personas, lugares y situaciones en el más completo desorden muchas veces. Todo el subconsciente vendría a ser como una olla a presión que necesita su válvula de escape para que no explote. Y la válvula de escape natural serían precisamente los sueños. Pero en el consciente de la persona aparecen muchas veces impulsos, instintos y emociones que vienen desde los más profundo del subconsciente. ¿Qué hacer con esos impulsos, instintos y emociones que surgen de nosotros y de los que sí somos conscientes?.

Hay tres actitudes posibles: 1º.- reprimirlos, ahogarlos, no dejar que aparezcan porque

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los consideramos malos, negativos (“¿Cómo yo voy a sentir eso?” “Eso es malo” “¿Qué va a pensar la gente?” “Eso no me conviene”). Y así los metemos de nuevo en el subconsciente, produciendo en nosotros desequilibrios, tensiones y traumas. 2º.- darles salida natural: seguir mis impulsos, mis instintos y mis emociones con total espontaneidad y sin ponerles ningún tipo de frenos a la hora de actuar. Y así, para no caer en represiones, se cae en otros desequilibrios como el capricho, el placer por el placer, la violencia y la falta de respeto a los otros. Por un tiempo, más o menos largo la persona podrá auto justificarse, pero a la larga aparece el vacío, la soledad y la frustración. 3º.- elevarles a lo que está por encima del consciente, como son mis principios, mis opciones, mis compromisos (y hoy diríamos mis valores). Solo esta tercera salida facilita el equilibrio de la persona. No se trata de reprimir los impulsos, instintos y emociones, como muchas veces hacemos. Tampoco se trata de dejar que se concreticen en acciones espontáneas, como aconsejan muchos hoy día: (“Obra como tú lo sientas”, “Deja salir tus instintos, no los reprimas”, “No lo pienses mucho, y actúa con la fuerza de tú impulso”) sino que se trata de canalizarlos de acuerdo con lo mejor de cada persona: sus convicciones, sus principios y sus opciones, Pero, claro, en una lúcida actitud de apertura hacia los demás, a sus opiniones y sus consejos, para un buen discernimiento. 3.- Pasos para lograr este equilibrio: Después de esta “vieja, pero importante explicación” desde el psicoanálisis, quiero compartir algo que está siendo muy importante en mi vida desde 1978. Y digo esto, porque se trata de algo que yo lo he experimentado y lo sigo experimentando hasta el presente con total convicción y buenos resultados. También lo comparto porque lo he transmitido con ilusión muchas veces a otras personas. Algunas de ellas lo han incorporado a sus vidas con mejores resultados que los míos. Se trata de “5 pasos”, que ayudarán para el equilibrio personal, basados el conocido método de VER, JUZGAR y ACTUAR; pero aplicado a los propios sentimientos. a) VER y elegir el sentimiento presente más fuerte: En nosotros los sentimientos fluyen con tanta rapidez, que a veces nos

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da la sensación de que se nos amontonan o de que tenemos sentimientos muy distintos al mismo tiempo. Yo he observado en mí que cada sentimiento corresponde a un pensamiento distinto en mi mente. Y, como la sucesión de los pensamientos es tan rápida en nosotros muchas veces, así de rápida es la reacción interna y espontánea (que es a lo que nosotros llamamos sentimientos). En este primer paso, lector, te estoy invitando, para tu equilibrio personal, a que tomes en cuenta el sentimiento más fuerte de las últimas 24 horas y le des la debida importancia. De lo contrario ese sentimiento te puede estar condicionando más de lo que tú piensas y quieres en lo que haces o dejas de hacer. Hay también muchas veces en nosotros sentimientos escondidos o tapados que es muy bueno destapar de vez en cuando para asumirlos y crecer. A veces me resisto a pensar en temas como mi sexualidad, o cómo está mi relación con Dios, o cómo va mi salud, o la aceptación de mi estatura y de mi gordura físicas, o cómo se está gastando el dinero en la comunidad, porque no quiero enfrentarme con los sentimientos que esta realidades me producen. Pero, no porque los tape o reprima dejarán de influir en mi conducta; y de forma negativa muchas veces. Una mujer inquieta espiritualmente y con unos cuantos años de trabajar sobre su persona me comentaba que muchos días en su reflexión a partir de sus sentimientos no encontraba ninguno que fuera lo suficientemente fuerte como para llamar su atención. “Me siento bien casi todos los días; sin nada especial”, me decía. Pero cuando avanzamos en la conversación, me manifestó que ya estaba cansada de su servicio como coordinadora del grupo religioso en Cuba y que pensaba presentar la renuncia a su superiora. Y esto no se lo había planteado en sus diarias reflexiones sobre sus sentimientos. Con razón que no encontraba sentimientos fuertes en su vida diaria. De ahí me es fácil concluir que, si no tenemos el coraje de enfrentarnos con los sentimientos fuertes que nos producen determinadas realidades o pensamientos, corremos el riesgo de taponar o frenar de tal manera nuestra sensibilidad, que nos cueste percibir la intensidad y la riqueza de nuestros propios sentimientos. Frenaremos así también nuestro crecimiento humano y espiritual. En mi juventud, siendo estudiante de filosofía en el seminario, me planteé varias veces el tema de la muerte de algún

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familiar, cuando veía que algún compañero recibía la dolorosa noticia de la muerte de alguno de sus padres. Y así me preguntaba: “¿Cómo reaccionaré yo, si algún día recibo la noticia de la muerte de mi madre?”. Un día me llegó. No fue la de mi madre sino la de mi padre. Y, aunque inesperada y dolorosa (hacía cuatro años que no lo veía por el régimen del seminario) creo que me sirvió habérmelo planteado con anterioridad, ya que pude llorarlo en paz y ayudar a otras personas de la familia en ese momento. b) VER los pensamientos que me trae ese sentimiento: si hemos elegido realmente un sentimiento fuerte presente, nos traerá aparejados muchos pensamientos. A veces a mí me parece que se me amontonan los pensamientos, sin poder analizarlos todos. Hoy sé que todos ellos tienen un por qué (una causa) en mi interior, aunque yo no siempre lo conozca. Me resulta con frecuencia doloroso y humillante reconocer que determinados pensamientos pasan por mi cabeza como consecuencia de lo que estoy sintiendo. Por ejemplo, mis enojos porque las cosas no se hicieron como yo esperaba en la comunidad me llevan a pensar en venganzas hacia personas; mis tristezas y desilusiones ante personas que no responden a mis expectativas me llevan a pensar en prescindir de ellas, en que no debo ser tan confiado; mis miedos a ser perseguido o no aceptado por alguna autoridad me traen pensamientos de que mejor es irme del país, de la diócesis, de la congregación..., o que es mejor no hacer nada y tratar de pasarlo lo mejor posible. Yo sé que estos pensamientos no debo aceptarlos ni, mucho menos, llevarlos a la práctica, pero sí debo aceptar con humildad y sin reproches que éstos y otros pensamientos peores (lascivos y hasta blasfemos) pasan por mi cabeza. Tomar conciencia de ellos nos ayuda a darnos cuenta de la intensidad del sentimiento presente. c) VER las acciones a que me impulsó ese sentimiento: Pueden ser de lo más variadas: me encerré, grité, traté mal alguien o me puse a cantar, rezar o llorar, o tal vez fui a visitar a alguien, o me concentré en mi trabajo, en la lectura, en la televisión, o intenté restarle toda importancia diciéndome que ya se me pasará, o lo compartí con alguien de confianza. No termina aquí la lista de acciones a las que podemos llegar impulsados por un sentimiento. Pero cualquier acción (u omisión) que hayamos concretado por el impulso del sentimiento también nos está indicando la intensidad del

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mismo. Por eso es importante tenerlas muy en cuenta más allá de la responsabilidad que hayamos tenido en la acción o acciones realizadas (lo mismo que en las omisiones). d) JUZGAR el sentimiento y las reacciones que le siguieron a la luz de necesidades y compensaciones: Esto es como un diagnóstico; si está bien hecho, será más fácil encontrar el remedio adecuado. Este paso para buscar mi equilibrio fue al principio el más difícil para mí hasta que me fui familiarizando con este tipo de análisis de introspección personal. Además, por la forma de ser que yo he desarrollado a lo largo de mi vida, tengo fuerte tendencia a estar más atento a las necesidades de los demás que a las mías propias. Como ya dijimos más arriba, los sentimientos nos ponen en contacto con nuestras necesidades. En este 4º paso se trata de descubrir qué necesidad básica está detrás del sentimiento que queremos analizar. Cuando analizo algún sentimiento “luz roja” no me sirve de nada culpar a otros de cómo yo me estoy sintiendo, ni tampoco culparme por culparme a mí mismo. Lo que me dará equilibrio y me impulsará a crecer es que descubra la necesidad o necesidades básicas que están insatisfechas en mí, (lo que se manifiesta a través de los sentimientos) para ver después cómo satisfacerlas. Pero si mis sentimientos son “luz verde”, también debo analizar qué necesidad básica está siendo especialmente satisfecha en mí (y de ahí mí alegría) para sacar las lecciones positivas y saber cómo seguir satisfaciendo esa necesidad en lo sucesivo. Por ejemplo, yo he experimentado que levantarme un poco más temprano para tener tiempo de una tranquila reflexión personal me produce una gran alegría al satisfacerse mi autonomía. Este sentimiento (“luz verde”) me está indicando que debo seguir con esa práctica matinal para un mayor equilibrio personal, aunque a veces me cueste hacerlo. También es importante que me dé cuenta si estoy compensando, ya que las compensaciones no me llevan ni al equilibrio ni a la paz. Yo me asusté bastante cuando escuché a quienes me enseñaron esto (en Encuentro Matrimonial) cuando dijeron y probaron: “lo que más frecuentemente hacemos los seres humanos es compensar”. Por eso vivimos tan insatisfechos y con tanto desequilibrio emocional, aunque corramos frenéticamente detrás de nuestros deseos o de qué cosas hacer para sentirnos bien.

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Cuando decido no hablar con mi compañero sobre un tema que me preocupa a veces como es mi salud, porque ya sé que me va a reprochar (y con razón) mi falta de descanso, mi silencio no me equilibra, ni me libera de la preocupación. Es que ese silencio es una evasión. ¡Cuánto tiempo me ha costado darme cuenta de que cuando siento angustia y no sé para dónde ir, no salgo de ese estado de desequilibrio buscando buenas amistades y diversidad de distracciones (que en esos momentos para mí son sólo compensaciones) si no desahogándome primero ante Jesús en el Sagrario, como corresponde a mi estado de consagrado, y compartiendo después ese sentimiento con alguna persona cercana! e) ACTUAR asumiendo el valor que satisfaga la necesidad descubierta: Para el equilibrio y crecimiento personales es necesario (en este quinto paso) satisfacer nuestras necesidades básicas con los valores, no con las compensaciones. Esto supone una seria reflexión acompañada de una firme decisión personal. Para ello muchas veces necesitamos buscar la ayuda humana, compartiendo con alguien, y la ayuda divina, orando. Porque ya sabemos, que un valor para nosotros no será un verdadero valor hasta que no lo hagamos vida en nosotros. O, por lo menos, hasta que no emprendamos una lucha seria por asumirlo, internalizarlo, vivirlo. Y esto muchas veces no es fácil, aunque sabemos que “para Dios nada es imposible” (Lc. 1. 37). 4.- Diálogo de sentimientos: Es mucho lo escrito sobre el diálogo, y de todo podemos sacar provecho. Pero sobre el diálogo de sentimientos, según lo explicado más arriba (I, 5, d) pág. 19) es necesario seguir aportando, principalmente desde la experiencia. A mí me costó mucho comenzar a soltarme en cuanto a compartir mis sentimientos y dialogar sobre ellos. Me defendía pensando que lo importante no eran los sentimientos, sino los ideales. También pensaba que, si mis sentimientos no eran importantes para mí, menos lo serían para otras personas, aunque fueran allegadas a mí o estuvieran deseosas de ayudarme. Después, cuando comencé a compartirlos con algunos matrimonios quedaba insatisfecho la mayor parte de las veces, porque se reducía a un monólogo, ya que, cuando yo compartía, nadie me decía nada, aunque me habían escuchado con toda

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atención. Ese silencio, que se repitió en muchas de las oportunidades de mis diálogos, me dejaba insatisfecho, porque yo esperaba o quería no una solución, sino un eco, una resonancia en los otros de lo que yo acababa de compartir, y no un silencio, por más respetuoso que fuera. Y es que para que se dé el diálogo se necesita tanto escuchar como hablar por parte de todas las personas implicadas en el diálogo. Con razón que realmente se dialoga tan poco. Y menos sobre el tema de nuestros sentimientos. En mí el diálogo de sentimientos requiere mucha convicción, mucha decisión y mucha atención a los que nos comparten sus sentimientos. a) Tomar la decisión de hablar: Esto supone, por un lado, decidirnos a no guardarnos nuestros sentimientos sino a compartirlos, como ya expusimos (pág. 19). También, por otro lado, supone manifestar nuestra sintonía con quien nos comparte sus sentimientos. Pero, en esta parte debemos estar muy atentos a no caer en la tentación de pretender solucionar los problemas o la vida de los demás. Digo esto, porque es muy frecuente en los diálogos meternos enseguida a consejeros, a decir lo que el otro debe hacer o dejar de hacer. Esa forma de hablar, aunque sea con la mejor intención del mundo, estropea muchos diálogos. Lo único que corresponde aquí es expresar nuestra comprensión y cercanía, manifestando, tal vez, que “te comprendo porque también yo en alguna oportunidad me sentí así” , o algo parecido, (aunque esto corresponde más al siguiente punto, como una forma de escuchar). b) Tomar la decisión de escuchar: En una oportunidad un obispo de mi congregación me dijo en medio de una discusión: -“No me estás escuchando”. A lo que, molesto por su afirmación y con un poco de astucia le contesté: - ¡Cómo que no te escucho! ¿Tú no me has dicho esto y esto? Y le repetí palabra por palabra todo lo que me había dicho. - “Sí”.

- “¿Ves que sí te escucho?” Pero yo sabía que sólo le había “oído”, no había escuchado

para nada lo que él estaba sintiendo. Y, no quise escuchar, porque si lo hacía, tendría, tal vez, que cambiar yo mi posición, y buscar un

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sacerdote de la congregación que le acompañara a formar comunidad. Porque escuchar no es saber todo lo que el otro me dice, y hasta poder repetírselo al pié de la letra. Eso es más bien “oír”. Escuchar los sentimientos es mucho más que saber cómo el otro se siente o sintonizar con lo que el otro está sintiendo; escuchar es aceptar al otro con todo lo que él está sintiendo y sin exigirle un cambio para ser aceptado. Escuchar es estar dispuesto a cambiar uno mismo para aceptar más y mejor al otro. En definitiva, escuchar es amar. ¿Cuál es el termómetro para medir hasta dónde estoy escuchando. Si escucho bien, lo notaré en el rostro de la persona que me comparte. Yo he experimentado muchas veces en mi tarea de sacerdote y consejero cómo las personas deprimidas cambian de cara cuando las acepto y verbalizo lo que ni ellas mismas se atreven a decir, por más vergonzoso, humillante o doloroso que pudiera parecer. Yo mismo me quedo admirado muchas veces de lo que fui capaz de decir a esas personas. Creo que si lo hubiera pensado detenidamente, no se lo hubiera dicho. Pienso que fue el Espíritu Santo quien me dio la gracia de escuchar más allá de lo que la persona sabía o podía decir de sí misma. Realmente este tipo de dialogo da un equilibrio muy grande a la persona en relación consigo mismo y con los demás y hasta con Dios, como veremos en el Apéndice 1º.

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APENDICES 1º. Aplicación de la ESPIRITUALIDAD Puedo manifestar con alegría y mucho agradecimiento a Dios que, desde que comencé con esta forma de espiritualidad, hace ya más de 25 años, me desapareció el sueño en las meditaciones matinales, logré enfrentarme conmigo mismo en forma progresiva, tomé decisiones importantes para mi vida y para las relaciones con los demás y experimenté una sabrosa cercanía con Jesús. Por eso lo comparto también con alegría y con el deseo de que a otros les pueda servir más y mejor que a mí. En este sentido estoy constatando también cómo varias personas han experimentado importantes cambios en su vida y en la de su familia, a partir de que comenzaron con una espiritualidad que parte de los sentimientos más fuertes que experimentan en su vida diaria. No me cabe duda de que una espiritualidad para este siglo debe partir de la persona en forma explícita. Creo que, en el fondo, siempre fue así. Y las espiritualidades que surgieron y se afirmaron en distintas épocas de la historia fueron las que respondieron en forma clara, concreta y profunda a los sentimientos más fuertes de las personas en ese momento, aunque no lo explicitaran en la forma que proponemos nosotros ahora. Juan Pablo II (NMI Nº 33, 43) pone como un “signo de los tiempos el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización se detecte una difusa exigencia de espiritualidad”; y añade: “hace falta promover una espiritualidad de comunión”, a la que trata de definir o describir diciendo: - “Espiritualidad de comunión es una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros” - “Espiritualidad de comunión es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico, como uno que me pertenece”. - “Espiritualidad de comunión es la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios”

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“Espiritualidad de comunión es dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros”. Lo que me atrevería a añadir a las palabras del Papa sobre espiritualidad de comunión es que espiritualidad de comunión también es “compartir” en la misma medida que recibir al otro. Esta laguna me parece seria, ya que la verdadera comunión no se puede dar, si yo no comparto en la misma medida en que recibo al otro. De lo contrario, a la larga, seguiremos en una espiritualidad predominantemente individualista o paternalista. ¡Con qué facilidad San Eugenio de Mazenod (fundador de los Oblatos) comparte por escrito sus sentimientos fuertes en las numerosas cartas a misioneros, familiares, amigos y otras personas!. En la búsqueda de “hogares sanos y apacibles” ¿Cómo aplicar a la espiritualidad todo lo dicho en este escrito con respecto a sentimientos, necesidades, compensaciones y valores?. Durante años he venido adaptando a mi relación con Dios el esquema que el movimiento de “Encuentro Matrimonial” propone para el diálogo de las parejas. Y hasta me atrevo a decir que la espiritualidad para los hombres y mujeres del mundo de hoy necesita tener como telón de fondo, o como inspiración, más el ideal de la comunicación de la pareja, como expresión del amor, que el ideal del monje solitario. Sin negar por eso, ni mucho menos, el encuentro personal con Dios. Pero reiterando que ”quien dice que se comunica con Dios y no lo hace con sus hermanos es un mentiroso: porque quien no se comunica con su hermano a quien ve, no puede comunicarse con Dios a quien no ve” (parafraseando 1Jn. 5. 20). Y esto es muy necesario repetírnoslo a nosotros mismo, dada la tendencia natural al individualismo, como fruto del pecado en los hombres. La forma concreta de implementar esta espiritualidad, que nos está ayudando mucho a los que estamos en esto de “hogares sanos y apacibles” está centrada en CRISTO, que en forma de acróstico, cada letra significa:

Carta diaria a Jesús, partiendo del sentimiento más fuerte de las últimas 24 horas para llegar a los valores.

Respuesta de Jesús en el Evangelio de cada día (o en otros textos bíblicos).

Intimidad con Jesús en el diálogo y la alabanza, usando

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especialmente los salmos. Sanación personal, familiar y social aceptando las propias

heridas y las de los demás, perdonando y pidiendo a Dios que sane. Testimonio de paz en el hogar y en la comunidad a la que

pertenezco, asumiendo que “en la diaria convivencia debo poner más amor y menos exigencia”.

Opción por compartir cada vez más profundamente para evitar los individualismos, crecer con los aportes de otros y testificar la acción del Espíritu Santo en mí.

a) Carta diaria a Jesús: es algo sencillo, aunque a veces se

necesita vencer cierto pudor espiritual, o temor al ridículo, o a no hacer bien las cosas. Se trata simplemente de escribir y describir, en una carta personal a Jesús, el sentimiento más fuerte de las últimas 24 horas, manifestando también los pensamientos y acciones (u omisiones) que acompañaron a ese sentimiento; pasando después a las necesidades que los sustentan y a los valores que nos darán la felicidad, como dijimos antes (V, 3, a), b), y c) pág. 49-51).Son ya varias las personas que se identifican con lo que Bárbara T. me decía: “Yo comencé a escribir cartas a Jesús después de recibir el curso de Sentimientos. Al principio lo hacía esporádicamente escribiendo dos o tres veces por semana, hasta que leí una de las cartas escritas por mí con anterioridad; ahí me di cuenta de todo lo importante que era para mí lo que había escrito, y de que no me lo podía perder en adelante. Con el tiempo se me ha convertido en una necesidad diaria (“una dependencia”) de la que ni puedo ni quiero librarme. Es la mejor “vitamina” para cada día”. Esta carta personal a Jesús contiene 4 puntos:

Alabanza a Jesús. Sentimiento más fuerte con los pensamientos y acciones que lo acompañan. Necesidades y compensaciones que están en la base de ese sentimiento. Asumir valores para satisfacer las necesidades y lograr la paz. Como la humilde asna sobre la que montó Jesús en su

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entrada triunfal a Jerusalén, así nosotros con esta sencilla herramienta (A S N A) lograremos importantes triunfos tanto sobre nosotros mismos como en la comunicación con los demás para el servicio a la familia y a la sociedad.

Alabanza: la carta puede comenzar con una alabanza a Jesús como por ejemplo: “Bendito seas, mi Señor y mi Dios” y “!Qué grande eres, Señor!”, “Tú eres mi Bien y mi Todo”, “Tú eres el Rey de la gloria”, “Tú sabes que te quiero”, o cualquier otra alabanza que se nos ocurra.

Sentimientos: después es importante centrarse en los sentimientos más fuertes que estoy experimentando para seleccionar uno y describírselo a Jesús de la forma más completa posible. Pero atendiendo bien a que se trata de describir el sentimiento y no tanto el tema que lo produce o sus detalles. Lo verdaderamente rico y enriquecedor es tomar conciencia lo mejor posible del sentimiento presente: describirlo y compararlo con otros parecidos que hallamos experimentado en otras oportunidades, como por ejemplo: “Mi tristeza se asemeja a un día nublado o lluvioso y me hace recordar otra tristeza parecida que tuve cuando falleció un familiar” . También es importante y necesario aceptar el sentimiento (no olvidando que “los sentimientos no son ni buenos ni malos”) y entregárselo a Jesús con todos los pensamientos que nos produce y las acciones a las que nos impulsó ese sentimiento. Como por ejemplo: “No puedo negar, Señor, el enojo que me produce este desorden, y cómo mentalmente estoy culpando a otros de que yo me enoje de esa manera, porque, si saben cómo me gustan a mí las cosas ¿porqué lo tienen que dejar todo tan desordenado siempre? Parece que no les importo; y sólo me buscan cuando me necesitan. ¡No me voy a dejar usar más!. Por eso hoy casi no contesté cuando me saludaron por la mañana”. Esto mismo, o algo parecido, nos ocurre ante cada sentimiento fuerte; y es negativo que no lo queramos reconocer.

Además del sentimiento más fuerte de cada día hay una lista de temas que normalmente también producen en nosotros sentimientos fuertes, y es muy positivo tocarlos de vez en cuando, como por ejemplo: ¿Qué sentimientos me trae pensar en mi futuro, mi salud, mi sexualidad, mi vocación, el sentido de mi vida, mi familia, mi trabajo, mi pareja, mi estudio, mi relación con Dios, mi

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dinero, mi ropa, mis amigos, mis hijos, mis padres, la situación actual del mundo, mi comunidad, mi relación con el otro sexo, mi muerte o la de mis familiares, mis fracasos, mis éxitos, mi relación con la autoridad..., o ¿Qué sentimientos surgen en mí al reconocer mis límites, mis errores, al tener que pedir perdón, al tener que aceptar personas que no me agradan...?.

Ante Jesús no podemos hacernos los “buenitos”. Cuanto mayor sea el reconocimiento de nuestras limitaciones y pecados, mayor será la experiencia personal de que él nos salva, y de la acción de su Espíritu Santo en nosotros.

Necesidades y compensaciones: Como ya se dijo antes (pág. 50) también en la carta es importante hacer un esfuerzo por ver (”diagnosticar”) y escribir la necesidad (o necesidades) que está detrás de ese sentimiento, así como ver también si estamos compensando de alguna manera. Esto lleva su esfuerzo durante un tiempo, hasta que uno se vaya acostumbrando a este auto análisis. Para ello puede ser útil tener delante el Resumen y Gráfico de las pág. 45-46). Con el diario ejercicio esto va saliendo con fluidez y libertad, aunque no se siga todo al pié de la letra. Yo he observado en mí que los enojos me muestran muchas veces que mi necesidad de auto valor no está debidamente satisfecha (porque en el fondo de mí yo pienso que valgo poco). Las tristezas me llevan a pensar principalmente en mis necesidades de ser amado y pertenencia: “Parece que me quieren y mes buscan sólo por los servicios que les doy”. Los miedos me ayudan a pensar en mis necesidades de autonomía y trascendencia: “si estaré haciendo las cosas bien”, “si a la gente le gustará” y “si será lo que Dios quiere”. A veces me doy cuenta que detrás de mis miedos están mis necesidades físicas. Por ejemplo: “mi inseguridad si no sé dónde comeré hoy”, o “mis temores a cómo me caerán determinados alimentos”, o “¿le gustará a las personas cómo estoy vestido?”.

Asumir valores: A mí el darme cuenta de los valores que debo asumir o seguir fortaleciendo, así como algunas cosas en las que debo cambiar, muchas veces me surge rápidamente, incluso antes de que analice el punto anterior de las necesidades y las compensaciones. A otros cambios me resisto o no los quiero ver; y sólo el tocar el tema varias veces me va ablandado para facilitar mi decisión de encarar los cambios que estoy necesitando en mi persona

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o en mis comportamientos. Como por ejemplo cuando, por fin, asumí “En la diaria convivencia debo poner más amor y menos exigencias” ¡Cuántas resistencias a la acción del Espíritu Santo en mí!. Y él quiere que nuestros pensamientos, deseos y acciones estén más marcados cada vez por los valores y respondan a ellos, como se da en la vida de los santos en grado heroico.

b) La respuesta de Jesús la podemos encontrar en el

Evangelio que corresponde a la misa de cada día; leído así: como la carta que Jesús me escribe a mí ese día. Es aconsejable leer el párrafo evangélico más de una vez. Una señora joven, después de un mes con esta práctica de escribir diariamente a Jesús y leer su Evangelio, me escribía: “Sigo con mis cartitas a Jesús y sus respuestas son contundentes”. Y ya somos muchos los que podemos testimoniar eso de que las respuestas de Jesús son contundentes. Pero esta respuesta de Jesús puede llegar también por otra lectura bíblica que nos venga a la mente con claridad en ese momento. Yo trato de leerla despacio por dos o tres veces para comprender y saborear mejor cada palabra; como hacen los enamorados ante la carta de quien aman.

c) Intimidad con Jesús: Puede ser de mucho gozo este

momento. Para mí es bueno no acortarlo, aunque frecuentemente me vienen tentaciones de pasar enseguida a otra cosa. Los Salmos (el de la misa del día u otro) pueden ser la mejor ayuda para esto; pero repitiendo varias veces la frase o frases que más ayuden a saborear esta intimidad con Jesús. Es lo que yo llamo “rumiar los Salmos”. En estos momentos no se trata de sacar conclusiones, ni de hacer buenos propósitos, o tomar decisiones, sino de experimentar la cercanía de Jesús y la comunión con él. En verdad está mucho más cerca de lo que podamos llegar a imaginarnos, y quiere que lleguemos a ser uno con él, hasta que podamos decir con S. Pablo: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1. 21).

d) La sanación es una tarea impostergable a todos los

niveles. Nuestra sociedad y casi todos los que formamos parte de ella arrastramos profundas heridas personales, como familia, como pueblo, como grupo religioso y como raza: hay hambre en muchos sectores de la humanidad; el desamor y la desvalorización de las

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personas se propagan como una mancha de aceite por el globo terráqueo (favorecidos por migración, divorcios, abortos, drogas, consumismo, injusticias, violencia familiar y corrupción); los miedos e inseguridades se han apoderado de las personas e instituciones (acrecentados por el terrorismo, la inseguridad y la guerra con sus impredecibles consecuencias) y la ausencia de Dios y de los valores evangélicos que nos dejó Cristo se han infiltrado en los comportamientos y las costumbres de las masas y hasta en las legislaciones de muchos países. Urge como nunca en la humanidad reconocer con sinceridad estas profundas heridas y buscar la sanación tanto de las necesidades físicas como de las psíquicas y de las espirituales. Hoy más que nunca es totalmente necesario y urgente aceptar las propias heridas y las de los demás, perdonar a quien nos hirió y pedir a Dios que nos sane, poniendo en práctica los valores evangélicos en una apertura y solidaridad sin fronteras. Y, como siempre, los comienzos serán a través del “pequeño resto” que lucha con visión, con convicción y con entusiasmo por hacer realidad esta sanación en su propia persona, en su familia y en los ambientes donde cada uno puede influir. En el folleto de Caja Negra y Sanación interior encontrarás esto más ampliamente explicado a nivel personal.

e) El testimonio de paz en la familia y en la propia

comunidad es algo que nos desafía constantemente. Tal vez te estarás preguntando: “¿Cómo voy a estar en esta tarea de ayudar a otros a formar hogares sanos y apacibles, si yo tengo tantos problemas en mi hogar, en mi comunidad?”. Es posible que muchas veces fallemos en las relaciones familiares especialmente, y pensemos que nuestro testimonio se derrumba. Pero, si somos humildes, siempre nos queda el recurso de pedir perdón y volver a comenzar. Además, así estaremos en la lucha como todos los que quieren superarse. Lo peor de nuestras caídas es la tentación del desaliento y de auto castigarnos no queriendo levantarnos. ¡Qué bien nos hace cuando vemos determinadas personas que con sola su presencia nos transmiten paz! Por eso, si vivimos en paz en forma notoria, haciendo realidad el “más amor y menos exigencias”, podremos contagiarla a ejemplo de los santos.

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f) La opción por compartir cada vez más profundamente nuestros sentimientos y demás aspectos de nuestra vida es una exigencia de la espiritualidad de comunión que nos pide el Papa. No siempre surge espontáneamente, como ya explicamos antes, y se requiere una opción consciente, confiada y libre que nos lleve a compartir cada vez más. No es ningún secreto que, a lo largo de la historia, muchas formas de espiritualidad se han desviado y se han dejado atrapar por la natural tendencia al individualismo en los seres humanos, como consecuencia del pecado original, donde se rompió la comunicación con Dios (por eso se escondieron de él) y también la comunicación entre las personas (por eso Adán culpó a Eva y Eva a la serpiente). Son muchas las barreras a superar para salir de nuestro individualismo y entrar en una espiritualidad de comunión: ¡Cuántas veces pensamos y hasta decimos frases como éstas!: “Yo me entiendo con Dios; Él me comprende; no necesito de nadie” o “Yo no soy exhibicionista para tener que mostrar mi interior a nadie” o “Mis sentimientos son míos; los demás no tienen por qué meterse en mi vida” o “Nadie puede comprender lo que yo siento”, o como yo pensaba: “Mis sentimientos no son importantes, a nadie le pueden interesar; mejor me los guardo; ya se me pasarán”. Pero cada vez que los comparto se me clarifican, toman mayor dimensión en mí y fortalecen la relación y la cercanía con los demás. Por eso digo que ¡vale la pena compartir tanto los sentimientos que experimento como lo que descubrí para mi vida en la Palabra de Dios!. Por otra parte ¡qué bien me caen las personas que son espontáneas en compartir sus sentimientos y su experiencia de Dios!.

Y mi propuesta es que, si no todos los días, cada vez sea más frecuente este compartir, particularmente en las reuniones de la pequeña comunidad Hosa, hasta que nos fluya con toda naturalidad. Son ya significativos los ejemplos del bien que hace a la familia cuando las personas comparten frecuentemente con el cónyuge sus sentimientos y hasta sus cartas a Jesús. Porque en el caso de los matrimonios la verdadera espiritualidad pasa por la pareja, que es la persona que Dios puso a tu lado para recorrer juntos el camino del amor en esta vida hasta llegar al amor pleno en la otra vida.

Algo parecido podemos decir en cuanto a compartir sentimientos con respecto al resto de los que forman el hogar o la comunidad religiosa.

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2º. Aplicación a la EVANGELIZACIÓN Son muchos los esfuerzos que se vienen haciendo en la Iglesia por “evangelizar” y “reevangelizar”, y no es poco lo escrito y hablado por Juan Pablo II sobre “La Nueva Evangelización”: “Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (R.M. 3) “Hoy se pide a todos los cristianos, a las iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu” (R.M. 30) “Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo” (R.M. 92).

a) La búsqueda de felicidad en los hombres y mujeres de hoy: Personalmente veo y analizo la carrera alocada de la sociedad contemporánea detrás de la felicidad que viene de sentirse uno bien; y los enojos, temores y frustraciones en que se cae cuando eso no se logra, de acuerdo a las expectativas que cada uno se pone en la vida. Por eso el incontrolable crecimiento de la droga, de los matrimonios a prueba, de la fragilidad de los compromisos (incluso entre los consagrados a Dios) de las parejas del mismo sexo, de los niños abandonados. Por eso también el ansia de buscar y experimentar sensaciones cada vez más fuertes, incluso violentas, tanto en la pantalla como en la realidad. Por ese querer por encima de todo la felicidad que viene de sentirse uno bien ahora, también se cae en la justificación de lo injustificable, confundiendo la comprensión y aceptación de cada persona, por equivocada que esté, con la permanencia de los valores. Para muchos, si la persona aquí y ahora se siente bien, todo es válido. De la misma manera se intenta justificar cualquier huida de todo lo que no permite sentirse bien en el momento presente. No estará de más repetir que hoy es el mundo de los

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sentimientos el que necesita una urgente, clara y profunda evangelización. El mundo de las verdades y el de los ideales ya fueron evangelizados en otras épocas. Para evangelizar este “nuevo mundo” (que es tan viejo como el ser humano) podemos comenzar preguntándonos: ¿Cómo inculturar el evangelio en una sociedad que relativiza las verdades y ha visto derrumbarse los ideales, y que se mueve principalmente por los sentimientos?. Además ¡hay tanta confusión, tantos errores y tantas frustraciones con respecto al tema y al manejo de los sentimientos, propiciados, incluso, por algunos enfoques desde la psicología!.

b) Evangelizar desde las Bienaventuranzas: ¡Qué bien comprendió Jesús esta búsqueda de felicidad de la gente de su tiempo!. Por eso en el Sermón del Monte comenzó con las Bienaventuranzas ¿Cómo hacer una interpretación actual de las Bienaventuranzas para la sociedad de hoy?. Creo que es tarea de todos los tiempos, si queremos que la Buena Noticia de Cristo, el Evangelio, responda a las “inquietudes y desafíos de nuestro tiempo”. Por eso hoy para sentirnos realmente bien, para encontrar la felicidad a partir de nuestros propios sufrimientos podríamos intentar estas “12 bienaventuranzas” y “11 desdichas”.

* Felices los que viven los valores del Evangelio: Feliz el que ama y se deja amar, porque experimentará en su vida a Dios, que es amor. Feliz el que perdona y se perdona a sí mismo, porque sabrá lo que es encontrar la paz y el gozo espiritual. Feliz el que se valora a sí mismo como Dios lo valora, porque vivirá contento y seguro y hasta podrá reírse un poco de sí mismo. Feliz el que ama la vida desde que es concebida porque “el que siembra amor cosecha amor”. Feliz el que está atento a los demás y pone gestos pequeños y concretos para fortalecer las relaciones entre las personas, porque tendrá muchos amigos. Feliz el que se deja corregir por los demás, porque crecerá en sabiduría. Feliz el que respeta la naturaleza, porque gozará de sus maravillas. Feliz el que en su forma de vivir es coherente con lo que piensa, aunque sea incomprendido y perseguido, porque gozará de la libertad que nadie le puede quitar. Feliz el que es abierto para dialogar, porque se enriquecerá a sí mismo y enriquecerá a otros. Feliz el que vive de la fe, porque será

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justo ante Dios y nunca estará solo. Feliz el que pone su vida y la de los suyos en las manos de Dios, porque su confianza no será defraudada. Feliz, en fin, el que tiene a Cristo por guía y se deja conducir por su Espíritu, porque llegará a identificarse con Él.

* Desdichados los que pretenden ser felices desde su egoísmo Pero ¡ay de los que viven pendientes del lujo en sus casas y vestidos y de amontonar dinero, porque serán esclavos de las mismas cosas que tienen! ¡Ay de los que se dejan dominar por el comer, el beber y los demás placeres, porque esos mismos placeres les dañarán la salud! ¡Ay de los que buscan continuamente las alabanzas, porque nunca sabrán lo que es el amor! ¡Ay de los que matan la vida antes de nacer, porque serán insensibles a todo! ¡Ay de los que sólo piensan en dominar y explotar a otros, porque sus miedos los torturarán constantemente! ¡Ay de los que se creen superiores por sus fuerzas, su sexo, sus títulos, sus conocimientos y desprecian a los demás, porque vivirán enojados con todo y con todos! ¡Ay de los que se despreocupan de sus hijos, de su familia y de su comunidad, porque vivirán amargados! ¡Ay de los perezosos que todo lo dejan para después, porque reposarán sobre espinas! ¡Ay de los que mienten y se acomodan con los poderosos para no tener problemas, porque siempre estarán insatisfechos! ¡Ay de los que pretenden ignorar a Dios, porque su vida no tendrá sentido! ¡Ay de los que rechazan a Jesucristo, porque se someterán a Satanás!.

c) Sobran maestros y faltan testigos: Pablo VI dice: “Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o, si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio... Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida como la Iglesia evangelizará al mundo” (E.N. 41). “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros”, dice el Papa Juan Pablo II (R.M. 42). Personalmente creo que han influido más en mi vida los testimonios que me impactaron que las enseñanzas recibidas. Y, por supuesto, los recuerdo mejor. Aunque veo que no he sido muy consecuente,

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porque personalmente me he esforzado más por enseñar que por dar un testimonio adecuado a lo que la gente necesita. Desde hace unos años intento a veces dar mi testimonio de cómo el Espíritu Santo lucha en mí para ayudarme a vivir lo que enseño a otros. También me pasa al recibir algún curso interesante que siempre me surge la pregunta al que lo dicta: “¿Cómo tú haces para vivir esto que nos propones?”. A veces la respuesta es más valiosa para mí que todo lo que recibí en las charlas. Otras veces el testimonio manifiesta que tal vez no sea practicable lo que he recibido. Y no faltan quienes contestan con evasivas. También leyendo algunos libros interesantes y de autores famosos me he quedado con la misma pregunta en mi interior. Por ejemplo leyendo sobre la importancia de compartir los sentimientos en “¿Por qué temo decirte quién soy?, me hubiera gustado que su autor John Powell compartiera cómo hace él para llevar a la práctica en su comunidad lo que tan bellamente nos propone y fundamenta sobre la importancia de compartir los sentimientos. Un ejemplo claro lo tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en muchos párrafos de las Cartas de San Pablo: ¡Cómo unen testimonio y enseñanzas!. Pienso también que Juan Pablo II en sus numerosos viajes evangeliza más con gestos (besar la tierra, pedir perdón, visitar enfermos, enfrentar situaciones muy difíciles, hablar con claridad y valentía, cercanía con la juventud, darse incansablemente a todos...) que con sus discursos. Y por aquí veo que debe ir la evangelización para llegar a los hombres y mujeres de hoy, y en particular a los adolescentes y jóvenes, que siempre son el termómetro de la sociedad. En este sentido me pareció muy acertado y desafiante el lema de las Convivencias Juveniles Católicas de Matanzas: “Se puede ser feliz en la Cuba de 2000”. La fundamentación consistió en el testimonio de personas que estamos felices en Cuba, y se nos nota. Y no nos queremos ir. También tú, si pones la felicidad en vivir las Bienaventuranzas, que es donde está la felicidad verdadera y permanente, la lograrás. Y esto debe ser anunciado a todas las personas y en todos los rincones del la Isla.

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3º. Aplicación a la PEDAGOGIA

a) Testimonio Después de dar uno de estos cursos de Comunicación de Sentimientos a un grupo de educadores en Cienfuegos, una maestra de tercer grado (con alumnos entre 8 y 9 años) se me acercó para comentarme que hay mucha violencia en los niños de esa edad, especialmente de parte de los varones hacia las niñas. Y me agregó: -“Yo trato de explicarles por separado a los varones que las niñas son como plantitas y que hay que saber cuidarlas y tratarlas bien”. Yo pensé para mis adentros, sin atreverme a decírselo para no desilusionarla en su esfuerzo por llegar a los alumnos, “Pero las niñas son niñas y las plantas son plantas y los varones son varones. ¿Por qué no enfrentar la realidad que estarán viviendo esos alumnos, en vez de hablarles en parábolas?”. Y sin más le comenté: -“Seguro que esos niños tendrán problemas en su hogar”. -“¡Ah, sí!. Y me los cuentan todos”, me aclaró. -“¿Por qué, entonces, no comienzas por ahí, por lo que estarán sintiendo esas inocentes criaturas, dados los problemas familiares que viven, y les ayudas aceptando lo que están sintiendo y proponiéndoles valores como el perdón y el cariño en la casa, aunque no sea fácil?. Por lo menos sabrán que la maestra está cercana, los comprende y podrán seguir confiando en ella” . Esta conversación me marcó; y, aunque nunca estudié pedagogía, vi lo importante que es en esta época hacer y aplicar una pedagogía desde lo que cada persona está sintiendo, y no desde una ideología masificante e impuesta, ni desde una visión meramente sociológica: (desde un sector de la sociedad, o por edades, como si todos los del mismo sector social o los de la misma edad experimentaran los mismos sentimientos, aunque vivan problemas similares). Pienso que sí deben ser tenidos en cuenta los distintos sectores sociales y las diferentes edades, por supuesto, pero en un segundo término, después de atender a lo que la persona está sintiendo. El interrogante clave en este momento que vive la humanidad sería:

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b) ¿Cómo educar para sentirse realmente bien y ser feliz? En este empeño por “hogares sanos y apacibles”, como base de la sociedad, lo primero y más influyente en la educación es el hogar, pero ya desde el momento de la concepción. Una madre me comentaba sumamente angustiada: -“¿Cómo puede ser que si yo he dado la misma educación a mis dos hijas, que ya son mujeres con hijos, una me haya salido tan buena y la otra tenga tantos problemas de conducta, agresividades y nos haga la vida imposible a todos los de la familia?. Hemos llegado a un punto en que ya no damos más. Mi casa se ha convertido en un infierno”. -“Con mucha frecuencia los padres piensan que no hacen diferencias, pero los hijos no lo viven de la misma manera” -le dije- “Pero comenzando desde el principio, dime, ¿cómo fue el embarazo de cada una” -“Bueno, el embarazo de la segunda me costó mucho aceptarlo, porque vino muy seguido de la primera, y quise abortarla. Pero después que nació el trato a las dos hermanas fue igual: lo que había para una, lo había también para la otra. Nunca hice diferencias entre ellas”. -“Entonces ya ves que sí hiciste profundas diferencias en el tiempo en que las personas somos más sensibles, como es la vida intrauterina. Esto, no justifica sus agresiones y demás problemas de conducta, como se leerá en Caja Negra y Sanación Interior, pero sí aporta una posible causa de lo que está viviendo tu hija hace ya tantos años” -“Pero yo ya le escribí una carta pidiéndole perdón por todo eso” -“¿Y ella te perdonó ya?” -“Ni siquiera me ha comentado que recibió mi carta. Aunque yo sé que sí la leyó” -“Habrá que seguir esperando a que tu hija se decida a perdonarte para que la puedas ayudar en otras cosas”. Desde ahí comienza, en la pedagogía de “hogares sanos y apacibles”, la educación de los hijos. Porque desde la concepción, ya está presente en nosotros la necesidad de ser amados, como lo está también la necesidad de auto valor. ¡Con cuántas heridas podemos

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venir ya a este mundo!. Y ¡cuántas se producen en los primeros siete años de vida!. Por eso muchas veces la educación debe comenzar por la sanación de las heridas a estas dos necesidades básicas. He descubierto que mis frecuentes rabias y enojos conmigo mismo y con los demás me vienen principalmente por mi desvalorización personal. Y ésta, a su vez, puede tener su primer origen en la desilusión que experimentaron mis padres cuando nací raquítico, feo y delicado de salud. Muy diferente de mi hermano mayor, que fue todo lo contrario, como se comentaba siempre en mi familia. Y una de las explicaciones que daba mi madre es que nací el año 41, que es conocido en España como el “año del hambre”. En todas las culturas el indiscutible primer paso en la educación para la felicidad es el amor por las personas, que lleva a la aceptación y a la justa valoración del educando. Y que éste perciba de alguna manera tanto el amor como la aceptación y la justa valoración de su persona. Esto suplirá cualquier error que el educador pudiera cometer en tan delicada tarea. Una educadora de muchos años en la docencia me comentaba: -“En mi niñez y adolescencia yo me hacía la dormida todas las mañanas hasta que mi padre iba a mi cama y me daba diez besos. Eso es para mí un recuerdo imborrable que siempre valoro mucho, aunque yo no haya salido tan demostrativa como él, porque en esto me parezco más a mi madre” Y también me compartía una conversación con un niño de catequesis que le preguntaba: -“¿El niño Jesús era igual que nosotros? -“Por supuesto” -le contestó- -“¿Y también decía malas palabras?” -“No; ni él ni su familia decían nunca malas palabras” -“Pues a mí cuando digo malas palabras, mi papá me da un cocotazo, pero él dice muchas malas palabras”. Aquí podemos comprobar cómo ese padre transmite más con su mal ejemplo que con el castigo, confundiendo a su hijo en vez de educarlo. Viene bien aquí recordar el dicho: “Un kilogramo de ejemplo vale más que una tonelada de consejos”.

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c) Los niños aprenden lo que viven Si un niño vive con censura, aprende a condenar. Si un niño vive con hostilidad, aprende a pelear. Si un niño vive con el ridículo, aprende a ser tímido. Si un niño vive con vergüenza, aprende a ser culpable. Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser paciente. Si un niño vive con estímulo, aprende a estimar. Si un niño vive con honradez, aprende a ser justo. Si un niño vive con seguridad, aprende a tener fe. Si un niño vive con aprobación, aprende a quererse a sí mismo Si un niño vive con aceptación y amistad, aprende a encontrar amor en el mundo.

José A. González (psicólogo) citado en “La Familia Humana” de Jorge Patrony

No todos mis formadores a lo largo de mi seminario influyeron en mí de la misma manera y en la misma medida, como te habrá ocurrido también a ti, lector. A unos admiré y admiro, a otros no. A unos los experimenté cercanos a mi persona, que me valoraron. De otros no recuerdo más que sus exigencias. ¡En cuántas cosas imité a unos, mientras traté de no caer en los errores de otros!. Una primera respuesta al interrogante de más arriba es que padres y educadores hayan experimentado en su vida el camino “desde sentimientos a los valores” y estén en la lucha por lograr la felicidad desde ahí, desde los valores que satisfacen sus necesidades más profundas. De lo contrario, no podrá lograrse nada en este campo. Una vez más es cierto eso de que “nadie da lo que no tiene”. Por tanto, en una nueva pedagogía, la principal tarea está con los padres y educadores, por más obvio que parezca. Para mí me es fácil hablar sin cansancio de este tema “de los sentimientos a los valores” porque lo considero muy esclarecedor y porque me está sirviendo mucho para mi crecimiento personal y para el servicio a los demás. También es necesario que el educando perciba con claridad que el educador se esfuerza en ayudarlo a que sea feliz realmente, y no tanto a que almacene conocimientos más o menos útiles para la

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vida. Por eso hay tan pocos que sean realmente educadores, aunque haya muchos trabajando en educación. Esta pedagogía personalizada y personalizante parte de la aceptación de cada persona como es y como está: con sus sentimientos, producidos por las heridas afectivas, por las desvalorizaciones, por los desarraigos, por el futuro incierto, por la salud quebrada, por el acoso, por el psicoterror, por los rechazos, por las injusticias recibidas, por la falta de trabajo y la carencia de los medios materiales necesarios para vivir. Una pedagogía personalizada y personalizante también tiene en cuenta y acepta a cada persona: con sus rencores, sus insatisfacciones, sus fracasos, sus errores, su culpabilidad, sus impotencias, su soledad, sus incoherencias, su materialismo, su increencia, su espíritu consumista. Para llegar a “aprender el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia”, como nos piden los obispos de Cuba, hoy el mejor camino es desde los sentimientos, sin descartar por eso el camino de las verdades ni el de los ideales. Además, la cultura cubana es muy proclive a este enfoque desde los sentimientos. Por eso no se puede prescindir de ello en la pedagogía. Y un desarrollo de este tipo de pedagogía hasta podría hacer sus aportes a otros países y culturas. Mientras algunos piensan y proponen las ideas como forma de cambiar el mundo, yo, sin oponerme a lo bueno que esto puede llegar a conseguir, considero una alternativa más inculturada y eficaz la pedagogía desde los sentimientos para llegar a los valores.-