antonio royo marin - el misterio del más allá

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    El Misterio Del Ms All Antonio Royo Marn, O.P.

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    El misterio del ms all

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    Existencia Del Ms AllComenzamos hoy, bajo el manto y la mirada maternal de la Sant-

    sima Virgen de Atocha, esta serie de conferencias cuaresmales, cuyo

    tema central lo constituye El misterio del ms all.

    Y, ante todo, os voy a decir por qu he escogido este tema. Son

    tres las principales razones que me han movido a ello:

    En primer lugar, por su trascendencia soberana. Ante l, todos los

    dems problemas que se pueden plantear a un hombre sobre la tierra,no pasan de la categora de pequeos problemas sin importancia. No

    voy a invocar una conversacin tenida con un alto intelectual. Salid

    simplemente a la calle. Preguntadle a ese obrero que se dirige a su

    trabajo:

    Adnde vas?

    Os dir: Yo?, a trabajar.

    Y para qu quieres trabajar?

    Pues para ganar un jornal.

    Y el jornal, para qu lo quieres?

    Pues para comer.

    Y para qu quieres comer?

    Pues..., para vivir!

    Y para qu quieres vivir?

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    Se quedar estupefacto creyendo que os estis burlando de l. Y

    en realidad, seores, esa ltima es la pregunta definitiva; para qu

    quieres vivir?, o sea, cul es la finalidad de tu vida sobre la tierra?,qu haces en este mundo?, quin eres t? No me interesa tu nom-

    bre y tu apellido como individuo particular: quin eres t como cria-

    tura humana, como ser racional?, por qu y para qu ests en este

    mundo?, de dnde vienes?, adnde vas?, qu ser de ti despus

    de esta vida terrena?, qu encontrars ms all del sepulcro?

    Seores: stas son las preguntas ms trascendentales, el problemams importante que se puede plantear un hombre sobre la tierra.

    Ante l, vuelvo a repetir, palidecen y se esfuman en absoluto esa infi-

    nita cantidad de pequeos problemas humanos que tanto preocupan

    a los hombres. El problema ms grande, el ms trascendental de nues-

    tra existencia, es el de nuestros destinos eternos.

    La segunda razn que me impuls a escoger este tema es su enor-me eficacia sobrenatural para orientar a las almas en su camino hacia

    Dios. Este tema interesantsimo no puede dejar indiferente a nadie,

    porque plantea los grandes problemas de la vida humana. No se trata

    de una cosa fugaz y perecedera. Se trata de nuestros destinos inmor-

    tales, y esto, a cualquier hombre reflexivo tiene que llegarle forzosa-

    mente hasta lo ms hondo del alma. Para encogerse de hombros ante

    l es menester ser un loco o un insensato irresponsable.

    La tercera razn, seores, es su palpitante actualidad. Porque si es-

    te tema no puede envejecer jams, por tratarse del problema funda-

    mental de la vida humana, de una manera especialsima en estos

    tiempos que estamos atravesando adquiere caracteres de palpitante

    actualidad. No hay ms que contemplar el mundo, seores, para ver

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    de qu manera camina desorientado en las tinieblas por haberse

    puesto voluntariamente de espaldas a la luz.

    Es intil que se renan las cancilleras, que se organicen asambleas

    internacionales. No lograrn poner en orden y concierto al mundo

    hasta que lo arrodillen ante Cristo, ante Aqul que es la Luz del mun-

    do; hasta que, plenamente convencidos todos de que por encima de

    todos los bienes terrenos y de todos los egosmos humanos es preciso

    salvar el alma, se pongan en vigor, en todas las naciones del mundo,

    los diez mandamientos de la Ley de Dios.

    Con sola esta medida se resolveran automticamente todos los

    problemas nacionales e internacionales que tienen planteados los

    hombres de hoy; y sin ella ser absolutamente intil todo cuanto se

    intente.

    Precisamente porque el mundo de hoy no se preocupa de sus des-

    tinos eternos, porque no se habla sino del petrleo rabe, de la he-

    gemona econmica mundial de sta o de la otra nacin, o de cual-

    quier otro problema terreno materialista, en el horizonte cercano

    aparecen negros nubarrones que, si Dios no lo remedia, acabarn en

    un desastre apocalptico bajo el siniestro resplandor y el estruendo

    horrsono de las bombas atmicas.

    Examinemos, seores, los datos fundamentales del problema.

    Desde la ms remota antigedad se enfrentan y luchan en el mun-

    do dos fuerzas antagnicas, dos concepciones de la vida completa-

    mente distintas e irreductibles: la concepcin materialista, irreligiosa y

    atea, que no se preocupa sino de esta vida terrena, y la concepcin

    espiritualista, que piensa en el ms all.

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    La primera podra tener como smbolo una sala de fiestas, un saln

    de baile, un cabaret, y sobre su frontispicio esta inscripcin, estas so-

    las palabras: No hay ms all. Por consiguiente, vamos a gozar, vamosa divertirnos, vamos a pasarlo bien en este mundo. Placeres, riquezas,

    aplausos, honores... A pasarlo bien en este mundo! Comamos y be-

    bamos, que maana moriremos. Concepcin materialista de la vida,

    seores.

    Pero hay otra concepcin: la espiritualista, la que se enfrenta con

    los destinos eternos, la que podra tener como smbolo una grandiosacatedral en cuyo frontispicio se leyera esta inscripcin: Hay un ms

    all! O si queris esta otra ms grfica y expresiva todava: Qu le

    aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma

    para toda la eternidad?

    He aqu, seores, la disyuntiva formidable que tenemos planteada

    en este mundo. No podemos encogernos de hombros. No podemospermanecer indiferente ante este problema colosal, porque, quera-

    mos o no, lo tenemos todos planteado por le mero hecho de haber

    nacido: estamos ya embarcados y no es posible renunciar a la tre-

    menda aventura.

    Yo comprendo perfectamente la risa y la carcajada volteriana del

    incrdulo irreflexivo que se hunde totalmente en el cieno, que no vivems que para sus placeres, sus riquezas y sus comodidades tempora-

    les. Lo comprendo perfectamente, porque es un insensato, un loco,

    que no se ha planteado nunca en serio el problema del ms all. Pero

    una persona que tenga un poquito de fe y otro poco de sentido co-

    mn, que sepa reflexionar y que se plantee el problema del ms all, y

    se encoja de hombros ante l y diga: La eternidad, qu me importa

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    eso?, seores, eso no lo comprendo, eso no lo concibo. Ante el pro-

    blema pavoroso del ms all no podemos permanecer indiferentes, no

    podemos encogernos de hombros. Tenemos que tomar una actitudfirme y decidida, si no queremos renunciar, no ya a la fe cristiana, sino

    a la simple condicin de seres racionales.

    Precisamente estos das vengo a hablaros de este gran problema

    de nuestros destinos eternos: del misterio del ms all.

    Esta tarde, en las primeras de mis conferencias, voy a ceirme ex-clusivamente a poner en claro la existencia del ms all. Nada ms.

    No vengo en plan apologtico. Tengo muy poca fe en la apologti-

    ca, seores, como instrumento apto para convencer al que no est

    dispuesto a aceptar la verdad aunque brille ante l ms clara que el

    sol. Ya lo supo decir admirablemente uno de los genios ms portento-

    sos que ha conocido la humanidad, una de las inteligencias ms pre-

    claras que han brillado jams en el mundo: San Agustn. Un hombre

    que conoca maravillosamente el problema, que saba las angustias, la

    incertidumbre de un corazn que va en busca de la luz de la verdad sin

    poderla encontrar, porque vivi los primeros treinta aos de su vida

    en las tinieblas del paganismo. Conoca maravillosamente el problema

    y saba muy bien que no hay ni pueden haber argumentos vlidos

    contra la fe catlica. No los hay, ni los puede haber, porque la verdadno es ms que una, y esa nica verdad no puede ser llamada al tribu-

    nal del error, para ser juzgada y sentenciada por l. Es imposible, se-

    ores, que haya incrdulos de cabeza, de argumentos, incrdulos que

    puedan decir con sinceridad: yo no puedo creer porque tengo la de-

    mostracin aplastante, las pruebas concluyentes de la falsedad de la

    fe catlica. Imposible de todo punto!

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    No hay incrdulos de cabeza, pero s muchsimos incrdulos de co-

    razn. No tienen argumentos contra la fe, pero s un montn de car-

    gas afectivas. No creen porque no les conviene creer. Porque sabenperfectamente que si creen tendrn que restituir sus riquezas mal

    adquiridas, renunciar a vengarse de sus enemigos, romper con su

    amiguita o su media docena de amiguitas, tendrn, en una palabra,

    que cumplir los diez mandamientos de la Ley de Dios. Y no estn dis-

    puestos a ello. Prefieren vivir anchamente en este mundo, entregn-

    dose a toda clase de placeres y desrdenes. Y para poderlo hacer con

    relativa tranquilidad se ciegan voluntariamente a s mismos; cierran

    sus ojos a la luz y sus odos a la verdad evanglica. No les da la gana

    de creer! No porque tengan argumentos, sino porque les sobran de-

    masiadas cargas afectivas.

    Seores: cuando el corazn est sano, cuando no tenemos absolu-

    tamente nada que temer de Dios, no dudamos en lo ms mnimo de

    su existencia. Ah, pero cuando el corazn est corrompido...! No os

    habis fijado que slo los malhechores y delincuentes jams las per-

    sonas honradas atacan a la Polica o la Guardia Civil?

    San Agustn conoca maravillosamente esta psicologa del corazn

    humano y por eso escribi esta frase lapidaria y genial: Para el que

    quiere creer, tengo mil pruebas; para el que no quiere creer, no tengo

    ninguna.

    Maravillosa frase, seores. Para el que quiere creer, para el hom-

    bre honrado, para el hombre sensato, para el hombre que quiere dis-

    currir con sinceridad, tengo mil pruebas enteramente demostrativas

    de la verdad de la fe catlica. Pero para el que no quiere creer, para el

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    que cierra obstinadamente su inteligencia a la luz de la verdad, no

    tengo absolutamente ninguna prueba.

    A ese incrdulo del corazn, a se que lanza su carcajada volte-

    riana porque no le interesan las cosas de los curas y de los frailes, a

    se no tengo que decirle absolutamente nada. Pero que no olvide, sin

    embargo, la frase magistral de San Agustn: Para el que quiere creer,

    tengo mil pruebas; para el que no quiere creer, no tengo ninguna.

    No me dirijo al incrdulo volteriano. Me dirijo, sencillamente, alhombre de la calle, que vive quiz olvidado de Dios, pero que posee

    un fondo honrado y un corazn recto; a ese hombre bueno, honrado,

    de corazn sincero, de corazn naturalmente cristiano, pero irreflexi-

    vo y atolondrado, que no se ha planteado nunca en serio el problema

    del ms all. Con ste quiero hablar. Con ste quiero entablar dilogo,

    y le digo: amigo, escchame, que estoy completamente seguro de

    que llegaremos a un acuerdo, porque te voy a hablar a la inteligencia yal corazn y t tienes una inteligencia sana y un corazn noble y me

    vas a escuchar con sincera rectitud de intencin.

    Te voy a hablar de la existencia del ms all. Voy a proponerte tres

    argumentos. Sencillos, claros, al alcance de todas las fortunas intelec-

    tuales. En el primero, nos moveremos en el plano de las meras posibi-

    lidades. En el segundo, llegaremos a la certeza natural, o sea, a la quecorresponde al orden puramente humano, filosfico, de simple razn

    natural. Y en tercero, llegaremos a la certeza sobrenatural, en torno a

    la existencia del ms all.

    Primer argumento, seores. Nos vamos a mover en el plano de las

    meras posibilidades.

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    Las personas cultas que me escuchan saben muy bien que Renato

    Descartes quiso encontrar el principio fundamental de la filosofa

    planteando su famosa duda metdica. Se propuso dudar de todo,incluso de las cosas ms elementales y sencillas, para ver si encontra-

    ba alguna verdad de evidencia tan clara y palmaria que fuera absolu-

    tamente imposible dudar de ella, con el fin de tomarla como punto de

    partida para construir sobre ella toda la filosofa. Y al intentar tamaa

    duda, escepticismo tan absoluto y universal, se dio cuenta de que

    estaba pensando, y al punto, lanz su famoso entimema, que, en

    realidad, no admite vuelta de hoja, aunque no constituye, ni mucho

    menos, el principio fundamental de la filosofa: Pienso, luego existo.

    Seores, una duda real, absoluta y universal, que no excluya ver-

    dad alguna, adems de absurda e insensata, es hertica y blasfema. El

    mismo Descartes, que era y actu siempre como catlico, se encarg

    de aclarar despus que no haba tratado en ningn momento de ex-

    tender su duda universal a las verdades sobrenaturales de la fe, sino

    nicamente a las de orden puramente natural y humano.

    Nosotros no vamos a dudar un solo instante de las verdades de la

    fe catlica. Pero vamos a fingir, vamos a imaginarnos por un momen-

    to, que la fe catlica no nos dijera absolutamente nada sobre la exis-

    tencia del ms all. Es absurda tal suposicin, puesto que esa existen-

    cia constituye la verdad primera y fundamental del catolicismo; perovamos a imaginarnos, por un momento, ese disparate. Y amontonan-

    do nuevos absurdos y despropsitos, vamos a suponer, por un mo-

    mento, que la razn humana no nos ofreciera tampoco ningn argu-

    mento enteramente demostrativo de la existencia del ms all, sino,

    nicamente, de su mera posibilidad.

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    Cul debera ser nuestra actitud en semejante suposicin? Qu

    debera hacer cualquier hombre razonable, no ante la certeza, pero s

    ante la posibilidad de la existencia de un ms all con premios y casti-gos eternos?

    Es indudable, seores, que an en este caso, an cuando no tuvi-

    ramos la certeza sobrenatural de la fe sobre la existencia del ms all,

    y an cuando la simple razn natural no nos pudiera demostrar ple-

    namente su existencia y tuviramos que movernos nicamente en el

    plano de las simples probabilidades y hasta de las meras posibilidades,todava, entonces la prudencia ms elemental debera empujarnos a

    adoptar la postura creyente, por lo que pudiera ser. Nos jugamos de-

    masiadas cosas tras esa posibilidad: no podramos tomarla a broma.

    Reflexionad un momento. Ved lo que ocurre con las cosas e intere-

    ses humanos. Existen infinidad de Compaas de Seguros para asegu-

    rar un sin fin de cosas inseguras, sobre todo cuando se trata de cosasque, humanamente hablando, vale la pena asegurar. El mendigo hara-

    piento que vive en una miserable chabola del suburbio de una gran

    ciudad, no tiene por qu preocuparse de asegurar aquella miserable

    vivienda; pero el que posee un magnfico palacio que vale millones de

    pesetas, hace muy bien en asegurarlo contra un posible incendio, por-

    que para l, un incendio podra representar una catstrofe irrepara-

    ble. Ahora bien, al hacer el seguro contra incendios, est convencidoel que lo firma de que el incendio sobrevendr efectivamente? Qu

    va a estar convencido! Est casi seguro de que no se producir, por-

    que no solamente no es infalible que se produzca, sino que ni siquiera

    es probable. Es, simplemente, posible, nada ms. No es cosa cierta, ni

    infalible, ni siquiera probable, pero es posible. Y como tiene mucho

    que perder, lo asegura y hace muy bien.

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    Otros hacen seguro contra el pedrisco, otros contra el robo. Es

    que estn convencidos de que sobre sus tierras vendr el pedrisco y

    las arrasar, o de que vendr el ladrn y se apoderar de los bienes desu casa? No. Estn completamente convencidos de lo contrario. No

    habr pedrisco y, si lo hay, quedar muy localizado y no les arruinar

    todas sus tierras, ni muchsimo menos. Pero para evitarse el posible

    perjuicio parcial, firman la pliza del seguro. No vendr el ladrn, pero

    por si acaso, aseguran sus bienes de fortuna. Esta conducta, seores,

    es muy sensata y razonable. No se le puede poner reparo alguno.

    Pues, seores, traslademos esto del orden puramente natural y

    humano, a las cosas del alma, al tremendo problema de nuestros des-

    tinos eternos, y saquemos la consecuencia.

    Seores, aunque no tuviramos la seguridad absoluta, ciertsima

    que tenemos ahora; aunque no fuera ni siquiera probable, sino me-

    ramente posible la existencia de un ms all con premios y castigoseternos (fijaos bien: con premios y castigos eternos), la prudencia ms

    elemental debera impulsarnos a tomar toda clase de precauciones

    para asegurar la salvacin de nuestra alma. Porque, si efectivamente

    hubiera infierno y nos condenramos para toda la eternidad, lo ha-

    bramos perdido absolutamente todo para siempre. No se trata de la

    fortuna material, no se trata de las tierras o del magnfico edificio,

    sino nada menos, que del alma, y el que pierde el alma lo perdi todo,y lo perdi para siempre.

    Aunque no tuviramos certeza absoluta, sino slo meras conjetu-

    ras y probabilidades, valdra la pena tomar toda clase de precauciones

    para salvar el alma. Esto es del todo claro e indiscutible. Escuchad una

    ancdota muy grfica y aleccionadora:

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    Dos frailes descalzos, a las seis de la maana, en pleno invierno y

    nevando copiosamente, salan de una iglesia de Pars. Haban pasado

    la noche en adoracin ante el Santsimo sacramento. Descalzos, enpleno invierno, nevando... Y he aqu que, en aquel mismo momento,

    de un cabaret situado en la acera de enfrente, salan dos muchachos

    pervertidos, que haban pasado all una noche de crpula y de lujuria.

    Salan medio muertos de sueo, enfundados en sus magnficos abri-

    gos, y al cruzarse con los dos frailes descalzos que salan de la iglesia,

    encarndose uno de los muchachos con uno de ellos, le dijo en son de

    burla: Hermanito, menudo chasco te vas a llevar si resulta que no

    hay cielo! Y el fraile que tena una gran agilidad mental, le contest al

    punto: Pero qu terrible chasco te vas a llevar t si resulta que hay

    infierno!.

    El argumento, seores, no tiene vuelta de hoja. Si resulta que hay

    infierno, qu terrible chasco se van a llevar los que no piensan ahora

    en el ms all, los que gozan y se divierten revolcndose en toda clase

    de placeres pecaminosos! Si resulta que hay infierno, qu terrible

    chasco se van a llevar!

    En cambio, nosotros, no. Los que estamos convencidos de que lo

    hay, los que vivimos cristianamente no podemos desembocar en un

    fracaso eterno. Aun suponiendo, que no lo supongo; aun imaginando,

    que no lo imagino, que no existe un ms all despus de esta pobrevida, qu habramos perdido, seores, con vivir honradamente? Por-

    que lo nico que nos prohbe la religin, lo nico que nos prohbe la

    Ley de Dios, es lo que degrada, lo que envilece, lo que rebaja al hom-

    bre al nivel de las bestias y animales. Nos exige, nicamente, la prcti-

    ca de cosas limpias, nobles, sublimes, elevadas, dignas de la grandeza

    del hombre: S honrado, no hagas dao a nadie, no quieras para ti lo

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    que no quieras para los dems, respeta el derecho de todos, no te

    revuelques en los placeres inmundos, practica la caridad, las obras de

    misericordia, apidate del prjimo desvalido, s fiel y honrado en tusnegocios, s diligente en tus deberes familiares, educa cristianamente

    a tus hijos...

    Qu cosas ms limpias, ms nobles, ms elevadas! Qu habra-

    mos perdido con vivir honradamente, aun suponiendo que no hubiera

    cielo? Y, en cambio, qu habramos ganado con aquella conducta

    inmoral si hay infierno y perdiramos el alma por no haber hecho casode nuestros destinos eternos?

    Seores, aun movindonos en el plano de las meras posibilidades,

    les hemos ganado la partida a los incrdulos. Nuestra conducta es

    incomparablemente ms sensata que la suya.

    Ah!, pero tenemos argumentos mucho ms fuertes y decisivos.

    Podemos avanzar mucho ms y hasta rebasar en absoluto las meras

    probabilidades y entrar de lleno en el terreno de la certeza plena.

    Primero en un plano natural, meramente filosfico, y despus, en un

    plano sobrenatural, en el plano teolgico de la verdad revelada por

    Dios.

    Primero la filosofa, seores. En el plano de la simple razn natural

    se pueden demostrar como dos y dos son cuatro, dos verdades fun-

    damentales: la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Estas son

    verdades de tipo filosfico, demostrables por la simple razn natural.

    Hay otras verdades que rebasan el marco de la simple filosofa y en-

    tran de lleno en el terreno de la fe. Por ejemplo, si el mismo Dios no se

    hubiese dignado revelarnos que es uno en esencia y trino en personas,

    no lo hubiramos sabido ni sospechado jams en este mundo. La ra-

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    zn natural no puede descubrir, ni sospechar siquiera, el misterio de la

    Santsima Trinidad. Pero la simple razn natural, repito, puede demos-

    trar de una manera apodctica, ciertsima, la existencia de Dios y lainmortalidad del alma. Ahora bien, si Dios existe, si el alma es inmor-

    tal, empezad vosotros mismos a sacar las consecuencias prcticas en

    torno a nuestra conducta sobre la tierra.

    Seores, la existencia de Dios y la inmortalidad del alma se pueden

    demostrar con argumentos apodcticos. No tengo tiempo para hacer

    ahora una demostracin a fondo de ambas cosas; pero, al menos, voya exponer los rasgos fundamentales de la demostracin de la inmorta-

    lidad del alma, ya que, para negar la existencia de Dios, hace falta

    estar enteramente desprovisto de sentido comn.

    En primer lugar, existe nuestra alma? Es del todo seguro e indis-

    cutible que tenemos un alma?

    En absoluto, seores. Estamos tan seguros, y ms, de la existencia

    del alma que la de nuestro propio cuerpo. En absoluto, el cuerpo po-

    dra ser una ilusin del alma, pero el alma no puede ser, de ninguna

    manera, una ilusin del cuerpo. Vamos a demostrarlo con un triple

    argumento: ontolgico, histrico y de teologa natural.

    1. Argumento ontolgico. Es un hecho indiscutible, de evidencia

    inmediata, que pensamos cosas de tipo espiritual, inmaterial. Tene-

    mos ideas clarsimas de cosas abstractas, universales, que escapan en

    absoluto al conocimiento de los sentidos corporales internos os exter-

    nos. Tenemos idea clarsima de lo que es la bondad, la verdad, la be-

    lleza, la honradez, la hombra de bien; lo mismo que de la maldad, la

    mentira, la fealdad, la villana, la delincuencia. Tenemos infinidad de

    ideas abstractas, enteramente ajenas a las cosas materiales. Esas

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    ideas no son grandes ni pequeas, redondas ni cuadradas, dulces ni

    amargas, azules ni verdes. Trascienden, en absoluto, todo el mundo

    de los sentidos. Son ideas abstractas, seores. Las ha visto alguiencon los ojos? Las ha captado con sus odos? Las ha percibido con su

    olfato? Las ha tocado con sus manos? Las ha saboreado con su gus-

    to? Los sentidos no nos dicen absolutamente nada de esto, y, sin em-

    bargo, ah est el hecho indiscutible, clarsimo: tenemos ideas abstrac-

    tas y universales. Luego, si nosotros tenemos ideas abstractas, univer-

    sales, irreductibles a la materia, o sea, absolutamente espirituales,

    queda fuera de toda duda que hay en nosotros un principio espiritual

    capaz de producir esas ideas espirituales. Porque, seores, es eviden-

    tsimo que nadie da lo que no tiene y nadie puede ir ms all de lo

    que sus fuerzas le permiten. Los sentidos corporales no pueden pro-

    ducir ideas espirituales porque lo espiritual trasciende infinitamente al

    mundo de la materia y es absolutamente irreductible a ella. Luego, es

    indiscutible que tenemos un principio espiritual capaz de producir

    ideas espirituales; y ese principio espiritual es, precisamente, lo que

    llamamos alma.

    Seores, el alma existe, es evidentsimo para el que sepa reflexio-

    nar un poco. Y es evidentsimo que el alma es espiritual, porque de

    ella proceden operaciones espirituales, y la filosofa ms elemental

    ensea que la operacin sigue siempre al ser y es de su misma natu-

    raleza: luego, si el alma produce operaciones espirituales, es porque

    ella misma es espiritual.

    Tenemos un alma espiritual. Pero esto equivale a decir que nuestra

    alma es absolutamente simple, en el sentido profundo y filosfico de

    la palabra, porque todo lo espiritual es absolutamente simple, aunque

    no todo lo simple sea espiritual. Todo espaol es europeo, aunque no

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    todo europeo es espaol. Lo espiritual es simple porque carece de

    partes, ya que stas afectan nicamente al mundo de la materia cuan-

    titativa. Pero no todo lo simple es espiritual, porque pueden los cuer-pos compuestos descomponerse en sus elementos simples sin rebasar

    los lmites de la materia.

    El alma es espiritual porque es independiente de la materia; y es

    absolutamente simple, porque carece de partes. Pero un ser absolu-

    tamente simple es necesariamente indestructible, porque lo absolu-

    tamente simple no se puede descomponer.

    Examinad, seores, la palabra descomposicin. Qu significa esa

    palabra? Sencillamente, desintegrar en sus elementos simples una

    cosa compuesta.

    Luego, si llegamos a un elemento absolutamente simple, si llega-

    mos a lo que podramos denominar tomo absoluto, habramos

    llegado a lo absolutamente indestructible. El tomo absoluto es

    indestructible, seores. No me refiero al tomo fsico. Dentro del

    tomo fsico, la moderna qumica ha descubierto todo un sistema

    planetario. Son los electrones. La qumica moderna ha logrado desin-

    tegrar el tomo fsico en sus elementos ms simples. Pero cuando se

    llega al tomo absoluto que quiz no pueda darse en lo puramente

    corporal, se ha llegado a lo absolutamente indestructible. Sencilla-mente, porque no se puede descomponer en elementos ms sim-

    ples. Slo cabe la aniquilacin en virtud del poder infinito de Dios.

    Ahora bien, ste es el caso del alma humana, seores. El alma hu-

    mana, por el hecho mismo de ser espiritual, es absolutamente simple,

    es como un tomo absoluto del todo indescomponible, y, por consi-

    guiente, es intrnsecamente inmortal.

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    El principio de nuestra vida espiritual, el alma, es por su propia na-

    turaleza, absolutamente, simple, indestructible, indescomponible:

    luego, es intrnsecamente inmortal. Solamente Dios, que la ha creado,sacndola de la nada, podra destruirla aniquilndola. Dios podra ha-

    cerlo, hablando en absoluto, pero sabemos con toda certeza, porque

    lo ha revelado el mismo Dios, que no la destruir jams. Porque ha-

    biendo creado el alma intrnsecamente inmortal, Dios respetar la

    obra de sus manos. La ha hecho Dios as y la respetar eternamente

    tal como la ha hecho, no la destruir jams. Nuestra alma es, pues

    intrnseca y extrnsecamente inmortal.

    Adems de este argumento ontolgico profundsimo que deja por

    s solo plenamente demostrada la inmortalidad del alma, pueden in-

    vocarse todava dos nuevos argumentos en el plano meramente filo-

    sfico y puramente racional: uno de tipo histrico y otro de teologa

    natural. Vemoslo brevemente.

    2. Argumento histrico. Echad una ojead al mapa-mundi. Aso-

    maos a todas las razas, a todas las civilizaciones, a todas las pocas, a

    todos los climas del mundo. A los civilizados y a los salvajes; a los cul-

    tos y a los incultos; a los pueblos modernos y a los de existencia

    prehistrica. Recorred el mundo entero y veris cmo en todas partes

    los hombres colectivamente considerados reconocen la existencia

    de un principio superior. Estn totalmente convencidos de ello. Conaberraciones tremendas, desde luego, pero con un convencimiento

    firme e inquebrantable.

    Hay quienes ponen un principio del bien y otro del mal; ciertos sal-

    vajes adoran al sol; otros, a los rboles; otros, a las piedras; otros, a

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    los objetos ms absurdos y extravagantes. Pero todos se ponen de

    rodillas ante un misterioso ms all.

    Seores, se ha podido decir con la historia de las religiones en las

    manos, que sera ms fcil encontrar un pueblo sin calles, sin plazas,

    sin casas, sin habitantes (o sea, un pueblo quimrico y absurdo, por-

    que un pueblo con tales caractersticas no ha existido ni existir ja-

    ms), que un pueblo sin religin, sin una firme creencia en la supervi-

    vencia de las almas ms all de la muerte.

    Os dais cuenta de la fuerza probativa de este argumento histri-

    co? Ah, seores! Cuando la humanidad entera, de todas las razas, de

    todas las civilizaciones, de todos los climas, de todas las pocas, sin

    haberse puesto previamente de acuerdo coincide, sin embargo, de

    una manera tan absoluta y unnime en ese hecho colosal, hay que

    reconocer, sin gnero alguno de duda, que esa creencia es un grito

    que sale de lo ms ntimo de la naturaleza racional del hombre; esaexigencia de la propia inmortalidad en un ms all, procede del mismo

    Dios, que la ha puesto, naturalmente, en el corazn del hombre. Y eso

    no puede fallar, eso es absolutamente infrustrable. Todo deseo natu-

    ral y comn a todo el gnero humano, procede directamente del Au-

    tor mismo de la naturaleza, y ese deseo no puede recaer sobre un

    objeto falso y quimrico, porque esto argira imperfeccin o crueldad

    en Dios, lo cual es del todo imposible. El deseo natural de la inmortali-dad prueba apodcticamente, en efecto, que el alma es inmortal.

    3. Argumento de teologa natural. No me refiero todava a la fe.

    Estoy movindome todava en un plano puramente natural, puramen-

    te filosfico. Me refiero a la teologa natural, a eso que llamamos teo-

    dicea, o sea, a lo que puede descubrir la simple razn natural en torno

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    a Dios y a sus divinos atributos. Qu nos dice esta rama de la filosofa

    con relacin a la existencia de un ms all? Que tiene que haberlo

    forzosamente, porque lo exigen as, sin la menor duda, tres atributosdivinos: la sabidura, la bondad y la justicia de Dios.

    a) Lo exige la sabidura, que no puede poner una contradiccin en

    la naturaleza humana. Como os acabo de decir, el deseo de la inmor-

    talidad es un grito incontenible de la naturaleza. Y Dios, que es infini-

    tamente sabio, no puede contradecirse; no puede poner una tenden-

    cia ciega en la naturaleza humana que tenga por resultado y por obje-to final el vaco y la nada. No puede ser. Sera una contradiccin de

    tipo metafsico, absolutamente imposible. Dios no se puede contrade-

    cir.

    b) Lo exige tambin la bondad de Dios. Porque Dios ha puesto en

    nuestros propios corazones el deseo de la inmortalidad. Examinad,

    seores, vuestros propios corazones! Nadie quiere morir; todo elmundo quiere sobrevivirse. El artista, por ejemplo, est soando en su

    obra de arte, para dejarla en este mundo despus de su muerte, so-

    brevivindose a travs de ella. Todo el mundo quiere sobrevivirse en

    sus hijos, en sus producciones naturales o espirituales. Pero esto es

    todava demasiado poco. Queremos sobrevivirnos personalmente,

    tenemos el ansia incontenible de la inmortalidad. La nada, la destruc-

    cin total del propio ser, nadie la quiere ni apetece. No puede descan-sar un deseo natural sobre la nada, porque la nada es la negacin total

    del ser, es la no existencia, y eso no es ni puede ser apetecible. El de-

    seo, o sea la tendencia afectiva de la voluntad, recae siempre sobre el

    ser, sobre la existencia, jams sobre la nada o el vaco. Todos tenemos

    este deseo natural de la inmortalidad. Y la bondad de Dios exige que,

    puesto que ha sido l quien ha depositado en el corazn del hombre

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    este deseo natural de inmortalidad, lo satisfaga plenamente. De lo

    contrario, no habra ms remedio que decir que Dios se haba compla-

    cido en ejercitar sobre el corazn del hombre una inexplicable cruel-dad, una especie de suplicio de Tntalo. Pero esto sera impo, herti-

    co y blasfemo. Luego hay que concluir que Dios ha puesto en nuestros

    corazones el deseo incoercible de la inmortalidad, porque, efectiva-

    mente, somos inmortales.

    c) Lo exige, finalmente, la justicia de Dios. Seores, muchas gentes

    se preguntan asombradas: Por qu Dios permite el mal? Por qupermite que haya tanta gente perversa en el mundo? Por qu permi-

    te, sobre todo, que triunfen con tanta frecuencia los malvados y sean

    oprimidos los justos?

    La contestacin a esta pregunta es muy sencilla. Sabis por qu

    permite Dios tamao escndalo, injusticias tan irritantes? Pues porque

    hay un ms all en donde la virtud recibir su premio y el crimen sucastigo merecido.

    Un hombre tan poco sospechoso de clericalismo como Juan Jacobo

    Rousseau, en un momento de sinceridad, lleg a escribir su famosa

    frase: Si yo no tuviera otra prueba de la inmortalidad del alma, de la

    existencia de premios y castigos en el otro mundo, que ver el triunfo

    del malvado y la opresin del justo ac en la tierra, esto slo me im-pedira ponerlo en duda. Tan estridente disonancia en la armona uni-

    versal me empujara a buscarle una solucin, y me dira: Para nosotros

    no acaba todo con la vida; todo vuelve al orden con la muerte.

    Vaya si volver, seores! Vaya si volver todo al orden ms all

    de esta vida! En el plano individual, en el familiar, en el social, en el

    internacional...!, todo volver al orden despus de la muerte.

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    El vulgar estafador que, escudndose en un cargo poltico o en el

    prestigio de una gran empresa o de un comercio en gran escala, se ha

    enriquecido rpidamente contra toda justicia, acaso abusando delhambre y de la miseria ajena..., que se apresure a disfrutar sin frenos

    ni cortapisas de esas riquezas inicuamente adquiridas! Le queda ya

    poco tiempo, porque no acaba todo con la vida; todo vuelve al orden

    con la muerte.

    Y el joven pervertido, estudiante coleccionista de suspensos que se

    pasa las maanas en la cama, la tarde en el cine o en el ftbol y lanoche en el cabaret o en el lupanar... Y la muchacha frvola, la que vive

    nicamente para la diversin, para el baile, el teatro y la novela; la que

    escandaliza a todo el mundo con sus desnudeces provocativas, con el

    desenfado en el hablar, con su despreocupacin ante el problema

    religioso, con..., que ran ahora, que gocen, que se diviertan, que

    beban hasta las heces la dorada copa del placer! Ya les queda poco

    tiempo, porque no acaba todo con la vida; todo vuelve al orden con la

    muerte.

    Y el casado que pone a su capricho limitacin y tasa a la natalidad,

    contradiciendo gravemente los planes del Creador. Y el marido infiel

    que le ha puesto un piso a una mujer perversa que no es la suya. Y el

    padre que no se preocupa de la cristiana educacin de sus hijos y se

    hace responsable de sus futuros extravos y, acaso, de la perdicineterna de sus almas. Y tantos y tantos otros como viven completa-

    mente de espaldas a Dios, olvidados en absoluto de sus deberes ms

    elementales para con l..., pobrecitos!, qu pena me dan! Porque,

    por desgracia para ellos, no acaba todo con la vida; todo vuelve al

    orden con la muerte.

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    Y al revs. El obrero tuberculoso que siente que se le acaban las

    fuerzas por momentos y se ve obligado, a pesar de todo, a seguir tra-

    bajando para prolongar un poco su agona con el msero jornal que, alfinal de la semana, deposita en sus manos la injusticia de una sociedad

    paganizada; la pobre viuda madre de ocho hijos, que no tiene un pe-

    dazo de pan para calmarles el hambre..., que no se desesperen! Si

    saben elevar sus ojos al cielo para contemplarlo a travs del cristal de

    sus lgrimas, pronto terminar su martirio: porque no acaba todo con

    la vida; todo vuelve al orden con la muerte.

    Y la joven obrera, llena de privaciones y miserias, y quiz calumnia-

    da y perseguida porque no se dobleg ante la bestialidad ajena y pre-

    fiere morirse de hambre antes de mancillar el lirio inmaculado de su

    pureza..., que tenga nimo y fortaleza para seguir luchando hasta la

    muerte!, porque, para dicha y ventura suya, no acaba todo con la vida;

    todo vuelve al orden con la muerte.

    Todo vuelve al orden con la muerte. Lo exige as la justicia de Dios,

    que no puede dejar impunes los enormes crmenes que se cometen

    en el mundo sin que reciban sancin ni castigo alguno ac en la tierra,

    ni puede dejar sin recompensa las virtudes heroicas que se practican

    en la oscuridad y el silencio sin que hayan obtenido jams una mirada

    de comprensin o de gratitud por parte de los hombres.

    Pero adems de estos argumentos de tipo meramente natural o fi-

    losfico tenemos, seores, en la divina revelacin la prueba definitiva

    o infalible de la existencia del ms all. Lo ha revelado Dios! Y la tierra

    y el cielo, con todos sus astros y planetas, pasarn, pero la palabra de

    Dios no pasar jams.

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    La certeza sobrenatural de la fe es incomparablemente superior a

    todas las certezas naturales, incluso a la misma certeza metafsica en

    la que no es posible el error. La certeza metafsica es absoluta e infali-ble. Dios mismo, con toda su omnipotencia infinita, no podra destruir

    una verdad metafsica. Dios mismo, por ejemplo, no puede hacer que

    dos y dos no sean cuatro, o que el todo no sea mayor que una de sus

    partes. Tenemos de ello certeza absoluta, metafsica, infalible; porque

    lo contrario envuelve contradiccin, y lo contradictorio no existe ni

    puede existir: es una pura quimera de nuestra imaginacin. La certeza

    metafsica es una certeza absolutamente infalible.

    Pues bien: La certeza de fe supera todava a la certeza metafsica.

    No porque la certeza metafsica pueda fallar jams, sino porque la

    certeza de fe nos da a beber el agua limpia y cristalina de la verdad en

    la fuente o manantial mismo de donde brota el mismo Dios, Verdad

    Primera y Eterna, que no puede engaarse ni engaarnos, mientras

    que la certeza metafsica nos la ofrece en el riachuelo del discurso y de

    la razn humanas.

    Las dos certezas nos traen la verdad absoluta, natural o sobrenatu-

    ralmente; pero la fe vale ms que la metafsica, porque su objeto es

    mucho ms noble y porque est ms cerca de Dios.

    Dios ha hablado, seores. Ha querido hacerse hombre, como unocualquiera de nosotros, para ponerse a nuestro alcance, hablar nues-

    tro mismo idioma y ensearnos con nuestro lenguaje articulado el

    camino del cielo. Y ved lo que nos ha dicho:

    Yo soy la resurreccin y la vida: el que cree en M, aunque muera,

    vivir. (Jn 11, 25)

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    Estad, pues, prontos, porque a la hora que menos pensis vendr

    el Hijo del Hombre. (Lc 12, 40)

    No tengis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pue-

    den matarla; temed ms bien a Aquel que puede perder el alma y el

    cuerpo en el infierno. (Mt 10, 28)

    Qu le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su

    alma? (Mt 16, 26)

    Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre,

    con sus ngeles, y entonces dar a cada uno segn sus obras. (Mt 16,

    27)

    E irn al suplicio eterno, y los justos, a la vida eterna. (Mt 25, 46)

    Lo ha dicho Cristo, seores, el Hijo de Dios vivo. Lo ha dicho la Ver-

    dad por esencia, Aqul que afirm de S mismo: Yo soy el Camino, laVerdad y la Vida. (Jn 16, 6) Qu gozo y qu satisfaccin tan ntima

    para el pobre corazn humano que siente ansia y sed inextinguible de

    inmortalidad! Nos lo asegura el mismo Dios: somos inmortales! Llega-

    r un da en que nuestros cuerpos, rendidos de cansancio por las lu-

    chas de la vida, se inclinarn hacia la tierra y descendern al sepulcro,

    mientras el alma volar a la inmortalidad. Cuando el leador abate

    con su hacha el viejo rbol carcomido, el pjaro que anidaba en susramas levanta el vuelo y se marcha jubiloso a cantar en otra parte.

    Qu bien lo sabe decir la liturgia catlica en el maravilloso prefacio de

    difuntos! Con esa visin de paz y de esperanza quiero terminar esta mi

    primera conferencia cuaresmal:

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    Para tus fieles, Seor, la vida se cambia, pero no se quita; y al d i-

    solverse la casa de esta morada terrena, se nos prepara en el cielo una

    mansin eterna.

    Que as sea.

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    El Trnsito Al Ms AllPlantebamos ayer, en el primer da de esta serie de conferencias

    cuaresmales, el problema de los destinos eternos del hombre y de-

    mostrbamos la existencia del ms all a la luz de la simple razn na-

    tural, y, sobre todo, a la luz sobrenatural de la fe apoyada directamen-

    te en la palabra de Dios, que no puede engaarse ni engaarnos. Hay

    un ms all despus de esta vida.

    Esta tarde vamos a dar un paso ms. Y vamos a hablar del momen-

    to de transicin, del salto al ms all, de la hora decisiva de la muerte.

    S muy bien que este tema resulta muy antiptico a la inmensa mayo-

    ra de la gente. Por Dios!, padre: hblenos usted de lo que quiera

    menos de la muerte. La muerte es una cosa muy triste y desagradable.

    Hblenos de cualquier otra cosa, pero deje ese asunto tan trgico.

    Esta es una actitud insensata, seores, una actitud suicida y anti-

    cristiana. Si dejando de pensar en la muerte pudiramos alejarla denosotros...! Pero vendr, sin falta, en el momento que Dios nuestro

    Seor ha fijado para nosotros desde toda la eternidad: tanto si pen-

    samos en ella como si dejamos de pensar. Y como resulta que ese

    momento es el ms importante de nuestra existencia, porque es el

    momento decisivo del que depende nada menos que nuestra eterni-

    dad, vale la pena dejar a un lado sentimentalismos absurdos y plan-

    tearse con seriedad este tremendo problema de la transicin al ms

    all.

    Ayer os deca que se disputaban el mundo dos concepciones anta-

    gnicas de la vida: la concepcin materialista, que niega la existencia

    del ms all y no piensa sino en rer, gozar y divertirse, y la concepcin

    espiritualista, que, proclamando la realidad de un ms all, se preocu-

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    pa de vivir cristianamente, teniendo siempre a la vista la divina sen-

    tencia de Nuestro Seor Jesucristo: Qu le aprovecha al hombre

    ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma para toda la eterni-dad?.

    Pues as como hay dos concepciones de la vida, tambin hay dos

    concepciones de la muerte. La concepcin pagana, la concepcin ma-

    terialista, que ve en ella el trmino de la vida, la destruccin de la exis-

    tencia humana, la que, por boca de un gran orador pagano, Cicern,

    ha podido decir: La muerte es la cosa ms terrible entre las cosasterribles (omnium terribilium, terribilissima mors); y la concepcin

    cristiana, que considera a la muerte como un simple trnsito a la in-

    mortalidad.

    Porque, seores, a despecho de la propia palabra, aunque parezca

    una paradoja y una contradiccin, la muerte no es ms que el trnsito

    a la inmortalidad.

    Qu bien lo supo comprender nuestra incomparable Santa Teresa

    de Jess cuando deca:

    Ven, muerte, tan escondida

    que no te sienta venir,

    porque el gozo de morir

    no me vuelva a dar la vida.

    Tengo la pretensin, seores, de presentaros esta tarde una visin

    simptica y atractiva de la muerte. La muerte, para el pagano, e s la

    cosa ms terrible entre todas las cosas terribles, tena razn el gran

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    orador romano. Pero para el cristiano es el trnsito a la inmortalidad,

    la entrada en la vida verdadera. Contemplada con ojos cristianos, la

    muerte no es una cosa trgica, no es una cosa terrible, sino al contra-rio, algo muy dulce y atractivo, puesto que representa el fin del destie-

    rro y la entrada en la patria verdadera.

    Vamos a ver, en primer lugar, seores, las caractersticas generales

    de este gran fenmeno de la muerte. Son tres, principalmente: ciert-

    sima en su venida, insegura en sus circunstancias y nica en la vida.

    Vamos a comentarlas un poquito.

    Ante todo es ciertsima en su venida.

    Seores, la historia de la filosofa coincide con la historia de las

    aberraciones humanas. Cuntos absurdos se han llegado a decir en el

    mundo en nombre de la ciencia y de la filosofa! Y, sin embargo, est

    todava por nacer un hombre tan insensato que se haya forjado la

    ilusin de que l no va a morir. No ha habido ningn hombre tan est-

    pido que haya lanzado la siguiente afirmacin: Yo vivir eternamente

    sobre la tierra; yo no morir jams.

    Pero si lo estamos viendo todos los das...! La muerte es un fen-

    meno que diariamente contemplamos con los ojos y tocamos con las

    manos. Cuando vamos al cementerio, estamos plenamente convenci-

    dos de la verdad de aquella inscripcin que leemos en cualquiera de

    las losas funerarias: Hodie mihi, cras tibi (hoy me ha tocado a m,

    pero maana te tocar a ti.) Lo estamos viendo todos los das. No

    solamente los ancianos o los enfermos decrpitos, hasta los jvenes

    se mueren con frecuencia en la plenitud de su juventud en la primave-

    ra de su vida. Nadie puede hacerse ilusiones, nadie se escapar de la

    muerte. No vale alegar argumentos, es intil invocar el cargo o la posi-

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    cin social. No les aprovech para nada la tiara a los Papas, ni el cetro

    a los reyes o emperadores, ni el poder a Napolen o a Alejandro

    Magno, ni las riquezas a Creso, ni la sabidura a Salomn. Todos rindie-ron su tributo a la muerte:

    San Pablo deca: Quotidie morior (todos los das muero un poco).

    l se refera al desgaste que experimentaba por el celo y solicitud de

    las Iglesias encomendadas a su cuidado; pero esto mismo podremos

    repetir nosotros en cualquier momento de nuestra vida: todos los das

    morimos un poco. Los sufrimientos, las enfermedades, el aire querespiramos, los alimentos que ingerimos, el fro, el calor, el desgaste

    de la vida diaria nos van matando poco a poco. Todos los das mori-

    mos un poquito: quotidie morior, hasta que llegar un momento en

    que moriremos del todo.

    No hace falta insistir en este hecho tan claro. La certeza de la

    muerte es tan absoluta, que nadie se ha forjado jams la menor ilu-sin. Moriremos todos, irremediablemente todos.

    Dios no hizo la muerte, seores. La muerte entr en el mundo por

    el pecado.

    Qu maravilloso el plan de Dios sobre nuestros primeros padres

    en el Paraso terrenal! Adems de elevarlos al orden sobrenatural de

    la gracia, les enriqueci con tres dones preternaturales verdadera-

    mente magnficos: el de inmortalidad, en virtud del cual no deban

    morir jams; el de impasibilidad, que les haca invulnerables al dolor y

    al sufrimiento, y el de integridad, que les daba el control absoluto de

    sus propias pasiones, perfectamente dominadas y gobernadas por la

    razn. Ah!, pero cometieron el crimen del pecado original, y, en cas-

    tigo del mismo, Dios les retir esos tres dones preternaturales junta-

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    mente con la gracia y las virtudes infusas. Y, al desaparecer el privile-

    gio gratuito de la inmortalidad, el cuerpo, que es de suyo corruptible,

    qued ipso facto condenado a la muerte. He aqu, seores, de qumanera la muerte es un castigo del pecado; y como todos somos pe-

    cadores, nadie absolutamente se escapar de esta ley inexorable:

    ciertamente moriremos todos.

    Pero si la muerte es ciertsima en su venida, es muy incierta e inse-

    gura en su hora y en sus circunstancias.

    Podemos catalogar y dividir las distintas clases de muerte en cua-

    tro fundamentales: muerte natural, prematura, violenta y repentina.

    A qu llamamos muerte natural? A la que sobreviene por mera

    consuncin y desgaste, sin enfermedad alguna que la produzca direc-

    tamente. Se pregunta, a veces, la gente: De qu ha muerto fulano

    de tal? No lo sabe nadie, ni siquiera el mdico. Cuntos aos tena?

    Noventa y dos.

    Seores, est claro: ha muerto de muerte natural, de senectud, de

    vejez. No se necesita nada ms.

    Pero, a veces, ocurre todo lo contrario. Es una muerte prematura.

    En la flor de la juventud, en la primavera de la vida... Cuntos jvenes

    se mueren! No ya por accidentes imprevistos por un disparo casual,por un atropello de automvil, etc., sino por simple enfermedad, en

    su cama, se mueren tambin los jvenes. No con tanta frecuencia,

    pero se mueren tambin. En el Evangelio tenemos algunos casos: el

    hijo de la viuda de Nam y el de la hija de Jairo. En plena juventud, en

    la primavera de la vida, se les cort el hilo de la existencia: muerte

    prematura. Las familias que hayan tenido que sufrir este rudo golpe,

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    que llega a lo ms ntimo del alma, levanten sus ojos al cielo y adoren

    los designios inescrutables de la providencia de Dios. l sabe por qu

    lo llev all. Acaso para que su pureza y su candor no se agostaranalgn da en el clima abrasador del mundo. Dios les reclam para S, y

    all arriba nos esperan llenos de radiante felicidad.

    Otras veces sobreviene la muerte de una manera violenta. Un

    agente extrnseco, completamente imprevisto, nos arrebata la vida en

    el momento menos pensado. Y unos perecen atropellados por un ca-

    min; otros, ahogados en el mar; otros, fulminados por un rayo; otros,en un choque de trenes; otros, al estrellarse el avin en que viajaban;

    otros... No es posible enumerar todas las clases de muertes violentas

    que pueden arrebatarnos la existencia en el momento menos pensa-

    do. Un momento antes, llenos de salud y de vida, un momento des-

    pus, cadver. A cuntos les ha ocurrido as!

    La cuarta clase de muerte es la repentina. No es lo mismo muerteviolenta que muerte repentina. Muerte violenta, como hemos dicho,

    es la producida por un agente extrnseco a nosotros, como cualquiera

    de esos que acabo de enumerar. Muerte repentina, por el contrario,

    es la que sobreviene por una causa intrnseca que llevamos ya dentro

    de nosotros mismos. Por ejemplo, una hemorragia cerebral, un aneu-

    risma, un colapso cardaco, una angina de pecho pueden producirnos

    una muerte inesperada e instantnea. Cuando menos lo esperamos:hablando, comiendo, paseando, podemos caer como fulminados por

    un rayo, He ah la muerte repentina.

    Cul ser la nuestra? Nadie puede contestar a esta pregunta. Para

    muchos de nosotros ya no es posible una muerte prematura. Ya no

    moriremos en plena juventud. Pero cul de las otras tres, la violenta,

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    la repentina o la natural en plena vejez, ser la nuestra? Nadie en ab-

    soluto nos lo podra decir, sino nicamente Dios. Estemos siempre

    preparados, porque aunque es ciertsimo que hemos de morir, es in-segura la hora y las circunstancias de nuestra muerte.

    Pero lo ms serio del caso, seores, es que moriremos una sola vez.

    Lo dice la Sagrada Escritura y lo estamos viendo todos los das con

    nuestros ojos. Nadie muere ms que una sola vez. Es cierto que ha

    habido alguna excepcin en el mundo. Ha habido quienes han muerto

    dos veces. En el Evangelio, por ejemplo, tenemos tres casos, corres-pondientes a los tres muertos que resucit Nuestro Seor Jesucristo.

    Santo Domingo de Guzmn, el glorioso fundador de la Orden a la que

    tengo la dicha de pertenecer, resucit tambin tres muertos. San Vi-

    cente Ferrer y otros muchos Santos hicieron tambin este milagro

    estupendo. Pero estas excepciones milagrosas son tan raras, que no

    pueden tenerse en consideracin ante la ley universal de la muerte

    nica. Moriremos una sola vez. Y en esa muerte nica se decidirn,

    irrevocablemente, nuestros destinos eternos. Nos lo jugamos todo a

    una sola carta. El que acierte esa sola vez, acert para siempre; pero el

    que se equivoque esa sola vez, est perdido para toda la eternidad.

    Vale la pena pensarlo bien y tomar toda clase de medidas y precau-

    ciones para asegurarnos el acierto en esa nica y suprema ocasin. Yo

    quisiera, seores, haceros reflexionar un poco en torno a la prepara-

    cin para la muerte.

    Podemos distinguir dos clases de preparacin: una, remota, y otra,

    prxima.

    Llamo yo preparacin remota la de aquel que vive siempre en gra-

    cia de Dios. Al que tiene sus cuentas arregladas ante Dios, al que vive

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    habitualmente en gracia, puede importarle muy poco cules sean las

    circunstancias y la hora de su muerte, porque en cualquier forma que

    se produzca tiene completamente asegurada la salvacin eterna de sualma. Esta es la preparacin remota.

    Preparacin prxima es la de aquel que tiene la dicha de recibir en

    los ltimos momentos de su vida los Santos Sacramentos de la Iglesia:

    Penitencia, Eucarista por Vitico. Extremauncin, e, incluso, los de-

    ms auxilios espirituales: la bendicin Papal, la indulgencia plenaria y

    la recomendacin del alma. Esta es la preparacin prxima.

    Combinando y barajando estas dos clases de preparacin podemos

    encontrar hasta cuatro tipos distintos de muerte: sin preparacin pr-

    xima ni remota; con preparacin remota, pero no prxima; con prepa-

    racin prxima, pero no remota, y con las dos preparaciones.

    Vamos a examinarlas una por una.

    Primer tipo de muerte. Sin preparacin prxima ni remota, o sea,

    ausencia total de preparacin. Es la muerte de los grandes impos, de

    los grandes incrdulos, de los grandes enemigos de la Iglesia; la muer-

    te de los que no se han contentado con ser malos, sino que adems

    han sido apstoles del mal, han sembrado semillas de pecado, han

    procurado arrastrar a la condenacin al mayor nmero posible de

    almas.

    Estos no han tenido preparacin remota: han vivido siempre en

    pecado mortal. Y, por una consecuencia lgica y casi inevitable, suelen

    morir tambin sin preparacin prxima, obstinados en su maldad.

    Porque, por lo general, seores, salvo raras excepciones, la muerte no

    es ms que un eco de la vida. Tal como es la vida, as suele ser la

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    muerte. Si el rbol est francamente inclinado hacia la derecha, o

    francamente inclinado hacia la izquierda, lo corriente y normal es que,

    al caer tronchado por el hacha, caiga, naturalmente, del lado a queest inclinado. Esta es la muerte sin preparacin prxima ni remota. La

    de los grandes impos, la de los grandes herejes, la de los grandes

    enemigos de la Iglesia.

    Esta fue la muerte de Voltaire, el de las grandes carcajadas: Ya es-

    toy cansado de or que a Cristo le bastaron doce hombres para fundar

    su Iglesia y conquistar el mundo. Voy a demostrar que basta uno solopara destruir la Iglesia de Cristo.

    Pobrecito! l s que qued destruido.

    Escuchad. Os voy a leer la declaracin del mdico Mr. Tronchin,

    protestante, que asisti en su ltima enfermedad al patriarca de los

    incrdulos. Va a decirnos l, personalmente, lo que vio:

    Poco tiempo antes de su muerte, Mr. Voltaire, en medio de furio-

    sas agitaciones, gritaba furibundamente: Estoy abandonado de Dios y

    de los hombres. Se morda los dedos, y echando mano a su vaso de

    noche, se lo bebi. Hubiera querido yo que todos los que han sido

    seducidos por sus libros hubieran sido testigos de aquella muerte. No

    era posible presenciar semejante espectculo.

    La Marquesa de la Villete, en cuya casa muri Voltaire y que pre-

    senci sus ltimos momentos, escribe textualmente:

    Nada ms verdadero que cuanto Mr. Tronchin el mdico, cuya

    declaracin acabo de leer afirma sobre los ltimos instantes de Vol-

    taire. Lanzaba gritos desaforados, se revolva, se le crispaban las ma-

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    nos, se laceraba con las uas. Pocos minutos antes de expirar llam al

    abate Gaultier. Varias veces quiso hicieran venir a un ministro de Jesu-

    cristo. Los amigos de Voltaire, que estaban en casa, se opusieron bajoel temor de que la presencia de un sacerdote que recibiera el postrer

    suspiro de su patriarca derrumbara la obra de su filosofa y disminuye-

    ra sus adeptos. Al acercarse el fatal momento, una redoblada deses-

    peracin se apoder del moribundo. Gritaba que senta una mano

    invisible que le arrastraba ante el tribunal de Dios. Invocaba con gritos

    espantosos a aquel Cristo que l haba combatido durante toda su

    vida; maldeca a sus compaeros de impiedad; despus, deprecaba o

    injuriaba al cielo una vez tras otra; finalmente, para calmar la ardiente

    sed que le devoraba, llevse su vaso de noche a la boca. Lanz un

    ltimo grito y expir entre la inmundicia y la sangre que le sala de la

    boca y de la nariz.

    Esta es la muerte sin preparacin prxima ni remota. Y conste, se-

    ores, que yo no afirmo la condenacin de Voltaire; yo no digo que

    est en el infierno. La Iglesia no lo ha dicho jams. No sabemos lo que

    pudo ocurrir un segundo antes de separarse el alma del cuerpo, cuan-

    do se haba producido ya el fenmeno de la muerte aparente. Pero

    sabemos lo que pas en los ltimos momentos visibles de su vida,

    puesto que lo presenciaron los testigos que acabo de citar. Si est en

    el infierno o no, eso no lo podemos asegurar, puesto que la Iglesia no

    lo ha dicho jams. Pero, qu terrible manera de comparecer ante

    Dios: sin preparacin prxima ni remota!

    Segunda manera de morir: con preparacin prxima, pero no re-

    mota. Qu significa esto? El que vive habitualmente en pecado mor-

    tal, no tiene preparacin remota; pero, por la infinita misericordia de

    Dios, a veces ocurre que muere con preparacin prxima. Uno que ha

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    vivido en la impiedad, incluso que ha combatido a la Iglesia, puede

    ocurrir y ocurre a veces, porque la misericordia de Dios es infinita

    que a la hora de la muerte, cuando ve ante sus ojos el espantosoabismo en que se va a sumergir para toda la eternidad, movido por la

    divina gracia, se vuelve a Dios con un sincero y autntico arrepenti-

    miento que le vale la salvacin eterna de su alma. Puede ocurrir y ha

    ocurrido de hecho muchas veces, por la infinita misericordia de Dios.

    Pero pobre del que confe en eso para vivir mientras tanto tran-

    quilamente en pecado! Pobre de l! Ese tal trata de burlarse de Dios,y el apstol San Pablo nos advierte expresamente que Deus non irri-

    detur: de Dios nadie se re. El que ha vivido mal por irreflexin, ato-

    londramiento o ligereza, puede ser que a la hora de la muerte Dios

    tenga compasin de l y le d la gracia del arrepentimiento. Pero el

    que ha vivido mal, precisamente confiado y apoyado en la misericor-

    dia de Dios, confiado y apoyado en que a la hora de la muerte tendr

    tiempo de arrepentirse y salvarse, y, mientras tanto, sigue pecando

    tranquilamente, ese trata de burlarse de Dios, y pagar bien cara su

    loca temeridad y su incalificable osada.

    Sean pocos o muchos los que se salvan, ese que trata de robar el

    cielo despus de haberse redo de Dios, es indudable que ser uno de

    los pocos o muchos que se condenen. Ese se pierde para toda la

    eternidad!

    Tercera manera de morir: con preparacin remota, pero no prxi-

    ma. No juguemos con fuego. Tengamos al menos la preparacin re-

    mota, por si acaso Dios no nos concede la preparacin prxima. Con la

    preparacin remota, tenemos asegurada la salvacin del alma; y para

    eso basta con que vivamos sencillamente en gracia de Dios. Si vivimos

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    siempre en gracia de Dios, si en cualquier momento de nuestra vida

    tenemos bien ajustadas nuestras cuentas con Dios, si tenemos ese

    tesoro infinito que se llama la gracia santificante, nos puede importarmuy poco la manera, el modo y las circunstancias de nuestra muerte.

    Es muy de desear y hay que pedrselo con toda el alma a Dios que

    nos conceda tambin la preparacin prxima; pero, al menos, si te-

    nemos la remota, lo tenemos asegurado todo.

    Tomemos esta determinacin, seores, en estos das de conferen-

    cias cuaresmales. Es preciso formar algn propsito concreto paratoda nuestra vida, porque, de lo contrario, estas luces que ahora nos

    da Dios, no seran ms que un castillo de fuegos artificiales, una lla-

    mada fugaz y transitoria. Es preciso que tomemos determinaciones

    para toda nuestra vida, seores. Y una de las ms fundamentales tiene

    que ser sta: en adelante no voy a cometer jams la tremenda impru-

    dencia de acostarme una sola noche en pecado mortal, porque puedo

    amanecer en el infierno.

    Reflexionad un instante: quin de vosotros se atrevera a acostar-

    se una noche con una vbora venenosa en la cama? Hasta que no le

    aplastaseis la cabeza no podrais conciliar el sueo: es cosa clara y

    evidente. Y son legin los que tienen una vbora venenosa en su alma,

    los que viven habitualmente en pecado mortal con gravsimo peligro

    de hundirse para siempre en el abismo eterno, y ren, y gozan, y sedivierten! Y por la noche se acuestan tranquilamente en pecado mor-

    tal y logran conciliar el sueo como si no les amenazara dao alguno.

    Seores, es que son malos? Tal vez no. Puede que no lo sean en el

    fondo. Pero es indudable que son atolondrados, irreflexivos, incons-

    cientes; es indudable que no piensan, que no se dan cuenta del tre-

    mendo peligro que pende sobre sus cabezas a manera de espada de

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    Damocles. En el momento menos pensado puede romprsele el hilo

    de la vida y se hunden para siempre en el abismo. Vivamos siempre en

    gracia de Dios y pidmosle al Seor nos conceda tambin la prepara-cin prxima para la muerte.

    Porque sa es la cuarta manera de morir y la que hemos de procu-

    rar con todos los medios a nuestro alcance: con la doble preparacin.

    Con la preparacin remota del que ha vivido cristianamente, siempre

    en gracia de Dios, y con la preparacin prxima del que a la hora de la

    muerte corona aquella vida cristiana con la recepcin de los SantosSacramentos y de los auxilios espirituales de la Iglesia: Penitencia,

    Eucarista por Vitico, Extremauncin, recomendacin del alma, ben-

    dicin papal.

    Preparacin prxima y preparacin remota. Es la muere envidiable

    de los Santos, de la que dice la Sagrada Escritura que es preciosa de-

    lante del Seor: Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus.

    Los Santos que han vivido intensamente estas ideas, no solamente

    no teman la muerte, sino que la llamaban y deseaban con toda su

    alma para volar al cielo. Porque la muerte cristiana, seores, tiene las

    siguientes sublimes caractersticas que la hacen infinitamente desea-

    ble y atractiva: morir en Cristo, morir con Cristo y morir como Cristo.

    En primer lugar, morir en Cristo. Qu significa morir en Cristo?

    Significa morir cristianamente, con la gracia santificante en nuestra

    alma, que nos da derecho a la herencia infinita del cielo.

    Qu burla y qu sarcasmo, seores, cuando en los grandes cemen-

    terios de las modernas ciudades se ponen sobre las tumbas de los

    grandes impos aquellos epitafios rimbombantes: Aqu yace un gran

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    guerrero, un gran artista, un gran literato, un gran emperador! Pero

    los ngeles de la guarda que estn velando el sueo de los justos son

    los nicos que pueden leer el verdadero y autntico epitafio de mu-chas de aquellas tumbas que el mundo venera: Aqu yace un conde-

    nado para toda la eternidad!

    Ojal que a cada uno de nosotros se nos pueda poner este sencillo

    epitafio, pero autntico, que refleje la verdad: Muri cristianamente ,

    con la gracia de Dios en su corazn. Y que se lleven los mundanos los

    mausoleos esplndidos, las flores que para nada sirven, los homenajespstumos que nada remedian, las sesiones necrolgicas, los ridculos

    minutos de silencio..., que se lo lleven todo los mundanos! A noso-

    tros nos basta con morir cristianamente: nada ms.

    Morir cristianamente! Sabis lo que eso significa?

    En primer lugar, es el trmino del combate. En este mundo esta-

    mos librando todos una tremenda batalla lo dice la Sagrada Escritu-

    ra contra los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Es-

    tamos librando un combate. Pero llega la hora de la muerte, y si te-

    nemos la dicha de morir cristianamente, nos convertimos en el solda-

    do que termina victorioso la batalla y se cie para siempre el laurel de

    la victoria. En el labrador, que despus de haber regado tantas veces

    la tierra con el sudor de su frente, recoge los frutos de la esplndida yubrrima cosecha. En el enfermo, que ve terminados para siempre sus

    sufrimientos y entra para siempre en la regin de la salud y de la vida.

    Qu bien lo sabe decir la Iglesia Catlica cuando pronuncia sobre el

    cristiano que acaba de expirar aquella frmula sublime: Requiescat in

    pace: Descansa en paz!

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    En segundo lugar, la muerte cristiana es la arribada al puerto de

    seguridad.

    En este mundo no podemos estar seguros. Absolutamente nadie.

    Ni el Soberano Pontfice, ni los mismos Santos mientras vivan ac en

    la tierra: nadie puede estar seguro de que morir cristianamente. Dice

    el Concilio de Trento que, a menos de una revelacin especial de Dios,

    nadie puede saber con seguridad si se salvar o si se condenar; si

    recibir de Dios el don sublime de la perseverancia final, o si lo dejar

    de recibir. No lo podemos saber. Es un interrogante angustioso queest suspendido sobre nuestras cabezas. Ni los Santos estaban segu-

    ros de s mismos. Porque, aunque ahora seamos buenos, aunque es-

    temos ahora en gracia de Dios, qu ser de nosotros dentro de diez

    aos, dentro de veinte, y, sobre todo, a la hora de nuestra muerte? Es

    un misterio, no lo podemos saber.

    Ah!, pero cuando se muere cristianamente, es el ruiseor querompe para siempre los hierros de su jaula y vuela jubiloso a la enra-

    mada. Es el nufrago, que despus de haber luchado contra las olas

    embravecidas que amenazaban tragarle hasta el fondo del ocano,

    salta por fin a las playas eternas. Es la caravana, que despus de haber

    atravesado las arenas abrasadoras del desierto, llega por fin al risueo

    y fresco oasis. Es la nave que llega al puerto despus de peligrosa tra-

    vesa. Es emerger de la penumbra del valle y baarse para siempre enocanos de clarsima luz en lo alto de la montaa. El alma del que

    muere cristianamente queda confirmada en gracia, ya no puede per-

    der a Dios, ya tiene asegurada para siempre la felicidad eterna.

    Por eso la muerte cristiana es la entrada en la vida verdadera.

    Cunta pobre gente equivocada, que ha vivido y respirado el ambien-

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    te del mundo y est completamente convencida de que esta vida es la

    vida verdadera, la que hay que conservar a todo trance! Qu tremen-

    da equivocacin!

    Esta vida no es la vida! Un filsofo pagano exclamaba con angus-

    tia: Ningn sabio satisface esta duda que me hiere: es el que

    muere el que naceo es el que nace el que muere?

    No saba contestar esa pregunta porque careca de las luces de la

    fe. Pero a su brillo deslumbrante, qu fcil es contestar a ella!

    Que se lo pregunten a San Pablo y les dir: Estoy deseando morir

    para unirme con Cristo.

    Pregntenlo a Santa Teresa de Jess y les contestar con sublime

    inspiracin: Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera hasta

    que esta vida muera, no se alcanza estando viva... O quiz de esta

    otra forma: Vivo sin vivir en m y tan alta vida espero que mueroporque no muero.

    Que se lo digan a Santa Teresita de Lisieux, la Santa ms grande de

    los tiempos modernos, en frase del inmortal Pontfice San Po X.

    Cuando la angelical florecilla del Carmelo estaba para exhalar su lti-

    mo suspiro, el mdico que la asista le pregunt: Est vuestra cari-

    dad resignada para morir? Y la santita, abriendo desmesuradamentesus ojos, llena de asombro, le contest: Resignada para morir? Re-

    signacin se necesita para vivir, pero para morir! Lo que tengo es una

    alegra inmensa.

    Los Santos, seores, tenan razn. No estaban locos. Vean, senci-

    llamente, las cosas tal como son en realidad. La inmensa mayora de

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    los hombres no las ven as. No se dan cuenta de que estn haciendo

    un viaje en ferrocarril y no se preocupan ms que del vagn en el que

    estn haciendo la travesa: el negocio, el porvenir humano, el aumen-to del capital. Todo eso que tendrn que dejar dentro de unos aos,

    acaso dentro de unos cuantos das nada ms. No se dan cuenta de que

    el ferrocarril de la vida va devorando kilmetros y ms kilmetros, y

    en el momento en que menos lo esperen, el silbato estridente de la

    locomotora les dar la terrible noticia: estacin de llegada. Y al instan-

    te, sin un momento de tregua, tendrn que apearse del ferrocarril de

    la vida y comparecer delante de Dios. Entonces caern en la cuenta de

    que esta vida no es la vida. Ojal lo adviertan antes de que su error no

    tenga ya remedio para toda la eternidad.

    La segunda caracterstica de la muerte cristiana es morir con Cristo.

    Qu significa esto? Significa exhalar el ltimo suspiro despus de

    haber tenido la dicha inefable de recibir a Jesucristo Sacramentado en

    el corazn.

    El Vitico! Qu consuelo tan inefable produce en el alma cristiana

    el simple recuerdo del Vitico! La Eucarista es un milagro de amor, de

    sublime belleza y poesa en cualquier momento de la vida. Pero la

    Eucarista por Vitico es el colmo de la dulzura, de la suavidad y de la

    misericordia de Dios. Poder recibir en el corazn a Jesucristo Sacra-

    mentado en calidad de Amigo y de Buen Pastor momentos antes decomparecer ante l como Juez Supremo de vivos y muertos, es de una

    belleza y de una emocin indescriptibles. Qu paz, qu dulzura tan

    inefable se apodera del pobre enfermo al abrazar en su corazn a su

    gran Amigo, que viene a darle la comida para el camino que eso sig-

    nifica la palabra Vitico y ayudarle amorosamente en el supremo

    trnsito a la eternidad! Cuando desde lo ntimo de su alma, el pobre

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    pecador le pide perdn a su Dios por ltima vez, antes de comparecer

    ante l, sin duda alguna que Nuestro Seor Jesucristo, que vino a la

    tierra precisamente a salvar lo que haba perecido (Mt, 18, 11) y enbusca de los pobres pecadores (Mt 9, 13) le dar al agonizante la segu-

    ridad firmsima de que la sentencia que instantes despus pronunciar

    sobre l ser de salvacin y de paz.

    Y que una cosa tan bella y sublime como el Vitico estremezca de

    espanto a la inmensa mayora de los hombres, incluso entre los cris-

    tianos y devotos! Son innumerables los crmenes a que ha dado lugartamaa insensatez y locura. Cuntos desgraciados pecadores se han

    precipitado para siempre en el infierno porque su familia cometi el

    gravsimo crimen de dejarles morir sin Sacramentos por el estpido y

    anticristiano pretexto de no asustarles! Este verdadero crimen es uno

    de los mayores pecados que se pueden cometer en este mundo, uno

    de los que con mayor fuerza claman venganza al cielo. Ay de la fami-

    lia que tenga sobre su conciencia este crimen monstruoso! El Vitico

    no empeora al enfermo, sino, al contrario, le reanima y conforta, has-

    ta fsicamente, por redundancia natural de la paz inefable que propor-

    ciona a su alma. Pero, an suponiendo que por el ambiente anticris-

    tiano que se respira por todas partes en el mundo de hoy, asustara un

    poco al enfermo la noticia de que tiene que recibir el Vitico, y qu?

    No es mil veces preferible que vaya al cielo despus de un pequeo o

    de un gran susto, antes que, sin susto alguno, descienda tranquila-

    mente al infierno para toda la eternidad? Y qu cosa tan evidente y

    sencilla no la vean tantsimos malos cristianos que cometen la incre-

    ble insensatez y el enorme crimen de dejar morir como un perro a uno

    de sus seres queridos! Gravsima responsabilidad la suya, y terrible la

    cuenta que tendrn que dar a Dios por la condenacin eterna de

    aquella desventurada alma a la que no quisieron asustar.

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    Escarmentad todos en cabeza ajena. Advertid a vuestros familiares

    que os avisen inmediatamente al caer enfermos de gravedad. La re-

    cepcin del Vitico por los enfermos graves es un mandamiento de laSanta Madre Iglesia, que obliga a todos bajo pecado mortal, lo mismo

    que el de or Misa los domingos o cumplir el precepto pascual. Y como

    la mejor providencia y precaucin es la que uno toma sobre s mismo,

    procurad vivir siempre en gracia de Dios y llamad a un sacerdote por

    vuestra propia cuenta sin esperar el aviso de vuestros familiares

    cuando caigis enfermos de alguna consideracin.

    La tercera caracterstica de la muerte cristiana es morir como Cris-

    to. Cmo muri Nuestro Seor Jesucristo? Mrtir del cumplimiento

    de su deber. Haba recibido de su Eterno Padre la misin de predicar

    el Evangelio a toda criatura y de morir en lo alto de una cruz para sal-

    var a todo el gnero humano, y lo cumpli perfectamente, con mara-

    villosa exactitud. Precisamente, cuando momentos antes de morir

    contempl en sinttica mirada retrospectiva el conjunto de profecas

    del Antiguo Testamento que haban hablado de l, vio que se haban

    cumplido todas al pie de la letra, hasta en sus ms mnimos detalles. Y

    fue entonces cuando lanz un grito de triunfo: Consumatum est, todo

    est cumplido!

    Qu dicha la nuestra, seores, si a la hora de la muerte podemos

    exclamar tambin: He cumplido mi misin en este mundo, he cum-plido la voluntad adorable de Dios!

    Cierto que no podremos decirlo del mismo modo que Nuestro Se-

    or Jesucristo. Cierto que todos somos pecadores y hemos tenido, a lo

    largo de la vida, muchos momentos de debilidad y cobarda. Cierto

    que hemos ofendido a Dios y nos hemos apartado de sus divinos pre-

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    ceptos por seguir los antojos del mundo o el mpetu de nuestras pa-

    siones. Pero todo puede repararse por el arrepentimiento y la peni-

    tencia. Estamos a tiempo todava.

    Muchacho que me escuchas! Feliz de ti si a la hora de la muerte,

    acordndote de tus aos mozos, puedes decir ante tu propia concien-

    cia: Lo cumpl. Cunto me cost resolver el problema de la pureza!

    Mi sangre joven me herva en las venas, pero fui valiente y resist.

    Invoqu a la Virgen, hu de los peligros, comulgu diariamente, ejerci-

    t mi voluntad, se lo ped ardientemente a Dios... Y ahora muero tran-quilo, ofrecindole a Dios el lirio de mi pureza juvenil.

    Padre de familia! Me hago cargo perfectamente. Cuesta mucho el

    cumplimiento exacto de los deberes matrimoniales: aceptar todos los

    hijos que Dios mande, educarles cristianamente, guardar fidelidad

    inviolable al otro cnyuge, cumplir exactamente las obligaciones del

    propio estado. Pero recuerda que estamos en este mundo comohuspedes y peregrinos, que no tenemos aqu ciudad permanente,

    sino que vamos en busca de la que est por venir (Hebr 13, 14) Le-

    vanta tus ojos al cielo! Y, aunque te cueste ahora un sacrificio, cumple

    ntegramente con tu deber, para poder morir tranquilo cuando te

    llegue la hora suprema.

    Comerciante, financiero, industrial, hombre de negocios! El dineroes una terrible tentacin para la mayora de los hombres. Pero

    acurdate de que no podrs llevarte ms all del sepulcro un solo

    cntimo: lo tendrs que dejar todo del lado de ac. Gana, si es preci-

    so, la mitad o la tercera parte de lo que ganas ahora, pero gnalo hon-

    radamente! Que no tengas que lamentarlo a la hora de la muerte

    cuando es tan difcil reparar el dao causado y restituir el dinero mal

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    adquirido y puedas decir, por el contrario: me cost mucho, pero

    hice ese sacrificio; muero tranquilo; he cumplido con mi deber.

    Permitidme que os refiera un recuerdo personal, y termino. Tengo

    actualmente mi residencia habitual en el glorioso convento de San

    Esteban, de Salamanca. En la actualidad somos ms de doscientos

    religiosos, la mayora de ellos jvenes estudiantes en nuestra Facultad

    de Teologa que all funciona. Pero en l est instalada tambin la

    enfermera general de la provincia dominicana de Espaa. All vienen

    los padres ancianitos a esperar tranquilamente el fin de sus das, des-pus de una vida consagrada enteramente al servicio de Dios y salva-

    cin de las almas. He visto morir a muchos de ellos. He presenciado,

    tambin, la muerte de religiosos jvenes, que moran alegres en plena

    primavera de la vida porque se iban al cielo para siempre. Y os confie-

    so, seores, que las emociones ms hondas e intensas de mi vida reli-

    giosa son las que he experimentado junto al lecho de nuestros mori-

    bundos. Cmo mueren los religiosos dominicos, seores! Supongo

    que en las otras rdenes religiosas ocurrir lo mismo, pero yo cuento

    lo que he visto y presenciado por m mismo. Escuchad:

    El religioso enfermo ha recibido ya, muy despacio, los Santos Sa-

    cramentos y dems auxilios de la Iglesia. Es impresionante, por su

    belleza y emocin, el espectculo de toda la comunidad acompaando

    al Seor hasta la habitacin del enfermo cuando se lo llevan por Viti-co. Pero llega mucho ms al alma todava la escena de sus ltimos

    momentos. Cuando se acerca el momento supremo, la campana del

    convento llama a toda la comunidad con un toque a rebato caracters-

    tico, inconfundible. Acudimos todos a la enfermera, y el Padre Prior,

    revestido de sobrepelliz y estola, comienza a rezarle al enfermo la

    recomendacin del alma, alternando con toda la comunidad. Y cuando

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    se acerca por momentos el instante supremo, el cantor principal del

    convento entona la Salve Regina, que tiene en nuestra Orden una

    meloda suavsima. Y arrullado por las notas de la bellsima plegariamariana que canta toda la comunidad..., con la paz de su alma pura

    reflejada en su rostro tranquilo, con una dulce sonrisa en sus labios,

    serenamente, plcidamente, como el que se entrega con naturalidad

    al sueo cotidiano, el religioso dominico se duerme ante nosotros a

    las cosas de la tierra para despertar en los brazos de la Virgen del Ro-

    sario entre los coros de los ngeles...

    Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus: es preciosa de-

    lante del Seor la muerte de sus Santos.

    Queris morir todos as? Os acabo de dar las normas para conse-

    guirlo. Preparacin remota, viviendo siempre, siempre, en gracia de

    Dios, cumpliendo perfectamente los deberes de vuestro propio esta-

    do; y oracin ferviente a Dios, por intercesin de Mara, la dulce Me-diadora de todas las gracias, para que nos conceda tambin la prepa-

    racin prxima: la dicha de recibir en nuestros ltimos momentos los

    Santos Sacramentos de la Iglesia y de morir con serenidad y paz en el

    sculo suavsimo del Seor.

    Que as sea.

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    El Juicio De DiosHablbamos ayer del problema formidable de la muerte, y deca-

    mos que, si considerada con ojos paganos, es la cosa ms terrible en-

    tre todas las cosas terribles, a la luz de la fe catlica, contemplada con

    ojos cristianos, es simptica y deseable, diga el mundo lo que quiera.

    Porque para el cristiano, seores, la muerte es comenzar a vivir, es el

    trnsito a la inmortalidad, la entrada en la vida verdadera.

    La muerte es un fenmeno mucho ms aparente que real. Afecta al

    cuerpo nicamente, pero no al alma. El alma es inmortal, y el mismo

    cuerpo muere provisionalmente, porque un gran dogma de la fe cat-

    lica nos dice que sobrevendr en su da la resurreccin de la carne. De

    manera que, en fin de cuentas, la muerte en s misma no tiene impor-

    tancia ninguna: es un simple trnsito a la inmortalidad.

    Pero ahora nos sale al paso otro problema formidable. Y se s que

    es serio, seores, se s que es terrible: el problema del juicio de Dios.

    Est revelado por Dios. Consta en las fuentes mismas de la revela-

    cin. El apstol San Pablo dice que est establecido por Dios que los

    hombres mueran una sola vez, y despus de la muerte, el juicio.

    (Hebr 9, 27). Lo ha revelado Dios por medio del apstol San Pablo, y se

    cumplir inexorablemente.

    Hace unos aos muri en Madrid un religioso ejemplar. Muri co-

    mo haba vivido: santamente. Pero pocas horas antes de morir, le

    preguntaron: Padre: est preocupado ante la muerte, tiene miedo a

    la muerte? Y el Padre contest: La muerte no me preocupa nada, ni

    poco ni mucho. Lo que me preocupa muchsimo es la aduana. Despus

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    de morir tendr que pasar por la aduana de Dios y me registrarn el

    equipaje. Eso s que me preocupa.

    Habr dos juicios, seores. El juicio particular, al que alude San Pa-

    blo en las palabras que acabo de citar, y el juicio universal, que, con

    todo lujo de detalles, describi personalmente en el Evangelio Nuestro

    Seor Jesucristo, que actuar en l de Juez Supremo de vivos y muer-

    tos.

    Habr dos juicios: el juicio particular y el juicio final o universal.

    Santo Toms de Aquino, el Prncipe de la Teologa catlica, explica

    admirablemente el porqu de estos juicios. No pueden ser ms razo-

    nables. Porque el individuo es una persona humana particular, pero,

    adems, un miembro de la sociedad. En cuanto individuo, en cuanto

    persona particular, le corresponde un juicio personal que le afecte

    nica y exclusivamente a l: y ste es el juicio particular. Pero en cuan-

    to miembro de la sociedad, a la que posiblemente ha escandalizado

    con sus pecados, o sobre la que ha influido provechosamente con su

    accin bienhechora, tiene que sufrir tambin un juicio universal, p-

    blico, solemne, para recibir, ante la faz del mundo, el premio o castigo

    merecidos. Este segundo juicio, el universal, ser mucho ms solemne,

    mucho ms aparatoso; pero, desde luego, tiene muchsima menos

    importancia que el puramente privado y particular. Porque en el juicioparticular, seores, es donde se van a decidir nuestros destinos eter-

    nos. El juicio universal no har ms que confirmar, ratificar definitiva-

    mente la sentencia que se nos haya dado a cada uno en nuestro pro-

    pio juicio particular. Por consiguiente, como individuos, como perso-

    nas humanas, nos interesa mucho ms el juicio particular que el juicio

    universal. Y de l vengo a hablaros esta tarde. Os voy a hacer un re-

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    sumen de la teologa del juicio particular, procediendo ordenadamen-

    te a base de una serie de preguntas y respuestas.

    1. Cundo se celebrar el juicio particular? Inmediatamente des-

    pus de la muerte real. Despus de la muerte real, digo, no de la

    muerte aparente. Porque, seores, e