2

ÍNDICE

León Triba 4

Rafael Estrada 5

Juan Carlos Aviñó 6

Graciela Paoli 7

Marta Cristina Salvador 8

Laura Saldarriaga Correa 9

Justo Avelino Torres Layan 10

Karla Sterloff 11

Edgar O. García 12

Roberto Reséndiz Carmona 13

Carlos M-Castro 14

María Farazdel 15

Alejandra Solórzano 16

Sara Castro Méndez 17

Rocío Mylene Ramírez 18

Milena Chaves Matamoros 19

Guillermo Acuña 20

Olman Briceño 21

Hanzel Bracamontes 22

Mainor González Calvo 23

Gustavo Arroyo 24

Carlos Luis Agüero Zamora 25

3

Alfonso Chase 26

Leda García Pérez 27

Nidia Marina González 28

Ronald Bonilla 29

Lucía Alfaro 30

Joan Brenes 31

Hernán Cruz 32

Juan Mora 33

Sebastián Barquero Zúñiga 34

Silvia Elena G. 35

Marcelo Valverde M. 36

Esteban Alfaro 37

Jason Arias-Vargas 38

Yasmín Araya 39

Azucena Rojas 40

Marianela Sáenz Mora 41

Carlos Calero 42

Edgar Centeno Moncada 43

Luissiana Naranjo 44

Carlos Villalobos 45

4

Mis Trinos En cosas de pájaros mis ojos son un charco de alivio, ciénagas de cariño donde crecen los yerbajos, la hiedra y los hipocampos. En las ramas de mi bosque se retienen las prisas del asombro. Me gustan los pájaros porque en ellos consumo el fuego de mis pasiones. Al final de mi mirada crece el vivaz vestido de sus plumas y en el sentido magro de sus patas cuelgo la serena luz de mi sombra para amanecerme de nidos plenos. *Trino Barrantes Araya, dedicado del VIII Encuentro Internacional Tierra de Poetas

León

Trib

a*, C

osta R

ica

5

Vigilia

Se oyen a la distancia

los cantos de los gallos

que estorban el silencio

de la media noche;

Hace ya mucho rato

pasó maullando un gato,

la sirena de un auto…

el ruido de una fábrica…

¿La gente que salía

de los teatros? ¡No se oye!

¡Hay momentos de calma

en que no se oye nada!

El caer argentino

de una gota de agua…,

el llanto de un niño

que quién sabe qué sueña…

Luego, …silencio,…. ¡nada!

Solo yo, que pienso

en mí mismo, en mi madre,

y consuelo el recuerdo

-¿recuerdo?- de mi hogar,

¡contemplando el retrato

de la que amo tanto!

¡Luego, sigue la noche!

De Huellas (1923)

*Rafael Estrada Carvajal (1901-1933), dedicado del

VIII Encuentro Internacional Tierra de Poetas

Ra

fael E

strad

a*, E

l Salv

ad

or- Costa

Rica

6

Tal vez más tarde Sin excusas, ni voz en esta noche. Las musas emigraron hacia un rincón ignoto, tal vez amedrentadas por este lunes gris que se avecina, el monótono canto de los grillos y esta luna menguante haciendo juego. Quizá llueva más tarde… ¡Qué bueno que sería, lavar tanta miseria! Con un poco de suerte la mañana, me besará en la boca y montaré la brisa nuevamente.

Jua

n C

arlos A

viñ

ó, Arg

entin

a

7

Gramilla de olvido Perenne es la distancia que bifurca y llaga mi costado. Las huellas que te alejan se pierden en gramillas del olvido mientras el aguijón del vacío insufla un hueco en la nada. Mis ojos tallan el camino de la ausencia. Nada que denote auroras y mañanas, la alcoba con jazmines, el fruto de los labios, las uvas en la almohada… La boca desdentada del silencio muerde mis axilas, mi vientre, mi espalda… Un pájaro de alas negras se solaza sobre mi frente. Por eso, cualquier día, saldré a cazar mariposas para recordar que también pedo irme por las alas.

Gra

ciela P

aoli, A

rgen

tina

8

Frente a la ausencia No somos cuerpo, sólo cuerpo. Hay luz en nuestro ser que no se apaga. Materia, solo materia no basta. ¡Obstinada muerte! Centro oscuro de la ausencia. No retrocede el tiempo. Se consume, se reduce. Y la materia es nada… Quedan fulgores en la noche clara. Transparencias de pupilas y recuerdos… esplendor de rayos en la luz del Señor que abraza al ser y no se apaga. Atraviesa luces en fulminante aurora. Iluminado mar convoca tu partida. Obstinada muerte arrasó materia.

Ma

rta C

ristina

Salv

ad

or, Arg

enitn

a

9

Marco y plomada - Pintura de SANTIAGO CÁRDENAS

El hilo de péndulo engaña al ojo. Percepción, en ti confío. Soy este péndulo y mi sombra. Ariadna enredada tiene la visión al mito del tejido clavado en la pared, imposible al tacto. Hasta la fotografía allí exhibida Se ha ido del asombro. La curiosidad me aploma los sentidos. Perfección, ¿en ti confío? Me sostienes el mundo entero, Puntada de pincel. Artista, en mí confías. Colgada está mi imagen en tu imagen.

La

ura

Sald

arria

ga

Correa

, Colom

bia

10

Nuestro cacique ¡Oh! en este tiempo ¿quién te recuerda? Hijo real, del clan real, en este tiempo Pues quien te cortó tu cordón umbilical sabía perfectamente tu destino En las aguas de colores con las que fuiste bañado; la dureza, tu fiel compañera Pues el soplo maternal te llamó Pa blu pe bere —señor rey de las lapas— Hombre pacífico con los suyos y cruel con el invasor Y sabía el porqué de tu nombre Inmortalizado en el tiempo, con el tiempo y en el tiempo Cuánto quisiera que tu reflejo, sea mi reflejo como las duras batallas del ayer donde mostraste el valor sublime de tu clan real, no doblegaste tu rostro ante nuestro verdugo Dame la fortaleza para que cuando llegue el mío yo también pueda morir frente al sol como noble guerrero y no morir dándole la espalda como un traidor, sino con el honor de honores y marcharme para mi eterno descanso

SA BLU Isestedi yi to be nubieia kala i ero Salkuak la cha kala ie do Ma yi to be mote e ena lana to i diwa be pairinebate Ma be di a keskla moskla lene Ma be siwa wa a daleitse e di ienebutu Eta be mama duko to be arits Pa blu pe bere wa ta iwa Ta be diokol,Es mu sa diokol Wes be ke suwane okma eleripa yoki E siwe muña, as mika ka rou eta, ta ye to dalablu suwemi ahie

Justo A

velin

o Torres L

ay

an

, Costa

Rica

11

Cristo viene Podrían ser las dos de la mañana y el gris es más blanco cuando quiero el perdón de alguien, para olvidar que uno se equivoca de calle en San José y encuentra mujeres en las esquinas que esperan silentes como gatos. No hay distancia entre nosotras. He visto a Isabel con la mirada perdida, entramada en circunstancias, pariendo ocho hijos para no dejarse morir. Daniela hoy sigue siendo como yo, simultáneamente cuerpos prestados a otros. Dios no nos quiere a ninguna de las tres y nos hace abiertas y permeables al frío, todas eligiendo la forma de abrazarse a la noche. Las luces altas del carro intentan atravesar este cielo que baja desde la Carpintera, pero que no nos contiene. Las sombras debajo de los árboles marchitaron la montaña. Perdimos hace tiempo el camino. Sigo hacia la pared de enfrente, sabiéndome estrellar contra la viga, bajo el mismo puente de Dios, en el que duerme alguien sobre cartones mojados.

Ka

rla Sterloff, C

osta R

ica

12

Gabriela Gabriela es una niña risueña de vestido blanco Gabriela adora a la abuela y extraña a su madre Gabriela es impulsiva Gabriela reflexiona media hora cada mañana ama las fotografías y la naturaleza quiere comerse al mundo Gabriela le teme a la distancia se aleja de Peter Pan Gabriela se aferra a mi cuello mientras las olas nos golpean cuando duerme es una niña indefensa Gabriela tiene labios pequeños y usa anteojos vuela no me espera Gabriela tiene un atrapasueños se ríe de mis locuras Gabriela salta conmigo frente a mi casa y siembra un árbol frente a la suya

Ed

ga

r O. G

arcía

, Gu

atem

ala

13

Piedras blancas Me asombra el sol la tinta roja de los libros las minas que sonríen bajo los arcos de la plaza. Me asombra Salvador Dalí las calles que saben a nostalgia que saben a cada uno de los días que se quedaron. Me encantan los besos furtivos lamer el silencio un café con la media luna. Me asombran las miradas tristes las ojeras de las piernas largas las ninfas que dejan la piel entre las sábanas. Me siguen asombrando los espejos las piedras blancas de las nubes la línea del corazón en el papel pautado el roce de fantasmas saberla en el tierno follaje del almendro. Me asombra el fruto de los árboles el aroma original de los segundos la historia de Helena y cuatro cirios de candela. Adoro la libertad del vuelo en la ventana beber el fuego azul de su costado languidecer sobre las grecas de la Alhambra. Me asombran las partituras de Vivaldi los manuscritos de Leonardo los poemas que viven la mirada de otra...

Rob

erto Resén

diz

Ca

rmon

a, M

éxico

14

Una mujer se asoma a la vida una mañana Un arco amenazante si apareces dulce batalla a punto de ocurrir discreta sílaba insinuada pro- yectil a paso lento muy certero Oculta tras espuma falsa y humo atada por cadenas de binarios empuñas tu silencio en esta noche tu rabia hecha cenizas me sonríe Ahora amanece Cansadas tus sábanas de fuerza son camisa blanca Ves cómo se atasca el día en el semáforo Habitación y calle se confunden vagabundeas quieta sin refugio y observas a tu sombra mientras duerme

Ca

rlos M-C

astro, N

icara

gu

a

15

Grito ¿Qué hacen los premios de la paz? mientras los disparos y las muertes injustas generan guerras y genocidios ¿Tendrán las copas en la mano llenas de sangre? Se lapidan los recuerdos en orfanatos oliendo cuerpos putrefactos mientras huelen a paredes teñidas de sangre (seguimos en lo mismo) Grito por madres ciegas por el Boko Haram por los hijos de la sociedad del divorcio las niñas mujeres a destiempo por el triángulo de la muerte por los que pasean el hambre no hay otra cosa y los normalistas de Iguala Cierro los ojos y veo la noche de octubre del ‘68 frente a la plaza de las tres cultura me veo gritar en la manifestación de vendas en boca escucho el batallón de guantes blancos a lluvia de metralletas por ellos va mi grito Grito y me ahogo del mal.

Ma

ría F

ara

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blica

Dom

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na

16

Euclides Una mujer estudia la geometría, la distancia más corta entre un cuerpo y el suyo el trazo de una paralela con que dos bocas dibujan una conversación al infinito Mide -una a una- las formas del temor la velocidad y la fuerza con la que se hace girar el corazón como un derviche Una mujer aferra a su pecho un astrolabio y estudia el sueño, como un eje sereno y meditabundo sobre el abismo de una sábana El tiempo

a veces ofrece un insecto bello y desvanecido o cualquier objeto habitable de una cifra sagrada El misterio es refugio y arpón para la fría desnudez de un cuerpo Solo Un cuerpo se pregunta Un cuerpo quizá reza por el eco, el impacto

el sentido que ocasionó otro cuerpo sobre el suyo

Aleja

nd

ra Solórz

an

o, Gu

atem

ala

- CR

17

La distancia Es un latido mutilado bajo las ruedas del tiempo El tiempo es una imagen veloz frente a este mar que amplía las ansias Las ansias juegan a las escondidas con el misticismo de los sueños. Los sueños son la dimensión más cercana a tus labios Tus labios pliegues con arritmia de incertidumbre Incertidumbre ola de arrecifes donde naufragan mis ojos Mis ojos lugar común para reiterar entre los tuyos cada tarde La tarde es un cuerpo que cruje en su agonía mientras la noche la borra del calendario El calendario es un mapa lleno de memorias acelerando el camino hacia tus hemisferios.

Sara

Ca

stro Mén

dez

, Costa

Rica

18

Nivel 1 Es socialmente color rosa, crucificada por Dios mismo. El orientador del colegio se masturba pensando en ella, con su conciencia cariada. Le clavan agujas en las tripas, la atraviesan los mismos gritos que bendicen al hambre. Sigue siendo pelo, uñas, labios cortados con excusas, un ojo morado, una ampolleta de reclamos. Los puñetazos le arrancan la edad. Debió quedarse en a cocina, o en la tina de baño acicalando la parte externa por la que es juzgada. Patearon sus vestidos, se rieron de ella, de la que vino, de la que sigue. Ya puede morirse sin miedo a descomponerse. Hoy se graduó de mujer viendo la telenovela.

Rocío M

ylen

e Ra

mírez

, Costa

Rica

19

Yo árbol

Creció en mi frente un árbol. Creció hacia dentro.

Octavio Paz Soy árbol de semillas migratorias. Soy raíces, he muerto en tantos suelos y de mi he florecido en pasionarias. Soy árbol: si me podan, crezco, si me queman las raíces habrán nacido ya desde otro brazo de la lluvia. Soy frutal, perenne, exótico, caducifolio, apenas tronco. Soy árbol sombra árbol leña árbol papel y lápiz de versos árbol que rompe el invencible cemento de las aceras. Soy árbol que muta su camino. Árbol en su viaje interminable hacia la luz.

Milen

a C

ha

ves M

ata

moros, C

osta R

ica

20

Aléjate del poeta con disturbios y huelgas. El mar lo ha convencido para que escriba cosas sucias, le habla al oído a esa ira tenue que lo dibuja. Deja de verte con sus ojos. Soledades lo explican. Vete de Él. Recoge la ropa tendida en el suelo, pero sin ponértela. Camina despacio por sus habitaciones. Salí desnuda, casi sal.

Gu

illermo A

cuñ

a, C

osta R

ica

21

VIII

La Madremonte aparece en el sueño de la tarde Tarareando la tonada de las diosas marinas Ella es semajante a las trenzas de mi abuela Que olían a humo de tanto amar el pan de aquel horno… Ella me recuerda el pie de mi padre delante del espeque Y la semilla que cae, y la tierra que se abre Y el maíz que sin ventearse crece… No importa que la piel roja de sus vestidos Suspire al otro lado del Atlántico… La Madremonte arrulla mi niño pequeño Esté donde esté…

Olm

an

Briceñ

o, Costa

Rica

22

Segundos antes de la entrevista

a un Astrotico Me gusta pensar que en uno de los viajes espaciales en los que participó Franklin, la soledad le jugó una mala pasada. Imagino al astronauta pensando en su esposa, y en una foto, en la que se muestra una mano que sube por la cadera. Seguramente deseaba detonar todo el planeta. Pero se dio cuenta que estaba más solo que dios. A veces siento pena por don Franklin, luego recuerdo que la mano que sube por la cadera es la misma que ahora le escribe, -buenos días señor Chang , tome asiento, ya casi empezamos-

Ha

nzel B

raca

mon

tes, Costa

Rica

23

Confesión Veo exactamente lo que pasa mi estatus me permite ingerir poco a poco las habladurías las patrañas los sinsabores tengo la capacidad de ver cómo la gente se abruma se guía se pierde puedo conocer todos los detalles que nunca se supieron ni tampoco se inventaron soy el anónimo perfecto la bala perdida de la conciencia el vuelo de un papel de servilleta los demás no pueden asirme: ellos no tiene el poder de detenerse ante lo insensato de naufragar ante la vista y la llegada ellos se pierden en sus lápidas de trabajo en sus libretas sin sosiego no tiene ni la voluntad de sentirse perfectos desconocidos hormigas inspectoras de las sensaciones es normal ellos nacieron para la zozobra por eso es que disfruto de mi posición en esta esquina con la complacencia de saber que soy el basurero del restaurante más famoso de la capital.

Ma

inor G

onzá

lez C

alv

o, Costa

Rica

24

Aproximación accidental al método Socrático Tomar un café con vos –bajo techo o en descampado– me llena de satisfacciones, especialmente por ese olor tuyo que no he podido encontrar en otra parte, y por todo lo que decís sin pronunciar palabra. A esta altura de la noche no me has dicho aún que los parabrisas empañados te revelan situaciones escatológicas mientras parpadeás el doble para precisar el camino. Que renunciaste a toda gracia, a toda acidez, a toda situación que no viniera de un sorteo, lo cual fue como perder la voz que engendraba la pregunta aunque no garantizara la respuesta. Que jamás supiste de qué vale estar una noche cualquiera en medio de lo indivisible, buscar la dialéctica en los ventiladores, o haber apostado a las posibilidades de una madre que te lleva en el vientre mientras fuma; ni de qué vale medir el cuándo y el porqué de lo que nunca se dirá.

Gu

stav

o Arroy

o, Costa

Rica

25

Común y corriente Cuando tenemos instalado lo común y corriente desde la puerta hasta el espejo, podría encontrarnos la lluvia una tarde cualquiera, tomando café en la cocina, distraídos por el abejón de la ventana. Doblegamos la sed en cualquier tubo, sentimos apego por los zapatos viejos, y mientras tejemos historias de luchas y coraje, nos sorprende la vida con las cosas menos esperables, como un circo en que se pasa de la cuerda floja hasta las fieras, teniendo claro que debemos guardar algo para reír, porque cualquier día nos puede tocar ser el payaso.

Ca

rlos Lu

is Agü

ero Za

mora

, Costa

Rica

26

Una gota de sangre Una gota de sangre, hoy, puede contener el límite de todo el universo. Una bofetada, en su rumor metálico, no podría nunca domar el dulce abismo de unos ojos y el golpe, magistral sobre los tímpanos, no nos priva de oír el sonido de esos caballos, recorriendo firmes el desierto sobre sus cascos serenos. La lluvia, anhelada e imposible, dilata cualquier celda, creada para contenernos. Una lágrima expulsada, hacia el adentro del llanto, es más poderosa que las bombas cayendo sobre ciudades inertes. La esperanza está definida en los cuerpos saltando en miles de átomos vengadores, en ese ser en la muerte que es igual a Ser para la resurrección.

Alfon

so Cha

se, Costa

Rica

27

Señorona Amanecí más señorona hoy, más abuela que nunca, más mujer que nunca, más yo misma que antes. Las arrugas salieron del closet, transitaron mi piel que devaluaron sin pagar su pasaje y fuimos una. Los ojos agacharon su insolencia y el anteojo reinó. Amanecí más señorona hoy, como decir más dueña de mí misma.

Led

a G

arcía

Pérez

, Costa

Rica

28

Pedido Que alguien descifre este poema unido a mis huesos que alguien se ponga la utopía de mis pies para acompañarme que me notifiquen me envíen un crucigrama una pista una llave rana o un alicate cualquier cosa que sirva para desarmar traducir pronunciar entre mis piernas esta danza.

Nid

ia M

arin

a G

onzá

lez, C

osta R

ica

29

Derrotero de estrellas Tú sabes muy bien de qué están hechas las distancias, cómo se forjaron los riscos ante la resistencia de los abismos y las mareas. Tú sabes también cómo se labra la sed del no tiempo en la estructura silenciosa de nuestras venas. Que hay un regocijo recóndito que asoma a las ventanas superpuestas del olvido, y son rostros y rostros preguntando por la gracia primigenia. Tú lo sabes, Señor: estar hecho de arcillas o maíces o soplos o palabras, sigue siendo un doloroso derrotero de estrellas en retorno. Por eso, si lo sabes, no escondas la testuz debajo de los cierzos y las llamas, no nos abandones, Señor, en el naufragio de la desmemoria. Devuélvenos la ruta al corazón, danos la paciencia de la iguana imperturbable, el disfrute del agua y de la arena, el ronquido selvático del lince, la lucidez del primate cuyos ojos nos recuerdan que somos ese ángel destinado de la aurora, ese dios cuyo ombligo se deshace en el aire.

Ron

ald

Bon

illa, C

osta R

ica

30

Veintiún gramos Nunca llueve eternamente.

La sombra de los árboles tampoco es eterna, ni los huesos donde flamea este cuerpo, a veces torpemente. No es eterna la piedra ni el gramo de vida que se agitó en las alas de aquel colibrí, cuyo dolor hoy besa el pavimento. No puede ser eterno el grillete que acompañó al unísono gemido de tantas ocarinas, ni los goznes que tensan las compuertas de las dobles conciencias. Quizá esta soledad que siempre antecede mis vigilias. Quizá esta sed de cigarra que trascendió mis muertes y me une al estigma de la llama en el verso. Sé que nada es eterno. Solamente la llama, sin la sed, sin el verso.

Lu

cía A

lfaro, C

osta R

ica

31

Elogio a las mujeres de Costa Rica (fragmento) De pelo negro con el lacio de una lluvia tupida. Yo alabo la dimensión de tu belleza. Mi lucha es por rozar a tu paso esa túnica. Desde mí te ves tan lejos como una ciudad sitiada. Con tonos de piel que copian los del universo. Toda tú que apuntas a lo desconocido. Te miro con el asombro de un niño que te descubre. Mírame. Seré tu servidor. Seré tu aliado. Te invoco. Te admiro. Visita mi casa. Trae a la penumbra de esta pobre choza toda la claridad que se espera. ¡Mujer! Hay tu imagen y lo de todos los días...

Joan

Bren

es, Costa

Rica

32

Estos versos son para ti I Hoy tal vez es jueves desgranado de algún mes que arrebató el tiempo. II Posamos la mirada en lejanía, más acá nos duele tanto fracaso. III A veces me siento tan pequeño, tan pequeño como un puñito de besos en tus manos.

Hern

án

Cru

z, C

osta R

ica

33

Desembocadura Un hombre-manglar respira cada vez que rompe la ola Late con el ritmo de marea y sus hijos nacen por cada galón de combustible con el olvido de - la tierra adentro - Mientras se retiran botellas vacías el hombre reza

a los moluscos. Un monstruo que a bocanadas da comida por piangüas. la isla muere así como nosotros.

Jua

n M

ora, C

osta R

ica

34

El juego de las sillas vos que las sillas te parecen planas vos que las sillas te parecen – de algún modo alegorías corporales nada tan interesante que la convulsión de las sillas que cada mañana amanezcan vueltas para arriba vos que las sillas te parecen muertas vos que las sillas te sostienen desnuda y que las sillas tienen nombres como las aves así a cada minuto en el Caribe en los estrechos de la Tierra un cuerpo se despide de una silla como se despiden los puertos

Sebastiá

n B

arq

uero-Z

úñ

iga

, Costa

Rica

35

Mayo Grito, oscura suciedad de calzadas hueles en humedad de gente sos la sangre que me fumo pedacitos de mí en la basura de tus días. Vieja cintura de carnes mestizas me sabes a tus letras me leo en tus paredes y deseo estar de vuelta en vos sola en el seno de tu viejo vientre. Fuego noctámbulo que aprisiona mis sentidos tus calles son mi brujería mi piel gravada en ellas ellas tatuaje de sangre Una sos y libre madre de todas lágrima mía.

Silvia

Elen

a G

., Costa

Rica

36

Últimamente es un fantasma Lisa era pequeña, traductora de las aves, el semen que derramamos en su interior escapó a cuenta gotas como los granos de arena dentro del reloj. Lisa era pequeña, ladrona del murmullo, cerveza en la sangre, luz reflejada en el mar. Masturbaba nuestras pupilas con cada molécula de su trasero. Colocó tímidos penes en su boca replicando el sonido de las ocarinas, lanzando por los aires las lágrimas cubicas que bañaron Valparaíso en los 90s. Lisa si bien era pequeña, alcanzo a ocultar sus secretos en los nidos de los pájaros, hizo gritar el estaño ante la ruptura de sus cristales y se observó en el reverso de los espejos de marfil. Pero ¿qué importa ya si encrespó las olas durante la noche con rímel?…

Si Lisa murió de golpe, como un poema triste…

Ma

rcelo Va

lverd

e M. , C

osta R

ica

37

Un payaso nos mira de soslayo mientras se sostiene del columpio En el coche autorizado,

199, solo se ven niños, a través de sus vidrios tintados. Niños bien vestidos, haciendo fila en bancos e institutos. Viajando, niños caminando en parejas niños pacientes, [desesperados. Niños maleducados vigilando a otros niños, niños solitarios empujando su propio coche. Niños sucios, [sentados o dormidos en las aceras. Niños peleando por la atención de otros niños. Niños fumando, niños que no juegan, Niños esperando dormirse, viendo el brillo de sus teléfonos móviles. Niños que lloran, que gritan de cansancio, que se ríen de sí mismos [sin saberlo. Que respiran sin pulmones, y se asemejan a las gotas de lluvia, las que embisten el parabrisas y se evaporan con el tiempo.

Esteb

an

Alfa

ro, Costa

Rica

38

Satellite/Dolor 2,3 Yo los he visto vendiéndole migajas al tiempo que es quien los devora. En los viaductos y afuera de los bares, renacuajos que habitan en el frio. Con un ramo de sueños atrasados y la cara culpable de haber nacido entre miserias. (Sus madres son quienes los lloran cuando cruzan las calles sin mirar el amarillo/

en los semáforos). Valen tan solo la tierra de sus uñas y el olvido de una patria que no conocen. Son los niños perdidos de la Heredia

Underground pequeños poetas que escriben

para soportar el hambre.

Jason

Aria

s-Va

rga

s, Costa

Rica

39

Te entregué mi pureza. La cambiaste. ¡Cobarde! ¡Márchate! Y

asm

ín A

ray

a, C

osta R

ica

40

Tardío Lo busqué, bajo la sombra de mis complejos, entre la maleza que no dejó crecer mis girasoles. Lo esperé, conforme de migajas, enamorada de lo absurdo, de lo falso, ¡de insectos! torpes aves de rapiña con disfraz de caballero. Fueron horas, meses, coleccionando historias, fotografías, mensajes, ¡pretextos! Y ahora que por fin lo encuentro, temo, que no me queda tiempo para ser feliz.

Azu

cena

Roja

s, Nica

ragu

a- H

ond

ura

s

41

Arca de confesiones Quédate así, sobre tu costado izquierdo, con tu espalda salpicada por mis sueños, no interrumpas con tu respirar el monólogo falaz de mis confesiones encubiertas, hoy disfrazadas de sombras donde convergen urgentes tantas cosas que me son queridas aún al principio del silencio y sus largas noches. Quédate así, resguárdate de mis miedos, de la culpa delincuente que me corroe al haber postergado tantos soles, sin el gozo insolente de tus besos. Quédate así mi amor, sin desvanecer con el cansancio, la cotidianidad o el desaliento, déjame nombrarte para siempre oasis, arca donde renace mi nombre, alianza en el destiempo, constante del sentido de mi gusto hombre de todos mis aciertos. Quédate un momento más a mi lado vistiendo tus pupilas con mis astros, tus labios con la precisión de mis antojos reencuéntrame vestida de oscuridad, para indagar en mi sexo, el origen de mis cabellos goteando susurros, y mi piel temblando tras el roce temerario de la promesa que llevan inscritos tus dedos.

Ma

rian

ela Sá

enz M

ora, C

osta R

ica

42

Pájaro en la pared de una sala Cuando un pájaro vive de los ojos, atrapado en la tinta del árbol y una mesa de vidrio misterioso, la témpera del bejuco y las oropéndolas de mayo, el acrílico bizarro de insectos y el aire, la acuarela del tiempo sobre un sofá enorme, o el óleo de trenes negros y campanarios invisibles. ¿Qué podemos esperar de él mientras dormita al mediodía? Tal vez una doble y última arboleda, o el silencio empujado que gira en nuestros cantos antiguos.

Ca

rlos Ca

lero, Nica

ragu

a

43

Brugmansia arborea Tus pechos son reinas de la noche. Dos timadas flores que tienen una tonalidad entre blanco y palo rosa. No penden de tu anatomía al contrario: señalan el horizonte como dos índices belicosos que amenazan mi cordura. Tus reinas de la noche crecen colindantes a la cerca que nos separa, pero yo dejaría la piel en la alambrada, tan solo por tocarlos. Me pasaría el resto de mis años si fuera Matusalén comparando tus pechos sin excesos: Con deltas desbordados con plenilunios sobre el desierto ninfas de mis mariposas nectarios de mis colibríes campanarios de mis lechuzas punto referente de mi córnea, iris, pupila, esclerótica. Pero no… los comparo con floripondios, hermosas reinas de la noche. Porque al sentirlos en mi boca me sumergen en un mar alucinógeno, pletórico de visiones quiméricas y viajes eclípticos sobre sus circunferencias. Siempre sucede… cuando los tengo a un palmo de mis ojos, entonces cinco minutos me parecen un quinquenio.

Ed

ga

r Cen

teno M

onca

da

, Nica

ragu

a

44

Miau, miau la luna es una minoría en tus ojos, más que universo entero, es rasguño del otro día donde imaginamos, el ángel de cuervo bravío, de incendios como la piel cuando dice que aullaremos de occidente y de nortes desde tu cuello a mi ombligo. Miau, miau, somos gatos negros con la suerte del despojo, la ropa caída o puesta, o intencionalmente depuesta para descubrirnos la desnudez tremenda del oxígeno, inhala ruidos de montaña, de volcanes que esperan sobre los cuerpos. Miau, miau apresura la lividez, yo no oculto las distancias para decirlas como si el silencio no entendiera que esa última gota del rojo está en tu camisa para desabrocharla... Miau, miau la gata se encela en la ventana, abre sus puertas y domínala.

Lu

issian

a N

ara

njo, C

osta R

ica

45

Las costuras del sueño A las costureras Ella enhebra la saliva. Ella mide y traza con la tiza un pájaro en la tela. Su ojo cruza el ojo de la aguja. y ata el viento a la bobina. Luego corta. Luego une. Luego pega. Luego corta. Luego une. Luego pega. La tijera es un baile de muchacha sobre el hielo. La tijera es un reptil hambriento que corre por el llano. Luego corta. Luego une. Luego pega. Su Singer de pedal anda por la tela con los labios apretados. Su Singer gime a todo grito su trabajo. Su Singer gime a toda máquina las ganas de un abrigo. Luego corta. Luego une. Luego pega. Ella sabe la puntada que lleva la costura de los sueños. Ella sabe remendar el alma cuando se hiere con las púas de la tarde. Luego corta. Luego une. Luego pega. Ella cose guiños y recatos. Cose el silencio y las palabras. Ella cose el ruedo de un suspiro. Ella cose los ojales de un secreto. Ella cose las sisas que ajustan unas manos a la piel. Luego corta. Luego une. Luego pega.

Ca

rlos Villa

lobos, C

osta R

ica

46