norberto bobbio - liberalismo, socialismo, liberalismo social
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Liberalismo, socialismo, socialismo liberal
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Liberalismo, socialismo,
socialismo liberal
PERRY A NDERSON,
NORBERTO BOBBIO,UMBERTO CERRONI
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PRESENTACIÓN
J ORGE T ULA
Considerado por algunos como acaso el más impor-tante teórico político viviente, Norberto Bobbio es unautor con un alto grado de complejidad. La cantidad de
los escritos publicados (su bibliografía, reunida por Car-lo Violi en su Norberto Bobbio: 50 anni di studi, constade 1.304 títulos entre 1934 y 1988, a los que habrá queagregar otros 300 escritos a partir de esta última fecha),la variedad de los temas abordados (aspectos puntualesde la política italiana, cuestiones internacionales, los másdiversos problemas teóricos) y la diversidad de campos
disciplinarios en donde se instala para sus reexiones(desde la losofía y la ciencia política hasta la losofía y la
ciencia del derecho, pasando por la historia de la cultura)convierten su obra en una expresión multifacética que nofacilita por cierto la reconstrucción de su pensamiento.
Aunque ha habido variados y signicativos trabajos
sobre la obra y la trayectoria política de Bobbio, las di-cultades mencionadas reclamaban, si fuera posible, que
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hoy aparecen con igual o mayor intensidad. Porque es
indudable que ahora como entonces, si bien en circuns-tancias notoriamente modicadas, la gura de Bobbio
y su concepción del socialismo liberal ocupan un lugarigualmente destacado en esa lucha intelectual y políticainterminable por un socialismo fundado en la democraciay la libertad. Y en el pensamiento de Bobbio aparece como
indisolublemente unida esa conjunción entre democra-
cia, insuperable instrumento para resguardarnos de losarbitrios del poder y de los fracasos del autoritarismo,y la tensión socialista hacia la justicia. Entre otras cosas porque tal vez sea la única manera de que la democraciano devalúe sus principios ni incumpla sus promesas. Unatentación, esta última, que puede adquirir mayor inten-sidad en circunstancias históricas como las que vivimos
actualmente ante el fracaso y la disgregación de los re-gímenes comunistas y que podría conducir a una especiede goce narcisista al vericar que axiológicamente, al
menos como democracia política, carece de rivales. Peroes precisamente en este nuevo clima, con estas nuevasdicultades, cuando se presenta el desafío de repensar
las funciones de la izquierda, el signicado del progreso,los nes de la emancipación y el camino adecuado para
lograrla. Dicho con palabras de Bobbio, se trata de “tenerel coraje de redenir el socialismo”.
El laborioso e incisivo ensayo de Anderson, que tuvocomo antecedente directo una conferencia dictada enBuenos Aires en octubre de 1987, nos permite apreciar
cómo estos siempre presentes dilemas y tensiones se
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maniestan sin que Bobbio intente operación alguna para
diluir sus contradicciones. Por el contrario, aparecen contodas sus fuerzas, y en opinión de Anderson esto no hacesino mostrar que se trata de instancias inconciliables ono conciliables hasta ahora, que además derivarían de unconicto de principios. En realidad, en respuesta a estas
armaciones, dice Bobbio, deberíamos advertir que el
“realismo del cientíco” y el “idealismo del ideólogo”
transitan por caminos divergentes.Inscrito en una tradición distinta, Anderson cree ver en
el socialismo liberal de Bobbio una especie de compuestoquímico inestable. Sin embargo, su actitud crítica no leimpide darse cuenta de que no es posible reexión alguna
sobre la relación entre liberalismo y socialismo sin tener presente la obra de Bobbio como dato fundamental. Más
aún: teniendo en cuenta las distintas proveniencias era posible esperar una actitud más abiertamente cuestiona-dora del núcleo del pensamiento de Bobbio y de toda la perspectiva del socialismo liberal. Pero el mismo Ander-son se encarga de desanimar a quienes esperaban tal cosacuando arma –cierto que con maniestas reservas– que
no ha llegado aún el momento de juzgar y que no debedescartarse que la orientación brindada por el socialismoliberal deba ser tenida necesariamente en cuenta si sequiere llegar a buen puerto.
Porque al n y al cabo ese vínculo entre la democracia
como destino y la tensión socialista hacia la justicia es elque muestra las dicultades de la democracia realmente
existente, aunque en muchos casos este problema sea igno-
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rado por quienes se despreocupan de la importancia de la
existencia de la democracia o por quienes están convenci-dos de que la dupla democracia representativa-economíade mercado conduce necesariamente a formas de equidad,negándose a ver las injusticias y los poderes ocultos queengendra. Pero a la vez incita a todo pensamiento críticoa la persistente búsqueda de nuevos caminos para arribara una sociedad más justa.
Varias de las últimas reexiones de Bobbio adviertenal respecto algunas cosas que conviene registrar. En unanota publicada en Teoría política (año IV, N° 1, 1988) a propósito del libro de Giovanni Sartori Theory of Demo-
cracy revisited , Bobbio reexiona una vez más sobre ese
tema tornado cada vez más excluyente y que el mismodesignara como el abrazo entre democracia y economía de
mercado. En esta oportunidad, después de reconocer unavez más que la economía de mercado permitió el difícilcamino de la democracia, arma que ese abrazo puede
ser considerado también como mortal puesto que aque-lla, tal como lo vemos en las más diversas democraciasoccidentales, oprime a la democracia hasta conducirla a
diversas formas de degeneración.Por otro lado, en una conversación con GiancarloRosetti que incluimos en este volumen, Bobbio sostienela necesidad cada vez más imperiosa de dirigirse haciala búsqueda de una democracia internacional si se quiereser respetuoso de los principios democráticos. Porque, talcomo están planteadas las cosas en el mundo, el problema
de la justicia social ya no puede estar circunscrito a las
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relaciones entre capitalistas y obreros en el interior de un
Estado en particular sino que atañe más que nunca a lasrelaciones entre Estados ricos y pobres. Este es el puntofundamental. Se trata entonces de que nos desplacemosdesde el gobierno del Estado al gobierno del mundo. Dereforzar el gobierno democrático del mundo.
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NORBERTO BOBBIO
Y EL SOCIALISMO LIBERAL*
P ERRY A NDERSON
1. ENFOQUES LIBERALES DEL SOCIALISMO
La parábola de Mill
A comienzos de 1848, en las vísperas de la oleadarevolucionaría en Europa, se publicaron en Londres, a pocas semanas uno del otro, dos textos antitéticos. El primero fue El Maniesto Comunista de Marx y Engels,el segundo los Principios de economía política de JohnStuart Mill. Como se sabe, aquél declaraba que el fantasmadel comunismo recorría Europa y que bien pronto habríade vencer; éste, usando la misma metáfora, y con unoptimismo algo inferior pero en un sentido exactamenteopuesto, desdeñaba las hipótesis socialistas al considerar
* Nota: Mi agradecimiento a Fernando Quesada y a sus colegas del Instituto
de Filosofía de Madrid por su seminario sobre los teóricos modernos de lademocracia, realizado en 1986, que me incitó a reexionar sobre Bobbio.
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Perry Anderson
que jamás habrían de prosperar como sustitutos válidos de
la propiedad privada
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(Mill 1848, p. 255). Hoy esta antí-tesis no nos sorprende. Liberalismo y socialismo fueronconsiderados por largo tiempo como antagonistas desde el punto de vista de sus tradiciones políticas e intelectuales.Y no sin razón, ya sea por la aparente incompatibilidad
de sus supuestos teóricos –respectivamente individual ysocietario– o bien por la historia factual del conicto, fre-
cuentemente mortífero, entre los partidos y los movimien-tos que respondían a estas concepciones. Sin embargo, precisamente al comienzo de esta rivalidad histórica se produjo un cortocircuito expresado por la parábola reco-rrida por el mismo Mill. El crecimiento de la cantidad de pobres en las principales capitales de Europa y los conic-tos frecuentemente cruentos que la nueva situación tendíaa determinar suscitaron una ardorosa solidaridad en HarrietTaylor, a quien Mill estaba sentimentalmente ligado. Élse dedicó a estudiar, sin prejuicio alguno, las doctrinasque proclamaban la propiedad común: y al poco tiempo –de hecho precisamente en su misma obra Principios de
economía política, en la edición revisada de 1849– declaró
que la visión de los socialistas era colectivamente “unode los más útiles elementos para el mejoramiento humanoque actualmente existen” (vol. I, p. 266). En respuesta alas muchas versiones del socialismo, Mill parecía ahora
1 Mill consideraba como quimeras las hipótesis socialistas. Su juicio se refería
especícamente a los esquemas sansimonianos que –como él explicaba–
consideraba como la forma más seria de socialismo. En su autobiografía
Mill usaba la misma frase para su valoración inicial de todo socialismo queparecía que sólo podía ser considerado como “quimérico” (1873, p. 231).
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privilegiar el “fourierismo” como la variante más capaz
y poderosa, opinión que mantuvo hasta el n de su vida.Sobre la diferencia entre la primera y segunda edición desu obra, Mill escribió más tarde: “En la primera ediciónla dicultad del socialismo estaba armada con tal vigor
que el tono del libro terminaba siendo antisocialista. Enlos dos años que aproximadamente siguieron dediqué gran parte de mi tiempo al estudio de los mejores escritores
socialistas del Continente y a la meditación y discusiónsobre toda una gama de cuestiones que la controversiaimplicaba. El resultado fue que la mayor parte de lo quehabía escrito sobre el tema en la primera edición fue supri-mida y sustituida por argumentaciones y reexiones que
tenían un carácter más avanzado” ( Mill 1873, pp. 234-5).Raramente un juicio político, conceptualmente central, hasido modicado tan rápida y radicalmente. Desde ese mo-mento Mill se consideró socialista y liberal. Como habríade escribir en su biografía: “Considero que el problemasocial del futuro es el siguiente: de qué modo combinarla máxima libertad de acción individual con la propiedadcomún de las materias primas de la Tierra y con una par-
ticipación igualitaria de todos los benecios del trabajocolectivo” (ibíd., p. 232). Defendió la Comuna de París ymurió en el momento en que estaba redactando un librosobre el socialismo, que él esperaba fuese más importanteque su estudio sobre el gobierno representativo.
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Perry Anderson
Bertrand Russell
La evolución de Mill, por lo impresionante que fue, podría ser considerada como anómala o aislada. Pero noes así. Este mismo itinerario habría de repetirse, poste-riormente, varias veces. El más famoso pensador inglésdespués de Mill recorrió el mismo camino: Bertrand Rus-sell en 1895 escribe el primer estudio en inglés sobre la
socialdemocracia alemana, el partido-guía de la SegundaInternacional, después de un viaje de estudios a Berlín.
Si bien tenía decididas simpatías hacia los objetivos másmoderados del partido socialdemócrata (SPD), Russelldeclara, cerca de setenta años después, que “el punto devista con que escribí el libro era el de un liberal ortodoxo”( Russell 1965, p. V). En aquel período, Russell desaproba- ba lo que denominaba la “democracia ilimitada” contenidaen el Programa de Erfurt y temía aquellos “experimentostontos y desastrosos” que se habrían producido de no ha- berse introducido cambios para respetar el principio de las“desigualdades naturales” (ibíd., pp. 141-3; p. 170). En elcurso de dos decenios también él había cambiado profunda
y denitivamente de idea. La Primera Guerra Mundialtransformó su visión del mundo, de la misma manera como1848 lo había hecho con Mill. El estudio que había pro-yectado redactar con D. H. Lawrence, Principles of social
reconstructions, que apareció en 1916, aunque conteníaataques corrosivos contra el Estado, la propiedad privada yla guerra, era considerado insucientemente intransigente
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*El socialismo gremialista o guildista ha sido una tendencia del socialismo
inglés con relevancia durante las dos primeras décadas del siglo XX. Según
este movimiento, la alternativa frente a la explotación y control a cargo de
un Estado centralizado –perspectiva viable para la futura nueva sociedad–
consistía en que las corporaciones organizadas alrededor de las trade
unions asumieran el control de la industria garantizando la autogestión y elrol protagónico de las bases obreras (NE).
por Lawrence, que luchaba entonces por una “revolución”
que consiguiese, de un solo golpe, la nacionalización detodas las industrias, de los medios de comunicación y dela tierra (Clark p. 263). Pero el siguiente libro de Russell, Proposed Roads to Freedom (1919), escrito durante losmeses que estuvo encarcelado por sus manifestaciones públicas contra la guerra, era un examen sin prejuiciossobre el marxismo, el anarquismo y el sindicalismo,
del cual surgió su opción por el socialismo gremialista(Guild Socialism)* “el mejor sistema practicable”, por laforma de propiedad común que él consideraba como lamás favorable tanto para el mantenimiento de la libertadindividual como para salvaguardar las garantías contra laeventualidad de un Estado demasiado poderoso ( Russell 1919, pp. XI-XII): “La propiedad común de la tierra y delcapital, que constituye la doctrina propia del socialismoy del comunismo anárquico, es un paso necesario pararemover los males que sufre el mundo en la actualidad y para fundar aquella sociedad que cualquier persona debe-ría querer ver realizada. (ibíd., 1919, pp. 211-2).
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Perry Anderson
De Hobson a Dewey
Otro ilustre contemporáneo que recorre el mismo iti-nerario fue el economista J. A. Hobson. Conocido en elmundo sobre todo, y casi exclusivamente, por su estudiosobre el imperialismo, porque fue usado y criticado porLenin en su ensayo de 1916 sobre el mismo tema: El
imperialismo, etapa superior del capitalismo, Hobson,
cuando publicó su monografía (1902), era un convencidoliberal inglés. También en su caso fue la Primera GuerraMundial la que determinó el cambio. Ya en 1917 polemiza- ba, desde la izquierda, con la socialdemocracia occidentalcuando escribía que “la adhesión precipitada al patriotismo por parte del socialismo en cualquier contexto nacional,en el verano de 1914, es el testimonio más convincentede su inadecuación para afrontar la tarea de derrocar elcapitalismo cuando se presente la oportunidad” ( Hobson,1917, p. 9). Con posterioridad a la guerra , Hobson dedi-có lo mejor de sus energías a desarrollar una teoría de laeconomía socialista que combinase las exigencias estruc-turales de una producción estandarizada de artículos de
primera necesidad con condiciones precisas para la libertad personal y la innovación técnica. Así, el economista delsobreahorro –cuya inuencia Keynes reconoció en su Teo-
ría general– estaba escribiendo un estudio titulado From
capitalism to socialism (1932). El análisis de Hobson conreferencia a ambas razones para la socialización de losmedios de producción y a sus límites tiene una tonalidad
marcadamente moderna (pp. 32-48).
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Un caso similar encontramos en Estados Unidos:
John Dewey, la mente losóca más eminente de ese país, liberal convencido y sincero a todo lo largo de sucarrera, siguió la misma trayectoria. En su caso el eventodesencadenante no fue la Primera Guerra Mundial sinola “gran depresión”.
Después de haberse opuesto inicialmente a la interven-ción norteamericana en la guerra, Dewey se aproximó a
Wilson en 1917 en contra de las protestas de discípulosmuy cercanos como Randolph Bourne. Sus planteosen German Philosophy and Politics (1915) en muchos puntos recuerdan la obra antitética de Thomas MannConsideraciones de un apolítico (1918). En ella Dewey,inspirado por los famosos presagios de Heine, trató devincular el idealismo alemán con el militarismo, contrael experimentalismo norteamericano propio de la demo-cracia estadounidense. Este Kulturpatriotismus estabade algún modo matizado por el concluyente repudio deDewey a toda “losofía de la soberanía nacional aislada”
y su llamado a la creación de una legislación internacio-nal en condiciones de superarlo. Los frecuentes viajes de
Dewey fuera de Estados Unidos durante los años veintecontribuyeron sustancialmente a ampliar sus simpatías políticas.
En su libro Liberalism and social action, publicadoen 1935, Dewey –considerando la ausencia históricaen Norteamérica del benthamismo, en oposición allockismo, en cuanto expresión de la herencia histórica
liberal– denunciaba sin medias tintas las ortodoxias del
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Perry Anderson
laissez-faire como “apologías del régimen económico
existente” que ocultaban su “brutalidad e inequidad”.Y en la época del New Deal escribía: “El control de losmedios de producción por parte de pocos, que tienen la posesión legal, funciona como herramienta de coerciónsobre la mayoría”. Tal coerción, sostenida por la violen-cia física, es “recurrente en especial” en Estados Unidos,donde en tiempos de potenciales modicaciones sociales
“nuestro culto verbal y sentimental de la Constitución, consus garantías de libertad civil de expresión, informacióny reunión, está automáticamente abandonado”. Deweyveía sólo una posibilidad histórica para la tradición que élcontinuaba defendiendo: “La causa del liberalismo estará perdida si ella no está dispuesta a socializar las fuerzas de producción existentes”, recurriendo sin más –si es necesa-rio– “a la fuerza inteligente” para “someter y desarmar ala minoría recalcitrante”. Los nes del liberalismo clásico
requieren ahora la realización del socialismo, en la medidaen que “la economía socializada es el instrumento parael libre desarrollo individual” ( Dewey 1987, pp. 22, 46,61-2, 63).
Nuevos intentos de síntesis
Es oportuno recordar hoy estos ilustres precedentes porque después de un largo período asistimos a una serle deiniciativas tendientes a sintetizar las tradiciones liberales
con las socialistas. Retorna a la mente inmediatamente laobra madura de Macpherson. La estudiada ambigüedad
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de Teoría de la justicia de John Rawls puede ser leída
–algunos lo han hecho precisamente así– como el ensayoque produce los fundamentos losócos para un proyecto
similar. Más explícito en sus intenciones es Robert Dahl ,defensor no sólo del pluralismo político sino también deuna democracia económica. Una joven generación deensayistas angloamericanos ha producido una serie deestudios, diferentes en el tono y en los objetivos pero si-
milares en sus aspiraciones políticas: en Inglaterra DavidHeld y John Dunn; en Estados Unidos Joshua Cohen yJoel Roger, Samuel Bowles y Herbert Gintis; en FranciaPierre Rosanvallon, entre otros, tratando de recuperar lastradiciones liberales para la llamada “segunda izquier-da”, ha invitado a una reconsideración de la actualidad y pertinencia del pensamiento no sólo de Tocqueville sinotambién de Guizot.
2. ITINERARIO DE BOBBIO
La formación y la Resistencia
En este panorama contemporáneo surge una gura
de gran relevancia moral y política, el lósofo italiano
Norberto Bobbio. Si bien acaso es el teórico políticomás inuyente en su país, con un vasto público también
en España y América Latina, Bobbio ha sido hasta ahoraescasamente conocido en el mundo anglosajón. Es de
esperar que las recientes traducciones al inglés de dos de
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sus libros principales2 – ¿Quale socialismo? (1976) e Il
futuro de la democrazia (1984), modiquen la situación.Cualquier reexión sobre la relación entre liberalismo y
socialismo debe tomar como eje central la obra de Bobbio.Para comprender esto, sin embargo, conviene antes deciralgunas cosas sobre la experiencia vital que está tras deella.
Norberto Bobbio nació en Remonte en 1909 y creció
en un ambiente que él dene como “burgués-patriótico”entre “aquellos que habían resistido al fascismo y los quehabían cedido a él”; recibió la inuencia de Gentile, el
lósofo del régimen, y no rechazó inicialmente el orden
mussoliniano ( Bobbio* 1955, p. 198).Su primera formación fue en losofía política y juris-
prudencia, disciplinas a las que se dedicó en la Universidadde Turín entre 1928 y 1931. En aquella época, recuerdaBobbio, el nombre de Marx o el término marxismo erandesconocidos en las aulas, donde se los consideraba inte-lectualmente muertos y sepultados más que desterrados:y la perspectiva losóca personal de Bobbio estaba
2 La edición corresponde a Polity Press, Londres, 1987; ambos tienen unaexcelente introducción de Richard Bellamy. El editor y el encargado de esta
edición deben ser felicitados por estas dos publicaciones. Bellamy volvió pos-
teriormente a discutir las tesis de Bobbio. La edición inglesa tiene incorporada
ensayos que no están incluidos en la edición original. La obra completa de
Bobbio es enorme. En el volumen bibliográco a cargo de Violt , son enumera-
dos más de 650 títulos que representan apenas el 60% de toda la producción
escrita de Bobbio. La mayor parte de sus trabajos están referidos a la teoría
del derecho, que será tomada en consideración sólo de manera marginal en
estas páginas.
* En adelante, las referencias que no pertenezcan a textos de Norberto Bob-bio estarán expresamente indicadas (NE).
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ampliamente modelada por el historicismo de Croce,
algo que, por lo demás, sucedía con la mayor parte delos intelectuales de esa generación. En el mismo perío-do, Gioele Solari, su profesor de losofía del derecho,
aspiraba a desarrollar un “idealismo social”, inspirado enHegel pero más progresista que el de la doctrina crocianaen cuanto a inspiración política. Más tarde, después desu trabajo de doctorado sobre fenomenología alemana,
mediados los años treinta, Bobbio entró a formar parte delcírculo de intelectuales turineses radicalmente liberales ensus convicciones, directamente vinculados a la memoriade Gobetti. Es este el ambiente que anima a los grupos piemonteses de Giustizia e Libertá, la organización anti-fascista fundada por los hermanos Rosselli en Francia.
Cuando en 1935 el grupo cae en las redes de la policía,Bobbio, como simple simpatizante, es arrestado por un breve periodo. Después de salir en libertad comienza aenseñar, primero en la Universidad de Camerino y luegoen la de Siena hasta el inicio de la Segunda Guerra Mun-dial, cuando se une al grupo liberal-socialista formado en1937 por Guido Calogero y Aldo Capitini, dos lósofos de
la Escuela Normal Superior de Pisa. En 1940 se trasladaa la Universidad de Padua, convertida en el centro de laresistencia en el Veneto. En el otoño de 1942 participóen el acto de fundación del Partito d’Azione, ala políticade la resistencia en la que habían conuido Giustizia e
Libertá y el movimiento liberal-socialista.Como miembro del Comité Nacional de Liberación
en Veneto, Bobbio es arrestado por segunda vez por elrégimen de Mussolini en diciembre de 1943 y liberado
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tres meses después (1986c, pp. 70-1, 95-6, 170, 276-7;
1986d, pp. 157-8; 1984c, p. 191). Estos tres volúmenes de“retratos y testimonios” contienen muchos de los escritosmás personales de Bobbio.
Il Partito d’Azione
En el año siguiente, mientras todavía se combatía enel norte de Italia, Bobbio publicó un pequeño y polémi-co volumen: La losofía del decadentismo (1944). Estetexto, denuncia vehemente del aristocratismo y el indi-vidualismo de Heidegger y de Jaspers en nombre de unhumanismo democrático y social, muestra claramente elimpacto que sobre Bobbio ejerce el movimiento obrero,en aquel momento la fuerza dirigente de la resistencia delnorte de Italia. Años después dirá: “Hemos dejado atrásel decadentismo, que era la expresión ideológica de unaclase en declinación. Lo abandonamos porque participa-mos en el trabajo y en las esperanzas de una nueva clase.Estoy convencido de que si no hubiésemos aprendido del
marxismo a ver la historia desde el punto de vista de losoprimidos, logrando una nueva e inmensa perspectiva delmundo humano, no habría habido salvación para nosotros”(1955, p. 281). De este modo Bobbio estaba describiendola difusa reacción común a la franja de intelectuales más jóvenes que se habían unido al Partito d’Azione. El mismoera “uno de los que creían en la fuerza ya irresistible del
Partido Comunista” (ibíd., p. 199) y proponía una acción
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común entre trabajadores e intelectuales para una reforma
radical de las estructuras del Estado italiano.El objetivo declarado de estos militantes del Partitod’Azione era realizar la síntesis entre liberalismo y so-cialismo. Precisamente a muchos de estos pensadores les parecía lógica la tarea de sostener y defender al mismotiempo las dos ideas, porque ambas eran objeto del des- precio fascista.
A sus ojos ésta habría de ser la vocación especíca delPartito d’Azione, que lo convertiría en algo distinto de los partidos tradicionales de la clase obrera. Sin embargo, des- pués de la Liberación, a pesar del papel militar relevantedesempeñado en la Resistencia y de la gran presencia defuerzas intelectuales, el Partido no llegó a consolidarse enel panorama político italiano: tres años después habría dedesaparecer. Nadie mejor que Norberto Bobbio ha sabidodescribir las razones de esta disolución: “Claros y rmes
en las posiciones morales, por cierto, en la política deentonces resultábamos sutiles y dialécticos, y por lo tantoextremadamente móviles e inestables, en una búsquedasin pausa de una ‘inserción’ en la vida política italiana
que nalmente no logramos encontrar. Y permanecimossin poder enraizamos en la sociedad italiana de aquellosaños. ¿A quién dirigirnos? Moralistas d’abord , soñába-mos una restauratio ab imis de la vida política italiana,comenzando por sus costumbres. Pero considerábamosque para proceder a esta restauración no era necesariohacer la revolución. Así las cosas nos encontrábamos con
que éramos rechazados por la mayoría de la burguesía que
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Perry Anderson
no quería la restauratio y por la mayoría del proletariado
que no quería renunciar a la revolución. Nos encontramosen cambio cara a cara con la pequeña burguesía, que erala clase menos apta para seguirnos. Y no nos siguieron.
En todo caso fue un espectáculo más bien penoso vernos – enfants terribles de la cultura italiana– en contacto con lascapas más temerosas y débiles, en continuo movimiento,intentando hablar a las cabezas más perezosas y marchitas,
(...) haciendo guiños de complicidad a los ciudadanos mástimoratos y conformistas, moralistas incorruptibles predi-cando a los especialistas del compromiso. Durante todo eltiempo que el Partito d’Azione –jefes sin ejército– desa-rrolla su función como movimiento político, la pequeña burguesía –ejército sin jefes– fue qualunquista” (1951, p. 906). Paradójicamente, el juicio que sobre el Partitod’Azione hace Togliatti es menos severo. En efecto, escri- bió: “En sustancia, sólo fueron dos las grandes corrientesde resistencia y lucha efectiva y duradera contra la tiraníafascista: una correspondió a nosotros, los comunistas; laotra al ‘movimiento accionista’, y no es ni siquiera seguroque la primera, la nuestra, haya sido siempre y en todas
partes la más fuerte” (1951, p. 770).
Las discusiones con el PCI
Aquel juicio –duro y cáustico– sobre la experiencia delPartito d’Azione reeja sin duda el estado de ánimo con el
que Bobbio se retiró de la actividad política directa des- pués de la disolución del Partido en 1947, cuando asumió
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la tarea docente en la cátedra de losofía del derecho de
la Universidad de Turín. Pero, aun cuando estuvo con-centrado principalmente en su trabajo académico, no sededicó sólo a él. En los años siguientes escribió una seriede artículos y ensayos maniestamente críticos sobre la
polarización de la vida política e intelectual en Italia du-rante el primer período de la guerra fría. En estos trabajosjaba posición contra las ideologías, tanto del comunis-
mo ocial como del anticomunismo, tanto del Congreso para la Libertad de la Cultura como del Movimiento delos Partidarios de la Paz. Sin embargo, su interlocutor principal era el Partido Comunista Italiano. El objetivode Bobbio era disuadir al PCI de su vínculo incondicionalcon el Estado soviético, que él consideraba entre los re-gímenes totalitarios –“aunque sin escandalizarme porqueconsidero que se trata de una dura necesidad histórica”(1955, p. 48)3 –, y además persuadirlo de la importancia permanente de las instituciones políticas liberales talcomo se habían expresado históricamente en Occidente.Es difícil mencionar a otros estudiosos en Europa que enlos mismos años lograran un tono similar de civilidad y
ecuanimidad (tanto Russell como Dewey, por ejemplo,no lograron mantener su equilibrio en el período de laguerra fría). El efecto de las intervenciones de Bobbiofue marginal hasta después de la muerte de Stalin, cuando
3 En Politica e cultura están incluidas las principales intervenciones de
este periodo: “Invito al colloquio”, “Politica culturale e politica della cultura”,
“Difesa della libertà”, “Pace e propaganda di pace”, “Democrazia e dittatura”,
“Libertà dell’arte e politica culturale”, “Intellettuali e vita politica in Italia” y“Spirito critico e impotenza politica”.
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los cambios producidos en Rusia comenzaron a aojar un
poco las mallas del retículo ideológico del movimientocomunista italiano. Fue entonces en 1954 cuando Bobbio
publicó un ensayo con el título Democrazia e dittatura (v. 1955), que tuvo un impacto mayor, donde, de maneraserena pero severa, criticaba las concepciones marxistastradicionales en torno de estos dos temas, insistiendo so- bre la histórica subvaluación por parte del marxismo de
la contribución liberal a la cuestión de la separación y delos límites del poder, preanunciando sin embargo que elPCI se habría de dirigir en los años sucesivos hacia unamayor comprensión y aceptación, hecho “esencial parasu cohabitación con el mundo occidental” (ibíd., p. 149).
Las tesis contenidas en este ensayo provocaron unalarga réplica de parte del mayor lósofo comunista de
entonces, Galvano Della Volpe, que reprochó a Bobbiohaber retrocedido hacia las posiciones que a comienzos delsiglo XX expresaba el liberalismo moderado de BenjamínConstant, a la vez que sostenía que el marxismo –por elcontrario– era el heredero de la tradición democrática másradical de Jean-Jacques Rousseau, teórico de la libertas
maior opuesta a la libertas minor de Constant. Bobbio,a su vez, replicó a Della Volpe con un ensayo todavíamás voluminoso que el anterior, que tituló Della libertà
dei moderni comparata a quella dei posteri, en la quedesarrollaba su tesis e invitaba a los comunistas, cordial-mente pero con tono decidido, a tomar conciencia de queun “progresismo demasiado osado” correría el riesgo de
sacricar las conquistas de la democracia liberal existente,instaurando una futura dictadura proletaria en nombre de
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una democracia ulteriormente perfeccionada. El título
de la réplica de Bobbio era, obviamente, una paráfrasisdeliberadamente irónica del ensayo de Constant escritoen 1818: De la Liberté des Anciens comparée à celle des
Modernes.
La relevancia de esta segunda intervención fue tal queTogliatti mismo se sintió en la obligación de responder alos argumentos de Bobbio, interviniendo, bajo seudóni-
mo, en Rinascita (1955, p. 194). En su contrarréplica aTogliatti, Bobbio concluía con un recuerdo autobiográco
y con un “credo”. Sin un profundo compromiso con elmarxismo después de la Liberación, escribía, “habríamos buscado reparo en el refugio de la vida interior o noshabríamos puesto al servicio de los viejos patrones. Peroentre aquellos que se han salvado, sólo algunos conser-varon un pequeño equipaje en el cual, antes de lanzarseal mar, habían depositado, para custodiarlos, los frutosmás sanos de la tradición intelectual europea, la inquietud por la investigación, el aguijón de la duda, la voluntad dediálogo, el espíritu crítico, la mesura del juicio, el escrú- pulo lológico, el sentido de la complejidad de las cosas.
Faltan muchos, demasiados, de los frutos depositados eneste equipaje: o los han abandonado por considerarlos un peso inútil, o jamás los tuvieron y se lanzaron al mar antesde haber tenido tiempo de adquirirlos. No los reprocho, pero preero la compañía de los primeros. Más bien podría
decir que esta compañía está destinada a crecer, que losaños son buenos consejeros y los acontecimientos arrojan
nueva luz sobre los hechos” (ibíd., pp. 281-2).
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Predicciones conrmadas
El sereno optimismo de la frase nal –como sin duda
la entendía Bobbio– encontraría su justicación con el
correr del tiempo. En lo inmediato, el episodio de su de- bate con Della Volpe y Togliatti no tuvo una repercusiónrelevante en la cultura política italiana, y permaneciórelativamente olvidado durante los veinte años siguientes,
por lo que no signicó ninguna ampliación inmediata dela audience de Bobbio, quien continuó trabajando casiexclusivamente en la universidad. En 1964, el partido degobierno, la Democracia Cristiana, incluye en la coalicióngubernamental al Partido Socialista Italiano, experienciainédita que se concretó después que éste rompió vínculoscon el PCI. Durante seis años Italia fue gobernada poruna coalición del llamado centro-izquierda. Mucho mástarde Bobbio habría de decir que esta experiencia, para bien o para mal, representaba “el momento más feliz deldesarrollo político italiano de la posguerra” (1981a, p. 6).Podríamos preguntarnos si efectivamente mostraba muchoentusiasmo por los insípidos gobiernos de aquellos años.
Pero una cosa es cierta: en 1968 Bobbio, por primera vez,ingresó en el Partido Socialista Unitario (PSU) reciente-mente constituido como consecuencia de la reunicación
del Partido Socialista Italiano (PSI) de Nenni con el PartidoSocialdemócrata Italiano (PSDI) de Saragat.
¿Qué vino después? Una masiva movilización con altogrado de explosividad en las universidades y fábricas de
todo el país: el famoso 68-69 italiano. Los votos obtenidos por el reunicado PSU, en vez de aumentar descendieron
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verticalmente. La burguesía italiana, asustada por el
movimiento estudiantil y obrero, se desplazó hacia elcentro-derecha, y la experiencia de centro-izquierda muriórápidamente. Todas las referencias posteriores de Bobbioa estos dos singulares años tienen un trasfondo de reservay de amargura. A nivel nacional su cálculo político habíaquedado bruscamente descartado. De pronto se encontróenfrentándose a la vez con la turbulencia y el desorden de
la revuelta estudiantil en el mismo ámbito de su actividad profesional, experiencia que no le agrada, al igual quesucede con la mayor parte de sus colegas. Las asambleasestudiantiles de entonces, en particular, parecen haberloafectado profundamente, al menos sobre la base de losrecuerdos que pueden ser individualizados entre las líneasde la polémica que posteriormente habría de colocar por primera vez su gura en el centro de la discusión nacio-nal. Uno de los hijos de Bobbio fue además líder de LottaContinua, organización política sobre la cual escribió unensayo de reconstrucción histórica digna y equilibrada( L. Bobbio 1979).
Todo esto sucedió –y sólo así podía ocurrir– después
del reujo de los grandes movimientos sociales de losúltimos años de la década de los sesenta y de los primerosde la década siguiente. En los últimos meses de 1973 elPCI explicaba el objetivo de su matrimonio estratégicocon la DC –el llamado “compromiso histórico”– y alaño siguiente anunciaba su compleja conversión a los principios del eurocomunismo. Veinte años después del
debate con Togliatti, las predicciones de Bobbio se habíanconrmado completamente. Estaba nalmente abierto el
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terreno favorable para acoger sus tesis sobre democracia
y dictadura, liberalismo y marxismo. Aprovechando estaoportunidad, Bobbio escribe en 1975 dos ensayos clave en Mondoperario, la revista teórica del PSI: el primero sobrela falta de una consistente doctrina marxista del Estadoy la segunda sobre la ausencia de cualquier alternativaa la democracia representativa como forma política deuna sociedad libre, con una clara advertencia sobre los
peligros que veía surgir a partir de las frustraciones que podían llevar el proceso revolucionario en Portugal haciasalidas opuestas (1976b, pp. 21-65). Esta vez las interven-ciones de Bobbio determinaron un considerable interésen la opinión pública italiana y muchos intelectuales y políticos, tanto del PCI como del PSI, respondieron a losinterrogantes que él había planteado en los dos ensayos. Alaño siguiente, al nal de un largo y vasto debate, Bobbio
podía considerarse satisfecho por el consenso que habíalogrado en torno de sus armaciones fundamentales. En
1976 el PCI había renunciado formalmente al leninismo,que él había criticado, y estaba conquistando consensoselectorales extraordinarios que Bobbio habría de acoger
positivamente.También el PSI estaba revisando su tradición. Con gransatisfacción, observaba el hecho de que el mismo Nenni, enla tribuna del XL Congreso socialista, usara ocialmente
sus argumentaciones (ibíd., p. 60). En 1978, reforzado por un prestigio hasta entonces inusitado, Bobbio apoyóel nuevo programa del PSI, defendiéndolo de aquellos que
lo acusaban de ser muy poco marxista. Como consecuen-cia, Bobbio se convierte también en uno de los mayores
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“una combinación inédita, y hasta hace pocos años atrás
inconcebible, del centro-derecha con el centro-izquier-da”– le parecía concebido para excluir, según el veto deEstados Unidos, cualquier alternativa más progresista: “dehecho, una realidad que es inútil cubrir con velos piadosos”(1984a, p. 21).
En la actualidad la posición de Bobbio es nuevamentela de un “francotirador”, más o menos independiente,
ahora senador vitalicio por designación presidencial, unaespecie de lord italiano ad honórem; la conciencia moraldel orden político italiano.
3. LA FILOSOFÍA POLÍTICA
El “lento aprendizaje”
Este ha sido, en líneas generales, el cursus vitae de Norberto Bobbio: una vida que en algunas oportunidadesdescribió como “un continuo, difícil y lento aprendizaje,tan difícil como para dejarme casi siempre abatido y des-
contento, tan lento que todavía no fue logrado” (1964, p.10). ¿Cuál fue su signicado histórico especíco? En el
interior del grupo de pensadores que intentaron conciliarel liberalismo con el socialismo, Bobbio diere de sus
predecesores en varios puntos importantes. Uno de ellos essimplemente su ámbito de investigación especíca. Bobbio
es un lósofo de vasta formación, que se ha medido con la
fenomenología de Husserl y de Scheler antes de la guerra,con el existencialismo de Heidegger y Jaspers durante la
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la historia del marxismo. Su familiaridad lológica con
las distintas tradiciones del materialismo histórico no eshomogénea: a Marx lo conoce bien como a un clásico,los textos de Kautsky y de Lenin le son conocidos pero
de manera más supercial, y cuando analiza Gramsci, por
ejemplo, puede llegar a cometer errores sorprendentes.Paradójicamente, sin embargo, esta limitación puede ser juzgada en los hechos como ventaja en el contexto de la
cultura de izquierda que dominaba en Italia hasta los añossetenta: una cultura casi sofocada por sus referencias almarxismo de manera demasiado exclusiva, lo que condujoa aquellos abusos del “principio de autoridad” que Bobbiohabía detectado para criticarlos (1976b, p. 25). Su bagajeno marxista, o premarxista, del que hacía uso cuando ha- blaba con Togliatti, lo colocaba lejos de aquella actitud,ayudado también por su temperamento maniestamente
escéptico, democrático y tolerante.
El liberalismo italiano
Otra diferencia respecto de sus principales predecesoresla constituyen las coordenadas políticas de Bobbio, en cier-ta medida más complejas que las de los otros. En efecto,Bobbio se coloca en el cruce de tres grandes corrientes de pensamiento en conicto. Por su formación de fondo y
por convicción es un liberal. Pero, con relación al marcoeuropeo, el liberalismo italiano siempre ha sido un fenó-
meno aparte. En Inglaterra, madre patria del liberalismodecimonónico, éste tuvo su máximo logro en el Estado
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mínimo y en el libre comercio de la época de Gladstone,
pero posteriormente su vocación histórica fue, por asídecir, consumada; le quedaba pues poco por hacer comono fuera superar esta fase para entrar luego en su breveepílogo social bajo la dirección de Asquith y Lloyd Geor-ge, y para desaparecer nalmente como fuerza política.
En Francia, por otra parte, el liberalismo como doctrinafue una expresión de la Restauración, que teorizaba las
virtudes de una monarquía censitaria. Hegemónico en elrégimen orleanista, mimetizado durante el Segundo Im- perio, estaba por lo tanto demasiado comprometido como para sobrevivir al advenimiento de la Tercera República, basada en el sufragio masculino irrestricto. En Alemania,el nacional-liberalismo fue tristemente famoso despuésde su capitulación ante el conservadurismo prusiano deBísmarck y, como se sabe, abandonó los principios par-lamentarios para adherir al éxito militar contra Austriaen 1866; nalmente, después de su abdicación política,
fue al encuentro del desastre económico cuando el librecomercio fue desechado por el Segundo Reich. Sin embar-go, en Italia, a diferencia de lo que sucedía en Alemania,
la unicación nacional fue lograda no a expensas delliberalismo sino más bien bajo sus banderas. Además, elliberalismo que emerge victorioso del Risorgimento teníauna doble legitimación: la ideología constitucional de losmoderados piemonteses, que jaron la estructura de su
hegemonía bajo la monarquía, y la denición secular de
un Estado italiano creado en contraste con la voluntad de
la iglesia romana.
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Este éxito singular fue de tal magnitud que tornó su-
perua en Italia, durante largo tiempo, la realización deuna “agenda liberal normal”. El nombre del liberalismofue casi completamente identicado con la construcción
de la nación y con la causa del Estado laico, tanto que susestadistas y sus intelectuales padecieron sólo una ligera presión en lo relativo al mejoramiento de la honestidadelectoral o al mejoramiento de una ulterior libertad política.
Este fue el país donde el régimen oligárquico e intrigantede Giovanni Giolitti, con su gran componente de violenciarepresiva y de corrupción cooptativa, se denió liberal
hasta la gran guerra; el país donde el mayor teórico delliberalismo económico, Vilfredo Pareto, invocaba el terror blanco para destruir el movimiento obrero y desembarazar-se de la democracia parlamentaria; donde el gran lósofo
Benedetto Croce, paladín del liberalismo ético, exaltabalas masacres de la Primera Guerra Mundial y aprobaba elascenso al poder de Mussolini. Sin embargo fueron, entreotras cosas, deformaciones como éstas las que permitieron, paradójicamente, la sobrevivencia y la conservación dela credibilidad del liberalismo italiano para gran parte de
este siglo. En ningún país el destino del liberalismo fuetan polimorfo y contradictorio. En efecto, precisamente porque sus ideales clásicos fueron al mismo tiempo objetode ensalzamiento y escarnio, el liberalismo en Italia logrómantener su poder normativo radical que en cambio había perdido en otros lados, y habría de ser capaz de mezclarsecon los modelos más inesperados y más apasionados en
oposición al orden establecido. El mismo Bobbio es untestimonio de la ambigüedad de esta herencia. Él habla de
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guras como Giolitti y Pareto con respeto y admiración;
respecto de Croce, a veces, ha tenido una actitud cercanaa la veneración: “una de las más complejas, inspiradas ymeditadas visiones de la historia de este siglo” (1986c, p.92). La impronta del historicismo crociano es particular-mente muy fuerte para ciertos aspectos de su reexión.
Sin embargo destaca también la indiferencia teleológica-losóca de Croce respecto de todos los valores institu-
cionales del liberalismo político que a él en cambio le soncaros, la distancia en la que Croce se sitúa respecto dela agenda práctica de una democracia moderna que, a su juicio, en cambio, exige la fundación atemporal de dere-chos naturales, un concepto que para Croce es un anatema(1955, pp. 253-68). La forma típica de liberalismo propiade Bobbio es por lo tanto esencialmente una doctrina delas garantías constitucionales para la libertad individualy para los derechos civiles según la tradición empíricade Mill y que asocia en particular con Inglaterra. Para éllas guras más grandes en Italia son aquellos pensadores
que podrían ser considerados cercanos a esta tradición,vale decir, guras menos célebres como Carlo Cattaneo,
defensor de Milán contra los austríacos en 1948, comoLuigi Einaudi, y como Gaetano Salvemini, quien en 1924no se plegó al fascismo.
De Ruggiero y Gabetti
Ahora bien, es evidente que tal visión, expresada conelocuencia, como hace Bobbio, tiene una escasa origina-
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lidad en el panorama global del siglo XX. Sin embargo,
todo el interés de su pensamiento deriva del encuentrodel liberalismo político clásico –a través de la particularexperiencia italiana– con otras dos tradiciones teóricas. La primera está representada por el socialismo, y también aquíel contexto italiano es determinante. Cuando hacia nales
de los años treinta Bobbio asumió un compromiso de iz-quierda, entró en un campo intelectual y político fecundo
y que poseía características únicas. Y en las condicionescaleidoscópicas de la sociedad italiana después de la Pri-mera Guerra Mundial, en la que tantos elementos socialese ideológicos fueron mezclados en formas insólitas, el libe-ralismo en lugar de marchitarse adquirió colores nuevos eimpresionantes. Fue en aquellos años, por ejemplo, cuandoapareció en Italia el único estudio completo y erudito detodo el liberalismo europeo del siglo pasado, la Historia
del liberalismo europeo de Guido De Ruggiero, una obrano sólo de síntesis histórico-comparativa sino también decompromiso político declarado, llevada adelante en unmomento en que el fascismo se consolidaba en el poder.De Ruggiero, un historicista que tenía gran respeto por la
contribución alemana de Kant y de Hegel a la formaciónde la idea europea de Reichstaat (Estado de derecho), eraen lo personal un hombre colocado políticamente en elcentro. Sin embargo, en su ensayo sobre el liberalismo,armaba que “si recordamos con cuánta avaricia y des- piadada dureza los liberales de la primera mitad del sigloXX enfrentaron el agobiante problema social de aquellos
tiempos, aparece como evidente que el socialismo, contodas las imperfecciones de su ideología, se convirtiera
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en un inmenso progreso respecto del individualismo
preexistente y resultara justicable que, desde un puntode vista histórico, tratara de sumergirlo bajo las aguasde las mareas sociales” ( De Ruggiero, p. 378)4. Entre lasgeneraciones más jóvenes, y colocado más a la izquierda, pugnaba la fuerza gravitacional de un movimiento obreroinsurgente –y a veces la fuerza misma de la revoluciónrusa–; una fuerza que produce una sorprendente variedad
de intentos por conciliar valores proletarios y valoresliberales, fusionándolos en una nueva fuerza política. El primero y más famoso de ellos fue el programa para una“Revolución Liberal” de Piero Gobetti, que publicó a Millen italiano. Propugnaba el libre mercado, pero admiró sinembargo a Lenin y colaboró en L’Ordine Nuovo de Gra-msci antes de dar vida a su revista Rivoluzione Liberale
(1922). El de Gobetti era un liberalismo que invitaba a losobreros a conquistar el poder desde abajo para convertirseen los nuevos gobernantes de la sociedad, como únicaclase social en condiciones de transformarla. Pensándose así mismo como un revolucionario. Gobetti, con su libera-lismo, apresaba una simpatía total por el comunismo ruso
4 Los juicios de Bobbio sobre De Ruggiero han sido cambiantes. Reco-
nociendo que durante un tiempo él había sido de su predilección. Bobbio
después de la guerra le respondió haber sobrestimado el valor del liberalis-
mo alemán en general, exaltando acríticamente la contribución de Hegel en
particular, y por el contrario, al igual que Croce, haber subvaluado las con-
quistas del liberalismo inglés. “Lo que no habían encontrado los idealistas
italianos en la patria de los Milton y de los Mill creyeron haberlo encontrado
en la patria de los Fichte y de los Bismarck” (1955, pp. 253-6). A pesar de es-
tas objeciones, diversos temas propios de Bobbio habían sido ya anticipados
por De Ruggiero, quien a su vez durante la Resistencia había sido militantey dirigente del Partito d’Azione.
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y despreciaba el socialismo italiano porque lo consideraba
demasiado reformista.
El “liberal-socialismo”
Gobetti murió en Francia en 1926. Dos años antessu semanario había publicado un ensayo de un joven
socialista crítico, Carlo Rosselli, de la tradición del PSI.Durante el período de su connamiento político, Rosselli
escribió un libro (1928) antes de evadirse y refugiarse enFrancia, donde al año siguiente fundó el movimiento quese denominó “Giustizia e Libertà”. El proyecto de Rossellidelineaba una síntesis que iba en dirección opuesta a latrazada por Gobetti. Admirador de lo que conocía de laexperiencia laborista inglesa, Rosselli intentaba puricar
al socialismo de su herencia marxista y de su versiónsoviética, y recuperar en su seno las tradiciones de la de-mocracia liberal, que él consideraba como la síntesis delas conquistas fundamentales de la civilización moderna.Rosselli y su hermano Nello fueron asesinados por sicarios
fascistas en junio de 1937. En el mismo año, Guido Calo-gero y Aldo Capitini daban vida en Pisa a un nuevo grupoque se autodenominaba “liberal-socialismo”, nombre queindicaba una posición intermedia entre la de Rosselli y lade Gobetti. Capitini, en particular, animado a la vez poruna concepción más religiosa y por una mayor simpatía porla experiencia soviética, proponía un futuro orden social
que habría de ser tanto “poscristiano” como “poscomu-
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nista”, donde se combinaba el máximo de libertad legal
y cultural con el máximo de socialización económica.Calogero estaba más cercano a Rosselli, con un lenguajemás losóco, rechazaba el Estado soviético por consi-derarlo “totalitario”, y se oponía a cualquier hipótesis desocialización general de los medios de producción.
Cuando las dos corrientes conuyeron en el Partito
d’Azione en 1942, su programa –que postulaba una eco-
nomía mixta como medio adecuado para la reconciliaciónentre libertad y justicia– prevaleció y fue asumido como programa ocial. Pero esta hipótesis era cuestionada
por otra corriente interna que describía su objetivo –tanvastas fueron las posibilidades que se manifestaron enesa época y en ese país– como liberal-comunismo. Susteóricos principales, Augusto Monti y Silvio Trentin,eran discípulos directos de Gobetti. En los años treinta,cuando era miembro de Giustizia e Libertà. Trentin habíadescartado la idea de una economía con dos sectores einsistía en la necesidad de una socialización revolucio-naria de las relaciones de propiedad, mientras proponía,al mismo tiempo, un Estado federativo descentralizado
–retomando el modelo de Proudhon– para salvaguardarla libertad contra el peligro del despotismo político unavez que el capitalismo fuera depuesto. Para estos pen-sadores, una revolución comunista era considerada dealguna manera probable en la Italia de la posguerra, yla tarea consistía en elaborar las formas de la revolucióndemocrática que se habría de concretar en un segundo
momento y que permitiría justicarlas históricamente.
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más profundo compromiso con la cultura marxista. Siendo
antes un liberal, en esos años Bobbio se convierte en so-cialista. Pero al igual que sus predecesores anglosajones,no sólo fue liberal antes de resultar socialista sino que permaneció prioritariamente siéndolo aun después de suelección socialista. Aquel liberalismo derivaba de una pro-funda fe en el Estado constitucional más que en cualquieracatamiento particular al libre mercado. Su liberalismo
era de naturaleza política y no económica –una diferenciaque en italiano es expresable, de una forma más precisaque en otras lenguas–, según la distinción (hecha en elmás célebre de los modos por Croce) entre liberismo yliberalismo. En efecto, Croce, en su ensayo Liberalismo e liberismo (1928), polemizando con Einaudi, sosteníaque la libertad era un ideal compatible con distintos ti- pos de regímenes económicos. Por lo tanto no puede seridenticada con la mera competencia y con el mercado
libre. Un decenio después Croce retomó esta distinciónen polémica con Calogero y, rechazando la noción de una posible síntesis entre liberalismo y socialismo, armaba
que “la libertad no soporta adjetivos”. En 1941 Croce se
negó a unirse al Partito d’Azione porque en su programaestaba incluida la consigna de la distribución de la tierraa los campesinos meridionales (cf. De Luna, p. 25).
Para explicar su idea de la relación entre estos dos con-ceptos, Bobbio habría de escribir muchos años después:“Personalmente considero el ideal socialista superior alliberal”, porque el primero comprende al segundo y no
viceversa. “Mientras que no se puede denir la igualdad
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en términos de libertad, existe al menos un caso en el
que se puede denir la libertad en términos de igualdad”, precisamente en “aquellas condiciones en las que todoslos miembros de una sociedad se consideran libres porqueson iguales en su poder”. El socialismo es por lo tanto eltérmino más inclusivo5.
La experiencia histórica y política
La lógica de estas convicciones se remite a Mill yRussell, Hobson y Dewey. Lo que distingue la versión deBobbio de la de ellos es la experiencia histórica donde hatenido origen. A diferencia de estos precedentes, el caminodel liberalismo al socialismo emprendido por Bobbio norepresenta un episodio intelectual relativamente aisladosino que pertenece a un movimiento colectivo que desem- peñó un papel relevante en el período de la guerra civil ynacional. Las luchas, pasiones y memorias que lo apun-talaban eran mucho más consistentes. Pero precisamente porque ellas establecían con la práctica una relación mucho
más densa y articulada, estaban también mayoritariamentesujetas al veredicto de los resultados. Para Bobbio existíauna sola verdad, una nueva ideología de la Resistencia
5 En 1981b se presenta básicamente una recopilaclón de sus artículos apa-
recidos en La Stampa entre 1976 y 1980, en los que, según él, “me he esfor -
zado casi siempre en vincular los problemas del día con un tema general de
losofía política o de ciencia política”. Estos artículos constituyen un ejemplo
notable de un tipo de periodismo que ha desaparecido casi totalmente en elmundo de los diarios europeos.
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italiana: la del Partito d’Azione, que él denominaba “el
partido de los socialistas liberales” (1986d, p. 248).Bobbio efectúa una elipsis histórica en su descripción,indicativa de la importancia que reviste para sí, elipsis por otro lado tan fuerte como para inducirlo a incurriren una cierta ilusión óptica. En efecto, en el interior delPartito d’Azione estaba presente una fuerza que no teníanada que hacer con el socialismo, proveniente de círculos
nancieros e industriales y guiada por Ugo La Malfa, elartíce del resucitado Partido Republicano en la segunda
posguerra, partido cercano a los ámbitos más instruidosdel capital industrial. Los recuerdos de Bobbio sobre elPartito d’Azione generalmente olvidan este aspecto. Enefecto, el grupo de La Malfa, cercano a los ambientesde la Banca Commerciale, tomó entonces la iniciativade fundar el Partito d’Azione aceptando tácticamente ycon mucha dicultad en un primer momento los ideales
programáticos liberalsocialistas, y fue también este grupoel que sobrevivió con menos pérdidas a la disolución nal
del partido (cf. De Luna pp. 35-42 y 347-65).El socialismo liberal fue una “fórmula elitista”, cuyas
“posiciones doctrinarias y losócas” estaban “destinadasa la derrota ante las grandes fuerzas políticas reales do-minantes, guiadas por las fuertes pasiones y por intereses bien concretos más que por silogismos perfectos” (1986d, p. 248). Las dos fuerzas políticas principales a las que Bo- bbio hacía referencia eran, naturalmente, la DemocraciaCristiana y el Partido Comunista Italiano. Bobbio no ha
tenido nunca mucho que decir sobre la DC, ha sido el PCI
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el que ha dominado su horizonte político posbélico tanto
en el diálogo como en la polémica. Ya hemos hablado deltono político inusual de su diálogo con este último partidoen los años de la guerra fría. Estos debates marcan unadiferencia histórica, que distingue en un sentido funda-mental la conjugación de liberalismo y socialismo con elde sus predecesores. Ellos se habían formado en el senode un liberalismo confortablemente instalado, sereno y
seguro de sí, reaccionando luego contra sus violencias osus fracasos –represiones vengativas, guerra imperialista,desocupación– y buscando, en sus pliegues, el socialismoen él contenido. Bobbio, por el contrario, se convierte enliberal y socialista a través de un impulso único en la luchacontra el fascismo y luego reacciona contra los crímenesdel “socialismo real”, esto es, el sistema tiránico de Stalin.Tomar conciencia de esta diferencia no equivale a mini-mizar la seriedad del compromiso profesado en su época por sus más inmediatos predecesores en relación con lasexperiencias revolucionarias del siglo XX. Después de suvisita a la URSS en 1920, Russell escribió sobre el régi-men bolchevique en el período de la guerra civil el estudio
más agudo –y con frecuencia singularmente profético– detodos los que los observadores extranjeros habían escritoal respecto6. Por su parte, por motivos de trabajo, Dewey
6 Teoría y Práctica del bolchevismo es un texto sorprendente por la canti-
dad y la agudeza de las previsiones que en él se encuentran. Russell entrevé
la posibilidad de una involución burocrática y nacionalista, el desarrollo futuro
de la industrialización, los posibles límites de la estrategia de la Tercera Inter-
nacional en Europa occidental en la medida en que se base en la experiencia
rusa; incluso entrevé lo que podría ser parangonado con una especie de equi-librio del terror nuclear. Su juicio sobre la experiencia soviética no es siem-
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se trasladó a China pocos días antes del “Movimiento
del 4 de mayo” y apoyó la causa del gobierno de Can-tón, atacando públicamente el papel desempeñado porel imperialismo japonés y el británico en la crisis china.Posteriormente viajó a Turquía por invitación de Kemal;
a México en tiempos de Calles, donde se dio cuenta dela realidad del imperialismo estadounidense, que tambiénexistía en la Nicaragua de Sandino, y a la Unión Soviética
anterior a la colectivización. Por lo demás, sobre todasestas situaciones escribió con entusiasmo y en los últimosaños de la década de los treinta, como ya se sabe, intentóvalerosamente desenmascarar los “procesos de Moscú”7.
A pesar de esto, tales compromisos representaban to-davía de algún modo simples episodios loables más que preocupaciones centrales de hombres para los cuales,dado su territorio y contexto originarios, los movimientosrevolucionarlos permanecían más o menos remotos. Sinolvidarse aún de la Resistencia, cuya fuerza principalhabía sido el PCI, y viviendo en un país separado de larevolución yugoslava apenas por una frontera, y por muy poco más de las recién nacidas democracias populares,
en un país donde la política interna reejaba los interesesdirectos en juego en el conicto entre el Este y el Oeste,
pre coherente y carece de alternativas creíbles para proponer al movimiento
obrero occidental. Pero estas carencias tienen escasa relevancia respecto
del conjunto del panorama que hemos enunciado.
7 Dewey describe su periodo chino, como el más provechoso intelectual-
mente de toda su vida, considerado como una suerte de línea divisoria en su
evolución. En lo que respecta a su reacción frente a las sublevaciones de los
años veinte, cf Dewey 1928. pp. 181 y ss.: con respecto al encuentro entreRussell y Dewey en Hunan y Pekín en 1921, v, Russell , 1922, p. 224.
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Bobbio se encuentra en una situación histórica totalmente
distinta. Su compromiso con el socialismo debía ser nece-sariamente de otro tipo: más tenso y a la vez más íntimo.
La herencia del realismo conservador
Pero en la particular visión de Bobbio existe otro ele-
mento que lo diferencia de sus predecesores. Uno de losmayores y más profundos rasgos comunes de las concep-ciones de Mill, Russell y Dewey era su fe en el- poder socialde la educación. Las perspectivas del socialismo, para Mill,dependían de un incremento cultural, gradual de las clasestrabajadoras, que habría de conseguirse sólo a través de un proceso educativo a largo plazo: hasta entonces cualquiercambio sería prematuro. La mayor inuencia de Dewey
en Norteamérica derivaba, naturalmente, de la LaboratorySchool, fundada por él en Chicago y donde desarrolló unavariante racional-instrumental de la educación progresista(a diferencia de la romántico-expresiva); su best seller enEstados Unidos sigue siendo Democracia y educación
(1939). Russell a su vez combinaba su experiencia peda-gógica en Beacon Hill con la promoción y la difusión delos principios expuestos en Educación y orden social y enotros escritos. El volumen de Russell apareció en 1932.Dewey publicó un libro con el mismo título en 1936.En todos y cada uno de los casos la importancia centralatribuida a la educación estaba vinculada a una particular
concepción del intelectual, entendido como educador
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potencialmente ejemplar.
Bobbio, por el contrario, se ha negado explícitamentea aceptar semejante papel para los intelectuales, con-siderándolo más bien como la mirada particular de los pensadores italianos del período prebélico, y viendo elerror que signicaba unir guras tan distintas entre sí,
como Croce, Salvemini, Gentile, Gobetti, Prezzolini yGramsci mismo, quienes poseían como ilusión común la
tarea principal de “educar la nación” (1974, pp. 664-7;1986b, pp. 3-4, donde rastrea especícamente la versión
italiana de esta idea remontándose hasta la herencia deGioberti en el Risorgimento).
Su escéptica reserva respecto de las propuestas de “re-forma intelectual y moral” o hacia esperanzas demasiadoingenuas asociadas a la Bildung (formación) está, por elcontrarío, acompañada de un profundo respeto por aque-llas tradiciones del “realismo político” particularmentevinculadas en la historia con el rol del poder y la violencia.Esta tradición, que ha asumido casi siempre un carácterconservador, ha tenido profunda inuencia sobre Bobbio,
quien desarrolla este tema en muchos de sus escritos (cf.
entre otros. 1969, pp. 9, 197 y 217; también, 1986, p. 17).En Europa, sus supremos exponentes losócos fueron
Hobbes –teórico par excellence del absolutismo, paraquien la ley sin la espada no era sino un pedazo de papel– yHegel, para quien la soberanía se ponía a prueba no tantoen el ámbito del reforzamiento de la paz interna como en elde la prosecución de la guerra externa, elemento regulador
perpetuo de la vida de las naciones. En Italia este realismo
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asume la forma no de una racionalización especulativa
sino de una indagación concreta: la exploración de losmecanismos de dominio, desde Maquiavelo hasta Mosca yPareto. Bobbio ha sido un comentador cuidadoso y sensiblede los teóricos políticos del elitismo de su país, a quienesdebe algunos de los elementos sociológicos signicativos
de su concepción (cf. en particular 1969).Pero hay un sentido en el cual su apropiación de la
herencia realista lo aparta de la tradición especícamen-te italiana, porque esta tradición se ha traducido en unacultura obsesiva de la política pura, es decir, una políticaconcebida como lucha subjetiva absoluta del poder porsí mismo, a la manera de Maquiavelo. Lo que ha faltadoen esta tradición es un real sentido del Estado, como unconjunto complejo e impersonal de instituciones. Losmotivos de esta carencia son en alguna medida evidentes:la larga ausencia, y posterior debilidad, por mucho tiempo persistente, de un Estado nacional italiano. La originali-dad de Bobbio, en su particular recepción de la tradiciónrealista italiana está en situarse en una perspectiva alejadade la política en cuanto tal –la que concibe como meca-
nismo intrincado a través del cual se toma o se pierde el poder, que tanto fascinó a Maquiavelo, Mosca y también aGramsci, y que persiste aún hoy en Italia en la prensa, enla degradante crónica cotidiana de la vida política y en lalabor parlamentaria–, para orientarse hacia los problemasde losofía política del Estado, mucho más en el centro de
las preocupaciones de Madison, Hegel o de Tocqueville.
Existen dos rmes elementos en las reexiones sobre
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el Estado. El primero está constituido por su incesante
insistencia en que todo Estado reposa, como último recur-so, sobre la fuerza (1981b, p. 165). Esto fue compartido,anota, por Marx y por Lenin, pero ellos combinaron esta pesimista visión del Estado con una concepción optimistade la naturaleza humana, lo que permitía entrever la elimi-nación nal del primero a través de la emancipación de la
segunda; mientras tanto, en lo que respecta a las principa-
les corrientes de la tradición realista, la incorregibilidad delas pasiones requeriría la coerción permanente del poderorganizado para reprimirlas (1985c, pp. 119-25; 1976b, pp. 39-40). Sin pronunciarse directamente sobre la cues-tión, Bobbio considera que en general “todos los estudios políticos se alimentan más de las observaciones –a vecesdespiadadas– de los conservadores que de las construc-ciones, tan rigurosas como frágiles, de los reformadores”(1969. p. 217). El segundo punto, en los hechos lo llevaa acentuar más una tradición conservadora que marxista:toma en consideración el potencial irreductiblementeviolento de las relaciones interestatales, que prescindendel carácter interno del régimen, como elemento consti-
tutivo de la naturaleza de la soberanía política en cuantotal. Precisamente, cuando la lógica de la guerra resultaasí independiente de las relaciones de clase internas, su peligrosidad es descuidada por el marxismo.
La historia y la teoría del conicto militar son para Bo- bbio –por lo menos tanto como para Hegel o Treitschke–necesariamente parte integrante de cualquier reexión
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realista sobre el Estado. Aunque resulte paradójico, es
precisamente este sentido de la centralidad de la guerra para el destino de la política lo que ha hecho de Bobbio –casi excepcionalmente en su país– un rme opositor a la
carrera nuclear y militar, aunque sin embargo deende una
fórmula hobbesiana para lograr la paz internacional o bienla institución de un monopolio de fuerzas armadas en undeterminado superestado con jurisdicción global. Bobbio
opone esta solución “jurídica” a lo que denomina solución“social” clásicamente postulada por el marxismo, según lacual la paz internacional está asegurada con la desaparicióndel Estado. No pretende que esto equivalga a una pacica-ción general de las relaciones sociales desde el momento enque el Estado permanece como una “institucionalizaciónde la violencia”; sólo que esto proporcionaría condiciones para la eliminación de las armas nucleares, problema quehoy requiere una objeción de conciencia absoluta unidaal rechazo de una teoría de la disuasión que la justica
(1979b, pp. 8-10, 21-50, 79-82, 114-16, 202-06).Frente a las tradiciones que derivan de Spencer o de
Marx, Bobbio reniega expresamente; y en este sentido
también de cualquier fe en la necesidad del progreso. Lahistoria revelaría no tanto la astucia de la razón –del malnace el bien– sino más bien la malignidad de la razón: del bien puede nacer el mal (1976b, p. 102). Reconociendo a sumodo la importancia de posiciones como las del pensadorDe Maistre, el pensamiento de Bobbio ofrece un libera-lismo simultáneamente abierto al discurso socialista y al
conservador, al revolucionario y al contrarrevolucionario.
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dictadura entendida como dominio de una clase, o de una
parte de la sociedad sobre otra, y dictadura consideradacomo ejercicio de la fuerza política exenta de cualquiernorma, según la famosa denición de Lenin, confusión en-tre dos signicados completamente distintos del término:
como orden social, en sentido genérico, y como régimen político en un sentido más estricto (1955, pp. 150-152).
Bobbio observa que una tradición premarxista aceptaba
la necesidad de una dictadura revolucionaria para cambiarla sociedad: la que va desde Babeuf hasta Buonarotti pa-sando por Blanqui. Lo que el marxismo introduce comonovedad en la noción clásica de dictadura –gobierno almismo tiempo excepcional y de breve duración, comolo concebían los romanos– es la transformación en lasustancia universal e inalterable de todos loa gobiernos, previo el advenimiento del comunismo, es decir, de unasociedad sin clases.
Contra esta confusión teórica Bobbio destaca la insus-tituible importancia del surgimiento de las institucionesliberales –Parlamento y libertades civiles– precisamentedentro de lo que es una sociedad de clases, dominada por
un estrato social capitalista, de manera tal sin embargoque ejercita su dominio en el interior de una estructurade reglas en condiciones de garantizar ciertas libertadesfundamentales a todos los individuos, prescindiendo desu clase de pertenencia. La democracia política repre-senta, histórica y jurídicamente, un bastión indispensablecontra los abusos de poder. Originariamente liberal en el
siglo pasado, en este siglo ella continúa siéndolo en su
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versión institucional. “Cuando uso la fórmula ‘liberal-
democracia’, escribe Bobbio, no la uso en un sentidolimitativo –desde el momento en que no podría haber unademocracia no-liberal– sino para denotar la única forma posible de democracia efectiva” (1955, p. 178). La funciónesencial de una democracia de este tipo es la de asegurarla libertad negativa de los ciudadanos ante la prepotencia –real o eventual– del Estado, es decir, la posibilidad de
hacer lo que más les plazca sin impedimentos jurídicosexternos. Los mecanismos de esta garantía son dobles yestructuralmente indisolubles: por un lado, derechos civi-les para cada uno de los ciudadanos, por el otro, asamblearepresentativa a nivel nacional. El nexo entre ellos es loque Bobbio identica como el núcleo del Estado consti-tucional, cualquiera sea la base electoral que haya tenidoen las diferentes épocas de su existencia. Como tal cons-tituye una herencia que puede ser utilizada por cualquierclase social. Bobbio sostiene que su origen histórico notiene relación alguna con su uso contemporáneo, Igualque ocurre con cualquier instrumento tecnológico, como por ejemplo el ferrocarril o el teléfono. No existen moti-
vos para que la clase obrera no pueda apropiarse de estemecanismo para su propia construcción del socialismo, yademás ella tiene las razones más urgentes para hacerlo.Porque en la concepción de Bobbio, como expresa enuna frase que recuerda intencionalmente los dogmas delmaterialismo histórico, “las instituciones liberales per-tenecen a aquella cultura material cuya técnica importa
esencialmente transmitir de una civilización a otra” (ibíd.,
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pp. 142 y 153-4).
Democracia representativa vs. directa
En sus polémicas con Della Volpe y Togliatti. Bobbiono tuvo dicultad en demostrar las contradicciones entre
este nexo liberal institucional y el estado de cosas reinante
en la Unión Soviética, donde había sido proclamada ladictadura del proletariado, a sus ojos una dictadura tout
court , completada con la “fenomenología de los gobiernosdespóticos de todos los tiempos”, o sea lo contrario decualquier tipo de democracia (ibíd., 1955, p. 157).
Pero esta contradicción inicial abarcaba sólo la mitadde su intención polémica. En efecto, la democracia libe-ral debía ser denida y defendida de otro enemigo, o porlo menos de otro modelo. Como Bobbio ha destacadosiempre, la democracia no puede ser sino representativa,o indirecta. La única alternativa formalmente concebiblesería entonces una democracia delegada, o más directa.En la década de los sesenta eran pocos en Italia los que
estaban dispuestos a defender la dictadura, del proletariadoo de otro tipo, pero no eran pocos sin embargo los quecreían que era posible una democracia más directa que lavigente en el ordenamiento parlamentario. Se auspiciabauna democracia conciliar, estructuralmente adaptada a unsocialismo avanzado de la misma manera como lo es lademocracia representativa respecto del capitalismo avan-
zado. Este fue el verdadero blanco de las intervenciones
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teóricas de Bobbio entre 1975 y 1978. Su ataque fue
principalmente dirigido contra lo que llamaba el “fetiche”de la democracia directa. Aunque no negaba el amplio pedigree de esta idea, que venía desde la antigüedad y pasaba a través de Rousseau hasta llegar a su integracióncon el materialismo histórico, se rehusaba a reconocersu validez y aplicabilidad en las sociedades industrialesmodernas.
¿Cuáles son pues sus argumentos en contra de ella?En realidad son dobles: estructurales e institucionales.Partiendo de razones históricas generales, Bobbio insiste yrepite el argumento acostumbrado según el cual la dimen-sión y la complejidad de los Estados modernos impidenab initio la participación popular directa en las decisionesnacionales en la medida en que esto es técnicamente im- posible. Lo cual no signica, agrega, que él considere el
Estado representativo existente como el non plus ultra dela evolución de la democracia. Democracia representativay democracia directa no son antitéticas, representan uncontinuum morfológico. “En este continuum no existeninguna forma que sea buena en sentido absoluto, ni
ninguna que sea mala en sentido absoluto, sino que cadauna es buena o mala según los lugares, los tiempos, lasmaterias, los sujetos” (1976b, p. 57). Tal contextualización parecería suavizar la dureza de la contradicción inicial,que Bobbio individualiza, entre democracia representativay democracia directa. Pero en la práctica critica o rechazatoda forma institucional especíca de democracia directa
que examina. En primer lugar el referéndum, un elemento
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principal de tal forma de democracia, presente por ejemplo
en la Constitución italiana de la posguerra (que la distin-gue de otras más conservadoras de otros países de Europaoccidental), que podría ser admisible con intermitencias,como una medida a adoptar para consultas excepcionalesa la opinión pública cuando ésta estuviera dividida en dos partes más o menos iguales a propósito de un problemade gran importancia o de denición simple. Pero el refe-
réndum es un instrumento absolutamente inadecuado parala mayor parte del trabajo legislativo, que trasciende, enmucho, la capacidad del ciudadano normal en cuanto almantenimiento del interés por los negocios públicos; enefecto, los electores no pueden decidir todos los días loreferente a una nueva ley, como sucede en la Cámara deDiputados. Además en el referéndum, advierte Bobbio, elelectorado está atomizado, privado de sus usuales guíaso mediadores: los partidos políticos. Así las cosas, él hadeplorado la multiplicación de los referéndums en losúltimos años (ibíd. p. 59: en 198la, pp. 10-11, Bobbiodescribe el “estallido” de los referéndums de los añossetenta como culpables de “lesa democracia”). Ni siquie-
ra las asambleas populares, como las concibe Rousseau,son un mecanismo válido para la democracia directa enlas sociedades modernas. Practicables a lo sumo en las pequeñas ciudades-Estado de la antigüedad, tales institu-ciones son físicamente imposibles en los Estado-nacionescontemporáneos con sus millones de miembros. Antes bien, hasta donde ellas han funcionado esporádicamente a
nivel local, en realidad circunscritas, han demostrado con
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frecuencia que son fácilmente alterables por la demagogia,
por la sugestión carismática, como lo demuestra la tristeexperiencia del movimiento estudiantil. Por otra parte, larevocabilidad de los mandatos –un elemento cardinal enla concepción de una democracia más directa para Marxy Lenin– es decididamente nefasta porque históricamente,así lo considera Bobbio, es algo típico de las autocraciasen las que el tirano puede destituir a sus funcionarios en
cualquier momento.Su complemento positivo, el mandato obligatorio e
inderogable, existe de facto en los parlamentarismos eu-ropeos modernos, y se maniesta en la disciplina férrea
impuesta por los partidos a sus diputados; este resultaun punto débil de la democracia ya existente, algo delo cual debemos lamentarnos antes que considerarlo un punto fuerte para una democracia futura. Para Bobbio, laidea misma de un mandato vinculante es incompatiblecon el principio que considera a los parlamentarios comorepresentantes de intereses generales más que sectoriales, principio para Bobbio esencial en la democracia parla-mentaria (1976b, pp. 59-62). Por lo tanto su admisión
de que elementos de la democracia directa podrían serintegrados como algo complementarlo en los órganos re- presentativos es puramente nominal. El único ejemplo quecita con aprobación es una reunión interna en una facultaduniversitaria. El espíritu de su posición está expresado enel rechazo de la idea misma de democracia directa mani-festado por Bernstein y Kautsky, a los que menciona como
inspiradores de su propia visión del problema (1984b, pp.
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34-41 y 47-52; 1976b, pp. 94.6 y 109-110).
Las promesas incumplidas
Defensa de la democracia representativa, crítica de lademocracia directa, rechazo de la dictadura revolucionaria;en líneas generales, los argumentos de Bobbio podrían ser
comparados con la doctrina de cualquier liberal lúcido, oser leídos como una adhesión más o menos incondicional al statu quo occidental. ¿Dónde comienza su anticonformis-mo, para no hablar de su socialismo? Debemos encontrarloen su análisis de nuestra democracia representativa, queél por lo demás elogia. Ese es verdaderamente el puntoneurálgico del pensamiento de Bobbio, donde puedenser individualizadas de la manera más clara las tensionesintelectuales que lo conforman y otorgan a su posición elmayor interés político y teórico. En efecto, por una parteBobbio enumera una serie de procesos objetivos que,según él, tienden a disminuir y minar la democracia repre-sentativa tal como la aprecia, esto es, el clásico esquema
de un Estado liberal-constitucional basado en el sufragiouniversal de la población adulta, el modelo difundido entoda el área del capitalismo avanzado después de la Se-gunda Guerra Mundial.
¿Cuáles son estos crecientes obstáculos al buen funcio-namiento de la demacrada representativa? Pueden ser apre-sados en pocas palabras de la manera que sigue. Ante todo,
la autonomía del ciudadano individualmente considerado
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ha sido completamente eclipsada por el predominio de la
organización en gran escala. La magnitud y la complejidadde las sociedades industriales modernas tornan necesa-riamente impracticable la integración de las voluntadesindividuales en la voluntad colectiva, de la manera en queera postulada por el pensamiento liberal-democrático clá-sico. En cambio surge un conicto entre reagrupamientos
oligárquicos y otros ya consolidados, cuya interacción, sea
ella a nivel político-partidario o socio-económico, toma laforma típica de una concertación corporativa que mina el principio mismo de representación libre tal como ha sidodelineado por Burke y Mill.
El ingreso de las masas en el sistema político, con eladvenimiento del sufragio universal, no ha podido contra-rrestar estas tendencias. Más bien ha generado fatalmenteuna hipertróca burocratización del Estado, que por otro
lado es el resultado de las justicadas presiones populares
para la creación de administraciones basadas en el bienes-tar y en la seguridad social, que luego, paradójicamente,se hacen cada vez más obstructoras e impermeables acualquier control democrático. Al mismo tiempo, el avan-
ce tecnológico de las economías occidentales hace que sucoordinación por parte de los gobiernos y su direcciónsean cada vez más complejas y especializadas.
El resultado es el surgimiento de un abismo entre lacompetencia –o más bien la incompetencia– de la granmayoría de los ciudadanos y la calicación de unos pocos
que, sólo ellos, poseen algún conocimiento: es por lo tanto
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inevitable la formación de una tecnocracia. Y además, en
lo que respecta a los ciudadanos, existe la tendencia delas democracias occidentales a que se hundan cada vezmás en la ignorancia civil y en la apatía. Una situaciónastutamente fomentada a través de los medios de comuni-cación predominantes, dirigidos a la distracción comercialy manipulación política. Como consecuencia de ello, losverdaderos electores se transforman exactamente en lo
contrario de la gura del sujeto políticamente activo y cultoque debería estar en la base de una democracia operativa,según la visión de los teóricos clásicos del liberalismoclásico. En n, y aquí Bobbio se une al leitmotiv general delos años sesenta, la combinación de las múltiples presionescorporativas, del insoportable peso de la burocracia, delaislamiento de los tecnócratas y de la masicación de la
ciudadanía, todo ello se convierte en una “sobrecarga” dedemandas que atraviesa el sistema político, sabotea su ca- pacidad de lograr decisiones efectivas, y lo conduce de esamanera a una parálisis creciente y por lo tanto al descrédito(1984b, pp. 10-24): bajo algunos aspectos el análisis en El futuro de la democracia está menos hábilmente arti-
culado que de costumbre: aquí no plantea analíticamenteuna distinción entre sus “promesas incumplidas” y sus“obstáculos imprevistos”).
Esa es la primera serie de críticas lanzadas por Bobbiocontra nuestro orden político moderno, donde agudiza susacusaciones hablando de las “promesas incumplidas” dela democracia representativa, expectativas de libertad que
ella no ha sabido concretar. Pero al mismo tiempo insisteen que tales promesas nunca habrían podido ser cumpli-
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das. En efecto, los obstáculos históricos contra los cuales
han chocado no son, para Bobbio, hechos contingentes.Todos los procesos que enumera cruelmente, y que hanfrustrado las esperanzas de los teóricos clásicos de lademocracia liberal, son implacables, pero son igualmentetransformaciones objetivas de las condiciones de nuestraconvivencia social, a las cuales nadie puede escapar. Ellasson, por decir así, carencias necesarias de la democracia
representativa establecida.Sin embargo, a veces en los mismos textos Bobbio
presenta con respecto a esta democracia una serie decríticas cuyo sentido es diametralmente opuesto. Aquí suobjeción a la democracia parlamentaria contemporáneano concierne a las premisas que ella no ha sabido cumplirsino a aquellas que nunca ha podido formular. Lo queBobbio observa en este caso es la ausencia general decualquier democracia –en las sociedades occidentales–fuera del recinto de las instituciones legislativas mismas.Los parlamentarios están rígidamente alejados, de ma-nera estructural, del resto de las instituciones. Tambiénel Estado contiene aparatos administrativos con carácter
profundamente autoritario que, como él explica, preexis-tían a la consolidación de la democracia representativa yque continúan en gran medida siéndole incontrolables.“Lo que nosotros, para ser breves, llamamos Estadorepresentativo siempre ha debido hacer las cuentas conel Estado administrativo, que es un Estado que obedecea una lógica del poder completamente distinta, descen-
dente no ascendente, secreta no pública, jerarquizada noautónoma”, y agrega, “la sumisión del segundo al primero
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nunca se ha logrado del todo” (1976b, p. 63). “El ejército,
la burocracia y los servicios secretos constituyen el ladooculto de la democracia parlamentaria. Del complicadoy desmesurado edicio del Estado contemporáneo, una
constitución, también perfecta, muestra sólo su fachada. No permite ver nada o casi nada de lo que hay dentro odetrás. No se habla de los subterráneos” (1981b, p. 170).Fuera del Estado, las instituciones características de la
sociedad civil demuestran una ausencia de democracia prácticamente uniforme. Los principios de la representa-ción ocupan en la vida social, sumado todo, un espaciorelativamente pequeño: en las fábricas, en las escuelas,en las iglesias y en las familias la autocracia continúa deun modo o de otro siendo la regla. Bobbio no consideraque la falta de democracia en estas instituciones tenga unsignicado intercambiable. Aquí sus críticas son las del
marxismo clásico. Advirtiendo que “los organismos queel ciudadano llega a controlar son centros de poder cadavez más cticios”, arma que “los distintos centros de
poder de un Estado moderno, como la gran empresa, olos mayores Instrumentos de poder real (como el ejército
y la burocracia) no están sometidos a control democráticoalguno” (1976b, p. 17); y agrega que “los grandes bloquesde poder descendentes y jerárquicos en-toda sociedadcompleja, que son la gran empresa y la administración pública, no han sido hasta ahora ni siquiera tocados por el proceso de democratización” (1984b, p. 47). Su veredictoglobal sobre el equilibrio de los poderes en el interior del
ordenamiento occidental es inequívoco: “también en una
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La antinomia no resuelta
Ahora bien, la contradicción –la incompatibilidadfundamental– de este último aspecto del pensamiento deBobbio con el precedente resulta notoria. Aquí él insistesobre las carencias o límites no esenciales de la democraciarepresentativa, carencias que presenta como potencialmen-te superables por medio de la extensión de los principios
democráticos mismos, más allá de sus límites actuales,hacia el interior del Estado y a través de la sociedad civil.La sinceridad de sus intenciones no cabe ser puesta enduda. ¿Pero cómo puede adquirir relevancia una crítica deeste tenor para un orden político que no está ni siquieraen condiciones de realizar sus mismos principios dentro de sus límites, no por la falta de libertad subjetiva sino por el peso de irresistibles presiones objetivas? 0 bien lademocracia representativa está fatalmente destinada a unarestricción de su sustancia, o bien puede potencialmenteorientarse hacia una ampliación de esa sustancia. Peroambas alternativas no pueden ser verdaderas al mismotiempo. A veces Bobbio parece ser consciente de esto y
busca aligerar las contradicciones con fórmulas como:“Pedimos cada vez más democracia en condiciones ob- jetivamente cada vez más desfavorables” (1976b, p. 46).Pero se trata de una toma de conciencia momentánea. Engeneral Bobbio no parece verdaderamente consciente decuán radical y central es esta contradicción para su dis-curso global. No existe reexión directa alguna sobre el
signicado de la antinomia fundamental en su teoría de
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la respuesta nos parece bastante clara: una socialdemocra-
cia moderada. Es el mismo Bobbio quien prácticamente propone tal denición. En sus escritos ha sido un tema
recurrente el contraste entre las ventajas que la Europa del Norte ha sacado por el hecho de tener gobiernos socialde-mócratas efectivamente reformadores, contra las desventu-ras que ha experimentado Italia a causa de las divisiones deun movimiento obrero incapaz de desaar la arrogancia y
la corrupción de la hegemonía democratacristiana. En losaños cincuenta Bobbio invocaba la experiencia positiva delgobierno de Attlee en Gran Bretaña, criticando indirecta-mente al PCI (1955, p. 50). Luego, en los sesenta, presentala etapa de formación de la política italiana posterior ala Primera Guerra Mundial como un período de trágicoextremismo en el cual las fuerzas opuestas, de la derechay de la izquierda subversiva, superaron los mejores im- pulsos del conservadurismo y del reformismo moderados,con consecuencias desastrosas para la democracia italiana(1986b, pp. 114-115). En los años setenta criticó al PCI por la propuesta de la terza via entre stalinismo y social-democracia, deniéndola como una retórica vacía para un
uso estratégico que servía sólo para ocultar la necesidad deuna elección clara entre métodos dictatoriales o métodosdemocráticos de reforma social y que sólo agotaba la gamade las elecciones posibles. Las declaraciones acerca de la particularidad italiana, sobre la cual estaría basada unatercera vía superior, no pasaban de presunción intelectual,como si este país atrasado –cuyas únicas peculiaridades
relevantes eran la maa, la corrupción pública, la evasión
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a los métodos más que a los objetivos. Bobbio no suscribe
el proyecto social que la socialdemocracia ha dirigido y perseguido en Occidente, y no excluye la posibilidad deun tercero, o también un cuarto o un quinto modelo desociedad alternativo, preferible a los dos modelos antagó-nicos hasta ahora existentes, y en este sentido distinto deuna tercera vía que marche hacia uno de éstos. La cuestióncentral es que cada paso hacia el socialismo en países con
instituciones liberales debe mantenerlas y avanzar a travésde ellas. El realismo histórico de Bobbio lo lleva a negarque puedan existir otras vías para la superación del capita-lismo en otros períodos y en otros lugares. La democraciano es un valor suprahistórico: “El método democráticoes un bien precioso pero no es para todos los tiempos ni para todos los lugares”. En particular podríamos hallarnosen situaciones de emergencia, o casi insurrección revolu-cionaria, “de paso violento de un orden a otro, donde elmétodo democrático no sirve, y sus reglas de juego, cuandolas hay, deben dejarse de lado” (1976b, p. 74).
Dónde la aplicación es imposible, Bobbio no se ilusio-na con que el mismo orden liberal haya nacido merced a
vías liberales. Surgió después de una dura y sanguinarialucha contra los anciens régimes –lucha conducida poruna “minoría de intelectuales y de revolucionarios”– consu episodio fundante en el “pulular de sectas religiosas yde movimientos políticos” durante la revolución inglesa(1955, pp. 55: 1985a, p.35)8.
8 A este respecto, Liberalismo e democrazia contiene el análisis más ex-tenso sobre las variantes históricas y las vicisitudes del liberalismo del siglo
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Igualmente, la base del orden democrático que de ella
derivó: el gobierno de la mayoría, vislumbrado por prime-ra vez por los levellers (partido republicano y democráticoque nació en Inglaterra durante la guerra civil) tuvo origenen “circunstancias históricas particulares cuyo nacimientono depende generalmente de un decisión tomada en baseal principio de mayoría” (ibíd., p. 36: 1981a, p. 35). Lacapacidad de Bobbio para advertir los orígenes insurrec-
cionales del Reichstaat , o la matriz coercitiva de unademocracia consensual, no es simplemente un signo de suindependencia con respecto del convencionalismo pío y bien pensante; reeja también un realismo que deriva de la
tradición de los teóricos italianos de la elite. Aunque estatradición tuvo comienzo en las formas “saturninas” delconservadurismo de Mosca y Pareto, ella se desplazó, conla generación posterior, a las manos de democráticos mo-derados, hombres como Burzio y Salvemini, de los cualesBobbio la asimiló sin hesitaciones. “¿Pero qué régimen noes fruto de las vanguardias conscientes y organizadas?”, pregunta una vez a un interlocutor comunista (1955, p.55). Y también arma: “Los cambios cualitativos en la
historia, o los procesos revolucionarios, son obra de lasminorías” (1983, p. 20).
Vías hacia el socialismo
Pero una vez que se ha establecido un orden políticodemocrático, Bobbio excluye taxativamente su transfor-
pasado, acompañado con una aguda valoración de Mill.
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mación a través de cualquier modelo análogo. El pasado
de la democracia liberal es examinado con un historicismomesurado y su presente con un absolutismo categórico.La inuencia de Croce, famoso por le sang froid de suhistoria de la libertad, consolidada hasta por los crímenes perpetuados en contra suya, inspira la primera posición: elrecurso a la teoría de los derechos naturales, aborrecida porCroce, sostiene la segunda. Jugando tácitamente con estos
dos registros: el idealismo ítalo-germánico y el empirismoanglo-francés, Bobbio se maníesta sin duda incoherente.
Y en esto no rompe con la tradición de un liberalismo ge-nérico que, en efecto, requiere alguna mezcla de este tipo.
La losofía del derecho de Bobbio revela la misma
tensión. Por una parte ha sido un exponente del positivismo jurídico más resuelto que el mismo Kelsen, poniendo en
evidencia el carácter histórico contingente de la «normafundamental» de este último, la cual puede ser vista comouna expresión de la «ideología liberal». Por otro ladocomparte los valores del Reichstaat tal como fueron con-cebidos por Kelsen, de suerte que se ve empujado hacia
una posición de identicación con el derecho natural (del
tipo del que fue objeto de la crítica positivista originaria)aunque ahora traspuesta a lo que Bobbio denomina un“plano metajurídico”9. El mismo conicto entre un rechazo
intelectual y una adhesión política a los fundamentos delderecho natural se encuentra en el análisis que Bobbiodesarrolla respecto de los derechos humanos. Estos, insiste
9 Para un desenlace renado de las contradicciones que surgen de todoesto, v. Gotta, pp. 41-5.
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con vigor, forman un cúmulo de demandas mal denidas
–en continua evolución y con frecuencia recíprocamenteincompatibles– ninguna de las cuales puede ser consi-derada “fundamental” desde el momento en que lo que parece básico y primordial es siempre particular para unadeterminada época o civilización. Por otra parte, ahoraque todos los gobiernos reconocen su codicación según
la Carta de las Naciones Unidas, los problemas de su fun-
damento teórico han sido obviados por el advenimientode una “universalidad de hecho”, por lo tanto no existenecesidad de justicarlos en el plano losóco sino sólo
de proyectarlos en el plano político. (Para el corte de estenudo gordiano, véase 1979b, pp. 119-157).
La dicultad para Bobbio surge después porque, en
efecto, todos los países en los que prevalece la democra-cia liberal son capitalistas. En este marco, ¿cómo puedeser logrado el socialismo? La honestidad y la lucidez deBobbio no le permiten eludir y olvidar el problema, perono da una respuesta clara y precisa. Se evidencian aquí lasvacilaciones de su pensamiento pero las conclusiones a lasque tiende son inequívocas. En realidad examina las dos
únicas estrategias coherentes que cree que permanecendisponibles para lograr un socialismo válido. Las describecomo reformas estructurales desde lo alto e incrementode la participación democrática desde abajo. ¿Cuál es aln su veredicto? Maniesta un letal escepticismo hacia
ambas. Escribiendo sobre las reformas estructurales se pregunta: “aun admitiendo que las transformaciones
totales pueden ser el resultado de una serie de reformas
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parciales, ¿hasta qué punto el sistema está dispuesto a
aceptarlas? Si quienes están amenazados en sus interesesreaccionan con violencia, ¿qué otra cosa se puede hacersino responder con violencia?” (1976b, p. 85). En otrostérminos, los mecanismos fundamentales de acumulacióny de reproducción capitalista podrían ser intrínsecamenteresistentes a un cambio constitucional e imponer unaalternativa que convierte en marginal la noción misma
de reforma estructural: o se respetan las estructuras o seinfringen las reformas. Bobbio jamás ha demostrado graninterés por la estrategia de las reformas estructurales cuyahistoria se extiende hasta los debates en Bélgica y Franciaen los años treinta. Pero con frecuencia ha insistido, comoya hemos visto, en una perspectiva de democratización progresiva de la sociedad civil. Por lo tanto podríamosesperar que se expresara en términos más entusiastassobre la potencialidad de esta estrategia. Sin embargosu conclusión es igualmente pesimista: “Me parece máslícita la sospecha de que la progresiva ampliación de la base democrática encuentra una valla insuperable (digoinsuperable en el ámbito del sistema) en las puertas de la
fábrica” (ibíd.).10
La posibilidad de un reformismo radical está exclui-da por las características mismas del orden económicodel cual surge la exigencia. Tales dudas, concurrentesen su lógica, tienden en efecto a quitar terreno a la vía
10 Y últimamente el alcance del escepticismo de Bobbio se ha atendido de
la fábrica a toda la sociedad civil. “La extensión de las instituciones democrá-
ticas a la sociedad civil, me parece hoy más que una solución, una ilusión”(1984a, p, 20).
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parlamentaria-democrática al socialismo, a la cual Bobbio
formalmente adhiere. Por lo demás, las dudas se incremen-tan y se hacen más radicales cuando de lo que se trata esdel destino de la democracia bajo el socialismo, una vezalcanzada una sociedad sin clases. Habíamos visto que elliberalismo de Bobbio no es de tipo económico: él jamásha demostrado una particular predilección por el mercado.Pero con el mismo motivo tampoco ha demostrado nunca
ni siquiera un gran interés por las alternativas económicasal mercado. El capitalismo, como sistema de producción yno como una serie de injusticias en la reproducción, es dealgún modo algo más que un trasfondo apenas reprobable por Bobbio. En su conjunto es rechazado, pero a la veznunca es analizado. Por consiguiente, cuando razona sobreel socialismo, el cambio en la propiedad de los medios de producción no constituye para él un valor positivo por símismo. Antes bien, la socialización, más allá de los límitesde la economía mixta, sólo tiende a evocar el fantasmade un Estado omnipotente que se apoderaría de la vidaeconómica así como de la vida política: se trata pues de unviejo miedo liberal. El resultado es que nalmente Bobbio
termina por predecir que en un régimen socialista no sóloexistirían los mismos obstáculos para la democracia queen un régimen capitalista sino que los peligros serían enverdad mayores: “Estoy convencido que la democraciaen una sociedad socialista es todavía mucho más dicil”
(1976b, p. 83).Una conclusión al menos paradójica para un socialis-
ta democrático. Pero estas dos reexiones, la probable
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inviabilidad de una vía democrática hacia el socialismo
y los mayores riesgos para la democracia en medio delsocialismo, ponen involuntariamente de relieve la elecciónhistórica última de Bobbio. Entre liberalismo y socialismo,en la práctica, opta por el primero. A veces justica su
preferencia sosteniendo que es en realidad la opción másradical. En este mismo sentido escribe que la democraciaes una idea “mucho más subversiva que el socialismo
mismo” (ibíd., p. 53). En la actualidad no es sólo Bobbioquien sostiene esta armación. Está difundido también
su modo de justicarla: redenir el socialismo como una
forma especíca de la democracia o una concreción parcial
de un concepto de ella de orden superior; así las cosas, éldeclara su inclinación por un concepto de socialismo que“pone el acento más en el control del poder económicomediante la extensión de las reglas del juego democráti-co a la fábrica, y en general a la empresa, que en el pasode una forma de producción a otra” que comportaría “lacolectivización integral de los medios de producción”(1986a, p. 115). El signicado de este párrafo, que ha
resultado casi un topos en las discusiones recientes, está
en la sustitución que efectúa. La reconceptualización delsocialismo como democracia esencialmente económicaresponde a un doble propósito. Sirve al mismo tiempo para apropiarse de la legitimación central del orden polí-tico existente para la causa de un cambio social y evitarel obstáculo ideológico vital para la realización de talcambio: vale decir la institución de la propiedad privada.
Su lógica es un circunloquio: la palabra que no se quiere
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pronunciar es “expropiación”, tesis que tiene tras de sí
una larga tradición. Precisamente fue el mismo Mill elque probablemente se constituyó en su primer teóricoexplícito, al considerar el socialismo como el crecimientogradual de una democracia industrial que se puede permi-tir dejar intacta la propiedad de los medíos de producción,atribuyendo a los trabajadores poderes gerenciales sobreello “sin violencia ni explotación”.
La esperanza de Mill era que las sociedades coope-rativas demostraran su buen funcionamiento como parainducir progresivamente a los trabajadores a superar unavisión sólo salarial del trabajo. En aquellas circunstancias“tanto los capitalistas privados como las asociacionesencontrarían necesario englobar gradualmente a todos lostrabajadores en la repartición de las ganancias”. A travésde este proceso, pensaba Mill, podría producirse un “cam- bio de sociedades” que “sin violencia o expoliación, o sinsiquiera una imprevista alteración de los hábitos consoli-dados o de las expectativas, habría realizado, al menos enel sector industrial, la mejor aspiración democrática”, endenitiva alentando a los capitalistas a prestar su capital
a los trabajadores “a una tasa de interés decreciente ynalmente acaso a cambiar su capital a través de présta-mos anuales a término”. Mill desarrolla estas reexiones
en las ediciones de 1852 y de 1865 de los Principios de
economía política (v. también Mill 1965, p. 793). Entrelos teóricos modernos acaso sea Delhi el más cercano a lasideas expresadas por Mill en este sentido (v. su reexión
sobre la propiedad cooperativa y su concepción de los
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pasos experimentales: pp. 148-160).
La misma operación intelectual, impulsada por seme- jantes motivaciones, se puede encontrar en Russell, paraquien “el autogobierno en la industria” era “el largo camino por el cual Inglaterra puede aproximarse mejor al comu-nismo”. “Los capitalistas dan valor a dos cosas: poder ydinero; muchos de ellos dirigen su atención sólo al dinero.Es más sensato concentrarse antes sobre el poder, tal como
ha sido hecho tratando de fundar el autogobierno en laindustria, sin conscar las ganancias capitalistas. De esta
manera los capitalistas son transformados gradualmente enhombres superuos, su función en la industria resulta nula
y ellos pueden en denitiva ser expropiados sin desorgani-zar la industria y haciendo imposible e inecaz cualquier
lucha por parte de ellos” (Russell 1920, p. 183).De esto Dewey tenía su propia versión, como lo demos-
traba cuando aspiraba a superar “métodos autoritarios dedirección” en las empresas, “dañosos para la democracia” porque operaban contra “una comunicación efectiva en quese da y se toma” o contra el “diálogo libre” ( Dewey 1915, p. 46). Aquí como en otras partes Dewey anticipa algunos
temas centrales de los escritos de Habermas. Sosteniendoque América exigía una losofía que “habría articulado
los métodos y los nes del sistema democrático”, armaba
que “la losofía que formule este método será aquella que
reconozca el primado de la comunicación” dado que “los prejuicios relativos a la condición económica, de religión,de raza, ponen en peligro la democracia porque hacen
surgir barreras a la comunicación o desvían y distorsionan
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su acción” (ibíd., 1915, pp. 46-7).
La reaparición de esta sustitución en Bobbio testimoniasu persistencia como leit motiv en los intentos posteriores para conjugar liberalismo y socialismo. Si el resultado práctico hasta hoy ha sido demasiado exiguo, en parte larazón está en el hecho de que las principales institucionessociales generalmente no se dejan descartar de maneraindolora. Las prerrogativas de la propiedad privada for-
man un bastión extremadamente sólido para la ideologíadominante en el capitalismo, cuyo poder positivo estáulteriormente forticado por el mensaje negativo intro-ducido a través de la división del trabajo: que la jerarquíaorganizativa es la condición de la eciencia industrial.
Conjuntamente, estos dos principios han sido hasta aho-ra un gran obstáculo para los reclamos de democraciaeconómica, que por otro lado muy rápidamente quedanconvertidos en objetivos humanamente irrealizables. ¿Po-demos luego considerar como casual que en contraste conla extensión del sufragio universal –sobre el que han sidooptimistamente modelados– los derechos de cogestión enla industria se hayan demostrado tan raramente efectivos
y hayan sido fácilmente diluidos o invertidos?
Democracia y capitalismo
Bobbio es demasiado realista para no ser consciente deestas dicultades. Su invocación de la democracia como
algo más subversivo que el socialismo es más táctica que
sistemática. Su verdadera convicción es exactamente laopuesta: “La aceptación del régimen democrático presu-
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pone la aceptación de una ideología moderada” (1986a, p.
114). En efecto, “decisiones de mayoría en un sistema polí-tico basado en el sufragio universal permiten cambios en el sistema pero no dan lugar a un cambio del sistema” (1983, p. 20). La permanencia del orden social capitalista resulta,en otras palabras, la premisa de una efectiva participaciónen el Estado representativo. Paradójicamente, como ad-vierte cándidamente el mismo Bobbio, esto no signica
que si el capitalismo es intocable como consecuencia lo seatambién la democracia. La historia nos enseña otra cosa.“En la democracia no se puede cambiar, si por cambio seentiende un salto cualitativo, pero la democracia puedemorir” (ibíd, p. 21). Si todavía debe ser descubierta unavía parlamentaria al socialismo las experiencias italiana yalemana de entreguerra nos recuerdan que existe una vía parlamentaria al fascismo. Esta realidad incómoda debeser afrontada. Para Bobbio, ella no disminuye el valorde la democracia liberal, pero acrecienta la necesidad de barreras constitucionales para protegerla.
Al n de cuentas, estas siguen siendo sus preocupacio-nes más constantes. De los dos problemas: ¿“quién gobier-
na”? y ¿“cómo gobierna”?, en 1975 Bobbio declaraba sinvacilación alguna que no tenía dudas sobre el hecho deque “el más importante ha sido siempre el segundo, no el primero” (1976b, p. 38). En otras palabras: lo que importa siempre no es cuál es la clase en el poder sino el modocomo lo administra. Aquí se maniesta en su nivel más
profundo la elección de Bobbio por el aspecto liberal de
su pensamiento. Por la misma razón, entre las dos críticas
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de la democracia representativa que se encuentran en sus
escritos, la conservadora tiene mayor peso respecto de lasocialista. En los escritos más recientes este análisis, segúnun esquema conocido, tiende fácilmente a convertirseen una apología perversa. Así, haciendo de necesidadvirtud, Bobbio puede escribir: “La apatía política no esdel todo un síntoma de crisis de un sistema democráticosino, como de costumbre se observa, un signo de perfecta
salud” (1984b, p. 61). Todo esto signica una “benevo-lente indiferencia” por la política en cuanto tal, que sefunda en el buen sentido. En efecto, en las sociedadesdemocráticas, el mayor cambio social en general no estotalmente el resultado de una acción política sino del progreso de las capacidades tecnológicas y de la evoluciónde las manifestaciones culturales, que por otro lado son procesos moleculares involuntarios más que intervencio-nes legislativas deliberadas.
Esta “transformación continua”, a través del ujo de
intervenciones y de la adaptación de las costumbres,reduce en mucho el signicado del “reformismo” cuya
importancia ha sido sobrevaluada por la socialdemocracia
(1985b, pp. 67-68). En estas condiciones es preferibleaceptar el orden político del día –competencia limitadaentre entes– más que arriesgar la estructura constitucionalcargándola de demandas demasiado ambiciosas. Con suhabitual vivacidad Bobbio expresa esto de la siguientemanera: “Nada es más peligroso para la democracia queel exceso de democracia” (1984b, p. 13). Una na fórmula
elitista y reexión tan vieja como la oligarquía romana:
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“Demasiada libertad acabaría reduciendo a la servidumbre
al pueblo libre” (Cicerón: República, I, 68).
5. UNA FÓRMULA QUÍMICA INESTABLE
La desilusión italiana
¿Cómo deberíamos juzgar estas últimas notas? Pode-mos buscar su signicado en dos niveles. En el primero,
ellas sin duda reejan una cierta experiencia personal que
ha marcado profundamente a Bobbio y de la cual él escompletamente consciente: una desilusión especícamente
italiana. Se podría decir que en ningún país de Europaoccidental tanto como en Italia se habían volcado sobrela izquierda esperanzas políticas tan justicadamente
signicativas en los años próximos a la nalización de la
guerra; Italia había producido la mayor resistencia popular,el fermento intelectual más vital y el más amplio movi-miento obrero radicalizado. Fue un período cuyo recuerdono está completamente muerto y del cual algunos rasgos
sobreviven en la fuerza de la imagen internacional delPCI*. Pero, por otra parte, en ningún país tales esperanzashan sido tan radicalmente descuidadas durante los deceniossiguientes. Los textos de Bobbio son un prisma cristalinode esta historia. En 1945 declaraba: “El expediente delsufragio universal cierra el experimento democrático bajola forma de la democracia indirecta”, y en nombre de las
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ideas federalistas de Cattaneo propugnaba ardientemente
acercarse a formas de “democracia directa” a través “de lamultiplicación de instituciones de autogobierno” (1971, p.55). En 1946, relata Bobbio, cuando el Partito d’Azioneestaba siendo lacerado por su crisis interna, “yo tronabacontra la idea de dar lugar a un partido de las capas mediasque sólo habría restaurado la vieja democracia parlamen-taria suprimida por el fascismo”.11
Veinticinco años después, al reeditar este ensayo juntoa otros, lo introduce con estas palabras: “No escondo elhecho de que nuestra generación ha sido desastrosa. Per-seguimos las ‘seducciones alcinescas’ de la justicia y lalibertad: hemos logrado muy poca justicia y acaso estamos perdiendo la libertad” (1971, p. XI). Estas líneas fueronescritas en 1970, un año amargo para Bobbio.
Sus temores, en el sentido de que la libertad conquis-tada con la Liberación resultara vana, malgastada por elorden constituido y después destruida por la subversiónterrorista, alcanzaron su máxima intensidad en el perio-do posterior. A mitad de los años ochenta él considerósuperados los peores peligros y pudo observar con ali-
vio la estabilización relativa de la democracia italiana.Sin embargo lo hace en términos poco elogiosos parael espíritu cívico de la nación: “Se puede ser libres por
11 V. su ensayo incluido en el número de Il Ponte dedicado al liberalsocia-
lismo, 1986. N° 1, p. 145. El texto contiene también algunos juicios cortantes
sobre el destino del PSI.
*Recuérdese que el presente texto es previo al cambio de denominación del
PCI por el de PDS -Partito Democratico della Siniestra (NE).
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convicción o por costumbre. No sé cuántos italianos son
amantes convencidos de la libertad. Acaso sean pocos.Pero son muchos los que habiéndola respirado durantemuchos años no podrían vivir sin ella, aunque no lo sepan.Retomando, pero en un contexto distinto, un célebre dichode Rousseau, los italianos, por razones que la mayor partede ellos ignoran y por las cuales tampoco se interesan,se encuentran viviendo en una sociedad en la cual están
‘obligados’ por cosas más grandes que ellos a ‘ser libres’” (1986b, p. 183).
Pero esta conclusión, aun renunciando a las más apo-calípticas profecías de Bobbio durante el decenio prece-dente, no atempera sustancialmente el balance históricode la República por cuya creación él había combatido.Apelando a los valores de la Resistencia, una lucha enla cual “no nos equivocamos” –dice– recientemente harecordado una vez más la divergencia entre los “idealesde ayer” y la “realidad de hoy”: “Habíamos aprendido aubicarnos frente a la sociedad democrática sin ilusiones. No logramos estar más satisfechos pero somos en cambiomenos exigentes. Las diferencias entre las ansias de en-
tonces y las preocupaciones de hoy están a la vista. En suconjunto no ha mejorado la calidad de nuestra vida, porel contrario, en ciertos aspectos ha empeorado. Hemoscambiado nosotros, resultando más realistas y menosingenuos” (1986c, p. 5). Esta franca admisión explica enmucho la aparente aceptación de Bobbio al minimalismoincoloro del orden representativo en Italia, su voluntad de
proporcionar razones –o consuelos– por la regresión del
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interés popular por la política, dominada por elites cuyos
regímenes por mucho tiempo han signicado apenas algomás que pan y escándalos. Él ha dado su opinión sobretal espectáculo con su característica franqueza autocrítica.Después de detenerse en datos que acabamos de mencio-nar –el carácter benévolo de la indiferencia política, lasnecesarias limitaciones para las alternativas políticas–,arma: “No sé si estas consideraciones pueden tener la
pretensión de ser consideradas razonables y realistas a lavez. Sé por cierto que serán consideradas frustrantes ydesalentadoras por aquellos que, frente a la degradaciónde nuestra vida pública, frente al espectáculo vergonzosode corrupción, de ignorancia, de arribismo y de cinismoque nos ofrece diariamente gran parte de nuestra clase política, piensan que la manera de hacer política que está permitida por el sistema no es suciente, no digo para
transformarlo sino siquiera para curarlo, y que para malesextremos son necesarios remedios extremos (...) Quienescribe pertenece a una generación que perdió las grandesesperanzas hace más de treinta años, poco tiempo despuésde la Liberación, y ya no las recuperó más que en algunos
momentos, tan raros como pasajeros y, al nal, poco deci-sivos; uno por decenio: la derrota de la ley truffa* (1953),el advenimiento del centro izquierda (1964), el gran saltodel Partido Comunista (1975). Entiendo perfectamenteque estas observaciones no valgan para los más jóvenes,que no conocieron el fascismo, familiarizados solamentecon esta democracia más que mediocre, y que no están
igualmente dispuestos a aceptar el argumento del mal
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menor” (1984b, p. 58).
La inuencia de Bobbio
Tales sentimientos, y la experiencia que éstos provo-can distinguen a Bobbio de sus grandes predecesores. Nohay razón para dudar de su gran sinceridad. Pero desdeun cierto punto de vista no le hacen justicia. Existe una
diferencia entre ideal e inuencia. Desilusión no quierenecesariamente decir impotencia. Las primeras esperan-zas de Bobbio no se han concretado, pero es notable lafrecuencia con que sus sucesivas advertencias han sidoescuchadas. Si se compara su producción con la de Mill,Russell o Dewey, es claro que Bobbio nunca ha sido, enel mismo sentido, un pensador original. Él es el primeroen destacar el carácter derivado de sus ideas principales yesto, según cree, es un rasgo común de la cultura italianade la segunda posguerra, y que la distingue de la que sehabía conformado en los primeros años del siglo. “A decirverdad, todo lo que se hizo entonces muestra la prisa, laimprovisación, y carece de originalidad alguna. Fuimos, en
la mejor de las interpretaciones, divulgadores” (1984c, p.26). Pero en su tiempo el impacto político ha sido segura-mente mayor que el de sus predecesores. Bobbio, en efecto,aconsejó el eurocomunismo al PCI y previó su adopciónveinte años antes de que éste surgiera. También desempeñó
* Legislación electoral sancionada durante el gobierno de Mario Scelba, por
la cual se otorgaba al partido de mayoría relativa la mayoría absoluta comopremio electoral (NT).
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un papel signicativo para que el PSI abandonara su pasa-
do marxista. Igualmente contribuyó a derrotar el desafíodel extremismo de izquierda en el mismo período. Y por
si esto fuera poco, anticipó el abandono de la tercera vía por parte de los dos partidos mayoritarios del movimientoobrero italiano. Es dicil pensar en otro intelectual que
haya producido un efecto tan real y visible en el clima político de su país desde nes de la guerra.
La principal excepción a este currículum, que por otrolado le hace honor, es su oposición a los armamentosnucleares. En este sentido se pueden ver los amargoscomentarlos sobre la completa indiferencia del ambiente político italiano, ocial y de la cultura, en oportunidad de
la publicación de la segunda edición de El problema de la
guerra y la vía de la paz (1984): “Los que damos la vozde alarma somos como los perros que ladran a la luna”.En los debates posteriores Bobbio logró su inuencia no
sólo a través de una combinación singular de calidad deexpresión y de erudición sino también debido a su singulary transparente probidad personal. Aun cuando ha defendi-do posiciones cada vez más neomoderadas contra críticas
más que justicadas por parte de opositores radicales, susuperioridad moral e intelectual respecto de ellos ha sidogeneralmente evidente.
Sin embargo, como hemos visto, aquel “moderatismo”ha terminado con la puesta en duda del proyecto de unirliberalismo y socialismo. Mill calicaba los esquemas so-cialistas como “quiméricos” antes del cambio de opinión
que diera comienzo a los intentos teóricos de unirlos a los
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principios liberales. Después de haber participado en el
intento práctico del Partito d’Azione para lograr este tipode socialismo liberal, Bobbio ha llegado a calicarlo a éste
de “quimérico”, “a lo sumo una fórmula ideal” (1971. p.201). “Mientras la conjugación de liberalismo y socialismofue hasta ahora tan noble como irrealizable, la progresivaidenticación del liberalismo con las fuerzas del mercado
es un dato de hecho indiscutible” (1985a, p. 62).
Si vamos más allá de la razón histórica de esta paradoja,inscrita en la experiencia personal de Bobbio, encontra-mos también una razón intelectual. Desde el comienzo suformación teórica incluía no sólo un lón socialista y uno
liberal sino también uno conservador. Bobbio ha perma-necido siempre sincera y admirablemente progresista ensus simpatías e intenciones personales: a todos los efectos,y desde cualquier punto de vista, se trata de un pensadorverdadero y de gran nobleza. Pero sus escritos, a pesar desus intenciones, parecen demostrar que opera en ellos unatrama de anidades electivas. En efecto, en los ensayos de
Bobbio el socialismo liberal se revela como un compuestoinestable: los elementos de liberalismo y socialismo, que
inicialmente parecen atraerse, terminan por separarse y,en el interior del mismo proceso químico, el liberalismose orienta hacia el conservadurismo.
¿Y el futuro?
¿En qué medida es representativa esta combinación de
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elementos? Aparte de las circunstancias particulares de
Italia, ¿hasta qué punto estas anidades electivas están am- pliamente presentes en el pensamiento político modernomás allá de la voluntad de cada uno de los pensadores?Como palabra, el liberalismo aparece por primera vezcomo emblema del 18 de Brumario del Año VIII (9 denoviembre de 1799) cuando Napoleón puso n a la re-volución francesa declarando que había tomado el poder
para “proteger a los hombres de ideas liberales” ( Brunneret al. pp. 749-751). Este primer motivo originario jamásha desaparecido del todo a pesar de todas las vicisitudes posteriores. Y también es verdad que el Primer Imperio
generó en otras partes una acogida más radical de estaidea: la misma idea de liberalismo inspiró en Españala primera revolución europea contra la Restauración.Cuando el viejo orden se vio amenazado en 1848 a esca-la continental, inició el reiterado intento de extender elliberalismo más allá de sus propios límites a los efectosde abarcar nuevas clases sociales y nuevos valores.
Lo que más impresiona hasta hoy es la desproporciónentre las credenciales intelectuales y los éxitos políticos
de los proyectos que surgieron. No obstante la buenavoluntad y el talento que se prodigaron, la síntesis entreliberalismo y socialismo hasta ahora no ha llegado arealizarse. Esto no quiere decir que no se deba lograr.Las renovadas energías que hoy son atraídas por estaidea (¿quién podría desear un socialismo iliberal?) acasoapunten hacia otra dirección. Es demasiado pronto para
arriesgar un juicio, pero es probable que la percepción
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Perry Anderson
del sentido de la historia de esta empresa constituya una
condición necesaria para conducirla a buen término.
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Correspondencia
CORRESPONDENCIA
P ERRY A NDERSON
N ORBERTO BOBBIO
3 DE NOVIEMBRE DE 1988
Estimado profesor Anderson:Leyendo las páginas que usted me dedicara en el últi-
mo número de New Left Review quedé asombrado por elconocimiento verdaderamente excepcional que muestra demi vida y obra. Creo que ninguno de los que hasta ahorase ocuparon de mí, sobre todo si se trata de extranjeros, haefectuado un esfuerzo de comprensión de la magnitud delsuyo. Hasta conoce mis libros más recientes, como Italia
fedele y Perl ideológico del siglo XX y también obrasmenores, como Las ideologías y el poder en crisis, que enItalia pasó casi completamente inadvertida, e incluso seda el caso de que en una nota haga referencia a mis obras jurídicas. La atención con que usted leyó mis escritos seevidencia también en la capacidad con la que general-mente supo extraer del contexto, y de cientos y cientos
de páginas, algunas frases destacadas y particularmente
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incisivas. No deja de sorprenderme que un extranjero,
especialmente un lector de lengua inglesa, tenga el cono-cimiento que usted tiene del contexto histórico en el que semueven mis ideas. Me reero, para dar un ejemplo, a lo que
escribe sobre el Partito d’Azione en el sentido de que nofue solamente un partido de orientación liberalsocialista,o al implacable juicio sobre el actual grupo dirigente delPartido Socialista Italiano.
En lo que respecta a sus observaciones críticas (yahabía leído su artículo en Nexos, que los amigos mexi-canos tuvieron la gentileza de enviarme, pero el de New
Left Review es mucho más amplio y preciso), tal vez seademasiado pronto para dar una respuesta adecuada, puesdesde hace meses que no me encuentro bien y he debidorenunciar a un trabajo metódico para preocuparme más pormí salud. Además, a mi edad (hace poco cumplí setentay nueve años) es prueba de sabiduría tener siempre listaslas valijas para el gran viaje.
Por ahora me limitaré a hacer un breve comentario.Uno de los puntos más interesantes (e ilustrativos también para mí) de su análisis es el que se reere a la relevancia
otorgada a mi “realismo”, realismo que se enfrentaría,hasta hacer incoherente el conjunto de mi pensamiento,con los ideales liberales y socialistas. Pero para usted“realismo” es sinónimo de “conservadurismo”. Se meha presentado la oportunidad de armar en reiteradas
ocasiones que Marx tuvo el gran mérito de ser al mismotiempo un revolucionario y un realista, hasta tal punto que
es llamado el Maquiavelo del proletariado. Y Lenin, ¿no
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era un realista? ¿Y Trotsky? Por otro lado una posición
realista es indispensable para quien desee realizar un aná-lisis de la sociedad sin prejuicios, sin velos ideológicosdeformantes.
Lo que he escrito sobre las paradojas de la democra-cia “real” en ¿Qué socialismo? y sobre las promesasincumplidas en El futuro de la democracia, pretende ser,nada más y nada menos, que una descripción realista de
lo que ha sucedido en el proceso de democratización quese efectuó en el último siglo, una ilustración –desapasio-nada, desencantada, amarga si se quiere pero justa, justa para quien quiere permanecer el a la ética de la ciencia,
o sea de la búsqueda desinteresada– de las dicultades
que afectan a la democracia en el tránsito desde lo queha sido concebido como “noble y prominente” hacia la“cruda realidad”. Puede ocurrir muy bien que este análisisesté equivocado pero debería ser juzgado por lo que es,es decir, con el único criterio con que debe ser valoradoun análisis cientíco o lo que de alguna manera se pre-senta como tal, que es el de la verdad o de la falsedad. Lomismo vale, y lo he repetido varias veces, para la teoría
de las elites. Antes de juzgarla como lógicamente con-servadora, ¿no convendría preguntarse si es verdadera ofalsa? ¿Acaso la teoría revolucionaria más acreditada enOccidente no sólo ha sostenido sino también practicadola idea de las “minorías organizadas”?
Ahora bien, me parece que frente a mis análisis rea-listas usted no se plantea nunca la pregunta de si son co-
rrectos o erróneos sino solamente si son o no compatibles
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con mi proyecto ideal liberalsocialista. Su acusación de
incoherencia deja en alguna medida pensar (lo digo un poco como una paradoja) que usted hubiera preferido queyo armara que en Italia (¿pero a n de cuentas lo que
sucede en Italia no se produce acaso de manera menos“farsesca” casi en todos lados?) vivimos en el mejor delos mundos democráticos posibles. No, no vivimos en elmejor de los mundos posibles, ¿pero esto debe impedirnos
entender hacía dónde va el mundo? ¿O indicar hacia dóndesería mejor que fuera? El realismo del cientíco –que usted
identica sin más con la ideología de los conservadores– y
el idealismo del ideólogo están en dos planos distintos.Me parece que es licito hablar de contradicción entre
un análisis cientíco que diga “blanco” y otro que diga
“negro”, o entre una ideología que aprecia la igualdad yotra que exalte la desigualdad; me parece menos lícitodenunciar una contradicción entre un análisis cientíco
(la democracia hasta ahora se ha detenido en las puertasde las fábricas) y una propuesta política e ideológica (sería bueno que la democracia también conquistara la fábrica).A partir del mismo análisis realista se puede demostrar y
comprobar que los dos planos no deben ser confundidos:de “la democracia no ha cumplido todas sus promesas” se pueden derivar dos posiciones ideológicas, o sí se quiere positivas, programáticas, opuestas: “está bien que las pro-mesas no se hayan cumplido, al diablo con la democracia”o “es necesario realizar cualquier esfuerzo para que las promesas se cumplan”. Usted puede contestarme que al
lado de las promesas incumplidas yo puse los obstáculos
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no previstos; pero también en este caso las soluciones
posibles en el plano del deber son por lo menos dos: laresignación (los obstáculos no son superables) y la con-anza (los obstáculos pueden ser superados).
Puedo admitir que mi diagnóstico sobre los males dela democracia italiana ha sido con frecuencia tan severo(desafortunadamente la mayor parte de mis artículos po-líticos están dictados por las circunstancias y tienen que
ver con la polémica contingente) que se presta más parasugerir una línea de resignación que una de conanza, y
en este sentido reconozco que sus recriminaciones dan enel blanco. Pero cuando en la práctica me he comprometidoen una batalla política –y eso ha acontecido pocas vecesen mi vida, contrariamente a lo que usted cree atribuyén-dome méritos que no tengo– creo haberlo hecho siempre para defender los ideales de la justicia y de la libertadcontra las degeneraciones, analizadas de manera realista,de nuestra vida democrática. El hecho de que luego estosideales de la libertad (provenientes de la doctrina liberal)y los de la justicia (provenientes de la doctrina socialista) –y para mí convergentes en el proyecto de una democracia
social como ideal a alcanzar– sean para usted signos de un proyecto político moderado, puedo entenderlo y no tengoabsolutamente nada que objetar. Pero una cosa es la críticaideológica perfectamente legítima, a partir de la cual notengo inconveniente alguno en reconocer que estamosen dos campos diferentes, y otra cosa es la acusación deincoherencia entre lo que escribí como estudioso de la
política y aquello a lo que aspiro como militante político,
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sin que nunca se haya planteado en sus páginas la veracidad
o falsedad de mi diagnóstico sobre la democracia actual yque por cierto no sólo vale para Italia.Desde el punto de vista ideológico creo que la principal
razón de nuestra discrepancia es mi inicial y nunca abando-nado liberalismo, entendido, como yo lo entiendo, lo digode una vez por todas, como la teoría que sostiene que losderechos de libertad son la condición necesaria –aunque
no suciente– de toda democracia posible, incluso de lasocialista (en caso de que sea posible). Puede que esta ideaja dependa del hecho de que pertenezco a una generación
que ha llegado a la política combatiendo a la dictadura ycontinúa viviendo en una sociedad en la que las tentacio-nes autoritarias no han desaparecido del todo. Usted me podrá objetar que manteniéndonos en la democracia liberal jamás se llegará al socialismo. Yo replico, como siempre
lo he hecho en estos años a los comunistas, que tomandoun atajo para llegar al socialismo no se retornará jamás alos derechos de libertad.
Me permito decir que éste es, planteado de manerarealista, el problema actual de la izquierda. Un problema
que la izquierda tradicionalmente marxista no ha resuelto,y que partiendo solamente de los análisis marxianos noestá en condiciones de resolver. El liberalsocialismo essólo una fórmula –soy el primero en reconocerlo– peroindica una dirección.
Me ha dado mucho gusto que usted descubra antece-dentes ilustres en la tradición del pensamiento anglosajón.
Entre estos antecedentes Guido Calogero acostumbraba
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citar el liberalismo de T. Hobhouse retomando una cita
de Croce que lo había denido como un socialista liberal( Etica e politica, p. 320). En estos días tuve la satisfacciónde leer la obra de S. Bowles y H. Gintis Democracy and
capitalism, que usted cita, porque en ella observé un inten-to original de ir más allá de las dos tradiciones de pensa-miento siempre en contraste: el marxismo y el liberalismo.Por lo demás, usted mismo al nal no rechaza del todo las
“energías” que el liberalsocialismo ha generado, aunqueconsidera que deberían ir en otra dirección. Pero ¿en cuáldirección? Su última respuesta: “It is too soon to say” (esmuy pronto para decirlo) es un poco sibilina. Acepto lasreiteradas observaciones sobre mis “vacilaciones” y “os-cilaciones”. Soy perfectamente consciente de que he plan-teado más preguntas que respuestas, sin embargo, su frasenal tampoco me parece demasiado esclarecedora. Tengo
el convencimiento de que es necesario tener el coraje deredenir el socialismo, porque si permanecemos aferrados
a su denición histórica –la eliminación de la propiedad
privada, y la sustitución de la propiedad privada por la propiedad colectiva– una reforma enteramente socialista
no sólo aparece como democráticamente impracticablesino también, si consideramos de manera “realista” losresultados logrados en loa países en los que el socialismose ha concretado, indeseable. Pero tampoco quiero ir másallá. Sería presuntuoso: “It is too soon to say”. Así lascosas, entre usted y yo hay una diferencia: si para ustedes “demasiado pronto”, para mí es ¡demasiado tarde! La
parte superior de mi clepsidra ya está casi vacía y no se
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me permitirá –y tampoco lo deseo– darle vuelta.
Antes de terminar esta carta, que considero demasiadolarga, quisiera que me aclarara cuáles son, según su crite-rio, mis errores de interpretación de Gramsci. En su librosobre Las antinomias de Gramsci, en la página 22 de latraducción italiana (p. 19 de la edición castellana), arma
que yo habría atribuido a Gramsci la originalidad del usode “hegemonía”. Al margen del hecho de que el término
“hegemonía” se usa comúnmente en el lenguaje políticoitaliano (en cualquier texto escolar sobre la historia del Risorgimento se habla reiteradamente de “hegemonía piamontesa”), en el ensayo gramsciano hay una nota (pág,37 de la edición Feltrinelli) sobre el uso de la hegemoníaen Lenin y Stalin que me fue sugerida por el conocidoeslavista Vittorio Strada. Pero obviamente la razón de sucrítica es otra.
En cambio, usted ciertamente exagera en sentido opues-to cuando considera que yo he tenido mucha inuencia
en la política italiana. Aunque esta armación sea capaz
de regocijarme, puedo asegurarle que no corresponde ala verdad. Siempre me he considerado, en especial en es-
tos años, un patético predicador en el desierto, al que noescuchan pero toleran benévolamente. Le agradezco porcierto el generoso reconocimiento, pero me veo obligadoa no tomarlo demasiado en serio.
Le adjunto mi bibliografía completa, publicada enTurín en 1984 por iniciativa de la Universidad, y un libroque me dedicaron en oportunidad de mi jubilación. La
introducción de la primera y la conclusión de la segunda
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Correspondencia
son páginas autobiográcas, a manera de “confesiones”,
humanísticas y melancólicas a la vez.Reciba esta carta como muestra de interés por lo queha escrito sobre mí y por mí. Su propósito de interpretarmi obra, hecho con tanta seriedad, no podía quedar ensilencio.
Cordialmente. Norberto Bobbio
12 DE DICIEMBRE DE 1988
Estimado profesor Bobbio:Le agradezco su larga carta del 3 de noviembre. Su
respuesta a mi ensayo me ha conmovido. Ciertamenteusted es muy generoso conmigo, pero sin lugar a dudasuna armación suya es verdad: he intentado escribir no
simplemente sobre usted sino por usted. Creo haber de-mostrado este deseo de manera particularmente intensa,y por cierto estoy feliz de que esto aparezca en los re-sultados, precisamente porque mi background nacional,
generacional y político es distinto. Al mismo tiempo creoque las divergencias entre nosotros son efectivamentemenores de las que podrían aparecer una vez leído miartículo, o por lo menos de su interpretación de algunas partes de él.
En su respuesta usted observa ante todo que me limitoa identicar la tradición realista con el conservadurismo
y, en seguida, que descuido interrogarme sobre si su rea-
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lismo encuentra o no una correspondencia adecuada con
la experiencia democrática actual. La primera de estasobjeciones en principio me sorprendió, pero revisando podría haber dado esa impresión, sin que por cierto esehubiera sido el propósito. En los hechos, al armar que
para usted la tradición realista fue “casi siempre” (quizáhubiera sido más correcto decir “preponderantemente”)conservadora, lo que lógicamente presuponía la existen-
cia de un realismo no conservador, y continuando con lacita de la comparación trazada por usted entre Hobbes por un lado, y Marx y Lenin por el otro, yo no agregabaexplícitamente –como sin ninguna duda debería haberlohecho– que para usted estos últimos también deberíancontarse entre los grandes realistas. Consideraba que eso podría deducirse del contexto, pero parece que no era tanevidente. Cuando más adelante abordaba de nuevo el ar-gumento, hablaba de “un” (no “del”) realismo sociológicode descendencia paretiana y weberiana, pero tampoco eneste caso se coloca ninguna tradición realista alternativa.Así las cosas, en este caso considero que de alguna manerasoy merecedor de su crítica. Por otra parte, también es
verdad que mis reiterados elogios respecto de su “realismohistórico” podrían haber dado lugar a que se formara laimpresión de que no abono ninguna hostilidad de principioen relación con la perspectiva realista en cuanto tal. Porlo demás, ¿cómo podría hacerlo? Más aún si se tiene encuenta que, como usted recuerda una vez más y con razón,Marx, Lenin y Trotsky deben ser incorporados entre los
pensadores realistas de primera línea.
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En lo que respecta a su segunda objeción, la respuesta
adquiere un mayor grado de complejidad. Tiene razón porcierto cuando destaca que en mi artículo no afronto el problema de la real veracidad o falsedad de sus diagnós-ticos sobre la democracia contemporánea. Touché. Estoconstituye indudablemente un punto débil del trabajo.Por otro lado creo que usted ha subvaluado hasta cierto punto la “incoherencia” que he percibido en sus juicios en
el sentido que la democracia es de carácter estrictamentecientíco, y no por tanto en lo que respecta a la compa-tibilidad entre análisis cientíco y desiderátum político,
como usted sugiere. Porque a n de cuentas usted arma
que o bien “asistimos a la ampliación del proceso dedemocratización” en “espacios nuevos, ocupados bastaahora por organizaciones jerárquicas y burocráticas”, loque quizá representa “un auténtico viraje en la evoluciónde las instituciones democráticas”, o bien que “la amplia-ción de las instancias democráticas dentro de la sociedadcivil ahora parece ser más una ilusión que una solución”.Tal vez esta contradicción pueda explicarse en términoscronológicos, esto es, que usted había cambiado poste-
riormente de parecer sobre este aspecto particular, aunqueme parece que puede ser más el a su pensamiento con-siderarla como una auténtica oscilación o incertidumbrede juicio. Pero usted podría replicar de buena ley: ¡mejormis vacilaciones que su silencio! Permítame entoncesconfesarle mis opiniones sobre este asunto que hasta ahoraapenas fueron esbozadas.
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La descripción general –que usted propone– del fun-
cionamiento de lo que yo continuaría llamando “la de-mocracia real” en Occidente (¡en homenaje a las sólidashipocresías del Este!) me parece en verdad bien fundada.Mi principal reserva es de naturaleza comparativa: creoque usted subvalúa la medida en que tal democracia, enEstados Unidos, ha sido vaciada de signicado a partir de
los últimos años del siglo pasado hasta convertirla –con
la colosal monetarización y una participación mínimaen el proceso electoral– en algo distinto respecto de losmodelos de Europa occidental. El autorizado politólogonorteamericano Walter Dean Burnham se ha apresadoelocuente y detalladamente en este sentido. Asimismo,irónicamente yo sería menos severo que usted sobre elmodelo italiano, si se tiene en cuenta que la Constituciónde ustedes protege los derechos de las minorías de unamanera mucho más ecaz de lo que lo hace la nuestra en
Gran Bretaña, donde el sistema electoral favorece la discri-minación y el ejecutivo resulta despojado arrogantementede sus obligaciones.
Así las cosas, ¿cómo debemos valorar las posibilidades
de un progreso que supere los límites del orden liberalcapitalista? Sobre este punto pienso que usted abandonócon mucho apresuramiento por lo menos una parte de sucrítica originaria, sustituyendo las “promesas incumpli-das” de la democracia por las “promesas insatisfechas”,y sugiriendo así que habría sido alcanzada una suerte defrontera institucional última de la libertad, a pesar de lo
decepcionante que todo esto pueda resultar. Es cierto que
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ninguna de las democracias que en este siglo se propuso
ir más allá del criterio de la representación demostró tenerun ordenamiento durable y vital (la Cataluña republicanaes quizá la que más se aproximó a este caso). Y es verdad
también que por el momento es muy difícil imaginar dequé manera las sociedades occidentales podrán nalmente
salir –moviéndose en una dirección positiva– de las víasexclusivamente parlamentarias hacia las cuales se en-
caminaron. Pero tampoco creo –y estoy profundamenteconvencido de ello– que las semilibertades de hoy, indo-lentes y manipulables, constituyan la última palabra dela humanidad. ¿Quién puede realmente imaginar que elorden actual será simplemente reproducido, manteniendointacta su naturaleza hasta el n de los días? Las cosas
podrán empeorar o mejorar mucho. Todo lo que se puede prever con algún grado de certeza es que no permaneceráncomo están. Naturalmente estamos hablando de muchomás que una década –denitivamente “demasiado tarde”
para ambos–, pero teniendo como base la vía que hastaahora se venía transitando, creo que es racionalmenteadmisible un cauto optimismo sobre las perspectivas de
este lejano futuro, por lo menos mientras la guerra nuclearno intervenga para negar cualquier futuro a cada uno denosotros.
Usted concluye destacando que nuestro disentimientode naturaleza ideológica está determinado por su per-durable y originario liberalismo, cuyo verdadero puntocentral está representado por el valor que le atribuye a los
derechos políticos individuales. No estoy seguro de que las
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cosas estén exactamente en estos términos, si bien puedo
comprender par qué usted las piensa así. En realidad sientocon respecto al ideal del liberalsocialismo más simpatíade lo que usted se imagina. El hecho de que hasta ahorano se haya demostrado como políticamente realizable enOccidente no da lugar, como he señalado en la conclusión,a una condena denitiva. En mi análisis de este problema
existe además una laguna evidente en lo que respecta a las
perspectivas de un socialismo liberal en el Este. Porque,¿qué otra cosa es, hablando concretamente, el espíritu más positivo que anima el proceso de la perestroika en la UniónSoviética? El Estado de derecho, la garantía de los dere-chos individuales, la separación de los poderes: todo estoforma parte de los objetivos declarados por Gorbachov.Precisamente usted había previsto, hace treinta y cincoaños, que un día el gobierno soviético habría de dirigirsehacia la institucionalización de aquellas libertades que losliberales reivindican contra el absolutismo, y que los librosde texto soviéticos habrían de descubrir el Reichstaat . Loshechos le han dado toda la razón. Aquel día nalmente ha
llegado. Usted es demasiado modesto para citarse, pero
tiene todo el derecho de sentirse profundamente satisfecho por este gran cambio. Naturalmente cualquier juicio sobreel proceso que se está llevando a cabo no puede ser sino prudente y provisorio. En efecto, su resultado no podríaser más incierto. La perestroika podría carecer del objetivode un liberalsocialismo por ambos extremos, por así decir,y recaer en algo similar a la anterior dictadura burocrática
o huir hacia adelante hacia una recomposición de facto
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Correspondencia
del capitalismo, o tal vez combinar ambos males. Pero
entre estos dos peligros, cada uno demasiado evidente,se asoma también la posibilidad de que se realice a largo plazo lo que podríamos legítimamente denir como un
socialismo liberal. Y no veo de qué manera cualquier
marxista contemporáneo podría dejar de saludarla confervor, en la medida en que reconozca lo inadecuado dela herencia jurídica del propio marxismo.
Pero si las cosas estuvieran planteadas de esta ma-nera, la distancia entre nuestras posiciones se reduciría bastante. Si usted está de acuerdo podría concederle queel liberalsocialismo constituye nuestro objetivo común,a condición de que usted me conceda alcanzarlo a travésde un proceso histórico de rasgos no-liberales. Le hagonotar que usted admite la existencia de esta paradoja enel advenimiento del capitalismo liberal, ¿por qué enton-ces debería ser impensable para el socialismo? Entre susmismos maestros y compañeros de Giustizia e Libertàhabía algunos que imaginaban algo muy parecido. ¿Sile diéramos a su “materialización” el nombre, entoncesdesconocido por cierto, de perestroika, Monti y Trentin
no se revalorarían acaso como visionarios? Pregunta ala cual usted tal vez respondería: puede ser, pero yo merefería a las democracias ya existentes en Occidente yno a las hipotéticas del Este, y en Occidente tal paradoja por el momento es imposible, además de indeseable.Creo que éste es probablemente el real y limitado puntode desacuerdo.
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Un amigo mío, Norman Geras, acaba de terminar un en-
sayo donde reexiona precisamente sobre este problema,y que le envío por separado. El tema central del trabajoalude a la tradición del pensamiento sobre la “guerra justa”que usted ha discutido en más de una oportunidad; creoque constituye la reexión general más aguda a nuestra
disposición sobre el tema de la ética revolucionaria. Peroa la vez aborda, de manera lúcida y moderada, nuestro
problema “residual”: si la búsqueda de una sociedad justaen el ámbito del ordenamiento parlamentario debe respetarsiempre las reglas constitucionales vigentes. Sus reexio-nes sobre este trabajo serían ciertamente interesantes.
Innitas gracias por los tres textos que me envió. Me
hubiera gustado conocerlos cuando estaba escribiendo miensayo, en especial por lo que usted dice de los autoresque le son más cercanos y de su relación con los clásicos;y también, se trata en este caso de un argumento comple-tamente diferente, sobre democracia y mercado. Entreotras cosas, no habría sostenido lo que escribí en la páginaveintinueve de mi ensayo si hubiera tenido esta última yvigorosa exposición ante mí. Por añadidura mi observa-
ción sobre Gramsci era demasiado incidental. Usted se pregunta qué es lo quise decir; en realidad sólo quise decirlo siguiente: que si bien el término “hegemonía” es más bien de uso común en las diferentes acepciones italianas,en Gramsci este término adquiere connotaciones especí-cas que derivan directamente de una cierta literatura rusa,algo que en su ensayo de Cagliari usted parece ignorar,
en particular dos términos opuestos en el signicado que
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Perry Anderson - Norberto Bobbio
diferencia de lo que sucede con los dedicados a la teoría
del derecho, fueron ocasionales y en consecuencia respon-dieron a las situaciones que los provocaron, algunas másfavorables que otras para inspirar conanza en el “futuro
de la democracia”. Por ejemplo, si tuviera que decirle cuáles mi estado de ánimo en estos últimos tiempos, deberíaconfesarle que es el idealista: el cual, a pesar de todo, nuncase hizo demasiadas ilusiones y tuvo que ceder terreno al
realista desilusionado, a juzgar por la manera en que sedesarrolló la lucha política en Italia –y no sólo en Italiasino también en todas las democracias consolidadas–, nosolamente sin ideales sino también sin proyectos a largo plazo y que vayan más allá de las elecciones más cercanas(proyectos que, aunque modestos, no son normalmenterealizados).
A pesar de estas oscilaciones y de un pesimismo defondo que marcó para siempre a quienes pertenecen a migeneración, jamás me resigné del todo a la derrota de losgrandes ideales de la justicia y de la libertad que habíananimado al movimiento liberalsocialista en los años de lalucha contra el fascismo, a pesar del revés histórico–sobre
el cual creo que ya no tiene sentido extender velos pia-dosos– de la revolución comunista y, para nuestra mayormorticación, la marcha triunfal del capitalismo, de ese
capitalismo del cual la izquierda europea había previsto,ya hacia nes del siglo pasado, su caída inevitable. No sólo
jamás me resigné sino que incluso recientemente tuve quemostrar mi enfado ante la manera demasiado apresurada y
reverente con que los hombres y partidos de la izquierdaitaliana se inclinaron ante la realidad del mercado.
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Como podrá advertir, también a mí me ha tocado
plantear una pregunta idéntica a la que usted me haceen su carta: “Realmente, ¿quién puede imaginar que elordenamiento actual será reproducido sin más hasta eln de los tiempos?”. En todo caso tengo más dudas que
las que usted podría tener respecto de la posibilidad deuna transformación radical a través de la revolución.Aunque esté “realmente” convencido de que en los paí-
ses económicamente desarrollados –en los cuales ustedy yo estamos instalados, aunque Italia llegó en últimolugar y no sin dejar sobrevivir grandes injusticias– la víademocrática no permite el advenimiento de una sociedadsocialista como lo imaginaba el movimiento obrero delsiglo pasado, tengo muchas dudas de que la vía alternati-va sea transitable. A juzgar por la invitación que me hace para leer el libro de Norman Geras, Our Morals, debo pensar que usted considera no sólo posible sino también justicable (y supongo que también ecaz) el recurso a
la violencia, aunque sea en determinadas circunstancias,en una situación de injusticia grave y persistente y en loslímites de reglas preestablecidas.
La tesis principal de Norman Geras es que, por analogía,como diría un jurista, los principios del ius ad bellum y lasreglas del ius in bello pueden extenderse a la revolución.Dicho de otra manera: que del derecho internacional rela-tivo a la guerra se pueden extraer buenos argumentos paradiseñar una teoría de la legitimidad o de la legalidad dela revolución; en suma, para dar vida a la teoría jurídica
de la revolución construida a imagen y semejanza de latradicional teoría jurídica de la guerra.
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Correspondencia
Aun dejando de lado la consideración, por lo demás
obvia, de que la teoría de la guerra justa (o del ius ad be-llum) o el llamado derecho de guerra (ius in bello) estánatravesando una muy larga y grave crisis a partir del des-mesurado incremento del poder destructivo de las armas,que por cierto hace cada vez más incierta la frontera entreguerra justa y guerra injusta –y también cada vez másinaplicables algunas reglas tradicionales del derecho de
guerra, como aquella en la cual el autor insiste de manera particular y que se reere a la distinción entre combatien-tes y no combatientes–, no estoy demasiado convencidode lo correcto de la analogía entre guerra y revolución, y por tanto de las consecuencias que el autor extrae de ellaen lo que respecta a la legalidad de la revolución. En elderecho internacional, que aún se basa en última instanciaen el principio de la autotutela, la guerra ha sido consi-derada siempre como un acto lícito, en la medida en quees equiparada a la sanción en el derecho interno. Por elcontrario, ningún Estado permite en su interior el derechoa la revolución, y no puede permitirlo porque dentro delEstado, en tanto único detentador de la fuerza legítima,
rige el principio opuesto de la heterotutela. Cuando dentrode un Estado se produce una revuelta y ésta se transfor-ma en un verdadero acontecimiento revolucionario, talacontecimiento es respecto del ordenamiento interno delEstado un hecho, un mero hecho cuya transformación enderecho depende sólo del éxito basado en el principiofundamental del derecho internacional: la efectividad.
Los revolucionarios que venzan serán quienes imponganel derecho de mañana; a su vez los revolucionarios que
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pierdan serán considerados sólo como bandidos (en un
tiempo se los llamaba “ladrones”). En todo caso, si per-dura la situación de ruptura violenta del orden interno, elacontecimiento revolucionario puede generar un estadode guerra civil al que es lícito aplicar reglas del derechode guerra, pero en la medida en que es una guerra y conindependencia del hecho de que sea revolucionaria ocontrarrevolucionaria.
Todas estas dudas valen con mayor razón respecto de laotra tesis que sostiene el autor, o sea la que arma que con
respecto al derecho a la revolución no habría diferenciaentre un gobierno despótico y un gobierno democráticorepresentativo en el cual la situación de injusticia nofuera incidental sino grave y permanente en razón delcondicionamiento ejercido por el sistema económico ca- pitalista sobre el sistema político, condicionamiento ésteque impediría a las reglas del juego democrático ser librey ecazmente observadas. Con mayor razón si se tiene en
cuenta que lo que distingue a un gobierno democráticode un gobierno despótico es la constitucionalización yla neutralización del derecho de resistencia a través del
reconocimiento de la libertad de oposición, lo cual incor- pora un argumento ulterior para sostener la reducción dela ruptura violenta del orden constituido a un mero hecho.Pero además la experiencia muestra que los cambiosviolentos que sufrieron los gobiernos democráticos casisiempre provinieron de movimientos de derecha, y que laviolencia que abate la democracia no es revolucionaria sino
generalmente contrarrevolucionaria, todo lo cual debería
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hacer reexionar a quienes justican de manera abstracta,
sin tener en cuenta las lecciones de la historia, el cambioviolento de un sistema democrático-parlamentario ennombre de los ideales revolucionarios.
En realidad la cuestión de si la revolución es moraly jurídicamente justicable, y de si el comportamiento
del revolucionario debe obedecer a reglas morales, me parece algo puramente doctrinario que apenas incide en
la práctica. Una revolución no se vuelve ni más factibleni más probable por el hecho de que se haya demostradosu legitimidad, ni se vuelve menos despiadada una vezque se han dictado las reglas de conducta del buen revo-lucionario.
Un análisis desprejuiciado de la realidad, un análisisuna vez más “realista”, muestra que en los países econó-mica y políticamente desarrollados en la actualidad nohay movimientos revolucionarios de tal envergadura que puedan hacer prever una explosión de movimientos re-volucionarios capaces de cambiar las relaciones de poderexistente. Gracias a la libertad de reunión y de asociación,en estas sociedades son posibles grandes movilizaciones
para expresar el descontento, pero en todo caso se tratade manifestaciones que se colocan en el ámbito de la des-obediencia civil o de la resistencia pasiva no violenta, y por cierto no en el ámbito de la resistencia activa violentay de la revolución. En todo caso, se trata de una ecacia
parcial y limitada, que puede tener como consecuenciala modicación de una disposición injusta, pero no el
cambio de todo el sistema. Estaría tentado de decir que
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testarme y a la vez darme a conocer sus consideraciones
respecto del ensayo de mi amigo Norman Geras. Si le es-cribo hoy es porque me siento molesto por la forma en queintroduje la cuestión en nuestro intercambio de opiniones.Mi referencia a tal trabajo era demasiado concisa como para poder expresar de manera satisfactoria el signicado
que pretendía atribuirle con respecto a nuestra discusión;quizás esto dio lugar a alguna incomprensión en el modo
en el cual el argumento fue consecuentemente tratado poraquella persona. Permítame que le explique.
No me parece que la intención de Geras fuera en ab-soluto la de proporcionar una justicación doctrinaria de
la violencia revolucionaria sino, por el contrario, la deformular una crítica, y muy dura, a la tradicional posiciónrevolucionaria respecto de la violencia. Tampoco creoque desde el punto de vista histórico se pueda sostenerque la reexión moral e intelectual sobre este problema
sea simplemente irrelevante, como podría sugerir la in-terpretación de sus observaciones incluidas en su últimacarta (“que poco incide en la práctica”, “ni se vuelvemenos despiadada”, etc.), aunque no creo que usted en-
tienda precisamente esto. Si este tipo de razonamientos,como el que realiza Geras, hubieran sido comunes en losdebates del período de la guerra civil rusa, por ejemplo,habría sido muy difícil imaginar la dirección que en loshechos tomó el que se produjo entre Kautsky y Trotsky.
¿Y quién está en condiciones de armar que debates de
este tipo no tuvieron alguna inuencia en las acciones de
quienes participaron? Pero tampoco se puede armar queéste sea ahora un debate puramente académico, cualquiera
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que haya sido su relevancia en el pasado. El ensayo de
Geras muestra de manera inequívoca la centralidad queesta temática tiene aún hoy en una sociedad industrialmoderna, como Sudáfrica.
Es evidente que la temática ético-política de la violen-cia revolucionaria todavía no está superada. Las observa-ciones posteriores que usted realiza sobre el Tercer Mundo –una zona cuyas fronteras hoy están menos claramente
delineadas de lo que lo que estuvieron hace tiempo– semueven efectivamente en esta misma dirección. En verdadestá fuera de discusión la importancia de delimitar com- portamientos crueles e inhumanos, donde quiera que laviolencia se muestre socialmente inevitable. Sin embargola izquierda ha reexionado muy poco sobre cuáles son
los principios en juego. Este es, sobre todo, el objetivoque Geras se plantea en su ensayo.
Así las cosas, él hace suyo de la tradición internacional –que distinguió y posteriormente desarrolló– las doctrinasdel ius ad bellum y del ius in bello. Usted, a su vez, criticalos resultados basándose en la vericación de que guerra
y revolución son realidades inconmensurables desde el
momento en que los Estados, en tanto entes soberanos,siempre están legitimados para hacer la guerra, mientrasque ningún Estado autoriza a sus propios súbditos acambiarlo. Pienso que esta objeción está exageradamentevinculada a la esfera jurídica, que sería la más apropia-da en el caso en que Geras se propusiera una verdaderaanalogía, pero creo que su argumentación se instala en el
nivel, más simbólico, de un equivalente moral antes queen el de un equivalente jurídico. De todas maneras esto
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no signica que el paralelismo carezca de dicultades. En
los hechos existe una simetría particularmente signicativaentre guerra y revolución que no debe pasar inadvertida.En la época moderna los conictos entre los Estados sólo
excepcionalmente pusieron en peligro la existencia de losadversarios; la consecuencia normal de una derrota en elcampo de batalla estuvo constituida más por el redimen-sionamiento que por el aniquilamiento del enemigo. Por el
contrario, en los conictos revolucionarios, la victoria delas clases subalternas coincidió, por su misma naturaleza,con la abolición de las clases dominantes, suprimidas encuanto clase (y no como individuos) del nuevo orden pos-revolucionario. Dicho de otra manera: la estructura de losdos tipos de conictos se ha ido diferenciando de manera
sustancial: la primera implicando una lógica de redimen-sionamiento, la segunda una lógica de transformación. Es probable que haya sido esta diferencia, junto con otrosfactores, lo que ha imposibilitado cualquier asimilaciónentre sus respectivas reglas en la obra de los clásicos delsocialismo revolucionario. Que esto es así lo prueba laausencia de referencia alguna en tal asimilación a Rosa
Luxemburgo, la más sensible al discurso ético entre los pensadores de origen marxista.El sentido de repugnancia ante la guerra misma puede
haber tenido sin duda un papel signicativo, pero es proba- ble que el otro obstáculo se haya constituido precisamente por lo que en los hechos ha permitido la codicación de la
conducta entre los Estados en tiempos de guerra, es decir,
la suposición de la sobrevivencia común una vez termina-das las hostilidades. De cualquier manera, esta conside-
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ración de carácter histórico no invalida las conclusiones
políticas a las que llega Geras, y en todo caso contribuyea explicar por qué el canon al cual se reere ha sido, como
él mismo arma, descuidado entre los socialistas.
Creo que al negar validez a una reexión comparativa
entre estas dos formas principales de violencia modernausted deja vía libre a la conclusión, por otro lado total-mente inaceptable, de que obligaciones de naturaleza ética
pueden desempeñar un papel en las guerras –a las que leatenuaría su ferocidad, aunque ahora haya caído en desu-so– pero no en cambio en las revoluciones, donde lo quecuenta es sobre todo una despiadada factualidad. ¿Peroes posible que ésta sea su verdadera convicción? Tengo laimpresión más bien de que usted tampoco desea detenerseen el problema por temor a ser arrastrado hacia algunainterminable e irresponsable casuística de las formas decoerción. La historia reciente de su país, marcada por elterrorismo, haría todo esto comprensible. No obstante,creo que todo esto lo ha llevado a no entender a Geras,quien por otro lado no quiere armar que condiciones de
injusticia social graves legitiman de por sí el recurso a la
revolución, independientemente del carácter despótico orepresentativo del gobierno en funciones. En todo casoél arma lo contrario. Y tampoco identica revolución
con violencia (una huelga general prolongada no impli-ca el uso de la fuerza armada pero sí puede cambiar unrégimen). Su ensayo no concluye con una invitación alderrocamiento indiscriminado de las instituciones parla-
mentarias sino con una prudente reseña de las diferenciasque determinan la plausibilidad histórica de las diferentes
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y posibles transiciones de un gobierno constitucional al
socialismo.Creo que esta es la última nota tormentosa entre noso-tros. Usted preere excluir de las democracias capitalistas
contemporáneas cualquier posibilidad de que los mayoresmovimientos políticos y sociales de la izquierda vulnerenel orden constitucional vigente. Usted arma, en efecto,
que cualquier perspectiva de este tipo es al mismo tiempo
inimaginable e indeseable en la situación actual, y queel término revolución puede ser eliminado sin mayoresdramas del lenguaje del cambio. Un juicio de este tiporeeja ciertamente el consenso intuitivo del momento.
¿Pero en qué momento se demostrará históricamente plausible en una perspectiva de largo plazo? ¿Los regí-menes constitucionales actuales pueden ser consideradoscomo la expresión última de la soberanía popular, comoestructuras permanente y denitivamente determinadas
que sólo pueden prever modicaciones en su interior, o
sea, introducidas mediante procedimientos previstos porsus mismas reglas electorales? Si este fuera el caso nosencontraríamos ante la versión liberal del Sprung in der
Freiheit (salto en libertad). El realismo que usted evocase coloca precisamente en desventaja ante una rupturanotoriamente utópica referida al pasado.
Sin embargo este pasado no es tan distante como se podría imaginar. Apenas han transcurrido treinta añosdesde que el país que se encuentra entre el suyo y el míologró su Constitución actual. ¿Pero en qué circunstancias
lo hizo? La Cuarta República cedió su lugar a la Quinta bajo las puntas de las bayonetas de su ejército. Surgido de
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un orden militar, el nuevo orden militar fue denunciado
como “un golpe de Estado permanente” por un ilustreadversario político, quien diez años después no dudó en pedir un gobierno irregular para cambiar el régimen encrisis. De cualquier manera se trata de aquél que hoy pre-side imperturbablemente la misma estructura como formaacabada de la democracia francesa. ¿Francia constituyeuna excepción? En Japón la Constitución fue dictada por
un conquistador extranjero. En Alemania occidental fuesubordinada por las autoridades de la ocupación a lasnecesidades que derivaban de la división del país. ¿EnItalia, su Constitución hubiera sido la misma sin la lecciónimpartida por su vecino del otro lado del Adriático? En Es- paña la monarquía es la herencia de una dictadura militar.En Inglaterra jamás se ha jado por escrito Constitución
alguna. Y hasta en Estados Unidos la Constitución federal
no estuvo exenta de fraudes y de intimidaciones duranteel proceso de raticación.
Nadie duda de la realidad de la democracia capita-lista en cada uno de estos países, pero en todos ellos elordenamiento jurídico representa el resultado de una re-
lación entre fuerzas sociales que ha implicado diferentescombinaciones de fuerzas predominantes y un consensoelectoral concomitante o sucesivo. ¿Es acaso posibleque esta combinación ahora haya sido denitivamente
desterrada de la escena política? Me parece una previsióndemasiado optimista.
Ninguna de estas experiencias ha determinado un cam-
bio radical, no obstante disponer de un potencial muchomayor para alterar reglas consuetudinarias y expectativas.
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Perry Anderson - Norberto Bobbio
Las observaciones nales de Geras se dirigen simple-
mente a demostrar que en una situación de este tipo seríaimprudente dar por supuesta de antemano la continuidadconstitucional.
Por el momento, las preocupaciones de la izquierdaeuropea permanecen encerradas en un horizonte muchomás modesto. Si bien de maneras diferentes, tanto sutradición revolucionaria como la reformista –los movi-
mientos comunistas y socialdemócratas– se encuentran profundamente desorientadas, como usted mismo y demanera cáustica ha tenido oportunidad de observar. Refu-giarse en Adam Smith o en el abate Sieyes no les ayudaráa salir de este impasse común. El problema que tenemosante nosotros es más bien el de intentar trazar –desde el punto de vista intelectual o desde el punto de vista prác-tico– los fundamentos de una democracia socialista, másallá de los límites de ambos, en las dos direcciones queusted mismo indicó hace poco: la capacidad de impugnarde forma creíble la autocracia del capital en la esfera de la producción y la capacidad de impugnar el control absolu-tista del Estado nacional sobre los medios de destrucción.
La inmensidad del objeto, considerando que recién hemoscomenzado, coloca en la sombra cualquier otro elemento.Resulta dicil concebir una fuerte divergencia de valores
frente a esa tarea.Mis más cordiales saludos,
Perry Anderson
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AHORA LA DEMOCRACIA ESTÁ SOLA*
GIANCARLO R OSETTI
NORBERTO BOBBIO
Profesor Bobbio, esta conversación no puede sino
comenzar por sus dudas y sus interrogantes, los que se
han manifestado por ejemplo en el artículo publicado en
La Stampa después de la represión china, ¿qué es lo que
sustituirá el derrumbe del modelo comunista? ¿Qué será
la izquierda en el futuro?
El problema de la izquierda es el de la cuestión social,trasladado de cada Estado a todo el mundo, a la gran al-dea global. Se trata de encontrar la alternativa a aquella
que para el viejo socialismo era la clase social portadorade un impulso universal por la emancipación. Claro queuna cosa era decir “proletarios del mundo, uníos”, y otraes decir “desamparados del mundo...”. Mis dudas no sereeren a la individualización de los objetivos de justicia
* Nota: Esta entrevista a Norberto Bobbio fue originalmente publicada por
el diario I’Unità en su edición del 13 de julio de 1989.
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
sino a la posibilidad de dar voz a los que representan la
parte condenada del mundo. Consideremos también aque-llos países que podemos denir como democráticos, esto
es Brasil, México, Argentina, donde se celebran eleccio-nes regulares y donde hay instituciones representativas.Y bien, debemos darnos cuenta que allí la democracia
puramente formal no está en condiciones de transformarlos “no hombres” en “hombres”: allí se muere de hambre
y de enfermedades, los derechos son sólo formales. El problema para la izquierda tiene tales dimensiones queme pregunto cuál puede ser la solución política, cómo es posible organizar la fuerza necesaria para poder cambiar profundamente las cosas. La fuerza de la religión en los países que viven este drama nace precisamente de aquí,del hecho de que la religión católica en algunas áreas, yla islámica en otras, es la única razón de vida, aun siendouna fuerza únicamente moral. Los curas y los obisposde la teología de la liberación tienen en el Tercer Mundouna enorme importancia, en razón de que la política quedebería satisfacer de algún modo las mismas exigenciases demasiado débil. Y el hecho de que en estos países se
produzcan acciones de guerrilla y exista una violenciaendémica demuestra la insuciencia de las dictaduras,
por un lado, pero también de las democracias puramenteformales, por el otro.
Democracia formal y socialismo. Aquí estamos de
pronto en el aspecto crucial de sus reexiones durante
un largo período. Usted siempre ha tratado de conjugar
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Ahora la democracia está sola
socialismo y libertades civiles, un proyecto de socialismo
liberalizado con un liberalismo socialmente responsable. Es un proyecto difícil, que ha sido denido por Perry
Anderson como un compuesto químico inestable.
Sí, estoy de acuerdo con esa denición, pero precisa-mente por estar de acuerdo no soy muy optimista. Hastaahora nadie ha encontrado la manera de poner de acuerdo
los derechos de la libertad con las exigencias de la justiciasocial. En la respuesta que he preparado a Anderson meencontré comentando su frase que, a propósito del liberal-socialismo, dice: It is too soon. Sí, es así, “es demasiado pronto” para dar un nuevo juicio denitivo. Y bien, esto
signica que no tenemos todavía ideas muy claras sobre
el camino a recorrer.
Es cierto que sólo por su parte negativa, pero se puede
decir que el fracaso del socialismo sin libertad ha veri-
cado una tesis suya.
De acuerdo, pero si el fracaso del socialismo sin libertad
ha conrmado la importancia de los derechos de libertad,no sucedió lo mismo con el futuro del socialismo, porquedonde fueron desarrollados los derechos de la libertad –incluso (y no es fácil incluirlo en una perspectiva socia-lista) el derecho de propiedad– se llega inevitablementea una lucha de intereses, en la cual hay quien combate por la superación de las desigualdades, una lucha que ha
dado vida a los partidos socialistas democráticos. Y éstos
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
consiguieron, en el mejor de los casos, no trastrocar sino
tan sólo corregir la sociedad de los privilegios. Hay queadvertir sin embargo que, en este recorrido de los paísesque tienen instituciones democráticas, son frecuentementelos propios ciudadanos que gozan de estos derechos losque rechazan con el voto hasta las propuestas más mode-radas, reformistas, gradualistas. Esto es lo que quiero decircuando hablo de debilidad del socialismo y, en general,
de la izquierda.
Sin embargo el movimiento obrero occidental ha com-
pletado una cierta parte del camino si tenemos en cuenta
el estado social de los países europeos.
Es cierto, pero piense en lo que repito con frecuencia,sobre todo a los extranjeros que no se dan cuenta de lasituación italiana: sumando los votos del Partido Comu-nista y del Partido Socialista se llega siempre al 40%. En1946, con el Partido Comunista en sus niveles máximosy el Partido Socialista en su mínimo, los votos eran del33% - 34% para el primero y el 9% el segundo, es decir
poco más del 40%. Ahora las proporciones son 27% más14%. Es impresionante esta constancia del electorado:40% a los dos partidos históricos de la izquierda italiana.Pienso que el razonamiento debería volver a partir de este bloqueo que obstaculiza una perspectiva para la izquierda.Fracasada la vía leninista, nos encontramos con que la víade la izquierda es más incierta que nunca.
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Ahora la democracia está sola
Peter Glotz, por ejemplo, dice que la crisis del Este
no tiene solamente caracteres negativos y que en Europacentro-oriental existen buenas posibilidades para la so-
cialdemocracia: seis Estados que se pueden transformar
en los próximos veinticinco años en economías mixtas
y que cuentan con intelectuales y dirigentes de cultura
socialista democrática.
La socialdemocracia ha sido un adversario de los Es-tados socialistas. Por cierto que no todo el movimientosocialdemócrata ha sido anticomunista, pero antes quenada veo la necesidad de razonar sobre lo que considerofundamentalmente una derrota. Quiero por tanto aludir aesta necesidad como una tarea que nos toca hoy tanto alos socialdemócratas como a los socialistas y a los comu-nistas, es decir, tratar de comprender a fondo las razonesde esta derrota.
En su opinión, ¿desde dónde tiene que empezar esa
explicación a la que hace referencia?
El pecado original, digamos así, el vicio de fondode los regímenes comunistas es la idea de que el podermantenga un carácter monocrático aun después de la re-volución. Me encuentro nuevamente repitiendo algo queno decía desde hace treinta años: es necesario distinguirel momento de la conquista del momento del ejerciciodel poder. En períodos de crisis, de grandes crisis, son
necesarias la unidad y la cohesión, aquello que he llama-
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
do poder monocrático. Pero después de la conquista del
poder éste debe ser ejercido de manera democrática. Es loque sucedió, por ejemplo, en la Resistencia italiana: hubounidad de dirección política a pesar de que entre los cinco partidos hubiera disensos, pero una vez que se alcanzó elobjetivo hubo acuerdo entre los distintos partidos parainstituir en el futuro un gobierno democrático.
En resumen: para la conquista del poder había sido
necesario un pacto de no agresión entre los aliados, quetenían que estar unidos para combatir al enemigo. A este pacto debía seguir después un segundo pacto que tenía porobjetivo establecer las reglas que permitirían desarrollar acada uno su propia política sin necesidad de recurrir a lafuerza. Primero unidad en la lucha y después unidad parael diseño de una Constitución democrática. Y Constitución
democrática quiere decir sustancialmente establecer reglas para la solución de los conictos que necesariamente sur -gen dentro de cualquier sociedad, sin necesidad de recurrira la fuerza recíproca. Esta es para mí la denición de la
democracia, que yo llamo procedimental. Los valores a poner en acción después dependen de las fuerzas que, en
el ámbito de la dialéctica democrática, resultan hegemó-nicas. En Rusia, en cambio, una vez hecha la revolución,llegó el momento del puño de hierro: los otros partidosfueron suprimidos. Y a partir de aquel modelo el pecado
de origen se ha repetido en todos los países en los que un partido comunista tomó el poder .
Es esta estructura monocrática la que ahora está siendo puesta en discusión en los países del Este de Europa. En
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
¿No podemos decir que la historia de la cultura demo-
crática –no el liberalismo conservador sino la tradición dela democracia hecha también de conquistas sociales– es la
historia de la contaminación de la mejor tradición liberal
con las instancias del movimiento obrero, producto de una
evolución histórica, de un progreso?
Estoy de acuerdo, siempre ha sido democrático.
Sin embargo usted no habla con entusiasmo de la
socialdemocracia, preere hablar al mismo tiempo de
socialismo y liberalismo.
Mi inspiración es socialista, y he participado en los primeros movimientos antifascistas a través del liberal-socialismo de Guido Calogero.
Había entonces quien hablaba también del “comunis-
mo liberal”.
También es cierto. Y había además un comunismo
católico. Eso demuestra la enorme fascinación que el co-munismo ejercía en esa época. Una fascinación que ahoraya no existe. A pesar de no haber sido nunca comunista,yo no tengo esa forma de anticomunismo feroz que tienenaquellos que eran comunistas y después se han convertido,o de esas jóvenes generaciones que sólo ven los aspectosnegativos del comunismo.
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Ahora la democracia está sola
Anderson ha escrito que el Partido Comunista Italiano
ha sido siempre un punto de referencia para sus reexio-nes. Usted ha tenido con el PCI algunas discusiones de
gran importancia, en 1954 directamente con Togliatti y
con Della Volpe, cuando alertó a los comunistas acerca
de un progresismo “demasiado ardiente” que arriesgaba
caer en la dictadura. Ahora el PCI se ha alejado de aque-
lla fase, habla del n de la “duplicidad”. Usted conoce
los juicios de Occhetto sobre el tema, o –siempre respectodel juicio del PCI de hoy sobre la época de Togliatti– un
libro como La Nottola di Minerva , de Biagio De Giovanni.
Se ha escrito que las anticipaciones de Bobbio han sido
“conrmadas”.
Sobre todo esto creo que se justica una dosis de
satisfacción personal. En realidad ninguno de los comu-nistas de hoy sostendrían las tesis que fueron defendidassobre aquellos temas fundamentales de los derechos de lalibertad (aunque debo decir que la polémica con Togliattino fue enconada, y que ya en 1957 Della Volpe corrigiósu juicio de 1954, reconociéndome algunas razones). Me
parece que puedo decir, sin que parezca presuntuoso, quelos comunistas italianos cambiaron más de lo que yo cam- bié. La discusión trataba sustancialmente de los derechosfundamentales del individuo respecto del Estado, respectode cualquier Estado. Mi polémica nacía del hecho de que,desde Marx en adelante, estos derechos eran consideradoscomo reivindicaciones burguesas. Yo respondía que ésas
no eran reivindicaciones burguesas sino del hombre en
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Ahora la democracia está sola
Usted, por lo tanto, se ha mantenido siempre dentro
de este corredor dicil entre la exigencia de socialismo,con los peligros de degeneración autoritaria, y los princi-
pios de la democracia, con el riesgo de que las promesas
queden sin cumplirse. Mirando la historia de cincuenta
años atrás, incluso usando su mismo punto de vista, no
se puede negar que se han hecho progresos al formular
la hipótesis de una extensión universal de los derechos,
algo impensable apenas algunas décadas atrás.
Sobre esto estoy muy de acuerdo. Más aún, debo de-cir que ha sido mal interpretado por algunos mi artículosobre China, en el cual advertía que no había que hacer-se ilusiones: el fracaso del comunismo no resuelve losinterrogantes de fondo a partir de los cuales nació estemovimiento. Quien haya pensado que renunciaba a mis profundas convicciones democráticas, ha cometido ungravísimo error. Tampoco lo he escrito para facilitar un bastón de un apoyo a los comunistas. No, el asunto es queahora ha crecido la responsabilidad de la democracia anteel fracaso de los comunistas, quienes habían tratado de
resolver globalmente el problema de la sociedad justa.Ahora la democracia tiene que tratar de resolver aque-llos problemas que el movimiento comunista ha tratadode solucionar por una vía que ha resultado históricamenteequivocada. Aun estando perplejo sobre la posibilidad deque la democracia, sobre todo frente a los problemas delTercer Mundo, o sea de más de las dos terceras partes
de la humanidad, sea hoy capaz de darles una solución
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
adecuada, estoy convencido de que de la democracia no
se puede salir, porque todos los intentos que se han hechoen ese sentido han demostrado que se transitan vías -nalmente infecundas y peores, peores todavía que la peordemocracia. Y de esto creo que hoy en día todos estamos
convencidos, también los comunistas.Ante esta dicultad miro a aquella que se llama de-
mocracia internacional. Puesto que la democracia parece
poder extenderse también en el Este de Europa, yo creoque se deben armar sus principios a escala internacional;
esto signica extender sus reglas fundamentales, que valen
en el ámbito de los Estados, al sistema internacional.
Entonces es este el campo de acción de la izquierda;
¿se encuentra aquí, según usted, su tarea principal?
Quisiera sostener, sin embargo, que la democracia quese está también armando en los países del Este de Europa
es aquella democracia, fundada sobre algunos principiosy procedimientos, que ha sido siempre combatida por losmovimientos de izquierda, por los movimientos comu-
nistas, como una falsa democracia, como una democracia burguesa.
Pero esto lo dice desde años toda la izquierda italiana.
Es un principio que también en el PCI se ha armado des-
de hace tiempo, que se ha convertido en sustancia política.
No es una amarga vericación de último momento.
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Ahora la democracia está sola
Estoy de acuerdo en que el PCI lo dice desde años, y
también sobre el hecho de que, desde el punto de vistade la acción política, el PCI siempre ha actuado en estosaños como un partido democrático que respeta aquellaregla fundamental sobre la que insisto, o sea la regla deque se puede protestar, se pueden mostrar todas las formas posibles de disenso, pero sin romper el pacto que excluyeel uso de la violencia. Hay que reconocer históricamente
esto al PCI, un partido que en 1948 impidió que el atentadoa Togliatti (que era sin embargo un acto de violencia y porlo tanto una ruptura del pacto de no agresión por parte delos adversarios, aunque todavía no se sepa bien cuál fuela mano que armó a aquel joven Pallante que le disparó)se transformara en la ocasión para una respuesta violenta.Este es el signicado de la democracia. Por lo tanto yo
digo que el PCI no sólo ha profesado la democracia sinoque también ha actuado lealmente en estos años de vidademocrática. Queda sin embargo el problema de que laizquierda es débil, y débil es su perspectiva.
Entonces nosotros tenemos la democracia de las reglas
liberales, a las cuales no se debe renunciar jamás. Ustedha escrito una vez que en Stuart Mill está el abecé de
la democracia, pero después vienen las otras letras del
alfabeto, o sea su contenido social. Para realizar este
contenido social hacen falta fuerzas nuevas. Hobsbawm,
que es comunista, dice que ya no tenemos más la fuerza
compacta y creciente de la clase obrera con la capacidad
unicadora de su conciencia, pero tenemos los grandes
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
partidos de izquierda, de origen obrero, que pueden for-
mular políticas nuevas. En Inglaterra, por ejemplo, loslaboristas parecen estar en condiciones de derrotar a la
Thatcher.
Sí, pero en Inglaterra la alternativa existió en toda la posguerra. De todas maneras estoy de acuerdo con estaconsideración de Hobsbawm. El hecho es que esta demo-
cracia –llamémosla así– social, puede arrojar beneciosdentro de los Estados considerados aisladamente. Es unaconquista importante para los países europeos, a pesar deque en Italia no tenemos que olvidar que el Estado socialno ha sido propuesto, ni discutido, ni realizado por los partidos de la izquierda.
Pero seguramente es también el resultado de las luchas
de la oposición.
Sí, claro, pero aun dejando a un lado las consideracionesacerca de cómo funciona el Estado asistencial italiano,queda el problema de que Italia es el único país del área
europea occidental que no ha sido nunca gobernado porla izquierda. Y también quiero decir que, después de
tantos años de exaltación del comunismo, la perspectivasocialdemócrata no puede ser asumida tan fácilmente porlos comunistas. Por ejemplo, en Polonia y en otros paísesdel Este de Europa la perspectiva socialdemócrata es unaderrota para los comunistas.
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Ahora la democracia está sola
Pero es la derrota de un tipo de partido comunista,
contra el cual el PCI ha dado sus batallas y sostenidoel disenso. Con Berlinguer los comunistas italianos pre-
sionaron para transformar esos sistemas políticos. Pero
quisiera ir más a fondo sobre este punto: desearía saber
si, según su punto de vista, en sustancia, la derrota de
este tipo de comunismo debilita las perspectivas de la
izquierda en el mundo entero, si usted piensa que existe
una relación de este tipo.
Por cierto que no. Sin embargo algunos podrían decira los comunistas (y esto tienen que tratar de entenderlo,o de cualquier modo justicarlo): durante años ustedes
consideraron al comunismo como la solución, como ladirección de la historia, ahora no pretendan dar leccionesa los otros. Es un hecho que la Revolución de Octubre hadado lugar a que los partidos de los países occidentaleshayan cometido probablemente el error de creer que loque había sucedido en la Unión Soviética, que era un paísde estructura social muy débil, habría podido sucedertambién en nuestros países.
Esta relación era, antes que nada, una referencia sim-
bólica. Los partidos comunistas occidentales no constru-
yeron Estados y sistemas económicos; fueron movimientos
de emancipación de los trabajadores.
Lo sé, pero “hacer como en Rusia”, fue una de las
banderas fundamentales de este movimiento, y en Italia lo
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Giancarlo Rose - Norberto Bobbio
a los ciudadanos del mundo. Entonces sí podremos tener
una mayoría favorable a la democracia social en el mundo, porque en el mundo hay miles de millones de hombresque tienen mayor interés en políticas de reequilibrios enel desarrollo y en la justicia. Por lo demás, ¿no se le haocurrido nunca preguntarse por qué nosotros, que somos parte de ese universo de países de la llamada democra-cia occidental, dominados indudablemente por Estados
Unidos, nosotros, ciudadanos italianos, no votamos porel presidente de los Estados Unidos? ¿Y cuál sería el re-sultado si votaran todos los Estados de la alianza? Quierodecir que hasta ahora lo que los juristas llaman derechode ciudadanía está limitado a la ciudadanía nacional, noexiste todavía un derecho de ciudadanía internacional.
En un discurso en Bolonia, en ocasión de la entrega dela laurea ad honórem, he recordado lo que Kant escribiera
en su espléndido libro sobre la paz perpetua. Más allá delderecho nacional y del derecho internacional está aquélque él llama “derecho cosmopolítico”, el derecho que to-dos los hombres tienen en cuanto ciudadanos del mundo.Estos son los grandes diseños, los grandes sueños que
podrían constituir la fuerza de choque para un cambio.Pero temo que todavía no somos capaces de provocar unmovimiento universal tan fuerte como para modicar la
realidad presente.
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HACIA UN NUEVO PENSAMIENTO POLÍTICO
U MBERTO C ERRONI
Dedico a Norberto Bobbio, quien hace poco ha cumpli-do ochenta años, las consideraciones que siguen acerca dela relación entre liberalismo y socialismo, y la relación que
vincula estas dos teorías políticas con las perturbadorasnovedades de este nal del siglo veinte.
Es ciertamente Bobbio el nombre que en Italia repre-senta mejor, por la profundidad de su análisis y por lacontinuidad de su indagación, la investigación sobre estostemas. Sin duda alguna se puede armar que es también
la persona que más ha contribuido en Italia a estimular el
debate, a situarlo por encima de la coyuntura y a hacerloconocer en el mundo. Gracias a él sobre todo los estu-dios políticos italianos han podido lograr en este campoespecico el más alto nivel, llevando la cultura de nuestro
país a la cabeza del diálogo internacional sobre cuestionesteóricas de extrema y general actualidad.
Estas consideraciones tienen su origen en el análisisque Perry Anderson ha dedicado a la obra de Bobbio,
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Unberto Cerroni
tenido lugar a partir de la mitad de este siglo. Esto pone
en evidencia tanto la gran “distancia” que se está estable-ciendo entre nosotros y las teorías políticas del siglo XIXcomo el hecho de que estamos ciertamente retrasados en lareconsideración crítica y en la valoración apropiada de lasnovedades que se están produciendo. Persiste en cambiouna tendencia a alinearse con una u otra teoría heredadao bien una tendencia a subvalorar la importancia de los
nuevos fenómenos sociales y políticos. Ambas tendenciascoexisten cada vez con mayor frecuencia.
Esta relación con la práctica histórica no es en generaltan urgente en otros campos de la teoría: estamos aún encondiciones no sólo de apreciar sino también de “disfrutar”las teorías de Aristóteles en estética, epistemología, gno-seología, lógica, etc., pero en el campo de la teoría políticala “distancia” se advierte rápidamente y se convierte endicultad de comprensión y en inevitable lejanía. Esto
signica también que en el campo de la teoría política la
“lectura” de los textos resulte más fatigosa porque debehacerse cargo de una permanente remisión a los sistemasde referencias que a estos textos sustentan. Cuando tal es-
fuerzo falta o es insuciente, con más facilidad que en otroscampos se genera un doctrinarismo dogmático que osica
e ideologiza las viejas teorías y procura también entumecerlas nuevas realidades. En efecto, en la teoría política laelaboración puramente racional ocupa sólo una parte delobjeto tomado en consideración; la otra está constituida porlos intereses y, por lo tanto, por la voluntad de los “actores
políticos”. Este segundo elemento nunca ha dejado de estar
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Unberto Cerroni
que ninguno de los grandes teóricos liberales, en su labor
de conceptualización y sistematización de los “derechoshumanos” proclamara la necesidad racional del sufragiouniversal. Pero así se explica también el “sorprendente”hecho de que los primeros Estados que introdujeran el su-fragio universal no fueran para nada los primeros Estadosliberales, los cuales antes bien, arribaron mucho más tardeal sufragio universal y, como quiera que sea, después que
otros Estados.La centralidad del sufragio universal explica también
otros hechos históricos “sorprendentes”.. Explica, porejemplo, el retardo de la teoría liberal con respecto a lasigualdades no “formales” (igualdad entre los sexos, de lostrabajadores, los grupos raciales) y la persistente indulgen-cia teórica hacia determinados privilegios (varones, blan-cos, cristianos, propietarios). Acaso esta centralidad delsufragio universal sirve también para poner en evidencia (y probablemente también para explicar) el tendencial “mo-deratismo” liberal e incluso la conuencia de liberalismo
y “racionalismo” político. A su vez es cierto que, en la otraorilla, estas rémoras no parecen seguir operando (aunque
asomen otros peligros): el socialismo fue el primero enentrever la esencialidad de las igualdades “no formales”y en particular del sufragio universal. El primer proyectoestatal de introducción del sufragio universal igualitario pertenece a la Comuna de París y la primera concepción política que supera las diferencias nacionales y sociales,así como también las raciales o religiosas, es seguramente
la proclamada por las Internacionales socialistas.
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Hacia un nuevo pensamiento políco
EL LIBERALISMOY LA DEMOCRACIA MINIMAL
Esta dicultosa relación con el sufragio universal
por parte de la tradición liberal (piénsese que Inglaterraanuncia una Magna charta libertatum ya en 1215, peroarriba al sufragio universal sólo en 1928, después de que lohicieran muchos otros Estados) parece bien representativa
del carácter “decimonónico” del liberalismo, así comotambién de su carácter racionalista-abstracto.
Llama la atención que en la literatura losóca y
también en la político-jurídica de matriz liberal se hayasubvalorado persistentemente al sufragio universal, el cualnunca aparece indicado como la discriminante esencialentre el viejo Estado liberal y el nuevo Estado democráti-
co. Como ejemplo de esta subvaluación resulta muy sig-nicativo el reciente ensayo de John Gray. Il liberalismo (1989) que no menciona ni siquiera el advenimiento delsufragio universal, y cuando se habla de él con frecuenciase confunde tendencialmente con el sufragio universalmasculino, un caso ejemplar de sufragio restringido,
puesto que se reere a menos de la mitad del pueblo.La lógica liberal se apoya en la gura abstracta del indi-viduo, entendida como para delinear en todos sus detallesformales la gura del hombre consciente, que “sobresale”
del grupo y que está “emancipado” de la dependencia delos viejos nexos sociales del mundo estamental o tribal, pero se muestra mucho menos interesada en los nuevos
nexos sociales y en las nuevas dependencias y en la “po-
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Unberto Cerroni
breza” de la que tratan de emanciparse los nuevos sujetos
que están emergiendo. Por eso la tradición liberal resultano sólo moderada sino también conservadora del pasado,cuando los nuevos nexos sociales no son implantados, yno presta atención al crecimiento de intereses elementalesde los cuales el hombre “consciente” (propietario) ya se haemancipado, aun cuando sean intereses difundidos entremillones de hombres e incluyan diferencias esenciales de
sexo, raza y religión.El segundo gran objetivo del liberalismo consiste en
la sistematización de los procedimientos, de las formasy de las garantías tendientes a estabilizar la proteccióndel individuo ante otros individuos y ante el Estado. Este planteamiento es tan central que el mismo Estado liberalse congura como Estado de derecho puro, como Estado solamente garante, o sea como Estado abstencionista.Se puede decir que el Estado liberal tiende a proteger ygarantizar más bien la estática que la dinámica social; es, por antonomasia, el Estado guardián de las relaciones demercado y de las transacciones privadas. Sin embargo, silo privado constituye el tejido molecular de la convivencia,
lo público, en la medida en que se concentra en la esferaabstracta de la vida metaindividual, se presenta en el Es-
tado liberal como autoridad consolidada en la tradición
y en la fuerza. Respecto de ella la soberanía popular y la
elección son meros datos coyunturales.
Precisamente estas características notables del Estado
liberal logran explicar cómo nunca pudo abrirse a las
contaminaciones evidentes del autoritarismo reacciona-
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Hacia un nuevo pensamiento políco
rio y cómo nunca una parte tan considerable de la cul-
tura liberal –después de haber resistido tenazmente a la“rebelión de las masas” y después de haberse rehusado a
cualquier comprensión de los movimientos socialistas–
pudo con tanta facilidad adherir a las diversas variantes
del fascismo. ¿Cómo explicar, si no, el apoyo de Croce
y de Gentile (y de tantos otros liberales) al fascismo en
1922, así como el que brindaron los liberales alemanes
para el ascenso de Hitler. La conanza en el gobiernode Mussolini fue expresada, como es sabido, en 1923,
por Croce, Giolitti, Orlando, Salandra, Paratore, De
Gasperi y muchos otros exponentes de la tradición li-
beral. Gentile adhirió formalmente al fascismo el 31 de
mayo de 1923 con una carta en la que profesa como un
auténtico liberal. Sobre esto, por último, puede verse el
volumen de Jacobelli, en especial el capítulo segundo.
En un sentido más general puede recordarse la batalla
contra el sufragio universal masculino conducida por
el mundo liberal y la aversión maniesta de estudiosos
como Pareto y Mosca.
Como sabemos, estas colusiones no se produjeron en
otros países, pero también es verdad que en ellos faltóprincipalmente la situación histórica, o sea un conicto
social profundo. Sea como fuere, es cierto que el libe-
ralismo ha recibido un impulso renovador después de
la derrota del fascismo y del nazismo, es decir después
de la segunda guerra mundial y bajo la presión de los
movimientos sindicales, laboristas y socialistas. Nace
entonces institucionalmente lo que llamamos liberalde-mocracia.
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Unberto Cerroni
Sin embargo, no parece que esta renovación haya
bastado para afrontar oportunamente problemas nuevos,como la descolonización ayer y la cuestión ambiental
hoy. No obstante la gran renovación que ha sido capaz
de realizar, el liberalismo aparece todavía en condiciones
de ser calicado como una fuerza política conservadora,
dirigida más a moderar las presiones que a organizarlas
o dirigirlas. La democracia que preere el liberalismo
tiende a ser siempre una democracia minimal, sustancial-mente abroquelada en las trincheras de los procedimien-
tos, del tecnicismo y del formalismo jurídico construido
para la defensa de una pirámide garantista que tiene en
su vértice al individuo privado que ya ha sobresalido por
encima de las dicultades elementales en las que todavía
están inmersas las grandes masas. Desde aquella altura el
horizonte visible es el del mercado, el de la competencia,
el del combate social. Y es precisamente esta evidencia la
que transforma más rápidamente en un sistema de valores
todo lo que concierne al nivel formal-individual-procesal
de la vida moderna.
LA TRADICIÓN SOCIALISTA
También la tradición socialista ha disfrutado de una
perspectiva preferencial, que ha tenido como centro la
colosal magnitud de intereses que empezaron a prolife-
rar con la organización de las masas trabajadoras. No es
casual que la primera y esencial demanda política haya
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Hacia un nuevo pensamiento políco
sido, para el movimiento socialista, la del derecho de
asociación: un derecho, recuérdese, totalmente olvidadopor la tradición liberal. El liberalismo combatía al aso-
ciacionismo, memorioso de su “vieja” variante corpora-
tiva-medieval y preocupado por impedir el crecimiento
de “sociedades intermedias, que pudiesen reproducir in-
tersticios entre los individuos y el Estado. También en
este ámbito el socialismo ha “superado la tradición li-
beral implantando en los órdenes modernos una mueva”libertad, de la que han nacido innumerables formas de
asociacionismo moderno, desde las asociaciones de so-
corros mutuos hasta las leyes, los sindicatos, los partidos
políticos y, por contragolpe, las mismas asociaciones pa-
tronales.
Otro ámbito –más conocido– en el que el movimien-
to socialista ha superado la tradición liberal es el de la
reivindicación de la paz, de los derechos sociales, de la
intervención distributiva del Estado, pero también el de
la intervención cultural con el propósito de promover la
instrucción obligatoria y la salud pública, y en general
todo aquello que sea de utilidad pública pero que no se
quede en lo puramente formal, procesal instrumental.No decimos esto a los efectos de sobredlmensionar
los méritos del socialismo (que son ciertamente gran-
des). En una cantidad no menor que el liberalismo, en
los hechos el socialismo también ha tenido que pagar
un precio por su particular preferencia en lo que al hori-
zonte se reere. A la primacía del individuo, propia del
liberalismo, se ha contrapuesto una primacía de lo colec-
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tivo social propia del socialismo. Y como el liberalismo
en cierto modo ha enfatizado el interés individual en unaverdadera primacía de lo privado sobre lo público, el so-
cialismo ha enfatizado el interés social en una verdadera
primacía de lo público: al individualismo competitivo se
ha contrapuesto así un colectivismo estatalista y dirigista.
También el socialismo ha llegado a endurecer doctrina-
riamente una fase histórica y un ciclo político presentan-
do al tecnicismo liberal como inmodicable, leyéndolocomo liación directa del interés “de clase” del Estado
burgués.
Hoy esta lectura nos parece superada, pero es oportu-
no recordar que el socialismo que ahora denimos como
decimonónico se reejaba en un no menos nisecular
Estado liberal que reconocía realmente la subjetividad
política a una cuota mínima del “pueblo soberano., se-
leccionándola –además– verdaderamente con criterios
cencitarios y culturales que excluían a trabajadores y su-
jetos “débiles”. Por lo tanto si el socialismo se equivoca-
ba no era tanto al atribuir al Estado liberal una naturaleza
clasista sino al considerarla inmodicable y al rechazar
por eso todas las formas políticas liberales. En suma, elliberalismo daba entidad a los procedimientos en contra
de la extensión del universo de los sujetos legitimados
para disfrutarlos, mientras el socialismo otorgaba entidad
a esta extensión cuantitativa de la subjetividad en perjui-
cio de la coesencialidad de las técnicas, de los procedi-
mientos y de las formalidades garantistas elaboradas por
la tradición liberal. La resistencia del Estado liberal a la
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expansión del universo de los sujetos políticos generaba
la hostilidad del socialismo al ordenamiento técnico-ju-rídico del Estado liberal. La negación liberal (o su con-
tinua dilación) del sufragio universal acompañaba así a
la negación socialista de las formas (de las “libertades
formales”) propias de la tradición liberal. Y cuando el
Estado liberal rechazaba a las masas emergentes, tanto
más éstas se armaban en su rechazo del Estado liberal y
en la demanda alternativa de un Estado socialista.
SOCIALISMO Y ESTADO DEMOCRÁTICO
En el fondo, la contraposición entre reforma y revo-
lución, entre reformismo y maximalismo no hace sino
registrar la situación recientemente recordada. En una
condición histórica de grave tensión que desembocará
luego en la primera guerra mundial, aquella contrapo-
sición delineaba dos tendencias del socialismo: aceptar
una condición persistentemente subalterna de las masas
o aceptar su rebelión invocando una ruptura violenta ca-
paz de curar la violencia súbita. Aceptar reformas econó-micas sin reformas políticas generales en el largo plazo
era la táctica poco fascinante del reformismo, mientras
que rechazarlas en nombre de reformas políticas gene-
rales revolucionarlas era la estrategia, en el breve plazo
poco redituable del maximalismo.
En la actualidad el condicionamiento histórico de
aquellas dos tendencias debería estar claro. Pero en rea-
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Unberto Cerroni
lidad las fuertes resistencias conceptuales muestran que
de hecho categorías como reformismo y revolución hoyson empleadas más allá de sus límites históricos y des-
empeñan una función contaminante de la teoría políti-
ca. Expulsadas del diccionario cientíco por la historia,
sobreviven en la política cotidiana como reproducciones
del pasado capaces de obstaculizar la comprensión de la
nueva situación. Por una parte, la apelación a la tradición
reformista sirve frecuentemente para quitarle el carácterinnovador al movimiento socialista y reducirlo a un ver-
dadero sustituto de un movimiento liberal de masas que
no existió nunca. Por otra parte, la tradición revoluciona-
ria es acompañada con la reactualización de un análisis
teórico envejecido y repetitivo que ve en la fuerza el nudo
fundamental de la política de manera no muy distinta de
la tradición liberal. En efecto, con la fuerza de la violen-
cia revolucionarla se espera destruir un predominio so-
cial que por largo tiempo se ha valido de la fuerza para
frenar la expansión universal de los derechos políticos y
sociales modernos. El tema de la revolución ha sido ob-
jeto de amplia propaganda y fue sostenido teóricamente
por la cultura soviética, que llegó a convertirlo en el temadiscriminante entre socialistas y comunistas. Pero las co-
sas han cambiado radicalmente en los últimos años. En el
centro de los análisis teóricos está ahora precisamente la
democracia (sin adjetivos) con su potencialidad de trans-
formación. Al mismo tiempo también la teoría jurídica
destaca, en el derecho, el tema del consenso antes que
el de la coacción (a este respecto me limito a citar dosensayos recientes: Baglay y Solovev).
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Esta centralidad de la fuerza tanto en el socialismo
como en el liberalismo del siglo pasado (y que sobre-vivió hasta la segunda mitad de este siglo) es acaso la
mejor prueba de su sustancial convergencia conceptual
y de su común inadecuación para explicar teóricamen-
te, y para enfrentar prácticamente, los nuevos problemas
suscitados por la introducción del sufragio universal, es
decir, por el paso hacia el Estado democrático. Se tra-
ta, naturalmente, de un tránsito que en muchos aspectostodavía sigue su curso ya que las condiciones políticas
de Occidente son, en su aspecto cuantitativo, totalmente
marginales en el mundo. Sin embargo ellas indican una
sólida tendencia y dan fe respecto de los países que ha-
bitamos.
DE LA FUERZA AL CONSENSO
Denir el Estado democrático es muy dicil precisa-
mente porque su instauración es muy reciente y porque,
en consecuencia, las categorías conceptuales con que lo
examinan todavía no han sido totalmente depuradas delénfasis que la fase histórica precedente había puesto. No
es casual que en torno de la denición de democracia se
continúen, durante decenios, disputas teóricas encarni-
zadas y que a partir de ellas se produzca una apropia-
ción lingüística general de la palabra democracia, que
a nes del siglo pasado estaba cargada de signicados
negativos. Es de cualquier manera cierto que en los or-
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denamientos democráticos evolucionados son claramen-
te identicables zonas vinculadas a la tradición liberal yotras vinculadas a la tradición socialista. Y precisamente
este entrelazamiento, fruto de un prolongado y también
áspero conicto social y político, indica la profunda no-
vedad histórica de esto que llamamos democracia. El po-
tencial político que la democracia irradia (o puede irra-
diar) es enorme (Bobino ha hablado justamente de una
“democracia subversiva”) y está bien ejemplicado en laruina conceptual que comporta el sufragio universal.
El voto universal da cuenta principalmente del n del
universo restringido dentro del cual estaba reducido el
concepto formal de pueblo. Registra además la equipa-
ración de los sexos bajo el más alto perl decisional (la
decisión política), así como la equiparación de las razas
y de las naciones frente a los grandes temas de la sobe-
ranía moderna. Pero el sufragio universal postula tam-
bién el n de las valoraciones racionalistas de la política:
introduce como sistema obligado de referencia institu-
cional de la política la legitimidad de todos los intereses
sociales. Se trata, por así decir, de una obligación esta-
blecida institucionalmente y que asume un valor teóri-co obligatorio. Desde el punto de vista institucional el
principio “cada cabeza un vota vacía de signicado la
antigua polémica liberal sobre el voto como explicación
de una capacidad racional dirigida a escoger los legisla-
dores y las plataformas sobre las cuales edicar la ley.
Precisamente conriendo a todos –independientemente
de la condición de propietario, de cultura y de sexo– el
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derecho-poder de escoger y decidir a través del sufragio
universal, reconoce que el voto es la autotutela materialde todos los intereses: es un interés revestido de derecho.
Y ya que sobre la representación de todos estos intereses
revestidos se funda precisamente la ley laica moderna,
esta última deja de presentarse como aplicación de una
ratio metafísica o antepuesta de algún modo a las diver-
sas voluntades portadoras de los intereses: se presenta,
por el contrario, verdadera y solamente como el conic-to organizado entre esta voluntad y aquellos intereses.
En otros términos, la moderna y laica lex no tiene nada
en común ni con la medieval lex data de Dios ni quisie-
ra con la racionalista ley kantiana. Esta era sacada por
cierto de una ratio laica, pero de una ratio que “saltaba”
la concreta voluntas de los individuos en particular (to-
dos) y se identicaba luego con la voluntas particular de
un “legislador santo”, electo por un restringido círculo
de propietarios y de hombres cultos. En este contexto
kantiano, cuyo núcleo teórico se perpetúa en la tradición
liberal moderna, el apriorismo racionalista armoniza con
la privilegiada discriminación de la autoridad constitui-
da y de la propiedad acumulada precisamente en cuantoexcluye que la ratio pueda declinar a voluntas de cada
uno. Y puesto que luego la ratio jurídica funciona –de
manera distinta de cualquier otra ratio– como una ratio
social obligatoria que vale para todos aunque no todos
contribuyan a fundarla, se entiende que la lex generalis
ominium –precisamente porque en realidad no ha naci-
do del concurso de todos y debe sin embargo regir para
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la gran (¡y semiolvidada!) crítica de Marx a la loso-
fía especulativa que retomaba y reproponía la crítica deFeuerbach a Kant y a Hegel sobre el terreno especíco
de la teoría de la democracia moderna?
REPENSAR A MARX
He esbozado un Marx que a decir verdad más queolvidado es todavía mal conocido. En efecto, ha prevale-
cido en la historia del marxismo (y en la misma historia
de la crítica del marxismo) una sorprendente inversión
de las relaciones entre los fundamentos teoréticos y las
posiciones prácticas, que todavía continúa. Antes que in-
tentar reconstruir el itinerario teórico que condujo a Marx
a las conocidas conclusiones políticas, se ha preferido
(era obviamente mucho más fácil) asumir los fundamen-
tos teóricos como puros instrumentos de una estrategia
política. Es así como pudo nacer un marxismo teórico
mucho antes de que pudiésemos conocer totalmente la
obra de Marx -un marxismo deducido de una política so-
cialista que, contraponiéndose a un capitalismo del siglopasado, no podía no ser un socialismo del siglo pasado-,
ha nacido un marxismo que ha tomado cuerpo (un cuer-
po arruinado, por otro lado) independientemente de las
grandes obras teoréticas que desde 1927 adelante lenta-
mente (y de a poco) hemos podido estudiar. Se trata de
obras como la juvenil Crítica a Hegel, los Manuscritos
de 1844, La ideología alemana y los Grundrisse, a los
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cuales el marxismo tradicional se ha opuesto (especial-
mente en el Este) por lo menos durante treinta años conargumentaciones teóricas y políticas que han impedido
notoriamente la renovación de los estudios y de las inter-
pretaciones. La leyenda de los “dos Marx” (¡el viejo-ma-
duro y el joven-antimarxista!) ha conservado sustancial-
mente una suerte de Antiguo Testamento centrado todo
él en la primacía de lo activo de la política y en el carác-
ter deductivo de la teoría, en el cual seguía actuando lahermenéutica dogmática del estalinismo. De esta última
conviene recapitular los principios fundamentales:
1. Reducción del pensamiento de Marx a una simplica-
da dialéctica hegeliana mezclada con un materialismo
losóco aproximativo.
2. Reducción de la política a la “aplicación” de un mate-
rialismo histórico antepuesto a un análisis diferencial
concreto de los fenómenos contemporáneos.
3. Reducción de la teoría política de Marx a una rústica
concepción clasista del Estado entendido como puro
poder-fuerza accionado exclusivamente por la volun-
tad de una capa dominante.
4. Reducción del socialismo a la estatización de los me-dios de producción y a monopolio monopartidista del
poder.
En virtud de estos reduccionismos, radicalmente con-
trastantes con el complejo y todavía insucientemente
explorado itinerario intelectual de Marx, aquella dogmá-
tica es recortada y también discriminada con relación a
la que privilegia a un “verdadero Marx” que era sustan-
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cialmente el Marx político y divulgador. A decir verdad
es necesario agregar que este marxismo estaliniano seinsertaba en una reducción instrumental del pensamiento
de Marx de algún modo puesta en marcha no sólo por
Lenin sino también por Kautsky y en muchos aspectos
por Engels. Es necesario luego agregar que si bien Marx
permanece en gran medida por encima del nivel de sus
intérpretes, también es verdad que su obra conservó el
carácter de gran bosquejo, especialmente en lo que res-pecta a la problemática epistemológica y metodológica,
terminando con privilegiar la investigación económica
en torno al capitalismo del siglo XIX.
Así las cosas, ha sucedido que mientras la parte más
notoria de la obra marxiana permanece fuertemente co-
nectada con el orden económico y sociopolítico del siglo
XIX, la parte más viva y menos vinculada al análisis del
primer capitalismo permanece poco explorada; se trata,
es cierto, de una parte menos densa pero representa, sin
embargo, una contribución esencial para la fundación
de una sociología cientíca moderna y de una moderna
teoría laica y materialista de la democracia. La grosera
interpretación que de la obra de Marx se ha tenido, porobra de un movimiento político y –correlativamente– por
obra de sus adversarios políticos, ha servido al nal de
cuentas sólo para empañar la importancia del Marx cien-
tíco, mientras que el énfasis que ha sido puesto sobre
algunas de sus propuestas políticas históricamente co-
rrelativas a las condiciones de su época sólo han conse-
guido convertir en doctrinarismo utópico e insolvente un
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pensamiento fuertemente realista y orientado a la cautela
cientíca. (Séame permitido a los efectos de documen-tar la existencia de interpretaciones alternativas de Marx,
remitirme a investigaciones realizadas en años ya muy
lejanos: Cerroni 1962; 1971; 1973. Es oportuno todavía
lamentar una vez más la falta –salvo en Francia– de una
edición crítica y autónoma de la obra de Marx). Pero todo
esto pertenece a un capítulo especial y namente teórico
de la historia de las ideas más que a las cuestiones aquíconsideradas de las relaciones entre liberalismo y socia-
lismo.
ENTRE LAS DOS GUERRAS
Está fuera de duda que la Revolución de Octubre se ha
insertado en la historia de las ideas políticas de nuestro
siglo con una gran fuerza revulsiva, en gran medida ali-
mentada por las particulares condiciones históricas que
acompañaron y siguieron a la primera guerra mundial. Es
necesario considerar que la Revolución de Octubre pudo
vencer en un país tan atrasado y tan poco “obrero” prin-cipalmente por su apelación a poner término a la guerra y
porque Rusia fue precisamente el primer y único país que
concluye una paz “política” abandonando el terreno de
las operaciones militares. Este motivo determinó el rápi-
do crecimiento del prestigio político de los bolcheviques
dentro y fuera de Rusia. Y éste fue también el motivo
principal de la consolidación del poder soviético y de la
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formación de fracciones comunistas en los partidos so-
cialistas (que habían aceptado la guerra) y luego de parti-dos comunistas. Contra la guerra y su posible repetición
(en la “era del imperialismo”) el tema de la paz se unta
con el tema de la revolución en la difundida convicción
de que la amenaza militar-imperialista se mantendría y
que una vanguardia pacíca y democrática de las masas
trabajadoras resultaba imposible.
Basta pensar en la progresiva fascistización de Europay en las duras luchas afrontadas en los años veinte tanto
por el proletariado de los países industrializados como de
los países coloniales. Pero, como sucede con frecuencia,
el defecto profundo de aquellos análisis era teorizar en
el largo plazo datos de hechos atinentes al corto plazo,
defecto que por otro lado estaba alimentado precisamen-
te por el doctrinarismo dominante en los partidos de ins-
piración marxista. El inmediatismo político bloqueaba
el análisis e introducía la acción práctica en el continuo
replanteo de la doctrina tradicional. Debemos agregar
que contra este maximalismo doctrinario disfrazado de
ortodoxia operaba casi siempre un empirismo subalterno
que conducía numerosos reagrupamientos reformistas(en Italia puede recordarse el ejemplar caso de Bonomi)
a la vera del viejo liberalismo. Conviene por n tener en
cuenta el hecho de que mientras avanzaba en Europa el
fascismo el mundo liberal estaba apenas comenzando a
aceptar el sufragio universal (Estados Unidos en 1920.
Gran Bretaña en 1928. Francia en 1945). Esta coyuntura
política, que viene a coincidir también con la gran crisis
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de 1929, avaló y difundió la tesis (estaliniana) de que el
Estado liberal se habría petricado en formas reacciona-rias y que el capitalismo se habría de derrumbar por crisis
interna.
Recordamos todo esto no ya para justicar, sino por
el contrario para señalar la perspectiva limitada al breve
plazo que guió gran parte del pensamiento político socia-
lista y comunista entre las dos guerras mundiales, pers-
pectiva que impidió ver la maduración de las condicioneshistóricas completamente nuevas y el advenimiento de
determinados hechos que estaban cambiando radical-
mente los caracteres de la época: la propagación de la
democracia basada en el sufragio universal, la conquista
de la Independencia por parte de los países coloniales, la
derrota militar y política del fascismo, el advenimiento
del neocapitalismo y de la sociedad de masas.
Durante largo tiempo, en cambio, el socialismo fue
guiado por las teorías exclusivistas elaboradas en la
URSS cuando se trataba de construir el socialismo en un
solo país, y de promover la industrialización y la moder-
nización económica de Rusia. Desde entonces el movi-
miento socialista se encontró encerrado entre esta nuevaexperiencia histórica y el escenario político dominado
por el peligro fascista. En este encierro maduraron vín-
culos con la URSS que consolidaron y agravaron tenden-
cias que por otro lado ya se encontraban presentes en el
socialismo occidental. Basta pensar en el énfasis que en
la tradición del socialismo de Kautsky habían tenido doc-
trinas materialistas vulgares, teorías “derrumbistas” de la
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economía, interpretaciones fatalistas del imperialismo y
de la guerra. Los textos más signicativos de esta com-pleja involución del socialismo ante la nueva realidad
son: las Tesis de Otto Bauer, Théodore Dan, Amédée
Dunois y Jean Zyromsky que se conocieron con el títu-
lo L’Internationale et la guerre, publicadas en 1935; la
última gran obra de Kautsky. Sozialisten und Krieg y los
textos de la misma época de la otra Internacional, la co-
munista. El marco general del análisis estaba dominadopor el asombro ante el avance nazista y fascista, por la
expectativa ante la guerra, y por la desilusión con res-
pecto a las democracias liberales. Kautsky resumía muy
bien esta atmósfera en alguno de sus textos: “Desde la
guerra mundial –dice– el mundo ha salido de su lecho y
oscila entre posiciones extremas e insólitas que dan lu-
gar todos los días a nuevas sorpresas. Por cierto, también
este desarrollo, como todo lo que sucede en el mundo,
está regido por su regularidad. Pero nosotros lo obser-
vamos todavía desde muy cerca y él está demasiado ba-
sado sobre condiciones totalmente extraordinarias como
para que podamos aprender del presente mucho más que
su carácter absolutamente caótico. En la medida en quenuestras concepciones sociales y políticas actuales tie-
nen una base cientíca se fundan en el reconocimiento
de la regularidad, lo cual ha sido posible por la observa-
ción de los procesos sociales vericados antes de la gue-
rra mundial”. El mundo seguía andando hacia adelante,
pero la teoría política se había detenido en 1916-1917.
(La cita pertenece a Panaccione; puede verse también
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el juicio del liberal John Gray: “En el ámbito político la
catástrofe de la primera guerra mundial llevó a la quiebraal mundo liberal”, p. 64). Debo advertir aquí que todo el
período 1914-1945 va asumiendo un signicado esencial
para marcar los límites entre la cultura política tradicio-
nal y la de inspiración democrática. Se trata de un período
terrible en el curso del cual se concluyen algunas expe-
riencias europeas verdaderamente emblemáticas como el
fascismo, el nazismo y el estalinismo. Nolte ha denidoestos treinta años como una “guerra civil europea”. Sin
embargo, preero adoptarla denición de Foa/Glolitti
que hablan de la “segunda guerra de los treinta años”.
La derrota del fascismo y del nazismo, el advenimiento
del sufragio universal, el proceso de descolonización y la
constitución de la ONU echan las bases para una política
completamente nueva.
EL RETARDO DE LA TEORÍA
Sería injusto considerar que sólo el socialismo ha que-
dado rezagado. Entre las dos guerras, la intelligentsia li-beral no había brindado por cierto una contribución signi-
cativa para el esclarecimiento de las nuevas tendencias
y de las nuevas perspectivas: Weber, muerto en 1920,
no pudo ir más allá de una reivindicación propia del si-
glo pasado del poder plebiscitario-carismático, Croce y
Gentile –como hemos visto– habían apoyado al fascismo
en 1922, Schmitt y Heidegger optaron por Hitler en losaños treinta.
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cerse de que la experiencia de la democracia en el sentido
pleno del concepto pertenece por completo a la segundaposguerra. En efecto, la democracia basada en el sufra-
gio universal pone en movimiento un proceso práctico
y teórico totalmente nuevo que no encuentra preparada
a la cultura política de los mismos movimientos que ha-
bían luchado por la introducción del sufragio universal.
Y aquí se puede advertir que estos movimientos no fue-
ron verdaderamente de matriz liberal. Nace entonces unaonda larga que aún continúa y que ha sublevado a los
grandes movimientos estudiantiles, feministas, pacistas,
antirracistas, a la vez que ha promovido una conciencia
difusa tanto de los derechos humanos como de los de-
beres comunes respecto de los otros y del ambiente que
rodea el ego de la tradición individualista. No sólo a las
tradicionales “libertades formales” se han agregado nor-
mas atinentes a la promoción de libertades “positivas”
y de una “igualdad sustancial” (piénsese en el ejemplar
artículo 3 de la Constitución italiana), sino que se han
multiplicado los espacios jurídicos y políticos para la
actividad de organizaciones políticas, de asociaciones y
de movimientos. A decir verdad, la nueva democracia hahecho posible en realidad el surgimiento de movimientos
innovadores que a cualquier teórico todavía le gustaría
contraponer a las instituciones democráticas. En los he-
chos la democracia moderna resulta (puede resultar) un
circuito integrado de instituciones y movimientos.
La novedad teórica suscitada por esta nueva concien-
cia teórica difusa está esencialmente en el hecho de que
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vuelta a vuelta se resquebraja la vieja y tradicional an-
tinomia categorial que contraponía libertad e igualdad,individuo y sociedad, libertad negativa y libertad positi-
va, libertas maior y libertas minor y en denitiva todas
aquellas parejas conceptuales que postulaban una opo-
sición abstracta entre un homo clausus y una societas
desindividualizada. Esta oposición, que Habermas llama
“la escisión del yo y la sociedad”, partía de un individuo
que estaba fuera del tiempo y del espacio, consideradoy postulado como pura subjetividad incorpórea y como
“yo sin nosotros., y lo contraponía a una sociedad des-
articulada e idealizada como “nosotros sin yo”. Norbert
Elias habla al respecto del n del yo cartesiano auto-
rreduciéndose a pensamiento puro, a lo que se agrega
la gradual disolución de un leviatánico y utópico poder
“alternativo” a medida que todas las individualidades
han adquirido titularidad de derechos y una conciencia
política (Elias).
No se ha tratado sólo de cambio de conciencias, tam-
bién las instituciones han registrado la presión al respec-
to. Así lo demuestran las nuevas constituciones democrá-
ticas surgidas en la posguerra, la Declaración Universalde los Derechos del Hombre de 1948, la independencia
de los nuevos Estados, la proliferación de nuevos dere-
chos: desde el de protección de la vida al de jubilación,
desde el de información hasta el de estudio, desde el de-
recho a la paz hasta el derecho al medio ambiente no de-
gradado. Se trata ciertamente de derechos por concretar,
teóricamente defectuosos y todavía “incompletos”; sin
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embargo ellos marcan los cambios radicales que se están
realizando y que permean los ordenamientos jurídicos ypolíticos tanto del Oeste como del Este. El derecho, que
antes era símbolo de coacción, se está convirtiendo en un
conjunto de derechos” en progresiva expansión.
Sobre estas profundas modicaciones ha incidido par-
ticularmente una suerte de mundialización de la concien-
cia pública en la cual se ha reejado también una herencia
de la segunda guerra mundial: la herencia del antifascis-mo como patrimonio transversal de las fuerzas políticas
y de los hombres que sostienen la democracia.
La declinación de la guerra como instrumento de la
política internacional y el n de la violencia como ins-
trumento de la política interna son dos premisas de aquel
“derrumbe del enemigo” que están caracterizando estos
últimos anos del siglo y que en suma conforman de he-
cho un cuestionamiento de las mitologías políticas (de
Schmitt y Vysinskij) que dominaron la segunda “guerra
de los treinta años” .
DOS CASOS AMBIGUOS
Resulta signicativo que después de la segunda gue-
rra mundial el nombre de democracia haya sido adoptado
por todos los grandes alineamientos políticos y por todas
las teorías. La disputa en cualquier caso, se ha desplaza-
do hacia la adjetivación. Sin embargo, ante este desplaza-
miento es necesario reaccionar si se quiere profundizar el
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Hacia un nuevo pensamiento políco
debate en torno del concreto sistema institucional de la
demacrada moderna tal como se ha con-formado con laimplantación del sufragio universal. Este desplazamien-
to está sujeto a varias interpretaciones teóricamente dis-
cutibles y ambiguas. M respecto tomo dos casos ejem-
plares. El primero es el de la “democracia progresiva”
de la que habló en su momento Togliatti. Está claro que
el concepto–políticamente imprescindible– contenía un
implícito aplacamiento de problemas teóricos muy im-portantes en tanto y en cuanto se invitaba a aceptar en
el presente todas las reglas de la democracia. Se podía
entender que la democracia podía progresar hasta el pun-
to de cambiar las reglas del Juego que mientras tanto se
respetaban. No es necesario asumir la hipótesis (que no
fue de Togliatti) de una “hora x” (en la que ciertamen-
te pensó, por ejemplo, Secchia). Basta tomar conciencia
de que la democracia era aún concebida como una fase
distinta respecto de la fase del socialismo, de manera tal
que la transición de una fase a la otra quedaba despoja-
da de explicaciones teóricas y por lo tanto de garantías
políticas. Se trataba esencialmente de una deciencia
teórica, de la que por otro lado se sacaban conclusio-nes teóricas graves como, por ejemplo, el rechazo del
Estado de derecho para la fase del socialismo ola acep-
tación de un modelo de tipo soviético. Por ejemplo, en
el X Congreso del PCI, en diciembre de 1962, Togliatti
admitía: “En el marco de esta orientación política (o sea
de la unidad nacional en la lucha contra el fascismo] du-
rante algunos años subyace un problema que no ha sido
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claramente resuelto. Es el problema de la relación entre
nuestra lucha por el socialismo y la lucha por la demo-cracia. Nosotros siempre habíamos combatido contra la
tiranía fascista, exigiendo el restablecimiento de todas
las libertades democráticas. Se necesitaba sin embargo
hacer explícita la manera en que esta lucha contendría en
sí elementos de una avanzada hacia el socialismo y que
por lo tanto la perspectiva democrática y la perspectiva
socialista estuviesen estrictamente unidas”. En realidadla vieja cultura política propia de la Tercera Internacional
no podía arribar a una unicación teórica coherente en-
tre democracia y socialismo. A propósito de esto puede
verse la contraposición que Togliatti continúa haciendo,
en febrero de 1962, entre Estado de derecho y soberanía
popular: se trata de un auténtico test para la construcción
de una moderna teoría democrática (cf. Togliatti 1974, p.
1073. 1057 y ss.)2.
La vieja antítesis liberal (kantiana) entre Estado de
derecho y soberanía popular tiende continuamente a re-
producirse, aunque con signo cambiado, también en la
cultura socialista. Aun Estado de derecho que frena la
soberanía popular se contrapone así una soberanía popu-lar incapaz de organizarse con reglas ciertas en un Estado
de derecho.
Hoy en día la incertidumbre teórica ha desaparecido,
ya sea en razón de la aceptación de la democracia como
2 Para un intento contemporáneo de crítica de la cultura política “tercerain-
ternacionalista” (de Vysinskij en especial) y de cohesión teórica de democra-cia y socialismo séame permitido recordar v. Cerroni 1960.
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valor universal (Berlinguer) o bien, y sobre todo, por la
armación de que el socialismo no constituye otro mo-delo de sociedad o porque ha cesado toda contraposición
de principio entre una democracia burguesa y una demo-
cracia socialista.
Esta contraposición nace de una simplista y sociolo-
gista concepción del Estado reducido a instrumento de la
voluntad de clase. Aquí conviene destacar que esta teoría
marxista era sólo una variante del difundido voluntaris-mo dominante en la teoría político-jurídica de la prime-
ra mitad de este siglo (piénsese al respecto en Gentile,
Schmitt y Kelsen). A su vez era totalmente ignorada la
estructura teórico-institucional del Estado representativo
moderno como especíca forma política de la moderna
sociedad civil atomística, con la consecuencia de una
devaluación general del ordenamiento jurídico consti-
tucional y de un indebido “primado de la política.. Es
oportuno hacer notar también en este caso una singular
conuencia entre pensamiento liberal y pensamiento so-
cialista más arcaicos.
El otro caso concierne al problema de la “proscrip-
ción del capitalismo” y de la protección del sistemaeconómico existente: el problema de una democracia
capitalista. La proscripción del sistema capitalista –se
dice– reproduce el riesgo de la incertidumbre sobre el
futuro del orden social y hasta político. Este problema
sin embargo es examinado en el plano de las reglas cons-
titucionales. Ninguna protección jurídica constitucional
está en efecto dispuesta, por ejemplo, en la Constitución
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italiana para lo que denimos como sistema capitalista.
Es necesario por lo tanto remitir toda alternativa concretaa los canales ordinarios de la decisión política previstos
por la Constitución. Es más: una prohibición de cambiar
el orden capitalista no previsto por la Constitución cons-
tituye una interpretación limitativa de nuestra democra-
cia. La carta constitucional italiana protege por cierto
la propiedad privada pero no prevé del mismo modo la
expropiación (piénsese en la expropiación ya realizadade las empresas eléctricas). El problema, por lo tanto, no
es garantizar la intangibilidad de un sistema capitalista
que sería entre otras cosas también dicil de denir, sino
más bien convenir que cualquier cambio sociopolítico
puede y debe suceder sólo en las formas previstas por la
Constitución vigente. Todo lo cual signica que el tema
teórico es también en este caso el del respeto de las reglas
democráticas: de una democracia no limitada y totalmente
librada al consenso y a los procedimientos establecidos.
Y signica también que aquella franja del movimiento
socialista que continúa exigiendo medidas para la “pros-
cripción del capitalismo” debe concretar sus propósitos
en un programa político sometido al consenso de los ciu-dadanos en las formas previstas por la Constitución.
DEMOCRACIA REPRESENTATIVAY DEMOCRACIA DIRECTA
El debate teórico sobre la relación entre liberalismoy socialismo hoy se resuelve por lo tanto con una pro-
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fundización de la democracia. Esto es verdad también
en lo que se reere a la relación entre democracia repre-sentativa y democracia directa. Se está disolviendo pro-
gresivamente la tendencial contraposición entre liberales
sostenedores de la democracia representativa y socialis-
tas sostenedores de la democracia directa. La experien-
cia histórica nos ha demostrado ahora que la democracia
representativa tiene necesidad de una base de masas que
la preserve (especialmente en algunos países europeos)de atentados internos y externos por parte de “poderes
ocultos”. Para tales nes las instituciones de la demo-
cracia directa resultan instrumentos importantes para el
sostenimiento de las instituciones representativas. Ellas
pueden también obviar los peligros que constituyen la
partidocracia, la apatía política y el predominio patronal
en los lugares de trabajo.
Por lo que respecta a la democracia directa, la expe-
riencia histórica ha demostrado que su contraposición
frente a la democracia representativa está desacreditada
por la democracia en general y en particular precisamen-
te por la democracia directa que Jamás ha sobrevivido al
n o al vaciamiento de la democracia representativa. Laefímera duración de la democracia “sovietista”, “conci-
liar” y “asambleísta” es una clara demostración.
El verdadero problema que se plantea es precisamente
el de la integración de las instituciones de la democracia
representativa y las instituciones de la democracia direc-
ta en un adecuado cuadro interpretativo de la sociedad
de masas. En realidad aquí surge de nuevo la diferenciade fondo entre liberales y socialistas, entre una visión
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elitista, procedimentalista y estática de la democracia y
una visión abierta a la integración social y política, a laparticipación y sobre todo a la promoción de la vida po-
lítica. Aquí se contraponen dos tipos de cultura política:
la tendencial reducción liberal de la democracia a puro
Estado de derecho que tiene por recinto a las “naturales”
divisiones y diferencias de la sociedad civil, y una con-
cepción que hace propia la armación gramaciana según
la cual “la democracia tiende a hacer coincidir a gober-nantes y gobernados.. Esta tendencia es expresada por
el viejo socialismo como un “deterioro del Estado y del
derecho” en paises como Rusia donde el Estado de dere-
cho no había ni siquiera nacido. En Occidente en cambio
la consolidación del Estado de derecho permite precisa-
mente ver los progresos del consenso con respecto a la
coacción, que se han vuelto posibles por el sufragio uni-
versal, por el ejercicio de los derechos básicos de masas,
por el asociacionismo y por la difusión de la cultura.
DEMOCRACIA Y SOCIEDAD DE MASAS
Podríamos decir, con un énfasis que sirve para desta-
car las tendencias, que el liberalismo impulsa a la demo-
cracia a volverse un puro Estado de derecho, reduciendo
las dimensiones del Estado social, mientras el socialismo
tiende a impulsar al Estado de derecho hacia el Estado
social y hacia el Estado de cultura Entiendo aquí por
Estado de cultura un Estado en el cual la construcción de
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una comunidad resulta un objetivo realista y hasta nece-
sario. La antinomia fundamental de la sociedad de ma-sas parece, en efecto, totalmente nueva. Ya no coincide
con la contraposición frontal entre los iluminados y la
canaille, entre el esteticismo de las almas bellas y sepa-
radas y un advenimiento de la locura despersonalizada.
Esta perspectiva de dos mundos paralelos está impedida
principalmente por la creciente integración objetiva de
todos en el sistema de la división del trabajo, pero lue-go también en una densísima red de interdependencias
inmateriales, estructuradas por los sistemas metropolita-
nos, por los transportes, por las comunicaciones, por la
información y por la misma difusión de masas empren-
dida por los derechos y la cultura. En la moderna socie-
dad de masas, en suma, la eliminación de los bolsones
de marginados y de las desigualdades no sólo materiales
sino culturales resulta un medio esencial para garantizar
también al individuo culta y evolucionado el disfrute de
los sistemas masicantes modernos sin ser masicado.
Acaso el ejemplo más apropiado es el de nuestra rela-
ción individual con la televisión, cuyos estereotipos son
forjados precisamente con referencia a los índices de po-pularidad y de aceptación dominados por la “cultura me-
diocre” destinada a las masas. Está claro que sin un gran
esfuerzo de tonicación cultural de las grandes masas
ahora parece imposible el “buen retiro” del individuo.
En la sociedad de masas todos están implicados. En ella
el desarrollo de cada uno ya hoy resulta una condición
esencial para garantizar el desarrollo de todos. La socia-
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lización que el viejo socialismo limitaba a la economía
y remitía a un incierto mañana está hoy concretándoseen la vasta esfera de la cotidianidad existencial. En todo
caso de ella falta precisamente la conciencia teórico-po-
lítica sistematizada.
En este aspecto la sociedad de masas desencadena una
doble y contrastante espiral. Por un lado impulsa al máxi-
mo los procesos de mercantilización de las relaciones
humanas mismas, pero por el otro introduce inevitable-mente procesos de repudio intelectual (político, moral,
cultural y de emancipación). La acción colectiva de los
sujetos políticos organizados resulta decisiva para deter-
minar la supremacía de una u otra tendencia. La sociedad
de masas se convierte en una arena en la cual todos los
días cada individuo mide su propia subjetividad con esta
doble tendencia general. De aquí también la doble pers-
pectiva de una progresiva “barbarización” general o de
una progresiva “civilización” de masas. En esto resalta
la socialidad global del sujeto moderno y de su destino;
como ha dicho Hermann Broch: “seamos un nosotros no
para que seamos una comunidad sino para que nuestros
límites se entrecrucen”.La interdependencia creciente que se verica en la
sociedad de masas además se multiplica ahora a escala
internacional con el surgimiento de aquellos que han sido
llamados los problemas globales de la humanidad: la im-
posibilidad de una guerra en la era de las armas nucleares
de exterminio, la necesidad de enfrentar colectivamente
las catástrofes ecológicas, así como los problemas deriva-
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dos de las nuevas técnicas, la imposibilidad de combatir
el sida, la droga y la violencia organizada sin una visiónnueva y planetaria. Frente a este panorama resulta total-
mente oscuro y limitativo el viejo enfrentamiento entre
liberales y socialistas en torno a la propiedad privada,
nacida del vientre de la primera revolución industrial, así
como la antítesis total entre capital y trabajo asalariado.
Hoy la “apropiación privada” está dominada por po-
derosos instrumentos de orientación pública de la eco-nomía pero también por la superación planetaria de los
problemas individuales-económicos según los cuales
había sido modelado el Estado nacional liberal y ante
los cuales había surgido la respuesta expropiativa del
socialismo. Por una parte, la democracia efectuó una au-
téntica traslación de los problemas económicos en térmi-
nos político-jurídicos de soberanía popular y de ejercicio
concreto de libertad constitucionalmente protegidos; por
otra parte, los peligros que amenazan desde el exterior
del Estado nacional son extremadamente más graves
aunque –por ahora– menos individualizados y menos
gobernables: está amenazada la vida misma, la sobrevi-
vencia humana.Se registra en suma una suerte de trastocamiento
general y objetivo de la relación entre lo público y lo
privado. En el pasado, el bajo nivel medio de la esfe-
ra privada impulsaba al cuestionamiento frontal de las
esferas privilegiadas y por eso permitía concebir la es-
fera pública (el Estado nacional censitario con una sola
clase) como un puro instrumento de gestión del mun-
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do privado (del propietario y del trabajador). Hoy, en la
sociedad del bienestar, elevarse por encima del estándarmedio de vida suscita necesidades más elevadas e incita
a mirar muy por encima de la esfera privada inmediata,
hacia los derechos políticos y hacia la democracia, pero
también hacia los peligros “más lejanos” que provienen
de la esfera pública, tanto la estatal-nacional como la
internacional-planetaria. La centralidad asumida por el
problema ecológico indica precisamente la armación deuna conciencia individual más rica y más sensible a los
peligros que parecían remotos e inaprehensibles para la
vida cotidiana.
En la conciencia de todos resiste el viejo mundo del
siglo pasado que se limitaba a contraponer propiedad
privada y trabajo asalariado, los procesos de crecimien-
to de esta más alta conciencia comunitaria del individuo
asediado por la sociedad de masas, por la crisis del in-
dustrialismo y por los peligros planetarios que avanzan
sin dicultades, sin embargo, crece la nueva necesidad
de una sociedad más armoniosa-no sólo para que sea
más igualitaria en el plano material sino sobre todo para
que sea más abierta a las dimensiones inmateriales de laigualdad, al reconocimiento de la común pertenencia de
los hombres al género humano. Aquí está la raíz de la
crisis cultural de las teorías políticas heredadas del siglo
pasado. La globalización de las interdependencias socia-
les y planetarias se acopla luego con otras conexiones ob-
jetivas que invaden la vida cotidiana con el progreso téc-
nico-cientíco creando un auténtico campo experimental
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para la aguda previsión que Simmel hizo a principios
de este siglo: “Todo estilo de vida de una comunidaddepende de la relación entre la cultura objetivada y la
cultura de los sujetos”. Esta relación es en la actualidad
extremadamente tensa en el sentido de que el tejido de
la cultura objetivada se ha espesado enormemente y ha
asumido una densidad imprevista. Sin una adecuación de
la cultura de los sujetos el mundo que ha sido construido
(o sea la cultura que allí se ha objetivado) no sólo está enpeligro sino que directamente corre el riesgo de deglu-
tir y trastocar la subjetividad individual. La advertencia
ha sido hecha recientemente por otro sociólogo, Norbert
Elias, que ha destacado precisamente la integración cre-
ciente de la humanidad a escala objetiva y metapersonal
y ha señalado que da estructura de la personalidad arran-
ca tras los cambios sociales.. La reorganización cultural
de la personalidad no es ciertamente un puro problema
de psicología social sino que ahora se ha convertido en
un problema central del desarrollo político. Sin colocar
en el centro de la política los grandes problemas nue-
vos de la cultura de la supervivencia del género humano
será dicil gobernar el nuevo siglo. En particular estareorientación nos ha sido ahora impuesta por el veloz
deslizamiento del centro mismo del desarrollo mundial
hacia fuera de las regiones “evolucionadas”. Sin una
apertura humanista de la cultura política será muy difí-
cil vivir una época de integración plurirracial en la cual
las diferencias históricamente acumuladas se encuentren
conviviendo en buena vecindad. La dicultad será tanto
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y escepticismo están estrictamente ligados -entre sí y se
conectan con una losofía racionalista que se resuelveen relativismo gnoseológico y ético. En esta perspectiva
la comunidad es “imposible”, particularmente como ar-
ticulación de una ciencia de la sociedad. En este sentido
sigue siendo ejemplar todavía el pensamiento de Kelsen,
que implica agnosticismo y democracia. Por lo tanto no
está privada de fundamento la armación de Simmel se-
gún la cual da concepción relativista del mundo pareceexpresar, acaso –más correctamente– ser, la condición
actual de adaptación de nuestro pensamiento” al tipo de
relación socioeconómica en la que vivimos. Y no carece
de signicado, para la política, que el pensamiento liberal
razone preferentemente sobre los límites, los décit y las
“promesas no cumplidas> antes que sobre las formas de
expansión cultural de la democracia.
UN NUEVO SOCIALISMO
El socialismo, al menos en la parte teóricamente más
rica y vital de su tradición, parece en todo caso más pro-penso a impulsar el pensamiento laico moderno hasta so-
brepasar los umbrales del relativismo escéptico. Aunque
corre el riesgo de resucitar peligrosos doctrinarismos, ge-
nera sin embargo elementos importantes para el plantea-
miento de una visión de la sociedad moderna entendida
como un conjunto histórico estructurado por relaciones
interindividuales no exclusivamente conscientes, esto es,
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como una red de interdependencia no deliberada y que
ha sido sin embargo producida por la convivencia social.Esta idea de la sociedad moderna como formación eco-
nómico-social conere a la indagación una orientación
positiva mucho más consistente que el concepto webe-
riano de tipo ideal. Mientras Weber ha inducido a leer
los fenómenos sociales según tipos formados exclusiva-
mente por intereses culturales y por nalidades racio-
nales, en nuestra perspectiva, que nace de la complejaindagación de Marx de la sociedad moderna como socie-
dad capitalista con Estado representativo y con dinamis-
mo atomista, resulta posible estructurar un sistema de
referencia histórico-material, positivo y no meramente
“Ideal”. En tal sistema de referencia se relativizan por
cierto conceptos y categorías pero, tratándose de un sis-
tema de referencia con un arco histórico amplio y tipi-
cado, el historicismo que resulta no es por cierto un
historicismo indivldualizante ni la sociología que surge
se reduce a ser mera sociología comprensiva. La posi-
bilidad de explicación resulta congruente con la inda-
gación de la sucesión misma de los tipos ideales en la
historia en cuanto conguraciones de relaciones dentrode las cuales individuos y acciones adquieren sentidos y
signicados histórica y socialmente denidos. Se produ-
ce así una diferencia de perspectivas culturales que pue-
den ser asimiladas a las que se dan entre la relatividad
(de Einstein) y el relativismo (protagoriano).
Por otra parte el socialismo presenta una mayor dis-
ponibilidad cultural para afrontar los problemas de nues-
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tro tiempo sin los condicionamientos vinculados con una
tradición elitista y fundamentalmente antigualitaria. Estadisponibilidad podría permitir una mayor capacidad en el
diseño de programas políticos de larga duración, vincu-
laciones y formas de cooperación internacionales y meta-
nacionales, iniciativas de contención y control público de
las ganancias en vista de los intereses generales, opera-
ciones desconectadas de la lógica del mercado, acciones
de promoción colectiva y comunitarias. Naturalmente setrata de controlar esta disponibilidad y obtener una revi-
sión de las formas históricas-del socialismo que resulta-
ron negativas y que sin embargo no deberían compro-
meter un razonable optimismo acerca de la posibilidad
de lograr formas de organización social y política más
modernas. El socialismo, en cuanto hereda tradiciones de
solidaridad y cooperación entre los trabajadores por en-
cima de cualquier división entre sexos, religiones, razas
y naciones, puede en suma preparar un campo de expe-
rimentación positivo para una época que ve declinar o
cuestionar viejas categorías y viejas instituciones y que
al mismo tiempo ve surgir nuevos sujetos individuales
y colectivos en el escenario de la historia. Lo importan-te es que él abandone una tradición repetitiva que aún
hoy parece forzada a escoger solamente entre viejas fór-
mulas teóricas y entre alternativas políticas superadas.
Existe, en cambio, necesidad de un gran esfuerzo teóri-
co innovador para alcanzar, sobre la base por cierto de
las adquisiciones pasadas, una diagnosis adecuada de los
nuevos caracteres no sólo del capitalismo sino también
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Hacia un nuevo pensamiento políco
del Estado representativo nacional, de las estructuras so-
cioeconómicas planetarias y de las nuevas necesidadescomunitarias.
Una perspectiva de largo alcance y de cooperación
mundial resulta esencial para la política en una época
como la nuestra, y todo aquello parece posible si se logra
conformar una alianza sólida y no ambigua entre las tres
grandes fuerzas que han dejado su sello en nuestro siglo:
el trabajo, la democracia y la ciencia. Se trata de unaalianza no imposible en la medida en que las mejores
tradiciones del socialismo la han auspiciado desde siem-
pre. En la actualidad esta alianza parece por lo demás
impuesta por una suerte de lógica interna que permea
todas y cada una de estas tres fuerzas.
Desde hace bastante tiempo el mundo del trabajo ha
unido su suerte a la de la democracia, en la cual por otro
lado ha visto concretarse muchas de sus reivindicacio-
nes, pero también ha mirado a la ciencia con optimismo
y sin rémora alguna, como fuerza laica consagrada a la
modernidad. Por otra parte, en los momentos críticos de
su existencia, la democracia ha encontrado siempre en
el mundo del trabajo y en el laicismo de la ciencia unpoderoso recurso defensivo y expansivo a la vez. Y -
nalmente, la ciencia, en cuanto visión coherentemente
laica, en toda circunstancia ha actuado contra privilegios
y prejuicios sociales y políticos.
Si el socialismo llegara a construir esta nueva alianza
entre trabajo, democracia y ciencia, protegiendo riguro-
samente de cada una de las componentes las caracterís-
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ticas peculiares y la autonomía técnica, el siglo que se
anuncia podría resultar menos agitado y resplandecienteque aquel otro que está ahora terminando.
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195
Í N D I C E
Presentación ................................................................. 5
Norberto Bobbio y el socialismo liberal
PERRY ANDERSON .........................................................................................11
Correspondencia
PERRY ANDERSON / NORBERTO BOBBIO ........................................................91
Ahora la democracia está sola
Giancarlo Rosetti / Norberto Bobbio......................................................123
Hacia un nuevo pensamiento político
Umberto Cerroni ......................................................................................141
Bibliografía ............................................................................189
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“La revolución liberal, el liberalismo socialista, el
socialismo liberal, el comunismo liberal. ¿acaso otro
contexto nacional ha producido alguna vez una serie tan
vasta de híbridos de este género? Todas estas hipótesis
fueron posibles en Italia porque no había existido tiempo
para instaurar ni una democracia burguesa ni una demo-
cracia social después de la primera guerra mundial,
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