libro no 1697 el hombre de la máscara de hierro dumas, alejandro colección e o mayo 9 de 2015
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
1
Coleccin Emancipacin Obrera IBAGU-TOLIMA 2015
GMM
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
2
Libro No. 1697. El Hombre de la Mscara de Hierro. Dumas, Alejandro. Coleccin E.O. Mayo 9 de 2015.
Ttulo original: Alejandro Dumas. EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
Versin Original: Alejandro Dumas. EL HOMBRE DE LA MASCARA DE
HIERRO
Circulacin conocimiento libre, Diseo y edicin digital de Versin original de
textos: Libros Tauro http://www.LibrosTauro.com.ar
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Alejandro Dumas
EL HOMBRE DE LA MASCARA DE
HIERRO
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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INDICE
Tres comensales admirados de comer juntos
A palacio y a escape!
Un negocio arreglado por M. de D'Artagnan
En donde Porthos se convence sin haber comprendido
La sociedad de Baisemeaux
El preso
La colmena, las abejas y la miel
Otra cena en la Bastilla
El general de la orden
El tentador
Corona y tiara
El castillo de Vaux
El vino de Meln
Nctar y ambrosa
La habitacin de Morfeo
Colbert
Celos
Lesa majestad
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Una noche en la Bastilla
La sombra de Fouquet
La maana
El amigo del rey
Cmo se respeta la consigna en la Bastilla
El reconocimiento del rey
El falso rey.
En el que Porthos cree que corre tras un Ducado
El ltimo adis
Beaufort
Preparativos de marcha
El inventario de M. de Beaufort La fuente de plata
Prisionero y carceleros
Las promesas
Entre mujeres
La cena
Consejos de amigo
Cmo el rey Luis XIV hizo su pequeo papel
El caballo blanco y el caballo negro
En el cual la ardilla cae y la culebra vuela
Belle-Isle-en-Mer
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Las explicaciones de Aramis
La despedida de Porthos
El hijo de Biscarrat
La gruta de Locmaria
En la gruta
Un canto de Hornero
La muerte de un titn
El epitafio de Porthos
El rey Luis XIV
Los amigos de M. Fouquet
El testamento de Porthos
Padre, padre!
El Angel de la muerte
El ltimo canto del poema
Eplogo
La muerte de D'Artagnan
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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TRES COMENSALES ADMIRADOS DE COMER JUNTOS
Al llegar la carroza ante la puerta primera de la Bastilla, se par a intimacin de un
centinela, pero en cuanto D'Artagnan hubo dicho dos palabras, levantse la consigna y
la carroza entr y tom hacia el patio del gobierno.
D'Artagnan, cuya mirada de lince lo vea todo, aun al travs de los muros, exclam de
repente:
Qu veo?
Qu veis, amigo mo? pregunt Athos con tranquilidad.
Mirad all abajo.
En el patio?
S, pronto.
Veo una carroza; habrn trado algn desventurado preso como yo.
Apostara que es l, Athos.
Quin?
Aramis.
Qu! Aramis preso? No puede ser.
Yo no os digo que est preso, pues en la carroza no va nadie ms.
Qu hace aqu, pues?
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Conoce al gobernador Baisemeaux, respondi D'Artagnan con socarronera:
llegamos a tiempo.
Para qu?
Para ver.
Siento de veras este encuentro, repuso Athos, al verme, Aramis se sentir
contrariado, primeramente de verme, y luego de ser visto.
Muy bien hablado.
Por desgracia, cuando uno encuentra a alguien en la Bastilla, no hay modo de
retroceder.
Se me ocurre una idea, Athos, repuso el mosquetero; hagamos por evitar la
contrariedad de Aramis.
De qu manera?
Haciendo lo que yo os diga, o ms bien dejando que yo me explique a mi modo. No
quiero recomendaros que mintis, pues os sera imposible.
Entonces?...
Yo mentir por dos,, como gascn que soy.
Athos se sonri.
Entretanto la carroza se detuvo al pie de la puerta del gobierno.
De acuerdo? pregunt D'Artagnan en voz queda,
Athos hizo una seal afirmativa con la cabeza, y, junto con D'Artagnan, ech escalera
arriba.
Por qu casualidad?... dijo Aramis. Eso iba yo a preguntaros,interrumpi
D'Artagnan.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Acaso nos constituimos presos todos? exclam Aramis esforzndose en rerse.
Je! eje! exclam el mosquetero, la verdad es que las paredes huelen a prisin,
que apesta. Seor de Baisemeaux, supongo que no habis olvidado que el otro da me
convidasteis a comer.
Yo! exclam el gobernador.
Hombre! no parece sino que os toma de sorpresa. Vos no lo recordis?
Baisemeaux, mir a Aramis, que a su vez le mir tambin a l, y acab por decir con
tartamuda lengua:
Es verdad... me alegro... pero... palabra... que no... Maldita sea mi memoria!
De eso tengo yo la culpa, exclam D'Artagnan haciendo que se enfadaba.
De qu?
De acordarme por lo que se ve.
No os formalicis, capitn, dijo Baisemeaux abalanzndose al gascn; soy el
hombre ms desmemoriado del reino. Sacadme de mi palomar, y no soy bueno para
nada.
Bueno, el caso es que ahora lo recordis, no es eso? repuso D'Artagnan con la
mayor impasibilidad.
S, lo recuerdo,respondi Baisemeaux titubeando.
Fue en palacio donde me contasteis qu s yo que cuentos de cuentas con los seores
Louvieres y Tremblay.
Ya, ya. Y respecto a las atenciones del seor de Herblay para con vos.
Ah! exclam Aramis mirando de hito en hito al gobernador, y vos decs que
no tenis memoria, seor Baisemeaux?
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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S, esto es, tenis razn, dijo el gobernador interrumpiendo a D'Artagnan, os
pido mil perdones. Pero tened por entendido seor de D'Artagnan que, convidado o no,
ahora y maana, y siempre, sois el amo de mi casa, como tambin lo son el seor de
Herblay y el caballero que os acompaa.
Esto ya lo daba yo por sobreentendido, repuso D'Artagnan; y como esta tarde
nada tengo que hacer en palacio, vena para catar vuestra comida, cuando por el camino
me he encontrado con el seor conde.
Athos asinti con la cabeza.
Pues s, el seor conde, que acababa de ver al rey, me ha entregado una orden que
exige pronta ejecucin; y como nos encontrbamos aqu cerca, he entrado para
estrecharos la mano y presentaros al caballero, de quien me hablasteis tan ventajosa-
mente en palacio la noche misma en que...
Ya s, ya s. El caballero es el conde de La Fere, no es verdad?
El mismo.
Bien llegado sea el seor conde, dijo Baisemeaux.
Se queda a comer con vosotros, prosigui D'Artagnan, mientras yo, voy adonde
me llama el servicio. Y suspirando como Porthos pudiera haberlo hecho, aadi:
Oh vosotros, felices mortales!
Qu! os vais? dijeron Aramis y Baisemeaux a una e impulsados por la alegra
que les proporcionaba aquella sorpresa, y que no fue echada en saco roto por el gascn.
En mi lugar os dejo un comensal noble y bueno.
Cmo! exclam el gobernador, os perdemos?
Os pido una hora u hora y media. Estar de vuelta a los postres.
Os aguardaremos, dijo Baisemeaux.
Me disgustarais.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Volveris? pregunt Athos con acento de duda.
S, respondi D'Artagnan estrechando confidencialmente la mano a su amigo. Y
en voz baja, aadi: Aguardadme, poned buena cara, y sobre todo no hablis ms
que de cosas triviales.
Baisemeaux condujo a D'Artagnan hasta la puerta. Aramis, decidido a sonsacar a
Athos, le colm de halagos, pero Athos posea en grado eminentsimo todas las
virtudes. De exigirlo la necesidad, hubiera sido el primer orador del mundo, pero tam-
bin habra muerto sin articular una slaba, de requerirlo las circunstancias.
Los tres comensales se sentaron, a una mesa servida con el ms substancial lujo
gastronmico.
Baisemeaux fue el nico que trag de veras; Aramis pic todos los platos, Athos slo
comi sopa y una porcioncilla de los entremeses. La conversacin fue lo que deba ser
entre hombres tan opuestos de carcter y de proyectos.
Aramis no ces de preguntarse por qu singular coincidencia se encontraba Athos en
casa de Baisemeaux, cuando D'Artagnan estaba ausente, y por qu estaba ausente
D'Artagnan, y Athos se haba quedado.
Athos sonde hasta lo ms hondo el pensamiento de Aramis, subterfugio e intriga
viviente, y vio como en un libro abierto que el prelado le ocupaba y preocupaba algn
proyecto de importancia. Luego consider en su corazn, y se pregunt a su vez por
qu D'Artagnan se saliera tan aprisa y por manera tan singular de la Bastilla, dejando
all un preso tan mal introducido y peor inscrito en el registro.
Pero sigamos a D'Artagnan que, al subirse otra vez en su carroza, grit al odo del
cochero:
A PALACIO Y A ESCAPE!
Lo que pasaba en el Louvre durante la cena de la Bastilla
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Saint-Aignn, por encargo del rey, haba visto a La Valire: pero por mucha que fuese
su elocuencia, no pudo persuadir a Luisa de que el rey tuviese un protector tan poderoso
como eso, y de que no necesitaba de persona alguna en el mundo cuando tena de su
parte al soberano.
En efecto, no bien hubo el confidente manifestado que estaba descubierto el famoso
secreto, cuando Luisa, deshecha en llanto, empez a lamentarse y a dar muestras de un
dolor que no le habra hecho mucha gracia al rey si hubiese podido presenciar la escena.
Saint-Aignn, embajador, se lo cont todo al rey con todos su pelos y seales.
Pero bienrepuso Luis cuando Saint-Aignn se hubo explicado, qu ha resuelto
Luisa? La ver a lo menos antes de cenar? Vendr o ser menester que yo vaya a su
cuarto?
Me parece, Sire, que si deseis verla, no solamente deberis dar los primeros pasos,
mas tambin recorrer todo el camino.
Nada para m! Ah! muy hondas races tiene echadas en su corazn ese
Bragelonne! dijo el soberano.
No puede ser eso que decs, Sire, porque S, Sire, pero...
Qu? interrumpi con impaciencia el monarca.
Pero advirtindome que, de no hacerlo yo, lo arrestara vuestro capitn de guardias.
No os dejaba en buen lugar desde el instante en que no os obligaba?
S a m, Sire, pero no a mi amigo.
Por qu no?
Es ms claro que la luz, porque fuese arrestado por m o por el capitn de guardias,
para mi amigo el resultado era el mismo.
Y esa es vuestra devocin, seor de D'Artagnan? una devocin que razona y
escoge? Vos no sois soldado. Espero que Vuestra Majestad me diga qu, soy.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Un frondista!
En tal caso desde que se acab la Fronda, Sire...
Ah! Si lo que decs es cierto...
Siempre es cierto lo que digo. Sire.
A qu habis venido? Vamos a ver.
A deciros que el seor conde de La Fere est en la Bastilla.
No por vuestro gusto, a fe ma.
Es verdad, Sire: pero est all, y pues all est, importa que Vuestra Majestad lo sepa.
Seor de D'Artagnan estis provocando a vuestro rey!
Sire...
Seor de D'Artagnan! estis abusando de mi paciencia!
Al contrario, Sire.
Cmo! al contrario decs?
S, Sire: porque he venido para hacer que tambin me arresten a m.
Para que os arresten a vos!
Est claro. Mi amigo va a aburrirse en la Bastilla; por lo tanto, suplico a Vuestra
Majestad me d licencia para ir a hacerle compaa. Basta que Vuestra Majestad
pronuncie una palabra para que yo me arreste a m mismo; yo os respondo de que para
eso no tendr necesidad del capitn de guardias. El rey se abalanz a su bufete y tom
la pluma para dar la orden de aprisionar a D'Artagnan,
No olvidis que es para toda la vida! exclam el rey con acento de amenaza.
Ya lo supongo repuso el mosquetero; porque una vez hayis cometido ese
abuso, nunca jams os atreveris a mirarme cara a cara,
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Marchaos! grit el monarca, arrojando con violencia la pluma.
No, si os place, Sire.
Cmo que no!
He venido para hablar persuasivamente con el rey, y es triste que el rey se haya
dejado llevar de la clera; pero no por eso dejar de decir a Vuestra Majestad lo que
tengo que decirle.
Vuestra dimisin! vuestra dimisin! grit el soberano.
Sire replic D'Artagnan, ya sabis que no estoy apegado a mi empleo; en Blois
os ofrec mi dimisin 01 da en que negasteis al rey Carlos el milln que le regal mi
amigo el conde La Fere. 'Pues venga inmediatamente.
No Sire, porque no es mi dimisin lo que ahora estamos ventilando. No ha tomado
Vuestra Majestad la pluma para enviarme a la Bastilla? Por qu, pues, muda de
consejo Vuestra Majestad?
D'Artagnan! gascn testarudo! quin es el rey aqu? vos o yo?
Vos, Sire, por desgracia.
Por desgracia!
S, Sire, porque de ser yo el rey...
Aplaudirais la rebelin del seor de D'Artagnan, no es as?
No haba de aplaudirla!
De veras? dijo Luis XIV encogiendo los hombros.
Y continu D'Artagnan, dira a mi capitn de mosqueteros, mirndole con ojos
humanos y no con esas ascuas: Seor de D'Artagnan, he olvidado que soy el rey: he
bajado de mi trono para ultrajar a un caballero.
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Y vos estimis que es excusar a vuestro amigo el sobrepujarlo en insolencia?
prorrumpi Luis.
Ah! Sire dijo D'Artagnan, yo no me quedar en los trminos que l, y vuestra
ser la culpa. Yo voy a deciros lo que l, el hombre delicado por excelencia, no os ha
dicho; yo os dir: Sire, habis sacrificado a su hijo, y l defenda a su hijo; lo habis
sacrificado a l, siendo as que os hablaba en nombre de la religin y la virtud, y lo
habis apartado, aprisionado. Yo ser ms inflexible que l, Sire, y os dir: Sire, elegid.
Queris amigos o lacayos? soldados o danzantes de reverencias? grandes hombres
o muecos? queris que os sirvan o que ante vos se dobleguen? que os amen o que
os teman? Si prefers la bajeza, la intriga, la cobarda, decidlo, Sire; nosotros, los nicos
restos, qu digo, los nicos modelos de la valenta pasada, nos retiraremos, despus de
haber servido y quiz sobrepujado en valor y mrito a hombres ya resplandecientes en
el cielo de la posteridad. Elegid, Sire, y pronto. Los contados grandes seores que os
quedan, guardadlos bajo llave; nunca os faltarn cortesanos. Apresuraos, Sire, y
enviadme a la Bastilla con mi amigo; porque si no habis escuchado al conde de La
Fere, es decir la voz ms suave y ms noble del honor, ni escuchis a D'Artagnan, esto
es, la voz ms franca y ruda de la sinceridad, sois un mal rey, y maana seris un rey
irresoluto; y a los reyes malos se les aborrece, y a los reyes irresolutos se les echa. He
ah lo que tena que deciros, Sire: muy mal habis hecho al llevarme hasta ese extremo.
Luis XIV se dej caer fro y plido en su silln; era evidente que un rayo que le hubiese
cado a los dos no le habra causado ms profundo asombro: no pareca sino que iba a
expirar. Aquella ruda voz de la sinceridad, como la llam D'Artagnan, le entr en el
corazn cual la hoja de un pual.
D'Artagnan haba dicho cuanto tena que decir, y hacindose cargo de la clera del rey,
desenvain lentamente, se acerc con el mayor respeto a Luis XIV, y dej sobre el
bufete su espada, que casi al mismo instante rod por el suelo impelida por un ademn
de furia del rey, hasta los pies de D'Artagnan.
Por mucho que fuese el dominio que sobre l tena, el mosquetero palideci a su vez,
y temblando de indignacin, exclam: Un rey puede retirar su favor a un soldado,
desterrarlo, condenarlo a muerte; pero aunque fuese cien veces rey, no tiene derecho a
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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insultarlo deshonrando su espada. Sire, nunca en Francia ha habido rey alguno que
haya repelido con desprecio la espada de un hombre como yo. Est espada mancillada
ya no tiene otra vaina que mi corazn o el vuestro, y dad gracias a Dios y a mi paciencia
de que escoja el mo. Y abalanzndose a su espada, aadi: Sire, caiga mi sangre sobre
vuestra cabeza.
Y apoyando en el suelo la empuadura de su espada, D'Artagnan se precipit con
rapidez sobre la punta, dirigida contra su pecho. El rey hizo un movimiento todava
ms veloz que el de D'Artagnan, rode el cuello de ste con el brazo derecho, y to-
mando con la mano izquierda la espada por la mitad de la hoja, la envain
silenciosamente, sin que el mosquetero, envarado, plido y todava tembloroso, le
ayudase para nada.
Entonces, Luis XIV, enternecido, se sent de nuevo en el bufete, tom la pluma, traz
algunas lneas, ech su firma al pie de ellas, y tendi la mano al capitn.
Qu es ese papel, Sire? pregunt el mosquetero.
La orden al seor de D'Artagnan de que inmediatamente ponga en libertad al seor
conde de La Fere.
D'Artagnan asi la mano del rey y se la bes; luego dobl la orden, la meti en su
pechera y sali, sin que l ni su majestad hubiesen articulado palabra.
Oh corazn humano! norte de los reyes! murmur Luis cuando estuvo solo.
Cundo leer en tus senos como en un libro abierto? No, yo no soy un rey malo ni
irresoluto, pero todava soy un nio.
UN NEGOCIO ARREGLADO POR M. DE D'ARTAGNAN
D'Artagnan haba prometido a Baisemeaux estar de vuelta a los postres, y cumpli su
palabra.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Athos y Aramis se haban mostrado tan cautos, que ninguno de los dos pudo leer en el
pensamiento del otro. Cenaron, hablaron largo y tendido de la Bastilla, del ltimo viaje
a Fontainebleau y de la prxima fiesta que Fouquet deba dar en Vaux.
D'Artagnan lleg en lo ms recio de la conversacin, todava plido y conmovido de la
suya con el rey.
Athos y Aramis notaron la emocin de D'Artagnan; pero Baisemeaux solamente vio al
capitn de los mosqueteros del rey, y se apresur a agasajarlo porque, para el
gobernador, el codearse con el rey implicaba un derecho a todas sus atenciones.
Con todo aunque Aramis not la emocin de D'Artagnan, no pudo calar la causa de
ella. Solamente a Athos le pareci haberla profundizado. Para ste el regreso de
D'Artagnan y sobre todo el trastorno del hombre impasible, significaba que su amigo
haba pedido algo al rey, pero en vano Athos, pues, plenamente convencido de estar en
lo firme, se levant de la mesa, y con faz risuea hizo una sea a D'Artagnan, como
para recordarle que tena otra cosa que hacer que no cenar juntos.
D'Artagnan comprendi y correspondi con otra sea, mientras Aramis y Baisemeaux,
al presenciar aquel mudo dilogo, se interrogaban mutuamente con la mirada.
Athos pens que le tocaba explicar lo que pasaba, y dijo sonrindose con dulzura:
La verdad es, amigos mos, que vos, Aramis, acabis de cenar con un reo de Estado y
vos, seor de Baisemeaux, con uno de vuestros presos.
Baisemeaux lanz una exclamacin de sorpresa y casi de alegra; tal era el amor propio
que de su fortaleza, de su Bastilla, tena el buen sujeto.
Ah! mi querido Athos repuso Aramis poniendo una cara apropiada a las
circunstancias, casi me he temido lo que decs. Alguna indiscrecin de Ral o de La
Valire, no es verdad? Y vos, como gran seor que sois, olvidando que ya no hay sino
cortesanos, os habis visto con el rey y le habis dicho cuntas son cinco.
Adivinado, amigo mo.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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De manera dijo Baisemeaux, no tenindolas todas consigo por haber cenado tan
familiarmente con un hombre que haba perdido el favor de Su Majestad; de manera
que, seor conde...
De manera, mi querido seor gobernador repuso Athos, que el seor de
D'Artagnan va a entregaros ese papel que asoma por su coleto, y que, de fijo, es mi
auto de prisin.
Baisemeaux tendi la mano con agilidad.
En efecto, D'Artagnan sac dos papeles de su pechera y entreg uno al gobernador.
Este lo desdobl y lo ley a media voz, mirando al mismo tiempo y por encima de l a
Athos e interrumpindose a cada punto.
Ordeno y mando que encierren en mi fortaleza de la Bastilla. Muy bien... En mi
fortaleza, de la Bastilla... al seor conde de La Fer. Ah! caballero, qu dolorosa
honra para m el teneros bajo mi guardia!
No podais hallar un preso ms paciente contest Athos con voz suave y tranquila.
Preso que no permanecer mucho tiempo aqu exclam D'Artagnan exhibiendo el
segundo auto, porque ahora, seor de Baisemeaux, os toca copiar este otro papel y
poner inmediatamente en libertad al conde.
Ah! me ahorris trabajo, D'Artagnan dijo Aramis estrechando de un modo
significativo la mano del mosquetero y la de Athos.
Cmo! exclam con admiracin ste ltimo, el rey me da la libertad?
Leed, mi querido amigo dijo D'Artagnan.
Es verdad repuso el conde despus de haber ledo el documento.
Os duele? pregunt el gascn.
No, lo contrario. No deseo ningn mal al rey, y el peor mal que uno puede desear a
los reyes, es que cometan una injusticia. Pero habis sufrido un disgusto, no lo neguis.
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Yo? dijo el mosquetero rindose, ni por asomo. El hace cuanto quiero.
Aramis mir a D'Artagnan y vio que menta, pero Baisemeaux no mir ms que al
hombre, y se qued pasmado, mudo de admiracin ante aquel que consegua del rey lo
que se le antojaba.
Destierra a Athos Su Majestad? pregunt Aramis.
No; sobre el particular el rey no ha dicho una palabra repuso D'Artagnan; pero
tengo para m que lo mejor que puede hacer el conde, a no ser que se empee en dar
las gracias a Su Majestad...
No respondi Athos.
Pues bien, lo mejor que, en mi concepto, puede hacer el conde continu
D'Artagnan, es retirarse a su castillo. Por lo dems, mi querido Athos, hablad, pedid;
si prefers una residencia a otra me comprometo a dejar cumplidos vuestros deseos.
No, gracias contest Athos; lo ms agradable para m es tomar a mi soledad a
la sombra de los rboles, a orillas del Loira. Si Dios es el mdico supremo de los males
del alma, la naturaleza es el remedio soberano. Conque estoy libre, caballero?
aadi Athos volvindose hacia el seor de Baisemeaux.
S, seor conde, a lo menos as lo creo y espero aadi el gobernador volviendo y
revolviendo los dos papeles; a no ser, sin embargo, que el seor de D'Artagnan traiga
otro auto.
No, mi buen Baisemeaux dijo el mosquetero, hay que atenernos al segundo y
no pasar por ah.
Ah! seor conde dijo el gobernador dirigindose a Athos, no sabis lo que
perdis. Os hubiera puesto a treinta libras como los generales; qu digo! a cincuenta,
como los prncipes, y habrais cenado todas las noches como habis cenado ahora.
Dejad que prefiera mi mediana, caballero replic Athos. Y volvindose hacia
D'Artagnan, dijo: Vmonos, amigo mo,.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Vmonos repuso D'Artagnan.
Me cabra la inefable dicha de teneros por compaero de viaje, amigo mo?
pregunt Athos al mosquetero.
Tan slo hasta la puerta respondi el gascn; despus de lo cual os dir lo que
he dicho al rey, esto es, que estoy de servicio.
Y vos, mi querido Aramis pregunt al conde sonrindose, me acompais? La
Fere est en el camino de Vannes.
No, amigo mo respondi el prelado; esta noche tengo una cita en Pars, y no
puedo alejarme sin que se resientan graves intereses.
Entonces, dijo Athos, dejad que os abrace y me vaya. Seor de Baisemeaux,
gracias por vuestra buena voluntad, y, sobre todo, por la muestra que de lo que se come
en la Bastilla me habis dado.
Athos abraz a Aramis y estrech la mano del gobernador, que le desearon el ms feliz
viaje, y sali con D'Artagnan.
Mientras en la Bastilla tena su desenlace la escena iniciada en palacio, digamos lo que
pasaba en casa de Athos y en la de Bragelonne.
Como hemos visto, Grimaud acompa a su amo a Pars, asisti a la salida de Athos,
vio cmo D'Artagnan se morda los bigotes, y cmo su amo suba a la carroza, despus
de haber interrogado la fisonoma de los dos amigos, a quienes conoca de fecha
bastante larga para haber comprendido al travs de la mscara de su impasibilidad, que
pasaba algo gravsimo.
Grimaud record la singular manera con que su amo le dijera adis, la turbacin,
imperceptible para cualquiera otro, de aquel hombre de tan claro entendimiento y de
voluntad tan inquebrantable. Grimaud saba que Athos no se haba llevado ms que la
ropa puesta, y, sin embargo, le pareci que Athos no parta por una hora, ni por un da.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Comprendo el enigma dijo Grimaud. La muchacha ha hecho de las suyas. Lo
que dicen de ella y del rey es verdad. Mi joven amo ha sido engaado. Ah! Dios mo!
El seor conde ha ido a ver al rey y le ha dicho de una hasta ciento, y luego el rey ha
enviado al seor de D'Artagnan para que arreglara el asunto... el conde ha regresado
sin espada!
Semejante descubrimiento hizo subir el sudor a la frente del honrado Grimaud; el cual,
dejndose de ms conjetura, se puso el sombrero y se fue volando a casa de Ral.
EN DONDE PORTHOS SE CONVENCE SIN HABER COMPRENDIDO
El digno Porthos, fiel a las leyes de la caballera antigua, se decidi a aguardar a Saint-
Aignn hasta la puesta del sol. Y como Saint-Aignn no deba comparecer y Ral se
haba olvidado de avisar a su padrino, y la centinela empezaba a ser ms larga y penosa,
Porthos se hizo servir por el guarda de una puerta algunas botellas de buen vino y carne,
para tener a lo menos la distraccin de hacer saltar de tiempo en tiempo un corcho y
tirar un bocado. Y haba llegado a las ltimas migajas, cuando Ral y Grimaud llegaron
a escape.
Al ver venir por el camino real a aquellos dos jinetes, Porthos crey que eran Saint-
Aignn y su padrino. Pero en vez de SaintAignn, slo vio a Ral, el cual se le acerc
haciendo desesperados gestos y exclamando:
Ah! mi querido amigo! perdonadme, qu infeliz soy!
Ral! dijo Porthos.
Estis enojado contra m? repuso el vizconde abrazando a Porthos.
Yo? por qu?
Por haberos olvidado de ese modo. Pero ay! tengo trastornado el juicio.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Bah!
Si supieseis, amigo mo!
Lo habis matado?
A quin?
A Saint-Aignn.
Ay! no me refiero a Saint-Aignn.
Qu ms ocurre?
Que en la hora es probable que el seor conde de La Fere est arrestado.
Arrestado! por qu? exclam Porthos haciendo un ademn capaz de derribar una
pared.
Por D'Artagnan.
No puede ser dijo el coloso.
Sin embargo, es la pura verdad replic el vizconde.
Porthos se volvi hacia Grimaud como quien necesita una segunda afirmacin, y vio
que el fiel criado de Athos le haca una seal con la cabeza.
Y adnde lo han llevado? pregunt Porthos.
Probablemente la Bastilla.
Qu os lo hace creer?
Por el camino hemos interrogado a algunos transentes que han visto pasar la
carroza, a otros que la han visto entrar en la Bastilla.
Oh! oh! repuso Porthos adelantndose dos pasos.
Qu decs? pregunt Ral.
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Yo? nada: pero no quiero que Athos se quede en la Bastilla.
Sabis que han arrestado al conde por orden del rey? dijo el vizconde
acercndose a su amigo.
Porthos mir a Bragelonne como dicindole: Y a m qu? Mudo lenguaje que le
pareci tan elocuente a Ral, volvi a subirse a caballo, mientras el coloso haca lo
mismo con ayuda de Grimaud.
Tracemos un plan dijo el vizconde.
Esto es repuso Porthos, tracemos un plan. Y al ver que Ral lanzaba un
suspiro y se detena repentinamente, aadi: Qu! desmayis?
No, lo que me ataja es la impotencia. Por ventura los tres podemos apoderarnos de
la Bastilla?
S D'Artagnan estuviese all, no digo que no repuso Porthos.
Ral qued mudo de admiracin ante aquella confianza heroica de puro candorosa.
Conque en realidad vivan aquellos nombres clebres que en nmero de tres o cuatro
embestan contra un ejrcito o atacaban una fortaleza?
Acabis de inspirarme una idea, seor de Valln dijo el vizconde, es necesario
de toda necesidad que veamos al seor de D'Artagnan.
Sin duda.
Debe de haber conducido ya a mi padre a la Bastilla y, por consiguiente, estar de
regreso en su casa.
Primeramente informmonos en la Bastilla dijo Grimaud, que hablaba poco, pero
bien.
Los tres llegaron ante la fortaleza a tiempo que Grimaud pudo divisar cmo doblaba la
gran puerta del puente levadizo la carroza que conduca a D'Artagnan de regreso de
palacio.
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En vano Ral espole su cabalgadura para alcanzar la carroza y ver quin iba dentro.
Aquella ya se haba detenido allende la puerta grande, que volvi a cerrarse, mientras
un guardia francs de centinela daba con el mosquete en el hocico del caballo del
vizconde, el cual volvi grupas, satisfecho de saber a qu atenerse respecto de la
presencia de aquella carroza que encerrara a su padre.
Ya lo hemos atrapado dijo Grimaud.
Como estamos seguros de que va a salir, aguardemos, no es verdad, seor de
Valln? dijo Bragelonne.
A no ser tambin que D'Artagnan est preso replic Porthos; en cuyo caso todo
est perdido.
Ral, que conoci que todo era admisible, nada respondi a las palabras de Porthos; lo
nico que hizo fue encargar a Grimaud que, para no dar sospechas condujese los
caballos a la callejuela de Juan Beausire, mientras l con su penetrante mirada atisbaba
la salida de D'Artagnan o de la Carroza.
Fue lo mejor, pues apenas transcurridos veinte minutos, volvieron a abrir la puerta y
apareci de nuevo la carroza. Quines iban en ella? Ral no pudo verlo por habrselo
privadd un deslumbramiento, pero Grimaud afirm haber visto a dos personas, una de
las cuales era su amo.
Porthos mir a Bragelonne y al lacayo para adivinar qu pensaban.
Es cierto dijo Grimaud, que si el seor conde est en la carroza, es porque lo
han puesto en libertad, o lo trasladan a otra prisin.
El camino que emprenden nos lo dirrepuso Porthos.
Si lo han puesto en libertad continu Grimaud, lo conducirn a su casa.
Es verdad dijo el gigante.
Pues la carroza no toma tal direccin exclam el vizconde. En efecto, los caballos
acababan de internarse en el arrabal de San Antonio.
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Corramos dijo Porthos ataquemos la carroza una vez en la carretera, y digamos
a Athos que se ponga a salvo.
A eso llaman rebelin, murmur el vizconde.
Porthos lanz a su joven amigo una segunda mirada digna hermana de la primera, a la
cual respondi el vizconde arreando a su cabalgadura.
Poco despus los jinetes dieron alcance a la carroza. D'Artagnan, que siempre tena
despiertos los sentidos, oy el trote de los corceles en el momento en que Ral deca a
Porthos que se adelantasen a la carroza para ver quin era la persona a la cual
acompaaba D'Artagnan.
Porthos obedeci, pero como las cortinillas estaban corridas, nada pudo ver.
La rabia y la impaciencia dominaban a Bragelonne, que al notar el misterio de que se
rodeaban los compaeros de Athos, resolvi atropellar por todo.
D'Artagnan por su parte, conoci a Porthos y a Ral, y comunic a Athos el resultado
de su observacin.
Athos y D'Artagnan se proponan ver si Ral y Porthos llevaran las cosas al ltimo
extremo.
Y as fue. Bragelonne empu una pistola, se abalanz al primer caballo de la carroza,
e intim al cochero que parase, Porthos dio un golpe y lo quit de su sitio, y Grimaud
se asi a la portezuela.
Seor conde! seor conde! exclam Bragelonne abriendo los brazos.
Sois vos, Ral? dijo Athos ebrio de alegra.
No est mal! repuso D'Artagnan echndose a rer.
Y los dos abrazaron a Porthos y a Bragelonne, que se haban apoderado de ellos.
Mi buen Porthos! mi excelente amigo! exclam el conde de La Fere; siempre
el mismo!
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Todava tiene veinte aos dijo D'Artagnan. Bravo, Porthos!
Diantre! repuso el barn un tanto cortado, hemos credo que os haban preso.
Ya lo veis replic Athos, todo se reduca a un paseo en la carroza del seor de
D'Artagnan.
Os seguimos desde la Bastilla replic el vizconde con voz de duda y de
reconvencin.
Adonde hemos ido a cenar con el buen Baisemeaux dijo el mosquetero.
All hemos visto a Aramis.
En la Bastilla?
Ha cenado con nosotros.
Ah! exclam Porthos respirando.
Y nos ha dado mil curiosos recuerdos para vos.
Gracias.
Adnde va el seor conde? pregunt Grimaud, as quien su amo recompensara ya
con una sonrisa.
A Blois, a mi casa.
As en derechura?
Desde luego.
Sin equipaje?
Ya se habra encargado Ral de envirmelo o llevrmelo al volver a mi casa, si es
que a ella vuelve.
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Si ya no lo detiene en Pars asunto alguno, har bien en acompaarnos, Athos dijo
D'Artagnan acompaando sus palabras de una mirada firme y cortante como una
cuchilla y dolorosa como ella, pues volvi a abrir las heridas del desventurado joven.
Nada me detiene en Parsrepuso Bragelonne.
Pues partamos exclam Athos inmediatamente.
Y el seor de D'Artagnan?
Slo acompaaba a Athos hasta aqu; me vuelvo a Pars con Porthos.
Corriente dijo ste.
Acercaos, hijo mo aadi el conde ciendo suavementay con su brazo el cuello de
Ral para atraerlo a la carroza, y dndole un nuevo beso. Y volvindose hacia Grimaud,
prosigui Oye, te vuelves a Pars con tu caballo y el del seor de Valln; Ral y yo
subimos a caballo aqu, y dejamos la carroza a esos dos caballeros para que tornen a la
ciudad. Una vez en mi casa, rene mis ropas y mis cartas, y envamelas a Blois.
Seor conde dijo Ral, que arda en deseos de hacer hablar a su padre, ved que
si volvis a Pars no hallaris en vuestra casa ropa blanca ni cuanto es necesario, y eso
os ser por dems incmodo.
Creo que tardar mucho tiempo en volver, Ral. Nuestra ltima estancia en Pars no
me alienta a volver.
Ral baj la cabeza y no habl ms.
Athos se baj de la carroza y mont el caballo de Porthos.
Despus de mil abrazos y apretones de manos, y de reiteradas protestas de amistad
imperecedera, y de haber Porthos prometido pasar un mes en casa de Athos tan pronto
se lo permitieran sus ocupaciones, y Atagnan ofrecido aprovechar su primera licencia,
este ltimo abraz a Ral por la postrera vez, y le dijo:
Hijo mo, te escribir.
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Qu no significaban estas palabras de D'Artagnan, que nunca escriba! A ellas, el
vizconde se sinti enternecido, y, no pudiendo refrenar las lgrimas, se solt de las
manos del mosquetero y parti.
D'Artagnan, subi a su carroza, en la cual ya se haba instalado Porthos.
Qu da, mi buen amigo! exclam el gascn.
Ya podis decirlo replic Porthos.
Debis estar quebrantado.
No mucho. Sin embargo, me acostar temprano, a fin de estar maana en buenas
disposicin.
Para qu?
Para dar fin a lo que he empezado.
Me dais calambres, amigo mo. Qu diablos habis empezado que no est
concluido?
Hombre! como Rul no se ha batido, fuerza es que yo me bata.
Con quin? con el rey?
Como con el rey! exclam Porthos, en el colmo de la estupefaccin.
Con el rey he dicho.
Ca, hombre! con quien voy a batirme yo es con Saint-Aignn, lo hacis contra el
rey.
Estis seguro de lo que afirmis? repuso Porthos abriendo desmesuradamente los
ojos.
No he de estarlo!
Pues cmo se arregla eso?
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Ante todo veamos de cenar bien, y os o que la mesa del capitn de mosqueteros es
agradable. A ella veris sentado al gentil Saint-Aignn, y beberis a su salud.
Yo? exclam con horror el coloso.
Cmo! os negis a beber a la salud del rey?
Pero quin diablos os habla del rey? Os hablo de SaintAignn.
Es lo mismo replic D'Artagnan.
As es distinto repuso Porthos vencido.
Me habis comprendido, no es verdad?
No respondi Porthos, pero lo mismo da.
Decs bien, lo mismo da dijo D'Artagnan: vmonos a cenar.
LA SOCIEDAD DE BAISEMEAUX
No ha olvidado el lector que D'Artagnan y el conde de La Fere, al salir de la Bastilla,
dejaron en ella y a solas a Aramis y a Baisemeaux.
Baisemeaux tena por verdad inconcusa que el vino de la Bastilla era excelente, era
capaz de hacer hablar a un hombre de bien: pero no conoca a Aramis, el cual conoca
como a s mismo al gobernador, y contaba hacerle hablar por el sistema que este ltimo
tena por eficaz.
Si no en apariencia, la conversacin decaa, pues Baisemeaux hablaba nicamente de
la singular prisin de Athos, seguida inmediatamente la orden de remisin.
Aramis no era hombre para molestarse por cosa alguna, y ni siquiera haba dicho aun
a Baisemeaux por qu estaba all.
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As es que el prelado le interrumpi de improviso exclamando:
Decidme, mi buen seor de Baisemeaux, no tenis en la Bastilla ms distracciones
que aquellas a que he asistido las dos o tres veces que os he visitado?
El apstrofe era tan inesperado, que el gobernador qued aturdido.
Distracciones? dijo Baisemeaux. Continuamente las tengo, monseor.
Qu clase de distracciones son esas?
De toda especie.
Visitas?
No, monseor; las visitas no son comunes en la Bastilla.
Ah! son raras las visitas?
Rarsimas.
Aun de parte de vuestra sociedad?
A qu llamis vos mi sociedad? a mis presos?
No, entiendo por vuestra sociedad la de que vos formis parte.
En la actualidad es muy reducida para m contest el gobernador despus de haber
mirado fijamente a Aramis, y como si no hubiera sido imposible lo que por un instante
haba supuesto. Si queris que os hable con franqueza, seor de Herblay, por lo
comn, la estancia en la Bastilla es triste y fastidiosa para los hombres de mundo. En
cuanto a las damas, apenas vienen, y aun con terror no logro calmar. Y como no
temblaran de los pies a la cabeza al ver esas tristes torres, y al pensar que estn
habitadas por desventurados presos que...?
Y a Baisemeaux se le iba trabando la lengua, y call.
No me comprendis, mi buen amigo repuso el prelado.
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No me refiero a la sociedad en general, sino a la sociedad a que estis afiliado.
Afiliado? dijo el gobernador, a quien por poco se le cae el vaso de moscatel que
iba a llevarse a los labios.
S replic Aramis con la mayor impasibilidad. No sois individuo de una
sociedad secreta?
Secreta?
O misteriosa.
Oh! seor de Herblay!...
No lo neguis...
Podis creer...
Creo lo que s.
Os lo juro...
Como yo afirmo y vos negis repuso Aramis, uno de los dos est en lo cierto.
Pronto averiguaremos quin tiene razn.
Vamos a ver.
Bebeos vuestro vaso de moscatel. Pero qu cara ponis! No, monseor.
Pues bebed.
Baisemeaux bebi, pero atragantndose.
Pues bien repuso Aramis, si no formis parte de una sociedad secreta, o
misteriosa, como querais llamarla, no comprenderis palabra de cuanto voy a deciros.
Tenedlo por seguro.
Muy bien.
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Y si no, probadlo.
A eso voy. Si, al contrario, pertenecis a la sociedad a que quiero referirme, vais a
responderme inmediatamente s o no.
Preguntad repuso Baisemeaux temblando.
Porque, prosigui con la misma impasibilidad Aramis, es evidente que uno no
puede formar parte de una sociedad ni gozar de las ventajas que la sociedad ofrece a
los afiliados, sin que estos estn individualmente sujetos a algunas pequeas ser-
vidumbres.
En efecto tartamude Baisemeaux, eso se concebira, si...
Pues bien, en la sociedad de que os he hablado, y de la cual, por lo que se ve no
formis parte, existe...
Sin embargo repuso el gobernador, yo no quiero decir en absoluto...
Existe un compromiso contrado por todos los gobernadores y capitanes de fortaleza
afiliados a la orden.
Baisemeaux palideci.
El compromiso contino Aramis con voz firme, helo aqu.
Veamos...
Aramis dijo, o ms bien recit el prrafo siguiente, con la misma voz que si hubiese
ledo un libro:
Cuando lo reclamen las circunstancias y a peticin del preso, el mencionando capitn
o gobernador de fortaleza permitir la entrada a un confesor afiliado a la orden.
Daba lstima ver a Baisemeaux; de tal suerte temblaba y tal era su palidez.
No es ese el texto del compromiso? prosigui tranquilamente Herblay.
Monseor...
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Parece que empieza a aclararse vuestra mente.
Monseor dijo Baisemeaux, no os burlis de la pobreza de mi inteligencia; yo
ya s que en lucha con la vuestra, la ma nada vale si os proponis arrancarme los
secretos de mi administracin.
Desengaaos, seor de Baisemeaux; no tiro a los secretos de vuestra administracin,
sino a los de vuestra conciencia.
Concedo que sean de mi conciencia, seor de Herblay; pero tened en cuenta mi
situacin.
No es comn si estis afiliado a esa sociedad prosigui el inflexible Herblay;
pero si estis libre de todo compromiso, si no tenis que responder ms que al rey, no
puede ser ms natural.
Pues bien, seor de Herblay, no obedezco ms que al rey, porque a quin sino al
rey debe obedecer un caballero francs?
Grato, muy grato es para un prelado de Francia repuso Aramis con voz suavsima,
or expresarse con tanta lealtad a un hombre de vuestro valer.
Habis dudado de m, monseor?
Yo? No.
Luego no dudis?
Cmo queris que dude que un hombre como vos no sirva fielmente a los seores
que se ha dado voluntariamente a s mismo?
Los seores! exclam Baisemeaux.
Los seores he dicho.
Verdad que continuis chancendoos, seor de Herblay?
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Tener muchos seores en vez de uno, hace ms difcil la situacin, lo concibo; pero
no soy yo la causa del apuro en que os hallis, sino vos, mi buen amigo.
Realmente no sois vos el causante repuso el gobernador en el colmo de la
turbacin. Pero qu hacis? Os marchis?
S.
Qu raro os mostris para conmigo, monseor!
No por mi fe.
Pues quedaos.
No puedo.
Por qu?
Porque ya nada tengo que hacer aqu y me llaman a otra parte.
Tan tarde?
Tan tarde.
Pensad que en la casa de la cual he venido, me han dicho: Cuando lo reclamen las
circunstancias y a peticin del preso, el mencionado capitn o gobernador de fortaleza
permitir la entrada a un confesor afiliado la orden. He venido, me he explicado, no me
habis comprendido, y me vuelvo para decir a los que me han enviado que se han
engaado y que me enven a otra parte.
Cmo! vos sois...? exclam Baisemeaux mirando a Aramis casi con espanto.
El confesor afiliado a la orden respondi Aramis sin modificar la voz.
Mas por muy suavemente que Herblay hubiese vertido sus palabras, produjeron en el
infeliz gobernador el efecto del rayo. Baisemeaux se puso amoratado.
El confesor! murmur Baisemeaux; vos el confesor de la orden, monseor?
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S; pero como no estis afiliado, nada tenemos que ventilar los dos.
Monseor...
Ah!
Ni que me niegue a obedecer.
Pues lo que acaba de pasar se parece a la desobediencia.
No, monseor; he querido cerciorarme...
De qu? dijo Aramis con ademn de soberano desdn.
De nada, monseor; de nada dijo Baisemeaux bajando la voz y humillndose ante
el prelado. En todo tiempo y en todo lugar estoy a la disposicin de mis seores,
pero...
Muy bien; prefiero veros as repuso Herblay sentndose otra vez y tendiendo su
vaso al gobernador, que no acert a llenarlo, de tal suerte le temblaba la mano.
Habis dicho pero, dijo Aramis.
Pero como no me haban avisado, estaba muy lejos de esperar...
Por ventura no dice el Evangelio: Velad, porque slo Dios sabe el momento?
Acaso las prescripciones de la orden no rezan: Velad, porque lo que yo quiero,
vosotros debis siempre quererlo? A ttulo de qu, pues, no esperabais la venida del
confesor?
Porque en este momento no hay en la Bastilla preso alguno que est enfermo.
Qu sabis vos? replic Herblay encogiendo los hombros.
Me parece...
Seor de Baisemeaux repuso Aramis arrellanndose en su silln, he ah vuestro
criado que desea deciros algo.
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En efecto, en aquel instante apareci en el umbral del comedor el criado de
Baisemeaux.
Qu hay? pregunt con viveza el gobernador.
Seor de Baisemeaux respondi el criado, os traigo el boletn del mdico de la
casa.
Haced que entre el mensajero dijo Aramis fijando en el gobernador sus lmpidos
y serenos ojos.
El mensajero entr, salud y entreg el boletn.
Cmo! el segundo Bertaudiere est enfermo! exclam con sorpresa el
gobernador despus de haber ledo el boletn y levantado la cabeza.
No decais que vuestros presos gozaban todos de salud inmejorable? repuso
Aramis con indolencia y bebindose un sorbo del moscatel, aunque sin apartar del
gobernador la mirada.
Si mal no recuerdo dijo Baisemeaux con temblorosa voz y despus de haber
despedido con ademn al criado; si mal no recuerdo, el prrafo dice: A peticin del
preso.
Esto es respondi Aramis; pero ved qu quieren de vos. En efecto, en aquel
instante un sargento asom la cabeza por la puerta medio entornada.
Qu ms hay? exclam el gobernador. No me dejarn diez minutos en paz?
Seor gobernador dijo el sargento, el enfermo de la segunda Bertaudiere ha
encargado a su llavero que os pida un confesor.
En un tris estuvo que Bertaudiere no cayese por tierra.
Aramis desde el sosegarlo, como desdeara el asustarlo.
Qu respondo? prosigui Baisemaux.
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Lo que os guste dijo Aramis. Por ventura soy yo el gobernador de la Bastilla?
Decid al preso que se proveer exclam el gobernador volvindose hacia el
sargento y despidindole con una sea. Luego aadi: Ah! monseor, monseor,
cmo pude sospechar... prever...?
Quin os deca que sospecharais, ni quien os rogaba que previerais? replic
Aramis con desapego. La orden no sospecha, sabe y prev: no basta eso?
Qu ordenis? dijo el gobernador.
Nada. No soy ms que un pobre sacerdote, un simple confesor. Me mandis que
vaya a visitar a vuestro enfermo?
No os lo mando, monseor, os lo ruego.
Acompaadme, pues.
EL PRESO
Despus de la singular transformacin de Aramis en confesor de la compaa,
Baisemeaux dej de ser el mismo hombre. Hasta entonces Herblay haba sido para el
gobernador un pre lado a quien deba respeto, un amigo a quien le ligaba la gratitud;
pero desde la revelacin que acababa de trastornarle todas las ideas, Aramis fue el jefe,
y l un inferior.
Baisemeaux encendi por su propia mano un farol, llam al carcelero, y se puso al las
rdenes de Aramis.
El cual se limit a hacer con la cabeza un ademn que quera decir: Est bien, y con
la mano una sea que significaba: Marchad delante.
Baisemeaux ech a andar, y Aramis le sigui.
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La noche estaba estrellada; las pisadas de los tres hombres resonaban en las baldosas
de las azoteas, y el retentn de las llaves que, colgadas del cinto, llevaba el llavero suba
hasta los pisos de las torres como para recordar a los presos que no estaba en sus manos
recobrar la libertad.
As llegaron al pie de la Bertaudiere los tres, y, silenciosamente, subieron hasta el
segundo piso, Baisemeaux, si bien obedeca, no lo haca con gran solicitud, ni mucho
menos.
Por fin llegaron a la puerta, y el llavero abri inmediatamente.
No est escrito que el gobernador oiga la confesin del preso dijo Aramis cerrando
el paso al Baisemeaux, en el acto de ir a entrar aqul en el calabozo.
Baisemeaux se inclin y dej pasar a Aramis, que tom el farol de manos del llavero y
entr; luego hizo una sea para que tras l cerraran la puerta.
Herblay permaneci por un instante en pie y con el odo atento, escuchando si
Baisemeaux y el llavero se alejaban; luego, cuando estuvo seguro de que aqullos
haban salido de la torre, dej el farol en la mesa y mir a todas partes.
En una cama de sarga verde, exactamente igual a las dems camas de la Bastilla,
aunque ms nueva, y bajo amplias y medio corridas colgaduras, descansaba el joven
con quien ya hemos hecho hablar una vez a Herblay.
Segn el uso de la prisin, el cautivo estaba sin luz desde el toque de queda, en lo cual
se echa de ver de cuntos miramientos gozaba el preso, pues tena el privilegio de
conservar la vela encendida hasta el momento que va dicho.
Junto a la cama haba un silln de baqueta, y, en l, ropas flamantes; arrimada a la
ventana, se vea una mesita sin libros ni recado de escribir, pero cubierta de platos, que
en lo llenos demostraban que el preso haba probado apenas su ltima comida.
Aramis vio, tendido en la cama y en posicin supina, al joven, que tena el rostro
escondido en parte por los brazos.
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La llegada del visitador no hizo cambiar de postura al preso, que esperaba o dorma.
Aramis encendi la vela con ayuda del farol, apart con cuidado el silln y se acerc
al la cama con muestras visibles de inters y de respeto.
Qu quieren de m? pregunt el joven levantando la cabeza.
No habis pedido un confesor?
S.
Porque estis enfermo?
S.
De gravedad?
Gracias repuso el joven fijando en Aramis una mirada penetrante. Y tras un
instante de silencio, agreg: Ya os he visto otra vez.
Aramis hizo una reverencia. Indudablemente el examen que acababa de hacer al preso,
aquella revelacin de su carcter fro, astuto y dominador, impreso en la fisonoma del
obispo de Vannes, era poco tranquilizador en la situacin del joven, pues aadi:
Estoy mejor.
As pues?... pregunt Aramis.
Siguiendo mejor, me parece que no tengo necesidad de confesarme.
Ni del cilicio de que os habla el billete que habis encontrado en vuestro pan?
El preso se estremeci.
Ni del sacerdote de la boca del cual debis or una revelacin importante?
prosigui Aramis.
En este caso ya es distinto dijo el joven dejndose caer nuevamente sobre su
almohada.
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Aramis mir con ms atencin al preso y qued asombrado al ver aquel aire de
majestad sencillo y desembarazado que no se adquiere nunca si Dios no lo infunde en
la sangre o en el corazn.
Sentaos, caballero dijo el preso.
Qu tal encontris la Bastilla? pregunt Herblay inclinndose y despus de haber
obedecido.
Muy bien.
Padecis?
No.
Deseis algo?
Nada
Ni la libertad?
A qu llamis libertad? pregunt el preso con acento de quien se prepara a una
lucha.
Doy el nombre de libertad a las flores, al aire, a la luz, a las estrellas, a la dicha de ir
adonde os conduzcan vuestras nerviosas piernas de veinte aos.
Mirad respondi el joven dejando vagar por sus labios una sonrisa que tanto poda
ser de resignacin como de desdn, en ese vaso del Japn tengo dos lindsimas rosas,
tomadas en capullo ayer tarde en el jardn del gobernador; esta maana han abierto en
mi presencia su encendido cliz, y por cada pliegue de sus hojas han dado salida al
tesoro de su aroma, que ha embalsamado la estancia. Mirad esas dos rosas: son las
flores ms hermosas Porqu he de desear yo otras flores cuando poseo las ms
incomparables?
Aramis mir con sorpresa al joven.
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Si las flores son la libertad, continu con voz triste el cautivo, gozo de ella, pues
poseo las flores.
Pero y el aire? exclam Herblay, el aire tan necesario a la vida?
Acercaos a la ventana, prosigui el preso; est abierta. Entre el cielo y la tierra,
el viento agita sus torbellinos de nieve, de fuego, de tibios vapores o de brisas suaves.
El aire que entra por esa ventana me acaricia el rostro cuando, subido yo a ese silln,
sentado en su respaldo y con el brazo en torno del barrote que me sostiene, me figuro
que nado en el vaco.
Y la luz? pregunt Aramis, cuya frente iba nublndose.
Gozo de otra mejor, continu; el preso; gozo del sol, amigo que viene a
visitarme todos los das sin permiso del gobernador, sin la compasin del carcelero.
Entra por la ventana, traza en mi cuarto un grande y largo paralelogramo que parte de
aqulla y llega hasta el fleco de las colgaduras de mi cama. Aquel paralelogramo se
agranda desde las diez de la maana hasta medioda, y mengua de una a tres, lentamente
como si le pesara apartarse de m tanto cuanto se apresura en venir a verme. Al
desaparecer su ltimo rayo, he gozado de su presencia cuatro horas. Por ventura no
me basta eso? Me han dicho que hay desventurados que excavan canteras y obreros
que trabajan en las minas, que nunca ven el sol.
Aramis se enjug la frente.
Respecto de las estrellas, tan gratas a la mirada, continu el joven, aparte el
brillo y la magnitud, todas se parecen. Y aun en ese punto salgo favorecido; porque de
no haber encendido vos esa buja, podais haber visto lo hermosa estrella que vea yo
desde mi cama antes de llegar vos, y de la cual me acariciaba los ojos la irradiacin.
Aramis, envuelto en la amarga oleada de siniestra filosofa que forma la religin del
cautiverio, baj la cabeza.
Eso en cuanto a las flores, al aire, a la luz y a las estrellas, prosigui el joven con
la misma tranquilidad. Respecto del andar, cuando hace buen tiempo me paseo todo
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el da por el jardn del gobernador, por este aposento si llueve, al fresco si hace calor,
y si hace fro, lo hago al amor de la lumbre de mi chimenea. Y con expresin no
exenta de amargura, el preso aadi: Creedme, caballero, los hombres han hecho por
m cuanto puede esperar y anhelar un hombre.
Admito en cuanto a los hombres, replic Aramis levantando la cabeza; pero
creo que os olvidis de Dios.
En efecto, me he olvidado de Dios, repuso con la mayor calma el joven; pero
por qu me decs eso? A qu hablar de Dios a los cautivos?
Aramis mir de frente a aquel joven extraordinario, que a la resignacin del mrtir
aada la sonrisa del ateo, y dijo con acento de reproche.
Por ventura no est Dios presente en todo?
Al fin de todo, arguy con firmeza el preso.
Concedido, repuso Aramis: pero volvamos al punto de partida.
Eso pido.
Soy vuestro confesor.
Ya lo s.
As pues, como penitente mo, debis decirme la verdad.
Estoy dispuesto a decrosla.
Todo preso ha cometido el crimen a consecuencia del cual lo han reducido a prisin.
Qu crimen habis cometido vos?
Ya me hicisteis la misma pregunta la primera vez que me visteis, contest el preso.
Y entonces eludisteis la respuesta, como ahora la eluds.
Y por qu opinis que ahora voy a responderos?
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Porque soy vuestro confesor.
Pues bien, si queris que os diga qu crimen he cometido, explicadme qu es crimen.
Yo, por mi parte, s deciros que no acusndome de nada mi conciencia, no soy criminal.
A veces uno es criminal a los ojos de los grandes de la tierra, no slo porque ha
cometido crmenes, sino tambin porque sabe que otros los han cometido.
Comprendo, repuso tras un instante de silencio el joven y despus de haber
escuchado con atencin profunda; decs bien, caballero; mirado desde ese punto de
vista, podra muy bien ser que yo fuese criminal a los ojos de los magnates. Ah!
conque sabis algo? pregunt Aramis.
Nada s, respondi el joven; pero en ocasiones medito, y al meditar me digo...
Que?
Que de continuar en mis meditaciones, una de dos, o me volva loco, o adivinara
muchas cosas. Y qu hacis? pregunt Aramis con impaciencia. Paro el vuelo
de mi mente.
Ah!
S, porque se me turba la cabeza, me entristezco, me invade el tedio, y deseo...
Qu?
No lo s, porque no quiero que me asalte el deseo de cosas que no poseo, cuando
estoy tan contento con lo que tengo.
Temis la muerte? pregunt Herblay con inquietud.
S, respondi el preso sonrindose.
Pues si temis la muerte, repuso Aramis estremecindose ante la fra sonrisa de su
interlocutor, es seal de que sabis ms de lo que no queris dar a entender.
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Por qu soy yo quien ahora hablo, y vos quien se calla, replic el cautivo, cuando
habis hecho que os llamara a mi lado, y habis entrado prometindome hacerme tantas
revelaciones? Ya que los dos estamos cubiertos con una mscara, o continuamos ambos
con ella puesta, o arrojmosla los dos a un tiempo.
Vamos a ver, sois ambicioso?
Qu es ambicin? pregunt el joven.
Un sentimiento que impele al hombre a desear ms de lo que posee.
Ya os he manifestado que estoy contento, pero quizs me engao. Ignoro qu es
ambicin, pero est en lo posible que la tenga. Explicaos, ilustradme.
Ambicioso es aquel que codicia ms que lo que le proporciona su estado.
Eso no va conmigo, dijo el preso con firmeza que hizo estremecer nuevamente al
obispo de Vannes.
Aramis se call; pero al ver las inflamadas pupilas, la arrugada frente y la reflexiva
actitud del cautivo, conocase que ste esperaba algo ms que el silencio.
La primera vez que os vi, dijo Herblay hablando por fin, mentisteis.
Que yo ment! exclam el preso incorporndose, y con voz tal y tan encendidos
ojos, que Aramis retrocedi a su pesar.
Quiero decir, prosigui Aramis, que me ocultasteis lo que de vuestra infancia
sabais.
Cada cual es dueo de sus secretos, caballero, y no debe haber almoneda de ellos ante
el primer advenedizo.
Es verdad, contest Aramis inclinndose profundamente, perdonad; pero todava
hoy soy para vos un advenedizo? Os suplico que me respondis, monseor. Este
titulo caus una ligera turbacin al preso; sin embargo, pareci no admirarse de que se
lo diesen.
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No os conozco, caballero, repuso el joven. Ah! S yo me atreviera, dijo
Herblay, tomara vuestra mano y os la besara.
El cautivo hizo un ademn como para dar la mano a Aramis, pero el rayo que eman
de sus pupilas se apag en el borde de sus prpados, y su mano se retir fra y recelosa.
Besar la mano de un preso! dijo el cautivo moviendo la cabeza; para qu?
Por qu me habis dicho que aqu os encontrabais bien, pregunt Aramis, que
a nada aspirabais? En una palabra, por qu, al hablar as, me vedis que a mi vez sea
franco?
De las pupilas del joven eman un tercer rayo; pero, como las dos veces anteriores, se
apag sin ms consecuencias.
Recelis de m? pregunt el prelado.
Por qu recelara de vos?
Por una razn muy sencilla, y es que si vos sabis lo que debis saber, debis recelar
de todos.
Entonces no os admire mi desconfianza, pues suponis que s lo que ignoro.
Me hacis desesperar, monseor, exclam Aramis asombrado de tan enrgica
resistencia y descargando el puo sobre su silln.
Y yo no os comprendo.
Haced por comprenderme.
El preso clav la mirada en su interlocutor. En ocasiones, prosigui Herblay,
pienso que tengo ante m al hombre a quien busco... y luego...
El hombre ese que decs, desaparece, no es verdad? repuso el cautivo
sonrindose.
Ms vale as.
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Decididamente nada tengo que decir a un hombre que desconfa de m hasta el punto
que vos, dijo Aramis levantndose.
Y yo, replic en el mismo tono el joven, nada tengo que decir al hombre que se
empea en no comprender que un preso debe recelar de todo.
Aun de sus antiguos amigos? Es un exceso de prudencia, monseor.
De mis antiguos amigos, decs? Qu! vos sois uno de mis antiguos amigos?
Vamos a ver, repuso Herblay,por ventura ya no recordis haber visto en otro
tiempo, en la aldea donde pasasteis vuestra primera infancia...?
Qu nombre tiene esa aldea? pregunt el preso.
Noisy-le-Sec, monseor, respondi Aramis con firmeza.
Proseguid, dijo el cautivo sin que su rostro afirmase o negase.
En definitiva, monseor, repuso el obispo, si estis resuelto a obrar como hasta
aqu, no sigamos adelante. He venido para haceros sabedor de muchas cosas, es cierto;
pero cumple por vuestra parte me demostris que deseis saberlas. Convenid en que
antes de que yo hablase, antes de que os diese a conocer los importantes secreto de que
soy depositario, debais haberme ayudado, si no con vuestra franqueza, a lo menos con
un poco de simpata, ya que no confianza. Ahora bien, como os habis encerrado en
una supuesta ignorancia que me paraliza... Oh! no, no me paraliza en el concepto que
vos imaginis; porque por muy ignorante que estis, por mucha que sea la indiferencia
que finjis, no dejis de ser lo que sois, monseor, y no hay poder alguno, lo os bien?
no hay poder alguno capaz de hacer que no lo seis.
Os ofrezco escucharos con paciencia, replic el preso. Pero me parece que me
asiste el derecho de repetir la pregunta que ya os he dirigido: Quin sois?
Recordis haber visto, hace quince o diez y ocho aos en Noisy-le-Sec, a un
caballero que vena con una dama, usualmente vestida de seda negra y con cintas rojas
en los cabellos?
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S, respondi el joven, y recuerdo tambin que una vez pregunt cmo se
llamaba aqul caballero, a lo cual me respondieron que era el padre Herblay. Por cierto
que me admir que el tal padre tuviese un aire tan marcial, y as lo expuse, y me dijeron
que no era extraa tal circunstancia, supuesto que el padre Herblay haba sido
mosquetero de Luis XIII.
Pues bien, dijo Aramis, el mosquetero de Luis XIII, el sacerdote de Noisy-le-
Sec, el que despus fue obispo de Vannes y es hoy vuestro confesor, soy yo.
Lo s, os he conocido.
Pues bien, monseor, si eso sabis, debo aadir algo que ignoris, y es que si el rey
fuese sabedor de la presencia en este calabozo de aquel mosquetero, de aquel sacerdote,
de aquel obispo, de vuestro confesor de hoy, esta noche, maana a ms tardar, el que
todo lo ha arrostrado para llegar hasta vos, vera relucir el hacha del verdugo en un
calabozo ms negro y ms escondido que el vuestro.
Al escuchar estas palabras dichas con firmeza, el cautivo volvi a incorporarse, fij
con avidez creciente sus ojos en los de Aramis, y, al parecer, cobr alguna confianza,
pues dijo:
S, lo recuerdo claramente. La mujer de quien me habis hablado vino una vez con
vos, y otras dos veces con la mujer...
Con la mujer que vena a veros todos los meses, repuso Herblay al ver que el preso
se interrumpa.
Esto es.
Sabis quin era aquella dama?
S que era una dama de la corte, respondi el cautivo dilatndosele las pupilas.
La recordis claramente?
Respecto del particular, mis recuerdos no pueden ser confusos: vi una vez a aquella
la dama acompaada de un hombre que frisaba en los cuarenta y cinco; otra vez en
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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compaa de vos y de la dama del vestido negro y de las cintas rojas, y luego otras dos
veces con esta ltima. Aquellas cuatro personas, mi ayo, la vieja Peronnette, mi
carcelero y el gobernador, son las nicas con quienes he hablado en mi vida, y puede
decirse las nicas que he visto.
Luego en Noisy-le-Sec estabais preso?
S aqu lo estoy, all gozaba de libertad relativa, por ms que fuese muy restringida.
Mi prisin en Noisy-le-Sec la formaban una casa de la que nunca sal, y un gran huerto
rodeado de altsima cerca; huerto y casa que vos conocis, pues habis estado en ellos.
Por lo dems, acostumbrado a vivir en aquel cercado y en aquella casa, nunca dese
salir de ellos. As pues, ya comprendis que no habiendo visto el mundo, nada puedo
desear, y que si algo me contis, no tendris ms remedio que explicrmelo.
Tal es mi deber, y lo cumplir, monseor, dijo Aramis haciendo una inclinacin
con la cabeza,
Pues empezad por decirme quin era mi ayo.
Un caballero bondadoso y sobre todo honrado, a la vez preceptor de vuestro cuerpo
y de vuestra alma. De fijo que nunca os dio ocasin de quejaros.
Nunca, al contrario; pero como me dijo ms de una vez que mis padres haban
muerto, deseo saber si minti al decrmelo o si fue veraz.
Se vea obligado a cumplir las rdenes que le haban dado.
Luego menta?
En parte, pero no respecto de vuestro padre.
Y mi madre?
Est muerta para vos.
Pero vive para los dems. no es as?
S, monseor.
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Y yo estoy condenado a vivir en la oscuridad de una prisin? exclam el joven
mirando de hito en hito a Herblay.
Tal creo, monseor, respondi Aramis exhalando un suspiro.
Y eso porque mi presencia en la sociedad revelara un gran secreto?
Si, monseor.
Para hacer encerrar en la Bastilla a un nio, como era yo cuando me trasladaron aqu,
es menester que mi enemigo sea muy poderoso.
Lo es.
Ms que mi madre, entonces? .
Por qu me dirigs esa pregunta?
Porque, de lo contrario, mi madre me habra defendido.
S, es ms poderoso que vuestra madre respondi el prelado tras un instante de
vacilacin.
Cuando de tal suerte me arrebataron mi nodriza y mi ayo, y de tal manera me
separaron de ellos, es seal de que ellos o yo constituamos un peligro muy grande para
mi enemigo.
Peligro del cual vuestro enemigo se libr haciendo desaparecer al ayo y a la nodriza,
dijo Aramis con tranquilidad.
Desaparecer! exclam el preso. Pero, de qu modo desaparecieron?
Del modo ms seguro, respondi el obispo; muriendo.
Envenenados? pregunt el cautivo palideciendo ligeramente y pasndose por el
rostro una mano tembloroso.
Envenenados.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Fuerza es que mi enemigo sea muy cruel. O que la necesdad le obligue de manera
inflexible, para que aquellas dos inocentes criaturas, mis nicos apoyos, hayan sido
asesinados en el mismo da; porque mi ayo y mi nodriza nunca haban hecho mal a
nadie.
En vuestra casa la necesidad es dura, monseor, y ella es tambin la que me obliga
con profundo pesar mo, a decirss que vuestro ayo y vuestra nodriza fueron asesinados.
Ah! exclam el joven frunciendo las cejas, no me decs nada que yo no
sospechara.
Y en qu fundabais vuestras sospechas?
Voy a decroslo.
El joven se apoy en los codos y aproxim su rostro al rostro de Aramis con tanta
expresin de dignidad, de abnegacin, y aun diremos de reto, que el obispo sinti cmo
la electricidad del entusiasmo suba de su marchitado corazn y en abrasadoras chispas
a su crneo duro como el acero.
Hablad, monseor, repuso Herblay. Ya os he manifestado que expongo mi vida
hablndoos, pero por poco que mi vida valga, os suplico la recibis como rescate da la
vuestra.
Pues bien escuchad por qu sospech que haban asesinado a mi nodriza y a mi ayo...
A quien vos dabais ttulo de padre.
Es verdad, pero yo ya saba que no lo era mo.
Qu os hizo suponer?...
Lo mismo que me da suponer que vos no sois mi amigo: el respeto excesivo.
Yo no aliento el designio de ocultar la realidad. El joven hizo una seal con la cabeza
y prosigui:
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Es indudable que yo no estaba destinado a permanecer encerrado eternamente, y lo
que as me lo da a entender, sobre todo en este instante, es el cuidado que se tomaron
en hacer de m un caballero lo ms cumplido. Mi ayo me ense cuanto l saba, esto
es, matemticas, nociones de geometra, astronoma esgrima y equitacin. Todas las
maanas me ejercitaba en la esgrima en una sala de la planta baja, y montaba a caballo
en el huerto. Ahora bien, una calurosa maana de verano me dorm en la sala de armas,
sin que hasta entonces el ms pequeo indicio hubiese venido a instruirme o a despertar
mis sospechas, a no ser el respeto del ayo. Viva como los nios, como los pjaros y
las plantas, de aire y de sol, por ms que hubiese cumplido los quince.
Luego hace de eso ocho aos?
Poco ms o menos: se me ha olvidado ya la medida del tiempo.
Qu os deca vuestro ayo para estimularos al trabajo?
Que el hombre debe procurar crearse en la tierra una fortuna que Dios le ha negado
al nacer; que yo, pobre, hurfano y oscuro, no poda contar ms que conmigo mismo,
toda vez que no haba ni habra quien se interesara por m... Como os deca, pues, estaba
yo en la sala de armas, donde, fatigado por mi leccin de esgrima, me dorm. Mi ayo
estaba en el piso primero, en su cuarto situado verticalmente sobre el mo. De
improviso lleg al m una exclamacin apagada, como si la hubiese proferido mi ayo,
y luego o que ste llamaba a Peronnette, mi nodriza, que indudablemente se hallaba
en el huerto, pues mi ayo descendi precipitadamente la escalera. Inquieto por su
inquietud, me levant. Mi ayo abri la puerta que pona en comunicacin el vestbulo
con el huerto, y sigui llamando a Peronnette... Las ventanas de la sala de armas daban
al patio, y en aquel instante tenan cerrados los postigos; pero al travs de una rendija
de uno de ellos, vi cmo mi ayo se acercaba a un gran pozo situado casi debajo de las
ventanas de su estudio, se asomaba al brocal, miraba hacia abajo, y haca
desacompasados ademanes, al tiempo que volva a llamar a Peronnette. Ahora bien,
como yo, desde el sitio en que estaba atisbando, no slo poda ver, sino tambin or, vi
y o.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Hacedme la merced de continuar, monseor, dijo Herblay. Mi ayo, al ver a mi
nodriza; que acudi a sus voces, sali a su encuentro, la asi del brazo, tir vivamente
de ella hacia el brocal, y en cuanto los dos estuvieron asomados al pozo, dijo mi ayo:
Mirad, mirad, qu desventura!
Sosegaos, por dios, repuso mi nodriza. qu pasa?
Aquella carta. exclam mi ayo tendiendo la mano hacia el fondo del pozo,
veis aquella carta?
Qu carta? pregunt mi nodriza.
La carta que veis nadando en el agua es la ltima que me ha escrito la reina.
Al or yo la palabra reina, me estremec de los pies a la cabeza. Conque, dije entre
m, el que pasa por mi padre, el que incesantemente me recomienda la modestia y la
humildad, est en correspondencia con la reina!
La ltima carta de Su Majestad? dijo mi nodriza, como si no le hubiese causado
emocin alguna el ver aquella carta en el fondo del pozo. Cmo ha ido al parar all?
Una casualidad. seora Peronnette, respondi mi ayo. Al entrar en mi cuarto
he abierto la puerta, y como tambin estaba abierta la ventana, se formado una corriente
de aire que ha hecho volar un papel. Yo, al ver el papel, he conocido en l la carta de
la reina, y me he asomado apresuradamente a la ventana lanzando un grito; el papel ha
revoloteado por un instante en el aire y ha cado en el pozo.
Pues bien, objet la nodriza, es lo mismo que si estuviese quemada, y como la
reina cada vez que viene quema sus cartas...
Cada vez que viene! murmur, dijo el preso. Y fijando la mirada en Aramis,
aadi: Luego aquella mujer que vena a verme todos los meses era la reina?
Aramis hizo una seal afirmativa con la cabeza.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Bien, s, repuso mi ayo, pero esa carta encerraba instrucciones, y como voy
yo ahora a cumplirlas?
Ah! la reina no querr creer en este incidente, dijo el buen sujeto moviendo la
cabeza; pensar que me he propuesto conservar la carta para convertirla en un arma.
Es tan recelosa y el seor de Mazarino tan...! Ese maldito italiano es capaz de hacernos
envenenar a la primera sospecha.
Aramis movi casi imperceptiblemente la cabeza y se sonri.
Son tan suspicaces en todo lo que se refiere a Felipe! continu mi ayo.
Felipe es el nombre que me daban, repuso el cautivo interrumpiendo su relato.
Luego prosigui:
Pues no hay que titubear, repuso la seora Peronnette; es preciso que alguien
baje al pozo.
Para que el que saque la carta la lea al subir! Hagamos que baje algn aldeano
que no sepa leer as estaris tranquilo.
Bueno dijo mi ayo; pero el que baje al pozo no va a adivinar la importancia
de un papel por el cual se arriesga la vida de un hombre? Con todo eso acabis de
inspirarme una idea, seora Peronnette; alguien va a bajar al pozo, es verdad, pero ese
alguien soy yo.
Pero al or semejante proposicin, mi nodriza empez a llorar de tal suerte y a proferir
tales lamentos; suplic con tales instancias al anciano caballero, que ste le prometi
buscar una escalera de mano bastante larga para poder bajar hasta el pozo, mientras
ella se llegaba al cortijo en solicitud de un mozo decidido, al cual daran a entender que
haba cado, envuelta en un papel, una alhaja en el agua.
Y como el papel, aadi mi ayo, en el agua se desdobla, no causar extraeza
el encontrar la carta abierta.
Quizs ya se haya borrado, objet mi nodriza.
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Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Poco importa, con tal que la recuperemos. La reina, al entregrsela, ver que no la
hemos traicionado, y, por consiguiente, Mazarino no desconfiar, ni nosotros
tendremos que temer de l.
En tomando esta resolucin, mi ayo y mi nodriza se separaron. Yo volv al cerrar el
postigo, y, al ver que mi ayo se dispona a entrar de nuevo, me recost en mis
almohadones, pero zumbndome los odos a causa de lo que acababa de or. Pocos
segundos despus mi ayo entreabri la puerta y, al verme recostado en los
almohadones, volvi a cerrarla poquito al poco en la creencia de que yo estaba
adormecido. Apenas cerrada la puerta, volv a levantarme, y, prestando odo atento, o
como se alejaba el rumor de las pisadas. Luego me volv a mi postigo, y vi salir a mi
ayo y a mi nodriza, que me dejaron solo. Entonces, y sin tomarme siquiera la molestia
de atravesar el vestbulo, salt por la ventana, me acerqu apresuradamente al pozo, y,
como mi ayo, me asom a l y vi algo blanquecino y luminoso que temblequeaba en
los trmulos crculos de la verdosa agua. Aquel brillante disco me fascinaba y me
atraa; mis ojos estaban fijos, y mi respiracin era jadeante; el pozo me aspiraba con su
ancha boca, y su helado aliento, y me pareca leer all en el fondo del agua, caracteres
de fuego trazados en el papel que haba tocado la reina. Entonces, inconscientemente,
animado por uno de esos arranques instintivos que nos empujan a las pendientes fatales,
at una de las extremidades de la cuerda al hierro del pozo, dej colgar hasta flor de
agua el cubo, cuidando de no tocar el papel, que empezaba a tomar un color verdoso,
prueba evidente de que iba sumergindose, y tomando un pedazo de lienzo mojado
para no lastimarme las manos, me deslic al abismo. Al verme suspendido encima de
aquella agua sombra, y al notar que el cielo iba achicndose encima de mi cabeza, se
apoder de m el vrtigo y se me erizaron los cabellos; pero mi voluntad fue superior a
mi terror y a mi malestar. As llegu hasta el agua y, sostenindome con una mano, me
zambull resueltamente en ella y tom el precioso papel, que se parti en dos entre mis
dedos. Ya en mi poder la carta, la escond en mi pechera, y ora haciendo fuerza con los
pies en las paredes del pozo, era sostenindome con las manos, vigoroso, gil, y sobre
todo apresurado, llegu al brocal, que qued completamente mojado con el agua que
chorreaba de la parte inferior de mi cuerpo. Una vez fuera del pozo con mi botn, me
fui lo ltimo del huerto, con la intencin de refugiarme en una especie de bosquecillo
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que all haba, pero no bien sent la planta en mi escondrijo, son la campana de la
puerta de entrada. Acababa de regresar mi ayo. Entonces calcul que me quedaban diez
minutos antes que aqul pudiese dar conmigo, si, adivinando, dnde estaba yo, vena
directamente a m, y veinte si se tomaba la molestia de buscarme, lo cual era ms que
suficiente para que yo pudiese leer la preciosa carta, de la que me apresur a juntar los
fragmentos. Los caracteres empezaban a borrarse, pero a pesar de ello consegu
descifrarlos.
Qu deca la carta aquella, monseor? pregunt Aramis vivamente interesado.
Lo bastante para darme a entender que mi ayo era noble, y que mi nodriza, si bien
no dama de alto vuelo, era ms que una sirvienta; y, por ltimo, que mi cuna era ilustre,
toda vez que la reina Ana de Austria y el primer ministro Mazarino me recomendaban
de tan eficaz manera.
Y qu sucedi? pregunt Herblay, al ver que el cautivo se callaba, por la
emocin.
Lo que sucedi fue que el obrero llamado por mi ayo no encontr nada en el pozo,
por ms que busc; que mi ayo advirti que el brocal estaba mojado, que yo no me
sequ lo bastante al sol; que mi nodriza repar que mis ropas estaban hmedas, y, por
ltimo, que el fresco del agua y la conmocin que me caus el descubrimiento, me
dieron un calenturn tremendo seguido de un delirio, durante el cual todo lo dije, de
modo que, guiado por mis propias palabras, mi ayo encontr bajo mi cabecera los dos
fragmentos de la carta escrita por la reina.
Ah! ahora comprendo, exclam Aramis.
Desde aquel instante no puedo hablar sino por conjeturas. Es indudable que mi pobre
ayo y mi desventurada nodriza, no atrevindose a guardar el secreto de lo que pas, se
lo escribie ron a la reina, envindole al mismo tiempo los pedazos de la carta.
Despus de lo cual os arrestaron y os trasladaron a la Bastilla.
Ya lo veis.
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Y vuestros servidores desaparecieron.
Ay s.
Dejemos a los muertos, dijo el obispo de Vannes, y veamos qu puede hacerse
con el vivo. No me habis dicho que estabais resignado?
Y os lo repito.
Sin que os importe la libertad?
S.
Y que nada ambicionabais ni deseabais? Qu! os callais?
Ya he hablado ms que suficiente, respondi el preso. Ahora os toca a vos.
Estoy fatigado.
Voy a obedeceros, repuso Aramis. Se recogi mientras su fisonoma tomaba una
expresin de solemnidad profunda. Se vea que haba llegado al punto culminante del
papel que fuera a representar en la Bastilla.
En la casa en que habitabais, dijo por fin Herblay, no haba espejo alguno, no
es verdad?
Espejo? No entiendo qu queris decir, ni nunca o semejante palabra, repuso el
joven.
Se da el nombre de espejo al un mueble que refleja los objetos, y permite,
verbigracia, que uno vea las facciones de su propia imagen en un cristal preparado,
como vos veis las mas a simple vista.
No, no haba en la casa espejo alguno.
Tampoco lo hay aqu, dijo Aramis despus de haber mirado a todas partes; veo
que en la Bastilla se han tomado las mismas precauciones que en Noisy-le-Sec.
Con qu fin?
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Luego lo sabris. Me habis dicho que os haban enseado matemticas, astronoma,
esgrima y equitacin; pero no me habis hablado de historia.
A veces mi ayo me contaba las hazaas del rey san Luis, de Francisco I y de Enrique
IV.
Nada ms?
Casi nada ms.
Tambin esto es hijo del clculo; as como os privaron de espejos, que reflejan lo
presente, han hecho que ignoris la historia, que refleja lo pasado, Y como desde que
estis preso os han quitado los libros, desconocis muchas cosas con ayuda de las
cuales podrais reconstruir el derrumbado edificio de vuestros recuerdos o de vuestros
intereses.
Es verdad, dijo el preso.
Pues bien, en sucintos trminos voy al poneros al corriente de lo que ha pasado en
Francia de veintitrs a veinticuatro aos a esta parte, es decir la fecha probable de
vuestro nacimiento, o lo que es lo mismo, desde el momento que os interesa.
Decid, dijo el joven, recobrando su actitud seria y recogida. Entonces Aramis le
cont, con grandes detalles, la historia de los ltimos aos de Luis XIII y el nacimiento
misterioso de un prncipe, hermano gemelo de Luis XIV. El prisionero oy este relato
con la ms viva emocin.
Dos hijos mellizos cambiaron en amargura el nacimiento de uno solo, porque en
Francia, y esto es probable que no lo sepis, el primognito es quien sucede en el trono
al padre.
Lo s.
Y los mdicos y los jurisconsultos, aadi Aramis, opinan que cabe dudar si el
hijo que primero sale del claustro materno es el primognito segn la ley de Dios y de
la naturaleza.
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El preso ahog un grito y se puso ms blanco que las sbanas que le cubran el cuerpo.
Fcil os ser ahora comprender que el rey, continu el prelado, que con tal gozo
viera asegurada su sucesin, se abandonase al dolor al pensar que en vez de uno tena
dos herederos, y que tal vez el que acababa de nacer y era desconocido, disputara el
derecho de primogenitura al que viniera al mundo dos horas antes, y que, dos horas
antes haba sido proclamado. As pues, aquel segundo hijo poda, con el tiempo y
armado de los intereses o de los caprichos de un partido, sembrar la discordia y la
guerra civil en el pueblo, destruyendo ipso facto la dinasta a la cual deba consolidar.
Comprendo, comprendo, murmur el joven.
He ah lo que dicen, lo que afirman, continu Aramis; he ah por qu uno de los
hijos de Ana de Austria, indignamente separado de su hermano, indignamente
secuestrado, reducido a la obscuridad ms absoluta, ha desaparecido de tal suerte que,
excepto su madre, no hay en Francia quien sepa que tal hijo existe.
S, su madre que lo ha abandonado! exclam el cautivo con acento de
desesperacin.
Excepto la dama del vestido negro y las cintas encarnadas, prosigui Herblay,
y excepto, por fin...
Excepto vos, no es verdad? Vos, que vens a contarme esa historia y a despertar en
mi alma la curiosidad, el odio, la ambicin, y quin sabe? quiz la sed de venganza;
excepto vos, que si sois el hombre a quien espero, el hombre de que me habla el billete,
en una palabra, el hombre que Dios debe enviarme, trais...
Qu? pregunt Aramis.
El retrato del rey Luis XIV, que en este momento se sienta en el trono de Francia.
Aqu est el retrato, replic el obispo entregando al preso un artstico esmalte en
el cual se vea la imagen de Luis XIV, altivo, gallardo, viviente, por decirlo as.
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