jjoosse manuel lopez gomeze manuel lopez gomez · los reproches, manifestando en su dura mirada lo...
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PRIMERA EDICIÓN NOVIEMBRE DE 2006HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11.723PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL.
IMPRESO EN ARGENTINA
Este ejemplar se terminó de imprimir en noviembre de 2006en los talleres de CLMMoreno 158 2º C, Ramos Mejía, Buenos Aires, Argentina.editorialclm@netizen.com.ar
ISBN-10: 987-1351-01-1ISBN-13: 978-987-1351-01-5
Imagen de tapa: “Pendejo argentino”,obra del artista plástico Jorge Gionco.www.jorge.gionco.com.ar / jorge@gionco.com.ar
López Gómez, José Manuel Evita, Madonna y las Torres Gemelas - 1a ed. - Ramos Mejía : Editorial CLM, 2006. 352 p. ; 21x16 cm.
ISBN 987-1351-01-1
1. Narrativa Argentina-Novela. I. Título CDD A863
Fecha de catalogación: 12/10/2006
Dedicatorias
A mi madre de adopción (con la cuál nos hemos “adoptado” mutuamente),
Elba Esther Reynoso, oriunda de Navarro. Por su amor, comprometido
visceralmente, y sobre todo, porque nunca marcó diferencias de sentimientos con sus
hijos biológicos.
A mi entrañable hermano, Norberto Andrés López ( el famoso “Tío Norbi’s”)
como homenaje a su admirable integridad moral.
A mi queridísima hermana, María Dolores López, por su estoicismo y
el renunciamiento personal, en aras de acompañar solidariamente a nuestra madre.
A Doña María Elena Arrieta de Milano, por sus excepcionales condiciones
morales, que honran a la condición humana.
A todos aquellos - parientes y amigos -que animaron y animan mi vocación
de escritor.
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PRÓLOGO
Estamos ante la presencia de un autor de sorprendente vuelo creativo,
que amalgama de manera magistral, lo visceral con lo metafísico, y lo
coloquial con los más profundos interrogantes fi losófi cos.
Si resulta sugestivo que un escritor español se ocupe de un ícono sagrado
como Evita, sorprende aún más, descubrir que López Gómez se expresa
en nuestra lengua, con la probidad y solvencia de nuestros mejores
escritores ( y esto, sin desmedro de su raigambre hispana). El capítulo
“Najai y Nam” ( a mi criterio, parábola excepcional sobre la Conquista
española) es una muestra cabal de ambas corrientes literarias.
En suma, un escritor que revive el paisaje existencialista, con un
lenguaje moderno y despojado, a modo de simbiosis perfecta entre la
América hispana y sus raíces españolas; la extrapolación de una serie
de brillantes cuentos cuyas temáticas participan del eje de la historia:
- fantásticos, realistas, metafísicos y eróticos – hacen de “Evita...”, un
suceso literario sin precedentes.
Relato que marca la impronta de un pasado particularmente doloroso,
esta novela, describe el costado siempre traumático de la decepción;
pero a su vez, palpita en sus páginas la esperanza humana, renovada
constantemente.
Como espejo de las contradicciones, se entrecruzan protagonistas que
han perdido los ideales bajo el peso de un poder corrupto, sintiéndose
frágiles e impotentes frente a un enemigo que lo controla todo, incluso
el pensamiento...
Sin embargo, en oposición a aquellos que tienen sus almas sin alforjas,
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persiste un grupo de idealistas que no se resignan a bajar los brazos,
aún a despecho de sus incontables frustraciones; seres que superando
sus reiterados fracasos personales y el desdén de una sociedad hostil,
tampoco renuncian al idealismo, como sino de sus vidas.
Heterogénea mezcla humana: desde veteranos militantes políticos que
no arrían sus banderas, hasta una multitud de los nuevos desarraigados
del sistema - los autodenominados “piqueteros” - que irrumpen en el
escenario social movilizados por la fuerza contestataria y arrolladora
de la marginalidad ( a propósito, en “La vieja me mandaba verdura”,
se advierte en una muy lograda metáfora, el drama de la Argentina
empobrecida; pero a su vez, este capítulo excluyente, se erige en una
especie de épica de la Literatura Nacional, en la cuál la marginalidad,
asume el velado papel de héroe protagónico).
En medio de este derrotero, el amor, pero el amor sublime, esa luz
del espíritu que se niega a la bastarda costumbre de consumir los
sentimientos como bienes gananciales.
“Evita... ” es, además, una historia de violencia, sexo y muerte – como
sabemos, excluyente trilogía de la idiosincrasia literaria española -
como núcleo sustancial de sus protagonistas.
Aglutinando todo - como una inasible niebla -, se percibe la ominosa
presencia de un poder mundial encubierto; un supra-gobierno de las
sombras denunciado por el autor, como una especie de hermandad se-
creta que digita vida y obra de la humanidad, con propósitos elabora-
dos con precisión de laboratorio.
Eduardo Gudiño Kieffer
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CONTENIDO
PARTE I
Bach, la muerte y los cuentos...........................................................13La valija...............................................................................................21El pintor...............................................................................................28No podía dejar de verte........................................................................31Los Etarras...........................................................................................35
Tartagal I............................................................................................49
Tartagal II..........................................................................................57
Tartagal III.........................................................................................75
Tartagal IV.........................................................................................83Top Secret..........................................................................................116
Tartagal IV (bis)..............................................................................135La película.........................................................................................174Tartagal “La Yapa”............................................................................181
Intermedio.......................................................................................197
Najai y Nam.......................................................................................199Acotaciones.......................................................................................223Sólo que fueran pájaros.....................................................................231
PARTE II
Un viejo refrán.................................................................................243
Carpeta de cuentos..........................................................................247Sedicioso...........................................................................................265 Vamos a llevarlos a la parrilla............................................................269Le molesta el nuevo detenido............................................................280Las feas también tienen derecho.......................................................288
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“Cirujano”.........................................................................................301
“La vieja me mandaba verdura”...................................................317
El catalán Serrat Fernández...........................................................333
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Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
El viento del Oeste, después de batir los riscos de la lejana cordillera, cae
sobre las serranías y se cuela a través de la calle solitaria, deslizándose
sibilante sobre los techos de las casas y los ateridos cuerpos de los
piqueteros que han cortado la ruta.
Por momentos, tiene la impresión que los espíritus de los incas muertos,
rondan en la penumbra de la pequeña habitación; pero sabe que las
osamentas y los objetos del antiguo imperio, se corroen entre el detritus,
debajo de las plantas de sus pies.
Detrás de la ventana de la cocina, Gregorio Alonso Lama siente que
los pasados fantasmas de la muerte adquieren identidad en las fi guras
desdibujadas e inasibles de los seres queridos desaparecidos. Muertes
sin velorios ni entierros. Muertes virtuales sin el consuelo cristiano del
abrazo fi nal o la fraternal palabra de despedida; llevando como pesada
mochila en el espíritu, cada uno de los imaginarios ataúdes; velando, sí,
velando sólo él a esos muertos sin certifi cado, todos los días, a lo largo
de los últimos 25 años de su vida.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
Desde el grabador, la Toccata en Re de Juan Sebastián Bach torna
más dramáticos los dramáticos recuerdos; por momentos también,
los fantasmas de sus hermanos y de Alejandra, se instalan en algún
intersticio de su cerebro fagocitados por la presencia activa de su
memoria. Están detrás de él, de pie sobre uno de los fl ancos de la mesa
del comedor, aguardando el ritual del encuentro metafísico, obsesivo
y repetido. Entonces -como una forma de burlarse de la muerte-, su
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propio imaginario verbal descolgará en silencio sus mensajes, hasta el
instante preciso en que las sinapsis neuronales se abran para generar el
sonido que los muertos ya no pueden emitir.
A tono con el entorno melancólico, el cargo de conciencia se hace
presente con el pase de factura repetido: “si yo no hubiera entrado a
la FURN, ustedes estarían con vida”. Pero al igual que otras veces,
resultarán inútiles los descargos de sus hermanos a favor de su inocencia:
Matías, acotando su decisión personal de ser parte de la militancia en
un grupo político de la Facultad, y María, señalando que a ella la tenían
marcada desde el momento en que empezara a alfabetizar a los habitantes
marginales de la villa miseria. Sólo Alejandra parecía congraciarse con
los reproches, manifestando en su dura mirada lo que él no se atrevía a
decir desde aquella noche en que Ellos la habían chupado en los pasillos
del teatro Colón.
Llueve.
Han vuelto a él los muertos del pasado.
Cierra los ojos. Alejandra y sus hermanos vuelven a las tumbas virtuales
que el cerebro ha instalado en su memoria. Sabe que cuándo abra los ojos,
aparecerán frente a él los otros muertos, los reales; los muertos velados
y enterrados: su abuelo orensano- republicano y justicialista-, el de la
increíble historia de amor no correspondido con Evita; su queridísimo
padre, orensano también pero franquista, ambos, como partes opuestas
de aquella vieja España citada en los versos de Machado.
Ve a su madre sentada a la mesa; el rostro sereno y la mirada luminosa,
pese a que su frágil fi gura se ha ahuesado por culpa de los malditos
eritrocitos que le han envenenado la sangre.
- “Tienes que darte paz, hijo. Debes perdonar como yo a los que se
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llevaron a tus hermanos y a Alejandra”
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
¿Cuántas veces había hablado con su madre después de muerta? ¿Cuántas
veces la frase textual - sello de un corazón extremadamente generoso-,
se había abierto paso en su atormentada psiquis? Bálsamo inútil para
él, incapaz de comprender semejante grandeza moral. Mucho menos
el remate del discurso que aún se resiste al olvido, en una amarillenta
carta que tiene entre sus manos, una de las pocas recibidas durante
su exilio en Estocolmo. Lee (por enésima vez): “Sé que es difícil de
aceptar, pero en gran medida hijo, he llegado a comprender aún en
medio del dolor inmenso, que no somos totalmente responsables de
nuestros actos. La maldad y la bondad condicionan nuestra conducta,
según el código genético que la naturaleza nos ha asignado, hijo.
Mozart puede convocar de manera sublime a un espíritu, pero puede
resultar indiferente a otro. Y ambos son espíritus humanos. De la misma
manera, algunos se horrorizan frente a un crimen, y otros - como Josef
Menguele, por ejemplo- pueden convivir cotidianamente con él, incluso
con la convicción de que están realizando una tarea en aras del bien
común. Eso explica la falta de remordimientos ; ni siquiera el mínimo
cargo de conciencia.
Por alguna razón misteriosa, esos espíritus insensibles (de acuerdo
al patrón de nuestro pensamiento), están desamparados por la
misericordia. Recuerdo que a propósito de esto, tu abuelo siempre se
quejaba del Creador: “ ése cabrón de Dios es el culpable de traer mal
paridos al mundo. Mira hija: a ti no te entiendo. Entre tu devoción
cristiana, tus estudios fi losófi cos y no sé qué de ese asunto de la teosofía,
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más esos libros de antropología que os tienen en vela muchas noches,
se te ha distorsionado la realidad. Según tu manera de ver las cosas,
no existen los culpables. ¡Coño! Nadie es inocente de sus actos. Los
hijos de puta son hijos de puta y saben lo que hacen cuando el mal les
corroe el corazón”. El mal les corroe el corazón... Ya ves hijo mío; tu
abuelo comulgaba con la verdad, sin que él mismo tuviera noción de la
misma”.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
Siente cada gota de lluvia como parte de las incontables lágrimas
derramadas en silencio: en Buenos Aires, antes del exilio, cuando aún
no estaba muerta la esperanza; cuándo aún era posible que sus hermanos
y Alejandra, pudieran aparecer un día por la casa donde el dolor ya
velaba anticipadamente las desapariciones defi nitivas de sus queridos
muertos.
Lágrimas de vergüenza y dolor vertidas frente a Ernesto Sábato,
en aquella esperanzadora entrevista en la Comisión Nacional del
“Nunca más”. Lágrimas lloradas en Estocolmo, solo en la habitación,
contemplando las heladas aguas del Báltico, o compartiéndolas con
algunos de los otros exiliados latinoamericanos. Lágrimas también a su
paso fugaz por Barcelona, y lágrimas al fi n, en el Madrid de la Cibeles,
durante incontables tardes en que se sentaba, solitario, en cualquiera de
las tascas que se cruzaran en su camino.
Al fi n, cono tantas otras veces, pliega las arrugadas y amarillentas hojas
de la carta.
Siempre ha creído que su madre pertenecía a una categoría exclusiva
y casi incognoscible del pensamiento y el sentir humano. Y si bien en
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cierto sentido compartía su visión escatológica - en el caso de ella, con el
contrapeso de la redención en Cristo -, le resultaba inconcebible el hecho
de que una madre pudiera perdonar a los asesinos de sus propios hijos.
Y no por falta de amor hacia ellos precisamente. Todo lo contrario: las
lágrimas de su madre podrían haber inundado la habitación de la vieja
casona de la calle Mendes de Andes; sólo que era un amor diferente, sin
raíces pegajosas y viscerales; amor de entrega pero a la vez, de absoluto
y sublime desprendimiento. El mismo desprendimiento que la llevó a
pedirle que buscara la salvación del exilio, antes que Ellos vinieran por
él.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
Sabe (lo supo desde el día que Ellos se chuparan a sus seres queridos)
que no transará jamás con los infames sicarios del Imperio; con los
militares que habían deshonrado a San Martín, con civiles y soldados
que hablaban de la defensa del mundo occidental y cristiano, cuando
en realidad – ahora lo comprendía muy bien -, la gigantesca redada
de la muerte no era más que otra de las acciones del terrorismo de
Estado, a instancias de un plan de dominación impuesto por las grandes
corporaciones industriales y fi nancieras; un supra-gobierno de las
sombras que obraba por encima de los naciones, incluyendo a los
propios líderes políticos del llamado Primer Mundo, gerentes todos
al servicio de los intereses opresores de siempre; homo homini, lupus
est.
No; él no transaría jamás con los postulados sentimentales y clericales
del perdón. Ni olvido ni renuncio de venganza.
Llueve.
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Han vuelto por él, los muertos del pasado.
Un cuarto de siglo después, las lágrimas ya se han vuelto rígidas; se
retuercen en las cuencas de los ojos como perlas diminutas, endurecidas
por el clima destemplado de ese ignoto paraje salteño, en el cual ha
recalado como corresponsal de prensa de medios españoles, para cubrir
periodísticamente un nuevo fenómeno social y político bajo el nombre
de piqueteros.
El viento golpea las celosías y se fi ltra por los orifi cios y hendijas
de puertas y ventanas; el mismo viento desolado que acompañara su
infancia en medio del paisaje húmedo de su Galicia natal.
Aún se percibe en el aire el olor a pólvora y azufre que unas horas atrás
ha desatado la violencia represiva. Como antes. Como siempre.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
Bach gime entre fusas y corcheas su dolor y su esperanza, la otra
impronta ancestral escrita en los genes de la raza.
Acaba de despachar a través del correo electrónico, la primera crónica
sobre las violentas protestas sociales.
Necesita un respiro.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del pasado.
Se sienta a la mesa. Tiene ante sí, la carpeta con los primeros cuentos
terminados para enviar al concurso literario en España; su vieja profesión
de escritor tantas veces postergada.
Desde la ruta, los gritos piqueteros han comenzado la ronda de la noche.
Otros muertos. Otras lágrimas.
Es hora de empezar a leer a modo de repaso.
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“La valija”
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Se da cuenta que vivencia las palabras; una especie de misterioso
bienestar derivado del propio pensamiento. Al fi n ha llegado la gran
ocasión, el momento esperado durante tanto tiempo. Comprende que
ni siquiera todas las mejores palabras de vida, serían sufi cientes para
agradecerle a los dirigentes de la organización, haber sido el elegido.
Uno entre centenares. Todos quisieron tener el honor de la gran misión.
Primero, participando del gran robo prodigiosamente preparado y
ejecutado por los propios dirigentes. Luego, el largo viaje con la valija,
transportando en su interior la maravillosa riqueza mineral, luminosa
como un sol.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Es consciente que después de entregar la valija, sus mayores deseos
se harán realidad: un nuevo poder; riquezas espirituales inimaginables;
las más hermosas mujeres - incluso las que quisiera tener de acuerdo a
sus necesidades o deseos - para la cama, para el servicio personal, para
charlas de carácter espiritual...
Mientras viaja en el Tube, cierra los ojos dejando que su imaginación
se atreva a más. Las mujeres son su obsesión. Le gustan todas: altas
y delgadas; bajas y rechonchas, morenas y blancas, de cabello rubio,
negro, o enrojecido; con pecas o sin pecas; de culo grande o culo chico;
lo mismo daba; le agrada la mujer por la mujer misma; Dios se las
ofrece a los hombres como objeto de placer, en premio a su consagración
religiosa.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
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Abre los ojos. Sentado frente a él, un hombre lo observa. Siente la mirada
del desconocido como una aplanadora. Mira a sus dos compañeros de
ruta: a través de sus imperceptibles sonrisas, supone que ellos comparten
su regocijo interior. Es conciente que la misión es demasiado riesgosa
y extremadamente importante para uno solo; por eso han impuesto
esa especie de guardaespaldas; sabe que ante cualquier contingencia
negativa, sus compañeros tratarán de entregar la valija, aplicando un
plan secreto que él desconoce.
Antes de emprender la misión, los dirigentes le han dicho que extreme
los cuidados; que ya ha sido denunciado a las autoridades, el robo
valioso. Pero no tiene temor. Por otra parte, carece del perfi l de un
sospechoso (todo ha sido minuciosamente preparado); incluso puede
pasar por un perfecto caballero inglés: alto, de cuidadas facciones; ojos
celestes de contacto, y traje tradicional oscuro, de impecable alpaca.
Cree que su singular presencia, tal vez sea lo que concite la atención del
hombre que continúa observándolo.
Es el momento de demostrar todo lo asimilado durante el largo
aprendizaje: sostener la mirada; seguridad interior que deberá trasuntar
el rostro, gestos fi rmes, movimientos naturales.
De todos modos, si el desconocido fuere policía, no podrá evitar el
seguimiento de los hombres de Scotland Yard.
Pero el desconocido, luego de bajar la mirada, se pone de pie y avanza
hacia la puerta de salida del vagón. Él lo sigue con el rabillo del ojo
mientras siente el caño del silenciador de su propia arma sobre el codo
izquierdo.
“La valija debe ser entregada en el lugar prefi jado, pero ante cualquier
eventualidad de requisa, inmediatamente, sin dudar un sólo instante, se
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deberá aplicar el plan B”.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
La frase se libera desde algún recodo de su cerebro generando un
imperceptible temblor en su cuerpo. Cierra los ojos invocando la
protección divina. Dios, que es justo y todopoderoso, no permitirá que
eso pase. Sabe que tendrá el paraíso prometido, los manjares exquisitos
y las mujeres más hermosas, sólo a condición de entregar la valija en
el punto preciso. Además, Ellos le habían prometido también que su
familia sería recompensada con una importante suma de dinero para
acabar con la miseria ancestral de los suyos.
Ve que el hombre de la mirada aplanadora desciende en la estación.
Instintivamente, lo sigue con la vista hasta que se pierde entre el resto
de los pasajeros.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Tres estaciones más. Luego, la escalera. La avenida bulliciosa, el
monumento a Nelson O sería el de Lord Wesseley, el famoso duque de
Wellington? ¡Estos ingleses mal paridos siempre han tenido suerte...! De
no haber sido por Blücher, por una parte, y por las hemorroides por la
otra, Napoleón los hubiera derrotado en Waterloo. Citas históricas de sus
estudios secundarios. De nada habían servido. Nunca fueron sufi cientes
para ingresar a la Universidad, otro de sus sueños postergados por la
miseria crónica. Pero qué importa ahora.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Trafalguar Square. El corazón del mismísimo imperio británico.
Cruzaría la calle. En la esquina opuesta lo estaría esperando el enlace.
Traje negro, enteramente negro. No lo sigas. Él sabe que hacer con la
valija.
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Observa a la gente del vagón. Mujeres de impecable belleza. Buena
ropa. Atildados gentlemans; empleados de ofi cina, algunos obreros;
niños sin hambre. Tan cerca pero tan lejos de la gente de su pueblo.
Ahora es un hombre de delicados modales que lo mira con la barbilla
levantada. Cree percibir cierta inquietud en aquellos ojos celestes. ¿Será
cierto lo que se dice? Uno de cada cuatro ingleses es gay. Le parece
demasiado. De todos modos, tiene en claro que no es un pueblo de
maricas. Pero que importa eso ahora. Debe concentrarse.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Una nueva vida. Los indescriptibles placeres.
El conductor ha liberado el freno. Las ruedas comienzan a girar
nuevamente sobre los rieles. Dos estaciones más; sólo dos estaciones.
Tres minutos de tiempo y entonces habrá comenzado la cuenta regresiva.
Adiós a la pobreza; adiós al colchón fl aco, a la ropa raída y las comidas
salteadas.
Piensa en su madre. Se había prometido tratar de evitar los pensamientos
que lo ligan a los afectos. Pero no puede evitarlo. Varias veces ha tratado
de quitar la imagen de ella parada frente a él, mientras el tren subterráneo
continúa raptando por el túnel. Imposible. El recuerdo vuelve una y otra
vez entronizado en la imagen de rostro semita y cabellos grises; una
imagen angustiosa que grita en silencio en su interior.
Está enferma. Es su madre. Neumonía. Hay un sólo remedio. Y un sólo
laboratorio que lo hace. Nombre raro. Paraíso y goce. No, no; no es
momento para pensar en eso. Dios le impone ese recuerdo y Dios sabe
por qué lo hace. Doscientos treinta dólares. Una locura. Su padre no
gana ni la cuarta parte en el mes. Y eso debe repartirse para alimentar
siete bocas. Dos años atrás, a poco de cumplir los diecinueve. Se
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organiza una colecta. La pequeña e ignota comunidad de 456 vecinos
se moviliza. Todos ponen lo que pueden, y más también.
Esa noche, el padre cuenta los billetes arrugados y las monedas de
todo tipo; hacen la conversión: apenas ciento treinta y un dólares con
cincuenta. Su madre se muere. Necesita la droga para sobrevivir. Toma
una decisión. Ha oído hablar de Ellos. Sabe que siempre andan buscando
jóvenes como él. Aceptará trabajar para la organización. No le interesan
los comentarios maliciosos. Sabe que algunos padres prohíben a sus
hijos acercarse a Ellos. Dicen que andan armados, que roban, matan y
todas esas cosas...
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
No, no; debe terminar con el recuerdo; sabe que lo fortalecerá en los
momentos decisivos que se acercan vertiginosamente. El tren ha partido
hacia la última estación de su itinerario. Unos minutos más y estará
frente a la parte más difícil del recorrido. Se pone de pie. Los doce kilos
de la valija, ladean ligeramente su hombro derecho. A través del vidrio
oscuro, observa que sus guardaespaldas aparentan mirar distraídamente.
Su madre continúa reclamándolo a través del recuerdo. Debe acercar su
oído para escucharla. “Ellos no son como nosotros. Dicen que roban y
matan...”. Piensa que su madre no entiende, no podrá entender jamás
porque pertenece a una generación incorporada al sometimiento. Pero
entiende el acto de preservación de toda madre. Su padre lo bendice.
Llora en un abrazo interminable.
Hace el juramento de rigor. No le importará robar; no le importará matar
si se lo ordenan. Está escrito en el libro sagrado de sus ancestros.
La droga milagrosa llega tres horas después.
Oye el mecanismo del aire comprimido. La puerta se abre. Prefi ere
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ascender por la escalera manual. Menos gente.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Cuenta los escalones. Diecisiete, dieciocho. Es mejor pensar en
cualquier cosa para liberar la tensión que se torna extrema. Veinticinco,
veintiséis. Tiene la sensación que la valija pesa mucho más de los doce
kilos declarados. Se lo hemos robado a ellos, padre. En el corazón
mismo del imperio. Treinta y cuatro, treinta y cinco.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
No ve el momento de que se haga realidad el premio prometido. Sabe
que ellos van a cumplir. No tiene duda.
La niebla londinense se ha metido en el último tramo de la escalera a
cielo abierto. Una llovizna pertinaz ha mojado los escalones.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Sale a la calle. Ve a lo lejos la borrosa imagen de la columna y el
tradicional reloj de la torre, que está por marcar las seis de la tarde. Mira
el monumento. Ahora lo ve con claridad. No es el tradicional duque. Es
el manco Nelson, el tradicional y gran almirante de la fl ota. El corazón
ha comenzado a latir de manera incontrolada.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Uno de los tradicionales transportes de dos pisos detiene su marcha al
borde de la calzada. Los tradicionales pubs están atestados de bebedores
de cerveza. El reloj, Nelson, Trafalgar Square, el transporte público, los
pubs, todo muy tradicional, a tono con la tradición del viejo imperio;
bien made in england, bien británico. Enseñanzas del manual.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Cruza la calle. Sus guardaespaldas se confunden con el resto del pasaje.
Por unos momentos lo invade una inesperada duda. No recuerda si
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debe caminar hacia la derecha o hacia la izquierda. Consulta a sus
guardaespaldas. Comienzan a caminar. De pronto se detiene frente
al escaparate de un comercio. El cristal refl eja su imagen y la de
sus acompañantes. Cierto es que las apariencias engañan. Podían ser
tomados por hombres de negocios caminando en medio de la acera
atestada de transeúntes.
Rápidamente, se ha acercado a la columna de Nelson. Paraíso y goce.
Goce y paraíso. Mira hacia su derecha: nada. Mira hacia su izquierda: el
hombre de negro, guarecido debajo de una ochava. Ve su cara de póker.
No hay palabras entre ellos. Le entrega la valija.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Ahora el corazón parece un avestruz dando potentes patadas. La boca
se ha ido resecando lentamente; la siente como una lija fi na. Sigue con
la vista al hombre de negro que se dirige al monumento de uno de los
hacedores del imperio. Ahora lo comprende todo.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Sabe que en contados segundos, las voces cesarán; las caricias serán
detenidas en el aire, y que miles de mujeres penetradas no podrán
evacuar ni escuchar el grito liberador del orgasmo. Trafalgar Square;
Piccadilly Circus, todo Londres, será pronto un intenso atómico sol
cuando el hombre de negro accione el percutor de la valija.
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“El Pintor”
Lleva una hora intentando plasmar el tono índigo sobre el cielo del
palacio imperial, pero es inútil; el pincel permanece rígido en su mano
derecha mientras la paleta circula a diestra y siniestra, de arriba hacia
abajo, de abajo hacia arriba, sin que una sola pincelada se deslice por
la tela. Inútil, sabe que es inútil todo intento; el espíritu se ha mellado
después de haber sido rechazado por segunda vez en su deseo de ingresar
a la Academia de Bellas Artes. Jueces zopencos, idiotas administrativos
aferrados a una ortodoxia burocrática del arte, incapaces de comprender
el supremo mensaje que emana de sus pinturas, piensa. Para colmo, la
falta de un certifi cado burocrático también impide su admisión en la
facultad de Arquitectura.
Pero no importa; como tantas otras veces, terminará por vencer este
obstáculo con el cual el derrotero de la vida pone a prueba su integridad
moral.
Sabe que decidió trasladarse a Viena pese a la férrea oposición de su
padre. Durante un tiempo coqueteó con la ilusión de que su madre
pudiera convencer a aquel hombre alcohólico, violento y arrogante,
pero pronto se dio cuenta que la ilusión carecía de sustento: un empleado
administrativo de aduanas jamás podría comprender los insondables
vericuetos del arte.
Detestaba a su padre. Nunca había podido entender porque jamás
recibiera una caricia o una palabra de aliento de él, cuándo sí lo hacía
con sus hermanos y hermanastros. Tampoco pudo comprender jamás
por qué su madre, bella, amable, con una abnegación sin límites, había
elegido a aquel hombre furibundo, 23 años menor que ella. En fi n, de
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que era ciego el amor no cabía duda.
Ha estado viviendo los peores días de su vida: repentinamente, la
muerte de su adorada madre que siempre le enviaba dinero, había
resultado un golpe demoledor en su carrera; para colmo, algunos de
los parientes que lo apoyaban, también dejaron de girarle los fondos
mensuales imprescindibles para los gastos de pensión y el material de
sus cuadros.
En aquellos momentos durísimos, debió vender sus escasas pertenencias
- incluso sus adoradas pinturas, el bastidor con todos sus elementos
y hasta su propio vestuario - para luego abandonar la pensión y
sumergirse en la más absoluta indigencia: comedores populares, asilos
para vagabundos, tiendas de ropavejeros (recordaba el sobretodo largo y
negro que le había regalado su ocasional amigo judío) e incluso el desfi le
por asilos nocturnos, rumiando su propia impotencia. No obstante - aún
en la oscuridad de aquel abandono- se felicitaba de no haber perdido
el decoro y el orden, la dignidad que elevaba la humanidad sobre el
bestialismo. Nietsche le había mostrado el otro rostro del hombre
superior, lejos del folletín religioso judeocristiano. Un hombre nuevo,
un hombre íntegro capaz de alcanzar las mayores cotas del espíritu.
Leyendo al autor de “Así hablaba Zaratusta”, él había pergeñado su
propio pensamiento, la dínamo que movilizaría los resortes inagotables
de su voluntad de hierro: “...no es precisamente gracias a los principios
de la humanidad que el hombre puede vivir o mantenerse por encima
del mundo animal, sino únicamente por medio de la lucha más brutal.
Si no se lucha por la vida, la vida jamás será vencida”.
Este había sido el basamento de su propio renacimiento.
Después que el judío Hanisch le regalara el abrigo negro, había
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cimentado una particular amistad, aunada en la conformación de una
sociedad comercial : él, como socio industrial, ponía su talento artístico,
y Hanisch aportaba sus conocimientos de agente vendedor para colocar
sus pinturas en plaza.
El caso es que su amigo judío, no sólo alimentaba su ego vendiendo
una serie de sus cuadros - paisajes vivos y monumentos históricos -; el
hombre había ido más lejos aún: lo haría participar de una exposición
múltiple con otros jóvenes pintores vieneses. No era- claro está, la
Academia de Bellas Artes -; en realidad se trataba de un organismo
público de segundo orden cuyo nombre no recordaba. Pero eso no
importaba; no paraba de decirse que ya llegaría el momento en que
los presuntuosos funcionarios, acabarían por rendirse ante su genio
artístico.
Con la paleta en su mano izquierda, se acerca al ventanal del atelier.
Los últimos retazos del sol otoñal han dejado de reverberar sobre Viena,
y el azul que se ha instalado en el fi rmamento es justo el azul que está
esperando la tela inconclusa, la última de un total de doce para la
inminente exposición.
Movilizado por la nueva e incontrolable pasión, pronto el azul remata el
cielo del palacio real, a tono - se dice - con las viejas y perdidas glorias
del Imperio.
Piensa en Hanisch y de pronto recuerda que su socio le ha dejado la
cartilla de admisión de la entidad auspiciante de la muestra.
Carga la pluma, y, lentamente, con ordenada caligrafía, va completando
los casilleros: Lugar de nacimiento: Brannau-am-Im. Fecha de
nacimiento: 20 de abril de 1889. Nombre y apellido: Adolf Hitler.
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“No podía dejar de verte...”
Mira hacia la calle.
La interminable espera a través de la ventana. 30 días sin venir. Estúpida
aventura, infi delidad de adolescente. Un par de copas y la pelirroja
que le tira toda la artillería erótica. Ya se sabe: la típica pasión en la
cual el instinto sexual apuesta todo a ganador. “Puedo explicarte...”
“No necesito tus explicaciones. Te encamaste con ella; eso es lo que
importa”. Respuesta visceral. A tono con el signo de fuego. Escorpio es
así. A todo o nada. A mentira o verdad. Nada de medias tintas.
Mira hacia la calle.
Ha comenzado a llover. El viento de Marzo, sibilante, teje su lúdica
sinfonía a través de los intersticios de puertas y ventanas. No vendrá.
No vendrá. O tal vez, sí. El primer aniversario. Mucho peso emocional.
Cinco años fl iltreando a través de cómplices miradas, hablando por
medio de los ojos que lo decían todo. Demasiado en juego. Prejuicios
atávicos. Con mucho en riesgo: las amistades, los parientes, la condena
social a esa relación que todos veían venir. Aristas compartidas. Una
historia común de frustraciones sentimentales. Por suerte sin hijos
como secuela; sin esas sanguijuelas emotivas que tanto condicionan el
espíritu. Tal vez viniere. La esperanza estalla en fragmentos de dudas.
Pero es la esperanza.
25 de Marzo. 2001. Mar del Plata. En medio de un infi erno de marchas
y protestas sociales. Peatonal y Córdoba. Luro y Catamarca. Belgrano
e Independencia. El piquete fi nanciero reclamando a un país que no
existe. Lo sabe bien; lo ha vivido con ella en carne propia.
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Mira hacia la calle.
Como siempre a lo largo de estos últimos 30 días. Pero hoy más que de
costumbre. No ha podido separarse del amplio ventanal biselado que
da al balcón terraza. La lluvia ha levantado una cortina plomiza que se
extiende a ras de las olas. El mar parece corcovear.
Mira hacia la calle.
Siente que la lluvia predispone al recuerdo melancólico del secreto
develado.
El piquete fi nanciero ha terminado. La larga caminata, el cansancio de
las piernas, la garganta que parece gastarse de improperios y de gritos,
invitan a una pausa. Corrientes y Peatonal. “El Vitti.” El tradicional
café, refugio de tantas tardes solitarias. La angustia exalta el particular
rostro de su amiga. El dinero sustraído; las penurias económicas; las
facturas vencidas. “¿A vos no te parece una injusticia? Estos ladrones
de guante blanco...” Comparte su afl icción. Trata de consolarla. Las
cálidas palabras se descuelgan con pereza de su péndulo bucal. Parecen
enroscarse en las volutas de tabaco que ascienden hacia el cielorraso
en busca de una muerte inasible. Y de pronto el milagro: las manos de
ella que se encuentran con las suyas, los dedos presionados, la mirada
intensa empujando a la confesión que aún hace un último intento de
refugiarse en la garganta. Hasta que el amor explota: “Y sí...; no lo
soporto más. Hace cinco años que lo vengo guardando. Me gustaste
desde el primer día que te vi. Estoy enamorada de vos”. Luego las
manos que se apartan bruscamente porque sabe que se trata de un amor
clandestino.
Mira hacia la calle.
Alguien corre por la acera con un paraguas dado vuelta. No sabe muy
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bien por qué, pero cree estar segura que una voz le dice que no deje de
apostar a la esperanza.
Mejor seguir pensando. Piensa. Si leyó la carta, intuye que el milagro
aún es posible.
Demasiado en juego. Lo sabe. No es una historia de típicos amantes
comunes: una cita- almuerzo o cena, según las horas de disponibilidad-;
una charla donde ambos se desprenden por un rato de sus angustias
hogareñas, de sus comunes frustraciones, y luego sí, a la cama. Hotel
nuevo o repetido - depende, siempre depende - según el peso de la
rutina, y después el consuelo del orgasmo compartido - o no -, vuelta
a soportar la otra rutina del hogar. No, esta historia era diferente. En lo
social, en lo sentimental, en lo espiritual, pero sobre todo era diferente
por la mágica conjunción de buscar a Dios en cada grito del orgasmo.
Mira hacia la calle.
Una bruma incipiente avanza desde el Este. En pocos minutos, sabe que
se devorará la costanera y que luego trepará hacia la calle alta que ahora
permanece desierta. Por momentos, ve el fantasma de ella descender
del pequeño auto rojo y luego cruzar la calle con su andar felino. Veinte
pasos más y estará frente a la puerta de entrada. Oye el timbre, el sonido
virtual que se instala en uno de los intersticios de su cerebro. Le entrega
el ramo de rosas rojas preparado para ella. “No esperaba menos de
vos...” le dice la virtual voz, y de pronto el vacío, la imagen que se
esfuma mientras el ventanal recupera su lugar en la realidad cotidiana.
Mira hacia la calle.
Lleva horas de pie escudriñando el asfalto y las aceras. Mejor volver a
los recuerdos, sumergiéndose en los pasadizos de un amor sublime.
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Siempre en busca del nirvana; un amor en el cuál el sexo, no estaba
condicionado por los genitales. Sí, mejor recordar el último acto de
amor, antes de la ruptura: preludio de masajes japoneses- una Geisha;
una experta en hacer estallar los poros de la piel -. “Hay que liberar al
cuerpo; dejar que hable y se exprese por cada una de estas pequeñas
ventanitas de la piel. El espíritu protesta a través de la voz, pero sólo los
poros abiertos pueden liberar las angustias de la carne”. ¿Piensa, cómo
no amar a una mujer capaz de semejante pensamiento?
Mira hacia la calle.
El ruido de un motor sube por la cuesta. Pronto lo ve: es el pequeño
auto rojo. La PC del cerebro hace clic. Pausa. Sintonía fi na. No se trata
esta vez de un auto virtual parido por la ansiedad de la espera. Es real.
Y de él, no desciende el fantasma de ella. Es ella. Falda larga tableada,
brillante piloto rojo, botas color ciruela.
Comienza a cruzar la calle. Como autómata, va en busca del ramo de
rosas. La chicharra del timbre le suena como el mejor trozo musical de
Mozart. Ruido de ascensor. Las puertas que se cierran.
El toc, toc sobre la puerta de madera. Inconfundible. Aspira hondo.
Ensaya una sonrisa para Da Vinci. Abre la puerta. Las palabras que se
hacen un pequeño amasijo en el paladar. La ve sonriente. Serena. Ella
es la que habla.
- No podía dejar de verte, María.
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“Los Etarras”
Por momentos me costaba creer que los hombres de los Falcon ya no
“chupaban” militantes y que uno podía andar libre sin temor de aparecer
al otro día en un zanjón con un orifi cio de bala en la cabeza.
Llegué a Córdoba a mediados del 84. Por entonces, Alfonsín representaba
la nueva esperanza de los argentinos; en mi carácter de militante
independiente del peronismo (en realidad concurría como ex militante
de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional), había sido
invitado por los muchachos de Franja Morada, para participar de un
encuentro de Juventudes políticas.
Después de los años de terror de la dictadura, sentía que la pasión
política se había instalado con más fuerza, en una carrera contra el
tiempo perdido. Tal vez por eso, todos los que participáramos de una
larga militancia de derrotas y sinsabores, teníamos el íntimo deseo
de que al menos tantos muertos y desaparecidos hubieren abonado la
naciente democracia.
Y este al menos, no era poca cosa; la democracia representaba la
libertad ansiada y la invalorable alternativa de poder expresarnos contra
las injusticias sociales. Pese a sus notorias falencias, de alguna manera,
uno sentía que la vida volvía a sus cauces naturales.
Los organizadores estaban al tanto de mis disidencias con Montoneros,
pese a contar con entrañables amigos de la JP vinculados políticamente
con ellos, y creo que esa había sido una de las principales razones de la
invitación.
Claro que tenía plena conciencia de no ser una fi gura trascendente
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- apenas de segunda línea -; pero acepté la invitación porque tenía el
fi rme deseo de ver cómo funcionaría esta esperada apertura política
entre los jóvenes y los que no lo éramos tanto.
Nunca justifi qué la lucha armada o la utilización de métodos violentos,
con la excusa idealista de acabar con las injusticias sociales; menos aún,
si esa lucha solía valerse de tácticas terroristas en las que casi siempre
se sacrifi caban inocentes. Tuve siempre una postura muy personal al
respecto.
Recuerdo que cuando pasé a España después de abandonar Estocolmo,
a los 10 días de estar en Madrid, me vinieron a ver dos tipos de la
ETA.
Sin remilgos de ningún tipo, se presentaron como responsables de un
comando local, diciéndome que querían intercambiar ideas respecto
a estrategias y tácticas de guerrilla urbana. Por alguna información
errónea que entonces no tuve deseos de averiguar, los vascos creían
que yo era un ex combatiente montonero ; tiempo después, llegué a
la conclusión que los europeos en general, incluso la mayoría de los
movimientos revolucionarios que imperaban en el mundo, consideraban
a todo simpatizante peronista, como parte integrante del movimiento
armado montonero. En un momento estuve por confesarles que mi
verdadera militancia había sido ajena a Montoneros; que nuestros
cuadros universitarios no eran sectarios, sino más bien abiertos a
diferentes matices ideológicos (de hecho, mi formación se nutría de
Jauretche, Scalabrini Ortiz, Perón, pero también de Marx y Lenín;
claro que, a diferencia de los marxistas, mi visión política era más
nacionalista). Pude haberles dicho que yo nunca había sido parte
de Montoneros como entidad en sí, y que todo se había limitado a
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colaborar intelectualmente con la Juventud Peronista que sí los apoyaba
como factor de movilizaciones populares juveniles, pero que en todo
momento, yo siempre había señalado muy claramente mis disidencias
al respecto (hablo de los actos de violencia y del posterior pase a la
clandestinidad, que me llevó a separarme defi nitivamente de la JP
Regional Oeste). Pero nada de esto aclaré con los Etarras.
“No te sorprendas tío - me dijo un vasco de San Sebastián, cuyos pelos
de la barba parecían piquetes de alfi leres negros-. Tenemos una buena
red de informaciones y sabemos de ti desde que llegaste a Estocolmo.
¡Ya hombre…! Estamos en la misma... Vosotros fallasteis y seguramente
estaréis haciendo la autocrítica correspondiente. Nosotros tenemos aún
un largo camino por delante y entonces...”
No pudo seguir porque su compañero, un tipo de mirada penetrante,
tomó bruscamente la palabra: “ ...vayamos a la verdad; vosotros sabéis
sobre el manejo de grandes grupos de militantes en tácticas de guerrilla
urbana. Además, tenéis más tiempo en esto; sois como los tupamaros,
carajo. Y nos gusta vuestro estilo porque habéis demostrado tener
cojones”.
Claro que hablé con ellos. Además, no tuve opción. Me subieron en un
coche y nos fuimos a una pensión de mala muerte, en las afueras de la
ciudad.
Los etarras se llevaron un chasco conmigo.
Recuerdo que tenían excelentes provisiones; enseguida armamos una
mesa con buenos quesos y embutidos españoles - sobre todo, un jamón
de aquellos - con un par de tintos riojanos que terminó afl ojando los
naturales resquemores.
En principio, confundían las acciones de los distintos grupos: no tenían
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muy en claro cuáles eran las diferencias entre montoneros, el ejército
revolucionario del pueblo y las llamadas fuerzas armadas peronistas.
Me parece que metían a todos en la misma bolsa.
También creo que ni siquiera tenían en claro los objetivos revolucionarios
de unos y de otros. Poco o nada conocían de las luchas estudiantiles
universitarias. Cuándo les confesé que yo nunca había participado de
una acción directa de lucha armada, y que esto me había traído serios
problemas con la dirigencia, se mostraron sorprendidos.
Pero mucho más se contrariaron al confesarles que parte del movimiento
me consideraba un traidor, y que hasta algunos hablaban de connivencia
con los servicios.
El de barba como alfi leres se atragantó con un pedazo de queso, y su
amigo debió darle dos golpes en la espalda para que el tipo escupiera el
bolo cremoso untado de una gruesa capa de saliva.
“Hombre...” ¿Y por qué coño os metisteis en un movimiento armado?
¡Con eso no se jode, mierda!”
Menos mal que el Riojano disparaba las neuronas convirtiendo lo
dramático en una charla amena y coloquial...
Les expliqué entonces de mi empatía con el movimiento a través de
la imagen de Evita. “¡Hombre! Yo tenía un abuelo franquista en Irún,
cabrón él, que siempre recordaba la visita de vuestra Eva y que siempre
decía que gracias a la Argentina los españoles habíamos tenido pan para
no cagarnos de hambre y no sé cuántas cosas más” - acotó el Etarra.
Cuándo les conté de mi abuelo gallego, ambos fruncieron la boca en
un gesto despectivo; el de barba dura se despachó muy suelto. “Nada
hombre. Nada. Que no nos llevamos muy bien con los gallegos. Eso.”
Claro que por la acción del condenado tinto, yo también terminé por
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soltarme.
Primero les confesé que había llegado al movimiento porque en sus
orígenes planteaba con claridad una lucha anti-imperialista. Que luego,
atento a las dimensiones que tomaba - les conté que en una manifestación
portentosa, se habían congregado más de 200.000 jóvenes de diferentes
corrientes de liberación- el enemigo central, o sea, el corazón mismo
del Imperio del cual los Estados Unidos no eran más que un apéndice,
pronto infi ltraron el movimiento porque representaba la excusa perfecta
para convertir a la Argentina en un país dependiente, vacío de contenidos
nacionales. Violencia y represión , la ecuación perfecta, dije. Y de allí
la escalada de sangre y los miles de desaparecidos y que patatín y
patatán.
Recuerdo que fue el único momento en que los vascos aquellos sintieron
que había una cuestión de piel entre nosotros.
Pero a continuación fruncieron la cara. Fue cuándo les hice referencia
a que el poder político universal -y me refería a las instituciones
parlamentarias formando parte de gobiernos presidencialistas o
monarquías - pronto habría de convertirse en una fachada. Que el
capitalismo entraría en una variante salvaje, como consecuencia del
poder dominante del viejo complejo militar industrial, aliado a los grupos
fi nancieros y las empresas monopólicas ; en algunos casos incluso con
lo peor y más execrable del pensamiento religioso fundamentalista,
ya en boga en EE.UU. Rematé el análisis diciéndoles que no faltaba
mucho para que estos grupos utilizaran a Estados Unidos como ariete,
en aras de establecer un sistema concreto de dominación mundial
¿Quién podía imaginar en aquella primavera del 81, la deserción y
posterior caída de la Unión Soviética, sostén entonces ( interesado,
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claro) de los movimientos populares que tanto disgustaban a los popes
del Imperio Occidental y Cristiano?
Sin embargo, por intuición, por haber aprendido a leer entre líneas los
códigos políticos en vigencia, y en parte tal vez por haber mamado la
historia del hombre a través de mi carrera de Filosofía y Letras, me
escuché yo mismo con sorpresa aventurar la caída del otro imperio. “Los
rusos no podrán aguantar mucho tiempo más esta carrera armamentista.
En desarrollo económico, están 30 a 1 con los yanquis. Y ese drenaje
van a terminar pagándolo muy caro”
Recuerdo que los vascos se miraron entre sí como si tácitamente se
preguntaran ¿tu escuchaste lo que yo escuché?; luego me observaron
largo rato en silencio, mientras yo permanecía rígido en medio de una
mueca estúpida.
Pero lo peor estaba por llegar. Y llegó cuando les dije que todos los
movimientos populares de supuesta liberación nacional, triunfarían o
caerían en la derrota, siempre atento a los planes del Imperio. Si para
éste resultaban útiles y no entorpecían su alta estrategia política, el
éxito estaba asegurado. De lo contrario, les sobraba dinero, tecnología
y servicios, para destruir solapadamente a cualesquiera de dichas
organizaciones por más poderosas que éstas fueren. Y que así había
pasado con nosotros.
A esa altura, la charla se había convertido en una sucesión de gritos
y risotadas acompañadas de fuertes palmadas en la espalda, con la
complicidad del buen vino de los españoles.
De cualquier manera terminamos bien. Les reconocí su derecho a pelear
por sus ideales - eso sí, tuve huevos (siempre libación etílica mediante)
para decirles que ninguna causa justifi caba la sangre derramada de un
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solo inocente, y esto sí que no les gustó un carajo.
Nos despedimos entre abrazos y deseos de reencuentros y nunca más
nos vimos. Sin duda yo había resultado un chasco para ellos, o tal vez
peor: un loco sin cuidado.
Todas estas cosas las recordaba mientras el micro se acercaba a
Salsipuedes, en plena serranía cordobesa.
Durante las reuniones en la docta - tres días de intensas pujas en las que
cada uno de los grupos había querido imponer sus propios códigos en
la declaración fi nal - me enteré por casualidad (aunque ya se sabe que
lo casual en realidad es causal) que un viejo compañero de secundaria
en el Colegio Dorrego de Morón, andaba circulando por las sierras en
busca de inspiración artística: Carlos Manuel Salgado Paredes, un buen
concertista de piano con aspiraciones de compositor, con el cual no nos
veíamos desde 1967, año de nuestra promoción (en una de las reuniones
de carácter universitario, alcancé a ver un aviso de uno de sus recientes
conciertos; me conecté con los organizadores del mismo y recabando
datos, me informaron que mi antiguo compañero de escuela, vivía en el
pequeño villorrio, hacia el cuál marchaba).
Me entusiasmé y decidí darle una sorpresa.
Por otra parte, estaba en vacaciones, unas vacaciones merecidas - las
primeras en muchos años -. Libre de compromisos sentimentales, me
dije que cada tanto había que darle rienda al egoísmo.
Nos reconocimos al instante. Cierto es que no existía un vínculo de
amigos, pero Carlos Manuel conservaba la loca frescura de los creadores,
y eso generó en ambos una buena química.
Repasamos los temas puntuales de la adolescencia escolar, en una
catarata de anécdotas jocosas.
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Por ejemplo, la ocasión en la cual le habíamos metido una rata viva
en el bolso a una de las profesoras: “¿Te acordás gallego de la profe
aquella de matemáticas que se parecía a Graciela Borges? ” “¡Ah!,
sí - contesté, consecuente con las imágenes del pasado -; Lily, Lilian
Galarza. ¿Te acordás el susto que le dimos? ¡Me acuerdo cómo se movía
la rata en el bolso tratando de escapar! Tanta risa, tanta risa, que al fi n
la profe no tuvo más remedio que preguntar qué pasaba... Creo que fue
en ese momento cuando el gordo Canteros le gritó: ¡El bolso! ¡El bolso,
profe!, Y la tipa, que siempre andaba en el limbo no tenía ni idea de lo
que pasaba; hasta que el gordo le vuelve a gritar que algo se movía en
su bolso. ¿Te acordás de aquella cara cuando corrió el cierre del bolso?
Todavía me acuerdo el momento en que la rata pegó un salto como de
un metro con un chillido carajo que nos asustó a todos... ¿No me vas a
decir que no lo recordás? - no pude evitar reírme del relato del pianista-.
¡Cómo se puso la Galarza! ¡Son todos unos hijos de puta! - nos gritó,
y se fue a la mierda mientras se le caían cosas de adentro del bolso.
Mundial, Gallego; mundial”
Me presentó a su pareja; una bellísima mujer que hablaba con los
ojos más que con la boca. La encarnación de la sensualidad. Palabras
descolgadas a medio tono- como si las cuerdas vocales emitieran las
vibraciones de la voz a través de un silenciador - arrastrando la última
sílaba con una particular y erótica modulación de decibeles.
Después del inventario de tantos años de ausencia (al cabo de una hora,
la mujer decidió retirarse disculpándose con la más exquisita de las
sonrisas) entramos a bucear en el pasado poniendo en juego sentimientos
y emociones comprometidas.
Para mi sorpresa, Carlos Manuel terminó de confesarme su vinculación
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- solo ideológica, me aclaró- con el ERP, y la enorme desazón sufrida
por el aniquilamiento de la organización.
Sabía - claro está- que lo tenían fi chado y se consideraba muy afortunado
de estar libre y vivo, después de haber estado detenido algo más de tres
meses en un centro clandestino.
Sin duda que la suerte había estado de su lado: el comandante del lugar,
melómano fanático de Beethoven, lo había mandado llamar dos días
después de su detención.
Seguí atentamente el relato de Carlos Manuel:
“Era un despacho austero, con el crucifi co de Cristo y un cuadro de
la virgen María como únicos elementos decorativos en la pared, que
me parecieron entonces, íconos tranquilizadores. ¿Así que vos sos
concertista de piano? Asentí. Me imagino que tendrás tus preferidos
para interpretar. Asentí nuevamente. Y cuándo el tipo escuchó que yo
era devoto de Beethoven y que estaba tratando de recrear las nueve
sinfonías al piano, me pareció que tenía la intención de levantarse de
la silla para venir a abrazarme. ¿Te animás? Como no entendí muy bien
que quería decirme, el hombre redondeó la idea. Digo..., ¿si te animás a
tocar? Claro comandante; claro que sí, le dije con contenida impotencia
porque la verdad que tenía ganas de mandarlo a la mismísima mierda.
Por otra parte, no tenía la menor noción del alcance de semejante
pregunta. ¿Acaso el tipo pensaba llevarme a su casa para que tocara
para él y la familia? ¡Sorpresa gallego! ¡Enorme sorpresa! El coronel
aquel - no me preguntes el nombre porque ellos también tenían sus
nombres de guerra- me llevó hasta una sala dónde había un piano de
media cola. ¡Alucinante! Sobre los fl ancos del instrumento, dispuestas
en diagonal, unas 20 sillas convertían la habitación en una pequeña sala
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de concierto. ¿Te animás con la Claro de luna? Yo tengo una carpeta
con las partituras. Pues sí, contesté con absoluta convicción. La sonata
era mi preferida, la única que realmente era capaz de ejecutar sin que
me importara el entorno. Al avanzar hacia el piano, el milico me detuvo
con su particular registro de bajo. No, no ahora por favor. Esta noche.
Veré que te atiendan bien aquí. Todo esto es de rutina. Ya sabés; uno
no deja de ser instrumento del sistema. Je…parece de locos... pero mi
antigua vocación, mi carrera frustrada, era la tuya; cuatro años, nada
más. Cosas menores. Apenas comenzaba a chapucear a Beethoven,
Mozart, los sagrados, en fi n. Y un día mi padre me dijo basta. Estas
cosas de la música son para los maricones. Ya te arreglé tu ingreso al
Colegio Militar. Ahí aprenderás a ser hombre... Y aquí estoy... Puedo
hacer esto porque él murió hace dos años. Lo jubilaron siendo Coronel,
por invalidez; una caída..., golpeó con la cabeza y un derrame cerebral
lento, muy lento, que prolongó su agonía durante un par de meses. En
fi n, ya está... No le guardo rencor. ¿Carlos Manuel, no? Bien, bien... te
espero esta noche. Voy a dar la orden para que te traigan alrededor de las
nueve y media. A las diez van a venir unos invitados a los que pensaba
entretener con algunas de mis cosas. Obsecuentes de poca monta que
son capaces de aplaudir con hipocresía, sólo por conveniencia. Me dan
asco, pero los necesito. ¡Ah!, espero que me hagas quedar bien... Por
eso por las dudas, te voy a hacer venir un rato antes. ¿De acuerdo?
Bien, afi rmativo. Buenas noches. En esos, momentos hizo una seña y
apareció un joven ofi cial de botas lustrosas y porte solemne. Fue la
primera noche que me dieron una cama aceptable con un pequeño baño
que compartía con un par de ofi ciales.”
Seguí el relato del músico con una creciente tensión. Cada vez que
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nombraba al Coronel y describía los detalles edilicios, invariablemente
se me aparecían las fi guras de mis hermanos y de mi novia; imágenes
difusas y ambiguas en medio de una niebla gris, extremadamente espesa.
En realidad no sabía donde estaban y ni siquiera si estaban vivos. Sólo
recuerdo que como parte de una imaginación incontrolable, surgían los
rostros ensangrentados, los ojos nublados por el llanto, sintiendo que por
momentos me mimetizaba con sus propios dolores, haciéndome cargo
mentalmente de lo que ellos habrían pensado al recordarnos a nosotros.
La imagen de Alejandra era el más perfecto holograma fotográfi co; una
y otra vez la imaginaba en el momento preciso en que Ellos le cierran
el paso en alguno de los pasillos del Teatro Colón, antes de ser chupada
para siempre.
En fi n, no podía evitar que cada vez que Carlos Manuel describía el
lugar de su detención, el pasado me devolviera al maldito resentimiento,
aún muy vivo y latente; por mí, por mi madre; por mi hermana...; por
todos los que quedábamos de este lado de las rejas.
Le pedí a Carlos Manuel que completara el relato.
“ Si bien era cierto que yo no era más que un simpatizante ideológico
de la causa - vos sabés que siempre fui incapaz de matar una mosca
gallego- estaba preocupado porque ellos me habían encontrado una
libreta con algunos nombres y direcciones comprometedoras. Y con tal
de zafar, estaba dispuesto a cualquier cosa, incluso a tocar música todos
los días para el Coronel aquel. Yo nunca tuve ni tendré vocación de mártir
gallego. El caso fue que esa noche me vinieron a buscar puntualmente
como se había acordado. El coronel me esperaba sentado al lado del
piano; para mi sorpresa, un legítimo Sthanway de nogal. Le dije que
no necesitaba la partitura; que conocía de memoria todas las sonatas
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del músico alemán. Levantó las cejas como diciendo será para tanto,
pero pronto, con un gesto de sufi ciencia, me invitó a sentarme en el
taburete. Sólo la primera parte- me dijo. Traté de concentrarme. Era una
escena casi grotesca, pero el respeto a la música pudo más y toqué como
si estuviera en el mismísimo Metropolitan. Cuándo fi nalicé, no pudo
ocultar su euforia. ¡Bien, bien; excelente! Estoy sorprendido, por cierto.
Pronto comenzó a nombrarme concertistas de primer nivel a los cuales
parecía conocer a fondo, haciendo acotaciones respecto a estilos. Aún
estaban en vigencia, Arrau, Malcunzinsky y el sagrado ruso ensalzado
por los yanquis. ¿Qué hay de tu carrera? Pareció contrariado cuándo le
dije que no me había interesado proyectarme como ejecutante; que lo
mío pasaba más por la creación musical, y que mi obsesión mayor se
cifraba en recrear al piano, con variaciones, las nueve sinfonías de
Beethoven; que llevaba 5 años abocado a ese proyecto, y que el
mismo conformaba mi única y excluyente meta. Media hora después,
gallego, llegaron entre 15 a 20 personas - entre civiles y militares-
que fueron tomando asiento después de saludar al coronel aquel. A
juzgar por las charreteras de los milicos, no tenía dudas que se trataba
de ofi ciales jefes. Vi a un grupo de particulares impecablemente
vestidos acompañados por unas minas que ni te imaginás, y también
un dignatario de la iglesia - te aseguro que era mucho más que un
párroco. Se hizo un silencio abrumador. Dejé por unos segundos caer
mis brazos al costado de las piernas – sabés... es la forma que tengo
de descargar mis últimas tensiones- y de pronto, gallego, algo que me
quita totalmente la concentración: Quejidos humanos, gritos de dolor
que yo solía escuchar por las noches desde mi cucheta, que se metieron
repentinamente en ese espacio que momentos antes parecía un templo
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del silencio. No sabés, Gregorio... Había tenido que hacer tremendos
esfuerzos para concientizarme de que tenía que tocar, olvidándome de
todo lo que ocurriese a mí alrededor. Ya te dije... no tengo pasta de héroe.
Y de pronto... ese drama inesperado que amenazaba con derrumbar
mis precarias fuerzas. Maestro... El coronel comenzaba a mostrarse
perturbado. Maestro, por favor... Entonces, no sé cómo hice Gregorio,
pero pensé en Beethoven; pensé en la maldita sordera de aquel genio
inigualable y cómo este terrible impedimento ni siquiera había hecho
mella en la inspiración de su extraordinaria música. Y entonces me dije
que la única forma de honrarlo era tocar, tocar para honrarlo; tocar para
honrar al hombre, más allá de todas las lacras de las cuales somos
capaces. Sí... tenía que ser capaz de sobreponerme a aquella escena
repugnante y atroz; y así fue como empecé a ejecutar pensando en el
dolor y en el sufrimiento de tantos desgraciados que gemían entre las
paredes. Mirá... empecé a sentir un escalofrío. El caso es que mientras
las notas ganaban el espacio de pisos, techos y paredes, sentí que la
música - lo sentí de verdad, gallego - estaba sobreponiéndose a todas las
miserias humanas. Creeme: cuando terminé, casi ni siquiera escuchaba
los aplausos y los vítores de los presentes. Esperá, ya termino... En
lo personal, mi profesión artística salvó mi vida, El milico estaba
convencido que yo era un genio y a partir de ese momento, me colmó
de atenciones. Lástima grande pibe que te hayas metido con esos zurdos
de mierda ¿sabés qué pibe? Estamos en la tercera guerra mundial y
ustedes son usados por los rusos; qué lástima, pibe, qué lástima. En
fi n, primero, me concedió una habitación al lado de su despacho para
mi uso personal, y luego de un tiempo, me permitió salir de ese campo
de concentración, bajo el compromiso de regresar por las noches. Al
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principio me mandó un tipo que me estuvo siguiendo durante unos días.
El fi nal ya lo conocés... Después de un par de semanas sin vigilancia, a
poco de cumplir tres meses de mi detención, una noche me escapé con
lo puesto y me rajé para este pueblito. ¡Ah!, te voy a confesar algo que
siempre pensé: yo creo que el milico aquel no estaba muy convencido
de lo que hacían, aunque... la verdad, ese asunto de la tercera guerra
mundial y de que ellos eran como una especie de custodio del mundo
libre, creo que lo sentían de verdad. Bueno...por algo los yanquis les
lavaban el cerebro en Panamá... En fi n... lo demás es parte de una
rutina: me arreglé dando algunas clases de piano, y cada tanto, ya en
democracia, algún concierto sin demasiada trascendencia. Mientras
tanto, con la locura de las nueve sinfonías”.
Cuando Carlos Manuel terminó su relato, ambos nos movimos al
unísono buscando el fraternal abrazo.
51
- Le falta el destinatario amigo. ¿Ande va a ir el sobre así?
Miré al empleado del correo (del privatizado, claro): tenía la cara cosida
por el frío y los vientos de la puna; ojos oscuros, pómulos salientes, y
una sonrisa desdentada, a mitad de camino entre la resignación y el
resentimiento.
Yo también reí; no hacia fuera; lo hice en el silencio intimista de los que
solemos guardar complicidades con las cuentas impagas del pasado.
Pero reí.
Sebastián Alberto Fernández, Rawson 668, dto 3, Haedo. Pcia de Buenos
Aires. Lo escribí casi maquinalmente, sintiendo que en aquella carta a
uno de mis sobrinos, exorcizaba parte de ese pasado que se había vuelto
presente, como consecuencia de los acontecimientos sociopolíticos que
tenía a estos pagos como protagonista importante.
“¿A Tartagal? ¿Pero qué vas a hacer a Tartagal? ¿En dónde carajo queda
eso...? ¿Jujuy? No, no; Jujuy no. ¿Salta, sí...?”
El fantasma de Jorge Paradela se abre paso entre los poros cansinos de
mi memoria; las imágenes que se agolpan con su secuela de angustia,
terror y muerte, hasta que el fotograma del recuerdo se hace imagen
en la mente con fecha precisa: atardecer del 20 de septiembre de 1974,
sentado a una mesa del Tokio de Morón, junto a Paradela, Ramírez y
otros compañeros de la militancia montonera. Todos sabían que yo era
casi sapo de otro pozo; que mi verdadera militancia estaba ligada con
la FURN de La Plata. Mi relación con ellos se limitaba a maquillarles
los escritos políticos, ante la insistencia de mi entrañable amigo de la
infancia, Pedro Ramírez. Claro que muchas veces, con la excusa de un
52
Cinzano o una pizza, solíamos trenzarnos en apasionadas discusiones.
- Viene dura la mano gallego... (recuerdo que enarqué las cejas - uno
siempre enarca las cejas cuando el miedo embaraza las palabras -.
Hablé con Santos. Dice que el viejo no nos dejó otra alternativa que
la lucha abierta después que nos echó de la plaza; que el asunto de la
sinarquía no debe ser tomado a joda como lo hicimos hasta ahora, y
que como el brujo hijo de puta lo tuvo tanto tiempo agarrado de las
bolas, no tenemos otra opción (en ese instante pareció leer mi mente).
Sí, ya sé que vos crees que la cosa no pasa por ahí; que Perón terminó
ahogado por esa mierda senil que trataron de ocultarnos a toda costa.
Sin embargo, a mí me parece que no es así; que además de las trenzas
del brujo y la infi delidad de Isabelita, el viejo estuvo siempre solo, solo
con ese entorno de mierda que vos sabés a quien respondía realmente;
y eso, y el cansancio, y los quiebres de salud...
“-Sabés qué me causa gracia... (me vino bien la ocasión para ejercer mi
propia y particular opinión); me causa gracia porque estoy por creer
que vos también formas parte de esos idealistas que no tienen la menor
idea del corrosivo poder de la política barata; la barata politiquería que
deshonra a los políticos de raza, che. ¡Pero la puta madre que lo parió,
carajo...! ¿Y sabés por qué? Porque nos cuesta aceptar que nuestro
propio líder nos haya dado una patada en el culo; a nosotros, a esas
formaciones especiales de las que tanto se ufanaba. ¿Y querés que te
diga una cosa?: como buen milico y general de la Nación, él también
terminó por mostrar esa hilacha que es sello de los de su clase ( todavía
recuerdo la sorpresa de Jorge, visible a través de su azulina mirada);
53
y ojo, no lo digo por cuestiones de aristocracia social; ni siquiera por
alternativas vinculadas al poder económico. Además sería ridículo
cuando todos sabemos el origen made in clase media de Perón... Sin
embargo, creo que hay algo jodido en todo esto, porque pienso que hay
cosas que no hemos tenido en cuenta a la hora del análisis.
Momentos en que Ramírez, Paradela y los demás, tuvieron que
“bancarse” mi larga y encendida perorata, en la cuál, por ejemplo, les
hablé del sutil lavado de cerebro a los cuales eran sometidos todos
los futuros generales de la Nación. Piensen, che; piensen - les dije:
-la cosa no es joda; está todo muy bien orquestado. La doctrina, en
lo formal, parece responder a los intereses nacionales; pero la letra
chica, responde sutilmente a los intereses del Imperio. Y eso nos
caga. ¿Quién pone en duda las condiciones de estadista de Perón y su
visión revolucionaria? Pero yo me pregunto: Con el lavado de cerebro
sutil que imperaba en su época – ahora en los Liceos le meten en la
cabeza directamente la Doctrina de Seguridad Nacional que no tiene
sutilezas de ningún tipo- , siempre me pregunté cómo llevar adelante
una revolución nacional con una base pedagógica que se encarga de
remarcar las diferencias sociales; por un lado, los civilachos, y por el
otro, las fuerzas armadas, como si unos y otros pertenecieran a países
diferentes y proyectos diferentes. ¿Quieren una pequeña muestra?
Cuando les entregan el despacho de General de la Nación – y ojo,
bien remarcado lo de General con mayúscula – el objetivo es para que
cada uno se sienta como un pequeño César, convencido que forma
parte del concepto sagrado de la nacionalidad, como si lo de ellos fuera
54
exclusivo y excluyente ¿El espíritu sanmartiniano? Bien, gracias; nadie
va a negar la estoicidad y el ideario moral del general que alguna vez
colgó a los españoles para luego servir a su patria e indirectamente a
los masones. Bueno..., para decirlo con todas las letras: a los ingleses
de mierda...; porque más allá de las auténticas motivaciones patrióticas
del correntino, la verdad de la milanesa es que la pregonada libertad
política estaba bien enganchada con los ideales del libre comercio,
asunto que -ustedes lo saben tanto como yo-, siempre fue digitado y
dominado por todo aquello que oliera a made in england. Luego, por
supuesto..., fueron los primos del norte los que terminaron por emular
a sus maestros... ¡Pero que no me vengan a decir que San Martín dejó
un ejército con mística de auténtico patriotismo! Que él sintió la patria
hasta en la médula, no hay dudas. Pero en realidad y en contra de sus
propios deseos, lo que quedó en pie fue la vieja dicotomía que aún
divide al país de los argentinos: Buenos Aires o el interior; nuestros
productos o las importaciones sin restricciones; el nacionalismo criollo
o el liberalismo que hoy tiene un nuevo ropaje etcétera, etcétera. Espíritu
sanmartiniano... ¡Pero por favor!. Lo que hicieron muchos milicos fue
el mal uso de esa mística; en las palabras, sí; mucho de deber patriótico,
de renunciamientos históricos, pero todo en el haber de un pensamiento
liberal que lo único que ha hecho es servir al imperio en nombre de
ese falso ideario occidental y cristiano... ¡Paaaa... !, Parezco uno de
esos oradores de aula magna che. Pero..., cerrando el comentario:
nuestros milicos - salvo honrosas excepciones -, siempre estuvieron a
contramano de los intereses nacionales y las propias raíces culturales
55
de aquellos que dicen representar. ¡Minga de convertirlo en un hecho
concreto frente al esthablisment de las once manzanas! Digo yo..., ¿a
qué carajo de patria socialista se refería el viejo? ¿Cómo fuimos tan
boludos en creer semejante estupidez...?
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El hombre se quedó quieto, sometido por el peso emocional de un
pasado que no le daba tregua.
Hacia el horizonte, sobre un asimétrico telón negruzco, pequeñas nubes
grises se movían velozmente en medio de los vivos resplandores de los
relámpagos.
Mirando a través de las sucias cortinas de la habitación, permanecía
de pie, en desigual batalla contra ciertos cargos que el tiempo no había
podido borrar de su memoria.
Fuera, se sucedían los gritos y corridas de una pequeña multitud
heterogénea, que parecía despertar de un letargo fantasmal.
Gregorio Alonso Lama abre y cierra sus ojos de manera intermitente,
como si en ese abanicar de los párpados quisiera borrar las malditas
imágenes que se colgaban desafi antes en sus retinas: hombres de
torsos desnudos con palos y piedras en las manos, corriendo hacia la
ruta; mujeres de crenchas renegridas y aceitosas, cargadas de ropas
colorinches y pesadas, corriendo entre los arbustos y las aceras, rumbo
a la ruta; adolescente blancos y morenos - algunos de rostros aindiados
- desgranando aislados cánticos ofensivos -“¡Fernando, compadre! - La
concha de tu madre-,” también corriendo hacia la ruta; todos corriendo,
corriendo todos al igual que descontrolados limures, como si en esa
espontánea pueblada uno pudiera imaginar la insondable y anunciada
catarsis colectiva.
De pronto, el hombre oye sordos y secos estampidos, y tiene la
repentina sensación de que alguien jala un alambre de púa a través de
su garganta.
Y otra vez el pasado, que a manera de los compases iniciales de la
Quinta Sinfonía (la de Beethoven claro), vuelven a buscar insidiosos
los canales oscuros de su memoria. Y otra vez también el recorte
periodístico que se mete entre las aristas eléctricas de su cerebro, dando
cuenta de la muerte de su amigo Jorge, el entrañable amigo que no había
querido asociarse a él en la decisión de no participar de la lucha armada.
“Abatido en el procedimiento llevado a cabo por el grupo de tareas 601,
en la fi nca dónde se había refugiado el extremista montonero. En el
enfrentamiento, también fueron muertos una mujer y dos niños que
vivían con el delincuente subversivo.”
Veinticuatro años llevando a cuestas el epígrafe, envuelto entre sus
recuerdos con letras de molde; colgado de sus neuronas durante el
maldito cuarto de siglo que el maldito sino del destino se obstinaba en
repetir de manera maldita una y otra vez. “El gallego es un cobarde”
“El gallego arrugó”. “El gallego se borró cuando las papas quemaban”
Siempre el gallego, siempre él en boca de sus ex amigos montoneros
(los vivos y los muertos, claro); no hubo caso, nadie quiso escuchar
su razonamiento político... la lucha armada abierta que nos proponen
no tiene sentido, y además, nos van a llevar al juego que ellos quieren.
Deberíamos saber que detrás de estos milicos está el Imperio, y que la
única forma de luchar contra el Imperio es mediante una causa nacional
sin fi suras; o estamos todos con la soberanía, o de manera aislada nos
terminarán por eliminar a todos, uno por uno. Y no seamos ingenuos:
todo esto forma parte de un plan siniestro que está por encima de ellos
mismos..., incluso de la propia clase política que dicen representar”.
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Textual, leído como invitado de la JUP, en una reunión de mandos de la
JP Regional, a contramano del resto de las voces que pedían venganza
por los compañeros muertos.
Otra vez el sucio y pegajoso recuerdo: las caras sorprendidas de sus
amigos; las cargadas sutiles y de las otras; las alusiones veladas a una
traición; las sospechas vinculándolo a los servicios, etc. “¿Pero de dónde
sacás semejante cosa gallego?” Nada. Toda explicación fue inútil.
Sus comentarios respecto a que la Trilateral Comission trataba de
imponer y reglamentar una nueva división internacional del trabajo
- plan en el cuál La Argentina había sido condenada al simple papel
de productor de materias primas - le sonaban a sus compañeros de
militancia, como a cuento fantástico de Bradbury. Ni siquiera el nombre
de Mac Namara parecía ser tomado en serio. Hasta el moderado de
Ramírez se había negado a tomar en cuenta sus argumentos “¿ Viste
lo que dice el gallego? Que el propio Imperio le da manija a los grupos
de liberación nacional, sean éstos representantes de la izquierda o del
nacionalismo trasnochado. Que esa es la excusa que necesitan para
justifi car la represión. Entonces, por aquello de matar dos pájaros de un
tiro..., primero buscarán hacernos mierda, y que, en una segunda etapa,
gerenciarán el poder gobernante..., sí, sí; ese fue el término que empleó;
que gerenciarán la política con esa clase de tipos para los cuáles Patria
es la mala palabra que tanto jode a los centros de poder mundial. En
fi n, cosas de este gallego que está más cerca del nihilismo que de la
causa...”
Veinte años no es nada, piensa. Veinticuatro, tampoco, vuelve a pensar,
(*)Refi ere a la Juventud Peronista. 61
62
siempre quieto, inmóvil como una de las piedras de Keops; aferrado
al piso de esa humilde vivienda de Tartagal, en un paraje dónde aún
resonaban las voces de los antepasados indígenas y los conquistadores
españoles; lugar donde había recalado, después de un largo exilio en
el melancólico país de los suicidas y otro más largo aún, en el corazón
administrativo de su patria.
Mirando hacia la calle a través del vidrio salpicado de diminutos puntos
de materia fecal, tiene por momentos la idea de pensar que el peso
emocional lo tiene esclavizado, aferrándolo contra el piso, impedido de
salir fuera a contemplar la desigual pelea, mientras el aire trae olores a
pólvora y azufre.
Momentos de recordar los otros muertos: el vasco Aguirre, la turca
Zulema y el “mencho”, su inolvidable y querido mencho.
Todas muertes diferentes y sentidas de manera diferentes. Todas muertes
políticas salpicadas de idealismo, pero también con pátinas de absurda
y pura ingenuidad (como la del “mencho”, claro).
“Che, pibe: ¿estás seguro de que querés entrar en la jotapé?”, preguntó
entonces, mientras terminaba de leer una escueta carta que le había
entregado el muchacho. “...y te lo dejo en tus manos, Gregorio. Vos
sabés cuánto representa él para mí y cuánto representaría para su padre,
si aún estuviera vivo”, fi nalizaba la esquela.
Volvió a tratar de ajustar la maquinaria silenciosa del recuerdo. Necesitaba
sintonía fi na para recrear la charla con el “mencho.” Enero..., no, no;
Febrero del 74, pensó, volviendo a aquel pasado enrarecido, cuando
el clima político social ya se tornaba agobiante y todos hablaban del
63
futuro golpe que se gestaba entre bambalinas.
“ No sé muy bien pero creo que debemos hacer algo... A mí me dijeron
que vos sabías muy bien como era mi viejo, cuando se ponía a hablar
de Perón y de Evita; sí..., más de Evita; me acuerdo que el tío siempre
repite que el viejo le debía la casita a Evita, y que no sé que de la
dignidad y de que ella sí entendería a los pobres... Todo eso, Gregorio,
se me fue metiendo en la cabeza de chiquito nomás... No sé si será por
eso que yo lo sigo queriendo mucho al viejo, aunque como vos sabes,
casi no lo conocí...”
La relación con el tutor del mencho, había sido primero, de vecindad en
Los Toldos, y luego compartiendo la secundaria en Morón. El padre del
pibe, como integrante civil del movimiento revolucionario encabezado
por el General Valle, fue uno de los primeros adelantados en el drama
por venir: desaparecido antes que el mencho cumpliera su primer año
de vida. Siempre se preguntó por qué el destino lo había elegido a él
como padrino político del pibe, cuando en realidad la J.P. pertenecía
a Montoneros, organización en la que él no militaba pero sí lo hacía
Ramírez. Por otra parte, la suerte estaba echada desde el momento que
le entregaran la tarjeta. ¿Cómo olvidar que el padre del mencho y su
querido abuelo, habían sido grandes amigos y compinches de la causa?
¡Carajo con el pibe!
Más sintonía fi na para calibrar el recuerdo doloroso: Concurrido café de
refugiados, en vísperas de la navidad del 78.
La nieve se había adueñado de la ciudad (de Estocolmo, claro) y
Ramírez paría las palabras con la misma mansedumbre de los copos
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de nieve que se adherían a la ventana. “ Al pibe lo bajaron en el cole,
gallego. No sé..., creo que había ido para averiguar el asunto de los
exámenes ¿viste...? En realidad se hizo matar como un boludo. ¡Ah!
pobre pendejo... ¡Puta que los parió...! . En la calle estaba estacionado
un Ford Falcon, ya sabés..., con ellos adentro. Habían seguido a un
profesor vinculado al ERP(*) y esperaban que éste saliera de la escuela
para chuparlo ¿viste?. Yo me enteré por una mina del cole con la cuál
andábamos enredados... ( todavía recuerda como la cara de Ramírez era
tomada por la emoción). El asunto es que el pibe sale detrás del tipo
que habían ido a buscar, y... cuando ve como los servicios se lo llevan
a la rastra hacia el auto, chau, descontrolado, comienza a gritar aquello
de ¡Si Evita, viviera...! ...Y sí, gallego, ¡la máxima...!; una locura total.
Pero eso no es nada. Me contó la mina que cuando el Mencho vio como
lo cagaban a palos al profe para tratar de hacerlo entrar en el auto,
entonces el pibe parece que sacó una navaja y empezó a tirar navajazos
contra los tipos. Repentinamente, uno de ellos sacó un revólver, se puso
detrás de él y después de tomarlo de los pelos, le metió una bala en la
cabeza. ¡Qué se yo gallego... ! Desde ese día, no puedo sacarme de aquí
esa muerte “hijadeputalaputamadrequelaparió”.
Ramírez nunca entendió porque se puso a llorar a moco tendido, entre
sordos y acompasados estertores, amortiguando el grito grande que
chocaba una y otra vez contra las paredes de sus carrillos, hasta convertirse
en una aguda y repetida sordina. A pesar de los gemidos entrecortados;
a pesar del ahogo, pudo escuchar gallegobuenochénofuélúnicodehabers
abidoquelosentiastantonotelohubieradicho, la interminable frase con la
(*) Ejercito Revolucionario del Pueblo
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cual Ramírez quería adherirse a su denso dolor, mientras oía impotente,
el angustioso silbido que se fi ltraba desde el fondo de la garganta de su
amigo, esperando que acabara de una vez con el maldito desahogo.
Pero ahora los gritos arrecian y Gregorio Alonso Lama sabe que, después
de algo más de dos décadas, los métodos de protesta han tomado otros
carriles, más allá de saber también, que el enemigo continuaba siendo
el mismo.
En parte por eso, le resulta difícil tratar de permanecer indiferente
viendo pasar corriendo delante de sus ojos a un grupo de vecinos,
enarbolando en gritos viscerales una antigua rabia, especie de ancestral
resentimiento, cuando otro era el Imperio sojuzgante.
De pronto, cree oír que alguien menciona a Evita y entonces, sí, como
empujado por un sino misterioso, abre la puerta de su casa.
Ya en la calle, su propio grito detiene a un manifestante adolescente - de
un parecido notable con Saviola(*) - que se da vuelta sorprendido.
El hombre ve que el muchacho lleva aferrado en su mano derecha, un
pequeño y arrugado retrato de Evita.
-¡Eh, Don!. ! ¡Vamos a darle a los milicos...! - invita desafi ante el pibe,
mientras deja que caiga una y otra vez sobre su palma izquierda, una
piedra de regulares dimensiones.
-¿Qué gritabas, pibe?
Una incipiente turbación pareció ganar los gestos del escolar.
-Yo... ¡Ah! Eso de... ¡ Milicos!, ¡Compadre... !
-No, no no; algo de Evita te escuché.
-¡Ah! Sí, sí. Lo de Evita, claro... ¡Si Evita viviera sería montonera!
(*) refi ere al jugador de fútbol argentino.
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- moduló a media voz el muchacho.
¿Y vos sabés quién fue Evita?
-Y... una gran persona ¿no?; una que estuvo con ese Perón. En casa
somos todos peronistas, Don. Esta foto la tiene mi abuelo desde uh..., un
montón de años. Tiene como ochenta, sabe; ... es de esos que caminan
con los pasos cortitos, ¿vio? Entonces..., cuando yo le dije que me iba a
la manifestación...vea, mire, ¿sabe que hizo?, se fue hasta su mesita de
luz, sacó esta foto y me dijo: ¡vaya carajo, vaya y grite bien fuerte que
si Evita viviera sería montonera...!
El hombre preguntó algo acerca del padre del adolescente con cara de
Saviolita.
-...murió por las Malvinas, Don; yo era muy chiquito...
Un elemental cálculo matemático indicaba que algo no encajaba.
-¿En combate?
-No, Don; vino entero según mi mamá - un coágulo de angustia pareció
instalarse en el rostro del pibe-. Un día me lo dijo el abuelo, Don... Me
dijo que mi viejo se había ahorcado en el baño... ¿Vio... ? Ese asunto
de los recuerdos, del pasado, ¡que sé yo... ! - el muchacho comenzó a
lanzar la gran piedra hacia arriba, una y otra vez, tratando de que cayera
sobre la palma izquierda de su mano- Hay que darle a los que están
arriba, Don; el Abuelo dice que están a sueldo de los patrones que nos
manejan y nos explotan, dice. Y que por culpa de ellos se mató mi viejo.
Yo esto no lo entiendo mucho, ¿vio?
El pibe comenzó a toser en forma ahogada, como si los pulmones
estuvieran en medio de un pequeño terremoto. De pronto, sacó del
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bolsillo de su campera un pañuelo mojado que comenzó a pasarlo
repetidamente por su cara.
-Oiga, Don, ya están llegando hasta aquí los gases. Va a tener que
ponerse un pañuelo mojado...
-Adentro. Yo lo tengo adentro. ¿Por qué no venís así charlamos y nos
tomamos unos mates?
-¿Qué dice, Don...? Está... Oiga, ¿usted no va a venir? - el pibe comenzó
a retroceder girando su cabeza hacia la ruta-. Le van a dar a nuestra
gente, Don. El otro día le escuché decir al abuelo que ahora la cosa es
con todos, no sólo con los piqueteros. Usted no sale mucho Don; lo
tengo poco visto. Lo único que sé es lo que todo el pueblo sabe: ¡Que
usted es el loco de la ópera...! Bah, eso es lo que dicen de usted, ¿vio?
Vamos con la gente... Dele, Don...
-Los van a cagar a palos, pibe; los van a joder a todos. No tiene sentido.
Todo va a seguir igual, pibe, todo. ¿Por qué no te venís y me contás la
historia de tu abuelo?
Pero el muchacho ya estaba a más de veinte metros de él y casi no
lo escuchaba. Como respuesta, alcanzó a oír algo así como... : fueron
todos, que alcanzó a traducir ... que todos los del pueblo se habían ido. .
Entonces, con la mirada fi ja en el suelo, volvió sobre sus pasos.
Maquinalmente transpuso la puerta de calle; de inmediato cerró la
ventana de su habitación, luego la otra ventana del pequeño comedor,
y, movido por una fuerza interior incontrolable, se abalanzó sobre las
celosías de la cocina y el baño, hasta imponer en todos los ambientes
una incipiente penumbra.
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Desde el exterior, los ruidos llegaban amortiguados y lejanos.
Lentamente - a medida que quitaba el disco compacto del estuche -, una
emoción profunda y siempre renovada crecía en su interior.
Deslizó su mano sobre la fi na superfi cie con la sensación de que las
yemas de los dedos frotaban la suave textura de una rosa. Pronto,
la música de Verdi comenzó a ascender desde el piso de cemento,
circulando sobre las paredes y a través de las puertas y ventanas. Entre
blancas y negras, entre fusas y corcheas, tenía la sensación de que los
armoniosos decibeles de “La Traviata”, raptaban a lo largo del grasiento
cielorraso.
Oyendo las dramáticas confesiones intimistas de Violeta; escuchando el
patetismo que en cada nota transmitía la Sutherland, Gregorio Alonso
Lama, ex militante de la causa peronista, devenido corresponsal de prensa
extranjera en esa pequeña ciudad salteña, se recostó sobre su cama,
entregado a la dictadura musical de Verdi y la privilegiada garganta de
su intérprete. Cada nota del itálico mujeriego metía cuñas de contención
armónica en los sementales de su cavidad craneal, arrebatándolo de una
realidad doblemente opresiva: la del entorno social - hambre y miseria
en una Argentina decadente y frívola-, mezclando angustias con la
otra realidad sofocante e intimista- la de los recuerdos de militancia
universitaria-, empantanada en medio de un pasado de culpas que
amenazaba con hipotecar defi nitivamente sus ganas de vivir.
...In core scolpiti ho quegli accenti! gime Violeta desde el compacto,
y el hombre intuye que la catarata de recuerdos pretende sepultarlo en
vida (para colmo, por momentos, tiene la impresión que la música se
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erige en especial protagonista cuándo las cuerdas - las de madera y las
vocales - imponen un sesgo de angustia que parece trasladarse hasta el
corazón de los propios piqueteros).
Y mientras la voz de la Sutherland agita y remueve su pasado, capturando
en un minuto casi un cuarto de siglo de padecimientos sentimentales,
no puede evitar de pronto sentirse sometido a ese universo musical que
acaba por envolverlo todo.
Pronto, la pequeña estancia estalla en una especie de vendaval musical
de la mano del más perfecto y sublime instrumento: el de la voz humana.
Y es así como el drama de Violeta - drama a su vez de Dumas hijo -, sé
mimetiza de pronto en su propio y particular drama; sentimental drama
compartido con Alejandra Beliz, tiempo ha, promisoria soprano a la
cual viera por última vez siendo un espectador de privilegio en la platea
del Colón (Alejandra, haciendo uso de una Beca, había deslumbrado a
los músicos de la Orquesta Estable del Teatro durante un ensayo de La
Traviata) compartiendo con ella la ansiedad de un debut inminente.
Una hora más tarde, en medio de las luces incipientes que comenzaban a
trasegar las calles porteñas, esperaba la salida de la futura diva, mientras
la lluvia - en forma de pequeños y múltiples estiletes - se clavaba sobre
su cara, empujada por el viento.
Jamás la volvió a ver. Más tarde comprendió que en algún momento -
vaya a saber en qué oscuro vericueto del teatro - ellos la habían chupado,
supuestamente a consecuencia de su militancia peronista; ciertamente
de la suya- no la de ella-, por cuanto Alejandra no tenía participación
activa en el movimiento.
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... Ah, fors é luí, continúa gimiendo Violeta -Alejandra desde esa arcana
dimensión que eterniza el registro vocal a manera de lúdico ejercicio
de la criatura humana en el repetido y vano intento por burlarse de
la muerte; tanta carga emotiva hace que el pasado - esclavizado por
los dictados de sus propios y atormentados recuerdos -, estalle en su
mente, en una implosión interior que une de manera mágica los miles
de retazos dispersos.
Y ahora sí, los recuerdos vuelven a ser vivencia a través de la imagen
de su abuelo: Alto él, hirsuto él; un ejemplar rubio de ojos verdes
desprendido de la húmeda geografía gallega; orgulloso ejemplar de sus
antepasados celtas.
Llegado a estas tierras como polizonte. Nada de importancia en la
Capital, hasta que decide aceptar un ofrecimiento para radicarse en Los
Toldos, partido de General Viamonte, para, al poco tiempo, recalar en
Junín.
Luego vendría el casamiento, su hijo que viaja a España para hacerse
cargo de unos campos de la familia (allá conoce una gallega rubia de
ojos verdes que lo tiene a mal traer sentimentalmente); casamiento, los
hijos que llegan en forma consecutiva, y recién a comienzo de la década
del 50, el reencuentro defi nitivo de la familia en la pequeña comunidad
bonaerense.
Los recuerdos, entonces, adquieren dimensión holográfi ca.
El querido abuelo que lo espera como siempre, en medio de otra soleada
tarde juninense; de ese Abuelo que hacia mediados de la década del 60,
solía tener largas pláticas con él, debajo de la higuera de la casa.
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Extraña escena: mientras otros niños de su edad debían cumplir con el
ritual de la siesta estival, él zafaba, a condición de escuchar interminables
leyendas sobre la vida de los Celtas, matizadas casi siempre con una
referencia a una vecina amiga - bastante menor que su abuelo- que
se había hecho muy famosa en Buenos Aires. “Abanderada de los
humildes.¿Te das cuenta galleguito? Sólo una angelical criatura como
ella pudo ser distinguida de esa forma sublime por el pueblo...”
Y dale que dale el abuelo: que la vecinita se había apoyado en él por
cuestiones de estudio (el Abuelo era profesor de literatura en aquella
ciudad bonaerense); que tenían una relación excelente pese a las
diferencias cronológicas derivadas de la edad; que ella siempre le decía
que soñaba con Buenos Aires; que ella -ella siempre-le juraba que
terminaría por conquistar la gran ciudad, siempre ella en el entorno de
su voz, ella siempre cual una inasible princesa de cristal, amor platónico
y de uno en uno del abuelo; amor rechazado en forma reiterada por
aquella mocosa insolente, la desgarbada hija menor de doña Juana,
titular de la pensión que los tenía de vecinos, en la calle Winter, de
Junín.
Claro que allí dónde el sol brilla, tarde o temprano el cono de sombra
será inevitable (palabras más ó palabras menos, le había dicho su abuelo
en cierta ocasión) como un sino trágico de la existencia.
Y un día, el cono de sombra se hizo presente en la pensión en forma
de guitarra española y presencia melancólica; pronto tuvo nombre y
apellido: Agustín Magaldi; un Magaldi triunfador, de gira artística por
la zona, que en pocos minutos de charla y presencia - primer almuerzo
72
con el resto de los pensionados de su casa -, se ganó el corazón de
Evita.
Claro que supo esto y otras cosas más, no sólo a través de esas
interminables charlas estivales en Junín (pese a que por entonces,
apenas rozaban su inmaduro intelecto); en realidad, la trama oculta,
la verdadera esencia de los hechos, comenzó a afl orar de adulto, más
precisamente durante su época de militancia política, cuándo cada una
de las meticulosas palabras de su Abuelo, penetraron en sus raíces a
manera de un nuevo e íntimo oráculo fi losófi co. Y por si algo faltaba
- la famosa frutilla del postre - el gallego celta terminó de volcarlo de
manera apasionada en la madrugada del 12 de marzo de 1973.
Aquella fecha el destino volvió a juntarlos para festejar el triunfo de
la fórmula Cámpora- Solano Lima. Festejo harto merecido por ellos
después de casi 20 años de ostracismo y persecuciones políticas.
Excusa para una bien regada cena en el Hispano (Por otra parte era un
secreto a voces que ambos buscaban siempre el menor acontecimiento
para compartir los buenos vinos de los López.)
Aquel día su Abuelo había bajado de Junín expresamente, porque ambos
- peronistas de ley - dando pelea por largos años, sentían ese triunfo
como propio; además, porque ambos también, sabían que los votos se los
había llevado el propio General Perón, y por si todo esto fuere poco, era
una bendita forma de sacarse de encima la vieja obsesión por imponer
sus ideales, devenida en revancha desde el día que la Libertadora se
hiciese cargo de los destinos nacionales.
Entonces, en medio de los vahos etílicos, el Abuelo blanqueó sus
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antiguas ilusiones sentimentales. “Magaldi me la robó. En menos de
una hora, el hijo de puta me volteó una torre de promesas y sueños
que tanto me había costado levantar. Y ojo, ojo galleguito; no es que
yo fuere a estar seguro de que Evita terminaría por sucumbir a mis
demandas. No señor. En realidad, jamás recibí de ella una señal fi rme
en ese aspecto. No me vas a creer, pero un día que quise apurarla con
un beso, me metió una ostia en la cara que me dejó una buena marca por
unos días. No, era brava la Pelusa... Pero bueno...; vino el melancólico
ése y la historia dejó de ser dudosa. Al otro día nomás, debí soportar de
parte de ella, comentarios tales como “... Magaldi es el mejor cantor
y yo voy a ser la mejor actriz”, o, peor aún: ... a mi no me importa que
me lleve más de 20 años; el tipo parece bueno y está dispuesto a ser
mi padrino artístico en Buenos Aires. Y yo por mi carrera soy capaz de
aguantarme cualquier cosa; no te olvides de que siempre logro lo que
me propongo, che”.
Y no hubo caso galleguito; el cantor triste se la llevó nomás a Buenos
Aires y yo no pude hacer nada, rapaz, nada. Ni siquiera quise que me
viera en la despedida. No señor. Tenía demasiado lastimado el orgullo
para exhibirlo en derrota. Pero igual la fui a despedir..., a mi manera,
claro. Casi a la vera de la locomotora, sin exponerme a la vista de
todos, asistí a la ceremonia de la partida, y tengo aquí, en las retinas, la
imagen cristalina de su mano alzada en el momento del saludo fi nal a
los suyos. ¡Ah!, galleguito, galleguito..., tu Abuela es una gran mujer,
que duda cabe... ! Pero mi vida se la llevó Eva, rapaz. Ese día se la llevó
para siempre. Tú sabes que me sentí tan desesperado..., que durante un
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año ahorré cuanto pude y logré marchar a Buenos Aires... ; ya sabes...,
con el cuento de que yo quería asesorarme respecto a los estudios
universitarios, quería hacer un post grado por entonces... ¡Mentiras! Yo
sólo quería tratar de encontrarla; de verla siquiera un rato... ; aunque
en honor a la verdad, aún guardaba una ilusión secreta: que Buenos
Aires le quebrara sus sueños artísticos y terminara volviendo al pueblo
derrotada. Sí..., ya sé que fui un cochino egoísta..., pero no pude pensar
de otra manera. El caso es que un día me aparecí por Buenos Aires
como un auténtico pajuerano, loco de alegría porque había conseguido
la dirección de la pensión dónde ella se alojaba. ¿La dirección? Me la
dio Doña Juana, con la promesa de que a la vuelta debía contarle todo
cuánto pudiera averiguar sobre su hija. Y no...; no la pude encontrar,
galleguito. Era por la Avenida Callao... ; ahora no recuerdo la altura.
El caso es que cuando ubiqué la dirección, me informaron que sí, que
efectivamente ella había estado allí y que - para mi desgracia - había
sido visitada asiduamente por Magaldi. Que hacía algo más de un mes
se había marchado a otra pensión sobre la calle Sarmiento al 1000 o
algo así. Pasé allí varios días, buscándola por esa zona. Nada, rapaz.
Pero nada, hombre... ¡Como si se la hubiera tragado la tierra! Fueron
los peores días de mi vida... No sabes...; la angustia se me había puesto
mala aquí, y de noche tenía miedo que al corazón le pasara algo...Bueno,
gracias a Dios, ella pudo superar las frustraciones y llegar tan alto.... A
propósito ..., después, sí la vi., convertida ya en una primera dama . Fue
inolvidable. ¿No te conté, galleguito...? ¡Inolvidable! ¡Inolvidable!”
Pero esa noche no hubo más historias. Su abuelo tenía tanto alcohol
encima, que debió cargar con él y su pesada borrachera.
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Mientras fuera crecían los gritos de protesta en una desigual pelea
contra los otros gritos de la represión, Gregorio Alonso Lama trató de
plegar cuidadosamente ese preciado recuerdo que se había presentado
desde el secreto lugar de las emociones, pero fue inútil. En tanto desde
el disco compacto la Sutherland desgranaba aquello de piú non esiste;
or amo Alfredo, e Dio lo cancelló col pentimento mío, el Sistema
Nervioso Central de su cerebro se negaba a poner el clic a tantos años
de ostracismo voluntario.
Y una vez más, el hombre prefi rió descolgarse de la realidad, en un
viaje escapista a ese pasado que resurgía victorioso: fi nales de 1982,
a una semana del regreso de su largo exilio escandinavo - ya con la
dictadura en plena retirada -. El ratón de los recuerdos hace doble clic y
la escena, entre la sepia y el azul, dibuja el interior del bar Hispano, en
plena madrileña Avenida de Mayo. Se había citado -una vez más- con
su querido Abuelo.
Viéndolo sentado a la mesa de siempre, el escozor fue inevitable:
en apenas 9 años, aquella altivez celta parecía a punto de quebrarse
como consecuencia de una larga agonía, una maldita enfermedad que
le destruía lenta y sostenidamente cada uno de los preciosos eritrocitos
de su sangre.
Enfermedad - él lo intuía - concatenada al sufrido silencio del viejo,
como consecuencia de la desaparición física de sus otros nietos.
Pero más allá del dolor derivado de estos hechos, su Abuelo jamás
había bajado la guardia, circunstancia que no hacía más que aumentar
su admiración por él.
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El viejo gallego era de esa clase especial de personas que acostumbran
a construir su propia realidad, por encima de las miserias de la vida.
¡Avanti. Molto piú avanti!, como solía decir parafraseando un soneto
de Almafuerte.
“No sabes cuánto te extrañamos galleguito lindo. María y yo fuimos los
que más cerca estuvimos de tus padres. Del asunto de tus hermanos y
Alejandra, ya sabes que tenemos un pacto de silencio y es mejor que
no hablemos... Para colmo, tú sabes que estuvimos años sin saber nada
de tu vida, ignorando incluso si vivías... Cuando supimos que estabas
refugiado en Estocolmo, al poco tiempo alguien nos contó lo del
Mencho. Bueno, tú ya sabes que fue Espinosa quien nos dijo lo de la
carta, ese día que lo recibiste allá en La Plata. En fi n, galleguito, ya
sabemos como la vida nos golpea más allá de las estúpidas defensas que
uno ensaya. Ya ves, con lo del Mencho..., el golpe a ti..., te lo pegaron en
la nuca. Gracias a Dios que pudimos irnos del pueblo durante esa época;
todos estábamos malos por los aprietes de los milicos... Nos tenían
hartos queriendo averiguar sobre tu paradero. No, no...; no te pongas
mal creyendo que te estoy pasando una factura. Tú sabes que la cosa
contigo fue circunstancial; somos una familia peronista y eso en aquella
época era más jodido que ser comunista, coño. ¡Qué cabrones fueron
esos hijos de mil puta! “Los valores de Occidente”. “Nuestro sistema de
vida”. “El mundo Occidental y Cristiano...” ¡Ostias! ¡Cuántos crímenes
han cometido estos jodidos en nombre del propio Cristo... ! Lo lamento
por los buenos militares que se vieron salpicados por estos cipayos
entreguistas... Je, je...; ahora con lo de Malvinas recién se han dado
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cuenta de los amigos que tenían... Bueno, basta; hablemos de otra cosa.
Hablemos de lo que me pediste por teléfono, ya sabes... la Pelusa...
¿Sabes hombre? No sé cuál es la razón de este interés tuyo por la Eva,
aunque en la carta me comentabas de tu deseo de escribir una novela
para... en fi n...; entiendo que para contar las cosas de nosotros...¡Pues
ala, hombre! Sea lo que sea, me alegro galleguito, me alegro. Tú sabes el
pedestal en el que puse a mi querida Evita. La última vez que la vi, fue
allá por Marzo del 51. Jé... ¡como para no acordarme...! A propósito...,
a Evita se le podían comprender muchas cosas si uno las hilvanaba
desde su génesis astral. ¿Por qué me miras de esa manera? ¡Ah!, ¿por
lo de astral? Bueno hombre..., ignoro tu pensamiento al respecto, pero
nuestros códigos genéticos están estrechamente ligados con los planetas
y las estrellas. Coño, a decir verdad, yo estoy convencido de que todo está
indisolublemente interrelacionado, desde un collar de insectos hasta un
racimo de galaxias...; pero anda, esto forma parte de otra charla. ¡Salud
nieto! ¡Ala!, te cuento: después de los saludos de rigor, de ese inevitable
repaso de nuestro pasado, pronto me di cuenta que la Eva estaba mal,
muy mal. Pobre... la muerte ya le estaba cerrando todos los fl ancos
y aquel rostro de ojos castaños que brillaban como quásar, parecían
arrancados de un lienzo de El Greco. Sin embargo, fíjate galleguito,
cuando digo que la vi mal pero muy mal, en realidad me refi ero a su
estado físico. Por otra parte, no creo que mi buena amiga tuviera real
conciencia de lo que le pasaba realmente con su leucemia por esa época.
Coño, era cabezona como ella sola y no quería oír nada de médicos ni
de enfermedades. Creo que un poco más adelante, sí, me parece que
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terminó por enterarse a través del propio Juan... ¿Quién diría, no... ? De
frustrada prima donna del espectáculo, a toda una señora estadista. ¡ Y
de qué clase, galleguito, de qué clase...! De primera, rapaz, de primera.
Sorprendente. Porque a decir verdad... yo sé que nunca se destacó
demasiado en la Escuela. Recuerdo que siempre me contaba que cada
vez que tenía que pasar al frente para un examen oral... se largaba a
hablar con cierto tizón encendido en la palabra. Pobre Pelusa... no sabes
como se comía las eses cada vez que recitaba. ¿Sabes que era un tanto
afecta al melodrama? Sí, sí. ; le encantaba -... al menos así lo creo -
toda la obra de Nervo, sobre todo ese manual de melancolía que es La
amada inmóvil.
Gregorio Alonso Lama vuelve a la realidad. Traicionado por un desfase
cerebral, el pasado se baja momentáneamente de su memoria y lo
sumerge de manera transitoria en ese nuevo Tartagal mediático.
Desde el disco, el recitativo de Violetta tiene acentos de contenida
emoción. “Violetta, deh, pensateci...” implora el barítono sobre
un fondo musical preñado de notas repetidas, y casi enseguida ella
responde “Cosi alla misera...” con una coloratura familiar para él; tan
familiar que otra vez se traslada al escenario del Colón en momentos
que Alejandra ensayaba con la sinfónica del teatro.
El pentagrama hecho amor - o el amor hecho pentagrama - libaba la
creación de un hombre muerto; muerta a su vez Alejandra (incienso
de muerte en los pasillos solitarios del teatro); el olor de muerte del
pasado, todo instalado en su cavidad craneana por obra de los compases
musicales, mezclado como una Babel amenazante de la muerte
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colectiva que impregnaba el aire de ese pequeño pueblo, tierra ancestral
de los incas muertos.
Y entonces era mejor volver al hispano, al traumático 82, cierto era,
pero mejor sin duda porque aún podía escuchar a su abuelo, mientras
ambos cataban los buenos tintos de los López.
Pase rápido de la enfermedad con esos leucocitos venenosos que lo
estaban matando al viejo; pase rápido a la fachada de la Fundación
Eva Perón; pase más rápido aún a las frases repetidas de Evita, a los
recuerdos de las tardes estivales juninenses para liberar la pausa en el
instante preciso “... te digo galleguito: siempre pensé que la Eva era un
diamante en bruto..., ¿cómo puedo decirte?, aún dentro de su lenguaje
un tanto duro, se percibía la aristocracia de los elegidos. Sí, a ella sólo le
faltó ilustración..., nada más que eso. Pero bueno, ya está, el caso es que
te hablaba de la increíble mujer en que se había convertido ¿Sabes que
me dijo esa madrugada? Creo que lo tengo esculpido a fuego en cada
una de mis neuronas: “Hay momentos que me siento en medio de la
mierda, Manuel. Sacando unos pocos, estoy rodeada de una dirigencia
política patriotera y corrupta... salvo honorables excepciones, gallego.
En las palabras, parecen antiimperialistas; en los hechos, son unos
cipayos lamentables, che. Por eso, la verdadera liberación económica
no pasa por comprar los ferrocarriles si antes no fi jamos la verdadera
diferencia que hay entre país y nación. Mirá gallego, cuando el
destino me puso a Juan como bandera, comprendí que aquellos
sueños de gran actriz que tenía, no eran más que basura comparada
con lo que la vida me ofrecía a partir de ese momento. Entonces, como
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una poseída... ¿esta bien dicho, no?; me gusta esa palabra. Bueno,
escuchá gallego, te vas a morir por lo que voy a confesarte pero casi
todas las noches, desde poco después del triunfo de Juan, cuando dejo
de atender a estos pobres desgraciados que vienen con sus dolores
a la fundación..., me hago un alto para leer cuanto libro de política
cae en mis manos. Y ojo, en secreto... Ni siquiera Juan sabe de esto.
“ Dios!, si me habré quemado las pestañas encerrada en esta sala,
después de atender a mis humildes...” ¡Salud , rapaz!, ¡Salud! ¿Sabes
una cosa? Por unos instantes, mientras yo hablaba por ella, Eva ocupó tu
lugar aquí en la mesa - son esas pequeñas compensaciones de la jodida
muerte a través del ejercicio de la imaginación - y sabes, ella me habló
a través de mi propia voz. Increíble, galleguito, increíble. Escucharle
que el mundo ya había sido dividido en Yalta porque Roosovelt y
Churchill tenían miedo del oso ruso..., en fi n, viniendo de la Pelusa, era
algo de no creer... Además, de sus intimidades..., ni jota. Ni una palabra
de Magaldi; nada de sus años estrechos de pensión en pensión; nada de
su apodo de calandria; nada respecto a su erotismo sentimental hacia
Ramón Novarro y Clark Gable...; sí, che, no pongas esa cara...; la Pelusa
tenía locura con aquellos mitos de Hollywood. Pero bueno..., ni una
palabra de aquella renunciación hipócrita y forzada a corto plazo; nada
sobre Pedro Ara, y nada tampoco respecto a la muerte que ya estaba
agazapada en la cuenca de sus ojos, lista para el zarpazo fi nal. De todo
eso, nada, nada, galleguito querido.”
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Despertó sobresaltado a causa de un griterío creciente y una sucesión de
pasos en tropel que agitaban el entorno de su casa.
Desde algún lugar alejado, llegaban hasta sus oídos los secos y
amortiguados disparos de los gases y de las balas de goma.
Como un quejido del aire, sonaba la sirena de una patrulla de las fuerzas
de Seguridad. Sonido que fue creciendo, entrando por las ventanas
como descarado asalto a los soportes de sus tímpanos.
A través de las hendijas, Gregorio percibió los destellos rojizos y
blancos que dibujaban su loco carrusel de colores subiendo y bajando
por las celosías.
Y mientras el que carajo pasa incrustaba su cuña de duda entre los
intersticios neuronales, corrió hacia la puerta, justo en el momento que
los gritos asumían un sesgo particular de angustia.
Al abrir la puerta, la imagen se le secó en el cerebro: en la vereda
opuesta, un grupo de gendarmes rodeaba a un adolescente que tenía
el rostro ensangrentado. A su lado, un policía montado le azuzaba el
caballo, impidiendo que el muchacho pudiera zafar de la encerrona.
-¡Este guachito de mierda se lo pasó tirándome piedras! -vociferó un
gendarme.
-¡Es un pendejo hijo de puta! -dijo otro-. A mí me pegó con un palo....
-¿Te vas a cagar en los pantalones ahora, mariconcito?
El policía de a caballo largó la pregunta socarronamente, modulando
cada palabra en medio de risas y risotadas.
Gregorio había dado dos pasos hacia el centro de la escena, cuando algo
pareció perturbarlo. Imprevistamente, giró sobre sus pasos y volvió en
dirección a la casa.
Al salir nuevamente -ni siquiera había trascurrido un minuto - avanzó
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resueltamente hacia el grupo, mientras terminaba de ponerse una raída
campera negra.
-¿Qué pasa acá? - disparó tratando que su voz sonara lo más fi rme
posible.
Dejó que su vista se posara unos segundos en cada par de ojos que lo
observaban con recelo, justo cuándo uno de los gendarmes le cerraba el
paso levantando el arma reglamentaria, a la altura de su quijada.
-¿Quién te dio vela en este entierro a vos, che? -lanzó el hombre de a
caballo.
Los gendarmes parecieron regocijarse con la humorada.
Gregorio Alonso Lama miró fi jo al uniformado.
-No tanta confi anza amigo. Primero averigüe con quien habla, así se
evitara problemas.
El uniformado tragó saliva. Hizo un gesto como queriendo despedir una
palabra pero apenas fue un amague que cayó en el vacío.
Los gendarmes miraron al recién llegado con renovada curiosidad.
Se hizo un breve pero intenso silencio, roto a intervalos por algunos
esporádicos disparos que circulaban por los túneles invisibles del
viento.
En medio de un relincho, Gregorio volvió a preguntar:
-¿Quién esta a cargo del operativo?
-Yo estoy a cargo del operativo.
Un hombre de mediana estatura, algo fornido, cabello rubio, cutis
blanco y ojos azules, había descendido de la parte delantera del móvil
de las fuerzas de Seguridad. Vestía de civil y portaba una pistola 45,
enfundada a la derecha de su cintura, sostenida por un cinto.
-Identifíquese, por favor.
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Gregorio Alonso Lama miró al hombre. Cabello corto y prolijo, con
un mechón recostado sobre una de las cejas. Luciendo un semblante
distendido - en armonía con un aire casi angelical -, el supuesto jefe
aparecía calmo y sonriente.
Claro que sabía que nunca podía fi arse de las caras aunque portasen a
Jesús en las facciones. Mientras le sostenía la mirada, extrajo de uno de
los bolsillos un rectángulo gris plastifi cado y se lo entregó en la mano.
El rubio miró detenidamente el documento, luego clavó los ojos en él,
volvió a medirlo con la mirada, y después de carraspear un par de veces,
se lo devolvió meneando la cabeza.
-¿Lo conoce al pibe?- acotó con un tono de voz que pretendía ser
amable.
-Soy amigo de la familia.
-Ah...! Esta bien. ¡Negro... ! ¡Dejalo ir al muchacho...!.
El hombre de a caballo se quedó unos instantes tieso, tirando de las
riendas “¿Qué dice el cajetilla éste? ¿Está loco? ¿Largar al pendejo
hijounagranputa...?”
-¿Qué lo deje ir me dijo... ?
-Sí, negro. Que lo largues. ¿No entendés , carajo?
-Está bien, jefe; está bien - el policía había afl ojado las riendas y el
caballo dejó caer el cuello hacia abajo en medio de un sonoro relincho-.
-Podés irte, pibe.
El muchacho comenzó a caminar hacia el medio de la calle, en el lugar
dónde estaban parados el hombre rubio y Gregorio.
-Andá para casa- ordenó.
-Pero....
-¡No hables una palabra! ¡Andá te digo!
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El chico miró al jefe del operativo y salió reculando para la casa.
El hombre rubio, después de prender un cigarrillo, se acercó a escaso
metro de Gregorio Alonso Lama.
-¿Parece que usted no participa de la cosa...?
-Así es.
-Mejor. Esto está lleno de agitadores profesionales.
-Ahá.
-Buenas noches.
-Buenas...
A una señal del rubio, los gendarmes subieron al móvil y antes que
Gregorio Alonso Lama llegara hasta la puerta de su casa, la camioneta
giraba a la derecha, sobre la calle que comunicaba en línea recta con la
ruta.
-¿Qué te pasó en la cara pibe? ¿Qué te hicieron esos?
La frase quedó trunca porque una áspera onomatopeya de cascos sobre
la vereda, le hizo voltear instintivamente la cabeza.
-A vos te conozco pibe... Conozco a tu abuelo y también conocí a tu
viejo. Familia revoltosa la tuya... Con usted no es la cosa, Don; lo que
no sabía es que era amigo de esta gente...; sé que vive aquí porque
lo tengo visto en varios lados. Le digo más: después que lo vi bien,
me di cuenta de quien es usted... Me enteré que el comisario lo tiene
registrado. No por nada que haya hecho en el pueblo...; pero sé que es
alguien de cuidado porque algunas veces oí mentas sobre usted. Pero el
chico éste... Vea; vea como me dejó la cara de un piedrazo - el policía
alzó con una mano un mechón de pelo negro y duro sobre su sien
derecha, y una mancha de sangre que comenzaba a coagularse se hizo
visible a la luz de una de las columnas de la calle-.Yo voy a dar parte en
89
la comisaría pibe; te lo aviso -. y alargando la ó de manera ostensible,
espoleó el caballo en dirección opuesta a la que había tomado la patrulla
de gendarmes.
Alonso Lama se quedó unos instantes mirándolo; luego miró hacia
arriba, en el momento que una masa de nubes negras comenzaba a
disgregarse movida por el viento.
La llovizna había cesado y el aire cargado de olores estaba verdaderamente
helado.
-Te lo dije, pibe; te dije que no fueras porque te iban a cagar a palos.
¿Con que te dieron ahí...?
-No sé don; creo que fue una bala de goma de estos milicos hijos de puta-
Saviolita se había puesto a sollozar mientras se pasaba la mano por la
sangrienta y poceada mancha-. Yo no le tengo miedo a los cosos éstos;
ya estuve en varios cortes con los piquetes. No tengo que llorar, soy
un boludo. Pero me da bronca lo del milico ...ese del caballo es Funes,
un sargento que anda con los fi erros. Y ahora se la va a agarrar con mi
Abuelo y yo no quiero líos; no quiero líos porque mi Abuelo es muy
loco; dicen que estuvo en la pesada con ese asunto de los montoneros
y que sé yo... en una de ésas se le da por agarrar el chumbo y vamos a
tener un problema y yo...
-Bueno, calmate pibe; calmate. El milico no te va a joder. Ahora lo que
tenés que hacer es quedarte tranquilo un tiempo. Vos me dijiste que
estudiabas, ¿no? Y bueno, dedicate a estudiar. No te metas en estas cosas
pibe, sos muy chico todavía para andar enredado con estos quilombos;
la vas a pasar mal. A ver, dejame ver esa herida...
Pero Alonso Lama no pudo siquiera rozar con sus dedos el mechón
de pelos enroscados en la herida; el muchacho le lanzó un manotazo y
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comenzó a recular.
-¡Déjeme, Don! ¡Déjeme! Mi abuelo tiene razón cuando dice que
estamos así porque somos un país de cagones... ¡Y usted también es un
cagón...!
Antes de terminar la frase, ya había comenzado a correr y pronto se
perdió entre las sombras de una calle lateral.
En esos momentos, el pueblo entero pareció ganado lenta pero
sostenidamente por un silencio ominoso que avanzaba por cada una de
las calles dónde había imperado la violencia irracional durante largas
horas.
Alonso Lama cerró la puerta tras sí y de manera cansina, encendió una
de las hornallas de la cocina. Se sentía hambriento y fatigado.
Un churrasco con ensalada y luego se iría a acostar.
La Shuterland había acallado el desconsuelo de Violeta, pero las notas
musicales no cejaban de raptar con sus fusas y corcheas, resistiéndose
a abandonar su cerebro. Por momentos, el viento helado parecía
acompañar el pentagrama verdiano soplando a través de las aristas de
puertas y ventanas.
En el momento que acomodaba el plato y los cubiertos, alguien golpea
a la puerta.
“Quién carajo...; seguro que es el rubio que se quedó caliente y viene
a hinchar las pelotas. O tal vez la cana... ¿Cómo dijo el pibe que se
llamaba? ¡Ah!, ya sé, el sargento Funes; otro resentido. Chau, gallego,
se te acabó la tranquilidad; todo por meterte de Quijote, boludo”
Otra vez se oyen los golpes, sólo que ahora es un objeto que sacude la
puerta de manera rítmica.
-¿Quién es? -la pregunta viene desde un miedo visceral.
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-Es una sorpresa...- dispara una voz en falsete detrás de la puerta.
“¿Pero quién carajo es este boludo que todavía me carga? Seguro que
viene con otros; la puta que me parió. ¿Quién me manda a meterme
dónde no me llaman?”
-¿Una sorpresa...? Bueno, pero yo no le voy a abrir si no se identifi ca
como corresponde...
El también era capaz de modular una respuesta socarrona.
-¿Qué te pasa gallego? ¿Estás cagado? ¿O acaso creés que estoy a cargo
de un grupo de tareas? Abrí boludo... ¡Abrí! ¿Ni una sorpresa se te
puede dar carajo... ?
“No puede ser... ¿Ramírez...? ¡Es el barba Ramírez! ¿Pero cómo llegó
hasta aquí...?”
Alonso Lama corre a abrir la puerta.
-¿Pero cómo carajo...?
-¡Gallego! ¡Venga un abrazo Gallego! Te viniste en busca del paraíso y
caíste en el infi erno, Siempre el mismo inocente de siempre, carajo...
Los dos hombres se abrazan sentida y largamente. El pasado explota en
imágenes. La jotape del Oeste; las reuniones en el Tokio; las discusiones
interminables “¡Si Evita, viviera...!”. Los recuerdos continúan
succionando el cerebro como garrapatas : los ex soldados (de Perón,
claro); las manifestaciones grandiosas donde los suyos compartieran
espacios con la Juventud y los montoneros; la plaza llena (la de Mayo
claro) ;las detenciones antes del maldito golpe, antes de los secuestros
futuros de los grupos de tareas; los infi ltrados de los servicios...; los
canallas de siempre...
Finales de la década del 60 y principios de la del 70, cuando aún los
ideales aglutinaban a una juventud efervescente; una juventud enardecida
92
frente a las injusticias sociales, que pretendía cambiar al sometido país
de los argentinos. Cuando aún la televisión basura y la chabacanería
barata no se había instalado en los medios siguiendo los dictados de un
plan siniestro para engendrar un hombre amorfo y light.
Ramírez, Paradela, el loco Paz, la Turca, el Mencho... ; todos nombres
que volvían a lastimar pero también a regocijar la memoria desgastada,
la memoria en deuda, menoscabada por una clase dirigente corrupta
que se había afanado todo pero que también se había afanado los sueños
de dignidad de millones de argentinos.
Alonso Lama mira una y otra vez al hombre con el cuál acaba de
abrazarse. Pues sí, ahí estaba frente a él, Ramírez; la hirsuta barba de
siempre, con su fl acura quijotesca y esa voz de bajo que le daba a las
palabras cierto tono de impostación pontifi cal.
Eran mucho los recuerdos, los compromisos fi losófi cos pero también
los de barricada; incontables las noches a mate y galleta tratando de
arreglar las cosas del país, en una verborrea que no siempre resultara
coincidente pero que en la esencia, llevaba el sello de los ideales,
siempre ajenos al egoísmo y al egotismo.
Por eso el abrazo largo y sentido; abrazo repetido en silencio, libre de
las ataduras emocionales que condicionan los sentimientos; abierto a
las expresiones genéticas de la sangre con abundante adrenalina.
Al fi n las palabras encuentran el cauce propicio para interpretar las
pasiones genuinas:
-¡Cómo te extrañé gallego! ¡Vos sabés cuánto te quiero, hijo de puta...!
-Yo también fl aco; yo también... ¿Pero cómo viniste a dar aquí? ¿Cómo
te enteraste de que estaba en este arrabal del mundo? Porque mirá que
estamos lejos de Buenos Aires, carajo...
93
-¡Ah...,gallego! Es una historia larga, hermano; muy larga. ¿Pero no
sabés lo que pasó? El otro día...; ¿hoy que es?, ¿viernes, no...? Entonces
fue el miércoles...; sí, el miércoles a eso de las 7 de la tarde. Yo estaba
en la ruta..., en pleno quilombo con los milicos tratando de convencerlos
que se fueran y nos dejaran tranquilos con el tema del corte. Entonces
miro para un costado, allí en esa entrada ancha a la ciudad, ¿viste? Y
veo un tipo y me digo: la puta madre, como se parece al gallego! ¿Vos
te matás de risa...? Ahora vas a ver... Estaba oscuro y la verdad que
no podía verte bien la cara. En un momento te pierdo de vista, justo
cuándo el comisario de aquí viene a hablar con los responsables del
piquete. No vas a creer gallego; fue como un golpe en la cabeza ¿viste?
Los tipos hablaban y yo estaba en otra, pensando en aquella cara que
me había traído el recuerdo de tantas cosas.¡Tu cara gallego! Me decía
por momentos: estás loco Ramírez...¿ como se te ocurre que el gallego
puede estar aquí...? Un pensamiento boludo porque así como estaba
yo, bien podrías estar vos ¿no? Entonces, de pronto, una visión que lo
aclara todo. ¡La campera! ¡Esa campera de cuero negra que tenés ahí
en el sillón, gallego! Inconfundible, gallego, inconfundible... ¡Te vas
a jubilar con esta campera de mierda, che ...! - Ramírez deslizaba sus
dedos callosos por el roído cuero-. La traías a las reuniones en el Tokio,
¿te acordás...? Y de pronto sentí una cosa aquí en el pecho, como una
emoción incontenible. Me dije: puede tener la misma cara pero no la
misma campera. ¡Es el gallego! ¡El gallego! Y claro, salí como loco
a buscarte, pero con todo el batifondo de gente y las corridas de los
milicos detrás de los que tiraban piedras, te perdí. ¡Ah!, no sabés... Te
empecé a buscar desde esa noche. Al otro día recorrí todos los negocios
preguntando si alguien te ubicaba por las señas que yo daba. Todo el
94
jueves y todo el día de hoy. Golpeaba en una casa; en otra. Nada, ¿viste?
¿Pero dónde mierda está viviendo el gallego éste?, me decía Sí..., vos te
reís pero no sabés las puteadas que te mandé...
-¿Y quién te dijo dónde vivía?
-El comisario. Sí, sí; no te sorprendas. Te aclaro que el tipo te tiene
fi chado. Saben todo, hermano. Y eso que vos venís del palo menos
jodido ; pero igual ellos saben todo... Pero no te preocupes... Me imagino
que sabés que ahora algunos de los viejos dirigentes son hombres de
negocios... Algunos están pactando con la política y otros boludos
como yo... todavía somos capaces de no arriar las viejas banderas. En
fi n... Pero con el comisario no pasa nada. El tipo está con nosotros.
Hicimos buenas migas durante algunas charlas, ¿viste? Mirá hermano:
el también es una víctima del sistema. No te equivoques. Pero mirá che
hace que no nos veíamos, gallego...?
-¡Que se yo...! No sé... ¡Qué lo parió! Te miro y no lo puedo creer, che;
no lo puedo creer.
-Y..., mirá: creo que después de aquella noche que hablamos del Mencho
en Estocolmo, nos habremos visto un par de veces más... Después
vos te rajaste a Madrid... Hijo de puta, desapareciste de la noche a la
mañana sin siquiera dejar un aviso. A Madrid, ¿no...?- Alonso Lama
asintió con la cabeza-. Pero alguna vez me dije que tendrías que darme
explicaciones.
-Y te las voy a dar, Pedrito; no tengas dudas.
- ¡Pobre menchito che! Cómo lo hicieron mierda, pobrecito...
-No me hablés de eso, hermano. No me hablés de eso porque vos sabés
que tengo un cargo de conciencia que no termina de atormentarme día
a día...
95
-¡Pero no seas boludo, gallego! Vos no sos responsable de eso. Te lo
dije en Estocolmo hermano. Fueron las contingencias de la vida ¿viste?
¿Qué vas a hacer? Vos sólo no podés hacerte cargo de esa muerte. Todos
pagamos por los que ya no están. A propósito...
-Ya sé... Qué sé de los cumpa... Estaba por hacerte la misma pregunta.
Ambos se miran a los ojos. Durante unos segundos, el dolor y la tristeza
profunda parecieron ganar las imágenes del pasado, la partida en la cuál
la muerte, siempre había tenido el Elo superior. Pero el repaso se torna
un compromiso insoslayable. Cada nombre de los que no están más,
se pronuncia casi con unción; cada nombre de los desaparecidos, es el
homenaje del recuerdo que nunca – ambos lo saben – jamás claudicará
en sus memorias.
De pronto el gallego ha dejado de tirar nombres emparentados con la
historia de la FUNR, ligados de manera exclusiva a su etapa universitaria
platense. Nombres todos que Ramírez recordaba sólo vagamente por
alguna menta de su amigo. Si bien eran todos del mismo gallinero, él
pertenecía a un palo diferente: la JP Regional Oeste, a la que había
acercado al gallego, por su condición de amigo residente y moronense.
Además, porque “...necesitamos un tipo hábil para los escritos; siempre
hay que hacer notas barriales y meter presencia en los medios y las
Instituciones.”
Después del largo repaso, los dos asumen que el casi cuarto de siglo
transcurrido, es sólo una mera circunstancia cronológica ; por lo demás,
todo sigue vivo como entonces.
-Ya está hermano. Pasaron ... ¡Veinticinco años! ¡Qué lo parió, che!
Estamos hablando de cosas de veinticinco años atrás... Mierda
gallego... vamos a tener que asumir que nos estamos volviendo viejos, carajo.
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Che...; después nos perdimos el rastro cuándo yo me quedé un tiempo
en Mälmoe. Por el laburo ¿viste? ¡Claro! Ahora me acuerdo. Yo te
había dado mal la dirección y sé que me estuviste rastreando para
decirme que habías enganchado un curro de periodista en Madrid, o
que viajabas para conseguirlo; no sé, no me acuerdo bien. ¡Qué boludo!
Nunca analicé esto... ¡Pero mirá las vueltas de la vida, carajo...! Pero
la puta madre! ¿no podrías haber elegido un lugar más cercano? Mirá
dónde te viniste, gallego... ¡Tartagal! ¡Pero esto es el culo del mundo,
che! ¡Tartagal...! -Ramírez lanzó una carcajada limpia y estridente-
Te viniste al medio de los bolonquis. ¿En que andás metido gallego?
Contá...
Alonso Lama no paraba de reír, haciendo esfuerzos para evitar que
las carcajadas entrecortadas, terminaran en llanto.
-Che, ¿Pero vos estabas por cenar...? ¡Dale! ¡Dale! Poné de vuelta el
churrasquito en la plancha. Yo ya comí viejo...
-¿Seguro...?
-¡Pero sí hombre, sí!... ¿Cuándo te hice un cumplido con el morfi ?
Sabés como soy para el tenedor y el cuchillo...
Alonso Lama apretó uno de los brazos de Ramírez. Casi enseguida se
dirigió a un armario del comedor y después de hurgar entre varias
bolsas y parte de la vajilla, extrajo una botella de vino y la puso
ceremoniosamente sobre la mesa.
-¡El choborra de siempre! -acotó Ramírez con infantil alegría-. ¡Y
siempre con los vinos de los López. Sos boludo para elegir ¿eh...?
-Este es especial hermano. No se puede beber todos los días. ¿Sabes
cuánto hace que tengo unas botellitas...? Siempre con ganas de bajarlo,
pero no me animaba. Para darme fuerzas me decía : tiene que ser en
97
una ocasión especial. Y bueno...; Ya ves... Por algo dicen que nada es
casual... ¡Dale!, sentate tranquilo que tengo algunas más.
Los amigos reanudaron el temario vinculado al pasado compartido. Al
principio, mechando la conversación, contando cada uno las pequeñas
historias cotidianas. Saltando de uno a otro tema, como si la ocasión
fuera única y terminal y ambos se vieran obligados a condensar en
unas horas, las vivencias de la militancia, con las historias personales
de los últimos años. Después la charla se convirtió en un monólogo
del gallego. Ramírez pensó que el ostracismo y la soledad de esos
parajes casi inhóspitos, habían condenado al peninsular a un largo
silencio verbal; a una continencia de palabras y emociones que ahora
canalizaba casi con rabia y desesperación. Imaginó que el gallego
esperaba desde hacía mucho tiempo un largo desahogo.
Durante la larga parrafada, apenas había llevado dos bocados de carne
a la boca. Claro que con el vino era diferente. Ramírez sabía de las
condiciones de eximio catador del gallego. Quizá por eso, disfrutaba
cada sorbo escanciado por éste como propio. Y el vino, claro, terminó
por abrir los candados que faltaban.
Habló de su Abuelo - gallego y celta - como el mismo solía defi nirlo.
De la increíble relación del viejo con Evita, sobre todo de aquel amor
platónico contrariado y no correspondido de parte de ella. Del despecho
hacia Magaldi, a quién culpaba de haberla arrancado de su lado.
Habló de la leucemia del viejo. “Ni me quiero acordar hermano. Los
últimos días en el hospital fueron deprimentes. Se había convertido en
un esqueleto que hablaba. Imaginate... apenas 40 kilos. Pero igual mi
Abuelo se mantenía fi rme en su dignidad. “Los celtas y los gallegos
sabemos morir con desprecio hacia la muerte, coño. Nada de pedirle
98
misericordia ni compasión - me dijo poco antes de morir-. ¡Dios es muy
hijo de puta con nosotros a la hora de la muerte! Y yo no voy a darle el
gusto de pedirle misericordia -y a continuación, el insulto bien gallego-:
¡Me cajo en Dios!”
Habló también de la otra muerte: de la muerte injusta y canallesca de
su querida Evita.
De cómo esa muerte, según él, había reparado en parte la relación de
su marido con el esthablisment, escandalizado “con esa campesina
bastarda y cursi” como solían decir en los círculos oligárquicos al
referirse a ella.
Y ya en tren de seguir rindiendo cuentas a la muerte, también habló de
la muerte de su madre, allá por junio del 89. “A ella también se la llevó
la leucemia, hermano. No..., si es como un sino che; estoy convencido
que esas malditas sanguijuelas que envenenan las arterias han marcado
a fuego nuestra genética familiar”
Habló de Nicolás y María, sus hermanos desaparecidos. “Nunca nada,
che. Nada nunca sobre sus paraderos. Bueno...de esto hablamos muchas
veces en el exilio, Pedrito. Nunca pude olvidarme cuando los chuparon
esa noche que le metimos seis pepas a Perú en aquel mundial de mierda.
¡Y nosotros festejando en Suecia! Yo nunca debí dejarlos, che... La
vieja les había pedido... qué digo, rogado que se rajaran conmigo a
Estocolmo; pero no... insistieron que no pasaba nada con ellos; que
la cosa era conmigo y que no me hiciera problemas porque ya habían
convencido a la vieja y todo eso... ¿Sabés qué Pedrito? Es como un
cargo de conciencia, ¡peor que lo del Mencho carajo!
Ramírez le dijo que tampoco podía sentirse culpable de ese hecho
terrible; que el destino era mucho más que un acto volitivo. Que mientras
99
uno actuaba en función de lo que quería, levantando trabajosamente
ladrillo tras ladrillo, otros se encargaban de pasar el fi no; que siempre
fue, es y será así, por encima de nuestros sacrosantos deseos.
Pero el gallego como que no lo escuchaba, sumido en su monólogo
interminable.
-Llevábamos... sí... casi tres años apartados de la militancia activa,
cuando los tuyos tomaron la puta decisión de pasar a la clandestinidad.
Fue la época que estuvimos no sé cuánto tiempo sin vernos porque
había llegado un momento en que en el Tokio había más servicios
que parroquianos. ¿Te acordás cuando un día te viniste de sopetón a
la pensión de la 45? Ya andábamos todos desparramados de un lugar
a otro tratando de cuidarnos el culo, claro. Y un día te acordaste que
mis hermanos solían parar en la pensión y pensaste, el gaita debe andar
por allí. Y así fue carajo; por poco nos encontraste porque ya nadie
se animaba a parar en la 45. Además, justo esa tarde María tenía la
idea fi ja de que fuéramos al Celectro... Igual nos hubiéramos vuelto
porque alguien nos había dicho que el Celectro estaba out. Pero bueno,
la suerte nos hizo un guiño. ¿Te acordás, Ramírez? Sufriendo los dos
las persecuciones y el desprecio de los unos y los otros... ¡Cuántas
cosas jodidas vivimos, viejo....! Pero... la resignación no llegó nunca
laputamadrequelopario... Nunca... Vos sabés las cartas que envíe desde
Estocolmo: Amnesty y cuantos organismos de derechos humanos
existían. Incluso el propio Miguel Angel Estrella me escribió una carta
muy gratifi cante. Ahora ya está. Andá a saber en que lugar de mierda no
descansan en paz, la putamadre...”
Habló de Alejandra, la promesa de la lírica “...la única mujer de la que
estuve enamorado, Pedrito, un sueño inolvidable; lleva casi un cuarto
100
de siglo metida aquí, en mi cabeza; ella y todo el repertorio del papel
de Violeta.”
Habló de las dudas de siempre y de aquella condenada actitud de
tomar las armas por parte de compañeros de la causa con las cuáles
no comulgaba respecto a su metodología aunque sí respetaba; para él,
errática decisión, que llevaría al holocausto a una juventud idealista que
no merecía semejante sacrifi cio.
Habló de su actual condición de corresponsal de periodismo escrito
para medios importantes de España, y también de una cadena radial de
Estocolmo, trabajos conseguidos durante la época en que había recalado
en Madrid, después de abandonar su exilio nórdico.
Guardó silencio repentinamente. Se había dado cuenta que estaba
tocando un tema que también afectaba - y mucho - a su amigo, golpeado
por otras sentidas desapariciones.
-¿Y que pasa con tu vocación, gallego?- acotó Ramírez, como sí,
efectivamente, prefi riera cambiar de tema.
Dejó la pregunta fl otando en la aridez del forzado silencio de su amigo,
modulada en medio de la cuarta copa de vino, cuando el alcohol
amenazaba abrir los primeros cauces de euforia en el cerebro.
-¿Qué querés que te diga hermano?- escuchó el largo suspiro de Alonso
Lama-. Yo cometí el error de creer que la vida dura mil años. Siempre
postergando, siempre pateando la pelota para delante. Escribiré esto;
escribiré esto otro. Sí..., cierto es que algo hice..., pero no hice lo
que tendría que haber hecho: producir de manera intensiva y salir a
venderme; pelear, buscando que se editaran mis obras. Ahora es un tanto
tarde, Pedrito... Argentina se halla en una situación tan lamentable, que
tratar de triunfar en estas condiciones es casi una utopía. Y en cuánto a
101
España... dos problemas; uno: la temática. Dos: que si no tenés historia,
lo del currículum viste...ni te dan la hora. La única que me queda es
pegarla con algún concurso de cierto renombre; ahí sí... En cuanto a
nuestra querida patria...- recordarás que en cierta ocasión te dije que
patria no es la tierra donde se nace -; que nada...que me doy cuenta de
sentirme más argentino que español.
-Y me gusta mucho que lo digas, gallego.
-Me alegro. Mirá...aún recalando en la península... A propósito...
desde que estoy aquí en este pueblo perdido, no sabés la nostalgia
Pedrito; en cualquier momento me vuelvo defi nitivamente carajo! Sí...
de verdad. Lo único que tengo allá es una buena posición económica
y profesional; pero eso no alcanza hermano, no alcanza. Aquí tengo
todo...; la historia... sobre todo la de los vivos y los muertos, claro...
Pero siempre la Argentina presente, siempre, Ramírez querido! Y ojo...
estoy al tanto de todo. Internet es como un milagro...¿Y qué puedo
decirte? Que seguimos atados como siempre... Peor que antes! Mirá
Pedro..., la verdad es que salvando las escasas y honrosas excepciones
de siempre, en los últimos tiempos, la política en la Argentina quedó
reducida a una lucha despiadada por espacios de poder. ¿El país...? ¿Qué
país?, pregunto yo. Hace 50 años que estamos en plena decadencia ;
sin valores genuinos, cada vez más avergonzados al cantar el himno...
En fi n, que estamos rodeados de mierda hermano. Ahora tenemos el
gobierno de la bendita televisión que a falta de un proyecto de nación,
nos vende a los Tinelli, las Morias y Susanas; los edifi cantes chimentos
de la tarde y también los teleteatros de la tarde... ¡Atención con estos
programas que enaltecen la cultura!
-¡Qué embale, gallego! ¡Me parece que no es para tanto...!- se agitó
102
divertido, Ramírez.
--¡Ah...! ¿Vos también sos de lo que creés que no es para tanto...? Yo te
puedo decir, hermano, que el asunto es mucho más jodido que lo que
la gente cree. Pensá en esto: ¿Qué modela a un individuo? Los genes,
la educación y el medio. Nosotros pertenecemos a la generación de la
radio: Tarzán, Sandokán...
-El tigre de la malasia...!
-El tigre de la malasia, sí señor; tenés razón. Y el Zorro, entre
otros. El imperio también pero mas light claro.
-Bueno, gallego, pero yo soy más joven que vos, che. A mí ya me rozó
la tevé.
-Sí, claro, tenés razón. ¿Pero que viste? ¿Qué te sentabas a ver a la
hora de la merienda, viejo? ¡El capitán Piluso! Jodido personaje, ¿no?
¡Vamos Pedrito...! Y qué hacíamos en esa época los dos cuándo no
escuchábamos radio o después del capitán Piluso?
-Leíamos...
-¡Exacto, Pedro! Leíamos. Nuestros respectivos viejos eran gente de
laburo que sabían el valor de un buen libro, ¿o no?- Ramírez asintió
con un gesto-. Yo tenía el tesoro de la juventud, más de 20 tomos, y vos
tenías... ¿como se llamaba? Algo de lo se...
-Todo. Lo sé todo de Larrousse. Y después llegaron las novelas juveniles,
y más tarde, en pleno secundario, los grandes escritores : Cervantes,
Quevedo, Dickens, Dostoievsky ; Tolstoy, Balzac, Flaubert, Sartre,
Víctor Hugo...Jack London...
-Emile Zola, Barbusse, – no vas a creer, me acuerdo que en varios
pasajes de Germinal me puse a llorar... Sthendal... yo prefi ero la escuela
francesa.
103
-Buena escuela, Pedro! Que lo parió, che... me acuerdo que a los 16 años
se me dio por leer a Platón. ¡Dieciséis años y leyendo La República...!
Después descubrí a José Ingenieros y entonces me di cuenta que quería
estudiar fi losofía. ¿Te acordás? Los dos estábamos en la secundaria y
las salidas más importantes era la de los sábados a la noche para ver cine
soviético en el Achával, y después juntarnos a comer pizza y charlar de
los alcances artísticos de la película ¡y todavía no habíamos cumplido
los 18 años Pedrito! De loco, eh. Pero ojo, los dos sabemos que casi
toda la juventud de entonces pretendía una sociedad distinta, y que la
cosa no pasaba sólo por palabras; había que luchar, pero bueno... vos
sabés de que manera... ¡Que lo parió...! A veces me pongo a pensar que
si en aquella época nos decían que teníamos que quedarnos sentados en
la plaza de Mayo una semana para provocar un cambio, lo hubiéramos
hecho ¡y en medio de una huelga de hambre, Pedrito! Pero...
-Nos cambiaron el libreto...
-¡Exactamente! ¡Y de qué manera...! Pero a dónde quería ir... ¡Ah, ya
sé! De cómo infl uye el medio en nuestro derrotero. Libros, cultura,
elevación moral...¡Eso mamamos, hermano! Y el resultado fue una
generación idealista preocupada en crear una sociedad más justa. ¿Y
qué les damos a los chicos de hoy? – Ramírez se encogió de hombros-
¡Mierda! Mierda le damos Pedro! ¡Mierda, carajo! Y si les damos mierda,
¿que otra cosa van a generar que no sea mierda? Después de tantas
frustraciones; después de tanta corrupción generalizada, un día se abrió
la caja de Pandora y ¡Pun! , de menor a mayor, la sociedad argentina
encontró el oráculo sagrado en la bendita televisión, que, como un gran
hermano inasible, se nos mete todos los días y a toda hora en nuestras
casas para decirnos cómo vestir, cómo comer, como divertirnos, e
104
incluso cuándo y cómo comunicarnos con Dios, todo, claro, dentro
de una cursilería lamentable. Y ojo hermano, que esto también está
pasando en España...bueno, en realidad es toda una cuestión política
mundial... ¿Te sorprende lo que te digo? ¡Pero es la verdad, Pedro! ¡Es
la verdad! Lo que pasa, hermano es que para que puedas entender mejor
esto, tenés que saber que estoy haciendo un ensayo que habla sobre las
nuevas armas de dominación mundial...
-No jodas... Pavada de tema Gallego... ¡Mirá el gallego...! ¿Y cómo es
el tema? Digo... ¿cuáles son esas armas de dominación mundial?
Gregorio Alonso Lama se queda unos instantes pensativo contemplando
a Ramírez. Acaba de decirse a sí mismo que después de tantos años,
tendrían que estar hablando sólo de las cosas que marcaron sus vidas en
forma tan dramática. Había tanto para hablar al respecto! Pero sabe que
el dolor no es tonto; y de alguna manera, el pasado doloroso, prefería
recluírse momentáneamente en alguna zona recóndita del cerebro.
Mejor dejar que se expresara tangencialmente, de manera aséptica.
-Las armas me decías... Muchas, muchas y temibles hermano. En
primer lugar, el miedo que impondrá el terrorismo generalizado. Esto
se va a extender hasta puntos casi incontrolables; otra : la toma de las
voluntades a través de un gigantesco y siniestro plan mediático, en el
cuál, la televisión y los generadores de imágenes, jugarán un papel
fundamental.
-¿Qué decís, gallego? ¿Te parece que es para tanto? Personalmente yo
me he hecho otra idea. Yo tengo cable, gallego... un pequeño lujo si se
quiere; no soy adicto a la tele pero veo algunas buenas series que, dicho
sea de paso, no tiene nada que ver con las boludeces de hace 20 o 25
años que nos mandaban los yanquis: los Beberly ricos...Bonanza...la
105
familia Ingalls...aquel engendro de Dallas...todo enlatadito en envases
de lujo. Creo sinceramente, que esta televisión de hoy es muy superior
a aquella...
-Pedrito... te hago una pregunta: el narcotrafi cante, el jefe de un cartel
de drogas, ¿es consumidor?
-No... entiendo que no. No sé...
-Quiero decir dos cosas hermano; en primer lugar, el mundo de los
setenta no es el mundo del dos mil. Por imperio de las circunstancias,
la sociedad se ha puesto mas exigente. Pero estoy hablando de una
sociedad dominante como la yanqui. Por otra parte, el imperio no es
boludo. Sabe que no le conviene narcotizar a todos. Además, entre
ellos, el control es mas sutil. Cuando la intelectualidad de los medios
tira bombas contra el sistema, es una forma de demostrar a propios y
extraños que ese mismo sistema goza de absoluta libertad; libertad entre
comillas, claro. El asunto es tratar de no cagar en casa. La mierda es
evacuada fuera. Cuando se habla de un plan de dominación, ya sabemos
hacia donde se apunta con la artillería. - Lo que escuchaste Ramírez, lo
que escuchaste. Llevo años investigando todo esto. Los que hoy tienen
el sartén por el mango, se han dado cuenta que esa mierda que ves ahí-
Alonso Lama señaló un aparato de TV -, es la herramienta perfecta
para indicarnos cómo pensar y ser buenos y decentes ciudadanos,
empezando por defenestrar a los políticos y a la política. Vos estarás
harto como yo de escuchar el lema hasta el cansancio : ¡Que se vayan
todos!, nos dicen en cuánto programa de opinión emiten, como si no
supiéramos quienes vendrían al desaparecer la clase política. Y ojo, con
esto no estoy haciendo una defensa de quienes deshonraron de manera
vergonzosa la política...
106
-Hay de todo...
-Claro que sí, Pedrito, claro que sí... Lo que te da bronca es que
periodistas supuestamente esclarecidos, se sumen a la histeria general,
sin comprender que están siendo usados gratuitamente. Usados como
forros, hermano. Pero a mí no me joden ; detrás de estos lavadores de
neuronas, están los hijos de puta de siempre. Hijos de puta diplomados,
a los cuáles Menem apañó y mimó durante una década.
-La fi esta inolvidable, Gregorio...
- Sí... la fi esta inolvidable que ahora empezaremos a pagar a un coste
altísimo...
-Yo siempre pensé que Menem es un agente del departamento de
Estado...
-Y ni lo dudes. Pero fi jate que durante el gobierno caricaturesco de
De la Rúa, los yanquis estuvieron todo el tiempo tranquilos. Siempre
supieron que este timorato jamás se atrevería a modifi car todo lo hecho
por el neoliberalismo, ¿y sabés por qué? ¡Sencillamente porque él es un
neoliberal de la primera hora...! Y eso, pese a que su gobierno había sido
tildado de progre. Progre de que... En esto los yanquis no son boludos;
saben que las reformas profundas a favor de los intereses antinacionales
que el riojano llevó a cabo, no podrían ser desvirtuadas en menos de
una generación, y por supuesto que a costa de grandes sufrimientos.
¿O no es así, Pedrito? Mirá lo que lograron estos hijos de puta con
sólo hacerle creer a Carlitos que él era un brillante estadista. Mirá...
el hombre será todo lo doctorcito que quiera, tendrá una gran fortuna
personal, pero el complejo de cabecita negra no es fácil de superar ¡y
para eso estaba todo el esthablishment...! Fue tan grande el lavado del
bocho, que yo estoy seguro que al poco tiempo de hacerse amigote de
107
los hombres de las once manzanas, el tipo, cada vez que se miraba en
el espejo, veía la imagen de un hombre rubio, de aspecto nórdico y ojos
intensamente azules...- Ramírez aprueba con una carcajada la defi nición
que acaba de dar el gallego-. Por otra parte, vos sabés tanto como yo
que Menem tiene de peronista lo que yo de Julio Boca... Lo que sí hay
que reconocerle al tipo, es que tiene una autoestima de la gran puta...
Ramírez reía y sonreía permanentemente.
- Me quedé pensando en ese asunto de los medios audiovisuales como
elementos de estrategia. Me cuesta entender eso de que la televisión es
una especie de nuevo enemigo a vencer...
-No soy tan boludo para decirte eso. La televisión es el iceberg visible
de los emporios informáticos, que ojo... no por casualidad están aliados
a los más importantes intereses políticos.
-Estamos hablando de poder en serio, gallego...
-¿En serio...? Te quedás corto... Mirá Pedro, aquí se da una particularidad
propia de los países emergentes : la noticia larvada, la información que
no comprometa el pensamiento del individuo, o sea, nada que le haga
pensar respecto a las injusticias sociales y mucho menos propender a
evaluar su lugar en el mundo. Eso sería más subversivo y peligroso que
un atentado terrorista. Yo me lo paso viajando; unos meses aquí y unos
meses en España o cada tanto, alguna incursión periodística sorpresiva.
Pero desde que vengo a nuestra querida y maltrecha patria, me tomé el
trabajo de hacer un seguimiento de cómo funcionan los medios. Salvo
alguna revista casi underground, y algún que otro programa de radio
independiente, - gracias a Dios todavía existen románticos incurables
del micrófono y la palabra escrita que no arrían las banderas de la
dignidad - , el resto, responde a los parámetros del sistema : mucha
108
información respecto a los peligros de no asumir los compromisos
derivados de la deuda externa- esto sí te lo meten hasta por el culo;
agitar continuamente del fantasma de la violencia delictiva entre la
asustada clase media; de las genialidades de nuestros deportistas y la
profusa información de nuestros espectáculos televisivos vernáculos:
cuanto midieron los parámetros de teleespectadores...; ya sabés, el
rating famoso, porque acá si no hablás el español tipo made in england,
como que no existís...
-Cierto, che, cierto. Yo siempre dije que la primera muestra de cipayismo
era asumir como propios, ciertos términos lenguísticos del Imperio.
-...es una cosa de locos, pero mirá cómo se habrá impuesto la imagen en
esta campaña mediática, que hoy hasta las propias audiciones radiales,
te informan todos los días y a cada hora, sobre las mediciones de los
ratings televisivos...
-Es verdad, gallego; me tienen podrido con eso. Es como que la radio
se ha convertido en la hija menor de la televisión. Para mí, es una clara
muestra de un complejo de interioridad.
-Ni más ni menos. Y ojo, yo digo : cada tanto, está bien que metan
una boludez; tampoco la pavada de pretender que vivimos en la Grecia
del clasicismo. Pero digo una cada tanto, no que nos inunden con la
boludez como impronta . Pregunto : ¿alguna vez mereció la tapa de
nuestros diarios la reseña de la labor sacrifi cada de nuestros científi cos
del Conicet?¿Alguna vez los medios- y no con carácter de prensa
amarillista como cuándo mostraban a los desnutridos de Tucumán a
página abierta- se ocuparon de instalar una discusión profunda sobre
la necesidad de recrear entre todos, el proyecto de país, que el país
necesita? Y no hablo de proyecto de Nación porque eso está demasiado
109
lejos aún, vistas las circunstancias, claro...
-¿La tan mentada globalización está relacionada con todo esto,no?
- Y ni lo dudes! Esto arranca ideológicamente desde el 76, con la
Trilateral Comission como instigadora. Se acentúa claro durante la
época de Reagan, cuándo los viejos conservadores de siempre, se
aggiornan bajo el cuño eufemístico de la globalización. Mirá Ramírez...
no es casual que de pronto el mundo asiste a una fusión feroz de los
grandes monopolios; hablo de los grandes pulpos internacionales;
sociedades que facturan en conjunto centenares de veces el valor de
nuestras exportaciones... y creo que me quedo corto. Estos son los
nuevos señores feudales; los mismos que tamizan las noticias y generan
los entretenimientos audiovisuales de miles de millones de personas ,
tema que no sería malo en sí si no fuere porque los entretenimientos
están saturados de perversidad interesada, y porque además...- Alonso
Lama chasqueó los dedos- porque además la explosión de imágenes y
texto tiene el avieso propósito de hacer que uno no piense en las jodidas
injusticias de la vida - Ramírez vio como el rostro de su amigo se
contraía-. Fijate como será lo que está detrás de este verdadero eje del
mal, que hay canales que no podrían sobrevivir con la escasa publicidad
que aparece en pantalla.
-Es verdad, gallego; eso lo pensé yo también- acotó haciendo fi ntas con
uno de sus puños.
-Bueno...en esto coincidimos. Quiere decir que una mano generosa
pero interesada, fi nancia los défi cits por razones que jamás se harán
públicas....Casi suena a herejía pensar que algo en apariencia tan inocente
como una pantalla de tevé, pueda esconder un propósito de control
social , manejado por intereses que ni siquiera podemos imaginar...
110
pero yo estoy convencido que es así. Entonces tenés ...: la tevé por un
lado , Internet por el otro, más toda la porquería impresa que se venden
en los quioscos...más miles de emisoras al servicio de estos intereses
de dominio, a lo largo y ancho del mundo. No te olvides la mierda
que ya reciben los pendejitos en esos ciberjuegos que proliferan como
hongos. Lo que pasa, Pedro, es que para entender un poco mejor lo que
trato de decir, tenemos que aceptar que los argumentos de dominación
mundial acordados oportunamente por Churchill, Rooseveelt y Stalin
en Yalta, han pasado a ser un cuento de hadas después de la irrupción
de la informática. La televisión satelital- y la abierta por supuesto- más
los factores dependientes de la satánica informática- han modifi cado
radicalmente la estrategia y la táctica de dominación universal. Antes...
- vos lo sabes tanto como yo- una política de conquista apuntaba al
control y dominio del territorio enemigo. Conquista generalmente
resuelta luego de incontables batallas, miles o millones de muertos a
costa de ingentes gastos militares; gastos onerosos que, por supuesto,
en más de una ocasión, solía sumir al propio vencedor en un desastre
económico. Y... era así viejo. Ahora, con las mismas ansias de conquista
que parecen estar escritas a fuego en nuestro código genético, los
satélites hacen las veces de virtuales ejércitos de ocupación. Antes, las
revoluciones que volteaban los gobiernos de turno, siempre contaban
con las fuerzas armadas como cómplices del esthablismenth dominante;
ahora el terrorismo y el miedo que éste genera, aunado al otro miedo que
los medios generan en la opinión pública, son sufi cientes para producir
los cambios interesados. Ha quedado enterrado ese viejo patrón que
condicionó la conducta humana guerrera durante siglos. ¡Ya no hacen
falta grandes batallas militares para consolidar el poder! De todos
111
modos, eso es algo que nunca desaparecerá por completo, claro. La
destrucción del otro; la muerte del otro; el asesinato colectivo, siempre
será parte de nuestros malditos códigos genéticos ; por eso, siempre
estaremos obligados a ejercitar nuestros peores instintos. Hay que
admitirlo Pedrito ; es algo que tenemos registrado a fuego en nuestro
ADN.
-Tenés razón che...Siempre una guerrita por aquí o una guerra por allá
¿viste?
Los dos ríen largamente.
-Dale...seguí Gallego; está interesante la cosa.
-Bueno...te decía que estoy convencido de que la informática, la
cibernética, y el extraordinario avance de las disciplinas científi cas de
todo tipo, ya han empezado a modelar el mundo imaginado por Orvell
en “1984”; el violento y desquiciado mundo del que nos hablan otros
cultores de la literatura de anticipación.
-Mierda gallego, sos pesimista como la puta madre...
-¿Y vos creés que me gusta, Pedro? Es la realidad, viejo. Siempre habrá
explotados y explotadores; siempre habrá guerras de hombre contra
hombre porque esto forma parte del maldito sino que arrastramos
desde Adán. La diferencia estriba en que las guerras futuras, serán
fundamentalmente de carácter psíquico, es decir, se harán para controlar
la mente humana, pero..., en caso de combatir, lo harán robots, con
una estrategia y una táctica planifi cadas por ingenieros en cibernética
y electrónica.
-Vos sabés que yo soy un fanático de la literatura de anticipación. Ese
futuro alienante está presente en relatos de Clarke, Dirk, Asimov... no
hablemos de Lovecraft... Pero yo digo ...¿y el terrorismo, gallego? ¿Qué
112
papel jugará el terrorismo en el futuro? ¿Será posible un orden dictatorial
único con la excusa de combatir el terrorismo venga de dónde venga?
-Es una de las alternativas. Imaginate este escenario futuro: el ciudadano
común, paralizado por el miedo y el terror que generarán no sólo los
atentados; ojo... no sólo los atentados. Tengo la convicción que un día los
marginados de todo tipo van a salir a la calle a buscar lo que el sistema no
les ha dado nunca ; eso sí, aclaremos... no va a ser una revolución social
reinvindicatoria; nada de eso; será la revolución de los hambrientos a
los que terminarán por encerrar en guetos para luego ir eliminándolos
lentamente por inanición o a sangre y fuego si fuera preciso. Y cuando
eso pase... bueno... no quiero imaginar siquiera ese escenario. No habrá
policías ni ejércitos que controlen semejante quilombo.
-Sí... la verdad que mejor no imaginarlo.
- Y ojo, yo no descarto incluso los atentados del tipo atómico, mediante la
acción de las bombas sucias nucleares... yo tengo un cuento ...La Valija,
que habla de un atentado de este tipo en el corazón de Londres...
-Che Gallego... espero que me des algo para leer carajo. Che... ¿te pasa
algo...?
-No... ¿Por qué?
-Te veo medio pálido...
-No... Bueno... -la boca de Alonso Lama se contrae- ando un poco mal
de los intestinos... Hace días que....
-¿No cagás...? Todavía seguís con ese problema gallego? ¿Cómo es que
vos decías? La palabra esa....
-Constreñido...
¡Constreñido...! - Ramírez descuelga una estentórea carcajada-
¡Constreñido! ¡Resultaste un gallego fi no carajo! Te vas a cagar de
113
risa pero sabés que muchas veces cuándo me acordaba de vos... veía
tu imagen y de pronto aparecía la palabra constreñido. A vos sólo le
escuché decir esa palabra.
-¿Y cómo vas a decir?
-¿Cómo como vas a decir? ¡No puedo cagar...! Incluso los delicados
por ahí dicen ando duro de cuerpo... pero... -Ramírez volvió a liberar su
risa-. ¿Seguro que te sentís bien? Sí...? Bueno, dale... seguí.
-... no... te decía que el otro peligro potencial es que cuando el quilombo
social se generalice; robos, violaciones, asesinatos por dos guitas,
etcétera, etcétera, el pobrerío decente, la clase media baja, la clase
media y la del privilegio, van a salir todas juntas a la calle a reclamarle
al gobierno que ponga mano fi rme de una vez por todas.
-Y entonces va a suceder que como el estado de derecho no puede de
por sí controlar el quilombo madre sin traicionarse a sí mismo...
- ¿Te imaginás en que desembocará todo, no?
-Me imagino, y eso sí me preocupa porque yo también lo pienso.
- El resultado será que la sociedad en conjunto clamará exigiendo el
hombre fuerte dispuesto a dar guerra sin cuartel. Que alguien controle
al pobrerío descarriado! ¡Pobres sí, pero delincuentes no, carajo!
-Casi como un titular amarillista.
-Que hay que tomar muy en serio Ramírez; muy en serio. ¿Y sabés lo que
va a pasar cuando la violencia política y social se torne verdaderamente
incontrolable?
-Dale...
-Que la ciudadanía en general: pobres, menos pobres, los que aún
conservan un buen laburo y los que tienen la sartén por el mango, en el
afán de que una mano dura e impiadosa vele por sus seguridades, van
114
a renunciar sin duda alguna a todos los derechos civiles, con lo cuál, ni
te cuento hermano...; con la excusa de exterminar la violencia delictiva,
van a terminar por perseguir a sus verdaderos enemigos. ¿Moraleja?
Se te van a meter otra vez en tu casa, te van a afanar todo, incluso a tus
hijos, amén de que van a terminar cogiéndose a tu propia esposa.
-Como ya lo vimos pero potenciado...
-Exactamente!
Ramírez observa otra vez el sufrimiento instalado en la cara de su
amigo.
-Che gallego...! ¡Mirá la cara que tenés...! ¿Por que no tratás...
-¿De ir al baño...?
-No ¡de ir a cagar! Hablá con propiedad gallego...!
Alonso Lama ríe unos instantes sin liberar la risa. Sabe que su amigo no
ignora sus ridículos prejuicios respecto a las más elementales funciones
fi siológicas. Prejuicios con las fl atulencias; prefuicios para ir al baño y
ejercitar sus necesidades biológicas si en derredor del baño hay alguien,
conocido o no. Sabe que Ramírez siempre lo ha verdugueado por eso.
Pero sabe también que hay momentos en que la voluntad no basta para
controlar lo que dicta natura.
-Che... Pedrito... me disculpas...
-¿Tenés que ir a cagar...? ¡Andá hermano,andá!
-Sí pero...
-Sí gallego...ya sé que necesitás tiempo. ¡Olvidate de que estoy yo! –de
pronto Ramírez, recuerda que su amigo puede llegar a estar casi una
hora a la espera de evacuar, cada vez que le sobreviene una crisis de
este tipo-. Eso sí Gregorio...¿No tenés algo para que lea mientras tanto?
Algo tuyo...
115
-Sí, sí... justo en la compu tengo un cuento que acabo de corregir para
un concurso en España. Lo estuve retocando hace un rato. No tenés
más que darle enter porque todavía no lo saqué de pantalla. Mirá la
casualidad... La temática tiene relación con parte de nuestra charla; me
refi ero a cuestiones de alta política...hablo del Imperio, claro.
-¿Cómo se llama el cuento, che?
-Top Secret.
-Bueno dale... en serio hermano; andá tranquilo. Tomate el tiempo del
mundo.
116
“TOP SECRET”
“…no sé como contarte esto Jane... pero creo que a John le pasó algo.
Temo lo peor... ¿Y cómo quieres que me sienta? ¡Hace días que no
sé nada de él! Hice la denuncia policial pero hasta ahora ni el menor
indicio. Ya sabes cómo es él... cuando sabía que se demoraría por asuntos
de trabajo, me llamaba para evitarme una preocupación. ¿Qué...? No,
no... no se trata de asunto de polleras; bueno... al menos así lo creo. Tu
hermano es un anglicano en todo el sentido de la palabra. Verás... pensé
mucho antes de tomar la decisión y de pedirte que vinieras; en parte
porque has debido movilizarte desde Harrisburg con todo lo que ello
implica, y en parte también por el tenor extremadamente confi dencial
de lo que debo contarte. Pero antes vamos a hablar un poco de John. Tú
sabes que tu hermano desde chico mostraba una particular predisposición
de carácter psíquico, ese tipo de cosas extrañas de la mente. Sí, sí...,
por supuesto que me enteré de las travesuras que llevaban a cabo
cuando eran niños... ese don que siempre tuvo para mover los objetos a
distancia... Telekinesis o algo así... Exacto Jane. Pero esto no es lo más
importante de tu hermano. Verás... el día que nació Elizabeth ocurrió un
hecho extraordinario: mi médico de cabecera me había anticipado unos
días antes del parto, que no podría atenderme; que tenía que disculparlo
porque la fecha condecía con el inicio de un congreso de ginecología
muy importante para él; creo que presentaba una tesis o algo así. El caso,
Jane…, es que esto me puso extremadamente nerviosa; ya sabes cuán
estúpida somos las mujeres en ese aspecto; sabemos incluso que en el
mundo millones de mujeres indígenas paren solas, pero... una pretende
que su médico esté a la hora en la cuál traemos los hijos al mundo. En mi
117
caso más aún, por mi condición de primeriza. Esperá..., no te inquietes.
Debo terminar de contarte esto para que puedas comprender el resto.
Pues bien..., fue tal el miedo y la angustia que empecé a sentir, que
John se alarmó. Entonces, en un momento - lo recuerdo perfectamente
porque estábamos sentados a esta mesa aquí en la cocina- me tomó de
las manos y me dijo que me quedara tranquila; que el Doctor Fitgerald
-... no sé si tienes presente el nombre de mi médico- me atendería en
el parto. Recuerdo que lo miré con los ojos llorosos sin entender nada,
Jane. Pero de pronto... -mira, cada vez que lo recuerdo se me eriza
la piel- sentí que algo penetraba en mi mente y en todo mi cuerpo;
una increíble sensación de seguridad. ¿Qué pasa? Te conozco Jane…;
con esa mirada sé lo que estás pensando: efectivamente…, el doctor
Fitgerald me atendió en el parto. Todo el tiempo vi su mirada como
extraviada pero las cosas funcionaron de maravilla. ¿Qué había pasado?
Que John, en estado de trance, tomó literalmente el pensamiento, la
voluntad del médico, y éste no pudo hacer nada para evitarlo. Sí Jane,
sí... Pon otra cara por Dios! John es capaz de manejar la voluntad de
las personas. Parece una locura pero no lo es. Desde que comenzaron a
pasar estas cosas, he debido replantearme mis propias ideas frente a los
fenómenos de la inteligencia y el funcionamiento del cerebro. Mucha
tecnología, grandes logros científi cos querida… pero en el campo del
psiquismo, todavía consideramos como rarezas, ciertas manifestaciones
espirituales. Tu hermano posee esos poderes paranormales para lo que
no encontramos nombre; claro, como saberlo si John nunca quiso
consultar a nadie. ¿Hipnotismo? No, no; no fue hipnotismo. Observé
que tuvo entre sus manos unos minutos una foto del médico - te aclaro:
Fitgerald es amigo nuestro; yo soy muy amiga de su esposa- y... que
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nada… que luego se produjo ese hecho casi increíble, tal como acabo
de contártelo. El me confesó en cierta oportunidad que esos poderes se
le habían manifestado mucho tiempo atrás; que nunca quiso decirme
nada para no alarmarme. Que él mismo estaba muy asustado y que no
sabía qué hacer al respecto. Este fue el comienzo del drama; por eso te
mandé llamar. Pero lo que falta por contarte te va a asombrar mucho
más. Bien... como tú sabes, lo del médico ocurrió... sí... casi 3 años
atrás; la nena cumple 3 añitos el mes que viene. Nos habíamos olvidado
del episodio. Yo respetaba el pedido de John: no quiero que hablemos
de ese tema nunca más, me dijo en cierta ocasión. Así lo hice. Pero
unos días atrás, poco antes del día de Acción de Gracia... sí, sí, ahora
lo recuerdo bien…ocurrió durante la fi esta de casamiento de la hija de
un matrimonio muy amigo. Claro! Si yo te hablé de ese acontecimiento.
Verás... En medio de la reunión ocurrió un hecho terrible: la pequeña
hija de este matrimonio- una encantadora rubiecita de sólo 4 años- no
se sabe cómo, pero en un descuido, cayó desde uno de los balcones
interiores de la casa y quedó tendida sobre el piso de mármol de la sala
de recepción. Te imaginarás el revuelo... La madre se desmayó y el
padre comenzó a correr de un lado a otro pidiendo auxilio. No sé quién,
pero alguien llamó al 911. Entre los invitados había dos médicos: un
pediatra - casualmente el médico de cabecera de la nena- y un clínico.
Recuerdo que estaban en la barbacoa, así que cuando llegaron a la sala,
debieron abrirse paso para prestarle los primeros auxilios a la nena.
¿John... ? Al principio, aturdida mentalmente, no me di cuenta que
pasaba con él. Cuándo reaccioné, lo vi de pie frente al cuerpo de la
criatura, con los ojos cerrados... sí, sí, supongo que en estado de trance.
Lo cierto fue que cuándo los médicos, después de palpar a la nena,
119
el clínico había regresado del auto con su maletín- y auscultarla, el
drama... Primero se miraron entre ellos haciendo nones con la cabeza;
luego volvieron a palparla, y yo, que estaba al lado, escuché que el
pediatra le decía no hay nada que hacer; se desnucó. No, Jane, no; no
te pongas mal. La nena se salvó a Dios gracias. John lo hizo. ¡Por favor
cállense todos!, gritó como poseído. Se hizo un silencio de templo;
nadie se movía. Entonces él se acercó a la nena, puso sus manos sobre
su cabecita, y comenzó a murmurar unas palabras por lo bajo que yo
no podía entender lo que decía. Luego se levantó y he aquí lo increíble:
la criatura abrió los ojos y comenzó a llamar a los gritos a la madre.
Así como te lo cuento, Jane... Los médicos se quedaron petrifi cados;
durante unos segundos se miraron...- recuerdo que decían no puede ser;
no puede ser; es imposible -. Después lo tomaron de un brazo a John y
durante un largo rato se encerraron en una de las habitaciones. Cuándo
salieron... no sabes... vítores, gritos, aplausos, todo el mundo que lo
palmeaba... ; los padres enloquecidos besándolo y abrazándolo...; en
fi n, un delirio, querida, un delirio.
Margaret está sola en la casa. Ayer a la noche dejó a su hija al cuidado
de su abuela paterna. Dos días atrás ha hablado con John, a siete días de
la desaparición misteriosa de su esposo. El mensaje aún gira entre los
intersticios de su mente: Estoy bien Margaret. Lamento todos estos días
de silencio. Por mi trabajo, fue imposible llamarte antes. Tranquilízate.
Todo va a salir bien. Tengo la promesa de Ellos, lamento no poder de-
cirte quienes son pero espero que después de esto me dejarán tranquilo.
He debido viajar muy lejos para cumplimentar la misión. No puedo
darte más precisiones. Pronto estaremos juntos nuevamente. Cuida a
120
la niña. Te amo.
Desde entonces, desde siempre, conjeturas. Todas. ¿Qué había pasado
con John? ¿Quién o quienes lo habían arrebato de su lado? ¿Y con qué
objetivo? Preguntas por la mañana; preguntas por la tarde; preguntas
por la noche; incluso preguntas durante el escaso sueño- las dosis
de Valium ya resultaban insufi cientes para controlar tanta angustia y
ansiedad-. En medio de tanta confusión sólo una cosa resultaba cierta :
los responsables de esta situación estaban al tanto de los excepcionales
poderes psíquicos de su esposo.
Sabía que formaba parte de una sociedad donde millones de personas
ejercían el metódico y pertinaz trabajo de vigilar al resto de los
habitantes que conformaban la población estable de la gran potencia
de Occidente. Más aún: los vigiladores se vigilaban entre sí. Por
imperio de un sistema perverso, todos se desconfi aban mutuamente:
el FBI, la CIA, la DEA, la Agencia de Seguridad Nacional...; cada uno
de los estamentos de informaciones del estado ejercía un contralor
solapado y oculto, infi ltrando sus respectivos agentes en el corazón
de las restantes organizaciones. Margaret también sabía que cualquiera
podía ser un espía: el dueño de la tienda, el cartero, el recolector de
residuos; la simpática pareja que vivía enfrente de su casa; el repartidor
de leche; el hombre que todas las mañanas pasaba por la calzada
haciendo aerobismo... Infi nidad de veces se había ocultado detrás
del cortinado de la habitación husmeando hacia la calle, con la idea
de ver la típica camioneta con la antena en el techo o el automóvil
desconocido con los hombres de gafas oscuras en su interior. Pero nada
de eso había ocurrido; entonces se dijo que esas cosas pasaban sólo
en las películas. Si la vigilancia no era oculta no era vigilancia. Por
121
otra parte, era consciente que el estado poseía elementos mucho más
efectivos y discretos para llevar adelante semejante tarea. Que ahora
existían satélites de seguimiento personal capaces de detectar todos
sus movimientos, incluso aquellos realizados en su propio hogar. ¿Para
qué llamar la atención con vehículos y personas estacionadas en el
vecindario?
Después de la desaparición de John había tratado de armar el complejo
rompecabezas, desde el mismo momento en que su esposo había dejado
de volver a la casa.
Aquel día - como siempre - él se había marchado hacia su estudio a las
ocho de la mañana. La llamó pasadas las doce del mediodía para decirle
que todo estaba bien y que pensaba regresar no más allá de las dieciocho
horas. Luego el silencio. Durante los últimos días, sólo intentando
elaborar con precisión quirúrgica cada uno de los movimientos de John
a lo largo de la última semana. Día por día. Hora por hora. Tomándose
incluso el trabajo de recordar los detalles más nimios, las palabras más
intrascendentes, los gestos de su cara, sus miradas sentados a la mesa;
las charlas casi religiosas frente al hogar después de la cena; incluso
desbrozando las imágenes de los momentos en los cuales habían hecho
el amor. Pero todo había sido inútil. Ningún indicio, ni el mínimo
elemento esclarecedor.
Ahora está sentada frente al hogar, contemplando sin ver los leños que
arden escupiendo volutas verdes y rojizas.
Llueve. El viento, arranchado, empuja las gotas contra los amplios
ventanales biselados. Del cassette del grabador instalado en la cocina,
le llega you do not cry by me, Argentina, la canción emblemática de la
ópera “Evita” que tanto emocionaba a John.
122
La calle parece ausente. De pronto, el disparador de recuerdos, fi ja una
imagen holográfi ca que se instala frente a sus ojos: John recibiendo un
sobre grande y marrón. Trata de congelar la imagen en su cerebro. No
puede. El cerebro lanza a borbotones retazos dispersos recreados desde
distintos vértices, como tomas ordenadas por un invisible director de
cine: John con una sonrisa caminando hacia la puerta de calle; John
abriendo la puerta mientras el empleado de Fedex le entrega un papel...;
John que lo fi rma; las palabras al viento que no llegan a sus oídos...;
el empleado que sube al vehículo de Federal-Express mientras John
comienza a rasgar el sobre; ella que lo contempla desde el parque
mientras sostiene unos tallos de rosas que ha cortado...
Sintonía fi na. Retrocede. Vuelve al instante en que John abre la puerta;
el holograma del recuerdo hace zoom con la imagen; entonces lo ve : ve
el maldito auto azul de las películas sobre la acera opuesta- semi oculto
por el vehículo de las encomiendas -, con los dos tipos de gafas oscuras
observando todo. Se revuelve en el sillón. El fuego hace universos de
estrellas en medio de pequeñísimas explosiones.
Se lleva ambas manos a la cara. Un esfuerzo más. La cinta del pasado
contiene algunas fi lmaciones aún ocultas. Ella ha venido caminando
hacia la gran sala de recepción. John la mira. Parece nervioso. Ya ha
rasgado el sobre. Otra vez sintonía fi na con la imagen : ve el pequeño
rictus en la boca de su esposo. ¿De qué se trata, John?, pregunta con
naturalidad mientras huele el perfume de las rosas amarillas. ¡Oh, nada
de importancia, Margaret! Papeles de rutina del trabajo...
Ahora percibe cierta impostación insegura en la voz de John. Luego él
que se retira hacia la escalera que conduce a su escritorio y el episodio
que termina allí.
123
¿Porqué- se pregunta ahora-, esa imagen que podría develar parte del
enigma, recién explotaba en su cerebro? ¿Cómo no había reparado antes
en este suceso que entonces le pareció rutinario, a tono con la ortodoxia
de los menesteres hogareños? ¿Acaso tal vez por eso?
De un salto se incorpora del sillón. Ganada por una ansiedad incontrolable,
sube de a dos por los escalones de mármol blanco. Sintiendo que el
corazón le obstruye la garganta, penetra en la espaciosa nave del estudio
de John. A lo largo de estos días ganados por la incertidumbre, varias
veces se había instalado en aquella sala de alfombrado mullido, tratando
de hallar el oráculo esclarecedor. Había hurgado en los cajones del
escritorio y en los anaqueles de la biblioteca sin demasiada convicción,
cierto es. En realidad se había dedicado a investigar prolijamente el
contenido de la PC, consciente que John llevaba un registro minucioso
de sus actividades a través del ordenador. Fichas, páginas Word
relacionadas con su trabajo e incluso una exhaustiva mirada a su correo
personal( ella tenía la clave de ingreso) siempre con resultado nulo.
Esta vez será diferente. Tal vez John no haya eliminado el sobre: el
logo de Fedex no es fácil de ocultar. Otra vez hurgar en los cajones del
escritorio y los anaqueles de la biblioteca sólo que ahora el trabajo de
búsqueda es más riguroso y exhaustivo. Nada. Ni rastros del maldito
sobre. Sólo queda el pequeño arcón que guarda los objetos más preciados
de los padres y abuelos de John. Cartas y viejas fotografías familiares.
Margaret recuerda que lo había abierto unos días atrás aunque no con
demasiadas esperanzas. Ella conoce casi de memoria los ancestros
itálicos de su esposo, los abuelos palermitanos llegados a Nueva York
en la década del 50. ¿Acaso podría haber algo de mafi oso en esta
turbia historia? Los hijos de Sicilia habían emigrado a América con
124
lo mejor y lo peor de su cuño. Lo sabía. Pero el abuelo gozaba de una
trayectoria impecable. Una cadena de cantinas y trattorias que John
había recibido como herencia. Negocios que aportaron y aportaban al
fi sco religiosamente. Claro que una nunca podía saber la fi na tangente
que separaba lo legal de lo ilegal, y menos en un país en el cuál el
propio estado era maestro en el arte de ocultar bajo la alfombra, ciertas
cuestiones non sanctas del poder...
Imprevistamente, el sobre. En el último rincón del arcón, debajo del
compendio de la historia familiar, como soportando todo el peso de la
idiosincrasia ancestral de su esposo.
He aquí algo raro. ¿Por qué John había ocultado en forma tan diligente
la misteriosa carta? Amarga decepción. El no era de ocultarle cosas,
pero esto resultaba irrefutable. Segunda sorpresa: en el interior del
sobre, varios folios con el rótulo Top secret en la portada superior. Al
fi nal, la foto de un hombre cuyos rasgos le resultan familiares. ¿Dónde
había visto esa cara rechoncha coronada por escaso cabello? Demasiada
presión para su cerebro agitado e hiperactivo. Pero está segura que esos
rasgos forman parte de un negativo fotográfi co que por ahora su cerebro
se niega a revelar.
Comienza a leer. Debajo del rótulo, un título: “Algunos prolegómenos
sobre la guerra psíquica, en aras de la conquista del poder mundial”.
Y a continuación, el texto:
“El misterioso pasajero subió a bordo del submarino atómico Nautilius
el 25 de Julio de 1959. El submarino se hizo inmediatamente a la
mar y, durante dieciséis días, recorrió las profundidades del Océano
Atlántico. El pasajero sin nombre se había encerrado en su camarote.
Sólo el marinero que le llevaba la comida y el capitán Anderson,
125
que le hacía una visita diaria, le habían visto la cara. Dos veces al
DIA, enviaba una hoja de papel al capitán Anderson. En tales hojas
aparecía una combinación de cinco signos misteriosos: una cruz, una
estrella, un círculo, un cuadrado y tres líneas onduladas. El capitán
Anderson y el pasajero desconocido estampaban sus fi rmas en la
hoja, y el capitán Anderson la encerraba en un sobre sellado después
de haber introducido dos tarjetas en su interior. Una de ellas llevaba
la hora y la fecha. La otra, las palabras “Muy secreto. Destruirlo en
caso de peligro de captura del submarino”. El lunes 10 de agosto
de 1959, el submarino atracaba en Croyton. El pasajero subió a un
coche ofi cial, que bajo escolta, lo trasladó al aeródromo militar más
próximo.
Algunas horas más tarde, el avión aterrizaba en el pequeño aeródromo
de la ciudad de Friendship, en Maryland. Un automóvil esperaba al
viajero. Le condujo hasta un edifi cio que ostentaba el rótulo “Centro
de Investigaciones especiales Westinghouse. Prohibida la entrada a
toda persona no autorizada”. El coche se detuvo ante el puesto de
guardia, y el viajero preguntó por el coronel Willian Bowers, director
de Ciencias Biológicas de la Ofi cina de investigaciones de las Fuerzas
Aéreas de los Estados Unidos.
El coronel Bowers le esperaba en su despecho.
“-Siéntese, teniente Jones- le dijo-.¿Trae el sobre?
Sin decir palabra, Jones tendió el sobre al coronel, que se dirigió a
una caja fuerte, la abrió y sacó de ella un sobre idéntico, a excepción
únicamente de que el sello no llevaba la inscripción “Submarino
Nautilius”, sino “Centro de Investigaciones. Friendship, Maryland”
El coronel Bowers abrió los dos sobres y extrajo de ellos sendos
126
paquetes de sobres más pequeños, que abrió a su vez. Los dos hombres
en silencio juntaron las hojas que tenían igual fecha. Después las
cotejaron. Con una coincidencia del 78%, los signos eran los mismos
y estaban colocados en el mismo orden en las dos hojas que llevaban
la misma fecha.
“- Estamos en un recodo de la historia-dijo el coronel Bowers-.
Por primera vez en el mundo, en condiciones que no permitían el
menor truco y con una precisión de casi ocho aciertos sobre diez, el
pensamiento humano ha sido transmitido a través del espacio, sin
ningún intermediario material, de un cerebro a otro cerebro. Usted
allí en el Nautilius, teniente Jones, y aquí un tal Smith, un estudiante
de la Universidad de Duke. Usted en el submarino, a 2000 kilómetros
de distancia y a varios centenares de metros de profundidad y Smith
aquí, probaron con precisión asombrosa la posibilidad de que los
cerebros humanos se comuniquen a distancia.
Este acontecimiento científi co asombroso, fue comunicado al
Presidente Eisenhower, dando cuenta de la posibilidad de emplear
el mismo procedimiento en cuestiones militares, en una especie de
guerra psíquica contra la Unión Soviética. (*)
El comienzo de esta historia se remite a un artículo publicado en el
suplemento dominical del New York Herald Tribune, el 13 de Julio de
1958, fi rmado por el gran especialista militar de la Prensa americana,
Ansel Talbert.
Éste escribía: “Es indispensable que las fuerzas armadas de los Estados
Unidos sepan si la energía emitida por un cerebro humano puede infl uir,
(*) Tomado de “El retorno de los brujos” de Louis Pauwels y J. Bergier
127
a millares de kilómetros, en otro cerebro humano... Se trata de una
investigación absolutamente científi ca, y los fenómenos comprobados
son, como todos los producidos por el organismo viviente, alimentados
en energía por la combustión de los alimentos en el organismo...
La amplifi cación... .
Margaret avanza en la lectura. Otros títulos se deslizan ante su vista:
“El fenómeno parapsicológico como arma de dominación” “La
URSS considera la guerra psíquica como campo experimental de
nuevas confrontaciones”. “EE.UU. en la defensa del mundo libre; la
tercera guerra mundial se librará por medios inasibles e invisibles,
sin el empleo de las armas de destrucción masiva”
Al pie de la última hoja, en un recuadro en letras rojas, lee: “Por razones
de seguridad nacional, elimínese este documento”
No quiere seguir leyendo. Repentinamente parece surgir la luz hacia el
fi nal del túnel. El nombre Bowers se acurruca en algún lugar recóndito
de su cerebro. Le suena familiar. “Bowers, Bowers...”, piensa, tratando
de encontrar algún indicio esclarecedor. Pero es inútil. Ya no tiene dudas
que Jonh ha sido tomado por los servicios de inteligencia, llámense
como se llamen. ¿Pero cómo supieron ellos de los poderes psíquicos de
John? ¿De qué manera se habrían contactado con él?
¿Acaso su esposo le ocultó información al respecto? Lo cree improbable.
Sabe que John es transparente. Que peca de ingenuidad. Abierto como
un libro. ¿Pero entonces... ?
El escenario de la fi esta se instala nuevamente en su mente. Trata de
registrar uno por uno los rostros de los invitados desconocidos para
ella : El simpático matrimonio de abogados; la mujer rubia parecida
128
a Marilyn Monroe, sola, aislada del resto de los invitados...; el
comisionado Preston...; el agregado cultural del consulado de Italia...;
el rector de la Universidad; en fi n, toda gente respetable con empleos y
profesiones respetables; claro que en una sociedad donde el espionaje
era la columna vertebral de la nación, todo era posible.
Margaret continúa instalada en la sala de recepción del matrimonio
amigo, mientras los anfi triones le van presentando uno por uno a los
distinguidos invitados. La memoria se esfuerza; rechinan las neuronas
activando todos los componentes químicos de la materia gris, la mielina,
el axón, las dentritas y las sinapsis, se aúnan para conformar la esencia
de la razón y el pensamiento, el numen de la maquinaria depredadora
humana.
Recuerda que el matrimonio amigo hace un culto de la puntualidad; por
eso se ha formado una larga fi la al ingreso de la residencia. Algunas
caras aparecen borrosas; las vestimentas se mezclan, sabe que los
colores tal vez no se correspondan con las imágenes holográfi cas del
recuerdo.
Se ha cerrado la puerta. Todos los invitados se han repartido a lo largo
y ancho del espacioso parque. Los sones de la orquesta de cuerdas
transitan por los invisibles corredores del espacio cargando el aire
con los decibeles musicales de Mendelssohn. El inglés del poblado de
nombre difícil, se hace pentagrama a través del Sueño de una noche
de verano.
Transcurren quince o veinte minutos. Mientras los invitados van
tomando asiento para asistir a la ceremonia - John se ha desprendido
y charla animadamente con un hombre de negocios- ella ha ido con
su amiga hasta el cuarto donde la hija recibe los últimos retoques. “Es
129
el día más feliz de mi vida, Margaret” le susurra Beatrice, y siente el
abrazo de su entrañable amiga. Las imágenes se han tornado morosas;
cuadros tras cuadros van desfi lando por su mente como si intuyera que
el hilo de Ariadna está a un paso de ser tomado entre sus manos. Alguien
reclama por micrófono a los anfi triones. Las corcheas y las fusas, nacen
y mueren en el aire impregnado de perfumes. Ella avanza hacia el
verde césped tomada del brazo de Beatrice. Suena el timbre. Alguien
asoma la cara por el ventanal que da al jardín. “¡Bowers!, lanza Beatrice
mientras la arrastra de la mano hacia la puerta. Su amiga franquea
la entrada. Aparece un anciano, de ojos particularmente azulinos y
mirada penetrante. Lo acompaña una bella mujer. Beatrice se abraza
largamente con ambos. Luego se da vuelta y la mira.”Ella es mi mejor
amiga, Margaret. Querida, la señora Loisa Keaton y el sinvergüenza de
William Bowers, su esposo. No creí que vendrían. ¿Sabes? William es
un viejo amigo de mi infancia, un alto militar retirado que se ha venido
desde Friendship para estar en este momento especial de mi vida”.
Presiente que el Bowers del relato se corporiza en las imágenes del
pasado reciente. De todos modos, si bien cierto es que condicen el
nombre y el cuartel, no puede creer que se trate de la misma persona.
Demasiada casualidad. ¿O causalidad? La nota que hace referencia al
coronel de la experiencia psíquica, contiene una fecha precisa: Julio de
1959. Ha transcurrido más de un cuarto de siglo desde entonces. Sin
embargo, coinciden nombre, alto rango, e incluso el coto geográfi co
aludido en la nota. Tal vez debiera llamar a Beatrice.
Piensa en John.
Enciende un cigarrillo. El silencio de la casa la traspasa. Se suma al
silencio ominoso que llega del exterior. Es las seis de la tarde. Las
130
primeras sombras invernales y los juegos electrónicos han sacado a los
niños de la calle. Sabe que es la hora de los orgasmos clandestinos,
de los orgasmos vírgenes, y también el de los orgasmos rutinarios y
cansinos derivados de la ingesta rutinaria de tantos psicotrópicos.
Piensa en John.
Ya ha conectado la alarma y ha pasado los cerrojos a las puertas
reforzadas de su casa. Es la hora del miedo colectivo.
Como todos - desde el Presidente hasta los millones sin techo que
viven de la caridad pública cada vez más escasa; desde los hombres
y mujeres que se mueven a esas horas en los transportes públicos,
hospitales e iglesias; desde los pequeños y los grandes comerciantes;
desde los presos de las cárceles y sus carceleros; desde los vagabundos
y los delincuentes que pululan por las calles desiertas en busca de otras
víctimas - ella también padece el miedo generalizado y de rutina.
Piensa en John.
Siente la ausencia masculina.
Con ambos pulgares, presiona la cuenca de sus ojos tratando que la
imaginación haga viva en la estancia silenciosa, la presencia holográfi ca
del hombre que ama.
Los ladridos del doberman de su vecino contiguo golpean sobre sus
tímpanos como golpes metálicos descargados por un martillo invisible.
La imagen se desdibuja en medio de grotescos retazos de restos
corpóreos y prendas de vestir. Una vez más se dice que debería llamar a
Beatrice. ¿Y si el Bowers de la fi esta fuere el Bowers del relato?
Piensa en John.
Tiene la impresión de que algo está por suceder. Cree percibir entre
los miasmas del aire los sonidos entrecortados de una voz humana.
131
Ya no tiene dudas: su esposo está tratando de establecer una conexión
telepática. Emisión y recepción. ¿Pero será ella una buena receptora?
Recuerda que en tono de broma, él siempre le decía que podía leer sus
pensamientos. Y siempre acertaba. Por ejemplo, si estaba receptiva para
el amor o cuándo la libido sexual se llamaba a reposo.
Se maldice de no haberlo intentado antes.
Piensa en John.
Trata de liberar las neuronas del pensamiento. Intuye que ellas
podrán hacer el milagro. Y el milagro se produce; después de todo -
como química - bióloga, sabe que somos la resultante del compuesto
interestelar del Universo.
A través del éter, la voz de John comienza a instalarse en su cerebro:
“lamento la tardanza querida Margaret, pero no pude ingresar antes
en tu pensamiento. No estabas receptiva. Además, Ellos me controlan.
Sólo puedo decirte que soy parte de una maquinaria militar temible para
lograr el control del mundo por medios psíquicos. Se trata de modifi car
la propia ideología de nuestros enemigos manipulando la acción de sus
voluntades. Hace años que trabajo en esto. Nunca antes te lo confesé por
razones de seguridad. Pero ahora está en juego nuestro futuro y el de
nuestra amada hija. Y también- debo admitirlo- está en juego la seguridad
nacional. O somos nosotros o es el enemigo; enemigo que también utiliza
los mismos recursos aunque sabemos que lo hacen en una escala inferior
a la nuestra. No estoy solo. Somos un grupo de soldados del psiquismo y nos
hemos instalado en la propia red neuronal de nuestro enemigo excluyente,
sin que éste lo sepa. Dentro de poco, la humanidad será sacudida por una
132
noticia que la paralizará. Para entonces, habremos logrado la hegemonía
política absoluta. Me están llamando. Cuida a nuestra hija. Te amo”
Piensa en John.
Tiene la sensación que un alfi ler invisible ha comenzado a pinchar
cada una de las palabras del mensaje telepático; al fi nal, apenas
audible, percibe una vaga referencia a la fotografía del arcón. Presiente
que el mensaje encierra una clave. En un último arrebato, estruja su
pensamiento como si su cerebro fuere una esponja capaz de retorcerse.
Pero es inútil. Las sinapsis neuronales la han devuelto al patrón de sus
códigos genéticos.
Piensa en John.
Ahora la lluvia es un aguacero furioso y gime como una sinfonía lúdica
entre los intersticios de puertas y ventanas. Se levanta. Como una
autómata, asciende los escalones de carrara, el mismo mármol blanco
que alguna vez inmortalizara el genio de Miguel Ángel. Está otra vez
sobre la mullida alfombra. El fantasma holográfi co del hombre que ama
la ha seguido hasta allí y ahora siente su inasible presencia en cada
rincón de la silenciosa sala.
Piensa en John.
La mano abre el arcón como si abriera una caja de Pandora. Intuye el
secreto como una manifestación tenebrosa del espíritu humano. Homo,
homini lupus est, siempre el hombre contra el hombre.¿Era acaso Dios
el demonio? ¿O acaso el demonio se había convertido en nuestro Dios?
En todo caso, la existencia misma parecía ser un juego de perversidades
que tenía al hombre como eje de un proyecto apocalíptico. Debería
llamar a Beatrice. Bowers parecía tan encantador... El mal es sin duda
el más perfecto camaleón. Capaz de mimetizarse incluso en un ángel de
133
la luz. Todo parece ser una trampa gigantesca.
Piensa en John.
La foto está otra vez en sus manos. Ha visto ese hombre en algún lugar
pero el maldito mecanismo de su memoria se niega a revelar el negativo.
Vuelve al memorando secreto. Los títulos de sus páginas saltan entre las
aristas cerebrales: “Hitler era un médium” “Los nazis, pioneros en la guerra psicológica.” “ El fracaso de Vietnam”. “Terrorismo: la amenaza futura”. “Hacia la conquista del aparato político del Soviet”. Se detiene. Piensa en John y de alguna manera, siente que John piensa
en ella. John arrastra el índice de su mano hacia un pequeño título en
negrita: “El objetivo supremo. El hombre a conquistar”. Ahora la memoria ha soltado la imagen del pasado como una catapulta
en el momento de arrojar la gran piedra. Piensa en John. Piensa en
Bowers. Piensa en su hija. Siente de pronto que se instala en ella toda la
angustia colectiva de la raza. Lee el nombre que descifra el enigma de
la foto: Mijail Sergueijevich Gorvachov.
137
-Che, gallego... pero vos resultaste un sadomasoquista...
Alonso Lama enciende el primer cigarrillo de la noche. Lo vuelve hacia
él y observa el rojizo resplandor del tabaco ardiendo.
- Tenés razón Pedrito. Debo tener algo de eso, pero sabés qué pasa...
¡hace 20 años que no tenemos una puta charla política, carajo!
¿Qué querés? ¿Hablar de boludeces?
-No, no; tenés razón gaita. Dale, dale...; vos sabés que me pasma
charlar de política ; lo que pasa es que yo estaba convencido de que
estábamos caminando hacia una esperanza cierta. Por eso me metí con
los piqueteros...
Ambos golpearon sus copas al unísono.
- Después me gustaría que me cuentes tu experiencia en ese asunto de
los piquetes. Por eso estoy aquí. Los de Madrid quieren saber de que
mierda se trata... Incluso no estaría nada mal hacerte un reportaje.
Me imagino que formás parte de la dirigencia...
-Hasta ahí nomás Gregorio; en realidad quise mantenerme siempre en
una segunda línea. Estoy bien con todos pero yo quiero mantener cierta
independencia para plasmar mis propias ideas. Pero ya vamos a hablar
de eso; ahora me interesa que sigas con lo tuyo. Me interesa de verdad
eh. Siempre te dije que con vos aprendo cosas...
Alonso Lama aprieta cálidamente uno de los brazos de su amigo.
-Está bien... sigo. Como te dije, estoy preparando un ensayo respecto
al futuro mapa político mundial. He tomado como eje del trabajo, la
generalización del terrorismo a escala mundial; pero sobre todo, el
138
papel que juegan y jugarán esos monopolios de la información a los que
estamos haciendo referencia. Respecto al terrorismo... tengo la jodida
sospecha de que los que tienen la sartén por el mango, en algunos casos
lo fomentan – me refi ero a los atentados- ; vos dirás
que boluda locura dice el gallego... Pero ojo, Pedro, mientras lo puedan
controlar, es un arma formidable que les permitirá recortar en benefi cio
propio, casi todas las libertades individuales. Durante mucho tiempo, la
política se sirvió del poder económico para consolidar el absolutismo;
pero hoy es diferente...
-El inmenso poder económico representado por oligopolios y monopo-
lios, se sirve del poder político para consolidar el dominio...
-Totalmente de acuerdo. La verdad que no suena a algo descabellado.
El egoísmo marca el derrotero humano; en unos más que en otros. Lo
que pasa es que en esos que tienen la sartén por el mango como vos
decís, el egoísmo es feroz; de alguna manera, esos hijos de puta han
sido programados por la naturaleza para no llorar ni sobre el sufrimiento
ni tampoco sobre la sangre ajena, ¿no? Para ellos, la única patria es el
poder y el dinero.
-Así es, hermano; así es. ¡Si habremos hablado en el Tokio sobre esto...
¿Te acordás...? Y con respecto al asunto de la enorme infl uencia de los
medios, la televisión está haciendo punta. Mirá... yo veo la cosa
de esta manera. A lo largo y ancho de Occidente, la tevé se ha convertido
en el moderno pan y circo de los romanos. Hace poco estuve leyendo un
informe de la Unesco. ¿Sabés cuántos aparatos existen en el mundo?
139
-Ni idea, che.
-¡Más de mil millones! Hagamos un cálculo sencillo. Pongamos tres
espectadores por pantalla ; no podemos decir cuatro o cinco porque por
ejemplo, en Estados Unidos ya tienen más de un aparato por habitante.
Además, en esta estadística, los países musulmanes no occidentalizados
no participan; vos sabés que los tipos –pese a las críticas recibidas y a las
que podemos hacerle a cierto fundamentalismo religioso, - yo creo que
han actuado con mucha inteligencia. Por eso la programación televisiva
pasa por un estricto fi ltro de orden moral. La tienen clara; saben que es
un veneno tanto o más pernicioso que la droga... Pero...en fi n, como te
decía: a tres o cuatro por pantalla tenés cerca de cuatro mil millones de
teleespectadores sentados frente a la caja boba... ¿Cuánto...? ¿Seis horas
por día...? ¿Ocho...? Diez horas por día...? Tal vez me quede corto
porque yo sé de casas dónde está encendida desde la mañana hasta altas
horas de la noche; es tan grande su infl uencia, que en algunos casos,
hay gente que la enciende sólo para sentir su compañía...
-Es cierto, gallego; es cierto lo que estás diciendo. Mientras hablabas
me acordé de algo que me pasó hace un par de semanas. Había tomado
el 136 en Morón para ir a Liniers ; sé que el colectivo es más caro pero
no me banco el tren. Y sabés lo que me llamó la atención gallego?
Desde la altura de la estación Haedo hasta el puente de la General Paz
– no sé si vos te acordás de ese tramo....
-Sí me acuerdo; claro...
-Bueno hermano ; ¿sabés que descubrí? Que uno de cada dos carteles
140
– y ojo, no sé si no me quedo corto –son propagandas de productos
televisivos; de cable y de aire eh. Pero creo que más de cable ¿viste?
-Bueno...eso que decís está en directa relación con el tema...
-Pará, pará...me falta otra cosa; después trato de no interrumpirte más.
Me acuerdo de mi tía Felisa. ¡Es así como vos decís! Todo el día la
tele encendida ¿viste? Y para colmo, tienen una en el comedor, otra en
la pieza de los chicos y otra más en la habitación matrimonial que la
prenden cuando se van a acostar. Que lo parió, che, falta que metan
una en el baño para mirar tele cuando van a cagar, carajo....
-Mirá...la televisión no sé, pero que va a llegar el día que te van a
meter un visor en el ñoba para vigilarte- te acordás que Orwel lo da
como un hecho en su novela?-. Bueno, de eso no tengo dudas. Para
colmo, aunque parezca lo contrario, la puta televisión es el más
antidemocrático de los medios. La radio es más democrática; por
aquello de las FM localistas digo... Pero fi jate que con la televisión, la
cosa es muy diferente. El rico, el de clase media alta y el de clase
media común, tienen en Directv o el cable, la posibilidad de acceder a
un nivel de programación superior – yo no voy a ser tan boludo de no
reconocer que existen cosas muy valiosas en televisión sobre todo si
uno tiene la capacidad de manejarla; -privilegio del cual es privado al
pobre. Para el pobrerío tenemos los abundantes teleteatros de la tarde
para que millones de mujeres condenadas a vivir y morir en la
marginalidad, puedan pajearse mentalmente todos los días con los
galanes que siempre son preciosos, nunca un tipo feo o común como
nosotros che. Te reís... - Alonso Lama no puede sustraerse a la risa
141
contagiosa de Ramírez- . Uno se ríe pero esto es mucho más perverso de
lo que imaginamos. Trato de redondear. Entonces, a millones de mujeres
– perdón, y no sólo mujeres porque el drama es que la ignorancia hace
que sus propios hijos participen de esa mierda general...
-Me acuerdo cuando íbamos a las villas a alfabetizar...¿ Te acordás que
cuando nos aparecíamos por las tardes las minas no nos daban bola
porque estaban emputecidas con los teleteatros?
-¿Y qué te estoy diciendo negro? ¡Drogas de imágenes! Drogas
generalizadas; el acceso a una fábrica de ilusiones confesas unas e
inconfesables otras; una fábrica que alimenta diariamente los sueños
de una vida que no tienen ni tendrán jamás, porque ojo Pedrito, no sólo
les queman las neuronas con la idea de amores prohibidos que forman
parte de la condición humana. Lo más jodido es que con esos programas
y con las boludeces generales que le siguen metiendo por la noche, esa
droga forma parte de un contenido de alta política en tanto y en cuánto
les roba tiempo y neuronas para pensar en los problemas reales. ¿O
no? Y esto es así en todos los países emergentes, aunque te digo una
cosa: España misma no se salva de esta mierda en envase de lujo. Pero
la cosa sigue: programas infantiles donde la violencia es el eje de los
argumentos; muy lejos de la frescura y la inocencia de los programas
que consumíamos en la década del 50 e incluso del 60. Los programas
cómicos en general – hoy con Video - Macht a la cabeza, con lo poco
que he visto me basta y sobra- son, para mi gusto, un asco: procaces,
chabacanos, siempre con el doble discurso de bastardear lo sexual, o
142
buscar generar la risa ridiculizando a pobres tipos que son tomados a la
chacota mediante bromas infames.
Mirá si la televisión estará endiosada sobre todo por la gente de
condición social baja, que las propias esposas de los tipos tomados para
la joda en los programas de Tinelli, son cómplices de las mismas, y con
tal de salir en la tele, ¡no les importa poner al propio marido al borde de
un colapso! No... si es de locos, che. Y el drama Pedro querido, es que
la televisión forma cabezas, las modela con una precisión de relojería
y con una infl uencia mucho más grande que la que nosotros teníamos
con los libros, ¿te das cuenta cuál es el drama?
-Bueno, che..., tampoco hay que cargar las tintas ; no es todo mierda,
gallego. Aún en esa televisión abierta tan cuestionada, hay algunos
ciclos unitarios que realmente tienen calidad. Y también algunos
dignísimos programas de canal siete... para los otros... el despreciado
patito feo de la televisión
-¡Pero claro que sí, Pedrito! No soy un estúpido para no darme cuenta.
¿Pero cuánto representa esto en la programación general? ¿Cuánto?
Una, dos horas de honradez artística contra el resto que es pura mierda.
-Estuviste genial, gallego- ¿Pero cómo pudiste hacer una radiografía de
nuestra tevé estando en España...?
- Es que hay muchas cosas que no sabés, hermano. Me quedé un
tiempo en el 84; volví en el 89 con todo el kilombo... después estuve en
el 93 y en el 97. Lo más reciente lo he descubierto desde las tres
semanas que llevo aquí; hay momentos que no sé qué carajo hacer y
143
me lo paso investigando las producciones que nos mandan de allá. A
propósito... yo sabía que vos te habías venido antes del 84 para quedarte
defi nitivamente. Aprovecho para decirte que durante un tiempo largo
te anduve buscando como un loco. A vos...que sos el rey de las
mudanzas
-Veintisiete tengo ya...
Alonso Lama se atora con su carcajada.
-Veintisiete mudanzas...! ¿Pero qué hacés Ramírez?¿Te rajan los
vecinos...? Cómo carajo te iba a encontrar... Te hice un seguimiento
hasta el 97. Seguí tu rastro durante 4 mudanzas y después... como si
la tierra te hubiera tragado. ¡Ramírez y sus mudanzas! Por eso te decía
que no toco de oído con respecto a nuestra bendita televisión.
Además... como te dije : Te puedo asegurar que me puse al tanto de todo
lo nuevo. Mirá hermano : esta mierda que está ahí, se ha convertido en
una máquina de generar boludeces que no son inocentes.
¡Bienvenida sea para aquellos que lo controlan todo, incluso el
pensamiento! . Vos leíste a Mc Luhan como yo, viejo. Pero el canadiense
se quedó corto. Creo que no llegó a entrever el extraordinario poder
generado por la manipulación de imágenes.
Gubern...¿sabés quién es Gubern, no?
-¿El catalán ...?
-¡Exacto! Bueno... el catalán sostiene que las imágenes no son neutrales.
Ojo con esto eh... Estudios científi cos serios prueban que la palabra
escrita ha cedido al sonido, pero fundamentalmente a la imagen, el
privilegio de ser en la actualidad, uno de los factores de mayor infl uencia
para controlar la voluntad del individuo. Escuchá: en 2000 estuve en
Madrid en un congreso periodístico. Conocí a un gallego que es profesor
144
en la Cátedra de Ciencias de la Información, en el famoso MTI. ¿Sabés
de qué hablo, no?
- Sí... el Instituto de Tecnología de Massachuset
-Bien, bien, Pedrito. Bueno... este paisano me dijo que los yanquis
están trabajando activamente sobre un programa altamente secreto
sobre la incidencia de las imágenes en las acciones volitivas. Que dicho
programa forma parte de la tercera etapa de un proyecto llevado a cabo
por las fuerzas armadas cuyos primeros ensayos tuvieron lugar en la
década del 50. Fijate de la época que estamos hablando...
-En plena guerra fría.
-Así es Ramírez. Parece que por entonces se realizaron experimentos
de telepatía, cuyos resultados serían utilizados en acciones de guerra
písiquica contra la Unión Soviética.
-Ahora me explico lo de tu cuento... ¡Top Secret! Guerra psíquica....
- Así es. ¿Te dije que el cuento está basado en hechos reales, ¿no?
-Sí, sí...
-Bueno... todo está en relación con estos experimentos que tanto les
gusta a la gente del Pentágono. Parece ser que ante la espectacularidad de
los resultados... para..., tengo que acotarte que una de las conclusiones,
fue que el cerebro humano está concebido para descifrar todas las
coordenadas generadas por las imágenes. ¿Entendés cuál es la cosa?
En la genética, el eje de nuestra percepción del mundo y de las cosas,
tiene raíces relacionadas con las imágenes mucho más que con los
sonidos. Por eso hablo de un plan siniestro, concebido desde una central
de inteligencia. Esto, según mi amigo, explicaría porque soñamos
generando imágenes, y porque el misterioso mecanismo que las genera,
convierte nuestro cerebro en una verdadera factoría cinematográfi ca.
145
Bueno...pero acá me estoy metiendo en otro terreno. Gubern sostiene
que las imágenes no son neutrales... ¿Te das cuenta dónde está el
peligro? Cuántos más programas boludos consumimos diariamente, más
seguiremos garantizando este orden de cosas en benefi cio de quienes
tienen la manija. La consigna es : ¡No dejen que el hombre piense por
sí mismo! Y la televisión querido Pedrito, no nos invita precisamente a
desarrollar un pensamiento independiente. Enrique Rojas - prestigioso
psiquiatra- ha señalado que esta cultura postmodernista donde la imagen
es el eje, ha producido -y esto es textual- “un hombre escasamente culto,
pasivo, entregado siempre a lo más facil: apretar un boton y dejarse
caer, porque todo se reduce a pasto para sus ojos”. Insisto con una
cosa: El homo sapiens o symbolicum está perdiendo su capacidad de
discernimiento en aras de un nuevo sujeto: el homo videns, o sea, el ver,
el ver, Pedrito, prevalece sobre el hablar. Todo lo que la pantalla muestra
importa mas que las cosas dichas con palabras. Este nuevo engendro
humano, según un tal Sartori, especialista al que consulto para mi
trabajo, se caracteriza por responder casi exclusivamente a los estimulos
visuales. ¿Te das cuenta lo que trato de decir? Es toda una concepción
de la vida que está a punto de desintegrarse. Este nuevo homo videns
se está haciendo insensible a la lectura, a los estímulos que produce el
saber transmitido por la palabra escrita. ¿Moraleja? En un cuarto de
siglo, no mucho más, los lectores se habrán convertido en verdaderos
dinosaurios. Y entonces, para qué carajo se van a escribir libros si no
habrá lectores para consumirlos... Seamos realistas Pedrito: el libro de
alguna manera fue siempre el reaseguro para que el imperio no nos
cague más de lo que nos caga. Entonces, si vos le quitás al individuo
la posibilidad -lectura mediante- de abstracción, de análisis de crítica y
146
por ende de comprensión para diferenciar entre lo verdadero y lo falso,
estos hijos de puta que quieren un mundo de masas amorfas cuyo único
y supremo objetivo es y será el de utilizar sus capacidades como medio
de producción, terminarán por cogernos y sin vaselina, ¡Sin vaselina,
Pedro! Total, amén de la materia gris que les sirve para imponer este
plan de dominación absoluto, tienen también los idiotas útiles que
participan de la mierda generalizada obnubilados por la frivolidad y la
rentabilidad a cualquier precio. ¡Pero es así, negro! Estamos en medio de
una decadencia lamentable. Incluso para aquellos que creyeron durante
un tiempo que Internet era una panacea para el espíritu, ahora estamos
viendo cómo, con la proliferación de los ciberjuegos, ya empezamos a
cagar desde muy pibes a las futuras generaciones. Ni más ni menos.
-Es cierto, gaita.. la verdad que esos lugares son tenebrosos. Una vez
acompañé a un sobrino mío de sólo 10 años y me quedé loco con los
juegos que manejan. No me acuerdo el nombre de uno... no sabés, de
terror, che. Creo que era una especie de asesino serial al cuál perseguía
la policía. ¿Y quién hacía de asesino virtual?
-¡Tu sobrino...!
-Exacto. Pero es algo infernal gallego. El asesino- o sea, mi sobrino-
entre otras lindezas, arrollaba con un auto a una mujer y su pequeño
hijo, se ve cuando salta la sangre sobre el parabrisas y mi sobrino ...
¡como si nada! Las manos crispadas a una especie de volante, los ojos
saltones... no, cosa de no creer...
-La pregunta del millón es: ¿qué clase de ciudadanos estamos forjando
con la proliferación de estos juegos? Por eso que cuando yo te hablaba
del explosivo asunto de la estudiada agresión de las imágenes, no es una
147
cosa menor. Pero andá a quejarte... todos los medios se te van a echar
encima, tildándote de retrógrado cuanto menos. Por eso prolifera cada
vez más esta decadencia cultural, Pedrito. Desgraciadamente, la falta
de un proyecto de nación permite el fomento y la proliferación de estos
engendros increíbles, que siempre se instalan en nombre de la libertad
de comercio. Forma parte de un drama más jodido que la jodida deuda
externa. ¿Escuchaste lo que dije, no?
-Sí... más jodido que la jodida deuda externa. Yo lo comparto.
-Y la puta desgracia es que la clase dirigente que tendría que controlar
que la mierda no nos inunde, parece estar en otra. Y así nos va... Además,
este tema de las libertades irrestrictas de los medios audiovisuales, no
hace de nosotros una isla. Es parte de la mierda mundial que condiciona
su funcionamiento en casi todos los países, salvo, por ahora, en China,
en cierta medida en los países nórdicos, y, por supuesto, como te dije
antes, en las naciones árabes musulmanas no occidentalizadas, donde
aún estos medios están en manos del estado; a los árabes podremos
criticarlos por muchas cosas, pero hay que reconocerles que siempre han
procurado defender los altos conceptos morales que ilustran el Corán,
y se han cuidado de no recibir nuestro tan pregonado progreso, esa
mierda de las inmoralidades que tanto condiciona la vida en Occidente.
Resumiendo, y para terminar con este tema... en el área local, quienes
conforman el lado de las excepciones, no cortan ni pinchan en las
decisiones de la programación central de los canales. Entonces, vos
tenés: los inteligentes que hacen uso de ciertos programas para fi nes
estrictamente personales; pero también tenés a los descerebrados;
148
los tilingos de todo tipo; los frívolos, ordinarios y chabacanos que
conforman un subgrupo, aliado desde hace poco con toda clase de
travestidos, putos, putazos, putas, reputas, lesbianas ¡y la puta madre
que los parió a todos!
Ramírez comienza a reír frente al discurso infl amado de su amigo.
-¡Pará gallego, pará! ¡Parecés el presidente de Dios, Patria y no sé qué
carajo era lo otro...!- acota en medio de incontrolables carcajadas.
-Dios, Patria y Hogar... - pontifi ca Alonso Lama, y a continuación,
también se larga a reír de manera divertida-. Sí..., reconozco que en
esto de los homosexuales de toda laya, tengo un discurso casi de enano
fascista.
Observa durante unos segundos el líquido rojizo que baila entre las
paredes de su copa.
-Y... cierto tufi llo reaccionario parece evidente.
-Y bueno... no todo es perfecto. Pero yo no tengo nada personal contra
ellos. Lo que me molesta es que se los esté tomando como modelos
de éxito, íconos a imitar. Y en un mundo donde la imagen fi ja los
parámetros sociales, el tema es de cuidado. Si algunos creen que la
sociedad a aspirar es aquella en la cual proliferen los matrimonios
entre homosexuales o lesbianas, les recomendaría repasar un poco la
historia. Y la historia dice- y vos de esto estás tan informado como yo
-, que la decadencia de todas las grandes civilizaciones comenzó con el
libertinaje sexual.
-Es cierto; pese a que en Grecia y en Roma ...
-...la homosexualidad no era condenada. Y es cierto. Pero lo que no se
149
dice es que la homosexualidad formaba parte de círculos sumamente
reducidos, generalmente conformado por artistas e intelectuales y
parte de la clase gobernante. El ciudadano común no era afecto a esas
prácticas; sin embargo, en la actualidad- y he aquí la luz de alarma-
en Inglaterra, las estadísticas dicen que uno de cuatro ingleses tiene
prácticas homosexuales como norma de vida.
-¿Uno de cada cuatro, gallego?
-¡Uno de cada cuatro! Sí señor... Y aquí... parece que ya estamos en uno
cada diez.
-¿Uno de cada diez...? ¿Tres millones y pico...? ¡Carajo que hay
homosexuales!
Alonso Lama se encoge de hombros enarcando las cejas.
-Y... si las estadísticas no mienten... Fijate cuantos salen a la calle a
festejar el día del orgullo gay...
-¿Entonces...?- Ramírez contrae la cara.
-Entonces, Pedrito, que nada es casual. Cada cosa forma parte de un todo.
Me vino a la memoria Ingenieros. ¿Vos leíste “Las fuerzas morales”?
-Sí... tenía 20 años; y también, “Hacia una moral sin dogmas”. El
paradigma de la idealización.
-¿Qué haría hoy José Ingenieros a la vista de esta decadencia?
-Se suicidaría a lo bonzo o se pegaría un tiro en las bolas. ¿Pero cómo
llegamos a esto, gallego? ¿O es que antes no había putos ni lesbianas,
carajo?
-Había, Pedro. Había. Siempre hubo. Imagino que desde los albores de
la sociedad. ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara...?
150
-No... es que quiero preguntarte cuál es tu idea respecto a la homose-
xualidad.
-Que pienso...¿en qué sentido...?
-Sí... por qué se da...
-Bueno...una cosa es la homosexualidad producto de una decisión
volitiva, y otra muy diferente, la derivada de una equívoca falla
genética.
Ramírez mira a su amigo con una mueca de sorpresa.
-Yo entiendo que todavía no está probado el tema de la falla genética.
De todos modos... esto de lo que es natural y lo que no, me suena a
nazismo; los nazis también determinaban lo que estaba bien y lo que
estaba mal dentro de la naturaleza, ¿o no?
-No, no, no; nada que ver lo que decís. En su morbosa idea de
superioridad racista, los nazis eliminaban a los tullidos físicos y
mentales, sencillamente porque no podían admitir su existencia. Creo
que lo hacían – más allá de su dogmatismo político- porque las taras
físicas o mentales de los otros, les recordaba en forma permanente
nuestro origen imperfecto. Y para la idea del pangermanismo, eso era
sencillamente inaceptable. Es algo muy diferente de lo que yo estoy
hablando, Pedro. A ver...dejame... - Alonso Lama comienza a mover las
manos como si modelara una virtual fi gura de arcilla -. La idea es ésta:
sin amor, el sexo es rengo, y sin sexo, el amor también, ¿sí...?
El piquetero alza los hombros; casi enseguida los deja caer fl áccidamente
a lo largo de la prolongación natural de su cuello. Luego junta los dedos
de su mano derecha en una señal inequívoca de perplejidad.
151
-Qué hablo..., ¿en chino, carajo? Lo que trato de decir es que el pene y
la vulva...- vamos a ser un poco fi nos para hablar Ramírez-; el pene y la
vulva no fueron puestos por Dios sólo para cumplir el sagrado mandato
de creced y multiplicaos. ¿Todavía no está claro?- esta vez Ramírez
alza los hombros casi imperceptiblemente-. Mirá Pedro...vamos a dejar
que el espíritu controle por unos momentos nuestros pensamientos.
En nuestra imperfección, en nuestro corto y doloroso derrotero, la
naturaleza o Dios- cada uno elige- nos ha dotado de un alma capaz de
captar y discernir el complejo mundo de los sentidos, por otra parte,
sentidos grabados a fuego en nuestras neuronas. Uno puede preguntarse
con qué objeto... No sé vos, pero yo estoy convencido que la fi nalidad es
la de hacer más viable nuestro trámite de sufrimiento existencial.
-¡Ahora sí que estás en fi lósofo de alto vuelo, gallego!
-¡Vamos todavía...! Me hace recordar a mi corta pero intensa experiencia
como profesor. Pero sigamos con el trámite. A ver si soy capaz de
redondear la idea. Veamos...aquí tenemos- dibuja un círculo en el aire-
inmanencia y materia; alma y neuronas, secuencia indisoluble ligada
al sentido de la existencia. Ahora bien, si Dios hubiera imaginado para
nosotros la sola de idea de la reproducción aséptica, no hubieran sido
necesarios el pene y la vulva, por ejemplo.
-¿Otra vez con eso, gallego?
- Sí..., otra vez carajo. Pero no es gratuito. Prestame atención, concentrate
Pedrito : ¿cuáles son las herramientas que tiene el ser humano para paliar
la idea aterradora frente a la muerte? ¿Respuesta? La sublimación activa
de todos los sentidos; sentidos creados fundamentalmente para generar
152
el placer - y escuchá bien esto, Pedro: en una conjunción suprema de
todos los sentidos, el paradigma está ligado al acto de amor entre un
hombre y una mujer. ¿Moraleja? Que la vulva y el pene están en nosotros
para algo que trasciende el propio acto de la procreación. ¡Que no son
gratuitos carajo! Por lo tanto, homosexualidad y lesbianismo, pueden
sí, ser parte de la libertad humana de decidir, pero generalmente, son la
resultante de una diferencia genética si asumimos que la vida tiene un
sentido, creación mediante, claro.
- Todavía no entiendo por qué el hombre y la mujer no pueden decidir
cómo coger libremente.
-¡Paaaa! Por un ratito estábamos siendo académicos... y vos ya le
metiste el brulote de la vulgaridad. Yo no digo que no podamos decidir
lo que nos plazca; de hecho, el libre albedrío es una opción que nos
fuera regalada como un don único.
-¿Entonces...?
- Pero Ramírez querido...; una cosa es la cuestión espiritual y otra muy
diferente saltar la cerca de nuestro propio universo como especie. Vos
sabés tanto como yo, que la familia es la sublimación de un sentido de
pertenencia derivado de la tribu prehistórica; que psicólogos y sociólogos,
condicen en que los roles defi nidos de padre y de madre -amén de los
afectos- hace que los niños – en tanto hijos - se desarrollen sin cicatrices
en el alma; claro, hablamos de una base familiar mentalmente sana...
Esa es la naturaleza de las cosas fuera de toda especulación fi losófi ca.
Ahora bien... aún admitiendo a regañadientes que cada uno elija cómo
quiere hacer el amor- dejame ser fi no Ramírez-, el problema real es que
153
el fi n ulterior de esta postura- y he aquí el drama real- es que quienes
promueven la homosexualidad en cualesquiera de sus manifestaciones,
están bregando por una elección de vida cuyo objetivo de máxima,
aún cuándo ese grupo no lo tenga concientizado, será la conformación
de una sociedad que acepte la legitimación de los matrimonios entre
componentes de un mismo sexo, lo cuál no es moco de pavo ni
mucho menos... Seamos más prácticos entonces; si la idea es forzar
los principios y la ética en nombre de un mal entendido sentido de la
libertad individual, hagamos tabla rasa con los valores espirituales que
nos elevaron por encima de las bestias, y abjuremos de la moral como
estamento de sujección social. Y ojo... antes que me digas que a veces
la moral es una entelequia de hipocresía, no seamos tan cínicos en no
reconocer que pese a todas sus fallas, sin la misma, hace rato que todos
nos hubiéramos hecho mierda. Enterremos cien o quinientos siglos de
evolución... ¡y cosa juzgada!
-Bueno...me parece que estamos exagerando che...
-Exagerando las pelotas...! Eso forma parte del discurso de los que nos
llevaron a este estado de cosas. Es toda una defi nición de vida que está
en juego. Mientras tanto, a través de las imágenes de la pantalla de tevé
y la de la otra pantalla porno de Internet, el piberío que se está formando
recibe en forma subliminal o directa, de la misma manera con la cual
el amarillismo de nuestra tevé, trata las noticias sobre la violencia
delictual generando émulos de la misma detrás de la pantalla, también
le meten en millones de cerebros en formación, la idea de que ser gay es
de onda como dicen ellos - y ojo, con el agravante de que además se lo
154
emparenta con el éxito -. Con estos parámetros, Ramírez, la mutación
biológica y cultural del homo sapiens será un hecho irreversible a
mediano o largo plazo. Perdoname pero yo me apasiono cuando toco
estos temas. ¡Carajo! Si nos habremos pasado horas fi losofando en la
época de la militancia...!
-Cierto. Vino, pizza, birra, toneladas de café... atados de cigarrillos...
Dale... sabés que a mí también me encantan estas charlas. Decías...
- Que el tema es mucho más grave que una simple elección de nuestras
prácticas sexuales.
-Está bien. Para mí el tema está agotado. Puede ser que necesite
repasar algunos conceptos. Volvamos al tema de las imágenes como
una de las herramientas de dominación mundial. Veo que te informaste
científi camente...
-Claro Pedro. No es un tema menor. De hecho, ya te dije que los popes
de Madrid me han encargado un ensayo a propósito de la incidencia de
los medios audivisuales en relación con las nuevas formas de poder.
Estoy de acuerdo con Gubern cuando sostiene que la imagen es un
simulacro de lo que representa, mientras que la palabra es una simple
convención... y generalmente arbitraria. Por eso, creo, bueno... no
sólo creo; en realidad como ya te dije, estoy totalmente convencido de
que la televisión – y con ésta, Internet, el cine, la publicidad y todo lo
que esté relacionado con los medios audiovisuales- son los elementos
predecesores, diría catalizadores, de un nuevo orden mundial.
- ¿Tanto te parece che?
-Lo que trato de decir es que el capitalismo salvaje, aprovechando la
155
deserción de los soviéticos, se dio cuenta del Imperio excluyente, como
parte de una realidad incontrastable. En estas circunstancias de imponer
el todo vale, ¿cómo desaprovechar el poder tremendo que le brindan
estos medios? Aguantame que traigo otra botella.
Ramírez cree ver que el gallego se tambalea ligeramente mientras
avanza hacia el mueble dónde guarda como un tesoro, los vinos de los
López. Casi sin darse cuenta, ha empezado a tomar muy seriamente las
refl exiones de su amigo.
-Personalmente gallego, me voy a permitir disentir un poco con vos. Y
sabés que...que yo creo que al Imperio las cosas no se le van a hacer tan
fáciles. Las etnias y los diferentes grupos religiosos tienden a buscar su
propia identidad, y eso producirá verdaderos revulsivos internos muy
difíciles de controlar... Cuando la globalización pretendía masifi car la
sociedad, he aquí que empiezan a proliferar etnias culturales, raciales y
políticas que reclaman su lugar independiente en el mundo.
-¡Ah!, ¿ Vos también te creés ese mito?
Gregorio se ha echado con toda su corpulencia hacia atrás y de no ser
por la rápida acción de Ramírez que alcanza a revertir el movimiento
inercial de la silla, el gallego habría terminado con toda su humanidad
en el piso. De todos modos alcanza a liberar una carcajada sonora.
-¿De qué mito hablás?
-¡Pedrito! ¡Pedrito! Una cosa son los llamados grupos de liberación
nacional o las guerrillas emparentadas con los carteles de la droga, y
otra muy distinta, son las acciones terroristas. Esto sí... con las acciones
fundamentalistas la cosa tal vez no resulte tan fácil. Esto me recuerda
156
una charla que tuve una vez con unos etarras en Madrid...
-¿Te viste con los etarras, gaita? ¡Eso sí me interesaría conocer!
-Sí, ya te lo voy a contar, Pedro. Pero no ahora porque quiero terminar
con este asunto. Pero me acuerdo, te decía, que aquella vez les
dije a los etarras que el Imperio se podía dar el lujo de permitir la
existencia de ciertos grupos guerrilleros mientras éstos no afectaran a
sus propios intereses estratégicos. Y la prueba es que el mundo está
lleno de movimientos revolucionarios en armas que no preocupan a
los yanquis, sencillamente porque son movimientos internos en países
que, estratégicamente, no son importantes para lo que ellos llaman
la seguridad nacional. Vamos por parte, ¿vos crees que Bin Laden es
realmente tan escurridizo para que la máxima parafernalia tecnológica
no pueda encontrarlo? ¿O no será que la la gran nación del norte no
quiere encontrarlo porque eso trastocaría sus verdaderas intenciones
políticas?
-No, yo creo que los yanquis no lo quieren juzgar y posiblemente
tampoco matar. Vivo, justifi ca parte de su política represora mundial.
-Bien, Pedrito, bien. Comulgamos como en los viejos tiempos. Por
otra parte, negro, no nos engañemos, ¿cuántos movimientos fueron
apadrinados y fi nanciados por los propios servicios norteamericanos?
Todo eso ya lo sabíamos cuándo nos reuníamos para hablar de política
en la época de la vieja militancia. Ellos saben muy bien de quienes
tienen que cuidarse. Y con Internet pasa lo mismo. Por lo tanto, el
Imperio puede hacerte creer que vos sos parte activa del sistema, una
especie de dueño virtual de ese gigantesco ciberespacio como millones
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de otras personas a lo largo y ancho del mundo. Y si todos están
convencidos que es así, tanto mejor para el Imperio- Alonso Lama se
detuvo unos segundos mientras le entregaba a Ramírez la botella de
vino. - Sin embargo, fi jate que hace poco, no sé si vos te enteraste de
este caso..., un ex espía al servicio de SMB, amenazó con publicar una
página Web en la cuál daría a conocer secretos que -¡oh, casualidad!-
sí comprometían políticamente las acciones encubiertas de Estados
Unidos y Gran Bretaña. Moraleja. Nunca se publicó tal página.
-Es verdad, gallego. Ahora lo recuerdo y es verdad.
-...con lo cuál, la pregonada libertad de Internet es un formidable mito.
A tal punto, que si alguien trata de sacar los pies del plato, enseguida le
echarán los perros o lo cagarán a patadas en el culo. ¿Está clarito, no?
Ramírez se queda mirando durante largos segundos el semblante de su
amigo sin pronunciar palabra.
¿Por qué me mirás así, che? ¡Salud compadre! ¡Viva el glorioso Tokio
de Morón! ¡Vivan los sábados de gloria cuándo íbamos a la piojera del
cine Achával a ver los festivales de cine ruso!
-¡Uh, gallego...! Me parece que tenés un pedo de aquellos...
-¡Te acordás de la piojera Ramírez? El 41... Pasaron las grullas... La
balada del soldado... No, estoy bien, Pedro; estoy bien. Me traicionaron
las imágenes emocionales de ese pasado que ya no volverá más y ... que
querés hermano, son muchas las cosas que disparan las neuronas: el
viejo, Alejandra, mis hermanos - Ramírez sente como una piedra en la
garganta cuándo ve que el gallego llora hacia dentro-. Pasa que estoy
muy caliente con todo esto, sobre todo porque estos travestidos que
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pululan por los estudios televisivos se han convertido en modelos a
imitar! Desde el infame gobierno menemista, estamos metidos en una
decadencia que mete miedo. Pero aquí de lo único que se habla es de la
macroeconomía; de las variantes económicas; del miedo a la infl ación y
de los ratings que marcaron los programas más vistos ...
-Si... me tienen podrido con eso.
-¡Ahaaaa...! Pero nadie habla de re - crear al país; nadie nos habla de
las gravísimas consecuencias de haber perdido la mística de nación.
Los escribas de los medios - salvo las honrosas excepciones de siempre
carajo - mutis por el foro. La cosa parece que pasa por asistir impasibles
a una colonización mental lenta y corrosiva que ha comenzado por
la incorporación masiva de términos ingleses como parte de nuestro
lenguaje cotidiano,
-¡Para, gallego! ¡Tomá aire carajo!
Es que me pongo loco, Pedro. Nos estamos haciendo mierda como
país... y gobierno, clase política, dirigentes de toda laya, empresarios,
educadores, artistas en general, parece que no se dieran cuenta.
Putean, protestan en los medios, hacen una marchita y ahí termina la
cosa. Que querés que te diga...; insisto que para mí, esta pretendida
defensa de los valores humanos, esconde propósitos aviesos; forma parte
de una acción subliminal para ejercitar sobre nosotros un sutil lavado
de cerebro. Yo no tengo dudas que detrás de esta visible propensión a la
decadencia moral se mueve un plan perverso de control político que ni
siquiera los directivos mediáticos que los alienta, tienen la mínima idea
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de lo que hay detrás, carajo.
Ramírez se ha puesto serio de pronto. La imagen exaltada de su amigo
lo habían retrotraído de pronto, a las reuniones políticas en la JP del
Oeste, cuándo aún los sueños no estaban salpicados de sangre; lejos de
la sociedad mercantilista y amorfa en la que les tocaría vivir, 30 años
después.
Le hubiera gustado derivar la charla enfocada únicamente en el pasado
que los tuviera de compañeros insobornables. Pero sabía que el gallego,
como excelente orador, cuándo se enganchaba con un tema, era difícil
sacarlo del mismo; mejor dejarlo hablar porque el hombre trasmutaba
de tal manera, que uno tenía la impresión de que cada palabra que emitía
era un carbón encendido saliendo de su boca.
De todos modos, está dispuesto a meter una cuña para retomar la esencia
ideológica.
-Che gallego: De alguna manera, la manipulación de los medios a la
que hacés referencia, pondría de manifi esto una voluntad organizada
por encima de los mismos gobiernos. Bueno...no es nuevo en vos ese
pensamiento. ¿Pero en serio vos creés que existe una especie de gobierno
mundial en las sombras, por encima de todos los gobiernos del mundo?
-Yo no tengo la menor duda, Pedro. Vos me conocés...; sabés que un poco
por mis estudios de fi losofía, y otro poco por ser un animal político, me
lo he pasado analizando el pensamiento y el comportamiento humano.
-Sí...algo te conozco. Pero vos también sabés que en mi caso, se ha
impuesto la acción por encima de la especulación intelectual. Creo que
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lo que ha envenado a la humanidad es pasar todo, por el tamiz de la
especulación intelectual.
-Mirá Pedro, realmente tengo una enorme angustia respecto al futuro. Lo
lamento sobre todo por esta juventud mayoritariamente insípida; ¿pero
querés que te diga la verdad? Estoy convencido que en esta sociedad
futura que se está conformando, Bush se convertirá en una especie de
mito casi angelical del pasado. En fi n, lo cierto es que Orvell no previó
el fenómeno del terrorismo fundamentalista, ni tampoco los alcances
del desarrollo económico chino, alternativas que ya han comenzado por
ponerle el cascabel a este Occidente cristiano que ha perdido iniciativa
como consecuencia de su enorme aburguesamiento- y va entre comillas
lo de cristiano, eh...-. Un Occidente tan hijo de puta para con sus hermanos
de raza. Sí, Pedro, sí...; es verdad que aún son necesarios los antiguos
ejércitos de ocupación como los que el gran Ceo de Bush enviará durante
un tiempo donde se le cante. Pero poco a poco, este sistema de sujeción
irá perdiendo fuerza gradualmente. Aunque pueda moverte a risa, e insisto
y rompo las pelotas con esto: el enemigo, el viejo Imperio contra el
cual alguna vez luchamos como idealistas vos y yo, tiene ahora el arma
más formidable de dominio: la manipulación política que los grandes
monopolios de la información y el entretenimiento ya vienen generando
en una sistemática acción contra revolucionaria.
Ramírez se da cuenta que el tema forma parte sin duda de una obsesión
política del gallego.
De pronto ve que éste se levanta, y lentamente, comienza retirar el plato
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y el resto de la vajilla con la que había tendido la mesa para cenar.
- No es misterio que los medios en general se ven cada vez más
comprometidos con los factores de poder político y con el resto de los
grandes monopolios
-Eso es verdad....
-... monopolios y medios, hermano, que, si ya eran infl uyentes a mediados
del siglo 20, contando con el único recurso de las rotativas y las
primeras emisoras radiales, imagínatelos ahora, controlando los canales
excluyentes de las grandes cadenas televisivas, abiertas y de cable,
dándose el gusto que la mismísima Internet haga las veces de reserva
estratégica, en este verdadero ejército de control y ocupación virtual de
la inteligencia humana.
-¿Pero de verdad te parece para tanto gallego? Contra tu credo, yo soy
de los que piensan que Internet es una de las pocas cosas en las cuales
el Imperio no puede meter baza....
-Ah!, ¿vos seguís con eso? Acordate lo que hablamos del espía que no
pudo exponer sus denuncias en la red...
-Sí, pero...
-¡Pero las pelotas Ramírez!
-...son hechos aislados me parece.
- Bueno... seguí creyendo eso. Sin embargo, yo tengo información- y
no me preguntes ahora de dónde la saqué - de que hace rato que todo
lo que se escribe a través de la red, como así también lo que se habla
por los celulares dispersos por todo el mundo, queda registrado por
Echelón; vos sabés de que hablo...
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-Sí, de un complejo de vigilancia multinacional que involucra a Estados
Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
-¡El mundo anglosajón en pleno!
-Leí sobre eso y la verdad que sentí un escalofrío. Echelón...La crema
del Imperio por excelencia, claro. Sé como trabaja. Hace un par de
meses leí un artículo con todos los detalles; no recuerdo al autor, en
fi n. Sí... sensores capaces de analizar cien millones de términos por
segundo preparados para dilucidar, por ejemplo, si yo, al escribir
bomba, terrorismo, Iraq, bin Ladem, torres gemelas, 11 de septiembre
o la palabra atentado, formo parte de un inofensivo ejercicio literario,
o, por el contrario, soy un sujeto de un potencial peligro, tratando de
atentar contra el orden establecido.
-¡Exacto Pedrito...! ¡Ah! Ahora empezamos a congeniar....Bueno, aquí
comienza la historia que tiene a los hacedores de imágenes como una
de las mejores herramientas al servicio de quienes gobiernan entre las
sombras. Te vas a sorprender de lo que voy a contarte. Cuándo llegué
a Madrid por primera vez, después de lo de Estocolmo, me sorprendí
que aún después de haber sido parte de un cuadro de dirección de
segunda línea, primero fui contactado con gente de la ETA - si, sí,
quedate tranquilo que ya te voy a contar como fue este episodio-, y
luego hablé con ex integrantes brigadistas que también habían recalado
en Madrid, hasta que una noche, de pie frente a la barra de una tasca,
un tipo me tomó de un brazo y en un español con claro acento inglés,
me dijo que celebraba encontrarme. El tipo en cuestión era el segundo
jefe de Inteligencia de la base aérea del comando estratégico que
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los norteamericanos tienen en España. Morón creo que se llama...El
caso es que con el tipo nos habíamos conocido un año atrás, cuándo
el medio para el que yo trabajaba, me había enviado a reportear a la
plana mayor de la base, a propósito de cierto recelo sobre el futuro
del tratado militar conjunto, en la epoca que los gallegos empezaban
una experiencia democrática. La cosa venía a cuento porque había que
renovar el contrato de la época de Franco y todo eso.
-Pues ostias, como dezís vosotros los gallegos, es buena ocasión para
una copa de vino, ciripollas! La verdad que ustedes los gallegos son un
cago de risa para hablar... Bueno, ¿pero cómo era ese asunto del yanqui
que te encontró de casualidad en la tasca?
-Casualidad las pelotas! Mirá... la cosa más o menos vino así. Mi
trabajo de periodista me fue abriendo puertas que de otra manera jamás
hubiera podido franquear. Políticos, eclesiásticos, hombres de la cultura,
empresarios poderosos, parte del set jet madrileño...; incluso hasta
participé de alguna reunión en el Palacio de la Zarzuela con los reyes,
que, dicho sea de paso, el Juan Carlos ése resultó todo un tipazo.
-No digas...
-Sí, sí; una noche me fue presentado por el Presidente del Círculo de
Periodistas que allá tiene otro nombre, y cuándo el rey se enteró que
yo era argentino, laputaqueloparió, no sabés, me empezó a hablar de
Borges, de sus obras - a las que sin duda muchas las había leído -;
me habló también de Sábato, del Martín Fierro... Claro, también del
fenómeno Maradona; que tenía una colección de tangos en viejos largas
duración y que incluso en una ocasión, un poco a las escondidas, en
164
cierta oportunidad, había ido con Franco y con Carrero Blanco a una
cena en Puerta de Hierro, invitados por el mismísimo Perón. Habrá
sido una charla de no más de 15 minutos con el Juan Carlos ése, pero
bueno, de alguna manera determinó mi ingreso en eso que le dicen un
círculo áulico; salieron algunas fotos que aparecieron en revistas de
primera y segunda línea, y todo esto comenzó a concitar discretamente
la atención sobre mi persona. Y te aclaro Pedrito, que ya era vox populi
mi pasado en la militancia peronista. Por eso, volviendo al yanqui, supe
por un tipo de los servicios de la CASA REAL – personaje con el cuál
nos habíamos vinculado por nuestra particular devoción con los chatos
de manzanilla -, que yo era discretamente vigilado por la gente de la base
aérea. Luego supe también que los yanquis suponían que yo era mucho
más importante para el movimiento de lo que confesaba; presumían que
yo había recalado en España a raíz de un presunto plan de integrar todos
los movimientos de liberación en una especie de nueva internacional .
Ya ves...una boludez total, producto de la increíble ingenuidad de los
yanquis en las cuestiones políticas. Por otra parte, desconfi aban de mi
presunta desvinculación con la conducción nacional, y, más aún, de
mi proclamada disidencia respecto al ingreso a la clandestinidad del
grupo. Para emplear un refrán bien español, estaban dando por el pito,
más de lo que el pito vale.
Repentinamente, Alonso Lama cambia de tema. Aún con todas las
neuronas sumidas en una incipiente borrachera, Ramírez se da cuenta
que el gallego no esta tan ebrio para no entender la actitud como un
acto fallido. El primer impulso fue el de encarar a su amigo, pero luego
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desistió; respetaba y quería demasiado a su viejo compañero de aventuras
políticas para intentar forzar una confesión que por alguna razón que él
desconocía, su amigo se había arrepentido de dar a conocer. Ya habría
otra oportunidad para abordar ese asunto confl ictivo.
Durante algo menos de un minuto guardan silencio. De pronto, entre
los vahos etílicos y las volutas de tabaco que ascienden con pereza
hacia el cielorraso, la mente de ambos comienza a generar imágenes
cinematográfi cas creadas y activadas por las neuronas del recuerdo,
en un calidoscopio arbitrario dónde el dolor, los miedos, las angustias
pasadas y la ambigüedad de un futuro incierto, se mezclan con un
presente pródigo en emociones viscerales. El gallego retoma la palabra
después de soltar una miga de pan que estruja entre sus dedos.
Desde el exterior, penetran en la habitación una serie de pequeñas
explosiones.
Ramírez se levanta .
-¿Qué pasa viejo?
-¿Escuchás...?
-Sí..., son los muchachos en la ruta. Hemos traído algunos petardos. Los
tiran los que hacen guardia para mantenerse despiertos.
-Ah...no sabía.
Se miran fi jamente a los ojos; luego levantan al mismo tiempo sus
respectivas copas de vino.
-Yo voy a parar un poco Ramírez porque la cabeza empieza a
chisporrotear...
– Los dos tenemos que parar un poco...Che...estuve pensando en algo
desde el momento que supe que estabas en este pueblo. Me decía: ¿Qué
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habrá sido de la vida política del gallego? ¿Desde dónde dará pelea?
¿O acaso habrá renunciado a los ideales setentistas?, como se dice hoy
viste... Claro que después de tu descomunal tesis política...¡carajo! Se
nota que estás en medio de un descreimiento que no esperaba. Pero
bueno... las cosas no son siempre las mismas...
Alonso Lama había estado esperando que Ramírez blanqueara las dudas
respecto a su accionar político actual. Las ha sentido fl otar como parte
de los miasmas del ambiente, desde el mismo instante que su llegada.
De alguna manera, se ha dado cuenta que el discurrir fi losófi co reciente
tiene ciertos visos de escapismo.
-Esperá Pedrito. Este tema me mató. Dejémonos de joder con cuestiones
políticas ahora. Vamos a hablar un poco de nuestras cosas más prosaicas,
viejo. A propósito ¿Qué fue de tu vida durante todos estos años, che?
Ramírez mira un reloj a pilas adosado a la pared. Su boca hace un dibujo
tratando de ensayar una sonrisa, pero apenas queda en mueca, trocada
en un rictus de tristeza.
-Gallego...; todavía no lo puedo creer. Pasaron más de veinte años...
Veinte años no es nadaaaa... como dice el tango, pero que no va a ser
nada...; un minuto en la vida de un hombre puede ser la diferencia entre
la vida y la muerte. ¡Imaginate 20 años... ! ¿Qué puedo decir gallego?
Hace muchos años que no hablo de las cosas del pasado. Te habrás
dado cuenta que todo este tiempo te estuve dando cuerda porque de
alguna manera, creo que indirectamente no quería llegar a hablar de
mi pasado. A mí también me cagaron la vida hermano, ¿viste? Perdí
a mi viejo que era lo que más quería en el mundo, y al esposo de mi
hermana.... Bueno..., vos sabés que a ellos también se los chuparon una
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noche . Mirá..., me acuerdo como si fuera hoy; se lo dije a mi viejo:
viejo: cuidate; tratá de evitar las reuniones. Estos hijos de puta están en
todas partes. No, quedate tranquilo Pedrito; nos juntamos en la casa de
Horacio como si fuera una reunión de amigos. Hace más de tres años
que nos vemos todos los jueves. Lo llevo al Guille porque anda como
loco el mocoso y dice que yo no le doy bola. Eran las nueve y media
de la noche ¿viste? Hay cosas que la maldita vida te las graba a fuego
en el bocho y nunca más se te van ¡laputamadre! Aquella imagen de mi
viejo pasándome la mano por la cabeza, con ese gesto de afecto tan de
él..., no pude borrarlo nunca, hermano; nunca...- Alonso Lama nota el
esfuerzo de su amigo para contener el llanto; está visto que no pueden
hablar de otra cosa que la política o el maldito pasado-. Después la vieja,
la pobre vieja saliendo todos los días de casa, recorriendo comisarías y
cuarteles, preguntando ingenuamente por él y por Guillermito ¿viste?-
mi hermana la acompañó durante un tiempo hasta que no soportó más
la presión, sabés... -. ¡Pobre vieja! Casi un año dando vueltas, agotada,
demacrada, envejecida... Un día le tuve que gritar, gallego. Yo sé que
fui un cochino egoísta cuando le dije que si seguía así también la iba a
perder a ella. No sabés...; me miró como si toda su sufrida humanidad se
hubiera instalado en sus ojos, y me abrazó fuerte. ¡Carajo! Te lo cuento
y se me pone la piel de gallina, ¿viste? Pero ojo eh... Si algo de hermoso
tiene esta tragedia de mierda, es que nunca escuché un reproche de su
parte con respecto a mi viejo y al yerno. Nunca le oí decir por qué se
metieron en esto; yo le decía al viejo que dejara, que algún día le podía
pasar algo... Nunca, gallego, nunca. Se guardó la maldita angustia y
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siguió adelante. ¿Nunca te dije, no...? Ella fue la que me dijo que me
fuera. Bueno..., parecido a lo que te pasó a vos también... Que hiciera
cualquier cosa para irme del país porque presentía que si me quedaba,
alguna vez yo tampoco volvería a casa... - Ramírez resopla el cargado
aire de sus pulmones-. Se quedó solita con mi hermana. No me preguntés
lo que hicieron pero se las arreglaron solas durante más de 5 años. ¡Que
querés que te diga, gallego! Yo llegué a Estocolmo creo que un par de
meses antes de tu llegada. Al principio viviendo de changas ¿viste...?
Los escandinavos son buenos tipos - vos lo sabés tanto como yo...-,
pero son tan diferentes a nosotros... Medio de llevar los sentimientos
escondidos entre las ropas. Educados, sí..., muy educados, pero uno
extrañaba esas cosas tan latinas... Que era inútil..., me sentía entre ellos
como una tuerca sin encastre. ¿A vos también te pasaba, no? Decí que
estaban los muchachos de la militancia y algunos uruguayos y chilenos
que ayudaban a sobrellevar aquellas noches de invierno interminables,
que si no... Lo único bueno que tenían los rubios eran las minas. ¿Té
acordás como se prendían con nosotros? Cuándo las bombeabas te
gritaban ¡Fego!¡Fego!, y las turras querían más y más,¿viste? Che. vos
sabés que yo anduve un tiempo con una que tenía un bar; bueno, en
realidad era dueña del boliche...¡Hijos de puta como le dan a la cerveza!
Son esponjas los tipos ¿té acordás? -la risa de Ramírez se asocia con la
de su amigo en el jocoso recuerdo-. Bueno, te cuento. Cuándo empecé
a ir - al principio lo hacía sólo; todavía no me había reencontrado con
ninguno de los muchachos-, yo veía que la mina, cada vez que traía un
chopp a la barra, me clavaba la mirada, Tenía unos ojos celestes... Muy
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buena gallego, eh. Muy buena. Unas gomas que ni te cuento. Rubia,
con unas trenzas largas que le llegaban hasta el culo. ¡Que la parió,
che! Bueno, el asunto es que me miraba y me miraba. Y claro..., yo
al principio parecía un pelotudo... Era como que me daba vergüenza,
estaba apichonado, ¡qué sé yo! Aparte, durante un tiempo me acordé
siempre de Elenita, la piba del barrio con la cuál tenía una especie de
romance...
-Sí, me acuerdo.
-Yo te conté que cuándo mi viejo desapareció, la piba se empezó a
borrar. En la casa de ella eran medios desconfi ados con nosotros aunque
yo creo que era una familia de fachos; esa clase de gente que solía decir
aquello de... si los agarraron es porque algo habrán hecho ¿té acordás,
no? ¡Si habremos puteado a esos mal paridos...! - otro suspiro largo
de Ramírez, que aprovecha para prender un cigarrillo-. Pero bueno,
che, dejemos estas pálidas. Entonces te sigo contando: la rubia meta
fi charme; al fi nal ya me hacía gestos de regalada... En serio, che. No
sabés... Estaba recaliente. Yo ni te cuento...Y la cosa se dio en uno
de los peores momentos que yo estaba pasando. Esa noche me había
quedado hasta última hora, masticando la tristeza por una carta de la
vieja. Che, ahora que lo pienso...; las cosas que tenían que hacer para
escribirnos...; parecía una de espionaje. Y encima sin saber si llegaban
las cartas porque nosotros no podíamos contestarles ¿Té acordás...? A
veces nos comunicábamos telefónicamente con algún amigo que no
estaba fi chado y nada más. ¡Que lo parió! ¡Que mierda de vida pasaron
por nuestra culpa, che! Pero bueno... volviendo a la historia. Como te
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dije: estaba hecho pelota. Me acuerdo que me había pasado de rosca
con esas cervezas que te pegan en medio de la cabeza ¿té acordás? ¡Vos
también te agarraste fl or de curda gallego! Que lo pario che... Y bueno,
como te decía, cansado de estar como un boludo en la barra, me había
sentado a una mesa que daba a la calle y desde allí meta mirar sin ver las
luces del puente... y de repente..., siento que alguien me toca el hombro
y cuándo me doy vuelta..., el bombón escandinavo que en un castellano
atravesado me dice ...: ¿triesste? arrastrando las eses mientras yo sentía
que un golpe de sangre me subía a borbotones por las venas. Medio
dormido aún, me di cuenta que era el único parroquiano que quedaba
en el bar, ¿viste?
-¿Y te la moviste?
Alonso Lama ha comenzado a hacerse su propia película erótica
siguiendo atentamente el relato de Ramírez
-¿Y vos que pensás, bola ? llevaba casi dos meses en Estocolmo y todavía
no había mojado. Fue increíble gallego; increíble. Hicimos el amor
como si nos conociéramos de toda la vida. Fego! Fego!, me gritaba...;
pero era dulce, no sabés... En el mismo bar tenía una salita detrás de
la cocina - creo que la estoy viendo aún: madera oscura reluciente;
lámparas de bronce; un ambiente de belle epoque, no sabés...- y ahí
nos quedábamos algunas noches sin dormir, hasta la hora en que ella
abría el café por la mañana. Ingrid. Se llamaba Ingrid- Ramírez se
queda unos instantes en silencio mirando hacia el cortinado verde de la
cocina, movido por una incipiente brisa que golpeaba contra el vidrio-.
Le pagué mal gallego. Casi siempre las turras son las mujeres porque
171
vos ya sabés, tienen alma de hijas de puta, pero esta vez fui yo el que
le jodí la vida ¿viste? Estaba enamorada de mí, gallego; me quería en
serio laputamadre... Con su defectuoso español aprendido en el trato
con tantos latinoamericanos que recalaban por allí, se hizo entender
para decirme que quería compartir su vida conmigo y que me ofrecía
todo lo que tenía: la casa, el Bar..., y no sé que otras cosas más- enarca
las cejas en tácita respuesta a un gesto inquisitivo de su amigo-. Ya sé
gallego, fui un boludo de aquellos.¿Sabés?, ella era una gran mina; de
fi erro, de esas que nos gustan a nosotros. En la cama era una diosa.¡Y
encima tenía guita! ¡Pelotudo, yo! ¡Una y mil veces pelotudo!
-¿Pero que pasó? ¿Por qué no agarraste viaje?
Alonso Lama se levanta para sacar la cafetera del fuego.
-Hoy te lo puedo decir. Estuve años sin saberlo, dándome de patadas
en el culo. Hoy si te lo puedo decir. ¿Sabés qué...? Miedo, gallego.
Miedo. Gracias, está bien, ¿no tenés un chorrito de leche? Yo siempre
lo corto ¿viste? Un chorrito nada más. Ya está, gracias. Bueno, como
te decía...; miedo, gallego. Miedo al futuro, miedo a quedar pegado a
los sentimientos; miedo a sentirme esclavo de estas cosas de la sangre
que siempre terminan por traicionarte, ¿me entendés? Con el tiempo
me di cuenta que me había puesto un barniz para que no se fi ltraran
los sentimientos; ni los míos hacia ella, ni los de ella hacía mí. ¡Dios!
Cuando el corazón subía las emociones hasta mi cerebro, las palabras
de amor se hacían un bollo en la garganta y entonces el orgasmo era
un grito terrible; una descarga de energía en la que se mezclaba el
amor, el resentimiento a la vida, y el miedo visceral que me dominaba
172
¡laputamadrequeloparió !
-¡Está bien hermano! Vamos... no te pongas así...
-¿Y como querés que me ponga gallego? Los humanos somos los
puercos más egoístas de la creación. Siempre habrá una víctima
inocente; siempre algún pobre condenado que tiene que pagar los platos
rotos por culpa de nuestro cochino egoísmo. Ingrid no se merecía lo
que yo le hice.... De ninguna manera; de ninguna manera gallego... -
Ramírez se toma la cabeza con ambas manos y comienza a sollozar de
manera contenida.
-Dale, loco; largá lo que tenés adentro. Te va a hacer bien. Esperá un
segundo - se levanta y después de dirigirse al armario del comedor,
regresa con una botella de cognac -. Reserva San Juan, che. No será el
Carlos Segundo de los gallegos, o el tercero o el quinto - ¡qué sé yo!
pero es un buen cognac para nosotros. Dále, todavía está caliente el
pocillo. Te va a hacer bien. ¡Pero mirá que estabas metido, Pedrito...!
¡Que lo parió! Yo que siempre te hice medio amargo con las mujeres...
Ramírez no puede contestarle. Llora a moco tendido.
Llora por la muerte virtual de su padre que nunca terminó de enterrar ;
llora por la muerte de los camaradas perdidos -de algunos, acompañando
el ataúd hasta el infame hoyo rectangular dónde serían devorados los
últimos restos de sus pellejos; a otros haciéndole el entierro silencioso
del olvido en algún recóndito agujero de su cerebro-; llora por los días
amargos de su madre; por la tristeza defi nitivamente instalada en los
ojos de su hermana; llora por los insultos de sus carceleros; por la mal
parida indiferencia de los vecinos, los parientes y los supuestos amigos
173
que trataron de evitarlo para no responder a su saludo de compromiso;
llora por el desarraigo de tantos años de exilio; llora por Ingrid, por
aquel amor que no pudo ser sólo porque el egoísmo había sido entonces
más fuerte que la suma de sus mejores sentimientos, y, en fi n, llora por
el país que tanto ama, convertido ahora en una caricatura de nación.
Llora. Llora...
Llora durante largos minutos. Poco puede hacer el licor y las palabras
de consuelo de su amigo para cortar el llanto. Ese llanto que había
demorado casi un cuarto de siglo en liberarse, creciendo en su interior
minuto a minuto, día a día.
Sólo ahora parece sentir una enorme liberación interior.
Alonso Lama tiene la impresión de que Ramírez es un volcán que
expulsa sentimientos como ríos de lava.
De pronto, ambos se ponen de pie y se estrechan en un largo abrazo.
En medio de un silencio ceñido, Ramírez se deja llevar mansamente a
la cama.
174
“La película”
Se estira en la butaca tratando de acomodar sus nalgas lo mejor posible.
Luego -un rito en él- levanta la entrepierna de los pantalones a fi n de no
sentir el molesto tirón a la altura de sus testículos.
Con curiosidad observa el rostro de sus vecinos a izquierda y derecha.
Caras de nada, piensa.
A su lado, lo observa un hombre de barba desprolija y rala portando una
cara aceitunada con grandes ojos de expresión saltona.
La butaca de la derecha permanece vacía. Ve sólo una butaca ocupada
en la hilera contigua al pasillo: una rubia tipo Brigitte pero la Brigitte
de los sesenta, apetecible como pocas.
En la butaca de adelante, un cuello desmesurado da soporte a una cabeza
de pelo renegrido y abundante gel.
El resto de los espectadores parecen maniquís desdibujados en la
penumbra. EVITA. Madonna. Antonio Banderas. Jhonathan Pryce.
Los titulares avanzan hacia arriba del telón sumando algunos nombres
ignotos con abrumadoras referencias en inglés.
Aparece la Evita de “Los Toldos” y no puede evitar la primera mueca de
fastidio. Demasiado vieja para el papel, piensa. Ni siquiera el encofrado
de cosmético permite congraciarse con una Evita adolescente y creíble,
en consonancia con ese episodio que recrea la película.
Piensa que siendo condescendiente, aquella es una Evita de 30
años. Ridículos. Boludos. Hollywood acartonado. Como siempre. No
aprenderán nunca. Valentino bailando tangos con sombrero sevillano.
175
Cine para cabecitas acostumbradas a los teleteatros de las 15 horas (o de
las 17, o las 20; que más da...) en las didácticas tardes televisivas.
El hombre no puede con su genio. Ama a Evita, es el Icono que el
Abuelo sellara en su mente contándole historias sobre ella aún antes que
él accediese a Salgari y Jack London.
El velatorio del padre (léase padrastro, claro) frío y anodino, con
lágrimas de celuloide, a tono con el bodrio de un realizador serio
que le ha vendido el alma al diablo por una suculenta porción del
engendro. Ridículo. Ridículo también el escenario de la despedida, con la
remanida escena de la locomotora humeante, repetida escena de tantos
melodramas baratos con el tren que llega (o que parte; lo mismo da);
para colmo, un Banderas hablando un inglés un tanto farragoso en el
papel del Che. Un Che absurdo que nunca existiera en la vida de ella,
y para colmo, un Che de pacotilla. Un inglés impostado en una historia
impostada plagada de impostaciones.
-¡Esto es una falta de respeto!!
Asume el engaño pero no puede evitar que la frase de protesta se
descuelgue de su boca.
Un shhhhh colectivo impregna el aire de la sala.
El gigante de cuello desmesurado gira su cabezota de buey. Presiente
que una mirada asesina intenta penetrarlo.
Mejor guardar compostura. ¿Quiénes eran esos tipos? Sobre todo el de
barba rala y escueta que lo mira a través del rabillo de sus ojos...
Evita en la pensión. Caras sospechosas. Personajes menores del
hampa porteña que sugerían una Evita tangencialmente vinculada
176
con proxenetas, supuesto precio social que ella pagaba para persistir
en Buenos Aires a toda costa, en busca del triunfo artístico que tanto
tardaba en llegar.
“Si es lo que yo digo. Hijos de puta, mercaderes del celuloide. Mucha
plata; mucha plata para una mierda for export como ésta. La mentira
infame para tapar las implicancias políticas que ella representaba...”.
El hombre maldice una y otra vez.
No puede soportar la película. Demasiada farsa, piensa.
Para colmo, casi como una grotesca paradoja, algo le dice que debe ser
el único argentino que participa de esa proyección con tantos supuestos
hombres de negocios y alguno que otro periodista como él. Es tanta
la rabia que por unos momentos se siente tentado de levantarse de su
butaca y gritar a voz de cuello: ¡Todo esto es mentira carajo! ¡Y lo digo
yo que fui un militante de la causa! ¡Qué me van a hablar de Evita...!
De pronto, siente que una mano le aprieta el estómago; peor aún: la
mano tiene una bola de plomo en su cuenca haciéndola circular desde
la altura del esófago hasta el nacimiento de la garganta. Una y otra
vez subiendo y bajando; arriba y abajo, como los repentinos tempos
musicales del sordo de Bonn.
Claro que esta no era la Quinta ni la Novena; ni siquiera uno de los
humildes cuartetos del gran Beethoven. ¡Que bah! Madonna-Evita es
un atentado al arte.
Mejor cerrar los ojos, mientras tiene la impresión que la pantalla se
inclina hacia la izquierda en un interminable giro. Cerrar los ojos y soñar
despierto, con la Evita viva que su recuerdo rescata permanentemente
177
de la muerte.
Los discursos todos fuego desde el balcón de La Rosada. Codo a codo
con un esposo que ya presiente; que teme íntimamente en que ella
pueda constituirse en el eje de una revolución que a quedado a mitad
de camino por la presión del esthablismenth, ocupado éste en pedirle
cuentas a ambos por tanta mano suelta con los pobres.
Soñando despierto se pueden escuchar las palabras infl amadas por una
pasión vehemente, con un entusiasmo casi pueril. Soñando despierto, se
la puede ver enfrentando sus propios molinos de viento representados por
el Imperio y sus incondicionales amigos vernáculos. Soñando despierto,
es posible recrear en medio de sonoras puteadas, los momentos en que
se enfrentaba con los funcionarios venales, mientras los eritrocitos
de la sangre habían comenzado la silente destrucción de su pequeño
cuerpo. Soñando despierto se la podía ver aún al lado de sus humildes,
pariendo sus palabras como gritos de guerra ; consumiendo las noches
atendiendo a sus cabecitas negras. Que una silla de ruedas por aquí; que
una vivienda por allá; que un trabajo digno para el desocupado, o los
remedios oncológicos inalcanzables para el bolsillo... Cara a cara con
sus trabajadores; frente a frente con los desamparados de siempre.
Pero de pronto, el soñar despierto se desliza escaleras abajo de la
memoria en busca de otro coto geográfi co; y ahora es la imaginación
que se abroquela en la Avenida ancha; en aquella histórica noche de su
forzada renuncia a la Vicepresidencia de la Nación, cuándo las piernas
ya se negaban a sostener su arquitectura lastimosa, infectada, tomada
ya por las enfermas células que navegaban con sus cruces de muerte
178
por su sangre.
Y entonces es el sueño que despierta; que explota en medio de pasos
ruidosos, de reclamos verbales y gritos que parecen crecer en esa nueva
realidad.
La cabeza de Buey que se levanta de la butaca blandiendo en su mano
derecha una enorme arma de puño plateada.”Esa es una Magnun; una
357”. No puede evitar que lo tome un miedo sorpresivo.
Desde la pantalla, Madonna -Evita canta You do not cry by me,
Argentina,
Primera vez que siente la única emoción que le regala la película
Pero es sólo una emoción musical ; él no puede imaginarse una Evita
recitando en inglés, con aquel cocoliche dónde se mezcla el Che con
Magaldi; Perón con los obreros de la carne; Evita y su leucemia sobre
el balcón de la Plaza( la de Mayo, claro) y en el medio de toda esa
barahúnda, una Aryentina de cartón; una pobre Argentina usufructuada
por los mercaderes del Imperio.
Y para colmo, allí están esos tipos que irrumpían en medio de la
película, mientras el hombre de rostro aceitunado vociferaba amenazas
en un inglés difi cultoso.
Y a su lado, el hombre de la Mágnum (la 357,claro)con su cara rocosa y
cuadrada como cincelada de apuro; también se suma la mujer, la inefable
rubia fotocopia de Brigitte, empuñando un 38 de caño recortado.
Pronto aparecen varios hombres armados con una Uzi cada uno, en el
momento que la proyección se interrumpe antes que Madonna derrame
sus inefables lágrimas de celuloide.
179
Momentos exactos en que surge a través del pasillo, un hombre
uniformado alzando los brazos, gritando no sabe que cosa; luego es
una azafata morena, mientras los hombres armados tratan de imponer
el orden del miedo en medio de un caos fenomenal.
Todo es confuso, tan confuso e inquietante que comienza a preguntarse
que hace ahí, en medio de ese infi erno de gritos iracundos.
Consulta su reloj: Martes 11 de septiembre. 9,32 AM, fecha y hora que
a modo de oráculo, no alcanzan a despejar los juncos de sus propias
neuronas, convirtiendo a su mente en una Babel indescifrable.
Desesperado, descorre la cortina de la ventanilla de la aeronave, y
entonces sí, la angustia que se hace miedo visceral abriendo un boquete
en su cerebro, al ver a través del cristal, una enorme columna de fuego
y humo sobre las alturas de una de las torres del Trade Wordl Center.
-¿Qué té pasa gallego? Te los pasás dando vueltas y gritando...
-Tuve una pesadilla... Tengo como una piedra en el estómago, Pedrito.
Pero no te preocupés. Trata de seguir durmiendo. Me voy a hacer un
té.
Alonso Lama se levanta trastabillando y con difi cultad llega hasta la
cocina. Piensa en encender una hornalla pero de pronto le parece mejor
beberse una copa de fernet, para contrarrestar el agudo dolor en su
estómago.
Apura la copa de un sorbo y casi como un autómata, camina unos pasos
hasta el sofá cama. Pronto lo vence el sueño nuevamente.
179
183
-Che gallego!: ¿Qué soñaste? Repetías ¡no me maten, no me maten...!
Ramírez se ríe de la cara lastimosa de su amigo.
-No sabes... ,un delirio total. Tuve dos pesadillas de aquellas. Primero
soñé que estaba viendo una película de Madonna, aquel engendro sobre
Evita; no sé si la viste...
-Una mierda.
-Efectivamente. Una mierda. De pronto, la supuesta sala cinematográfi ca,
en realidad era un avión tomado por un grupo terrorista. No sabés...;
se me apareció un tipo con una Mágnum apuntándome a la cabeza.
Después, el supuesto cine - ya te dije que en realidad se trataba de un
avión- que desaparece como idea concreta de la mente, y de pronto me
encuentro mirando por una de las ventanillas. No sabés la impresión
hermano! Vi una de las torres gemelas ardiendo, con una inmensa bola
de fuego que se elevaba hacia lo alto, y sabés qué; de pronto se me vino
de golpe a la cabeza, que el avión en que viajaba se estrellaría contra la
otra torre.
-¿A qué torres gemelas te referís?
-¡Esas que están en Nueva York! No sabés... el avión iba derecho a
hacerse mierda contra una de ellas...
-Lo que se dice una verdadera pesadilla... No, yo lo quiero sin azúcar.
-Y bueno, viejo; yo tomo mate como los gallegos. Ya sé que debe
cebarse sin azúcar pero... Che, Ramírez, ¿vos creés en eso de las
premoniciones?
-No sé. Ni fu ni fa. Aunque creo que soy un poco rígido con esos asuntos
esotéricos. Escuela clásica, gallego. Cogito, ergo sun. ¿Por qué me lo
preguntás?
184
-Me asusta el sueño. Me ha pasado varias veces en la vida; digo...,
eso de las premoniciones. Un accidente. Una muerte anunciada. Un
terremoto... Te digo: la noche anterior al terremoto de Méjico..., no
recuerdo el año....
-Noventa, noventa y cinco- acota Ramírez desde el baño.
-Sí, noventa, creo; lo soñé, negro. Lo soñé. Vi los edifi cios quebrarse
como si fueran maquetas de cartón. Más te digo: la fotografía que al día
siguiente publicaron los diarios, ¡condecía con lo que había soñado!
-No jodas... - Ramírez se da vuelta mientras se seca la cara-. Me estas
tomando el pelo, gallego...
-No, no; no te estoy tomando el pelo, Pedro. ¡Es posta! A veces me dan
miedo estas cosas. En realidad, nunca hablé de esto con nadie. Primera
vez.
Ramírez sostiene el mate que le alcanza su amigo. Sabe que puede dudar
de cualquier cosa, menos de la palabra del gallego; un tipo esclavo de
la verdad como pocos.
-¿Y...?
-¡Que nada! Que es un asunto jodido. Uno siente que está metido
dentro de cuestiones... metafísicas,¿no?; esas cosas enfrentadas con la
racionalidad, que te hacen caer la estantería.
-No entiendo nada, gallego.
-Un delirio. No me des bola, Pedro. La cabeza me está repicando; debe
ser un timbre de alarma.¿Qué hora es?
-Espera que yo también estoy medio dormido. ¿Seis y cuarto? ¡No
puede ser! ¡Seis y cuarto, gallego! Pero no dormimos casi nada...
185
-¿Cómo seis y cuarto? ¿Estás seguro...?
-¡Pero sí, hermano! ¡Seis y cuarto... ! Seis y cuarto... ¡Si no hubiera sido
por tu pesadilla...! ¿Pero que estás haciendo?
- Preparando un desayuno como en los viejos tiempos! Café con leche,
tostadas, manteca y mermelada...¿Qué tal?
-Bueno...levantarse así da gusto...
Los amigos desayunan, en medio de trivialidades varias: el frío, la
distancia a Buenos Aires desde Tartagal; el campeonato que esta vez
sí, podía ser de Racing Club, después de 35 años de sequía, al decir de
Ramírez, y las gastadas al respecto de parte de su amigo, fanático de
los xeneises.
Pero algo sigue dando vueltas en la cabeza de Ramírez.
-Che gallego...: me quedé pensando en ese asunto de las premoniciones.
¿Tenés algo más?
-Ah...!, ahora te picó la curiosidad eh...Vamos a ponernos un poco
serios Ramírez. Si te interesa el tema, tenemos que empezar a fi losofar
de nuevo.
-Me lo imaginaba... Eso me pasa por juntarme con un profesor de
fi losofía.
- Y bueno...vos abriste la boca...
-No ...está bien, gallego. Te estaba jodiendo. Dale... fi losofá no más.
Mientras tanto, yo le voy a dar al café con leche. ¡Mierda que sos fi no
gallego! Todavía te seguís castigando con las tostadas Canale...Yo creí
que no existían más...
-“Y en Europa no se consiguen...!” Bueno... ahora hablando en serio
186
Pedrito; la verdad que te agradezco que me permitas hablar de un tema
que me perturba bastante... Te dije que nunca hablé con nadie sobre
esto... Mirá : yo estoy convencido que el maquinismo y la tecnología
fueron apartando al hombre de su comunicación con la propia naturaleza
de las cosas. ¿Cómo puedo decirte...? Vos conocés mi postura respecto
a la religión; no me va el dogma bíblico pero creo sí creo en el Dios
de Theillard de Chardín ; que existe una supra-inteligencia cósmica la
cual tiene acordados los puntos de ligazón con los acontecimientos,
como si pasado, presente y futuro, fueran un todo orgánico y coherente.
Recuerdo un pensamiento de Goethe: “los acontecimientos venideros
proyectan su sombra por anticipado”. ¡No me mirés con esa cara, che!
Te dije que nos íbamos a poner serios... A propósito: tengo una anécdota
muy interesante para ilustrar este tema y me gustaría que me des tu
opinión al respecto. Allá por el 70, en plena época de la militancia,
yo era vendedor de libros. Bueno..., esto vos lo sabés bien. Tenía una
clienta de apellido López, que vivía en la calle 24 de Octubre al 2300-
si mal no recuerdo, 2365-, en Ituzaingó ; ya ves las precisiones que te
doy. Un par de veces al año, me compraba alguna colección a crédito.
Pues bien, escuchá esto porque vas a quedar pasmado. La visito un día
y al entrar en la casa, me encuentro con sus dos hijos adolescentes que
se hallaban enfrascados en la lectura de un libro sobre numerología. Era
un engendro así de grande. Sinceramente, siempre me había sentido
atraído por la magia y el sortilegio que suelen encerrar los números.
Yo te sé un tipo instruido, Pedrito, y estoy seguro que algo sabés de la
Cábala de los judios...
187
-Algo leí hace mucho...
-Bien, volvemos al libro de numerología. Les comenté de mi entusiasmo
sobre el tema. Alonso Lama- me dice la mujer - hablando de números,
anoche soñé con un número. Pensé que ya tenía un ambo para jugar
a la quiniela. ¿Qué número, señora?, le pregunto. Soñé con el cero
ocho mil quinientos. Segunda sorpresa. Vos sabés..., las mujeres y más
específi camente las viejas, suelen ser las que generalmente sueñan con
números que después terminan jugando... Pero siempre son ambos:
el 33, Cristo; el 79, los ladrones el 48... il morto qui parla-Ramírez
había comienza a reírse-. Rara vez tres dígitos, ¿me explico? ¡Pero esta
mujer me estaba cantando un número de cinco dígitos! ¿Te das cuenta,
Ramírez? ¡Cinco dígitos...! ¡Un número de billete de loteria!
-Me doy cuenta; dale que está interesante la cosa.
- Bueno... sigo con la historia. Dígame una cosa señora: ¿Usted siempre
sueña con números? No, primera vez, me dice. Entonces no lo dude
más; usted tiene que comprar un billete de lotería. La mujer me mira
sorprendida. ¿Y dónde voy a conseguir ese número? Entonces le dije
que tenía que ir al edifi cio de Lotería Nacional y le doy la dirección y
todo. Que allí podía consultar unas carpetas que le informarían en que
agencia estaba ese número a la venta. Ah, mañana tengo que ir al centro,
me dice. ¿Sabés que hice, Pedrito? Metí una mano en el bolsillo y ahí
nomás le quise dejar la plata para que me comprara un tercio, al menos.
No, López Lama; yo lo compro y después me lo paga. ¿Estás atento,
Ramírez?. ¿Estás atento...?
-Decime que salió el número y me tiro aquí mismo...
188
-Esperá. Son esas cosas que se te graban a fuego en el cerebro. ¡No
sabes las veces que pensé en esto...! Era un martes. El jueves de esa
semana, yo estoy en Capital haciendo un trámite, a una cuadra de
Plaza de Mayo. Me encontraba a unas seis o siete cuadras de Lotería,
bueno, vos sabés... Santiago del Estero, Avenida de Mayo... Entonces
me acuerdo del número, y durante unos instantes, entro en duda, ¿Voy
o no voy? Decido no hacerlo. Estaba a dos aguas: por un lado, pensaba
que ella habría estado el día anterior; por el otro, tampoco me sentía
demasiado convencido. Doble cero pensaba; número de mierda.
-Y...?
Ramírez no puede disimular la ansiedad.
-Ya termino. Todos los domingos, recibía el Clarín en casa. Yo vivía
en la misma calle, pero en el 1615. Me mataba la curiosidad. Voy
directamente a la página de los resultados de Lotería y veo en letras
bien grandes, el cero ocho mil quinientos ¡favorecido con el primer
premio! No sabés, hermano...; casi me caigo de culo. ¡No lo podía
creer! Imaginate...: no era sólo el hecho de pensar que tal vez tenía
una pequeña fortuna a cobrar... ¡Era mucho más que eso! ¡Un aviso
del futuro...! Un mensaje del más allá... Metafísica pura. Me dije: Dios
le envió un mensaje a esta mujer, y todo un terremoto de preguntas y
más preguntas sobre que tipo de misteriosas circunstancias se habían
confabulado para que ella recibiera con precisión absoluta, algo que
pasaría; algo que estaba escrito en el libro del futuro. ¿Entendés, Pedro?
Es-cri-to. La cosa es gorda; una especie de disyuntiva de espacio-
tiempo que rompe los moldes de nuestro pensamiento cartesiano. El
189
futuro ya está en nosotros Ramírez; ya fue. Cada acontecimiento tiene
sus estaciones conformadas; sólo que nosotros vamos en tren y sólo nos
es permitido visitarlas por etapas. Al futuro, claro...
-¿No estás delirando un poco, gallego?
-No, Pedro, no; existe otra realidad que pasa frente a nuestras narices.
Yo creo que el progreso, este maldito progreso supeditado a los dictados
de la automatización y el maquinismo, ha bajado las persianas de nuestra
comunión extrasensorial. Nos ha quitado el contacto mágico con el cuál
nuestros ancestros estaban en sintonía con el Universo. ¿Vos sabías que
en un cuaderno de la escuela primaria de Napoleón, está escrita la frase:
Santa Elena, esa isla lejana? ¿Sabías que Swift- creo que en su obra Viaje
a Laputa- sí, no te rías; ése es el título-, da las distancias de rotación de
dos satélites de Marte, desconocidos en su época? Y anotá ésto: Aspa
Hall, un astrónomo norteamericano, los descubre en 1877 y comprueba,
comprueba eh, que lo dicho por Swift, concuerda con sus observaciones.
¿Te sorprende, no? ¿Y por qué creés que bautizó a esos satélites Fobos
y Deimos: miedo y terror? Y hay más, Ramírez, hay más. ¡Carajo!
Ahora que tengo alguien con quien puedo fi losofar de estas cuestiones
esotéricas, no te voy a dejar en paz viejo... largando todas estas locuras
que tengo en la cabeza, te vas a tener que aguantar - Ramírez se muestra
feliz del regocijo de su amigo- Te decía que me acuerdo de algo más.
En 1896, un tal Shell, un casi ignoto escritor inglés, publica una novela
en la que habla de una organización de criminales asolando Europa.
En el libro puntualiza que hordas organizadas matan a las familias que
consideran perjudiciales para el progreso de la humanidad ¡y que luego
190
queman sus cadáveres! ¿Sabés cómo se llama la novela -Ramírez se
encoge de hombros-? ¡Los S.S.! ¡Ah!, Ramírez, Ramírez...; vos sos
mucho del dos más dos igual a cuatro. Pero en algún punto debe ser
igual a cinco. No lo vemos porque hemos perdido la capacidad de la
imaginación. Las cosas no son solamente, alto y bajo; día y noche;
blanco y negro; nacimiento y muerte... Permanecemos fuera de otro
plano de la realidad al que no llegamos porque nuestro espíritu está en
letargo. Duerme. ¡Estamos dormidos, Pedro! ¡Dormidos! A contramano
de lo que sugiere la idea de civilización, ésta nos metió en un corsé
intelectual, y sabés qué..., es como estar metidos en un sueño perverso;
en una postración de la conciencia, hecho que para mí, es responsable
de todos los enfrentamientos de la raza. ¡Hay que despertar, Ramírez!
¡Despertar!
-¿Y cómo...?-Ramírez se ha puesto repentinamente serio.
Por unos instantes, el silencio se instala entre ambos como un mediador
no invitado.
-¿Cómo...?; he ahí el dilema. ¡Cómo...! Pero aquí no termina la cosa...
-¿Qué? ¿Hay más?
Ramírez siente cierto embotamiento. Entre el cansancio, las horas de
sueño postergadas y el loco tema de su amigo, sus neuronas parecen
perezosas a la hora de coordinar las ideas. No obstante, una incipiente
inquietud lo predispone a no cortar la charla.
-No sabés las cosas que tengo al respecto... Pero voy a limitarme a
contarte algo muy personal que ni siquiera se lo comenté a mi Abuelo,
con quién siempre tenía largas charlas fi losófi cas. Es a propósito de un
191
tío mío, Xosé Vives . Nunca supe muy bien los motivos de esta historia
de familia que juntó a gallegos con catalanes. Comparado con lo
nuestro, con las cosas de los argentinos, es como juntar en una familia
a tucumanos con santiagueños; no sé si está claro...
-Bien claro.
- Bueno...te cuento que mi tío era un catalán de primera, Antifranquista
a muerte. Me cago en el ferrolés de Franco. Este tío nos dio por el culo
el muy cabrón. Y cosas por el estilo, Pedro. Yo vivía por entonces en
Morón; no, no; miento. Ya me había mudado a Ituzaingó. Estas cosas
raras me empezaron a pasar en la adolescencia, ¿sabés? Cada vez que
alguna premonición buscaba mi cabeza, seguro que tenía difi cultades
para dormir. Ojo: en realidad también me pasaba en otros momentos...
en la calle.¡Qué sé yo! Pero generalmente, la cosa solía darse más por
las noches, cuándo me iba a acostar. Bien, te cuento lo de la historia con
mi tío. Llevaba no menos de tres horas en la cama sin poder dormirme.
Cualquier otro en mi lugar, estaría loco o a las puteadas. En mi caso no,
Pedro.¿Pongo para unos mates?
-Dale.
-En mi caso no, te decía. No sé..., yo tengo una teoría al respecto pero
ahora no viene a cuento. Cada vez que me pasaban esas cosas, era
como si entrara en trance. De verdad te lo digo...; es creer o reventar.
Entonces se me aparece la imagen de mi tío: Gorra, chaleco de cuero
desabotonado...; pantalón de corderoy...; si me parece estar viéndolo
ahora, che... Sobrino - me dice -. Vengo a despedirme. ¿A despedirte
de qué, tío?, le contesto. No vas a creerme...; hace más de 20 años que
192
guardo esta historia aquí. No sabés lo que signifi caba mi tío para mí.
Brigadista ¿eh...? Estuvo en la defensa de Madrid. Después se escapó
a Francia en marzo, poco antes de la caída de la República. ¡Cómo
despotricaba contra los rusos! Estos cabrones lo único que querían era el
oro de la República! Y decía que se habían hecho un negocio fenomenal
vendiendo armas que eran chatarras. ¡Mi tío Xosé, carajo! Catalán pero
no separatista. No señor. Y ahora que me acuerdo... ¡Justicialista! Llegó
aquí en el 42. Siempre contaba que había estado en el acto del Luna
Park. Por lo del terremoto de San Juan, ¿té acordás?- Ramírez asiente
de manera divertida a la interminable verborrea de su amigo.
-¿Y...?
-¡Y nada! Que allí lo vio pasar por delante de sus narices al mismísimo
Coronel Perón. Mi tío no andaba bien con los milicos, supongo por el
asunto de Franco. Pero Perón le gustaba porque decía que le estaba
dando dignidad al obrero.
-Pero esperá gallego - Ramírez comienza a impacientarse -. Tranquilizate.
¿Qué tiene que ver esto con ese asunto de las premoniciones?
-Que mi tío, o el fantasma de mi tío, o la representación holográfi ca de
mi tío, me dice de pie frente a mi cama: sobrino, vengo a despedirme.
No te voy a volver a ver en este mundo. Pasó la muerte por mi casa y me
dijo que mañana es mi hora fi nal. Hombre, que es la defunción, me cago
en Franco.... Ramírez... no te rías. Te estás meando de la risa, boludo,
y esto es serio -Ramirez es un ovillo de carcajadas -. ¿Cuándo te mentí
yo, Ramírez...?
Ramírez hace fi ntas en el aire como un boxeador, haciendo un esfuerzo
193
por frenar las carcajadas.
-Es que es para morirse de risa. ¡No te enojés, gallego...!
-Y sí, en cierta medida tenés razón... Es casi para reírse... Pero estoy
seguro de que no te reirías si te hubiere pasado a vos...¡Te puedo
asegurar que es algo muy jodido! Rejodido. Pensá bien en lo que voy
a decirte. Yo no dormía. Estaba bien despierto. Te imaginarás...; me
quedé sorprendido; para mí era una puta pesadilla...Recuerdo que en
un momento pensé estoy soñando; esto es una pesadilla. No se me dio
por decir una sola palabra. Creo que en el momento en que abría la
boca para decir una boludez, mi tío que desaparece, que se esfuma en
la habitación.
-Y...?
Ramirez ha logrado recuperar su compostura Siente un molesto
cosquilleo que asciende desde su estómago hasta su tráquea; de pronto,
lo domina una morbosa curiosidad.
-Ahora vas a escuchar. ¡No vas a poder creer lo que sigue! A la mañana
siguiente, yo necesitaba material para un trabajo de la facu; algo así como
el comportamiento de los escritores españoles durante la guerra civil.
Lo primero que pienso es en mi tío Xosé. Mirá lo que es la casualidad...
Tenia una biblioteca sobre temas españoles extraordinaria. Viejos pero
muy buenos. Algunos los trajo de allá y otros los había comprado a
crédito a los clásicos vendedores domiciliarios; incluso yo también
llegué a venderle algo. Pues bien, sin darle demasiada importancia a
las visiones de la noche, me llego hasta su casa. Toco el timbre y veo
que sale mi prima María con los ojos enrojecidos, mientras alcanzo a
194
escuchar que desde el interior de la casa, alguien está llorando. ¿Quién
te avisó Gregorio?-me dice mientras me abraza y se larga a llorar. ¿Qué
iba a decirle? ¿Qué me había avisado el propio padre de la desgracia?
-Gallego... -la voz de Ramírez suena casi solemne, a tono ahora con
el sesgo dramático que Alonso Lama le ha impuesto al relato-. Si no
viniera de vos no podría creer ni el diez por ciento de esto. Vos tenés
videncias entonces... Sos de esos tipos que tienen un don extrasensorial,
o algo así.
-Algo así... -Alonso Lama navega con la mirada perdida en un punto
abstracto.
-¿Y nunca te hiciste ver? Digo..., ¿no buscaste el porque de ese don...?
-La verdad que no. Alguna vez se me cruzó la idea de encontrar alguna
respuesta, pero... ¿a quién recurrir en estos casos?.
-Sí, claro, tenés razón. Che gallego espero que si alguna vez tenés
alguna visión fulera sobre mí, vengas y me lo cuentes -Ramirez suelta
una risa vaga-, aunque pensándolo mejor..., preferible no enterarse.
Che, ya está el agua. ¿Querés que prepare yo el amargo?
Dale. Voy a prender el calefactor. Está haciendo un frío de locos.
En esos momentos, suena el celular de Ramírez.
-Sí, Osvaldo. Buen Día. Sí, hablá..., dale....¿Cuándo...? ¿En la
comisaría...? Está bien, quedate tranquilo, yo me ocupo. ¿Pero por qué
no me avisaste antes...? Ah, sí..., tenés razón... lo tenía con la batería
descargada. Recién hace un rato le puse la otra. Está bien; yo me ocupo.
Después nos vemos.
195
-¿Qué pasa, Pedro?
-Nada. Detuvieron a un cumpa. Tengo que ir a ver al comisario- se
levanta dirigiéndose al comedor en busca de sus efectos personales-.
Che, ¿ y esta carpeta gallego?
-Ah!, es mía. Lo preparé para vos antes de acostarme anoche. Son las
copias de algunos de los cuentos que voy a enviar al concurso literario
en España. Me interesa mucho tu opinión. Yo sé que sos un gran lector
de obras de fi cción. Me quedan tres semanas. Léelos tranquilo y después
cuando nos volvemos a ver, charlamos sobre ellos. ¿Va?
-Sí, viejo, como no. Los pongo en el portafolio y después les doy una
lectura.
Los amigos se despidieron con un fuerte abrazo. Como siempre.
201
Le cuesta conciliar el sueño. Demasiadas vueltas en la cama. Inútil. El
insomnio persiste.
De pronto, toma una decisión. Con paso fi rme se dirige al garaje donde
tiene estacionado un 3 CV que alquila.
Fuera, la noche está destemplada.
El viento del cuadrante Oeste sopla arrastrando el aire fresco de la
lejana cordillera.
Por encima de su cabeza, se deslizan las formas caprichosas de
compactas nubes en dirección a las sierras cercanas.
Decide tomar el camino circundante para evitar el corte de ruta que los
piqueteros mantienen sobre el centro de la ciudad.
Los faros iluminan en forma defi ciente el camino de tierra.
Un kilómetro más adelante, cruza con cuidado un pequeño vado -producto
de recientes inundaciones-, que desemboca en el Río Tartagal.
Luego, sí, la ruta 34, en dirección a General Mosconi.
Pronto deja atrás el viejo feudo de YPF -convertido casi en un pueblo
fantasma -, y lanza el auto sobre el camino lateral.
Se detiene justo a la entrada de una precaria vivienda.
Aparecen dos perros fl acos moviendo sus rabos.
Antes de golpear, una mujer morena, de rostro aindiado y algo entrada
en carnes, lo recibe con una sonrisa.
-Te esperaba español - la mujer viste un poncho rojo de guardas negras-.
¡Qué buena tu presencia!
-De pronto tuve ganas de verte... Hace tiempo que no charlamos. Estuve
ocupado escribiendo...; ya sabés...
-Sí, español. El concurso de cuentos... ¿Cómo va eso...?
-Creo que bien. ¿Pero qué te pasó con la luz?
202
-¡Ah!, una falla. Mañana vienen a arreglarlo.
El hombre sabe que la mujer le oculta la verdad (de manera casual
se ha enterado que ella atraviesa por serias difi cultades económicas),
pero sabe también que deberá manejarse con suma discreción; la mujer
mantiene el pacto de orgullo de sus ancestros.
Penetra en la casa. Una lonja de cuatro por diez metros: cocina, comedor,
y una habitación con un pequeño baño. Paredes revocadas sin pintura;
piso de cemento y carpintería de pino; todo limpio y ordenado, con una
pulcritud casi exquisita.
Sobre la mesa de la cocina, vé un libro abierto.
-Veo que estás leyendo... - acota con la mirada fi ja sobre los ojos negros
de la mujer -¿Neruda...?
-Neruda. Ya sabes que es uno de mis poetas preferidos.. ; me gusta
el chileno porque dialoga con la tierra; nos transmite los mensaje de
nuestros antepasados. Hablar de Neruda despierta en mí la poesía
interior. ¿Sabes, español? En este libro me reencontré con los aromas
que afl oran de la tierra, con palabras que desnudan los secretos de las
voces ancestrales... pero por sobre todo, me han parecido maravillosos
sus retratos del alma humana, de las injusticias sociales...
-Hablas como una poetisa. ¿Este escrito es tuyo? -tiene en su mano
derecha un manuscrito hecho en un pedazo de papel- ¿Puedo leerlo...?
-Estaba en eso cuándo tú llegaste- la mujer toma entre sus manos, la
mano libre del hombre-. Siempre hueles bien, español...
Alonso Lama siente un leve cosquilleo en medio de sus genitales; ella
le toma las manos entre sus manos callosas, duras de labranza. Luego
le pone el escrito delante de sus ojos. Lee.
-“Sólo en Dios se trasciende la existencia. A veces, resulta difícil aceptar
203
la idea de un Dios; pero es más incomprensible imaginar la vida sin El.
Ajeno a la idea de Dios, el humano no entendería el mundo. Dios es el
ancla, el barco es la vida, y el hombre” ¿El hombre qué...? Puede ser un
hermoso poema...
-No sé; tal vez el timonel. Me gusta esa palabra. Pero tú tienes frío...
- la mujer gira sobre sí misma y saca de un desvencijado mueble una
botella conteniendo un líquido rojizo-. La cañita casera, español. Ven...,
arrímate al fuego. Unos tragos y el frío lo dejas pronto.
Luego abre la boca mostrando una cuidada dentadura.
El hombre percibe el aleteo en la comisura de los labios.
-La vida es buena. ¡A tu salud, salteña... !
-¡A la tuya, español...!
Ambos beben en silencio, mientras el licor se fi ltra lentamente en busca
de las profundidades viscerales.
Bebedor moderado, el hombre conoce el sabor de sugestiva cantidad de
licores - época de sus recorridas etílicas en los bares de Estocolmo o las
tascas de Madrid-; sin embargo, esa caña casera parece tener un sabor
inigualable. No bien se desliza por su garganta, siente que el viscoso
líquido libera rápidamente las encerradas emociones.
A través de los destellos de la vela encendida, el hombre logra divisar
la pequeña cama vacía hacia el fondo de la sala; casi instantáneamente,
mira a los ojos de la mujer.
-El niño no está. Vino el Abuelo a caballo y se lo llevó al pueblo. Lo
tiene dos o tres días. Estamos solos español. Tranquilos y solos...
Siente el láser penetrante de la mirada femenina. Lo gana de pronto la
impresión que una peonza gira en el centro de su pecho, terminando de
instalarse en el panel superior de su frente.
204
Prefi ere tomar asiento, cerca de los leños que arden en el interior de una
vieja cocina de hierro.
La mujer enciende otra vela.
-Te pido que me des sólo unos minutos; estaba por darme una ducha
cuando llegaste.
-Por favor...
Ve cuándo ella penetra en la habitación contigua. Y ve muy pronto
también el desnudo cuerpo femenino, a través de un cortinado trans-
parente. Espaldas anchas, elevado culo, caderas fi rmes como rocas.
Imagina.
-Aguanta unos minutos español. Tú sabes..., aquí cuesta calentar el
agua.
-Esta bien, salteña.
Las palabras afl oran gordas, crecidas por una incipiente emoción erótica
que comienza a atenazarle las cuerdas vocales.
Cierra los ojos. Es el momento de liberar la presión de los recientes y
sentidos recuerdos.
Había conocido a la mujer a poco de su llegada a Tartagal.
Le llamó la atención verla dentro de una de las librerías de la ciudad
- sombrero gris con cinta roja; la pollera negra y una casaca de un verde
furioso - “vestimenta colla” pensó-, preguntando al dependiente sobre
algún libro de Rigoberta Manchú.
La estampa era imponente. El rostro aindiado pero sin las facciones
duras y prominentes de los aborígenes, con un dibujo de cara de ciertas
connotaciones europeas; sin ese tono de piel tan aceitunado como
estandarte de su gente. La expresión altiva, con la barbilla ligeramente
hacia delante, en franca rebeldía a pasadas sumisiones. Todo en ella se
205
percibía altivo.
Que en aquellas tierras desérticas y poco pobladas una aborigen
preguntara por un libro de uno de los iconos más representativos de
las minorías pre - hispanas, le parecía un tanto insólito; tanto, como
encontrar una Biblia en el corazón de Medina, la tierra caliente de
Mahoma.
Se acercó hasta ella. Sostuvo unos segundos su mirada transparente, al
borde de la arrogancia. Le alcanzó una tarjeta.
“Discúlpeme. Gregorio Alonso Lama, escritor y periodista”.
La mujer permaneció inmutable unos segundos, esbozando una sutil
sonrisa, como una Mona Lisa sin Leonardo. “Yo estoy vinculado con
organismos de derechos humanos. Puedo conseguirle material sobre
Rigoberta a través de Internet”.
Ahora sí, las facciones que se ablandan y la sonrisa que se abre como si
se desprendiese de un resorte.
Momento de poner el índice sobre el domicilio que fi guraba en la tarjeta,
y la cita acordada para la tardecita del día siguiente.
Él dudó, claro que dudó de esa visita. Suponía que ciertos prejuicios
atávicos impondrían el vallado cultural correspondiente.
Pero ella fue. Sin el tradicional sombrero, pero con los tonos rojos y
negros en varios festones de su ropa, acentuando aún más su fornida
fi gura.
Cuándo le abrió la puerta invitándola a pasar, vió la duda en ella, captó
la mirada femenina lanzada al interior de la vivienda. “Estoy solo, no
tiene nada que temer”.
“Yo sólo temo a Dios” le contestó para su propia sorpresa. Luego
adelantó sus pies calzados con unas sandalias artesanales, pero pisando
206
con la seguridad de llevar el mejor Luis XIV en sus pies.
A los pocos minutos, la distensión era total. Casi un milagro; no era cosa
menor superar en tan poco tiempo, siglos de desconfi anza generados
por la codicia de sus antepasados.
Hablaron de casi todo, aunque ese todo - a su expreso pedido- había
girado en torno a la peculiar historia de la mujer. Una infancia estrecha
en lo económico y en lo afectivo. Acompañando a su madre como
cocinera en el establecimiento de campo de un productor vitivinícola
salteño. Compartiendo ambas una pequeña habitación de servicio.
Con una escuela primaria ganada a codazo limpio, a instancias de una
tozudez sin concesiones respecto a los estudios.
Caballo provisto por la mujer del patrón - “buena mujer “, le había
dicho a su madre entonces-y a cabalgar diez kilómetros de ida y diez de
vuelta, hasta el ranchito escolar en el que una raída bandera celeste y
blanca era el mudo testimonio de que en aquella región inhóspita y casi
salvaje, también existía el país de los argentinos.
Comenzando el primer grado a la edad en que otros ya habían completado
el ciclo primario. Pero que no importaba. Como tampoco importaba -
siempre en la voz de ella - que en canje por el préstamo del caballo,
tendría que colaborar en las tareas generales del viñedo.
Juntando de a monedas los pocos pesos de la paga- a la patrona le había
parecido incorrecto que trabajase gratuitamente-, a fi n de transformarlos
en libros, cuándo la señora bajaba a la ciudad para realizar las
compras.
Forzándose desde su adolescencia en captar las palabras de Whitman,
de Neruda, de Mark Twain y de Cervantes; del Melville de la épíca
historia del cazador de los mares; de Poe y de Jack London; todo el
207
siglo de oro español, llegando incluso hasta El hombre mediocre, aquel
temible libro de léxico casi incomprensible, descifrado gracias a los
ofi cios de un viejo Sopena prestado por la dueña de la estancia.
Libro aquel de José Ingenieros que había tenido la rara virtud de aunar
su visión moral del entorno indígena, con el pragmatismo del hombre
blanco, instándole a subir los peldaños de una escala social hosca y
prohibitiva para los de su raza.
A los buenos pese a las privaciones; así, hasta que llegó el periodo más
duro de su vida: el productor que cae en desgracia económica, y, con
20 años y una madre que ya comenzaba a padecer los efectos de una
precoz demencia senil, verse de pronto en la calle, sin trabajo y sin
vivienda.
Puertas y puertas en busca de un conchabo, en canje por un techo y un
plato de comida. Nada. Los nudillos se habían desgastado.
Una y otra vez golpeando chapas y maderas de las puertas de ricos y de
pobres. Nada.
Dos mujeres- una enferma, con la mente desvariada por momentos -
que se ven obligadas a dejar la ciudad Capital de la bella provincia,
en un peregrinaje doloroso, a lo largo de una ruta árida que parecía
no tener fi nal : Gral Güemes, San Pedro, Libertador Gral San Martín;
Urundel, Saucelito, Pichanal, y un leve desvío hacia el norte: Tabacal, y
luego hasta San Román de la Nueva Orán.
Nada. Nunca nada.
Incontables días en medio del frío, la soledad y el hambre. Pasando las
noches en alguna capilla de un párroco sensible, recibiendo un plato de
comida; y si la capilla estaba ausente de Cristo, quedaba el recurso del
pequeño hospital o la modesta sala de primeros auxilios dónde siempre
208
solía haber un alma caritativa y un colchón aunque más no fuera en la
cocina.
En aquella Orán dónde se había despedido defi nitivamente de su madre,
cuando la vieja india le dijo una noche que no quería dar un paso más.
Noche oscurísima, con un telón de fondo negro en el cuál las estrellas
parecían brillar de manera especial, por encima de una luna enorme y
blanca que teñía de morado los cerros circundantes.
Noche de lucidez de su progenitora, apenas una hora en que el cerebro-
luego de recomponer durante unos minutos sus desquiciadas neuronas-,
ponía en sintonía su psiquis con la pasada sabiduría de sus ancestros.
“No quiero ser más una carga para usted, m`hija. La Pachamama me
ha hablado hoy y me ha dicho que la deje caminar sin mi presencia. Yo
elijo morir para que usted viva. Ella me ha hablado aquí esta noche...”.
Incomprensible para el hombre blanco.
Hubo claro, una queja (ya se sabe: la vida no resigna su derrota en su
desigual pelea contra la muerte...); la misericordia que se hacía presente
a través de un reclamo íntimo y verbal a ese Dios que fi jaba de manera
arbitraria el destino de cada una de sus criaturas.
Pero Dios tenía sus propósitos y ella no era quien para torcer ese deseo
de su madre de elegir morir con dignidad.
Por eso la mujer le recuerda al español que en la mirada de su madre,
brillaba la resolución incontrovertible. Y así fue.
Vuelta a los caminos, bajando otra vez hacia la ruta 34, en una quimérica
busca de revancha pero ahora rumbo hacia el noroeste: Gral Ballivián;
Coronel Cornejo, Gral Mosconi y Tartagal, nombres todos registrados,
grabados a fuego en los anales de una memoria demasiado sufrida y
dolorosa.
209
Tiempos de penurias, hasta que un día afl ora el pequeño milagro: el
encuentro con gente de su propia comunidad étnica y cultural, organizada
para prestar asistencia a sus hermanos.
Con escasos recursos - cierto era - pero los sufi cientes para apretarse
codo a codo con esperanzas pequeñas pero creíbles en su realización.
Fueron entonces años de trabajos sociales intensos- ella en tareas de
alfabetización- hasta que el amor se hace presente corporizado en un
hombre que trabajaba en YPF.
Y el sueño de seguir soñando se hizo posible.
Pronto, la pequeña pero confortable vivienda (los primeros ladrillos
propios y las paredes que resguardaban del viento helado en el invierno)
y pronto también, la llegada del hijo, como otro regalo extra de la vida,
que parecía dispuesta a congraciarse con ella.
Era tan maravilloso aquel presente, que libros y libros llegaban todas
las quincenas en las manos de un compañero comprensivo que después
de los cobros quincenales, se llegaba hasta la ciudad para recoger
en la librería las obras que ella le había preparado en unas listas con
antelación.
Claro que la felicidad de los pobres - como suele decirse - siempre es
efímera.
“Mi esposo - parco de palabras pero generoso de espíritu - practicaba la
solidaridad desde su cargo de delegado gremial”.
Alguna vez le había comentado a ella de ciertas “apretadas” conminándole
a abandonar sus actividades sindicales.” No sigas jodiendo porque te
vamos a hacer boleta”, le había dicho un gendarme de bigote ralo.
Ella que indaga. “No es nada negra; gajes del ofi cio. Nada de que
preocuparse”.
210
Frase repetida para amortiguar las angustias.
Pero no hubo caso. Una noche llegaron unos hombres de uniforme
verde con orden de detenerlo; a medio vestir, lo sacaron a la rastra de la
cama. Luego, a cachiporrazos, lo metieron en una camioneta que partió
velozmente.
Todo en un par de minutos, justo el tiempo que había transcurrido
mientras ella saltaba de la cama, corriendo a buscar a su hijo que
dormía en la cuna.
Tiempo sufi ciente para escuchar la sonora puteada de quien parecía ser
el jefe del grupo que era aguardado desde otro vehículo: “Y vos dejate
de joder negra de mierda, porque un día vamos a venir por vos”.
En la confusión, alguien del grupo se había robado el pequeño cofre con
todos los ahorros.
Otra vez cuesta arriba, apretando los dientes, y a pelearle nuevamente a
la vida tratando de despejar las piedras del camino.
Gracias a los ofi cios de la comisión gremial, pudo lograr un pago
simbólico de medio jornal. Esto, y la solidaridad de los obreros, fue
sufi ciente para tirar un tiempo con un resto de dignidad.
Después la historia ya era más reciente: el cierre de la planta como
consecuencia de la compra de YPF por parte de Repsol, y la magra
indemnización gracias a los ofi cios de un joven abogado (recursos
monetarios apenas sufi cientes para comprarse la casita en las afueras
del poblado); y desde unos años atrás, la pensión que el Estado le
había liquidado en concepto de indemnización. Dinero también escaso
pero que al menos servía para sobrevivir y hasta para darse el lujo de
costearse sus estudios secundarios, vieja asignatura pendiente.
El resto lo proveía su pequeña pero efi ciente huerta, algunas gallinas, y
211
una vaca que cada tanto ofrendaba su cuota de leche.
“No me hablaste nada de tu padre”
La mujer había mirado unos instantes hacia el vacío, tratando de
desprenderse de una imagen violenta y escurridiza. Luego volteó la
cabeza en dirección a él, que esperaba ansioso la respuesta.
Ella se mordió los labios carnosos y salientes antes de responder: “Soy
el resultado de una violación que llevara a cabo el administrador de la
estancia. Mi madre a los 20 años tenía la carne dura como el acero, y el
hombre no pudo sujetar su continente”
Ante semejante confesión, él no pudo controlar su disparador morboso
y fue por más. “Por favor español - era la primera vez que lo llamaba
así -; no pactemos con el demonio. El mal corre invisible como el viento
cuando el hombre abreva en él”.
Entonces, guardó prudente silencio.
Sorprendido y conmovido por la historia y la forma en que ella se
defendía de las adversidades, se dio cuenta de que aquella mujer era
la sincronía perfecta entre la sabiduría natural de sus ancestros y el
conocimiento ilustrado de la raza.
Movido por un impulso extraño, se puso de pie y tomó las manos
curtidas de la mujer.
Al instante, ambos estaban confundidos en un abrazo en el cual los
sentimientos puros y genuinos, predominaban sobre los ríos de fuego
que el erotismo comenzaba a gestar entre sus vísceras.
Sólo tuvo una última pregunta, antes que la mujer se marchara. “Con
todas las cosas que te pasaron, no se ven las marcas del rencor. ¿Por
qué?”
Ella sonrió. “¿Rencor...? El rencor es cosa de espíritus pobres y
212
corazones callados. Hace mucho comprendí que la vida es una prueba
de fuego: Si te quejas siempre de tu suerte, acabarás consumido por él.
Si dejas a tu corazón libre de las tinieblas del rencor, siempre pasarás
por encima de las llamas”.
Luego hubo otros encuentros, como cuando ella lo llevó a la Biblioteca
Pública y le mostró parte de un trabajo que estaba realizando con apoyo
de gente de la comunidad. “Estamos tratando de hacer una reparación
histórica, español: mis antepasados son pocos y están dispersos por
estos campos de Dios. Muchos de ellos han perdido contacto con sus
raíces, con la lengua de sus ancestros. Aquí he conseguido unos libros
antiguos que rescatan el alfabeto de mi gente, y la idea es contactarnos
con todos cuantos podamos, para volverlos a la paz de sus tradiciones.
Yo he leído sobre tu patria, español, y si algo especial rescato de tu gente,
es la forma como han mantenido sus tradiciones, pese a la diversidad
de regiones. Me gusta eso de hacer un culto de lo suyo, respetando los
sentimientos ancestrales de los vecinos. Amo a tu Galicia, español: La
he visto a través de un libro de poemas de Rosalía de Castro que me
han traído desde Buenos Aires. Por eso tengo el entusiasmo puesto en
este trabajo. Yo voy a enseñar la vieja lengua a mi gente, español. He
conseguido libros y también me donaron una pizarra que ya tengo en
casa”
Él la vio rebosante, hablando con un entusiasmo arrollador.
Luego se enteró que se trataba del vilela, lengua de raíz andina, que de
manera un tanto misteriosa se había instalado en el sur de la provincia
y en el norte del Chaco.
Cuando él le preguntó si valía la pena semejante esfuerzo - incluso a
tenor que tal vez llegaría a escasos pobladores de la etnia - ella se limitó
213
a decir: “No importa cuántos consiga. Una sola voz, hacen las voces. El
dolor de un hombre, es el dolor de todos los hombres”
Siempre sorprendiéndolo con sus sabias acotaciones.
Otro día se encontraron nuevamente en su casa.
Ella aceptó la invitación para compartir una cena durante la que hablaron
hasta bien entrada la madrugada.
Fue la primera vez que el sexo metió una cuña pequeña entre los dos.
Claro que la cosa no pasó de ciertas miradas cómplices en las cuáles el
erotismo comenzaba a avivar el fuego que ya fulguraba en las pupilas.
Aquella noche, de pie frente al cuerpo de la mujer apoyado contra la
puerta de la cocina, él la besó en la frente, mientras sentía las manos de
ella deslizarse por su cuello.
Luego de tomarla entre sus brazos, él la había apartado rápidamente
de su cuerpo, momento en que la mujer comprendió que él no estaba
preparado para una nueva aventura amorosa; que la joven y bella blanca
desaparecida, aún controlaba las emociones de ese hombre sensible.
Pero no hubo resquemor, ni siquiera un atisbo de protesta verbal, como
si ella conociese y valorase el peso anímico del pasado, la comunión
vital con las que cada gesto y cada una de las emociones pasadas,
marcan a fuego el alma de los protagonistas.
Por eso sabía - el corazón femenino era experto en esto - que él no
estaba aún en condiciones de recibir su ofrenda de mujer; ofrenda
que ella ya había decidido poner a su disposición desde el momento
que aquel extraño comenzara a controlar y digitar sus fantasías eróticas
nocturnas.
Cierto que se trataba de una visita fantasmal del español: un reclamo
de sus neuronas y su carne, activadas éstas por su soledad física y
214
espiritual.
Y entonces la fantasmal imagen del hombre que llegaba en medio de
un frío soberano; los saludos fantasmales de rigor, hola español; hola
salteña, y el cuerpo inasible pero increíblemente caliente del hispano,
introduciendo su virtual imagen entre su otra soledad - la de las sábanas-
penetrando en su intimidad de mujer como preludio de un onanismo
silencioso que solía precipitar algún largo y sentido orgasmo.
Ahora estaba de vuelta con ella, a casi un mes del último encuentro.
Treinta días imaginando que ya se sentía preparado de afrontar una
relación de amor en la cual era mucho lo que ambos ponían en juego
como raíz misma de la vida. Sabía muy bien cuál era la diferencia
entre intercambiar los genitales como simples disparadores sexuales, o
entregarse a la práctica del amor en el que el sexo, sí, estaría supeditado al
sagrado trípode de la existencia humana: espíritu , corazón y vísceras.
Siempre había tenido muy en claro que el amor exigía el compromiso
de la carne pero también la intangibilidad emocional de toda su
espiritualidad.
De pronto, a través de la presión de los recuerdos, comprende que una
ansiedad creciente comienza a dominarlo.
-En un minuto estoy lista, español.
Acicateado por una borrosa imagen escrita en la pizarra clavada en la
pared, se acerca con la vela en mano. Y sin saber porque, siente una
extraña emoción al ver escritas con una tiza, las siguientes palabras:
215
VILELA-ESPAÑOL
Najai, yo Nakic, nosotros
Nam, tú Namqué, vosotros
Tetelá, él Tetelapi, ellos.
Por un momento, deja navegar la mente imaginando el paisaje de ese
páramo siglos atrás, cuando los hombres de esas tierras dominaban ese
entorno salvaje en el que el silencio retumbaba a través de ríos y arroyos;
de montes y de sierras; cuándo aún los calchaquíes eran dueños de sus
destinos, antes que los incas y más tarde sus propios antepasados de
raza, les robasen el alma y las pertenencias.
En el momento que la última imagen de los recuerdos abandona el
anaquel de su cerebro, ella que vuelve desde la habitación. Pollera
negra plisada, con el volado algo más levantado dejando ver el desnudo
nacimiento de los muslos; blusa blanca de mangas largas con puntillas
en los puños; chaleco de cuero abierto tipo verde musgo, y botas negras
de medio taco. Además, un collar artesanal de varias piedras, con
pulseras haciendo juego. El rostro, sin una pátina de cremas, con los
labios descalzos de rouge.
Al ingresar en la cocina, el pequeño ambiente se impregna de un
penetrante aroma fl oral, batiendo en retirada las volutas de la leña y los
vahos del licor.
-Te viniste con todo...
-Tu presencia, español, es importante en mi casa. Yo debo hacer honor
a tu visita.
216
Demasiada dinamita erótica; se apoya de perfi l contra uno de los bordes
del extremo de la mesa.
Ella se halla de pie en el otro extremo, con sus manos sobre el dintel
de la puerta.
Durante algo más de 30 segundos, ambos se observan en silencio, como
virtuales maestros de ajedrez. Cada mirada parece un movimiento a la
espera de la jugada maestra: P.A.R. Jaque Mate.
La mujer permanece con los dedos de la mano derecha jugando con la
cadena del cuello, mientras una de las rodillas oscila entre una posición
rígida y una leve fl exión hacia delante.
-Estaba mirando estas palabras escritas en la pizarra- dice sólo por
decir algo (en realidad tenía la cabeza en otro lugar y otros eran los
pensamientos).
La mujer camina hacia él.
-El alfabeto vilela al que hiciera referencia... Pude rescatarlo. Algunas
de las tribus calchaquíes lo hablaban ya antes de la llegada de tus
antepasados, español. Y antes también que fuéramos sojuzgados por el
imperio Inca.
-¿Tenés idea del número, digo..., sí sabés de datos demográfi cos al
respecto?
-¿Te interesa español? la observa fi jamente como única respuesta-.
Mira, según estudios confi ables, se habla de unos setenta a cien mil
miembros, aunque otros dicen que es un cálculo mezquino. Lo notable
es que la población no constituía una unidad política. Se agrupaban en
tribus y ayllus, cada uno con sus caciques independientes.
-¿Qué es un ayllus?
-Ahí lo tienes - la mujer señala la imagen de una serpiente hecha en una
217
lámina de bronce. Está colgada en la pared, sobre el fl anco derecho de
la pizarra.
-¿Y cómo se manejaban políticamente?
-¡Siempre la política! ¡Siempre la política, español! - ella se ha acercado
de manera casi subrepticia a su posición. Ahora siente la intensidad
del perfume femenino; un halo intangible que asciende por sus fosas
nasales con efectos devastadores. -Te cuento español: las tribus
estaban comandadas por caciques, lo mismo que los clanes en que se
subdividían, Estos se heredaban. Los caciques eran también los jefes
de la guerra. Los calchaquíes - o sea, la gente de mi pueblo -, llegaron a
estar confederados. ¿Me sigues? No..., lo digo porque presiento que tus
pensamientos están en otras cosas... Por eso...
-Es verdad.
-Najai y Nam- dice ella, llevando un índice al centro de su pecho. Luego
lo señala.
-¿Tú y yo....?
-Exacto. Tú y yo, español.
Olfatea los efl uvios del macho en celo. El erotismo comienza a
desbordarse. Puede palpar el frenesí de la danza erótica moviéndose de
manera incontrolable entre los corpúsculos del aire.
Imposible manejar tanta feniletilamina. La mujer capta su mirada
errática.
Ella sabe que no está frente al fantasma que noches tras noches se metía
entre las sábanas de su cama. Ahora el fantasma se ha corporizado;
siente la mirada del extranjero como parte de un desprendimiento, la
pátina de amor que se imponía por encima de desencuentros ancestrales.
Vibraciones infi nitesimales, imperceptibles para una vista prosaica,
218
pero tomadas por ella, gracias a ese don especial que la conectaba con
la memoria colectiva de su pueblo.
Percibe que en la mirada, se aunaban las aristas del pasado argentino,
con aquella Galicia lejana y desmadrada.
Pero también siente que en los ojos del español, está viva la mirada de
su propia naturaleza, parte de ese pasado celta que marca el sino de ese
hombre entristecido.
-Español: mi corazón te pertenece.
Acusa el terremoto verbal bajo sus pies. Primera vez que una mujer
tomaba la iniciativa.
-Bueno... - siente su risa impotente pegando pequeños saltos en el aire.
-No sé qué me pasó contigo español. Siento como...; como si me
hubieras volado la cabeza- su mano adopta la forma de un arma de puño
y se la lleva a la sien-. De pronto, ¡pum!, una bala de amor que me ha
hecho un hueco aquí, y aquí en el corazón...
-Bueno, yo no sé qué decirte... - la frase suena ambigua. Ella capta la
duda momentánea.
-Alma. Mi nombre es María del Alma; pero quiero que me llames Alma.
Nunca me habías preguntado el nombre...
-¿Alma...? Jamás escuché ese nombre en una mujer.
-Lo sé, español.
-Lo sé; lo sé. Vos sabés todo... ¿Cómo es que sabés todo?
La protesta es una caricia sensual en medio de una abierta sonrisa.
-Porque estoy en comunión con las voces de la tierra. Leo los
pensamientos a través de las vibraciones de la voz; me llegan abiertos y
puros. Mi espíritu no opone barreras. Mi mente no especula. Las cosas
son como son..., español; la voz que emite la palabra tiene un valor
219
sagrado y yo aprendí a captarlo; así de simple.
-Muy bien, muy bien... Entonces, ¿qué es en lo que yo estaba pensando
en el momento que dijiste aquello de najai y nam?
Cada segundo que pasa, las implosiones eróticas parecen despejar sus
últimas dudas.
Claro que ella no duda; por primera vez en la noche, la sonrisa se abre
plena como un girasol.
-Que te mueres por tenerme, español. Percibí desde la habitación tu
codiciosa mirada sobre mi cuerpo desnudo - él se deja caer en una silla
de paja, aterrado por el descaro de la mujer-. Debo confesarte que lo
hice a sabiendas, español. Escuché que una voz interior me lo exigía.
Necesitaba saber si yo podría alimentar mi propio sueño..., ya sabes,
ser correspondida por ti... Por favor, español... - la voz indígena suena
densa como una cascada de aceite; después de avanzar decidida sobre
él, toma entre sus manos callosas el cráneo y la frente de Alonso Lama -
Tengo cosas para ofrendarte, español...
Ahora la cascada de aceite se ha convertido en una viscosa y gigantesca
catarata.
Durante un eterno minuto, ella aprieta la cabeza del hombre contra su
vientre, con la sensación de que alguien clava agujas en su vagina.
Repentinamente, el hombre-macho se revuelve; de manera descontro-
lada, lleva sus manos hasta los cantos traseros de la mujer, besando y
lamiendo compulsivamente el vientre y la cintura femenina.
En algún instersticio de su cerebro, siente que la parte de bruto que
anida en él, tira violentamente de la pollera; la prenda cae al piso,
dejando al descubierto los pisos inferiores del desnudo edifi cio de la
mujer, preludio lujurioso de la ofrenda prometida.
Salta de la silla apretándose fuertemente contra ella.
En medio de atávicos gemidos, tratando que sus cuerpos no se separen
220
ni siquiera un milímetro, ambos comienzan a recular en dirección a la
habitación.
Percibe el temblor de la mujer; un temblor que baja desde su cabeza
hasta la punta de los pies; casi sin darse cuenta, una profunda sinfonía de
notas misericordiosas estalla en su corazón. Repentinamente, ha dejado
de ser el macho en busca de su porción de sexo. Ahora ha recuperado al
hombre, la compostura vertical que lo eleva sobre el bestialismo.
Con infi nita ternura, deposita el cuerpo de la mujer sobre las blancas
sábanas.
Desde el mismo centro de su corazón, siente que Alejandra se ha
marchado en silencio, casi en puntas de pies, para no perturbar la génesis
de un amor nuevo, después de 25 años de ostracismo sentimental.
Sobre el limo sagrado de las sábanas, no está la desnudez del 90-60-
90, objeto de todos los rituales eróticos de su raza. Sin embargo, en la
imperfección de las formas arquetípicas, vislumbra una egregia belleza,
un sublime desnudo, como una invitación de Dios para cicatrizar las
antiguas heridas de ambas razas.
Por eso, cuándo ella le suplica que lo penetre, él lo hace de la manera
más suave posible, con la sensación nueva e inigualable, de que al fi n
cedía el viejo cerrojo de los sentimientos.
El orgasmo no tarda en llegar.
Llega en medio de un grito compartido. Decibeles del alma que rebotan
en las paredes de la habitación, traspasando el cristal de la ventana. Grito
de conjunción de frustraciones y dolores, que ambos - separadamente-
habían mantenido celosamente guardados bajo siete llaves.
Ahora, a través de la presión de millones de células enardecidas, los
gritos viscerales corren a campo traviesa, se adentran en los montes y
221
ascienden a los cerros, conformando el más formidable grito de protesta
humana, frente a las limitaciones impuestas por la muerte.
223
“Acotaciones”
Madrid, enero de 1982.
Necesito referirme a un acontecimiento que me tocó vivir hoy por a
la tarde, a la entrada de una de las tantas tascas, cerca de la Puerta del
Sol.
Había dejado mi trabajo en el periódico antes de horario porque estaba
en uno de esos días en los cuales los recuerdos me taponan, me asfi xian
con toda su carga depresiva.
En esos casos, siempre contaba con la indulgencia del jefe de redacción-
un madrileño de aquellos, reconocido por el Madrid académico, y el de
los propios lectores - a quien no tenía más que decirle que necesitaba
marcharme para tener su inmediato consentimiento; hoy más indulgente
que de costumbre gracias a una nota sobre el Papa que me salió
redonda.
El aire de Madrid tiene un perfume especial (al menos para mí); cada vez
que salgo del periódico en semejantes condiciones anímicas, el recorrido
a píe se ha convertido en un repetido rito: Desde la Plaza Colón, tomar
por la avenida Carlos Sotelo, girar en Alcalá contemplando largo rato la
Cibeles; seguir por esa calle y detenerme unas cuadras después frente a
la magnifi ca fachada de la Academia de Bellas Artes, y casi enseguida,
la Puerta del Sol, centro de locura colectiva cada vez que el Real se alza
con algún triunfo de campanillas como dicen mis colegas de por aquí)
Luego la calle diagonal que desemboca en el Palacio Real; caminar
en forma muy lenta por la calle Bailén contemplando su arquitectura
224
sugestiva; girar por la Mayor de vuelta a la Cibeles, pasar por el Teatro
Real - cita obligada de muchas noches líricas - y otra vez sobre la Puerta
del Sol, a la búsqueda de algún lugar para comer las suculentas tapas
acompañadas por un buen chato de manzanilla.
El frío de esta tarde de enero se hacía sentir de manera aguda y en mi
caso particular, la caminata me había puesto el corazón casi helado.
Creo que esto me llevó a beber de entrada con exceso - cuatro chatos
de manzanilla no eran mis habituales medidas etílicas -, ¡y en menos
en dos horas!
Pronto comencé a sentir que la cabeza oscilaba tendiendo a irse hacia
el piso por la acción de un contrapeso invisible; para colmo, los chatos
eran dobles y ya las neuronas chisporroteaban en el cerebro como
infi nitesimales luces de bengala.
Estuve sólo todo el tiempo. Mis ocasionales amigos solían caer más
tarde, así que me lo pasé viendo trajes de torero en los cuadros colgados
de las paredes, y oyendo todo el tiempo los coños, tíos y, ciripollas, en
cantidades inimaginables.
Recuerdo que en algún momento, una morena fenomenal que portaba
unos candiles de azabache con una de esas miradas que son capaces de
rajar a la misma carne, había comenzado a relojearme, desde la punta
de la barra.
¡Tío! - me dije. Esta se trae una centella... Pero no hubo caso: el maldito
alcohol no parecía comulgar esa noche con mis efl uvios eróticos, y
poco a poco me fui envolviendo en mí mismo, hasta casi desaparecer
del alcance de aquellas termitas visuales.
Me pregunto qué habrá pensado aquel portento mozárabe. Este tío es un
estúpido. O - peor aún - ha de ser una mariquita...
225
Mala suerte. No siempre se gana. El caso es que quiero contaros esta
historia (a veces se me pegan las cosas de aquí).
Me marché como a eso de las ocho de la noche.
En la calle, un viento helado me pegó una bofetada que puso rojas mis
orejas.
Generalmente tomaba un autobús - vivía a unos 5 kilómetros de allí -
pero esta vez decidí abordar un taxi.
Y he aquí el extraño episodio, objeto de esta nueva página en mi
diario.
Pasan dos taxis frente a mí, y yo que no ensayo siquiera levantar una
mano. Ya con moderados efectos del alcohol, tenía en claro que debía
abordar el primer taxi que pasara por allí (además, hacía un frío de
morirse y no veía la hora de meterme en la cama); mentalmente, me
dije: páralo que allí viene.
Pero fue en vano. La mano se negó a obedecer al pensamiento.
Y al pasar el segundo sucedió lo mismo. Nada; que las malditas manos
parecían estar en huelga. ¡Y hubo un tercero! Y esta vez la mano,
como ancla sin barco, apuntando rígida hacia el suelo. ¡Manolo! ¿Qué
carajo me pusiste en los chatos? Vamos..., bandazos gramaticales, clisés
de titulares que mi cerebro tiraba al azar para ver si despertaba de la
borrachera.
Cuándo de taxis ni esto, le ordené a mi brazo izquierdo que se alzara
¡ y se alzó nomás! Repetí el pedido con mi brazo derecho y arriba
también!. Ostias, qué cabronada hay en todo esto, pensé.
Justo en esos momentos, otro auto de alquiler se detenía a escasos metros
donde me encontraba de pie, y, en el momento que decido abordarlo,
veo que desciende un hombre - barba rala, aspecto hindú (no sé porque,
226
pero yo me dije que tenía cara de hindú) -, gabán azul y lentes de carey
con cristales de tono ligeramente anaranjados.
El hombre que se mueve con premura y que se lleva mi humanidad por
delante, arrastrando mi vertical contra el piso de la acera.
El hindú (me cuesta acostumbrarme al moderno indio) ensayó una
disculpa, se agachó para darme una mano y justo en esos momentos,
observo que de un portafolio que llevaba el oriental, caen al piso unos
papeles.
Mecánicamente me sacudí la ropa y en el instante que buscaba con la
mirada al misterioso sujeto, noté que este había desaparecido. Esfumado.
Humo. Como quieran.
Recogí los papeles del piso - ahora los tengo frente a mí -; eran tres páginas
amarillentas - hojas pequeñas, algo así como de 8x 15 centímetros -, sin
referencia concreta de autor ni de título.
Al pie de la última hoja, en letra apenas visible, alcancé a leer como
único dato bibliográfi co: erinck. Le visage Vert. (seguramente el título
haría referencia a un libro que yo no conocía) No sé cuántas letras
faltaban en el apellido del autor; lo cierto es que no pude descubrir su
nombre ni siquiera a través de la ayuda de la gran Espasa.
Voy a transcribir el texto porque me parece de una belleza exquisita,
y además, como un homenaje peculiar a estas palabras que el destino-
¿quién sino?- había depositado en mí con el bendito propósito de meter
una cuña en mi atribulada y solitaria alma.
“La llave que nos hará dueños de la naturaleza interior, está oxidada
desde el diluvio. Se llama: Velar.
Velar lo es todo.
El hombre está fi rmemente convencido de que vela. Pero, en realidad,
227
está preso en una red de sueños que ha tejido el mismo. Cuanto más
se aprieta a la red, mejor impera el sueño. Los que están sujetos por
sus mallas son los durmientes que caminan por la vida como rebaños
de ganado llevados al matadero, indiferentes y sin pensar.
Los soñadores sólo ven, a través de las mallas, un mundo enrejado;
no perciben más que aberturas engañosas, obran en consecuencia
y no saben que estos cuadros son simplemente los restos insensatos
de un todo enorme. Estos soñadores no son, como tal vez tú crees,
los fantasiosos y los poetas: son los trabajadores, los sin reposo del
mundo, los que están roídos por la locura de obrar (el subrayado me
pertenece).
Velar lo es todo.
El primer paso hacia este fi n es tan sencillo que un niño puede darlo.
Sólo el que tiene el espíritu falseado ha olvidado como se anda y
permanece paralizado sobre sus dos pies, porque no quiere prescindir
de las muletas que ha heredado de sus predecesores.
Velar lo es todo.
¡Vela en todo lo que hagas! No te creas ya despierto. No, tú duermes
y sueñas.
Reúne todas tus fuerzas y haz que por un instante resplandezcan en
todo tu cuerpo este sentimiento: ¡Ahora, estoy en vela!
No existe idea atormentadora que no puedas rechazar de esta manera.
Se queda atrás y ya no puede alcanzarte. Te extiendes por encima de
ella, como la copa de un árbol se eleva sobre las ramas secas.
Tienes que vencer uno tras otro los peldaños del despertar, si quieres
vencer a la muerte.
El escalón inferior se llama, ya, genio.
228
Recuerda que la historia de Troya fue tenida por leyenda, hasta que
al fi n un hombre tuvo el valor de excavar por sí mismo.
En este camino del despertar, el primer enemigo que encontrarás será
tu propio cuerpo.
Naturalmente, la felicidad del perro fi el -servir a un dueño-, no
existirá ya para ti, pero..., sé franco contigo mismo:¿querrías incluso
ahora, cambiarte con tu perro?.
Entonces se habrá cumplido el milagro en que los hombres no pueden
creer - porque, engañados por sus propios sentidos, no comprenden
que materia y espíritu son la misma cosa - y que el milagro de que,
incluso si te entierran, no habrá cadáver en tu ataúd.
¡Vela ya!
Los ladrones que roban la fuerza de tu alma, son los peores ladrones
del mundo.
Sabe que las fuerzas maravillosas que ellos poseen, son las tuyas
propias, desviadas por ellos para mantenerte en la esclavitud. No
pueden vivir fuera de tu vida, pero, si los vences, se hundirán y se
convertirán en instrumentos mudos y dóciles que podrás emplear
según tus necesidades.
Son innumerables las víctimas que ellos han hecho entre los hombres.
Lee la historia de los visionarios y de los sectarios, y aprenderás que
el sendero que sigues está sembrado de cráneos.
Inconscientemente, la humanidad ha levantado contra ellos una
muralla: el materialismo. Esta muralla es una defensa infalible; es
una imagen del cuerpo, pero es también un muro de prisión que te
impide la vista.
Hoy andan dispersos, y el fénix de la vida interior resucita de las
229
cenizas en que ha estado largo tiempo acostado como muerto, pero
los buitres de otro mundo empiezan a batir las alas.
Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros. No tendrías que hacer
más que comportarte como un hombre corriente. Pero, ¿qué ganarías
con ello? Seguirías siendo un prisionero en la cárcel de tu cuerpo
hasta que el verdugo Muerte te llevase al patíbulo.
Cuándo, en el camino del despertar, cruces el reino de los espectros,
comprenderás poco a poco que son sencillamente ideas que puedes
ver de pronto en tus ojos, porque el lenguaje de las formas es diferente
al lenguaje del cerebro.
Entonces llegará el momento de la transformación: los hombres
que te rodean se convertirán en espectros. Los que has amado se
convertirán de golpe en larvas. Incluso tu propio cuerpo.
Todo lo que te digo se encuentra en los libros de los hombres piadosos
de todos los pueblos: el advenimiento de un nuevo pueblo, la vigila, la
victoria sobre el cuerpo y la soledad.
Y, sin embargo, un abismo infranqueable nos separa de esas gentes
piadosa: creen que se acerca el día en que los buenos entrarán en el
paraíso y los malos, serán arrojados en el infi erno.
Nosotros sabemos que llegará un tiempo en que muchos se despertarán
y serán separados de los durmientes, que no pueden comprender lo
que signifi ca la palabra vela. Sabemos que no existe el bueno ni el
malo. Sólo el justo y el falso.
Creen que velar signifi ca mantener los ojos abiertos y los sentidos
lúcidos durante la noche, de modo que el hombre pueda hacer sus
oraciones.
Nosotros sabemos que la vigilia es el despertar del Yo inmortal, y que
230
el insomnio del cuerpo es una consecuencia natural.
Creen que el cuerpo debería ser abandonado y despreciado porque es
pecador.
Nosotros sabemos que no hay pecado. El cuerpo es el principio de
nuestra obra, y hemos bajado a la tierra para convertirlo en espíritu.
Creen que deberíamos vivir en la soledad de nuestro cuerpo para
purifi car el espíritu.
Nosotros sabemos que ante todo, el espíritu debe ir a la soledad para
transfi gurar su propio cuerpo.
Tú debes elegir el camino a tomar: él nuestro o el suyo. Debes obrar
según tu propia voluntad.
No tengo derecho a aconsejarte. Es más saludable coger por propia
decisión el fruto amargo de un árbol, que ver colgado un fruto dulce
aconsejado por otro. (ídem anterior)
Pero no hagas como muchos otros que saben que está escrito. Hay
que andar, no examinar nada y retener lo primero que viene”
Maravilloso. He sentido de pronto una saludable brisa penetrar en mi
espíritu.
Por hoy, al menos, la vida tiene sentido.
Gregorio Alonso Lama.
231
Diario Personal.
Tartagal, 2001.
“Solo que fueran Pájaros”
Me tomé unos días de descanso. La excusa fue un pedido de una editorial
para realizar una nota sobre Manuel Belgrano y el Ejército del Norte;
estas cosas que tienen a Salta como punto de referencia, han comenzado
a interesar a las agencias internacionales, después de los episodios en
Tartagal.
Cuando llegué a la ciudad capital de esta bella provincia, me contacté
con gente de la dirección de Turismo.
El propósito era informarme del lugar preciso en el cual se había librado
la batalla de Salta, allá por Febrero de 1813.
Belgrano siempre marcó una impronta en las referencias históricas
nacionales. Un hombre que no estaba preparado para la milicia; que en
realidad, por su carácter de estudioso, se perfi laba para cuestiones de
Estado.
Por otra parte, una salud quebrantada desde su juventud no lo hacían
apto para la dura y sacrifi cada vida de soldado (claro que esto de la
mala salud no era patrimonio exclusivo del creador de la bandera; todos
sabemos los padecimientos físicos de San Martín al respecto...); sin
embargo, Belgrano fue casi un santo de mi devoción particular.
Todos sabemos que rechazó para sí una importante partida de dinero,
premio del gobierno a su brillante triunfo militar.
No aceptó un centavo, determinando que todo el importe se destinara
232
a la construcción de escuelas. Luego me enteré que la donación no se
había hecho efectiva hasta cuatro años después: el gobierno de entonces,
terminó cumpliendo el compromiso, pagando con bonos del estado
(cualquier comparación con la realidad actual, sería verdaderamente
pura coincidencia). Peor aún fue enterarme que a la fecha, ¡el Estado
no ha completado la construcción de las escuelas! Un tipo, en fi n, que
murió en la más absoluta pobreza, debiendo desprenderse de preciados
objetos personales para poder costear los gastos de su enfermedad, en
las postrimerías de su vida.
A propósito, pocos saben que fue el único de los próceres que tuvo
dos muertes: la real, ocurrida en medio de un cuadro de desolación
total, abandonado por amigos y colegas de armas - demasiado
preocupados todos en las luchas personalistas y de facciones - atados
ya a una Argentina enferma por parir, que mostraba por entonces los
confl ictos internos como sino de los días futuros, y la otra - a un año
de su desaparición física - con un entierro ofi cial - tardío y oportunista
reconocimiento político -, en medio de una multitud, dentro de una
escenografía de ocasión preparada por el régimen (digno de Kafka:
pompa y circunstancia - con salvas de honor correspondientes-;
uniformes de gala; el luto en las mujeres, con lloronas profesionales
inclusive, y todo un cortejo que incluía al pobrerío, caminando todos
detrás de un muerto ¡qué ni siquiera estaba en su ataúd!); en fi n, una
historia también para García Márquez.
Permanecí durante horas en una cuesta del camino del Portezuelo,
imaginando el momento preciso en que Belgrano, después de confundir
a los españoles enviando una partida de sus soldados por el único
acceso posible a la ciudad, toma la decisión genial de llevar al grueso de
233
sus tropas a través de anfractuosidades del terreno, con el inestimable
auxilio del Capitán salteño José Apolinario Saravia, baqueano experto
y conocedor como pocos de la zona.
Se dice que cuándo Pío Tristán (fortifi cado en Portezuelo en un punto
poco menos que imbatible) fue informado de la posibilidad que el
enemigo se le apareciese por la retaguardia, el general americano al
servicio de los realistas, contestó: “Sólo que fueran pájaros”.
Recordando este episodio de la historia, me puse a pensar en la tremenda
decepción que sufrí durante mi residencia en Madrid.
En aquellos años, en el afán de recuperar el tiempo perdido, intenté todo
cuánto el tiempo me lo permitió. Y una de las variantes, fue profundizar
en el pasado de mi patria adoptiva, sin renunciar a la española, claro;
uno siempre lleva en sus venas aquellos versos de Machado “Si quien
oye un Viva España!, con un ¡viva! no responde..., si es español no es
hombre y si es hombre, no es español”
Me intrigaba la trayectoria de San Martín, el llamado padre de la
Patria.
Me costaba entender desde mi época de estudiante, por qué un hombre
que a los ocho años es llevado desde su tierra de nacimiento a un país
lejano (España, desde luego); con padres españoles, y con una formación
moral basada en la idiosincrasia bien defi nida del carácter hispano; con
una extraordinaria carrera militar a lo largo de 20 años (recordemos los
honores recibidos en Bailén y su cargo de Teniente coronel del ejército
Real) de pronto se rebela contra esa patria adoptiva - y esto no es poca
cosa porque sabemos del honor con que los soldados juran fi delidad a
su bandera- en aras de un ideal casi exótico: el nacimiento de una nueva
patria que ni siquiera tenía nombre y - lo que era peor - aún no se había
234
decidido por declararse independiente del dominio español. Misterio,
pensaba. Insondable arcano.
Hasta que llegó la contracara de la historia.
Supe de la existencia de un tal Lord Mac Duff - documentado,
fehacientemente comprobado-, un inglés al servicio de España en su
lucha de liberación nacional contra las tropas napoleónicas; averigué
también que este hombre respondía a las órdenes directas de Lord
Weseley (todos sabemos: el duque de Wellington).
Que este súbdito de SMB, le facilitó la documentación necesaria para
presentarse en Londres en la Logia Americana creada en 1797 por
Miranda; logia dependiente de la central masónica más importante el
mundo (obviamente y a la sazón, también en Londres).
Y -¡oh casualidad!: - que con él, se habían embarcado rumbo a estas
tierras, personajes que más tarde escribirían sus propias páginas en la
historia nacional de los argentinos: Zapiola, Francisco Vera, Francisco
Chilavert, Carlos María de Alvear Balbastro, Antonio Orellana y el
barón de Holmberg. Tengo incluso los rangos de cada uno de ellos en el
ejército español, pero no hace al fondo de la historia.
Aclaro que no es mi intención emitir un juicio de valor respecto a la
masonería. Esto forma parte de otro tema.
El caso es que al profundizar un poco en los propósitos de esta supra
organización secreta, pude comprobar estos hechos objetivos:
A) Que el grado conferido a San Martín fue el 5°, que ya pertenecía a
la categoría superior.
B) Que los primeros grados se los daban a los iniciados, con garantía de
una brillante carrera en el campo en que se desempeñaran (por entonces
la milicia, marcaba derroteros de poder real).
235
C) Que sólo los de los grados superiores recibirían instrucciones para
obedecer, por sobre todas las cosas, a sus matrices extranjeras (la logia
Lautaro por lo tanto, no tenía autonomía)
D) Y por último, que los Hermanos Mayores que ejercieren poder
político, deberían asesorarse a través del Consejo Supremo, para
recibir las órdenes correspondientes, absteniéndose por lo tanto
del nombramiento de jefes militares, gobernadores de provincia,
diplomáticos, jueces y dignidades eclesiásticas, sin previa
autorización de los Venerables de la Orden.
Me dije: ¿de qué patriotismo hablamos cuándo las decisiones y todas las
medidas de fondo que afectaban la vida de los ciudadanos, respondían
siempre a los intereses de una Sociedad secreta, cuyo gobierno en las
sombras se erigía en árbitro supremo?
Pensé: la Logia Lautaro tenía raíces nativas (estaba por escribir
nacionales pero pronto me pareció una incongruencia), pero esta
matriz local, dependía siempre de las decisiones que se tomaban por
entonces en Londres (esto me aclaró defi nitivamente los pormenores
de la famosa reunión de Guayaquil, entre los dos hombres que llevaban
adelante la emancipación de sus respectivos pueblos) lo cual signifi ca
que la tan mentada independencia argentina y la de sus hermanos de
América, no había sido la obra de un genuino y excluyente patriotismo
(y atención que sé de la rectitud, la honestidad y el amor real que el
general San Martín le propiciaba a estas tierras...); sí lo fue en gran
parte y atendiendo otros intereses, la de una organización sin patria ni
bandera, a la cuál todos los revolucionarios de entonces (y algunos de la
actualidad) prestaron juramento de obediencia ciega por encima de sus
personales sentimientos.
236
De esta manera, poco a poco - y a medida que profundizaba mis
investigaciones - comprendí que el verdadero poder mundial se ocultaba
y se oculta entre las sombras.
Segunda decepción: después de trabajar un tiempo en el PESOE, pronto
llegué a la conclusión que - al igual que el resto de la izquierda europea-
se pactaba con el enemigo. Aggiornamiento. Buena mierda, me dije.
Comprendí que luchábamos contra un enemigo poderosísimo e invisible.
Un enemigo que crecía más y más cada día, tejiendo alianzas económicas,
consolidando sus corporaciones, fusionándose económicamente como
en el presente; en fi n, metiendo poco a poco una cuña en cada fachada
gobernante.
Yo entendía que a lo largo de la historia, el llamado poder político se
había servido del poder económico para sus fi nes. Pero que ahora era
diferente: el poder económico bajo el peso de fenomenales infl uencias,
se sirve del poder político para sus fi nes. Digámoslo con todas las
letras: el supuesto poder político en Occidente, es una entelequia.
Primero jodieron a la Unión Soviética (tampoco santo de mi devoción)
comiéndose al oso ruso con piel y todo. Con esto, se sacaron el cuchillo
de los soviéticos que tenían metido en sus ijares.
Ahora bien (la pregunta del millón): ¿Quiénes manejan los grandes
grupos de dominación mundial, llámense corporación militar industrial;
grandes reservas energéticas del planeta; hacedores de grupos que
controlan las palancas del conocimiento y la información, y en fi n, los
que tienen la tela propiamente dicha, el money, sean dólares, euros,
yenes y alguna que otra moneda de segundo orden?
¿Acaso los gobiernos? ¿Qué gobiernos?
Se lo dije a Ramírez. “Reyes, Presidentes, Primeros ministros. Toda una
237
entelequia Ramírez. Una enorme falsedad. Apenas gerentes con órdenes
concretas de sus patrones; el Supra gobierno mundial que digita vida y
obra de todos y cada uno de los ciudadanos del mundo, con propósitos
que seguramente no están animados por la fi lantropía; ni siquiera el
bien común.Y que aquí no hay lugar para las rebeldías caseras. Si
alguien la quiere jugar de patriota, pronto le darán una buena patada en
el culo, ubicando al reemplazante de marras. Y esto es sólo el comienzo
Ramírez. Poco falta para que las sacrosantas fachadas del viejo régimen
político: - parlamentos, justicia y poder judicial -, queden eliminados
por completo. Entonces, se comenzará a hablar de otra concepción
política, haciéndonos creer que es lo mejor para todos. Orwell ya lo
anticipó Ramírez y la profecía está en camino de ser realidad. ¿Qué
carajo vamos a hacer nosotros con los cortes de ruta, las protestas ante
los supermercados, las huelgas de siempre y las marchitas a la Plaza
de Mayo? ¿Enfrentarnos al poder? ¿A qué poder, Ramírez? ¿Acaso al
poder formal de los sátrapas del imperio de las sombras? Nos tienen
atados de pies y manos. Nos han jodido bien jodidos”
Gregorio Alonso Lama.
238
DiarioBuenos Aires, vísperas de Navidad.
En momentos en que se suceden las protestas, siento un cargo de
conciencia mientras escribo, gozando de elementales normas de
confort; esto me hace pensar en nuestros izquierdistas de café, que
suelen conspirar verbalmente, pero que nunca terminan de bajarse de
su propia atalaya, ajenos en la práctica al drama social argentino.
Lo lamento; lo lamento sinceramente, aunque no me siento con ánimo
( y menos con ideales) ni con fuerzas y ganas de tomar parte activa en
la lucha. Los ideales setentistas han caducado por obra de las propias
circunstancias.
No tiene sentido. Las viejas motivaciones han perdido sustento. El
hombre es prisionero del propio hombre.
Bajé a Buenos Aires para cubrir los acontecimientos lamentables
ocurridos recientemente.
Mis amigos de España no pueden entender el drama que vivimos.
“Oye tío: ¿Qué coño pasa con vosotros? Se suponía que la Alianza era
un gobierno de centro izquierda pero nada ha cambiado desde que se
marchara Menem. ¿Cómo se entiende?”
Mi editor está confundido. Todos están confundidos. Y esto pasa
cuando se analiza la política desde ópticas superadas. Ahora no basta
con hacerse cargo del poder si el poder en cuestión no es ejercido en
239
su totalidad. Y en los tiempos que corren esto no es posible porque el
enemigo maneja el resorte esencial de ese poder: el dinero; el maldito
dinero que todo lo corroe.
Recuerdo una anécdota a propósito de esto:
Allá por la época del gobierno de Isabel Perón- fi nales del 74- conocí a
un funcionario del Ministerio de Economía con un importante cargo en
la Junta Nacional de Carnes. Francamente no recuerdo su nombre - mi
memoria suele ser muy frágil-; sí, recuerdo que era abogado y que vivía
en la calle García Lorca, cerca de las vías del ex Ferrocarril Sarmiento.
Llegué a su casa en mi condición de vendedor de libros- su esposa era
una destacada y antigua clienta- y vernos e intimar fue todo uno( ya se
sabe: ese asunto de la química humana...); el caso es que debido a mi
militancia política, no desaproveché la oportunidad de preguntarle al
hombre algunas cosas relacionadas con Isabelita y su entorno. Claro,
una cosa es hablar de bueyes perdidos y otra muy distinta meterse
en los vericuetos sucios de la política. Pero el hombre resultó tener
buena madera y era un funcionario honesto y patriota (ya se sabe, hay
fl ores que crecen en medio de un fangal) que no se amilanaba ante las
presiones.
El caso era muy concreto: el tipo defendía con uñas y dientes la idea de
despegar a la Argentina de las imposiciones internacionales relacionadas
con los cupos de exportación de cárnicos, y esto lo enfrentaba al
monopolio internacional que controla y digita las cuotas asignadas a los
países productores. Una pelea que en la práctica, signifi caban divisas
anuales por algo más de cuatrocientos millones de dólares, lo que no
era precisamente un vuelto.
Primero fue citado por su propio ministro, quien le recomendó mesura,
240
diciéndole algo así como que en la política, uno debía manejarse con
pragmatismo; si el enemigo es más poderoso, no queda más remedio
que ceder.
Él le puntualizó entonces que los argentinos padecíamos de una
enfermedad que en política tenía un altísimo coste: cipayismo. Y que
éste - más allá de su actitud servil y genufl exa - siempre terminaba
atado a los avatares de la corrupción.
Reunión tras reunión; apriete y presiones de todo tipo - incluso la propia
mujer le comentó que habían comenzado a seguirla cuándo llevaba
los hijos a la escuela unos tipos que andaban en un Falcon verde- no
lograron variar su opinión: el hombre se mantenía en sus trece.
Hasta que una noche, el poder decidió cambiar de táctica, enviándole
a su casa a una persona de trato muy cordial, que le pidió por favor
mantener una charla a solas a propósito del tema en cuestión. Como
nuestro hombre desconfi ara ante esa visita no programada - el temor
ya estaba metiendo una cuña en sus pensamientos - el desconocido
le señaló un automóvil estacionado en la calle, diciéndole que había
venido sólo, mientras abría su saco dando a entender que no llevaba
arma alguna encima. Entonces, el funcionario lo hace pasar, lo introduce
en su biblioteca y le pide que le comente el motivo de su visita.
Conclusión: el visitante extrae una chequera - supuestamente del
Banqué Suissé- (“ No estoy muy seguro pero que era suizo, era suizo”)
diciéndole que le iba a extender un cheque por valor de quinientos
mil dólares estadounidenses (“Sí usted me da el okey- la voz sonaba
afl autada -, ni siquiera tendrá que hacer trámite alguno. Será depositado
a su nombre y podrá hacer uso del mismo a su antojo”). El funcionario
me contó que se le subió la sangre a la cabeza y que casi lo echa a
241
patadas en el culo.
La infl exibilidad continuó durante un tiempo. “Me había convertido casi
en un suicida”, reconoció el hombre. Para colmo, los ruegos de la mujer
comenzaban a tener la fuerza demoledora de una presión adicional casi
insostenible.
Lo cierto es que un día recibió un telegrama en el cuál se le comunicaba
que habida cuenta de “...irregularidades administrativas de su Dirección,
quedaba suspendido en sus funciones, según las disposiciones emanadas
de la ley de prescindibilidad en vigencia.”
Para colmo, esa noche, recibió un llamado muy particular: “Viste
boludito- imposible no reconocer la voz afl autada del visitante de la
chequera, sólo que esta vez no sonaba amable-; siempre tenemos una
receta para los patriotas como vos. Te voy a dar un último consejo:
tomátelas. Rajá pronto porque si seguís jodiendo o por si se te da por
recurrir a algún medio para hacer quibombo, primero te vamos a coger
a tu mujer; después te vamos a hacer desaparecer los pibes y por último,
te vamos a derivar a la Eminencia para que se entretenga con vos antes
de arrojarte en un zanjón. ¿Está claro?”
Muy claro. Moraleja: no sólo debió marcharse precipitadamente casi
con lo puesto - los hombres de pelo corto y anteojos ahumados habían
comenzado a proliferar con sus Falcon verdes -; peor aún: quedó
expuesto públicamente, acusado de malversación de caudales públicos,
con lo cuál, las dudas sobre su honestidad, terminaron por instalarse
hasta en los propios amigos y parientes. Cirugía fi na que le dicen...
Pero así trabaja el Imperio. Se lo dije una vez a Ramírez : “La democracia
es una entelequia del poder, sobre todo la democracia que impera en
los países emergentes. Es un sistema que ofrece demasiados fl ancos al
242
enemigo. Por eso es estúpido pretender una acción revolucionaria con
mecanismos fragmentados dónde ese mismo enemigo puede hacer pie
sin grandes esfuerzos. Siempre hay una voluntad voluble y cuándo no
la encuentran disponible para sus fi nes, les sobran medios para sacarse
de encima a los que molestan. Mirá Ramírez, convencete: el poder real
siempre está en las sombras, y la única forma de poder vulnerarlo es
a través de la acción mancomunada de una dirigencia nacional que
actúe en consonancia con el pueblo, y ojo, con las fuerzas armadas
comprometidas con lo nacional. No existe otra. Y así y todo - aún con
todos los huevos sobre la mesa -, tampoco está garantizado el éxito.
Ellos seguirán teniendo la guita que todo lo compra y si la guita no es
sufi ciente, aplicarán otros métodos. La historia de los pueblos así lo
dice”.
Claro que Ramírez aprovechó para decirme que yo me estaba
convirtiendo en un reaccionario. “Si no conociera tu trayectoria gallego,
te diría que sos un facho”. Me encogí de hombros sin contestarle.
Ramírez seguía con su idealismo infantil a ultranza. Estaba convencido
que la movilización de las grandes masas populares, terminaría con
el régimen. Ramírez no se daba cuenta que mientras él peleaba con
piedras y hondas, el enemigo tenía una nueva artillería con nombre y
apellido: fi nanzas e información. Como siempre, claro, sólo que ahora
las diferencias eran mucho más notorias. En fi n, el caso es que tengo
que hacer una nota para explicarles a mis amigos españoles y suecos,
que carajo pasó aquí el 20 de diciembre, en este coto tan particular de
la Plaza de Mayo, y tratar de hacerles entender que ni siquiera hubo un
cambio de gobierno. Que de La Rúa, en defi nitiva, no es más que otro
empleado del Imperio.
245
“...no hay mal que por bien no venga”. Y es así. En el caso particular de
Pedro Ramírez, acaba de contraer una gripe que lo condena a guardar
cama. Y como la fi ebre no es tanta como para impedirle ponerse al día
con algunas lecturas, le pareció una buena ocasión - entre otras cosas-
examinar la carpeta que le había dado Alonso Lama en Tartagal, con los
cuentos para el concurso literario en España.
Ramírez se dijo que su amigo debería estar pensando que él era un
“chanta”, que se había “borrado” después de su incursión piquetera
en Tartagal. Pero lo cierto es que en al apuro de su urgente viaje a
Buenos Aires (debió salir casi con lo puesto para negociar la liberación
de gente de su mismo palo) había perdido la dirección del gallego, e
incluso el número telefónico de éste. Como último recurso, le quedaba
contactarse con la Embajada de España a fi n de averiguar para que
medios periodísticos trabajaba.
Por de pronto, rasgó el sobre y al abrir la carpeta se llevó la primera
sorpresa: además de algunos cuentos, se encontró con unas hojas sueltas
a modo de Diario Personal, algunas fechadas en el Madrid de la década
del 80 y otros realizadas durante su incursión por la ciudad salteña.
Ignoraba si su amigo las había puesto ex profeso o sólo era el resultado
de una de su típicas distracciones.
Acomodó la carpeta sobre sus piernas y se dispuso a leer:
249
¿Pero vos no entendés, Evelina?
-Pero querido... tenés que levantarte a las cuatro de la mañana y el acto
seguro que va a terminar muy tarde...
-¡Y qué importa! ¿Pero vos no entendés Evelina? No entendés ¿eh?.
Tratá de pensar lo que signifi ca ese acto para mí. No te pido que sepas
realmente lo que está pasando en la Argentina, pero al menos tratá de
tener en claro que las cosas están muy mal. Por eso el acto en el Luna
es fundamental, fundamental Evelina...
-No..., está bien; te entiendo, pero..., siempre tengo miedo que pueda
pasarte algo... ¿Y qué hago yo sola con los chicos...?
David Mosquera mira distraídamente el reloj colgado en una de las
paredes de la cocina: las veintidós treinta. Luego, mira a Evelina
pensando que el miedo parece robarle unas palabras, y, sin saber por
qué, comprende que está comparando a su mujer con uno de esos relojes
que acostumbran a marchar cada vez que le dan cuerda.
Por unos momentos se mantiene callado. Sólo cuándo ella termina de
acomodarse el mentón sobre sus manos largas y huesudas, continúa:
-Eve… - su voz suena honda, casi solemne-. Evelina..., sé que muchas
veces actué mal con vos...; por ejemplo, la vez pasada cuando te dije
que estaba harto de la vida que llevamos. No sé..., ahora estoy algo más
tranquilo, como si me hubiera quitado un peso de encima - Mosquera
deja de hacer garabatos en un papel, como buscando la luz verde en
el semáforo de Evelina-. Vos sabés muy bien que durante estos cinco
años me cuestioné muchas veces. Me dije hasta el cansancio: ya hiciste
tu parte David; que otros hagan la suya. Así una y mil veces, como si
de pronto ya no hubiere motivos para luchar. ¿Te das cuenta lo terrible
250
que es esto? Un cochino egoísta, eso es lo que he sido; un cobarde
que se la pasaba hablando: que esto sí; que esto otro, no. A estos hay
que matarlos a todos, etcétera. Pero todo de pico, todo de pico, ¿me
entendés? ¡Minga de hacer algo! ¡Que se jodan los otros!- Vuelve a
mirar a su mujer. - No, Evelina, no; yo no nací para llegar del trabajo
y sentarme frente al televisor a ver las boludeces que hoy te pasan casi
todos los canales. Creo que Marx fue el que dijo que la religión es el
opio de los pueblos. Y yo te digo que hoy el opio de los pueblos está
representado por la televisión. La pantalla es el nuevo gurú electrónico:
haga esto; haga esto otro. Compre esto. Compre esto otro.. Sí..., no
me mirés con esa cara... A vos también te veo horas y horas mirando
teleteatros boludos que proponen... no sé, masturbaciones mentales para
no decir otra cosa. No te enojes, Eve... Lo lamento, pero es la verdad
-Evelina deja la silla, apoya el culo contra el frente de la cocina; sorbe
la bombilla del mate. Tiene la mirada extraviada en los corpúsculos de
polvo de un rayo de sol que se fi ltra por la ventana -. Lo lamento, vieja,
pero no puedo evitar que sepas lo que pienso. ¡Qué querés que te diga...!
¡Estoy harto de escuchar las mismas cosas a lo largo de estos años...!
No seas pelotudo, ruso..., ¿qué vas a ganar con protestar...? ¿Cómo no
voy a estar podrido de esta mierda, Evelina? ¡Por favor…! ¿No te das
cuenta que regalé cinco años de mi vida...?
-Pero fueron cinco años de tu vida vividos conmigo y con los chicos...
- protesta ella.
-Sí, Eve…, sí. El hogar es importante. Los hijos son más importantes
aún. Vos sos importante... ¿Pero..., alcanza con eso? Mirá..., bueno...
¡Para qué seguir hablando!
Evelina apaga la hornalla de la cocina. Mientras aspira la bombilla y
251
gime la yerba, se lamenta de su mala suerte. “Justo ahora que estaba
por empezar la telenovela, con ese Dios de Claudito Satur... Y con
lo emocionante que estaba...” Quizás él piense que ella no entiende
los verdaderos problemas del país, pero el David exagera, claro que
exagera. Al fi n y al cabo, el marido de doña Francisca tiene razón:
“Mirá, Evelina, ¿querés que te diga una cosa? El Cholo dice que la
política es una mierda, y que los tipos como tu marido no hacen más
que perder el tiempo. Siempre dice que es una estupidez creer que los
pobres van a estar mejor sólo por hacer huelgas o participar de marchas
y protestas”.
-¿Me hablabas?- pregunta David, levantando la cabeza.
-No, no; hablaba sola. Enseguida preparo otra vuelta.
A la mañana siguiente, cuando Evelina sale de su casa para realizar
compras, se detiene sorprendida, al observar un vehículo de color verde
que circula con lentitud frente a su vivienda. Era el mismo vehículo
con los mismos hombres - sobre todo el morocho de bigotes - que
ya había visto en dos o tres ocasiones. Recuerda que la Francisca le
había comentado que a una cuadra de su casa, había ido a vivir un
tipo acusado de matar a su mujer por cuestiones pasionales. “Eso de
meter los cuernos” piensa. Parece ser que el hombre había estado preso
casi ocho años, y tal vez los del auto verde lo tenían bajo control... Le
costaba entender que una mujer pudiera hacerle tal cosa al marido,
“... porque claro, si una no era feliz, había que hablar, poner las cartas
sobre la mesa y a otra cosa, pero así...”.
Cierto que ella misma, muchas veces, mientras mira a ese bombón de
Claudio en la pantalla..., tiene la sensación de que millones de hormigas
le caminan por la espalda. “Pero eso de tirarse en la cama con un tipo...
252
¡Ma sí! No es que una quisiera justifi carse... Claro que después de todo,
a quién no le gusta que la hagan sentir mujer, diciéndole todas esas cosas
hermosas que dice el Claudio, y no el David, que se la pasa hablando
de cambio de estructuras y que hay que hacer un país distinto y tantas
sonseras más...”
Vuelve a pensar en Doña Francisca: “Mira Eve: el Cholo dice que eso
de que los obreros no tendrán patrones un día es un cuento; que hay que
joderse y se acabó. Es inútil querida. Unos nacen con estrella, y otros
nacemos estrellados”
Mira la bolsa, repasa mentalmente el contenido y comienza a caminar
hacia su casa. Al llegar a la puerta, ve otra vez el auto de color verde
estacionado en una esquina. Pronto se tranquiliza, pensando en el
cornudo de la cuadra.
David Mosquera sale de la fábrica más apurado que de costumbre.
Se siente eufórico, contento de volver a ser protagonista. Después de
mucho bregar, su pequeña organización política, ha adherido al gran
acto que la Central de Trabajadores realizaría por la noche en el Luna
Park. Un reencuentro esperado y con un regalo adicional: hablaría en
nombre del movimiento.
Piensa en la liturgia de esas movilizaciones. Piensa en los carteles, en el
entusiasmo de los militantes; en las miles de gargantas enronquecidas
por los gritos, pero también piensa que esta harto de su trabajo después de
20 años de rutinarias frustraciones: un perno, la guillotina, un remache.
Otra vez un perno, la guillotina, el remache. Alguna escapada al baño
- controlado por el ojo electrónico del capataz - , y vuelta a la máquina.
Otro perno, la guillotina y el maldito remache de siempre, así durante
253
20 interminables años. A veces se sentía parte de la máquina, una pieza
más dentro de un engranaje gigantesco que necesitaba de él para que
todo encastrara a la perfección. Toda la savia de músculos y sangre,
girando a borbotones, en medio de la impotencia de haber hipotecado
cinco años de pelea, sometido a una promesa que el egoísmo de Evelina
le había arrancado en contra de sus propias convicciones: “Está bien,
dejaré la militancia” le dijo el día que Onganía diera el golpe.
Piensa en esto y en mucho más. Piensa en Fernández, el gallego que
mantiene un duelo aparte con los ácidos de la sección Pintura. Desde
varios años atrás, compañero delegado junto a él. Tres veces despedido
y otras tantas reincorporado.
Claro que también piensa en que todo sería distinto dentro de tres
meses, al entrar en vigencia la jubilación forzosa de Fernández.
Sabe que el gallego está terminado, desde que lo ha visto escupir
coágulos de sangre envueltos en pústulas malolientes.
Baigorria le ha dicho que Fernández se parece a un fuelle roto. Quizá
por eso evitaban conversar con él; un poco porque la cosa no era linda
pero mucho más para evitarle la humillación al hombre.
No obstante, Mosquera sabe perfectamente que las limitaciones del
gallego eran sólo físicas. Y el gallego se lo ha confi rmado hoy por la
mañana, después de haberle preguntado si pensaba asistir al acto en el
Luna-Park. ¡Me cajo en Dios...! Gritar no gritaré, coño, pero me queda
esto” le contestó furibundo, alzando un puño amenazante.
A poco de volver activamente a la vieja militancia, no puede ocultar su
euforia ¿Qué podían importarle los apretujones y las incomodidades en
el colectivo, que ya está cerca de su casa?
Evelina debería comprender, tendría que entender que esto formaba
254
parte de su vida. Era hora de acabar con la mentira, de escapar a ese
otro yo, cómodo y egoísta.
Al bajar del colectivo, camina despreocupadamente. La calle está libre
de transeúntes, sumida en la modorra estival.
-¡Entrá o te reventamos aquí mismo!
Mosquera se queda tieso. Con la boca reseca, siente que el temblor de
sus piernas pone en aprietos la vertical de su cuerpo.
Piensa en huir, en ganar en loca carrera los escasos cien metros que lo
separan de su casa. ¡Evelina, abrime! ¡Abrime te digo, no ves que me
persiguen estos tipos...!, le gritaría a su mujer. Y Evelina le franquearía
la puerta y luego llamarían a la policía y todo terminaría bien...
-¿Así que vos sos uno de esos revoltosos de mierda?
Mosquera intenta articular una palabra, pero la garganta ya le resulta
una lija divorciada de sus cuerdas vocales.
-¡Hablá, guacho hijo de puta! ¡Habla! ¡Hablá...! ¡No te van a quedar
ganas de seguir jodiendo...!, ya vas a ver...
Allí están frente a él - dos adelante y otros dos en el asiento trasero -,
los hombres que lo han metido en un auto verde que ni siquiera pudo
ver cuándo venía caminando. Ahora el miedo acelera las neuronas del
pensamiento. ¡Te dije que me abras Evelina! ¡Llamá a la policía! No,
no, mejor llamá a Sánchez, ¿cómo qué Sánchez, Evelina?. ¡Sánchez, el
abogado del sindicato... ! ¡Apúrate, carajo!
Mientras los demás vociferan, Mosquera padece escalofríos Uno de los
hombres lo mira fi jamente, en una mezcla de odio y regocijo: cincuenta,
cincuenta y cinco años; bastante mayor que los otros, de cabello corto
y cuidadosamente acicalado.
-¿Qué le parece Eminencia? - dice uno de los tipos. -¡Con éste sí que va
255
a gozar! ¡Tiene una cara de cagazo...!
La eminencia suelta una carcajada metálica, arrugando el sonido
lentamente.
-Me parece que hay un error – se atreve al fi n Mosquera, con la sensación
que cada sílaba tarda una eternidad en dejar su boca.
-¡Qué error ni qué carajo! ¡Ya vas a ver cómo te vas a querer agarrar
las bolas cuándo la eminencia te meta la picana! ¡Eh! ¡Cuidado que se
escapa!
Tres y cuarto de la tarde. Atraídas por los gritos de Mosquera, un par de
comadronas se han asomado a las puertas de sus casas.
-A ver ustedes... ¡Adentro! ¡Adentro! ¡Vamos, les digo...! ¡A borrarse...!-
grita una cabezota redonda como un zapallo.
Sin volver la vista atrás, Mosquera llega hasta su casa. Intenta abrir la
puerta, pero pronto se da cuenta que está bajo llave. La sorpresa le ha
hecho ganar alrededor de setenta metros con respecto a los hombres
que lo persiguen. Poco tiempo, pero sufi cientes para que la llave gire
al fi n y entre en la casa, justo cuando ellos llegan a tropel. Mientras la
puerta es sacudida a puñetazos y puntapiés, trata de pensar buscando el
mínimo control; sabe que debe hacerlo, antes que el miedo produzca en
sus neuronas la parálisis temida.
¿Dónde estará Evelina? Por unos momentos, imagina que ellos lo
llevarán a alguna repartición del Estado, y que después de un aceptable
apriete, será dejado libre en algún lugar. “Esto es para que no vuelvas a
joder. Tomalo como advertencia”, le dirá entonces el supuesto ofi cial de
bigotes que alcanza a ver a través de las hendijas.
Así ha pasado en otras ocasiones y no tiene por qué dudar de que
volverá a repetirse; sin embargo, sabe que desde un tiempo a esta parte,
256
las reglas de juego han cambiado.
Repentinamente, cesan los golpes. En algún ínfi mo espacio de su
cerebro, supone que los tipos ya no están. Pero poco dura la esperanza:
a través de las hendijas, ve que la Eminencia, concita la atención del
grupo.
-¡Che, Mosquera! ¡Prestá atención que te va a hablar la Eminencia!
No se sorprende que supieran su nombre. Ellos lo sabían todo.
-Amigo David: le pido que refl exione. Disculpe a los muchachos que
han estado nerviosos. Mucho trabajo ¿sabe? La cosa es simple: nosotros
tenemos que cumplir con nuestro trabajo como usted cumple con el
suyo. ¿Está claro? No queremos que los vecinos se junten en la puerta.
Nada de conventillo. ¿Qué le parece?
¿Por qué tendrá tan seca la boca? ¿Qué es eso de correr como un
cobarde? Después de todo, nunca ha estado con los fi erros. El ruso es
más bueno que el pan. Incapaz de matar una mosca. Puede presentar
una larga fi la de testigos… Carajo… hay que controlar la agitación. Del
otro lado de la puerta, la Eminencia no se rinde.
- Si usted colabora, sale tranquilo, y yo le garantizo que la cosa no
pasa de un interrogatorio más. Ya sabe..., cuestiones de rutina. Nosotros
cumplimos, Mosquera. Somos gente de palabra. Usted colabora, y todo
termina bien. ¿Qué dice?
-Pero ustedes ni siquiera tienen identifi cación- al fi n las palabras brotan;
no importa que parezcan coágulos paridos por la angustia. Aspira hondo
antes de continuar. - Qué son ustedes...¿ policías…?
- No amigo, no…- la Eminencia se muestra como un consumado
gimnasta de la voz-; somos de la Dirección de Seguridad - la Eminencia
extrae una credencial y la coloca sobre el vidrio de la ventana del
257
comedor. - Vea usted, Mosquera; no somos delincuentes. Ni siquiera
de los servicios….
En momentos en que Mosquera se dispone a preguntar por qué lo han
detenido, Raúl, un adolescente huérfano al que le alquila una habitación
en los fondos de su casa, se aparece por el pasillo que da a la calle,
preguntando asustado que pasa.
Mosquera intenta detenerlo gritándole qué haces pibe, frase que queda
aprisionada en sus cuerdas vocales. Y antes que el ¡rajá de aquí pibe...!
termine de ser evacuado de su boca, alcanza a ver como el disparo de
una 45, sacude la cabeza del muchacho, arrojándolo unos metros hacia
atrás. Y ahora sí, el ¿¡Qué hacen hijos de puta...!?, emitido de manera
ronca como un grito de furia incontrolable.
“Te dije Ruso; no va más. Te lo dije. Evelina lo sabía, claro que lo
sabía. No va más...” y comenzar a recular hacia la pared, mientras ellos
penetran por el pasillo, y de repente, percibiendo la sombra de uno de
los hombres que se acerca a él. De repente, siente que la sombra le
pone el arma - caliente aún- en una de sus manos; momentos en que la
vieja militancia parece decirle que ya no puede sostener el desborde del
miedo que ahora se ha convertido en un terror avasallante, reculando
siempre hacia la pared, con el dedo en el gatillo, mientras los brazos
dibujan fi ntas en el aire, consciente, sí, de que libra la última pelea.
Perdido por perdido, jala del gatillo de la 45, pero el disparo no sale;
apenas un amortiguado clic ; pero al instante estalla un disparo y ve que
la Eminencia parece sonreírle mientras la bala encuentra la calentura
de su carne. “¡Pero qué hacen hijos de puta…! ¿Qué hacen... ? Los
chicos... Evelina...”
Apenas queda tiempo para tomarse el vientre con las manos y sentirlas
258
mojadas y calientes por la sangre, mientras el otro tiempo, el carnal,
comienza el conteo de la cuenta regresiva.
Claro que también está la estridencia, el ruidoso griterío de sus
victimarios: “Ya es nuestro. ¡Lo tenemos!” Y entonces es preferible
cerrar los ojos e imaginar: sentir que se está mejor en el Luna- Park,
oyendo a la multitud en las gradas de cemento. Y ya no importa que
Evelina no entienda, claro que no importa que le grite un no sé qué de
su muerte y de los chicos, ni esa vieja y egoísta frase de siempre, pero
sos loco, David, no-te metás, recitada, calcada hasta el hartazgo. No
importa porque cada vez las oye menos, igual que las voces azules
de la muerte, tapadas, ahogadas por miles de voces que gritan, gritan,
gritan…
Gregorio Alonso Lama.
(enviar bajo el seudónimo: 2+2= 5)
259
Diario personal.Madrid, Junio 15 de 1982.
“Rendición de las tropas argentinas en Puerto Argentino”
Me enteré leyendo el periódico hoy por la mañana.
“Los ingleses retoman las Malvinas”. Es curioso. El Sum seguramente
dirá lo mismo, salvo que el nombre Malvinas será reemplazado por
el de Fallklands, con lo cual - una vez más - queda demostrado que la
lengua suele marcar a fuego ciertas cuestiones políticas.
No me sorprendió (me refiero a la rendición), y no me sorprendió
- digo- -, porque fuera de la estrategia y la táctica; fuera de la capacidad
de combate que los nuestros soldados hayan manifestado, la suerte
estaba echada.
Muy a mi pesar, yo apostaba cien a uno a favor de la victoria inglesa.
Recuerdo que se lo dije a un viejo compañero de militancia que acertó
a pasar por ésta, de paso hacia Vigo. “La guerra está perdida hermano-
le dije-. ¿Y sabés por qué? Porque además de los viejos intereses del
Imperio, Inglaterra está gobernada por una mujer. Simplemente por
eso” “Vos estás loco. ¿Qué tiene que ver eso con la guerra?” Me reí
acompañando su risa y no le respondí. No tenía sentido. Hoy los hechos
me dan la razón.
Aquellos que estudian las cuestiones de la alta política, debieron haber
previsto que una mujer jamás negocia. La mujer siempre impone
condiciones. Lo de homo, homini lupus est, va más con la mujer que
con el hombre, porque sólo la mujer es un lobo para la mujer; claro
está, también lo es para el hombre. La astucia femenina ha hecho mas
por modifi car el curso de la historia, que todas las cuestiones puestas
en juego por el mismo hombre, ese estúpido macho cabrío a quien
260
ella siempre le va a hacer creer que tiene el mando, el timón de todas
las decisiones. Claro que si las sábanas hablaren, cuántas cuestiones
relacionadas con asesinatos, traiciones, muertes y latrocinios generadas
al conjuro de la hembra humana, llámense Judith, Cleopatra, Catalina
la Grande, María Antonieta... - y sólo para citar algunos de sus íconos
visibles-. ¿Acaso la Thatcher podía modifi car lo que está escrito en la
naturaleza de las cosas?
Por otra parte - y esto lo tengo muy en claro- , si existe en el mundo
un pueblo que ha hecho de la guerra y la diplomacia de las sábanas su
razón de ser, ése ha sido el pueblo inglés, paradigma de las grandes
empresas liberales (económicas, claro).
Por otra parte, a esta altura ya se sabía que la Junta que gobierna la
querida Argentina, necesitaba de este confl icto para perpetuarse en el
poder - aunque más no fueren por otros cinco años-; pero le fallaron los
cálculos.
Pensar que el hermano mayor de los piratas no haría causa común con
nuestros enemigos, era una ingenuidad total (los milicos creían que
por el sólo hecho de haberse constituido en los mejores alumnos de
West- Point en la guerra contra la subversión, el reconocimiento de los
yanquis quedaría garantido; obviamente, desconocían los fundamentos
mismos de la idiosincrasia anglosajona, en fi n, de la historia misma).
Lo lamento por los muertos; lo lamento por los heridos y los huérfanos
de padres y de hijos. Maldita sea la guerra hija de puta!
De cualquier manera y sólo a modo de consuelo, se habrán dado cuenta
- los ingleses, claro- que como decía San Martín, los argentinos no
somos empanadas para comer de un bocado.
Les hemos dado sus buenas patadas en el culo.
Ojalá sirva para algo.
261
DiarioTartagal, Diciembre de 2001.
CrisisMe parece que empezamos la cuenta regresiva (en realidad la cuenta
regresiva entre nosotros, creo que nació antes de comenzar la escala
ascendente).
Hace mucho tiempo que no escribía en mi diario; lo hago cada vez que
la angustia corroe las entrañas. Y en este caso, las entrañas están llenas;
no dan más.
Ayer me enteré de la descarada confi scación de los bienes personales, la
forma como mediante un decreto de Estado, todos los ahorros públicos
quedaron inmovilizados por resolución del Banco Central. Esto me
demuestra que el plan siniestro contra la Argentina, instrumentado por
el Imperio en la época de la dictadura militar, no se detiene ante nada. Ya
lo había impuesto la Trilateral Comissión: la Argentina debe producir
sólo materias primas (“y si es posible, aquellas que no compitan con las
nuestras”).
A esta altura, no tengo ninguna duda que el Fondo Monetario lo maneja
una mafi a internacional del dinero, asociada al gran complejo militar
industrial de Occidente (léase made in U.S.A.) con el avieso propósito
de servir los intereses de sector, o sea, a las respectivas patronales del
dinero y todos los comodities que se sirven del mismo.
No hay caso: este neoliberalismo ultraconservador vino para llevarse
todo. Lo jodido es que a veces ni los dirigentes nuestros con ciertas
responsabilidades políticas parecen tomar conciencia de lo que está
pasando. Andan lamiéndoles el culo, pidiéndole un préstamo tras
262
otros - desde la época de Rivadavia que aquí lo único que se piden son
préstamos - con la idea de aplicarlos al desarrollo nacional. Pero lo que
parecen ignorar estos dirigentes de la democracia, es que el capital dejó
la ortodoxia de ser un vínculo para el desarrollo de la producción y la
creación de riquezas. Ahora el dinero sabe auto reproducirse de manera
autónoma y sin control, como dice el economista español Juan Torres
López.
Hoy sólo pueden crear dinero los propios poseedores de dinero, y ellos
están completamente al margen del gobierno de las naciones; incluso
del gobierno de los organismos internacionales.
¿Por qué el dinero no va a la producción? Sencillo: “Si usted tiene una
cuenta en un banco, lo que le interesa es que las tasas de interés sean
altas, porque le van a retribuir más. Pero a un empresario le interesa
que los intereses sean bajos, para poder endeudarse y crecer, o para que
haya más consumo. Por eso los organismos internacionales del dinero,
buscan favorecer a los propietarios del dinero, empeñándose siempre en
que se adopten políticas monetarias restrictivas (¡Ajuste y más ajuste!)
porque eso benefi cia a las fi nanzas: a los bancos, a los que prestan, a los
fondos de pensión, pero perjudica enormemente a los consumidores, y
a los empresarios que están creando riqueza”.
A ver si despertamos de una buena vez: Las políticas del FMI se
concentran en la cuestión monetaria porque protegen a los intereses
poderosos.
¿Cuándo vamos a darnos cuenta qué el FMI no sabe (y no quiere) aplicar
más remedio que el que sabe: que es hacer rico al más rico?.
Veamos la cosa desde un punto de vista casero: yo poseo una gran empresa
en un coto territorial determinado. Me va muy bien. He prosperado.
263
De hecho, controlo toda la actividad comercial en mi zona. Todo el
resto del comercio minorista depende de mí. La alquimia humana de la
competencia se moviliza. Todos quieren parecerse al gigante. Me vienen
a ver. Solicitan préstamos para desarrollar sus negocios, negocios (claro,
ellos se cuidaban de decirlo) que competirían con la gran empresa que
yo monté. Pero he aquí que el comercio no tiene incorporado en su
impronta la palabra altruismo. El comercio es frío, está mecanizado por
la lógica más implacable regida por la rentabilidad. Pero debo actuar
con inteligencia. Si no presto, corro el riesgo de que se forme un clan
de pobres que atente contra mi pequeño imperio. Ergo: lo mejor es crear
una sociedad prestamista independiente, la cuál me cuidaré de manejar
entre bambalinas, haciendo que el dinero prestado termine por atar a los
deudores a mi política comercial global. Más claro...
Y en nuestro caso, como antes fuera el de Méjico, el de Brasil y el de
Rusia - incluso el de Turquía -, se han provocado los mismos efectos:
pobreza para la gran mayoría, pero grandes benefi cios para una minoría
del dinero. En apariencia, se trata de medidas equivocadas (así dicen
los tontos) pero para quienes ganan con esta política “son medidas muy
acertadas.”
Se nos ha dicho hasta el hartazgo que el libre mercado y las privatizaciones
eran la panacea de la sociedad, pero visto los desastres de esta impronta,
no saben que hacer. Y yo creo que la cosa va a pasar por crear de
vuelta los instrumentos de la “Doctrina nacional”, a fi n de controlar
los descontentos sociales. Sé de buena fuente que los Estados Unidos
está pensando en soluciones de este tipo para los países díscolos de
América Latina (ya se sabe a que clase de díscolos se refi ere el mensaje)
Incluso, no descarto que la receta se aplique hasta en Europa, donde
264
últimamente la derecha autoritaria está ganando predicamento por la
falta de respuestas de una dirigencia que no las puede dar, sencillamente
porque son los gerentes del propio sistema que dicta las reglas de
juego.
Resumiendo: se vienen días difíciles.
En mi caso particular, estoy en una etapa de feroz egoísmo. Después de
25 años he vuelto a conocer las mieles del amor, y por nada del mundo
voy a renunciar a estos goces del alma y del espíritu.
Gregorio Alonso Lama.
265
“Sedicioso”
Buscado.
El Imperio sigue sus pasos. El poder político y el religioso, han comenzado
a perseguirlo. Sus acciones generan miedo e incertidumbre.
Lo sabe por sí mismo. Pero además, lo ha visto en las miradas de
impotencia de sus colaboradores (como parte de un don que arrastra
desde niño, ha buceado en el alma de sus compañeros revolucionarios).
Presiente la desazón, la ambigüedad de sentimientos.
Sabe que en ellos, aún persisten ciertas dudas respecto a su persona;
y sabe también, que hasta es posible la delación entre la gente de su
propio entorno.
Buscado.
El servicio secreto de los que oprimen a su pueblo ya está tras sus
pasos. La vigilancia se ha tornado más estrecha. Ahora los esbirros del
Imperio más poderoso de la tierra, ni siquiera se ocultan. Actúan a cara
descubierta.
Ha pasado la noche con la mujer que ama. Dejó a sus seguidores con las
dudas, y se ha marchado con ella, a un lugar secreto detrás del monte
que circunda la ciudad. Sobre una manta tendida en el rocío, han hecho
el amor compartiendo el incendio y la angustia. Ella le ha pedido que
se marche; que abandone ese lugar dónde el odio político y religioso
rezuma entre los viejos muros de la ciudad.
Buscado.
266
Puede, pero sabe que no debe huir. Le ha prometido a su padre que
enfrentará la persecución hasta las últimas consecuencias. Sabe que
está en juego la entrega de su propia vida, el sacrifi cio de sangre que
jamás podrán comprender los poderosos dirigentes del Imperio.
Sabe también que con palos y piedras no podrán expulsar al enemigo.
No. No defraudará a su padre. La promesa es sagrada. De alguna
manera, presiente que su decisión, comprometerá el futuro de su propio
pueblo.
Además... ¿Dónde se ocultaría y para qué? ¿A dónde ir? El paisaje
físico sólo ofrece un desierto yermo y montañas hostiles, solar sagrado
controlado por los enemigos externos e internos.
Buscado.
Ella se ha puesto difícil. Comprende el alma femenina. Recién ahora
sabe que el amor de mujer es posesivo. Incapaz de comprender su
posible martirio por la causa. Lamenta haber cedido a los reclamos de
la carne. Un error imperdonable.
También sabe que dentro de poco, una patrulla militar vendrá por él.
Uno de sus hombres lo ha denunciado. Fragilidad del espíritu humano.
Ella se ha marchado. En un vano intento por torcer su decisión, le
ha dicho que recurrirá a su madre para evitar lo que ella llama, una
loca decisión. Sabe que será inútil. Su madre lo conoce muy bien, y
sabe también que la abnegación que él siente por su padre, no admite
especulaciones. Aún pensando que se encontrara en riesgo su vida
- la vida de su propio hijo-, su madre ni siquiera intentaría torcer su
decisión. Está seguro.
Buscado.
Su madre ha venido a verlo en compañía de ella. Se le nota en el rostro
267
el trabajo suplicante de la mujer que ama. Mira a su amante. El miedo
se ha adueñado de sus ojos. Sabe que la condición de mujer ha podido
más. Encara a su madre. Se siente irritado, visiblemente molesto. La
suerte está echada, madre. Tú lo sabes tanto como yo. Cada vez que les
lanzamos piedras y palos, se ríen de nosotros.
Buscado.
La milicia irrumpe en la vivienda. El ofi cial a cargo le lee la orden de
captura: ...se te acusa de agitador profesional tratando de subvertir el
orden sagrado y el del propio Estado”.
Mira a sus captores. Ellos no pelean con palos y piedras. Ve los
uniformes relucientes y las armas temibles. Ella ha comenzado a llorar
nuevamente en un rincón. Su madre ha erigido un dique en la garganta.
Al fi n parece haber comprendido que más allá del amor fi lial, está
en juego la libertad de todos los oprimidos por el Imperio que se ha
asociado con los dignatarios religiosos de su querido pueblo.
Buscado.
Se halla recluido en una celda. Desde el exterior, le llegan los gritos e
improperios de hombres y mujeres que han sido puestos en su contra.
Sabe que ahora harán una parodia legal para justifi car su detención.
No le importa; él ha elegido el camino de la inmolación, la entrega de
sangre que sorprenderá a propios y extraños.
En una sala contigua, un grupo de soldados blasfema contra él. Ve que
preparan algo con sus manos. Siente la burla en sus miradas.
Buscado.
Sabe que su amante no ha cesado de llorar. También sabe que su madre
se ha resignado a lo que muchos tildan de suicidio, en medio de infi nitas
268
dudas.
Piensa en su amada. Aún en contra de su voluntad, no puede evitar el
recuerdo voluptuoso de los genitales tomados.
Un grupo de soldados se acerca a la celda. Él más alto y fornido trae
algo en sus manos. Las risotadas rebotan entre las húmedas paredes.
- ¡Toma! ¡Ponte esto!- le gritan casi a coro.
Uno de ellos le calza en forma brutal la corona de espinas.
Seudónimo: 2*2=5
269
“Vamos a llevarlos a la parrilla”
Sí, yo sé que resultaba difícil continuar explicándole al periodista punto
por punto, detalle por detalle, todo lo ocurrido cuándo aquellos tipos
nos buscaban con la intención de matarnos...
Claro que uno no es de fi erro y en algún momento se termina el aguante,
sin esperar a que el corazón diga pido.
Pero pensándolo mejor hubiera sido preferible continuar el reportaje
para acabar de una buena vez con esta pesadilla.
¡Maldita la hora en que se me ocurrió decirle que prefería contarle todo
por escrito... ! (“Me parece bien, no importa como te salga. Vos escribí
lo que sientas. Hacé de cuenta que escribís un cuento; no te olvides que
deberás estar unos cuántos días en el hospital así que tiempo te sobra”)
Ahora me doy cuenta que debí pensar mejor en cada detalle.
Recuerdo que en aquel momento miré al periodista con ganas de
mandarlo al carajo, pero ahora no gano nada con lamentaciones. Le
prometí el escrito y se acabó.
“Aquel día me había encontrado con los muchachos en el mismo
café donde nos reuníamos cada vez que teníamos que tratar un tema
importante. En aquella ocasión, el asunto a resolver era la táctica a
seguir con motivo del acto del día veintidós de Agosto, o sea, a 22 años
de la muerte de Eva Perón (casi era de cábala la cosa: veintidós con
veintidós...).
270
Qué lo tiró..., no es fácil escribir sobre esto; todavía no puedo creerlo;
yo aquí y ellos muertos. Ahora en frío me doy cuenta que tendríamos
que habernos jugado en el momento que nos detienen.
¡Claro! Ahí esta... Empezamos a correr en distintas direcciones y en una
de ésas... No, no; no fue así.
Recuerdo muy bien cuándo me alcanzan con un disparo en la pierna
derecha. Pero es como que no me importa porque sigo corriendo
mientras el Gringo y el Ñato doblan en esquinas opuestas y yo siento
que aún puedo correr con el dolor, claro que sí, ya falta poco pero
ahora es un disparo de escopeta que me perfora el tórax a la altura de la
espalda una y otra vez como si la maldita bala fuere un macho de acero
muy concentrado el hijo de sí en fabricar vaginas pectorales con orifi cio
de salida.
Pero ya estoy pensando cualquier cosa.
Necesito refl exionar, tratar de concentrarme en lo que teníamos
proyectado para el acto del día veintidós.
Estaba claro que en esa fecha, la militancia recordaba a Evita. Y también
teníamos en claro que la oligarquía antipatria había estado seduciendo
los oídos del viejo General.
Claro que ya que hablamos de antipatria podría decir que antipatria es
también la actitud de esos buenos ciudadanos que pagan los impuestos
y todo, cuándo dicen por ejemplo “son todos una manga de negros
los peronistas estos”, y que también le hacen el juego a la antipatria
aquellos otros que pregonan “al fi n y al cabo este es un país de mierda
que ya no lo arregla nadie y los políticos son todos corruptos y que es
mejor que vengan los milicos porque...”
Mejor entonces escribo que aquella fecha del veintidós de Agosto no
271
comulgaba con los que pateaban en contra del arco del país, y que todo
comenzó cuándo salíamos del café a eso de las doce de la noche, y que
después de caminar cuatro o cinco cuadras, se detiene un Falcon al lado
nuestro.
“¿Y si ahora se me da por desmayarme? ¿Quién me atendería? Porque
en una de esas todavía esos tipos son capaces de venir a rematarme,
como una vez lo vi en una película, creo que era El padrino, sí. El
padrino, como se pasa el loco de Brando ahí cuándo los tipos compran
a la enfermera y porque mierda pienso todo esto cuando no puedo
entender lo que pasó; no puedo resignarme carajo a que el Gringo y el
Ñato estén hechos pelota sin que pase nada...”
... desde donde nos encandilaron con un potente refl ector y ahí nomás
se bajaron tres tipos apuntándonos con Itakas y metralletas diciéndonos
que eran policías y que querían hablar con nosotros y vi que dos usaban
campera verde oliva y el otro un sacón de cuero marrón y ahí es cuándo
siento que por primera vez el sudor se mete en mi cuerpo sin permiso
porque mientras los miraba no pude evitar pensar que nos querían
secuestrar, o peor aún, ya que uno podía imaginar cualquier cosa
después que el General nos echó de la Plaza de Mayo. Y más lo pensé
cuando los tipos nos empujaron adentro de la camioneta y después de
cerrar la puerta con llave uno de ellos la puso en marcha y comenzó a
seguir al Falcon en dirección al río.
Y entonces la voz del General comenzó a fi ltrarse con insolencia en mis
oídos, mientras los tipos casi a los gritos querían saber donde estaba
Méndez y que pasaba con Cullo y en que lugar guardábamos los fi erros.
“Vamos a ver hijos de puta, ¿dónde están los fi erros?”
Nunca podré olvidarme de esa maldita frase repetida por una boca
272
con aliento a cebolla, mientras el tipo me retorcía los huevos con una
extraña pinza y siempre boca abajo con otro hijo de puta que nos metía
culatazos por todo el cuerpo y vuelta a preguntarnos por los jefes y
era inútil que tanto yo como el Gringo y el Ñato les dijésemos que
nosotros no teníamos nada que ver con los fi erros, que sólo íbamos a las
manifestaciones y que a veces nos reuníamos para charlar de política.
Inútil.
“Ya van a ver cuando los agarre la eminencia; y dónde mierda están los
fi erros carajo, y a ver quién es el valiente que nos dice que van a hacer
en el acto de mañana” siempre boca abajo, sintiendo o escuchando el
sonido que hacen las ranas o los sapos que también debieron oírlo
los tipos porque el que estaba fuera dice de pronto que tenemos que
cantar como las ranas, y recién entonces asumo los estragos que causa
el miedo en el cuerpo porque siento que tengo la boca pastosa y la
garganta rígida y siento también que me zumban los oídos y que el
sudor también se ha hecho miedo. Ese miedo que acaba de renunciar a
la sospecha afi liándose a la muerte y a uno le viene aquello de andá a
cantarle a Gardel, porque a nadie le deseo eso de andar golpeando las
puertas del omnipotente pidiéndole que acabe con esta pesadilla.
“Pero no puede ser Gringo...; mirá que nos van a reventar, shhhh...;
mirá que nos van a reventar...” frase pronunciada por una voz ronca y
entrecortada, después que los tipos se habían retirado unos metros de la
camioneta mientras yo escuchaba con claridad algunas risas normales
y de las otras; claro que pronto regresan y es entonces cuando el de
la voz gangosa nos ordena que nos saquemos los abrigos y los sacos
con nuestros documentos personales y uno tiene la sensación de que la
muerte es algo más que una palabra de los otros y dale otra vez con el
273
asunto de los fi erros mientras las palabras de los tipos caen sobre nosotros
como martillazos verbales hasta que otro nos ordena que volvamos a la
camioneta y yo subo primero acostándome junto a la goma de auxilio
y casi enseguida lo hacen el Gringo y el Ñato que tiene que apoyar
medio cuerpo sobre el mío porque el espacio es reducido y siento que
algo duro me tapona la garganta cuando el Gringo me dice chau negro
aquí se termina todo y de pronto uno comprende lo importante que es
el pellejo porque la vida no deja de ser una palabra más o menos hasta
el preciso instante en que tenemos la impresión exacta de que puede
despedirse defi nitivamente de nosotros.
Lo cierto es que a esta altura lo único que escucho es el tucutun,
tucutun, del motor en marcha, y me doy cuenta de que los gritos se me
amontonan en el paladar atropellándose por salir, pero yo sé que es
inútil, porque todos juntos apenas conforman un ronquido entrecortado
como si el miedo, sí, el maldito miedo, el cargoso miedo, les hubiera
puesto un silenciador.
Y de golpe, la primera descarga que va dirigida al Gringo y enseguida
le toca al Ñato; y por fi n se me hace carne lo que pasa porque enseguida
comienzo a gritar ¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta! Y siento, claro que
siento, que las balas abren brechas en los cuerpos de mis amigos, pero
algo me dice que no grite, como si el instinto quisiera abroquelarse
en un resto de esperanza, y entonces siento que es una gran cosa el
disimulo, porque escucho que me dice en el oído que estoy vivo, y es
verdad, ya que puedo moverme aunque tengo los pelos enganchados
en alguna parte de la carrocería, y me cuesta bastante desengancharme,
hasta que al rato lo logro, justo en el momento que oigo el ruido del
motor de otro auto que llega, y no puedo evitar pensar que es tarde para
274
ellos; para el Gringo y el Ñato que descargan los ronquidos de la muerte
sobre el piso de la camioneta, sintiendo un líquido viscoso y tibio que se
desliza entre mis dedos, mientras me agarro de la cintura del Ñato.
Sólo en esos momentos me doy cuenta que las muertes son distintas.
“Mirá che, tuvo suerte en morir de esa manera” “Pero doctor ¿cuándo
se va a acabar esta agonía?” .
Seguro, pienso; seguro que son diferentes las muertes, seguro tengo que
pensar, sino..., ¿cómo imaginar que el Che se nos hubiese muerto a lo
burgués con la complicidad de la Santa Iglesia (la Apostólica Romana,
claro)?.
Y aquí punto fi nal. Porque creo que nada aportaría comentar que del
otro auto descendieron varios hombres armados, y, mientras el miedo, la
impotencia y un frenético ¡Nosequeesloquepasa! me arrancan un grito
soberano y visceral, tratando de romper en mil pedazos el silencioso
silencio del Gringo y el Ñato, la puerca realidad me seduce los oídos a
través de la voz de uno de los recién llegados: “Quedate tranquilo pibe,
somos policías”.
Desde entonces estoy tranquilo, muy tranquilo. Sólo escucho y hablo.
Tomado de un hecho real ocurrido en Agosto de 1974, en un descampado a orillas del Río de la Plata, en jurisdicción de Quilmes, Pcia de Buenos Aires (Notal del autor)
275
Diario PersonalTartagal, Junio de 2001.
Hoy se cumplen 21 años de la desaparición física de mi padre.
Hablo muy poco de mi padre. Tengo una asignatura pendiente con aquel
hombre extraordinario que me legó - sin decirme jamás una palabra al
respecto-, las mejores aristas de mi personalidad.
Por él, conocí el respeto, la educación formal y la gentileza como
moneda de cambio en el trato con los demás.
Por él, supe de la diferencia entre ser servil y servicial, esa particular
devoción para hacer que quienes participan de nuestra vida, reciban una
atención especial de nuestra parte: actuar como anfi trión; ser solidarios
en el dolor y la alegría. Saber escuchar a los demás; nivelar entre los que
tienen y los que no tienen (me refi ero a las cuestiones materiales que
suelen marcar la impronta social de muchas relaciones).
Valoré el sentido del sacrifi cio personal, aquello de dar sin pensar en
recibir, porque si algo puedo destacar en la personalidad de mi querido
viejo, fue el desprendimiento, la manera tan particular con la cual se
manejó en la vida, impidiendo que el egoísmo pudiera erigir su barrera de
exclusión con la familia y sus amigos en una permanente demostración
de afectos (debo ser honesto conmigo mismo; no siempre actué con
desprendimiento como hubiera querido. Alguna vez el egoísmo también
anduvo haciendo de las suyas con mis actos).
Nunca me alzó una mano. Siempre dejó que yo tomara decisiones sobre
mi vida, aún siendo demasiado joven para asumirlas.
Tuvimos nuestras diferencias, cierto es. Pero fueron diferencias de
fondo por cuestiones políticas. Como buen franquista de toda la vida,
276
nunca pudo entender ni aceptar mi militancia. Esto nos distanció un
tanto.
Sin embargo - y he aquí parte de ese espíritu selecto - jamás me prohibió
mi participación social, desde los 16 años militando en las juventudes
políticas de la secundaria.
No me he puesto a escribir por el hecho preciso de este aniversario.
Reniego de fechas precisas, de calendarios perpetuos para sacudir la
misericordia que anida vaya uno a saber en que ignoto rincón de nuestro
universo cerebral.
Claro que a veces la memoria - como vigía del pasado- tiene la cuña
a mano para clavarla en la intangibilidad de una determinada fecha.
Y entonces, ¡pum!, el maldito dolor que se hace carne, eclosionando
como un volcán que se libera del fuego de sus entrañas. Y uno - apenas
uno e indivisible entre los millones de individualidades que componen
nuestro ser - como obligado receptor de los reclamos de la sangre.
Pobre mi padre. Gallego él, inmigrante él, que vino como tantos otros
miles en busca de aquella América quimérica.
Aquella América que no era más que una gigantesca trampa: la
realización de la parte material de la existencia como sino supremo de
la vida. Parafraseando a Descartes -“ pienso, luego tengo”: - “mi casa,
mi trabajo, mis ahorros”, entonces, existo.
¿Y qué, respecto a lo espiritual? ¿Qué padre, con todo lo que quedaba
allende a los mares? ¿Qué, de la tierra? ¿Qué, de los castaños y as festas
y as gaitas? ¿Qué hay de aquella... a virxen da Guadalupe cando vai por
laaaa ribeeeiraaaa... ¿Eso que es tan de gallego, padre? Lo que no puede
transferirse porque está atado a los genes, como una comunión perfecta
entre nuestras neuronas y el aire que las dio a luz por vez primera.
277
A veces padre, pienso que deberías haberte quedado en aquella Galicia
postergada tantos siglos por obra dos seores feudaes; pero aguantar
padre. El espíritu sobre la materia.
Medito y vuelvo a escribir. Mi padre es parte de un sino de mi pueblo. Un
Pueblo que a lo largo de su historia, siempre se salió de sí. Desmadrado
de su propia tierra, empujado por el hambre, sí, pero también con una
vocación aventurera, como legado de los celtas.
¿Quién levantará la hipoteca de tu morriña, padre? ¿Cómo volverás de
muerto, a Rosalía de Castro?
Perdona padre. Tal vez es la única factura que te pasa mi cochino
egoísmo. Porque yo también tengo morriña; morriña de muñeiras;
morriña de panderetas y as gaitas y os coros con reminiscencias
religiosas; y morriñas del verde de los bosques, y de ese aroma de nuestra
tierra siempre húmeda, sobre todo cando chove en os invernos.
Claro que si tú no hubieras venido, yo no podría atesorar las tardes de
las siestas inolvidables en Los Toldos con el abuelo; ni sabría de mi
amor por Evita; ni del amor único e indivisible con Alejandra; ni mis
días de melancolía en Estocolmo; ni las tascas de Madrid; ni hubiera
conocido a un amigo como Ramírez; ni tampoco estaría instalado en el
sortilegio de estos páramos ancestrales de Tartagal; ni...
278
Diario personal.Tartagal. 2001
La belleza.Hace un rato se acaba de marchar una mujer excepcional. Una mujer
ajena al paradigma de belleza femenina, según los códigos actuales de
nuestra sociedad de consumo.
Todos sabemos que el ideal femenino del renacimiento y hasta bien
entrado el siglo diecisiete, se fundamentaba en un tipo de mujer crecida
en carnes, con un estúpido rostro virginal, a tono con las madonnas de
Rafael o el Tintoretto (Rubens fue bastante más prosaico y se animó con
aquellas célebres gorditas con un porte de matronas- algunas con cara de
gustarles la joda de verdad- bien putazas ellas); sin embargo, la idiotez
mediática de estos lares, toma como modelo de belleza, fl acuchas de
rostro ansioso, de pechos pequeños y culos escuálidos. Eso sí, las caritas
muy de esmalte, tipo porcelana.
Y he aquí que de pronto se me aparece esta mujer, de aparentes ancestros
quichuas. Porte abierto, como desafi ando nuestros atávicos prejuicios.
Regordeta -no menos de 70 kilogramos - algo así como un metro setenta y
cinco; de senos fi rmes y caderas sostenidas, con una piel particularmente
morena, casi aceitunada por la acción de los rayos solares, a juzgar por
las arrugas de la piel. Cara limpia de cosméticos, con pómulos salientes
y una peculiar riqueza de expresión en sus ojos negros. En fi n, presencia
toda ella de tierra americana, de pasado ancestral bien argentino.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención en esta mujer, es su
mágica aureola interior: la mirada armoniosa, las palabras justas- con
una impostación de mezzo de sensual tersura-, que invita a guardar
279
silencio mientras habla.
Pero hay más: la sabiduría de su pensamiento, siempre transparente, en
el cuál se mezclan las enseñanzas de sus antepasados con los conceptos
fi losófi cos de los más altos exponentes de la llamada civilización
occidental.
Por otra parte me pregunto: ¿Qué es la belleza? Cada parte de una mesa
no tiene nada de absoluto; solo es la proyección de algo. Y ninguno de
nosotros es una persona - entendiendo por esto que somos parte de lo
que nos rodea-, es decir, desde el punto de vista psíquico, no percibimos
más que la expresión de nuestra relación con todo lo que nos rodea. Ergo:
aquello que parece tener una certeza de individualidad, es solo una isla,
la proyección de un continente que carece de contornos reales.
Entonces - como reza una de las hojas sueltas que la causalidad puso en
mis manos aquella noche de Madrid - “... la belleza es lo completo. Lo
incompleto mutilado es totalmente feo. A la venus de Milo, un niño la
encontraría fea. Si un espíritu puro, la imagina completa, se convertirá
en bella. Una mano concebida como mano abandonada en un campo
de batalla, deja de serlo. Pero todo lo que nos rodea es parte de una
cosa que a su vez es parte de otra (el subrayado me pertenece): en este
mundo no hay nada bello; sólo las apariencias son intermedias entre la
belleza y la fealdad. Sólo es completa la universalidad; sólo es bello el
completo”.
Mientras transcribo estos pensamientos sin fi rma, los identifi co con la
escuela maldita de París: Bretón, Guénon, incluso Gurdiejj.
Resumiendo, esta mujer “fea” para los cánones de nuestra particular
forma de apreciar la belleza, manifi esta una universalidad que rompe lo
individual; tal vez por eso es bella. Espero volver a verla pronto.
280
“Le molesta el nuevo detenido”
Le molesta el nuevo detenido.
Sobre todo, le molesta el silencio casi arrogante que éste mantiene con
el resto de los presos.
El revuelo causado por su presencia, la agitación pública gestada en
torno a ese hombre extraño, ha comenzado a fastidiarlo. Más aún,
cuando está en juego su probable liberación, gracias a un indulto del
mismísimo gobernador.
¿Por qué lo han puesto con ese hombre barbado, con apariencia de
andrajoso, que despierta tanta ira en sus captores?
Sabe que se trata de un individuo peligroso para el Estado, el
mismo Estado que le endilga los cargos de subversivo y agitador
profesional.
Le molesta el nuevo detenido.
Lo han puesto en una celda frente a la suya.
Desde el momento de su llegada, lo ve caminar ensimismado,
monologando y murmurando en voz baja extrañas frases que él no
alcanza a comprender. Por momentos, capta términos como padre y
abandono. Luego, lo ve ponerse de cuclillas, y durante incontables
minutos, le parece verlo como ido, en medio de farragosos soliloquios.
Ve como algunos de los guardas, han comenzado a insultarlo. Otros
pasan al lado de su celda lanzando soeces carcajadas.
¿Pero qué pretenderá ese hombre con aspecto taciturno? ¿Por qué
281
resultaban tan ambiguos los comentarios sobre él, en la calle y en
algunas de las tabernas de la ciudad?
Le molesta el nuevo detenido.
No le ha caído bien. Sabe que por un derecho que le asiste al gobernador,
éste cada tanto, puede disponer la libertad de un prisionero. Una especie
de perdón público para que los ciudadanos sepan que a su gobernante,
también le preocupan las cuestiones sociales relacionadas con la
delincuencia. Incluso, para que se aprecie el grado de imparcialidad
de este indulto, era el pueblo mismo, reunido frente al edifi cio de
la gobernación, el encargado de dar el veredicto. Y esto se hacía sin
perjuicio de la causa que había originado la detención: hurtos, robos,
violencias caseras, asesinatos incluidos, rebeldías y desobediencias
civiles...; en fi n, todo formaba parte del famoso perdón.
Le molesta el nuevo detenido.
No le ha caído bien. Y sabe que cada minuto que pasa, crece el rencor
y el resentimiento porque ha comprendido que se ha convertido en su
adversario para gozar los favores del perdón: sólo uno de los dos será
liberado. Sin embargo, sabe que él - por su condición de delincuente
común - tiene cierta ventaja sobre el advenedizo. El es un notorio
bandolero que ha hecho de su vida un latrocinio tras otro, cierto es. Pero
al menos, nunca se metió con el poder público. Ni con las instituciones
políticas ni tampoco con la poderosa institución religiosa estrechamente
relacionada con el gobierno. No puede decir lo mismo de ese hombre
adusto y concentrado que sí se ha atrevido a desafi ar a los poderosos
que detentan el poder.
282
Le molesta el nuevo detenido.
Sabe que se lo tiene por un revoltoso social y político. Un verdadero
subversivo que ha conmocionado a las instituciones. Todo el pobrerío
detrás de él, cada vez que sus secuaces convocan a la gente para escuchar
uno de sus habituales y corrosivos discursos. Sabe que es un hombre
de cuidado. Un hombre que dice las cosas más escandalosas contra el
poder público, casi con la unción de una plegaria en medio del silencio
de un templo religioso. Sin gritos ni estridencias. Y eso es lo que lo hace
más peligroso; sí, es un hombre de cuidado.
Le molesta el nuevo detenido.
Los han venido a buscar los funcionarios públicos a efectos de compa-
recer ante el gobernador del Estado. Presiente un buen augurio al ver
que los soldados lo tratan mejor. No puede entender como las pullas
constantes no parecen perturbar a su adversario. Siempre impasible.
Abstraído y disperso, vaya a saber en que misteriosos pensamientos.
La casa de gobierno está repleta de funcionarios. Nadie ha querido
perderse el espectáculo. Cuando sale al balcón, la multitud ruge pro-
nunciando su nombre. Del discurso del gobernador, apenas alcanza a
escuchar el último párrafo: “¿...a quién quieren que libere?”
Para su alegría, el grito de la multitud es unánime: “¡Barrabás!”
“¡Barrabás!”
283
Diario personal
La medida humana.Hoy a la tarde estuve con la gente de Nunca más, la Comisión Nacional
de derechos humanos que investiga el tema de los desaparecidos.
Fui atendido personalmente por Ernesto Sábato, el maestro al que tanto
se admira en su doble condición de escritor y luchador humanista,
conjunción perfecta si las hay.
Tuvo la gentileza de permitirme explayar toda mi carga de dolor y
resentimiento.
Le dije que sólo quería saber sobre el paradero de mis hermanos y mi
querida novia, y que posibilidades me asistían de poder averiguar datos
sobre sus eventuales secuestradores.
Después de mis comentarios, el autor de “Sobre Héroes y Tumbas” se
quitó los gruesos lentes de carey y sin omitir palabra alguna, comenzó
a limpiar detenidamente los cristales. Luego habló.
“- Estimado Alonso...; Alonso Lama ¿no? Lindo apellido de raigambre
hispana. Conocí creo que un Lama, funcionario gallego, que me atendió
magnífi camente en uno de mis viajes a la madre patria. Buena gente
la gallega. Nobles como todos los españoles sin excepción. Siempre
he pensado que la hispanidad se debe una obra como contracara de la
tenebrosa leyenda negra a propósito de la Conquista; ya sabe usted...
cosa de los anglosajones; en fi n, más específi camente de los propios
ingleses, que han demostrado a lo largo de la historia ser consumados
maestros de la diplomacia -. Hablaba, levantaba la vista, y cada tanto,
continuaba limpiando los cristales con una franela diminuta-. Pero
bueno, volviendo a lo suyo. Esta es otra historia. Han pasado...
284
“Algo más de seis años maestro...”
“No me llame maestro. En todo caso si hubiera un maestro, estaría
allá arriba. Yo sólo soy un servidor de emociones. Dígame: con una
mano en el corazón, ¿usted cree que ellos están con vida? - hice nones
con la cabeza -. Le aconsejo que los entierre - mi imperceptible gesto
fue captado al instante por él-. Veo que no lo ha hecho aún. Y eso es
malo. La razón y los sentimientos suelen estar divorciados entre sí.
Los hechos pertenecen a la razón, para decirlo de algún modo... Pero
claro, los sentimientos actúan como parte de ese afecto de sangre que
siempre se va a negar a la verdad. Entiérrelos amigo; perdóneme mi
dureza, pero entiérrelos. Ofrézcales sepultura cristiana en su propio
corazón. Por ellos y por usted. Mientras no lo haga, será esclavo del
resentimiento y no hay peor cosa para el espíritu que el resentimiento:
lo raquitiza - observó mis manos y mi rostro aunados en otro gesto
de protesta-. Espere amigo Lama. No hablo de olvidar. Hablo de
enterrar el rencor y el resentimiento. Tener presente lo sucedido, será
la comunión permanente y visceral con sus hermanos y su novia. Yo no
veo mucho, pero se ve muy bella en esta foto. Le decía: el rencor y el
resentimiento, son portadores del dolor y el sufrimiento del pasado que
se niegan a perdonar. ¿Sabe...? son como fantasmas que se apropian de
nuestra personalidad. Yo también he tenido cuentas con el rencor que
me atormentaron durante muchos años. Y voy a confesarle una cosa-
una inasible sombra pareció cruzar a lo largo de sus ojos: - cada tanto,
esta pústula del corazón golpea con sus nudillos aquí- se tocó la frente
con una mano- porque no acepta aún la resignación del olvido. ¿Se
da cuenta usted? De cualquier manera, comprometo mi honor y el de
esta comisión para tratar de ofrecerle a usted la necesaria reparación
285
moral.”
Hizo un gesto con la mano señalando una larga hilera de personas que
aguardaban hablar con él y me levanté estrechándole la mano.
En aquella ocasión estuve a punto de quebrarme. Ahora a la distancia,
el sesgo alucinante de mis pensamientos, ha comenzado a desprenderse
del lastre de la misericordia.
Es inútil. El tísico sabe por tísico y el cojo sabe por cojo. Por eso, cuando
el obispo pontifi ca desde el púlpito respecto al pecado de la carne;
cuando habla de la pobreza y da una clase magistral de comportamiento
moral a todos lo desarraigados; cuando en fi n, pontifi ca sobre los
dramas puntuales de la pareja humana..., a mí me mueve un tanto a
risa- en realidad se me revuelven las tripas-, con todo el respeto que
me merece la Iglesia (la católica, claro). Porque el sacerdote, obligado
a respetar sus votos de castidad - que el diablo le sostenga si cae en
la concupiscencia de la carne-; ¿qué puede saber de las miserias o la
sublimidad engendradas por el amor entre un hombre y una mujer? Por
otra parte, cómo se puede hablar de las pústulas del hambre cuando el
sacerdote tiene asegurado su sustento?. ¿Cómo hablar con fundamento
de la marginalidad sin haber padecido los escarnios consecuentes
derivados del dormir en los zaguanes o a la intemperie de la calle?.
Y el hombre-sacerdote, en fi n, jamás podrá saber de odios, resentimien-
tos, disputas conyugales únicas y excluyentes, que afectan la relación
de hombres y mujeres qué alguna vez conocieron el dorado trigo del
amor.
Por eso digo que cada criatura humana se lame donde más le duele su
propia herida.
¿Olvidarme? ¿Renunciar al rencor contra aquellos que secuestraron a
286
mis hermanos y a Alejandra - y que seguramente torturaron y mataron-
por el sólo delito de luchar por un mundo mejor? ¿Es éste acaso el
premio a la solidaridad humana?¿En qué lugar está ese maldito Dios
que ha hecho del hombre, lobo del hombre: Homo, homini lupus est
Yo también soy parte de esa mal entraña que has puesto entre nosotros,
Dios! Y mientras viva, no dejaré de usar mi propio derecho a la
venganza.
Gregorio Alonso Lama.
287
Diario PersonalMadrid, Agosto de 1982
El sentido común es la resaca del espíritu. Lo encontré escrito en un
papel sin fi rma con mi letra, y por lo tanto, infi ero que es un pensamiento
que me pertenece; y aún no siendo así, lo hago propio por compartirlo
en plenitud.
Me asquea la gente que habla de sentido común como si se tratara de
una panacea del pensamiento.
Si la humanidad hubiera tomado como propia esta idea, sustentando
sobre su eje la futura evolución de la raza, es posible que aún no
hubiéramos salido de la rueda.
El sentido común paraliza. Corroe la imaginación, vacía el cerebro
y convierte al hombre en un amorfo ser, el perfecto idiota útil del
sistema.
Viva el sentido común! - claman los opresores de la libertad de
pensamiento - Prohibido pensar! Ustedes trabajen, forniquen y cagen!
De pensar nos encargaremos nosotros por ustedes.
Hoy es un día de mierda para mí. En todo sentido. Nada sobre el paradero
de mis hermanos. Nada sobre la suerte de Alejandra. Mi madre que hace
algo más de un mes que no me escribe...
He sido un cochino egoísta porque yo también fui parte del sentido
común cuándo escapé siguiendo los consejos de mi madre.
¡Me cago en el sentido común!
Gregorio Alonso Lama.
PD) Una pátina de esperanza: después de la derrota de las Malvinas, la dictadu-ra se encuentra en retirada. Se habla de elecciones. ¡Cuánta falta me hacés
288
Argentina!
“Las feas también tienen derecho”
Ella apareció de repente; como otro de los fantasmas que rondaban
mi mente (sólo que esta vez de carne y hueso). Debajo de la lluvia.
Empapada. Con una faja de nylon sobre su cabeza asiendo el mango de
un paraguas dado vuelta.
Mientras bajaba la ventanilla, apreté el pedal del freno.
- Por favor, suba.
Me miró desde algún ignoto rincón de sus dudas, sin poder evitar que
la lluvia, como una pequeña catarata, se desprendiera a chorros por su
cara.
-................
-¡Por favor! ¡Se está empapando! No tenga miedo… Míreme la cara…
soy una buena persona.
La mujer pareció abandonar la duda y al fi n se decidió.
En el momento que se sentaba, volteé la cabeza para mirarla: pensar
que era fea podía interpretarse casi como un elogio: cabello ensortijado
pero escaso; la cara estrecha como un desfi ladero, y una expresión de
cansancio que parecía el paradigma de la derrota y el fracaso.
Me pregunté qué tipo de dramas la perturbarían aunque por el momento,
no tenía intención de averiguarlo.
- Le seré franca; sentí una profunda emoción cuando usted se detuvo. A
Dios gracias, todavía existen personas de bien...
Es una clásica, me dije. Palpitaba en su voz una sensualidad exquisita.
Cuándo me respondió donde vivía, estuve tentado de decirle que tenía
apuro y que la dejaría en el primer refugio. Pero no pude hacerlo; una
289
corriente misteriosa ya había comenzado a extender un puente de plata
entre nosotros.
Fortísimas ráfagas de viento cruzaban la lluvia sobre el parabrisas.
-La alcanzo hasta su casa...
- Sinceramente, no quiero ser una molestia...
- De ninguna manera. Tiempo es lo que me sobra...
Pronto comencé a elucubrar todo tipo de conjeturas sobre mi ocasional
compañera de viaje: - edad, estado civil, cantidad de hijos, trabajo y
vivienda - resumiendo todo en un pantallazo: 45/ 50 años; separada o
madre soltera, limpieza por hora a domicilio; prefabricada humilde
pero prolija. En medio de mis domésticas ecuaciones, no me di cuenta el
momento en que ella se había quedado dormida, con la cabeza apoyada
sobre el respaldo.
El cansancio de la fea parecía hablar a través de su pesada y entrecortada
respiración.
Decidí no interrumpir su sueño; tenía la dirección y conocía perfecta-
mente la zona de su domicilio porque mi madrina vivía a tres cuadras
de su casa.
Unos 20 minutos después, estacionaba el auto frente a la fi nca: un
cuidado ligustro, una reja de hierro y un chalé modesto, con un esmerado
jardín lleno de fl ores.
Un par de perros fl acos y mojados se acercaron al auto moviendo sus
rabos.
Cuando el motor se detuvo, la mujer se despertó.
-Me siento avergonzada por haberme quedado dormida. Le pido que me
perdone- dijo, restregándose los ojos.
La caída de agua era persistente. El viento sacudía una de las ventanas
290
de la vivienda.
“-Por favor, le pido que baje un minuto a tomar un café. Si me dice que
no, me voy a sentir muy mal. Quiero agradecer humildemente tanta
gentileza de su parte”.
Imposible desistir. Sus gestos delicados y la belleza de su voz, borraban
la fealdad de sus facciones.
Pese a aquello de que las comparaciones son odiosas, era imposible
no comparar: mi automóvil reluciente- parte del botín en el reparto
de bienes gananciales de mi separación -, la mejor ropa importada, la
colonia francesa; mi costumbre de llevar encima el oro ...; en fi n, que
las diferencias sociales eran notorias.
- “Pase por favor- la mujer había abierto la puerta de entrada - Tuve que
marcharme temprano para un examen y aún me falta poner un poco de
orden.
Observé la sala: una pequeña recepción, la mesa del comedor con un
centro de mesa cargado de rosas rojas y amarillas; un inmaculado mantel
blanco, dos sillones de cuerina; la mesita ratona de vidrio, un mueble de
algarrobo, y, hacia uno de los fl ancos de la sala, un sillón de mimbre al
lado de una lámpara de pie.
Sobre una de las paredes laterales, una biblioteca con gran profusión de
libros y el monitor de una P.C. sobre la base de la misma.
Sin decir palabra, comencé a caminar fascinado con las reproducciones
pictóricas que colgaban en casi todo el espacio disponible en las paredes.
Un escenario ecléctico: desde Goya a Rembrantd; desde Van Gogh a
Picasso, pasando por Diego Rivera y un par de expresiones artísticas
de su amante.
De pronto, me di cuenta que al poner mis pies en esa sala, sentí una
291
perturbadora sensación de bienestar interior, como si un extraño
sortilegio mudara toda mi gastada piel.
Sin tamizarla , oí que la pregunta se descolgaba de mi boca.
-¿Qué le gusta de Rivera?
-¿De Rivera…? - se dio vuelta conmigo a contemplar las fi guras que
trasuntaban como pocas el sufrimiento humano-. A mi criterio, Diego
expresa la pintura, primero, en su carácter de hombre comprometido;
luego, en su concepción de artista. Encuentro cierta similitud con
Goya. Salvando los estilos, la condición humana habla a través de sus
pinceles.
-¿Y en cuánto a Van Gogh...?
-¡Ah! Esa es otra historia. Arte introspectivo, psicologista si quiere.
El alma perturbada del artista que no alcanza a insertarse socialmente.
Goya y Rivera expresan el drama del hombre en su concepción universal.
Van Gogh sólo trataba de interpretarse a sí mismo, buceando en sus
tormentos espirituales. ¿Por qué se sonríe?
- No..., me gusta; me encanta tu defi nición. ¿Podemos tutearnos ¿no?
-Por supuesto; siempre me pareció ridículo eso de establecer parámetros
gramaticales en las relaciones humanas. Pero supongo- no supongo, en
realidad estoy segura- que la educación que uno recibe nos condiciona.
En mi caso particular, yo he tenido un padre - español para mas datos,
ahí está su foto ; sobre la repisa... - decía que he tenido un padre
consustanciado con la vieja España. No lo vas a creer pero mi hermano
y yo, nos dirigíamos a él a través del arcaico usted. ¡Siempre la maldita
palabra erigiendo barreras de contención emocional! Un personaje,
¿eh? Uno de los últimos dinosaurios de la vieja falange española. De El
Ferrol..., como el caudillo que tanto admiraba. Si me permitís, ya pongo
292
el agua para el café. Seguí hablando que te escucho.
Los giros y las expresiones de la fea me retrotraían en el tiempo.
Comenzaba a tener la impresión de que cada palabra, se descolgaba de
su boca, como gemas del mejor orfebre.
-Entiendo- dije-. Mirá como son las cosas de la vida... Franco trató de
imponerle a España el sello de su Galicia feudal. Si supiera ahora que
el Delfín monárquico en el que puso tanto esmero terminó por aceptar el
socialismo, el viejo se revolvería en la tumba. A propósito..., te escuché
decir que te habías marchado temprano por un examen...
- Así es- la voz cantarina de la fea me llegaba a través de un recodo de
la cocina-. -Filosofía y Letras. Me quedan un par de materias.
-¿Filosofía y Letras... ? ¿Me imagino que no has elegido esa carrera con
un sentido material? Digo..., para afi anzarte económicamente...
-¡Por supuesto! Nada que ver. Además..., a mi edad- estoy próxima a
cumplir 45- es como un poco tarde para eso. No, no; me mueve una
vieja asignatura. Tengo vocación de escritora... Sorprende, ¿no?. Un
tanto a destiempo si se quiere- demasiados problemas personales y
familiares como contrapeso- aunque nunca es tarde cuándo algo se
quiere de verdad, según se dice. Te explico... después de mi frustrado
matrimonio - me separé de mi pareja hace un par de años- y la partida
de mis hijos... Veinte y veintidós años... Están en España… Ya sabés...,
esas cosas del trabajo, de un porvenir que aquí se les ha negado a tantos
jóvenes... En fi n... Si me permitís, me voy a cambiar de ropa. Estoy
empapada. En un ratito se calienta el agua.
- Tomate tu tiempo.
Recuerdo que en esos momentos me puse a pensar que al menos en
algo coincidíamos: frustrado matrimonio. Sin hijos en mi caso- con
293
mi pareja nos cargábamos las tintas con una supuesta impotencia para
procrear que ninguno quería asumir como propia - habíamos cortado
el vínculo marital como si se tratara de una Sociedad Anónima. Para
colmo, ambos éramos abogados: tanto para uno; tanto para el otro. Para
mí, el amor de pareja - ya se sabe: eso de sudadas sábanas y orgasmos
compartidos - era la más monumental mentira de la raza. Frön decía
que sólo puede amarse a través de la entrega del espíritu, que el único
amor real era aquel que tenía el cerebro como protagonista excluyente,
y que yo sepa, esa cualidad sólo es posible a través de la abnegación
que mueve a una madre con su hijo; una madre, por ejemplo, que es
capaz de amar a un hijo con el síndrome de Dawn. El resto es una
entelequia; la pasión que exudan nuestras vísceras sólo es el resultado
de una eclosión química que nos hace decir te amo, en medio de los
genitales tomados. Feniletilamina pura. En todo caso, el supuesto
amor entre un hombre y una mujer, no es más que una infantil defensa
emocional frente a la muerte. La ambigua y retorcida mente suele
mostrarse demasiado egoísta y egoísta para alcanzar las altas cotas de
la entrega y la abnegación. Terminada la calentura, todo a fojas cero.
Así de simple.
Mientras ella no venía, dejé discurrir mi vista por los anaqueles de su
biblioteca: las Obras Inmortales de EDAF, hoy verdaderos incunables.
Aguilar con su colección de papel arroz; García Lorca, Azorín, Pio
Baroja, Shakespeare, todo el siglo de oro español. Vi una estantería
dedicada exclusivamente a autores nacionales: el inefable Borges, el
insustituible Sábato, Sarmiento, Mansilla, Abelardo Castillo, Cortázar,
algo de los nuevos; incluso una novela: -“Jesucristo en Plaza de Mayo”,
de un ignoto José Manuel López Gómez.
294
Tampoco faltaba la fi losofía, desde Platón y Aristóteles, pasando por
Spinoza, Kant, Kierkegaard y alguna referencia al menospreciado
pensamiento español del siglo pasado. Todo prolijo, como parecía
corresponderse con el espíritu de la dueña de casa.
Ella volvió. Parecía otra mujer. El cabello suelto- húmedo aún- achatado
sobre el pequeño cráneo, le daba el aspecto de mujercita de los locos
20. Los ojos negros y un tanto grandes para su rostro modigliesco, se
compensaban a través de una mirada profunda y armoniosa.
Se había puesto un discreto rimel rosa pálido, y sus labios tenían cierto
tono bermellón, que acentuaba aún más el blanco de su cutis. Desde el
punto de vista estético, lucía aún cierta fealdad; pero de pronto se la
podía sentir como una fealdad atractiva, si cabe el término. Además,
yo había descubierto su encanto interior, un particularísimo encanto
trasuntado en su presencia, pero que, sobre todo, se hacía sentir en su
peculiar voz.
Me pregunté si se habría arreglado para mí; entonces, me di cuenta que
una sensación extraña- pero no nueva-, se había apoderado de mi cuerpo,
como una especie de hormigueo que recorría todas mis arterias.
Después de un período de ostracismo amoroso, mi libido sexual parecía
decirme presente nuevamente.
Yo era consciente que desde mucho tiempo atrás - aún dentro de la
agenda sentimental de mi matrimonio- cada vez que alguna mujer
lograba disparar mi erotismo, siempre escapaba a esa demanda interior.
Pero también me decía que era inútil; que no podría seguir ahogando mis
verdaderos sentimientos, sólo por culpa de un reciente fracaso amoroso
(sabía que toda demanda llevaba implícita una carga de necesidad no
satisfecha).
295
Cafés de por medio, la charla se extendió largo rato. De manera
natural, como si nos conociéramos de mucho tiempo atrás, me confesó
intimidades dolorosas. Con esa coloratura de mezo que yo admiraba
en su voz, me dijo que tenía un hermano desaparecido desde Agosto
del 77. “Yo tenía 18 años. Él era dos años mayor. Lo vinieron a buscar
una noche. Parecía un ejército. Se lo llevaron a la rastra. Nunca más le
volví a ver” Quise saber si tenía militancia política. “Para nada. Tenía
un amigo de la JP del Oeste con quien se veía ocasionalmente o se
hablaban por teléfono. Parece ser que encontraron su nombre en la
agenda de este muchacho y eso fue sufi ciente”.
Me contó que se le había muerto una hija a los siete años de edad.
“Leucemia. Fue terrible. Pese a nuestros esfuerzos, murió con la
conciencia de la muerte. No quiero morir mamá. No quiero morirme,
me repetía todas las noches cuándo la llevaba a dormir.”
Pensé que era sufi ciente. Pero faltaba algo más. Hacía poco menos de
dos años que la vida le había pegado otro soberbio cachetazo: tenía la
madre internada en un Psiquiátrico. “Esquizofrenia. No pudo resistir
tanto dolor, y un día las angustias se juntaron entre sí y le volaron la
cabeza; fue como si de pronto le hubieran abierto una zanja en el cerebro.
No... no te preocupés; ya estoy acostumbrada. Ya sabés que el dolor
reiterado termina por poner callos en el alma. Qué vamos a hacer... En
fi n, que la voy a ver casi todos los días. Está en el Alvear. ¿Querés que te
sea sincera? Estoy sola. Muy sola. Mi padre falleció hace un año. Con
respecto a mi esposo..., hace mucho que dejó de aportar su presencia
por aquí. En cuanto al trabajo, tengo un polirubro que atiendo por la
tarde. El resto del tiempo lo dedico a mi carrera. Estudio en un anexo de
la Universidad, aquí en San Miguel, ¿sabés?. Mantengo la casa... ¡Ah!,
296
me olvidaba. Formo parte de la red solidaria de Juan Carr. Eso me ayuda
mucho. Todos los días trato de poner mi granito de arena para aliviar el
dolor de los demás. Me di cuenta que me hace muy bien; tal vez sólo sea
una muestra de egoísmo. En fi n..., como verás, lo que sobra es acción.
Por eso se me ve tan agotada. Pero no pienso rendirme. Sé que es duro,
pero igual le agradezco todos los días a Dios lo que me da.”
Sorpresivamente, me oí preguntarle que había respecto a su vida
sentimental. Me miró fi jo a los ojos - fue en ese momento cuando
descubrí su mirada luminosa- y eso me perturbó profundamente. En
realidad me di cuenta de golpe que habíamos puesto en libertad los
ojos, dejando que las miradas dijesen lo que no nos atrevíamos a decir
oralmente.
Comprendí entonces que estaba frente a una presencia humana de la
cual emanaba todo lo que yo no tenía: templanza, armonía, solidaridad.
La antítesis de mi propia mundo. Buena cuna pero todo con el sello
materialista de quienes somos educados para una escala de valores en
la que suele imperar él sálvese quien pueda. Para colmo de males, mi
carrera de abogacía con un estudio centenario heredado de los viejos
patriarcas familiares, había terminado por cerrar el cerco: demasiada
miseria humana en todos los fl ancos.
Por supuesto que supe gozar de esa vida de placeres mundanos (no
reconocerlo sería una hipocresía de mi parte). El deterioro interior,
la objeción de conciencia que le dicen, comenzó a partir del golpe
militar del 76. Hubo un antes y un después. La familia cuestionada,
con mi propio padre procesado por violación a los derechos humanos.
Los escraches frente a nuestra casa. Los insultos de los hijos de los
desaparecidos. Mis propios cuestionamientos. Luego..., el fracaso
297
matrimonial. Los condimentos sexuales angustiosos, el vacío de mi
vida; las inútiles sesiones de terapia psicológica. En fi n, un excesivo
contrapeso.
De pronto, aparecía esta extraña mujer. Otra impronta de vida. La
posibilidad de un reencuentro con mi verdadera esencia.
Para mi propia sorpresa, descubrí que no me importaba su fealdad física.
Después de todo, era posible que Frönn tuviera razón. Ella representaba
lo que yo me venía negando desde tiempo atrás. Aún no sabía el cómo,
pero no volvería a cometer el error de siempre.
Hubo un momento en que se hizo un silencio inquietante y perturbador.
Temí que mi propio erotismo me hubiere jugado una mala pasada,
transformando mi mirada en un lascivo y lujurioso deseo. Pero sólo fue
un relámpago de duda.
El milagro de amor sobrevino cuando - en un impulso incontrolable - tomé
primero una de sus manos y luego la apreté con fuerza. Mágicamente,
ella cerró sus dedos sobre los míos. Entonces, oí de su boca lo que
estaba esperando escuchar desde hacía tantos años: “Siempre soñé con
amar a una bella mujer como vos”
298
Diario PersonalTartagal, Agosto de 2001
La mujer.La historia del hombre - ya se sabe- está escrita por el mismo hombre.
Una es la historia ofi cial - casi siempre mentirosa- y la otra es la de
los perdedores. Civilizaciones antiguas; Imperios pasados e Imperios
nuestros de cada día.
Otras bucean en los arquetipos humanos: Platón, Alejandro Magno;
Maquiavelo; Miguel Angel, Colón, Beethoven y largos etcéteras.
Sin embargo, poquísimas veces hay registros de la otra historia, la
historia paralela de hombres y mujeres anónimos que, por la dimensión
moral de sus vidas, merecerían el homenaje de la palabra escrita.
Hoy quiero referirme a una de esas peculiares y anónimas personas. A
una mujer excepcional que honra la condición humana .
Se trata de una mujer con la cual estuve relacionado mucho tiempo (y
aún lo estoy).
Yo he sido un nómade toda mi vida - llevo registradas no sé cuántas
mudanzas - pero casi siempre girando en un el mismo entorno geográfi co
(muchas veces me pregunté si en cada mudanza no estaría escapando
de mí mismo).
Volvamos a la mujer. La traté durante muchos años asiduamente (el
grado de vinculación no viene al caso).
Conocí a su familia. Fui amigo de sus hijos.
Invitado permanente de la casa. “Uno más” como se dice.
A lo largo de esta activa relación, esta bellísima mujer - hablo de su
estatura espiritual-, se convirtió en una permanente lección de vida para
299
mí.
Siempre de buen talante; predispuesta a todo y para todos, con una
particular vocación de servicio, ejercitado con una fi nísima impronta.
Jamás se la escuchó quejarse (y motivos le sobraron...).
Nunca un rictus de rencor en su rostro. Enemiga del egoísmo y el
egotismo.
Siempre en sus sabias palabras exponiendo la necesidad de comprender
a los equivocados; la misericordia permanente frente a las debilidades
humanas (incluso aún, exponiendo sus mejillas a ciertas pústulas del
alma).
Siempre el consejo atinado, la búsqueda de las virtudes hasta en aquellos
que suelen ejercitar la perversidad como sino excluyente de la vida.
Valiente y altiva, con una templanza y un coraje dignos del mayor
elogio; poniendo alma y vida para dar permanentemente lo mejor de
sí- y siempre lo mejor de sí- , en la crianza y en la educación de sus diez
hijos.
Sacando fuerzas de sus propios debilidades; generando energías de la
nada.
Sufriendo en silencio y a escondidas.
Volcando cada una de sus lágrimas detrás de las cuencas de sus ojos,
para no hacerlas visibles a los que más amaba.
Pero siempre compartiendo la alegría con propios y extraños.
Los teóricos del alma, aquellos que suelen escribir con recetas griegas
para interpretar la herencia del odio, alegan que la mala praxis del
amor, las frustraciones infames de la infancia, generan los resentidos
del mañana.
Esta mujer, criada en la soledad de las honduras fi liales, vivió una
300
infancia de orfandad de afectos, de falta de emociones viscerales y
espirituales generadas por las carencias del amor. Sin embargo, jamás
un pase de factura; nunca una concesión al dolor pasado.
Siempre así. En las buenas y en las malas. Abnegación sin límites.
Dimensión de amor que empequeñece la palabra Santa.
Valiente y altiva.
Con una templanza y un coraje dignos del mayor elogio Esta mujer que
siempre- pese al heroísmo cotidiano que implica la crianza de 10 hijos
-, ¡se hacía tiempo hasta para la ilustración y el conocimiento!.
En cierta ocasión le regalé la Historia Universal de Jean Duché - sin duda
el mejor obsequio que yo me permití hacer a persona alguna- y aún hoy,
pasando los 90, abreva en sus páginas con juvenil entusiasmo.
Yo también fui alguna vez causa de sus aristas tristes. Pero..., ya se sabe:
el egoísmo humano se alimenta como victimario, y suele condenar al
hambre a sus propias víctimas.
Aún llevo sobre mis espaldas esta hipoteca que nunca pude cancelar.
Tal vez por eso, sentí la necesidad de homanejearla.
No sé si otros podrán leer estos escritos de mi diario. No importa. Hoy
me basta con hacer honor a un viejo reclamo de conciencia.
Si debiera defi nirla sin menoscabar siquiera una pócima de su altura
moral inigualable, diría que ella, toda ella, es una catedral del espíritu.
Esta mujer sin par, es Doña María Elena Arrieta de Milano.
301
Cirujano
Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Otro equipo está listo para el transplante.
El helado fi lo del bisturí se abre paso entre la sorprendida carne. Sabe
que su mano de sexagenario ya no tiene la fi rmeza de las primeras
incisiones.
Sexagenario. El pensamiento dibuja las palabras delante de su mente
como un holograma gramatical.
“Un sexagenario fue atacado por un ladrón...”
No puede sustraerse al recuerdo de la crónica policial en la que el
periodista decide que el sexagenario cede virtualmente su condición de
hombre para convertirse sutilmente en la de anciano.
Demasiado en juego.
Sabe que no puede cometer el mínimo error; que la incisión debe ser
precisa, meticulosa y geométricamente perfecta.
El acero reverbera en el cristal de sus lentes.
La piel del niño se abre con un siseo casi imperceptible.
Observa a su asistente tratando de descubrir el discurso oculto en sus
ojos.
Siente la mirada femenina con la sensación de que ésta trepa por unos
instantes a la suya.
Comienza a sudar. Se ha dado cuenta que ella ha sido tomada por la
acción de la feniletilamina.
302
La imagina rezumando sexo por los poros.
Teme que el metejón estúpido le juegue una mala pasada.
Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
El coto del cuerpo humano no tiene secretos para él.
La piel del niño gime de manera apenas audible.
Observa a la anestesista. La mejor sin duda; sabe que no necesita mirar
el instrumento de control.
El niño tolera con holgura la dosis suministrada.
Ella le hace un gesto con la mano.
Tal vez un día la arrincone. Sería capaz de penetrarla sólo para escuchar
los potenciales quejidos que saldrían de su boca.
Vuelve a la operación. No puede equivocarse.
Sabe que en una sala contigua de la casona, los padres del niño comparten
la ansiedad y los miedos.
Cree percibir en su mano un temblor imperceptible.
Demasiado en juego.
Como buen cirujano, observa con morboso placer la violación de la
carne: epidermis, fuste del pelo, glándula sebácea, dermis; folículo
pilífero, glándula sudorípara, estrato subcutáneo, tejido adiposo, arteria
y vena; pero el cerebro sólo registra la proa del cuchillo que se abre
paso en medio de un cordón de sangre, preparando el tórax para el
corte profundo y escindido. Sabe que por ahora, apenas es una incisión
demarcatoria en un universo celular prodigioso y temible.
Sexagenario. El pensamiento remite nuevamente al rechazo visceral
303
de esa palabra. El holograma mental busca otros paisajes. Los senos
turgentes y la piel fi rme de su instrumentista lucen su erotismo virtual
sobre el cuerpo herido del niño.
Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
No ha sido fácil, claro que no.
Tres años de sufrimiento, tratando de ahogar la calentura que lo
asfi xiaba cada vez que la veía llegar con sus minis infartantes y los
escotes generosos.
Tres años resistiendo la acción depredadora de la feniletilamina.
Setecientas veinte operaciones - a una por día, de lunes a viernes,
operando incluso en días feriados - soportando ese chanel número 5 que
tiene la virtud de raptar por las fosas nasales como un inasible sembrador
de minas explosivas; tratando que la voz cascada no penetrase por los
poros de su cerebro. Resistiendo. Siempre resistiendo.
De pronto la postura 37 del kamasutra se instala en un rincón de su
cerebro. Se putea a sí mismo. No puede distraerse.
La sangre del niño salta en pequeños borbotones.
Sabe que debe conservar la concentración absoluta.
Demasiado en juego.
Es inútil porque el recuerdo ha fagocitado la feniletilamina enfervori-
zando su sangre; hasta el pensamiento ha perdido su habitual cordura
y rigidez.
Todavía puede afrontar dos relaciones por semana; algunas con efi cacia;
otras con dignidad. Es conciente que maneja como un consumado
304
Casanova a su joven amante, 30 años menor. De alguna manera ella
había lanzado la primera piedra, el explosivo plástico que demoliera
virtualmente su otrora inexpugnable muralla moral, antes de tomar la
decisión de abandonar su casa.
El primero y único engaño después de casi tres décadas de matrimonio
bendecido por la iglesia (la católica apostólica, claro), abriendo el
primer boquete espiritual en una estructura que siempre había creído
sólida.
Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Una familia que se repartía entre devotos de principios, hipócritas que
usaban estos como carta de presentación social y también aquellos a
los que no les importaba más convencionalismo que el de servir a un
egoísmo feroz. Familia cuya piedra fundacional la erigiera el ancestral
guerrero de la independencia, y cuyos ladrillos posteriores fueran
generados por profesiones tan disímiles como las de políticos, literatos,
médicos brillantes (y cirujanos, claro); también religiosos de diferentes
jerarquías eclesiásticas, y, por supuesto, la casta de militares que seguían
honrando a la nación pese a esos mal paridos que no hacían más que
agraviar gratuitamente a los servidores de la patria.
Por alguna razón que ignora, la frase de su primo - ex Coronel del
Proceso de Reorganización Nacional- ronda asiduamente su cerebro,
siempre lista, como un boy scout gramatical.
Alguien le pasa una toalla por la frente mientras la mano sigue la línea
trazada sobre el pequeño tórax.
La sangre corre a lo largo y ancho del espacio ventral del niño.
305
Demasiado en juego.
Casi sin darse cuenta, la hoja ha descendido a las profundidades de la
carne, en medio del río celular de las arterias.
Sus ayudantes separan los elevadores de las costillas y los músculos
intercostales, para que el corte no dañe la porción central fi brosa
atravesada por el esófago, la cava inferior y la aorta.
Por debajo de la estructura ósea, debe deslizar el acero a través del
trapecio, el dorsal ancho y los romboides, desde las vértebras hasta
las costillas. Un tortuoso camino antes de llegar a los músculos que se
sitúan en relación con la propia columna vertebral.
El reloj le indica que hace dos horas que está operando.
Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Falta poco. El equipo de transplantes está en máxima alerta esperando
su señal. Consulta el visor. La presión, irregular, amenaza convertirse en
crítica; el corazón del niño enfermo se abre y cierra en forma arrítmica,
en medio de un sordo resoplido. A una seña suya, el equipo paraliza
sus funciones. La preocupación mayor es la de evitar que el órgano
vital entre en colapso. Ve la contracción isométrica antes que la presión
expulse la sangre en la aorta. Sabe que la sístole se está debilitando
segundo a segundo. Su agudísimo oído capta una ligera exhalación,
como el de la implosión de una frágil copa de Baccarat; cree sentir y
percibir la confusión de millones de células pulmonares.
No es hora de pensar en el prodigioso culo de la instrumentista ni en las
interminables fellatios a las cuáles lo sometía la libinidosa compulsión
de la mujer. ¿Quién habrá sido el estúpido que dijo que ese era amor a la
306
francesa?
Por primera vez siente como propias la ansiedad del grupo. Mira
atentamente. Ahora es la diástole que relaja las funciones dilatando el
corazón. Los ventrículos reciben la sangre de las aurículas con creciente
esfuerzo, transitando casi agónicamente un nuevo ciclo.
Demasiado en juego.
La mano se abre en señal de reanudar las tareas.
El corazón del niño donante se halla en la caja azul, custodiado por los
paramédicos que esperan una señal suya.
Por fi n, el bisturí ha completado su mortífero recorrido. Sabe que recién
ahora viene la parte más delicada de la intervención, el transplante
propiamente dicho. De todos modos, ha dado un gran paso.
Ella desliza sobre él una mirada lasciva y musita un todo bien que lo
siente más cerca del erotismo que del miedo y la angustia que parece
dominar al resto de los operadores.
El corazón enfermo es arrojado impiadosamente en un recipiente de
residuos humanos. Imagina escuchar el silente sonido de los últimos
restos de aire que siente escapar de los enfermos pulmones. Nunca ha
podido sustraerse a la idea metafísica que no sólo muere un corazón
enfermo; que mueren además, miles de millones de individuos celulares
refugiados en las arterias y las profundidades cavernosas, muertos todos
ellos, antes de explotar literalmente fagocitados por la muerte.
Retrocede unos pasos y se desprende el barbijo. Ahora puede tomarse
un resuello, un breve descanso mientras sus ayudantes acomodan en el
tórax abierto el nuevo y rozagante corazón.
Resiste su deseo de arrojarse boca arriba sobre el mullido sillón. Ve el
307
índice de ella entre los cuerpos masculinos. Tal como se lo prometiera
antes de la operación, la botella de Ballantines y el vaso de grueso cristal
tallado, aguardan el trago reparador.
Momento de un pequeño repaso mental.
Sabe que es el mejor especialista en cirugía del tórax. El complejo
cardiorrespiratorio no tiene secretos para él. Casi 40 años de
padecimientos, en una lucha áspera y descarnada.
Un combate sin concesiones dónde muchas veces se ha visto obligado
a ceder su presa a la maldita muerte. Cuarenta años de romanticismo
estúpido como cirujano exclusivo de hospital, mientras sus compañeros
de promoción - clase media alta y clase alta, todos ellos -se mofaban de
él continuamente.
Demasiado en juego.
Claro que todo tenía y tiene un límite. Le habían prometido el Ministerio
Público. Cargo hartamente merecido. Una forma de terminar dignamente
su carrera asegurándose una jubilación sin contratiempos. Pero algo
falló. El centenario Partido político al que las encuestas señalaban
como holgado ganador en las elecciones, debió ceder la mayoría ante
un movimiento nuevo que gozó de un apoyo mediático imposible de
contrarrestar.
Era tanta la confi anza en el triunfo, que los dirigentes del partido
acordaron adelantarle dinero con el objetivo de mejorar su imagen: casa
nueva, auto nuevo, e incluso la renovación total de su ridícula y gastada
indumentaria. ¿Resultado fi nal? la derrota lo obligó a devolver la casa
y el auto, humillación que su mujer no pudo tolerar; la pobre infeliz
entró en una depresión tan profunda, que lleva tres meses internada en
308
el anexo de Salud Mental del Hospital - esquizofrenia es el diagnóstico-
, bajo intensivo tratamiento psiquiátrico.
Demasiado en juego.
El padre del niño transplantado es el Ceo de una multinacional muy
importante. Sueldo anual de 6 dígitos (y en dólares). Un día se apareció
por el hospital. “Me han dicho que es el mejor cirujano”, le dijo balbu-
ceando. Lo vio bajar del automóvil Mercedes gris Compresor, último
modelo. El empresario lo invitó a beber un café. “Por favor, es muy
importante.” Le habló del problema de su hijo. Una grave anomalía
congénita cardiorrespiratoria. Lo había registrado en lista de espera en
el INCUCAI. Le confesó que había tratado de sobornar a los funciona-
rios pero que resultó peor el remedio que la enfermedad; ni siquiera le
habían permitido insinuar que estaba dispuesto a poner el dinero que
hiciere falta para salvar a su primogénito.
En aquellos momentos, sintió la mirada desesperada del empresario,
como el tacto pegajoso de un ente invisible e inasible. El recuerdo del
remate es minucioso. “Usted es un hombre del Partido; tiene infl uen-
cias. Úselas, por favor, no tiene idea de lo que se sufre pensando que un
hijo se nos muere irremediablemente. Salvo que... yo sé que a usted la
plata no le interesa, pero estoy dispuesto a poner 500.000 dólares para
mover lo que haga falta. Si usted quiere ofrecerla en donación para
campañas políticas del Pardito es cosa suya, pero por favor, no abando-
ne a mi hijo. Usted es su única esperanza”.
Demasiado en juego.
Entonces, el medio palo de verdes resbaló por su cara de póquer como
309
correspondía a un hombre de bien. “No hablemos de dinero. Veré qué
puedo hacer”.
Por primera vez en muchos años, ese día, tuvo la sensación que el viaje
desde el hospital hasta su casa se había triplicado en kilómetros. La
cifra ofrecida por el hombre representaba casi 500 veces sus ingresos
mensuales, el canon hospitalario que un idealismo al que su propia fa-
milia consideraba estúpido, casi extravagante, le impidiera negociar en
forma privada a lo largo de su carrera.
Por unos segundos cerró los ojos. Otra vez la invasión de la mofa de sus
amigos y los decibeles de las carcajadas que parecían fi ltrarse a través
del parabrisas de su viejo Renó 12, mientras se fi ltran también por los
intersticios de los cristales y la carrocería, las repetidas palabras que su
mente solía enhebrar
peroqueganasteboludoaversitecreístequeteibanadarunamedalladeoro-
portudedicacionnotedascuentaquevivimosenunpaíscapitalistaaversitea-
viváviejotenesquecantarlosversosdediscépoloviejoaquellodequeelque-
nolloranomamayelquenoafanaesungil.
Sexagenario. Una vez más el detestable término contrayéndose en su
mente casi como un ritual; la escalera que desemboca en el sótano.
Hasta ella lo presionó el mismo día que le confesara la propuesta del
Ceo. “Quiero que salgamos esta noche”, le dijo, sin poder simular el
temblor que agitó la comisura de sus labios.
El recuerdo comienza a mostrarse luminoso, como una pintura de
Velásquez. Echada de espaldas sobre el centro de la cama, en medio de
la luz azul en degrade que subía y bajaba por las paredes del hotel aleja-
miento, la hembra humana hacía uso y abuso del poder ancestral de su
maldito sexo. Repetidas fellatios habían barrido sus mínimos vestigios
310
de simio superior, de criatura erguida acostumbrada a ejercitar el sagra-
do juego del amor, por encima del bestialismo oscuro de la carne.
Como un animal viscoso, soplaba y resoplaba; jadeaba y reclamaba.
De pronto, el brazo femenino que se instala a modo de cuña entre los
cuerpos de ambos; luego, la voz ligeramente varonil de ella lanzando
con descaro la propuesta inmoral pero irresistiblemente atractiva: “es-
tuve pensando en la propuesta de ese hombre. No podés rechazarla José
María. No estás robando a nadie; el hombre te ofrece ese dinero porque
lo tiene. Así de sencillo. Con respecto al órgano, sabés muy bien cómo
se manejan esas cosas en los hospitales. Ponés unos pesos y vas a tener
cola con los ofrecimientos”
Algo debe haber visto ella en él, porque de inmediato retomó el perfi l
del reclamo. No quiero que tomes a mal esto pero... ¿cuántos años de
vida creés que tenés de aquí para adelante? Vos mismo me dijiste una
vez que después de los 60 se vivía gratis. Ya sabés como pienso yo, José
María. Después de la muerte, ni alma ni espíritu ni ninguna de esas es-
tupideces a las que tratan de someternos los vendedores del cielo y del
infi erno. Se acabó José María. El fi nal es patético; no existe compasión
para la muerte. Todo lo que quieras enrostrarle a la muerte, será poco.
Para mí, toda la vida no es más que el ejercicio sutil de un refi nado sa-
dismo practicado por la muerte: te martiriza con las enfermedades, se
alía con el espíritu para meter sus cuñas permanentes de angustia, y lue-
go te arranca brutalmente de la vida sin importarle nada de tus sueños.
Se acabó. De pronto, el estúpido y soberbio homo sapiens, convertido
en pocas horas, en un horrendo montón de carne informe; una argama-
sa de huesos cuyo destino fi nal- y escuchame bien, José María-, cuyo
destino fi nal será siempre el de mesa comestible de miles de gusanos.
311
¿Qué carajo valdrán tus principios morales; eso que con tanto orgullo
llamás mí espiritualidad, el día que tu ser sea tomado por el silencio y la
oscuridad de la maldita eternidad? ¿En qué lugar de la puta tumba vas a
poner el marquito de persona de bien? Ya te dije una vez, que el bien y
el mal, según nuestro abstracto pensamiento, están ligados a esa espiral
genética que nos marca desde la cuna. De todos modos, el verdadero
bien y el verdadero mal nada tienen que ver con esos humanos estereo-
tipos. Nosotros somos simples conejillos de indias en un laboratorio
en el cuál, Dios y Satanás pujan por controlar el corazón del hombre.
¿Y querés que te diga una cosa? En esto, el diablo la tiene clara, José
María.
Demoledor. Imposible no sentir los cimbronazos de aquellas escalo-
friantes palabras, cada una de las cuales era como un cartucho de dina-
mita que conformaba un temible paquete explosivo.
La mujer no tardó en acercar la mecha.
“Estoy dispuesta a darte lo que siempre me pedís, a condición de que
aceptes el ofrecimiento del empresario. Es por tu bien, José María...”
Inútil resistir. Nada pudieron la formación dogmática de la escuela ca-
tólica, ni tampoco la disciplina, el ascetismo insobornable del hermano
consultado, el mismo que había perdido sus dos piernas durante la gue-
rra contra SMB por las islas Malvinas.
Tampoco habían podido hacer mucho “El hombre mediocre” ó “Hacia
una moral sin dogmas”, libros rectores de su época universitaria; la for-
taleza y el ideario incólume de José Ingenieros, comenzaban a hacer
agua por primera vez en su vida.
Ella puso la última refl exión, segura hacia qué lado se inclinaría el fi el
de la balanza: “Nunca se lo di a nadie; vas a ser el primero. Por favor...
312
dejá de lado esas zonceras de los principios, Josemari; toda basura, mi
amor. Mirá cómo vivís...”
Con el wisky haciendo pequeñas olas en su boca, recuerda que pensó
cómo, en aquellos momentos de soberana calentura, ella podía mante-
ner la mente libre, independiente de las sanguijuelas de la sangre que
devoraban su propio cerebro, convirtiendo cada retazo de su piel en
un géiser ardiente y seco. Pero no lo dijo. Sólo lo pensó. En cuanto a
él, las vísceras se habían impuesto a los viejos prejuicios, acallando al
mismísimo Cristo.
Claro que aceptó; en parte por su enfermiza adicción a la sodomía, y
en parte también porque el remate -: quinientos mil dólares libres de
gastos-, terminó por infi ltrarse en todos los intersticios de su ciudadela
moral. Estaba cansado del viejo Renó 12; de la vieja casa de Ciudadela
sur; del viejo presupuesto recortado; de las viejas falencias y de las
también viejas burlas de la familia.
Después de todo, ¿qué había hecho de malo? En nombre de los sacro-
santos valores de la moral y el sagrado juramento hipocrático, el Estado
se encargó de administrar y preservar un sistema de vida muy acotado
en lo material. En la década del 50, hubiera sido un cirujano pobre; hoy
podía ser considerado clase media baja. Doce horas de trabajo enfermi-
zo y rutinario, todos los días durante casi 40 años; invariablemente, de
casa al trabajo y del trabajo a casa. Las visitas interfamiliares se habían
reducido a las fi estas de cumpleaños o a las odiadas fi estas de Navidad
y Año Nuevo, en las cuales - también invariablemente -, algún pariente
hijo de puta siempre se encargaba de recordarle que todavía no había
podido vacacionar en Punta; lugar donde sí concurría todos los años el
resto de la familia grande y la mayoría de sus amigos y colegas, como
313
apuntaba de costumbre cualquier otro integrante del clan.
Sexagenario. Y dale con la maldita palabreja.
La recta fi nal. Demasiado en juego, sí, pero no el juego de vida del ino-
cente niño al que pronto tendría que acercarse para ultimar los detalles
fi nales de la operación. En realidad ahora se trata de su propio juego, el
de quemar los últimos cartuchos sin las malditas previsiones de siem-
pre. Cuatrocientos setenta y cinco mil dólares. Veinticinco mil dólares
ya no eran suyos. Y aunque no hubiere contrato ni pagaré, ese pago
tenía la garantía de su propia vida, ni más ni menos.
Claro que no era nada fácil acomodarse a esa nueva escala de valores.
Domínguez se lo dijo antes de contratarlo. “Vea, doc. Yo no sufro de
prejuicios; los prejuicios pertenecen a los pobres y a los ignorantes. Sé
con quién hay que hablar y dónde tengo que ir para conseguir lo que
usted necesita. Allí hay de todo. Claro que hay que repartir algunas
regalías, usted me entiende... De todos modos, nada fuera de lo que no-
sotros acordamos. Con lo que usted me da, yo me hago cargo de todo.
¿Y sabe una cosa Doc...?; una vez que me pague, nunca más sabrá de
mí. Esto es sagrado y esto se cumple”.
Demasiado en juego.
Ella había logrado descorrer el velo. Después de todo, resultó más sen-
cillo de lo imaginado el terminar por admitir que pronto llegaría el
momento en que la lápida de piedra se interpondría entre su humanidad
y el cochino mundo. Ana María sí que la tenía clara. Esa era la única y
maldita verdad de la vida. ¿Cómo había sido tan estúpido durante tanto
tiempo? ¿Cómo es que, a pesar de ser una especie de continuo parte-
naire de la muerte, había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de
314
su poder? ¿Cómo tardó tanto tiempo en comprender que toda la puerca
humanidad dependía del poder corrosivo de la muerte?
Mentira el amor eterno; mentira el amor fi lial; mentira los te amo y los
te quiero; mentira el altruismo y las buenas acciones, todo, todo una
mentira infame porque la muerte y el olvido se quedarían con cada uno
de esos sueños estúpidos e inocentes. Verdades duras pero verdades al
fi n de su amante instrumentista, la misma que había abandonado la ca-
rrera de Filosofía y Letras, después de comprender que el pensamiento
humano se venía repitiendo a lo largo de los últimos siglos.
Oye pasos. Es ella que viene en su busca.
Al sólo contacto de su mano, tiene la impresión de que su ego hace
cabriolas en su interior. Erich Frönn con El arte de amar asalta súbita-
mente a su memoria. No, aquel hombre no sabía nada con respecto al
amor. ¿Cómo se podía amar con el cerebro? ¿Acaso el amor era un acto
de deber, una obligación moral ineludible? Tonterías. El amor no era
un acto volitivo. Y si era volitivo, no era amor; apenas un remedo parido
por las aristas del afecto o la admiración. Sí, el amor era sádico, cruel y
egoísta, la muestra cabal de la conducta humana, la verdad incontrover-
tible de las vísceras, de la cual el orgasmo, era sólo la parte visible de
un universo aterrador y desquiciado.
Casi como un autómata se deja llevar por ella.
Se acerca a la mesa de operaciones. El nuevo corazón del niño ya fun-
ciona por sí mismo. De todos modos, faltan las costuras fi nales que sólo
sus manos expertas pueden encarar.
El padre del niño transplantado ya le ha pagado por adelantado.
315
Domínguez lo está esperando en el Bar de la esquina. Al término de la
operación le llevará la plata que ha puesto en un sobre; condición sine
qua non para operar.
Demasiado en juego. Nada de exponerse gratuitamente en una actitud
sin retorno.
Por suerte, los hechos se han desarrollado de manera menos traumática
que la imaginada en el preciso momento de asumir la extrema deci-
sión.
Hora de incinerar los ideales. Un giro de 180 grados. Lástima el maldito
cosquilleo; la punción pegajosa y molesta que corre intermitente entre
el corazón y el nacimiento de la garganta. Lástima la imagen repetida,
el holograma mental que se contrae una y otra vez en su cerebro, ima-
ginando como un obseso el momento en que el padre del niño al que
acaba de extirparle el corazón, se habría hecho presente en la seccional
de policía, denunciando la desaparición de su hijo.
319
-La puta que lo parió! Llueve a cagarse!
La frase de su colaborador no le pareció ingeniosa pero expresaba un
sentimiento generalizado.
Efectivamente, llovía ininterrumpidamente desde algo más de 48 horas.
Sabía que casi todas las calles de tierra que comunicaban la ruta con el
galpón se encontraban anegadas; hasta los tractores claudicaban frente a
los tremendos huellones saturados de un barro chirle y resbaladizo. Sabía
también que desde la mañana, el río había comenzado a desmadrarse
empujando a indigentes y pobrerío en general a abandonar los ranchos
que hacían las veces de vivienda. Sabía en fi n, que primero invadirían la
delegación municipal, luego las escuelas cercanas a la ruta y por último,
que los más rezagados vendrían casi en pelotas a buscar refugio en el
galpón.
Alrrededor de las seis de la tarde, se apareció un muchacho de unos
veintitantos años... Flaco, macilento; piel aceitunada con rasgos
ligeramente aindiados, el pibe portaba una peculiar cabellera renegrida,
tumultuosa y desordenada.
Él le salió al encuentro.
-Me dijeron que acá se ocupan de la gente que no tiene trabajo, don...
Que le consiguen susidios y esas cosas... Yo no quiero que me regalen
nada, don; no vengo por eso; quiero saber si en caso de que la inundación
me agarre la casilla otra vez, puedo venir con mis dos hermanos aquí.
Dicen que si sigue lloviendo todo el día, mañana tengo el agua en el
rancho. Algunos ya se están rajando para la escuela pero las veces que
estuvimos allí, fue un desastre, don. ¿Sabe? El cole fue asaltado varias
320
veces por una patota de pendejos y rompieron hasta los baños, don; es
un quilombo”.
Pedro Ramírez levantó un brazo en señal de alto. Entre el cansancio
y las pálidas vividas durante las últimas jornadas, no tenía deseos de
entablar ninguna charla a propósitos de dramas. Pero había algo en la
cara del muchacho que exigía contención. Un esfuerzo más.
-Dale, contame pibe, contame lo que quieras. ¿No te enojás si me tiro
un poco en el catre?. Con el peligro del agua, me pasé la noche en vela.
¿Dónde vivís?
-A unas veinte cuadras de aquí, don. Para allá...; estamos a unas dos
cuadras más o menos del río. Mi viejo se murió hace casi un año y
a la vieja la tengo internada en Salud Mental del Hospital Parosin o
Parodien, no sé bien como se llama. Esquizofrenia don, parece que es
esquizofrenia no más. La atiende un tordo peruano de apellido difícil
-Hunambal, Huanambal...; un tipazo, don... Pero me dijo que tengo que
esperar; que tiene que quedarse unos días internada en observación para
darme... eso del diagnóstico defi nitivo, ¿vió...?. ¿Sabe...?, la tuve que
llevar una noche porque no va a creer, estábamos en medio de una de esas
tormentas guachas, y el agua del maldito río que ya se estaba poniendo
como loca; como pasa cada vez que se viene la inundada... ¿vió?. Ese
día, mi vieja se lo había pasado hablando de mi viejo continuamente;
que ahora se sentía sola y muy cansada...; la verdad es que la pobre ya
no podía sostener ni una pena así de chiquita, don. Para colmo, hacía
varias noches que no dormia... Y bueno..., como le digo ¿vió?... esa
noche la vi rara...; daba vueltas y vueltas en el interior de la casilla...,
321
y a veces, don, salía afuera mirando cada tanto hacia el río que rugía
cerca de nosotros... y claro, después de cada salida, volvía empapada la
pobre.... Y de pronto..., no va a creer don, pero agarró el cuchillo grande
y se quedó durante unos minutos mirando a mi hermanita que estaba en
medio de un revoltijo de frazadas delirando de fi ebre. Yo estaba tirado
en el colchón de al lado y de repente, no va a creer, siento como un
terrible presentimiento y pego un salto justo cuándo ella se abalanzaba
sobre mi hermanita con la cuchilla en la mano
-¿Y qué hiciste pibe?.
Ramírez largó la pregunta mientras imaginaba a la mujer con la cuchilla
en la mano, en medio de una escenografía sangrienta de libaciones.
-...Le dije a mi hermano Jorge que se hiciera cargo de la nena- Jorge es
más chico, don..., tiene 13 años- y como pude, en medio de la oscuridad,
cagado de barro, pude llegar hasta la ruta con la vieja. Allí conseguí
un remis y la llevé al hospital. ¡Pobre vieja! Lloraba y lloraba. Decía
que ya no podía soportar esta vida miserable y que no podía entender
porque el diosito se había olvidado de ella y de la familia. Fue terrible,
don. Todo el cuerpo se sacudía como si estuviera tomado por el diablo...
y por momentos..., por momentos me miraba..., no sé don, no quiero
pensar en eso...
El ex montonero acusó el repentino y ceñido silencio del muchacho;
la lluvia golpeaba las chapas, como si cayera un fi no pedregullo
arracimado..
-¡Pobre vieja...! Pasó muchas cosas, ¿sabe, don...? Vea..., yo no tengo
nada contra los curas ni me va ni me viene ese asunto de la religión
322
¿pero quiere que le diga una cosa? A veces me parece que dios nos tiene
a los pobres a puro cascotazo. ¡No nos da respiro, la puta que lo parió!
Pero como le decía..., la vieja no sé muy bien que tiene... Cuando le
pregunto al tordo, a veces me mira con cara de nada y me dice que me
quede tranquilo; pero yo no soy un tarado don...; algo malo sé que tiene
porque cada vez que voy a visitarla me tira verdura con las huevadas
que me dice... Además, desde que está allí - no sé..., debe hacer como
dos meses ya-, se ha ido ahuesando y tiene los ojos como si le hubieran
quitado la mirada. ¿Usted me entiende, don?.
Y a él se lo preguntaba... Llevaba años cuerpeándole a la miseria, a
codazo limpio con las injusticias de toda laya.
Pedro Ramírez: más de tres décadas de militancia política y social.
Toda una vida. Una activa vida que había terminado por devorar su
derecho a aquellas vivencias relacionadas con la mal llamada felicidad.
Noviazgos confl ictivos que colapsaban una y otra vez como consecuen-
cia de su activismo político irremediable; frustraciones sentimentales
permanentes; traiciones, delaciones de supuestos compañeros de mili-
tancia( sólo mucho después comprendió que muchos de esos supuestos
compañeros pertenecían a los propios servicios); persecuciones, cárce-
les, destierros, angustias permanentes; en suma, trabas de un ideal que
se negaba a parir una y otra vez.
Por eso había decidido permanecer ajeno a la conducción del movimiento
piquetero, asumiendo trabajos de base, concientizando a los marginales
que en algunos casos carecían incluso de estudios primarios, alfabetizando
a otros que ni siquiera habían tenido la oportunidad de estudios
323
elementales; organizando pequeñas cooperativas de trabajo en las villas,
trabajando mancomunadamente con ONGs que prestaban sus cuadros
de manera desinteresada: médicos, profesionales, religiosos de toda
laya, intelectuales, pequeños artesanos, en fi n, personas que ofrecían
sus experiencias y conocimientos, en aras de servir socialmente a tantos
y tantos expulsados del sistema. La moraleja era: si las políticas sociales
no daban ni para comer, había que armar un comedor comunitario con
ayuda privada o lo que fuere; si el Estado no creaba trabajo, ellos debían
proveérselo a instancias de desarrollar las capacidades individuales; si el
Estado no era capaz de generar fomento para las expresiones artísticas,
pues no quedaba más remedio que crear las pautas con lo poco que se
contaba.
Desde hacía dos meses, también era el responsable de una panadería
que funcionaba en un galpón de una fábrica abandonada. Panadería y
galpón comunitario.
Hasta allí había llegado el pibe.
Ramírez fue por más. Quiso saber cómo vivía el muchacho.
-Ya le dije... Tenemos una casilla cerca del río, don. Una parte de ladrillos;
algunas chapas y cuando las chapas no alcanzan, hay que meterle lo que
venga: pedazos de madera, cartón y algunas bolsas de arpillera para
que el frío hijounagrandeputa no se nos meta tanto en la casilla vió...
¿Sabe, don? Usted se va a reír pero en alguna de esas noches en que eso
de la sensación térmica nos hace castañear los dientes- para colmo casi
siempre con esa niebla de mierda que viene del río ...- no lo va a creer,
¿vió?, pero yo tengo como alucinaciones, y se me pone en la cabeza
324
que le veo la cara al frío... y ojo, don, mire que yo no la fui nunca con la
merca ni con los fasos con los que se hacen volar la cabeza algunos de
los pibes del rancherío... No sé..., tal vez era el maldito frío y el hambre
de algunas noches pero yo a veces me creo ver su cara de mal parido
a través de la ventanita de la pieza y... ¡pero qué bah!, uno se caga de
frío por las noches y siempre andamos escupiendo unos gargajos que
ni le cuento... Perdón..., pero es la verdad... Para colmo, cada vez que
se viene la inundada, el agua puta nos lleva los muebles de mierda, los
colchones de mierda, las frazadas rotosas de mierda y hasta la ropa de
mierda que usamos para vestirnos, don... Todo es una mierda, don...
¡Una verdadera mierda! ¡Si habré puteado cuándo veía a mi vieja llorar
solita detrás de los árboles...!
- ¿Y de qué vivieron durante todo este tiempo, pibe?.
-Andábamos de junta, don. Ya sabe..., eso de juntar cartones, papeles...
cirujeando, ¿vió...? Claro que antes no era así. Antes de que el viejo
cerrara el tallercito... - ¿no le dije, no?, mi viejo se dedicó durante más
de 20 años a armar bobinas para los motorcitos de lavarropas y creo
que también hacía algo para los televisores... - tuvimos una época de
buen pasar. Teníamos una linda casita en Isidro Casanova y en el fondo
el viejo se había hecho un galpón muy prolijo y... ¡cómo laburaba...!
No daba abasto, don; no daba abasto. Nosotros estudiábamos, la vieja
siempre tenía un manguito extra para comprarnos pilchas y muchas
veces nos dábamos el gusto de hacernos una escapada al centro y comer
en un restaurante y todo, ¿vió? Ya sabe usted...cuando el pobre tiene un
manguito la plata le quema los bolsillos. Pero... hasta que un día... - un
325
maldito día digo yo-, el viejo nos dijo que ya era hora de dar un salto
grande. Que el Banco le había ofrecido un crédito hipotecario y que
con la plata ampliaría el galpón y podría traer unas máquinas nuevas,
creo que de Taiguán o algo así. Que como tenía tantos pedidos, tomaría
cuatro o cinco empleados porque ahora las cosas iban a caminar mejor
con el asunto del Mercosur y que lo del uno a uno era algo bueno
porque las cosas valían siempre lo mismo y me acuerdo que decía que
el turco- por Menem, ¿vió...? - era un fenómeno y todo eso. Yo no sé
casi nada de las cosas económicas pero me acuerdo que cuándo hice
el bachillerato nocturno, algo nos habían explicado de ese asunto... Al
principio todo anduvo al pelo, don. Mi viejo andaba contento y en el
taller se trabajaban las 24 horas, no va a creer, los tres turnos meta
y meta con las bobinas, ¿vió? Pero..., un día las cosas empezaron a
andar mal... Los compradores cada vez compraban menos, hasta que
un día dejaron de comprar. No hay venta, le decían a mi viejo. Traen
esas mierdas que vienen de la China y de Taiguán que les salían más
baratas que los motores que nosotros hacíamos. Tuvo que despedir a
los obreros...; eso sí eh, les pagó hasta el último centavo... y de pronto
se nos vino el cielo encima. Se atrasó con las cuotas de la hipoteca,
después renovó el plazo, se siguió atrasando hasta que un día el viejo
decidió algo terrible...
Ramírez había estado escuchando en silencio preparando una nueva
ronda con el mate. Mientras el pibe decantaba sus vivencias, le vino
a la mente aquello de más de lo mismo. Abundaban tanto los cuadros
similares a los del pibe, que cada historia particular con su secuela de
326
frustraciones, dolores y miserias, no eran más que pincelazos en un
fresco de incalculables proyecciones sociales.
-...Y entonces el viejo puso la casa en venta porque dijo que cualquier
cosa era mejor que ver una bandera de remate. El caso es que terminó
por venderla por dos pesos; todos se asustaban por la hipoteca y uno de
esos hijos de puta que se aprovechan de las desgracias ajenas, ¿vió? se
la compró por monedas, don. ¿Sabe...?, alcanzó para pagar las deudas, y
con los pocos mangos que quedaron, pudimos alquilar un departamentito
y allí nos fuimos todos. No sé porque le cuento estas cosas, don, pero
será porque hace mucho que las tenía como atragantadas aquí, ¿vió...? Yo
no tengo con quién hablar de estas cosas y siento como si me estuviera
desahogando. ¡Qué lo parió, las cosas que pasan en la vida! ¿no?. Esto
fue por diciembre del 2001. ¿Se acuerda, don? Era la época en que la
gente salía a la calle con los cacerolazos... De trabajo, ni hablar... Mi
viejo ya tenía 65 años y para los que ofrecían algún empleo, a esa edad
es como estar fuera de servicio. Cuando cada tanto aparecía un aviso
en el Clarín, yo me presentaba temprano y ya había como 500 monos
delante de mí, don... Y la cosa era andar tomando colectivos, o patear
como un loco, ¿vió? Algún pancho cuándo no daba más ésta... y anotar
planillas y planillas, esperando que alguna vez me llamaran...; pero
nunca me llamaron, nunca... Al fi nal..., se me daba por entrar en todos
los negocios ofreciéndome para cualquier cosa, don. Algunos parecían
tocados por la lástima y levantaban los hombros como diciendo... ¿qué
querés que haga pibe?, y otros se la agarraban con De la Rúa. Me
acuerdo que un día... yirando por Constitución..., entré en un negocio
327
que ni las moscas entraban. Sí..., en serio, don; una soledad y una tristeza
que ni le cuento... y el dueño, que estaba sentado detrás de la caja más
desorientado que un heladero en la antártida - Ramírez ve como la risa
desnuda los dientes amarillos y agrietados del pibe - me dijo; va y me
dice: mirá pibe: cuándo el conchudo ese que nos mal gobierna le pegue
una patada en el culo a esos boludos que comen sushi, entonces vení a
pedirme trabajo. “...Ahora me acuerdo, don. …Bueno, el caso es que
los últimos ahorros del viejo se esfumaban rápidamente, y la cosa
comenzó a ponerse fea. Sí, sí..., ya le cuento. ¿Le conté que nos habíamos
ido a vivir a un departamentito de mierda? ¡Ah! Bueno... el asunto es
que tampoco pudimos pagar el alquiler. A los cinco meses nos llegó el
aviso de desalojo. Me acuerdo que una noche vino un vecino gaucho
que siempre nos daba una mano y le dijo a mi viejo que él podía resistir
el desalojo; que además tenía un amigo en la municipalidad que podía
pararlo, ¿vió? pero mi viejo le dijo que podía perder todo menos la
dignidad o algo así... Sí, sí, la dignidad dijo, ahora lo recuerdo bien. ¡Y
así fue como tocamos fondo, don... ! Vendió un reloj de oro que había
sido de mi abuelo y con otras cosas que guardaba mi vieja desde el
casamiento, y con parte de la guita que le dieron..., pudimos comprar
ladrillos, algunas puertas y ventanas usadas, y con eso y algunas chapas
que le dieron los de la municipalidad, hicimos el ranchito cerca del río.
El resto mi viejo lo destinó para comprar un carro viejo y un caballo
más viejo todavía. Y así nos largamos a juntar cartones y lo que viniera...
Pero la mala leche continuaba persiguiéndonos, don. Una noche... -no
hacía más de un mes que andábamos con la cirujeada -nos robaron el
328
caballo. En el barrio empezaron a decir que al viejo mancarrón se lo
habían afanado unos pobres de allá del fondo para carnearlo..., pero yo
no puedo imaginar semejante cosa ¿vió? ¡Ese fue el golpe defi nitivo
para el viejo! Ni una queja, don. ¿Sabe? Mi viejo nunca se quejaba de
las desgracias. Las cuerpeaba siempre y siempre le buscaba la parte
positiva a todo. ¿Sabe qué dijo? ¡Grande el viejo! Que eso le venía bien
porque a su edad, era bueno caminar. Y me dijo otra cosa: no se rinda
nunca. Pase lo que pase no se rinda nunca. ¿Sabe una cosa, don? Eso me
ayudó en un momento muy jodido para mí. Pasamos dos días sin comer.
Nada de nada, ¿vió? En un momento de desesperación me acordé de
una banda de cumpas de la villa vecina que se dedican al choreo... No
son malos muchachos ¿sabe? Afanan para llevar algo de comer a la
casa. Algunos se cansaron de buscar laburo ¿vió?, cualquier cosa...
¿sabe qué...? Sos un boludo viejo; los hijos de puta de arriba no escuchan
a los pobre, no escuchan, tenés que agarrar el bufoso, pibe, me dijeron
una vez. Pero yo nunca entré en esa... bueno, supongo que la cosa tiene
mucho que ver con lo que uno mama ¿no? El caso es que el día que nos
afanaron el caballo, mi vieja lloraba; mis hermanos lloraban; hasta yo
me puse a llorar mientras caminaba hacia el río. ¿Sabe, don? No quería
que mi vieja me viera afl ojando... ¡Qué viejo mi viejo...! Parecía burlarse
de la mala suerte hija de puta ¿vió? ¿Sabe qué hizo? Le sacó las ruedas
a una vieja bicicleta que teníamos, armó un cajón con unas maderas
viejas, y con eso nos largamos a trabajar de nuevo. Pero el viejo se
quebró, don. No de la cabeza. El físico..., el físico don. Se fue quebrando
poco a poco..., como si el cuerpo ya no pudiera sostenerlo.¿Se da cuenta,
329
don...? Tenía la cabeza de acero, el viejo se lo bancaba todo pero..., el
cuerpo empezó a decirle basta ¿sabe...?, como esas casas antiguas que
se van agrietando lentamente y un día se caen solas, ¿vió... ? Así le pasó
al viejo. ¡Calcule...! Había días que caminábamos 100 o 150 cuadras,
¡qué se yo...! Cuándo llegábamos al rancho, quedaba molido tirado en
la cama. Pero nunca una queja, don; nunca una queja carajo... Me tiro
un ratito, vieja; después me levanto para cenar, decía. Pero durante
muchas noches no podía hacerlo, don... Quiero decir que no podía
levantarse ni para comer... ¿se da cuenta? Qué lo pario... La última
noche fue terrible... Como si... ¿intuyera se dice? Bueno..., como si
intuyera algo malo, se levantó con un enorme esfuerzo en medio de la
madrugada. La vieja y mis hermanos dormían pero yo me lo pasaba con
los ojos abiertos mirando las chapas del techo. Bueno, le cuento..., viene
hasta mi cama y con una voz ronca y tosiendo feo, me pide que vayamos
a la cocina. Tuve que ayudarlo a ponerse de pie porque se iba al piso
como si estuviera mareado, ¿vió? Busqué una caja de fósforos y prendí
una vela que la vieja siempre dejaba en el medio de la mesita... y, cuando
yo me senté frente a él..., perdone, don..., cada vez que me acuerdo de
esto no puedo evitar moquear como un boludo... Entonces, apoyó sus
manos temblando sobre las mías- mi viejo tenía unas manazas así de
grandes don; así de grandes... quemadas por el ácido ¿sabe... ?, y esas
cosas raras que usaba para malear los cables, ¡así de grandes eran las
manos de mi viejo...! - y entonces me dijo mirándome fi jo... ¿Sabe,
don...? En medio de la luz temblorosa de la vela, yo le vi la mirada
como perforada por una tristeza profunda... Bueno, va y me dice: quiero
330
que me prometa una cosa m’hijo - mi viejo era salteño, nieto de
españoles, y a veces se le pegaba esa costumbre de tratarme de usted.
Mi vieja no; mi vieja es de raza indígena, de los matacos, bien adentro
del Chaco-, bueno..., entonces mi viejo va y me dice...: en realidad
quiero que me prometa dos cosas por si alguna vez yo falto de esta casa:
quiero que me prometa que usted va a cuidar de su madre y de sus
hermanos... ¡No sabe, don, no sabe cómo le costaba hablar al pobre
viejo... ¡Cada palabra sonaba como un infl ador de mano... Iiiiiii;
iiiiiiiiiiiiiiiiii... se escuchaba una cosa que le salía de la garganta, y del
pecho también... ! ¡Del pecho le salían unos ronquidos que ni le
cuento...!, y entonces va y me sigue diciendo que pasara lo que pasara,
yo nunca tenía que rendirme. Aguante, carajo; aguante siempre, me
dijo. El viejo era duro en esas cosas de demostrar el afecto ¿vió?. Pero
esa noche afl ojó.... No sé como hizo... pero se paró y me abrazó un rato
largo, mientras yo sentía que todo su cuerpo temblaba, así..., mire..., así
temblaba, ¿vió? Después se volvió a la cama... Me acuerdo que yo
apagué la vela y me acosté con una sensación fea aquí, don... No sé...,
me empezó a subir una cosa a la garganta y, mire, no tengo vergüenza
de decirlo, ¡tenía un cagazo encima...! Durante un rato lo escuché roncar
como todas las noches, pero después..., después nada; sólo escuchaba
los ladridos de algunos perros y el sonido del viento que se colaba por
todos los agujeros de la casilla. ¡Qué lo parió...! ¿Sabe? Me acuerdo que
yo me decía que tenía que levantarme, ir hasta la cocina, prender la vela
y acercarme a la cama para ver que le pasaba. Pero no pude hacerlo,
don... Fui un cobarde, ¡un cobarde de mierda...! ¡Laputamadrequelopa
331
rió...! No pude, don; no pude... Me tapé la cabeza con la frazada y me
puse a pensar en la época en que éramos felices ¿vió? Meta recordar los
buenos momentos... esos respiros que a veces tenemos los pobres que
somos priviligiados... Lo imaginaba en el taller, con las bobinas en las
manos, mientras la vieja preparaba la comida y yo hacía las tareas del
bachillerato... Yo hice el bachillerato nocturno, ¿sabe, don...?. Entonces
me lo pasé orando y diciéndome una y otra vez que yo no iba a rendirme
nunca. Por mi viejo, ¿sabe... ? ¡Nunca!
335
Los titulares de los periódicos representaban una clara radiografía de la
impronta política de la Argentina.
“Reunión urgente del grupo de los 8 para analizar el incumplimiento del gobierno argentino con las privati-zaciones .”
“El embajador de EE.UU. está reunido en el edifi cio de la Embajada con diri-gentes políticos y gremiales- incluso ha trascendido la presencia de notorios miembros de las FFAA y altos digna-tarios eclesiásticos-; la idea es encon-trar una salida consensuada a la crisis más dramática de la historia argenti-na”.
“Preocupa al Departamento de Estado la creciente infl uencia que ejercen los sectores marginales”.
336
“Continúa la ola de asaltos a los su-permercados; se acrecienta el número de víctimas fatales”.
“La Iglesia hace un último llamado para evitar la disolución nacional”.
“Preocupa a Brasil la amenaza de li-banización en Argentina. Se habla de una inevitable guerra civil entre los argentinos. Ante el estrepitoso fraca-so del MERCOSUR, los halcones de Itamaraty alegan que es el momento oportuno de salvar el honor nacional, mancillado en Ituzaingó”.
Mira el volante que ha redactado durante la mañana - volante que pronto
337
se convertiría en una proclama colectiva a través de miles de copias que
los militantes ya estarían repartiendo a lo largo y ancho del país- y piensa
que está a la altura de las circunstancias. Sabe que el gobierno tiene
como objetivo reprimir de la manera más dura el potencial estallido
social que ahora parece hacerse realidad.
Como si estuviera inmerso en un hermoso sueño, cree que por primera
vez el movimiento de los marginales ha adquirido dimensiones
signifi cativas rompiendo con la imagen esquemática de los últimos años:
muchos cortes de ruta, pero nunca una acción masiva y contundente. En
esta ocasión, está convencido de que los dirigentes y hasta las propias
organizaciones han sido desbordadas y que los miles de piqueteros
movilizados con una espontaneidad - que sorprendiera incluso a quienes
sé auto-titulaban sus representantes - amenaza el corazón mismo del
sistema...
Le cuesta creer que activistas y simpatizantes hayan conformado una
inmensa multitud, a la altura del Hospital Parossien.
Con cierta pesadez mental (dos días sin dormir habían consumido sus
últimas reservas de energía) recuerda que se ha marchado de la reunión
al fi lo de las seis de la mañana.
De regreso al puesto en el que se esta formando la cabecera de la
columna, una nueva sorpresa: sobre la calzada de la ruta - incluso a la
vera de la misma en un ancho de aproximadamente 40 metros hacia el
Oeste -, la manifestación se extiende a lo largo de decenas de cuadras,
formando una masa compacta de hombres, mujeres y niños.
Casi sin darse cuenta se encuentra entreverado entre los numerosos
338
corresponsales extranjeros que se han hecho presentes en el lugar a
quienes llaman la atención los escasos carteles de los partidos políticos
tradicionales. Las pancartas de los manifestantes, sólo contienen consignas
concretas y contundentes: “Basta de Hambre!” “Ladrones!”. “Devuelvan lo afanado!”.“No queremos ser esclavos”. “¡Argentina, ahora!”Además, también genera su particular atención la profusión de pequeños
carteles de confección casera, con la leyenda “Evita vuelve”, o
“Evita” a secas.
Enfervorizado, se desplaza de un lado a otro tratando de coordinar con
sus compañeros los últimos detalles.
Un par de minutos antes, alguien le dijo que las columnas Noroeste
y Sur, conformaban otras excepcionales muestras de explosión social
colectiva (los rumores daban cuenta del posible levantamiento de los
puentes sobre el Riachuelo, para impedir el paso de los manifestantes,
y que las guarniciones militares con base en Campo de Mayo, estaban
prestas a salir de los cuarteles con la misión de reforzar a las fuerzas de
seguridad).
Ramírez se revuelve en el asiento de la camioneta con la cual realizaba
fl etes en la zona (hacía un par de horas que se había retirado a descansar
abrumado por un cansancio que abría zanjas de ambigüedad dentro de
su cerebro) y de pronto se siente tomado por una enorme confusión
mental. ¿Podrían haber sido los titulares la resultante de un sueño?
¿Acaso la enorme masa de manifestantes que él estaba seguro de haber
visto, también formaba parte de un insondable mecanismo onírico?
339
Forzando los párpados recorre lentamente el entorno de la cabina de
su camioneta estacionada sobre uno de los laterales de la calzada, en
la parte donde permanecen las fuerzas de seguridad destacadas para
control de posibles desmanes. Con los nudillos de su mano derecha
golpea la chapa de la puerta y deja que sus dedos se aferren al volante.
Sí, era real; además, luego de erguir su cabeza, ve a los uniformados que
parecen multiplicados con respecto a otras reuniones. Sin embargo, no
se atreve a voltear la vista en dirección a la columna que se encuentra
formada a sus espaldas, como si en ese gesto pretendiera preservar la
verdad irrefutable de los hechos.
Vencido una vez más por el sopor, se deja caer nuevamente a lo largo
del asiento, teniendo la sensación de que la ambivalencia domina sus
actos volitivos.
Imposible evitar que los recuerdos vuelvan a encaramarse en los fl ancos
activos de su cerebro.
Claro que él también convivía con una serie de dudas que condicionaban
permanentemente sus ideales. Salvo las honrosas excepciones de
siempre, el llamado movimiento piquetero estaba lejos de representar
el camino de la tan mentada liberación nacional; frase ésta - lo sabía
- usufructuada a lo largo de casi un siglo de vida política nacional,
por radicales, por peronistas, y por grupos minoritarios de la llamada
izquierda nacional. De cualquier manera, también sabía que no podía
dar un paso atrás: era consciente que incluso con estas falencias, el
movimiento representaba el renovado compromiso con su vieja
militancia, pese a que en muchos aspectos - como le endilgara el
340
gallego- el mismo estaba atado a una visión romántica y casi ingenua
de la realidad política del mundo. Pero aún así, no estaba dispuesto a
negociar los ideales que tantas veces le habían pasado su buena factura
de dolor y sangre.
Claro que lo que más le molestaba- y ése era el sapo que tenía que
tragar para seguir adelante- era saber que muchos de los dirigentes de
los atomizados grupos, asumían su liderazgo movidos por espacios de
poder personalistas.
“...esperá pibe, aquí está pasando algo raro ¿viste esos tipos que bajaron
de ese Falcon? Pero no puede ser, che, si ahora hay democracia pibe; no
puede ser carajo. ¡Dale! Vení, vení, rajemos por esta puerta. El pibe me
sigue y comenzamos a correr por un pasillo chorreado de humedad pero
pronto me doy cuenta que el galpón había sido tomado por Ellos porque
enseguida desembocamos en una nueva puerta con un letrero pintado
en letras rojas que decía Eminencia, “Operaciones Especiales”,
y detrás de aquella puerta se oían unos gritos desgarradores imposibles
de soportar y pronto escuchamos pasos detrás nuestro y casi enseguida
alguien que grita no lo dejen escapar y entonces con el pibe corriendo
detrás de mí nos metimos por otra puerta abierta en medio de la noche
mientras el agua caía a baldes y había gente escapando con colchones
y frazadas, arrastrando a unos pibes rotosos y descalzos cuándo en esos
momentos alcanzo a ver una persona que corre delante y siento que algo
oprime mi corazón y a grandes zancadas logro alcanzarlo y cuándo me
planto frente a él no lo puedo creer; ¿qué hacés aquí, papá?, pero vos...,
y antes que mi viejo pueda articular una palabra siento como un tirón
341
en la frente y otra vez me veo sentado con el pibe tomando mate en el
galpón. Dale pibe, seguí contando pero despacio pibe porque tengo la
cabeza como saturada de cosas. Despacio, pibe....¿Pero dónde se metió
el pibe? De pronto, no sé cómo, el pibe como que se me esfuma y me
veo otra vez en medio de la noche, chapaleando barro por una calle
que desemboca en la ruta tres. A una cuadra más adelante, alcanzo a
ver una compacta columna humana que alza pancartas por encima de
sus cabezas. Ya sobre el asfalto, puedo distinguir un local profusamente
iluminado enclavado en una esquina; luces de neón, marquesina
brillante y un enorme cartel publicitario: Clarín Clasifi cados. Ignoro
si me encuentro en Isidro Casanova, Laferrere o González Catán; lo
cierto es que cuándo miro detenidamente a la multitud, siento una
profunda decepción: ni atisbos de piqueteros ni tampoco muchedumbre
enfervorizada. Sólo veo mujeres; mujeres de todo tipo y laya: altas y
elegantes; minas del tipo 90 60 90 vestidas con minifalda, de taco aguja
o en botas. A medida que pasan a mi lado, comienzo a leer los carteles
que levantan:
Lolita real. Sonia. Atiendo maduros. $100. 4 111 2145.
Bucal + 42+ colita. Diosa única. $ 80. 4 280 1213.
Pelirroja. Tapa de Revistas. La mejor cola del Oeste $ 100 .4 623 4118.
342
Pero también veo a morochas desgreñadas, algunas crecidas en carnes
ofreciendo sus servicios sexuales por veinte o menos pesos. Las hay
veteranas a juzgar por su porte y el cartel que reza:
Madura fogosa( 65).150-70-100.
Acabá en mis pechos. 4 372-1545.
Incluso veo a tiernas adolescentes con pancartas por demás expresivas:
Casi virgen. Necesito que me enseñes todo. 4 371 4001.
Adorable (20) Anita. Estoy toda depiladita. 4372 8199.
Y también veo a una que camina con libros en la mano ofreciéndose
como:
Universitaria caliente. Tomame examen por sólo cien pesos. 4 371 4001.
Repentinamente - mientras la cabeza de la columna se forma ordenada-
mente frente a unos escritorios instalados en la acera con carteles invi-
tando a colocar los avisos en el rubro 59, aparecen caminando sobre uno
de los fl ancos de la ruta unas increíbles bellezas de un “lomo” indes-
criptible: minas altas, de piernas largas y esbeltas y culos portentosos
343
que - ante mi sorpresa - hacen reír a un grupo de curiosos. Qué minones,
eh, le digo a uno de los curiosos, y el tipo me mira sumido en una car-
cajada diciéndome a que clase de minas me refería porque lo que estaba
desfi lando frente a nosotros no eran más qué una columna de machos.
Estos son travesaños, viejo, me acota, sin poder controlar la risa. Fijate
lo que dicen los carteles, che, fi jate, me encara el tipo haciendo oscilar
una de sus manos con los dedos apretados como una fl or cerrada.
Traviesa Activa y pasiva. 22x7(real).s/ globito $ 30. 4 371 4001.
Desorientado, alcanzo la vereda opuesta en busca de un Bar, mientras a
mis espaldas alguien dice que lo de la desocupación es un cuento porque
lo que sobra es trabajo. Y que aquí estaba la prueba. Todavía llueve. Las
gotas repican sobre el techo de chapa del Bar. Me siento frente a la
ventana y pido un café. Al mirar hacia la ruta me doy cuenta que las
putas y los travestis han desaparecido. Las luces del local permanecen
apagadas y ahora el asfalto se puebla de hombres, mujeres y niños que
avanzan en medio de consignas políticas. Miro el reloj que marca las
tres y media de la mañana y me digo que el acto va a ser multitudinario.
Como nunca.
344
Ramírez se revuelve en el asiento de su camioneta. Abre los ojos
contemplando el techo de la cabina. Detrás de él, los gritos de los
manifestantes suenan esporádicamente, como si la lluvia conspirara
contra el fuego de las pasiones. En medio de la resaca mental, ya no
tiene dudas que los titulares de los periódicos y la multitud sobre la ruta,
sólo eran parte de otra excursión onírica que se resistía a abandonar su
cerebro.
Como en el Antón pirulero, se dio cuenta que en la sociedad cada cual
atendía su juego y ésa era una desventaja muy grande para la cual los
pobres y marginados carecían de respuesta.
Le vino a su memoria la imagen del loco Pardo, un tipo esclarecido, a
cargo de los contratados municipales. Un tiempo atrás, y a propósito
de los métodos imperialistas, el hombre había sido terminante. “Mirá,
hermano: estos hijos de puta nos vienen tocando el culo una y otra
vez; pero esta vez se pasaron de rosca. Con sus socios que ponen la
guita, apuestan al incendio del país, pero no tienen en cuenta que una
Argentina en medio del fuego, puede terminar por incendiar a todos sus
vecinos. Y si esto pasa, corren el peligro de terminar con los huevos en
la boca”.
Claro y contundente como siempre el loco.
Ramírez mira hacia la esquina opuesta. Lo ve a Serrat Fernández, el
comisario inspector, siempre a cargo del operativo de control de todas
las marchas.
El policía era hijo de un inmigrante catalán que a fi nes de la década
del 50 - como tantos otros muchachos que escapaban de una España
345
postergada- había recalado en la desaparecida tienda San Miguel
(trabajo y albergue al mismo tiempo); un reducto de compras de la alta
burguesía porteña transformado ahora en el Palacio San Miguel.
Con Serrat Fernández más de una vez habían compartido un café,
aguantando las noches de larga vigilia, cuando el corte de la ruta solía
extenderse por dos o tres días.
Pensaba que el catalán también la tenía clara. “Nos cagaron a todos,
hermano. Nosotros somos el forro de repuesto. Ni siquiera el principal.
Nos aprietan con el sueldo y nos joden con el presupuesto porque a
ellos les conviene un desorden social medianamente controlado. Yo veo
esos pibes con cara de hambre, y me siento una mierda haciendo lo que
hago”.
A través de una fi na llovizna, vuelve a mirar al uniformado: apoyado
contra la puerta delantera de uno de los móviles policiales; parecía dar
órdenes a tres hombres de civil. Pronto los ve caminar por la vereda
opuesta al Hospital, en dirección a San Justo.
Ramírez cierra otra vez los ojos (el sueño continúa reclamando a gritos
unas horas de descanso); Siente los párpados como pesadas bisagras
que a cada instante parecen oxidarse más y más.
32 años. Tres décadas de incorruptible militancia. Pobre como siempre.
Montoneros no existía. Un sueño frustrado. Un ideal sin sustento político
- los años se lo habían demostrado - habida cuenta de la imposibilidad
de amalgamar la doctrina justicialista con el utópico destino de patria
socialista.
De todos modos, pese a las traiciones de adentro y de fuera, en parte
346
sentía justifi cada su militancia. Lástima la decisión de la lucha armada,
justifi cativo de las muertes blanqueadas y las que permanecían en el
anonimato. Lástima el desencuentro social y sobre todo, lástima grande
el genocidio infame de la dictadura, digitado por el Imperio y controlado
por los cipayos de siempre (los mismos que - él lo sabía muy bien -
habían generado la idea del enfrentamiento armado para permitir que el
enemigo entrara en escena con la más dura represión, a modo de caballo
de Troya).
En fi n, una página más en el libro del Imperio.
Pero ahora era diferente. Podría ser diferente. Otra vez presentía a la
multitud, al pobrerío siempre postergado rugiendo a lo largo de cuadras
y cuadras.
Movido por una excitación que se tornaba incontrolable, bajó del
auto decidido a caminar a la vera de los manifestantes, como una
forma de solazarse con ese augurio de triunfo. Avanzando hacia Isidro
Casanova, vió el rostro de la muchedumbre transformado en uno sólo
pero gigantesco, como si de pronto ese puzzle humano se partiera en
millares de pedazos, cada uno con su propia identidad: rostros aindiados,
descendientes directos de pampas o tehuelches, de quichuas o aymarás;
criollos, paraguayos, bolivianos; hombres y mujeres que permanecían
callados pero que sin embargo, gritaban en silencio una rabia mayúscula
acumulada a lo largo de tantos siglos de marginación.
Los había también de rostros caucásicos, hijos o nietos, se dijo, de los
viejos inmigrantes que ahora también habían sido arrastrados por el
vendaval de la pobreza colectiva.
347
Claro que algunos sí gritaban: maldecían la miseria; maldecían el hambre
con la impresión de llevar un simio colgado a sus espaldas; maldecían
también el hambre de sus hijos; maldecían la falta de trabajo e incluso
algunos se atrevían a maldecir la supuesta injusticia divina, puteando
al mismo Dios de la supuesta creación. Desocupados, estudiantes sin
escuela; embarazadas de padres forzados y también embarazadas sin
padres.
Se había cruzado con familias enteras que aún resistían con resabios
de dignidad el embate de tantos años de disgregación social. Luego se
vio rodeado de hombres solitarios, de sombras de apariencia humana,
con tullidos de las más heterogéneas taras físicas, y también - ahora sí -
con prostitutas reales que pretendían escapar de una clientela mezquina,
magra de pesos y de orgasmos.
En esos instantes, dentro del hueco de su mente, agazapado en el vacío
que el cerebro había creado a instancias de la somnolencia, alcanza a oír
algunos gritos aislados pero reales.
Entonces comprende que otra vez se ha quedado dormido. Voltea su
cabeza y a través de la ventanilla trasera de la camioneta la realidad
lo golpea brutalmente: nada de multitud a lo largo de la ruta: apenas
3 o 4 cuadras de manifestantes - la cuota cotidiana que solía sumarse
desde hacía años a la protesta formal -, lejos de los ríos humanos que
su exuberante y onírica imaginación compusiera de manera neurótica
dentro de los laberintos de su mente. “Pueblo manso el argentino, carajo”
se dijo maquinalmente, como si con esa frase de circunstancia pudiera
justifi car el frustrado idealismo de 32 años de sinsabores personales.
348
En medio de los vahos de un cansancio ingobernable, abandona su
posición horizontal y asoma la cabeza en dirección al griterío.
Con el sueño aún colgado en sus retinas - pero otra vez despierto-,
alcanza a divisar a dos coches patrulleros que se han estacionado sobre
una de las bocacalles, mientras un cordón de uniformados custodia a un
grupo de civiles que se acercan trayendo a un hombre esposado.
Ramírez mira detenidamente con la impresión que el corazón se le
desprende de su cuerpo.
¡No puede creerlo...! ¡El hombre con esposas es el gallego! El gallego
esposado!, grita calladamente. Sí, ya no duda: es el condenado gallego:
La cabeza levantada, la barba hirsuta, la campera negra de siempre.
¿Qué carajo hacía el gallego en ese lugar?
Claro que no era tiempo para conjeturas.
Intenta abrir la puerta de la camioneta pero pronto se da cuenta que
la cerradura esta trabada como consecuencia de una vieja falla del
dispositivo.
Mientras mete sus manos a través de la ventanilla, observa que el
grupo se acerca al vehículo y que Serrat Fernández se ha puesto fi rme,
seguramente para recibir los pormenores del procedimiento.
Cuando Ramírez abandona el móvil, comienza a correr con la máxima
energía que se lo permite su cansancio.
Antes de llegar a los autos de seguridad, un doble cordón de policías
le cierra el paso. Momento preciso en que el gallego es introducido en
la parte trasera de uno de los rodados policíacos. -¡Catalán!! ¡Catalán!!
- grita como si le fuera la vida en esos gritos. Pero es inútil. Serrat
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Fernández acaba de abordar una de las camionetas, y ambos vehículos
parten haciendo sonar los decibeles del caucho patinando sobre el
asfalto.
Por unos instantes se siente fl otar con la sensación de estar dentro de
una cápsula que le impide escuchar los gritos por delante y los gritos
por detrás.
Repentinamente, como un pantallazo tardío de sus neuronas, aparece
en su cerebro la imagen de una mujer morena, alta y corpulenta, en el
momento que ésta apoyaba una mano sobre los hombros del gallego.
Rebobinar. Sintonía fi na. Fijar la imagen, congelarla en la exacta fracción
de segundo que se había instalado en su sistema nervioso central, sin
que las malditas sinapsis de las neuronas, le dieran el preciso registro a
su conciencia.
Sólo ahora la imagen vuelve revivida, realentada dentro de los paneles
de su memoria, encastrándose entre las células fotoeléctricas de los
movimientos humanos con rigurosa objetividad: El gallego que avanza
sobre el centro de la vereda - lo ve a escasos 20 metros de la esquina-;
ahora sí, registra con nitidez a la mujer: rostro moreno, poncho blanco
y pantalón blanco a lo gaucho. La ve cuando ella mueve las manos
hacia los hombros del hombre. No, no aún. Retrocede un cuadro: ahora
sí, es el gallego quién le alcanza un pequeño retrato. Ramírez no lo
duda; no alcanza a fotocopiar en su mente la imagen del retrato pero
está seguro que se trata de la imagen de Evita, el icono sagrado del
entrañable amigo. La mujer que extiende las dos manos tomando el
pequeño póster.
Diez metros para llegar a la esquina. Serrat Fernández que da un paso
350
hacia delante. Ramírez piensa en las cosas que habrán pasado por la
cabeza del catalán; somos el segundo forro; ni siquiera el primero.
La memoria que se hincha como levadura del cerebro. Los pasos como
fl otando en el aire; la mano de la mujer que avanza su fraternal gesto
buscando repetidamente un hombro del gallego.
El aire se ha detenido de pronto. Las palabras que salen de las bocas de
unos y de otros para morir en el silencio. Los gritos que se acallan. Todo
se esfuma, se disuelve como cera en su cerebro. Un minuto. Sesenta
segundos. La realidad vuelve a golpearlo.
¿Dónde está ahora la mujer?
Levanta su cabeza por encima de las gorras de los policías registrando
palmo a palmo con su mirada cada uno de los fl ancos de ese pequeño
coto territorial. Nada. Ni rastros de ella.
-¡Ramírez! Te están buscando los muchachos. Es hora de salir para la
plaza...
-¿Qué plaza?- pregunta en medio de una nebulosa de imagines, aún con
el cerebro herido.
-¿Cómo qué plaza, Ramírez...?. La de Mayo, ¿ qué otra... ?
Fin
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