flores y muerte, día de los difuntos (un recorrido histórico)
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28 de enero
2010
Aitor Brito Mayor 1º Grado de Historia ULPGC
FLORES Y MUERTE, DÍA DE LOS DIFUNTOS Un recorrido histórico
2
ÍNDICE
Introducción………………………………………………………................3
Prehistoria……………………………………….............................................3
A orillas del Nilo……………………………………………………….........4
Los Celtas y Samhain……………………………………………………….6
Grecia y el culto……………………………………………………….....….8
Roma………………………………………………………………………...8
Los primeros cristianos en Roma…………………………………………...11
Cristianización…………………………………………………………........11
La Edad Media y sus contrastes…………………………………………….13
Breve visión contemporánea………………………………………………..14
A modo de conclusión…………………………………………………........15
Bibliografía………………………………………………………………….17
Anexo……………………………………………………………………….20
3
Introducción
La muerte es el último resquicio que debe salvar todo ser vivo. Es una barrera
inexorable que nos aguarda a veces pacientemente y otras veces con ansia. Cada ser
percibe y actúa de una manera diferente ante esta realidad: unos con indiferencia, otros
con pesar. Pero el ser humano, como ser pensante, tienes una visión de la muerte muy
compleja y diferente dependiendo del contexto social e histórico al que pertenezca. No obstante, nos es posible afirmar que el hecho de que haya un fin, de que la
sombra de la muerte se cierna sobre nosotros, condiciona la vida del ser humano tanto
en su propia existencia como en el recuerdo de los que ya no están. Este segundo punto
es el objeto de nuestro estudio, el culto a los muertos, y su evolución a lo largo de los
principales momentos de la historia que han influido en nuestra actual concepción del
tema
Por otro lado, la existencia de lo material, de la ofrenda, nos servirá como nexo de
unión en el tiempo, donde la flor y sus derivados cobran un amplio papel protagonista.
Prehistoria
La percepción de la muerte, de los que ya no están, es la base para construir la gran
estructura que hasta nuestros días se ha formado en torno a ella. Se cree que es el
Homo erectus el primero en tener una ligera percepción de el paso del tiempo y de la
efimeridad de la vida. Quizá esto es debido al aumento de la capacidad craneal con
respecto a su antecesor (Homo georgicus). Si comparamos su capacidad con la del
Homo sapiens el resultado es del 80% (175 cc.), estos resultados, junto a otros datos,
han dado pie a los investigadores para esclarecer que esta subespecie humana fue la
primera a la que podemos denominar faber. Es decir, que dominaba el fuego para
calentarse y cocinar y fabricaban herramientas de madera hueso y piedra.
Por otro lado, en 1922 se descubrieron los primeros vestigios de un ritual funerario
realizado por nuestra raza datados en la etapa del Paleolítico medio. Esto ocurrió en el
pueblo de Chu-Ku-Tirn a 42 kilómetros de Pekín. Se supone que es el resto de un
banquete caníbal realizado por una subespecie de erectus, el Homo erectus pekinensis.
No obstante, el festín excluía la cabeza (de la que solo aprovechaban el cerebro y se
cree que conservaban el cráneo con fines rituales). El cuerpo era enterrado hasta estar
completamente descompuesto. Estos hechos nos hacen pensar que es muy probable que
la relación entre vivos y muertos se sustentase entre una mezcla de veneración, respeto,
miedo y cuidado de su bienestar. Esto implica la creencia en una vida después de la
muerte, obsesión casi innata a nuestro ser.
En el Paleolítico Superior, con la llegada a la Europa occidental de diversas formas
de homo sapiens (entre los que sobresale el Cro-Magnon), el desarrollo de la tumba se
expande. Empiezan a decorar a sus muertos, vistiéndolos de “gala” para su partida hacia
el más allá. Se han encontrado enterramientos en el norte de la península Itálica en los
que, en torno al difunto, se disponen abalorios, realizados en concha y hueso
primordialmente. Un aspecto a señalar, y de gran relevancia para el tema que nos toca,
es la utilización de pigmentos para la decoración de la tumba (normalmente las piedras
4
que la forman). Se utiliza el ocre y el rojo (primordialmente extraído del polvo del oxido
de hierro).
La costumbre de sepultar a los muertos en un terreno rico en ocre ya está muy
generalizada cuando se llega al Paleolítico Superior. Quizá el caso de enterramiento más
destacado con respecto a este símbolo es el de “La Dama roja de Paviland”. Esta
inhumación esta realizada en un mineral ferruginoso rojo que con el paso del tiempo
había teñido todo lo que se encontraba a su paso, dando así un tono encarnado a la
osamenta en cuestión. Esta utilización del color rojo y sus derivados en relación al culto
a la muerte y a las “ceremonias de paso” (color que aún en nuestros días sigue teniendo
presencia en dichas veneraciones) tiene un simbología bastante evidente. El rojo como
color de vida, rojo como fluido vital, como la sangre. El rojo con la llama de la vida,
llama que sigue viva en el más allá.
Estas prácticas seguirán desarrollándose y evolucionando hasta llegar al Neolítico.
En esta época hay un gran desarrollo en el Antiguo Oriente donde la multiplicidad de
sepulturas es notable. Aunque se sigue enterrando a los finados, comienza a hacerse más
complicada la ceremonia y se empiezan a hacer pequeños monumentos de piedra,
equivalente a lo que hoy llamamos lápidas y son los predecesores más lejanos de los
zigurat mesopotámicos y las grandes pirámides Egipcias. La cueva también comenzó a
hacerse notar en cuanto a lugar de sepultura.
En España se ha encontrado un enterramiento datado en la Edad de Bronce que
perteneció a un grupo de homo sapiens. Se trata de una cueva situada en la Sierra de la
Tercia, Lorca, Murcia donde varios cuerpos se hacinaron rodeados de diversos objetos
(hachas, cuchillos, alfombras de esparto, punzones, colares, etc.). Entre el ajuar
funerario podemos observar unos ramos de flores secas. Pero este no es el único
ejemplo de clase, en la Cueva de los Murciélagos de Albuñol también se encontraron
restos florales según Góngora en 1868. Se trataba de unas cestas con mechones de
cabellos, flores, adormideras y conchas.
Quizá no solo explicando el culto a los muertos de los egipcios se pueda iluminar la
cantidad y riqueza de los ritos y tradiciones de otras civilizaciones como la
mesopotámica, la merimdense, gerzense o amaritense. Sin embargo no se puede negar
que la muerte y el culto a ella es, en la cultura egipcia, uno de sus más firmes pilares
hasta el punto de llegar a ser el rasgo característico y distintivo de la notable civilización
del valle del Nilo.
A orillas del Nilo
En torno a las fértiles aguas del río más largo del mundo de la Antigüedad se
desarrolló la primera gran civilización de la historia, la egipcia. Las fértiles aguas del
Nilo causaron una fuerte atracción a diversos pueblos Africanos y asiáticos formando
así una ingente masa humana que poco a poco iba creciendo. Así, en estas tierras, surgió
la necesidad de una organización, lo que provocó la creación de la escritura (en torno al
3.300 a.C.) y la implantación la monarquía, personificada en el primer faraón Narmer
que alcanzó el poder en el 3.050 a.C. Esta sociedad irradiaría una influencia de tal
calibre que condicionaría la historia hasta nuestros días.
5
En un principio (3.500 a.C.), en las necrópolis neolíticas egipcias, se siguió con la
tradición precedente de las inhumaciones. Lo más destacado de este periodo es la
adhesión de una especie de repisa para las ofrendas hechas a los muertos, costumbre que
cada vez se hacía más popular. Por otro lado se orientaban los enterramientos hacia el
oeste, pensando que en esta dirección estaba la “morada de los muertos”.
Ya tras la unificación del Alto y el Bajo Egipto, en torno al 3.000 a.C. por el faraón
Hierakómpolis, surge un amplio cambio en lo que concierne a la construcción de
tumbas. Pese a que la sepultura del pueblo llano seguía siendo la inhumación ya vista, el
simple hecho de que un individuo logre unificar las dos regiones y las implicaciones
divinas que se le dieron provocó una complejidad añadida en la realización de tumbas
(primero serían túmulos, luego mastabas y se concluiría con el esplendor de las
pirámides) y todo el ritual funerario.
La momificación, parte principal del ritual, es una clara referencia que nos hace
intuir la gran fe en una vida después de la muerte por parte de los egipcios. El ritual
tiene numerosas variantes y es diferente dependiendo de la época de la que hablemos.
No obstante los pasos básicos son:
-Se trepana el cerebro al difunto y se le extraen todas sus vísceras
-Se aplica al cuerpo una solución salina
-Se expone al difunto durante 60 ó 70 días al sol, con el fin de secarlo
-Finalmente en embalsama con vendas y petróleo se inserta en un sarcófago que a
su vez se mete en otro y así sucesivamente.
Otro aspecto que es una constante en el mundo egipcio es el culto a la muerte. Al
principio las ofendas se realizaban en la propia tumba, pero a medida que se complicaba
la fisionomía de estas, se habilitaban salas para ello. Se le ofrecía al difunto una amplia
gama de alimentos y bebidas, arte, animales e incluso (en las etapas predinásticas y el
comienzo de la primera dinastía) se enceraban o sacrificaban esclavos en la tumba. Pero
lo que siempre estuvo presente fueron las flores.
Tanto en la vida como en la muerte, la flor, y con ella la naturaleza, juega un papel
muy importante para un egipcio. En sus ciudades se creaban jardines con diversos fines
(medicinales, de culto, etc.) e incluso en las casas más humildes se podía encontrar
pequeñas huertas o simples macetas en un rincón. La relación entre el hombre y la
naturaleza alcanza, en la civilización egipcia, una de sus más altas cotas. Vivian en
armonía con la naturaleza adorándola y tratando al Nilo como algo vivo, como un ser
más.
Esta relación no finalizaba tras la muerte, pues en el ajuar funerario se disponían
semillas y adornos florales para su disfrute en el más allá. Se hacían ramos -Ilustración 1 -
(como el famoso “Ramo de Amón de Karnak”) que eran usados bien para ofrecérselo a
los dioses o a los difuntos. Estos eran fabricados uniendo diversas flores con fibras de
papiro, lo que permitía realización de bellos conjuntos y de no pequeñas proporciones.
Un dato a citar en este punto es su nombre: en egipcio la palabra ang sirve tanto para
referirse a una flor como al concepto de vida.
El papiro es la flor heráldica del Bajo Egipto mientras que el loto es del alto. La
simbología que se establece al unir estas dos plantas en un ramo es evidente y así se
recalca en numerosos relieves donde se ven divinidades atando juntos manojos de
6
papiro y loto (Unificación- aparecen Orus y Seth). No obstante la simbología que se
deriva de estas dos especies vegetales no se limita solamente a cuestiones políticas. El
papiro representa la fertilidad, regeneración, frescura y renacimiento por otro lado el
loto tiene un simbolismo más místico, recuerda al ciclo de la vida. Esto es evidente pues
el loto expande sus pétalos a la salida del sol y se retira a la llegada de la noche.
No obstante la utilización de flores no solo se limita a estas dos especies. La
mandrágora y sus bayas, a parte del su utilización como estupefaciente, se incluía en los
ramos fúnebres. Las flores de la adormidera, de gran viveza cromática, también
adornaban los sepulcros al igual que el azul eléctrico de los acianos.
Los celtas y Samhain
Los celtas fueron un pueblo que habitó primordialmente en lo que hoy es conocido
por Irlanda, Gales y Escocia. Al estudiar esta civilización nos encontramos con
numerosos problemas por la inexistencia de fuentes directas, de escritores celtas. Nos
tenemos que remontar a observadores lejanos, primordialmente romanos como Julio
Caesar1 y Ammianus Marcellinus, que describían a este pueblo como un conjunto de
barbaros sin cultura ni organización.
Ciertamente sabemos que lo escrito por los romanos no siempre es cierto y suele
estar cargado de una subjetividad subyugada al interés propio. Los celtas no plasmaron
su propia historia debido a que los bardos (personajes que cuidaban de las tradiciones)
confiaban en la historia oral.
Según queda registrado la actividad de estas gentes se reducía a la caza campestre
por las mañanas o a la lucha bélica cuando era oportuno. Cuando llegaba la noche se
celebraban banquetes, bailes y se disfrutaba de los amoríos. En estos festines era donde
la actividad del bardo llegaba a su cúspide transmitiendo las hazañas, la mitología y las
leyendas de su pueblo.
Otro inconveniente que observamos es la inexistencia de un espíritu en conjunto
entre los propios celtas como pueblo. Con esto queremos decir que no tenía conciencia
de sí mismos como grupo. Por otro lado, el secretismo de muchas de sus costumbres y
en particular de aspectos de su religión, nos dificulta la tarea empática. Lo que sí es
verdad es que existía una élite, una clase cercana a la divinidad: los druidas. Eran los
máximos sacerdotes y los únicos que “hablan el lenguaje de los dioses”. Tenían una
gran influencia en la sociedad hasta el punto de que eran los que verdaderamente
decidían los asuntos de estado, desempeñando un papel de consulta similar al de los
oráculos en Grecia y Roma. Sin embargo el misterio y el secretismo están presentes en
sus tareas pues como dice Julio Cesar:
Evitaban que su sistema de adiestramiento cayese en manos del vulgo y,
segundo, que los estudiantes2 descuidaran el ejercicio de su memoria por
confiar en la palabra escrita
Comentarii de Bello Gallico
1 Su libro “Comentarii de Bello Gallico” resulta de gran ayuda para conocer la visión general que tenía un
romano de los pueblos celtas o galos. 2 Aprendices de druida
7
Por otro lado la organización del tiempo para este pueblo está intrínsecamente
ligada a la naturaleza y a los cambios que se producen en ella. De este modo dividían el
año en dos: el verano y el invierno y a su vez en cuatro festividades. Antes del verano
había un festejo intermedio denominado Imbolc que se celebra el 1 de febrero cuando
las primeras flores comenzaban a verse. Se dedicaba a Imbolc o Brigit, a la que se
consagraban los animales supervivientes del paso del invierno. Después llegaba el
verano que para un celta comenzaba el 1 de mayo con la festividad de Beltaine. Era
dedicaba al dios Blenos, dios de la llama, y en ella se apagaban los fuegos de las casas
para ser reavivados y purificados con el fuego druídico. Posteriormente, el 1de agosto,
se celebra la Lugnasad dedicada a Lug en Irlanda, Lugus en la Galia y Lleu en Escocia.
Se trataba de la diosa de la luz y se le agradecía la fertilidad de los animales y la
abundancia de alimento. Por último, la fiesta que concluye el verano y da paso al
invierno, la fiesta que actúa como piedra angular en la cultura celta: Samhain. Según
han señalado algunos expertos la importancia de esta fiesta llegó a tal punto que se cree
que podría ser el equivalente céltico de nuestra fiesta de Año Nuevo3.
Esta festividad comenzaba en la víspera del 1 de noviembre y llegó a tener tal
importancia por tratarse de la celebración del fin del verano y el comienzo del invierno,
es decir, la recogida de la cosecha. Se le dio un carácter espiritual muy fuerte, era una
fecha de comunión y convivencia con los muertos, una fecha en la que estos
deambulaban por la tierra de los mortales y provocaban diversas acciones
sobrenaturales. Es el ambiente perfecto para que florezca el misterio y el miedo, hasta
tal punto que los pastores recogían sus bártulos y llevaban el ganado al abrigo de su
aldea, mientras ellos mismo se refugiaban en sus casas.
Este caos espiritual era aprovechado por los druidas, que hacían sacrificios tanto
animales como de propios humanos4. Con las señales que los cadáveres (en el caso de
los animales analizando sus vísceras y el caso de los humanos interpretando las
convulsiones que acompañan a la muerte y el fluir de la sangre) vaticinaban el futuro e
interpretaban la voluntad de los dioses.
Sin embargo la controversia en este tema es una constante. Mientras unos aseguran
que el origen de estos festejos se remonta a la Edad de los Metales5, otros por el
contrario ponen en dura incluso su existencia y la de los antiguos celtas como tales6
Lo que no tiene debate es que en estas fechas sucedían acontecimientos especiales
para los celtas y se realizaban las asambleas más importantes. Por otro lado existe una
gran probabilidad de que acontecieran festivales pan-célticos con una honda presencia
de la muerte. Estas celebraciones se nos presenta como el antecedente más lejano de lo
que hoy conocemos como la celebración del Día de todos los Santos (introducida por el
papa Bonifacio VI en el siglo VII) y sobretodo su equivalente pagano: Halloween. Sin
embargo para construir la concepción que actualmente tenemos sobre el día 2 de
3 Sir John Rhys en Oxford (1886: 514-15) y Sir James Frazer en Cambridge (1907:301-9, y 1914: I, 224-
26) 4 Según Mac Killop “Julius Caesar informó que el Dis Pater de las Galias, dios de la muerte y del frío
invernal, era especialmente venerado en esa época mediante el sacrificio de seres humanos que eran
ahogados en grandes barriles” 5 Barry Raftery
6 Ronald Hutton 1996:365; Chapman 1992; James 1999
8
noviembre se han entremezclado costumbres no sólo de los celtas, sino también propias
del mudo grecorromano y la tradición cristiana.
Grecia y el culto
Los griegos tenían una concepción de la muerte como un paso necesario hacia otro
mundo. La preparación para esta senda se hacía en los pasos previos a la inhumación
del cadáver: el funeral. Antes que nada se le colocaba un óbolo en la boca para que
pudiera pagar el paso de la laguna Estigia. Luego el cuerpo se amortajaba y se le ungía
con un bálsamo perfumado que evitaba el mal olor. También se decoraba con diversos
útiles que el difunto utilizaría tras la muerte, así como coronas florales que se disponían
alrededor del cadáver.
El difunto podía ser inhumado o incinerado (en este último caso las cenizas se
recogían y guardaban en una urna con gran celo). Los enterramientos se realizaban en
el cementerio, generalmente al lado de los caminos que llevan a las ciudades. Allí se
realizaban libaciones y ofrendas de alimentos, pues se creía que el difunto, pese a estar
en el mundo de ultratumba, seguía padeciendo algunas necesidades terrenales como el
hambre.
Es sabida que la relación de los antiguos griegos con las flores era especial. Quizá
por reminiscencias de los pueblos indoeuropeos o de los propios egipcios que ya hemos
visto. En sus festejos adornaban palos con flores campestres y los lucían por las calles.
De igual modo también existían comercios en los que se dedicaban en exclusiva a la
preparación de coronas, ramos y composiciones florales para todo tipo de eventos
(bodas, funerales, banquetes, celebraciones religiosas, etc.).
Periódicamente los allegados de un difunto visitaban la tumba para realizar
ofrendas con las que satisfacían sus necesidades. La flor, como ya se ha visto, se
consideraba un regalo de muy alta estima, de gloria y hospitalidad. No obstante no
todas eran aceptadas en los diversos ritos de la muerte. Sobre todo se ofrecían el
amaranto y el narciso. La primera simboliza la amistad eterna, posiblemente por ello
sería muy usual verla sobre las tumbas. Por otro lado el narciso que debe su nombre a
un joven homónimo que murió ahogado mientras intentaba atrapar su belleza reflejada
en el agua. Cuenta la leyenda que en la tumba del joven creció esta flor, por ello
simboliza la belleza y la transformación. Por otro lado, también la rosa tenía un lugar
especial en los campos santos al ser uno de los símbolos de Hécate, la reina de los
muertos en la mitología griega. Esta deidad tenía tanto la facultad de evitar que la
maldad saliese del inframundo como permitir que entrase. Es por ello que la rosa cobra
el papel de reina de las flores, cargo que aun hoy día sigue defendiendo.
Roma
Esta gran civilización, que partiendo de la península itálica ejercería su dominio por
todo el continente europeo, Asia menor y la zona norte de África, se nos presenta como
una de los pueblo que más influencia han causado a lo lago de la historia. Sin embargo,
la presencia del carácter, la cultura y la tradición griega en el pueblo romano se muestra
como un nexo de unión de fuerte complexión. De este modo, muchas costumbres
9
griegas pasaron a ser romanas, eso sí, con ligeras variaciones. Un claro exponente de lo
dicho se puede percibir en la religión romana. Un culto politeísta con dioses
jerarquizados e intrínsecamente relacionados con la naturaleza y el ser humano junto
con todo lo que le rodea. Esta religión es una clara trasfusión de la griega, con las
mismas características, hasta el punto de que los dioses en ambas son casi idénticos pese
a sus distintos nombres.
Sin embargo, la influencia griega en la cultura romana no se limita sólo al campo
religioso. El culto a la muerte era muy similar y los ritos de paso hacia “el más allá”
tenían características comunes. Tal es el caso de los funerales, que podía llegar a durar
muchos días. Si era posible se preparaba el hogar para que hiciera las veces de lo que
hoy sería el tanatorio. Se disponía al difunto en un lecho y se le rodeaba con utensilios y
objetos que pudieran serle de utilidad en su otra vida. El finado era rodeado de
decoraciones florales y vegetales, clara alusión a la fugacidad de la vida y a su
fragilidad. Por otro lado en la puerta del hogar se colgaban ramas de abeto o ciprés para
que los viandantes supieran que dentro había un difunto. El cuerpo era expuesto entre 3
y 7 días, dependiendo de la popularidad del finado y luego se trasportaba a la piara
funeraria o a la tumba, satisfaciendo la voluntad del fallecido o la simple pudiencia
económica (siendo así el pueblo llano generalmente incinerado). El cuerpo podía ser
insertado en un ataúd o simplemente llevado a hombros por sus familiares, hacia el
cementerio. Este recinto estaba situado a las orillas de las vías, al igual que en Grecia, y
estaba rodeado usualmente por un jardín floral. En este punto del rito la semejanza, en
los aspectos básicos, con el rito griego es casi total. También se hacían libaciones
(normalmente de vino y, en ocasiones especiales, de sangre de cordero) que se colaban
por una cavidad orada en la tumba y pensada para ello (tubo de libaciones). También se
realizaban ofrendas de comida, y de flores como la violeta y la rosa.
Por otro lado el recuerdo y el culto a los antepasado en Roma cobra un papel mucho
más amplio que en la vecina Grecia, hasta el punto de tratarlos como una deidad. Así
existían los dioses Lares Domestici (guardianes de la casa como entidad física) y los
Manes (genios del hogar) que incluso en las casas más humildes tenían su propio altar.
La ofrenda a estos dioses protectores y su culto se hacía casi cotidianamente, siendo el
pater familias el sacerdote que oficiaba las ceremonias religiosas. Sin embargo las
ofrendas que eran obsequiadas se tornaban más numerosas y valiosas en los aniversarios
de los difuntos importantes y en el Natalis Dies del jefe del hogar, siendo en estas
fechas cuando se sacrificaban corderos y se ofrecía su sangre en vez del usual vino.
La visita a las tumbas también era una costumbre rutinaria, en parte por la situación
espacial de estas (anexas a las vías principales al igual que en Grecia) y en parte por
considerar que los muertos pueden ver, escuchar e incluso actuar desde el más allá. No
obstante, al igual que ocurre con los Di Domestici, esta cotidianidad se torna especial en
distintos momentos, que son marcados por fiestas a lo largo del año.
Sin duda el festejo más relevante en cuanto al culto de la muerte acontece en el mes
de febrero y se eleva como una de las celebraciones más importantes de este periodo
del año. Estamos hablando de la Parentalia que se desarrolla desde el 13 hasta el 21 del
mes en cuestión. Se trata de un tiempo de especial respeto y honra a los antepasados y
que llega a su punto cumbre el día 21 de febrero con la fiesta de la Feralia, la cual cierra
10
la Parentalia. La familia se desplaza a las tumbas de sus antepasados y realizan ofrendas
especiales y sacrificios animales. También adornaban el lugar con coronas florales y
pétalos. Justo después de la Parentalia existían otras fiestas menores como la fiesta de
las Caristias, que acontece el 22 de febrero y es dedicada a los dioses tutelares de la
familia (manes y lares), o la Terminalia, celebrada el 23 en honor a Términus (dios de
los límites de los campos).
Un mes después acontece una fiesta de gran unión con la naturaleza: el Dies Violae.
Se celebra el 22 de marzo coincidiendo con la floración de las violetas. Esta flor, de un
suave aroma dulzón y con un color que invita al luto, se llevaba en forma de ramos o
coronas a las tumbas de los difuntos. Así se recordaba una vez más su memoria,
mostrando humildad y modestia, a la vez que se decoraba el campo santo. Otra
festividad similar acaece el día 23 de mayo: el Dies Rosaliae. El desarrollo de este
festejo es igual al anterior pero sin embargo, la rosa no simboliza a humildad, el luto y
la modestia como la violeta. Esta flor, como reina de las flores, representa el amor más
allá de la muerte, la paciencia, el dolor, la belleza y el martirio.
Entre las dos fiestas anteriores acontece una que es de vital importancia para el
tema que nos toca. Se trata de la Lemuria que se festeja durante los días 9, 11 y 13 de
mayo. Los romanos creían que en estos días los espíritus (o lémures) de los muertos
abandonaban su morada intraterrena y vagaban por la superficie terrestre ansiosos de
carne humana y sedientos de su sangre. Para calmar su ira se celebraban ritos públicos y
privados. De los primeros sabemos muy poco, en cambio de los ritos privados se
conocen más detalles. El pater familitas de cada hogar se levantaba a media noche para
realizar una serie de ritos apotropaicos. El más común era que cogiera tres habas negras
y las tirase a su espalda mientras gritaba: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo
y los míos”. Lo que se perseguía con eso era que los difuntos recogieran las habas y se
marchaban satisfechos. No obstante, esto no era suficiente para expulsar a los lémures,
por ello el padre hacía sonar un gong de bronce mientras repetía nueve veces:
“¡Sombras de mis antepasados, marchaos!”. De este modo los espíritus se alejaban y
así el pater familitas podía darse la vuelta y volver a su lecho. Este ritual se repetía
durante los tres días que duraba el festejo y esta creencia estaba tan ahondada en la
comunidad que durante ese tiempo los templos cerraban las puertas y las nupcias no
acontecían durante todo el mes de mayo, por señal de mal agüero.
Es oportuno citar que las flores para la cultura romana no solo eran protagonistas en
los ritos relacionados con la muerte. La rosa en especial se usaba para la gastronomía, la
ornamentación, la cosmética (perfumes sobretodo) y en ritos religiosos (es de
obligación destacar la Floralia del 28 de Abril). Por otro lado en los triunfos militares
se arrojaban pétalos de rosa así como al paso de distintos personajes especialmente
amantes de esta flor. Tal es el caso de Nerón que, como nos plasmó el escritor romano
Suetonio, en su famoso palacio llamado Domus aurea: “En los comedores, el techo era
de tablas de marfil, parte movibles para echar por allí pétalos de rosas u otras flores”.
Esta visión nos da a entender que, con tal demanda de flores, el ciudadano romano
no podía depender del curso de la naturaleza que le obligaba a esperar el periodo de
floración de las mismas. Por ello se vieron obligados a crear los primeros microclimas e
invernaderos fabricados en vidrio. Regulaban la temperatura con sistemas similar al de
11
la calefacción en las grandes villas romanas o en las termas. Esto les permitía satisfacer
la gran demanda floral que existía en el mercado romano.
Los Primeros Cristianos en Roma
La persecución y aniquilación que lo romanos ejercían a todos aquellos que no
compartían su religión data casi desde sus orígenes. Así es conocida la persecución a los
judíos, antes de la era de Cristo, y el posterior acoso a los cristianos. De este modo se
figuran como los protagonistas de la mayoría de martirios y torturas de santos, así
como de la propia muerte de Jesucristo.
Sin embargo, la persecución de los cristianos en Roma puede decirse que comenzó
en el año 33 d.C. con el papado de San Pedro y perduró hasta la publicación del Edicto
de Milán en el año 313 promulgado por Constantino y Licinio. Este escrito declaraba la
libertad de culto en todo el imperio y, por consiguiente, la tolerancia del Cristianismo.
Los cristianos se vieron obligados a crear sus catacumbas, sus ciudades
subterráneas. Se trata de una serie de galerías que discurren por debajo de Roma y en las
que hacían su vida intima los primeros cristianos de esta ciudad. Allí realizaba los
rituales pertinentes, el culto a su dios e incluso las usaban como campo santo. De este
modo se pueden ver en numerosas galerías nichos escavados a los laterales donde se
depositaban los cadáveres de sus “hermanos”. Se piensa que esta costumbre se agarra a
la idea de que, al igual que la historia bíblica de Cristo, que fue sepultado en una cueva,
ellos también pudieran resucitar y volver a la vida. El cuerpo se lavaba y ungía con
perfumes para luego de ser envuelto con telas, este proceso tiene una clara
reminiscencia romana. Tras ello se situaba en las tumbas, en las que se esparcían flores
y se realizaban libaciones de esencias aromáticas. Por otra parte, las tumbas estaban
decoradas con pinturas al fresco igual que el resto de las galerías.
Se tiene constancia de la celebración de festejos y ritos por parte de estos primeros
cristianos en los que recordaban a sus difuntos, no obstante existen dos teorías en cuanto
al origen de estos festejos. La primera de ellas nos recuerda las matanzas causadas por
el emperador Dioclesiano, que tuvieron gran repercusión entre los adeptos al
cristianismo. Se causaron tantas muertes que a estos creyentes les fue imposible realizar
los ritos convencionales y por ello se realizaban ritos conjuntos con los que se perseguía
honrar a las víctimas. Sin embargo la posición más contrastada es la que afianza sus
raíces en las festividades paganas de los celtas. Con esto nos referimos al Samhain, que
posiblemente habría sido llevada a Roma por los prisioneros galos e incluso en boca de
los soldados romanos.
Cristianización
Una gran cantidad de festividades cristianas son una clara transformación de
festividades anteriores paganas a concepciones más acordes con la religión católica. Un
claro exponente de ello lo encontramos en el año 615 cuando el papa Bonifacio IV
consagra un templo romano, concretamente el Panteón de Agripa, a la “Virgen y los
mártires”. Con ello comenzó una tradición que continúa hasta nuestros días: la
veneración de aquellos santos que, sin ser conocidos en su vida, son de esta condición
12
por realizar acciones a lo largo de su existencia terrenal que son merecedoras de tal
título. Bonifacio IV instauró esta celebración el día 21 de febrero con el objetivo de
equipararla en importancia a la Feralia romana, que se venía sustituyendo
paulatinamente. Por otro lado, un siglo y medio después, el papa Gregorio III se tuvo
que enfrentar a un dilema centrado en las tierras anglosajonas de nueva adaptación al
cristianismo. En estos lugares las costumbres paganas de pueblos como los celtas están
muy arraigadas en su cultura. Por ello se resistían a celebrar algunos festejos como el
del día de todos los Santos. El papa Gregorio III decidió acompasar temporalmente sus
festividades con las propias cristianas y así trasladó el festejo al 1 al noviembre, tal y
como se conoce hoy día.
De igual forma en el año 998, en plena Edad Media y con el auge del monasterio de
Cluny, San Odilón abad de este lugar realizará un aporte de gran importancia para el
tema que nos toca. Odilón era un hombre de gran importancia, al que se le atribuían
poderes de taumaturgo debido a la realización de diversos milagros como la cura de un
ciego o la conversión del agua en vino. Jotsoldo, monje de Cluny, narraba la siguiente
historia en un pasaje de su Vida de San Odilón:
Cierto día… un monje natural de Rouergue regresaba de Jerusalén. Exactamente
en medio del mar que se extiende desde Sicilia a Tesalónica, encontró un viento
muy violento que empujó su navío hacia un islote rocoso donde vivía un
ermitaño.[…] El hombre le preguntó que de que de Aquitania. Entonces el
ermitaño quiso saber si conocía un monasterio llamado Cluny y al abad del
mismo, Odilón. El monje respondió, << Lo conozco y muy bien, pero me gustaría
saber por qué hace esas preguntas>>. Y el otro: << Te lo voy a decir, y te conjuro
a que nunca lo olvides […] ceca de aquí hay un volcán en el que las almas de los
pecadores, durante un tiempo indeterminado, se purgan allí por medio de distintos
suplicios. […] A veces, yo mismo he escuchado las lamentaciones de estos hombres
que se quejaban con amargura: la misericordia de Dios permite, en efecto, que las
almas de estos condenados se vean libres en sus penas gracias a las plegarias de
los monjes y las limosnas dadas a los pobres. En sus llantos se dirigen
especialmente a la comunidad de Cluny y a su abad. Por eso, te ruego por Dios
que, si tienes la suerte de regresar entre los tuyos, hagas saber a esa comunidad
todo lo que has escuchado de mi boca, y exhortes a los monjes a multiplicar sus
preces, sus vigilias y sus limosnas por el reposo de estas almas sumidas en
semejantes penalidades, de modo que así haya más júbilo en el Cielo y el Diablo se
vea vencido y despechado7
Según continúa diciendo el monje, este le comunicó la historia al abad. Luego el
propio Odilón “crearía” esta festividad para conmemorar y honrar a estas almas en
pena, especialmente las del purgatorio. También por entonces comenzaría el mayor
negocio de la Iglesia Católica: las indulgencias. La influencia y liderazgo que profesaba
San Odilón se hicieron patentes en esta acción hasta el punto de contagiar su deseo a
otras congregaciones de benedictinas y entre los Cartujos, la diócesis de Lieja y en
Milán. Ya en el siglo XIV el Vaticano aceptaría la celebración extendiéndose así
definitivamente a toda la cristiandad y perdurando hasta nuestros días.
7 JOTSOLDO. Vita Sancti Odilonis.
13
La Edad Media y sus contrastes
La caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 se ha fijado
tradicionalmente como la fecha de inicio del Medievo. No obstante, la influencia
pagana, ejercida durante el periodo de hegemonía romana, no cayó en el olvido sino que
se transformaron como ya hemos visto. Por otro lado, la ruptura con la anterior cultura
popular romana no fue, ni mucho menos, radical. Muchas costumbres cotidianas, así
como estilos de vida, siguieron perviviendo durante la edad media, eso sí bajo la lupa de
la Iglesia. Porque si de algo se caracteriza el Medievo es de ser la época de esplendor y
máxima influencia de la Iglesia Católica y sus congregaciones clericales, sobretodo en
la Alta Edad Media. En cuanto a la percepción de la muerte que tenía un coetáneo de
este tiempo no se puede asegurar al 100%. No obstante todo apunta (sobre todo por la
importancia de la Iglesia) que la vida para estas gentes debía tener una simbología
similar a un camino; un camino de dolor y sufrimiento que era conditio sine qua non
para llegar a la gloria y la paz celestial reinante en el cielo.
Con respecto a los ritos fúnebres es de obligación precisar que en la esta época (al
igual que en muchas otras) “la muerte de un noble en la Edad Media tenía,
forzosamente, que ser distinta que la del hombre vulgar”8. Esto nos da una visión de la
férrea jerarquía presente en la sociedad del periodo. Sin embargo no en todos los lugares
los funerales de la realeza eran de igual grandilocuencia. Así podemos ver la diferencia
entre la magnificencia de los funerales reales franceses, que buscaban imponer la
sensación de continuidad real entre los súbditos, y los de Castilla, caracterizados por su
simplicidad y con escasa relevancia cara a la propaganda política.9 Sin embargo, esta
afirmación ha suscitado un gran revuelo y otros autos se postulan en la posición de que,
en ciertos momentos de la historia, en Castilla se relazaban funerales con intenciones
parecidas a las expuestas en los ritos franceses10
.
Por otro lado el rito fúnebre en el pueblo llano estaba regido por otras normas más
humildes. En la Alta Edad Media aún persistía una manifestación salvaje de la muerte.
Cuando fallecía un familiar el estallido de dolor que se experimentaba entorno a la
familia era, cuanto menos, llamativo. Es la época dorada de las plañideras, profesionales
del lamento. También existía la costumbre de pronunciar discursos, que elogiaban al
difunto, por parte de los familiares; esto denota el papel protagonista que estos tenía en
los ritos fúnebres altomedievales. Estas tétricas escenas contrastaban con las
vestimentas de los asistentes al duelo: ataviados de colores claros (rojo, verde, azul) y
con sus mejores galas para honrar al difunto.
Por otro lado en la Baja Edad Media la concepción ha cambiado. Ya no se ve la
muerte como algo tan negro y doloroso. Los duelos se convierten en una escusa para la
reunión, en la que la alegría también tiene presencia. En esta época los funerales
muestran la angustia por la visita de la muerte a la comunidad, pero se aleja de la
anterior desmesura. Sin embargo España es un caso aparte en este ámbito. Aquí
persistía la muerte como dolor profundo pero ya no se expresaba con tanta energía como
8 C. Beaune. Mourir noblement au Moyen Age. Estrasburgo: La mort au Moyen Age, 1977, p.125.
9 D. Menjot. “Un chretien que meurt toujours. Les funerailles royales en Castilla a la fin du Moyen Age”.
La idea y el sentimiento pp. 127 a 138. 1010
J. M. Nieto. Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla. Madrid: 1988.
14
en la anterior etapa. Ahora los símbolos y el luto cobran más importancia, de este modo
se generaliza la presencia del color negro en los ritos españoles, del velo, etc. En
contraposición con la Alta Edad Media ahora el papel protagonista en los ritos fúnebres
lo ostenta el sacerdote, es decir la Iglesia. Este sentimiento queda bien expuesto con la
siguiente frase:
Desde su último suspiro, el muerto no pertenece ya ni a sus iguales o compañeros,
ni a su familia, sino a la iglesia; la lectura del oficio de los muertos ha sustituido a
las antiguas lamentaciones.
La inhumación era la práctica aceptada por la Iglesia y esta se realizaba en el
mismo suelo de la iglesia para estar “más cerca de Dios”. Por otro lado la existencia de
ajuares funerarios no estaba extendida. El cuerpo en un primer momento se enterraba
sin objetos que recordaran su vida terrenal pues esta no podía equipararse, ni en gloria
ni en longevidad, a la vida tras la muerte. No obstante a partir de siglo XII surgieron
innovaciones en este campo11
. Sobre todo en los enterramientos del mundo eclesiásticos
se pueden encontrar en un primer momento báculos, cálices, patenas y cruces. Luego se
envolvería el difunto en pieles en vez de simple tela y, alrededor del siglo XIII,
directamente se ataviaba con sus mejores galas y joyas. Por otro lado, y pese a lo que se
ha creído hasta hace pocos años, las que se encargaban de realizar todas estas
preparaciones antes del funeral eran las mujeres y no los clérigos. Estas mujeres
posiblemente prolonga su experiencia como comadronas (ayudar a dar vida) a acciones
de tanatopraxia (ayudar a dar el adiós terrenal). Así se generalizó la práctica del ajuar
funerario y se pueden encontrar en tumbas del pueblo llano símbolos que recuerdan la
estima que los familiares sentían al difunto (como las cenizas del hogar, con un honda
simbología sentimental).
No obstante no solo se rendía culto al difunto el día de su funeral. Era en la
festividad de todos los muertos el día 2 de noviembre cuando se rendía especial
veneración a los difuntos. Se visitaban las tumbas en las iglesias y se realizaban
ofrendas de alimentos (fundamentalmente pan) debido a las restricciones eclesiásticas,
que prohibían decorar las tumbas con flores.
Sin embargo tras la Real cédula de Carlos III, promulgada el 3 de abril de 1787, se
prohibirían los enterramientos dentro de las iglesias por motivos de salubridad. Con ello
se impulsó la creación de cementerios anexos a los templos santos y la proliferación del
uso de las flores con la llegada de nuevas concepciones ideológicas.
Breve visión de la actualidad
El día dos de noviembre sigue celebrándose en nuestros días, pero ya no con la
popularidad de hace unas décadas. A mediados del siglo XX, en plena dictadura cuando
los valores de la Iglesia era lo más sagrado, la concepción del culto a los difuntos en
estos días tenía un gran paralelismo con la férrea Edad Media. Sin embargo, como es
lógico, el paso de los siglos ha hecho mella en nuestra ideología y forma de
11
Según un estudio reciente realizado a 5.000 tumbas de cementerios monásticos británicos, con una
muestra comparativa de 3.000 sepulcros de iglesias parroquiales, catedrales y cementerios judíos
(Gilchrist y Sloane 2005).
15
pensamiento por ellos hay que recalcar que las semejanzas, aunque claras, no son
totales. Una claro similitud se puede percibir aún hoy día cuando seguimos usando el
negro como color de luto.
Según fuentes orales12
, a mediados del siglo XX, la importancia de este festejo era
tal que las mujeres se preparaban vestidos y complementos (siempre en un color
oscuro). Por otro lado, existían pequeñas “competiciones” no oficiales entre las vecinas
con el objetivo de ver quién decoraba mejor la tumba de sus respectivos familiares. De
todo esto se puede deducir un profundo “miedo al qué dirán”, tan característico de las
zonas rurales.
Sin embargo la historia continuó su curso, y con la progresiva modernización de los
centros rurales estas tradiciones e van modificando. Así hoy día la festividad está en
decadencia, donde los únicos que la sigue con empeño son los ancianos y personas
mayores.
Por otro lado, a medida que el sistema capitalista se consolidaba y la publicidad
junto con la industria cinematográfica proliferaban, llegaban los primeros ecos de una
festividad en auge. Halloween tomaba cuerpo a raíz de diversas películas de terror al
igual que por medio de la publicidad americana. En la actualidad esta festividad, con
reminiscencias celtas, ha calado hondamente en la sociedad española quizá por ese
guiño al Samhain, renegando cada vez más a un segundo plano la tradicional fiesta del
día de los difuntos. No se puede negar que, desde un punto de vista antropológico e
histórico, se trata de un tema de gran interés pues es un claro exponente de cómo una
tradición, que ha sido transformada por el paso del tiempo, vuelve a sus orígenes
paganos.
A modo de conclusión
Esta rápida vista al pasado, este estudio histórico sobre el culto a la muerte ha
dejado en claro varios aspectos. En primer lugar la importancia que el ser humano ha
prestado a la muerte, y sobretodo la presencia de la muerte a lo largo de la vida de un
individuo, está patente desde los orígenes de nuestra especie. El recuerdo a los difuntos
va creciendo en importancia a medida que el ser humano se hace más complejo y
desarrolla unas sociedades cada vez más amplias. La muerte y su culto juegan un papel
importante en el establecimiento y correcto funcionamiento de una sociedad. Siendo así
uno de los pilares fundamentales del contrato social.
Por otro lado, la existencia de algo más, de una vida después de la muerte, es una de
las características que parten desde nuestros orígenes. Este aspecto puede llegar a
obsesionar a una comunidad hasta el punto que ya no se vive la propia existencia, sino
que se vive por y para la muerte. Este punto queda reflejado a lo largo de la historia en
los diversos ajuares fúnebres y ofrendas que realiza el ser vivo al difunto. Estos
“sacrificios” materiales se puede decir que son presas de su tiempo, variables y
contingentes acorde con las ideologías y costumbres imperantes. De este modo la
12
Hay que señalar que la muestra se ha realizado con personas que vivieron la época (mediados del siglo
XX) en un contexto rural. Por ello las costumbres y tradiciones pueden tener un carácter bastante
hermético y atemporal que no es la constante en regiones limítrofes y urbanas.
16
ofrenda de flores tiene momentos de auge, como la antigüedad clásica, y decadencia,
como la alta edad media.
Con respecto al motivo principal de este ensayo, la ofrenda cristiana de flores el día
de los difuntos, es un claro ejemplo de la expresión latina nihil novum sub sole. Esta
fiesta como tal parte de la Edad Media, como hemos visto, pero se remonta a cultos
paganos posteriormente negados por esta institución. Cierto es que el paganismo en los
orígenes de Iglesia Católica fue de vital importancia para su florificación. Sin embargo,
en un aspecto tal calibre como es el culto a los muertos, la Iglesia tuvo que hacer un
ejercicio similar al que ya hecho por los romanos con respecto a los cultos griegos: una
transfusión enmascarada con el velo de la Iglesia.
En definitiva, y centrándonos en la esencia que nos motiva: las flores, podemos
sacar en claro ciertos puntos. En sus orígenes es muy probable que la utilización de las
mismas tuviera un aspecto más funciones (su aroma y color) que espiritual. No obstante
con el paso del tiempo se le han ido atribuyen diversas facultades acorde con la
ideología del momento. Estas cuestiones, que transforman las flores en símbolos, han
llegado a tal punto que ya la tarea funcional que ejercían ha pasado a un segundo plano
en pro de de una postura interpretativa.
Sin embargo muchas son las cuestiones que quedan sin responder, por no hablar del
excesivo eurocentrismo que se ha tenido que seguir. Esto obliga a dejar de lado una
visión más amplia del culto a la muerte tanto en el lejano oriente como en Sudamérica,
donde las costumbres precolombinas siguen teniendo hoy día una notable presencia.
17
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Actualidad:
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importancia no tradicional. Formato: PDF.
20
Anexo:
Ilustraciones:
Ilustración 1
Webs consultadas:
- Celebración del día de los muertos: ofrendas y calaveras:
<http://www.abcpedia.com/dia-de-los-muertos/dia-de-muertos.htm>
- Historia de la flor:
< http://www.multiflor.com.ar/sitio/institucional/consejos.htm>
- 1 y 2 de noviembre: la festividad de “todos los santos” y “difuntos”:
<http://perso.wanadoo.es/fcomorillo/catolico/todoslossantos.htm>
- Día de los muertos, fiestas de vida:
<http://www.todamujer.com/todamujer/?tag=rig-veda>
- Significado y símbolos del día de los santos:
<http://www.lahora.com.gt/notas.php?key=22444&fch=2007-10-26>
-Las flores como símbolo funerario:
< http://www.enmemoria.com/cultura-funeraria/botanica-funeraria/flores-con-
simbolismo-funerario.html>
Herramientas utilizadas:
1.-Busqueda bibliográfica: Biblioteca de la ULPGC, REBIUM, Dialnet, Google, FARO.
2.-Entrevista abierta a dos personas coetáneas a la sociedad de mediados del siglo XX.
La entrevista se iniciaba con preguntas cortas para crear un contexto:
- El día dos de noviembre de cada año existe una fiesta en honor a los difuntos
¿cómo la vive usted?
- ¿Qué hace usted el día de los difuntos?
Si era necesario se intervenía en el discurso del entrevistado para redireccioner el tema.
Las preguntas usadas con este fin eran del siguiente tipo:
21
- ¿En su infancia y juventud la festividad se vivía de igual forma?
- ¿Cómo celebraba esta tradición su familia cuando era joven?
En la medida de lo posible se concluía la entrevista intentando que el entrevistado
sacara sus propias conclusiones facilitándole preguntas del tipo:
- ¿Ve alguna diferencia entre la celebración en el pasado y la que existe ahora?
- ¿Puede decirme si ha cambiado la festividad desde su infancia hasta ahora?
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