amor y religión en el «quijote»: zoraida y ana félix · lugar reservado al musulmán elegido en...

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AMOR Y RELIGIÓN EN EL QUIJOTE: ZORAIDA Y ANA FÉLIX BÉNÉDICTE TORRES Universidad de Lille III La historia del Cautivo y la de Ricote relatadas en cada parte del Qui- jote son de las que probablemente han hecho gastar más tinta. Los pun- tos de vista muy divergentes de los críticos dan cuenta de la complejidad de esas páginas en que Historia y ficción parecen íntimamente compe- netradas. Nos dedicaremos a los dos personajes femeninos asociados al Capitán Ruy Pérez de Viedma y al morisco Ricote, es decir Zoraida y Ana Félix. Si Helena Percas de Ponseti nos invitó a tal acercamiento 1 , elegi- mos un enfoque al parecer nuevo que consiste en analizar cómo el cuer- po y los gestos de ambas mujeres dan alguna clave sobre el sentido de esos episodios. Esta orientación se funda en la actitud de Cervantes que Helmut Hatzfeld califica de no estática, a la manera de los artistas que pintan, sino dinámica a la ma- nera de los poetas que tienen la libertad de presentar la sucesión y no sólo la simultaneidad de actos y hechos. De aquí nace de una manera natural la tendencia del autor, de sustituir la descripción de las situaciones por la des- cripción de los gestos 2 . La puesta en perspectiva del comportamiento verbal y no verbal nos ayudará a desenmarañar los hilos con los que tejió Cervantes tan sutil- mente esos relatos. Los hilos son variopintos: el contexto histórico-social, la experiencia vivida por el mismo autor, el trasfondo literario, folclóri- co y legendario... La tela refleja la labor creativa del escritor alcalaíno que, al bosquejar a Zoraida y Ana Félix, echa una mirada no desprovista de ironía sobre el mundo que le rodea y nos recuerda constantemente la ilusión artística. Por aparecer Zoraida en el Quijote de 1605, empezaremos por descu- brir su retrato caracterizado por la ambivalencia, antes de contemplar el 1 Cf. Helena Percas de Ponseti, «El tema morisco. El lenguaje como cultura» en Cervan- tes y su concepto del arte, (Madrid, Gredos, 1975), en particular pp. 257-263. 2 Helmut Hatzfeld, El Quijote como obra de arte del lenguaje, (Madrid, C.S.I.C., 1972, pp. 75-76). «Cervantes} el Quijote.» Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004) CERVANTES Y EL QUIJOTE. Bénédicte TORRES. Amor y religión en el «Quijote»: Zorai...

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A M O R Y RELIGIÓN EN EL QUIJOTE: ZORAIDA Y A N A FÉLIX

B É N É D I C T E T O R R E S

Universidad de Lille III

La historia del Cautivo y la de Ricote relatadas en cada parte del Qui­jote son de las que probablemente han hecho gastar más tinta. Los pun­tos de vista muy divergentes de los críticos dan cuenta de la complejidad de esas páginas en que Historia y ficción parecen íntimamente compe­netradas. Nos dedicaremos a los dos personajes femeninos asociados al Capitán Ruy Pérez de Viedma y al morisco Ricote, es decir Zoraida y Ana Félix. Si Helena Percas de Ponseti nos invitó a tal acercamiento 1, elegi­mos un enfoque al parecer nuevo que consiste en analizar cómo el cuer­po y los gestos de ambas mujeres dan alguna clave sobre el sentido de esos episodios. Esta orientación se funda en la actitud de Cervantes que Helmut Hatzfeld califica de

no estática, a la manera de los artistas que pintan, sino dinámica a la ma­nera de los poetas que tienen la libertad de presentar la sucesión y no sólo la simultaneidad de actos y hechos. De aquí nace de una manera natural la tendencia del autor, de sustituir la descripción de las situaciones por la des­cripción de los gestos2.

La puesta en perspectiva del comportamiento verbal y no verbal nos ayudará a desenmarañar los hilos con los que tejió Cervantes tan sutil­mente esos relatos. Los hilos son variopintos: el contexto histórico-social, la experiencia vivida por el mismo autor, el trasfondo literario, folclóri-co y legendario... La tela refleja la labor creativa del escritor alcalaíno que, al bosquejar a Zoraida y Ana Félix, echa una mirada no desprovista de ironía sobre el mundo que le rodea y nos recuerda constantemente la ilusión artística.

Por aparecer Zoraida en el Quijote de 1605, empezaremos por descu­brir su retrato caracterizado por la ambivalencia, antes de contemplar el

1 Cf. He lena Percas de Ponseti, «El tema morisco. El lenguaje como cultura» en Cervan­tes y su concepto del arte, (Madr id , Gredos, 1975), en particular pp . 257-263.

2 H e l m u t Hatzfeld, El Quijote como obra de arte del lenguaje, (Madr id , C.S.I.C., 1972, p p . 75-76).

«Cervantes} el Qui jote . » Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004)

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de Ana Félix que, a pesar de unas apariencias engañosas, se da bajo el signo de la verdad poética. Así podremos destacar los paralelismos y las diferencias entre estos esbozos de la belleza femenina.

Cuando su primera aparición en la venta en el capítulo 37, así se nos presenta a Zoraida:

[...] una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría. (I, 37, p. 461 ) 3

Es una mujer sin rostro y también sin voz al no contestar a Dorotea sino con un gesto que más adelante se nombrará «zalema» 4:

No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantar­se de donde sentado se había, y puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agrade­cía. (I, 37, p. 462)

Según las apariencias, es mora 5 pero el Cautivo aclara las cosas:

-Mora es en el traje y en el cuerpo; pero en el alma es muy grande cris­tiana, porque tiene grandísimos deseos de serlo. (I, 37, p. 463)

La oposición entre el ser y el parecer tan frecuente en la prosa cer­vantina cobra una dimensión especial aquí y fundamenta el retrato de ese personaje cuya belleza se pondera en cuanto el velo que le cubría la cara se quita. Las únicas palabras pronunciadas en esta escena por Zoraida son harto sugestivas, al desvelar el Capitán su nombre:

[...] dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire: —¡No, no Zoraida: María, María! -dando a entender que se llamaba María y no Zoraida.

Estas palabras y el grande afecto con que la mora las dijo hicieron de­rramar más de una lágrima a algunos de los que la escucharon, especial­mente a las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas:

Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole: -Sí, sí, María, María. A lo cual respondió la mora: -¡Sí, sí, María; Zoraida «macange»! -que quiere decir no. (I, 37, p. 464)

' Las referencias corresponden a la edición a cargo de Luis Andrés Murillo en Clásicos Castalia, Madrid, 1978.

4 «Zalema: la reverencia o cortesía humilde en demostración de sumisión. Tómase de la voz arábiga Zalemaq, con que se saludan los moros» (Diccionario de Autoridades).

5 En las órdenes dictadas en 1526 y reiteradas en 1566 relativas a la expulsión de los mo­riscos no conversos, las relativas al traje femenino requerían que no se usara la seda (por ser vistoso aderezo), no se vistiera a la morisca, ni se cubriera la cara. Datos recogidos por Ángel González Patencia en su artículo «Cervantes y los moriscos» (Boletín de la Real Academia Espa­ñola, número especial para conmemorar el Cuarto Centenario del Nacimiento de Cervantes, XXVII [Madrid 1947-1948] pp. 107-122) a los que Helena Percas de Ponseti hace alusión, op. cit, nota 25, p. 259.

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Si el cambio onomástico es signo de conversión y de devoción mariai cuyos orígenes dará a conocer el Cautivo al relatar su vida en Argel y en particular su milagroso encuentro con Zoraida, no deja de llamar la aten­ción del lector el bemol acerca de la emoción suscitada por una decla­ración que supone una fe inquebrantable (¿sensibilidad o sensiblería me­ramente femenina?). Si es verdad que los dichos no bastan y cuentan ante todo los actos, la oposición entre el parecer y el ser se junta con la dia­léctica del decir y del hacer.

Gracias a la analepsis vamos a desandar el camino de Argel a España y descubrir cómo apareció en la vida del Cautivo Zoraida, luz estelar se­gún el mismo nombre que es el de las Pléyades, y cómo se manifestó a través de la caña movida desde una ventana que daba al patio del baño 6.

El Cautivo confiesa en efecto:

[... ] así, t o d o n u e s t r o e n t r e t e n i m i e n t o d e s d e a l l í a d e l a n t e e r a m i r a r y t ene r p o r n o r t e a l a v e n t a n a d o n d e n o s h a b í a a p a r e c i d o l a estrel la d e la caña ; [... ] (1 ,40, p p . 487-488) .

Esa luz en medio de las tinieblas del cautiverio recuerda la que guió a los Reyes Magos hacia el niño Jesús, salvador de la Humanidad. Y por un sutil juego de inversiones es encarnada por una mora deseosa de con­vertirse que ilumina el camino de un capitán cristiano.

La presencia misteriosa de la caña se asocia a una blanca mano enjo­yada7. Para Françoise Zmantar, siendo parte del cuerpo femenino, la mano pertenece al imaginario y despierta en el hombre el deseo de ver; es el sustituto del rostro velado y del cuerpo vestido8. Este último lo con­templa el Cautivo cuando, fingiendo coger hierbas, acude al jardín de Agi Morato, padre de Zoraida:

D e m a s i a d a cosa ser ía d e c i r a g o r a l a m u c h a h e r m o s u r a , la gent i l eza , e l g a l l a r d o y r i co a d o r n o c o n q u e m i q u e r i d a Z o r a i d a se m o s t r ó a mis o jos ; s ó l o d i r é q u e m á s pe r l a s p e n d í a n d e su h e r m o s í s i m o cue l l o , ore jas y c a b e ­l los q u e c abe l l o s t en í a e n l a c abeza . E n las g a r g an t a s d e los sus p ies , q u e descub i e r t a s , a su u sanza , traía, traía d o s carcajes ( q u e así se l l a m a b a n las man i l l a s o a jorcas d e los p ies e n m o r i s c o ) d e p u r í s i m o o r o , c o n tantos d ia ­m a n t e s e n g a s t a d o s , q u e e l la m e di jo d e s p u é s q u e su p a d r e los e s t i m a b a e n d i ez m i l d o b l a s , y las q u e traía e n las m u ñ e c a s d e las m a n o s va l í an o t r o tan­to. ( I , 41, p. 497)

6 Acerca del simbolismo de la cafta, véase Helena Perças de Ponseti, ibid. pp. 250-251, Maxime Chevalier: «El Cautivo entre cuento y novela», NRFH XXXII, n B 2, 1983, pp. 403-411, (p . 403).

7 [...] la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, [...] ( I , 40, p. 487). 8 [... ] « la main est une partie du corps de la femme et à ce titre appartient à l 'imaginai­

re, elle est l'objet du désir scopique de l 'homme, et devient, à la croisée des regards et des corps, le substitut du visage voilé et du corps revêtu», «Mains de femmes» en Les traités de sa­voir-vivre en Espagne et au Portugal du Moyen Age à nos jours, (Association des Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines de Clermont-Ferrand, 1995, pp . 161-180), p. 167.

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En esta descripción hiperbólica de la belleza femenina, sólo se men­ciona el cuello, las orejas y los cabellos de los que pendían las perlas9 y las gargantas de los pies engalanadas por ajorcas. Este último detalle que refleja una costumbre berberisca no deja de ser sugestivo por la conno­tación erótica que se le atribuía en España a esa parte del cuerpo feme­nino 1 0. Después de la blanca mano, el pie de la mora detiene la mirada del Cautivo.

Cabe destacar la ausencia de cualquier rasgo físico específico como era el caso para Jarifa en La novela del Abencerraje y Daraja en La Historia de Ozmín y Daraja en el Guzmán de Alforache11. La falta de precisión so­bre la indumentaria contrasta con la abundancia de las referencias a las joyas y en particular a su valor, lo que llevó a Francisco Márquez Villanueva a calificar el retrato de «catálogo de una colección de joyas» 1 2. Así el di­nero se infiltra en ese mundo puro y maravilloso. Su presencia que, por cierto, ya se había hecho patente en los paños colgados de la caña, es asi­milable a una especie de maná, como lo confirman las palabras que re­matan la evocación del Cautivo:

D i g o , e n fin, q u e e n t o n c e s l l e g ó e n t o d o e s t r e m o a d e r e z a d a y e n t o d o e s t r e m o h e r m o s a , o , a l o m e n o s , a m í m e p a r e c i ó s e r l o la m á s q u e hasta e n ­t o n c e s h a b í a visto; y c o n esto, v i e n d o las o b l i g a c i o n e s e n q u e m e h a b í a p u e s ­to, m e p a r e c í a q u e t en í a d e l a n t e d e m í u n a d e i d a d de l c ie lo , v e n i d a a la tie­r r a p a r a m i gus to y p a r a m i r e m e d i o . (I, 41, p . 497)

La aparición de Zoraida se parece así a la de la Virgen María y no deja de recordar, según Georges Cirot, la leyenda de Notre Dame de Liesse que podría ser una de las fuentes de la novela del Cautivo1 3. Ahora bien, la experiencia del cautiverio que conoció el mismo Cervantes nutre es­tas páginas en que tan sutilmente lo maravilloso se funde con lo prosai­co. A este respecto declaró Leo Spitzer:

Estas b r e v e s n a r r a c i o n e s e p i s ó d i c a s i n t e r c a l a d a s c u y a r e a l i d a d es, p o r l o m e n o s , t an fantást ica c o m o los s u e ñ o s m á s a t r e v i do s d e l l o c o c a b a l l e ­r o , n o s o f r e c e n o t r a r e v e l a c i ó n d e l p e r s p e c t i v i s m o d e C e r v a n t e s ; t e n e ­m o s q u e h a b é r n o s l a s n o s ó l o c o n la o p o s i c i ó n e n t r e l a r e a l i d a d p r o s a i -

9 N o deja de ser interesante el simbolismo de la perla que representa la feminidad y la angélica perfección. Ilustra tanto a la Inmaculada Concepción en la religión católica como el lugar reservado al musulmán elegido en el paraíso de Alá. Cf. Le dictionnaire des symboles de Jean Chevalier et Alain Gheerbrant, (Paris, Editions R. Laffont et Jupiter, 1982).

10 Cf. Pierre Alzieu, Yvan Lissorgues, Robert Jammes, Poesía erótica del Siglo de Oro (France-Ibérie Recherche, Université de Toulouse Le Mirail, 1975).

1 1 Mateo A lemán, El Guzmán de Alfarache, 1 e r libro, capítulo 8, pp . 214-260, (Madr id , Cas­talia, 1997).

1 2 Francisco Márquez Villanueva, Personajes y temas del «Quijote», (Madr id , Taurus, 1975, p. 117).

13 Cf. Max ime Chevalier, op. cit. p. 406. Francisco Márquez Villanueva, op. cit. pp. 102-115.

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ca y los s u e ñ o s fantásticos: la m i s m a r e a l i d a d p u e d e ser, a l m i s m o t i e m p o ,

p r o s a i c a y f a n t á s t i c a 1 4 .

El milagro se vería así tratado de modo paródico, una manera de re­cordar a los lectores contemporáneos que para el rescate de los cautivos el dinero es imprescindible1 9. Pero ese dinero brilla por su ausencia en una España que parece indiferente a la tragedia de los cautivos. Eso ex­plicaría la ambigüedad que caracteriza al personaje de Zoraida, ¿Deidad, maga o reencarnación de Creso?, ambigüedad que se manifiesta parti­cularmente en la escena del jardín relatada a continuación del retrato que acabamos de comentar. Antes de examinarla, no dejemos de señalar lo irónico de la situación: una mora asume financieramente la liberación de un cautivo cristiano.

En este encuentro en la huerta, por primera vez se dirige la bella mora al caballero cristiano; hasta aquí había comunicado con él por las señas de la caña y las cartas que el renegado había tenido que traducir al caste­llano. La transcripción del diálogo en que ciertos críticos vieron indicios de doblez y engaño 1 6, termina con una alusión a la presencia del padre en su papel de intérprete - lo que justifica el lenguaje críptico- y subra­ya nuevamente la importancia de la comunicación no verbal:

[ . . . ] m á s d e c l a r a b a [ Z o r a i d a ] su i n t e n c i ó n p o r señas q u e p o r pa l ab r a s . ( I , 41, p . 498)

Todo eso resulta enigmático. Cuando se aleja el padre para ahuyentar a los turcos ladrones de fruta, Zoraida da rienda suelta a su emoción:

[ . . . ] v o l v i éndose a m í , l l enos los ojos d e l ág r imas , m e di jo : « Á m e x i , cr ist iano, á m e x i » q u e q u i e r e dec i r : ¿Vaste, cr ist iano, vaste? ( I , 41, p. 499)

La respuesta tranquilizadora del Cautivo que confirma el proyecto de huida provoca una actitud inesperada que manifiesta una gran turba­ción 1 ', un sentimiento de alivio y de confianza en el Cautivo:

[ . . . ] e c h á n d o m e u n b r a z o al cue l l o , c o n d e s m a y a d o s pasos c o m e n z ó a ca­m i n a r hac i a la casa; [ . . . ] . ( I , 41, p. 499)

1 4 Leo Spitzer, «Perspectivismo lingüístico en El Quijote» en Lingüística e historia literaria (Madrid, Gredos, 1968, pp. 135-187), p. 169.

1 5 Véase el artículo de Michel M o n e r « D u conte merveilleux à la pseudo autobiographie: le récit du Captif» (Don Quichotte, I, 39-41 ) en Ecrire sur soi en Espagne, Etudes Hispaniques 14, Diffusion Université de Provence, 1988, pp. 57-71, en particular p. 63. Es también interesan­te el enfoque de Georges Guntert, « En manos de Dios y del renegado: ambivalencia ideoló­gica en la historia del Cautivo» (Don Quijote, I, 39-41) ínsula n" 538, oct. 1991, pp. 19-20.

16 Cf. Francisco Márquez Villanueva, ibid. p. 118. 1 7 En eso coincidimos con Stanislav Zimic en su estudio sobre Los cuentos y las novelas del

«Quijote» (Universidad de Navarra, Iberoamericana Vervuert, 1998, p. 156).

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El carácter teatral de la escena, patente ya durante el diálogo de los tres protagonistas, al responder éste al artificio del «engañar con la ver­dad», se confirma con la vuelta imprevista del padre. A nuestro parecer no le quedaba a Zoraida más remedio que acentuar su postura para no levantar sospechas:

[ . . . ] Z o r a i d a , adve r t i d a y d iscreta , n o q u i s o qu i t a r el b r a z o d e m i c u e l l o ; antes se l l e g ó a m í y p u s o su c a b e z a s o b r e m i p e c h o , d o b l a n d o u n p o c o las rod i l l as , d a n d o c laras seña les y muest ras q u e se d e s m a y a b a , y yo , ans imis -m o , d i a e n t e n d e r q u e la sos ten ía c o n t r a m i v o l u n t a d . ( I , 41, p . 499)

Los numerosos detalles ofrecidos por el narrador intradiegético tra­ducen la intensidad emocional de esta escena en que la pareja arriesga su porvenir. El susto creado por la llegada de Agi Morato ya bastaría para provocar un desvanecimiento.

Los suspiros y las lágrimas que caracterizan el lenguaje amoroso en los momentos de separación1 8, se oponen a las palabras pronunciadas entonces por Zoraida, las mismas que anteriormente: Amexi, cristiano, ámexi, pero no en un tono interrogativo sino imperativo. Esa manera de invitar al Cautivo a llevar a cabo el plan de fuga en el cual es partícipe, es entendida de otra manera por el padre que intenta apaciguarla y se muestra benévolo con el cristiano. Lo dicho se revela mucho más ambi­guo que lo expresado quinésicamente.

El comportamiento no verbal cobra una importancia especial en otra escena particularmente patética en el momento de la partida. Es curio­so notar cómo está subrayado en los dos momentos en que la diégesis deja lugar a la mimesis, es decir, en el primer encuentro en el jardín y cuan­do la huida, dos momentos claves que reúnen a los tres protagonistas y en los que se juega su destino.

Al aparecer por segunda vez Zoraida, el narrador encarece nueva­mente su belleza y su atavío1 9, e indica la veneración que le inspiraba a él y a los demás por sentirse tan agradecidos a la que consideran como su salvadora:

L u e g o q u e yo la vi, le t o m é u n a m a n o y l a c o m e n c é a besar , y el r e n e ­g a d o h i z o l o m i s m o , y mis d o s c a m a r a d a s ; y los d e m á s q u e e l caso n o sa­b í a n , h i c i e r o n l o q u e v i e r o n q u e n o s o t r o s h a c í a m o s , q u e n o p a r e c í a s ino q u e le d á b a m o s las g rac ias y l a r e c o n o c í a m o s p o r s e ñ o r a d e n u e s t r a l i b e r ­tad . ( I , 41, p . 502)

El súbito despertar de Agi Morato es un lance imprevisto que vuelve a sobresaltar a Zoraida:

1 8 A esas manifestaciones podemos asociar la expresión: ella, arrancándosele el alma, al pa­recer, se fue con su padre. (I, 41, p. 500).

19 [... ] abrió la puerta, y mostróse a todos tan hermosa y ricamente vestida, que no lo acierto a en­carecer. (I, 41, p. 502).

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[ . . . ] c o m o d e s m a y a d a se h a b í a d e j a d o cae r e n mis b razos . ( I , 41, p . 502)

No deja de sorprender el paralelismo con lo ocurrido en el jardín. Si el sintagma como desmayada invita a diversas interpretaciones, resulta, a nuestro parecer, sugestiva la insistencia en la imposibilidad por parte de Zoraida de ver a su padre maniatado y preso:

C u a n d o su h i ja l o v io se c u b r i ó los o jos p o r n o ve r l e , [ . . . ] . ( I , 41 , p p .

502-503)

I b a Z o r a i d a , e n tanto q u e se n a v e g a b a , pues ta la c a b e z a en t r e mis m a ­

nos , p o r n o ve r a su p a d r e , [ . . . ] . ( p . 504)

[ . . . ] n o le bas taba el á n i m o , ni lo p o d í a n sufrir sus b l andas entrañas , ver de ­

lante d e sus ojos a tado a su p a d r e y aque l los d e su tierra presos , [ . . . ] . (p . 506)

Zoraida no había previsto este calvario: ser testigo del dolor paterno. Su aflicción se manifiesta cuando deja al Cautivo que la tenía abrazada para acercarse a su padre:

[ . . . ] f ue a a b r a z a r a su p a d r e , y, j u n t a n d o su ros t ro c o n el suyo , c o m e n z a ­r o n los d o s tan t i e rno l lanto , q u e m u c h o s d e los q u e a l l í í b a m o s le a c o m ­p a ñ a m o s e n él. ( I , 41, p. 505)

Parece difícil dudar de la sinceridad del lenguaje corporal que con el silencio revela el dolor íntimo.

En cuanto a las palabras pronunciadas, parecen expresar la determi­nación de la mora que anhela convertirse al cristianismo. No entraremos en el debate sobre la autenticidad de su fe que el abandono del padre pone en tela de juicio según varios críticos, ni sobre «las perplejidades inherentes al orden teocrático» 2 0. ¿Seguir a Cristo no supone dejar a los suyos y llevar su cruz?21

Cervantes yuxtapone unos gestos patéticos y unas palabras que pueden parecer duras o crueles sin emitir juicio alguno y siembra la confusión con la alusión al Cabo de la Cava Rumia. ¿Será Zoraida otra mala mujer cris­tiana? La desesperanza del padre cuyo retrato conmovedor resulta más «verdadero» que el del Agi Morato histórico según Jean Canavaggio2 2, se manifiesta en la tentativa de suicidio y en los gestos de arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo (I, 41, p. 507) que, recurrentes en

2 0 Según L e o Spitzer: « N o puede haber duda de que lo que está tratando aquí Cervantes es de la divinidad tortuosa yjesuítíca en que creían en su tíempo, cuyas decisiones acepta, pero presentando todas las complicaciones inherentes. [...] quizás ningún escritor de los que han permanecido dentro de las fronteras de la ortodoxia ha puesto más al descubierto las perple­j idades inherentes al orden teocrático (Nietzsche habría l lamado a esta historia un ejemplo de la inmoralidad de Dios y habría abogado por el derrocamiento de un Dios así), mientras que Cervantes permanece tranquilamente dentro del redil cristiano» (op. cit. pp. 176-177).

21 Cf. El evangelio de San Lucas, 14, 25-33 y el de San Mateo, 10, 34-37. 2 2 Jean Canavaggio, « L e 'vrai' visage d 'Agi Morato» , Les langu.es néo-latines, n Q 239, 4 e tri­

mestre del año 1981.

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los textos épicos antiguos y en el Romancero, son expresión de duelo 2 3. Tal reacción orienta al lector hacia consideraciones ético-morales24.

Tanto el padre como la hija se revelan en su compleja humanidad: Agi Morato, después de maldecir a Zoraida, le otorga su perdón y a la joven mora le aflige abandonar a su padre pero una fuerza irresistible la em­puja a actuar:

Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo de­cirle ni respondelle palabra sino:

-Plega a Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada a mi voluntad, pues aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta que a mí me parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas por mala. ( I , 41, p. 507)

Es una de las raras veces en que Zoraida se expresa directamente sin necesidad de intérprete y paradójicamente el destinatario no la puede oír, señal de una comunicación imposible 2 5.

Toda la ambigüedad viene sugerida por la tensión entre el compor­tamiento verbal y no verbal. Pese al dolor de la separación, Zoraida afir­ma una determinación inconmovible inspirada por una devoción a Lela Marién que, a través de la esclava cristiana, se ha convertido en sustituto maternal2 6. El motivo religioso no excluiría un anhelo de emancipación frente al padre 2 7 y un deseo de determinar su propio destino 2 8.

Enigmática Zoraida con su sueño dorado 2 9 que recuerda el de don Quijote; la parodia de las novelas de caballerías que ofrece la historia

23 Cf. Jean-Claude Schmitt, La raison des gestes dans l'occident medieval, (Paris, Gall imard, 1990, p. 285).

24 Cf. He l ena Percas de Ponseti, ibid. p. 255. 2 5 Héctor Márquez advierte a este propósito: «Los protagonistas del diálogo no se pueden

oír de m o d o que todo se va contra el viento. Es como si no se dijera, excepto que el autor lo emplea como recurso literario en el cual intensifica el dramatismo de la partida a la vez que subraya la determinación y firmeza de la hija.», La representación de los personajes femeninos en el «Quijote», (Madr id , Ediciones J. Porrúa Turanzas, S. A., 1990, p. 129).

2 6 Véanse los estudios de Stanislav Zimic, (op. cit., p. 147) y de Mar ía Caterina Ruta, « Zo ­raida: los signos del silencio en un personaje cervantino» en Anales Cervantinos, Tomo XXI, C.S.I.C., Madr id , 1983, pp . 128-129.

27 Cf. Alison Weber, «Padres e hijas: una lectura intertextual de La Historia del Cautivo», en Actas del II Coloquio de la Asociación Internacional de Cervantistas, Alcalá de Henares, 6-9 noviem­bre 1989, (Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 425-431), en particular p. 430.

Cf. Ruth El Saffar, «Voces marginales y la visión del ser cervantino» en Miguel de Cervantes: la invención poética de la novela moderna, (Anthropos, 98/99, pp . 59-63).

28 Cf. Mar ía Caterina Ruta, op. cit. p 130. 2 9 Mar ía Caterina Ruta concluye así el estudio antes citado: «Se trata, en síntesis, una vez

más del sueño regresivo que se puede ocultar en el fondo de los más atrevidos proyectos de acción y de las más utópicas libertades, y se trata aún más de los ambiguos resultados sociales que estas acciones y proyectos p roducen» (ibid. p. 133).

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del hidalgo manchego se transforma en «el cuento de amor», en paro­dia de los relatos milagrosos.

El viaje que espera a los fugitivos dista, en efecto, de ser maravilloso como en la leyenda de Nuestra Señora de Liesse3 0. El encuentro con los corsarios franceses hace peligrar la aventura y es una prueba iniciática en este camino que lleva a Zoraida de las tinieblas a la luz, pues se ve des­pojada de todas sus riquezas31.

La odisea penosa que entronca con la novela griega y se inspira qui­zás en el cuento folclórico de la hija del diablo donde también la maldi­ción paterna pesa sobre la hija malvada32, recuerda la oposición entre la pobreza evangélica y la riqueza. No se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo, Pero ¿cómo olvidar que sin éste no se consigue la liber­tad en el mundo terrestre?

La llegada a tierras cristianas vivida con muy alegrísimo contento no sig­nifica el fin de la peregrinación:

[... ] l o q u e a m í m á s m e f a t i g aba e r a el v e r ir a p i e a Z o r a i d a p o r a q u e l l a s a spe rezas , q u e , p u e s t o q u e a l g u n a vez l a p u s e s o b r e mis h o m b r o s , m á s l e c a n s a b a a e l l a m i c a n s a n c i o q u e l a r e p o s a b a su r e p o s o ; y así, n u n c a m á s q u i s o q u e yo a q u e l t raba jo tomase ; y c o n m u c h a pac i enc i a y muest ras d e a le ­g r í a , l l e v á n d o l a yo s i e m p r e d e l a m a n o , p o c o m e n o s d e u n c u a r t o d e l e g u a d e b í a m o s d e h a b e r a n d a d o , c u a n d o l l e g ó a nues t ros o í d o s el s on d e u n a p e q u e ñ a e squ i l a , s eña l c l a r a q u e p o r a l l í c e r c a h a b í a g a n a d o ; [ . . . ] . ( I , 41, pp . 510-511)

Llama la atención la actitud protectora del Cautivo con una Zoraida radiante por realizar su sueño. Estas son las ultimas indicaciones quiné-sicas reveladoras de la relación entre la bella mora 3 3 y el capitán cristia­no que confiesa, una vez llegado a la venta, al concluir su relato:

[ . . . ] s i r v i éndo la yo hasta a g o r a d e p a d r e y e s c u d e r o , y n o d e e s p o s o , v a m o s c o n i n t e n c i ó n d e ve r si m i p a d r e es vivo, [ . . . ] ( I , 41, p. 513)

Resulta difícil hablar de intensa pasión amorosa, lo que sí podemos constatar es que los momentos de mayor efusión corresponden a la es­cena en el jardín y a la fuga en el barco ante la presencia de Agi Morato.

3 0 Véase el resumen que hace de ella Máxime Chevalier en el artículo ya citado, p. 406. 3 1 «Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con él en la mar, sin

que ninguno echase de ver en lo que hacía. [...] nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traía en los pies, [ . . . ] » (I, 41, p. 509).

82 Cf. Máxime Chevalier, ibid. p. 407. 3 3 « [ . . . ] admirábanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazón esta­

ba en su punto, ansí con el cansancio del camino como con la alegría de verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le había sacado al rostro tales colores, que si no es que la afición entonces me engañaba, osaré decir que más hermosa criatura no había en el mundo , a lo menos que yo la hubiese visto» (I, 41, p. 512).

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¿No se convertiría después Ruy Pérez de Viedma en sustituto del padre ideal hasta llegar a ser esposo por el sacramento matrimonial?3 4

Esta pareja extraña por múltiples razones podría ser una versión pa­ródica de María yjosé como lo sugiere el llegar Zoraida-María en un ju­mento a la venta donde ya no queda aposento libre 3 5.

Misteriosa Zoraida dibujada entre luces y sombras. Las palabras de don Fernando, al finalizar el Capitán su relato, son particularmente acertadas:

[... ] e l m o d o c o n q u e h a b é i s c o n t a d o este e s t r a ñ o s u c e s o h a s i do tal, q u e i g u a l a a l a n o v e d a d y e s t r a ñ e z a d e l m i s m o caso . T o d o es p e r e g r i n o , y r a r o , y l l e n o d e a c c i d e n t e s q u e m a r a v i l l a n y s u s p e n d e n a q u i e n los oye ; [ . . . ] . ( I , 42, p. 514)

La fusión de lo maravilloso y lo prosaico, de valores ideales y relativos, de lo histórico y lo poético, así como la tensión entre lo verbal y lo no verbal, contribuyen a la complejidad de esta novela intercalada. En ella, Cervantes trata de temas fundamentales como el amor, la fe, la libertad y transfigura su experiencia del cautiverio confiándonos, tal vez, sus pa­sados fantasmas a la par que una visión, no falta de ironía, sobre el mun­do que le rodea.

En torno a los tres temas citados se desarrolla la historia de Ana Félix en la segunda parte de la obra. Es ella misma quien la relata, diferen­ciándose así de Zoraida que era una blanca mano sin voz.

Si Sancho había contado a su padre Ricote la escena conmovedora de su salida de España a raíz del decreto de expulsión de los moriscos, su­brayando su gran hermosura:

[ . . . ] séte d e c i r q u e sa l ió tu hi ja tan h e r m o s a , q u e sa l i e ron a ve r l a c u a n t o s h a b í a e n el p u e b l o y t odo s d e c í a n q u e e r a la m á s b e l l a c r ia tura de l m u n d o . (II , 54, p. 453)

aparece Ana Félix bajo el aspecto de un bello y gallardo mancebo:

[... ] u n o d e los m á s b e l l o s y g a l l a rdos m o z o s q u e p u d i e r a p i n t a r la h u m a ­n a i m a g i n a c i ó n . (II , 63, p. 525 ) .

M i r ó l e el virrey, y v i é n d o l e tan h e r m o s o , y tan g a l l a r d o , y tan h u m i l d e , d á n d o l e e n a q u e l instante u n a carta d e r e c o m e n d a c i ó n su h e r m o s u r a , le v i n o d e s e o d e e xcusa r su m u e r t e , [ . . . ] . ( I I , 63, p . 526 ) .

3 4 María Caterina Ruta opina al respecto: «A l final del viaje la relación entre los dos se man­tiene aún como la existente entre padre e hija y la declaración por parte de Ruy Pérez de apre­cio y afecto para con Zoraida es más una señal de aquella lealtad y honradez que empujaron a la mora a elegir al capitán que una verdadera profesión de amor.», ibid., p. 127.

Véase también el análisis de Louis Combet en Cervantes ou les incertitudes du désir, (Presses Universitaires de Lyon, 1980), pp. 132-133.

3 5 Georges Camamis, «El hondo simbolismo de la hija de Agi Morato » (Cuadernos hispa­noamericanos, 319, 1977, pp. 71-102), p. 75.

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El arráez recién apresado en el puerto de Barcelona, por haber ma­tado dos turcos de la tripulación a dos soldados españoles, acaba por re­velar su verdadera identidad de mujer cristiana.

El estado de suspensión que precede dicha revelación deja paso a la admiración que el polisíndeton bien traduce:

- ¿ M u j e r , y cr ist iana, y e n tal traje, y tales pasos? M á s es cosa p a r a a d m i ­ra r l a q u e p a r a c reer la . ( II , 63, 526)

Las apariencias engañosas36 se desenmascaran en el relato autobio­gráfico donde Ana Félix insiste ante todo en la autenticidad de su fe ma­mada en la leche, afirmando ser cristiana no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. (II, 63, p. 527). A través de su experiencia se evoca el polémico y doloroso tema de la expulsión de los moriscos. Si el discurso de Ricote resultaba particularmente ambiguo 3 7, las palabras de Ana Félix 3 8, cuyo mismo nombre muestra su adhesión al Evangelio, des­piertan la compasión de los oyentes y en particular del virrey que le de­sata las manos. Este gesto es una respuesta, a la vez concreta y simbólica, a lo que representa el relato es decir un desenmarañar un nudo complejo de falacias aparentes.

Una de sus manifestaciones es el disfraz que cambia la identidad se­xual: Ana Félix vestida de hombre, Gregorio vestido de mora. Para con­seguir la libertad de ese mancebo caballero enamorado de ella que la acompañó clandestinamente en su viaje a Berbería, es decir, al infierno según ella misma, Ana Félix regresa a España en busca del tesoro pater­no escondido.

Si comparte con Zoraida el deseo de rescatar a su cautivo y para ello cuenta con el dinero familiar, no es tan enigmática ni ambivalente como ella. El amor filial que se trasluce en su relato viene confirmado en el mo­mento de la anagnorisis39. Detrás de las apariencias, asoma una entere­za que es ocasión de denuncia de un mundo trastocado como lo sugie­re el hipérbaton en la frase que concluye el relato:

Y l u e g o ca l ló , p r e ñ a d o s los ojos d e t iernas l ág r imas , a q u i e n a c o m p a ñ a ­r o n m u c h a s d e los q u e p re sentes es taban . (II , 63, p. 529 ) .

3 6 Véase el estudio de John Culi sobre el tema del disfraz como manifestación de las apariencias: «Cervantes y el engaño de las apariencias» en Anales Cervantinos, XIX, 1981, pp . 68-92.

3 7 Georges Guntert recoge a este propósito el parecer de Thomas M a n n que «justificó las ambigüedades del extraño parlamento de Ricote, sosteniendo que Cervantes hizo tantas con­cesiones al Discurso político oficial cuantas necesitaba para tomar la defensa de las víctimas», Cervantes: novelar el mundo desintegrado (Barcelona, Puvill, 1993, p. 96) .

3 8 A n a es el nombre de la madre de la Virgen y Félix remite a San Félix de Valois según Dominique Reyre, Le dictionnaire des noms des personnages du «Don Quichotte» de Cervantes, (París, Editions Hispaniques, 1980, p. 70) .

3 9 « [ . . . ] abrazó a su padre, mezclando sus lágrimas con las suyas; [ . . . ] » (p. 529-530).

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El comportamiento no verbal refleja la emoción compartida y los sen­timientos íntimos en total coherencia con el discurso. No hay ninguna distorsión entre ellos al contrario de lo que ocurría en la historia de Zo-raida. La actitud de Ana Félix tanto con su padre como con don Gaspar Gregorio lo ilustra particularmente bien.

La escena del reencuentro tras la liberación del amante cautivo se cen­tra en la expresión no verbal del amor:

Ricote y su hija salieron a recebirle, el padre con lágrimas, y la hija con honestidad. No se abrazaron unos a otros, porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. [...] El silencio fue allí el que ha­bló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos. (II, 65, p. 539)

El recato y los ojos cómplices, espejos del alma, patentizan la intensi­dad del sentimiento amoroso que confirmará la escena de despedida:

Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos [...]. (II, 65, p. 540)

La narración concisa, como para mejor reflejar la reserva de los aman­tes, destaca ante todo la humanidad de los personajes sumidos en unas circunstancias adversas que, si no se enjuician, se cuestionan40.

A través de dos personajes femeninos, el texto cervantino se hace eco de todo un contexto histórico transfigurándolo en algo poético. Juan Bau­tista Avalle-Arce dice al respecto:

Como siempre en Cervantes, la literatura no se da como una abstrac­ción volcada sobre sí misma, sino en íntima comunión con la vida, térmi­no que, dentro del cuadrante ideológico cervantino, es el polo opuesto del otro41.

Es curioso que entre la primera y la segunda parte del Quijote resue­nen ecos de esas historias peregrinas protagonizadas por dos moras con­vertidas al cristianismo. Se nos ofrecen unas variaciones alrededor de ele­mentos como el viaje, el tesoro, la figura paterna, el amor y las creencias religiosas, siendo el hilo conductor el tema de la libertad. Para desenre­dar la madeja, nos ha parecido de gran interés contemplar el juego dia­léctico entre el parecer y el ser, lo verbal y lo no verbal.

4 0 Según Mar ía Rosa Petruccelli, las criaturas cervantinas «están conectadas con la iden­tidad conflictiva de esa etapa de la vida española y no con la impuesta y aparente que preten­de mostrar una España incontaminada.» , «Construcción del personaje e identidad del ser en el Quijote», Universidad del Salvador, A ñ o I s , n a 3, Febrero 2002, (http: //www. salvador, edu. ar/ual-7-gramma-01-03-17. htm) .

4 1 Juan Bautista Avalle-Arce, « 'El curioso' y 'el capitán' (Cervantes y la verdad artística)» en Nuevos deslindes cervantinos, (Barcelona, Ariel, 1975, p. 126).

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Tanto Zoraida como Ana Félix crean puentes entre dos universos cul­turales e ideológicos cuyas relaciones son conflictivas42; a través de su ex­periencia vital que permanece inconclusa43, se evidencia la dificultad de vivir un destino individual en tiempos turbados y caóticos y se hace hin­capié en el claroscuro del corazón humano.

Cervantes esboza un mundo híbrido en plena transformación donde se carea el idealismo y el relativismo. Por eso son complejos esos relatos que se nutren de fuentes muy diversas para ofrecernos una nueva crea­ción fronteriza que contribuye a la renovación de la literatura morisca. En fin, arte puro; gracias, Miguel de Cervantes.

42 Cf. Ciríaco M o r ó n Arroyo: « L a historia del Cautivo y el sentido del Quijote», Iberomania 18 (1989), pp. 91-105.

4 3 Zoraida no está bautizada aún ni casada con el Capitán y ¿qué será del amor de A n a Fé­lix y d o n Gaspar Gregorio?

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