amin maalouf - los jardines de luz, (novela historic a)

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    TTULO ORIGINAL:Les jardins de lumireTRADUCTORA:Mara Concepcin Garca-Lomas

    Primera edicin en El libro de bolsillo: 1994

    Primera reimpresin: 1998

    Primera edicin en rea de conocimiento: Literatura: 2001

    Primera reimpresin: 2002

    Primera edicin en Biblioteca de autor: 2003

    Diseo de cubierta: Alianza Editorial

    Ilustracin:Interior de la Gran Mezquita de Damasco, de Jean Lon

    Grome (1824-1904). Coleccin particular/BridgemanArtLibrary

    Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, queestablece penas de prisin y/o multas, adems de las correspondientes indemnizaciones pordaos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicarenpblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin,interpretacin o ejecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs decualquier medio, sin la preceptiva autorizacin.

    Jean-ClaudeLatts, 1991

    Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1994,1998,2001,2002,2003 Calle Juan Ignacio Luca deTena, 15; 28027 Madrid; telfono 91393 88 88

    www.alianzaeditorial.es

    ISBN: 84-206-5690-9

    Depsito legal: M. 42.793-2003

    Impreso en Fernndez Ciudad, S. L.

    Printed in Spain

    Digitalizacin y correccin por Antiguo.

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    La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.

    Salmos

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    NDICE

    Prlogo ........................................................................................ 5

    1. El palmeral de los Tnicas Blancas ...................................... 15

    2. Del Tigris al Indo .................................................................. 49

    3. Cerca de los reyes ................................................................. 87

    4. El destierro del sabio ........................................................... 120

    Eplogo .................................................................................... 157

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    Prlogo

    Al contrario que el Nilo, que se puede descender llevado por la corriente o remontara vela, el Tigris es un ro de sentido nico. En Mesopotamia, los vientos corren, como lasaguas, de la montaa hacia el mar, nunca hacia tierra adentro, hasta tal punto que lasbarcas, a la ida, deben cargar con asnos y mulas que puedan remolcarlas a la vuelta porlos secos caminos, como bamboleantes y azarados cascarones, hasta su lugar de atraque.

    En el extremo norte, donde nace, el Tigris indmito corre entre las rocas y sloalgunos barqueros armenios se atreven a navegarlo, con los ojos clavados en lasefervescencias de las prfidas aguas. Extraa arteria en la que los navegantes no secruzan, no se adelantan, no intercambian saludos ni consignas. De ah esa impresinembriagadora de navegar solo, sin demonio protector, sin otra escolta que las palmeras delas orillas.

    Luego, al llegar a la ciudad de Ctesifonte, metrpoli del pas de Babel y residenciade los reyes partos, el Tigris se calma, la gente puede acercarse a l sin respeto, ya no esms que un gigantesco brazo fluido que se puede cruzar de una orilla a otra en unos

    serones redondos de fondo plano en los que se amontonan hombres y mercancas y que sehunden hasta la borda y a veces giran como trompos sin que por ello naufraguen,vulgares cestos de junco trenzado que despojan al ro del Diluvio de su imponenteaspecto. Es entonces tan manso que pueden chapotear en l unas siniestras parejasabrazadas: pellejos de animales decapitados, vaciados, recosidos y luego inflados, a losque se aferran cuerpo a cuerpo los nadadores, como para una danza de supervivencia.

    La historia de Mani comienza al alba de la era cristiana, menos de dos siglosdespus de la muerte de Jess. A las orillas del Tigris han quedado rezagados multitud dedioses. Algunos emergieron del Diluvio y de las primeras escrituras, otros vinieron con

    los conquistadores o con los mercaderes. En Ctesifonte, pocos feles reservan susplegarias para un nico dolo, sino que van de templo en templo dependiendo de lascelebraciones. Se acude al sacrificio de Mitra para merecer una parte del festn; luego, ala hora de la siesta, se busca un rincn de sombra en los jardines de Istar y, al final delda, se va a merodear por los alrededores del santuario de Nanai para acechar la llegadade las caravanas; es junto a la Gran Diosa donde los viajeros encuentran refugio parapasar la noche. Los sacerdotes los reciben, les ofrecen agua perfumada y luego les invitana inclinarse ante la estatua de su bienhechora. Aquellos que vienen de lejos pueden dar aNanai el nombre de una divinidad familiar; los griegos la llaman a veces Afrodita, lospersas Anahta, los egipcios Isis, los romanos Venus, y los rabes Allat; para todos es

    madre nutricia y su seno generoso huele a la clida tierra roja regada por el ro eterno.No lejos de all, sobre una colina que domina el puente de Seleucia, se yergue el

    templo de Nabu. Dios del conocimiento, dios de lo escrito, vela por las ciencias ocultas y

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    visibles. Su emblema es un estilete, sus sacerdotes son mdicos y astrlogos y sus fielesdepositan a sus pies tablillas, libros o pergaminos que l acepta ms gustoso quecualquier otra ofrenda. En los gloriosos das de Babilonia, el nombre de este diospreceda al de los soberanos, que por eso se llamaban Nabonasar, Nabopolasar,Nabucodonosor... Hoy, slo los letrados frecuentan el templo de Nabu, el pueblo prefierevenerarle a distancia; cuando la gente pasa por delante de su prtico para acudir anteotras divinidades, apresura el paso lanzando furtivas y temerosas miradas hacia elsantuario, ya que Nabu, dios de los escribas, es tambin el escriba de los dioses, el nicoencargado de inscribir en el libro de la eternidad los hechos pasados y venideros. Algunosancianos, al bordear la pared ocre del templo, se tapan el rostro precipitadamente. QuizNabu haya olvidado que estn an en este mundo, por qu recordrselo?

    Los letrados se ren de los temores de la multitud. Ellos, que aman la sabidura msque el poder o la riqueza, ms incluso que la felicidad, se jactan de venerar a Nabu msque a cualquier otro dios. El mircoles, da consagrado a su dolo, se renen en el recintodel templo. Copistas, negociantes o funcionarios reales forman pequeos corros

    animados y locuaces que deambulan, cada uno segn sus costumbres. Unos toman laavenida central y rodean el santuario para desembocar en el estanque oval donde nadanlos peces sagrados. Otros prefieren la avenida lateral, ms umbra, que lleva al cercadodonde estn encerrados los animales para el sacrificio. De ordinario, gacelas, corderos,pavos reales y cabritos andan sueltos por los jardines; slo permanecen encerradosalgunos toros y dos lobos cautivos; pero la vspera de las ceremonias, los esclavos quedependen del templo renen a los animales para dejar libres las avenidas y prevenir lacaza furtiva.

    Entre los paseantes del mircoles, se reconoce fcilmente a Pattig. Unas piernasenfundadas en un pantaln con forma de tubo, plisado a la moda persa, unos brazosdelgados que revolotean bajo una capa de brocado y, coronando esta silueta endeble,envuelta en colores vivos, una cabeza que parece robada a una estatua de gigante: barbaoscura abundante, rizada como un racimo de uvas, y cabellera espesa y esponjada, sujetaen la frente por una banda de sarga bordada con la insignia de su casta, la de losguerreros, que es slo una reliquia, ya que Pattig no ejerce ya ni la guerra ni la caza. Ensus ojos se ha apagado toda violencia y sus labios estn constantemente agitados por untemblor, como si una pregunta, contenida durante mucho tiempo, se dispusiera a brotar.

    Aunque apenas tiene dieciocho aos, este hijo de la alta nobleza parta estararodeado de una gran consideracin si su mirada no trasluciera un candor infantil que ledespoja de toda majestad. Cmo no recibir con sonrisas condescendientes a aquel queirrumpe ante un desconocido y se presenta en estos trminos: Soy un buscador de laverdad!

    Precisamente con estas palabras se ha dirigido Pattig, este mircoles, a un personajetotalmente vestido de blanco que se mantiene apartado, inclinado sobre el estanque oval,y que lleva en la mano un largo bastn nudoso, rematado por una empuadura colocadade travs que golpetea con un movimiento protector.

    Buscador de la verdad repite el hombre sin burla aparente. Cmo no serloen este siglo en el que tanta devocin se codea con tanta incredulidad!

    El joven parto se siente en terreno amigo.

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    Mi nombre es Pattig. Soy originario de Ecbatana.

    Y yo soy Sittai, de Palmira.

    Tus ropas no son las de la gente de tu ciudad.

    Tus palabras no son las de la gente de tu casta.

    El hombre ha acompaado su rplica con un gesto de irritacin. Pattig, que no hanotado nada, prosigue:

    Palmira! Es verdad que han erigido all un santuario sin estatua, consagrado aldios desconocido?

    El otro deja transcurrir un largo rato antes de responder con evidente desgana:

    Eso dicen.

    As que jams has visitado ese lugar! Sin duda hace mucho tiempo queabandonaste tu ciudad.

    Pero el palmireno se contenta con un carraspeo. Sus rasgos se han endurecido ymira a lo lejos como para divisar a un amigo que se hubiera retrasado. Pattig no insiste.Susurra una palabra de despedida y se une al corro ms prximo sin dejar de vigilar alhombre con el rabillo del ojo.

    Aquel que se ha identificado como Sittai permanece en el mismo lugar, solo, jugueteando con su bastn. Cuando le ofrecen una copa de vino, la toma, aspira superfume y hace ademn de llevrsela a los labios, pero Pattig observa que en cuanto elsirviente se aleja, derrama la bebida al pie de un rbol hasta la ltima gota; cuando lepresentan una brocheta de langostas asadas, la actitud es la misma: comienza por

    rechazarla y, puesto que insisten, toma una y pronto la deja caer por detrs de l,hundindola luego en el suelo de un taconazo antes de inclinarse sobre el estanque paraenjuagarse los dedos.

    Absorto en ese espectculo, Pattig no escucha a sus interlocutores que, irritados, seapartan de l. Slo le distrae la voz de un joven sacerdote clamando que la ceremonia vaa comenzar e invitando a los fieles a apresurarse hacia la gran escalinata que lleva alsantuario. Algunos tienen an en la mano una copa o un vaso y conversan mientrascaminan, pero sus pasos pronto se aceleran, ya que nadie quiere perderse los primerosmomentos de la celebracin.

    Sobre todo, hoy. En efecto, se ha corrido el rumor de que, la vspera, Nabu se habaagitado en su pedestal, seal manifiesta de su deseo de moverse. Hasta parece que sevieron gotas de sudor que le corran por las sienes, la frente y la barba, y que el GranSacerdote le haba prometido de rodillas organizar una procesin ese mircoles a lapuesta del sol. Segn una antigua tradicin, Nabu conduce l mismo sus cortejos; lossacerdotes se contentan con llevarlo, con los brazos estirados, muy alto por encima de suscabezas, y el dios, con imperceptibles empujones, les indica la direccin que debentomar. Algunas veces, les hace ejecutar una danza, otras, un largo trayecto rectilneo queles lleva a un lugar donde exige que se le deposite. Sus menores movimientos son otrostantos orculos que los adivinos tonsurados se comprometen a interpretar; porque el dolo

    habla de cosechas, de guerras y de epidemias, dirigiendo a veces a este o a aquelpersonaje unas seales de alegra o de muerte.

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    Mientras los fieles penetran por grupos en el santuario y el canto de los oficiantes vaganando en amplitud, Sittai, que se ha quedado solo afuera, pasea de un lado a otro por elatrio que lleva desde la gran escalinata a la puerta oriental.

    El sol no es ya ms que una cresta de ladrillo ardiente, lejos, ms all del Tigris; losportadores de antorchas forman un semicrculo en torno al altar, los sacerdotes inciensan

    la estatua de Nabu, los chantres recitan un encantamiento, acompandose de unmontono timbal:

    Nabu, hijo de Marduk, esperamos tus palabras!

    De todas las regiones, hemos venido a contemplarte!

    Cuando preguntamos, eres t quien responde!

    Cuando buscamos refugio, eres t quien protege!

    T eres el que sabe, t eres el que dice!Quin ms que t merece que le sigan?

    Quin ms que t merece nuestras ofrendas?

    Nabu, hijo de Marduk, planeta resplandeciente,

    Grande es tu lugar entre los dioses.

    Nabu sonre a la luz temblorosa de las antorchas, sus ojos parecen clavados en la

    afluencia de fieles, sobre los que reina de pie, con su larga barba que le llega hasta lamitad del pecho, enfundado en una ceida coraza y en su tnica de madera veteada que seensancha formando un pedestal. Se acercan seis sacerdotes, desplazan la estatua y lainstalan sobre unas andas de madera que izan hasta sus hombros y luego ms alto, porencima de sus cabezas. Mientras se forma la procesin, el dios se eleva a cada paso hastaflotar en el aire. Sus porteadores le encuentran muy ligero; con las manos extendidas,apenas le rozan y el dios parece flotar por encima de la multitud que se apretuja congritos de xtasis. Los porteadores giran sobre s mismos, luego dibujan un crculo msamplio antes de dirigirse hacia la salida. Los fieles se apartan.

    Ahora la procesin est fuera, en el pequeo atrio. El dios efecta una corta danza

    alrededor del pozo de las aguas lustrales y avanza hacia la escalinata. En ese momento,un sacerdote tropieza y se esfuerza por recobrar el equilibrio, pero ya el siguiente setambalea a su vez y se desploma. La estatua, sin sujecin, parece saltar hacia lamonumental escalera por la que rueda dando brincos, seguida por las miradas de lamultitud petrificada.

    Por muy guerrero, por muy parto que sea, Pattig no puede contener las lgrimas. Noes el funesto presagio lo que le abruma. Para l se trata de otra cosa: es su fervor el queha sido insultado. Ha querido creer en Nabu; semana tras semana, experimentaba lanecesidad de contemplarle, macizo en su trono, infalible, sin edad, sonriendo a la

    decadencia de los imperios, haciendo caso omiso de las calamidades. Y, bruscamente,esta cada!

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    Sin embargo, se le ocurre una idea que le impide abandonarse a las lamentaciones.Arrodillndose en el lugar del drama, no tarda en descubrir, clavado entre dos losas demrmol, un trozo de bastn. Lo extrae, lo examina y no le cabe la menor duda de que lapunta superior ha sido aserrada. Maldito palmireno!, murmura Pattig que recuerda aSittai pasendose por el atrio, detenindose y clavando su bastn en el suelo antes deretorcerlo y arrancarlo como se hara con una mala hierba. Pattig se levanta y buscaintilmente con los ojos, a su alrededor, al hombre del traje blanco. Malditopalmireno!, refunfua una vez ms, tentado de gritar al asesino, al deicida, delanzar a la exaltada muchedumbre en persecucin del sacrilego.

    Pero los sacerdotes suben ya, llevando con intiles precauciones las piezas rotas dela estatua, un trozo de brazo pegado an al hombro, un mechn de barba colgado de unlbulo de la oreja... La clera de Pattig se transforma en tristeza resignada. Casi lereprocha a Nabu ofrecer semejante espectculo. Se aleja, dispuesto a vagar hasta el albapor los senderos del templo. Por instinto, sus pasos toman de nuevo el camino delestanque oval y, con los ojos an llenos de lgrimas, mira hacia el lugar donde se

    encontraba aquel hombre maldito.All est Sittai. En la misma losa. En la misma postura. Tan blanco como siempre,

    desde el gorro hasta las sandalias, golpeando con la mano la empuadura de un bastnsingularmente corto. Pattig se planta ante l, le coge por la tnica y le zarandea:

    Ay de ti, palmireno! Por qu has hecho eso?

    El hombre no deja traslucir ni sorpresa ni inquietud y tampoco intenta soltarse. Suelocucin es tranquila y firme.

    Si es verdad que Nabu ha guiado los pasos de sus sacerdotes, es l quien les ha

    hecho tropezar. O bien ignoraba, a pesar de su omnisciencia, que yo haba roto mibastn en aquel lugar?

    Por qu le guardas rencor al dios Nabu? Te ha castigado de alguna manera?Se ha negado a salvar a un hijo enfermo?

    Guardar rencor a esa viga esculpida? No puede ni afligir ni curar. Qu podrahacer Nabu por ti o por m si no puede hacer nada por l mismo?

    Y ahora blasfemas! No respetas la divinidad?

    El dios que yo adoro no se cae, no se rompe, no teme ni mi bastn ni mis

    sarcasmos. Slo l merece un fervor como el tuyo.Cul es su nombre?

    Es l quien da los nombres a los seres y a las cosas.

    Y por l has roto la estatua?

    No, la he roto por ti, hombre de Ecbatana. T que buscas la verdad, la esperasan de la boca de Nabu?

    Pattig abandona la lucha y con aire ausente va a sentarse, ya vencido, en el bordedel estanque. Sittai avanza hacia l y le pone la mano abierta sobre la cabeza. Un gesto de

    posesin al que acompaan estas palabras:

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    La verdad es una amante exigente, Pattig, no tolera ninguna infidelidad; a ella ledebes toda tu devocin, todos los momentos de tu vida son suyos. Es realmente laverdad lo que buscas?

    Nada ms que eso!

    La deseas hasta el punto de abandonar todo por ella?

    Todo.

    Y si fuera a ti a quien se le pidiera maana romper un dolo, lo haras?

    Pattig se sobresalta y se echa atrs.

    Por qu tendra que ofender a Nabu? En este templo me han recibido como a unhermano, he compartido su vino y su carne y, a veces, alrededor de este estanque, lasmujeres me han abierto los brazos.

    A partir de este da, no bebers vino, no volvers a comer carne y no te acercars

    a ninguna mujer.A ninguna mujer? He dejado una esposa en mi pueblo de Mardino!

    Es una splica, Pattig est desconcertado, pero Sittai no le deja un instante derespiro:

    Tendrs que abandonarla.

    Va a dar a luz dentro de unas semanas. Estoy impaciente por ver a mi primerhijo! Qu padre sera si los abandonara?

    Pattig, si realmente es la verdad lo que buscas, no la encontrars en el abrazo de

    una mujer ni en los vagidos de un recin nacido. Ya te lo he dicho, la verdad es exigente;la deseas an o has renunciado ya a ella?

    * * *

    Cuando, corriendo a su encuentro hasta el camino alto se lanza a su cuello, jadeante,y l la rechaza framente con las dos manos, Mariam se dice que su marido, por pudor, noquiere que el extranjero que le acompaa sea testigo de sus efusiones.

    Con todo, se siente un poco herida, pero se guarda de demostrarlo y ordena quelleven a los dos hombres unos lebrillos de agua y toallas para que puedan lavarse el polvode los caminos. Ella se escabulle tras una colgadura. Cuando reaparece, una hora mstarde, es un verdadero festn lo que lleva a la terraza. Mientras ella avanza con lasprimicias, dos copas del mejor vino de la tierra de Mardino, un sirviente la sigue cargadocon una gran bandeja de cobre donde se superponen platos y escudillas. Totalmenteconcentrado en escuchar al hombre de blanco que le habla a media voz, Pattig no les haodo acercarse.

    Mariam hace seas al sirviente de que no haga ningn ruido al colocar los manjares

    sobre la mesa baja. Si dos platos se entrechocan, esboza una mueca, pero inmediatamentese tranquiliza con el espectculo de esas golosinas a las que Pattig es tan aficionado:yemas de huevo duro rematadas con una gota de miel, lonchas finas de faisn con pur de

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    dtiles... Los das en que su hombre va a Ctesifonte, Mariam ocupa as su tiempo,ingenindose en prepararle los ms sabrosos manjares; de esa manera, l tendr siempreprisa por volver, y si est con amigos, antes que ir a una taberna descuidando susobligaciones, los traer orgullosamente a su casa, seguro de que all estarn mejoratendidos que los comensales de un rey.

    Despus de una ltima ojeada para verificar que todo est en su sitio, Mariam va asentarse en un cojn al otro extremo de la habitacin. A veces, cuando su marido estsolo, cena con l; nunca cuando tiene invitados, pero apenas se aleja, preocupada encomprobar a cada instante que a los comensales no les falte de nada.

    Transcurren unos largos minutos. Absortos en su charla, Pattig y Sittai no hantendido an la mano hacia la mesa. Se han dado cuenta siquiera del festn que se lesofrece? Han olido el aroma que invade la terraza? Mariam se apena en silencio. Aunquese hubieran parado en el camino para comer, deberan al menos, por pura cortesa, tomaruna albndiga, una aceituna, un sorbito de esas copas que ha colocado justo delante deellos.

    Pero ahora el invitado saca de debajo de su tnica una especie de chal que extiendesobre sus rodillas, extrae de l un pan negruzco, lo parte y se lleva un trozo a la boca.Mariam contiene la respiracin. As que ese individuo desdea todo lo que ella hapreparado para mordisquear un vulgar pedazo de pan! Y eso no es todo. Ahora desenrollams el chal, saca de l dos pequeos pepinos arrugados y los moja en una garrafa de aguaantes de darle uno a su anfitrin. Pattig, visiblemente azarado, se queda con la hortalizaen la mano, pero el palmireno mastica la suya ostensiblemente.

    No pudiendo aguantar ms, Mariam se acerca al extrao personaje.

    Hay algo en esta comida que incomode a nuestro invitado?El hombre no dice nada y aparta la mirada. Pattig interviene:

    Nuestro husped no puede comer estos alimentos.

    Mariam contempla la mesa con desolacin.

    De qu alimentos hablas? Hay aqu tantas cosas diferentes. Platos cocinados conaceite, otros con grasa, otros asados o cocidos, carnes, verduras crudas e incluso pepinos.Nuestro invitado no puede tocar nada de todo esto?

    No insistas, Mariam, vete, ests importunando a nuestro husped.

    Y t, Pattig, no tienes hambre despus de haber caminado?

    Con un movimiento de la mano, su marido repite el mismo gesto de alejamiento quehizo al llegar y aade:

    Llvate todo esto, Mariam, ni l ni yo tenemos hambre, no deseamos ningnalimento. No puedes dejarnos solos?

    Mariam no ha esperado a salir de la habitacin para estallar en sollozos. Corre haciasu cuarto sujetndose el vientre como si ste fuera a rodar a sus pies. La anciana Utakim,su sirvienta, su nica amiga, que se ha apresurado a reunirse con ella, la encuentra

    sentada en el suelo aturdida, respirando agitada y quejumbrosamente.

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    Entonces es verdad lo que dicen de los hombres; basta un maleficio, unencuentro, un elixir, para que su amor aparezca, para que su amor se vaya!

    Utakim ha visto nacer a Mariam. Cuando su madre muri de parto, fue ella quien laamamant, y la vspera de su boda, fue ella quien la visti y la maquill. Quin mejorque ella podra consolarla?

    Ya conoces a tu hombre; en cuanto una idea le preocupa, se olvida de comer,comienza a palidecer, a adelgazar, como si estuviera enamorado. Acaso no sabes que esas? Hoy tiene a ese visitante y se alimenta de sus palabras, pero maana lo habrolvidado y ser de nuevo un amante insistente, un padre impaciente. As es como siempreha sido y as es como lo has amado.

    Sus ojos, Utakim, t no has visto sus ojos! Por lo general, me basta con que secrucen con los mos un instante para olvidar dolores e inquietudes. Si sus ojos mehubieran hablado, habra ignorado las palabras de su boca y los gestos de sus manos. Peroesta noche, sus ojos no me han dicho nada.

    Utakim la reprende con desenvoltura:

    No sabes que un hombre nunca es carioso en presencia de un extrao? Elhusped se ir pronto a dormir y nuestro seor vendr a reunirse contigo. Vamos,djame deshacerte las trenzas!

    Mariam se abandona a las manos que no han cesado de acunarla. La noche estcayendo y su hombre vendr. Jams en el pasado abandon su lecho. La muchacha se harecostado apoyando la cabeza en un cojn y los pies descalzos en otro ms alto. Utakim sesienta justo al borde de un cofre situado a su cabecera y toma entre sus manos los dedosde su seora, que acaricia lentamente y se lleva a los labios de cuando en cuando. Su

    mirada llena de amor envuelve el rostro rosceo enmarcado por una cabellera con reflejosmalva. Deseara decirle: Te conozco bien, Mariam. Tienes las manos lisas de las hijasde los reyes y el corazn frgil de aquellas a las que un padre ha amado demasiado.Cuando eras nia, te rodearon de juguetes; ya nbil, te cubrieron de joyas y te entregaronal hombre que habas elegido. Luego, viniste a vivir a esta tierra de abundancia y tumarido te cogi de la mano. Como el primer da, caminis juntos por los huertos que ospertenecen donde, cada estacin, hay mil frutos que recoger. Y tu vientre lleva ya al hijo.Pobre nia, vives tan feliz desde hace tanto tiempo que te basta con sospechar en los ojosde tu hombre la menor ausencia, el alejamiento ms pasajero, para perder pie y que a tualrededor el mundo se ensombrezca.

    Utakim dibuja de nuevo con los dos pulgares las cejas sudorosas de la que, paraella, ser siempre una nia, y Mariam, que comenzaba a adormecerse, abre los ojos eimplora a la sirvienta, que se va a buscar noticias.

    Estn hablando, no paran de hablar. O ms bien, es el visitante quien diserta ynuestro seor evita interrumpirle.

    Si Mariam no hubiera tenido la mente tan ofuscada, habra descubierto en la voz deUtakim el temblor de la mentira. Era verdad que la sirvienta haba odo un rumor deconversacin, pero los dos hombres no estaban ya en la terraza y Pattig haba ordenado

    que le extendieran una estera en la habitacin de los invitados para pasar all la noche.A su vez, Utakim est tan preocupada que no puede conciliar el sueo, pero finge

    que duerme, una vieja treta de nodriza que daba muy buenos resultados cuando Mariam

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    era nia y que sigue siendo eficaz. Verdad es que, por muy esposa y futura madre quesea, su seora apenas tiene ms de catorce aos. Muy pronto, su respiracin se hace mslenta, ms reguiar, aunque, de cuando en cuando, un hipido hace recordar que la nia seha dormido desconsolada.

    El aceite de la lmpara colgada de la pared acaba de consumirse, cuando Mariam se

    incorpora de un salto.Mi hijo! Me han quitado a mi hijo!

    Grita y se agarra con rabia a las sbanas. Utakim la sujeta firmemente por loshombros.

    Has tenido una pesadilla, Mariam! Nadie te ha quitado a tu hijo, est ah en tuvientre, bien protegido y no sabemos si ser un hijo o una hija.

    Mariam no se tranquiliza.

    Se me ha aparecido un ngel. Volaba y zumbaba como una enorme liblula y

    luego se pos delante de m. Cuando quise huir, me dijo que no tuviera miedo y, por otraparte, pareca tan dulce que le dej que se me acercara. De pronto, como un relmpago,extendi unas manos que parecan garras y me arrebat el hijo de mis entraas para volarcon l hacia el cielo, tan alto que pronto dej de divisarlos.

    Utakim no encuentra ya palabras que la consuelen. Sabe que un sueo jams esinofensivo y se promete ir a interrogar sobre su presagio a los ancianos de la regin.

    Por un tragaluz enrejado entra la primera claridad del da. Mariam solloza. Suhombre no ha venido. La sirvienta se levanta y con paso decidido entra en la habitacinde los invitados. Sittai, ya despierto, reza de rodillas; Pattig duerme. La mujer le

    zarandea, simulando que est enloquecida:Mi seora se siente mal! Te necesita!

    An con cara de sueo, Pattig corre junto a la esposa que, al verle, se abandona alllanto.

    He tenido un sueo horrible, te llam y no viniste.

    No he odo nada.

    Pattig, por qu te siento tan lejano? Por qu me huyes?

    Si bien con la espontaneidad del despertar Pattig se ha precipitado a la cabecera dellecho de su mujer, al recobrar la conciencia recupera toda su frialdad de la vspera. Se veclaramente que est a disgusto en la habitacin de Mariam y, de pronto, evita sentarse enel lecho, su propio lecho nupcial, incapaz de apartar la mirada de la puerta, como sitemiera ver aparecer a su censor. Y a los reproches de su esposa, se vuelve ms duro.

    Cuando se recibe a un husped dice,se debe permanecer a su lado, no losabes?

    Quin es ese hombre? Me da miedo.

    Te dara menos miedo si fueras capaz de acoger sus palabras de sabidura.De qu palabras se trata? Ese hombre no me ha hablado ni una sola vez!

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    Una mujer no puede comprender lo que dice.

    Qu dice tan importante?

    Me habla de su dios, el dios nico; ha prometido conducirme hacia l, pero debomerecerlo, expiar mis aos de idolatra. No volver a comer la comida de los impos, novolver a beber vino, ni jams me tender junto a una mujer. Ni t ni ninguna otra.

    Yo no soy un alimento ni una bebida! Yo soy la madre de tu hijo. No decastambin que yo era tu compaera, tu amiga? Debo yo igualmente abandonar a todos loshumanos para vivir como un ermitao?

    Yo vivir en una comunidad de creyentes donde slo hay hombres. No se admitea ninguna mujer.

    Ni siquiera a tu esposa?

    Ni siquiera a ti, Mariam. Es un dios exigente.

    Quin es, pues, ese dios celoso de una mujer?Ese dios es mi dios, y si quieres blasfemar me ir de aqu al instante y no me

    volvers a ver!

    Perdname, Pattig.

    Sus ardientes lgrimas de nia se deslizan en silencio, su alma est vaca de todaespera; tmidamente, pone la cabeza sobre el brazo del hombre, con dulzura, sin apoyar,hacindose tan ligera como un mechn de sus cabellos. Revivir alguna vez con elesposo esos momentos de paz en los que el calor es frescor, la transpiracin es perfume yel despertar es olvido? Con una mano an torpe, pero ya enternecida, Pattig le acaricia los

    cabellos; en el silencio y la penumbra, vuelve a encontrar los gestos de cario que sonnaturales en l; de sus ojos se escapan tambin algunas lgrimas.

    Entretanto, a travs de la puerta que ha quedado abierta, llega la voz de Sittai, quien,una vez terminado su rezo, reclama a su anfitrin.

    Pattig!le llama, tenemos que partir, hay todava un largo camino.

    No debera el esposo maldecir al importuno? No, es a Mariam a quien rechaza conbrusquedad y corre ya sin volver la cabeza.

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    1. El palmeral de los Tnicas Blancas

    En medio de los hombres he caminado con sabidura y astucia...

    MANI

    Uno

    El hijo que Mariam esperaba era Mani.

    Dicen que naci en el ao 527 de los astrnomos de Babel, el octavo da del mes deNisan segn la era cristiana el 14 de abril del 216, un domingo. En Ctesifontereinaba Artabn, el ltimo soberano parto, y en Roma gobernaba despticamenteCaracalla.

    Su padre haba partido ya, no muy lejos por el camino, pero hacia un mundo extrao

    y cerrado. Ro abajo de Mardino, a dos jornadas de marcha a lo largo del gran canalexcavado por los antiguos al este del Tigris, se encontraba el palmeral donde Sittaireinaba como maestro y gua. All vivan unos sesenta hombres de todas las edades, detodos los orgenes, hombres de ritos exagerados que la historia habra ignorado si sucamino no se hubiera cruzado un da con el de Mani. A imitacin de otras comunidadessurgidas en aquel tiempo a orillas del Tigris y tambin del Orontes, del Eufrates o delJordn, se proclamaban cristianos y a la vez judos, pero los nicos verdaderos cristianosy los nicos verdaderos judos. Tambin predecan que el fin del mundo estaba prximo.Sin duda alguna, cierto mundo se mora...

    En la lengua del pas se llamaban Hall Hewar, palabras armenias que

    significaban Tnicas Blancas.Esos hombres haban elegido la proximidad del agua, ya que esperaban de ella

    pureza y salvacin, e invocaban a Juan Bautista, a Adn, a Jess de Nazaret y a Toms, alque consideraban su gemelo, pero ms que a ninguno, a un oscuro profeta llamadoElcesai del que procedan su libro santo y sus enseanzas: Hombres, desconfiad delfuego, no es ms que decepcin y engao, lo veis cerca cuando est lejos, lo veis lejoscuando est cerca, el fuego es magia y alquimia, es sangre y tortura. No os reunis entorno a los altares en los que se eleva el fuego de los sacrificios, alejaos de aquellos quedegellan a las criaturas creyendo que agradan al Creador, separaos de los que inmolan y

    matan. Huid de la apariencia del fuego, antes bien, seguid el camino del agua porque todolo que ella toca encuentra de nuevo su pureza primera y toda vida nace de ella. Si unanimal daino muerde a alguno de vosotros, que se apresure hacia el curso de agua ms

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    cercano y se meta en l invocando con confianza el nombre del Altsimo; si alguno devosotros est enfermo, que se sumerja siete veces en el ro y la fiebre se disolver en lafrescura del agua.

    Al da siguiente a su llegada al palmeral, Pattig fue conducido en procesin hacia el

    recinto de los bautismos. Toda la comunidad lo acompaaba. Haba algunos nios, muypocos, algunas cabezas canas, pero la mayora pareca tener entre veinte y treinta aos.Todos se haban acercado al recin llegado para mirarle de hito en hito y salmodiar por lun fragmento de oracin.

    A una seal de Sittai, Pattig se haba introducido totalmente vestido en el agua delcanal, hundindose en ella hasta la frente, y luego, incorporndose, se haba quitado una auna sus prendas de ropa, adornos del tiempo de impiedad, de los que se habadesprendido con repugnancia, esperando que una corriente dcil se los llevara. Mientrasse elevaba un canto, el hombre, que se haba visto delgado y desnudo ante tantos ojos

    escrutadores, intentaba cubrirse con las dos manos temblorosas, pues si bien el sol deprimavera calentaba ya, el agua del Tigris guardaba an fresco el recuerdo de las nievesdel Tauro.

    Pero esto no era ms que una primera prueba. Tena que sumergirse en el canal unasegunda vez y luego dejar que le cortaran la barba y los cabellos, antes de que le metieranla cabeza bajo la superficie del agua una ltima vez, mientras resonaban estas palabras:El hombre antiguo acaba de morir, el hombre nuevo acaba de nacer bautizado tres vecesen el agua purificadora. Bienvenido seas entre tus hermanos. Mientras vivas, guarda estoen tu memoria: nuestra comunidad es como el olivo. El ignorante coge su fruto y lomuerde; al encontrarlo amargo, lo tira lejos. Pero ese mismo fruto, cogido por el iniciado,maduro y tratado, revelar un sabor exquisito y proporcionar, adems, aceite y luz. Ases nuestra religin. Si te acobardas al primer sabor de amargura, jams alcanzars laSalvacin.

    Pattig haba escuchado con contricin, haba pasado la mano sin pesar por suscabellos rapados y por el resto de su barba y se haba prometido volver la espalda a suvida pasada y someterse sin un estremecimiento de duda a las reglas de la comunidad.Saba, sin embargo, que en el palmeral el tiempo no era ms que una serie deobligaciones. Primero la oracin, el canto y los actos rituales, bautismos cotidianos,discretos o solemnes, aspersiones y abluciones diversas, ya que la menor mcula, real o

    supuesta, era un pretexto para renovadas purificaciones; luego vena el estudio de lostextos sagrados, el Evangelio segn Toms, el Evangelio segn Felipe o el Apocalipsis dePedro, reledos y comentados cien veces por Sittai y copiados incansablemente poraquellos hermanos que se distinguan por la mejor caligrafa; a estas obligaciones, queenardecan el fervor de Pattig y su insaciable curiosidad, se aadan otras que no eran enmodo alguno de su agrado.

    En efecto, los Tnicas Blancas se jactaban de tener las tierras mejor cuidadas y lasms fecundas de los alrededores, que les proporcionaban su alimento as como unabundante excedente que ellos iban a vender a las localidades vecinas. A Pattig lehorrorizaba esta ltima actividad: partir por la maana temprano con un cargamento demelones o de calabazas, extender la mercanca en la plaza de un pueblo, esperar a plenosol a algn cliente tioso, soportar mil chirigotas... Cmo podra soportarlo ese hijo de

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    Dime, Utakim, ha dado a luz tu seora?

    No pensars que ha estado embarazada trece meses!

    Los compaeros de Pattig sonrieron, pero l se limitaba a formular sus preguntas:

    Es un nio?

    S, un hermoso nio hambriento y gritn.Al evocar al recin nacido, el semblante de la sirvienta se ilumin con una sbita

    jovialidad que Pattig no se dign tomar en cuenta.

    Le han dado ya un nombre?

    Se llama Mani, como lo habas decidido.

    Di a tu seora que vendr a buscar a mi hijo cuando est destetado.

    Una vez entregado su mensaje, le dio la espalda para partir con gestos de sonmbulo

    cuando Utakim grit:Sabes siquiera si mi seora ha sobrevivido?

    El efecto fue inmediato. Pattig se sobresalt y volvi sobre sus pasos, visiblementecontrariado de no poder terminar su misin como lo haba proyectado; tuvo queviolentarse para articular:

    Mariam se encuentra bien?

    Fue entonces cuando Utakim, a su vez, se dio la vuelta con el rostro sbitamenteensombrecido. Sin una palabra ms, se dirigi arrastrando los pies hacia la casa, mientras

    Pattig se agitaba, la llamaba, la conminaba a detenerse, a responderle. Pero la sirvienta sehaba vuelto sorda. l dud, consult con la mirada a sus dos compaeros que, inquietospor el cariz que estaban tomando los acontecimientos, le aconsejaron que se fuera. Perocmo poda hacerlo? Necesitaba saber lo que pasaba. Cruz la valla y se precipit haciala casa como si sta hubiera vuelto a ser suya.

    En ese momento, Mariam, que estaba ocupada en la huerta detrs de las cocinas,apareci poniendo las manos a modo de bocina; Utakim, trastornada, le hizo seas congestos desesperados de que se callara, que desapareciera. Quera que Pattig penetrara enla casa, que escapara por un momento de sus guardianes, pero Mariam no la vio ycomenz a gritar el nombre de su marido al que crea de regreso. Pattig, tranquilizado al

    saber que estaba con vida y sin preguntar nada ms, huy para reunirse con sushermanos.

    Se alejaron los tres, recogindose los faldones de sus tres tnicas blancas. Mariamsupo que ya no podra alcanzarlos.

    En medio de la tormenta que desde ese momento la arrastraba, la joven madre nosaba a qu dios encomendarse, aunque exclua, de entrada, el de Sittai. Deba llevarse asu hijo lejos de all, hacia Media, su patria de origen? Pero en qu casa vivira? Su padre

    haba muerto y sus hermanos se haban repartido sus posesiones. Pensando con sensatez,ella no poda abandonar su propiedad, sus tierras, sus sirvientes, renunciar a todaesperanza de recuperar a su esposo, para ir a vagar por los caminos en busca de aquel o

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    aquella que tuviera a bien acogerla. Qu hacer, entonces? Amamantar a su hijo,esperando que un padre imprevisible viniera a arrebatrselo para siempre?

    Esos tiempos de angustia para Mariam eran tambin tiempos de desolacin paraMesopotamia. Sin embargo, aquel ao se haba hablado de paz entre romanos y partos. Elemperador Caracalla haba pedido, incluso, la mano de la hija de Altaban, quien haba

    aceptado. Deban unirse en una ceremonia en Ctesifonte, en el templo de Mitra, la nicadivinidad venerada con igual devocin por los dos soberanos. La ciudad se dispona,pues, a festejar la paz y la boda.

    As pues, Caracalla lleg un da, vestido con su larga blusa gala, estrechamentevigilado por sus pretorianos y seguido por sus falanges. Pero apenas haban cruzado elpuente de Seleucia cuando reson un grito entre sus filas. Era la seal convenida para quecada romano se lanzara, blandiendo el sable, sobre el parto ms cercano. Los hijos de lanobleza, adornados con afeites y enfundados en sus trajes de gala, fueron masacrados;entre ellos haba varios miembros del clan Kamsaragn al cual perteneca Mariam.Luego, les lleg el turno a los ciudadanos, hombres, mujeres y nios, que se habancongregado para ser testigos de ese memorable encuentro. Los romanos saquearon eincendiaron palacios y templos, el de Nabu el primero, como para cumplir el funestoorculo de la estatua.

    Dicen que fue entonces cuando Artabn y los jefes de las siete grandes familiasreunieron a sus tropas en el parque de Aspanabr, a fin de repeler a los invasores. Peropara qu? No se trataba de una invasin, era un simple golpe de mano, muy del estilo deCaracalla. Al cabo de una hora, los romanos abandonaron la ciudad para ir a reunirse conel grueso de sus tropas que estaban acampadas en el exterior de las murallas, alrededordel desfiladero de Mahoz. Los Inmortales, el cuerpo de lite, hubiera querido lanzarse en

    su persecucin, pero Artabn los contuvo, temiendo una emboscada, persuadido de que laaccin de Caracalla no tena otro objetivo que excitar al ejrcito parto para que saliera dela ciudad y terminara aniquilado.

    Al cabo de tres das, decepcionados, sin duda, porque el enfrentamiento no habatenido lugar, los romanos comenzaron su venganza. Durante semanas y meses, en eltranscurso del primer ao de la vida de Mani, el huracn Caracalla devast Mesopotamia,destrozando los sarcfagos de los antiguos reyes, quemando los campos de trigo,arrancando las vides y decapitando campesinos y palmeras.

    Fue un milagro que Mani se salvara. Las tropas romanas haban llegado a los lmites

    del pueblo y Mariam se haba encerrado en la casa con su hijo, con Utakim, con sussirvientes y algunos campesinos esclavos. Esperaban lo inevitable, pero lo inevitable sealej. Un da corri el rumor, propagado no se sabe cmo a travs de las desiertascallejuelas: Caracalla haba muerto, asesinado en Harrn, al norte de Mesopotamia, porsus propios soldados. De Roma a Ctesifonte, el crimen fue acogido sin desbordamientosde tristeza.

    A lo largo de aquel ao de tormenta, Pattig no volvi jams a pisar la tierra deMardino, nunca fue a buscar noticias. Slo reapareci mucho ms tarde, cuando Mani

    acababa de cumplir cuatro aos. Como la vez anterior, se present con dos hermanosguardianes y, como la vez anterior, permaneci al otro lado de la verja.

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    Utakim! He venido a buscar a mi hijo.

    La sirvienta no se mostr acogedora. Apoyada en la puerta, le habl de lejos, desdela otra punta del pequeo patio, con la voz potente de la gente de campo.

    Mariam est dndole el pecho. Puedes esperar fuera, a menos que quieras entrarpara verlos.

    Slo de pensar en encontrarse ante su mujer medio desnuda, Pattig enrojeci ydirigi hacia sus compaeros una mirada forzada, como para disculparse, intentandodisimular.

    No voy a entrar, Utakim, no vale la pena. Crees que va a amamantarle durantemucho tiempo?

    Tu mujer acaba de ponerle al pecho y cuando ste se agote le dar el otro.Tardar un rato.

    No estoy hablando slo de hoy se impacient Pattig. El nio est entrando

    en su cuarto ao y quiero saber cunto tiempo ms le va a alimentar as.

    Ven a preguntrselo, entra! En este momento no puede levantarse, pero nada leimpide hablarte.

    No he venido para entrar en esta casa. No podras responderme t misma?Tambin t amamantaste en tu juventud!

    He visto amamantar a decenas de madres y no he conocido dos que sean iguales.Algunas tienen tan poca leche que su hijo deja el pecho sin haberse saciado; otrasamamantan durante aos cuatro nios a la vez. Mariam es de formas generosas, sus senos

    son grandes y de una blancura resplandeciente. No se le va a agotar la leche tan pronto.Pero algn da habr que destetar al nio!

    Tienes razn, seor, no sera bueno para l mamar demasiado tiempo; habr quedestetarle antes del Noruz.

    Del prximo Noruz? Pero si la fiesta acaba de pasar! Tendr que esperartodava un ao!

    Es posible que Mani est destetado antes, pero para qu hacer diez viajesintiles? Si vienes para el Noruz, el nio estar vestido para partir y sus cosas preparadas.

    Prometido.Cuando Pattig apenas se haba alejado, internndose por el camino alto a la sombra

    de los almendros de ramas nevadas de ptalos, los hermanos le abrumaron a crticas:

    Muy ingenuo debes de ser para dejarte engaar as por esa vieja bruja descalza.Hemos soportado dos largas jornadas a pleno sol, tenemos ante nosotros otras dos deregreso y t dejas que te despidan con unas cuantas palabras melosas. Qu dir marSittai, nuestro padre? Aun cuando hubiramos tenido que esperar, deberas al menoshaber insistido para ver al nio. Aunque slo fuera para asegurarte de que an est aqu!

    Demasiado afectado para mantenerse firme en cualquier decisin, Pattig consinti

    en volver sobre sus pasos. En el pequeo patio, en el mismo lugar donde Utakim habaestado apoyada, Mariam estaba sentada sobre una losa, con un tupido abanico de mentafresca entre las manos, del que separaba las briznas muertas.

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    Los hermanos se rean sarcsticamente cada vez ms. Pattig se senta humillado.

    As que Utakim se ha burlado de m.

    Mariam enrojeci.

    Estaba amamantando a tu hijo. Acaba de terminar.

    Cuando llegu, acababa de empezar y haba para largo; apenas he vuelto laespalda y ya ha acabado, t has cogido esa menta y has expurgado la mitad. Podra almenos ver a mi hijo?

    Mariam se apresur a llamar a Mani y ste hizo irrupcin en el marco de la puerta,donde se qued inmvil, observando y dejndose observar. Ciertamente, en su rostro sepodan descubrir los rasgos finos, esbozados, tan propios de los rostros de nios. Sinembargo, lo primero que se vea en l eran las cejas, anchas y negras, que se juntaban yse arqueaban para formar, por encima de la nariz, como una tercera ceja; luego, lamirada, franca, directa, pero rebosante de emociones contenidas y de infinitas preguntas.

    Y cuando, despus de algunos instantes, avanz en direccin a los desconocidos, lohizo arrastrando una pierna, la pierna derecha, no como una rama muerta, sino de formamajestuosa, como se arrastrara por detrs un vestido de ceremonia.

    Cojeacomprob Pattig con un tono un poco acusador.

    Naci con esa pierna torcida, cojear toda su vida. Lo quieres an?

    Adivinando toda la rabia que su madre dejaba traslucir en sus palabras, el niovolvi a acurrucarse contra ella, antes de sealar con el dedo a Pattig balbuceando:

    Calacalacala.

    Qu dice?

    Caracalla! Con este nombre se asusta a los nios en Mardino cuando no est supadre para hacerles obedecer. Si se niegan a dormir o a comer, si se alejan demasiado dela casa o si ensucian las sbanas, Caracalla vendr a degollarlos. Como degoll a misprimos, como estuvo a punto de degollarnos a todos aqu, grandes y chicos, apenas hacedos aos.

    Ignoraba que los romanos hubieran llegado hasta Mardino.

    En qu mundo vives, Pattig?

    En un mundo sin fuego ni guerra.

    Y aadi, de nuevo impasible:

    Es en ese mundo donde va a crecer Mani.

    Y yo, Pattig, en qu mundo voy a vivir sin mi marido y sin mi hijo?

    Ten confianza en los designios de Dios y no retengas ms a este nio. Dmelo,soy su padre y me pertenece.

    Se acercaba para coger al nio cuando Mariam comenz a temblar. Utakim vino

    corriendo.Me prometiste volver a buscarle en el prximo Noruz.

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    T que me has mentido y engaado cmo te atreves a hablarme de promesas?

    Te lo suplico, Pattig sollozaba Mariam. All donde vives no encontrars unanodriza para amamantarle; djamelo an estos pocos meses. No vas a tenerlo t toda lavida?

    Los compaeros de Pattig le ordenaban que se llevara a su hijo sin tardanza, pero l

    flaque de nuevo frente a las lgrimas de una mujer a la que ya haba hecho sufrir tanto,frente a la mirada asustada de un nio que le tomaba por un monstruo sanguinario.

    A su regreso al palmeral, el culpable fue convocado por Sittai, que le ordenescuchar de rodillas lo que tema que decirle:

    Si te encargu esa misin fue porque te crea el ms capaz para llevarla a cabo.Pero no te engaes, Pattig, has de saber que ese hijo ya no es tuyo, pertenece a nuestracomunidad, pertenece a Dios, si no, por qu l le hizo venir al mundo justo cuando

    abandonabas a tu mujer y tu casa? No ves en ello una seal, un mandamiento delAltsimo? He tomado ya una decisin: no volvers a Mardino, ser yo quien traiga alnio. Maana me pondr en camino. Me acompaarn doce hermanos y no perder eltiempo parlamentando con mujeres.

    Dos

    Sin duda, Mani debi de resistirse el da en que los Tnicas Blancas fueron arecogerle. Sin duda hasta gritara, cuando le sumergieron tres veces en el agua del canal yle arrancaron la ropa, pero a pesar de su tierna edad, tuvo que conformarse con su ley,llevar la tnica blanca, comer su comida, esbozar sus gestos e imitar sus rezos. Muypronto, el nio no supo ya quin era, ni por qu milagro haba ido a parar en medio deaquellos extraos.

    No volvera a ver a su madre y, durante aos, ni siquiera oira hablar de ella. Y sepuede decir que vivi con su padre? Se trataban, como lo hacan todos los hermanosdel palmeral, pero Mani no era hijo de nadie, era hijo de la comunidad. Slo poda llamarpadre a Sittai, slo a l deba obedecer, igual que Pattig le llamaba padre y leobedeca.

    Obedecer, someterse, arrodillarse... el nio no poda hacer otra cosa. Sin embargo,desde el primer instante de su secuestro, algo en l sigui siendo rebelde. Como un jirnde alma refractario.

    En el anodino paisaje de los devotos, qu otra guarida puede haber si no es lasoledad? Mani aprendi pronto a conquistarla, a cultivarla, a defenderla contra todos. Sebusc un espacio de descanso separado de la comunidad, un reino de nio que ningn piede hombre pisaba, al que acuda en cuanto le era posible. Era un lugar donde el canal delTigris serpenteaba por en medio de una hilera de palmeras, algunas de las cuales crecan

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    rectas, muy juntas, formando una apretada media luna, y otras se inclinaban sobre el aguacomo para beber. Haba que atreverse a saltarlas y, entonces, se encontraba uno en unapennsula de aromas y de sombra, pero de una sombra que no ahuyenta la luz, sino que,por el contrario, la aspira, la filtra y la destila, para prodigarla a aquellos que sabenrecibirla. All, Mani se sentaba o se tenda, lloraba, exultaba o soaba. Y a menudohablaba solo, a voz en grito, sin miedo de descubrirse.

    Pero esos momentos eran escasos, ya que en el palmeral jams haba tiempo libre.Se viva siempre entre dos ritos, entre dos trabajos. Constantemente, Mani tena quealejarse con pena de su refugio para ir a mezclarse sin placer con la multitud informe delos Tnicas Blancas. De todos aquellos hombres que se llamaban hermanos, ningunohaba sabido ser un amigo. A los ojos asustados del nio, haban seguido siendo, duranteocho aos, diferentes carceleros que se vestan sin alegra y hablaban con brusquedad; ysi Mani imitaba devotamente sus ritos hasta tal punto que pareca idntico a ellos, eraporque haba probado los castigos que Sittai infliga a la menor falta, tanto a los mayorescomo a los pequeos: ayunos obligatorios, flagelacin, acarreo de agua en barricas

    desbordantes o interminables letanas de arrepentimiento.A veces, la penitencia era menos comn, lo cual significaba una ocasin para

    sonrer o rer a carcajadas, una ocasin muy apreciada por los hermanos, como cuandoel viejo Simen, culpable de haber proferido reniegos obscenos, fue condenado a trepar auna palmera y quedarse agarrado a ella, a la espera de que Sittai le autorizara a bajar.

    Pero la vctima ms asidua de ese humor provocado por las penitencias seguasiendo Maleo, un tirio, el ms barrign de los hermanos y el ms joven, exceptuando aMani. Era incluso ms nuevo en la comunidad que este ltimo. Su padre, un mercader deapariencia prspera, haba llegado inopinadamente al palmeral tres aos antes, sin que, a

    decir verdad, se supieran los verdaderos motivos de tan repentina fe. Se rumoreentonces que acababa de sufrir reveses de fortuna, que haba perdido familia y bienes yque, acosado por los acreedores, haba buscado refugio en aquel lugar para ocultar susdesgracias y conseguir que le olvidaran. Al cabo de algunos meses, muri ahogado; sinduda, haba perdido el deseo de vivir. De este modo, Maleo se convirti, como Mani, enhijo de nadie.

    Con la diferencia, sin embargo, de que Mani haba abandonado Mardino demasiadojoven, de que haban transcurrido demasiados aos desde su infantil plenitud, vivida entreMariam y Utakim, das felices que reposaban enterrados en un rincn confuso de sumemoria. Sus ms bellas reminiscencias de olores y de sabores permanecan modeladasen la amargura, en la insuperable amargura del nio desvalido, desamparado,abandonado, o al menos, mal protegido por el ser ms querido. Desde entonces, sloestaba presente en l esa adversidad cotidiana que le envolva, esa muralla opaca que seergua del palmeral al cielo, ms all de la cual nada osaba existir. Mientras que Maleohaba vivido en el vasto mundo una verdadera infancia, cuyas costumbres conservaba yde la que senta nostalgia.

    Para convencerse de ello, bastaba con orle rer. Entre los Tnicas Blancas, la risacomenzaba con un carraspeo, culminaba con una risa burlona e hiposa y se terminaba conuna frmula de mortificacin. La risa de Maleo vena de otra parte. Se expansionaba,

    retumbaba y se pavoneaba; si nadie le haca eco, se aumentaba de su propio soplo ycuando se la crea reprimida, estallaba en carcajadas, sobre todo en los momentos deintenso recogimiento colectivo. Esos descarros le valan al joven tirio unos castigos

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    apenas ms ligeros que los que sufra al regreso de sus fugas; sin embargo, slo eranausencias de algunas horas, pero Sittai acusaba al adolescente de aprovecharlas paraatracarse de toda clase de manjares prohibidos. Sin duda, no estaba en un error, ya queviendo al barrign y mofletudo Maleo entre todos esos rostros invariablementedemacrados, quedaba claro que se resignaba mal a la frugalidad ambiente.

    Ocurri aquel da, a la hora de la segunda comida, la del crepsculo, en la que,como de costumbre, todos los hermanos estaban reunidos en el refectorio, repartidosen tres largas mesas paralelas; Sittai presida la de en medio, los ms ancianos lerodeaban y Maleo se sentaba al otro extremo de la misma mesa, muy cerca de la puerta.Para comenzar, se pusieron a rezar. Pensar que se trataba de mascullar una oracin parasalir del paso sera desconocer las costumbres del palmeral. Despus de haber recitado lahabitual accin de gracias, Sittai se lanz a una montona homila. Todos los hermanosestaban de pie, con la cabeza inclinada, esperando que terminara para saltar sobre lacomida. Pero su maestro no tena prisa. El hambre es una enemiga explicaba-; antesque satisfacerla, el hombre virtuoso debe dominarla, como debera poder dominar todos

    los deseos de la carne. Era su tema preferido a la hora del apetito: el cuerpo deca, esuna mua, su jinete es el espritu, a veces no hay ms remedio que pararse para alimentaral animal, pero no es l quien debe elegir el camino ni las etapas; vergenza y desdichapara el jinete que se doblega a su montura.

    Las mesas de los Tnicas Blancas estaban sobriamente abastecidas: aceitunas,pepinos, almendras, nabos, algunas frutas, pan y agua. Sin embargo, sesenta pares de ojosmiraban de reojo estos modestos alimentos. Una dura jornada en los campos habaseguido a la ltima comida, que se tomaba justo despus de la oracin del alba. Con todo,haba que tener paciencia, meditar y mortificarse, puesto que al hambre se aada lavergenza de tener hambre y, por anticipado, los remordimientos por cada bocado deplacer.

    Maleo, sin poder aguantar ms, adelant una mano temblorosa hacia la cesta mscercana, no sin haber verificado antes que a su alrededor todas las cabezas estabaninclinadas y todos los prpados cerrados. Cogi un dtil amarillo, tierno y jugoso, que seapresur a engullir antes de recomponer el ms piadoso semblante.

    Esper algunos instantes antes de comenzar a comrselo, lentamente y sin ruido,con el cuello tan inclinado que la mandbula le chocaba contra el pecho al masticar. Alhundirse lentamente en el fruto, sus dientes liberaban un jugo azucarado que l recogacon la lengua, paseaba por la boca y dejaba despus que se deslizara por su garganta conuna culpable delectacin.

    Y an segua deleitndose cuando el padre acab por fin su discurso y loshermanos, con una prisa mal contenida, tomaron asiento como un solo hombre en losaltos bancos. Mareado por el alboroto que le rodeaba, Maleo comenz a masticar sindisimulo, pero cuando se estaba sentando, un instante despus que los dems, unos ojosacusadores le miraron fijamente: los de Gara, el propio sobrino de Sittai, que estabafrente a l. Maleo le dirigi una sonrisa de ngel, pero el hombre, obedeciendo slo a sudeber, se inclin hacia su vecino y le cuchiche al odo una acusacin; el otro, despus dehaber lanzado al muchacho la misma mirada indignada, susurr la noticia a su otro

    vecino, provocando as una verdadera cadena de delacin que, de un extremo a otro de lamesa, propal el relato del crimen.

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    Cuando le lleg el turno a Pattig, escuch gravemente la denuncia y, frunciendo elentrecejo, reprob el imperdonable pecadillo del adolescente, pero en el momento deinclinarse hacia el odo de su vecino, pareci dudar. l, que haba sido educado en lascostumbres de la nobleza parta, cmo podra practicar la delacin? Sin embargo,precisamente porque Sittai le haba reprochado tanto su ascendencia, sus arrebatos deorgullo, su desprecio hacia ciertas tareas, ahora se impona evitar toda actitud que ledistinguiera del comn de los adeptos. As era el espritu de la Comunidad, para el quetoda compasin, toda tolerancia y toda indulgencia eran sospechosas y cualquier gestomagnnimo pareca mancillado por el orgullo.

    Incorregible Pattig, siempre dispuesto a seguir los peores caminos por las mejoresrazones del mundo! Delante de Sittai, temblaba ms que cualquier otro hermano, searrodillaba, se golpeaba el pecho y se humillaba, cuando hubiera bastado abandonar aquelpalmeral llevando a su hijo de la mano para acceder a una vida risuea. Pero ni se leocurra. En ocho aos, ni siquiera se haba atrevido a revelar a Mani el lazo de sangre quelos una, contentndose con dedicarle, de lejos, sonrisas enigmticas que irritaban al

    muchacho y le hacan desconfiar. Sin embargo, Pattig no era un cobarde, o al menos, sucobarda era muy singular: estaba dispuesto a arriesgar su vida, pero no su alma. Y eraesa piadosa flaqueza el origen de todas sus mezquindades.

    Cuando el grave asunto del dtil que se haba comido Maleo lleg a conocimientode Sittai, este ltimo se levant, sombro, ceremonioso, ofendido.

    Quin de entre nosotros querra comer al lado de la podredumbre? No hemosvenido a este lugar bendito para sustraernos a la impureza del mundo? Pero todosnuestros esfuerzos se habrn perdido, todos nuestros sacrificios sern intiles si uno solode nosotros cede a la vil tentacin, si la impureza del mundo llega a su cuerpo y a su

    alma, ya que todos quedaremos mancillados.Luego, pronunci la sentencia:

    Maleo, pasars entre tus hermanos con un tazn donde cada uno de ellos teechar el hueso de un dtil que se haya comido. se ser tu nico aumento. Acontinuacin, vendrs a mostrarme el tazn vaco. Puesto que el dtil te ha arrastrado alpecado, vas a poder apreciar, ms all de su dulce sabor, su realidad sea.

    Un regocijado alboroto sigui a la sentencia, aunque pronto se fue apagando. Enaquella asamblea que tanto se preocupaba de rehuir los alimentos prohibidos, las comidasse acompaaban de un ritual lleno de gravedad. Qu lejos se estaba all de los banquetesde Nabu, de Dioniso o de Mitra, de esos festines orgisticos en los que el cuerpo seconvierte en templo para celebrar ruidosamente todos los sabores de la tierra. Elrefectorio era un lugar sombro donde cualquier placer, por ser culpable, debacompensarse con privaciones. Mientras uno de los hermanos lea algn texto santo, losadeptos, encaramados en unos bancos altos y obligados por ello a doblar el cuello, comocisnes, encima de las mesas, cogan los alimentos entre el pulgar y el ndice y losintroducan en un tazn de agua, salmodiando a cada bocado: Marame barej!, Seor,te pedimos tu bendicin!.

    As fue como Maleo, en medio de un concierto de murmullos, pas con su escudilla

    y cada uno de los hermanos le dio de limosna un hueso, sin decir palabra, pero congestos de rumiantes ofendidos y desdeosos. Uno de aquellos virtuosos personajes, al

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    darse cuenta de que el hueso que acababa de depositar era demasiado pequeo, seapresur a aadir otro, satisfecho de no haber fallado en su papel de justiciero.

    Mani fue el nico que se distingui de todos ellos. En el momento de depositar subolo, meti resueltamente los dedos en la escudilla y agarr un buen puado de huesosque se meti furtivamente en el bolsillo, haciendo una mueca bondadosa y consoladora.

    Maleo, por su parte, guardndose mucho de manifestar su agradecimiento, volvi a susitio y dio comienzo a su incongruente comida. Pero, al saber que en esa asambleacontaba con un amigo, su corazn se sinti aliviado. Le pareci que los huesos habanconservado un regusto dulce y que eran exquisitamente crujientes. Algunos hermanosobservaron su aspecto sereno, poco arrepentido y, en algunos momentos, hastaimpdicamente regocijado, y pensaron que estaba posedo por el diablo.

    Ms que gratitud, fue una verdadera devocin lo que Maleo sinti desde ese da porsu joven bienhechor. Se prometi seguirle a todas partes, protegerle contra todos,

    soportar en su lugar mil flagelaciones e innumerables das de ayuno. Por algunos huesosde dtil escamoteados, por una mueca vagamente cmplice, estaba dispuesto a compartircon Mani lo ms valioso que posea en el mundo.

    Al da siguiente del incidente, en el momento en que la comunidad se reuna en laSanta Casa para el culto del alba, Maleo acudi con entusiasmo. Saba que debera, unavez ms, mascullar el interminable ritual, pero no le importaba. Ese da, un amigo estaraall, repitiendo en el mismo instante, en la misma sala fra e inhspita, los mismos gestos.A la salida, fueron caminando juntos y el tirio, en cuanto se alejaron de los otroshermanos, le pregunt con gravedad:

    Si te digo mi secreto, prometes no traicionarme jams?Mani se sinti irritado. Si bien comprenda fcilmente que Maleo fuera a la

    bsqueda de un amigo, a l le era indiferente. Al cabo de tantos aos vividos entre losTnicas Blancas, haba conseguido forjarse una soledad, una querida e irreemplazablesoledad con la que se envolva como si fuera una cota de mallas. Compartirla eraperderla. Deseaba poder volver, cada vez que tuviera la ocasin, a su discreta guarida,solo, sin otra compaa que l mismo. Por qu permitir que un ronroneo humano lemachacara los odos? No queriendo herir al adolescente, que con tanta frecuencia era elchivo expiatorio de Sittai y de tantos otros hermanos, esboz una sonrisa amable, peroevit responderle y apresur el paso. A pesar de todo, el tirio se aferraba a l, lepersegua, se pona delante, detrs, dando saltitos con una pierna y luego con la otra,infatigable y sordo a todas las reticencias:

    Promete que no vas a denunciarme!

    Esta vez, Mani se encogi de hombros, diciendo con impertinencia y con el tono delque no se acuerda ya de qu se trata:

    Denunciarte? Acaso he denunciado alguna vez a alguien?

    Aparentemente tranquilizado, Maleo recobr el aliento antes de decir de un tirncomo si se tratara de una sola palabra:

    Conozco-a-una-mujer.

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    Luego, con la boca abierta, esper la avalancha de preguntas que su joven amigo nodejara de lanzar sobre l.

    Pero no. Mani no tuvo ni un sobresalto de sorpresa ni profiri la menorexclamacin. Acaso Maleo se molest o se sinti desanimado? Todo lo contrario. Laimpasibilidad de su compaero le pareci la expresin del ms completo asombro. Le

    crey subyugado, anonadado de sorpresa y admiracin, sinti que su triunfo estaba cercay se entusiasm:

    No permanecer mucho tiempo en este maldito palmeral. En cuanto cumplaquince aos, me marchar. Ella vendr conmigo y nos iremos a vivir a Ctesifonte. Allencontrar un empleo de dependiente con algn mercader tirio o palmireno. Acompaara las caravanas a Egipto, a la India y a Armenia. La estoy viendo, bella como una estatuagriega, envuelta en un largo vestido de seda bordada en oro y pedrera, descendiendolentamente la escalera de mi palacio de Ctesifonte, rodeada de doce esclavas blancas ynegras.

    Saliendo de su silencio, Mani entr un instante en el juego de su interlocutor, slopara sembrar una duda:

    Cmo has hecho para construirte un palacio, t que slo eres un dependiente deun mercader de Ctesifonte?

    Pero Maleo necesitaba mucho ms para desconcertarse:

    No ser dependiente mucho tiempo; pronto tendr mi propio negocio, conagentes en Antioqua, en Palmira, en Petra, en Deb, en Berenice... Entonces podrconstruirme un palacio en Ctesifonte y otro en Tiro. Y un tercero, si quiero, en lasmontaas de Media, donde instalar a la dama cada vez que ella quiera huir de los

    grandes calores y de las epidemias.

    Ya no pasaba un da sin que Maleo hablara de la dama con las palabras msexquisitas, y con frecuencia tambin, las ms ampulosas. Y si bien Mani no le animaba,si evitaba siempre interrogarle sobre ella, sobre su nombre o su edad, ya no manifestabala misma indiferencia. Le escuchaba a menudo con atencin y comparta algunas de susemociones; y a veces, cuando el tirio bogaba por sus parlanchines ensueos, seembarcaba con l en silencio. Tambin l pensaba en la dama y se sorprenda, en susoledad, queriendo adivinar a qu podra parecerse, y bajo qu rboles habra podido

    Maleo conocerla.

    Ambos solan ir, como todos los hermanos, al mercado del pueblo vecino paravender los productos de la comunidad. Era el nico lugar donde tenan la oportunidad deencontrarse con mujeres, la mayora de las veces campesinas con siluetas de calabaza,cargadas con canastos y golpeando el suelo con paso dolorido. Por otra parte, mirabancon desprecio a los Tnicas Blancas, esos hombres que no eran hombres, esos seresflacos de plidas mejillas, que, ao tras ao, amasaban el oro de sus abundantes cosechassin que jams mujer ni hijo gozaran de l, esa horda huidiza e indeseable a la cual seatribuan los peores vicios y las prcticas ms inconfesables.

    Verdad es que algunas, al ver a Mani solo, en cuclillas, rodeado de sus mercancas,pensativo y miserable, se compadecan de l, le tocaban la frente diciendo hijo mo y,finalmente, le compraban sus ltimos nsperos con su ltimo pashiz de cobre o de estao.

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    El hijo se esforzaba por tener un aire ausente, pero su ternura le encenda el pecho.Hubiera deseado tanto retener algunos instantes ms aquellos ojos llenos de arrugas quele haban sonredo!

    A veces las acompaaban mujeres ms jvenes, de doce o trece aos. Iban pintadasy tenan esos andares a ratos artificiosos, a ratos sumisos o traviesos, tan caractersticos

    de aquellas cuya infancia se acaba, cuya suerte est echada, de aquellas que al aosiguiente estarn encintas y pesadas, y que, al otro ao, se confundirn con sus madres.Contra ellas, sobre todo, Sittai sola prevenir a los hermanos: No cojis nada de sumano, no os sentis en el lugar donde ellas han podido sentarse, y sobre todo, no osparis a mirarlas, son bellas el tiempo de una cosecha y se marchitan en cuanto lasposeen.

    Sera una de ellas la dama de Maleo?

    Un da, cuando los muchachos volvan de un trabajo que les haba llevado al lindero

    del pueblo, una piedra roz la oreja de Mani, que se sobresalt; pero fue Maleo quiengrit, quien recogi rpidamente una piedra del tamao de un huevo y quien se puso enguardia con los brazos en posicin defensiva, gritando:

    Mustrate, si eres un hombre!

    A modo de respuesta, les lleg un silbido de chiquillo y, entre las ramas de unmelocotonero, apareci una manita que se agitaba. Tranquilizado, Maleo tir el proyectilpor detrs del hombro escupiendo un reniego.

    Le conoces? se asombr Mani.

    Quiz respondi Maleo, que evidentemente habra preferido encontrarse enotra parte.

    Quines?

    Una chica.

    Cuando estuvo ante ellos, Mani vio que en sus rodillas se vean an las huellas decadas recientes, que sus cabellos claros estaban recogidos en un gorro deshilachado yque, a modo de joya, luca un collar de rabos de cereza trenzados. En la mano que nolanzaba las piedras, tena un melocotn que morda con fuerza, recin robado en el huerto

    de la Comunidad; luego, se levantaba el faldn de su blusa para limpiarse la barbilla. Eraslo una nia.

    Espero no haberte heridole dijo a Mani.

    No le has hecho sangre respondi Maleo, pero hubieras podido saltarle unojo!

    Cmo te llamas? pregunt la chiquilla.

    Manirespondi de nuevo Maleo.

    El amigo inseparable del que me has hablado?

    Dijo esto acercndose a Mani, cuyo rostro escrutaba ostensiblemente.

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    Me dijiste que lea mucho, que tena una hermosa letra, tres cejas y una piernatorcida, pero olvidaste decirme que era mudo.

    Dignamente, Mani reanud la marcha. Maleo le llam y la nia corri tras l.

    Yo me llamo Cloe. Maleo y yo jugamos con frecuencia. Podras venir connosotros.

    Mani prosigui su camino y Cloe se encogi de hombros. Maleo permanecirezagado un momento y luego corri para alcanzar a su amigo.

    No debera haberle hablado de tu pierna. Disclpame. Le hablaba tanto de ti... yquera que te reconociera si algn da te vea pasar.

    No tienes que disculparte por tan poco, jams pens mantener mi defecto ensecreto.

    En lugar de parecer ofendido, Mani mostr, por el contrario, un semblanteexageradamente regocijado, antes de decir:

    As que es ella la dama de la que tanto me has hablado. Supongo que si me ladescribiste tan fielmente fue para que yo tambin pudiera reconocerla si algn da la veapasar. Es ella la que comparabas con una estatua griega?

    Es ella!fanfarrone Maleo.

    Es verdad que hay estatuas de todas las dimensiones...

    Pero al decir esto y como para atenuar el efecto de sus propias burlas, rode con unbrazo amistoso los hombros del tirio. Este ltimo se enardeci:

    Admitamos que te he ocultado cosas, pero no he dicho ninguna mentira. Si yoviera en aquel ciruelo un brote florecido y dijera all hay una ciruela, estaramintiendo? De ningn modo, simplemente me habra adelantado una estacin a la verdad.

    Tres

    La dama, esa nia que pareca un chico y que silbaba, se llamaba, pues, Cloe. Sinembargo, en su pueblo, aquel cuyas tierras lindaban con las del palmeral, a nadie se lehabra ocurrido jams llamarla as. Ni a las mujeres, a las que ayudaba a abrir los higospara ponerlos a secar en los tejados, ni a los campesinos, que la dejaban coger de losrboles la fruta que quera comer. Entraba en todas partes sin llamar, mientras pudierapermitrselo, ya que an no haba accedido a la molesta dignidad de nbil. Todos amabana Cloe, ladrona y generosa, pero ladrona de manzanas y generosa en sonrisas. Para ellos,era y sera siempre la hija del griego.

    En efecto, la chiquilla perteneca a una de aquellas familias de colonos, cuyos

    antepasados haban llegado antao a Oriente a guerrear en el ejrcito de Alejandro, yluego, a la muerte del macedonio, haban elegido permanecer en tierra conquistada, por loque haban comprado una hacienda y tomado mujer para tener descendencia. El padre de

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    Cloe llevaba todava con orgullo el nombre de su antepasado, Carias, y crea vivir an,como l, tras las huellas de Alejandro. Los escasos momentos de pasin por los que aveces atravesaba se producan cuando consegua un auditorio para narrar, una vez ms, lagran batalla de Arbelas, cuando el ejrcito del Conquistador haba aniquilado a las tropasde Daro, cuando tantos valientes se haban reunido, los tracios, los odrisios, los jinetespeonios, los arqueros cretenses, los mercenarios de Andrmaca, la Falange y losCompaeros. Sobre todo, aquellos irreemplazables Compaeros de los que el padre deCloe hablaba con familiaridad, imitando a uno, sermoneando a otro, hasta ese instantecrucial del relato en que haca intervenir a su antepasado, diciendo nosotros los Carias,y complacindose entonces en la confusin que lea en los ojos de su oyente.

    Es necesario recordar que la batalla de Arbelas haba tenido lugar veintegeneraciones antes, pero eso no importaba, el tiempo no es ms que el tonel dondefermentan los mitos, el de Alejandro ms que cualquier otro, y sobre todo enMesopotamia. Esa tierra le haba sepultado joven y joven le haba conservado, como uneterno novio sin arrugas, y el nmero de sus aos, treinta y tres, haba permanecido como

    la edad de la inmortalidad. Era l, Alejandro, quien presida el paso del tiempo. Nohaban elegido los astrnomos de Babel la fecha de su muerte como comienzo de lanueva era? Desde entonces se haban sucedido muchos reyes, pero lo nico que hicieronfue reinar a la sombra del macedonio; los primeros fueron sus propios generales, acontinuacin sus descendientes y luego, cuando el poder cay en manos de los partos, sussoberanos tuvieron buen cuidado de aadir constantemente a sus nombres el ttulo de Elheleno, amigo de los griegos, para afirmarse, tambin ellos, como los legtimosguardianes de la noble herencia de Alejandro.

    Si cinco siglos despus el rey de reyes en persona experimentaba la necesidad deinvocar el recuerdo del Conquistador, cmo poda sorprender que el padre de Cloecultivara su parcela de leyenda, l, que no posea ya ni la menor apariencia de grandeza,ni tierras, ni oro, ni caballos, ni sirvientes? Era un frgil anciano de barba rojiza quevagaba por una casa inmensa, pero deteriorada; viva solo con Cloe, que le haba nacido,en el ocaso de su vida, de una esclava ya difunta. Padre e hija no ocupaban ms que unala, aun as demasiado grande para ellos; el resto no era ms que tejados desplomados,paredes derruidas y puertas carcomidas por la corrosin y los gusanos.

    La chiquilla vagaba por aquellas ruinas, escondrijos inagotables, montculos depolvo y de piedra que pisaba sin nostalgia. Maleo haba ido a jugar all a veces, cuando sefugaba, y un caluroso da de tammuz haba persuadido a Mani de que le acompaara. Les

    tocaba trabajar en el mercado del pueblo y, nada ms llegar, un negociante de Nippur leshaba comprado toda la carga, dndoles as la ocasin de callejear. Esperaban encontrarsecon Cloe, pero era su padre el que vagabundeaba pensativo, con un bastn en la mano.

    De quin sois hijos, nios?

    Hemos venido a ver a Cloe prefiri decir Mani.

    A mi hija?

    S, que Dios la bendiga.

    Que Dios la bendiga! Que Dios la bendiga! repiti Carias con una jovialidadalgo desdentada.

    Y contemplaba de arriba abajo al extravagante granujilla que se expresaba as.

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    Acrcate para que te vea, hijo mo. No sers uno de esos locos del palmeral?

    Pero el griego vio en los rasgos del adolescente tal dulzura, tal inocencia y tantamelanclica gravedad que termin por tranquilizarse.

    No me parecis muy temibles. Seguidme, mi hijita no debe estar lejos. Os darjarabe de moras que os refrescar la cabeza.

    Pasando por encima de ruinas y escombros, llegaron al ala habitada de la casa. Cloeno estaba all, pero a su padre le import poco, encantado como estaba de haberconseguido un nuevo y cndido auditorio ante el cual podra contar una vez ms lashazaas del antepasado y la gloria de Alejandro. Hablaba gesticulando mucho, en eldialecto arameo de la regin, debidamente salpicado de palabras griegas, sobre todocuando se trataba de trminos militares. Maleo le escuchaba con fascinacin, al contrarioque su joven amigo, quien, poco sensible a las proezas guerreras, se distraa mirando unascuriosas marcas en la pared.

    Podran ser slo manchas que un propietario ms adinerado habra ordenado tapar

    con cal, pero los ojos de Mani reconocan lneas y colores. Se acerc y se puso a rasparsuperficialmente con la ua un polvo azulado que extendi sobre el dorso de la mano yluego fue trazando febrilmente con el ndice los borrosos contornos. Carias, que hacarato que le segua con la mirada, interrumpi su relato para responder a sus preguntas sinformular:

    Fue un artesano de Dura-Europos quien pint esa escena. Dicen que los coloreseran brillantes y realzados con pan de oro. En esta casa patrimonial se alojaron muchosvisitantes ilustres. Aqu mismo, en esta sala, celebraban sus festines, los ms alegres y losmejor regados de Mesopotamia, puedes creerme.

    Transcurrieron varias semanas antes de que los dos muchachos tuvieran de nuevo laocasin de volver a casa de Carias, donde se repiti la misma escena: en la vasta saladonde antao, segn afirmaba el griego, tenan lugar los fastuosos banquetes, Maleoescuchaba sin desagrado un episodio de la cabalgada macedonia, mientras Mani, aalgunos pasos de all, sentado con las piernas cruzadas frente a la pared y con la barbillalevantada, estaba ensimismado en la contemplacin de un fresco que slo l vea; Cloeiba de un rincn a otro segn le apeteca, escuchando un fragmento de epopeya ointentando en vano adivinar en los ojos maravillados de Mani la insondable visin que le

    deslumbraba.Fue en el transcurso de esos largos ratos de silencio y de xtasis cuando Mani sinti

    por primera vez que le invada el irreprimible deseo de pintar. Extrao deseo para unTnica Blanca, deseo impo, deseo culpable. En aquel medio refractario a toda belleza, atodo color, a toda elegancia de las formas, en aquella comunidad para la que el msmodesto icono revelaba un culto idlatra, qu clase de milagro hizo posible que eltalento y la obra de Mani surgieran? Mani, que con la perspectiva de los siglos estconsiderado como el verdadero fundador de la pintura oriental y del que naceran, porcada pincelada suya, mil vocaciones de artista, tanto en Persia como en India, en AsiaCentral, en China y en Tbet Hasta tal punto que, en algunas regiones, se dice an unMani cuando se quiere decir, con puntos de exclamacin, un pintor, un verdaderopintor.

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    Ese da, a la hora de despedirse, el chiquillo que an viva en l hizo un gestocurioso que habra parecido divertido si no hubiera estado impregnado de emocin.Inclinndose envarado ante el padre de Cloe, solicit de l permiso para restaurar lapintura mural. Carias se guard bien de rerse, pues se dio cuenta de que el muchacho

    estaba a punto de llorar. Slo pudo balbucear con dificultad su consentimiento, al cualMani respondi con un apretn de manos de adulto.

    El griego, mientras le miraba alejarse cojeando, se sinti dividido entre lapreocupacin por haber confiado semejante tarea a un nio y el sentimiento de que estabatratando, a pesar de todo, con un ser muy particular que, por alguna razn, le turbaba a l,el viejo Carias, e incluso le intimidaba.

    Durante las semanas siguientes, Mani se dedic a los preparativos. Primero lospinceles, hechos con sus propias manos con unas caas en cuya extremidad at pelos decabra, obtenidos en el pueblo, para que tuvieran un tacto suave, o pelos tupidos de liebre.

    Luego los colores, plidos o chillones, que descubra o compona l mismo con pasin eingenio: de la arena, separaba los granos de color ocre o ladrillo; machacando cscaras dehuevos, consegua la tonalidad del marfil; con ptalos, bayas o pistilos, completaba losreflejos y los matices; para fijarlos, los mezclaba con la resina que extraa de los troncosde los almendros.

    Cuando se present la ocasin para hacer una nueva visita a los griegos, Maniacudi con sus pertrechos que fue desembalando sin precipitacin. En aquel horno queera Mesopotamia en verano, pinturas y resinas exhalaban toda una paleta de fragancias.Carias y Maleo se fueron a la terraza para charlar como padre e hijo a la sombra de unapalmera florecida mientras Cloe cortaba rajas de sanda para que todos saciaran su bocasedienta.

    Al acercarse a Mani para servirle, la chiquilla slo pudo ver una mezcla de colores;azul cielo a modo de fondo y zonas imprecisas, terrosas o sanguinas. Permaneci tras l,mirando. Y lentamente, entre la maraa de lneas y de luces, crey distinguir un rostro.Los dedos de Mani revoloteaban a su alrededor y, a cada pasada, afirmaban sus rasgos.Apareci un personaje, como un viajero que emergiera de una bruma de otoo, sus cejas,su nariz, sus labios parecan atravesar la pared para volver a tomar asiento en el banquetede los vivos.

    Subyugada, Cloe se acerc ms al adolescente, que se interrumpi y retrocedi unpaso para admirar a su personaje. Estaba empapado en sudor. Con un gesto ingenuo, lahija del griego levant el borde de su blusa para secar gota a gota aquel sudor condensadoen las sienes, en el contorno de los ojos y en el dbil bozo donde tambin brillabanalgunas gotitas como el roco que la hierba retiene. A Mani le gustaba el agradable olorde Cloe, ese pcaro perfume de fruta, pero en aquel instante ya no lo ola, sino que lorespiraba, llenaba el aire a su alrededor, le envolva, le invada. Cada vez que la blusa dela nia le rozaba la cara, senta que sus gestos se entorpecan, que su respiracin se hacams dbil, que los ojos se le estrechaban. Pronto slo vio su pincel, ese trozo de caa que,como un estpido, sostena levantado a la altura de sus labios. Su mirada se clav en l,como si todo lo dems hubiera dejado de existir sbitamente. Ya no senta sus miembrosni su cuerpo entero, slo reconoca aquella mano que sostena el pincel, que lo apretaba,que se aferraba a l desesperadamente. Y cuando la hija del griego se apart para que el

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    muchacho pudiera reanudar su obra, le vio inmvil, con el pincel en suspenso, como si sedispusiera a dar un ltimo toque de color.

    Entonces, Cloe hizo seas a su padre para que se acercara sin hacer ruido, pero alentrar en la habitacin, Carias dio rienda suelta a su alegra:

    Era as! En tiempos de mis antepasados, esa esquina de la pared deba de ser

    exactamente as!

    Evidentemente, para l no poda haber mejor elogio. La figura reanimada por lospinceles pareca declarar en favor de la poca gloriosa que l sola evocar.

    Quin es ese personaje?

    Juan Bautistadijo Mani como si descifrara el nombre en la pared.

    Nada de eso se burl el griego. En esta sala no ha habido jams un Bautista.Sera ms bien la diosa Demter, Madre de los Cereales, o rtemis Cazadora, o quizDioniso, a los que estaban consagrados todos nuestros banquetes. O incluso...

    Se acerc a la imagen que haba reaparecido.

    Tambin podra ser el dios Mitra, ya que el pintor que vino de Dura-Europosestaba al tanto de todos sus misterios. Ahora estoy seguro, es l quien est representadoaqu. Mira, an se ve la marca de los rayos de sol dibujados alrededor de su rostro!

    Mitramurmur Mani, lleno de terror.

    Y tirando su pincel sali corriendo de la sala sin un gesto de despedida.

    Maldito! Maldito! Maldito! no cesaba de repetir.

    No le haban enseado desde la infancia a huir de los griegos? No le habanprohibido comer su pan y entrar en sus casas? Qu locura de orgullo le haba inducido aarrogarse el derecho de hacer caso omiso de esas prohibiciones? Y ahora estaba pintandodolos. Impo, infiel, maldito.

    Dnde habra podido refugiarse, sino en su pennsula que ni siquiera Maleoconoca? Habra deseado encerrarse all, olvidarse de todo, sepultarse, y que nadie jamsencontrara su cuerpo. Sin tomar aliento, se inclin sobre el agua para calmar sus ojos.

    Ahora se encontraba tendido, con los codos apoyados en el lecho del canal y la carapegada a la superficie del agua. Sus amplias mangas flotaban como velas nufragas.

    Permaneci all un largo rato, entumecido, quiz adormilado. Cuando mir de nuevo, viosu imagen reflejada, al principio borrosa, pero cada vez ms ntida a medida que lasuperficie del agua se aquietaba. Jams haba visto su rostro tan de cerca. Una gota deagua estaba suspendida de sus labios entreabiertos.

    Dijo una vez ms maldito!. Pero sus labios en el agua permanecieron inmviles.

    Aunque quera crisparlos con una mueca desolada, los labios en el agua no secrispaban. Sonrean. Y, lentamente, sus labios los imitaban. No era ya el agua la quereflejaba su imagen, era su rostro el que imitaba a ese otro ser que era l mismo y quevea en el agua.

    Y, sbitamente, unas palabras fluyeron de sus labios, unas palabras que no eransuyas, pero que, sin embargo, pronunciaba con su voz:

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    Salve, Mani, hijo de Pattig!

    Le temblaba la mandbula y sinti dolor. Hubiera querido responder, hacerpreguntas, pero sus palabras, sus propias palabras se le quedaban en la garganta, mientraslas palabras del otro salan de su boca dominada:

    Salve, Mani, de mi parte y de parte de Aquel que me ha enviado.

    Es el propio Mani quien cuenta esta escena sucedida al borde del agua. Para l,como para aquellos a los que un da llamarn maniqueos, seala el comienzo de su

    Revelacin. As nacen las creencias, dirn algunos: un deslizamiento de lo imaginario enel viraje de la pubertad, un encuentro con la mujer, la mujer prohibida; y el deseo sedesborda...

    Sin duda. Mani necesitaba contemplarse en ese espejo de nio para pegar los