am homes ojala nos perdonen

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A. M. Homes Ojalá nos perdonen Traducción de Jaime Zulaika EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA

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  • A. M. Homes

    Ojal nos perdonenTraduccin de Jaime Zulaika

    EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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  • Ttulo de la edicin original:May We Be ForgivenViking PenguinNueva York, 2012

    Diseo de la coleccin: Julio Vivas y Estudio AIlustracin: Man of the house, Emiliano Ponzi, 2012

    Primera edicin: septiembre 2014

    De la traduccin, Jaime Zulaika, 2014

    A. M. Homes, 2012

    EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2014 Pedr de la Creu, 58 08034 Barcelona

    ISBN: 978-84-339-7899-8Depsito Legal: B. 14312-2014

    Printed in Spain

    Liberdplex, S. L. U., ctra. BV 2241, km 7,4 - Polgono Torrentfondo08791 Sant Lloren dHortons

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  • A Claudia, con quien he contrado una deuda de gratitud

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  • 9Ojal nos perdonen, un conjuro, una plegaria, la esperanza de que de algn modo salga yo vivo de esto. Hubo alguna vez un tiempo en que pensabas: lo estoy haciendo a propsito, la estoy jo-diendo y no s por qu?

    Quieres mi receta para los desastres?La seal de aviso: el ao pasado, el Da de Accin de Gracias

    en la casa de ellos. Veinte o treinta personas en mesas que se extendan desde el comedor hasta la sala y se detenan brusca-mente en el taburete del piano. l estaba en la cabecera de la mesa grande, sacndose de los dientes pedacitos de pavo, hablan-do de s mismo. Yo le miraba cada vez que iba y vena llevando platos a la cocina, con las yemas de los dedos goteando un prin-gue innombrable, salsa de arndanos, boniatos, una cebolleta fra, cartlagos. Le odiaba ms a cada viaje del comedor a la co-cina. Rememoraba cada pecado de nuestra infancia, empezando por su nacimiento. Vino al mundo once meses despus de m, al principio enfermizo, no tuvo suficiente oxgeno al salir y le dedicaron una atencin excesiva. Y luego, a pesar de que repeti-das veces intent decirle lo horrible que era, l se comportaba como si se creyera un regalo de los dioses. Le llamaron George.

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    A l le gustaba que le llamasen Geo, como si fuera un nombre de postn, un nombre cientfico, matemtico, analtico. Yo le llamaba Geoda, como a una roca sedimentaria. Su confianza sobrenatural, su cabeza divinamente arrogante, veteada de hebras rubias en punta, llamaban la atencin, le daban un aire de que saba cosas. La gente solicitaba su opinin, su participacin, pero yo nunca le encontr el encanto. Cuando tenamos diez y once aos, l era ms alto que yo, ms ancho, ms fuerte. Seguro que no es hijo del carnicero?, preguntaba mi padre en broma. Y nadie se rea.

    Yo transportaba platos y fuentes pesados, cazuelas con una costra de residuos de la cena, y nadie se daba cuenta de que haba que ayudar: ni George ni sus dos hijos ni sus ridculos amigos, que de hecho eran sus empleados, entre ellos una chica meteo- r loga y una serie de superfluos presentadores de televisin, hombres y mujeres, sentados muy tiesos y rociado con laca, como las muecas Ken y Barbie, y tampoco mi mujer chino-americana, Claire, que detestaba el pavo y nunca omita recordarnos que su familia sola celebrar la efemride con pato asado y arroz pegajo-so. La mujer de George, Jane, haba bregado todo el da, coci-nando, limpiando y sirviendo, y ahora tiraba huesos y desechos en un cubo de basura gigante.

    Jane fregaba los platos, colocaba los sucios unos encima de otros y sumerga la plata viscosa en un fregadero de humeante agua con jabn. Al mirarme se retiraba el pelo con el envs de la mano y sonrea. Yo iba a buscar ms platos.

    Miraba a sus hijos y me los imaginaba vestidos de Peregrinos, con zapatos negros de hebilla y haciendo tareas de colonos, aca-rreando cubos de leche como bueyes humanos. Nathaniel, de doce aos, y Ashley, de once, estaban sentados a la mesa como si fueran unos bultos, encorvados o ms bien encogidos, como si les hubieran arrojado a sus sillas, autnticos invertebrados, con los ojos fijos en sus pantallitas y sin mover nada ms que los pulgares, una escribiendo mensajes para amigos a los que nadie haba vis-

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    to nunca y el otro matando a terroristas digitalizados. Eran nios ausentes, sin personalidad, sin presencia y, salvo en vacaciones, en general ausentes de casa. Les haban metido en internados a una edad que en otros nios habra parecido demasiado tempra-na, pero Jane una vez haba confesado que lo hicieron por cierto tipo de necesidad; hizo alusiones a cuestiones de aprendizaje no especificadas, a problemas de crecimiento, y la discreta insinua-cin de que los cambios de humor imprevisibles de George dis-taban de hacer agradable la convivencia domstica.

    En segundo plano, dos televisores rivalizaban ruidosamente para atraer la atencin de nadie: uno retransmita ftbol ameri-cano y el otro la pelcula Mi gran amigo Joe.

    Yo soy un hombre de empresa en cuerpo y alma dice George. El presidente de la televisin recreativa. Estoy siempre al tanto, las veinticuatro horas, siete das a la semana.

    Hay un televisor en cada habitacin; el hecho es que George no soporta estar solo ni siquiera en el cuarto de bao.

    Al parecer tampoco soporta que no le confirmen continua-mente su xito. Sus ms de doce Emmys se han escabullido de su despacho y ahora estn desperdigados por la casa, junto con otros galardones y menciones en forma de cristal tallado, cada una de las cuales ensalza la capacidad de George para analizar la cultura popular y devolvernos nuestra propia imagen, aunque sea de un modo ligeramente burln, en el formato ms conocido como la comedia de media hora o la hora de las noticias.

    La fuente del pavo estaba en el centro de la mesa. Alargu la mano por encima del hombro de mi mujer y la levant: la fuen-te era pesada y se bambole. La sostuve con todas mis fuerzas y logr llevar a cabo mi propsito mientras mantena en equilibrio una cazuela de coles de Bruselas con beicon en el hueco del otro brazo.

    Al pavo, un ave reliquia, sea lo que sea lo que signifique eso, lo haban friccionado, relajado, sometido a base de hierbas para que pensara que no era tan malo que te decapitasen, que te

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    rellenasen el culo con migas de pan y arndanos en el curso de un rito anual. Al animal lo haban criado con un objetivo en mente, una fecha concreta en la que le tocara el turno.

    Yo limpiaba la carcasa en la cocina mientras Jane fregaba los platos con unos guantes de un azul vivo, hundidos en el jabn hasta los codos. Mis dedos escarbaban en las entraas del ave, cuyo cuerpo hueco an estaba caliente y conservaba las mejores partes del relleno. Excav con los dedos y me llev un pedazo a los labios. Ella me mir yo con la boca mojada, grasienta, y los dedos enganchados en lo que habra sido el punto g del pavo, si es que tenan esas cosas, sac las manos del agua y se me acerc para plantarme un beso. No un beso amistoso. Fue un beso serio, hmedo y lleno de deseo. Fue aterrador e inesperado. Despus de besarme, Jane se quit los guantes y sali de la cocina. Yo me qued aferrado a la encimera, la agarraba con los dedos grasientos. Fuerte.

    Se sirvi el postre. Jane pregunt si alguien quera caf y volvi a la cocina. Yo la segu como un perro que quiere ms.

    Ella no me prest atencin.No me haces caso? pregunt.Ella no respondi y luego me tendi el caf.Podras permitirme un pequeo placer, una pizca de algo

    que es slo para m? Hizo una pausa. Leche y azcar?

    Desde el Da de Accin de Gracias y a lo largo de las navida-des hasta el ao nuevo, lo nico en que pens fue en George fo-llndose a Jane. George encima de ella o, para una ocasin especial, George debajo, y una vez, fantsticamente, George penetrndo- la por detrs, con los ojos clavados en el televisor empotrado en la pared, por cuya pantalla, en la parte de abajo, corra la cinta del teletipo con los titulares de prensa. No consegua pensar en otra cosa. Estaba convencido de que a pesar de sus encantos, sus exce-sivos logros profesionales, George no era muy bueno en la cama,

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    y que lo nico que saba de sexo era lo que aprenda en las pginas de una revista que lea a escondidas mientras cagaba. Pensaba en mi hermano follndose a su mujer... constantemente. Cada vez que vea a Jane se me empinaba. Me pona pantalones holgados y plisados y un doble par de calzoncillos prietos para contener mi delator entusiasmo. El esfuerzo formaba un bulto y me inquieta-ba, me daba aspecto de haber engordado.

    Son casi las ocho de una noche a finales de febrero cuando Jane llama. Claire est todava en la oficina; siempre est en la oficina. Otro hombre pensara que su mujer tena una aventura; yo slo pienso que Claire es inteligente.

    Necesito tu ayuda dice JaneNo te preocupes digo antes incluso de saber qu problema

    tiene. Me la imagino llamndome desde el telfono de la cocina, con el cordn largo y curvo enrollado alrededor del cuerpo.

    George est en la comisara.Miro el cielo de Nueva York; nuestro edificio es feo, insulso,

    de ladrillo blanco de posguerra, pero el piso es alto, las ventanas son amplias y hay una terracita donde nos sentbamos a tomar la tostada matutina.

    Ha hecho algo malo?Por lo visto dice ella. Quieren que vaya a buscarle. Vas

    t? Puedes recoger a tu hermano?No te preocupes digo, repitindome.Minutos despus me pongo en camino desde Manhattan

    hacia el villorrio de Westchester que George y Jame llaman su hogar. Telefoneo a Claire desde el coche; responde su contestador. George tiene algn problema y tengo que ir a buscarle y llevar-le a casa con Jane. Ya he cenado; te he dejado cena en la nevera. Te llamo ms tarde.

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    Una pelea. Es lo que voy pensando en el trayecto a la comi-sara. Es muy propio de George: una especie de reactividad at-mica que permanece debajo de la superficie hasta que algo le pone en el disparadero y estalla, vuelca una mesa, estrella el puo contra la pared o... Ms de una vez he sido el destinatario de su frustracin, una pelota de bisbol lanzada contra mi espalda que me alcanza a la altura del rin y me hace caer de rodillas, un empujn en la cocina de mi abuela que me impulsa hacia atrs contra una hoja entera de cristal cuando George se interpone en mi camino hacia el ltimo brownie. Me figuro que ha ido a tomar una copa despus del trabajo y se ha topado con el lado malo de alguien.

    Treinta y tres minutos despus, aparco delante de la pequea comisara de extrarradio, una caja de pasteles blanca de alrededor de 1970. Hay un calendario de chicas pechugonas que probable-mente no debera estar en una comisara, un tarro de caramelos, dos escritorios de metal que suenan como una colisin de trfico si les das una patada accidental, cosa que hago al tropezar con una botella vaca de Dr. Pepper light.

    Soy el hermano del hombre a cuya mujer han llamado anuncio. Vengo a buscar a George Silver.

    Usted es su hermano?S.Hemos llamado a su mujer, que viene a recogerle.Ella me ha llamado a m, yo vengo a recogerle.Queramos llevarle al hospital pero se niega; no hace ms

    que repetir que es un hombre peligroso y que deberamos llevar-le al centro, encerrarle entre rejas y dejarle all. Personalmente creo que el hombre necesita un mdico..., uno no sale indemne de algo as.

    Se ha peleado con alguien?Un accidente de trfico, grave. No parece que estuviese

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    bebido, le hemos hecho una prueba de alcoholemia y se ha pres-tado a un anlisis de orina, pero la verdad es que debera verle un mdico.

    Ha sido culpa suya?Se ha saltado un semforo en rojo, se ha estrellado contra

    una furgoneta, el marido ha muerto por el impacto, la mujer ha presenciado la escena... desde el asiento trasero, al lado del nio que ha sobrevivido. El equipo de rescate ha utilizado las pinzas hidrulicas para liberar a la mujer, que ha fallecido durante el salvamento.

    Las piernas se le salan del coche grita alguien desde el despacho del fondo. El nio se encuentra bien. Sobrevivir dice el poli ms joven. Su hermano est dentro, voy a buscarle.

    Est acusado de algn delito?Por el momento no. Habr una investigacin completa. Los

    agentes han observado que pareca desorientado en el lugar de los hechos. Llvele a su casa, llame a un mdico y a un abogado, estas cosas pueden ponerse feas.

    No quiere irse dice el poli ms joven.Dile que no tenemos sitio para l dice el ms viejo. Dile

    que los autnticos criminales van a llegar pronto y que si no se va, se la van a meter por el agujero esta noche.

    George sale, desmelenado.Qu haces t aqu? me pregunta.Me ha llamado Jane, y adems t tenas el coche.Podra haber venido en taxi.Es tarde.Guo a George en la oscuridad a travs del pequeo aparca-

    miento, me siento obligado a agarrarle del brazo, a conducirle por el codo, sin saber muy bien si le estoy impidiendo huir o slo lo estoy tranquilizando. En todo caso, l no se resiste, se deja llevar.

    Dnde est Jane?En casa.

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    Lo sabe?Niego con la cabeza.Ha sido horrible. Haba un semforo.Lo has visto?Creo que aunque lo haya visto ha sido como si no tuviera

    sentido.Como que no iba contigo?Como que no lo saba. Sube al coche. Dnde est Jane?

    pregunta otra vez.En casa repito. Ponte el cinturn.

    Al entrar en el camino, los faros iluminan la casa y sorpren-den a Jane en la cocina, con una cafetera en la mano.

    Ests bien? pregunta cuando estamos dentro.Cmo iba a estarlo? dice George. Vaca sus bolsillos sobre

    la encimera. Se descalza, se quita los calcetines, el pantaln, los bxers, la chaqueta, la camisa, la camiseta y lo tira todo al cubo de la basura.

    Te apetece un caf? pregunta Jane.Desnudo, George ladea la cabeza como si oyera algo.Caf? vuelve a preguntar ella, haciendo un gesto con la

    cafetera.l no responde. Sale de la cocina, cruza el comedor, entra en

    el saln y se sienta a oscuras; desnudo en una butaca.Ha habido una pelea? pregunta Jane.Un accidente de trfico. Ms vale que llames a la compaa

    de seguros y a vuestro abogado. Tenis abogado?George, tenemos abogado?Lo necesito? pregunta l. Si lo necesito, llama a Rut-

    kowsky.Le pasa algo dice Jane.Ha habido muertos.Hay una pausa.

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    Jane sirve una taza de caf a George y se la lleva al saln junto con un pao que le coloca encima de los genitales, como si le pusiera una servilleta sobre las rodillas.

    Suena el telfono.No contestes dice George.Diga dice ella. Lo siento, no est en casa. Quiere dejar

    un mensaje? Jane escucha. S, le oigo perfectamente dice, y luego cuelga. Quieres beber algo? pregunta a nadie en parti-cular, y despus se sirve una bebida para ella.

    Quin era? pregunto.Un amigo de la familia dice ella, y claramente se refiere a

    la familia del accidente.George permanece un largo rato sentado en la butaca, con

    el pao de cocina sobre las partes pudendas y la taza de caf de-licadamente posada en las rodillas. Debajo de l se forma un charco.

    George le implora Jane cuando oye un sonido como de agua que gotea, algo te pasa.

    Tessie, la vieja perra, se levanta de su cama, se acerca y hue-le el charco.

    Jane corre a la cocina y vuelve con un fajo de servilletas de papel.

    Absorbern lo que quede directamente del suelo dice.Durante toda esta escena George parece estar en blanco, como

    la cscara vaca de un reptil que ha mudado la piel. Jane le retira la taza y me la da a m. Le retira de las rodillas el pao mojado, le ayuda a levantarse y luego le limpia con servilletas de papel la parte posterior de las piernas y el culo.

    Djame que te ayude a subir la escalera.

    Les observo mientras suben. Veo el cuerpo de mi hermano, flccido, con el estmago ligeramente abombado, los huesos de las caderas, la pelvis, el culo plano, todo tan blanco que parece

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    brillar en la oscuridad. Mientras suben veo debajo del culo de George y entre sus piernas el saco de sus huevos, flacos y de un color violeta rosado, que se balancea como un len viejo.

    Me siento en el sof. Dnde est mi mujer? No siente cu-riosidad Claire por saber lo que ha ocurrido? No se preguntar por qu no estoy en casa?

    La habitacin huele a orina. Las servilletas mojadas siguen en el suelo. Jane no vuelve para limpiar el pis. Lo hago yo y me siento de nuevo en el sof.

    Estoy mirando en la oscuridad una antigua mscara tribal de madera, hecha con hilos de camo, una pluma y cuentas ind-genas ensartadas. Miro esa cara desconocida que Nate trajo de un viaje escolar a Sudfrica y la mscara parece devolverme la mirada como si estuviera habitada y quisiera decir algo; me hos-tiga con su silencio.

    Odio este saln. Odio esta casa. Quiero volver a la ma.Mando un mensaje a Claire explicando lo que ha sucedido.

    Ella me contesta: Aprovecho que no has vuelto para quedarme todava en la oficina; parece que tendrs que pasar all la noche por si las cosas empeoran.

    Duermo servicialmente en el sof con una mantita de siesta maloliente que me cubre los hombros. Tessie, la perra, duerme conmigo y me calienta los pies.

    Por la maana hay llamadas presurosas de telfono y conver-saciones en voz baja; el fax escupe una copia del informe sobre el accidente. Llevaremos a George al hospital para que le examinen y busquen alguna explicacin invisible que le exima de respon-sabilidad.

    Me estoy quedando sordo o qu cojones pasa aqu? quie-re saber George.

    George dice Jane claramente, tenemos que ir al hospital. Prepara tu bolsa.

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    Y l obedece.Les llevo yo. George se sienta a mi lado, vestido con un

    pantaln de pana muy gastado y una camisa de franela que tiene desde hace quince aos. Est mal afeitado.

    Conduzco con atencin, preocupado por si cambia su humor dcil y le da la venada, estalla y trata de agarrar el volante. Los cinturones de seguridad son buenos, desalientan los movimientos sbitos.

    Simon el simple se encontr con un panadero que iba a la feria. Simon el simple le dijo al panadero: Djame probar tu mercanca entona George. Simon el simple fue a pescar una ballena; toda el agua que cogi estaba en el balde de su madre. Ojo, me dice, o encontrars lo que andabas buscando.

    Jane va al mostrador de la sala de urgencias con la informacin de su seguro y el informe de la polica y explica que la vspera su marido tuvo un accidente de trfico mortal y pareca desorienta-do en el lugar del suceso.

    No es eso lo que pas vocifera George. El puto todote-rreno era como una gran nube blanca delante de m. No vea por arriba, no vea por los lados de la nube, no pude evitar estampar-me contra l como si fuera una pieza de aluminio barato, como una puta almohada gorda. El airbag me lanz hacia atrs, me dio un golpe, me dej atontado, y cuando al final me baj del coche vi gente en el otro, aplastada como una lasaa. El nio del asien-to trasero no paraba de llorar. Me entraron ganas de darle un puetazo, pero su madre me miraba con unos ojos que se le saltaban de la cara.

    Mientras George habla, dos hombres corpulentos avanzan hacia l por detrs. l no los ve venir. Le agarran. Es fuerte. Forcejea.

    La siguiente vez que vemos a George est en un cubculo al fondo de la sala de urgencias, con los brazos y las piernas atados a una camilla.

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    Sabe por qu est aqu? le pregunta un mdico.Tengo mala puntera dice George.Recuerda lo que ocurri?Ms bien no lo olvidar nunca. Sal del trabajo hacia las seis

    y media, volva a casa, decid parar para tomar un bocado, que es algo que no hago normalmente, pero estaba cansado, lo reco-nozco. No la vi. Par en cuanto me di cuenta de que haba cho-cado con algo. Me qued con ella. La sujet. Se estaba resbalando del asiento, le sala lquido, como un motor averiado. Me mare. Y la odi. La odi por su aspecto aturdido, gris, por el charco que se estaba formando debajo; yo ni siquiera saba de dnde vena exactamente el lquido. Empez a llover. Haba gente con mantas, de dnde salan aquellas mantas? O sirenas. Se acercaban coches alrededor, vi gente mirando.

    De qu habla? pregunto, sin saber si estoy confuso o si George est totalmente desorientado. Eso no es lo que pas, no es este accidente, quiz sea otro, pero no el suyo.

    George dice Jane. He ledo el informe de la polica; eso no es lo que pas. Ests pensando en otra cosa? Algo que has soado o que has visto en la televisin?

    George no lo aclara.Antecedentes de sntomas mentales o neurolgicos? pre-

    gunta el mdico. Todos negamos con la cabeza. En qu trabaja?Leyes dice George. Estudi derecho.Djenle de momento con nosotros. Le haremos unas prue-

    bas dice el mdico y luego hablamos.Paso otra noche en casa de George y Jane.

    A la maana siguiente, cuando vamos a verle, me pregunto en voz alta:

    Es un centro psiquitrico el sitio adecuado para l?Est en las afueras dice Jane. Qu peligro puede haber

    en un psiquitrico de las afueras?

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    George est solo en su habitacin.Buenos das dice Jane.Buenos? No lo saba.Has desayunado? pregunta ella al ver la bandeja que l

    tiene delante.Es comida de perro dice l. Llvasela a Tessie.Te apesta el aliento: te has cepillado los dientes? pregunto.No te los cepillan ellos? contesta George. Es la primera

    vez que estoy en un hospital psiquitrico.No es un hospital psiquitrico dice Jane. Simplemente

    ests en la unidad de psiquiatra.No puedo ir al cuarto de bao dice l. No puedo mirar-

    me en el espejo..., no puedo.Empieza a parecer histrico.Necesitas que te ayude? Te puedo ayudar a lavarte dice

    Jane, abriendo el neceser que le han dejado a George.No la dejes digo. No eres un beb; ya basta; deja de

    comportarte como un zombi.l empieza a llorar. Me sorprende a m mismo el tono que

    estoy empleando con l. Salgo de la habitacin. Cuando me voy, Jane est mojando una toallita en el grifo.

    Por la noche, despus del trabajo, Claire viene al hospital y trae comida china de la ciudad para los cuatro. Para ser descen-diente de chinos, me sorprende que Claire tenga tan poco crite-rio sobre la comida china; por lo que a ella respecta, es toda igual, variaciones de un mismo tema. La recalentamos en un microon-das con la leyenda: Para uso del paciente. No introducir produc-tos mdicos. Nos lavamos las manos con las botellas de espuma limpiadora que hay en todas las paredes de todas las habitaciones. Procuro no tirar nada, no tocar superficies; de repente temo estar tragando grmenes letales. Miro la comida china y veo un gusa-no que enseo discretamente a Claire.

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    No es un gusano, es un grano de arroz.Es una larva susurro.Ests loco.Extrae el grano de arroz con el tenedor.El arroz tiene ojos? pregunto.Es pimienta dice ella, enjugndose los ojos.Dnde has comprado la comida? pregunto.En aquel sitio que te gustaba de la Tercera Avenida dice ella.El que cerr el Departamento de Salud? pregunto con

    cierta alarma.Se aproxima tu gran viaje dice Jane, distrayndonos.Voy a China unos das dice Claire.Nadie va a China para un par de das grue George.Claire s.George se niega a comer y slo se permite lamer la mostaza

    caliente directamente de los envases de plstico: autopunicin. Nadie le detiene. As hay ms para m, estoy tentado de decir, pero no lo hago.

    Cundo te vas? pregunta Jane.Maana.Le paso a George otro envase de mostaza.Ms tarde, en privado, Claire me pregunta si George y Jane

    tienen una pistola.Si no, deberan tener una dice.Qu ests diciendo? Que deberan tener una pistola? As es

    como acabas muerto, te agencias una y luego alguien te dispara.Lo nico que digo es que no me extraara que Jane vuelva

    a casa una noche y la est esperando la familia de la gente contra la que George choc. Les ha destrozado la vida y querrn vengar-se. Qudate con ella, no la dejes sola; Jane es vulnerable dice Claire. Ponte en su lugar; si t te vuelves majara, no querrs que alguien se quede conmigo y vigile la casa?

    Vivimos en un piso con portero. Si me volviera loco, estaras a salvo.

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    Es cierto. Si te sucediera algo, yo estara perfectamente a salvo, pero Jane no es como yo. Necesita a alguien. Adems, deberas visitar al nio superviviente. El abogado te dir que no lo hagas, pero hazlo de todos modos; George y Jane necesitan saber a qu se enfrentan. Por eso yo dirijo Asia dice Claire. Estoy siempre pensando. Se da golpecitos en el costado de la cabeza. Pienso. Pienso. Pienso.

    As que al da siguiente visito al nio, ms a causa de una especie de culpa familiar que por la necesidad de calcular el coste imposible de compensarle. Paso por la tienda de regalos, donde el muestrario se limita a claveles de colores brillantes, collares re-ligiosos y dulces. Cojo una caja de bombones y unos claveles de color azul pastel. El chico est en el mismo hospital que George, en la unidad de pediatra, dos pisos ms arriba. Est sentado en la cama, tomando un helado, con los ojos clavados en los dibujos animados de la televisin: Bob Esponja. Tendr unos nueve aos y es fornido, el arco de una ceja le dibuja en la cara la forma de la letra M. Tiene el ojo derecho morado y le han afeitado una amplia franja a un lado de la cabeza, y se le ve una lnea carnosa de pun-tos violetas. Le doy los regalos a la mujer que est sentada con el nio y que me dice que se est recuperando tan bien como cabe esperar, siempre hay alguien con l, un pariente o una enfermera.

    De cunto se acuerda? pregunto.De todo dice la mujer. Usted es de la compaa de se-

    guros?Asiento: asentir es igual que mentir?Tienes todo lo que necesitas? pregunto al chico.l no contesta.Volver dentro de unos das digo, ansioso por irme. Si se

    te ocurre algo, ya me lo dirs.

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