alessandro pronzato las parabolas de jesus

175

Upload: olmoendido

Post on 14-Oct-2015

1.385 views

Category:

Documents


176 download

TRANSCRIPT

  • LAS PARBOLAS DE JESS EN EL EVANGELIO DE LUCAS

  • NUEVA ALIANZA 181

    Obras de Alessandro Pronzato publicadas por Ediciones Sgueme:

    - Nunca hemos visto nada semejante (NA 177) - Slo t tienes palabras (NA 172) - En busca de las virtudes perdidas (NA 158) - Las parbolas de Jess en los evangelios de Marcos

    y Mateo (NA 155) - La homila del domingo, ciclos A, B (NA 150-151) - Creer, amar, esperar da a da (NA 141) - Orar, dnde? cmo? cundo? por qu? (NA 132) - Palabra de Dios, ciclos A, B, e (NA 118-120) - Y cmo lo habis conseguido? (RS 16) - Evangelios molestos (PedaI34)

    ALESSANDRO PRONZATO

    LAS PARBOLAS DE JESS EN EL

    EVANGELIO DE LUCAS

    Le sali al encuentro ...

    EDICIONES SGUEME SALAMANCA

    2003

  • Cubierta diseada por Christian Hugo Martn

    Tradujo Germn Gonzlez Domingo sobre el original italiano Parabole di Gesu Il. Gli corse incontro. Luca

    Alessandro Pronzato, 1997 Ediciones Sgueme S.A.u., 2003

    CI Garca Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca I Espaa Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: [email protected] www.sigueme.es

    ISBN: 84-301-1498-X Depsito legal: S. 1.087-2003 Impreso en Espaa I UE Imprime: Grficas Varona S.A. Polgono El Montalvo, Salamanca 2003

    CONTENIDO

    Introduccin .......................................................................... 9 Advertencias ...... ............ ........................ ........ ............ ............ 21

    l. Los dos deudores (ms una mujer que no te esperas) ... 23 2. El samaritano ................................................................. 38 3. Los tres amigos .............................................................. 90 4. El hombre rico .... ............................ ........ ............. .......... 106 5. La vuelta del amo .......................................................... 116 6. La higuera estril ........................................................... 126 7. La puerta estrecha .......................................................... 139 8. Los puestos en la mesa .................................................. 150 9. La construccin de una torre y un rey que va a la gue-

    rra .................................................................................. 160 10. Las parbolas de la misericordia (Lc 15) ...................... 168 11. El pastor que va a la bsqueda de la oveja perdida ....... 177 12. La mujer que perdi una moneda .................................. 191 13. El hijo prdigo ......... ......... ........... ......... ............. ............ 198 14. El administrador deshonesto y sagaz ............................. 275 15. El rico annimo y Lzaro el mendigo ........................... 296 16. Los siervos intiles .. ......... ........... ........ ............... ........... 315 17. El juez y la viuda ................... ........ ......... ............. .......... 322 18. El fariseo y el publicano ................................................ 331

    Bibliografia ........................................................................... 349

  • INTRODUCCIN Fciles o difciles? Este es el problema ...

    Aquel da Jess no haba preparado la predicacin ...

    Mateo, antes de contar la parbola del sembrador, presenta una escena muy sugestiva, que casi siempre dejan de lado los comen-taristas: Aquel da sali Jess de casa y se sent junto al lago ... (Mt 13, 1). Parece que no tiene un programa preciso que cumplir, ninguna cita, ningn compromiso particular. Se sienta a contem-plar el panorama familiar de su lago. Me parece que tambin es-te es un rasgo significativo de la humanidad de Cristo.

    Juan nos presenta un Jess cansado del viaje, sudoroso y se-diento, que descansa junto al brocal de un pozo. Marcos habla de un Jess que duerme sobre una embarcacin sacudida por olas fu-riosas, con la cabeza apoyada en una almohadilla.

    Mateo nos regala este cuadro sorprendente del Maestro en un momento de distensin a la orilla del lago. Quizs ora al Padre por aquella maravilla salida de sus manos. O simplemente deja en si-lencio que se le llenen los ojos de la belleza que le rodea.

    Se reuni junto a l mucha gente, tanta que subi a una barca y se sent, mientras la gente estaba de pie en la orilla ... . No sa-bemos lo que dur aquella soledad exttica. El evangelista quema los intervalos, cosiendo las secuencias sin darnos la posibilidad de medir el tiempo.

    Sea como fuere, todo parece desarrollarse con total naturalidad y bajo el signo de la imprevisibilidad, casi de la improvisacin. Aquel da quizs Jess no haba previsto encontrarse con el pbli-co, convocado no se sabe por quin ni cmo. Podemos decir que no estaba preparado para predicar? Muchas circunstancias lo per-miten suponer. Pero hay que reconocer que, en el evangelio, Jess casi siempre toma la palabra con espontaneidad, estimulado por las circunstancias, provocado por los acontecimientos ms acci-dentales, tal como se presenta la ocasin y all donde viene al ca-so. Para l no existen ni lugares ni tiempos privilegiados. Puede

  • 10 Introduccin

    ser en los alrededores del templo, o en una casa cualquiera, en el local cerrado de una sinagoga o -como en este caso- en una playa.

    Sorprende el hecho de que, en esta ocasin, casi todo el dis-curso en parbolas se coloque en un ambiente agrcola: se habla de sementera, campos, grano y cizaa.

    Solamente al final, cuando ya ha vuelto a casa, el Maestro em-plea un imagen relacionada con el lago (los pescadores que, saca-da a la orilla la red, sentados, hacen la seleccin de los peces). Es posible que se trate de una escena que ha fotografiado por la ma-ana, antes de que su soledad contemplativa fuese interrumpida por la llegada de un pblico inesperado.

    Intentamos sacar inmediatamente una conclusin modesta en clave prctica, que brindamos a los predicadores, especialmen-te a aquellos -y son los ms- que durante la semana piensan con preocupacin en la homila del domingo? S, una forma esencial de preparacin consiste en la capacidad de observar la realidad. Se encuentra a las personas slo si se encuentra el mundo que les es familiar y si uno se identifica con l.

    La multitud rodea a Jess de improviso, casi le obliga a hablar, aun cuando l no se lo haya propuesto, porque le siente partcipe de sus problemas, experto de la vida de todos, no extrao, no lejano de las situaciones concretas de la existencia cotidiana. Porque sa-be que habla con claridad y simplicidad, de manera comprensible. No slo porque Jess sepa hacerse escuchar. Sino, ante todo, por-que la gente que lo escucha se reconoce en lo que dice.

    El problema del lenguaje es tambin un problema de capacidad de sentarse, como Jess, alIado del mar (y, en vez del mar, pon-gamos cualquier otro panorama, comprendidos aquellos con esca-so contenido potico y pictrico), y pararse a mirar ... El Maestro aquella maana no ha ido a la playa a preparar el sermn. Tena ganas de soledad, de contemplacin. Deseaba descansar. Estable-cer contacto con la naturaleza, con el mundo, sin ninguna preocu-pacin inmediata ... Acaso el problema del lenguaje no es tam-bin un problema de ojos abiertos incluso antes que de lengua?

    El riesgo de la diversin

    Hay diversos equvocos que hace falta disipar a propsito de las parbolas evanglicas. Intentemos examinar, y ojal disipar, los

    Introduccin 11

    ms frecuentes. Alguno las considera un elemento de diversin, casi un pasatiempos, una fbula distensiva, un parntesis agrada-ble, un simptico intermedio insertado en un discurso que podra resultar excesivamente difcil y provocara una cada de tensin y de inters, y el consiguiente aburrimiento.

    En una palabra, una especie de expediente pedaggico con el fin de endulzar la pldora de argumentaciones inaccesibles y abs-tractas, de formulaciones doctrinales. O incluso, un momento de relax a la espera de que suene el timbre que seala el final del re-creo para que todos vuelvan a los pupitres de la clase a escuchar al Maestro que ha retomado un tono de seriedad y vuelve a impartir una leccin rigurosa.

    No, la parbola misma es parte integrante del mensaje (y no slo adorno), es algo serio, leccin severa. Con frecuencia repre-senta una inquietante seal de alarma. En un palabra, algo com-prometido, que llama a la responsabilidad, y hasta perturbador.

    La parbola no es una seal que autoriza a romper filas pa-ra divertirse. Al contrario, constituye una llamada apremiante, ine-ludible, casi inexorable.

    Un escritor brillante, Luigi Santucci, define las parbolas como (

  • 12 Introduccin

    cita a descubrir las implicaciones esenciales. No es una papilla preparada, lista para tomar, con todos los ingredientes que la ha-cen fcilmente digerible, apta tambin para los estmagos ms de-licados. Es, ms bien, un alimento slido, con alto contenido nu-tritivo. Para digerirlo, paradjicamente, hay que activar todos los mecanismos del cerebro, de la fantasa y, por supuesto, del cora-zn. La mente debe segregar las enzimas, los cidos y los jugos necesarios para la asimilacin.

    No se nos cuenta la parbola para dispensarnos de pensar. Al contrario, es necesario realizar un esfuerzo tambin intelectual pa-ra llegar a descubrir la intencin secreta del Maestro al contar aque-llas determinadas cosas.

    La parbola no es una cantilena que se acuna dulcemente en los prados floridos de la poesa. Ms bien constituye un fuerte re-clamo para caer en la cuenta de una realidad presente que exige una respuesta y una decisin inmediata. La parbola, lejos de aca-riciar, golpea y sacude con mucha fuerza.

    El riesgo de la banalizacin

    Otro malentendido bastante comn y persistente es el de la pre-sunta facilidad de las parbolas. Muchos se engaan queriendo prescindir del estudio, del anlisis diligente, de la explicacin de los mecanismos narrativos que permiten captar el significado au-tntico de las parbolas.

    Ignoran el contexto en que estn colocadas, las causas que las han provocado. No se han preocupado de averiguar a quin se di-rige Jess y por qu usaba ese lenguaje, ese tipo de narracin, esas imgenes, y hasta esos puntos polmicos.

    Muchos individuos vagan, perezosos, por la periferia de las pa-rbolas, sin llegar jams a captar el centro, el ncleo esencial. Se paran en pormenores insignificantes, desarrollan detalles de una manera desproporcionada, dan realce a consideraciones sobre ele-mentos secundarios, sin centrarlas jams. Y as se sacan conclu-siones abusivas, torcidas, o incluso en contraste con la leccin de fondo que el Maestro quera impartir.

    La tentacin siempre al acecho es la de ajustar la palabra de Dios a nuestros gustos. En algunos casos el texto se convierte en pretexto para tejer la tela de araa de nuestros discursos.

    Introduccin 13

    Es extrao que los discpulos se lamentasen porque no haban entendido las parbolas y quisieran una explicacin.

    Hoy hay predicadores que quieran hacer creer que las parbo-las son ... elementales, que contienen un mensaje claro, simple, evidente.

    En este caso se corre el riesgo de una banalizacin de las par-bolas. Y paralelamente existe el peligro de hacerles decir lo que nosotros queremos, y no lo que ha pretendido Jess (y la Iglesia primitiva que, en ciertos casos, las ha reelaborado).

    Hay que caer en la cuenta de que el Maestro, a travs de esta particular forma de enseanza, habla de s mismo, de su misin, del Padre, del estilo de Dios (o sea, de su manera sorprendente de comportarse), del reino de los cielos, de la Iglesia. Explica lo que quiere decir ser discpulo suyo, lo que significa la vigilancia, la conversin, la docilidad.

    Lo primero, hay que adivinar lo que de verdad Jess pretenda hacernos entender.

    Adems hay que caer en la cuenta de que las parbolas se re-fieren habitualmente a las experiencias de nuestro mundo sensible para trasferimos al campo de lo invisible. Son una especie de puente, adosado para poner en contacto la orilla terrestre y la celeste, el tiempo y lo eterno, el presente y el futuro, el mundo de los hombres y el mundo de Dios, las cosas simples y el misterio.

    Pero las dos orillas no estn al mismo nivel. Entre ellas hay una separacin abismal. Ay! si nos hacemos la ilusin de pasar desen-vueltamente, como de corrida, de una parte a la otra. Existe el pe-ligro de tumbos clamorosos.

    En las parbolas hay semejanza pero tambin distancia. Hay transparencia pero tambin encubrimiento.

    Me parecen muy oportunas estas observaciones de un conoci-do estudioso: Las parbolas son semejanzas ampliadas, del tipo de esas que nosotros usamos cada da: 'Hoy hace tanto fro como en Siberia', o tambin: 'En esta habitacin hace tanto calor que pa-rece un horno'. De esta manera queremos hacer ms patente una afirmacin, subrayando desde un determinado punto de vista la semejanza entre dos cosas.

    y despus esta advertencia: En las parbolas siempre hay que distinguir el elemento figurativo de la sustancia. Jess expone lo que quiere decir a travs del velo de una imagen. Normalmente l no explica a sus oyentes las parbolas; pero ellos estaban en mejo-

  • 14 Introduccin

    res condiciones para captar su sentido que nosotros hoy. En efecto, las imgenes estaban tomadas de su ambiente, de la naturaleza que les rodeaba, de la agricultura del tiempo. Ms importante que el elemento figurativo es el contenido, o sea, lo que para el narrador tiene valor y lo que la parbola quiere expresar. ..

    Es importante identificar en el meollo de las parbolas el pun-to de comparacin, es decir, el elemento que establece la semejan-za entre la imagen y la realidad. No todos los rasgos de la imagen son importantes; es ms, la mayor parte de las veces solamente lo es uno de ellos.

    y aade esta oportuna advertencia: La tarea de la exgesis no consiste en sustituir las parbolas por una forma didctica abstrac-ta. De esa manera se veran despojadas de su vigor y de su alma. Las parbolas originales de Jess tenan la mayor parte de las ve-ces una conclusin inesperada, incmoda. l dejaba a los oyentes la tarea de sacar las conclusiones acerca de su significado. Por eso es absurda la propuesta de traducir las parbolas evanglicas con imgenes modernas, que habra que tomar de nuestro mundo tec-nificado. Hacindolo as se las privara de su poesa hasta falsifi-carlas; por otra parte, en muchos casos sera an ms difcil enten-der lo que quieren decir (A. Kemmerf

    y cito tambin esta observacin de otro estudioso: Las par-bolas de Jess -entendidas como metforas- ponen en juego para el oyente el reino de Dios y le permiten as ponerse a s mismo en juego por el reino de Dios. Cualquier juego, si se juega bien, exi-ge seriedad; pero excluye cualquier tipo de legalismo porque sus reglas slo sirven para posibilitar la diversin del juego. El jugador no siente las reglas del juego como una limitacin impuesta a sus posibilidades, sino como condiciones que le hacen posible la auto-rrealizacin a travs del juego.

    Lo mismo puede decirse tambin -en sentido traslaticio- de la parbola de Jess. Pone ante los ojos del oyente su realidad, pero no para aprisionarlo en el mundo del pecado; solamente para po-derle dar su verdad, debe remitirle a la memoria su realidad.

    En la parbola el hombre y su mundo son puestos ante la posi-bilidad del no-ser, pero slo como una posibilidad ya superada. La parbola, sirvindose de la tensin narrativa, desva al oyente de s mismo y lo involucra en el juego, que ella pone en escena ante sus

    2. A. Kernrner, Le parabole di Gesit, Brescia 1990, 12s.

    Introduccin 15

    ojos y en el cual, entrando tambin l en el juego, podr descubrir con alegra la cercana del reino de Dios en el mundo (H. Weder)3.

    El riesgo de la complicacin

    As pues, existe el peligro de banalizar las parbolas con un ex-ceso de simplificacin bajo el signo de la facilonera y de la desen-voltura interpretativa. Pero existe tambin el peligro opuesto: el de la complicacin.

    Caer en la cuenta de que las parbolas no son fciles no quiere decir que haya que hacerlas oscuras a toda costa. Precisar que existen problemas a todos los niveles no significa multiplicar y embrollar las cuestiones, incluso cuando no se da el caso.

    Leyendo algunos comentarios, queda uno desconcertado. No slo las parbolas se hacen poco atrayentes, sino que hasta da mie-do acercarse a ellas: te intimidan.

    Los estudiosos an no se han puesto de acuerdo para establecer su nmero. Unos dicen que treinta, otros que cuarenta, y hay quien habla de setenta. Segn otros autores, la oscilacin vara entre veintids y ciento una. Segn la opinin de algunos otros, slo tie-nen derecho a llamarse parbolas aquellas que desarrollan una his-toria con cierta amplitud. Pero no falta quien discrepa de esta cla-sificacin reductiva.

    Si nos adentramos en sus doctos anlisis, las cosas se compli-can de tal manera que desaniman a los no peritos.

    Se habla de tipificacin de las formas, lecturas polivalen-tes, trazos inverosmiles, extravagancia narrativa de la par-bola, tensin metafrica, engranajes del mecanismo parabli-co, anlisis semitico.

    Se pone en evidencia la afinidad entre parbola y fbula. Pero se distingue entre parbola y alegora, parbola y metfora, par-bola y comparacin, parbola y semejanza, alegora y alegoresis.

    Adems, del ncleo de las parbolas verdaderas y propias, se distinguen las narraciones-ejemplos. Y ms cosas.

    Luego se examinan las discusiones suscitadas por la exigencia de establecer con exactitud quines son los destinatarios inmedia-tos de cada parbola. Y menos mal que slo se trata de unas hip-

    3. H. Weder, Metafore del Regno, Brescia 1991,112-113.

  • 16 Introduccin

    tesis, que hay que tener en cuenta, pero sin la obligacin de consi-derarlas certezas.

    Si despus nos adentramos en la historia de la redaccin y de la tradicin, crece el desconcierto. Algunos expertos se empean en determinar la forma originaria de las parbolas, indicar la interpre-tacin de las primeras comunidades (premarquiana, premateana, prelucana), encontrar el primero y el segundo estadio, denunciar las intervenciones siguientes (se alude a textos posmateanos) y las aadiduras. Suficiente para sufrir de vrtigos.

    Quien se deja llevar por la curiosidad de examinar las distintas posiciones, cuando se trata de fijar la enseanza de fondo, llama-da pointe de la parbola, descubre que las divergencias estn muy marcadas.

    Finalmente, si algn temerario pretende seguir los itinerarios intransitables de los estructuralistas, tiene el peligro de no enten-der nada. Est bien que los exegetas cumplan con su oficio. Pero tengo la impresin de que a veces exageran en un trabajo de desar-ticulacin, desmembramiento, viviseccin. Con la excusa de so-meter la parbola a todos los anlisis, esta resulta empobrecida. Irreconocible, exange, esqueltica, no se tiene en pie. Los evan-gelios te entregan una estupenda fotografa a color (aunque a veces haya tintas oscuras). Estos doctores ponen en tus manos -en el mejor de los casos- una radiografa.

    Ciertos estudios evocan incluso la imagen de una mesa anat-mica en la que se disecciona un cadver. Te ensean msculos en-tumecidos y fros cuerpos del delito, pero la vida se ha perdido, han desaparecido la frescura, la poesa, la musicalidad, se ha evaporado el perfume de la narracin tal como sali de la boca de Jess.

    En los laboratorios superespecializados las parbolas son pul-verizadas literalmente con unos sofisticados procedimientos qu-micos. Se habrn planteado esos expertos la pregunta de si seme-jante trituracin sirve luego para alimentar al pueblo de Dios? Porque Jess contaba las parbolas para nutrir la fe de los oyentes, su esperanza, para sacudir su inercia, ciertamente no para hacer engullir unos mejunjes inspidos e inodoros, o unas virutas de pa-labras que les atragantara. .

    Me perdonarn los estudiosos (a quienes ciertamente acudo con frecuencia, aunque con dao notable para la cartera, porque sus volmenes, destinados a pocos, son costossimos; y en ciertos casos llego a sospechar que sera ms justo que pagasen a los lec-

    Introduccin 17

    tares, al menos por su arrojo), pero algunas veces tengo la sensa-cin de que, a pesar de la edad, se divierten jugando. Y parece que su juego preferido consiste en desmontar un juguete complicado, pero que funciona perfectamente.

    Al final de su fatigoso entretenimiento queda un montn de tornillos, pernos, esferas, muelles, ruedecillas, engranajes, tubitos, hilos enmaraados, ensamblajes, dados, pilas, empalmes, piezas sin una colocacin precisa. Y ellos, complacidos, dan un suspiro de satisfaccin. Nos tocar a nosotros volver a montar el precioso juguete. Ellos, diligentes, se han preocupado de prestarnos un ma-nual de instrucciones grueso como una gua de telfonos, redacta-do en un lenguaje para iniciados, con cifras, siglas, vocablos capa-ces de volvernos locos.

    y en este momento, y despus de algn intento incierto, dan ganas de dar una patada a aquel montn de escombros. Per? des-pus, por suerte, prevalece la exigencia de tomar el evangelIo y ... reconciliarse con las parbolas.

    He exagerado, naturalmente (s que tambin los eruditos tie-nen sentido del humor). Entre otras cosas, hay que reconocer que existen agradables excepciones. Baste citar, entre otros, a mi que-rido A. Maillot y, en Italia, a B. Maggioni.

    Personalmente sigo un mtodo particular. Leo conscientemen-te incluso los volmenes ms indigestos (esos, sobre todo). Luego, teniendo que escribir, me esfuerzo por olvidar. Pero, obviament~, alguna cosa til se ha depositado dentro de m y saldr afuera Slll que yo caiga en la cuenta.

    Una serie de sorpresas

    Algunas claves de lectura se ofrecen en la introduccin a las parbolas de Marcos. Aqu me limito a tomar alguna observacin de A. Maillot4.

    1. La parbola siempre es sorprendente, desconcertante. Su verdadero sentido no lo descubre el intelectual sino el creyente.

    La parbola esconde, ms que desvela. Mejor: esconde la pala-bra de Dios, para desvelarla inmediatamente, progresivamente. Tiene como fin introducirnos en el misterio del reino de Dios. Y

    4. A. Maillot, Les paraba/es de Jsus aujaurd'hui, Geneve 1977,9-12.

  • 18 Introduccin

    en este itinerario hacia el misterio, cuanto ms aumenta el conoci-miento ms crece el misterio.

    2. Jess, cuando quera expresar las verdades ms profundas de su mensaje, las revesta de esta forma de lenguaje. Pero l no in-vent el gnero de las parbolas. Ya se encuentra, en efecto, tan-to en el Antiguo Testamento como en la historia de las religiones.

    3. El Maestro ha contado las parbolas no slo para mantener escondidas las cosas del Reino a los de fuera y revelarlas a los discpulos que le siguen, sino tambin para hacernos comprender que Dios no es el Dios de los filsofos y de los sabios (y, con fre-cuencia, ni siquiera el de los telogos), sino el de los pequeos.

    En las parbolas no encontramos los atributos clsicos de Dios (inmutabilidad, impasibilidad, omnipotencia, omnisciencia, omni-presencia), sino que descubrimos a un Dios que se coloca en medio de los hombres, acta como los hombres, quiere ser como noso-tros. Es el Dios viviente que rechaza ser insensible (me atrevera a decir congelado en nuestras definiciones), inflexible, inaccesibles.

    Y as tenemos un Dios que es un sembrador, un padre, un rico propietario generoso de una manera escandalosa, un amigo, un pastor, un esposo que se retrasa, un pescador, un amo en viaje ...

    Es verdad, y ya lo hemos dicho, que existe semejanza y al mis-mo tiempo distancia. Pero esto no quita que a Dios le guste pre-sentarse con un revestimiento humano que no es slo una ficcin.

    4. En muchas parbolas puede haber cierta confusin entre Dios y la persona de Cristo. Pero esto quiere decir simplemente que Dios est totalmente comprometido y presente en la misin del Hijo.

    S. Las parbolas de Cristo resultan estrechamente ligadas a su encarnacin. Se podra afirmar que son historias porque la salva-cin misma es una historia. Slo una historia logra dar cuenta de una Historia. Y este es un punto que casi nunca se subraya.

    6. Cada imagen contiene distintos significados posibles, deja entrever muchas lneas armnicas. A diferencia de nuestras afir-maciones, la parbola nunca es unvoca. Y esto explica la diver-sidad (y a veces las divergencias) de las interpretaciones que, lejos de representar una debilidad, documentan la riqueza inagotable de

    5. ~aillot subrayaque cuando el salmista dice: El Seor es mi pastoD> (Sal 23, 1), dice acerca de DIOS, y en particular acerca de sus relaciones con el hombre ms que cualquier libro de filosofia. '

    Introduccin 19

    las parbolas. Parafraseando a P. Ricoeur, se podra afirmar que la parbola dice siempre ms de lo que dice.

    7. Una clave de lectura que puede ser muy til es esta. Inten-temos preguntarnos: cul es el punto que deba afectar, impre~ionar a los oyentes de Jess? Qu es lo que me sorprende? Que no es normal, habitual, dado por supuesto, sino desconcertante?

    O tambin: tomemos un folio y dividmoslo por la mitad. En la primera columna expliquemos el tema propues~~, imag~nemos el desarrollo de la historia y sobre todo su concIuslOn, segun nuestra mentalidad, segn las ideas que nos hemos fabricado a propsito de Dios. En la otra parte de la pgina, reproduzcamos el texto au-tntico de la parbola. Despus, controlemos. Tendremos sorpre-sas perturbadoras. Caeremos en la cuenta de que Dios nunca es co-mo nos lo imaginamos y como lo presentamos.

    Desde ese momento tenemos la posibilidad de comenzar a en-tender algo ...

    Mejor unos huesos con abundante carne ...

    En mis comentarios he examinado atentamente los huesos des-carnados que han salido de los laboratorios exegticos m~jor equi-pados (esos, al menos, a los que aluda antes, con una CIerta exa-geracin). Y me he propuesto desempolvarlo~.

    Alguno dir que he exagerado en un sentIdo ~puesto, y no me cuesta reconocer que tienen razn. Sostengo, Slll embargo, qu.e siempre es mejor ofrecer un hueso rodeado de abundante carne (lI-bre cada uno de tirarlo cuando se sienta saciado y hasta harto), que presentar a quien tiene hambre un hueso mO,n?~, perfectamente limpio (con los ms modernos mtodos de anahsIs), para ro~r ...

    Y adems soy del parecer de que las parbolas no constItuyen solamente una invitacin a tomar una decisin, sino que represen-tan una solicitacin para hacer funcionar, por nuestra parte, esa fa-cuItad con frecuencia inutilizada, cuando se trata de la palabra de Dios, que se llama fantasa.. . '

    Las parbolas, una vez agredIdas con los lllstrumentos.mas so-fisticados de la exgesis ms rigurosa, si no quieren termlllar em-balsamadas, tienen que tener la posibilidad de volar. ..

  • ADVERTENCIAS

    a) El presente comentario cubre las parbolas contenidas en el evangelio de Lucas. El primer volumen de la serie estaba dedi-cado a las parbolas pertenecientes a los otros dos evangelios si-npticos de Marcos y Mateo.

    b) Para los textos de Lucas, en la edicin castellana he segui-do la traduccin de la Biblia de La Casa de la Biblia, as como pa-ra los de Mateo. Para los textos de Marcos adopt una traduccin ma, ms fiel al sentido literal.

    c) En muy pocos casos, tratndose sobre todo de semejanzas, he modificado el orden seguido por los evangelistas.

    d) En el primer volumen he omitido algunas parbolas (como la de la oveja perdida, que est en el captulo 18 de Mateo) o se-mejanzas, porque las trato en este volumen dedicado a Lucas. Es-to, evidentemente, slo cuando entre las distintas versiones no ha-ya divergencias sustanciales. En ciertos casos, incluso aunque haya una coincidencia fundamental en los sinpticos, he decidido presentar distintos comentarios, siguiendo a los evangelistas, para tener la oportunidad de desarrollar una gama ms amplia de con-sideraciones sin verme obligado a condensar todo en un solo co-mentario, con el riesgo de hacerlo excesivamente pesado y darle una extensin exagerada.

  • 1 Los dos deudores

    (ms una mujer que no te esperas)

    Unfariseo invit a Jess a comer. Entr, pues, Je-ss en casa del fariseo y se sent a la mesa. En esto, una mujer, una pecadora pblica, al saber que Jess estaba comiendo en casa del fariseo, se present con un frasco de alabastro lleno de perfume, se puso de-trs de Jess junto a sus pies, y llorando comenz a baar con sus lgrimas los pies de Jess y a enju-grselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los unga con el perfume. Al ver esto el fariseo que lo haba invitado, pens para sus adentros: 'Si este fuera profeta, sabra qu clase de mujer es la que lo est tocando, pues en realidad es una pecadora '. Entonces Jess tom la palabra y le dijo: 'Simn, tengo que decirte una cosa '. l replic: 'Di, Maestro '. Jess prosigui: 'Un prestamista te-na dos deudores: uno le deba quinientos denarios y el otro cincuenta. Pero como no tenan para pagarle, les perdon la deuda a los dos. Quin de ellos lo amar ms? '. Simn respondi: 'Supongo que aqul a quien le perdon ms '. Jess le dijo: 'Has juzgado bien '. Y volvindose a la mujer, dijo a Simn: ' Ves a esta mujer? Cuando entr en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha baado mis pies con sus lgrimas y los ha enjugado con sus ca-bellos. No me diste el beso de la paz, pero esta, des-de que entr, no ha cesado de besar mis pies. No un-giste con aceite perfumado mi cabeza, pero esta ha ungido mis pies con perfume. Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdo-na poco, mostrar poco amor '. Entonces dijo a la mujer: 'Tus pecados quedan perdonados '. Los co-

  • 24 Las parbolas de Jess

    mensales se pusieron a pensar para sus adentros: 'Quin es este que hasta perdona los pecados? '. Pero Jess dijo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado; vete enpaz' (Lc 7, 36-50).

    Dos parbolas

    En esta pgina tenemos dos parbolas. Una, evidentemente es la que cuenta Jess al fariseo que le ha hospedado, y que tiene ~omo tema los dos deudores.

    La otra es una parbola en accin interpretada en la realidad por una pecadora redomada que ni siquiera necesita confesar sus culpas; hasta ese punto las conocen y estn en la boca de todos. y adems, en esta ocasin, ya se ha preocupado el dueo de la casa de confesarlas. S, si la acusacin de los pecados la hiciesen los no interesados, es probable que los confesores no se encontra-sen escasos de trabajo ...

    Ella se limita a expresar su arrepentimiento improvisando una sorprendente liturgia de amor y de ternura que termina por con-mover al Maestro.

    Jess saca las conclusiones de esta parbola: Tu fe te ha sal-vado; vete en paz.

    La otra parbola, la de los dos deudores, ofrece tambin al Maestro la posibilidad de hacer la exgesis de la interpretada con hechos por aquella mujer tan frvola. Pero intentemos ambientar la escena.

    Sin necesidad de palabras

    Aparentemente es el fariseo, como dueo de la casa, quien pro-grama el encuentro con el Maestro. Pero el protocolo queda des-baratado por la llegada imprevista de una mujer que est en boca de todos, q~e en realidad no figura en la lista de los invitados y cu-ya pres~nc~a no resulta precisamente grata. Sin embargo, parece que Jesus tIene muy en cuenta esta presencia tan embarazosa.

    En esto, una mujer ... . Sin duda es una intrusa. Su entrada en casa, de un~ p~rsona de bien tiene todo el aire de una provocacin. Que atreVImIento!

    Los dos deudores 25

    No conocemos su nombre. Slo sabemos su profesin, que, aunque tan antigua como el mundo, no est entre las ms nobles y que consiste en cometer y hacer cometer pecados.

    Eso es, una intrusa. Que debe haber molestado no slo a Si-mn, el distinguido seor de la casa, sino tambin a un montn ~e exegetas, que han derrochado una notable cantidad de materia gns para identificar a esta mujer. Entre ellos se han encendido discu-siones interminables. Miles de pginas cargadas de argumentos, desbordantes de indicios, repletas de suposiciones capaces de desconcertar al detective ms perspicaz.

    Los sinpticos hablan de dos unciones: una es precisamente es-ta, en casa de Simn, y la otra en Betania, anticipando la sepultu-ra, en casa de Simn el leproso (Mt 26, 2-13; Mc 14, 1-11). Las dos unciones han sido hechas por la misma persona?, y esta mu-jer annima se puede identificar con Mara Magdalena, de la que haban salido siete demonios?, y Mara Magdalena no ser por casualidad Mara de Betania, protagonista a su vez de un regalo de perfume del que habla el evangelio de Juan (12, 1-8)?

    Algunos simplifican: una sola mujer. Otros sostienen: dos mu-jeres distintas. Muchos insisten: son tres mujeres diferentes (tra-tndose de pecadoras, cuesta poco multiplicarlas, porque nosotros no figuramos en este nmero ... ).

    De todos modos, la intrusa tiene mucho que hacer en casa de Simn. No le queda tiempo para mostrar a los exegetas su carn de identidad. Le importan poco las presentaciones. Parece decir: las habladuras de la gente sobre m os pueden bastar, no os parece?

    Una pecadora pblica. La conocen todos. Una de esas. Una mujer frvola. La desprecian, pero se sirven de ella.

    Incluso los virtuosos la necesitan para poderse sentir buenos, para poder decir: Yo no he cado tan bajo como esa, ~o me he. de-gradado tanto, me he mantenido limpio. Una especie de cunosa autocanonizacin, fundada ms en la depravacin ajena que en los propios mritos.

    Pero ella tambin conoce a los hombres. Quizs mejor de lo que estos se conocen a s mismos (o creen conocerse). Y conoce incluso a las mujeres ... a travs de sus maridos.

    Conoce el hedor de una sociedad corrompida. Conoce a las personas honradas. Las que se cubren de honestidad c.omo si se tratase de una crema para la piel. Pero ella sabe que baJO la capa del buen nombre, de la moralidad, de la hipocresa, est todo lo de-

  • 26 Las parbolas de Jess

    ms. No, ella no se deja impresionar por las apariencias ni por las tarjetas de visita.

    Los otros se ven obligados a interpretar un papel, a ponerse la careta. Ella al menos tiene el mrito de presentar su verdadero ros-tro. No muy limpio, pero suyo.

    y seguro que en ella existe alguna zona intacta, no contamina-da. En lo profundo de su alma, probablemente, conserva un secre-to que defiende con celo. Algunos nobles venidos a menos, arrin-conados en una angosta buhardilla, obligados a racionar el pan, guardan en el fondo de un arca una joya minscula que se libr de la casa d~ empeos y que les recuerda los tiempos prsperos.

    TambIn ella. Una existencia desquiciada. Pero en un rincn protegido obstinadamente contra las continuas desilusiones y la~ experiencias ms degradantes, queda un retazo de esperanza. Es-peranza de encontrar a alguien que no la considere slo como un objeto de placer. Esperanza de poder ofrecerle su corazn, adems de su cuerpo. Esperanza de comenzar todo de nuevo, de partir de cero, .reenc?ntrando el hilo de aquella madeja enmaraada que es su eXIstenCIa. Esperanza de ser finalmente comprendida.

    Las lgrimas, segundo bautismo

    Se present con un vaso de alabastro lleno de perfume, se pu-so detrs de Jess junto a sus pies, y llorando comenz a baar con sus lgrimas los pies de Jess y a enjugrselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los unga con el perfume.

    Cada uno reza a su manera. Aqu, la oracin de la pecadora es-t h~cha de silencio y de lgrimas. Su liturgia, baada de ternura, se SIrve de un vaso lleno de perfume y de sus cabellos como si fuesen objetos sagrados. Ella se inventa los ritos. '

    Probablemente ya haba visto a Jess, le haba escuchado ha-ba quedado impresionada. Quizs l la haba mirado con un ~esto de reproche y de confianza. Le haba tocado, con mano segura, aquel retazo de esperanza oculto en el nico rincn limpio. Y desde entonces se haba iniciado el cambio.

    A los ojos de los hombres segua siendo una pecadora. Pero dentro haba cambiado. Se senta como habitada por aquel hombre. Ahora vena a darle gracias. No se corta los cabellos en seal de penitencia. Los utiliza para gloria de Cristo. Seductora

    Los dos deudores 27

    hasta ayer, conserva su gracia de mujer, que se ha hecho humilde y agradecida (sor Marie-Threse). . .

    Sus gestos tienen la espontaneidad y la segundad de una mu~er que se siente amada y que finalmente llega a amar. Besa ~os pIes que han caminado, que se han desollado por todos los cammos del mundo en busca de las ovejas perdidas (y tambin en la busca, an ms difcil, de las que jams han abandonado el rediL .. ).

    Llorando ... . Tambin para ella esto era una complicacin. El vaso de perfume estaba previsto. Las lgrimas, sin embargo, no es-taban previstas. Pero desde el momento que empezaron a brotar, las utiliza en su liturgia hecha de conmocin.

    Hoy, incluso en mbitos cristianos, se miran las lgrimas c.o~ sospecha, como si hubiera que avergonzarse de ellas. Una de~Ihdad. Muchos prefieren lloriquear que llorar. En el aburguesamIen-to espiritual que caracteriza a tantos sectores del catolicismo ac-tual, algunos llegan a rerse del don de lgrimas. Un maestr~, que lleva anillo pastoral en el dedo, campen de una.postura relI-giosa bajo el signo de la fuerza y de la dureza, llega mcluso a de-cir que hay que dejar de llorarse encima.

    y sin embargo las lgrimas tienen algo de carismtico y repre-sentan la consumacin del arrepentimiento. No hay nada ms aje-no al espritu del cristianismo que la insensibilidad de un corazn petrificado.

    Juan Clmaco tiene una expresin sorprendente: La fuente de las lgrimas despus del bautismo es algo mayor incluso que el propio bautismol. En una palabra, el llanto sera una especie de segundo bautismo. Expresin de arrepentimiento, purifica la natu-raleza, restituye la belleza de la creacin, porque, como deca Pa-blo VI, el rostro ms hermoso y luminoso es el rostro baado por las lgrimas. .

    Las lgrimas incluso pueden ser un deber ineludible. De nu~vo nos lo explica Juan Clmaco en su Escala espiritual: NadIe nos acusar de no haber hecho milagros, de no haber sido telo-gos, de no haber tenido visiones; pero ciertamente deberemos res-

    1. Comenta V. Lossky: Este juicio puede parecer paradjico, y pue.de inclu-so escandalizar si se olvida que el arrepentimiento es el fruto de la gra~Ia bautis-mal, esa misma gracia adquirida, hecha propia por la p~rsona, .convertIda en ella en el don de las lgrimas, seal segura de que el corazon ha SIdo fundIdo por el amor divino (Teologa mstica de la Iglesia de Oriente, Barcelona 1982).

  • 28 Las parbolas de Jess

    ponder ante Dios del hecho de no haber llorado incesantemente por nuestros pecados. . El arrepentimiento, expresado por las lgrimas, se puede con-

    sIderar como el puente que permite pasar del temor a la orilla de la e~peranza. Isaac e~ Si.rio tiene una palabra penetrante a este prop-sIto: El arrepentImIento es el fuerte temblor del alma ante las puertas del paraso.

    Entre las biem'venturanzas evanglicas debemos redescubrir esa qu~ proclama: Dichosos los que ahora lloris ... (Lc 6, 21).

    QUIen se reconoce pecador no se avergenza de sus lgrimas. Sabe que devuelven a sus ojos la capacidad de contemplar al Seor.

    Los pensamientos que huelen

    Al ver esto el fariseo que lo haba invitado, pens para sus adent~os: 'Si este fuera prof~ta, sabra qu clase de mujer es la que lo esta tocando, pues en realIdad es una pecadora'. Se advierte en l la sorpresa, el desprecio, pero tambin un secreto regusto: Ya me pa,re~a a m q~e este es un profeta de pacotilla; ni siquiera sa-be que tIpo de mUjer es esa que le est 'tocando'. . Pero no tiene la valenta de decir en voz alta lo que piensa. Se

    hmita a pensarlo para sus adentros. Di,me ~u piensas de los .dems y te dir quin eres. Hay gente q~e solo tIene una coherencIa: la de confrontar los propios pensa-mIentos sobre los dems y la propia conducta. O sea, los juicios que se formulan con respecto a los otros revelan lo que uno es ca-paz de hacer. Se piensa mal porque se obra mal. El pensar mal de los otros es la garanta de nuestra capacidad para realizar esas mismas acciones, si se presenta la ocasin.

    Dostoievsky deca que si los pensamientos de los hombres oliesen, se esparcira por el mundo un hedor tan insoportable que todos moriran apestados.

    Cristo ,no slo senta el mal olor de ciertos pensamientos, sino que los .lela en voz alta, como en un libro abierto: Simn, tengo que decIrte una cosa ... . Y el fariseo sinti la humillacin de ver-se cogido en flagrante delito de pensamiento y de que le dieran una leccin detallada de buenos modales.

    Los dos deudores 29

    y por si fuese poco, se aade a ello la mortificacin ?e ver que le proponen como ejemplo (y reproche!) el comportamIento de la pecadora.

    Se empieza con una parbola fcil, la de los dos deudores, y se le pide a Simn que saque la conclusin. Has juzgado bien. Cier-tos individuos lo saben todo, sus juicios son siempre acertados. Lo malo es que no entienden nada. Y entonces el Maestro les obli~a a mirarse en el espejo (el espejo de la mujer): Ves a esta mUJer? Cuando entr en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha baado mis pies con sus lgrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso de la paz, pero esta, desde que entr, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste con aceite perfumado mi cabeza, pero esta ha ungido mis pies con perfu.me. No hay nada que decir, un chaparrn capaz de levantar la delIcada piel del fariseo ...

    Una salida lgica

    Cerrado el incidente y cerrada la parbola que origin el inci-dente. Sin embargo, la conclusin no va en la direccin que uno se podra esperar.

    Segn el desarrollo de la parbola, sera lgico sacar estas con-secuencias: el perdn de la deuda es causa y medida del amor. Cuanto ms agraciado se sienta uno, ms amor demuestra. En una palabra: el perdn precedera y producir.a el amor: .

    Sin embargo, Jess, con uno de sus habItuales e ImprevIstos cambios de lgica, apunta en la direccin opuesta: el corazn de la mujer ha cambiado completamente desde el momento ~n que s.e reconoci pecadora. Si ha realizado todos esos gestos, qUIere decIr que su corazn ya estaba lleno de amor. Por eso se le han perdo-nado sus muchos pecados, porque ha amado mucho. No es el per-dn, como exigira la lgica, el que provoca el amor, sino el amor es el que suscita y mide el perdn2.

    Para el fariseo la conclusin es distinta y ms lgica: Aquel a quien se perdona poco ama poco.

    2. Estas reflexiones las desarrolla con rigor crtico R. Bernard, ~e mysfre de Jsus 1, Mulhouse 1963, 354-355 (versin cast.: El misterio de Jesus, Barcelona 1965).

  • 30 Las parbolas de Jess

    Los que murmuran y la que se va de all ligera;>

    Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: 'Quin es este que hasta perdona los pecados?'. De nuevo pen-samientos escondidos. Pero las murmuraciones y el escndalo de los presentes no impiden a Jess que realice hasta el fondo su ac-cin de recuperar a la mujer. El estrpito de los malos pensamien-tos no impide la frmula de absolucin que Jess se apresta a pro-nunciar con solemnidad: Tus pecados quedan perdonados. Y despus la despide con una frmula litrgica: Vete en paz, pre-cedida de una confidencia: Tu fe te ha salvado. Probablemente ella lo ha interpretado as: Tu amor te ha salvado.

    La mujer se va. Todos la consideraban una mujer ligera de cascos. Pero solamente ahora se siente de verdad ligera.

    Se le ha restituido un corazn nuevo, puro y fresco como el de un nio. Ahora puede empezar a amar de verdad. Porque se siente amada.

    y el fariseo, que haba invitado a Jess para estudiarlo, si quiere saber algo acerca del Maestro, deber dirigirse a aquella mujer.

    y con l, todas las personas virtuosas del mundo.

    Ninguna de estas dos parbolas consigue convertir al fariseo

    Simn, que aunque ha invitado a Jess a su casa -una invita-cin a comer ms bien formal, quizs para conseguir un diploma de importancia frente a la gente, o incluso para someter al husped al examen de su mirada suspicaz e indagadora- ha equivocado cla-morosamente el protocolo.

    Se ha hecho ilusiones de que l iba a admirar sus mritos. Y no le ha permitido inspeccionar las miserias y hacrselas descubrir.

    El fariseo no deja que le desmantele las impenetrables defensas que le ha levantado la hipocresa. Su mscara de honorabilidad ya forma parte de l.

    Aqu hay adems dos parbolas que tienen una funcin revela-dora. La primera es una parbola en accin interpretada con he-chos por una pecadora consumada. La otra, contada por el Maes-tro, la de los dos deudores, ofreci al fariseo la posibilidad de hacer la exgesis de la parbola interpretada de verdad por la intrusa.

    Los dos deudores 31

    Pero me parece que ninguna de las dos parbolas logra sacar al descubierto al pobre hombre escondido en el fariseo, que prefiere permanecer protegido por sus harapos rutilantes de .personaje de bien, estimado y reverenciado por los dems, y no qUiere. saber na-da de lo que alberga en lo ntimo de su ser. No ha entendido que la grandeza -y la salvacin- del hombre consiste en admitir esto: Soy un pobre hombre.

    No ha cado en la cuenta de que el verdadero pecado es la fal-ta de amor. Que el arrepentimiento es reconocer humildemente los propios incumplimientos del cdigo del amor, y desear intensa-mente amar y ser amado. Que el perdn no es otra cosa que expe-rimentar la plenitud del amor.

    El fariseo sabe los pecados de la mujer intrusa. Pero no sa-be que ninguna virtud puede llenar y sustituir el vaco de am.or.

    l se contenta con estar en regla, con ser irreprochable, irre-prensible, con mantener el orden exterio~. Tiene mied~ ~e las l-grimas, porque le estropearan el maquillaje de actor rehgiOso con-sumado y la mscara de respetabilidad.

    No acepta el riesgo de ser despojado de las apariencias, de des-cubrir la propia miseria escondida y de emprender el camino com-prometido del amor fiel.

    A Cristo no le gustan los monumentos

    La seguridad tiene un rostro muy poco tranquilizador. Es el ros-tro irreprensible del fariseo que ha invitado a Jess y qu~ mueve la cabeza ante la aparicin no programada de aquella muJerzuela.

    La seguridad tiene un aspecto sombro. Asume una postura sospechosa. Tiene un aire triste. Sus ojos indagadores buscan algo que merezca una desaprobacin, un desprecio., .

    Incluso cuando sonre, el fariseo -seguro de Si y de sus virtu-des- sonre contra alguien. Su sonrisa es acusadora.

    La seguridad del fariseo es la presuncin. l se considera ne-cesariamente poseedor de la verdad. Se coloca por derecho en la categora de los virtuosos, de los justos. Y, desde esa posicin de privilegio, su mirada hacia el otro es la mirada de la sospecha o, a lo ms de la condescendencia.

    Y t~mbin su postura, aunque hacia fuera puede parecer slida, resulta en realidad extremadamente frgil, casi inconsistente. En

  • 32 Las parbolas de Jess

    efecto, el barniz exterior juega un papel relevante en esa mscara de fidelidad y ejemplaridad.

    El respeto formal, los gestos calculados, el lenguaje controla-do, el pensamiento rigurosamente ceido a lo oficial, la observan-cia de las normas disciplinares, demasiado ostentosa para ser au-tntica y convencida, los ojos opacos, las poses resabidas, el escrupuloso respeto de las formas, constituyen la cobertura de un vaco real y de una sustancia muy deficitaria.

    A veces incluso el homenaje rendido a las virtudes esconde un clculo astuto. Y la defensa aireada de la verdad constituye una forma de tutela de intereses inconfesables.

    Jess no se deja impresionar por estos monumentos sagrados. Su palabra agrieta el barniz, raspa el estuco, abre grandes grietas en los revoques, rompe sin piedad el envoltorio -y el contenido-de cartn piedra.

    No hay barniz que resista. No hay apariencia que se mantenga.

    El buen ejemplo dado por una ramera

    Simn, tengo que decirte una cosa ... . No se pone a discutir con l. Le cuenta una pequea parbola y le obliga a pronunciarse. Le obliga, sobre todo, a confrontarse con el ejemplo dado por una ramera. La comparacin con los gestos -como una liturgia de la ternura- realizados por una mujer de esa clase resulta netamen-te desfavorable para l.

    T no me diste ... : una acusacin repetida tres veces. Tres colosales incumplimientos. Y todo sintetizado en un nico captu-lo de acusacin: amor escaso.

    El monumento es perfecto, pero fro, distante, aparatoso. Ame-nazador.

    Jess no se encuentra a gusto en esa casa honorable. Por suer-te ha entrado, quin sabe cmo, una mujer poco recomendable, pe-ro capaz de gestos autnticos, espontneos, no previstos en el rgi-do protocolo. Lgrimas, perfume, besos y un uso bastante inslito de los cabellos. Todo para expresar arrepentimiento, afecto, fe.

    La acogida del fariseo se ha limitado al espacio exterior. La mujer pecadora no ha dudado en ofrecer a Jess las paredes de un corazn que, a pesar de las miserias, ha conservado intacta la ca-pacidad de abandonarse sin reservas a un amor ms grande.

    Los dos deudores 33

    y Jess con delicadeza extrema, ha barrido la suciedad -o sea, sus much~s pecados- y le ha devuelto un sentido, una libertad a aquella existencia desquiciada (

  • 34 Las parbolas de Jess

    cuenta con regulares y miserables pagos ... con moneda falsa, aun-que vaya barnizada de religiosidad.

    Pistas para la bsqueda

    Perdn y amor

    El lector atento advierte un contraste entre la conclusin que Jess saca de la parbola (

  • 36 Las parbolas de Jess

    La gran cancelacin

    Aqu el perdn no se entiende como la rebaja de transgresiones aisladas, sino como la gran cancelacin de todo lo que esclaviza al ser humano, autntico rescate ofrecido a todos (A. Combar.

    Dios es as

    Est claro que Jess habla de Dios. As es Dios, tan incom-prensiblemente bueno! No comprendes, Simn? El amor de esta mujer, ante la que t frunces el ceo, es una expresin del agrade-cimiento desbordante por la incompresible bondad de Dios. C-mo te equivocas con ella y conmigo, y cmo te falta lo mejor? (1 J eremias )8.

    El desierto interior puede florecer El misterio del hombre pecador es un misterio abierto, puede

    ser desgarrado por el amor, como sucede con la pecadora. No te-nemos ningn derecho para medir ese misterio con nuestro metro arrogante de hombres de bien y

  • 2 El samaritano

    Se levant entonces un maestro de la ley y le dijo para tenderle una trampa: 'Maestro, qu debo ha-cer para alcanzar la vida eterna?' Jess le contest' 'Qu est escrito en la ley? Qu lees en ella?' Ei m~estro de la ley respondi: 'Amars al Seor tu DIOs con todo tu corazn, con toda tu alma, con to-das tus f~er~as y con toda tu mente; y a tu prjimo como a tz mismo '. Jess le dijo: 'Has respondido co-~rec.t~mente. Haz eso y vivirs '. Pero l, queriendo Justif!car~e, pregunt a Jess: ' Y quin es mi prji-

    mo~ Jesus le respondi: 'Un hombre bajaba de Jeru-salen a Jeric y cay en manos de unos salteadores que: despu~ ,de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se ~leJaron deJandolo medio muerto. Un sacerdote ba-Jaba casualmente por aquel camino y al verlo se

    d~svi y pas de largo. Igualmente un evita que ~aso por aquel lugar, al verlo, se desvi y pas de lar-f!0' Pero, un samaritano que iba de viaje, al llegar Ju~to a el y verlo, sinti lstima. Se acerc y le ven-do las heridas, despus de habrselas curado con acei~e y vin~; luego lo mont en su cabalgadura, lo llevo al mesan y cuid de l. Al da siguiente, sacan-do ~os de?arios, se los dio al mesonero, diciendo: CUida de el,? lo que gastes de ms te lo pagar a mi vuelta. Qu~en de los tres te parece que fue prjimo del que cayo en manos de los salteadores? ' El otro le ~on;est: 'El que tuvo compasin de l'. Jess le di-

    JO: lkte y haz t lo mismo ' (Lc 10,25-37).

    El samaritano 39

    UN HOMBRE BAJABA DE JERUSALN A JERIC ...

    Imitadores y predicadores

    Ciertamente esta parbola es uno de los textos ms comentados del evangelio. La han honrado con sus comentarios intrpretes ilustres, plumas clebres. Pero, por suerte, las interpretaciones no se han limitado a las pginas de los libros: han pasado, la mayor parte de las veces en silencio, a la escena de la vida ordinaria. Es ms, me atrevo a decir que el samaritano introducido en la historia o tambin en la crnica popular redime al buen samaritano reci-bido en la literatura con todos los honores.

    y redime tambin al buen samaritano propuesto como per-sonaje banalmente edificante por muchos predicadores, usado como una especie de soporte no del amor verdadero, sino de la li-mosna y de la beneficencia, o incluso de una difusa filantropa.

    El experto

    Se levant entonces un maestro de la ley y le dijo para ten-derle una trampa ... . Es la vieja religin la que habla por boca de este superexperto. Es la vieja teologa que plantea la ensima dis-cusin en el plano terico.

    Pero Jess no se deja enredar en un debate acadmico. Se sien-te muy lejos de la maraa casustica. Evita la telaraa de las pre-cisiones, de las disquisiciones doctas. No le gusta el juego de pa-labras. Introduce el problema en el cauce de la vida. No presenta una tesis, sino un hecho concreto. Y obliga al interlocutor a hacer las cuentas con los hechos. Le obliga no a elegir una teora, sino una actitud prctica.

    Al final no le pregunta: Has entendido bien?. Ni tampoco le recomienda: iPreocpate de no olvidar esta leccin!. Le impone brutalmente: Vete y haz t lo mismo.

    El escriba haba venido a discutir, a disputar, a argumentar. Y se va con una obligacin precisa que tiene que llevar a la vida. La vieja cultura religiosa pretenda hablar. Jess le pone la mordaza. En compensacin, le obliga a mover las piernas, no la lengua. Y a hacer funcionar el corazn. El experto, en la nueva religin, ya no es el que sabe, sino el que hace.

  • 40 Las parbolas de Jess

    El gesto preciso

    Y quin es mi prjimo?. El escriba quiere una ficha, la lis-ta detallada de las personas a las que hay que considerar como prjimo. Una especie de lista de los pobres, de las familias ne-ces~tadas. La direccin exacta de los individuos a los que puede abnr su corazn sin excesivos riesgos.

    Jess da un vuelco radical a la pregunta: Quin de los tres te parece que fue prjimo del que cay en manos de los salteado-res?. No quiere precisar quin es el prjimo en pasiva. Sino que quiere descubrir quin es el prjimo en activa. No el prjimo como objeto, sino como sujeto del amor.

    Cristo desplaza el centro de inters. El doctor de la ley se colo-ca en el centro, sobre el pedestal, y pone a los dems a su alrede-dor. Quin es mi prjimo?. El Maestro explica que este centro no ~s el ~o, sino cualquiera que se encuentre en mi camino y ne-ceSIte mI ayuda, mi comprensin, mi amor.

    El problema fundamental del cristiano no es el de saber quin e~ su prji~o, o sea, la categora de personas que le permiten ejer-CItar la candad con el menor costo posible. El problema esencial consiste en hacerse prjimo, desplazando el centro de inters del ~o ~ los otros. El samaritano ha sabido colocarse en la pers-pectIva Justa, o sea, del lado del otro.

    Por tanto, no se trata de saber a quin debo amar, sino de caer en la cuenta de que todos tienen derecho a mi amor. Debo acercar-me, hacerme vecino, prximo de todos, especialmente de los ms lejanos. Solamente aS, acercndome, anulando distancias, podr escuchar sus gemidos, or su grito silencioso, descubrir sus sufrimientos o, al menos, intuirlos, captar sus llamadas de amor, incluso las no expresadas.

    Siempre es muy fcil crear distancias inmensas en nuestro ca-mino. Gente antiptica, molesta, tonta, inoportuna, vulgar, despe-chada. Y pasamos a su lado, los rozamos, convencidos de que sus problemas y sus angustias no nos conciernen.

    Un censo del prjimo slo servira para aumentar las distan-cias, para multiplicar los excluidos de mi amor.

    Sin embargo, basta acertar con el gesto exacto, precisamente el del samaritano. Y entonces la pregunta sobre quin es mi prji-mo carece de sentido. La he resuelto anulando las distancias ha-cindome prximo. '

    El samaritano 41

    Bastan veintisiete kilmetros para dividir a los hombres

    Un hombre bajaba de Jerusaln a Jeric ... . Veintisiete kil-metros de un camino que baja en picado, partiendo desde casi ochocientos metros de altitud sobre el nivel del mar y, zigza-gueando en medio de un desierto ca~creo: llega a Jeric, la ciudad de las rosas a trescientos metros baJO el nIvel del mar. Un escena-rio pavoroso, alucinante. Un entorno prop~c~o para e~cu~~tro~ no precisamente agradables. Se le llamaba, SInIestra y SIgnIfIcatIva-mente, el camino de la sangre.

    Veintisiete kilmetros que bastan para dividir a los hombres en dos categoras: los que pasan de largo y los que se detienen; los que recorren su camino y los que se preocupan por los de~s; los que exhiben el certificado sellado con un no es cosa mla y aquellos que se sienten responsables de todo y de todos; l~s que no quieren complicaciones y los que hacen acto de presenCIa ante el dolor que hay en el mundo; los que no hacen dao a nadie y los que saben inclinarse ante cualquier necesidad; los que tienen que ocuparse de cosas importantes, de asuntos urgentes, y los que se preocupan del sufrimiento ajeno.

    Veintisiete kilmetros vigilados por la mirada de Dios. En efecto, esta parbola est dentro de la misma perspectiva que la del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). All, en el templo, dos hom-bres rezan y Dios los observa. Aqu, a lo largo de los recovecos de un camino infame, nos encontramos a un hombre medio muerto, a algunos individuos que se acercan y a Dios observando, fotogra-findolo todo.

    Puedo engaarme y pasar de largo. Nadie me ve. El pobre hombre, que siente cmo se le escapa la vida por las heridas, y~ ni siquiera tiene fuerzas para abrir los ojos. Pero no es aS: Al~Ulen me est espiando. Dios me observa cuando estoy en la IgleSIa. Y tambin cuando voy por el camino. Para l tambin el camino es importante. Como la iglesia. Camino e iglesia son el lugar del en-cuentro.

    Veintisiete kilmetros pueden determinar mi salvacin o mi condenacin. Veintisiete kilmetros, e incluso menos. Puede ser suficiente un pasillo, pocos metros, una ventanilla, un despacho. Basta con que una persona me necesite: ese es mi camino que b~ja de Jerusaln a Jeric. Donde, si pierdo tiempo, gano la eternI-dad. Mi salvacin coincide con la salvacin del otro.

  • 42 Las parbolas de Jess

    El papel

    Un hombre bajaba de Jerusaln a Jeric y cay en manos de unos salteadores que, despus de desnudarlo y golpearlo sin pie-dad, se alejaron dejndolo medio muerto.

    S, de esta salimos bien parados. Para tranquilizarnos decimos: no es ms que una parbola, un hecho imaginario, una fbula.

    Pero el Seor esta vez no ha tenido que utilizar mucho la fanta-sa. Se ha limitado a echar una ojeada a la crnica de sucesos. Ha-ba material ms que suficiente para construir su parbola punto por punto con hechos vcrdadcros. con personajes bien definidos.

    No hay un solo hombre moribundo. Como tampoco hay slo una banda de salteadores. Como tampoco hay solamente un sacer-dote, un levita ni, afortunadamente, un nico buen samaritano.

    La parbola es interpretada en la realidad por millones de sal-teadores y atracadores, de sacerdotes y aclitos y, ojal, de sama-ritanos. Cada uno tiene su papel. Un papel real, en el escenario de la vida. Hay quien comete infamias, quien lleva su peso, quien se desentiende y quien paga por todos. Y Cristo conoce nombre y apellidos de cada uno de los actores. Est informado del compor-tamiento de millones de personajes.

    Luego, cul es mi papel? No hay director que me lo asigne. Soy yo quien debo escogerlo. Jess se ha limitado a contar, a refe-rir lo que ve. Pero soy yo quien hago la parbola. Y cuando Je-ss dice salteadores, sacerdote, levita, samaritano, me doy cuenta de que me llama por mi nombre.

    Mi nombre est escrito en el evangelio, mi accin est registra-da en el evangelio, en el captulo diez de Lucas ...

    Culpable de tener razn

    Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al ver-lo, se cambi al otro lado del camino y pas de largo. Igualmente un levita que pas por aquel lugar, al verlo, tom el otro lado del camino y pas de largo ... .

    Por suerte todos los caminos tienen dos lados. Y siempre hay otro lado a disposicin, cuando uno no se quiere quemar los ojos ante una realidad demasiado incmoda y tener la conciencia tranquila.

    El samaritano 43

    Sin embargo, para un cristiano el problema consiste en saber si el otro lado es el bueno. En efecto, la parte ms cmoda puede resultar la parte equivocada.

    De todas formas, el sacerdote y el levita escogieron precisa-mente la parte cmoda, dieron un rodeo por el otro lado y si-guieron tranquilamente adelante.

    Dan ganas de perseguirlos, de tirarles del manto y preguntar: -Por qu no os habis detenido? Es que no habis visto a ese

    pobre hombre? S, lo han visto. Pero tenan razones vlidas para no detenerse. Quizs la primera de todas fuera una preocupacin de tipo ri-

    tual. El contacto con un cadver (o candidato a serlo) ensucia, vuelve impuros y, por tanto, inadecuados para el servicio del templo. Y luego, adems de tutelar la pureza, hay que respetar un horario. Hay que observar un reglamento. Cosas importantes que no se pueden eludir. Tienen prisa, no pueden perder tiempo. La parada no est prevista en su orden litrgico del da. Quizs de-cidieron acudir a las autoridades competentes para elevar una enrgica protesta por la falta de seguridad en aquel camino in-fectado de ladrones y salteadores ...

    y mientras tanto aquel desgraciado se est muriendo. Tambin nosotros siempre tenemos a mano razones vlidas pa-

    ra sacudirnos los compromisos del amor. La sangre ensucia. No quiero los. No tengo nada que ver en este feo asunto, con entresi-jos inquietantes. Tengo que preocuparme de mis asuntos. Ni si-quiera s quin es ese individuo. Que se preocupen las autoridades competentes ... Pero mil razones vlidas ante Dios equivalen a no tener razn.

    y el camino sigue siendo maldito. No por la presencia de los bandidos, sino por la falta de amor. Por el rodeo del sacerdote y del levita y de quien se asemeja a ellos. Culpables de haber hecho callar al corazn. Con razones vlidas.

    No son los salteadores los que hacen temible el camino, sino la indiferencia, el desentendimiento de los buenos.

    Lo que no nos esperbamos

    Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a l y ver-lo, sinti lstima. Se acerc y le vend las heridas, despus de ha-

  • 44 Las parbolas de Jess

    brselas curado con aceite y vino; luego lo mont en su cabalga-dura, lo llev al mesn y cuid de l.

    Al llegar aqu, en el desarrollo de la historia esperaramos, l-gicamente, que entrase en accin, tras el sacerdote y el levita, el laico judo. Pero Jess, con uno de sus golpes de efecto descon-certantes, presenta a un tipo poco recomendable, un cismtico, un indiyiduo con quien un israelita piadoso no quera saber nada.

    El, el samaritano, el renegado, el excomulgado, supo encontrar inmediatamente el gesto adecuado. Vio al herido y no ha dudado en pasar por el lado correcto del camino: por donde estaba el obs-tculo, el tropiezo imprevisto.

    Un desconocido? No le interesa saber su identidad. Le basta-ba saber que era un hombre. Haba razn ms que suficiente para pararse, para acercarse, para perder tiempo, para abandonar sus planes de viaje, para vaciar su cartera. Simplemente ha dejado ha-blar al corazn. Y l le ha sugerido el comportamiento adecuado.

    En el templo, el sacerdote y el levita realizan todas las ceremo-nias de una manera exacta, impecable, segn las rbricas. Pero hay motivo para dudar que encontrasen a Dios, o que Dios se dejase encontrar por ellos.

    El samaritano, ignorante y despreciado, se encontr con Dios en un recodo del camino. No falt a la cita decisiva.

    Lo llev al mesn y cuid de l. Al da siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero, diciendo: 'Cuida de l, y lo que gastes de ms te lo pagar a mi vuelta'. Por dos veces aparece el verbo cuidar. Primero el samaritano cuida personalmente del herido. Despus lo confa al mesonero recomendndole que cuide de l. En este segundo caso, podra parecer una delegacin, un descargo de responsabilidad. En realidad, el samaritano se mani-fiesta dispuesto a pagar personalmente (

  • 46 Las parbolas de Jess

    Pero ste no est dispuesto en absoluto a pronunciar el nombre del enemigo aborrecido. Se las arregla con una perfrasis: El que tuvo compasin de l.

    Casi seguro que en ese momento despunt una sonrisa en el rostro de Jess. Aunque no consigui que prnunciara ese nombre el Maestro se siente ntimamente satisfecho: la flecha ha dado d~ tod~~ modos en el blanco; el escriba se ha tragado una indigesta leccIOn.

    TAMBIN EL DOCTOR DE LA LEY FORMA PARTE DE LA PARBOLA

    A Jess no le gusta discutir con los intelectuales

    . , El samaritano no es el nico protagonista de la parbola. Tam-bIen ~l doctor de la ley tiene un papel importante, si bien limitado al prologo y al eplogo.

    Digamos la verdad. No son estos los encuentros que Jess agr~dece. Le ~usta ms bien estar con gente sencilla, gente sin ex-ceSIvas comphcaciones intelectualistas, sin segundas intenciones cuya bs.queda no est viciada por un problematismo exasperado; complaCIdo, por falsas cuestiones.

    . Por ejemplo, parece que no puede soportar a este escriba, a es-te mtelectual presumido y satisfecho. Es verdad que le escucha ~ue respon?e a sus ?~eguntas -aunque sea de una manera expedi~ trva y concIsa-, facIhta las aclaraciones solicitadas. Pero no ve la hora de quitrselo de encima. Vete ... , salta al final.

    Sin embargo, ah est el doctor de la ley, con todas sus sutile-zas, pe~ante, sabiondo, petulante, presumido, insidioso, pretencio-so, un tIpo q~e sabe todo, que responde correctamente, pero que se mu~stra reacIO a dar las pruebas inequvocas de los hechos.

    El pretende discutir hasta el infinito, precisar, medirse con Je-s.~ a golpe de ~itas doctas, ~oner a prueba al famoso Maestro, jus-tIfIcar su P~OPIO saber, defmir exactamente el concepto de prji-mo, ?ete~mmar con precisin los lmites del amor, establecer sus confmes mfranqueables.

    Pero Jess no se presta a ese juego tendente a entablar un de-bate extenuante. Al Maestro no le gusta participar en discusiones sobre tem~s abstractos, no se deja envolver en diatribas doctas, no pone los pIes en las arenas movedizas de una casustica abstrusa.

    El samaritano 47

    A l no le interesan los individuos que slo comprometen su brillante inteligencia, pero que no estn dispuestos a dejarse im-plicar en el plano existencial. No puede soportar una ciencia que no se convierta en amor y servicio.

    l no rechaza el encuentro. Pero lo centra en lo esencial, no consiente divagaciones abstractas. Conduce el discurso hacia el plano de lo concreto.

    Cuando el saber no basta

    Pero de verdad el doctor de la ley deseaba saber? En efecto, existe un saber que es fin en s mismo. Un saber pa-

    ra acumular conocimientos. Un saber para exhibirse, impresionar a los dems, dar el golpe, acaparar la atencin, adquirir fama y ad-miracin.

    El escriba pretenda discutir, abrir un debate, promover una dis-puta erudita, suscitar una confrontacin entre expertos, ~esarrol~ar -como se dice hoy- un discurso, resolver un caso, preCIsar, obJe-tar, hacer presente que ...

    A l le vena bien un saber que no le exigiera implicarse dema-siado. Pero a Jess no le iba en absoluto ese tipo de discusin no comprometida. . . ,

    Lo reafirmo: de esta pgina de Lucas se saca la ImpreSIOn de que el Maestro no puede aguantar a un individuo de esa especie, dispuesto a justificarse ms que a dejarse someter a discusin.

    Entonces el Maestro se manifiesta impaciente por cerrar el de-bate terico y abrir el captulo de la accin concreta. Liquidar las falsas cuestiones y afrontar el meollo de la cuestin. Echar fuera al charlatn desenvuelto y hacer entrar al que lleva las ideas a la prc-tica. No le interesa someterlo a exmenes tericos. Sabe que en ese campo el escriba saldr airoso.

    -Qu est escrito en la ley? Qu lees en ella? -que ~s tanto como decir: Date prisa, porque aqu no est el punto esencIal.

    Est seguro de antemano de que le responder en la lnea de la ms perfecta ortodoxia, de la ms indiscutible doctrina tradicional.

    Jess no ve la hora de implicarlo en los exmenes prcticos: -Haz eso y vivirs. E incluso despus de la parbola, aquel se las arregla muy bien

    para facilitar la interpretacin correcta de los comportamientos

  • 48 Las parbolas de Jesls

    ajenos. Pero Jess tiene mucho inters en que sepa interpretar exactamente su papel activo: Vete y haz t lo mismo.

    Qu dificil es conjugar el verbo hacen>!

    Hay que subrayar la insistencia puesta en el verbo hacer cu-ya conjugacin debe ser la ms indigesta para el docto interlodutor de Jess.

    Sabes todo. Pero hasta que no hayas aprendido a hacer, dejan-do de hablar, tu saber no vale para nada, es intil (inutilizable) co-mo una moneda fuera de curso legal.

    El conocimiento, en trminos de vida cristiana, no es un saber, ni tampoco simplemente un ver (tambin el sacerdote y el levita de la parbola que el Maestro somete al examen del escriba han vis-to), sino un hacer. El conocimiento es inseparable de la praxis. Puedes decir que slo sabes las cosas que haces.

    Conozco al otro, al distinto -cercano o lejano, poco importa-cuand? arriesgo mi vida por l, cuando me comprometo por l.

    CrIsto es el pastor que conoce las ovejas, porque da su vida por ellas.

    S quin es mi prjimo cuando no me quedo en mi sitio, cuan-do me acerco, supero las distancias, bajo de la cabalgadura de la ciencia (incluso teolgica), o sea, cuando me hago prximo.

    ~uedo afirmar que progreso en el conocimiento del prjimo a ~edlda que me ocupo de l, me dejo provocar por sus exigencias, lllvolucrar en sus vicisitudes, identificar con su situacin concreta.

    Jess no dice a su docto interlocutor: Has respondido bien, por tanto puedes estar tranquilo, ests en la ms estricta ortodo-xia. Sino:

    -Has respondido correctamente. Haz eso y vivirs. Me atrevera a traducir: -Has respondido bien ... si haces eso. De todos modos, ese haz es una orden perentoria, no un sim-

    ple consejo. El mandamiento resuena para ti aqu y ahora, y tiene carcter

    de urgencia. No tienes que buscar excesivamente lejos, en esos libros con lo~ que ests tan familiarizado. Ni puedes esperar. Porque hay al-gUIen a lo largo de un camino cualquiera que te est esperando.

    El samaritano 49

    Un estremecimiento en las entraas

    Al hombre del saber tambin le viene otro golpe de este otro verbo: sentir lstima (

  • 50 Las parbolas de Jess

    Solamente la humanidad, el estremecimiento de las entraas el pesar del corazn, es sntoma de lo divino. '

    Alguno siente el rumor de los ngeles. Dichoso l. Jess, de forma mucho ms realista, afirma que es necesario sentir lsti-ma, sentir algo en el lado del corazn.

    Dios es lejano y cercano. Para alcanzarlo ... basta pararse. Jun-to al prjimo. Ni el rumor de los ngeles, ni el pasar de las pginas de un libro, sino el ruido de los pasos es el que lleva a encontrar lo que se busca.

    En el fondo, con su seco vete, Jess se quita de encima a ese individuo cuya boca slo funciona unida al cerebro, con la espe-ranza de volverlo a encontrar con un corazn que funcione.

    Entonces ya no tendr que hacer preguntas petulantes al Maes-tro, puesto que ya l habr dado, silenciosamente, a lo largo del ca-mino accidentado y abrupto de lo cotidiano, las respuestas perti-nentes, indiscutibles.

    EL PRJIMO

    No quin es Dios?, sino quin es el prjimo?

    Y quin es mi prjimo?. En el fondo tenemos que estar agradecidos al doctor de la ley, porque ha puesto sobre el tapete la pregunta ms comprometida. Aunque la haya formulado simple-mente para

  • 52 Las parbolas de Jesls

    El encuentro se da entre dos personas

    El prjimo se hace prximo o sea c camos nosotros y de la man ' ,ercano, cuando nos acer-.. era como nos acer 1 Jlmo es aquel a quien hago ~uemos a e los. Pr-Y cercano no quedando . " entonces es l quien nos sient ' .. me en mI SItIO. palabras: no somos nosotros q . e prol~ln:os, cercanos. Con otras

    Ulenes e eglmos 1 ' " . es el prjimo quien nos elige' a proJlmo, SIllO que

    El ' " , qUIen nos provoca proJlmo va ms all de nuestros l'b d:"

    caciones, gustos simpatas H Iros, e[llIClOnes, clasifi-ble para acercars~ al prjimO ;y que vencer una resistencia terri-superar muchas repugnanci~~. n nosotros todo se resiste. Hay que . Amar quiere decir precisamente abol' 1 . .

    dIstancias interiores ms que d k'l' Ir as dIstanCIas. y son , e lometros

    Para acercarse hay que salir fuera d . . el caparazn del pro io e o' . e nosotros mIsmos. Romper cular, salirnos de nu~stro; I:mo, Ir contra nuestro bienestar parti-tibieza de una religiosidalc~~;~:~:blde nuest:~s esquemas, de la as es posible encontrar al ot e Y gratIfICante. Solamente y ro.

    el encuentro -a travs del e' e 1 se da entre dos personas. Ya no h~ m~ o que.ofrece.e.l s~maritano-xo ni hereje, sino dos seres hum ay 1lI san:antano 1lI JUdlO, ortodo-ha despojado de sus mscaras d:n~~ a qUIenes el encu~ntro. casual rango, de la raza Solamente d' papel, de las apanenclas, del

    . . os personas. ~l samantano no pregunta quin es el '. ., partIdo pertenece. No le pide la docu ~~ro, a que relIglOn o que los papeles estn en regla Ante 7e~tacllOn. No se asegura de hombre que se encuentra en ~a e s~mp emente hay un pobre t determinado por esta sl'mpgl v: necesIdad. El acercamiento es-'. e sena: un hombre S' d" . tItulos, Illdocumentado Meior 1'" . III a ~etJvos, Slll

    J' e UlllCO tItulo es la necesidad.

    Revolucin copernicana

    Jess hace entender al escrib . 1 . . , to de partida T partes d t' . a. a eqUlvocaclOn est en tu pun-. . e I mIsmo Al co t . .

    tIr del otro. No pienses en ti en t '. ~ ran~, tJenes que par-encuentra en necesidad. Po~te e~s s~x~genclas. P,lensa en quien se pectiva. Pregntate' . Qu . ~gar. Colocate en su pers-tener uno que se en~~entra~: :xlg~~U~ ~spera de m, que querra

    sa SI aClOn? Entonces caers en la

    El samaritano 53

    cuenta de que el precepto del amor no tolera lmites restringidos y tranquilizadores.

    No digas nunca: Hasta dnde estoy obligado?, sino: Qu espera de m ese pobre hombre?. Si te colocas en tu punto de vis-ta, crears barreras de proteccin. Pero si te colocas en el punto de vista del otro, se te abrir ante los ojos un horizonte sin lmites.

    Pensndolo bien, se trata de una revolucin copernicana en el campo de la caridad. En efecto, la leccin central de la parbo-la consiste en ensearnos la perspectiva exacta. Una perspectiva que, a juzgar por la narracin provocadora de Cristo, representa una autntica inversin de posiciones.

    Quin es mi prjimo? .. Quin de los tres te parece que fue prjimo del que cay en manos de los salteadores?. No es una cuestin lingstica sutil. Se trata de un vuelco radical de perspec-tiva. Jess invita a mirar, a juzgar, a definir, partiendo de ese que cay en manos de unos salteadores.

    El doctor de la ley parte de s mismo, de su conciencia, de sus textos, de la propia exigencia de salvacin. Hoy muchos indivi-duos que quieren practicar la caridad con el prjimo parten de s mismos, porque consideran al otro como un medio para resolver sus problemas, sus conflictos, porque pretenden colmar su vaco, vencer su aburrimiento, remediar las propias frustraciones.

    Jess lo lanza brutalmente aparte. Su problema no es el princi-pal. El problema principal es el del herido. Resuelto este, queda re-suelto tambin el problema del escriba.

    El centro no es el intelectual que plantea la pregunta. El centro es ese saco ensangrentado y abandonado en medio del camino. De ah hay que partir si no se quiere instrumentalizar la caridad, o sea, transformar el amor, que es el fin de la vida cristiana, en medio (a lo mejor el medio para sentirse buena gente ... ).

    EL SAMARITANO, O SEA, EL IMPROVISADOR

    Sensibilidad

    El samaritano que iba de viaje y pasaba casualmente por all, lo mismo que el sacerdote y el levita, no se ha contentado con ver, como haban hecho los dos que le haban precedido, sino que se ha parado y se ha involucrado en el drama de aquel desco-

  • 54 Las parbolas de Jess

    nacido. Si quisiramos de b' 1 ' que hablar de compasi~~u ~~~:s ral.c,es de su g~s~~, tendramos sibilidad representa una cu~td d ambI~n de senslblhdad. La sen-

    L .. I a esencIal del amor . a candad tIene tres escalones u . Imperativos. El primero se coloca; e corr.espon.~en a otr~s tantos hacer a los otros lo que no q .. n una dlmensIon negatIva: No UISleras que los t t h' . . O sea, no hacer mal no hac c: . o ros e ICIeran a tI.

    , er sUlfIr. Se .trata de un aspecto ciertamente no d .

    tao QUien se justifica diciendo' < y h espreclable, pero no bas-de por eso considerarse en or'd ( OtO ago mal a nadie, no pue-egosta, que defiende la . en. ncl.u~o puede ser una postura rencia. No hay que confiu Pdr?plla tranqUilIdad y justifica la indife-

    n Ire amor con el .. Hay que subir el segundo escaln amor a VIVIr tranquilo.

    evanglica' Tratad a los d' ' que representa la novedad . emas como qu ' . 11

    vosotros (Lc 6, 31). ereIS que e os os traten a Evidentemente, estamos en u . I .

    se trata de hacer el bien p 't' n lllve supenor. En efecto, aqu OSI Ivamente y no '1 d . mal al prjimo. so o e evItar causar

    Pero todava existe el l' d . tro, hacia eso que tenem~: I;r~ e e~cammar al otro a favor nues-mas, y que no es necesariam~n:e c: eza, lo. que nosotros decidi-peligro de prestar al otro y casi trasu~stro bIen; Est al acecho el nuestras exigencias. p antar en el nuestros deseos,

    Hay .q~e subir el tercer escaln: Haz al otro lo ' .. que le hICIeses a l. Esta es la 'bTd d . que el qUiSIera licadeza, intuicin. sensl 1 I a que eXIge atencin, de-

    Es cuestin de sintona H d . re de m en este momento' e~y que . escu.~nr lo ~ue el otro quie-endi~gar1e el producto que ~oso~'~: ~Itu~cIon partlcular, evitando blecldo de antemano. egImos y que ya hemos esta-

    Existen negociantes habilsimos . segn sus. programaciones y dispon~~~~:~I~~ce~ ;us exigencias ellos termman por convencerte ar '. u PI es una cosa y po de la caridad tal operacio' n rP altq~e adqUieras otra. En el cam-H esu a maceptable

    ay que escuchaD> de verdad al otro (. I . de hablar, como en este caso . mc uso cuando no pue-nuestra manera El sam 't ) Yh no mterpretar sus peticiones a

    . an ano a sabid t . otro, se ha dejado interpelar 'lome erse en la pIel del gaaron creyendo or la voz !e~i~~ El sacerdot~ y el levita se en-para no contaminarse para no f: lt que les pedIa pasar de largo

    , a ar a sus deberes religiosos.

    55 El samaritano

    El samaritano ha sintonizado la frecuencia de onda del otro y as ha odo su voz silenciosa, haciendo callar todas las otras voces (las voces ruidosas de los compromisos improrrogables, de la co-modidad, del inters, de la preocupacin de no tener molestias Y de no buscarse complicaciones ... ).

    Improvisacin El samaritano se ha manifestado como un extraordinario im-

    provisador. y precisamente su capacidad de improvisacin es lo que le distingue de la postura absentista adoptada por el sacer-dote y por el levita. Estos eran rutinarios, repetitivos, programado-res rgidos de su vida y hasta de sus gestos religiosos. Seguan unos esquemas segn mdulos predefinidos. y en esos esquemas no haba espacio para el gesto improvisado, fuera de las normas.

    Caminaban a lo largo del camino como si fuesen sobre rales, siguiendo un programa de viaje establecido de antemano. flora-rios, plazos, velocidad de crucero. Todo ya calculado. En ese pro-grama no est prevista una parada, una interrupcin del itinerario.

    No se contemplaba lo imprevisto. No entraba la cita con el inesperado. No haba espacio para la sorpresa. No estaba programado 10 ... fuera de programa. Han mirado al herido, pero esa visin, ese encuentro, no ha si-

    do para ellos un impedimento que les haya obligado a descarrilar de los rales de la regularidad.

    Han esquivado el obstculo siguiendo adelante, impertrritos, por su camino, sin sentirse interpelados, sin advertir la provoca-cin de la realidad imprevista, sin sentirse tocados interiormente.

    l, el samaritano, ha sido un sorprendente improvisador. Ha aceptado la provocacin del intruso, el reclamo del extrao, me-tiendo una variante en su programa de viaje, inventando una para-da no programada. No se ha conformado con ver, para despus se-guir manteniendo la media de velocidad establecida en el plan de viaje y respetando la agenda de los compromisos. Se ha sentido in-terpelado por el imprevisto, por el prjimo desconocido que apa-reci en el camino sin anunciarse.

    A diferencia de los dos, para quienes el pobre desgraciado su-pona un elemento molesto en su programa religioso, un cuerpo

  • 56 Las parbolas de Jess

    extrao en su organismo espiritual, ha aceptado el desvo, el cam-bio ~? el itinerario establecido. Y tambin sus gestos de primeros auxIlIOs al desventurado los realiza de forma improvisada.

    A. Gnocchi, agudo escritor y periodista, define as la improvi-sacin: Es la capacidad de no dudar, de no demorarse ante cual-quier situacin. Aadira: no echarse atrs. Pero el mismo autor advierte, en prevencin de equvocos que podran vincular la im-provisacin a la facilidad o a la facilonera: La improvisacin no es una virtud fcil de practicar. La vida de cada da capacita para la velocidad y la rapidez. Pero no as respecto a la prontitud y a la im-provisacin. La velocidad es hija de la costumbre para desarrollar un quehacer o una accin. La prontitud, sin embargo, nace de una constante atencin en el desenvolverse de la vida. Solamente quien est preparado puede pararse en el momento preciso y actuar fue-ra de los esquemas habituales y de las convenciones sociales'.

    Lo contrario de la improvisacin es la programacin exaspera-da~ la planificacin rgida, la burocratizacin que mata la esponta-neIdad, la organizacin que sofoca la vida. La frmula la ficha los dia~~~~icos de todo tipo (incluidos los moralistas y ~eligios;s) y la fIjaCIOn de las competencias terminan por ocultar a la persona. .. El samaritano no viajaba con la ficha de identificacin del pr-jImO en el bolsillo y el prontuario de lo que hay que hacer en casos de emergencia, y menos an con la lista de las oficinas competen-tes a las que dirigirse. Le bast con descubrir a un hombre aban-donado para entender que precisamente ese era el prjimo al que acercarse y dedicarse, a quien haba que prestar cuidados.

    Ese imprevisto era asunto suyo.

    Escasa habilidad y gran capacidad

    Dicen los pedantes que sus gestos fueron desmaados. En efec-to, le vend las heridas, despus de habrselas curado con aceite y vi.no. No se hace as: primero el vino (o mejor el vinagre) para deslllf~ctar y despus el aceite para aliviar el dolor. Es verdad, el samantano se ha mostrado poco hbil. En compensacin, ha de-mostrado que era muy capaz.

    1. A. Gnocchi, Don Camilla e Peppone, l'invenzione del vera, Milano 1995.

    El samaritano 57

    Hay mdicos y trabajadores del mbito social y caritativo .que exhiben una gran habilidad profesional, pero una escasa capacIdad humana.

    Capaz se deriva de latn capax, que significa apto para contener, que contiene mucho, espacioso.

    El samaritano, poco hbil, ms bien desmaado, inexperto, en compensacin se ha mostrado capaz. Capaz de acoger al.o~ro, de hacerle sitio en su corazn, en su vida, en sus planes de VIaje. Ca-paz de gestos bajo el signo de la humanidad.. ..

    Ha acogido al otro, lo ha recibido, le ha dejado SItIO ...

    PROVOCACIONES

    El prjimo est lejos El prjimo tiene la tendencia a estar en las mrgenes del. ca~i

    no que recorro. Me refiero al camino de mis intereses, de ~IS SIm-patas, de mis gustos, de mis ideas, de mis afinida~es ele~tI:as. En este sentido, el prjimo nunca est cercano. Es mas, esta dIstante, alejado, con frecuencia antiptico.

    El prjimo no me sale al encuentro. No favorece el contacto. Con el prjimo hay casi siempre incompatibilidad. El prjimo est lejos, aunque est all, a dos pasos. Es dificil de aceptar, de soportar. Es tarea ardua ver al prjimo. Incluso cuando lo tenemos ante

    nuestros ojos; es ms, precisamente por eso. Inevitablemente se termina por no caer en la cuenta de ciertas personas que son hasta demasiado visibles.

    Pero quin se atreve a decir que el prjimo, por ser tal, debe estar cercano? Ms bien el prjimo es alguien a quien yo hago cer-cano. Es el individuo a quien me acerco venciendo las resistencias y las repugnancias de cualquier tipo. Rompiendo la barrera ~e los gustos, de las afinidades y de los prejuicios. Quien ama no elIge al prjimo, sino que lo hace prjimo.

    En un hospital africano, una joven religiosa, superand~ muc~as dificultades haba conseguido poder dedicarse a una umdad 1ll-famante: ;nfermedades venreas y afines. Alguno no vea con buenos ojos la presencia de la hermana en un ambiente como aquel. Durante la visita del obispo, la religiosa se da cuenta de que

  • 58 Las parbolas de Jess

    el prelado no tiene intencin alguna de entrar en aquella unidad. Y ya a la puerta, el obispo no esconde su ... sagrada repugnancia frente a aquel prjimo tan lejano de sus gustos:

    -Hermana -dice entre dientes- estas verdaderamente son al-mas negras ...

    -Pero yo, excelencia, s blanquear! -replica la hermana. Era una notable leccin de evangelio.

    El prjimo es un intruso

    Tiene la psima costumbre de llegar en el momento menos oportuno. Y no se hace anunciar. Cae de improviso. Su llegada siempre est bajo el signo de la sorpresa, que adems no es agra-dable. El prjimo irrumpe en nuestra vida cuando menos nos lo es-peramos, cuando no lo prevemos, cuando no tenemos tiempo, cuando ya tenemos otros fastidios.

    El prjimo, con frecuencia, no anda con cortesas. Es maledu-cado, indiscreto, intruso, inesperado. Trastorna nuestras costum-bres, perturba la rutina de nuestra vida, embrolla terriblemente nuestros programas, estropea nuestras razonables previsiones.

    Por eso, no reduzcamos el amor al prjimo a reglas detalladas y minuciosas que evitan el factor sorpresa. No lo encerremos en esquemas prefabricados para eliminar la inseguridad. Ay del amor excesivamente planificado y programado! La equivocacin del sacerdote y el levita de la parbola est precisamente aqu: no admitan a un prjimo que no estaba contemplado en sus progra-mas. En su agenda litrgica no tenan anotada la cita con el herido.

    Qu historias! Hay que pedir audiencia y no presentarse as de improviso (e importa poco que a l no le hayan pedido audiencia los bandidos ... ). Por eso se han considerado autorizados a no pa-rarse y a no ocuparse del pobre hombre que yaca en la cuneta de su itinerario ya establecido de antemano.

    Sin embargo, el samaritano ha aceptado modificar el programa de su viaje. Ha introducido en l tranquilamente el elemento nue-vo, incmodo, extrao.

    Lo mismo vosotros, estad preparados; porque a la hora que menos pensis, vendr el Hijo del hombre (Mt 24, 44). Y, sin

    a?unciar~e: l~ega ~ada da a nuestra puerta, en su acostumbrado y SIempre medIto dIsfraz de prjimo.

    El samaritano 59

    La cerrazn del practicante

    Hay que subrayar el significado de aquel pasar de largo del sacerdote y del levita (los gestos del samaritano, sin embargo, no necesitan especial comentario, ms bien imitacin, como ya lo hi-zo notar Jess: Vete y haz t lo mismo). Los dos especialistas de la religin pretenden llegar a Dios pasando de largo, evitando el obstculo o fastidio representado por el prjimo.

    Del sacerdote se precisa adems: Se desvi. Para realizar su programa religioso, se coloca en la parte ms segura, para no co-rrer el riesgo de tropezarse con las necesidades del hermano. Su itinerario espiritual no tolera retrasos, desviaciones peligrosas, espectculos incmodos que distraen y molestan. Los deberes legales y rituales son ms importantes que el corazn, la humani-dad, la ternura.

    Es la gran y persistente ilusin: llegar a Dios pasando por enci-ma del prjimo.

    Encontrar a Dios sin necesidad de encontrar al hermano. Conocer e interpretar la voluntad del Seor ignorando la reali-

    dad provocadora que est ante los ojos. Ocuparse de las cosas de Dios sin caer en la cuenta de que lo

    que Dios quiere son las cosas de los hombres, sus hijos. Pensar en la propia alma permaneciendo sordos al grito (o a la

    invocacin silenciosa)