· —ahí está el nuevo restaurante —le indicó wi lla mientras pasaban al lado del porche del...

26
11 J iminy Davis echaba de menos dormir. También leer por placer, tener amigos y estar segura de que la vida tenía algún sentido, pero, sobre todo, dor- mir. Se trataba de una actividad que siempre se le había dado muy bien, y le parecía que el hecho de que no valorasen esa capacidad en el ámbito jurídico de las grandes empresas, del que ahora formaba parte, era una gran pena. Sin embargo, se estaba acostumbrando a las pequeñas injusticias y dolor que le producían las ideas que atravesaban, como una jabalina, su cerebro crónicamente agotado: le daba la impresión de que esas dos cosas formaban parte del mundo en el que se mo- vía, y ambas le producían unos dolores de cabeza tre- mendos. Sabía que, siendo una prometedora estudiante de Derecho de segundo año, tenía suerte de haber conseguido un trabajo durante el verano como ayu- dante en un prestigioso bufete de Chicago, pero esa www.sumadeletras.com

Upload: others

Post on 31-May-2020

1 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

11

J iminy Davis echaba de menos dormir. Tambiénleer por placer, tener amigos y estar segura de

que la vida tenía algún sentido, pero, sobre todo, dor-mir. Se trataba de una actividad que siempre se le habíadado muy bien, y le parecía que el hecho de que novalorasen esa capacidad en el ámbito jurídico de lasgrandes empresas, del que ahora formaba parte, erauna gran pena. Sin embargo, se estaba acostumbrandoa las pequeñas injusticias y dolor que le producían lasideas que atravesaban, como una jabalina, su cerebrocrónicamente agotado: le daba la impresión de que esasdos cosas formaban parte del mundo en el que se mo-vía, y ambas le producían unos dolores de cabeza tre-mendos.

Sabía que, siendo una prometedora estudiantede Derecho de segundo año, tenía suerte de haberconseguido un trabajo durante el verano como ayu-dante en un prestigioso bufete de Chicago, pero esa

049-101178-DULCE JIMINY.indd 11 09/01/12 20:47

www.sumadeletras.com

Page 2:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

12

certeza no le servía para disipar una debilitante sensa-ción de pánico. Porque, en vez de sentirse inspirada,entregada, disfrutando de una estimulante oportunidadprofesional, Jiminy estaba agotada, desmoralizada ycompleta, prematuramente acabada.

Quizá fue ese cansancio extremo lo que impidióque sufriera una lesión grave cuando un mensajero enbici chocó contra ella en el momento en que cruzabacon paso cansado, arrastrando carpetas pesadas y ne-gros pensamientos, el patio situado entre las torresgemelas que ocupaba el bufete. En vez de tensarse yromperse, su cuerpo se había hecho un ovillo y sehabía desplomado como un colchón demasiado flexi-ble, y Jiminy había agradecido esa excusa para cerrarlos ojos. Cuando al final los abrió, vio que el rubicun-do mensajero llevaba una camiseta en la que aparecíael nombre del grupo de rock Tupelo Honey. Mientrasla contemplaba, rodeada de cientos de horas remune-rables de un trabajo en el que no creía, desperdigadasen torno a ella sobre el hormigón caliente, de pronto,algo en su interior se detuvo en seco. Y supo, de for-ma intuitiva, que allí ya no tenía nada que hacer.

***

Lyn Waters acababa de tomar la decisión de suicidar-se cuando sonó el teléfono. Aquello era el ritual detodas las noches (los planes de suicidio, no la llamada

049-101178-DULCE JIMINY.indd 12 09/01/12 20:47

Page 3:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

13

de teléfono), así que la decisión tampoco le había cau-sado una congoja especial. El teléfono, por otro lado,sí le había cortado la respiración.

—Buenas noches, dígame —respondió con voztitubeante.

Era de noche, de eso no cabía duda: una de esasdensas noches estivales en las que los minutos que-daban atrapados y se ralentizaban, con lo que resul-taba muy fácil olvidarse de la hora.

—Lyn, no es demasiado tarde, ¿verdad? —le pre-guntó la voz preocupada de Willa Hunt al otro ladode la línea.

—No, señora —la tranquilizó Lyn.Lyn ya había cumplido setenta y seis años y le

sacaba cinco a Willa, pero llevaba más de cinco déca-das llamándola «señora». A nadie se le habría ocurri-do que eso pudiera molestar en lo más mínimo a Lyn;habría sido tan ridículo como molestarse por la salidade la luna.

—Bueno, no te habría llamado a esta hora, peroacabo de hablar con Jiminy y parece que viene avernos.

Durante un instante brevísimo, Lyn tuvo la sen-sación de haber retrocedido cuarenta años. Se llevó lamano a la garganta: la respiración se le había cortadopor segunda vez. Pero enseguida dejó caer el brazolánguidamente, sintiéndose ridícula y autocompla-ciente. Willa hablaba de la otra Jiminy, de quién si no.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 13 09/01/12 20:47

Page 4:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

14

—Ah, cuánto me alegro —respondió en tonotranquilizador y neutral, tanto para aplacar su propiaagitación interior como para transmitir la docilidady el buen humor que Willa esperaba de ella.

—Va a coger el autobús mañana, así que espera-ba que pudieras venir a ordenar un poco la casa.

Normalmente, Lyn solo trabajaba para Willa losmartes y los miércoles. Le quedaba el viernes paraocuparse de sus asuntos propios. Pero le gustaba sen-tir que la necesitaban, aunque tuviera cierta impresiónde que no le quedaba más remedio que acceder.

—Ningún problema. Nos vemos por la mañana—confirmó.

Le temblaba un poco la mano cuando colgó elteléfono, otro fenómeno al que ya tendría que haber-se acostumbrado. Mientras se acomodaba de nuevoen la cama, notando el dolor de una antigua lesión enla espalda, pensó de nuevo en su muerte. Todas lasnoches tomaba la decisión de quitarse la vida, y elalivio que se apoderaba de ella después de llegar a esaresolución la ayudaba a dormir sin sobresaltos. Porlas mañanas siempre le parecía que había descansadolo suficiente del mundo para intentar vivir de nuevo.A mediodía ya se había dado cuenta de que se habíaengañado.

Pero ahora cerró los ojos, abrazó una almohaday ordenó a sus sueños que vinieran a apoderarse deella.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 14 09/01/12 20:47

Page 5:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

15

***

La parada más cercana de autobuses Greyhoundera una estación de tren reformada, situada a cincuen-ta kilómetros de Fayeville, Misisipi. Jiminy se habíapasado dieciséis horas empotrada contra una ventana,inmovilizada por el gran tamaño de una mujer que nomostraba arrepentimiento alguno por rebasar consi-derablemente el espacio que le correspondía. Despuésde removerse en el asiento al principio y de probar conunos carraspeos que no consiguieron reacción alguna,Jiminy se resignó a su suerte e intentó encontrar algopositivo en esa situación adversa. Dieciséis horas enun autobús nunca iban a ser un rato divertidísimo, perohabía un rasgo reconfortante, acogedor, como propiode un vientre materno, en esa incapacidad para mover-se lo más mínimo. Jiminy imaginó que algo se estabagestando en su interior, y que, al final de aquella pesa-dilla, se habría convertido en un ser más desarrollado.Qué maravilla si el proceso pudiera ser tan sencillo.

Willa esperaba a su nieta al pie de las escalerasdel autobús, con sus rollizos brazos extendidos paradarle el mecánico abrazo de siempre.

—¿Tienes hambre? —le preguntó—. Lyn, graciasa Dios, tiene preparada una cena espléndida en casa.Jiminy, ¿estás bien?

Cuando Willa empezó a deshacer el abrazo, lajoven se agarró con más fuerza a su abuela y se dejó

049-101178-DULCE JIMINY.indd 15 09/01/12 20:47

Page 6:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

16

caer un poco más. Y hundió el rostro en el hombrode la anciana; lamentó no tener cuatro años de nue-vo, cuando una persona podía romper a llorar sinmotivo.

***

Willa observó a su nieta por el rabillo del ojo mientrassalía con cuidado de la autopista y se metía en la víade acceso al pueblo. Jiminy llevaba varios kilómetrossin llorar y ahora miraba al frente con un gesto dis-tante y reflexivo. Willa, preocupada, pensó que le te-nía que haber pasado algo espantoso para haber hui-do precisamente a Fayeville. De forma tan repentina,además, dejando atrás un montón de planes muchomás interesantes. Hacía años que no se veían, por loque una visita repentina de la chica resultaba extraña;que Jiminy ofreciera un aspecto tan frágil resultabadirectamente alarmante.

Pero la abuela no había forzado a la nieta a queexplicara qué había sucedido. Sabía, por propia expe-riencia, que no se podía hablar de ciertas cosas asícomo así. Aparte de sus muchos encantos y peculia-ridades, en su pequeña y recóndita localidad abunda-ban los secretos luctuosos. ¿Acaso su nieta había no-tado aquello? ¿Había ido por eso, porque necesitabaun sitio donde pudiera estar triste sin que nadie lamolestase?

049-101178-DULCE JIMINY.indd 16 09/01/12 20:47

Page 7:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

17

—Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi­lla mientras pasaban al lado del porche del estableci­miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No esincreíble?

Jiminy observó a la mujer de piel color carame­lo que barría la acera de la entrada, y le dejó embele­sada la forma en que su larga trenza se mecía al com­pás de la escoba e hipnotizaba a los transeúntes.

La joven recordó que, de niña, ella patinaba poresa misma calzada y se dedicaba a contar las grietasdel suelo que le hacían castañetear los dientes. Sindarse cuenta empezó a contarlas otra vez, en silencio,mientras pasaba junto a edificios conocidos que ne­cesitaban una mano de pintura. Vio el antiguo cine,que llevaba años abandonado, y la fábrica de piensos,y esa oficina bancaria tan diminuta en la que daba laimpresión de que solo podían tener dinero de jugue­te. También estaba el motel Comfort Inn, donde nun­ca había muchos clientes. Los cuatrocientos habitan­tes de Fayeville alojaban a los huéspedes en sus propiascasas. Consideraban dicho establecimiento bonitopero innecesario, como los túneles de lavado de cocheso las tintorerías. No les gustaba delegar.

De pequeña, a Jiminy le parecía que el pueblotenía el tamaño perfecto, con suficientes alicientes pararesultar misterioso pero no abrumador, al menos enlas partes que ella conocía. Siempre se había sentidocómoda en él. Ahora, mientras las cosas iban pasando

049-101178-DULCE JIMINY.indd 17 12/01/12 16:44

Page 8:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

18

a su lado, anheló que esa sensación se volviera a apo-derar de ella.

***

Lyn vio por la ventana de la cocina que unos faros decoche se acercaban. Detestaba esperar a que llegaransus seres queridos, porque a veces esa llegada no seproducía. Se pasó la mano por los ojos para aliviarseel dolor que se instalaba en ellos durante el día, yobservó cómo Jiminy bajaba del coche de Willa. Lesorprendió que solo llevara una bolsa, aunque tuvola sensación de que la joven arrastraba una carga mu-cho mayor. Esa chica menudita y de piel pálida, mu-cho más tímida de lo que había sido su Jiminy, muchomás asustada frente a un mundo que se lo había pues-to todo muy fácil; la recién llegada levantó la vista depronto y se dio cuenta de que Lyn la estudiaba. Bajoel resplandor del farol del porche, el rostro de la jovense iluminó, esbozó una sonrisa pensativa, le sacó lalengua y la movió. Involuntariamente, Lyn le devol-vió la sonrisa; inclusó soltó una risita. Y, durante unamilésima de segundo, notó un infrecuente arrebatode esperanza. Algo iba a cambiar.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 18 09/01/12 20:47

Page 9:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

19

J iminy sabía que tenía una predisposición gené-tica a los colapsos nerviosos y llevaba mucho

tiempo intentando no sucumbir a uno de ellos, perotemía encontrarse, al fin, a punto de caer. El segundodía que pasó en la granja, mientras desayunaba, le plan-teó la cuestión a su abuela:

—¿Te recuerdo a mi madre? ¿Crees que me estoyvolviendo loca? —inquirió con cierta angustia.

Willa siguió untándole mantequilla a una galleta,y, por un momento, Jiminy pensó que quizá no lahabía oído. La joven tendía a hablar demasiado bajo,y era posible que, además, la anciana se estuviera que-dando sorda.

Sin embargo, cuando estaba a punto de repetirla pregunta en voz más fuerte, Willa carraspeó.

—Creo que necesitas descansar una temporada—respondió—. Lo que se ha vuelto loco es el mundo.Y tú ya tienes edad suficiente para darte cuenta, eso

049-101178-DULCE JIMINY.indd 19 09/01/12 20:47

Page 10:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

20

es todo. —La abuela le dio un sorbo al té helado y selevantó—. Así que no tengas prisa —añadió mientrasllevaba los platos al fregadero para que Lyn los lava-ra—. Tómatelo con calma.

Jiminy se quedó mirando cómo la anciana salíatranquilamente de la cocina y se dirigía al salón consu actitud imperturbable y pausada. Y sintió alivio.Aunque estuviera a punto de sufrir un colapso ner-vioso de órdago, no hacía falta que lo sufriera a todaprisa. Eso le quitaba un peso de encima.

***

Durante los días siguientes, Willa y Lyn prácticamen-te no se inmiscuyeron en la vida de Jiminy; se dedi-caron a sus rutinas habituales mientras ella deambu-laba por la casa buscándose a sí misma.

El edificio era mucho más moderno que una granparte de los que había en esa zona: un largo rectán-gulo con ventanales y cierto toque minimalista. Algu-nas salas se hallaban un poco atestadas, pero la mayo-ría resultaban espaciosas y cómodas, aunque olían unpoco a humedad. Jiminy encontró arañas muertas ybolas de polvo en casi todas las estancias por las queanduvo indagando, pero no la molestaron. La verdadera que le transmitían tranquilidad, después de la fluo-rescencia antiséptica de los lugares de los que habíahuido. Valoraba la suciedad, la imperfección, las caó-

049-101178-DULCE JIMINY.indd 20 09/01/12 20:47

Page 11:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

21

ticas huellas de la vida real. No salió mucho de la casa;no se sentía del todo preparada. El mundo exteriortodavía se le antojaba plagado de decepciones.

***

Willa esperaba pacientemente a que los rulos le riza-ran el cabello, tapado por el casco caliente que, ensecreto, temía que algún día le friera el cerebro si seproducía una subida de corriente desaforada.

Cada dos martes, Willa recogía a Jean, su mejoramiga, y juntas recorrían en coche los catorce minu-tos que las separaban del centro del pueblo para acu-dir a la peluquería. Jean no podía conducir porque suhijo, un concejal del condado, le había retirado el car-né unos meses antes; Willa seguía consolándola paraque superara el trauma. Sobre todo en las afueras,sobre todo viviendo sola, no poder conducir equiva-lía a un arresto domiciliario. Las casas se encontrabandemasiado alejadas unas de otras para hacer visitascon facilidad.

El destino de esa excursión quincenal era un es-tablecimiento llamado Trudi’s Tresses. Allí, Willa yJean pasaban noventa minutos durante los cuales lesteñían el pelo, se lo ondulaban y se lo chamuscaban,tras lo cual emprendían el largo viaje de vuelta, y mien-tras cruzaban el pueblo hablaban del pasado y el pre-sente. Ambas podían alternar tranquilamente una

049-101178-DULCE JIMINY.indd 21 09/01/12 20:47

Page 12:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

22

conversación sobre el último escaparate con los re-cuerdos de una feria de ganado organizada treinta ycinco años antes. En sus conversaciones, el tiempo seconvertía en un juguete fluido. Habían vivido tantojuntas que podían elegir entre un sinfín de anécdotascon las que divertirse durante horas. Solo tenían quedecidir si se ceñían al presente o si se internaban enotros territorios, y dejarse llevar.

—¿Alguna idea de cuánto tiempo se va a quedar?—preguntó Jean.

—No —respondió Willa—. Supongo que hastaque se harte. Le he dejado claro que su presencia nosupone ninguna molestia.

—Me imagino. ¿Sabe Margaret que la tienes encasa?

Willa suspiró. Siempre era difícil localizar a suerrante hija.

—Le he dejado un recado —dijo; muchas vecesdebía conformarse con eso.

—Me resulta increíble que Jiminy ya esté hechatoda una mujer —comentó Jean—. ¿Recuerdas quéestabas haciendo a su edad?

Parecía que habían transcurrido varias vidas des-de entonces. A la edad de su nieta, Willa era una jovenmadre que luchaba por salir adelante en la granja jun-to a Henry, su marido. Si se comparaba con el nivelde vida actual, habían pasado estrecheces, pero sentíanque tenían toda la vida por delante.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 22 09/01/12 20:47

Page 13:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

23

—Luchando por sobrevivir, supongo —respon-dió Willa en tono despreocupado.

—¿Te acuerdas de las fiestas que organizábamosa la orilla del río? —le preguntó Jean con una carca-jada.

Todos los sábados por la noche, los dueños delas granjas situadas en las riberas del río Allehany sereunían en las casas de unos u otros y disfrutaban dela compañía y la relajación de las que no disponían alo largo de la semana. Jean y Floyd, su marido, siem-pre eran el alma de esas fiestas: organizaban bailes yjuegos y contaban historias. En una velada memorable,Floyd había enganchado una serpiente a la pernera delpantalón de Henry con un anzuelo y un trozo de alam-bre; luego le había avisado a gritos de la presencia delbicho. Henry había dado un respingo, se había pues-to a aullar y a correr de un lado a otro para que laserpiente de cascabel no lo pillase (todos sabían la re-pulsión que le inspiraban esos animales), pero no pudoescapar de ella, evidentemente. Sumido en un estadode pánico, Henry acabó zambulléndose en el río. Has-ta que no se fijó en las risas incontrolables de sus ami-gos, que normalmente habrían acudido en su ayuda,Henry no se dio cuenta de que todo era una broma.

Willa esbozó una sonrisa al recordar esa y otrasreuniones a la orilla del río, pero después se pusoseria cuando le vino a la cabeza el motivo por el queesas fiestas habían dejado de celebrarse. En el río se

049-101178-DULCE JIMINY.indd 23 09/01/12 20:47

Page 14:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

24

habían desarrollado acontecimientos mucho más te-rribles. Ella todavía era incapaz de acercarse a la ri-bera, y ya habían transcurrido más de cuarenta años.

—¿Estás lista? —le preguntó Jean.Pero a Willa todavía le quedaba bastante rato;

seguía inmóvil debajo de la freidora de cueros cabe-lludos. Se enderezó, notó cómo el aparato le quema-ba la frente y la invadió una perversa gratitud, porqueel dolor del presente resultaba mucho más llevadero.

***

En la franja de césped situada delante de los juzgados,enfrente de Trudi’s Tresses, Bo Waters estaba tumba-do, medio oculto por la sombra de un nogal.

El muchacho era sobrino nieto de Lyn Waters,nieto del difunto marido de la hermana de esta. Bo sehabía marchado de Fayeville cuatro años antes, justodespués de terminar el instituto, con el firme propó-sito de no volver jamás. Sin embargo, ahora que habíaacabado la universidad y que había hecho una pausaen los estudios para los exámenes de ingreso en laFacultad de Medicina, la halagüeña perspectiva de unalojamiento gratuito y de pasar unos días tranquilose inacabables le había hecho reconsiderar su postura.Había decidido volver seis semanas, solo para estudiary ahorrar, durante las cuales pretendía llevar una exis-tencia sosegada.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 24 09/01/12 20:47

Page 15:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

25

Había intentado leer en la diminuta bibliotecaque se encontraba en la otra esquina de la plaza don-de estaban los juzgados, pero aquel sitio no habíatardado en resultarle asfixiante. Le venían demasiadasideas nuevas a la cabeza, y necesitaba un aire que noestuviera viciado para procesarlas. Por eso se habíainstalado con sus libros en el exterior, en el punto queantiguamente había constituido el centro del pueblo.

Todas las tiendas de la calle principal habían ce-rrado o estaban a punto de hacerlo, mortalmente he-ridas por la apertura del monolítico HushMart Super-center a un kilómetro de distancia. Bo sabía que enrealidad debía lamentar el estrangulamiento del pe-queño comercio, pero, en ese momento, se alegrabade que no hubiera bullicio. Ni siquiera le molestabael catálogo de ancianos acabados que estaban sentadosen los bancos situados entre los juzgados y la oficinade correos, hasta que empezaron a hablar.

—¿Tú crees que Trav montará una buena si suchico sale elegido? —preguntó uno de ellos con vozáspera.

—Pues sí, supongo que sí.—A mí no me basta con eso para darle el voto.

Lleva al menos cinco años sin pisar la plantaciónBrayer.

—Trav le ha cambiado el nombre. Ahora se lla-ma granja Brayer.

—Ahora me entero.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 25 09/01/12 20:47

Page 16:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

26

—Supongo que así consigue más votos de la gen-te de color, o alguna chorrada de esas.

—Tú lo has dicho: una chorrada.Bo se obligó a no apartar la vista del libro. No

levantes la mirada, no les des el gusto, se dijo. Aunqueni siquiera sabía si les estaba negando una satisfacción.¿Habían visto que estaba allí? ¿Se debían esos comen-tarios y ese tono a su presencia, o, si él no hubieraestado, los habrían seguido lanzando como gotas desaliva sobre el césped seco que se agostaba al sol?

Por eso Bo se había marchado de Fayeville; noquería perder el tiempo con aquellas disquisiciones.Suspiró e intentó no distraer la atención del diagramade una amígdala que aparecía en la página que teníaabierta, mientras se preguntaba si habría llegado a losniveles de estrés necesarios para que su amígdala hu-biera puesto en funcionamiento las glándulas supra-rrenales. No tenía por qué alterarse. Debía concentrar-se. Estudiaba para conseguir algo, y las distraccionessolo eran efectivas si uno lo permitía. Bo había apren-dido a mostrarse estricto con las suyas. Se obligó a noperder la calma y se concentró de nuevo.

Pero el ruido de un claxon lo interrumpió deinmediato.

—¡Bo Waters! ¿Eres tú?Levantó la vista y vio a dos ancianas de cabello

azul que lo observaban desde la ventanilla abierta de unBuick gigantesco, y que presentaban el aspecto de dos

049-101178-DULCE JIMINY.indd 26 09/01/12 20:47

Page 17:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

27

caniches marcianos que hubieran salido a dar un pa-seo espacial. Él parpadeó unas cuantas veces y cayóen la cuenta de quiénes eran.

—Señora Hunt, señora Butrell, ¿cómo están?—dijo mientras se incorporaba rápidamente.

Notó que los hombres de los bancos lo contem-plaban mientras cruzaba el césped y se acercaba alcoche parado. El tocho de medicina le pesaba muchoy le hacía sentirse incómodo. Dio la vuelta al libropara que la portada no se viera y no pudieran leer eltítulo las mujeres que tenía enfrente.

—Me ha parecido que eras tú —anunció Willaen tono victorioso—. No sabía que habías vuelto.¿Por qué no has venido a vernos?

Bo sonrió educadamente. Willa Hunt le caíabien, pero sabía que no debía fiarse de esa supuestacercanía. Las dudas de toda la vida que siempre seapoderaban de él, incluso con las personas más sim-páticas.

—Solo llevo aquí un par de semanas —respondióde forma afable.

—¡Pues voy a tener que echarle la bronca a tutía abuela Lyn por no haberme dicho nada!

El joven se forzó a esbozar otra sonrisa al oíresas palabras. Le pareció atisbar cierto brillo en lamirada de Willa, quizá ciertos remordimientos porla expresión que había utilizado. Pero ya era dema-siado tarde; a la señora no le quedaba más remedio

049-101178-DULCE JIMINY.indd 27 09/01/12 20:47

Page 18:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

28

que continuar como si tal cosa. Daba la impresiónde que Jean Butrell se mantenía al margen, de que seconformaba con que ellos dos salieran como pudierandel terreno pantanoso de esa conversación tan for-zada.

—Todavía no he tenido tiempo de hacer casi nin-guna de las visitas que quería —adujo Bo—. Pareceque voy acumulando retrasos.

Willa también sonrió con cierto gesto de agra-decimiento, o eso le pareció a Bo. Aunque podríanhaber sido imaginaciones suyas.

—Bueno, tengo el jardín tan descuidado comosiempre, así que, si quieres ganar algo de dinero mien-tras estás aquí, pásate por casa —anunció la damaelegantemente.

Claro que Bo quería ganar algo de dinero, perose había organizado el tiempo teniendo en cuenta úni-camente los exámenes de medicina.

—Si saco un rato para dejar de estudiar, me pasoseguro.

—Ah, ¿das clases en verano? —inquirió Willa—.Creía que Lyn me había contado que ya te habías li-cenciado.

Pronunció estas palabras en un tono amable,como si quisiera mostrar un apoyo incondicional encaso de que Bo hubiera suspendido alguna asignatu-ra. Al fin y al cabo, estudiar en la universidad era unaactividad muy exigente.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 28 09/01/12 20:47

Page 19:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

29

—He terminado el curso, pero a finales del mesque viene voy a pasar el examen de ingreso para la Fa-cultad de Medicina, así que me toca empollar para eso.

—¡Oh! —exclamó Willa, formando con la bocauna «o» perfecta con la que expresar su sorpresa.

Al joven no le quedó claro si eso alegraba o noa la dama.

—Caramba, caramba, qué barbaridad —comen-tó Willa chasqueando la lengua—. Me alegro por ti.

El muchacho hizo un gesto con la cabeza, perono dijo nada más.

Su decisión de quedarse callado produjo un si-lencio incómodo, una situación infrecuente en esascalles sureñas si estaban presentes damas de ciertaedad y cierta alcurnia. Willa sonrió aún más amplia-mente para que no se notara mucho la pausa.

—Bueno, pues ven a vernos, ¿eh? —repitió.Bo se lo prometió y levantó la mano para des-

pedirse. Mientras el coche se alejaba, vio que Willa yLyn lo miraban por el espejo retrovisor y se poníana hablar de forma incontenible, y, aunque un intensoespasmo muscular le recorrió el hombro tenso, nobajó el brazo hasta que no desaparecieron calle abajo.

***

Jiminy se rascó el hombro distraídamente mientrashojeaba otro almanaque. Había descubierto un mon-

049-101178-DULCE JIMINY.indd 29 09/01/12 20:47

Page 20:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

30

tón de ellos en el cajón de un aparador, en una salitaal fondo de la casa, y había pasado una hora deliciosarevisando aquellos volúmenes con varias décadas deantigüedad, maravillada por la rotundidad con queafirmaban cosas que nadie podía saber, como el tiem-po que iba a hacer en un día en concreto para el quequedaban once meses. Se preguntó si esas prediccio-nes habían acabado confirmándose. ¿Las personas quehabían organizado sus vidas en función de esos pro-nósticos eran idiotas, optimistas o las dos cosas a lavez? ¿Y para qué servían los almanaques cuando elaño ya había pasado? Perdían toda relevancia, ya ha-bían demostrado lo acertado o errado de su carácterprofético, ya pertenecían al pasado.

A Jiminy le gustaba que su abuela no hubieratirado los almanaques. Le reconfortaba saber que enaquel lugar había sitio para las cosas inútiles.

Aunque a ella misma su propia inutilidad le re-sultaba incómoda. De hecho, anhelaba tener un ob-jetivo en la vida. Siempre había sido así. De pequeñasus heroínas habían sido Nancy Drew y Jessica Flet-cher y, más adelante —ya en la vida real—, Erin Broc-kovich; Jiminy había soñado vagamente con conver-tirse en detective o en una combativa abogada. Sinembargo, esas aspiraciones se habían visto relegadaspor las obligaciones cotidianas que imponía la sub-sistencia. Vivir con una madre inestable le había hur-tado esa sensación de seguridad que resulta necesaria

049-101178-DULCE JIMINY.indd 30 09/01/12 20:47

Page 21:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

31

para ascender socialmente; había creado en ella unaangustia, y la incapacidad para plantearse las cosas alargo plazo.

Cuando Jiminy estaba en la universidad, su ma-dre se había casado con un rico jubilado que estabaencantado con el carácter caprichoso de esta y le ha-bía concedido todos los antojos. Ambos se habíandedicado a viajar por el mundo, y, en apariencia, Ji-miny al fin había quedado libre para dedicarse única-mente a vivir su vida. Pero los años de preocupacionese inseguridades habían dejado huella, y le habían crea-do una reflexiva aprensión de la que se sentía incapazde desprenderse.

Había tenido que hacer acopio de todo su valorpara marcharse a Chicago y matricularse en la Facul-tad de Derecho, y esperaba que ese logro fuera unsíntoma de una nueva y emprendedora audacia. Noobstante, una vez instalada, había seguido notandolos efectos de la parálisis y las dudas, lo cual la frus-traba. La certeza cada vez mayor de que no estabadesarrollando una parte esencial de sí misma la llena-ba de una callada desesperación. Todo aquello habíacobrado una brutal nitidez en los momentos poste-riores al atropello por parte del mensajero en bici.Tirada en el suelo, palpándose para ver si tenía algúnhueso roto, se había adueñado de ella un asco haciasí misma y hacia su incapacidad para utilizar todo elpotencial que, sin duda, tenía. Como le preocupaba

049-101178-DULCE JIMINY.indd 31 09/01/12 20:47

Page 22:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

32

que ese desprecio diera paso a algo más destructivo,se había puesto en pie, había cortado de raíz con lavida que llevaba en ese momento y había huido alprimer lugar que le había venido a la cabeza. Si elmensajero hubiera llevado una camiseta en la que pu-siera «Sigue avanzando», quizá no habría parado has-ta llegar a San Francisco. Pero había acabado en elMisisipi rural. A qué se iba a dedicar a partir de en-tonces seguía siendo un misterio.

Cuando terminó de hojear los almanaques, miróel alféizar y recordó súbitamente algo que había des-cubierto en esa habitación diecinueve años antes y delo que no se había acordado desde entonces. Pasó lasmanos por los paneles de madera que había debajo dela ventana y, como esperaba, notó que una parte cedíaun poco bajo la presión de sus dedos. Hizo más fuer-za y sintió la misma emoción que la había embargadoa los seis años cuando dicha parte se abrió y quedó aldescubierto un compartimento secreto.

Inspeccionó el interior y vio una concha de ca-racol traslúcida colocada encima de un libro. Cogióel volumen con cuidado y le quitó el polvo. En lastapas de cuero negro se veían unas feas grietas. Segúnel título, se trataba de la sagrada Biblia, pero las pá-ginas interiores eran de fabricación casera y las llena-ba una caligrafía inclinada y enérgica que Jiminy su-puso que no era la de Dios. La inscripción de laprimera página se lo confirmó:

049-101178-DULCE JIMINY.indd 32 09/01/12 20:47

Page 23:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

33

Henry Esau Hunt, Recuerdos y resoluciones

El nombre de su abuelo, la letra de su abuelo.¿Era su diario? Hojeó las páginas toscamente encua-dernadas. La caligrafía era muy clara, pero estaba muydesvaída y costaba leerla. La primera anotación data-ba del 1 de enero de 1954, y llevaba el siguiente títu-lo: «El día de nuestra boda».

En ella se narraba una breve descripción del acon-tecimiento, una mera crónica del hecho de que HenryEsau Hunt se había casado con Willa Calamity Pearl,en presencia de los padres de ambos y de un sacerdo-te, a las doce del mediodía de Año Nuevo. Esas frasesno destilaban ninguna pasión, aunque Jiminy supusoque la boda había sido lo suficientemente importantepara Henry como para iniciar el libro con ella.

A partir de entonces, el abuelo solo había escri-to cada seis meses, aproximadamente, para dejar cons-tancia de algún hecho que consideraba significativo.A medida que fueron transcurriendo los años, empe-zó a extenderse mínimanente, a hacer unos escuetoscomentarios que traslucían levemente lo que sentíaen aquel momento. El 6 de enero de 1959 había ano-tado que Margaret Pearl Hunt había nacido a las ochoy treinta y cinco de la mañana: «Una noche larga yardua. Un día dichoso». Jiminy esbozó una sonrisatriste: pensó que esas cualidades también habían ca-racterizado a su madre.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 33 09/01/12 20:47

Page 24:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

34

Pasó a la última entrada, que aparecía cuandofaltaba por llenar un tercio de las páginas: muchashabían quedado vacías. Llevaba la fecha del 1 de ene-ro de 1967, y decía lo siguiente: «Un año difícil, dedesesperanza. Pobre Lyn, pobres de nosotros». Des-pués, nada más.

Jiminy sabía que su abuelo había muerto repen-tina e inesperadamente cuando su madre tenía ochoaños. Lo que ya no sabía tan bien era si lo había ma-tado una tribu de indios perdida y oculta en las coli-nas de las inmediaciones, una banda errante de piratasde secano o una bandada de murciélagos asesinos pro-cedentes de los pantanos de Luisiana. Todas esas ex-plicaciones se las había dado su madre, con multitudde pintorescos detalles, pero ella había aceptado laversión de una prima: el padre de su madre había sidovíctima de una súbita embolia pulmonar, había muer-to prematuramente a los treinta y dos años y habíadejado solas a una mujer y una hija, que se habíanvisto obligadas a buscarse la vida.

Dado que la madre de Jiminy había nacido en1959, en 1967, año de la última anotación de Henry,había cumplido ocho años. Al parecer, el abuelo habíamuerto antes de escribir nada más. ¿Habían sido esasdificultades y esa desesperanza que mencionaba la cau-sa de la embolia? ¿Era esa palabra el término médicoempleado para describir un corazón irremediablemen-te roto?

049-101178-DULCE JIMINY.indd 34 09/01/12 20:47

Page 25:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

KRISTIN GORE

35

Pobre Lyn, pobres de nosotros. Jiminy supuso queesa frase hacía referencia a la Lyn que ella conocía, laque llevaba más de cincuenta años trabajando para suabuela, la misma cuyo indiferente desdén siempre ha-bía procurado a la joven un consuelo especial. Lo máxi-mo que se podía esperar de Lyn era un brusco afectoque podía confundirse fácilmente con la antipatía. PeroJiminy siempreacabababuscando su compañía, porque,aunque era una muchacha tímida, había algo en Lyn quela incitaba a abrirse. Ahora, al reflexionar sobre esto,Jiminy sintió un intenso agradecimiento hacia Lyn quenunca había expresado de forma adecuada. ¿Por qué?Tomó la decisión de decírselo. Eso sí que podía hacerlo.

Pobre Lyn, pobres de nosotros. ¿Qué le habíapasado a la asistenta? ¿Qué les había ocurrido a todosellos?

Jiminy revisó las páginas anteriores en busca derespuestas. Se detuvo en una entrada en la que se leía:«Han encontrado a Edward y Jiminy, y los han ente-rrado. Un espanto».

Durante un instante se le cortó la respiración,como si se hubiera topado con una puerta escondidaal futuro y estuviera leyendo de forma ilícita la noti-cia de su propia muerte. La habían encontrado y lahabían enterrado, pero ¿cómo había muerto? La re-corrió un escalofrío. Esa anotación estaba fechada el24 de junio de 1966. Evidentemente, había otra Jiminyanterior. Nunca le habían contado nada de ella, ni

049-101178-DULCE JIMINY.indd 35 09/01/12 20:47

Page 26:  · —Ahí está el nuevo restaurante —le indicó Wi lla mientras pasaban al lado del porche del estableci miento, pintado de amarillo—. Mexicano. ¿No es increíble? Jiminy

La dulce Jiminy

36

siquiera aparecía en las anécdotas más descabelladasde su madre. ¿Quién era?

—¡Creí que se te había tragado la tierra!Jiminy se incorporó y cerró el libro mientras se

daba la vuelta sobresaltada. Vio a Lyn en la puerta,con los hombros encorvados por la edad. Le sorpren-dió haber asustado a la joven; ella misma, como soli-darizándose, se llevó una mano al corazón.

—Santo cielo, niña, ¿qué te pasa?—Perdona —respondió Jiminy con la respira-

ción entrecortada, porque no sabía si Lyn reconocíael libro que tenía entre las manos; la anciana la mirócon un gesto extraño.

—Tu abuela solo quería saber si seguías viva,dado que no has dicho ni pío en toda la mañana—declaró la asistenta en tono neutro, después de locual se dio la vuelta y se marchó.

Jiminy se quedó observando cómo se iba, acon-gojada. Quiso detenerla. Tenía cosas que decirle. Te-nía preguntas que hacerle.

—Espera —le pidió, pero le salió un murmullotan bajo que, aparentemente, Lyn no lo oyó—. Espe-ra —repitió—. Gracias.

Su intención había sido pronunciar esas palabrascon más fuerza y en un tono sincero, pero, de nuevo,resultaron apenas inaudibles y se fueron alejando inú-tilmente, en dirección a la espalda curvada de Lyn,mientras esta se marchaba.

049-101178-DULCE JIMINY.indd 36 09/01/12 20:47