a los chamulas nos pintan de rojo
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X ENCUENTRO DE LAICOS INDÍGENASTRANSCRIPT
“A LOS CHAMULAS NOS PINTAN DE ROJO,PERO NO CONOCEN NUESTRO CORAZÓN”
Mayordomo del Niño Jesús
A un lado de la mesa, donde se servía la bebida ritual y los alimentos, musiqueros de acordeón, guitarra y arpa, con canto plañidero, nos acompañan. Me han ofrecido una pequeña silla, para ubicarme entre el sacristán mayor y el mayordomo, ante el arco adornado de hojas, con frutos de invierno; que rodea la imagen de Jesús Niño. Me envuelven la cortesía, las atenciones para lavarme las manos, el ofrecimiento del brindis, -licor fuerte, el marux-, para luego pasar a tomar café con pan, atole agridulce, tamales de frijoles, pollo en caldo con verduras.
Todos los comensales, vestidos a la usanza del clima frío, de Los Altos de Chiapas, con el pantalón corto de satín, abrigados por lana de borrego con cinturón de piel de venado, la cabeza cubierta con mascada blanca de borlas rojas en la punta, con huaraches los pies curtidos. El mayordomo conversaba con lucidez y convencimiento sobre la religiosidad del pueblo de San Juan Bautista, Chamula (“lugar donde murió el agua”; es decir, se secó la laguna).
Hasta hoy prosigo rumiando lo que me comentan, lo que vivo en diversos ritos tradicionales. Ya antes de mi designación como párroco -hace seis meses- me había acercado en varias ocasiones a participar de las fiestas dedicadas a San Juan Bautista, a la Santa Cruz, a la Guadalupana. Me atraía de los participantes, su dedicación y prestancia para servir. La actitud hacia el sacerdote, es de veneración. Esta forma de trato hacia el ministro de culto es costumbre ancestral de los pueblos indígenas. La aprecio, al saludarme inclinando la cabeza; ante el “mol totic” (el anciano padre) entonces se las toco a manera de bendición.
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Rezo ante las imágenes, las “alimento” con incienso, rocío a los santos y personas con agua lustral, comparto la mesa con los anfitriones, así me desempeño durante las visitas a las comunidades. En la sede parroquial, celebro la eucaristía, decenas de bautizos, encabezo procesiones con el Santísimo. Todo ello con la ayudantía de los nueve sacristanes, representantes de los Barrios de San Juan, San Pedro y San Sebastián, quienes también cumplen oficios rituales.
Durante, estos primeros meses en Chamula, una hondonada de cuestionamientos surgen en mi interior, en torno al sentido de mi proceder en el templo, en las casas, en los caminos de este pueblo. Mi necesidad más sentida es de avanzar pisando en tierra firme, sin cometer equivocaciones, que me lleven a ser expulsado, como ya ha sucedido con otros misioneros. Por ello busco informarme y leer algo de lo mucho que los antropólogos, historiadores y etnólogos han escrito. Es importante conocer las memorias escritas y orales de mis antecesores en esta misión. Necesito tiempo suficiente para explicarme la secuencia de eventos, para discernirlos. En el explorador virtual, “municipio chamula” genera 69.900 ítems. Los habitantes del municipio en 128 parajes son alrededor de 80 mil, el más numeroso de la etnia Tsotsil.
“¿Qué es lo que pretendes?”, me preguntaba un compañero jesuita, al ir narrando mis primeras vivencias. Sentí acuciante su interrogante, aun más de lo que esta inculturación
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de mi presencia sacerdotal me va gestando. Paso por sentimientos de desconcierto, unidos a la molestia que me genera la discriminación que sufren estos indígenas cuando de ellos se habla. Tan solo pronuncio la palabra chamula, constato una reacción de prejuicio, en tono a veces de desprecio; la mayoría de mis interlocutores toman la brocha para seguir “pintándoles de rojo”, como expresaba el mayordomo en las fiestas de Navidad.
Llego hoy a perfilar lo que Kolvenbach -glosando a San Pablo- expresó ante el reto de la misión jesuita en China, que intento aplicar a mi misión actual: “hacerme chamula entre los chamulas para anunciar el Evangelio en chamula”. En mi conciencia pastoral me interrogo ¿que significa esto?
Una vez más me vuelve a iluminar el pasado General de la Compañía de Jesús, cuando dice: “Sería el italiano Mateo Ricci el que conseguiría entablar el diálogo con los chinos al más alto nivel de su cultura. Su palabra clave era “amistad”, en la convicción de que los chinos tendrían algo que enseñarle, y en la certidumbre de poseer un tesoro que ofrecerles.” Sin pretender la altura del reconocido misionero, sin embargo asumo su consigna: “hacerme amigo”.
Ciertamente reconozco que en la organización social de este municipio chiapaneco, está aun vigente el control del poder económico y político, utilizando la religiosidad inherente a la cultura, como ramaje de cobertura. Esto me inquieta.
De mi parte he sentido continuas mociones que me abren puertas al alma de los pobladores, con quienes estoy ahora cercanamente conviviendo. De belleza simpática los niños y niñas, jovencitas de finura atrayente, jóvenes de enérgica presencia. Dignos ancianos, mujeres recatadas. Les encuentro
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hablándoles a sus santos, a veneradas imágenes, rodeados de fuego; algunos cumplen cargos de mayordomos, de los cuales se enorgullecen. Todos son miembros de la Iglesia Católica. Aprecian el Sacramento del Bautizo y participan, muy pocos, con curiosidad y respeto en la Eucaristía.
Capto que viven con tranquilidad en sus comunidades, en mejor situación económica que otros indígenas, por lo menos de los vecinos de San Pablo Chalchihuitán y de San Pedro Chenalhó, también tsotsiles, con quienes he convivido durante diez años. La migración, les ha usufructuado en recursos económicos invertidos en viviendas, vehículos y demás enseres domésticos.
Algunos dicen de los chamulas indígenas que son responsables, comerciantes, creativos agricultores, que tienen una fama bien ganada de saber superar los atavismos históricos e integrarse a la modernidad. Pero están otros que dicen que son narcotraficantes, maleantes, matones. El caso es que apenas en estos seis meses voy poco a poco conociéndoles.
Su religiosidad, impulsa a lo trascendente. Así me lo confirma un medico amigo, de profunda sensibilidad al modo indígena que dice: “Cuando ando fuera de mí, voy a San Juan Chamula y de inmediato me conecto espiritualmente”. Se refiere que al entrar al templo, entre los muchos orantes, que a diario allí se encuentran, su experiencia se vuelve personal, viva, concentrada.
A mi me atraen, las pequeñas imágenes de San Francisco Xavier y la Virgen María Verónica (sic), incrustadas en la nave, dentro del arco que precede al presbiterio. ¿Quienes las pusieron allí? ¿Serían los jesuitas que llegaron en 1676 al valle de la Ciudad
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Real, hoy renombrada San Cristóbal de Las Casas? Responder a esta cuestión, tarea pendiente.
Todas las agencias de viajes promueven visitar esta cabecera a nueve kilómetros de la antigua capital del Estado de Chiapas. Yo mismo hace catorce años vine a conocerle, guiado por un antiguo misionero; me quedé alucinado. No me atreví a avanzar más allá de la entrada cercana al bautisterio. Nunca imagine que sería el párroco años después.
Por todo esto y otras cosas más que más adelante espero compartir, puedo hoy confesar, desde mi sensación interna, que me atrae este pueblo. Mi proceso de evangelización inculturada se vislumbra sumamente largo. Una locura más, de las muchas a las que me siento invitado como consecuencia de mi seguimiento de Jesús.
Pedro Arriaga S.I., Párroco de San Juan Chamula.
PD
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