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PODER JUDICIAL DEL PERÚ FONDO EDITORIAL OBRAS COMPLETAS. TOMO I. Vol. 2 Enrique López Albújar NARRATIVA DERECHO Y LITERATURA COLECCIÓN

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Page 1: A Enrique López Albújar NRIQUE ÓPEZ LBÚJAR

PODER JUDICIAL DEL PERÚFONDO EDITORIAL

DERECHO YLITERATURA

COLECCIÓN

OBRAS COMPLETAS. TOMO I. Vol. 2

Enrique López Albújar

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NBIBLIOTECA CIRO ALEGRÍA

El mundo es ancho y ajeno. Tomo III Ciro Alegría: asedios jurídicos

Crónicas. Tomo VI

BIBLIOTECA ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR OBRAS COMPLETAS

Ensayos. Tomo IV

Poesía. Tomo II

Novelas esenciales:

Narrativa. Tomo I

BIBLIOTECA CÉSAR VALLEJO Y EL PODER JUDICIAL

Teatro. Tomo III

La serpiente de oro. Tomo I

El proceso Vallejo

Memorias. Tomo V

Enrique López Albújar: asedios jurídicos

Los perros hambrientos. Tomo II

César Vallejo: asedios jurídicos

ISBN 978-612-47810-1-8

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NARRATIVA

2

La historia de la literatura peruana del siglo XX está hecha con nombres de intelectuales que provienen de diversas canteras. Una de estas es el derecho. Enrique López Albújar fue un juez cuya actividad intelectual no se restringió solo al mundo de las leyes que organizan y regulan la interacción de los hombres en sociedad, también creó mundos literarios donde se ponen en escena, a través de la vida y del drama de múltiples personajes, el germen de la actitud delictiva y los problemas de la administración de justicia. Por el modo en que fueron representados los personajes indígenas en su narrativa, los especialistas señalaron que se trataba de una percepción «criminalizante» del indio. Acaso no podía ser de otra manera, ya que su propuesta narrativa no buscaba otro motivo literario que no fuera el de presentar historias en las cuales los personajes se resisten y transgreden la ley. Con la publicación de la obra completa de Enrique López Albújar, el Poder Judicial no solo rinde homenaje a un ejemplar hombre de leyes y notable literato, sino que a través de su mirada judicial y literaria invita a re�exionar sobre los problemas históricos que aquejan a nuestra sociedad. Leerlo será asumir el reto de pensar el Perú como problema y posibilidad.

DUBERLÍ RODRÍGUEZ TINEO

ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

Poeta, narrador, periodista, abogado, juez y magistrado. Estudió Letras y Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, institución en la cual obtuvo su grado de bachiller en Derecho con la tesis ¿Debe o no reformarse el artículo 4.° de la Constitución? (1899). Se tituló de abogado con un examen en la Corte Superior de Justicia de Piura (1904). Su carrera judicial comenzó en Piura y Tumbes, como juez interino en los Juzgados de Primera Instancia (1911-1913), y continuó en Huánuco (1917-1923) y en Piura (1923-1928) como juez de primera instancia. Se desempeñó, asimismo, como vocal interino de la Corte Superior de Justicia de Lambayeque (1928-1930) y como vocal de la Corte Superior de Justicia de Tacna (1931-1946) hasta su jubilación. Como producto de su experiencia en estos juzgados escribió, entre otros textos: Cuentos andinos (1920), donde buscó representar los problemas de la administración de la justicia en los pueblos del Ande peruano; Matalaché (1928), novela que re�eja las diferencias sociales en nuestro país; Los caballeros del delito (estudio criminológico del bandolerismo en algunos departamentos del Perú) (1936); Memorias judiciales (1933, 1938 y 1944), que brindan un testimonio de su experiencia como presidente de la Corte Superior de Justicia de Tacna. A la edad de noventa y tres años, este patriarca de la literatura peruana y juez reformador del Derecho penal, falleció en Lima el 6 de marzo de 1966.

(Chiclayo, 1872-Lima, 1966)

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Enrique López AlbújarNARRATIVA

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Enrique López Albújar

NARRATIVAOBRAS COMPLETAS. TOMO I. VOLUMEN 2

COLECCIÓNDERECHO YLITERATURA

PresentaciónFrancisco Távara Córdova

IntroducciónDuberlí Rodríguez Tineo

Edición y cronologíaGladys Flores Heredia

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Obras completas. Narrativa. Tomo I. Volumen 2© Herederos de Enrique López Albújar

Primera edición: julio de 2018Tiraje: 1000 ejemplaresHecho el Depósito Legal en laBiblioteca Nacional del Perú n.° 2018-09889ISBN: Obra completa 978-612-47810-1-8Tomo I. Volumen 2 978-612-47810-3-2

© PODER JUDICIAL Fondo Editorial del Poder JudicialPalacio Nacional de Justicia, 2.º pisoAv. Paseo de la República cuadra 2 s/n, Lima, PerúTeléfono: (511) 410-1010, anexos 11571 y 11185Correo electrónico: [email protected]

FONDO EDITORIAL DEL PODER JUDICIALDirector: Francisco Távara CórdovaCoordinador: Helder Domínguez HaroEdición: Gladys Flores HerediaAsistente de edición: Jesús Marcelo NavaDiseño y composición: Rodolfo Loyola MejíaCorrección de textos: Nikolái Vides Flores PradoFotografía de carátula: Baldomero Pestana

Este libro no podrá ser reproducido por ningún medio,ni total ni parcialmente, sin el permiso previo de sus propietarios.

Impreso en Perú / Printed in Peru

Se terminó de imprimir el 20 de julio de 2018 en Editora y Librería Jurídica GrijleyJr. Azángaro 1077, Lima, Perú

ColeCCión DereCho y literaturaBiblioteca Enrique López Albújar

Enrique López AlbújarObras completas. Narrativa. Tomo I. Volumen 21.a ed. Lima: Fondo Editorial del Poder Judicial, 2018.Colección dirigida por Francisco Távara Córdova.692 pp., 16 x 22.5 cmLiteratura peruana/Siglo XX/Narrativa/Novela/Cuentos/Enrique López Albújar

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ÍNDICE GENERAL

PresentaCión

enrique lóPez albújar. MagistraDo y literato

Francisco Távara Córdova

introDuCCión

lóPez albújar CoMo juez De la inDePenDenCia juDiCial

Duberlí Rodríguez Tineo

Criterios De eDiCión

Gladys Flores Heredia

agraDeCiMientos

Cronología

Cuentos

Cuentos andinos (1920)Prólogo de Ezequiel S. AyllónDedicatoria a mis hijosLos tres jircas La soberbia del piojo El campeón de la muerte Ushanan-jampi El hombre de la bandera

VOLUMEN 1

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XXXV

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El licenciado Aponte El caso Julio Zimens Cachorro de tigreLa mula de taita RamunCómo habla la cocaVocabulario

Nuevos cuentos andinos (1937)Nuevos cuentos andinosEl brindis de los yayasHuayna-pishtanagEl blancoCómo se hizo pishtaco CalixtoEl trompiezoJuan Rabines no perdonaUna posesión judicialVocabulario de quechuismos y provincialismos huanuqueños

Las caridades de la señora de Tordoya (1955)Una personalidad y una obra profundamente peruanas. Prólogo de José Jiménez BorjaLas caridades de la señora de TordoyaEl cuentista que vivió su cuentoEl señor de EchegoyenLa desposada póstumaLas curaciones del abogado WilsonEl culpableEl maicitoEl delatorLa huelga que faltabaLos esposos Diez

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La mujer Diógenes. Cuentos de mi juventud (1972)Presentación de Mario Samamé BoggioLópez Albújar. Tras la huella primera, estudio preliminar y notas de Raúl Estuardo CornejoEl triunfo de «El trovador»La gran payasadaFebri-MorboLa mujer DiógenesEl doctor NaváAmor proteicoDos rivalesDesdén vencido Final de bodaFuera de combateUna fraseFleur de mort

Cuentos de arena y sol (1972)Una expresión de agraviosEntre Scila y CaribdisDe pesebre a pesebreEl eterno expoliadoLa embajada de los perrosCastidad perdidaAquello vino de arribaLa catástrofeLas carrozasEl fin de un redentor

La diestra de don Juan (1972)Prólogo de José Jiménez BorjaLa diestra de don JuanEl solo a oros de Portaro

VOLUMEN 2

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El jubilado y su fracTres de bastosLa tristeza del FaucettUn periodista en tranceMatiz, el de la narizEn pos del divorcioComo Dios lo ha dispuesto

NOVELASMatalaché (1928)

Un favor, signo de los tiempos La TinaUna llegada intempestiva El sol piurano Un paseo por la fábrica La siesta El milagro de María Luz Matalaché Unos pies divinos y unas manos hábiles El cuarto de hora precursorPromesas cumplidas Una apuesta original Un corazón que se abre y una puerta que se cierraUn día solemne, una fiesta brillante y una mano perdida La tentación El último jabón de La Tina

El hechizo de Tomayquichua (1943)Primera parte

I. El doctor Quesada pasa el RubicónII. En plena tierra tomayquichuinaIII. El poder de la chirimoya y la virtud de la gongapaIV. El psiquiatra y su casoV. Fraques, sedas y guitarras

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VI. El arco de Molino-RagraVII. El complotVIII. La tentaciónIX. Al aire libreX. Una pareja en velaXI. Una pareja desveladaXII. Regreso que parece fuga

Segunda parteXIII. Los QuesadaXIV. La joven de la daliaXV. Una visitaXVI. En las garras del pumaXVII. El hechizo roto

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CUENTOS

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La mujer Diógenes.Cuentos de mi juventud

Portada de la primera edición de La mujer Diógenes. Cuentos de arena y sol. Palos al viento (1972). Lima: Conup.

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567La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

PRESENTACIÓN

El centenario del nacimiento de don Enrique López Albújar (1872-1972), esta máscula figura de las letras peruanas y americanas, ha promovido un profundo interés en el ámbito de la cultura perua-na y continental. La recia garra del autor de los Cuentos andinos —cuya influencia en nuestra literatura es sin discusión alguna vasta y profunda— y su personalidad como escritor, magistrado, periodista y maestro es no solo moralmente ejemplar sino auténti-camente peruana, lo han convertido ya, por obra de la ineluctable justicia que imprime el tiempo, en un clásico de las letras del Perú y de América.

El Consejo Nacional de la Universidad Peruana, que tomó la iniciativa de rendir en este centenario un homenaje propio de la dimensión humana e intelectual del escritor, ha visto lleno de satisfacción cómo toda la inteligencia del país se ha puesto de pie para saludar al glorioso novelista, que apenas hace seis años marchó para reunirse con los grandes de la inmortalidad. Las universidades del sistema, colegios de la República, municipalidades de la capital y de las provincias, instituciones culturales, asociaciones profesionales, círculos literarios y artísticos, órganos periodísticos y un sinfín de intelectuales peruanos, han organizado uno de los acontecimientos más hermosos y fraternos de que se tenga noticia en la historia cultural del país.

Como uno de los homenajes más trascendentes y permanentes que la universidad peruana rinde al esclarecido escritor, está la publicación de esta selección de su literatura

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568 Enrique López Albújar ● Narrativa

—cuento y crónica— de su primera etapa de producción intelectual. Trátase de La mujer Diógenes, cuentos de juventud; Cuentos de arena y sol, de ambiente regional; y de Palos al viento, crónicas periodístico-literarias. Todas estas páginas, diseminadas en diferentes órganos periodísticos, aparecen aquí por primera vez en forma orgánica y coherente, lo que no solo permitirá el solaz de una siempre viva y pujante literatura, sino la comprensión integral de una obra mucho más amplia de lo que generalmente se ha supuesto.

No voy a ocuparme de los méritos intrínsecos ni de las implicancias literarias de este libro, porque ello corresponde a los especialistas. Justamente la edición ha sido confiada al más connotado estudioso de la literatura lópezalbujariana, el doctor Raúl Estuardo Cornejo, quien explica todo ello en el serio estudio preliminar que le dedica. Sí quiero, en cambio, recalcar que este libro abre, aparte de todo lo expuesto, la invitación a que se sigan publicando los valiosos textos inéditos del escritor, tras la esperanza común de que pronto se editen las anheladas Obras completas.

En nombre del Consejo Nacional de la Universidad Peruana y de la Comisión Nacional del Centenario de don Enrique López Albújar, que me honro en presidir, pongo en manos de la cultura del Perú este hermoso fruto de la inteligencia de uno de sus más preclaros hijos.

Lima, 23 de noviembre de 1972

Mario saMaMé boggio

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569La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

LÓPEZ ALBÚJARTras la huella primera

La universidad peruana, por intermedio de su más alto organismo rector, honra con la publicación de los presentes textos a la esclarecida figura de don Enrique López Albújar, en el primer centenario de su nacimiento.

Se trata de una selección1 de tres libros suyos, virtualmente inéditos de modo orgánico —es decir, no publicados en forma de libros—, que pertenecen a la primera etapa literaria del escritor, casi desconocida, y que corresponde, naturalmente también, a sus iniciales etapas vitales.

La revelación de este importante material, que anunciamos y estudiamos en nuestra tesis doctoral de 1962, sustentada en la Universidad de San Marcos, permitirá comprender la evolución literaria del escritor hasta llegar a los Cuentos andinos (1920) y entender cómo estos no aparecen en ningún impromptu milagro-so del escritor, como se ha sugerido, sino como culminación de un claro proceso de autoformación y búsqueda. Considero de interés reproducir las conclusiones a que llegamos hace diez años en ese documento, que con afán perfeccionista mantuvimos hasta hoy inédito y que muchos aprovecharon, sobre todo en el extenso exa-men que dedicamos a los Cuentos andinos, y algunos sin la hones-tidad de la cita a la fuente correspondiente. Entonces afirmamos:

1 Lo es por cuanto, en los libros de cuentos, respetando la original estructuración del autor, no han sido incluidas piezas que con criterio meramente compilador habrían estado, salvo excepciones que oportunamente se explican; y sí se han excluido por razones de extensión muchísimas crónicas que bien darían para otro tomo.

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570 Enrique López Albújar ● Narrativa

1. La iniciación literaria de López Albújar es poética, y corresponde al periodo finisecular de germinación y crecimiento del modernismo literario en el Perú. Perteneció a la primera generación modernista, la que acaudilló Chocano, y es él —como lo reconoció adelante el mismo Darío— uno de los «propagadores e intermediarios» de la nueva corriente en el país. Su primer libro, Miniaturas (1895), así lo atestigua, dentro de un modernismo con fuerte lastre de romanticismo y decadentismo.

2. No hay silencio ni menos aridez intelectual en los años que van desde la aparición de Miniaturas (1895), a la publicación de Cuentos andinos (1920). Son, todo lo contrario, veinticinco años de intensa labor literaria y periodística, de los que la bibliografía final y el capítulo III dan cuenta, al comentar este último sus tres libros orgánicamente inéditos2, de ese periodo.

3. Dentro de la prosa positivista, realista y naturalista del fin de siglo peruano, López Albújar se ubica con sus «Cuentos de mi juventud» o La mujer Diógenes (1897-1905). En el nuevo siglo comparte el neocostumbrismo nacional con sus Cuentos de arena y sol (1901-1927) y sus crónicas periodísticas Palos al viento (1912-1916), en constante búsqueda de una literatura esencialmente vernácula3.

4. Entrado el presente siglo, cuando el modernismo cobra su plenitud, siempre guiado por Chocano, surge una segunda generación modernista que determinará el tránsito hacia nuevas formas literarias, bajo la tutoría de Abraham Valdelomar. Este, junto con López Albújar, abrirá la trocha de un neo-realismo peruano, cuyas dos manifestaciones más importantes —criollismo e indigenismo— serán tomadas respectivamente.

2 Llamo libros orgánicamente inéditos a aquellos que, habiendo sido publicados dividida o fragmentariamente en fuentes periodísticas, no han sido entregados unitariamente impresos, en o como libros. (La bibliografía a que se alude fue publicada en las Memorias de López Albújar, edición que en 1963 apareció con prólogo de Ciro Alegría y colofón nuestro. Dicha bibliografía ha sido reproducida, con algunos agregados, por la Biblioteca Nacional, en su Anuario Bibliográfico Peruano de 1959 a 1960).

3 La colección original del autor —y con ella trabajamos en la referida tesis— albergaba piezas entre 1897 y 1901 en cuanto a La mujer Diógenes; y de 1901 a 1916 en los Cuentos de arena y sol. Ahora, rescatando textos preteridos, lógicamente las fechas han variado.

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571La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

5. Los Cuentos andinos (1920) de López Albújar son la lógica resul-tante de un largo transitar del autor por diferentes temas y escuelas literarias, tras la «posibilidad de una genuina literatura nacional». López Albújar no reaparece con ellos en la escena de la literatura peruana, sino más bien culmina una nutrida producción creadora, cuya inobjetable prueba está en los libros nombrados y estudiados.

6. Cuentos andinos (1920) es el primer libro de creación literaria que aborda en el Perú el problema del indio, con deliberado propósito social. Las débiles manifestaciones indigenistas de fin de siglo son apenas latidos precursores.

7. De los Cuentos andinos se desprende la rica narración indigenista del Perú, que comienza desde la aparición del libro, en 1920. La novela y el cuento particularmente son vastos en cantidad y calidad, hasta alcanzar su más alta expresión en los indigenistas contemporáneos. Las preocupaciones teóricas se ahondan también a partir de aquel libro, hasta alcanzar su plenitud en la fundación de revistas casi especializadas y grupos literarios, donde el debate y la polémica sobre el indigenismo campean.

8. Resumiendo, los veinticinco años de labor de López Albújar, estudiados, revelan la palpable evolución del narrador hacia las auténticas formas de la literatura vernácula. Modernista, primero; naturalista, después; y neocostumbrista, luego, acabará en 1920 abriendo brecha en una de las legítimas manifestaciones de la literatura nacional: la indigenista, y señalando un rumbo por donde enfilarán varias generaciones de narradores peruanos.

Sin embargo, todo esto necesita de mayor explicación. Retomemos nuestras antiguas páginas y examinemos con detalle los libros que se presentan, tanto en sí mismos como el contexto general de la literatura de la época en que fueron escritos.

Naturalismo y neocostumbrismo precursores

No se han puesto completamente de acuerdo nuestros historió-grafos modernos de la literatura peruana acerca de la terminología y transición de las corrientes últimas dentro de ella. La dificultad

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572 Enrique López Albújar ● Narrativa

—ya de por sí evidente— se agrava en nuestro país por múltiples razones, que no es posible desbrozar aquí. Ventura García Calderón4, por ejemplo, dice que «solo por establecer claridad lógica donde hay confusas sucesiones de escuelas, se puede dividir la literatura del Perú independiente en tres periodos poco definidos: romanticismo, naturalismo y modernismo», y llega a insertar el criollismo, siempre «al lado de esta literatura de importación». Luis Alberto Sánchez más o menos coincide en el fondo con García Calderón, en los tres grandes rubros, pero no rotula capítulo alguno de su Literatura peruana5 con el nombre del segundo, aunque interiormente coloque a los naturalistas en el denominado «Nuestro “Año terrible” y don Manuel González Prada»; un subcapítulo del mismo sí se llamará «Los costumbristas». Por su parte, José Jiménez Borja, en Cien años de literatura6, comienza diciendo que «en 1839 la literatura peruana estaba bajo el signo, con tan amplia y colorida irradiación, del costumbrismo» y que «hacia 1850 el romanticismo prendió en el Perú su granate crepúsculo de sueños, deseos y lágrimas», para —en la misma línea de García Calderón— señalar que «en los años que anteceden y que siguen a la Guerra del Pacífico la literatura huella la corriente europea del naturalismo».

Alberto Tauro7 divide tajantemente la «época republicana» de la literatura nacional en cuatro periodos: costumbrista, romántico, realista y contemporáneo, mientras que Augusto Tamayo Vargas8 lo hace en costumbrismo, romanticismo, realismo, modernismo y

4 Cf. GarCía CalDerón, Ventura. Del Romanticismo al Modernismo. París: Ollendorf, 1910, pág. V y sgtes. También: Costumbristas y Satíricos en la Biblioteca de Cultura Peruana.

5 SánChez, Luis Alberto. La literatura peruana. Asunción: Ed. Guarania, 1951. No reproduzco naturalmente aquí el largo esquema de esta obra, sino sintetizo únicamente lo concerniente a la etapa que nos interesa, expuesta principalmente en el tomo VI. A ella se refiere el subcapítulo citado.

6 JiMénez Borja, José. Cien años de literatura y otros estudios críticos. Lima: Club del Libro Peruano, 1950.

7 Tauro, Alberto. Elementos de literatura peruana. Lima: Ediciones Palabra, 1946.

8 TaMayo Vargas, Augusto. Literatura peruana. Lima: Editorial D. Miranda, 1954, t. II.

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573La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

corrientes contemporáneas. Como se ve, no se habla de «costum-brismo», «romanticismo», «naturalismo», «criollismo», «realismo», «modernismo», «periodo contemporáneo» (por «modernismo» también) y periodo estrictamente «contemporáneo» o actual, dentro de la época republicana de la literatura. En poesía, los ismos sumarán más9.

Pero llámese como se quiera, lo cierto es que hacia 1897 flameaba el pendón realista en la prosa literaria del Perú, al tiempo que alboreaba el novísimo modernismo —forzada secuela del decadentismo—. González Prada era el mentor de aquel, y él mismo precursor simultáneo de la nueva tendencia. Bajo la férula del positivismo imperante —otro ismo filosófico-sociológico— la novela peruana amanecía con el naturalismo, inventado en la lejana escuela de Medán. «Nuestro Zola femenino» se llamaba Mercedes Cabello de Carbonera, y Les Rougon-Macquart, La Terré y La Fecondité se proyectaban en los espejos de Blanca Sol (1888), Las consecuencias (1888) y El conspirador (1892), principalmente. Hasta llegar allí, la señora Cabello resistió notablemente. El 28 de julio de 1887, desde las páginas de La Revista Social, titulaba un artículo «La novela realista» en que decía:

Hoy que hasta la gente ilustrada y sensata dice: —La novela realista ha herido de muerte a la novela sentimental: preciso será que estudiemos (aunque) no sea más que ligeramente hasta qué punto puede ser verdadera esta afirmación.

Respetamos, más aún admiramos a la escuela naturalista, magní-fico corolario de la escuela filosófica positivista o experimental, que hoy es centinela avanzado de las ciencias exactas, a las que van vinculados progresos en todo orden tan grandiosos que apenas la mente (puede) alcanzar a vislumbrar.

Pero si aceptamos y admiramos el naturalismo literario como com-plemento de la evolución científica que con tan activas fuerzas trabaja

9 Núñez, Estuardo. Panorama actual de la poesía peruana. Lima: Ed. Antena, 1958.Monguió, Luis. La poesía postmodernista peruana. México: Fondo de Cultura Económica, 1954.

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574 Enrique López Albújar ● Narrativa

y tiende a transformar, no solo a las grandes sociedades sino también al hombre mismo; no dejaremos de interrogarlo diciendo: ¿por qué en odio a todo lo que es espiritual pretendéis suprimir, no solamente a Dios y el alma humana; sino también la parte más bella y cierta del hombre: el sentimiento? No encontramos lógico el procedimiento.

Y para sintetizar nuestras opiniones, diremos: aceptamos y queremos el realismo; pero cuando solo es el realismo de Balzac y el naturalismo de Goethe, a quien uno de sus biógrafos llama naturaleza realista. Sí, realismo y naturalismo, «formados con el inmenso drama que ofrece el corazón humano, en sus múltiples aspiraciones e insaciables deseos, en sus admirables grandezas e inexplicables pequeñeces».

Reparos muy comprensibles en el delicado espíritu de una mujer. No obstante con el tiempo los fue perdiendo un poco —como lo prueban sus novelas—. En 1896, estaba preocupada por otro problema: el americanismo literario. Prologando el libro de poesías Andinas de Julio N. Galofre, lo reclamaba con vivo interés desde las páginas de La Neblina del 1 de septiembre de 1896, es decir, nueve años después:

¡Una poesía americana!... ¡Una literatura americana! Bellísimos ideales que todos esperamos verlos realizarse y surgir, llevando el sello de nuestra naturaleza tropical, la índole de nuestro espíritu inquieto y revolucionario, y las magnificencias de nuestra flora americana.

Si la literatura americana adolece hoy de raquitismo y palidez académica, si es una literatura enclenque y desmedrada, es debido a haberse nutrido pegada siempre al pezón exhausto de la literatura castellana; de esa anciana que, con su espíritu conservador, ha rechazado el alimento nutritivo con que el espíritu liberal del siglo se alimenta.

Cierto. La señora Cabello luchaba entonces por desprenderse de su castiza y romántica madre española —y lo consigue luego— para caer sin embargo en los regazos de una científica y realista madre... francesa. El padre se llamaba, como dijimos, Emilio Zola, y ante él incitaba a postrarse —recordemos el «Decálogo»— el joven poeta Chocano.

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575La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

Comparte honores en la iniciación de la novela realista —y naturalista— de la señora Cabello, otra buena dama contemporánea: doña Clorinda Matto de Turner. Es su gemela en muchos aspectos. No afirmaría que dentro del proceso naturalista de la novela tiene más importancia que aquella, pero sí en la impronta nacionalista que le imprimió. Más cerca de Palma que de nadie, la señora Matto se sintió atraída poderosamente por las imantadas Tradiciones del maestro, y aunque no las igualó siquiera, sí dio a las suyas un carácter vernacular, indigenista, que encaseó en don Ricardo. Palma hizo indianismo en algunas, mas no indigenismo.

La señora Matto, animadora ferviente de las veladas literarias en Lima, colaboró asiduamente en La Revista Social y El Perú Ilustrado, órgano este que empezó a dirigir desde 1889. Sus principales novelas naturalistas: Índole (1891) y Herencia (1895) datan de la época. En ellas mismas perfila un nuevo giro para la novela peruana: el psicologismo. No es la señora Matto una estilista; peor: no posee gran técnica para el género; pero en cambio apunta certeramente a sus objetivos y tiene visiones renovadoras para abrir nuevos caminos temáticos henchidos de aire nacionalista. Aguardamos el instante de referirnos ampliamente sobre el particular, donde tiene sus mayores logros.

Revelador del interés que originaba la escuela zolaísta en el Perú, es también una polémica suscitada en 1888 entre Carlos Germán Amézaga y Arturo Ayllón, miembros de la generación radical. En el n.° 52 de El Perú Ilustrado del 5 de mayo de 1888 publicó Amézaga un artículo titulado «Emilio Zolá», en que decía:

La escuela realista a cuyo frente se encuentra Emilio Zolá es esencial-mente moralizadora para la juventud.

La ciencia exacta de la vida planteada por el admirable Balzac, y ampliada si se quiere por Emilio Zolá, está pues, destinada a servir en el futuro de pauta.

Abajo los pueriles remilgos. Campo al estudio anatómico de las costumbres, que ese es el camino y no otro, de combatir sus males y hallar en la frecuencia de su tratamiento, el único remedio posible y lógico que la razón nos dicta.

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Si no se hubiera estado a un año de distancia de lo expuesto por Mercedes Cabello, se habría dicho que era una censura a esta, por lo que expuso entonces. De toda suerte, el artículo fue rápidamente respondido por Arturo Ayllón, quien negó los valores del jefe del naturalismo. Su respuesta apareció en el n.° 56 del 2 de junio del mismo año en idéntico órgano. Amézaga levantó cargos en el n.° 57 del día 9, y Ayllón contrarreplicó en el n.° 61 del 7 de julio, con que se dio por terminado el lance.

Dentro de las anchas sendas del realismo, a la par que el naturalismo, se proyecta también en el Perú finisecular la sombra de una tendencia, que, aunque no nueva, reaparece entonces con nuevos bríos: el costumbrismo. En verdad, podría decirse que desde la época colonial tuvimos costumbrismo. Más aún: desde la conquista. ¿No son acaso muchas de las crónicas reflejos de costumbres seculares de nuestro pueblo? En Terraya, siglo XVII, sátira y costumbrismo andan de la mano. Y después, firmemente trazado, en el XIX. Sus corifeos son Felipe Pardo y Manuel A. Segura, sin olvidar a Larriva. Ventura García Calderón coloca también entre ellos a Flora Tristán, y Tamayo Vargas a Narciso Aréstegui, aunque este se encuentre igualmente alineado entre los precursores del indigenismo. Mas el indigenismo ¿no es en última instancia costumbrismo? Seguro que sí.

Costumbrista es también —y en alto grado— nuestro eximio don Ricardo, y lo son Ramón Rojas y Cañas, el Murciélago Manuel Atanasio Fuentes, José Antonio de Lavalle, Clorinda Matto, Juan de Arona y Carlos Germán Amézaga, entre otros.

Pero el grupo moderno de costumbristas —mejor dicho, los «neocostumbristas»— está acaudillado por Abelardo Gamarra, el Tunante, y forman parte de él, mezclados con los satíricos, Samuel Velarde, Federico Blume, Federico Elguera, Hernán Velarde, Adolfo Vienrich, y vinculado sobre todo al teatro: Manuel Moncloa y Covarrubias, Cloamón. Costumbristas contemporáneos serán ya Leonidas Yerovi, Angélica Palma, Clemente Palma, Abraham Valdelomar y algunos más. Entendámonos: costumbristas de la primera etapa contemporánea.

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Modalidad de este costumbrismo nacional viene a ser la corriente denominada «criollismo» —que ya vimos emplean algunos autores— de la cual se hace líder al Tunante. Oriundo este del norteño departamento de La Libertad, nacido en 1852; vino a Lima en 1865, y tuvo en ella una pubertad pobre. Fue testigo de la derrota española en nuestras aguas al año siguiente. Ya joven, fue ardiente liberal y amigo de Vigil, el caudillo. Alumno de San Marcos más tarde, frecuenta a los costumbristas mayores: Pardo y Segura. Y posteriormente, en las curiosas veladas literarias, a Palma, la Cabello, la Matto, la señora Plascencia. La guerra sureña lo enciende y se junta con la flor de la juventud que emerge a defender Lima. En 1885, colabora en La Revista Social escribiendo su sabrosa sección: «Rasgos de Pluma», al lado de Palma, Prada, Antonio Arnao, Víctor G. Mantilla, Simón Calcaño, Blas Cartujo (Neptalí García), Germán Leguía y Martínez, y varios más. La misma revista, en el n.° 110 del 24 de agosto de 1887, lo incluye en la nómina de los componentes del «Círculo Literario» que presidía Márquez, y en la primera velada de este club, efectuada en el Teatro Olimpo, el 24 de octubre de 1887, lee públicamente sus composiciones. Cuando la revista cambia de formato, en 1889, Amézaga era redactor principal.

El Tunante escribió artículos de costumbres, piezas teatrales, poesías, ensayos de novelas, artículos históricos y periodísticos. De los primeros viene empero su fama. Desde En camisa de once varas (1876) hasta sus celebrados Rasgos de pluma (1921), hay un rosario de interesantes producciones. Destacan Novenario del Tunante (1885) y Reglas para escribir cartas (1889) a más de muchos artículos no recogidos. Refugiado desde 1888 en La Integridad, diario que fundó en esa fecha, fue este, hasta 1924, su tribuna principal, donde hay que sumergirse si se desea estudiarlo a fondo.

La importancia de esta figura representativa del costumbrismo nacional es pues, notable, para entender este periodo. Él cala hondo en la tendencia de la narrativa finisecular, y sus engarces y

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resonancias sobre otros escritores no se pueden olvidar. Un autor10 dice: «El costumbrismo que cultivó no fue el costumbrismo de desasosiego como fue el de Pardo y Aliaga, de Arona y de los demás que como estos trataron solo de pintar los motivos de la vida criolla, con mayor o menor sinceridad. El costumbrismo de Gamarra fue de criollismo pleno, de identificación honda, de esencia criollista y de contenido ideológico. Esto es un costumbrismo sin desfiguración ni domesticación de espíritu». Razones por las cuales no se podía prescindir de él en este panorama del fin del siglo peruano.

Se hacía necesario echar una ojeada de conjunto a este naturalismo y neocostumbrismo nacional, para ubicar en ellos la figura de López Albújar, en esta etapa evolutiva. La crítica generalmente ha pasado de largo estos veinticinco años que van de Miniaturas (1895) a Cuentos andinos (1920) —sus dos primeros libros— y se habla de un «largo silencio» del autor. Nada más falso, como veremos, porque este «silencio» se trueca en tres libros publicados en diarios y revistas, y en una «bulla» periodística realmente singular. Antes veamos sus primeros escarceos como prosista.

Descontado está hasta aquí —mientras no se pruebe lo contrario— que López Albújar se inició como poeta. El Progresista de Tacna (1892), La Cachiporra (1892) y La Tunda (1893) así lo confirman, en las composiciones suyas que reúnen11. Mas su labor de prosista, ¿dónde empieza? En La Tunda de Lima, 25 de febrero de 1893, bajo el seudónimo de Juan de Tebes se lee una crónica suya: «Escandaloso». Trata del cobro excesivo por «extras» del Colegio San Pedro de Lima: una «matrona» limeña da las quejas al cronista, y este pone luego la pluma en ristre. Luego las prosas se ocultan, para reaparecer en una que alcanzará celebridad: «Rosa Carne», insertada en el n.° 14 de La Tunda, del 29 de abril de 1893, al mismo tiempo que la no menos célebre

10 FernánDez C., Justo. Abelardo Gamarra, «El Tunante», su vida y obra. Cuzco: Ed. Rosas, 1954, págs. 161 y 162.

11 Véanse las piezas de estos órganos en la bibliografía general del autor, al final de sus Memorias (1963). Menos los de El Perú Ilustrado (segunda época) cuya fuente no existe en las principales bibliotecas de Lima.

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poesía «Ansias», piezas estas que le cuestan la cárcel y un juicio de imprenta12. Por boca del mismo López Albújar sabemos que:

Este artículo, que es el primero con que comencé haciendo prosa, se publicó en febrero (error suyo: fue abril) de 1893, y causó tal sensación en Lima, que agotada la primera edición, hubo que tirar otra, con un total de 28 000 ejemplares. Fue el número que le dio más entrada al bolsillo de Barriga, el director de ese semanario. A mí solo me valieron unas copas de champán en la cantina «El Gallito», situada en Mantas, y el honor, insólito, de ser felicitado, en pleno Mercaderes, por Juan de

Arona, el ogro de la crítica literaria de entonces13.

12 Véase R. E. Cornejo. López Albújar. Narrador de América. Madrid: Anaya, 1961, pág. 69 y sgtes. Chocano, utilizando el seudónimo de Ravachol escribió en La Tunda del 3 de junio de 1893 un artículo titulado «Enrique López Albújar», en que defendía a este. Aunque el artículo está teñido de un fuerte color de resentimiento político, contiene acertados toques de valoración literaria. Llama a López Albújar «joven poeta, inflexible en la lucha, fuerte en el ataque»; a Cáceres, «gran déspota del ojo turbio»; a Amat y León —el agente fiscal— «hidrófobo fiscal que debe antes de criticar literatura, estudiarla»; a la esposa de este «la desgraciada poetisa María Rosa Rolando, autora de varios despropósitos en prosa y de paquetes de ripios», etc., y arremete contra la servil maquinaria gubernamental, esperando solamente del gran Jurado de Imprenta «la precisa reparación».

Además de su valor intrínseco, este artículo de Chocano tiene importancia documental: es un cordial desmentido a una aseveración posterior suya. En sus Memorias (op. cit. pág. 75), hablando del grave momento político que ocasionó la muerte del presidente Morales Bermúdez (1894) dice: «En tales hojas batalladoras (los periódicos de oposición de Lima en el instante) vacié yo mis Iras santas. Publiqué yo mis poemas con el pseudónimo de “Juvenal”, que es el único que he usado en mi vida». El subrayado es mío.

Naturalmente, me atrevo a recordarle esto a Chocano —y a sus estudiosos—, basado en el testimonio oral y escrito de López Albújar, compañero íntimo de aquel, con quien laboraba en La Tunda, válvula por donde escapa(ba) la indignación popular. Según este, fue el «Poeta de América» quien, firmando como Ravachol, escribió el artículo citado.

13 La nota, que está puesta a máquina sobre el viejo original de «Rosa Carne», continúa como sigue: «El artículo fue denunciado por el Agente Fiscal —un señor Amat— por inmoral, y en él pedía, conforme a la ley de imprenta, como pena que fuera yo a enterrar muertos al cementerio por un par de meses. El jurado de imprenta declaró no haber lugar a formación de causa. Ya se comenzaba a tenérseme por escritor inmoral, confirmándose después por mis paisanos este calificativo a propósito de Matalaché. Risum teneatis, querido Manuel.

Primero tuve la candorosidad de llevarlo a El Comercio para su publicación, y para esto pedí hablar con el director don Antonio Miró Quesada, quien después de recibirme —tuvo ese rasgo de generosidad, raro en esos tiempos para con un

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Un sabor pierolista y decadente se gustaba en la prosa. No sé si habría leído entonces al autor de Madame Chrysantéme —creo que directamente no—, pero aquel, y sobre todo Samain, parecían presidir sus delicadas y al mismo tiempo sensuales páginas. La manifiesta intención vuelve a revelarse en «Leona Rubia», otro relato del mismo sello de «Rosa Carne» —«artículo que no debe leerse»—, publicado en la misma Tunda del 3 de octubre de 1893. Siguen sus asedios poéticos en el mismo órgano, para extenderlos al año siguiente a El Comercio de Lima, donde publica el 28 de julio de 1894 una acre poesía titulada «Adiós a la patria», dedicada a su joven amigo Clemente Palma, que le costará otros días de detención.

Liberado nuevamente, y con una fama que ya iba creciendo, proveniente de la boutade de «Ansias», el poeta empieza a escribir en La Opinión Nacional (1894) para trasladarse luego a La Neblina (1895) de Blume. Al año siguiente se verá en Bohemia Limeña (1896) un interesante artículo suyo sobre Chocano, que reproducirá la segunda Neblina de este en su número 99 del 10 de mayo de 1896. Otra vez El Comercio de Lima recoge sus colaboraciones bajo el membrete de «Cartas a Fígaro» (1896) por Figarito. Era, pues, un discípulo de Larra quien escribía al «amado maestro»: «¿Quién mejor que tú guiará a mi espíritu rectamente por este laberinto de encontradas miserias políticas y literarias? ¿Quién mejor que tú me enseñará a ver al través de las bajezas humanas? ¿Quién mejor que tú me enseñará a dar a cada uno lo suyo?»14.

Continúa alternando sus colaboraciones: de El Comercio a Bohemia Limeña, de Bohemia Limeña a La Neblina, de La Neblina a otro nuevo órgano: El Libre Pensamiento. En la segunda

muchacho— y de leer el artículo, se limitó a decirme, subrayándolo con una sonrisa entre bondadosa y maliciosa: “Su articulito no es como para la índole de El Comercio. ¿Acostumbra usted a escribir así?”. “No, es la primera que lo hago en prosa”. “Pues el periódico está a su disposición siempre que cambie de temas como el presente”. Y me retiré feliz en medio de mi derrota. Un año después comencé a ser un constante colaborador de ese diario».

14 Doy la fecha de creación: Lima, 30 de mayo de 1896.

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publicación (1896) aparecerá un artículo suyo sobre «José Fiansón» que lo reproducirá La Neblina del 19 de julio de 1896. En esta segunda, el 16 de octubre de 1896, un artículo sobre ética: «¿Debemos ser buenos?». La cuarta hoja limeña recoge otra pieza patriótica suya titulada «Frente a la esfinge», anatema e incitación revanchista contra Chile:

Una esfinge con cuerpo de serpiente, garras de cóndor y cabeza de tigre se yergue sobre la cumbre del morro, proponiéndome a cada instante enigmas que nuestro cerebro troglodita no puede descifrar: ¿Cuál es el pueblo —nos dice— que ayer no supo vencer, que hoy no se apresta a vencer y que mañana no sabrá vencer?

Juventud, echaos al campo, cultivad la tierra, que es una madre benefactora, y no olvidéis que nuestro derecho valdrá cuando seamos fuertes: es decir, cuando seamos laboriosos y honrados. Para entonces marcharemos al Sur sobre la cubierta de nuestros blindados y las

cureñas de nuestros cañones.

1897 nos lo muestra como colaborador de La República de Lima, donde, encubierto bajo el seudónimo de Lord Pee critica las actuaciones teatrales de la compañía italiana Lombardi, que se hallaba actuando en Lima. Las críticas las hacía en forma de «Cartas» —adviértase la afición de López Albújar a la literatura epistolar— dirigidas a otro «Lord»: Neill, oscilando entre hedonistas e impresionistas. Comentando «El trovador» —una ópera cuyo recuerdo le hará después escribir un cuento15— decía, sorprendido por la belleza de la actriz central: «¡Y Cesira Prandi, la hermosa de rasgos trágicos, de miradas tempestuosas y nerviosas sonrisas! Nos subyugó con su talento dramático y los arranques soberbios de su canto…»16.

15 «El triunfo de “El trovador”», en La mujer Diógenes. Cuentos de mi juventud, que estudiaremos adelante.

16 Esta seducción artística, y, al parecer, hasta personal, de la señorita Prandi, quizás se desvaneció en López Albújar cuando... Dejemos que él mismo nos cuente: «Esta Prandi se quedó definitivamente en Lima, de querida de don Emilio Grec, un boticario que llegó a ser por la época juez de espectáculos, casándose

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La República era entonces el órgano del bloque parlamentario que comandaba Augusto Durand, y estaba dirigido por don Luis Esteves (padre de Luis Esteves Chacaltana). López Albújar llegó a formar parte de la redacción, al lado de Arturo Osores, Chocano, Alberto Quimper, Martínez Luján, Manuel Beingolea, Rafael Gran-da y Félix Mora.

Es en este mismo año de 1897 en que empieza a escribir sus primeros cuentos —técnicamente hablando—, lo anterior, «Rosa Carne», «Leona Rubia», etc., apenas fueron conatos, ensayos. Te-niendo como principal órgano El Comercio de Lima, publica por lo menos ocho de los doce cuentos de su juventud que reunidos más tarde darán el volumen La mujer Diógenes, que aquí se entre-ga. Imperioso se hace para entender la evolución lópezalbujariana, hablar de él y de los que le siguen —olvidados por la crítica— antes de llegar a los recios Cuentos andinos (1920).

La mujer Diógenes. Cuentos de mi juventud (1897-1905)

Quizás Miniaturas (1895), el primer libro orgánico de López Albújar no tenga tanta importancia en su camino de escritor, como la tienen tres libros en prosa: dos de cuentos y uno de crónicas, escritos entre 1897 y 1927, al que pertenece en primer lugar La mujer Diógenes (1897-1905) y en segundo y tercero los Cuentos de arena y sol (1901-1927) y los Palos al viento (1912-1916), crónicas piuranas, respectivamente. En ellos está el auténtico germen del prosista de hoy, y para comprender a este lógicamente hay que remontarse al de ayer.

La mujer Diógenes, comenzado a escribir a los veinticinco años, cumple una amplia temática universalista17. Predomina

más tarde con ella. En esta botica —Botica Grec— se reunía gran parte de la plana mayor del civilismo. Allí se resolvían importantes asuntos políticos. Era una botica que compartía en importancia con las «Gotas de Leonard». Esta en Mantas, la otra en Melchormalo».

17 Tentado estuve, por eso, de rotular este capítulo: «Universalismo y costumbrismo precursores». Efectivamente, López tiende aquí generalmente al exotismo. Mas

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mayoritariamente en los cuentos un vivo naturalismo —como vimos, en boga entonces— y a través de ellos se advierte ya cierta facilidad y disposición en el autor para mover sus personajes. Se nota aún también —es verdad— en algunos cuentos una pequeña pesadez, que contribuye a cargarla a veces de un exagerado y artificioso cientificismo creado. El amor al misterio, a las tenebrosas encrucijadas a que se prestan las almas, en un mundo casi oriental de superchería o magia —en que un permanente amor a lo desconocido ribetea las acciones—, coloca los relatos en una órbita más que local, exótica. Este exotismo, empero, será diferente al de la escuela de Rubén.

Siguiendo los cuentos por orden de creación —que no de posición en el libro, ni de publicación18—, hallamos que el primero de ellos es «El triunfo de “El trovador”»19. Narra en él el complejo musical sufrido por un joven amante, que ve arrebatar a su novia en las manos de un rubio pianista. Este será un «rubio tonto» —no tan tonto por lo que se ve— que fascina a la niña con su dominio del teclado. El celo inicial llega a convertirse en complejo, porque el mozo amplía aquel hasta el mismo piano, quien se le figura el odiado rival, y a cuyo instrumento la chica profesa encendido cariño. La pieza de moda era «El trovador». Este cuento inicia una hilera de otros, de corte medianamente maupassiano, al que le sigue «La gran payasada».

«La gran payasada»20 es la tragicómica aventura de un desadaptado, que no halla comprensión en la sociedad en que vive. Franz Marriot, el protagonista, es, por el nombre y el carácter, un afrancesado personaje; actúa en un medio citadino, cosmopolita, aunque el narrador lo sitúe «por las calles de su pueblo». No hay

—concepto excesivamente lato aquel— subordiné el carácter localista para relievar el predominante tinte literario.

18 Era necesario esto para seguir fielmente el avance del autor en los casos en que obtuvimos la fecha de creación.

19 Inspirado en la ópera de igual nombre que representó en Lima la Compañía Lombardi, criticada por López Albújar. Lo escribió en Lima, el 14 de julio de 1897.

20 Escrito en Lima, 1898, y publicado en El Comercio.

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aire provinciano ahí. Para el trashumante personaje, que había rodado por cuatro continentes, nada podía despertar simpatía ni interés. «Él quería el odio, el odio con todas sus maquinaciones», lindante con la morbosidad. Es así como, en una fiesta de carnaval, el enfermizo Marriot se disfraza de payaso e irrumpe jocosamente en un coro de agitados bailarines que, entusiasmados al principio con las gracias del clown, participan de su bufonada. Aprovecha este para realizar juegos de mal gusto, terminando por invitar bombones que ocasionan terribles indigestiones a animados Pierrots y bellas Colombinas. Y llegando a asesinar a unos cuantos circunstantes, concluye Marriot su gran payasada dándose muerte a sí mismo, con un horrendo disparo en la boca. Maupassant y Poe se mezclan en la impronta que exhibe el relato.

En «Febri-Morbo»21 entra López en el afán cientificista y el naturalismo más crudo. El intelectualismo fin du siècle cobra su más nítida expresión en este cuento, que, aunque situadas sus acciones en Lima, bien pueden ocurrir en cualquier otro lugar sin que el contenido se resienta: «Tal médico creía ver en el paciente síntomas del terrible cólera; tal otro probaba, con énfasis de docto sapientísimo, que no había semejante cosa, que todo se reducía a una fiebre biliosa, con complicaciones gástrico-neurasténicas, o cosa así, fácil de combatir por el simple tratamiento del doctor Sangredo...».

Una epidemia había ahogado a la ciudad en terribles oleajes. La gente moría y la medicina era impotente para salvarla. El desconocido bacilo —Febrimorbo, se llamará después— era el causante, y un joven médico luchaba denodadamente por vencerlo. Al fin, perdido el doctor Ruiz, mientras huido de la ciudad conversaba con el narrador sobre el infernal drama, hace su aparición «un ser espantoso, antihumano, con una bola por cabeza, y un filamento encorvado, como una coma, por cuerpo, y dos aberturas por ojos» que le deja alelado. Platican, sin embargo, y tras de lanzarse recíprocas anatemas, Febrimorbo da muerte al médico. El narrador, que estaba presente en la escena, huye

21 Concebido en Lima, 1898, y publicado en El Comercio.

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desesperadamente, ante el peligro del horripilante hijo de la Fiebre Amarilla y del Cólera Morbo.

En este cuento nace por primera vez un elemento nuevo en la narrativa de López Albújar: el fantástico-científico, de factura poeniana. Mas la fantasía de López, a diferencia de la de Poe, no se inspira en la realidad magnificada, como sucede las más veces en el escritor norteamericano. López fantasea aquí sobre temas totalmente inverosímiles y buscando —eso sí, como Poe— el lado grotesco. Es un antecedente profundamente similar a la temática que explotará más tarde Clemente Palma en sus Cuentos malévolos (1904), bajo la influencia del mismo escritor yanqui22.

Y viene enseguida el cuento que da nombre a todo el libro: «La mujer Diógenes»23. Una millonaria, de quien trata, toma el apelativo de Diógenes, en razón de su obstinada búsqueda de un hombre «a su gusto», rarísimo, como el que buscaba el original filósofo de Sinope. Ante la impotencia de encontrarlo, se aburría desesperadamente. Un adivino, que por su nombre es un árabe, Josef, y por sus supercherías también —«taumaturgo y embaucador célebre de la ciudad, mitad Merlín y mitad Mesmer»—, se presta para solucionarle el problema. Le trae un gallardo joven sobre el que posee facultades para variarle el carácter, amoldándolo a los veleidosos caprichos de la dama, doña Julia. Así, a petición de esta lo trueca de dócil amante a rebelde marido, y de rebelde marido a ejemplar esposo, ante la permanente inconformidad de la exasperante adinerada.

—¿Pues qué clase de amante es el que desea vuecencia? —pregunta al fin, cansado y un tanto impaciente, el mago proveedor.

—Mira, Josef; quiero un amante que lo sea y no lo sea; ni soberbio ni humilde; ni león, ni ciervo; ni un don Juan, ni un San Antonio; ni muy virtuoso ni muy vicioso; ni sabio ni ignorante...

22 No recuerdo haber visto hasta hoy, en los trabajos sobre Clemente Palma, que se le señale algún antecedente precursor en la literatura peruana —acerca de sus temas grotescos—. Toda la influencia señalada es de autores extranjeros. Mas aquí hay uno. Véase bien.

23 Creado en Lima el 24 de mayo de 1899. Publicado en El Comercio de Lima. Reproducido después en El Tribuno de Montevideo, 19 de abril de 1901.

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—¡Ah, lo que vuecencia quiere es un hombre! Pues debió decírme-lo desde el primer instante y no habría gastado vuecencia su dinero, ni perdido yo mi tiempo y mi energía.

Y Josef, en actitud desdeñosa, retrocedió diciendo irónicamente:—¡Quería vuecencia un hombre! Para eso no se llama a Josef.

¡Un hombre!... ¡Un hombre se encuentra a la vuelta de cualquier esquina!...

Predominan en el cuento «fibras de la rica temática de Hoffman y Huysmans, con el eco lejanísimo de Las mil y una noches. Los elementos orientales —viuda millonaria, palacio, mago, hipnotis-mo, ambientes— inclinan el relato a un medio totalmente exótico.

El cientificismo positivista del siglo vuelve a asomar en «El doctor Navá»24, un cuento que narra los afanes de un enfermo mental que cree haber dado a luz una brillante teoría: la de la «generación del genio». Es esta el «non plus ultra de la medicina», emparentada sin embargo con la «dinámica social»: «[...] La medicina no tiene que hacer nada con mi teoría. Esta es cuestión de dinámica social, en la que hay suma y resta, proporciones y dos sistemas de contacto: el hombre y la mujer; sistemas que al entrar en acción producen una resultante: el genio».

Pero este genio provenía de la relación directa de la excelencia de sus progenitores: es decir, de padres inteligentes, hijos geniales. Cuando el narrador —su contertulio— le pregunta al doctor Navá por las cualidades de sus padres, este señala la mediocridad de ellos:

—Pues entonces su teoría es insostenible.—¿Por qué, caballero?—Porque, a través del error en que está usted, veo en usted a un

hombre de genio.

El doctor Navá salta sorprendido, y tan brusca —a la par que honrosa— observación, le hace recobrar el sentido.

24 Escrito en Lima, 1899. Publicado en El Comercio.

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«Amor proteico»25 es una graciosa divagación alegórica sobre la poesía, a propósito de las reflexiones que sobre el amor hacen dos jóvenes amigos. Uno de ellos, Carlos, sostiene que ha logrado transformar toda forma de amor en un ente ideal, abstracto: la poesía:

No pude menos que reír estrepitosamente. No esperaba aquella salida.—¡Cómo! —le respondí—, ¿tú amas la poesía? ¿Tú, que siempre

te has burlado de los poetas? ¿Tú, para quien, fuera de Schopenhauer y Zola, no hay nada en el mundo?

—¡Cállate, profano! Tú no sabes lo que es ella. Cuántas veces, a medianoche, la veo venir. Entre la espesura de la oscuridad la identifico. Casi nunca viene sola: llega con su séquito, avanza y se posa en el borde de mi lecho. ¡Qué hermosa es! Quiero tocarla y se escapa, para reaparecer ahí mismo bajo otra forma. Ella es el transformismo

del amor, ella es mi Amor Proteico.

En efecto. El personaje rememora las noches en que se le apareció ese conjunto de hermosas visiones, envueltas en un halo de vagorosa divinidad; sensuales, tentadoras, pero a la vez etéreas, inaprehensibles. Es así como desfilan ante él la «Oda de Píndaro», la «Sátira de Juvenal», la «Marcial de Quevedo y Villegas», la «Zoila Soneto de Argensola», la «Oda de Anacreonte», la «Elegía de Jeremías», con un niño entre los brazos que se llama «Epitafio». El cuento, enmarcado en una sana fantasía, es uno de los más originales de la colección.

«Dos rivales»26 podría catalogarse, por los elementos que guarda, como un cuento de factura «modernista». Dos marqueses viven una vida muelle, pero por esto mismo desesperante. La causa se agrava por el egoísmo y celo con que ella cubre a su marido, a tal

25 Originalmente se llamó «Amor proteo», y —concebido en Lima, 1899— se publicó con ese nombre en El Comercio. Nótese la tendencia de López Albújar a adjetivar un sustantivo con otro sustantivo. Ya lo hizo antes con «La mujer Diógenes», cuento citado.

26 Escrito en Lima, 1899. Publicado en El Comercio de Lima y reproducido en El Amigo del Pueblo de Piura, 15 de diciembre de 1905.

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punto de odiar a una perra, que mima su marido, porque cree hallar en ella una rival que le disputa el afecto de este. Es el mismo caso del enamorado y el piano en «El trovador». El palacio en que viven los nobles, lleno de boato parisino, con fuentes, plantas exóticas, corte o servidumbre numerosa, animales raros, teatros, salas de tiro; los títulos nobiliarios que exhiben los marqueses; el embriagante ambiente principesco de las fiestas, bajo las notas de Schubert y Chopin, son algunos de los elementos que se nos ocurre modernistas, en un fondo romántico, a veces suave, a veces violento.

El psicoanálisis —bajo el pontificado del austríaco Freud— no podía ser desaprovechado por los positivistas literatos peruanos. López Albújar lo explota muy bien en «Desdén vencido»27, un cuento donde él, narrador, acude hasta el psiquiatra Sardac para curarse de una dolencia espiritual. Este le aplica el tratamiento en cuestión, y consigue no solamente los efectos sobre su paciente, sino sobre la verdadera causa del mal: una mujer. Obtiene el éxito por un hipnotismo a larga distancia, diríase telepatía, utilizando tan solo el retrato de la desdeñosa amada. Cuando el paciente despierta de su sueño hipnótico, halla una tarjeta de su facultativo, que decía:

Ya es usted feliz. María le ama desde este instante, y decididamente. Guarde la fosforera como un recuerdo del día de hoy y como un testimonio de los bienes que el hipnotismo hace y hará a la humanidad. Su afectísimo,

Sardac.

«El final de una boda»28 es un cuento citadino que narra un episodio de los amores de una pareja, oscurecidos por la presencia de un tercero divisor. El triángulo amoroso de siempre. Este tercero

27 Creado en Lima, 1899. Publicado posiblemente en El Comercio de Lima, y reproducido en El Amigo del Pueblo, Piura, 21 de diciembre de 1904.

28 Escrito en Lima, 1900. Se llamó antes «Boda trágica». Publicado posiblemente en El Comercio de Lima, y reproducido en El Amigo del Pueblo, Piura, 1 de septiembre de 1905.

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es quien en el fondo goza del verdadero amor de Elvira. A diez horas después del matrimonio de ella con su novio, la mala suerte hace que los tres se encuentren en el tren que iba a Chorrillos. El despechado galán origina una tragedia, al asesinar a los flamantes esposos. Aquí hay otra nota localista —el cuento se desarrolla en Lima— aunque sin fuerza vernacular.

Sigue a este un relato —porque no responde a los requisitos de cuento— titulado «Fuera de combate»29, en que, mediante una certera descripción que preludia la garra lópezalbujariana, muestra la angustia de un herido de guerra en pleno campo de batalla. El relato está hecho en primera persona, y suponemos haya sido inspirado en los acontecimientos bélicos de la guerra con Chile. El herido se debate entre la vida y la muerte; sufre los estertores de una brutal agonía. A modo de cinematógrafo ve desfilar en su desquiciada mente los días de su infancia, adolescencia y adultez, y, entre ellos a sus seres más queridos:

Y habría seguido en estas divagaciones delirantes si el estruendo de las bombas, el lamento de los heridos y los hurras salvajes de los vencedores, que se acercaban en vertiginoso tropel, no me hicieran apreciar de un golpe mi angustiosa situación.

Levanté cuanto pude la cabeza y los vi... ¡Eran ellos! Se aproximaban como una banda de centauros, en la misma actitud y con la misma sed de sangre con que los vándalos persiguieron a las legiones de Roma. Lancé un grito de horror y clavé en ellos una mirada de espanto, tan intensa que toda mi alma se reconcentró en ella, dejándome frío e inmóvil.

Hubiera querido mendigar mi existencia en la posición miserable del vencido; detener la avalancha enemiga un instante para decirle que solo era un pobre artista, soñador; pero un golpe brutal, horrible, me destrozó la boca y me sumió el pecho... Un corcel me había descargado sus manos, como diciéndome: «¡Calla! Ahora eres un cobarde, pero mañana serás tal vez un héroe».

29 Escrito en Lima el 18 de agosto de 1900. Publicado posiblemente en El Comercio de Lima, y reproducido en El Amigo del Pueblo, Piura, 9 de septiembre de 1904.

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Por la rotundidad de la narración, la soltura de su soliloquio, la plasticidad del estilo, esta pequeña pieza narrativa sobresale en la colección.

De tono menor es «Una frase»30, el penúltimo del libro que comentamos. El narrador, que aparece como esposo de una reciente difunta, se ve, a poco de un duelo, cautivado por la belleza de la hermana mayor de su mujer. Siempre hubo entre los dos un disimulado afecto que las circunstancias impidieron prosperar. Pepita, la sobreviviente, vierte sin embargo una acre verdad a su cuñado: su hermana le engañaba. «Tengo cartas de ella que pueden probárselo» es la frase con que remata, dejando una huella de rencor en el corazón del soledoso viudo.

«Fleur de mort», relato que hemos añadido a la colección original, consideramos que es de los primeros trabajos del escritor, acaso de fin de siglo. Sin embargo, su publicación en El Amigo del Pueblo, n.° 55, 28 de julio de 1905, obliga a colocarlo al final. Relata la vida de un poeta medio farsante, exotista, parisino, que culmina una ilusa odisea de «neurasténico incurable». El relato es de los menos importantes de la colección.

Así, La mujer Diógenes reúne el material primigenio que, como creador, elaborara López Albújar en los comienzos de su quehacer literario, antes de este siglo. El libro se halla hundido aún en el imperante intelectualismo finisecular de entonces, reducido a los campos de un naturalismo vicioso. Como era el auge del positivismo, el afán cientificista en él campea. Casi todos los temas

30 Creado en Piura, junio de 1901. Publicado en El Comercio de Lima, 13 de agosto de 1901. En la primera selección que hizo López Albújar, para conformar este libro, consideró en ella «Un día de triunfo», el más logrado relato de la colección. Técnicamente respondía a las exigencias formales del cuento. Mas, su auténtico realismo, su autobiográfico verismo, acaecido en Piura durante la niñez de López Albújar, lo extraían de él. Por la fecha de creación (16 de septiembre de 1900) también se acercaba a los de data en Piura: Cuentos de arena y sol, y, por el espacio, con más razón. Esto volvió a incitar a López Albújar a agregarlo al sumario de este último libro para quitarlo después definitivamente de él. El cuento, el relato, no está hoy insertado en ninguno de los originales referidos, y estimo que el sitio que debía corresponderle es De mi casona. Mas, en la dificultad de insertarlo en un libro édito, lo publicó en sus Memorias (1963) como documento biográfico de recuerdo.

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son extraños a la realidad peruana. Mas, con todo, el libro tiene valores intrínsecos. Es posibilidad de una mejor literatura. Son los primeros escorzos de un narrador —con evidente vocación— que está aprendiendo a manejar sus personajes, a moldear su forma, a conseguir su estilo. Dentro de una corriente precursora —y libro precursor el mismo— La mujer Diógenes es, junto con los demás volúmenes inéditos que a continuación se comentan, obligados ensayos para el autor, y obligados hitos de estudio para nosotros si deseamos comprender plenamente su destacada producción de narrador.

Cuentos de arena y sol (1901-1927)

Es otro de los valiosos libros inéditos de López Albújar. Trátase de una decena de relatos escritos y publicados a partir de 1901 en órganos periodísticos de Piura, adonde el narrador se dirigiera al concluir su carrera universitaria en Lima. Este libro tiene ya señera importancia, porque es un cercano antecedente, en materia y forma, de la prosa que posteriormente cultivaría el autor. Vinculado a la vieja corriente costumbrista del Perú, con él sigue el neocostumbrismo nacional. Gamarra se introduce profundamente en el criollismo —lo local visto con ingenio zumbón— mientras que en López Albújar es el puro costumbrismo, apenas si inclinado hacia la estampa. El vernaculismo, que después propugnaría «a todo trance»31, halla aquí su evidente comienzo, y en estos cuentos de ambiente provinciano se mezcla y rebrilla la flor y nata de nuestro mestizaje costeño.

Exceptuando «Un día de triunfo», relato biográfico con el cual se abría el libro32, es «Una expresión de agravios» el que queda

31 Véase Boletín Bibliográfico de la Biblioteca Central de la Universidad de San Marcos, vol. VIII, año XI, Lima, 1938, págs. 45-47.

32 Véase nota n.° 30. La trama de «Un día de triunfo» es la siguiente: se estaba en plena guerra con Chile. A Piura llega la equivocada noticia del triunfo del Huáscar sobre los chilenos. La noticia causa conmoción: es victoria patria y victoria piurana, puesto que Grau es de la brava tierra. Todo Piura sale a celebrarlo:

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en la portada33. Primera expresión también de la asimilación larga del derecho, ocurrida posteriormente. Cuento sintomático desde el título. Un joven abogado de oficio presenta un alegato, «una expresión de agravios», defendiendo a un uxoricida que mató a su mujer por infidelidad. El cuento, el verdadero cuento lo hace el patrocinado al narrarle a su defensor cómo se produjo el crimen. López Albújar a su vez lo encajona en el relato que hace de la actitud del joven abogado Montán. Es el caso de un cuento dentro de otro, no extraño en la narrativa del autor. Mas no es lo más saltante esto sino lo posterior. El relato se vincula a un hecho biográfico, observado en nuestra anterior contribución34. Y más aún, a las ideas que sobre el amor libre ahí expone. Con él, o en él, robustece su concepto de la imposición de su conciencia sobre el

«En la vanguardia, batiendo el aire con su bandera bicolor venía un grupo de mujeres, destacándose entre ellas una negra alta, musculosa, magnífica, como una divinidad bárbara. Blandía incesantemente sus robustos brazos en señal de reto haciendo bruscas contorsiones de bayadera infernal. Llevaba la falda pegada a la altura de las pantorrillas y en la crespa y menuda cabeza de ídolo africano, un sombrero de paja blanco, con cintillo rojo. Ostentaba dos pechos de ébano, que zangoloteaban como odres repletos. “¡La Cuyusca! ¡La Cuyusca!”, gritaron los colegiales. “¡Viva la Cuyusca!”. Era ella la que encabezaba el grupo de mujeres, que parecían lobas hambrientas; ella era la que, dominando con su voz de clarín la barbulla de la muchedumbre, gritaba: “¡Viva el Perú! ¡Muera Chile! ¡Para Valdivia, ladrones!...”. La antítesis de la alegría cunde a la mañana siguiente, cuando se rectifica la noticia, erradamente dada, y se asegura el sacrificio del perínclito marino en aras de la patria. La desolación cunde en la ciudad y en el colegito donde estudiaba López: “Cuando entré yo, ya en el patio del colegio había muchos alumnos. Todos estudiaban llenos de recogimiento y con los semblantes tristones. Casi ninguno levantó la cabeza para verme. —¡Buenos días, señor! —le dije a uno de los bedeles. No se dignó contestarme. Estaba estufado y farfullaba gangosamente, con el libro a la altura de los ojos. Después de colgar el sombrero en la percha, abrí un libro y aparenté estudiar, pues la curiosidad por saber la causa de la tristeza de todos los semblantes me tenía desasosegado. Al primero que le pregunté me dijo por lo bajo: —¿Cómo, que no sabes lo que pasa? ¡Hemos perdido! ¡Los chilenos han echado el Huáscar a pique! —Pero ¿no decían ayer que habíamos triunfado? —Sí, pero ha resultado falso».

El hermoso relato, vivido en verdad por López Albújar, se publicó por primera vez en El Comercio de Lima, 16 de septiembre de 1900. Ha sido reproducido en varios órganos más. La última vez lo fue en La Crónica de Lima, el 1 de enero de 1958.

33 Cf. Cornejo, op. cit., pág. 105 y siguientes.34 Ibídem.

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frío rigorismo de la ley, discutible en un juez. Como que discutible y zarandeada fue su sentencia de diciembre de 1918, absolviendo a dos acusados de doble adulterio, que le costó una dura suspensión de tres meses.

«Entre Scila y Caribdis»35 es un episodio familiar del problema en que se ve un oficinista, enredado en las zarzas amorosas de dos hermanas, quienes, ignorantes al principio de lo que acontecía, descubren el asunto a posteriori. Reaccionan momentáneamente ambas contra el pretendiente, pero el impositivo carácter del galán prima, pues parece quedarse con las dos. Hay gran vivacidad en la narración y el diálogo es apreciablemente suelto.

«De pesebre a pesebre» es un cuento que injertamos a la colección originaria, pues le pertenece en data y contenido. Probablemente fue escrito en 1905, año en que se publica en El Amigo del Pueblo (n.° 67, octubre 20). Tiene carácter regionalista y aunque no posee la vivacidad de otros, representa sí la tónica vernacular que cada vez es más poderosa.

En «El eterno expoliado»36, otro breve cuentecito, flota una evidente intención social. Es el drama de Pedro Nonajulca, «el colono más pobre y más cargado de familia de la hacienda». «Tiene por único patrimonio un caballo, una vaca, y una oveja». Y por eso mismo, por ser pobre, la desgracia lo ronda. El gobernador (que debe ser también gamonal) le despoja de su caballo. El juez (probablemente de paz) le quita su vaca. Y el cura lugareño se apodera de su oveja. Es la «trinidad embrutecedora del indio» novelada por Itolalárrez, que dijera González Prada. Una viva protesta social arandela el cuento: contra la rapacidad de unos y la injusticia de todos.

Otro de los más importantes cuentos es el denominado «La embajada de los perros»37; el tema es aparentemente intrascendente, pero con una fuerte originalidad. Hay un coloquio de los perros

35 Fue creado en Piura, 1901. Publicado en El Amigo del Pueblo, Piura, 2 de abril de 1906.

36 Publicado en El Amigo del Pueblo, Piura, 8 de abril de 1906.37 Escrito en Piura, 26 de noviembre de 1915.

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ante el narrador, a propósito de la ayuda que van a pedirle, pues el veneno de los celadores municipales está acabando con ellos. El diálogo y raciocinio de los animales tiene una gracia cautivante:

—A ver tú Leal con Hambre, dile a este a lo que hemos venido... a lo que han venido ustedes, porque a mí, en buena cuenta, nada me importa la comisión que nos trae. No he hecho más que someterme al acuerdo de la Asamblea porque así lo manda nuestra ley.

Leal con Hambre lanzole una mirada de reconvención fosforescente y un gruñido de protesta, y después de pensar un rato, me espetó este discurso, que procuraré reproducirlo fielmente:

—Señor, Mocho Cruel ha dicho verdad. Ha venido en nuestra compañía solo porque así lo dispuso nuestra asamblea y nuestra ley, pues viviendo él y todos los de su casta libres de las acechanzas y crueldades de los hombres, dicho sea con perdón de usted, que no parece hombre, nada debe importarle que a nosotros, que represen-tamos la pobreza industriosa y sufrida, nos parta un garrotazo o nos mate un tósigo.

Y continúa el perruno discurso, hasta lograr del visitado el ofrecimiento de interponer sus buenos oficios ante el alcalde de la ciudad, para que el exterminio de sus amigos cese. La elegante exposición, la penetrante ironía, la desfachatez con que los caninos personajes dialogan, en un animismo sui géneris, hacen de este cuento una gran pincelada de color y de gracia.

«Aquello vino de arriba»38 podría decirse un cuento poeniano. Expone las angustias que padece un individuo que habita un caserón vetusto. Una serie de circunstancias, de esas de «aparecidos»: ruidos, voces extrañas, sombras, lo atemorizan y atentan. No estoy seguro de si resista a un riguroso examen de cuento, pero sí contiene algunos elementos. El monólogo interior es rico, así como el proceso psicológico que sigue el individuo:

No había acabado de quitarme el saco cuando sonó en el biombo, detrás del cual no había querido buscar, no sé qué, un sonido sordo y

38 Escrito en Piura, enero de 1916.

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vibrante como el de un bordón de guitarra. Di un salto, cogí el revólver y me lancé a ver qué era lo que había hecho sonar aquel mueble. ¡Nada! Realmente nada. Solo un viento cálido y silbante, que penetraba por las ventanillas y una claridad lechosa y triste que se desleía en la luz sanguinolenta que inundaba el dormitorio. ¡Nada! Y, sin embargo, sería algo, tenía que ser algo.

Y pensé: «¿No habrá sido uno de esos coleópteros macizos, unicornios, acorazados, que de repente aparecen girando en redor de la luz, lo que chocaría contra el biombo? Porque, ¿qué otra cosa

podría haber sido lo que hiciera sonar?

El cuento concluye con el derrumbe aparatoso del viejo caserón. Se emparenta con su aún lejano cuento «Una posesión judicial» de Nuevos cuentos andinos (1937).

«Castidad perdida»39 es también un breve relato —antes que cuento— donde el autor vierte otro choque psicológico: el que sufre «una virgen lugareña» de esas que «ignoran todavía el lenguaje del pecado, porque la voz de la naturaleza no ha repercutido en los misterios del sexo». Una lúbrica escena pasional del cinematógrafo se encarga de ruborizarla. A la salida del espectáculo, se le descubre en el rostro carmín una turbación tal que «sus ojos momentos antes frescos y puros, cuyo mayor encanto era la ingenuidad, bajáronse con la vergüenza de una castidad perdida». Hay ribetes sensuales en el relato, recordándonos los lejanos antecedentes de los «artículos que no deben leerse», de los cuales «Rosa Carne» es su mejor expresión.

López Albújar entra a dar vida a las cosas inertes, hasta hacerlas incluso sensibles y parlantes, en el cuento titulado «Las carrozas»40. Consiste este en un diálogo que sostienen dos medios fúnebres de locomoción: carrozas de una casa mortuoria. Una de ellas acaba de cumplir su rutinaria y triste misión: trasladar a un muerto al cementerio. Las carrozas se diferencian por su

39 Concebido en Piura, 5 de febrero de 1916. Publicado en La Prensa de Lima, 26 de agosto de 1916.

40 Concebido en Piura, julio de 1927 y publicado en Variedades de Lima, n.° 1013, 30 de julio de 1927.

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modernidad. Una es motorizada y la otra de tiro. «A pesar de la unión en que vivían todo conspiraba a distanciarlas». Conversan acerca de su triste oficio, y los recuerdos —ora de pena, ora de desdén— llueven. Critican ácremente a ciertos hombres servidos, como el último: un gamonal norteño. Otra vez el vivo humor de la pluma lópezalbujariana mantiene el atractivo de la prosa. Hay un leve preludio del maquinismo marinettiano que se acentuará en otro cuento que ya veremos. Pero a diferencia de la influencia que el escritor italiano tiene generalmente, aquí es en la prosa de López Albújar, y no en el verso, como en el caso de nuestro Parra del Riego.

Con «La catástrofe»41 avanzan los Cuentos de arena y sol. Es otro largo relato donde narra los grandes daños que ocasionó a Piura la lluviosa tormenta del año 1920:

Fueron aquellas unas horas de mortal angustia, de exultante pavor, una conjuración del cielo con la tierra para aplastar bajo su furia a hombres y cosas.

El blancor de la ciudad desfallecía en las sombras de la noche, por entre las que los postes de la luz eléctrica cual otros Polifemos, exhibían en atisbo luminoso, su único ojo incandescente.

Bajo el aparatoso y desesperante tamborear de la lluvia, la gente escapaba presurosa, abrumada por el peso de sus atados de salvamento, desfilando unos a medio vestir, otros envueltos en lo que más a mano encontraron, grotescos y risibles todos, a pesar de la gravedad de la tragedia que en ese instante vivían. Y entre ese tropel de mascarada, el vocerío de los hombres, el clamor de las mujeres y el llanto de los niños. Una loca sinfonía de jazz-band, que taladraba los oídos y exaltaba el corazón.

Otra vez el monólogo interior cobra aquí importancia, así como también el animismo señalado:

—¡Bah! —murmuré retirándome y empujando violentamente el postiguillo de la puerta de calle—; venga lo que venga... Después de

41 Publicado en El Tiempo de Piura, año 1925.

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todo mi familia está ya a salvo y lo más que podría pasarme ahora es que a mi casa se la lleve el diantre. Ahora, a dormir...

—No será el diablo el que se la lleve sino yo. Esto es cosa exclusivamente mía, mi querido señor —exclamó a mi espalda una voz extrañamente irónica.

Me volví rápido para ver quién era el intruso que tan ajustadamente respondía a mi soliloquio y no vi a nadie.

¿Cuánto tiempo permanecía en mi abstracción? Lo ignoro. Quise levantarme para ver el reloj y calcular las horas que faltaban para que terminara aquella horrenda noche, cuando de uno de los ángulos de la habitación la misma voz anterior volvió a exclamar:

«Para qué levantarte. Son las doce, la hora del misterio y del pavor, tan favorable al crimen y a la muerte, y también a las transformaciones de nuestro planeta. No te asustes. No soy fantasma ni trasgo, ni espíritu diabólico ni nada sobrenatural. Soy simplemente el poderoso y fecundo espíritu del Agua, de esa agua que, en forma de río, pasa

mordiendo tu ciudad y que tan acobardado te tiene».

Efectivamente: misterio y pavor se respira en la pieza, que también nos hace recordar la fuerte sombra de Poe. Lo curioso es que mientras en Poe el pavor se elabora en la imaginación, aquí hay muy poco de esto. Baste decir, como curioso apunte también, que el «cuento» fue escrito precisamente mientras la lluvia hacía presa de la primera ciudad norteña. Más realismo no pudo existir.

La misma modalidad del animismo —sospechada desde «La embajada de los perros» y preludiada en el cuento anterior— se cristaliza definitivamente en «El fin de un redentor»42, cuento, dijimos, emparentado al maquinismo de Marinetti. Está inspirado en el advenimiento a Piura del primer vehículo motorizado: un automóvil. Narra en él cómo un flamante Studebaker que se deslizaba «con empuje mastodóntico, bebiéndose a grandes tragantadas la cinta de luz que él mismo se iba tendiendo por delante», en el desierto de Sechura, detiene su veloz marcha por fatal accidente, para ir a rodar fuera de la pista hecho un

42 Escrito en Piura, 1927. Publicado en el n.° 10 de Amauta, correspondiente a diciembre de 1927.

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hacinamiento brutal de fierros retorcidos. Resuelto el salvataje y abandonado el vehículo, en medio de la noche se congrega la fauna del bosque atraída por la trepidación. Y discute. Hay, al parecer, dos «ponencias», como se diría hoy. Una, la de considerar el auto como un «redentor», y la otra, lo contrario. Triunfa la primera. El fino sentido del humor, junto a la plasticidad con que se mueven estos personajes, dentro del carácter maquinista, da al cuento gran vida e interés.

Estos son pues, los Cuentos de arena y sol. Interesante manojo, como se ha visto, de destellos narrativos, que casi nunca se ha tenido en cuenta al juzgar la cohesionada prosa de López Albújar43. En ellos está el germen de su vernaculismo. Ha dejado, se ha liberado ya casi por completo del naturalismo de los cuentos de juventud, y ha entrado en los caminos de la verdadera narrativa nacional, tras los portales de un embrionario neocostumbrismo peruano. Formalmente estos cuentos —o relatos, algunos de ellos— están ya vaciados en buenos moldes. El estilo es fluido y dominador, dentro de una sequedad —limpia de retoricismos— que será a la postre la característica en el autor. Los personajes mantienen su verdadera —y natural— dimensión, y el diálogo no puede ser más acertado y cauto. Se nota en una u otra de las piezas narrativas la influencia de Maupassant, Poe, Flaubert, Zola y Marinetti, con un rezago lejano de positivismo. Sin embargo, hay un reparo que hacerle. Las prosas no todas responden a la estructura de auténticos cuentos, con que el autor las ha rotulado. El desenlace no es claro en muchas de ellas, porque no hay una clara trama. Muchos «cuentos» son meros relatos. Con esta secundaria objeción, el libro —pleno de sabor local— se convierte en un todo precursor y unitario.

43 Casi nunca. El único que, en apretada síntesis —justificada por ser «prólogo»— los trata, es José Jiménez Borja. Cf. «Una personalidad y obra profundamente peruanas» en: Enrique López Albújar. Las caridades de la señora de Tordoya. Lima, Mejía Baca, 1955. Nosotros adelantamos algo en nuestra tesis de bachiller de 1960, y después en el libro hecho de esta. Cf. Cornejo, op. cit, pág. 85.

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Palos al viento, crónicas piuranas (1912-1916)

Tercer y esencial libro de López Albújar, desperdigado también en órganos periodísticos, es Palos al viento, cincuenta y seis crónicas publicadas en Piura entre 1912 y 1916 en el diario El Deber de aquella ciudad y la revista La Voz del Norte de la misma, bajo el seudónimo de Sansón Carrasco44.

Diversos y originales son los temas que trata. Desde meditaciones sobre la debilidad humana —a propósito de un hecho policial— hasta comentarios sobre la guerra mundial. Hay crítica literaria llena de vigorosa ironía, y hay también política en todas sus escalas: presidencial, prefectural o comunal. Tal vez si este contenido social que encierran es lo trascendental. Dura batalla que había emprendido López Albújar en favor de un pueblo donde se daba la afrentosa antítesis de mostrar omnipotentes señores feudales cuya hacienda daba para encargar los trajes de sus mujeres directamente a París, y de otro lado, una indiada tan pobre que reducía toda su alimentación diaria a un plato de yucas y camotes sancochados, salpicados a veces de un trozo de carne seca o de un pedazo de caballa maloliente. Contra ese caciquismo, despiadadamente expoliador, alzó su voz en la mayoría de estas crónicas. Lo que en actitud no era sino una continuación de su labor en El Amigo del Pueblo, el agresivo semanario que fundara en 1904.

No sé hasta qué punto los sistematizadores de la literatura puedan delimitar los contiguos campos de esta y del periodismo. Y lo que es más, hasta qué punto la «crónica» es un órgano de

44 Cuando López Albújar cesó, hacia 1916, en el cargo de director de El Deber de Piura —proa a la redacción de La Prensa de Lima— apareció en aquel vespertino una nota que decía: «E. López Albújar dirigió este diario desde el 22 de abril de 1916 hasta el 15 de julio del mismo año. Suyos son todos los editoriales y la sección “Burla Burlando” que fundó en 1904 en su semanario El Amigo del Pueblo publicado en Piura durante 3 años».

De modo que entendámonos: no solo escribió ahí muchos de los Palos al viento, sino, además, por el tiempo de tres meses, todos los editoriales y la sección «Burla Burlando». Nada menos que alrededor de cincuenta poemas y cien artículos, como nos contará más tarde en sus Memorias (1963).

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creación. Nuestra opinión es la de que puede compartir tanto de la literatura de ficción o de la literatura crítica, por un lado, si predominan las cualidades señaladas. Por el otro, si es la mera noticia y el comentario somero lo que prima, se acercará al periodismo. Estas crónicas tienen de lo uno y de lo otro. Son un manojo de disquisiciones humanas, filosóficas; de críticas literarias, alegatos y protestas sociales, estampas lugareñas, burlas e ironías, en fin, de tantas cosas...

López Albújar quería que los periódicos dieran a su público «algo distinto y mejor de lo que hoy se le da». Y señalaba como fuentes inspiradoras, como «materia» prima, «la tradición, la leyenda, la historia local», tan rica en las piuranas tierras y en el país entero. Desde aquí va ahondando su idea de hacer una literatura vernácula, con materiales netamente peruanos. Oigámoslo tan solo en el marco de la «tierra brava», y circunscribiéndose al periodismo lugareño:

Y no se diga que aquí no hay materia para la confección diaria de un periódico, para darle al público algo distinto y mejor de lo que hoy se le da. Lo que sobra aquí es eso precisamente: lo que falta es voluntad, inventiva, conocimiento profesional de quienes andan metidos en las imprentas. Del hecho más nimio puede hacerse una crónica interesante. La tradición, la leyenda, la historia local son todavía campos inexplorados en los que nadie ha querido inexplorarse apenas. Belén, Santa Lucía45, las tinas de Castilla y Piura, los conventos de San Francisco y la Merced, el Colegio de San Miguel, la vida y las anécdotas de algunos piuranos célebres, las casas históricas, algunas obras de arte de algunos pintores, los tipos populares, los cuentos y leyendas de Piura la vieja, el periodo de las revoluciones y montoneras, la historia roja del bandolerismo46, la fundación de instituciones y empresas e implantación de fábricas, el movimiento comercial y agrícola, y tantas

cosas más, darían tema para escribir un par de crónicas semanales47.

45 De donde salió mi novela Matalaché.46 Los caballeros del delito, Cuentos de arena y sol.

47 CarrasCo, Sansón. «Nuestro periodismo». Crónica escrita en Piura, 17 de diciembre de 1915. Cf. El Deber de Piura.

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Los Palos al viento están elaborados con material de esa rica cantera. En ellos puede verse la penetración psicológica de López Albújar, su poderosa capacidad intuitiva. Recordando y juzgando a Manuel Octavio Feijó, un mozo piurano que combatió heroicamente en los campos de Francia durante la Primera Guerra Mundial, decía:

Es que Feijó es un sensitivo, un gozador, un epicúreo, pero no a la manera de esos sibaritas abúlicos que, míseros esclavos de la carne, van dejando jirones de ella entre las mordeduras de la voluptuosidad, sino como un Petronio, que sabe salpicar el goce de elegancia, negligencia y filosofía, conservando siempre el dominio de sí mismo y poniendo en

el momento preciso un gran calderón a la sinfonía del placer48.

Y su desfachatada franqueza, envuelta en un halo de especioso humorismo, cuando de críticas a los «guachafos» se trata:

Mi señor don Gervasio:Estos no van a ser palos al viento, por más que arriba lo diga así,

sino palos a usted, a pesar de todo lo agradecido que pudiera estar por haberme llamado usted crítico oportuno y muy talentoso amigo suyo. Pero es que yo como crítico no conozco la gratitud. Esta la guardaré para cuando pueda servirle, si alguna vez puedo. Como crítico, yo sería capaz de hacer fusilar a mi mejor amigo si le viera cometer necedades

en público por puro espíritu de entrenamiento49.

En la que sigue, comentando un discurso pomposo, hinchado de retoricismo, de un orador sagrado, el reverendo Alcelay de Trujillo, con motivo del Día de la Raza, deja escapar su punzante ironía, y muestra abiertamente la misma nota intuitiva que antes señalábamos:

48 CarrasCo, Sansón. «Una alma fuerte» (II). Escrita en Piura, 15 de enero de 1916. Cf. El Deber de Piura.

49 CarrasCo, Sansón. «A manera de exordio». Escrita en Piura, 2 de noviembre de 1915. Cf. El Deber de Piura.

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Podría asegurar, así sin conocer al padre Alcelay, que en él hay algo de ese poder de fascinación o sugestión que nos lleva a apoderarnos de las almas y a hacerles creer lo que quiere nuestra voluntad.

Me lo imagino un joven hermoso, varonilmente hermoso, locuaz, vibrante, persuasivo, conciliador, apasionado, ingenioso e insinuante... No se concilia de otra manera su fama de orador de talento con el discurso de que estoy ocupándome, tan mediocre e hinchado en la forma como falso y pobre en el fondo. ¿No es de creer, por la

muestra de su discurso, que tiene sugestionados a los trujillanos?50.

También como nueva muestra del análisis a que le incitaba el medio piurano, y, sobre todo, el medio en que él actuaba, puede verse un trozo de «La Prensa de Persépolis», una crónica sobre el periodismo piurano, que, además de su exquisitez formal, es fuente para el estudio del género en el departamento:

Tenemos cuatro periódicos en Piura: dos que hablan diariamente; uno que habla un día sí y otro no, y otro que habla cuando el tiempo se lo permite, que se lo permite casi siempre. ¿De qué creerán ustedes que hablan esos papeles? ¿De arte? El medio no está para artes, aunque sean bellas, sino para las malas artes o las artimañas de la política casera. ¿De ciencia? Para qué; allí están los libros. ¿De filosofía? La filosofía no cuadra en tierra de fenicios. ¿De moral, de sociología, de jurisprudencia? No es este el mejor pasto intelectual para la mayoría del público, ni la índole y extensión de esas hojas lo permite.

¿De qué hablan entonces? ¿De qué...? De la guerra europea; del avance francés y la retirada rusa; de la taciturnidad de Joffré y del empuje de Hindenburg; de las intrigas de la política balcánica y de los desplantes de D’Annunzio. Así los chicos de la Aldea van a resultar sabiendo más geografía del Viejo Mundo que de la propia tierra. Y no sería raro verles cualquier día enseñando el camino de Constantinopla, por ejemplo, y no saber enseñar el de Tarapacá, estando aquí no más,

a la vuelta51.

50 CarrasCo, Sansón. «Avemarías franciscanas» (II). Escrita en Piura, 17 de noviembre de 1915. Cf. El Deber de Piura.

51 CarrasCo, Sansón. «La prensa de Persépolis». Escrita en Piura, 26 de octubre de 1915. Cf. El Deber de Piura.

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603La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

Tal vez si una de las más serias, a la par que largas crónicas, la constituyen «Los imperialismos en lucha»52 a propósito de la inicial guerra mundial, que, originada en verdad por la conquista de mercados que la creciente producción europea requería, se desencadenó en el orbe. López Albújar analiza el «sentimentalismo y racismo» como notas sintomáticas; «el espíritu de conquista», secular en algunos pueblos; el «espíritu de absorción germano» y «la agresividad británica»; en resumen, la lucha de los imperialismos.

En «La fuerza del ideal», una crónica escrita en Piura en 1912, trata de la «minga» realizada por los indígenas de Catacaos, para derruir un viejo templo y reedificar otro. Es, para López Albújar, «el ejemplo más hermoso de cuánto puede el espíritu de asociación movido por un ideal». Nos interesa especialmente en cuanto vierte ideas sobre el indio, que son precursoras en su tratamiento de este. Hablando sobre el indio costeño —ojo, distinto del serrano— empezará a contarnos:

Al monótono son de un tamboril y de una flauta melancólica algunas centenas de indios desmontaban los escombros de un templo. Esos indios, renuentes a las solicitaciones del espíritu de innovación, sórdidos e inciviles, reacios a los reclamos de la patria e indiferentes a los reveses y tristezas del criollo, extraños casi siempre a los arrebatos de nuestros entusiasmos y ahítos todavía del atávico rencor que engendrara la rapacidad del conquistador de ayer y la del blanco de hoy; esos indios, a la voz del sentimiento religioso, han concurrido en tropel, resueltos, desinteresados, silenciosos y solemnes. Sin el estímulo de la mísera soldada, sin la vigilancia exasperante del capataz, hacían la labor de la hormiga, triturando aquí, royendo allá, venciendo en todas partes. Nada de métodos, ni de ciencia, ni de órdenes. Voluntad, perseverancia, instinto y nada más. Labor primitiva, indudablemente, pero labor de fuerza, de fe, de derroche, derroche noble y santo, digno de las épicas alabanzas de las edades primitivas. Así levantaron los templos, las fortalezas, los caminos, los

52 CarrasCo, Sansón. «Los imperialismos en lucha». Escrita en Piura, el 19, 22 y 26 de septiembre de 1914. Cf. El Deber de Piura.

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604 Enrique López Albújar ● Narrativa

puentes, los viaductos, los progenitores de esta raza, hace cuatro siglos dominadora e imperialista y hoy vilipendiada y abatida.

Ante este cuadro de obra paciente y sincera recordé el capítulo de la fe que me había hecho olvidar los egoísmos de la Aldea. Aquellos indios descalzos, de mirada recelosa y oblicua, huraños siempre y siempre enlutados en el vestir, en ese instante, a la luz de una mañana franca y esplendorosa, tenían la belleza de la vida en acción, del músculo en lucha, de la energía en triunfo, dignos de un símbolo de bronce. Esa actitud, apenas reparada por el casta o el criollo, era el mentís más severo e incontestable a los denigradores de la raza.

Seria apología y elogio sobre la raza india, en verdad postergada como elemento progresista de la nacionalidad. Luego entra en otras consideraciones: la comparación. Pone al frente del indio al «criollo», ese mestizo al que se le alaba mucho en su carácter zumbón su agilidad mental, rayana en una «viveza» discutible, tan frontalmente distinta a la pasividad secular del indio:

Es opinión difundida entre nosotros que el indio de estos valles es refractario a la civilización, que, lejos de coadyuvar a la obra del progreso común, es una rémora y que, tanto moral como intelectual(mente), es incapaz de marchar al paso nuestro. Punto es este que no me detendré a analizar, ya por mi insuficiencia, ya porque la cuestión es de suyo ardua e intrincada. Pero hay un hecho, hecho positivo, tangible y es este: mientras en Catacaos el indio incivil y egoísta practicaba una bella acción, aquí en la Aldea, el criollo de alardes bélicos, ese criollo cuya ingeniosidad y sentimentalismo nos promete tanto, triste es decirlo, ponía y regateaba precio a su auxilio en los instantes de una calamidad pública. ¿Es este el ciudadano del porvenir glorioso de la patria? ¿Es este el fruto de la enseñanza gratuita de cincuenta años? ¿Es con este pueblo con el que pensamos reivindicar autonomías y restablecer libertades conculcadas?

Todos hemos visto aquí, inmediatamente después de la sacudida terráquea espantosa del 24 de julio, cruzar o detenerse el pueblo, indiferente al espectáculo de la desgracia, escatimando el auxilio, restregándose las manos con morbosa fruición ante las expectativas de la ganancia fácil, comentando cínicamente las reparaciones ciegas

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605La mujer de Diógenes ● Cuentos de arena y sol

de no sé qué justicia por obra de un orgasmo brutal de la naturaleza. No olvidaré jamás las sensaciones de asco y vergüenza que sentí aquella mañana luctuosa cuando a las voces de socorro de una dama francesa, desgreñada y trágica, erguida sobre los escombros que en ese instante prensaban las carnes de un viajero, venido de no sé qué tierras, pero hombre antes que nada, alguien le respondió desde un grupo de curiosos: «¿Y cuánto paga por sacarlo?».

Y, después de una serie de disquisiciones sobre estas vergonzosas faltas de humanidad, de patriotismo, de sentido del deber, López entraba a buscar las causas de este «sanchopancismo» en las gentes de su Aldea, hallándolas en la «perversión del alma popular», porque el pueblo ha vivido siempre «extraño a la persecución de un ideal». El analfabetismo, su falta de espíritu de asociación, la carencia de educación cívica, de orientación de las masas, eran fuertes complementos que no podían ocasionar, en su funesta marcha, sino esos tristes cursos de miserias. «Plutocracia arriba, egoísmo al medio, ignorancia abajo, he aquí la característica de los tres estados sociales de la Aldea. Para los de arriba una ambición innoble; para los de en medio un sentimiento falso; para los de abajo, una ceguedad triste. Triste ceguedad que no les permite marchar en pos de un ideal y que los deja impasibles ante los desastres de la Aldea».

Y así, con una imagen más o menos similar, de fuerte tinte peruanista, los palos al viento fueron dados casi ininte-rrumpidamente por el tiempo de cuatro años, sin que desfalleciera el fuerte propósito y la férrea voluntad de López Albújar de «enderezar entuertos» a todo trance en su Aldea. Por ahí se empezaría. Esto es quizás su más alto mérito: el social, sobre el literario. Literariamente, no podrá negarse en ellos al escritor ya maduro, dueño y señor de un estilo suyo, muy suyo, y caminando por los senderos de una literatura auténticamente vernácula. Si los cuentos de su juventud —La mujer Diógenes— estuvieron empantanados aún en un artificioso naturalismo, del que se fue liberando, hasta lograrlo en los Cuentos de arena y sol, es ya en

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606 Enrique López Albújar ● Narrativa

estas crónicas donde fluye la prosa de un narrador costumbrista, que pronto, muy pronto abrirá nueva brecha en el ancho camino del realismo, para entregarnos su más certera —y más peruana— visión de imaginista.

raúl estuarDo Cornejo

Lima, 23 de noviembre de 1972

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LA MUJER DIÓGENES.CUENTOS DE MI JUVENTUD

(1897-1901)*

* Enrique López Albújar antes de morir dejó tres libros de cuentos «inéditos»: La mujer Diógenes. Cuentos de mi juventud (1897-1901), Cuentos de arena y sol (1901-1916) y La diestra de don Juan (1948-1956), los que se publicarían de forma póstuma en 1972 al conmemorarse el centenario de su nacimiento. El problema que surge tras la publicación de los dos primeros títulos tiene que ver con la precisión de su composición. En cuanto al primer libro, La mujer Diógenes, cuentos escritos cuando Albújar tenía entre 25 y 29 años, Raúl Estuardo Cornejo, al introducir el cuento «Fleur de mort», amplía la datación de los «cuentos de juventud» desde 1897 hasta 1905, es decir, Albújar tendría 33 años cuando compuso el último de los cuentos. Tomás G. Escajadillo, en su libro La narrativa de López Albújar, sostiene que la datación de Cornejo es un error, pues «esto provoca confusión y destruye el carácter de “cuentos de juventud” del conjunto, y su cronología rigurosamente anterior al siguiente volumen Cuentos de arena y sol (1901-1916)» (2007: 30, nota 40). Efectivamente, si «Fleur de mort» fue publicado en 1905, para entonces su autor no era tan «joven» o su escritura no podía ser calificada como de «juventud», toda vez que tendría alrededor de 33 años. En tal sentido, siguiendo la recomendación que hace Escajadillo, hemos rectificado la datación de los cuentos de La mujer Diógenes de 1897 a 1901, tal como López Albújar lo dispusiera originalmente. Asimismo, hemos considerado como apéndice el cuento «Fleur de mort» [Nota de G. F. H.].

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609La mujer de Diógenes

EL TRIUNFO DE «EL TROVADOR»53

Juan estaba sentado al piano mientras Jorge, repantigado sobre el sofá, respondió:

—Es que yo no puedo escuchar un solo trozo de esa ópera sin recordar un pasado que me enferma. Hace pocos días que estuve de visita en una casa y tan luego como uno de los presentes se sentó al piano a tocarla, me vi obligado a despedirme. Esta es la razón porque no quiero oírtela a ti.

—Entonces —replicó Juan— oirás cualquier cosa.—Como gustes.Juan comenzó con una variación de «Lucía», pero Jorge, al

escuchar las primeras notas, se levantó nervioso y precipitándose sobre su amigo le impidió seguir adelante.

—¿Tampoco quieres esta? —murmuró el joven pianista, mirando burlonamente a su interruptor.

—¡Tampoco!—Pues, hombre, quiere decir que ella lo tocaba todo. —Todo, todo... Cuando no estaba junto a mí estaba sentada al

piano. ¿Qué música le era desconocida? Desde Beethoven hasta Mascagni, todas las de alguna importancia le eran familiares.

—¡Soberbia criatura! —murmuró Juan, como hablando con sí mismo.

—Sí, ¡soberbia! Por eso rompimos.—Es curioso. ¿Te disgustaba que supiese tanto?

53 Escrito en Lima, el 14 de julio de 1897. Publicado en El Comercio (EC).

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610 Enrique López Albújar ● Narrativa

—No; que tocase tanto.—Era natural... Y, dime, ¿no eras feliz oyéndola, no estabas

orgulloso de su talento musical? Porque, indudablemente, lo tenía.—Mucho, mucho. Desgraciadamente tuvimos que romper. Lo

quiso ella, pues, nada le habría costado satisfacer mi gusto o mi capricho. Para eso era yo su novio... Al principio me respondió, amorosamente, que no. Bien; la dejé hacer su gusto por un tiempo, hasta que un día no pude ya contenerme y volví a pedirle que accediera. Esta vez lloró y me reprochó mis exigencias, añadiendo que si ella me quería era por bueno y nada más que por bueno, pero que no lo era ya puesto que me encaprichaba en privarla de lo que más amaba. Fíjate: de lo que más amaba.

Cuando le oí decir que lo que más amaba era el piano, me levanté violentamente y, encarándome con ella, le dije más o menos estas palabras: «Pues bien, si lo que más amas es el piano; ahí te dejo con él». Tomé el sombrero y salí sin mirarla siquiera. Lo cierto era que me retiraba con unos celos horribles.

—¡Celos de un piano! ¡Qué niño eres, qué niño! No debiste ser tan exigente. ¿Por qué privarla de su pasión? ¿Ella te exigió acaso alguna vez que rompieras con las musas? Y cuidado que a ella también le habrían sobrado motivos para sentirse celosa. Y, sin embargo, ya lo ves, fue más prudente que tú.

—No, no es lo mismo. Yo escribía muy poco en esa época; no pensaba sino en amarla. Ella, por el contrario, todo era música y más música. Como sabía la hora en que yo acostumbraba ir a verla, me recibía siempre con «El trovador». Desde el piano me saludaba con una sonrisa, y luego me decía: «¡Muy buenas tardes tenga el señor trovador!». Ciertamente que este recibimiento me hacía feliz. Me lo decía con tanta naturalidad que jamás lo tomé como burla. Después se acercaba a mí por un rato, me hablaba de mis últimos versos, que leyera en alguna revista, e insensiblemente íbamos a parar en esos coloquios insustanciales de los enamorados. Así, una media hora, hasta que ella volvía al piano, desahogando su impaciencia.

«Cómo, me dije una vez, al verme solo en el sofá: ¿me ama o no me ama? ¿No es más natural que mientras yo estoy aquí

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lo deje todo por estar a mi lado?». Estos monólogos míos fueron despertándome cierta prevención contra aquellas óperas malditas, muy especialmente contra «El trovador». De lo que no me quedó dudas, andando el tiempo, fue de que en su alma no pesaba yo ni la mitad de su pasión musical. De ahí el origen de mis celos. Tenía dos rivales inseparables: «El trovador» y el piano. Ella para llegar al uno tenía necesidad de acariciar al otro. Era entonces cuando, al verla frente al teclado, se despertaban mis celos. Ella, con mano delicada, comenzaba a acariciarlo suavemente. No sé por qué los preludios se me antojaban reproches tiernos y lacrimosos que el piano le hacía por haberlo dejado casi abandonado por mí, y que ella los escuchaba con resignación amorosa. Y cuando repentinamente pasaba de los preludios a cualquier trozo clásico, mi susceptibilidad era mayor todavía. Ya no eran reproches los que yo creía oír, sino frases ardientes, gorjeos de pájaros misteriosos, sonrisas sonoras como las vibraciones de un cristal, chasquidos de ósculos impalpables... Toda una fraseología de amor, inteligible solo para quienes la escuchan con el alma y sienten celos. Jamás me había imaginado cosas tan extrañas. Concluí por tomar al piano por un rival correspondido, que se estremecía de amor al contacto de las manos y los pies de mi amada.

Era tanta la obsesión de mis celos que varias veces creí que aquel instrumento ancho y chato como un elefante de ébano, se esfumaba imperceptiblemente hasta tomar la forma de un hombre. Yo cerraba los ojos para no presenciar semejante metamorfosis, pero luego los abría pensando sorprenderlos abrazados. Y lo único que encontraba era la sonrisa de ella y esta pregunta cariñosa: «¿Tienes sueño?».

—«No» —me apresuraba yo a responderle, avergonzado de haber sido sorprendido en esa actitud y de que tal vez hubiera adivinado mi pensamiento—. «Es que me gusta escuchar lo que tocas con los ojos cerrados. Así se reconcentra mejor la atención».

Y la ocasión de romper no tardó en presentarse. Rompimos parasiempre, porque mis remordimientos son profundos, porque tengoun corazón que oscila inalterablemente entre la pasión y la indi-ferencia. Esta es la causa porque ella me es tan indi ferente ahora.

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612 Enrique López Albújar ● Narrativa

—Pues si lo es —objetó Juan—, debe serte también todo lo que con ella se relaciona. ¿Qué te importa hoy oírme tal o cual trozo musical?

—No, eso no. Es que a mí me pasa lo que a ciertos convalecientes, que sienten náuseas al ver la droga que les ha devuelto la salud. Yo sin ella, estoy mejor, soy menos esclavo del mundo, y «El trovador» es quien me ha dado la libertad; pero cuando lo escucho me hace el efecto también de droga, que me revuelve el espíritu.

—¡«El trovador» haciéndote efecto de droga! Parece imposible creer que semejante música no seduzca, no entusiasme a un corazón que, como el tuyo, ama la poesía. Di más bien que te hace sufrir, que te trae recuerdos amargos. Di, en fin, que cuando lo oyes te imaginas verla a ella y sentir que todavía la amas. ¿No es verdad, señor hipócrita? Si me engañarás tú...

—Juro que no —apresurose a responder con vehemencia Jorge—. Cierto es que su recuerdo no se me ha borrado aún de la memoria, como no se borra, a pesar del tiempo, la cicatriz que un puñal nos ha hecho. Lo que me queda es un recuerdo doloroso, un recuerdo que ha matado mi amor a la música clásica. Porque has de saber que yo la he amado tal vez más que tú; pero no al extremo de hacer sentir por ella celos a nadie. Y a mí me ha hecho celoso, a mi pesar, y los celosos odian.

—Celos ridículos. A nadie, fuera de ti, se le ocurre encelarse de un piano. Si hubiese sido de un hombre...

—Pero el piano era para mí como un hombre, me parecía serlo. Y para que me des la razón te contaré los fenómenos extraños que siento cuando escucho «El trovador». Comenzaré por referirte, con un poco de detalles, indispensables desde luego, mis amores con ella.

Creo haberte dicho ya que yo acostumbraba ir en las tardes a casa de... Pero ¿a qué ocultarte su nombre?... de Lucrecia. Ya sabes también de qué modo me recibía. Pues bien, se había establecido, con beneplácito de su madre, por supuesto, que esas visitas serían interdiarias y que después de la comida me quedaría de tertulia hasta las diez u once de la noche.

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613La mujer de Diógenes

Durante mis visitas solía ver, lo menos una vez por semana, a un sujeto de aspecto simpático, de ojos azules, barba y cabellos rubios, elegante y de distinguido porte. Este sujeto, que llamaré Luis, era muy amable conmigo. Nunca se descompuso ante mi presencia. Cuando yo entraba al salón y le hallaba conversando junto a Lucrecia, inmediatamente me cedía el puesto y con una sonrisita, que a mí no me sabía bien, se alejaba, yendo a sentarse al lado de alguno de los padres de mi novia, o al piano, a distraer a los contertulios con alguna sonata. Luis tocaba muy bien, tan bien que yo veía a Lucrecia entusiasmarse y pedirle, con demasiada frecuencia, que le tocara «El trovador». Y el joven, por supuesto, le daba gusto y comenzaba a tocarlo admirablemente. «¿Oyes, oyes, Jorge?», me dijo en cierta ocasión. «¡Eso es admirable! ¡Con qué gusto, con qué ejecución, con qué sentimiento toca! ¿En qué tiempo crees tú que Luis ha alcanzado esa perfección?». «En ocho o diez años», le respondí yo. «Sí, eso es lo que se imagina cualquiera al oírle, pero empezó casi contigo...». «¿Conmigo?», le interrumpí. «Pero si yo jamás me he puesto a aprender piano». «No, no es eso lo que he querido decirte, sino que comenzó al mismo tiempo que nuestros amores. Y de esto apenas hace tres años. ¿No te acuerdas ya?». Yo no pude menos que contestarle: «Pues confieso que tiene mucho talento musical, aunque no llega ni a la mitad del tuyo». «Zalamero!», murmuró ella. Y, después de un breve silencio, agregó: «No me creas a mí tanto, ni a él tan poco. A muchos maestros de música les he oído alabarle. Dicen que será una gloria nacional. Y no lo creas un simple amateur: es un maestro. Él fue quien me ha enseñado a interpretar “El trovador”».

Ante esta declaración sentí en mi alma una sacudida brutal. Repuesto un poco, respondí: «Si es así, bien merece que le envidien. De buena gana me entregaría yo a la música».

«¡Qué tonto eres!, me replicó. A ti te sobra con ser poeta. Para mí un poeta vale más que un músico. ¿Y sabes por qué? Porque la música ha perdido para mí su misterio, su importancia desde que me he iniciado en ella. Pero la poesía, aunque la siento y me la explico y la comprendo lo suficiente como para admirarte, sin embargo, soy incapaz, por más esfuerzos de mi imaginación, de

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componer un verso». Y luego añadió tristemente: «¡Soy tan torpe para la poesía!...».

«¿De veras?», le contesté en tono de burla. «Habría jurado que no te gustaban los versos. Te he visto siempre tan apasionada de la música...».

«Cierto, pero mi pasión es fingida, hija de mi despecho al ver que no puedo ser lo que quisiera. Cuando estás a mi lado me siento empequeñecida al pensar en tus estrofas tan tiernas e inspiradas. Tú, para mí, eres la poesía». Y luego, extendiendo un brazo y señalando con el índice a Luis, que en ese momento tocaba, prosiguió:

«En cuanto a ese rubio tonto, me hace el efecto de... un muñeco automático, y a veces me lo figuro un piano». A lo que yo la interrumpí: «Y como te gusta el piano, la consecuencia no puede ser más clara». «¡No seas tontuelo! El piano me gusta como piano, como desquite de mi ineptitud de poetisa, pero nada más».

No quise llevar adelante el diálogo, que me causaba ya zozobra por las escabrosidades en que nos íbamos metiendo. Callamos, pero yo quedé apresado entre las mallas de un soliloquio doloroso. Así es que el rubio tonto, pensaba, es para ella un piano o, lo que es lo mismo, el piano es para ella un rubio tonto. Extraño modo de ver las cosas. Dice también que ama la poesía y que yo soy la poesía, lo que significa, en términos claros, que me ama. Pero ¿me ama a mí por mí o porque le parezco la poesía? Si es así, continuaba mi soliloquio y mirándome a un espejo, la poesía debe parecerle un poco fea. Ahora, que muy bien puede suceder que ame al rubio tonto como piano, lo que nada de extraño tendría. No, yo debo deslindar este enredo. O me ama a mí por mí sin tomar en cuenta la poesía, y ama al piano por ser piano y sin ver en él un trasunto de un rubio tonto, o no hay más poesía ni más piano.

Una vez tomada esta resolución la puse en práctica. Empecé por no hablarle más de poesía y evitar que leyera mis versos, lo cual no dejaba de ser un sacrificio para mi vanidad de poeta enamorado. Pero esta resolución acabó por hacer crisis. Fue en la noche del cumpleaños de Lucrecia, quien desde la tarde de aquel día pasara a ser mi novia oficialmente. Estaba hermosa como nunca y lucía,

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con regio porte, un traje de color cárdeno, un poco raro, con el que contrastaba la aterciopelada albura de su rostro y la noche de sus retintos y undosos cabellos. Llevaba unas mangas aglobadas más arriba del antebrazo, guantes blancos, de venosas costuras negras, cuyas bocas iban a besarse con las mangas, dejando entrever un filo de carne sonrosada y túrgida, y un abanico de plumas albas, prendido a su cintura, fuertemente ceñida y flexible. Su enroscada trenza, sujeta por un alfiler de diamantes, parecía una víbora de fosforescentes y malignos ojos, que amenazaba saltar por encima de las cabezas que giraban al son de los valses.

Aquella noche fui feliz, no lo niego, como puede serlo un amante en el día de su novia. Recuerdo muy bien todo lo que pasó durante el baile. La primera cuadrilla y los primeros valses de Lucrecia fueron, naturalmente, para mí. Después, los otros, para el rubio tonto. Y de los valses al bar, y del bar al salón. Y cada vez que él volvía de allí con ella traíala a sentarse a mi lado, con una atención y una sonrisa que en otra parte se los hubiera correspondido con una bofetada. Y muy pausadamente, como dando tiempo para que todos volvieran al salón, se aprovechó de cierto momento para sentarse al piano. Por supuesto, lo primero que tocó fue el inevitable «El trovador». Un éxito y un triunfo. Los aplausos atronaron el salón. Sin saber por qué, me sentí humillado. Confieso que fui el único que no aplaudió, no por envidia, sino por embarazo, por paralización. Tenía un nudo atravesado en la garganta. Todos los hombres se acercaron a felicitar al héroe de aquel triunfo ruidoso, muy merecido ciertamente. Luego vino a sentarse al otro lado de Lucrecia, quedando así ella entre los dos.

«Muy bien lo ha hecho usted, Luis —le dijo mi novia—. Nunca lo había oído tocar así “El trovador”». «Cuando hay personas como usted, Lucrecia, que nos escuchan, la timidez se vuelve desembarazo y la frialdad, sentimiento», le respondió Luis. «Gracias por la virtud que me atribuye —replicó ella, y volviéndose a mí, agregó—: «¿Qué te parece, Jorge? Este caballero es muy galante». «Tanto —añadí yo, deseoso de terciar en la conversación—, que si de mí dependiera no tendría más remedio que premiarle con algo por su galantería».

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Este algo lo pronuncié acentuadamente. Lucrecia soltó una carcajada, sin que yo pudiera explicarme el porqué, y sacando de un cartucho de bombones, que tenía en la mano, uno, se lo ofreció a Luis, diciéndole: «Este es algo que le obsequio por su galantería». Después, volviéndose a mí y procurando que nadie lo notara, sacó otro bombón y me lo puso en los labios, con cierta intención provocativa y dándome en la mejilla una leve y rápida palmada.

Llegó la hora del ambigú y todos nos sentamos a la mesa. Yo, como tú supondrás, lo hice al lado de Lucrecia, mientras Luis se sentaba frente a nosotros. Al final de la cena se le ocurrió no sé a quién que yo dijera algo, que improvisara algo. La proposición fue secundada unánimemente, pero yo la rechacé.

«No, no —dijo Luis—, que hable». Su exclamación me pareció un reto y, después de una ligera vacilación, acepté. Tú muy bien sabes, Juan, que yo no improviso. Tuve que recurrir, pues, a mi memoria, que esta vez no me abandonó.

Recité, con la mejor entonación y desenvoltura que pude, una de mis poesías inéditas. Como era natural, me aplaudieron, pero yo advertí cierta indecisión en los aplausos. Creo que me aplaudieron más por condescendencia que por el mérito de mis versos. Zumbaron algunos cuchicheos en mi redor. Las mujeres me miraban con más curiosidad que admiración o simpatía. Verdad que yo no había recitado lo mejor de mi repertorio poético, pero para el caso habría sido lo mismo haber recitado otra poesía cualquiera. Me limité, pues, a recitar la que creía más sentimental.

¿Qué podía esperarse de un auditorio en que había mujeres que llamaban verso a una poesía y hombres que llamaban bonito a lo que podrían llamar bello?

¡Ah, con Luis el éxito había sido distinto! La música agrada hasta a los imbéciles. Pero con mis versos no podía suceder lo mismo. Para entenderlos, para apreciarlos, era preciso cierta cultura, a donde no llega, seguramente, la mayoría de esa sociedad que frecuenta bailes. Terminada mi recitación, me sentí casi avergonzado. La única persona que me felicitó especial y efusivamente fue... ¿quién iba a ser?, Lucrecia. No me he olvidado de lo que me dijo muy por

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lo bajo: «No vuelvas a recitar nada delante de imbéciles». Esta frase me cayó como un lenitivo. Lucrecia tenía razón.

Tres meses después vino nuestro rompimiento. Los celos me decidieron al fin. Yo habría querido tener la suficiente filosofía para ver las cosas de otro modo, para no haberme encelado de un piano... Pero es que tras del piano creía ver siempre una barba rubia. Ella me había dicho que al rubio tonto se lo figuraba un piano; luego me sobraban motivos para sentirme celoso del maldito instrumento. Así, cuando la oía yo decir a su hermanita María, una pequeña de cinco años:

«No, yo no quiero que toques mi piano», me sentía profundamente celoso. Ese mi me sublevaba.

Mas lo cierto era que yo jamás noté de parte de ella ninguna preferencia por el rubio tonto. Por el contrario, varias veces le había puesto en ridículo en mi presencia y ante otras personas. Casi estaba yo convencido de que no pensaba en él. «Sí, ciertamente que no le ama, me decía yo. ¿Pero si al fin llegara a amarle?». Y esta suposición bastó para echarlo todo a perder. Y así fue.

—¿De modo que tú has renunciado a Lucrecia para siempre?—le interrumpió Juan, que le había escuchado su relato atentamente.

—Para siempre. He renunciado a ella, pero me ha quedado su recuerdo, tan doloroso que en mis excursiones musicales me impide seguir por el camino que siguió ella. Jamás toco una ópera. No toco más que valses, valses de Strauss, Chopin, Valdteufeld, aires españoles y una que otra fantasía.

—Entonces jamás pasarás de ser un músico mediocre.—Tal vez, pero si yo llegara a ser así como un príncipe del vals no

sería, por cierto, un príncipe de la mediocridad. En las medianías no hay príncipes.

—Estoy de acuerdo contigo en esto último. ¿Pero crees que haya tanto genio musical en un vals como en una ópera? ¿Acaso tú comparas un vals de Strauss, por ejemplo, con Lucía?

—Sí. No serán iguales en extensión e importancia, pero un vals es un trozo cantable y Lucía es muchos trozos cantables. Es

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decir, que en cantidad son distintos, pero en calidad bien puede ser superior un vals a un trozo de ópera. Un vals es un poema musical corto; una ópera, una serie de poemas encadenados... Así me lo figuro yo.

—Mal camino llevas, chico, mal camino para tus estudios musicales. ¡Cuánto daría por oírte tocar «El trovador»!...

—Eso ¡jamás! Lo odio y lo odio por ella y... por él.—¿Por el rubio tonto? —exclamó Juan, riendo a carcajada

tendida.—Por el rubio tonto o por el piano.—Hombre, si es así, no deberías tocarlo y menos tener uno en

tu casa.—Ah, es que yo odio el piano de ella; ese que me la arrebató,

que me la conquistó en mi presencia. Al mío, no. ¿Y sabes por qué tengo este piano, que ves delante de ti? Porque quiero hacer con él lo que ella con el suyo. Ella se ha figurado el suyo como un rubio tonto; yo me figuro ahora el mío como una morena romántica. Yo sé que Lucrecia sabe que estoy dado a la música, que soy así como un príncipe del vals, que estoy enamorado de mi piano, de mi morena romántica. Sé también que ahora le ha dado por los valses y que estos son, precisamente, los míos; que me alaba en los salones, sin reserva; que a «El trovador» y al rubio tonto los ha mandado al diablo. Pero ya es tarde. Quién sabe si en vez de un rubio tonto que le toque «El trovador» habrá otro ahora que le toque valses. ¡Son tan enrevesadas las mujeres!...

Jorge enmudeció por un rato. Luego, como despertando de un letargo profundo, prosiguió:

—Tú no sabes, Juan, lo que me pasa cuando escucho música semejante. Tal o cual parte me trae tales o cuales recuerdos. Aún no puedo olvidarme de una noche en que vi representar «El trovador». Cuando estallaron los aplausos al final del primer acto, creía ver surgir del proscenio, de los palcos, de las galerías, una ola rojiza, que poco a poco se iba desmayando hasta hacerse cárdena y que amenazaba envolverme y aturdirme. Pero de repente la ola desapareció y vi luego alzarse, como una triunfante visión, a un

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619La mujer de Diógenes

joven rubio, que me miraba sonriendo irónicamente. Después sentí como un sabor en la garganta, medio agrio y medio dulce.

A la mitad del segundo acto, lo que sentía yo era un sabor mezcla de oporto y mistela que se me extendía por el paladar. Y así, a medida que avanzaba la representación, creía ver una variedad de colores y paladear una infinidad de sabores. Acabé por no mirar a la escena: me causaba un insoportable malestar. Sin intención, me puse a mirar con el anteojo los palcos, detenidamente. De pronto vi en uno de ellos a una morena hermosa, muy conocida por mí, de vestido acardenalado y con un joven rubio junto a ella. Ya supondrás quiénes eran. Ella estaba igual que la noche aquella de su cumpleaños. Los diamantes del afiler que le sujetaba el empinado moño me parecían unas pupilas infernales, empeñadas en fascinarme y atraerme... Cogí el sombrero y el abrigo y salí.

Esta es la razón porque, mi querido Juan, no puedo ver el color cardenal y por qué siempre que escucho «El trovador» siento el gusto de un bombón agridulce, que me trae el recuerdo de un joven rubio.

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LA GRAN PAYASADA54

I

Franz Marriot había regresado de París. El primer día que paseó por las calles de su pueblo, los jóvenes le miraron de reojo, entre envidiosos y admirados.

Era todo un parisiense, con su monóculo impertinente, sus polainas blancas, sus guantes rojos y el artístico ramito de violetas en el ojal. Lucía, con elegante naturalidad, el corte exquisito de su traje, y a una cuadra se le distinguía por sus largos y finos bigotes rubios, mefistofélicos.

Las mujeres le miraban atentamente, como estudiando a aquel desconocido de porte medio afeminado, que solo tenía de hombre la mirada y un enérgico desdén en la sonrisa.

Al mes, Franz visitaba los mejores salones de la alta sociedad. Entonces los hombres tuvieron más motivos para envidiarle y las mujeres más razones para quererle.

Pero Franz Marriot se encogía de hombros ante la antipatía de los unos y la simpatía de las otras.

¡La antipatía! ¿Qué podría importarle a él, acostumbrado a los desengaños y pequeñeces de los hombres? ¡La simpatía! ¿Qué caso podía hacer él de las frivolidades y caprichos de las mujeres?

Él quería el odio, el odio con todas sus maquinaciones, con todo su séquito de amenazas, luchas y perfidias... Sus excitados nervios

54 Escrito en Lima, 1898, y publicado en EC.

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622 Enrique López Albújar ● Narrativa

querían emociones capaces de hacerlos estallar. Sobre todo, algo con qué matar el esplín que se había apoderado de su espíritu.

¡Qué le importaba la opinión de nadie!... Durante sus extrava-gantes correrías por el mundo había visto y hecho tantas cosas...

En el continente amarillo fue el entusiasta fumador de opio, el insaciable tomador de té, el audaz cazador de tigres y el impávido domesticador de serpientes.

En el continente blanco, el patinador de la estepa, el sibarita del harén, el dandy del bulevar, el campeón del tiro y de la esgrima, el habitué de los camarines de las divas y el mozo crudo de las tabernas sevillanas.

En el continente negro, el Stanley de los bosques, el beduino del aduar; y en el continente rojo, el payador del sur y el empresario del norte.

¡Cuántas emociones habían vibrado en los sutilísimos hilos de sus nervios! Su corazón se había movido a todos los impulsos, como la rama a todos los vientos. Cada uno de todos sus autores favoritos le imprimió un sello a su carácter.

Con Maupassant fue el corazón noble; con Verlaine, la boca cínica; con Richepin, el apóstrofe impío; con Zola, la fuerza demoledora; y con Max Nordau, la neurosis del siglo.

Y ahora, ahora se hallaba en su pueblo, sepultado en un vasto cementerio de casas, donde no veía más que un cadáver en cada hombre, una losa en cada puerta, un desperdicio social en cada hogar.

¿Y adónde ir? ¿Recorrer nuevamente el mundo? Para qué. Él había llegado a la deducción de que viajar es una vanidad de los ignorantes y una hipocresía de los sabios. Sobre todo, la actividad de moverse le causaba horror. Estaba harto de movimiento, de vida, de fuerza.

Se diría que, a la postre, su madre hubiera vencido en él a su padre. Toda la indolencia criolla de la una se sobreponía triunfante, avasalladora, a la vivacidad francesa del otro. Y este triunfo era su ruina, su indiferencia por todo, su hastío de sí mismo.

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623La mujer de Diógenes

¡Ah, morir, sería para él una felicidad! Y ante este pensamiento, que repentinamente surgió en su cerebro como un fantasma, ni un solo nervio suyo se irritó.

¿Para qué vivir aplastado por el carro de las preocupaciones hipócritas de los unos y la petulancia de los otros? No hacía aún cien días que estaba en su pueblo y ya se murmuraba terriblemente de él; se le espiaba en su vida íntima, se le censuraba sus costumbres y se le ridiculizaba por sus polainas. El ojo del mundo le seguía a todas partes.

Llegó, pues, insensiblemente, a hacerse a la idea del suicidio, ya que no podía cegar de un golpe aquel ojo maldito que pretendía ver hasta en el abismo de su alma.

Una tarde Carlos, su amigo único, le habló:—¿Sabes, querido Franz, que nuestra sociedad es implacable

con los hombres que lucen queridas? Esto será aceptado en París, pero aquí no. Te hago esta advertencia porque te quiero y no deseo verte abrumado por los desaires de nuestras familias.

—¿Sí? —respondió Franz, con supremo desdén—. Gracias por tu amable advertencia. No daré yo ocasión a ningún desaire, pues, desde hoy me entregaré todo entero a mi querida.

—¿Entonces renuncias a nuestra sociedad? Yo había oído decir que estabas a punto de romper con esa mujer.

—No, ahora menos que nunca. Es una pobre muchacha que me merece alguna estimación: se la compré a un turco de Basora como la mejor perla que ha dado esa tierra de moros... La muchacha me distrae: toca la guzla magistralmente, danza como una bayadera y me sirve un hatchis delicioso. Por lo demás, la miro como a una perra fiel, a la que ni siquiera le paso la mano por el lomo.

—¿Es posible? ¿Y no se ofende ante esa humillación?—¡Bah!, si la tratara de otro modo no me entendería. Ella cree

que es para mí un objeto de lujo y hay que dejarla en esta creencia. Se considera dichosa al lado mío, hace su capricho, entra y sale cuando quiere y no la celo jamás.

Y Franz Marriot, como en un último rasgo de desprendimiento, terminó:

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624 Enrique López Albújar ● Narrativa

—Vamos, Carlos, después de mi muerte será un legado precioso para ti…

II

Era martes, último día del carnaval. Las cuadrillas de enmascarados alborotaban la ciudad con el ruido de los cascabeles y los pitos.

Franz Marriot se había también preparado a derrochar un poco de buen humor en aquella orgía de locura humana.

Durante el día esperó tranquilamente, con su eterna sonrisa irónica. Y cuando llegó la noche, suspiró de satisfacción y comenzó a vestirse con la calma de un sibarita que paladea de antemano el placer que va a proporcionarse.

Su vestido de payaso era magnífico y se hallaba casi cubierto de pequeños paquetitos encintados y de variadas y visibles confituras, que oscilaban a cada movimiento suyo, haciendo un extraño juego de matices.

Estaba dividido, desde la punta del gorro hasta la punta del calzado, de negro y rojo. Tenía así una actitud siniestra y toda su figura se desdoblaba en formas fantásticas sobre el espejo en que se contemplaba, a causa de las llamas de las bujías.

—Ah, estoy seguro de que nadie me reconocerá a pesar de mis bigotes —murmuró. Luego tomó un pincel y comenzó a darse en la cara toques maestros. A cada pincelada no podía menos que sonreír, y su sonrisa era enorme, grotesca, en aquella boca que iba a terminar en las orejas. Lo único que denunciaba a su persona eran sus espigados bigotes rubios, que, a cada sonrisa, temblaban como los tentáculos de un insecto.

Ya en la calle, Franz Marriot se detuvo pensativo un instante, como orientándose del rumbo que debía tomar.

— Sí, allá es donde debo ir —murmuró, poniéndose en marcha. Cuando llegó a las puertas de la casa donde se preparaba a

entrar, un grupo de enmascarados intentó arrastrarlo consigo.—No, yo entraré solo —dijo, ahuecando la voz y haciendo una

pirueta.

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625La mujer de Diógenes

Franz Marriot, antes de entrar, se puso a observar desde el patio el movimiento de las parejas, que en ese instante bailaban una cuadrilla al son de una brillante orquesta.

Se quedó serio, sombrío, viendo con mirada intensa aquel conjunto deslumbrador de mujeres descotadas y de hombres disfrazados. Llegó el momento en que todas las mujeres, tomadas de las manos, formaron círculo. Entonces Franz Marriot, cambiando de actitud, se dirigió a la puerta del salón y, replegándose sobre sí mismo, dio un salto mortal prodigioso, yendo a caer en medio del círculo, como pelota arrojada brutalmente.

Las damas lanzaron un grito indefinible y los hombres no pudieron menos que mostrarse sorprendidos de aquella caída intempestiva.

—¡Un momento!, ¡un momento! —exclamó Franz, quien, sentado en el suelo hacía bailar su gorro—. Yo también he venido a divertirme. Verdad que nadie me ha convidado, que nadie me ha traído; pero yo estoy aquí porque quiero y porque puedo. Vengo a divertirme esta noche a costa de ustedes... Ya me ven, soy un payaso y es natural que antes de irme les deje un recuerdo de mi última payasada.

—¿Acabarás de una vez, payaso impertinente? —exclamó un dominó.

—¡Hola! Tú también has venido a divertirte —respondió irónico Franz Marriot, dando un salto mortal y encarándose al dominó—. ¡Haces bien, muy bien!... Tu mujer hará lo mismo en este instante... ¡Qué honrada y hermosa mujer tienes, mascarita!

Y Franz soltó una burlona carcajada a la vez que con sus saltos proseguía asombrando a los concurrentes. El dominó se arrojó sobre él, pero Marriot le hizo un quite rápido, yendo a colocarse a espaldas de una dama.

—¡Vamos, señores míos! —volvió a exclamar—. Esta noche no es la más oportuna para pelearse. Esta noche es de alegría, de risa, de placer. Y yo me he propuesto hacerles reír estrepitosamente, si no ahora, mañana.

Mientras tanto, la orquesta había enmudecido. Todos obser-vaban al intruso, que tan intempestivamente había venido

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626 Enrique López Albújar ● Narrativa

a interrumpirles, cuando más embriagados estaban con los entusiastas acordes de la cuadrilla.

Algunos creían reconocerle, a pesar de su disfraz, por haber visto aquellos bigotes rubios en una cara conocida.

—¡Ah! —exclamó un polichinela—. Esos bigotes los conozco.—¿Sí? —respondió Marriot—. Si los conoces será la primera

vez que aciertas, mal abogadillo. Pero no te molestes por mi ruda franqueza, pues, no te iría muy bien, a fe mía... ¡Uf! ¿Por qué me miras así? ¿Te he ofendido? Hombre, es curioso que un polichinela se ofenda. ¡Vaya! No me mires así. Hagamos las paces.

Y Franz alargó su diestra al polichinela, pero al tiempo que este iba a estrechársela, aquel levantó rápidamente el pie y le tocó la punta de la nariz.

Los concurrentes rieron la broma y algunos hasta abogaban por que el intruso se quedara toda la noche.

—¡Que se quede! ¡Que se quede! —dijeron algunos, oponiéndose a los que querían echar al intruso.

En ese instante la cuadrilla se deshizo y las parejas comenzaron a ir y venir de un extremo a otro del salón. Una de las damas, que pasaba al lado de Marriot, se detuvo un momento al ver que este arrancaba los dorados paquetitos que cubrían su disfraz y, después de desenvolverlos, se llevaba a la boca el contenido.

—¿Qué comes, payasito? —le preguntó la dama.—Coge y verás.La dama se atrevió... Entonces todos se acercaron y el payaso

quedó, bien pronto, despojado, escueto, ostentando un magnífico traje, cuyos colores, negro y rojo, le daban un diabólico aspecto.

—¡Oh!, son una delicia mis bombones. ¿No es verdad, amigos míos? Yo mismo los he preparado. Es la segunda vez. La primera fue en París. ¡Cuánto rieron entonces los alocados parisienses!

Y Franz Marriot rompió en una carcajada escandalosa, estridente como acerada hoja que silbara en el aire.

—Pues, señores míos —añadió sonriente—, ahora me toca a mí. Mientras ustedes saborean, yo beberé.

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627La mujer de Diógenes

Marriot sacó de un bolsillo una botella de champaña, y de otro, una cincelada copa de plata. Enseguida dio varios saltos mortales y acabó por sentarse en un sofá, a la manera turca.

Entonces, desde allí comenzó a bromear con algunas damas, apuntándoles con la botella, las cuales, temerosas, se cubrían el rostro.

—¡A la una! —exclamó—, ¡a las dos... a las tres...!La botella se destapó y el corcho fue a darle en un ojo a un

petimetre, vestido de mosquetero, que se pavoneaba en el salón.—¡A vuestra salud! —continuó Marriot, sin hacer caso de la

imprecación del mosquetero, y vaciando la copa de un golpe.Mientras pasaba esto, las damas comenzaron a quejarse de

cólicos violentos, de movimientos extraños en el estómago y una de ellas no pudo más y cayó sobre un sillón, pálida y sudorosa.

Franz Marriot lanzó una carcajada ronca, innoble, carcajada de borracho. Después exclamó:

—¡Ah, la payasada va bien! ¡Muy bien! No, no se asusten... Es un purgantito ligero... Pasará, a fe de payaso... Ja, ja, ja... Quiero reír ahora como reí en París.

Luego, tomando una actitud resuelta y sacando a relucir un revólver, añadió:

—Les pido que nadie se atreva a interrumpirme en mi alegría.Un sordo murmullo de indignación se escapó de todas las bocas.

Algunos se precipitaron sobre Marriot, y le habrían despedazado si este no tiende por tierra a uno de ellos.

El tiro les hizo retroceder espantados. Marriot de pie, blandiendo el arma, gritó terrible, soberbio, dominador:

—¡Todo el mundo quieto! Al primero que pestañee, que haga un movimiento, lo mato... Y cuidado, que Franz Marriot no dice las cosas dos veces... ¡Canallas! Ahora ya saben quién soy yo... Yo, el calavera, el incorregible... Sí, sí, todo eso soy yo... Ustedes son los virtuosos, los honrados, los impecables, como ese perro, ese polichinela que está ahí tendido... ¡Cuidado, canallas! ¡Al que se mueva lo mato!

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628 Enrique López Albújar ● Narrativa

Todos lo escucharon atónitos, rígidos, conservando las mismas actitudes en que habían sido amenazados, como heridos por un choque eléctrico.

Marriot, diabólico, grotesco, era el único que saltaba allí, en el centro del salón, ora haciendo bailar su gorro, ora increpando, con placer infernal, a aquellas estatuas de carne que sudaban copiosamente.

Sus desahogos fueron terribles. Relató en pleno salón hechos escandalosos de algunos de los presentes. Algunas damas se desmayaron, otras, cubríanse el rostro, gimiendo avergonzadas.

Cuanto a los hombres, febriles, inmutados, a duras penas podían contenerse. El revólver de Marriot los mantenía a raya, suspensos, haciéndoles soportar una situación horrible.

Pero este terrible silencio no duró mucho. En los rincones, detrás de los muebles, mujeres y hombres acabaron por moverse, adoptando posturas ridículas, retorciéndose, achicándose...

El salón estaba verdaderamente cómico y trágico, con aquellos rostros confusos, descompuestos. Los bombones hacían su efecto.

Una de las damas exclamó:—¡No puedo más, Dios mío! —Y tomándose el vientre, escapó. Franz la vio huir desdeñosamente, encogiéndose de hombros.

Entonces todos quisieron hacer lo mismo, precipitándose hacia una de las puertas, atropelladamente.

Volvió a sonar un disparo, y otro, y otro. Tres personas rodaron por el suelo.

—¡Quietos todos! —volvió a gritar el inexorable payaso, con voz terrible—. ¡Ah, los cobardes! Así quería verles... en posturas ridículas, risibles... Así quería reír... Ja, ja, ja,... Pero ¡basta! ¡Fuera todos! Ya he reído bastante. Esta última bala es para mí.

Y, después de una serie de carcajadas y saltos mortales, se apuntó a la boca y disparó. Un grito de horror llenó el salón. Franz Marriot cayó pesadamente, como un árbol que se descuaja, destapada la nuca. Solamente sus largos y finos bigotes rubios se movían trémulos, como los tentáculos de un enorme insecto aplastado...

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PODER JUDICIAL DEL PERÚFONDO EDITORIAL

DERECHO YLITERATURA

COLECCIÓN

OBRAS COMPLETAS. TOMO I. Vol. 2

Enrique López Albújar

NARRATIVADER

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LITE

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NBIBLIOTECA CIRO ALEGRÍA

El mundo es ancho y ajeno. Tomo III Ciro Alegría: asedios jurídicos

Crónicas. Tomo VI

BIBLIOTECA ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR OBRAS COMPLETAS

Ensayos. Tomo IV

Poesía. Tomo II

Novelas esenciales:

Narrativa. Tomo I

BIBLIOTECA CÉSAR VALLEJO Y EL PODER JUDICIAL

Teatro. Tomo III

La serpiente de oro. Tomo I

El proceso Vallejo

Memorias. Tomo V

Enrique López Albújar: asedios jurídicos

Los perros hambrientos. Tomo II

César Vallejo: asedios jurídicos

ISBN 978-612-47810-1-8

Enriq

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ópez

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újar

NARRATIVA

2

La historia de la literatura peruana del siglo XX está hecha con nombres de intelectuales que provienen de diversas canteras. Una de estas es el derecho. Enrique López Albújar fue un juez cuya actividad intelectual no se restringió solo al mundo de las leyes que organizan y regulan la interacción de los hombres en sociedad, también creó mundos literarios donde se ponen en escena, a través de la vida y del drama de múltiples personajes, el germen de la actitud delictiva y los problemas de la administración de justicia. Por el modo en que fueron representados los personajes indígenas en su narrativa, los especialistas señalaron que se trataba de una percepción «criminalizante» del indio. Acaso no podía ser de otra manera, ya que su propuesta narrativa no buscaba otro motivo literario que no fuera el de presentar historias en las cuales los personajes se resisten y transgreden la ley. Con la publicación de la obra completa de Enrique López Albújar, el Poder Judicial no solo rinde homenaje a un ejemplar hombre de leyes y notable literato, sino que a través de su mirada judicial y literaria invita a re�exionar sobre los problemas históricos que aquejan a nuestra sociedad. Leerlo será asumir el reto de pensar el Perú como problema y posibilidad.

DUBERLÍ RODRÍGUEZ TINEO

ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

Poeta, narrador, periodista, abogado, juez y magistrado. Estudió Letras y Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, institución en la cual obtuvo su grado de bachiller en Derecho con la tesis ¿Debe o no reformarse el artículo 4.° de la Constitución? (1899). Se tituló de abogado con un examen en la Corte Superior de Justicia de Piura (1904). Su carrera judicial comenzó en Piura y Tumbes, como juez interino en los Juzgados de Primera Instancia (1911-1913), y continuó en Huánuco (1917-1923) y en Piura (1923-1928) como juez de primera instancia. Se desempeñó, asimismo, como vocal interino de la Corte Superior de Justicia de Lambayeque (1928-1930) y como vocal de la Corte Superior de Justicia de Tacna (1931-1946) hasta su jubilación. Como producto de su experiencia en estos juzgados escribió, entre otros textos: Cuentos andinos (1920), donde buscó representar los problemas de la administración de la justicia en los pueblos del Ande peruano; Matalaché (1928), novela que re�eja las diferencias sociales en nuestro país; Los caballeros del delito (estudio criminológico del bandolerismo en algunos departamentos del Perú) (1936); Memorias judiciales (1933, 1938 y 1944), que brindan un testimonio de su experiencia como presidente de la Corte Superior de Justicia de Tacna. A la edad de noventa y tres años, este patriarca de la literatura peruana y juez reformador del Derecho penal, falleció en Lima el 6 de marzo de 1966.

(Chiclayo, 1872-Lima, 1966)