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MATERIA 2, Naturaleses, 2002, pp.75-96. Graciela Silvestri LA PAMPA Y EL RÍO. UNA HIPÓTESIS DE REGISTROS Y PERIODIZACIONES EN EL PAISAJE RIOPLATENSE. 1. Este artículo resume algunos de los problemas con los que puede enfrentar- se el historiador de la región rioplatense si se propone estudiar sus pampas, sus costas, sus ciudades, desde el punto de vista de su constitución como paisajes. Cuando se habla aquí de paisaje no se refiere a ninguna unidad regional o estructura ecológica. Se apunta a fragmentos en los que un en- samble de objetos naturales y artificiales son reconstruidos estéticamente y reconocidos socialmente, a los que se le atribuyen determinados signifi- cados 1 . El historiador debe enfrentar, así, cuestiones de transformación técnica o cuestiones simbólicas que remiten tanto a coyunturas de un lugar y un tiempo particulares, como a estructuras de larga duración en la his- toria occidental, ya que es esta complicada articulación la que permite la comprensión histórica de un espacio físico en tanto paisaje. El primer problema que surge para quien se inicia en este tema es el de la ausencia de una renovación de los estudios históricos sobre los paisajes argentinos y uruguayos en los últimos años, en el sentido aquí otorgado al término; ausencia que contrasta con una abundante literatura internacio- nal. Aunque esta ausencia local puede —y debe— vincularse con las vicisitu- des sociales y políticas de nuestros países, la pregunta no puede ser resuelta con una excusa genérica —no todos los temas son de tal modo trivializa- dos. En gran parte, esta ausencia también obedece a una dificultad intrín- seca a la constitución de un campo posible para este tipo de estudios, que necesariamente debe reunir especificidades disciplinares con epistemologías diversas y muchas veces antitéticas para definir el objeto. La resolución de la articulación de esta variedad no resulta tampoco satisfactoria en luga- res con amplio apoyo a la reflexión, como sucede con la catarata de estu- dios culturales norteamericanos sobre este tema —que aplanan estas diferencias— o con las versiones ya tradicionales de la escuela francesa, deudoras de Braudel y los Annales, cuyo manejo de las temporalidades ya ha sido suficientemente criticado, y mucho menos con las vagas propuestas 1 La definición de paisaje que aquí se suscribe sigue la de Georg SIMMEL: «Filoso- fía del paisaje», El individuo y la libertad, Barcelona, Penín- sula, 1986.

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  • MATERIA 2, Naturaleses, 2002, pp.75-96.

    Graciela Silvestri

    LA PAMPA Y EL RO. UNA HIPTESIS DE REGISTROS Y PERIODIZACIONESEN EL PAISAJE RIOPLATENSE.

    1.

    Este artculo resume algunos de los problemas con los que puede enfrentar-se el historiador de la regin rioplatense si se propone estudiar sus pampas,sus costas, sus ciudades, desde el punto de vista de su constitucin comopaisajes. Cuando se habla aqu de paisaje no se refiere a ninguna unidadregional o estructura ecolgica. Se apunta a fragmentos en los que un en-samble de objetos naturales y artificiales son reconstruidos estticamentey reconocidos socialmente, a los que se le atribuyen determinados signifi-cados1. El historiador debe enfrentar, as, cuestiones de transformacintcnica o cuestiones simblicas que remiten tanto a coyunturas de un lugary un tiempo particulares, como a estructuras de larga duracin en la his-toria occidental, ya que es esta complicada articulacin la que permite lacomprensin histrica de un espacio fsico en tanto paisaje.

    El primer problema que surge para quien se inicia en este tema es el de laausencia de una renovacin de los estudios histricos sobre los paisajesargentinos y uruguayos en los ltimos aos, en el sentido aqu otorgado altrmino; ausencia que contrasta con una abundante literatura internacio-nal. Aunque esta ausencia local puede y debe vincularse con las vicisitu-des sociales y polticas de nuestros pases, la pregunta no puede ser resueltacon una excusa genrica no todos los temas son de tal modo trivializa-dos. En gran parte, esta ausencia tambin obedece a una dificultad intrn-seca a la constitucin de un campo posible para este tipo de estudios, quenecesariamente debe reunir especificidades disciplinares con epistemologasdiversas y muchas veces antitticas para definir el objeto. La resolucin dela articulacin de esta variedad no resulta tampoco satisfactoria en luga-res con amplio apoyo a la reflexin, como sucede con la catarata de estu-dios culturales norteamericanos sobre este tema que aplanan estasdiferencias o con las versiones ya tradicionales de la escuela francesa,deudoras de Braudel y los Annales, cuyo manejo de las temporalidades yaha sido suficientemente criticado, y mucho menos con las vagas propuestas

    1 La definicin de paisajeque aqu se suscribe sigue lade Georg SIMMEL: Filoso-fa del paisaje, El individuo yla libertad, Barcelona, Penn-sula, 1986.

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    interdisciplinares, con la an fresca marca del funcionalismo sesentista,que el campo acadmico local ha privilegiado en forma de proyectos deinvestigacin. Los textos internacionales ms estimulantes sobre la cues-tin del paisaje en el sentido que aqu se precisa son textos de autor casiuna nueva literatura de viajes, como El Danubio de Claudio Magris (Bar-celona, 1988), o textos fundantes de la historia cultural cuya primacaan no ha sido cuestionada (como The country and the city, de RaymondWilliams, Londres, 1973, o La mquina en el jardn, de Leo Marx, Oxford,1964). El primer grupo de textos logra la sntesis a travs de un trabajo lite-rario; los textos de Williams o de Marx estn instalados en una an fuerteconviccin terica acerca de una determinada relacin entre los bienes sim-blicos y los bienes materiales, cuya fuente puede encontrarse en la tradicinmarxista. La crisis actual no parece favorecer demasiado nuevas reflexio-nes.

    En los dos grupos de textos mencionados, el problema de la escritura escentral: en los primeros, porque se trata fundamentalmente de textos lite-rarios; en los segundos, porque es la literatura y la poesa sobre el paisajela que se estudia en relacin a los procesos materiales. Para otro tipo deregistro, debemos considerar historias particulares, con objetivos restringi-dos a la propia tradicin (historia de la pintura de paisajes, historias de lastransformaciones tcnicas del territorio, historia del jardn, etc.). La cons-truccin diversa de los objetos segn las disciplinas, sus diversos referen-tes, se encuentran en estrecha relacin con el tipo de discurso propuesto.

    San Juan. Vista de los escasos relie-ves pampeanos.

  • Naturaleses

    77Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    Bsicamente, pueden identificarse tres formas de abordar problemas hist-ricos que conciernen al paisaje (que reconducen a las formas de represen-tar la sntesis histrica): la narracin, la descripcin, y la metfora. Lashistorias de acontecimientos polticos, o de biografas, y de vicisitudes en laproduccin ntimamente ligadas a estas cuestiones, trabajan en el plano dela narracin. La narracin produce una trama verosmil, sintetizando losmltiples elementos del material con que trabaja y en este punto el pro-blema es el gnero que se adecue a tal objeto. Las historias de la tcnica ode la economa trabajan, en cambio, ya con descripciones latas las uti-lizadas en el discurso comn o con un vocabulario tcnico-descriptivopreconstituido y aparentemente neutro, ya con estructuras ideales a lascuales los fenmenos debern acomodarse. En el caso de las estrategiasdescriptivas, el objeto habla a travs de su funcionamiento, su utilidad oadecuacin; en el caso del discurso funcional-estructural, a travs de esque-mas dentro de los cuales las cosas, en sentido material, se disuelven, parapasar a constituir signos, huellas, de aquel proceso ideal que ha sido esque-matizado previamente. A diferencia de la narracin, que esboza una mme-sis verosmil del tiempo, en estos casos el tiempo es prcticamente abolido,o tratado sin cualidad, como simple sucesin lineal.

    En el discurso de la historia del arte, por ltimo, la metfora es fundamen-tal. Se entiende aqu metfora como una atribucin impertinente quepermite comprender mejor, lo que significa explicar en forma adecuadael objeto2. La metfora permitira redescribir una realidad inaccesible a ladescripcin directa: coloca ante los ojos o pinta un rasgo espiritual delreferente metaforizado, que de otro modo se mantiene oculto. La metforatrabaja por analoga: metaforizar bien es percibir lo semejante. Sin em-bargo, aunque esta estrategia posee ventajas en la comprensin del mundomaterial de aquello distinto al hombre y, agregaramos, de todo aquellodistinto a la cultura del hombre occidental posee la gran desventaja decarecer de un control externo a su lgica (ni en la prueba, ni en la argu-mentacin). La narracin histrica ha eliminado la cualidad y la alteridadde las cosas en funcin del proceso que es el que le da sentido a sus apari-ciones en el texto; la descripcin tcnica y los acercamientos estructuralesno slo borran cualquier presencia material en el sentido ms lato, sino quetambin eluden el problema temporal; el acercamiento metafrico ha re-dundado, en cambio, en crtica impresionista, plagada de metforas que noson nuevas descripciones sino arbitrarias atribuciones.

    En ambos tipos de discurso se privilegia ya la forma, ya el tiempo, y esteconflicto, fundamental en las reflexiones sobre morfologa e historia, es elconflicto principal de la literatura sobre el paisaje. sta puede ponerse enrelacin ntima con los estudios histricos sobre la ciudad, que enfrentanun tipo de problemas similar. La diferencia estriba en que, en el caso delpaisaje, el orden de los problemas obliga a articular formas producidas por

    2 Esta reflexin sobre lametfora se basa en Paul RI-COEUR: La metfora viva,Buenos Aires, Megpolis, 1977,y Tiempo y narracin, Madrid,Ediciones Cristiandad, 1987.Mientras que la redescripcinmetafrica predomina en elcampo de los valores sensoria-les, pasivos, estticos y axiol-gicos, que hacen del mundo unarealidad habitable, la funcinmimtica de las narracionesse manifiesta preferentementeen el campo de la accin y desus valores temporales (Tiem-po y narracin, I, p. 35).

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    el hombre con formas naturales. stas se mueven en un tiempo cclico, sinmedida humana ni progresivo, mientras que el mundo de la ciudad se con-form a travs de una accin humana cuyos productos deban ser, si noeternos, permanentes, y se encontraban en estrecha relacin con los acon-tecimientos. Tal aparente dualidad, sin embargo, se articul en diversosmomentos histricos a travs de los mecanismos de la analoga, que es pre-cisamente el tipo de pensamiento que ocupa la gestacin de formas. El pro-blema de escribir una historia de esta articulacin entre lo natural y loartificial no radica tanto en las diferentes cualidades substanciales y tem-porales de los objetos reales abordados, sino en las formas en que su rela-cin debe plantearse. Cmo atender al placer de los sentidos, a la largaduracin en la historia, a la alteridad radical, una vez que ninguna teoray ninguna metodologa, por lo tanto ya no ofrece ningn punto de sos-tn? (Cuando aqu se atiende al discurso, debe aclararse, no es en funcinde considerar la historia slo como cuestin de formas literarias: la funcinreferencial se utiliza aqu no en el sentido ms utilizado en la disciplina lin-gstica como categora interna al lenguaje, sino como posibilidad derelacin concreta con lo externo al espritu, lo que sita lo verosmil encierta relacin con la verdad).

    No excluyo, aunque se halla en diferente plano, el problema del peso de lacoyuntura actual para evaluar la relacin entre accin humana y naturale-za que constituye el paisaje. Valores morales se encuentran de tal maneraimbricados en esta relacin que habitualmente las conclusiones de largosestudios no superan los cliss ecologistas. Cmo sustraerse al clima de lostiempos con un esfuerzo argumentativo, cuando es precisamente la argu-mentacin racional lo que se ataca?

    En el Ro de la Plata, estamos en una etapa previa a la de la discusin quehemos planteado. A pesar de los problemas metodolgicos que aparecen eneste breve estado de la cuestin, no cabe duda de que quien enfoque el temaen Estados Unidos o Europa encuentra gran parte del camino allanado,mientras que en Argentina todava es necesario explicar la particularidaddel tema, desbrozndolo de la historia de los parques o del paisajismo comodisciplina, de los enfoques operativos sobre el hbitat en general o de laconcepcin geogrfica tradicional.

    Las fuentes secundarias de que se dispone, as, constituyen por un ladoescasas monografas puntuales que apenas pueden considerarse historias, ypor el otro, trabajos especficos con objetivos distintos historia de la lite-ratura o del arte, y trabajos de historia poltica, econmica o social. Laausencia de apoyo secundario en algunos campos centrales, como la histo-ria de la tcnica, agravan la situacin de partida.

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    79Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    En qu aspectos y en qu perodos habra que hacer hincapi para evitaruna total dispersin en un rea de estudios sin tradicin particular, en laque abruman las ausencias? No me interesa aqu desarrollar los problemastericos que apenas he delineado, sino proponer, en el marco planteado, al-gunos registros necesarios para comprender la construccin material ysimblica del paisaje rioplatense, y de qu manera cada uno de ellos juegay se intersecta con los dems. La seleccin de aspectos centrales a la cons-truccin de los paisajes nacionales o regionales obedece tanto a problemasgenerales del habitar humano y de su percepcin por lo tanto: a proble-mas de larga duracin caractersticos del problema del paisaje en gene-ral como a cuestiones particulares del objeto elegido, que privilegianciertos registros y no otros, y perodos comparativamente breves que colo-can a la luz contradicciones que desaparecen en otras temporalidades. Hetomado el tema slo en los siglos XIX y XX, ya que en principio no puedehallarse una mirada paisajstica anterior sobre el territorio rioplatense, adiferencia de lo que sucedi en otros pases. La problemtica principal enel Ro de la Plata, en parte por el momento de su emergencia, articula fuer-temente en sus inicios palabra escrita, sensibilidad naturalista y significa-dos polticos; esta articulacin permanece aunque cambia su sentido atravs de estos dos siglos. Puede considerarse un primer momento de con-densacin de las figuras retricas para observar este paisaje, que coincidecon las letras romnticas; un segundo momento, entre 1860 y fin de siglo,en el que el naturalismo predominante otorga al tema una inflexin parti-cular; la renovacin de la figura paisaje se produce de la mano de una reac-cin espiritualista e introvertida que, aunque ya palpable hacia fines desiglo XIX, consolida sus formas entre 1925 y 1950, articulando naturalezay repertorio lingstico moderno. Posteriormente, el tpico del paisaje dis-minuye su eficacia, en la medida en que una de sus caractersticas definito-rias, la representacin esttica del mundo, pierde valor, aunque permanecelargamente en las convenciones sociales.

    2.

    Los investigadores del paisaje han hecho hincapi en los ltimos aos en elestudio de los orgenes de la geografa moderna, hallando un testimoniorelevante en la obra de Alexander von Humboldt (Voyages aux regionsequinoxiales du Noveau Continent, 1809-1824, y Kosmos, 1849) la que,como seala Prieto, debi impresionar como un poderoso montaje textualen el que la anotacin cientfica, la efusin esttica, la preocupacin huma-nstica podan acoplarse o desglosarse, alternativamente, de la voz delnarrador y de su cautivante relato de revelaciones y accidentes persona-les3. Humboldt innova tanto en la literatura de viajes como en las ciencias,a partir de una particular conexin discursiva entre peripecias, observaciny sentimiento de la naturaleza, y su trabajo de crtica de la vieja geogra-fa aparece en ntima relacin con la reflexin sobre el orden social, sobre

    3 Adolfo PRIETO: Los via-jeros ingleses y la emergenciade la literatura argentina,1820-1850, Sudamericana,1996.

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    la diversidad de las culturas, sobre las posibilidades de incidencia en la opi-nin pblica. Se trata, en fin, tambin de un trabajo poltico, que utiliza laseduccin esttica del paisaje que alude siempre a nuevas armonas conel mundo para refundar dominios alternativos para la burguesa pro-gresista. Con Humboldt, dice Farinelli, el paisaje pasa definitivamente deconcepto esttico a concepto cientfico clave en las ciencias de la tierra ylas ciencias naturales4. Pero, precisamente en la permanencia no explcitade su carga esttica reside su poder poltico. En esta articulacin polticaentre ciencia, esttica y tcnica descansa el paisaje en el siglo XIX, y laconstruccin del ro de la Plata en tanto paisaje no se aleja de ella.

    Para nuestras tierras, la aventura de Humboldt no interesa slo como mar-co de referencia para los estudios locales: Mary Louise Pratt habla de unaverdadera reinvencin ideolgica de Sudamrica a ambos lados del Atln-tico durante las primeras dcadas del siglo XIX, reinvencin en la que Hum-boldt posee un lugar destacado. Aunque Humboldt no recorri las regionesdel Plata, Prieto prueba convincentemente, siguiendo las huellas de Pratt,su peso en la literatura de viajes sudamericanos de entonces propor-cionando tpicos estticos extrapolados de una regin a otra para descri-bir paisajes extraos: los bosques tropicales de Cunaman se reconocen enlos bosques tucumanos, el cruce de los Andes puede describirse igual en elSur que en el Norte de Sudamrica, y, sobre todo, la pampa que recuer-da el ocano convoca imgenes de las estepas rusas o los llanos venezola-nos. La retrica del paisaje aparece ya madura cuando los escritoresromnticos locales, Sarmiento, Alberdi, Echeverra, absorban el materialno literario de los viajeros ingleses para iniciar los caminos de la litera-tura nacional.

    Existe otra particularidad en nuestras tierras, sin embargo, que no se resu-me en la apropiacin y adecuacin literaria de figuras retricas para descri-bir lo extrao: se trata de la escasa transformacin tcnica e ideolgica delmundo natural previa a este tipo de apropiaciones. La circulacin de tro-pos caracteriza tambin otras culturas: los viajeros amantes del bel paes-saggio italiano describen a travs de Virgilio, y el problema de los poetasingleses es el de anglizar un repertorio heredado. Pero antes de que la mira-da romntica unificara alma y paisaje, la tradicin del jardn haba irrumpi-do en el espacio por fuera de sus muros: la tecnologa orientada a la utilidady la belleza transform substancialmente aquellos espacios que luego fuerondescriptos y admirados paisajsticamente. Transformaciones territoriales yrepresentaciones con base sustancial, en ambos ejemplos, en la pinturatanto como en la poesa aparecen entretejidas de manera simultnea, enun dilogo permanente, en el viejo mundo. No es este el caso de los EstadosUnidos, una referencia ms cercana a las experiencias locales. Pero aqu noexiste nada similar a la pasin por el jardn ednico, traducida en el culto ala pura naturaleza, que llev en el norte a constituir tan tempranamente las

    4 Franco FARINELLI:LArguzia del paessaggio,Casabella 575-76, enero-fe-brero, 1991.

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    primeras reservas, como la de Yosemite, con total prescindencia delhombre. Tampoco la contracara de esta ideologa pastoral llevada al extre-mo: la alteracin radical de una naturaleza considerada como cada delhombre en la tradicin del trabajo puritano.

    En este primer momento de construccin local de la forma de los paisajesno hay pastoral: los proyectos tcnicos se articulan con una versin quecruza tpicos naturalista e ilustrados con el mismo horizonte de progreso.La poltica constituye el comn denominador.

    No se advierte, desde el punto de vista de la organizacin territorial y desu percepcin, un quiebre claro entre la versin ilustrada y los enfoquesnaturalistas posteriores a la organizacin nacional. La ilustracin rivada-viana, en materia de observar la organizacin territorial, aparece comoescandida, artificial y utpica, aspectos que, ciertamente, ya haban sidocriticados por la generacin posterior. Pero muchos motivos (la naturalezahiginica y purificadora, la tcnica como avanzada del progreso, el am-biente como aspecto determinante en el carcter de los pueblos) continancon diversas inflexiones. La centralidad de la cuestin poltica tie todoslos registros hasta la unificacin definitiva del territorio nacional. Estacercana de diversos registros, su mismo horizonte pragmtico, explica enparte la persistencia de los proyectos territoriales rivadavianos despus dela organizacin nacional, y la primaca del ensayo literario-poltico cuyasfiguraciones no se alejan tanto del ideal ilustrado.

    Vista de la Puna.

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    Es lgico: la burguesa ilustrada hizo de la naturaleza su bastin, en contrade la artificialidad absolutista, y esto se condens en la figura paisaje. El

    paisaje, para Sarmiento como para Humboldt,es el recurso lingstico que asegura la unidady la continuidad, as como presenta temas abs-tractos como el del gobierno adecuado de ma-nera persuasiva. No existe aqu nada semejanteal regodeo en el Edn virgen antes de 1970. Latransformacin tcnica se daba por desconta-da: lo que se discute con la mirada ilustrada noes ni la centralidad de la naturaleza ni la inter-vencin sobre ella. Lo que se discute es desegundo grado: cmo intervenir, cmo conocer,cmo representar. Recordemos, por ejemplo,las clsicas relaciones planteadas en la litera-tura poltica entre ambiente y sociedad; ellasaparecen tanto en las discusiones del Congreso

    de 1816 como en el Facundo de Sarmiento, casi treinta aos despus. Qutipo de gobierno conviene a las llanuras, cul a las montaas y cul a lascostas, el tema desarrollado por Montesquieu en El espritu de las Leyes,no reduce su vigencia con los cambios, en otros aspectos ostensibles, de laciencia, de la tcnica, de la cultura y del arte. Finalmente, la cuestin deltipo de gobierno se consolid tardamente en el Plata, y la inflexin posi-tivista no hizo ms que acentuar el determinismo del medio que ya estabapresente en Montesquieu.

    La pura imagen (la elocuencia de la pintura), slo aparece aqu mediada,y su definicin es posterior al momento de emergencia del mundo localcomo paisaje. En los viajeros ingleses cuyo material es fundamental paracomprender esta historia, la figuracin plstica, en el caso de existir, eraslo un apndice del relato en donde se jugaba la descripcin literaria comoprincipal. Slo producciones de excepcin, como la de Vidal, ofrecen unequilibrio entre texto e ilustracin. (Finalmente: tampoco en Humboldt sedestaca la ilustracin grfica. Los grabados de los nuevos lugares semejanjardines; su novedad parece poco destacable en comparacin con la seduc-cin de sus textos. Tal vez, que an entonces la palabra fuera el vehculo detransmisin principal de la novedad, redunda en consecuencias permanen-tes hasta hoy en el nuevo mundo.) Esto marca una diferencia importan-te con la tradicin europea. Dentro de la iconografa uruguaya y argentina,tambin se destacan algunos pintores topogrficos, como Pellegrini: su for-macin de ingeniero vuelve a acercar las ilustraciones a otros objetivos. Sipensamos que en Italia el paisaje fue procesado por Claude o Rosa; o queen Inglaterra los acuarelistas no slo funcionaban como cmaras fotogr-ficas, sino que fueron una de las fuentes ciertas de transformacin radicalde la pintura baste con citar a Turner, la debilidad local es incontes-table. Blanes, de lejos el mejor intrprete del paisaje pampeano (es l

    Juan Manuel Blanes, Entre dosluces. S/f. leo sobre tela, 81 x100. Coleccin privada, Monte-video, Uruguay.

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    quien, desde mediados del XIX, fija laforma plstica de absorber la soledad delas pampas, reunindola con el tipo clsi-co de gaucho) no se aparta de la tradicinacadmica que haba absorbido en Flo-rencia.

    Cmo opera esta articulacin fuerteentre palabra, poltica y tecnologa en laconfiguracin de paisajes concretos y enlas representaciones sociales? La pregun-ta implica sumergirse en matices: qupalabra, qu tecnologa, qu aspiracionesde sntesis armnica. En las fuentes se-cundarias locales, siguiendo en gran me-dida esta tradicin, el aspecto ms estudiado es el literario. De Vias aPrieto, son los textos sobre literatura los que poseen ms sugerencias paralos historiadores del paisaje. El problema es que mientras literatura y pol-tica conforman ya, al menos, un ensamble verosmil, la articulacin con latcnica abordada como cultura: proyectos, representaciones, realizacio-nes queda obliterada: o aparece como contexto genrico, o simplementese omite. La tcnica suele considerarse como impertinente para anlisisartsticos o literarios, o, viceversa, omnipresente, con lo cual escapa a lamirada relativa de la cultura. La transformacin tcnica del territorio enpocas rivadavianas es sin embargo clave: y no es neutra ni se deriva slode clculos exactos. Se mueve, como otras acciones humanas, tambin enel plano de las ideas. La importancia de la representacin tcnica delmundo (el mapa, el catastro, la perspectiva eliminada de las representacio-nes geogrficas pero consustancial a ellas, etc.) ha sido suficientementeremarcada para evitar redundancias en este texto: lo cierto es que articula-ciones como dominio territorial en nuestros pases, tan directamenterelacionados con objetivos militares, tcnicas de representacin e inge-niera civil permanecen an casi sin estudiar. No es menor, tampoco, la ins-piracin fisiocrtica cuyo centro estaba en el aprovechamiento delcampo en la mirada paisajstica.

    El tema de las formas de habitar en relacin al paisaje y al gobiernoadquiere un giro decisivo con el peso de las ciencias positivas en la segun-da mitad del siglo: no desaparece la articulacin planteada sino que ad-quiere notas nuevas. Es conocido el peso del naturalismo (palabra queutilizamos con preferencia a la ms estricta y filosfica de positivismo) enel ro de la Plata, y su orientacin pragmtica, por lo que este conjuntoideolgico ha sido calificado como positivismo de accin. Por cierto, elinters en la naturaleza real no era novedoso, y muchos autores colocan la

    Johan Moritz Rugendas, Elrapto (1845). leo sobre tela,80 x 100. Coleccin HoracioPorcel, Buenos Aires.

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    emergencia de la mirada paisajstica en paralelo con la emergencia de unafilosofa natural en el siglo XVII. Pero el quiebre de las teoras fijistas enfuncin de las articulaciones biologistas y evolucionistas, y los cambios dementalidad del mismo perodo que colocan el yo en primer plano, dandolugar a una visin del mundo que intenta escapar a las normas y a lanueva abstraccin cientfica para intentar una reverberacin directaentre el mundo y el alma, aparecen como temas centrales desde fines delXVIII. Qu implica esto en la visin sobre la naturaleza y, por consecuen-cia, en el paisaje? El lenguaje de transformacin de los espacios abiertosjardines, luego parques siempre invoc una mmesis con el movimien-to natural: pero cuando ste deja de articular signo y smbolo, cuando elmundo de la naturaleza se propone ntegro como paradigma de armona, lammesis posee entonces otro objeto: no la armnica relacin de proporciny nmero, sino lo que poco antes haba sido identificado como caos. Lasleyes de este caos debern ser distintas: an hoy se trata de perseguirlas, yno era distinta la inflexin que planteaba Goethe en su morfologa. No seopona a las leyes, sino a la mecnica de Newton extendida a todos los pro-cesos: a la disociacin, a la separacin y al anlisis. El acercamiento arts-tico produjo la ilusin de continuidad, la metfora adecuada para que lacontinuidad del mundo pudiera emerger. En el Ro de la Plata, el verosmilde lo orgnico slo pudo abordarse densamente en la literatura parala poesa, para la pintura, para la arquitectura, habr que esperar la irrup-cin de los nuevos lenguajes de la vanguardia.

    El problema de la continuidad fue decididamente tomado en las tecnolo-gas, con determinadas caractersticas. Aunque esto ya ha sido suficiente-mente remarcado, no existen en nuestro pas estudios en los cuales losmatices del naturalismo (el vasto abanico que puede englobar a Darwin oa Lamarck, al positivismo y a los vagos restos del saint-simonismo) se enla-cen con la constitucin formal de campos disciplinares que se constituyenen paradigmas de estos enfoques (ingeniera, medicina, paleontologa), conla construccin de una burocracia tcnica ampliamente dominada por algu-na de ellas, en cuyas manos estn los instrumentos concretos de transfor-macin del territorio y con las consecuencias de esta trama en la formaterritorial, que a su vez no se reduce directamente a estos presupuestos.Entre 1850 y 1890, es esta trama la que pesa de manera fundamental enlos espacios fsicos que genricamente podemos denominar paisajes.

    Tomemos el caso de la articulacin entre ciencias naturales y prctica inge-nieril. No es la ciencia especulativa la que prim en este mundo. Cuando sefunda la Sociedad Cientfica Argentina, poco de cientfico tiene: la especu-lacin o la ciencia bsica no tienen lugar. La ciencia implica aplicacionesprcticas en las artes, industrias y necesidades de la vida social, y porello los ingenieros estn llamados a tener un papel central en la asociacin.La Universidad de Buenos Aires, a pesar de las intenciones originales de

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    85Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    Gutirrez, se transforma en una usina de profesiones, no de investigacintradicin que an se mantiene. Por dos profesiones medicina e inge-niera pasan las decisiones territoriales concretas. Sobre la historia dela medicina, del higienismo y de las disciplinas concomitantes la qumi-ca, la biologa podemos encontrar cierta literatura secundaria para apo-yar los estudios sobre conformacin del paisaje, aunque ellos son de calidadmuy diversa. El peso de las disciplinas ligadas a la higiene sobre la cons-truccin del espacio ha sido largamente sealado, pero se trata en generalde afirmaciones laxas. Por ejemplo, no existen trabajos que analicen lasdiferencias y persistencias de la mirada higinica ilustrada y la emergen-cia de una sensibilidad distinta hacia el problema, despus, de la organiza-cin nacional. El campo mdico, que en 1860 constitua prcticamente elnico sector profesional con autoridad cientfica para opinar sobre lasmodificaciones territoriales, va perdiendo parte de su hegemona haciafines de siglo, cuando la resolucin tcnica concreta de los problemas sani-tarios del territorio coloca a otras profesiones, principalmente la ingenie-ra, en un lugar clave en la conformacin de la estructura burocrtica delestado. Para 1880 la ingeniera local, con sus primeros egresados de laUBA [Universidad de Buenos Aires], retoma cierta centralidad de la quecareca desde los balbuceos rivadavianos. Pero de qu tipo de ingenierosse trata, que instrumentos de intervencin conocan, qu mirada sobre elespacio proponan? Sobre la historia de la ingeniera, contamos slo conrecopilaciones de datos que a duras penas pueden llamarse historia, demanera que sobre el tema apenas pueden proponerse hiptesis. Anlisis deciertas personalidades de gran influencia como paradigma de lo que un in-geniero argentino debiera ser, como el caso de Huergo, pueden arrojar luzsobre la sensibilidad tcnica de este perodo. Huergo escribe indistinta-mente sobre puertos, canales, pavimentos y puentes, pero tambin sobregeologa, sobre economa, sobre cuestiones polticas y econmicas, sobre elfuncionamiento del cuerpo humano, basndose en las analogas orgnicasque el propio naturalismo propona. Una idea que podramos llamar ecol-gica de interrelacin sin saltos de las diversas esferas del mundo, compar-tida en el momento, permite estas traslaciones. La indefinicin de loslmites profesionales, y la actitud universalista de los personajes ms desta-cados, se pierde rpidamente por las necesidades especificas de orientacio-nes diversas dentro de la burocracia estatal; el ingeniero no llega nunca aocupar plenamente el lugar del mdico en el imaginario social rioplatensetal como lo ha descripto Barrn aunque mantiene el monopolio de latecnologa5.

    Otras disciplinas articuladas con el naturalismo imperante marcaron a sumodo la mirada sobre el territorio rioplatense. El entusiasmo paleontolgi-co de la dcada de 1870 concita a legos y profanos; en cierta forma, Ame-ghino es producto de este clima de ideas. Recordemos, nuevamente, el pesode Ameghino en la Sociedad Cientfica Argentina y la estrecha interrelacin

    5 Jos P. BARRN: Podermdico y sociedad en el uru-guay del novecientos, Edicio-nes de la Banda oriental,1995.

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    en el campo cientfico-tcnico su fundador, Ze-ballos, resulta un ejemplo caracterstico: habacursado estudios de ciencias exactas, de derecho,y pas a la historia local como historiador, etngra-fo y gegrafo. La orientacin eminentementeprctica de las ciencias, que hace que Ameghinoopine de cuestiones tales como las inundacionesde la provincia de Buenos Aires, aparece matiza-da: Ameghino tambin opina sobre el Cosmos.

    El particular naturalismo rioplatense ha creado,adems de una metodologa prctica, un imagi-nario esttico cuyas consecuencias recin puedenmedirse en el recodo del centenario. La emer-gencia de un mundo antiguo ms antiguo queel clsico que an poda verse y tocarse, cau-tiv a nativos y extranjeros. Los resultadosprcticos o especulativos de la ciencia argentinaa veces emergen en competencias totalmentedistintas.

    Cunto deben nuestros paisajes a esta particu-lar inflexin de las ciencias, a esta centralidadde la tcnica que sin embargo constitua uncampo dbil o al menos un campo en el que nose confiaba del todo las principales obras deinfraestructura fueron contratadas a ingenierosextranjeros, expertos en obras coloniales?Cmo se articula la dbil pero persistente tra-dicin de la ingeniera ilustrada con la natura-lizacin de la tecnologa que proponen loshombres de la segunda mitad del siglo, en

    abierta discusin con sus antecesores? La transformacin de la costabonaerense o uruguaya no puede comprenderse sin abordar estos temas: lasformas de los puertos, por ejemplo, aluden a enfoques especficos de rela-ciones tales como naturaleza y ciudad que no necesariamente aparecenexplicitados en las memorias descriptivas. La forma misma de las costashabla en el contexto de la hegemona naturalista6. La oposicin al puertode Buenos Aires, el puerto Madero, se desarroll en el campo de la ingenie-ra en base a los argumentos de artificialidad. Ella iba de la mano con lafalta supuesta de conocimiento del lugar de ingenieros extranjeros. Sinembargo, no diramos hoy que Huergo proyect un puerto natural: nopodra haberlo hecho, ya que en el Ro de la Plata slo Montevideo conta-ba con las condiciones para un puerto natural. En cambio, las costas por-teas fueron tratadas muy modernamente por Huergo: es la serie, y no la

    6 Cf. Jorge LIERNUR yGraciela SILVESTRI: El um-bral de la metrpolis, Sudame-ricana, Buenos Aires, 1993.

    Benito Quinquela Martn, Eleva-dores a pleno sol. leo sobre tela,200 x 164, Museo Nacional deBellas Artes.

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    87Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    forma, la que interesa en su proyecto. Una serie repetida de muelles, quese anclan en el motivo arcaico del muelle, adaptado a las caractersticasque la ciencia haba puesto de relieve para el movimiento del ro. El natu-ralismo porteo en materia tecnolgica une lo ms antiguo con lo msmoderno, lo orgnico con las funciones comerciales y econmicas. Noatiende en absoluto, en cambio, al aspecto esttico ni al desarrollo de cues-tiones como la cultura urbana, que en antecedentes como los de Pellegrinien el que se basa el proyecto Madero aparecan centrales: la armona,que era el punto decisivo para la apreciacin esttica clsica, es canceladaen una instancia directa. Sin embargo, aparece una visin esttica siempreque observamos una accin tcnica, aunque ms no sea a travs de conven-ciones que la ausencia de reflexin slo hace perdurar indefinidamente.

    3.

    La revista Sur, en su primer nmero del verano de 1931, se propone estu-diar los problemas que nos conciernen, de modo vital, a los americanos.Este objetivo adquiere un sentido preciso en la abundancia de artculos enlos que el espacio fsico y sus caractersticas resultan la llave de acceso alos secretos de una sociedad distinta o propia. Repasemos: La selva, deWaldo Frank; los casamientos de sangre y lugar de Drieu La Rochelle;las notas de un diario de viaje de Jules Supervielle; y, sobre todo, las ilus-traciones que abren la serie: cuatro fotografas de paisajes argentinos (lapampa como un ocano un paisaje andino, las cataratas del Iguaz ytierra del Fuego), ilustraciones que hoy resultaran ingenuas por lo obvias,pero que buscan resumir, de un slo golpe de vista, este sur. Las ilustracio-nes del segundo nmero no son menos elocuentes: son paralelos entre for-mas arquitectnicas y tcnicas y formas naturales: una viruta de acero y eltallo de un zapallo, un engranaje y la seccin de una raz, una pagoda y laampliacin de una planta invernal.

    Los motivos que renen naturaleza y progreso moderno, o paisaje y desti-no de cada pueblo permanecen desde el siglo XIX, como tambin las figurasretricas para identificar tal o cual lugar.

    Pero hacia mediados de los veinte, nuevos paisajes ingresan al repertoriotpico (la Boca del Riachuelo o el barrio borgiano son algunas de estasconstrucciones) y, en las huellas de una dbil iconografa pictrica, la foto-grafa y el cine difunden como nunca antes las perspectivas caractersticasde los lugares seleccionados como paisajes.

    No se trata slo de novedad de tcnicas de representacin o de ampliacinen el repertorio de figuraciones. El sentido que la articulacin entre tcni-ca, naturaleza y belleza destila en los paisajes ya es distinto en un nuevomarco social y cultural. Las nuevas tcnicas de la representacin visiva no

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    pueden separarse de las nuevas formas de difusin en una sociedad de ma-sas. Los paisajes de la patria, cada vez ms, no slo estarn disponiblesen estampas escolares o para grupos de elegidos; la extensin desde losaos treinta de las vacaciones, el viaje turstico o la casa de fin de sema-na, en sectores medios y medios-altos, redunda definidamente en la mismatransformacin de los lugares paisajsticos. Por otro lado, la articulacintcnica-naturaleza hallar una expresin nueva en las figuraciones de laincipiente vanguardia local.

    Algunos ejemplos pueden poner de relieve las caractersticas de esta nuevaconstelacin. De 1934 data la creacin de la Administracin de ParquesNacionales, aunque las primeras reservas comienzan a funcionar a princi-pios de siglo. Su objetivo enlaza los dos motivos caractersticos de las pr-ximas tres dcadas: mantener intactos los tesoros naturales de las regionesms bellas del pas, y ofrecerlas, luego de su debida preparacin, como cen-tros mundiales de turismo7. Este nuevo apogeo de la fruicin paisajsticase articula tambin con la modernizacin de la infraestructura vial, quedesplaza el ferrocarril por las carreteras: la accin del Automvil Club escaracterstica de la agregacin progreso-belleza natural-turismo que porentonces se consolida, y que contina hasta la dcada de 19608. El mayorinters lo posee, precisamente, el tipo de construccin que representa estaagregacin: se trata de una construccin que sigue el repertorio moderno,pero que no se aleja de una idea acadmica de caracterizacin. Las cons-trucciones del ocio sern de piedra en Mar del Plata o Bariloche, conser-vando ciertos recursos de lo pintoresco; y, en cambio, agresivamentemodernas, blancas y puras, tanto en la ciudad como en el campo llano aunque la dimensin y los materiales tambin establecen entre ellas una dis-tincin. Las costas hallan frecuentemente un distintivo a la vez moderno yanalgico en la arquitectura nutica.

    Ya hacia fines de siglo pasado se haba producido un quiebre en las formasde interpretar el sentido de los paisajes, en la medida en que la confianzaen una transformacin progresiva tambin haba cesado. Las miradas sevuelven sobre la resistencia de los caracteres de los lugares, que implica-ran un destino determinado, ms que sobre figuraciones futuras que trans-formaran estos datos de partida como fue, sin ir ms lejos, el parque dePalermo. Las discusiones sobre el sitio de la primera Buenos Aires, porejemplo, en el perodo que va del primer Centenario de la Repblica, en1910, al cuarto Centenario de la fundacin en 1936, trabajan con la ideadel genius loci (unidad de acontecimiento y signo, unidad fundacional quearticula tierra y espritu, y determina los destinos de los pueblos): es lalnea de Fustel de Coulanges, que bien puede responder como modelo denarraciones sociolgico-histricas, como en el caso de la famosa CiudadIndiana de Juan Agustn Garca, o modelo de los entusiastas discursos deLevene en sus charlas de 1936, o de la inflamada retrica de Marechal. El

    7 Memorias de la Adminis-tracin de Parques Nacionalescorrespondientes al ao 1938,citado por Ramn GUTI-RREZ y Sonia BERJMAN: Laarquitectura de los parquesnacionales, Instituto Argen-tino de Investigaciones de His-toria de la Arquitectura y elUrbanismo, Bs. Aires, 1988.

    8 Adrin GORELIK: Laarquitectura argentina con-densada: Antonio Ubaldo Vi-lar, 1887-1966, Cuadernosde Historia N 6, Instituto deArte Americano, FADU-UBA,Buenos Aires, 1996.

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    89Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    acento, as, se desplaza del viejo tema que articu-la ambiente y poltica al ms novedoso, romntico-determinista, de ambiente como marca original ydestino futuro.

    La inflexin metafsica, cuyas caractersticas enla literatura estudi Vias en la opcin de Giral-des (el rechazo de Pars, la ciudad de las luces y lacorrupcin, la calma purificadora de la geografapampeana), contina largamente en las letras delas dcadas siguientes. Pero hacia 1920 an nohaba hallado una figuracin novedosa, y muchomenos una opcin arquitectnica, en donde la re-lacin arquitectura-naturaleza propia pudiera re-velarse. La novedad en las dcadas entre 1930 y1950 consiste en que se trata de esos raros mo-mentos en que operaciones de naturaleza diversatcnicas y estticas en este caso parecen en-garzarse en figuras icnicas. Por cierto, no se tratade agregaciones necesariamente unitarias o cohe-rentes. El paisaje cordobs, por ejemplo, queda de-finitivamente ligado a la irrupcin de tcnicasimpresionistas, rpidamente absorbidas por la Aca-demia como pintura de gnero; la boca del Ria-chuelo evoca el seudo-expresionismo de Quinquela;y no es la pintura, sino la fotografa, la que seacerca a la severidad y despojo formal propuestopor la vanguardia arquitectnica local (que recusafrancamente cualquier disolucin) para paisajesurbanos modernos, para la sublimidad del ro de la Plata o la metafsicade la Pampa. No es un problema entonces de sucesin de tiempos en vincu-lacin a estilos, sino de deliberadas elecciones por lugar. Probable-mente por esta ductilidad dentro de un horizonte comn de celebracinpaisajstica, los paisajes que se asentaron continan convocando hoy valo-res vastamente compartidos socialmente como entonces.

    4.

    Hasta aqu he tratado las coordenadas generales, los temas y los perodosaproximados en los que el tema del paisaje reviste un inters particular. Megustara ahora plantear un camino inverso: partir de un elemento de alto va-lor simblico en los ensambles que llamamos paisajes, el rbol, para ponerde relieve los caminos oblicuos y los tiempos diversos que convoca una com-prensin histrica de su papel en una cultura determinada y las maneras enque su particularidad como elemento puede ser restituida y no perdida en

    Juan di Sanzo, Tropilla criolla,1935.

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    la trama histrica. El inters en el rbol proviene tanto de cuestiones gene-rales, que ataen a los paisajes modernos y de las que, por lo tanto, nopuede desvincularse la experiencia local, como de su lugar diferenciado enla construccin de las costas rioplatenses en tanto paisajes. En el primersentido, coloca un problema anteriormente esbozado: se trata de una formanatural, hasta cierto punto independiente de la accin humana, que adquie-re un prestigio particular en la modernidad. Para la problemtica del pai-saje costero rioplatense, la radical diferencia de opcin en ambas orillas elPlata, la argentina y la uruguaya, encuentra en el tema del rbol su puntocaracterstico.

    Los rboles siempre poseyeron una significacin inmediata de proteccin yde fortaleza basta recordar las analogas con la columna clsica o con lacabaa primitiva nacida del entrelazarse de las ramas, aunque la reu-nin de rboles en montes, bosques o selvas no se asoci con la idea de pro-teccin sino con la de caos, con lo otro de la ciudad. Pero el jardn medievalno era jardn de rboles frondosos, sino, a lo sumo, de frutales pequeos, yms frecuentemente de alfombras de flores. Durante el Renacimiento yhasta el siglo XVII, el rbol apareca en filas ordenadas, o podado o dirigi-do en su crecimiento, o se mantena salvaje en un exterior al jardn pro-piamente dicho, creando un contrapunto particular entre caos y orden.

    Es el avance de la sensibilidad de lo pintoresco, bajo los modelos pictri-cos de Claude, de Poussin, de Rosa, el que hace que lo salvaje e informe,sin signos artificiales, ocupe un lugar de privilegio. Salvaje proyectado, porcierto: naturaleza compuesta. En el jardn pintoresco, el jardinero debehacer hablar a los objetos naturales; careciendo de dominio sobre las cir-cunstancias (la luz, la lluvia, las nubes, las estaciones del ao), posee en elrbol el material fundamental para otorgar carcter al jardn. Comparadosu lugar en el reino vegetal con el del hombre en el reino animal, el rbolhabla con su carcter masculino, cuando es frondoso y de corteza ruda;femenino, si es flexible o florido; majestuoso o noble con su gran copa, etc.La moda de plantar rboles, signo de buen gusto, distincin social y de pa-triotismo en la Inglaterra de fines del XVIII, repobl y rearm los bosquesde una isla que ya en los tiempos romanos eran escasos y poco frondosos.

    Los valores que leemos en el rbol y en su forma estn por lo tanto vincu-lados genricamente tanto con viejsimos valores de utilidad-proteccin,como con la emergencia del paisaje moderno en la Inglaterra de hace dossiglos. Los caracteres atribuidos a l devienen de las analogas clsicas, pe-ro se refunden en la variedad de especies de belleza con que los tratadistasdel siglo XVIII trataban de comprender psicolgicamente el problema est-tico, cuyos principios se desarmaban ante sus ojos. La idea inglesa de ca-rcter o, en las ms precisas palabras de Cozens, de belleza compuesta(opuesta a la belleza simple: la de la forma clsica) resulta fundamental en

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    la jardinera y la arquitectura de los siglos XVIII y principios del XIX, y per-manece en sordina, como convencin genrica sin los matices de entonces,hasta nuestros das.

    En esta perspectiva, y utilizando slo el motivo del rbol, es posible llegarms a fondo en la interpretacin de los cliss sobre el paisaje pampeano engeneral, y del tema de las costas en particular. Volvamos a la fotografa de1931 en la revista Sur: la pampa vaca y extendida como el ocano, yslo dos motivos simtricos: dos ombes. Los recuerdos del famoso escritory naturalista William Hudson, aunque insisten en las metforas clsicas,dejan una impresin levemente diferente de estas tierras, ms adecuada auna percepcin directa y cercana. Los rboles de Hudson aparecen reunidosen montes; los montes, variados en multitud de rboles. El rbol que serepite con ms insistencia es el lamo de la Lombarda, y no el omb. Mira-dos de cerca, los pastizales y los cardos pueden superar la altura de unhombre; una variedad realmente pintoresca de insectos, batracios, serpien-tes y pjaros desmiente la monotona del tpico. La diferencia no est tantoen el objeto, el paisaje en s, cuyo anlogo registra la fotografa de 1931,sino en la perspectiva cercana o lejana. Una visin sublime de las pampasrequiere un perspectiva lejana. Requiere, tambin, grandes dimensionesque no pueden disolverse en ancdotas: por lo tanto, trazos gruesos y defi-nidos. Para cualquier habitante de la ciudad, que disfruta la llanura sloestticamente y sin visitarla, la imagen reducida a un cielo, un llano infinitoy un omb resulta ms adecuada en su sntesis que la explosin de colores,olores y sabores de Hudson. En la foto de 1931, los dos ombes se colocansimtricamente, con lo que la monotona se revela como valor: la construc-cin sublime suele ser simtrica para aludir a la grandeza, a la solemnidad,a la sustancialidad. Por ltimo, de todos los rboles posibles que poblabanla campia bonaerense en pocas de Hudson pocas que para el mismoHudson, pero tambin para vanguardias y contravanguardias argentinas,apareca como la edad de oro definitivamente perdida, armnica, sencilla,natural, antes del avance de la inmigracin la eleccin recae en elomb: su carcter, de acuerdo con la tradicin arbrea clsica, es definiti-vamente masculino, y por aadidura salvaje y extico una hierba-rbol.La mata de cina cina o de loe, el cardo caracterstico, no alcanzaban arepresentar los valores viriles y simples de tal pasado en tanto no llega-ban a la categora de rboles; el lamo de la Lombarda no era local, aun-que s mucho ms extendido, y por distintas razones ni el sauce colorado,la acacia negra, el rbol del cielo, ni los frutales de los montes con su sabordomstico, parecan cubrir las necesidades de un paisaje que requera sloun protagonista para no desdecir su sublime unidad.

    El campo bonaerense cambi desde las vivencias de Hudson, aunque semantuvo en gran parte porque su realidad lo sigue convocando el clisdel campo chato como un mar. No hemos entrado en este registro, el de

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    las transformaciones agronmicas, aunque sin duda resultan centrales enla historia de estos paisajes. Un viaje areo desde Buenos Aires a Crdobanos permitira observar, por ejemplo, la diversidad de la divisin de la tie-rra y el tipo de parcelamiento de los cultivos en tres provincias, BuenosAires, Santa F y Crdoba; esta divisin redunda en otra estructura estti-ca para cada paisaje9. Los colores y texturas de los diferentes tipos de cul-tivo, el tipo de divisin (vegetal o artificial) entre los campos, el destino depastoreo o cultivo, etc., construyeron paisajes reales muy diversos entre s.Pero la variedad real no desplaz al clis, revivido por las vanguardias ensu mirada hacia lo arcaico.

    Las transformaciones de cada espacio rural, adems, no reducen la resis-tencia que la misma configuracin natural propone. As, la atribucin decaracteres estticos o tipos de belleza suele partir de estas condicionesnaturales (muchas veces reconstruidas idealmente) que determinan en par-te las transformaciones. Resulta interesante, por ejemplo, la manera en quela naturaleza uruguaya fue presentada a partir de sus muy leves diferen-cias con los territorios vecinos. Sin montaas salientes pero con ondula-ciones marcadas, sin dimensiones de playa o pampa montonas e infinitas,sino acotadas por el mismo movimiento ondulante del terreno, con unavegetacin contrastante con la exuberancia brasilea, permiti obtener unpartido esttico y poltico de esta imagen tan pobre como la argentina. Unconocido gegrafo uruguayo contemporneo, Daniel Vidart, describe el pai-saje en estos trminos: el relieve manso, femenino, indiferenciado, poseegracia, no avasalla el espritu de los hombres con moles infranqueables, nosepara al pas en compartimentos estancos, no aburre como el agrio billarde la pampa ni asfixia como el techo ventoso de la puna10. Vidart resumeas la retrica de la mediocritas, entendida en sentido esttico. Y es lamediocritas del paisaje, cualificada como gracia, la que se adapta mejor alos caracteres que la Ilustracin fij en el ambiente para la construccinpoltica de las naciones republicanas y democrticas la gracia es la est-tica del parque reformador decimonnico.

    Volvamos, entonces, al rbol, en el contraste que ofrece por un lado la pampaespejada en el ro inmenso y tan montono y chato como ella; por otro, lasrecortadas costas uruguayas que responden sin esfuerzo a la esttica de lagracia. En ambos pases, como se ha comentado, desde las ltimas dcadasdel siglo pasado hasta avanzado ste, la higiene constituy un factor decisivoen las transformaciones territoriales. Pero, precisamente, partiendo de estasensibilidad higinica sin duda comparable, las acciones de transformacinterritorial fueron absolutamente diversas. En Uruguay, desde principios desiglo la forestacin extensiva de las costas constituy un factor central, vin-culado a la vieja idea de que el verde modificaba decididamente las condicioneshiginicas de un lugar. La forestacin est vinculada, tambin, a la fijacinde una forma estable en lugares ambiguos (en este caso, a la fijacin de las

    9 Un modelo paradigmti-co para la articulacin de mi-radas estticas y miradastcnicas orientadas a la nece-sidad del cultivo puede obser-varse en SERENI: Storia delpaessaggio agrario italiano,Bari, Biblioteca UniversaleLaterza, 1993.

    10 VIDART, D.: El paisajeuruguayo, Montevideo, Alfa,1953.

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    dunas mviles). Pero no se hubiera necesitado una vegetacin arbrea. Elverde de la costa uruguaya fue un verde predominantemente arbreo. Aun-que en manos privadas, los loteos costeros de la costa uruguaya siempreestaban precedidos de forestaciones. Lo privado no posey slo motivos deespeculacin econmica; en muchos casos, estas asociaciones privadas seiniciaron con motivos ideolgicos determinados. Atlntida, el balnearioms conocido en las dcadas el cuarenta y cincuenta, tuvo en su origen ungrupo de mdicos decididos a construir un paisaje higinico cerca de la ciu-dad; La Floresta es la contrapartida catlica de balneario familiar, perose inicia con los mismos presupuestos de forestacin intensiva; Piripolis,el emprendimiento de Piria, el principal promotor inmobiliario de la Mon-tevideo de principios de siglo, halla en las utopas seudoanarquistas de sucreador gran parte de su fundamentacin: tambin aqu pinos y eucaliptosconstituyen bosques amables antes del loteo.

    Mientras que la costa uruguaya observa una lnea continua de forestacinhasta por lo menos Punta de Este, la orilla argentina alterna vegetacinnatural en la franja apenas transformada del bosque marginal que al-canza desde la periferia de Buenos Aires hasta Punta Lara o transforma-ciones antrpicas decididas y con un carcter particular, como el Tigre (queas se constituy como paisaje diferenciado). La relacin de la vegetacincon el ro en la Argentina no es diferente si, siguiendo la costa, llegamos al

    Vista de un sector de BuenosAires.

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    mar. Las urbanizaciones, a diferencia dela costa uruguaya y con pocas excepcio-nes, no se iniciaron con forestaciones in-tensivas. Estas diferencias no se puedenatribuir slo a las condiciones naturales,ni existe una cultura tan contrastante, nimodos de gestin tan diversos como paraexplicar estas diferencias.

    Es la forma de ver, ms precisamente: esla forma de interpretar los elementos pre-existentes la que llev a estos diversostipos de accin?

    En la dcada del cuarenta, un arquitecto cataln, Antoni Bonet, trabaja enambas costas con presupuestos diferentes, aunque con el mismo ideario devanguardia. Dos intervenciones permiten aclarar las formas en las que elcarcter de cada lugar elaborado culturalmente durante aos, pesa paradefinir las particularidades de cada proyecto: la urbanizacin de PuntaBallena en Uruguay, cercana a Punta del Este (1947), y el proyecto delBajo Belgrano, en Buenos Aires (1948). En ambos casos, se trata de pro-yectos costeros que asoman al mismo ro: un ro que es ro en Buenos Aires,pero mar en Uruguay. No voy a detallar otros factores que hacen la diferen-cia entre ambos proyectos, como el destino programtico, o, en el caso delde Buenos Aires, su insercin en un plan urbano mayor, sino que voy ahacer hincapi en las maneras en que la forestacin previa determinan unrepertorio particular.

    El Bajo Belgrano era una zona disponible de la ciudad, vaca. Los proyec-tistas, interesados sobre todo en presentar el proyecto como emblema delplan general, proponen una relacin entre arquitectura y naturaleza que seexpresa perfectamente en el ttulo de un documental flmico realizado adhoc: Buenos Aires desde el ro. El ro, o ms precisamente, la recuperacindel ro, es el signo que remite aqu a la recuperacin de una relacin org-nica entre arquitectura y naturaleza. El repertorio lingstico de las vivien-das bloques en altura que liberan el suelo no alude, ni tamizado, aningn pintoresquismo. Y no slo porque se trata de un programa urbano dehabitacin y no turstico, sino porque los cliss sobre el ro y sobre la pampaconvocan otro repertorio. Las perspectivas desde la que el habitante se re-laciona con el ro son panoramas desde la altura: lo sublime se aprecia siem-pre desde una cierta distancia fsica y esttica. La costa es trabajadacomo un parque costanero, separada por una va rpida del conjunto de vi-viendas. Los rboles se disponen tambin como en un parque: pequeasagrupaciones que otorgan la mnima variedad para que la monotona no seconvierta de sublime en aburrida, para que la habitacin cotidiana goce de

    Antoni Bonet, Plan de Urbaniza-cin de Punta Ballenas, 1945.Equipamiento.

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    95Una hiptesis de registros y periodizaciones en el paisaje rioplatense

    la sombra imprescindible, del descanso ocasional. Una perspectiva de Clo-rindo Testa es un documento ms que elocuente: area, permite observar elpasaje de la trama abigarrada, representada como catica, de la ciudad, alos amplios gestos del proyecto, en donde la naturaleza juega el papel deun vaco que grada la relacin con la completa ausencia de carcter delRo de la Plata. Esta ausencia de carcter (ausencia de ancdota, de varia-cin: que puede fcilmente resumirse en la idea decimonnica de bellezaclsica) es paradjicamente el carcter de la costa pampeana.

    Por contraste, Punta Ballenas posee presu-puestos bien distintos. Aqu el bosque es elelemento central del proyecto. Como en loscasos antes aludidos, el emprendimiento dePunta Ballenas, realizado por Antonio Lus-sich, haba comenzado en una forestacinintensiva que, a la naturaleza de playa, la-guna, y serrana baja, haba agregado unbosque. Bosque y playa resultan para Bonet lamateria primordial del proyecto. La exalta-cin del bosque como unidad posee diversasconsecuencias: explcitamente, se rechaza enbase a este presupuesto una parcelacin geo-mtrica; se plantean los mnimos caminospavimentados para el automvil, atravesa-dos por sencillos puentes de madera para lacontinuidad de la circulacin peatonal; lasvistas hacia el mar se estudian a travs delbosque. El bosque se convierte as en el or-ganismo que articula la obra puramentehumana, la casa, las instalaciones de ser-vicio, las carreteras con lo puramente natu-ral, el ro y la playa, que se integran en unagradacin calculada sin costaneras ni obrasartificiales visibles. De esta experiencia, pro-bablemente, Bonet adquiri la habilidad dearticular el repertorio pintoresco tradicio-nal con la ausencia de carcter que una ver-sin lavada del modernismo vanguardistapareca plantear. El rbol descubra un ca-mino posible a tal gradacin, tanto en lacombinacin de tcnicas especficas (el usode la madera es sistemtico), como desde el punto de vista del paisaje. Yano tenemos aqu un vaco continuando otro vaco, sino una pantalla derboles plantados recientemente que operan ellos mismos como sutilesvelos a la contundencia del ro-mar infinito, en las sutiles ondulaciones de

    Antoni Bonet, Casa Berlingieri,Punta Ballenas, Uruguay, 1947.Dos perspectivas.

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    la geografa uruguaya. La operacin moderna, en fin, permanece ancladaen los tpicos culturales de interpretacin de los paisajes; las pequeas ycautas fisuras en las convenciones sociales que esta operacin ofrece, ope-ran en un tiempo ms largo, y son apenas visibles en las operaciones con-temporneas.

    G. SilvestriCONICET (Consejo de Investigaciones Cientficas y Tcnicas, Argentina)

    IDEHAB, Universidad Nacional de La Plata

    RESUM

    Aquest treball exposa alguns dels problemes amb els que senfronta lhistoriador de la regirioplatense quan es proposa estudiar les seves pampes, les seves costes, les seves ciutats, desdel punt de vista esttic, s a dir: de la seva constituci com a paisatges.

    RESUMEN

    Este trabajo expone algunos de los problemas con los que se enfrenta el historiador de laregin rioplatense cuando se propone estudiar sus pampas, sus costas, sus ciudades, desdeel punto de vista esttico, es decir: de su constitucin como paisajes.

    ABSTRACT

    This work brings forward some problems that the rioplatense historian has to face to studythe pampas, coastlines and cities of the River Plate's area from an aesthetic point of view,that is, from its conception as landscapes.