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  • Isaac Bashevis Singer E l c e r t i f i c a d o

    1

    ISAAC BASHEVIS SINGER

    El certificado

    Traduccin de Teresa Snajer

    Ttulo original: The Certificate Traduccin: Teresa Snajer 1. edicin: mayo 2004 1992 by Alma Singer Ediciones B, S.A., 2004 Bailn, 84 - 08009 Barcelona (Espaa) www.edicionesb.com Publicado por acuerdo con Farrar, Strauss and Giroux, LLC, New York. Traduccin al castellano cedida por Editorial Sudamericana, S.A. Printed in Spain ISBN: 84-666-1542-3 Depsito legal: B. 15.389-2004 Impreso por LIBERDPLEX, S.L. Constituci, 19 - 08014 Barcelona

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares del copyright, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, as como la distribucin de ejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

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    ISAAC BASHEVIS SINGER EL CERTIFICADO David Bendinger, un joven judo de dieciocho aos, llega a Varsovia procedente de su pueblo sin

    dinero, sin alojamiento y con da aspiracin de convertirse en escritor. En da capital se entera de que de ha sido concedido un certificado de emigracin; pero la excelente noticia se ve enturbiada por el hecho de que David no cuenta con recursos econmicos para costearse el pasaje a Palestina. Llevado por la necesidad, el joven busca a una mujer tan ansiosa de viajar all que est dispuesta a casarse con l y pagarle el viaje. Atribulado ya por las dudas religiosas, polticas y existenciales propias de la juventud, David conoce adems a tres mujeres de ndole muy diversa con das que mantendr una turbulenta relacin amorosa.

    En esta novela, que apareci por entregas en 1967 en el diario neoyorquino en yiddish Forverts, el premio Nobel de literatura convierte a David Bendinger en su lter ego para ilustrar un episodio de su vida, plasmada con maestra en su autobiografa: Amor y exilio.

    Es imposible no sentir el encanto de este libro, que probablemente sea da ms juda de todas las

    obras de Singer. Edie Wiesel, premio Nobel de la paz en 1986, Chicago Tribune

    Un Singer de pura cepa.

    Publishers Weekly Una excelente lectura.

    Booklist

    Escritor estadounidense de origen polaco que escribi en lengua yiddish. Singer naci el 14 de julio de 1904 en Radzymin (Polonia), y emigr a Estados Unidos en 1935, donde se nacionaliz en 1943. Al poco tiempo de su llegada se incorpor al peridico neoyorquino en lengua yiddish Jewish Daily Forward. Su primera novela, Satn en Goray (1935) trata de la histeria religiosa y los pogromos del siglo XVII, en los que los judos de Polonia fueron brutalmente asesinados por los cosacos. Otras novelas famosas son La familia Moskat (1950), la nica de sus obras literarias en las que el elemento ficticio est ausente; La casa de Jampol (1967) y Los herederos (1969). En el patio de mi padre, autobiogrfica, se public en

    1966. Singer tambin escribi relatos muy imaginativos, como los publicados en Gimpel el tonto y otros relatos (1957). Fue galardonado con el National Book Award (Premio Nacional del Libro) por Un da placentero: Relatos de un nio que se cri en Varsovia (1973), uno de sus libros de literatura infantil. En 1978 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura por su apasionado arte narrativo que tiene sus races en la cultura polaco-juda. En 1982 public Relatos completos y en 1984 Relatos para nios. La famosa pelcula, Yentl, se bas en su relato Yentl the Yeshiva Boy (1983). Meshugah, una novela corta sobre un grupo de sobrevivientes del holocausto que viven en Nueva York, se public en 1994, despus de su muerte. La obra de Singer se caracteriza por la fuerza de su argumento, lleno de pasin por la vida y desesperacin por las tradiciones que se pierden. Todos sus libros estn ambientados en su pasado polaco y en las leyendas de los judos y del folclore de la edad media europea. l mismo tradujo muchas de sus obras al ingls. En 1984 se public su autobiografa, Amor y exilio: Memorias.

    Fotografa: Cordon Press

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    I

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    Es tarde; tarde para todo, me dije. Por entonces sola hablar a menudo conmigo mismo. A los dieciocho aos y medio uno ya no est en edad escolar y hasta es demasiado tarde para aprender un oficio. En poco tiempo ms me llamaran a filas. Haba perdido los mejores aos de mi vida leyendo libros sin mayor orden, atormentndome con preguntas eternas, perdindome en fantasas sexuales y luchando contra incontables neurosis.

    En mi mochila, entre varias camisas, calcetines y pauelos sucios, haba unos cuantos manuscritos en yiddish y hebreo, una novela inconclusa, un ensayo sobre Spinoza y la Cbala, y una seleccin en miniatura de lo que yo llamaba poemas en prosa. Tras analizar los defectos de mi produccin literaria, haba llegado a la conclusin de que ninguno de mis escritos resultaba publicable.

    Un escritor tan conocido como el doctor Ashkenazi me haba dicho que mi ensayo era infantil; un famoso poeta hebreo haba criticado acerbamente mis trabajos en ese idioma. Todos coincidan: yo deba perfeccionarme; an estaba inmaduro.

    Pero maduro o inmaduro, lo cierto era que no haba comido nada en todo el da. Tambin tena que encontrar un sitio donde pasar la noche. Adems de lo que guardaba en la mochila, llevaba conmigo dos libros que pensaba vender, restos de lo que haba sido la pequea biblioteca de mi padre cuando vivamos en Varsovia. Buen Dios, qu lejana pareca aquella infancia en Varsovia.

    A los dieciocho aos y medio, yo ya haba vivido varias pocas. Nac en el perodo de la guerra Ruso-Japonesa. Diez aos ms tarde estall la Gran Guerra y los

    alemanes entraron en Varsovia. En menos de diecinueve aos haba pasado por la Revolucin de Febrero, la Revolucin de

    Octubre, la guerra Polaco-Bolchevique. Viv cuatro aos en Byaledrevne, un pueblo perdido. Despus regres a Varsovia, curs estudios

    en una escuela normal y trabaj como maestro en una escuela de provincia. Haba comenzado a es-cribir en hebreo y pas al yiddish. Fui perseguido por los jasidim y hall consuelo en la lectura de la tica de Spinoza. Hasta prob las mieles del amor. Y pensar que an no haba cumplido diecinueve aos! A veces me vea a m mismo como un anciano.

    En ese melanclico da otoal, un cielo gris y amarillento se cerna sobre los techos de Varsovia. Aqu y all empezaban a encenderse las luces de los escaparates. Las aceras todava estaban hmedas por la lluvia. Pasaban tranvas traqueteando, y las ruedas de los droshkis, los carros y los camiones rechinaban sobre el empedrado. Una multitud iba y vena, con bastones, paquetes y paraguas.

    La ciudad pareca la misma que yo recordaba, la de 1917. Pero el intervalo de cinco aos se adverta en una serie de cambios. Haba taxis en las calles, policas polacos en lugar de alemanes, que antes se encargaban de dirigir el trfico, y los letreros en ruso haban sido reemplazados por letreros en polaco. Qu ms? La radio constitua una novedad. Con ayuda de auriculares era posible or msica, discursos, toda clase de melodas bailables polacas y canciones de operetas. En las salas de fiesta la gente bailaba el shimmy, el fox-trot, el charlestn. Las mujeres usaban vestidos por encima de la rodilla y sombreros que semejaban cacerolas puestas del revs. Los peridicos estaban llenos de informacin sobre la Liga de las Naciones y la terrible inflacin alemana.

    Haba que ser oriundo de Varsovia para advertir los cambios. En mis tiempos no haba boy-scouts en la ciudad, ni jvenes judos que llevaban la estrella de David en la gorra, ni muchachas con calcetines. En lugar de uniforme, los estudiantes lucan sombreros rojiblancos. Ahora las mujeres estudiaban en la universidad. La bandera polaca haba reemplazado a la rusa, y el guila rusa se haba transformado en un guila polaca. A las puertas del Jardn Ingls ya no haba gendarmes para impedir la entrada a judos de caftn o judas de gorro o peluca. El ms visible de

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    todos los cambios era el nuevo peinado de las mujeres jvenes, que llevaban el cabello cortado a lo garon, dejando las orejas al descubierto. Los funcionarios polacos, de gorra cuadrada, abrochaban y desabrochaban sus botones mientras intercambiaban saludos. Debido al control de alquileres que rega desde 1914, las casas de Varsovia se vean muy deterioradas. Segn se mirara, la ciudad pareca vieja o andrajosamente joven. Todava costaba creer que tras ciento cincuenta aos de do-minacin extranjera Polonia fuese de nuevo una nacin independiente.

    Inglaterra haba otorgado a los judos la Declaracin Balfour, y el Alto Comisionado judo que gobernaba en la tierra de Israel tena la obligacin de leer la Tor los sbados. En las calles judas de Varsovia pululaban guardianes, pioneros y revisionistas, como se llamaban a s mismos. Los huelguistas y revolucionarios de la Revolucin de 1905 haban recobrado la libertad y desarrollaban abiertamente su propaganda. Miles de jvenes judos de ambos sexos haban abrazado el comunismo y muchos de ellos ya se encontraban en prisin.

    Saber todo eso, sin embargo, no bastaba para llenar el estmago. El hambre me atormentaba. Perciba los aromas del caf, el pan fresco, la tarta de queso y una especie de kijel horneado con aceite cuyo olor me recordaba mis aos de escuela. No posea ni un solo pfenig (en esa poca la moneda alemana an se hallaba vigente en Polonia). Tena la esperanza de vender dos libros de mi padre que llevaba conmigo: Responsa de Rab Akiba Ayger y El sistema de organizacin.

    Tales eran mis circunstancias, o mis modus, como los llama Spinoza: una vez ms deba abandonar la ciudad a la que tanto haba luchado por regresar desde que mi grave fracaso como maestro hizo que el secretario del Mizraji se negara a darme referencias. Mis padres y mi hermano menor, Moishe, se haban radicado en una pequea ciudad de la Galitzia polaca. Me haban escrito dicindome que me recibiran con agrado, siempre que me dejara crecer la barba y los aladares. Todos los miembros de la comunidad a la que pertenecan eran seguidores del rab de Belz, y la mitad de ellos se ganaban la vida como copistas religiosos. De todos modos, yo saba que mis padres eran dolorosamente pobres.

    Anduve sin rumbo fijo, fantaseando con un milagro: conozco en Varsovia a una joven de familia rica. Es hurfana y posee su propia vivienda. Le enseo yiddish y hebreo y ella me ensea alemn, francs, ingls. Con su estmulo, escribo una novela que ella traduce. Me hago famoso. Se me considera un segundo Knut Hamsun. Estoy dispuesto a hacerla mi esposa, pero ella me dice: Qu sentido tendra? Podemos vivir juntos sin todas esas ceremonias. Lo importante es que nos amamos. La chica es idntica a Lena, la hija del relojero de Byaledrevne. Viajamos juntos al extranjero, visitamos Berln, Pars, Londres y hasta Nueva York y Hollywood.

    Yo saba que semejantes fantasas podan hacerme dao y que en mi situacin deba ser capaz de pensar con claridad. Pero la verdad es que era vctima de pensamientos compulsivos. Dentro de m hablaba un espritu maligno, un dibuk..., o varios. Imaginaba haber descubierto un alimento que con slo probarlo tornaba a quien lo haca sabio y todopoderoso. Sin necesidad de estudiar, yo hara un descubrimiento tras otro, hablara lenguas olvidadas, encontrara tesoros enterrados o hundidos en el mar, sera capaz de leer el pensamiento de los dems y predecir el futuro. Y por qu detenerme all? Volara a la Luna, o al planeta Marte, donde encontrara un Estado judo. Me erigira en Rey de la Tierra, de todo el sistema solar, y vivira en un palacio (suspendido en el aire) con mis dieciocho esposas, bellezas elegidas en el mundo entero. Y Lena sera mi reina.

    Eh! Un taxi estuvo a punto de atropellarme. Pas tan cerca de m que percib el olor de la gasolina. Tena que acabar con esas fantasas. Pallot estaba en lo cierto: esas ensoaciones enturbian la mente y embotan el pensamiento. Los grandes hombres como Newton, Coprnico, Galileo, Einstein, no fantaseaban; usaban sus energas espirituales para descubrir verdades trascendentes.

    Cerca de la calle Nalevki, un hombre joven me detuvo y pregunt: Quiere cambiar sus divisas? Era un traficante del mercado negro que me ofreca cambiar dlares por marcos polacos. Re

    para mis adentros y respond: No tengo marcos ni dlares. Qu libros son sos? Se los mostr, y l volvi a preguntar:

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    Quiere venderlos? S. Hoje los dos volmenes asintiendo en seal de aprobacin y se acarici la barbita recortada. Hay un sello del propietario dijo. Quin es? Mi padre. De veras? Conozco a su padre. S? Sent una extraa oleada de calor. Vive todava? Me cost contener las lgrimas. S, gracias a Dios respond. Es rabino en algn lugar de Galitzia. Y cmo es que usted lo

    conoce? En cierta ocasin me escuch recitar. Maier Ioel Shvartstain regalaba un reloj a todo aquel que

    aprendiera de memoria cincuenta pginas de la Gemar. Era preciso tener cartas de tres rabinos. Un escalofro me recorri la espalda. Crea que en Varsovia nadie se acordaba de mi familia.

    Tantas cosas haban ocurrido en esos cinco aos, guerras, epidemias, hambre..., pero frente a m haba alguien que saba quin era yo. Tal vez pudiera ayudarme.

    Me di cuenta de que era pobre; llevaba un abrigo tan rado que el forro se transparentaba, sus botas estaban remendadas y su rostro era muy plido. La punta del mentn se prolongaba en una barbita rubia y sus ojos, muy juntos bajo las cejas claras, reflejaban preocupacin.

    Por qu quiere vender estos libros? pregunt. No le darn gran cosa por ellos. Necesito el dinero. Frunci el entrecejo y dijo: S, lo recuerdo, un chiquillo con patillas pelirrojas que corra por el jder. Su madre todava

    vive? S, gracias a Dios. Haba enfermedades terribles entonces. La gente mora como moscas. Por qu no est con su

    padre? Como apreciar, no visto al estilo de los judos ortodoxos. A qu se dedica? Es estudiante? Quiero ser escritor. Para escribir en los peridicos? En diarios y revistas. Con eso aqu no ir a ninguna parte. Al judo siempre se lo priva de cualquier oportunidad de

    ganarse la vida. Tengo esposa e hijos. El dlar sube y el marco sigue cayendo. Qu escribe usted? Panfletos?

    Cuentos. Qu significa eso? Literatura. Bueno, y dnde est su mundo real? No respond, y l prosigui: Para triunfar hay que tener suerte. En un tiempo fui discpulo del rebbe Krel. Tal vez usted

    conozca su casa, en el nmero 3 de la calle Gnoia. Junto conmigo estudiaba un joven, Abraham. Despus de que me hube casado nos dedicamos a traficar con divisas extranjeras. l se hizo muy rico, era como si atrajese el dinero igual que un imn. Ahora se queda muy tranquilo en su casa y todo el mundo va a verlo all, mientras que yo debo buscar clientes en la calle. Ha publicado algo?

    Nada. Quin necesita a los escritores? Los peridicos mienten. Se burlan del judasmo. Los libros

    estn llenos de obscenidades. Dgame, puede salir algo bueno de todo eso?

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    2 No, no era mi propsito abandonar la ciudad. Bastante tiempo haba perdido ya en las provincias.

    Todo lo que necesitaba estaba all, al alcance de mi mano: bibliotecas, diarios, casas editoriales, conferencias y hasta un Club de Escritores. Nadie se meta en la vida de los dems. Al fin y al cabo, yo haba crecido en Varsovia, entre los droshkis, los puestos de peridicos, los teatros, los cines, las carteleras de espectculos.

    Me detuve frente a una librera. Haba acaso algn tema que yo no pudiese encontrar en ese lugar? Fsica, qumica, geografa, toda clase de experiencias de viaje, historia de la filosofa, novelas. Haba aparecido un nuevo psiclogo, el doctor Freud, y por primera vez le la palabra psicoanlisis. Por un zloty al mes uno poda asociarse a una biblioteca barrial y sacar un libro distinto cada da. Slo me faltaba un pedazo de pan y un lugar donde dormir. Era imaginable que en esa ciudad enorme no hubiese un trabajo para m? Estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluso barrer las calles.

    Pens en elevar una splica a Dios, pero record lo que haba escrito Spinoza: Dios es ajeno a las emociones, nada sabe de la compasin y obra conforme a leyes eternas. Implorarle a l era tan insensato como implorarle a un volcn, a una catarata o a un acantilado.

    Mientras miraba el escaparate de la librera hurgu en mis bolsillos, donde guardaba trozos de papel con recordatorios y algunas direcciones. Tambin tena una pequea libreta. Le haba vendido mis dos libros al hombre del mercado negro que recordaba a mi padre y deba decidir rpidamente si volva a la estacin de ferrocarril y compraba un billete de regreso a Byaledrevne o intentaba encontrar un sitio donde pasar la noche en Varsovia.

    Entr en una farmacia para hacer algunas llamadas. Tena varios nmeros de telfono. El verano anterior haba pasado un par de semanas en la capital y haba trabado relacin con algunas personas. Tena familiares lejanos all, de la clase a los que uno llama primos aunque lo sean en sptimo grado. Haba tambin una joven de nombre Sonia, a la que llegu a besar. Trabajaba en una tienda de ropa y viva con sus patrones. Yo saba, por lo que me cont, que adems haca las tareas domsticas por una paga adicional. No era muy bonita y me llevaba unos diez aos. Me haba contado la historia de su vida, y en nuestro trato emplebamos el pronombre ntimo du. Tal vez ella conociese a alguien que quisiera estudiar hebreo o a una familia dispuesta a ceder una habitacin a cambio de lecciones para sus hijos. Deba hacer todo lo posible por quedarme en Varsovia. Volver a enterrarme en Byaledrevne significara mi perdicin.

    Desde el nico telfono de la farmacia llam a Sonia, pero la lnea estaba ocupada. En cuanto colgu el auricular, una mujer corpulenta que esperaba a mi lado intent comunicarse y lo consigui. Mam!!, exclam alegremente, y por el brillo de sus ojos y su sonrisa supe que hablara un buen rato. Haba asistido a una ceremonia de circuncisin y describi hasta el ltimo detalle: el encargado del ritual, los padrinos, la tarta de miel, el pan blanco, la sopa, la carne, la vestimenta de las mujeres.

    Yo la escuchaba con una mezcla de rabia y envidia. La mujer pareca relamerse los labios con cada palabra. Sospech que prolongaba la conversacin slo para irritarme. Repeta frases y se rea de cosas que no sonaban graciosas. La ta Raytse? pregunt--. Pues tena puesto su vestido de seda, nada menos! Solt una carcajada que llen de hoyuelos sus mejillas abultadas e hizo temblar su doble papada. Tena unos dientes enormes.

    Pensamientos hostiles cruzaron por mi cabeza mientras aguardaba. Cmo era posible que el judo moderno, que se haba liberado de tantos deberes piadosos, siguiera aferrndose con semejan-te tozudez a la ceremonia de la circuncisin? Por qu exiga Dios que, generacin tras generacin, los judos extirparan ese trozo de carne? Si yo estuviera tirado a sus pies, muerto de hambre, esa mujer no me dara ni una migaja de pan. Qu era entonces lo que nos haca judos a los dos? La religin? La comunidad? Y de qu manera estn unidos entre s los proletarios? Decid que ninguna de esas abstracciones vala un comino. Slo los animales poseen la verdadera sabidura; el horno sapiens es un idiota.

    Sal de la farmacia sin haber hablado por telfono. Me temblaban las piernas. Tena que comer

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    algo. Empec a buscar un restaurante barato, o aun mejor, un caf. Deba cuidar cada pfenig de los pocos marcos que me haban dado por los libros. Repar en un pequeo caf con un cartel en el que apareca una vaca. Por lo visto preparaban tentempis, y haba varias mesas desocupadas. Ya antes de empujar la puerta de cristal percib el olor del caf, el pan fresco, el chocolate, la tarta de queso. Ni siquiera el que est por morir quiere pasar hambre, me dije recordando que a los condenados se les sirve una ltima comida favorita antes de ejecutarlos. Abr la puerta y entr.

    Mis zapatos estaban muy gastados y mi gorra estrujada, pues me haba sentado varias veces encima de ella. Mi distraccin era ilimitada. Por ejemplo, perda cosas sin motivo aparente. Aunque no tena los bolsillos agujereados, cuando guardaba en ellos una moneda, sta desapareca como por arte de magia. Era absolutamente incapaz de encontrar el billete del tranva cuando el revisor me lo peda. Haba guardado los pocos marcos obtenidos por los libros en uno de mis bolsillos, y hurgu en l varias veces para asegurarme de que no haba ningn agujero. De vez en cuando volva a meter la mano para verificar si el dinero segua ah, gesto con el que acabara haciendo un agujero en la tela.

    Haba desarrollado una teora segn la cual a todo lo que antes se sola llamar demonios, gnomos, duendes, ahora se llamaba nervios. Los viejos espritus del mal tenan un nuevo nombre.

    Los nervios no slo eran fibras de tejido que desde el cerebro se irradiaban a la espina dorsal, sino fuerzas sobrehumanas dotadas de extraos poderes. Podan hacer desaparecer billetes de banco, arrancar botones de la ropa, desatar los cordones de los zapatos, torcerle a uno la corbata diez veces al da, hacer que un abrigo cayese de su percha. Hacan cuanto en otros tiempos se adjudicaba a los demonios. Guerras, revoluciones, crmenes, todos los males que afligen a la humanidad, tenan su origen en ellos. Tal vez fuesen la fuerza esencial del universo. Y no era imposible que estuviesen estrechamente vinculados con las fuerzas de la gravedad y el electromagnetismo o se identificaran con ellas.

    Por qu me miraban los parroquianos? Llevaba diez minutos sentado a una mesa y la camarera an no se haba acercado a m. Acaso me haba transformado en un espritu invisible? Sospechaba ella que careca de dinero para pagar la cuenta? Sobre una silla, a mi lado, haba un peridico sujeto por dos varillas de madera. Intent leer, pero no consegua enfocar con claridad. Unas telaraas doradas y abrasadoras me impedan la visin. Estaba tan hambriento que la boca se me haca agua; los prpados se me cerraban a causa de la fatiga. La noche anterior no haba dormido en una cama, sino que haba permanecido hasta el amanecer sentado en una silla, en la casa de los suegros de mi hermano. Llegu all directamente desde la estacin, sin nada de dinero. Haba perdido todo el que me haban pagado al despedirme, si es que no me lo haban robado mientras tena la nariz metida en un libro.

    Finalmente se present la camarera y ped dos huevos, panecillos y caf. Me mora de ganas de pedir arenque, pero no poda correr el riesgo de gastar el dinero que necesitaba para el billete de regreso a Byaledrevne. Com los huevos, los panecillos y los baj con el caf. Puse cinco terrones de azcar en la taza. En mi situacin, cada tomo de energa importaba. Devor hasta la ltima migaja. Mientras coma, ech un vistazo a los otros parroquianos. Todos eran judos, intelectuales. Uno de ellos lea una revista en hebreo y llevaba gafas de cristales gruesos. Usaba barba y bigotes. Pens que tal vez me fuese til, pero no me atrev a abordarlo. Saqu un billete del bolsillo y pagu la cuenta. Me pareci que la camarera se sorprenda. De buena gana hubiera apoyado la cabeza sobre la mesa para dormitar un poco, pero resist el impulso de hacerlo.

    Pronto anochecera. El tren a Byaledrevne parta a las once. Yo saba que los ltimos trenes nocturnos salan atestados y que era necesario hacer fila en la estacin para sacar billete.

    Cog mi mochila y sal del local. Haca ms fro, y me pareci que el aire ola a nieve. Esta vez, para hacer mi llamada, entr en una salchichera. Consegu comunicarme y o la voz de

    Sonia. Prosze, s? No s si me recuerdas dije. Nos conocimos el verano pasado en Swider. Me llamo David. David! Por supuesto que me recordaba, y se alegraba de tener noticias mas. Empleaba el

    du ntimo que habamos adoptado. Dios del cielo, dnde ests?

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    Dios tal vez est en el cielo, pero yo estoy en una salchichera. No me hubiera credo capaz de bromear, pero por lo visto la comida me haba devuelto las energas. Por lo dems, cuando alguien me hablaba me transformaba por completo.

    Sonia volvi a preguntar: Dnde ests? Cundo llegaste a Varsovia? Eh? Ayer. No eres maestro en algn lado? Ya no. Te quedas en Varsovia? No lo s. Si no lo sabes t, quin? Sonia se ech a rer. Eres un tipo divertido. Segu hablando, consciente de que mi explicacin contribua a debilitar mi posicin frente a ella. No tengo dinero para pagar una habitacin. No tengo nada. La voz de Sonia son distinta, ms

    apagada, al decir: Qu piensas hacer? Si no consigo encontrar nada aqu, deber volver a Byaledrevne... esta misma noche. Por qu te fuiste antes de que terminaran las clases? No lo decid yo. Me enviaron como alumnos a varios campesinos, jvenes a los que no les

    interesaba el estudio. Lo nico que queran hacer era cazar palomas. Gracias a Dios que me despidieron.

    Por qu no has escrito? Nunca me mandaste ni siquiera una postal. Tus promesas quedaron en la nada. Tras una breve pausa, Sonia agreg: Lleg una carta para ti. Hace casi seis semanas que est aqu.

    Una carta, para m? pregunt entusiasmado. Alguien me haba escrito! Pero por qu haban mandado la carta a Sonia? No recordaba haberle dado a nadie su direccin.

    Qu dice la carta? No lo s, no abro la correspondencia ajena. Ni siquiera me dejaste tus seas. Qu clase de

    hombre eres? Sonia dio a la palabra hombre un tono que, aunque burln, trasuntaba cierta ternura femenina. Qu extrao, haba vacilado en llamarla porque mi situacin me avergonzaba, y pensar que en su casa me aguardaba una carta!

    Cundo podemos vernos? pregunt. Cerramos la tienda a las siete, y hasta que mis patrones llegan, cenamos y lavo los platos, se

    hacen las nueve. Hoy los viejos van al cine, de modo que ven a las nueve. Si voy tan tarde tendr que pasar la noche en Varsovia. Y qu? No dormirs en la calle. Oh, Dios, todava eres un chiquillo.

    3 En un instante, mi situacin y mi actitud haban experimentado un cambio total. El destino me

    trataba como tratan los demonios a los malvados en el infierno, arrojndome del fuego a la nieve y de la nieve otra vez al fuego. Me hallaba perdido sin remedio, y de pronto encontraba a una mujer que se mostraba afectuosa conmigo, que se afliga porque yo no le haba escrito, y que tena una carta para m. Por mucho que me esforzara, no consegua recordar a quin le haba dado la direccin de Sonia. Se trataba acaso de un error, de un malentendido? Una cosa era segura: no poda ir a casa de Sonia con los zapatos tan gastados. Tena que encontrar cuanto antes un zapatero que me los arreglara.

    Rpidamente hice mis clculos. Ya no me quedaba bastante dinero para el billete a Byaledrevne, y si pasaba la noche en Varsovia debera pagar alguna comida y tal vez una habitacin. Es mejor morir con los zapatos en buen estado, me dije, sabiendo perfectamente que no tena sentido. Enfil hacia la calle Krojmalna, pues record que en mi antiguo barrio haba un remendn barato que en 1917 le haba puesto suelas nuevas a mis zapatos. Tal vez an viviera. Tal vez an estuviera sentado

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    en su stano dndole al martillo y la lezna. Los pobres no tienen dinero para mudarse a apartamentos nuevos.

    No camin, corr, y es que adems quera echarle un vistazo a la calle en la que haba transcurrido mi infancia. Tom por Gnoia y desemboqu en Krojmalna. Comprob que ninguna de las dos haba cambiado. La calle Gnoia segua oliendo a aceite, a estircol de caballo y a grasa lubricante. Se vean ms sombreros judos y abrigos largos que en las otras calles. La calle Krojmalna pareca ms angosta y miserable que en mi recuerdo. Reconoc cada edificio, cada portn. Percib olores que haban permanecido ocultos en los rincones ms oscuros de mi memoria. All estaba el patio de Yanush, y ms all el nmero 5, donde en un tiempo yo haba sido alumno de los jasidim de Gradushisk. Se deca que unos cien aos atrs all haba vivido el Kidushi Hari. Haba un mikve, un bao ritual. Continuara el jder en el mismo lugar? Y Aba, seguira siendo el guardin de la sinagoga?

    En el nmero 6 solan alojarse ladrones y prostitutas, y al lado se encontraba la lechera de Asher. Despus vena el nmero 10, donde estaba nuestro balcn, y finalmente el nmero 12, donde vivimos hasta que abandonamos Varsovia. Me llevara das hacer averiguaciones en todos esos sitios. Pas por el taller de zapatera de Rafal, y se me ocurri que si an viva, tal vez me reconocera. Al alzar la mirada observ que delante del local colgaba como siempre el conocido cartel con la imagen medio borrada de una bota.

    Apenas abr la puerta, vi a Rafal. Aunque su barba haba encanecido, segua siendo el mismo. Rodeado de aprendices, estaba sentado ante el mismo banco de zapatero, claveteando una suela. Yo saba que la escena que me dispona a representar era tonta y ridcula, pero reun valor y dije:

    Reb Rafal, usted no me conoce, pero yo lo conozco a usted. Rafal apoy el martillo sobre el zapato en que estaba trabajando y me mir. No vi sorpresa ni reconocimiento en sus ojos oscuros.

    Quin es usted? pregunt con la voz ronca que me resultaba tan familiar. David, el hijo del rabino. Usted me arregl los zapatos muchas veces. Me mir con mayor atencin. S, eres t realmente. Ambos guardamos silencio; luego l pregunt: Y tu padre? Es rabino en Galitzia. Tu madre? Est con l. Y tu hermano mayor? Cmo se llamaba? Aarn; est en Rusia. Ah. Creo que tambin tenas una hermana. Est en Londres. Los aprendices haban interrumpido su trabajo. Reb Rafal continu, he venido a pedirle un favor aprovechndome de nuestra antigua

    amistad. Necesito que le ponga medias suelas nuevas a mis zapatos, ahora mismo. Rafal dirigi una mirada divertida a uno de sus aprendices. En su expresin haba sorna y

    reproche a un tiempo, como si estuviera diciendo sin necesidad de palabras: Vaya descaro! Quin te cort los aladares? me pregunt. Alguien, eso es todo. Espera a que llegue mi mujer... Menuda sorpresa se llevar! Reb Rafal, no puede negarse a hacerme ese favor. Mi propio tono me llenaba de

    asombro. Es muy importante para m. Semejante manera de hablar era por completo ajena a mi carcter.

    Rafal enarc las cejas y su frente se llen de arrugas. Imposible declar. Estamos abrumados de trabajo. Verdad, Kazkl? El patrn dice la verdad confirm el aprendiz. Perd el optimismo; di media vuelta, murmurando: Lo lamento.

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    Aguarda, no te escapes. Cunto hace que te marchaste? Al mundo lo han puesto patas arriba, y de pronto hete aqu de regreso, hecho un hombre. Nadie te ha olvidado, ni a tu padre, ni a tu madre. Ya no hay rabino en esta calle. Si alguien tiene que formular una pregunta relacionada con el ritual debe acudir al rebbe Shajna en la calle Gnoia, o al rebbe Motl en la calle Zhimne. Por qu no vuelve tu padre?

    Cmo iba a encontrar un apartamento en Varsovia? S, es difcil. Veamos esos zapatos. Sin sentarme, me quit los zapatos. Rafal los examin con ojo crtico y dijo: Ve a la galera. Qu familiar me resultaba todo eso! Ms de una vez haba esperado en esa galera. Mientras suba la escalera, filosofaba conmigo mismo acerca de Kant y su Prolegomena. Cuando

    estudiaba esa obra, muy lentamente, sola entonar la meloda con que en un tiempo haba estudiado la Gemar. Me hallaba constantemente sumido en los problemas del tiempo, el espacio, la calidad y otras categoras de la razn.

    Qu era el tiempo? Segn Spinoza, slo un modo de pensamiento, un atributo. Kant crea que el tiempo y el espacio tenan la misma sustancia y el mismo aspecto o, desde nuestro enfoque, las mismas formas aparentes. Sin embargo, cmo era posible que los aos transcurridos entre 1917 y ese momento no fuesen ms que formas de la apariencia? Era posible afirmar que la ocupacin alemana de Polonia, la Revolucin Rusa, el Tratado de Versalles, etctera, no existan en el tiempo? All estaba yo, comprobando que Rafal segua vivo en tanto que Hershl, el dueo de la lechera, haba muerto en 1919 como consecuencia de una epidemia. Rafal continuaba sentado ante su banco de trabajo, en tanto que el cuerpo de Hershl se haba podrido haca largo tiempo y su mujer, Risele, ya tena otro esposo. Se poda decir que Hershl an viva en algn lugar de la cuarta dimensin, vertiendo el contenido de botes de leche en la gran vasija de metal de donde despus sacaba pequeas cantidades con un cucharn para llenar los jarros de sus clientes? En tal caso, yo todava era un nio pequeo, o mi madre una doncella a quien le proponan casarse con mi padre. Algo dentro de m grit: Absurdo! El tiempo es real. Se necesita una filosofa construida sobre el tiempo y el espacio, que son, ambos, atributos de Dios.

    Me sent en una silla y observ a Rafal mientras se ocupaba de mis zapatos. Record de pronto que no le haba preguntado el precio del arreglo. El aire estaba cargado de polvo y ola a cuero, y como la realidad de mi situacin no poda ser peor, mis pensamientos volvieron una vez ms a la filosofa.

    En aquellos aos yo crea que me encontraba al borde de un descubrimiento trascendente. Una luz irrumpira en mi cerebro y todos los enigmas del universo se resolveran. Algn da me convertira en el hombre ms famoso del mundo. Qu impeda que ello ocurriera en ese momento? En algn lado haba ledo que los ms grandes descubrimientos se hacen en un instante. De algo no haba duda: el tiempo no tena principio ni fin, el tiempo y el espacio eran eternos. El problema consista en definir la eternidad. Cmo era posible que el tiempo hubiese existido eternamente, que hubiera un espacio sin lmites? Buen Dios! Me haba formulado esas mismas preguntas en la escuela primaria religiosa que diriga Moishe Itzak en el nmero 5 de la calle Grzybovska. Ni por un instante en mi vida haba dejado de rumiar.

    Empec a toser a causa del polvo que me irritaba la garganta. Con tantos zapatos viejos amontonados, restos de cuero, hilos y trapos, cuntos microbios no viviran y se multiplicaran en ese lugar? Un solo trapo albergaba un mundo entero de esas criaturas, y cada una de ellas estaba compuesta de tomos y molculas. Poco tiempo atrs haba ledo que cada tomo era una suerte de sistema solar. Yo, David, el hijo del rabino, estaba sentado en medio de la eternidad, girando junto con la Tierra, que a su vez giraba alrededor del Sol. Yo mismo era un cosmos completo. Y, sin embargo, tambin tena mucho miedo: era un cosmos que no tena dnde pasar la noche.

    En ese instante lleg la mujer de Rafal. Cuando le explicaron quin era yo, dio palmadas de jbilo. Me ofreci un vaso de t y dijo:

    Parece mentira, justamente la semana pasada me acord de tu madre. No, pens, nada se olvida. Vivir es recordar. Tal vez el universo entero no sea ms que una

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    maraa de recuerdos. Fuera haba cado la noche. Las lmparas de gas estaban encendidas (la electricidad todava no

    haba llegado a la calle Krojmalna). Me costaba mantener los ojos abiertos, y termin por adormecerme. Empec a soar; tras un gran esfuerzo consegu despertar, para volver a dormirme al instante profundamente. Alguien, uno de los aprendices, me sacudi el brazo diciendo:

    Sus zapatos estn listos. Ebrio de fatiga baj la escalera con paso vacilante y le pregunt a Rafal cunto le deba. El precio

    result muy bajo. No lo hubiera hecho por ninguna otra persona dijo. Como no haba perdido el hbito de la gratitud, le agradec una y otra vez. Ya estaba fantaseando

    con el modo en que lo recompensara cuando fuese el hombre ms rico del mundo. Mi reloj de bolsillo sealaba las seis y veinte. Todava faltaban dos horas y cuarenta minutos para mi cita con Sonia. Me desped clidamente, igual que un miembro de la familia, y sal a la calle. Las suelas nuevas y los ojales reparados de mis zapatos me infundan nimos. Caminaba ms erguido, me senta ms alto, y el suelo que pisaba me pareca ms firme.

    Detrs del portn del nmero 10 la oscuridad era la de siempre. La escalera que conduca a nuestro antiguo apartamento estaba envuelta en sombras como cuando yo era nio. Me detuve un rato, tratando de distinguir algo en el patio de abajo, percibiendo olores de basura y cloacas y algn otro indescriptible.

    Muchos de los inquilinos del edificio haban muerto, pero la casa conservaba sus emanaciones. De pronto comprend cmo los sabuesos eran capaces de seguir el rastro de un criminal por su olor.

    En los apartamentos no haba luz de gas, slo lmparas de queroseno que brillaban en las ventanas. A mis odos llegaba el golpeteo de los martillos en el taller del zapatero, el zumbido de mquinas de coser, el llanto de nios y el canturreo de madres fatigadas que trataban de hacerlos dormir. Todo segua como siempre; all el tiempo se haba detenido. Se me ocurri que tal vez en mi antigua calle descubrira el secreto del tiempo.

    Continu hasta el nmero 12, donde la entrada a los tres enormes patios era tan estrecha como la recordaba. Busqu a Rfkele, la imagin con sus cestas llenas de pan, bollos y hogazas sabticas. Seguramente ya era madre.

    Casi nada era distinto. Volv a sentir los olores familiares del pasado. Eso significaba que el tiempo es cambio; donde no hay cambio, no hay tiempo. Sin duda Dios haba creado el tiempo en el mismo instante en que cre el mundo.

    Sub hasta el apartamento donde habamos vivido y atisb por la ventana. Adentro, alguien miraba hacia el exterior, un hombre alto con una gorra inclinada sobre los ojos. En la habitacin reinaba una oscuridad congelada, como si hubiesen apagado la lmpara de queroseno. El hombre y yo nos miramos. Sus ojos parecan preguntar: Por qu te has detenido aqu? Qu esperas encontrar en mi pobreza?

    4 A las nueve menos cinco empec a subir por las escaleras que conducan al apartamento de

    Sonia. En la entrada del edificio haba luces elctricas encendidas. Las escaleras de mrmol de dudosa limpieza y los buzones de bronce asegurados a las amplias puertas tenan un aspecto de solidez. Toqu el timbre en el nmero que me haban dado, pero no obtuve respuesta. Me habra equivocado de casa?

    O pasos y enseguida Sonia abri la puerta sin soltar la cadena de seguridad, dejando apenas una abertura para ver al que llamaba. S, era ella, su rostro moreno de rasgos marcados, los pmulos salientes, los ojos oscuros. Alguna vez habamos estado muy cerca el uno del otro, en la mayor intimidad que pueden alcanzar un hombre y una mujer, pero esa intimidad (la palabra acabara por enloquecerme) haba terminado mucho tiempo atrs. Tras un instante de vacilacin, solt la cadena y entr.

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    Qu te ocurre? Ests enfermo? pregunt Sonia. Enfermo? No. Ests plido como un muerto. Su comentario me asust. No he dormido en toda la noche dije. Tuve un montn de problemas. Ven, pasa, no te quedes en la puerta. Ech a andar delante de m, como si fuese la seora de la casa, y la segu igual que un visitante

    ms. Llegamos a una especie de saln donde todo lo que haba a la vista era viejo y mullido, signo indudable de riqueza. Una enorme araa de muchos caireles colgaba del techo derramando una luz suave y difusa.

    Era la misma Sonia que yo haba conocido. Llevaba grandes pendientes, un collar de coral rojo y el cabello recogido en dos trenzas. Haba dejado de ser joven (por lo menos deba de tener treinta aos), y su mirada seria era la de alguien que ha pasado por muchas experiencias. Su tono al hablar trasuntaba la familiaridad de una amistad un tanto enfriada.

    Cul es el problema? No encuentras empleo? No puedo ser maestro. Y qu, si no? Aqu est tu carta. Cog la carta y la sostuve un momento en la mano. El sobre azul estaba arrugado y no haba

    indicacin del remitente. Pens que me esperaba una decepcin, aunque esa carta constitua mi nica esperanza. Saqu del sobre una hoja de papel con membrete y le:

    Estimado amigo David: La posibilidad sobre la cual conversamos t y yo en una oportunidad se ha materializado de

    pronto. Si todava te interesa hacer ese peregrinaje a Jerusaln, podemos conseguirte un certificado. Pasa por nuestra oficina y discutiremos el asunto.

    Con mis mejores deseos,

    DOV KALMENSOHN No, la carta no me decepcion. Por lo contrario, me infundi nuevas esperanzas. Recordaba a

    Dov Kalmesohn, funcionario de una organizacin juvenil sionista al que haba conocido el verano anterior y que haba intentado disuadirme de que viajase a Palestina. El encuentro se haba producido en Swider, el mismo lugar donde conoc a Sonia.

    Se trataba de un individuo menudo, muy bronceado por el sol, con una barbita negra y ojos oscuros de mirada intensa. Haca gala de su destreza atltica practicando acrobacias bajo la cascada y enseaba a nadar a las chicas en las aguas tranquilas del ro Swider.

    Kalmensohn haba pasado varios aos en una colonia de Palestina. En una ocasin mantuvimos una charla, l vestido con un baador azul y yo con traje oscuro y corbata, porque me resultaba incmodo mostrarme sin ropa. Procur convencerme de que emigrara a la tierra de Israel. Qu tiene de bueno la dispora?, me pregunt. Advirti que yo hablaba el polaco con acento. Cuando le dije que no saba trabajar la tierra, replic: Y quin entre los colonos saba hacerlo al principio? Uno aprende. Por otra parte, necesitamos maestros en Palestina. Hasta los escritores son tiles. Estuve tentado de preguntarle por qu un ferviente propagandista de Israel como l se baaba en el ro Swider y no en el Jordn. Pareci adivinar mi intencin y se justific sin darme tiempo a formularla. Dijo que haba razones personales que le impedan emigrar, dando a entender que en Polonia tena una esposa que le causaba problemas.

    En general, los funcionarios sionistas se haban mostrado muy poco interesados en m. A veces me trataban con evidente menosprecio. Por eso no cre que Dov Kalmensohn fuera a conseguirme un certificado. Como pensaba trabajar en provincias dando clases y no tena un domicilio permanente, le dije que si necesitaba comunicarse conmigo me escribiera a la direccin de Sonia. Estaba seguro de que olvidara sus promesas, como me haba ocurrido con los funcionarios de otras

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    organizaciones, pero por lo visto no se haba olvidado. Qu dice la carta? quiso saber Sonia. Me ofrecen un certificado que me ayudar a viajar a Palestina. Eso s que estara muy bien. Llvame contigo. Todava no me voy. Oh, s, te irs. Un primo mo sola hablar de emigrar a Australia. Nunca cre que lo hiciera

    realmente, pero un buen da tom la decisin y se march. Cada vez que establezco una relacin estrecha con alguien, desaparece. As es mi destino.

    Un mismo certificado puede servir para dos personas? Te refieres a marido y mujer? S, es lo que suele hacerse. Csate conmigo y nos iremos juntos

    a Palestina. Yo trabajar en el campo y t escribirs tus historias. Hablas en serio? Por qu no? Eres ms joven que yo, pero no soy ninguna vieja. Y para qu querras ir a Palestina? No tendrs una casa bonita como la de aqu. No es mi casa. Trabajo todo el da en la tienda, y cuando vuelvo mis empleadores salen y me

    dejan sola. Qu clase de vida es sta? Era cierto. Sonia hablaba en serio. Me haba hecho una propuesta de matrimonio simple y

    directa. Cualquier cosa es mejor que morirse de hambre, pens, pero lo que dije fue: Bueno, nada de esto es seguro. Lo nico seguro es la muerte replic Sonia. Ven, comamos algo. Pareces hambriento. He comido ment. Cundo? No te portes como un estudiante de yeshiv. Cogindome del brazo me condujo a

    una enorme cocina con suelo de baldosas donde haba una mesa rodeada de sillas. En esta casa soy una especie de criada aadi, y las criadas suelen recibir al novio en la cocina.

    Cualquier lugar me da lo mismo dije. Por qu no escribiste? Prometiste que lo haras. Me senta tan desdichado que era incapaz de escribir una lnea. No debas haberte marchado tan pronto. Estuvimos juntos en la playa de Swider. Muy juntos.

    Despus te fuiste, y yo estaba segura de que a los pocos das recibira una carta tuya. En cambio, de-sapareciste. Cre que eras una persona seria agreg con cierta vacilacin.

    Slo el diablo sabe qu soy. Aquella noche hablaste tan... Me cuesta describirlo... Con tanto sentimiento... Haba pasado la noche con ella, en la villa de sus empleadores, mientras el dueo y su esposa se

    encontraban en las termas de Ciechocinek. Jur solemnemente que no la seducira. Sonia jur que era virgen y asegur que no quera llegar al matrimonio como una mercanca averiada. As lo expres. Compartimos la cama durante una noche, y me cont la historia de su vida.

    Era pariente de los suegros de mi hermano y haba nacido en la provincia de Lubln. En alguna parte tena un padre que haba vuelto a casarse tras muerta la madre de Sonia. Esa segunda esposa le haba dado una media docena de hijos a los que Sonia no conoca, y l se ganaba la vida como maestro en una escuela religiosa.

    A Sonia le gustaba hacer solitarios, y una de sus posesiones ms preciadas era un libro de interpretacin de los sueos. Al mismo tiempo se consideraba a s misma una mujer instruida y moderna. Fumaba cigarrillos en el shabbat y a menudo iba al teatro yiddish. Las canciones que se escuchaban en ste, las comedias y dramas que se representaban, los parlamentos de los protagonistas, constituan todo el bagaje cultural de Sonia, la fuente de su educacin. De los peridicos en yiddish slo lea las novelas por entregas.

    Sonia me sirvi pan, mantequilla, queso, arenque y t. Mientras coma, me senta dolorosamente culpable de ser un parsito y un mentiroso. No tena la menor intencin de casarme con esa mujer diez o doce aos mayor que yo, pero jugaba con la idea del matrimonio porque crea parecerme a esos muchachos gentiles a quienes las criadas invitan a comer en las cocinas de sus seores. Qu importaba la edad de Sonia, y con qu derecho aspiraba yo a una mujer culta? Al fin y al cabo, acaso la cultura estableca alguna diferencia? Si Goethe vivi con una campesina, bien poda yo

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    casarme con Sonia. Era una mujer clida y sensual. Besaba intensamente. Le gustaba contar historias truculentas. Ya haba tenido varios amores trgicos. Record las palabras de Esa: He aqu, voy a morir; para qu, pues, me servir la primogenitura?

    Dnde dormirs? pregunt Sonia. Contigo, tal vez? Un fulgor pas por sus ojos gitanos al decir: Primero se conduce como un chico de yeshiv, y de repente es un hombre de mundo. Los

    viejos estn en el cine. Volvern a las once. Ah. Aguarda, tengo una idea. Ri descubriendo su radiante dentadura. La casa tena dos entradas. Si yo esperaba en el patio central hasta la medianoche, poda regresar

    cuando los seores estuviesen profundamente dormidos y quedarme hasta la maana siguiente. Si nos pescan aadi, nos pondrn a los dos en la calle. No tardaras en encontrar otro trabajo. Es verdad. Tal vez deba prestarte unos marcos para que te vayas a un hotel. No tengo pasaporte. Ni siquiera una partida de nacimiento? Nada. Cmo puedes andar por Varsovia sin documentos? Eres un tipo raro, de verdad. Le expliqu por qu no tena papeles. Los archivos de mi pueblo natal haban sido destruidos por

    el fuego durante la guerra. Si quera obtener mi partida de nacimiento tena que viajar hasta all y encontrar testigos que aseveraran que yo haba nacido en ese lugar. Para conseguir el pasaporte necesitaba tambin una copia de la partida de nacimiento de mi padre o algo a lo que llamaban un extracto del registro permanente, todo lo cual requera tiempo y dinero.

    Qu hars si te detienen en la calle y te piden el pasaporte? pregunt Sonia. Pensaran que pretendes eludir el servicio militar.

    S, es cierto. Qu edad tienes? Pronto cumplir diecinueve. Eres demasiado joven para m. Qu hara con un chico? Prefiero un hombre maduro. Si

    quieres ir a Palestina necesitars montones de documentos. Lo s. Lo sabes todo, pero no haces nada. Un hombre debe ser..., cul es la palabra?..., enrgico. Me las arreglar de alguna manera. Cmo? Termina tu comida. De todos modos, a esta gente no le gustan las sobras. Te quedars

    aqu hasta las once menos cuarto. La luz de la escalera se apaga a las once, pero da igual. No tienes alternativa.

    Es verdad, gracias. Vaya que eres un tipo extrao. S, un tipo muy curioso.

    5 Sonia me despert antes del amanecer murmurando: Debes irte de inmediato. Yacamos apretados el uno contra el otro, en la angosta cama del pequeo cuarto de Sonia,

    contiguo a la cocina. Por un instante no logr recordar quin era, ni dnde me encontraba, ni quin me despertaba, pero de pronto lo record todo.

    Debes irte repiti Sonia. Son las seis y media. El viejo se levantar dentro de media hora. Permanecimos inmviles unos minutos, besndonos. Despus empec a vestirme despacio. Sonia

    no quera encender ninguna luz, as que nos movamos en la oscuridad como fantasmas. Al ponerme de pie not las suelas nuevas de mis zapatos.

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    No te olvides nada me recomend Sonia. Acaso tena algo que pudiera dejar olvidado? Antes de que me fuera, Sonia dijo: Llmame pronto. No vuelvas a desaparecer durante meses. Haba en su voz un dejo de amenaza, de apego femenino que me agradaba. Cmo iba yo a

    imaginar que pasara la noche con una mujer? Es cierto que una vez ms le haba dado mi palabra de honor de que la respetara. Haba dormido muy poco, un par de horas a lo sumo. Me dola un poco la cabeza y de vez en cuando una sensacin de nuseas me suba a la garganta.

    Ya en la puerta, Sonia me tendi un paquete de comida que por lo visto haba preparado la noche anterior. Baj lentamente la escalera en sombras con la determinacin de quien se dirige a cumplir sus obligaciones antes del alba. Estar abierto el portn? me pregunt. Es preciso que el sereno no me vea. Sal y en ese momento vi al sereno que quitaba los cerrojos. Se mova pesadamente, con solemnidad, como quien abre las puertas de una crcel. En cuanto volvi a meterse en su garita, me escabull hacia la calle. An reinaba la oscuridad, pero de algn modo era una oscuridad diferente. Pasaban tranvas iluminados, atestados de gente que iba a su trabajo. Aqu y all haba un almacn o una lechera abiertos. El conductor de un carro impulsado por vapor descargaba pan caliente recin salido del horno. Varios hombres bajaban de un vehculo cntaros de leche que acababan de llegar de la estacin de tren. Las estrellas parecan esfumarse y en el cielo la luz era una mezcla de noche y da salpicada con estras blancas y negras. El resplandor rojizo del sol naciente se reflejaba en las ventanas de un quinto piso. El mundo haba completado una vuelta ms alrededor de su eje. La rutina diaria comenzaba de nuevo.

    Me pregunt adnde ir. Apenas me quedaba dinero, pero alcanzaba para tomar algo caliente. Me detuve ante un pequeo caf, y antes de entrar cont las monedas que tena en el bolsillo. Qu pa-sara si no daba con Dov Kalmensohn? Y si no se encontraba en la ciudad? Un hombre como l deba de viajar mucho, y tal vez estuviera en algn congreso, o incluso en el extranjero. La preocupacin me rondaba, pero no estaba dispuesto a permitir que me atrapase. Primero beber una taza de caf decid. Un placer pasajero no es por ello menos placer. Algunas mariposas no viven ms que un da.

    En un lugar donde se sirve comida no se ve con buenos ojos que alguien coma de sus propias provisiones, pero eso fue lo que hice con disimulo. En cuanto la camarera se hubo alejado, saqu un bollo del paquete y lo engull. Sonia tambin me haba dado varias rebanadas de pan, un trozo de queso y una manzana. Di cuenta con satisfaccin de mis vituallas y las baj con un trago de caf. De vez en cuando echaba una mirada a la entrada del local.

    Ya era pleno da, un da nublado de invierno. Aunque no nevaba, las barandillas de los balcones presentaban una gruesa capa de escarcha. Ya haban llegado al caf los peridicos de la maana y los otros parroquianos gente rica que peda arenques, bollos con mantequilla y huevos se dedicaban a leerlos.

    Procur animarme con reflexiones consoladoras. Llevaba casi diecinueve aos viviendo en esa tierra, y eso nadie poda quitrmelo. Esos aos ya eran historia, una porcin de la eternidad. Y haba pasado una noche con Sonia, una noche de amor. Tampoco eso podan quitrmelo. No caba duda: los primeros diecinueve aos eran los mejores. Ms tarde llegara la vejez... De todos modos, quin estaba en situacin de saber si Kalmensohn se encontraba en Varsovia o si el cosmos no era ms que un mero accidente? Y si todo lo que deba suceder ya estaba decidido por poderes superiores, stos, se hallaran donde se hallasen, ya saban qu sera de m. Para ellos, mi futuro constitua un libro abierto.

    En ese momento se acerc la camarera. Desea algo ms? me pregunt. No, gracias. Rpidamente me tendi la cuenta. Advert desprecio y desagrado en su mirada. Tal vez haba

    visto mi paquete de comida. No deba permanecer por ms tiempo en ese lugar. Sal a la calle y prosegu mi camino. Despus de todo, para los animales era natural vivir a la

    intemperie. Minsculos pajarillos pasaban noches glidas durmiendo en los techos o en las ramas de los rboles, y tambin el hombre primitivo haba dormido al raso.

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    Pas por delante de una sinagoga y entr en busca de calor. Al fin y al cabo, segua siendo un judo. Una sinagoga no me resultaba ajena. De pronto percib una atmsfera familiar que me hizo sentir que yo no era un muchacho de dieciocho aos, sino que posea los recuerdos de un hombre centenario. Todo all pareca a un tiempo antiguo e ntimo: el sanctasanctrum, los numerosos libros, muchos de ellos antiguos, con los lomos desgastados, las mesas desnudas, los fieles sumidos en sus estudios o recitando plegarias, el olor de las lmparas, de la estufa, de cuerpos y sudor.

    Yo llevaba a la espalda mi pequea mochila. Un hombre de barba rubia sostena una cesta llena de habas calientes, cubierta con un pao. Haba mozos de cordel con cuerdas atadas alrededor de la cintura. Por la ropa y la barba de esa gente, yo poda deducir a qu se dedicaban. El hombre manchado de harina que llevaba dos abrigos, uno encima del otro, tena un almacn. El hombre alto, de manos enormes y uas cuadradas, era un carpintero; reconoc en sus dedos los colores de la cola y el barniz. Mientras el cantor entonaba las Dieciocho Bendiciones, alguien procuraba vender un billete de lotera.

    No, nada haba cambiado. El cantor recitaba: Retorna piadosamente a tu ciudad santa de Jerusaln como lo prometiste. Qu extrao! Haca ms de dos mil aos que los judos pronunciaban esas mismas palabras, y ahora s, de verdad, volvan a Jerusaln. Yo esperaba mi certificado. Qu extrao pueblo, qu extraa religin. Cunta fe depositaban en palabras escritas miles de aos atrs.

    Sin pensarlo, cog un libro de un estante y me sent ante una mesa, dejando la mochila a mi lado, sobre el banco. Se trataba de un volumen de la Mishn, y en l le: En da festivo no se debe pescar en el estanque ni comer lo pescado, pero est permitido cazar animales y aves y comerlos.

    Me pregunt si sa sera la voluntad de Dios. Era para eso para lo que haba creado los mamferos, las aves y los peces? Para que los hombres los capturaran y se los comiesen? Debera yo pasar el resto de mi vida en ese lugar santo? O vivir en un kibutz apacentando cabras o enseando a los nios? Cerr los ojos y me dej invadir por la mezcla de sonidos: las plegarias de los que oraban a mi alrededor, rfagas de melodas de la Gemar, fragmentos de conversacin de aquellos que haban interrumpido su estudio o sus rezos. Desde la infancia yo haba buscado algo que me sustentase, una fe verdadera, cierta y segura, ms all de cualquier cuestionamiento. Una meta clara. Sin embargo, todo se haba desvanecido y esfumado, nada era seguro, nada ofreca certezas. Ni Dios, ni la ciencia, ni las palabras de los viejos sabios, ni las teoras de los nuevos. En cierta ocasin encontr por azar, en un caf, un peridico en el que le un artculo sobre la situacin europea. Los alemanes se rebelaban contra el Tratado de Versalles, la India procuraba independizarse del Imperio Britnico, los Balcanes seguan siendo un polvorn igual que en 1914, y sobre Rusia se cerna la amenaza del hambre. En Polonia era inminente una crisis de gabinete y los judos estaban de ms en todas partes, hasta en la tierra de Israel. Los rabes ya haban advertido que no toleraran un aumento de la inmigracin juda.

    Acaso no hay un lugar en el mundo donde uno consiga un poco de paz?, pens. S, en Suiza me respond a m mismo, pero no conceden visado a personas como yo. Y todo parece indicar que Amrica est por cerrar sus puertas.

    El nico reposo verdadero se encuentra en la tumba. Sin embargo, quin sabe si el cadver realmente descansa? Apoy la cabeza sobre la mesa y dormit. O que recitaban el kidush, la plegaria de la santificacin, pero no me puse de pie. Aunque quizs estuviera durmiendo, mis pensamientos eran los de una persona despierta. Santo, santo, santo. Por qu necesitaba l tantas alabanzas? Y por qu, si la Tierra estaba llena de su honor y su podero, Dios no haca nada por la humanidad sufriente?

    Me sum en un sueo profundo y so con la tierra de Israel. Me encontraba en Jerusaln, caminando. Pasaba por una serie de prticos, cruzaba grandes espacios abiertos similares a los que se describen en uno de los tratados de la Gemar. Habitaciones, puertas, escalinatas. Unos clrigos mojaban sus dedos en agua. De alguna parte llegaban hombres de levita ejecutando melodas en liras, trompetas y arpas. Era tiempo de Pascua y los judos iniciaban peregrinajes.

    Dnde se describe todo esto? me pregunt. Ha llegado el Mesas? En tal caso, qu estoy haciendo en Varsovia? Cuanto vea me pareca extrao. El sol tena un brillo festivo, en una

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    moneda de oro que recog se lea la siguiente inscripcin en yiddish: Castigo de Dios. La observ atentamente, lleno de asombro. En Jerusaln se hablaba yiddish? Y cul era el sentido de esas palabras, Castigo de Dios, grabadas en una moneda? Es demasiado absurdo, decid, y me despert.

    Record el sueo, los prticos, los corredores, los pasajes. No todo era fantasa, pens. En todo ello haba algo real, algo que yo haba visto en alguna parte haca mucho tiempo. Pero la moneda con la inscripcin resultaba absurda. El Maestro de Sueos se burlaba de m.

    Mir el reloj de la sinagoga, que en lugar de nmeros tena letras hebreas. Era hora de ir a la oficina del Jalutz. Sera preferible esperar a Kalmensohn antes que arriesgarse a perderle el rastro por completo. S, todo dependa de que l estuviese en la ciudad. De lo contrario, la nica salida que me quedaba era el suicidio.

    Sal a la calle, y despus de la atmsfera ftida de la sinagoga respir con gratitud el aire fresco. Me pregunt qu pasara si al meter la mano en el bolsillo encontrara una billetera repleta de dlares. Alquilara una habitacin en Varsovia, o tal vez ira a Berln o a Pars. Pagara a preceptores para que me enseasen matemtica, fsica, idiomas. Dedicara las maanas a escribir y las tardes a estudiar. Por las noches ira a un caf, o al Kurfrstendam o a Montparnasse, y llevara conmigo a Lena. Juntos, tendidos en la cama, escucharamos los ruidos de Pars. Al llegar la maana contemplaramos la torre Eiffel por la ventana.

    Saba bien que los milagros no existen, pero aun as met la mano en el bolsillo. No, no haba ninguna billetera repleta de dlares. Record lo que dice Spinoza acerca de los milagros: Dios y los milagros son antitticos. Las leyes de Dios y Su ser son una y la misma cosa. Dios no tuvo la menor piedad de los sesenta mil polacos muertos en Verdn. Todo coincida perfectamente con Su naturaleza divina, con Sus atributos.

    Llegu a la direccin que me haban dado y apenas empec a subir la escalera me lleg desde arriba el bullicio de los jalutzim. Ya en la oficina, me encontr con un grupo de jvenes desmelenados con camisas multicolores, y otros de pantalones cortos que dejaban a la vista sus piernas velludas. Los haba que llevaban zapatos y otros que iban descalzos. Vi tambin algunas muchachas, obviamente activistas femeninas del Jalutz. Tenan el mismo aspecto que los varones, y de vez en cuando por sus ojos pasaba un resplandor producido por la Tierra Prometida.

    Se oa ruido de martillos y serruchos. Los jvenes estaban llenando maletas y bales que aseguraban con sogas o clavos. Reinaba un clima de apuro y fervor. O hablar hebreo, yiddish y polaco.

    Intent preguntarle a alguien por Dov Kalmensohn, pero antes de que atinara a abrir la boca mi eventual informante haba desaparecido. No haba modo de hacerse or. Al fin consegu que una muchacha me prestara atencin. Me inform de que Kalmensohn no llegaba hasta las once.

    Gracias a Dios. Se encontraba en Varsovia. Pero qu hara yo durante esas horas de espera? Me sent en un banco. A mi alrededor se preparaban envos a Tierra Santa. Ropa de cama, libros, utensilios y hasta embutidos eran embalados en cajones y cestas de mimbre. Mezclados con el ajetreo se oan los nombres de ciudades distantes. Las jvenes activistas fumaban y trabajaban como hombres. All mismo, ante mis ojos, se cumpla la promesa que Dios haba hecho a su pueblo errante: devolverlo a la tierra de sus padres.

    6 Eran ms de las once cuando lleg Dov Kalmensohn. Tem que no me reconociera y que hubiese

    olvidado todo el asunto, pero no fue as. Se acordaba de m, y su saludo fue amistoso. An conservaba el bronceado del verano y llevaba una chaqueta de cuero y una camisa de cuello abierto. Varios jvenes formaron enseguida un crculo en torno a l. Todos tenan algo para consultarle, pero los despach rpidamente haciendo gala de buen humor.

    Kalmensohn me condujo hasta una habitacin pequea, la oficina donde funcionaban la editorial y la administracin del Jalutz. Haba all pilas de peridicos, montones de libros, manuscritos,

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    etiquetas, sellos de goma, sobres. El lugar ola a cera y tinta china. Kalmensohn despej un par de sillas y nos sentamos. Encendi un cigarrillo y me convid. Aunque yo no sola fumar, en esa ocasin acept.

    Dnde te habas metido? me pregunt. Como no volvimos a saber de ti, le dimos el certificado a otra persona, pero si deseas emigrar podemos conseguirte uno nuevo. No ests casado, verdad?

    Casado? No. No te ruborices, son cosas que ocurren. Vers, la situacin es la siguiente: cada vez que

    Inglaterra nos otorga un certificado procuramos que lo utilice la mayor cantidad posible de emigrantes, ya que el documento es vlido para toda una familia. Para nosotros resulta ms conveniente que viaje una pareja, pero si dos solteros no quieren contraer matrimonio, nos valemos de una jugarreta. Te casas con la muchacha y ella viaja contigo en calidad de esposa. Es un matrimonio ficticio, aunque a veces termina convirtindose en uno de verdad. Eso depende de cada pareja. Si quieren separarse al llegar a destino, nadie se lo impide. Sabemos que no es del todo correcto, pero acaso es correcto que Inglaterra imponga su dominio a medio mundo y controle los certificados que nos permiten retornar a nuestra propia tierra? Lo cierto es que la mayora de los hombres que obtienen un certificado no disponen de los fondos necesarios para el viaje, y es la joven quien aporta el dinero para los dos. Se trata de una especie de dote. Supongo que t tampoco tienes dinero para el billete.

    As es. Lo supona. Ahora, escchame bien: s de una muchacha que necesita viajar a la tierra de

    Israel. Su prometido parti hacia all hace un tiempo y la espera. Quieren casarse. Conozco a la familia, es buena gente. La chica se llama Minna. El padre es un jasid, pero ya sabes cmo son las cosas en Polonia. Minna termin la escuela secundaria e incluso curs estudios universitarios. Aun as, slo puede llegar a Palestina con el certificado de otra persona. Se resiste a un matrimonio de conveniencia pues teme que despus el hombre se niegue a devolverle su libertad, y ella est locamente enamorada de su novio. Por eso no quiere asumir compromisos dudosos. T pareces un tipo decente. Cuando te conoc en Swider me bast una mirada para saber cmo eras. Pero lo ms importante es que eres varios aos menor que Minna. Y ella es una mujer respetable, como suele decirse. En este asunto muestra una extraa reticencia. Ya he intentado encontrarle un compaero apropiado, pero varios candidatos empezaron a insinursele de inmediato, y eso la puso histrica. La llamar por telfono, y si no la encuentro te dar una carta para ella. Qu clase de documentos tienes?

    Ninguno, pero puedo conseguirlos. Debers obtener tu partida de nacimiento y todos los papeles requeridos cuanto antes. Si

    Minna se muestra de acuerdo, te gestionaremos un pasaporte y estarn en condiciones de partir. Lo ms importante es que vayas con mucho cuidado con la forma en que te comportas. No creo que haya necesidad de explicrtelo. Considero que tienes el tacto suficiente.

    No s cmo agradecrselo. Le aseguro que... Aunque pareces un poco tmido, en este caso eso es favorable. El padre de Minna fue en un

    tiempo un hombre muy rico, pero lo perdi todo. A decir verdad, se hallan al borde de la ruina. Ya te he dicho que conozco a la familia, desde hace aos. Fui profesor de hebreo de Minna. Son verdaderos aristcratas judos. Aguarda un momento.

    Kalmensohn descolg el auricular del telfono y marc un nmero. Pregunt por la seorita Minna. Asinti con la cabeza y colg.

    No est en casa dijo, pero volver para almorzar. Te dar una nota, y de todos modos volver a llamarla. Espera, vuelvo enseguida.

    Kalmensohn no slo era secretario de la organizacin, sino su director ejecutivo y acaso tambin director del peridico. Desde donde me encontraba lo oa regaar bonachonamente a los jalutzim, tutendolos. Me haba dicho que aguardara un momento, pero tard casi tres cuartos de hora.

    Recog uno de los peridicos apilados en el suelo y le un artculo acerca de un joven que, armado con un rifle, haca guardia en un asentamiento judo una noche de lluvia en que el viento

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    silbaba y los chacales aullaban. Los rabes lo atacaron y lo mataron. Otro muchacho, un joven de familia pudiente que haba emigrado a la tierra de Israel para desecar pantanos plantando eucaliptos, haba muerto de malaria. El artculo terminaba con estas palabras: El pueblo judo jams los olvidar.

    Agach la cabeza. Quines eran el pueblo judo? Yo nunca haba odo siquiera el nombre de ese muchacho. Oh, s..., todos seran olvidados, hasta el mismo Goethe, si por azar un cometa chocaba contra la tierra. Todo se transformara en vapor, un vapor que borrara eficazmente la historia entera. Aunque por otra parte, Spinoza deca que haba en Dios una huella de cada alma. O sea, que el Ser Supremo era una suerte de archivo de la humanidad.

    Dov Kalmensohn volvi en ese momento trayendo un sobre cerrado. Entrgale esto a la seorita Minna dijo. Su apellido es Ahronson. Me dio la direccin. Meir Ahronson viva en la calle Leszno, en una casa nueva cerca de la calle

    del Hierro. Kalmensohn me dio un fuerte apretn de manos y me pidi que me mantuviera en contacto con l.

    Me march, lleno de asombro. Es milagroso que me haya hecho arreglar los zapatos, pens. Cont el dinero que tena en el bolsillo, pues necesitaba un afeitado. No poda ir a la casa de esa joven aristocrtica con semejante aspecto; pero me alcanzara para pagarle al peluquero? Adems, empezaba a sentir hambre.

    Entr en una peluquera. El dueo estaba ocupado cortndole el pelo a un hombretn que no paraba de fanfarronear. Contaba que un amigo le haba pedido prestada la llave de su apartamento y haba llevado a una mujer a la que le exigi que se sometiera a sus deseos amenazndola con provocar un escndalo y llamar a la polica. La historia hizo que me sintiese desdichado. Tuve ganas de preguntarle: Qu hazaa hay en conseguir lo que uno desea por la fuerza?, pero permanec callado. El peluquero se limitaba a asentir, chasquear la lengua y murmurar: Vaya, vaya.

    Conque eres de esa clase de individuos dije para mis adentros. Si yo fuese el rey del mundo, te castigara con tal rigor que te pudriras en la crcel hasta la dcima generacin. El hombretn le pidi al peluquero que lo perfumara y le aplicara polvos de talco. Tambin champ y un masaje elctrico. Tena el cuello y los hombros de un gigante. Costaba imaginar que fuese un descendiente de Abraham, Isaac y Jacob. Acaso era posible llamarlo judo? En realidad pens, la esencia de lo judo an no ha sido definida.

    Cuando el cliente se puso de pie, el peluquero le cepill la ropa. El hombre se mir en el espejo tratando de encontrar algo de qu quejarse. Finalmente se march. En cuanto estuvo fuera, el pelu-quero dijo:

    No hay una sola palabra de verdad en nada de lo que ha dicho. De veras? Lo nico que sabe hacer es correr detrs de las prostitutas. Ah. Yo ya lo haba condenado a cien aos de crcel. Mientras el peluquero me afeitaba,

    pensaba con preocupacin en el cuello de mi camisa. Me haba puesto uno limpio el da anterior. A veces, una mancha en el cuello basta para echar a perder un compromiso matrimonial.

    Pagu el afeitado y me qued sin un pfenig. Me encamin hacia la calle Leszno mordisqueando el trozo de pan que me restaba de las provisiones que me haba dado Sonia. No pareca una buena idea ir a ver a una desconocida con el estmago vaco. Saba que tena que hacer todo lo posible para no permitir que me dominasen la ansiedad o la desesperacin. Deba estar listo para cualquier eventualidad. se era el secreto de Napolen, del explorador Amundsen y de otros grandes triunfadores: conservaban la calma frente a los ms terribles peligros. Imaginemos me dije, que la calle Leszno es un enorme iceberg flotando a la deriva cerca del polo Norte, con una temperatura de sesenta grados bajo cero, y que me he quedado sin vveres. Un oso polar me ha robado la bolsa de dormir...

    Fantaseando y dndome nimos de ese modo, llegu a la casa. Haba un ascensor, pero lo encontr cerrado con candado. Era para uso exclusivo de los inquilinos, y de l quedaban excluidos visitantes e invitados. Mientras suba la escalera me pregunt si sera capaz de manejar la situacin

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    con calma y tacto, y hasta con cierta obsequiosidad. Apenas puls el timbre o ruido de pasos y enseguida una criada entreabri la puerta hasta donde

    lo permita la cadena de seguridad. Se trataba de una joven polaca de mejillas sonrosadas y ojos oscuros. Llevaba falda blanca y el cabello recogido debajo de una cofia, y por su aspecto podra haber pasado por francesa. Le expliqu que era portador de una carta de Dov Kalmensohn para la seorita Minna Ahronson. Me pidi que aguardara, y mientras lo haca me llegaron aromas de borscht, carne asada y tarta recin horneada. Cuando la criada regres y solt la cadena, entr en un largo corredor con las paredes cubiertas de pinturas y grabados.

    La familia est almorzando me dijo. Tendra usted la bondad de esperar? Por supuesto. Aqu, por favor. Seal un silln tapizado junto a una mesa baja en la que haba una

    lmpara y varias revistas. Por lo visto pens un hombre rico al borde de la ruina sigue siendo un hombre rico. Ca entonces en la cuenta de que yo era probablemente el ser ms pobre de Varsovia, sin dinero, sin un pedazo de pan, sin un lugar donde pasar la noche. No era dueo de nada, salvo de la mochila que haba dejado en el suelo junto al silln. Cog una de las revistas y le una nota acerca de la fiesta que un millonario norteamericano haba ofrecido en honor de su hija, a un coste de sesenta mil dlares. Slo en flores se haban gastado cinco mil. El texto iba acompaado por fotos del padre y la hija. El millonario se haba divorciado de la madre de la joven, y a su vez la ex esposa se haba casado con un lord ingls. Segu hojeando la revista entre bostezos. Baruj Spinoza, acaso todo esto forma parte de la esencia divina? Acaso es necesario, o el resultado del pensamiento de Dios?

    El ruido apagado de platos me lleg procedente de otra habitacin. Alguien hablaba, alguien rea. De pronto vi entrar a un hombre de pequea estatura, con una diminuta barba gris y bolsas bajo los ojos. Kalmensohn me haba dicho que el padre de Minna era un jasid, pero la persona que vena hacia m vesta ropas modernas. No slo eso, sino que cubra su cabeza con un bonete cuadrado de seda, a la usanza de los judos lituanos. Haba en la expresin de su rostro algo de judo chapado a la antigua, bonachonamente paternal, y al mismo tiempo un aire de ambigedad. Su chaqueta era un poco demasiado larga y las vueltas de sus pantalones caan sobre los zapatos. Una cadena de oro cruzaba su chaleco de lado a lado. La camisa abierta dejaba su cuello al descubierto, y tuve la impresin de que haba adelgazado. Me puse de pie, y l me pregunt en un yiddish con acento polaco:

    Es usted David Bendiger? S. Un Bendiger, realmente? S. Y de dnde es oriundo? Le expliqu que me haba criado en Varsovia pero era originario del distrito de Lubln.

    Acaricindose la barba, dijo: Por qu espera usted en el corredor, como un pordiosero? Venga conmigo. Estamos

    almorzando. Beber un vaso de t con nosotros. Gracias. El hombre me condujo a un comedor muy luminoso en el que dos mujeres se hallaban sentadas a

    la mesa; una de ellas tena el cabello canoso y la otra castao claro. La primera alz sus impertinentes para examinarme; la otra me lanz una mirada entre irnica y despectiva. Me senta cada vez ms mareado y lo vea todo como a travs de una niebla. Me estara quedando ciego?

    Dbora, querida dijo Meir Ahronson dirigindose a su esposa, ste es el joven. Se apellida Bendiger y es oriundo del distrito de Lubln. Su padre es rabino en algn lugar de Galitzia. Se cri en Varsovia. Se volvi hacia m y aadi: sta es mi esposa, y sta mi hija, Minna.

    Encantada de conocerlo dijeron ambas casi al unsono. Sintese aqu me invit mi anfitrin sealando una silla. Querida, pdele a Tekla que traiga t y un tentempi para el joven.

    Por qu slo t y un tentempi? pregunt con voz cantarina la mujer. Queda sopa y carne. Puede comer con nosotros.

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    Gracias, pero ya he... No nos agradezca, y coma me interrumpi ella. Si quiere ir a Palestina necesitar mucha

    energa.

    7 Poco a poco la niebla se fue disipando y vi ms claramente a las dos mujeres. Era obvio que la

    madre haba sido en un tiempo una hermosa mujer. De ojos verdes, nariz pequea y aire eslavo, las manchas de la edad afeaban ahora su piel. La hija tena los ojos y la nariz de la madre, pero era ms baja que ella. Su cabello castao, muy corto, dejaba a la vista sus orejas, como las de un muchacho. Al sonrer, mostraba dientes muy separados. En su expresin haba una mezcla de timidez y sarcasmo.

    La criada me trajo un bol de sopa de tomate y unas rebanadas de pan. Meir Ahronson dijo: No es necesario que haga una ablucin, pero tal vez desee bendecir el pan. Meir, deja tranquilo al joven intervino la seora Ahronson. Este hombre siempre est

    tratando de salvar a alguien para el mundo venidero. Con mucho gusto bendecir el pan dije, y murmur la plegaria. Qu puede perder? pregunt Ahronson. Le viene bien recordar que es judo. Los dems no nos dejan olvidarlo replic su esposa. Tom la sopa procurando no hacer ruido, atento a la regla que haba ledo en alguna revista. De

    tanto en tanto miraba de soslayo a la seorita Minna. Ella beba su t con la vista clavada en el vaso, sonriendo para s misma. Su madre la inst varias veces a que probara el bizcochuelo que haban servido con el t, pero la muchacha no se molest en contestarle. Saltaba a la vista que era hija nica y muy mimada. Pese al fuerte vnculo que la una a su familia, senta una necesidad infantil de rebelarse. Aunque se la vea joven, haba en su modo algo que induca a pensar que rondaba los treinta aos, o acaso ya los haba superado. Entrev unas hebras grises en su cabello. Tena labios finos y mentn angular y la cicatriz de una operacin debajo de la oreja derecha. Su cuello era largo y delgado y sobre la blusa usaba un corbatn de estilo masculino. Abruptamente se puso de pie, y volvindose hacia m me dijo con tono severo:

    Cuando termine de comer venga a verme a mi cuarto. Not que la falda le llegaba apenas hasta las rodillas, y que los tacones de sus zapatos eran

    extraordinariamente altos. Sus piernas eran elegantes, pero demasiado delgadas. La madre la mir con expresin acusadora, aunque yo no acababa de entender de qu manera la haba ofendido su hija. La seora Ahronson sacudi la cabeza, como embargada por una pena que no poda ni expresar ni ocultar.

    Qu piensa hacer all, en la tierra de Israel? me pregunt el seor Ahronson. Pastorear ovejas?

    All necesitan toda clase de trabajadores. Por ejemplo? Por qu no se hizo usted rabino como su padre? No soy ortodoxo hasta ese punto. Acaso estuvo en el cielo y comprob por s mismo que Dios no existe? Tonteras! Las cosas

    estn mal para los judos en Polonia. Pero es que alguna vez estuvieron bien? Mientras nos aferra-mos al judasmo, logramos salir adelante de algn modo. La generacin actual no es ni una cosa ni la otra. No quieren ser judos, y no se les permite ser gentiles.

    En Palestina se les permitir. Ah, de modo que es por eso por lo que usted quiere emigrar? Para convertirse en un gentil?

    Pues tampoco all se lo permitirn. La seora Ahronson alz sus impertinentes y dijo: Meir, hablas como si t mismo hubieses estado en el cielo. Quin necesitaba esta ltima

    guerra? Y fjate lo que est ocurriendo en Rusia. La humanidad tiene libre albedro.

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    Y t tienes respuesta para todo. Dnde vive usted, joven? pregunt la mujer volvindose hacia m.

    Por el momento en ninguna parte. Duerme en la calle? inquiri Ahronson. Les cont mis experiencias como maestro. Ahronson esboz una sonrisa de escepticismo, como

    diciendo: Ya conozco esa historia. Se acarici la barba y murmur lo que me pareci una plegaria. Sin duda sus orgenes eran jasdicos, pero debido a su fortuna se haba transformado a medias en un maskil, un judo ilustrado. Advert que contena un bostezo y diriga miradas soolientas hacia la puerta de su dormitorio. Como muchos judos ricos de Varsovia, Meir Ahronson tena la costumbre de echar una siesta despus del almuerzo.

    La seora Ahronson baj sus impertinentes y me dijo: Vaya a ver a mi hija. Es la primera puerta a la derecha, por el corredor. Llam a la puerta de la seorita Minna y entr en una habitacin cuyas paredes estaban cubiertas

    por tapices amarillentos y cuadros con pesados marcos dorados, entre ellos un retrato de la propia seorita Minna. Haba un piano, libros encuadernados en cuero de Rusia, y otros en terciopelo y seda, de cantos dorados. Haba tambin pequeos pedestales que sostenan figuras de porcelana y metal, un acuario con pececillos de colores, araas de caireles, varios sofs pequeos, una chaise longue y dos butacas muy mullidas. Sobre la tapa de un elegante escritorio vi cartas desparramadas y recortes de diarios y revistas. No se trataba de un cuarto corriente, sino ms bien del boudoir de una gran dama.

    La seorita Minna se hallaba sentada en un sof, con las piernas cruzadas. Sus medias de tono vivo hacan juego con el color de los zapatos. Hizo ademn de que me acercara, pero no me invit a sentarme.

    Est dispuesto a viajar a Palestina si consigue el pasaporte y el visado? S, por supuesto. Sus papeles estn en orden? Todava no los tengo. Su salud es buena? Muy buena. Kalmensohn dice que es usted escritor. Qu escribe? En realidad, todava soy un principiante. En qu idioma escribe? Por lo que veo, no entiende el polaco. Antes escriba en hebreo, pero ahora he comenzado a hacerlo en yiddish. En esa jerga? Llmelo como quiera. No se trata de cmo lo llame yo. El yiddish es una jerga, mezcla de alemn corrompido con

    hebreo y polaco. Tambin el hebreo es corrompido, y por cierto el polaco. Un idioma sin gramtica ni sintaxis... Para quin escribe usted? Para los peridicos que utilizan esa jerga?

    Para nadie. Si logro encontrar editor, escribir un libro; pero para eso an falta mucho. Debo ir a Palestina, donde me espera mi prometido. Si conseguimos viajar con un solo

    certificado, usted y yo tendremos que casarnos. En cuanto lleguemos a destino nos divorciaremos y cada cual seguir por su lado.

    S, claro. Entiende el hebreo? He escrito en hebreo. Yo estudi hebreo en un tiempo. Kalmensohn fue mi profesor. Es un idioma difcil,

    enteramente asitico. No hice grandes progresos, pero ahora estoy decidida a aprenderlo. No quiero perder un solo da. Aceptara darme clases?

    Si usted lo desea... Quiero que le dediquemos una hora diaria. Gramtica, lectura, dictado y conversacin.

    Necesito aprender un mnimo de veinticinco palabras por da. Cunto me cobrar la hora? Lo que usted me pague ser suficiente.

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    Ah, muy bien. Qu libros necesitar? Quiero empezar maana. Le indiqu los libros que necesitaba, el Hadibur Hebrei de Krinski y una gramtica. Le dar el dinero para que me los compre dijo ella. Dnde vive? Tiene telfono? Por el momento no vivo en ninguna parte. Qu significa eso? Le di la misma explicacin que le haba dado a su madre. Me escuch con una expresin de

    incredulidad no exenta de burla mal disimulada. No puede vivir en la calle dijo. Le adelantar el dinero de una o dos semanas para que

    busque un sitio donde alojarse. Antes de gestionar sus documentos tiene que estar registrado en alguna parte. Este asunto ya se ha demorado demasiado por la torpeza de un muchacho con quien pensaba resolverlo. Un imbcil. Espero que usted no siga sus pasos. Kalmensohn lo elogia, y a m me impresiona como una persona respetable. Compre un peridico y encontrar anuncios de cuartos que se alquilan. Le dar mi nmero de telfono. Llmeme para informarme. Es indispensable que tenga un domicilio.

    S, comprendo. Aguarde un momento. La seorita Minna se acerc a su escritorio y abri un cajn del que

    sac varios billetes de banco. Tras una imperceptible vacilacin, volvi a guardar uno de ellos. Esto es para una semana. No es necesario que pague por adelantado, pero sin duda querrn un depsito. Si no encuentra un cuarto, dnde dormir esta noche?

    Tengo un lugar. Encuentre un alojamiento lo antes posible. Lo espero maana a las doce. Es la hora que ms

    me conviene para la clase de hebreo. De acuerdo, y gracias. Y esto es para el Hadibur Hebrei. Cunto cree que costar? Confo en que le alcance. No costar tanto. Trigame el cambio. Si no me equivoco, entre mis libros debe de haber una gramtica hebrea.

    Echar un vistazo y se lo confirmar maana. Muchas gracias. Me dispuse a marchar. Sent el impulso de volver la cabeza, pero me contuve. El milagro que

    acababa de suceder me llenaba de asombro. Deba agradecer a Dios Su benevolencia. Tambin tendra que darle las gracias a Kalmensohn.

    Sal al corredor y cog mi mochila. Pareca pesar menos, y yo saba por qu. Tambin senta mis piernas extraamente ligeras. Al fin contaba con algunos contactos tiles en Varsovia, aunque slo fuera por poco tiempo. Sal a la calle, compr un par de diarios y me detuve en la acera para leer los anuncios de cuartos en alquiler. En esa incmoda posicin me costaba entender lo que lea. Lo mejor sera ir a algn lado a tomar una taza de caf. Encontr un caf en el 38 de la calle Leszno, y entr. Me sent a una mesa y subray con lpiz varias direcciones. Uno de los anuncios me interes en especial. Se ofreca una habitacin no lejos de all, en la misma calle donde viva la seorita Minna. Rezaba:

    CUARTO PEQUEO SIN VENTANAS

    PARA CABALLERO SOLO. ALQUILER ASEQUIBLE Era lo que yo necesitaba; pero me asalt una inquietud: quiz ya lo hubieran alquilado. El

    peridico se imprima muy temprano, antes del amanecer. No me atrev a perder ni un momento. Pagu el caf y desanduve el camino que haba hecho.

    Aunque tena mis dudas acerca de todos los dogmas religiosos, conservaba el hbito de la plegaria. Rec para que el pequeo cuarto sin ventanas an no hubiese sido alquilado, recordando al mismo tiempo las palabras de la Gemar: aquel que reza para cambiar un suceso que ya ha ocurrido, reza en vano, pues ni siquiera Dios puede hacer que el tiempo retroceda.

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    8 Entr en un patio pequeo pero limpio, con suelo de asfalto. En el medio se ergua un solitario

    rbol cuyas ramas el invierno haba desnudado. Pregunt por el nmero que buscaba y me indicaron la entrada correcta. Aunque an era de da, en las escaleras ya reinaba la oscuridad.

    Llam a la puerta y o pasos de inmediato. Dos mujeres salieron a recibirme. Una era alta, de unos treinta aos, y la otra, ms baja, rondaba los veinte. La mujer mayor tena un rostro anguloso, cuello largo, nariz aquilina y ojos grandes y oscuros. Peinaba su rizado cabello como lo habra hecho un hombre, y tambin sus orejas parecan masculinas. Tena un cigarrillo casi consumido entre los labios y una mirada jovial. Al instante, no s por qu, se me ocurri que era comunista.

    La mujer menor me pareci una estudiante. Al acercarme advert que su nariz tampoco era recta, pero a diferencia de su compaera, delgada y enjuta, presentaba una figura regordeta, un busto opulento y unas mejillas sonrosadas. Pareca maravillosamente saludable y vivaz, como si acabara de volver de una dacha. Las dos mujeres jadearon un poco al rerse. Por lo visto haban corrido para abrir la puerta, procurando adelantarse la una a la otra. Sin darme tiempo a abrir la boca, la mujer mayor dijo:

    Viene por la habitacin, verdad? S. Adelante, pase. Mis esperanzas renacieron. Las mujeres me condujeron por un pasillo oscuro hasta una

    habitacin en la que haba un mechero de gas encendido. Se trataba de una estancia pequea, que semejaba un nicho ms que una habitacin, con una

    cama, una mesa pequea y una silla. Tambin haba tres estantes con libros. Helo aqu anunci la mayor. Si a usted le gusta tomar baos de sol en su habitacin, esto

    no es lo que le conviene. Pero si lo que busca es un lugar para dormir, aqu lo har plcidamente. No necesito baos de sol. Pues no le vendran mal. Est demasiado plido. Claro que en eso no podemos ayudarlo. Me pidi un alquiler ridculamente bajo y me apresur a decir: Lo tomar. Cmo, tan rpido? Bien. Aqu viva un hombre joven, un ingeniero. Consigui un puesto en

    Danzig y nos dej sus libros, libros tcnicos y de matemticas. No entiendo una sola palabra de ninguno de ellos. Si le interesan, son suyos. Cundo quiere mudarse?

    Ahora mismo. Vaya, s que va usted deprisa. Queramos limpiar un poco, aunque en realidad no hay mucho

    que hacer. Cambiar las sbanas. Dnde estn sus cosas? Seal mi mochila. La chica ms joven solt una risita. La mayor pregunt: A qu se dedica usted? Es poeta? Aspiro a ser escritor. Muchos aspiran a eso. Debo dejar un depsito? Si le parece, pague la mitad del mes. Con eso bastar. Cont el dinero que me haba dado la seorita Minna y se lo entregu. Ella ech una mirada a los

    billetes y se los tendi a la mujer ms joven. Mi nombre es Bella, o Bayla dijo. Mi sobrina se llama Edusha, Elke en yiddish. Es una

    de las hijas de mi hermana, que vive en Londres con su segundo marido, un rabino. sa es la historia completa. Qu clase de trabajo hace usted, adems de dedicarse a la poesa?

    Me dispongo a emigrar a Palestina. Tengo un certificado y... En ese caso, cunto tiempo piensa quedarse aqu? Varios meses. Muy bien. Nuestros inquilinos nunca se quedan mucho tiempo. Se marchan, y tenemos que

    empezar de nuevo. Verdad que si cuenta usted con un certificado puede llevar a otra persona? Ya he hecho un arreglo con una joven.

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    Tiene usted respuesta para todo! Es sionista? Mi propsito es ir a Palestina. Y qu va a hacer all? Comer algarrobas como las cabras? Inglaterra nunca abandonar ese

    lugar..., por lo menos de forma pacfica. Cuando se apoderan de algo, no lo comparten con nadie. Permitirn la entrada de unos pocos judos y despus instigarn a los rabes contra ellos. sa es la eterna poltica de Inglaterra: divide y reinars. Los rabes, por su parte, tambin tienen derechos. Es su tierra, no la de ustedes. All vivieron y lucharon durante dos mil aos, y ustedes lo nico que tienen es un ttulo de nobleza concedido por Dios. Dios l