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CIENCIA Y FE Dr. Marino Latorre Ariño 1 (1) Universidad Marcelino Champagnat – 2017 Lima - Perú “Creo en Dios como un ciego cree en el sol, no porque lo ve, sino porque lo siente”. (Ph. Bosmans) 1. Introducción La caída del Imperio Romano (476) trajo consigo las invasiones de los bárbaros y la formación de pequeños estados-reinos en Europa cuyo lazo común fue la iglesia católica de forma progresiva, a medida que los distintos pueblos se convertían al cristianismo. La teología se convirtió en la ciencia suprema; la Biblia fue conocida en Occidente a través de la traducción latina que hizo de la misma –la Vulgata– San Jerónimo en el 520. La Biblia es un libro religioso, no es un libro científico; la interpretación literal de la misma, durante los siglos posteriores, condujo a errores y confrontaciones con la ciencia en la baja Edad Media, en el Renacimiento y la Ilustración. Recordemos al respecto la confrontación entre el geocentrismo y el heliocentrismo, entre otras. Por esta razón es necesario puntualizar algunos conceptos sobre la ciencia, la cultura y la fe y sus relaciones y controversias. Al mismo tiempo viviendo, como vivimos en una sociedad multicultural es necesario que en el diálogo fe y cultura aparezca la tolerancia y el respeto. Este es el objeto de nuestro trabajo. 2. La ciencia y la fe: una relación a veces de confrontación La fe y la ciencia son dos categorías culturales que han estado a través de la historia en situación de conflicto y oposición, sobre todo con la llegada de la 1 Quiero agradecer las sugerencias de Sissi Alcántara, Virginia Biola, Mónica Del Águila y Griselda González.

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CIENCIA Y FE

Dr. Marino Latorre Ariño1 (1) Universidad Marcelino Champagnat – 2017

Lima - Perú

“Creo en Dios como un ciego cree en el sol, no porque lo ve, sino porque lo siente”.

(Ph. Bosmans)

1. Introducción

La caída del Imperio Romano (476) trajo consigo las invasiones de los bárbaros y la formación de pequeños estados-reinos en Europa cuyo lazo común fue la iglesia católica de forma progresiva, a medida que los distintos pueblos se convertían al cristianismo. La teología se convirtió en la ciencia suprema; la Biblia fue conocida en Occidente a través de la traducción latina que hizo de la misma –la Vulgata– San Jerónimo en el 520.

La Biblia es un libro religioso, no es un libro científico; la interpretación literal de la misma, durante los siglos posteriores, condujo a errores y confrontaciones con la ciencia en la baja Edad Media, en el Renacimiento y la Ilustración. Recordemos al respecto la confrontación entre el geocentrismo y el heliocentrismo, entre otras.

Por esta razón es necesario puntualizar algunos conceptos sobre la ciencia, la cultura y la fe y sus relaciones y controversias. Al mismo tiempo viviendo, como vivimos en una sociedad multicultural es necesario que en el diálogo fe y cultura aparezca la tolerancia y el respeto. Este es el objeto de nuestro trabajo.

2. La ciencia y la fe: una relación a veces de confrontación

La fe y la ciencia son dos categorías culturales que han estado a través de la historia en situación de conflicto y oposición, sobre todo con la llegada de la

1QuieroagradecerlassugerenciasdeSissiAlcántara,VirginiaBiola,MónicaDelÁguilayGriseldaGonzález.

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modernidad. Si las dos buscan la verdad –y la verdad es única– no puede haber oposición entre lo que una encuentra –no busca– y lo que encuentra la otra.

El problema es que hay muchos caminos para llegar a encontrar la verdad; la ciencia utiliza el método científico y la religión el método teológico apoyado en la revelación. Si la ciencia y la fe hacen proposiciones positivas para el desarrollo integral del conocimiento humano no puede haber oposición y afirmar que la ciencia es un peligro para la fe o ésta es un peligro para la ciencia. La verdad buscada –y encontrada– es única. Ambos caminos del conocimiento conducen al mismo fin.

Juan Pablo II (1998) dice “la verdad sea científica o religiosa, no puede contradecir a la verdad”. Si se produce un conflicto puntual habrá que analizar ambas reali-dades, la religiosa y la científica, pues errores se han cometido por ambos bandos. ¿O es que la ciencia no ha cometido errores? Pensemos en la teoría geocéntrica y heliocéntrica. Un caso típico de una afirmación completamente errónea es la del físico Rutherford –descubridor del núcleo atómico y mejor experimentador de física del siglo XX– quien afirmó a propósito de la fisión nuclear: “La energía producida al romper un núcleo es bien poca cosa. Quienes esperen obtener de esa transformación una fuente de energía, están diciendo bobadas”. Pocos años después dos bombas atómicas cayeron sobre Japón produciendo efectos devastadores (Fernández-Rañada, 2003, p. 128). La ciencia ha cometido errores y muchos, pero se admite que en la ciencia existen mecanismos para su propia corrección. Tal vez a la reflexión religiosa le hiciera falta instaurar instrumentos y mecanismos de corrección desde la misma. Será bueno que ambas reconozcan, con humildad, sus errores históricos –la Iglesia ha pedido perdón por el caso Galileo y por otros– y que la ciencia asuma también con humildad sus errores y las consecuencias catastróficas de la aplicación tecnológica de la ciencia.

Hemos a afirmar, desde el primer momento, que la verdad científica siempre es provisional; las verdades científicas son siempre “hipótesis provisionales” sometidas al “principio de la falsación” de Popper. Y los científicos han incursionado, como consecuencia de sus hallazgos, en el mundo de la filosofía y en las creencias trascendentes e incluso teológicas, queriendo, muchas veces aplicar los mismos métodos que los que utilizan para descubrir las leyes de la naturaleza.

También las verdades teológicas reveladas están en continuo proceso de clarificación, sobre todo en la interpretación antropológica y cultural del sentido de las palabras que definieron dogmas en la antigüedad y en la interpretación del sentido de pasajes de la Biblia, que a través de la Historia han sido fuente de confusión. Hoy, después de los trabajos exegéticos de los siglos XIX y XX ningún biblista admite una interpretación literal del Génesis en afirmaciones relacionadas con el origen del mundo, el funcionamiento de la naturaleza, --como el pasaje de Josué en el que se detiene el sol sobre Gabaón para vencer a los filisteos– o el salmo que da a entender una cosmología geocéntrica: “Tú has

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fijado la tierra firme e inmóvil” (Salmo 93,1). De forma análoga, la descripción que el autor del Génesis hace de la creación en seis días recoge las nociones cosmológicas de la cultura del momento y no es un tratado de astronomía o de biología. Si la reflexión religiosa –la Biblia es un libro religioso y no científico-- quisiera describir el qué es el mundo y cómo se originó, estaría respondiendo a una cuestión que no le compete. La reflexión religiosa no tiene acceso al qué y al como del origen del mundo sino al para qué se originó.

Como decía Galileo: “La Biblia es un libro que nos muestra el camino para ir al cielo, no es un libro que trata de describir cómo se mueven los astros en el cielo”. "En la discusión de los problemas de la Física, no se debería tomar como criterio la autoridad de los textos sagrados, sino las experiencias y las demostraciones matemáticas" pues “el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático”, dice Galileo.

Un claro ejemplo de la intromisión de la Iglesia en temas científicos que no le competían –siglo XVII-- es la condena de Galileo por el cardenal Roberto Bellarmino (1542-1621), jesuita, teólogo y encargado de velar por la pureza de la doctrina Católica. Bellarmino conmina a Galileo a abandonar la defensa de las teorías copernicanas y prohíbe su defensa o su enseñanza. Los libros de Copérnico son incluidos en el Índice de Libros Prohibidos y se declara: "... que el sol está en el centro del mundo y que la Tierra no lo sea y que no esté inmóvil es una teoría absurda en filosofía y herética en cuanto a la verdad teológica".

Según Russell, el conflicto entre Galileo y la Iglesia Católica fue un conflicto entre el razonamiento inductivo y el razonamiento deductivo. La inducción basada en la observación de la realidad, propia del método científico que Galileo usó por primera vez, ofreciendo pruebas experimentales de sus afirmaciones, y publicando los resultados para que pudiesen ser repetidas, frente a la deducción, a partir de argumentos basados en criterios de autoridad, bien de filósofos como Aristóteles o de las Sagradas escrituras. Así, en relación a su defensa de la teoría heliocéntrica, Galileo siempre se basó en datos extraídos de observaciones experimentales que demostraban la validez de sus argumentos.

Como se puede ver la confrontación entre la ciencia y la fe surge como consecuencia de las interpretaciones que cada una de ellas hacen de la realidad. La ciencia se centra en las descripciones de qué es el mundo y cómo funciona, qué leyes lo rigen, etc. La fe se centra en explicar el sentido y el para qué de las realidades observadas. La ciencia se mueve en el mundo de lo sensible, de las experiencias, en términos de lo mensurable utilizando, para aproximarse a la verdad, el método científico, mientras que la fe se mueve en el mundo de las creencias, de la búsqueda de sentido de la existencia de los seres humanos.

Dicho esto podemos afirmar que no debería haber confrontación pues ambas realidades se rigen por principios epistemológicos diferentes y que lo que expresan tanto la ciencia como la fe son aspectos diferentes de la misma y única verdad. Si ambas explican la misma verdad no puede haber contradicción entre

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ellas. La ciencia no solo describe el qué es y el cómo de la realidad, sino que también reflexiona sobre las consecuencias de ese cómo. La fe reflexiona sobre el por qué y para qué de la realidad y ese porqué puede incidir sobre el cómo.

En principio es bueno que se establezca una confrontación entre la ciencia y la fe, siempre que por ambas partes se busque honestamente la verdad. “Falto de espejo, no puede uno verse el rostro. Falto de adversarios, no conoce uno sus propios defectos”, decía Kaimokusho, N. El problema de la confrontación entre ciencia y fe es que ninguna de las dos definen toda la verdad sobre el objeto de estudio, ni pueden ser neutrales o indiferentes ante las consecuencias de su análisis. Ambas definen una verdad sobre la realidad según su metodología, pero no sobre la verdad misma. Este es el punto de conflicto entre la ciencia y la fe. Las esferas en que se mueven la ciencia y la fe no están delimitadas. Ni la ciencia debería tratar de resolver problemas morales que surgen ante los enigmas de la convivencia humana, ni la fe está llamada a organizar la vida social en un mundo plural de ideologías.

El problema surge cuando la ciencia se cierra y parte del presupuesto de que “cuanto existe debe poder ser explicado en términos mensurables” (Positivismo lógico del Círculo de Viena). Lo no mensurable no existe. Pero una cosa es que lo “no mensurable” no exista para la ciencia y otra muy distinta que no exista y que sea una “pura ficción” y “una pura ilusión”. Como dice Husserl (1942, p. 20) “… carece de sentido enfrentar las ciencias de la naturaleza con las del espíritu pues, sin éstas, aquellas quedan ayunas de la racionalidad última real”.

¿Cómo cuantificar la fragancia de una flor, el amor de una pareja, la hermosura de una puesta de sol…? “Creo en Dios como un ciego cree en el sol, no porque lo ve, sino porque lo siente”, decía Ph. Bosmans. No son pocos los que piensan que “no hay nada más irracional que el racionalismo tomado en serio”, es decir, la actitud de quien niega toda seguridad cognoscitiva a cualquier conocimiento que no sea el resultado de una argumentación racional (Barrio, J. M. 2006, p. 88). Más aun si el conocimiento verdadero solo lo aceptamos por vía de experimentación.

Este intento de “crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna (...) La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso (...) Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir su horizonte en toda su amplitud” (Benedicto XVI, 2006). Benedicto XVI recuerda a menudo con palabras de la Fides et ratio de Juan Pablo II (1998, p. 43) que "la fe no teme a la razón, sino que la busca y confía en ella".

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Se puede afirmar que la religión es una construcción mental, pero la ciencia también lo es, y cada una explica una porción de la realidad que puede explicar según la metodología que emplea su epistemología. Para la ciencia el qué y el cómo es constitutivo, es esencial; para la fe el para qué y el sentido son su esencia. Los datos de la ciencia están encuadrados en el espacio y el tiempo, los de la fe están centrados en la experiencia trascendental y en la relación con el ser trascendente. La colisión se produce del por qué deducido de la ciencia y del qué y el cómo deducido de la fe.

¡No son pocos los reproches que se han hecho a la teología de reducir el pensamiento a la esclavitud!, dice De Lubac (1966, p. 59). Se puede decir que es una situación real. Pero…cuántas veces se ve el pensamiento reducido a la esclavitud, bajo las órdenes de un ateísmo querido de entrada (1966, p. 59).

La inteligencia no busca, naturalmente, lo que es “inteligente”; busca lo que es verdadero. Quien desvía la inteligencia de su fin investigando cosas inteligentes, ya no es verdaderamente inteligente (1966, p. 63). Por desgracias, cuanto más densa es la ignorancia sobre un tema, más iluminada se cree.

Las ciencias positivas relacionan unos fenómenos con otros y establecen complicadas cadenas de causas y efectos entre los “hechos experimentables”. Sólo dan respuestas parciales, pues las ciencias ya no saben decir por qué existe la totalidad de estos hechos ligados con aquella red de relaciones causales, ni qué valor o sentido último pueden tener. El filósofo Wittgenstein, --el segundo, es decir a partir de 1940-- un hombre positivista, que valoraba como pocos la ciencia como conocimiento riguroso y sistemático de los hechos y datos de nuestra experiencia, escribía en sus Diarios: “Creer en Dios significa que no todo puede reducirse a los hechos de este mundo”, es decir, del mundo de la experiencia inmediata. La ciencia explica hechos, pero deja sin explicar el por qué, el sentido y el valor del conjunto de estos hechos.

El mismo Chomsky (1983) ha reconocido los límites de la razón humana y claramente ha rechazado el cientifismo (la idea de que la ciencia lo puede explicar todo). "En los problemas comunes de la vida humana, la ciencia nos dice muy poco, y los científicos, como personas, sin duda no son ninguna guía. De hecho, son a menudo la peor de guía, ya que a menudo tienden a concentrarse, como un láser, en sus propios intereses profesionales, y saben muy poco sobre el mundo" (Chomsky 2006, a).

“Lo que estudia la ciencia estudia está al margen de la comprensión, y lo que hay al margen de la comprensión suele ser bastante simple. Y rara vez llega la ciencia a los asuntos humanos. Los asuntos humanos son demasiado complicados [...] así que las ciencias reales nos dicen casi nada sobre los asuntos humanos” Chomsky, (2006, b).

Un salto típico del por qué al cómo y del cómo al por qué es la controversia sobre la evolución de las especies. Sin la distinción de los dos aspectos la única

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salida es la confrontación. Al sentirse amenazadas ambas realidades surge el conflicto y la ciencia califica su metodología como racional y, por tanto, se convierte en el árbitro de la verdad, a la fe se la califica de a-racional.

Con frecuencia los choques entre ciencia y religión lo fueron entre escuelas científicas y teológicas concretas y a veces fueron luchas de poder. Por ejemplo, cuando Pío IX exigió que todos los enseñantes estuvieran bajo la autoridad de la Iglesia (Pío IX, Encíclica Cuanta cura, 1864).

Los avances de la neurociencia han demostrado la plasticidad del cerebro –su modificabilidad-- y que la actividad mental se refleja en cambios en el sustrato fisiológico de la morfología del cerebro que pueden ser detectados. Por otra parte la actividad mental está condicionada por el funcionamiento neuronal del cerebro. La pregunta es si es que si la experiencia religiosa de trascendencia se pudiera describir en términos moleculares-neuronales habría un choque frontal con la ciencia describiendo el cómo y las de la fe que describe el para qué.

La ciencia solo puede describir las realidades que no pertenecen al mundo físico –el pensamiento, el sentimiento, experiencias trascendentes, etc.– por movimientos moleculares, pero, aunque fuera así, la pregunta es si los movimientos molecula-res-neuronales son la causa de la experiencia de la trascendencia.

Históricamente el diálogo entre la fe y la cultura es típicamente cristiano. La necesidad de “dar razón de la fe” que se profesa no ha tenido tanta fuerza en el judaísmo ni en el islamismo como en el cristianismo. Buen ejemplo son los padres de la Iglesia de los primeros siglos: Orígenes, Basilio, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo, Ireneo de Lyon, Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, etc. Y en la Edad Media un grupo de teólogos-filósofos cuyas obras aun son objeto de estudio hoy.

Pero fue a partir del siglo XVIII –la Ilustración– la confrontación entre la fe y la cultura fue en aumento a partir de las pretensiones de la ciencia de querer explicar todo y de la reflexión religiosa de constituirse que querer ser la única intérprete del sentido de lo humano y del universo. Así surge el Índice de Libros prohibidos y la condena de Copérnico –que era un sacerdote– y de Galileo, proponiéndose este caso como paradigma de los esfuerzos de la Iglesia católica por frenar el progreso científico.

La ciencia y la religión deben ser compatibles. Muchos científicos de gran renombre han sido muy religiosos (Fernández-Rañada, A. F., 2008). Hay varios argumentos:

• el primero al carácter histórico de la idea de Dios; la idea de “dios” ha cambiado con el tiempo; desde los griegos y romanos, al Dios del A. T, al Dios del Corán, el de los filósofos, el de los místicos, el de los pueblos orientales, etc. No es extraño que sea así, pues a Dios “nadie le ha visto cara a cara”. Lo que

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conocemos de Dios es lo que Él mismo nos ha revelado (Religión cristiana, judía, islámica). Pascal, por otra parte, tiene una apuesta inteligente: “Acoger a Dios en la fe se muestra como la opción más inteligente; podemos ganarlo todo y no perder nada” (Citado por Saint-Arnaud, 2012, p. 21). Podríamos decir que no seríamos nosotros los que nos hemos equivocado al pensar que Dios existe, sino Dios por no existir.

• a que su existencia no es una cuestión científica, sino existencial, pues la ciencia explica el qué y el cómo del mundo y la religión el para qué y finalidad de las cosas; podemos saber la teoría gravitacional de Newton; se dice que los planetas se mueven porque el sol los atrae con una fuerza que llamamos gravitacional (ley de Newton). Está claro cómo se mueven (órbitas elípticas, según Kepler). Pero Newton afirma en su Principia que “todavía no he asignado causa a la gravedad (…) no he podido todavía deducir, a partir de los fenómenos observados, la razón de estas propiedades de la gravedad” (Newton, 1987, p. 785). Newton afirma que no conoce el por qué se atraen los astros. Sabe el como y puede cuantificarlo, pero no el por qué. Hoy podemos afirmar, de igual manera, que las leyes que rigen el comportamiento del universo son como son y no de otra manera. El por qué son así esas leyes no lo puede descubrir la ciencia, pues es una cuestión meta-científica.

Un caso típico de conflicto entre la ciencia y la religión ha sido el de la “teoría del evolucionismo” de las especies. Se contraponen el creacionismo vs evolucionismo. De nuevo nos encontramos con interpretaciones científicas surgidas de la Biblia –libro no científico– e interpretaciones científicas por parte de la ciencia de textos religiosos.

Como dice Ayala, F. J. (2007) biólogo eminente, evolucionista, radicado en EE. UU., afirma que “no hay contradicción necesaria entre la ciencia y las creencias religiosas” (2007, p. 15) y sigue afirmando que “la evolución y la fe religiosa no son incompatibles. Los creyentes pueden ver la presencia de Dios en el poder creativo del proceso de selección natural descubierto por Darwin” (2007, p. 206).

En cuanto al tema del origen de la condición humana volvemos plantearnos lo dicho anteriormente: lo que sabemos es cómo suceden ciertas cosas desde el punto de vista evolutivo, en el nivel molecular sin determinar los fenómenos genéticos que subyacen en el proceso evolutivo. Desconocemos el por qué. En otras palabras, que la especie humana sea consecuencia de un proceso evolutivo general –el cómo– no nos explica el por qué de nuestra existencia trascendente.

El conocido científico Stephen W. Hawking (1988) –que no puede ser considerado como un hombre religioso-- se plantea el por qué y responde así: “¿… por qué existe el universo y por qué existimos nosotros? Si encontráramos una respuesta a esta cuestión, sería un triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.

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Sintetizando, podemos decir que las afirmaciones científicas son susceptibles de comprobación o refutación mediante experimentos y cálculos; son afirmaciones probables –provisionales– mientras no se demuestre que son falsas, como las teorías físicas, químicas, biológicas, geológicas, etc. (Teoría del falsacionismo de Popper). Las afirmaciones meta-científicas son afirmaciones científicas, que no pueden comprobarse por la vía de la experimentación, como por ejemplo, afirmar “el mecanicismo de la física newtoniana implica la inexistencia del libre albedrío y de responsabilidad ética”, “es posible conocer todo desde la ciencia”, “la veracidad o no de la teoría de la evolución”, “la teoría del big bang”, etc. Las teorías científicas tienen un alto grado de objetividad y son aceptadas por todos los científicos de la especialidad, las afirmaciones meta-científicas son extrapolaciones que se encuentran fuera de las leyes comprobadas y aceptadas y no pertenecen a ninguna ciencia, son discutibles y ni son aceptadas por todos.

Afirmaciones meta-científicas como “todo está determinado según la teoría newto-niana” o bien, su opuesta, “todo se debe al azar, según indica la teoría cuántica”, o la defendida por Stephen Hawking de “un universo autocreador”, se han utilizado para negar la existencia de Dios. Nótese que son afirmaciones que no tienen comprobación científica; son hipótesis no probadas.

Las ciencias experimentales –las únicas ciencias admitidas como tales por los positivistas-- no tienen nada que decir sobre creencias religiosas, ni sobre el sentido de la vida o sobre la ética, excepto cuando la religión interfiere con la ciencia, negando alguna teoría científica probada. En otras palabras la existencia de Dios no es un problema científico sobre el que la ciencia tenga una competen-cia especial.

De Dios solo se puede hablar a través de analogías para no caer en las trampas del antropomorfismo reduciéndolo a categorías y dimensiones humanas; para hablar del “misterio de Dios” hay que sobrepasar las limitaciones del lenguaje humano y seguir la vía simbólica utilizando analogías, comparaciones, símbolos. Es la forma de hablar de Él en el Evangelio: “En el principio existía la palabra…” (Jn. 1,1). “Yo soy la luz…”; “Yo soy el camino, la verdad, la vida…”, etc.

Creo que las relaciones entre ciencia y fe se pueden entender en la Historia dentro de las coordenadas de conflicto-independencia, diálogo-interacción. Estas coordenadas estarán siempre presentes en las relaciones entre ciencia y fe. Las desconfianzas entre ciencia y fe van a continuar, pero la racionalidad humana debe prestar el servicio de intentarlo. Es necesario reconocer que existen varios universos de pensamiento, tan legítimos tanto unos como otros.

Un poeta no piensa, no se expresa, como un matemático. Cada uno tiene un registro literario y un modo de expresarse; uno a través de hermosas y llamativas metáforas y otro a través de signos matemáticos. Y el sabio no tiene el monopolio de la inteligencia y del saber. Muchos sabios no creen porque al estar habituados al método científico que aporta pruebas y datos concretos y reproducibles, lo que

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no ocurre con la filosofía y con la religión que no se las pueden proporcionar. Sin embargo como dice Pascal, “siempre hay luz suficiente para los que desean ver, y suficiente oscuridad para los que tienen disposición contraria” (Pascal, 1981, p. 68).

Concluyo esta parte con las sabias palabras de Pablo VI pronunciadas en la clausura del Concilio Vaticano II (1965): “El humanismo laico y profano ha apareci-do en toda su terribles estructura, y en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? No ha habido tal cosa. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio (…) Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros –y más que nadie– somos promotores del hombre”.

ANEXO

FE Y CIENCIA, SEGÚN UNA ENCUESTA

Al menos el 75% de los científicos está convencido de la existencia de Dios. Este es el sorprendente resultado que arroja un sondeo realizado por la sociedad especializada en estudios de opinión CIRM por encargo de la revista italiana Class.

La encuesta, que ha entrevistado a 414 científicos de Occidente, revela que, a diferencia de lo que podría parecer, el porcentaje de investigadores que no creen es de un 25 por ciento. De estos, el 39 por ciento es de izquierdas, el 12 por ciento son de centro, y el 16 por ciento comulgan con corrientes de derechas que todavía aceptan las tesis de la antroposofía o de la masonería.

No son raras las confesiones de fe en los científicos. Por ejemplo, John Barrow, el genio de la cosmología, asegura que “La nueva teoría de la expansión del universo recuerda las grandes intuiciones de Theillard de Chardin sobre el Cristo-Dios, fundador de las leyes de la naturaleza”. El mismo Stephen Hawking considera que las leyes de la física son el mejor medio para acercarse a Dios.

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Sin embargo, es interesante constatar los motivos que aducen los científicos creyentes para fundamentar su fe. Según el estudio, tan sólo el 7 por ciento cree por pruebas científicas. El 31% asegura que su fe se debe especialmente a la cultura y a la ideología. El 5% considera que ha llegado a la existencia de Dios a través de los estudios. Exactamente la mitad, el 50% asegura que cree por pura fe. Por último, el 7% de los científicos aducen otras razones para fundamentar sus convicciones religiosas.

HAY ALGO MÁS QUE MERA EVOLUCIÓN

Henry Margenau, fue colaborador de Einstein, Heisenberg y Scheoedinger. Físico de la Universidad de Yale, fundador de tres importantes revistas científicas, ocho doctorados honoris causa, presidente de la American Association of the Philosophie.

Este científico relata esta anécdota: mi última entrevista con un químico famoso, Laars Onsager, premio Nobel. Era vecino mío porque tenía una granja en New Hampshire y nos veíamos bastante. Es más, yo estuve en el hospital por una enfermedad muy grave y necesitaba una transfusión. A la media hora, él se había presentado allí y ofreció su sangre y lo que hiciese falta. Era una bellísima persona. Un día de otoño fuimos a verle a su granja y me dejó leer un escrito suyo sobre algunos procesos químicos relacionados con la evolución. Lo leí aquella misma noche y a la mañana siguiente salimos a dar un paseo por el bosque. En septiembre los bosques de plátanos de indias están espléndidos. Me pidió mi opinión sobre el trabajo que me había dejado y, en medio de aquella conversación, le pregunté qué le parecía la evolución y si era darwinista.

- Bueno, contestó. Sí, yo pienso que sí. - ¿Y piensas que la evolución tiene lugar por casualidad? - Nunca lo he pensado desde el punto de vista filosófico –dijo--; pero supongo que sí.

Entonces cogí del suelo una hoja de árbol; era roja y dorada en los bordes, perfectamente simétrica. Se la mostré y añadí: ¿Piensas que esto es sólo el resultado de la supervivencia del más fuerte? ¿Por qué ha caído al suelo lo que debía sobrevivir? ¿No eres capaz de apreciar la belleza de esta cosa? ¿Y no significa eso que elementos como belleza, y quizá designio, están involucrados

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en el proceso evolutivo? ¿Por qué razón iba a sobrevivir una hoja de árbol que va a pudrirse en el suelo?

El respondió: Sí, pienso que en la evolución hay algo más que la mera supervivencia del mejor adaptado, algo más que mutaciones y azar.

Fue la última vez que lo vi, porque falleció dos días más tarde. Es absolutamente irracional rechazar la noción de un Creador apelando a la ciencia. La ciencia ha demostrado de modo definitivo que no es contradictoria la creación de la nada.

ALBERT EINSTEIN Y DIOS

Albert Einstein, físico y matemático de origen alemán, Premio Nobel de Física por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico, demostró matemáticamente que a las tres dimensiones del espacio físico había que añadir una cuarta dimensión, el concepto tiempo. Ayudó a su encumbramiento su teoría general de la relatividad, así como otras investigaciones sobre la teoría cinética de los gases.

Einstein ha sido considerado, a nivel mundial, según estadísticas publicadas por los medios de comunicación social, la persona más importante del siglo XX. Quien fue secretario del Secretariado para los No Creyentes de la Santa Sede, el doctor Jordán Gallego Salvadores, dominico, fue quien me entregó el testimonio, de su puño y letra, sobre la fe en Dios del gran científico Albert Einstein. En las referencias está el documento fuente.

El físico quiso dejar muy clara su posición respecto a su fe en Dios. Manifestó: “La generalizada opinión, según la cual yo sería un ateo, se funda en un gran error. Quien lo deduce de mis teorías científicas, no las ha comprendido. No sólo me ha interpretado mal sino que me hace un mal servicio si él divulga informaciones erróneas a propósito de mi actitud para con la religión. Yo creo en un Dios personal, y puedo decir, con plena conciencia, que en mi vida, jamás me he suscrito a una concepción atea” (Albert Einstein).

Aunque el gran físico quizá se había opuesto a la idea de un Dios personal –hay quien opina que era panteísta, en la línea de Spinoza-- cuando era joven, en su madurez se había convertido --en opinión de Groeschel-- en una persona bastante religiosa.

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Muchos comentan que Albert Einstein fue más bien lo que se suele llamar “un ateo”. No creía en la existencia de un Dios personal, se dice. Pero hay testimonios contrarios. Pocos son, en todo caso, los que conocen su evolución religiosa. Randall Sullivan en su libro "The Miracle Detective" (New York, 2004, pp.432-433) relata una conversación que tuvo con Benedict Groeschel, monje neoyorquino experto en teología mística y autor de "Still, small voice" (Ignatius Press, 1993). Cuenta Sullivan que Groeschel le comentó que había estado leyendo mucho sobre Einstein y que aunque el gran físico quizá se había opuesto a la idea de un Dios personal cuando era joven, en su madurez se había convertido en una persona bastante religiosa.

En concreto dice: “Estaba fascinado por el misterio del Santísimo Sacramento”. ¿Quiere decir Groeschel que Einstein creía propiamente en la presencia de real de Jesucristo bajo las figuras de pan y vino consagrados en la santa misa? No lo sé. Lo que parece seguro es que a Einstein no le sorprendía del todo el misterio eucarístico. Su familiaridad con lo fascinante del universo creado, le permitía reconocer que Dios es capaz de hacer algo infinitamente más asombroso.

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